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Poder y espacios femeninos en la cultura maya

Vicent Sanchis Claramunt

INTRODUCCION

El trabajo que a continuación se presenta tiene como objetivo identificar la posición de


la mujer en el mundo maya, para lo cual nos vamos a centrar en dos aspectos claramente
diferenciados, los espacios femeninos en la arquitectura maya y los símbolos de poder
entre las mujeres mayas de la élite. Ambos son campos de estudio relativamente
recientes, pero que cuentan ya con numerosos trabajos que reconstruyen, poco a poco, la
historia maya desde una perspectiva de género y ponen de manifiesto que las mujeres
mayas gozaron, al menos en las altas esferas sociales, de una posición más cómoda e
influyente de lo que se había creído hasta hace poco, igualándose en poder y derechos a
los hombres.

Para tratar el tema de los espacios femeninos estableceremos en primer lugar que actividades
desarrollaban para, a posteriori, identificar que características determinaban sus estancias en
unos espacios u otros. En cuanto al apartado de los símbolos de poder de las mujeres mayas
de la elite, veremos ejemplos de indumentaria y ornamentos, y de qué manera estos elementos
contribuían a construir la imagen de poder de las antiguas mujeres mayas.

CONTEXTO HISTORIO Y GEOGRAFICO DE LA CULTURA MAYA

Cuando hablamos de cultura maya, nos referimos a una de las principales culturas de la
antigüedad americana, cuyo grado de desarrollo es equiparable al de las antiguas
civilizaciones del Viejo Mundo. Los mayas ocuparon un extenso territorio de más de 300.000
kilómetros cuadrados, caracterizado por una extraordinaria diversidad medioambiental que
abarca desde las húmedas y calurosas Tierras Bajas de la Península de Yucatán, Petén, Belice,
área del Motagua y región del Usumacinta, a las más frías del altiplano guatemalteco y de
Chiapas.

La cultura maya es la más longeva de toda la América precolombina, con un desarrollo


milenario que arranca en el periodo formativo, o preclásico, (aprox. 2500 a.C.) y se prolonga
hasta la llegada de los españoles (siglo XVI de nuestra era).

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A diferencia de otras culturas prehispánicas, nunca llegaron a formar un Estado centralizado,
sino que su organización política estaba basada en la existencia de diversos reinos, de cada
uno de ellos dependía una extensa red de centros urbanos, con relaciones de vasallaje
generalmente basadas en el establecimiento de lazos de parentesco y alianzas matrimoniales,
así como en el pago de tributos (cacao, mantas, plumas, etc.). Cada vez se sabe más acerca de
la historia de estas dinastías, en las que el poder real se heredaba por vía masculina, aunque
también ha habido casos de mujeres reinas.

ESPACIOS FEMENINOS EN LA CULTURA MAYA

De todas las actividades que desarrollaban las mujeres mayas, destacaremos su función como
productoras de alimentos y tejidos que, por tratarse de tareas muy ligadas al ámbito doméstico
femenino, además de ser consideradas transcendentales para la sociedad maya de entonces, y
estar muy relacionadas con el espacio, si bien sus características y ubicación dependerá de la
clase social que se analiza.

Por un lado tenemos la choza, la vivienda habitual de la población, construida con materiales
perecederos, de modo que, aunque no se han conservado hasta nuestros días, sí se conservan
sus cimientos u otros vestigios arqueológicos, como los hoyos de los postes, que permiten
determinar su planta e incluso, el terreno que había alrededor de cada unidad habitacional. Por
su parte, la élite de los mayas residía en palacios, construcciones multifuncionales de las que
existe una gran variedad en toda el área maya, tanto en tamaño, número de cuartos, accesos y
ornamentación, como por su ubicación en el espacio urbano. Fuera del ámbito residencial
estaban los templos, los juegos de pelota y los complejos de ritual público u observatorios,
donde las evidencias apuntan a que la participación de la mujer en estos rituales era muy
limitado, aunque un selecto grupo debió formar parte de esas ceremonias.

Por otro lado, es preciso tener en cuenta que muchas de las actividades de la vida cotidiana se
llevaban a cabo en el exterior de las viviendas, generalmente en los patios privados, por lo que
es de suponer que existieran otras muchas construcciones de carácter perecedero destinadas a
proteger a quienes las realizaban, tales como cobertizos, toldos o sombrajos.

La ubicación de estos espacios, mas privados, donde se cocinaba y tejía, ha sido posible
gracias a la llamada arqueología del espacio doméstico. Así, por ejemplo, una
concentración de malacates (utensilios para el hilado) o de agujas de hueso estaría

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indicando que en ese sector se realizaron labores de tejido, mientras que la presencia de
restos de quemado, vasijas destinadas a la elaboración de alimentos y metates (piedras
de moler), podría interpretarse como un área de cocina.

La dedicación de las mujeres a estas tareas también fue diferente según su clase social, así,
mientras que las "del pueblo" se encargaban ellas mismas de llevar a cabo dicha preparación
en las áreas habitacionales, las mujeres que habitaban en la corte únicamente se relacionaban
con las labores culinarias a nivel ritual o espiritual, supervisando y, posiblemente, liderando
rituales relacionados con la preparación de alimentos,

Sentido religioso que todavía es más visible en las labores de hilado y tejido, ambas
estrechamente relacionadas con las funciones de las damas, especialmente las de la corte,
como pone de manifiesto que la mayor parte de los malacates encontrados ha sido en áreas
palaciegas (sobre todo en los patios privados). Ello es así porque, aunque fundamentalmente
se trataba de una labor de carácter íntimo o doméstico, también ocupaba un lugar en el ámbito
de lo público, puesto que el hecho mismo de tejer y plasmar sobre las telas numerosos
símbolos codificados a través del bordado. Los tejidos conllevaban una importante función
comunicativa de carácter sociopolítico e incluso ritual (era la divinidad lunar, como modelo
ideal de la vida en la tierra, la que estaba consagrada como la patrona del arte del tejido). Por
otro lado, tampoco debemos olvidar que las mantas de algodón se consideraban valiosos
tributos, y que presumiblemente también tenían valor monetario, al igual que los granos de
cacao, lo que pone en valor la contribución del trabajo femenino a la vida económica.

Con las aportaciones de estas fuentes, se puede concluir que las mujeres se mantenían
preferentemente en espacios íntimos y domésticos (especialmente aquéllas de estatus inferior)
debido a las características propias de las funciones que desempeñaban en el seno de su
civilización, lo cual no quiere decir que no estuvieran presentes en los espacios públicos, pues
también se ha observado la participación de forma activa en estos contextos y compartiendo
otro tipo de roles sociales con los hombres.

SÍMBOLOS DE PODER ENTRE LAS MUJERES MAYAS DE LA ÉLITE

Si bien la aplicación de la perspectiva de género al estudio del arte maya es relativamente


reciente, cada vez son más abundantes los escritos que centran su atención en la
representación de la figura femenina, entre ellos figuran los relativos a los ornamentos, que

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contribuyen a construir la imagen de poder de las antiguas mujeres mayas. Gracias a ellos, ha
sido posible la identificación de las actividades femeninas, destacando el importante papel que
jugaron tanto en el ámbito socioeconómico como en el político y religioso, insistiendo en la
igualdad y complementariedad de las funciones desempeñadas tanto por hombres como por
mujeres de la élite maya.

Por lo que hace referencia a los vestidos, las mujeres, especialmente las reinas, se vestían con
una prenda muy particular conocida con el nombre náhuatl de huipil. Semejante a una túnica,
el huipil ceremonial cubría el cuerpo desde los hombros hasta los tobillos y estaba compuesto
por una pieza unida lateralmente mediante costuras, dejando dos aberturas para los brazos y
una central para la cabeza. Lo habitual es que debajo de esta prenda se distinga la presencia de
otra pieza de ropa a modo de falda, que se ceñía alrededor de la cintura mediante una faja.

Las mujeres nobles, al igual que los hombres, solían calzar sandalias de piel, que se ataban a
los tobillos, al tiempo que engalanaban sus brazos, rostro y cuello mediante ornamentos cuya
suntuosidad variaba en función de la jerarquía de quien los lucía. Lo mismo ocurría con los
adornos en el cabello, desde sencillos recogidos mediante cintas y, en ocasiones, alguna
diadema, hasta los tocados más ostentosos repletos de atributos sagrados. Asimismo, cubrían
sus cuerpos y sus rostros con pigmentos de color dando lugar a diferentes diseños que también
contribuyeron a construir su imagen.

Las joyas más significativas de la élite femenina se agrupan en orejeras, pulseras y


muñequeras, collares, pectorales y otros ornamentos más complejos dispuestos en torno al
cuello y sobre el pecho. Las más llamativas, por su tamaño y su ubicación a ambos lados de
la cabeza, son las orejeras, mayoritariamente en forma de discos sujetos a los lóbulos de las
orejas por unos tapones o piezas tubulares que los atraviesan. La riqueza de los materiales con
que se fabricaban (jade, concha y obsidiana, principalmente), las convirtió en uno de los
distintivos con mayor carga simbólica de la posición de su propietaria.

Por su parte, las pulseras y las muñequeras, que cubrían mas de un tercio del antebrazo, daban
cuenta, por su tamaño y diseño, especialmente el de las muñequeras, que permitía un mayor
número de cuentas que las pulseras, del nivel de riqueza de su usuaria.

Los adornos femeninos para el cuello eran semejantes a los de los hombres, siendo los
collares de cuentas los modelos más utilizados por ambos sexos. Destacaban tanto por su

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riqueza decorativa como por su anchura, puesto que cubrían el pecho y parte de los hombros.
Algunos de estos estaban formados por varias hileras de cuentas de distintos tamaños y
formas: esféricas, tubulares y rectangulares. En ocasiones, en la parte frontal de la pieza
portaban uno o tres medallones con apariencia de mascara o efigie Los rostros representados
en esos medallones parecen corresponder a divinidades o a ancestros divinizados, y su uso
debió de estar estrechamente relacionado con el tipo de ceremonia o ritual llevado a cabo por
su portadora. Estas preciadas joyas se transmitían por herencia, y es habitual encontrarlas en
escenas de derramamiento de sangre en las que se invocaba a los ancestros y en las cuales las
mujeres de la élite participaban activamente, tanto en su rol de esposas como en el de madres
de dignatarios durante las ceremonias de transmisión del poder, destacando así su importante
papel en las relaciones dinásticas.

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Bibliografía

- Pool Cab, M.N. (2015). "Estudios de vida cotidiana en arqueología. El caso de un grupo
doméstico maya del período clásico". En: Revista de Antropología y Sociología: VIRAJES, 17
(2), pp. 153-181.
- Vidal Lorenzo, C. (2020). "Las civilizaciones de la antigua América. Las grandes áreas
culturales: Mesoamérica y Área Andina". En: Otras geografías del mundo antiguo. Barcelona:
Universitat Oberta de Catalunya. pp. 81-108
- Vidal Lorenzo, C; Parpal Cabanes, E. (2017). "Ámbitos femeninos en la arquitectura
maya". En: Espacio, género, memoria: Discurso académico y práctica socioespacial. Valencia:
Tirant Humanidades. pp.45-52
- Vidal Lorenzo, C; Parpal Cabanes, E. (2016). "Símbolos de poder entre las mujeres mayas
de la élite. Un análisis iconográfico de los ornamentos femeninos". En: Boletín de Arte, n.º 37.
Malaga: Departamento de Historia del Arte, Universidad de Málaga.
pp. 227-241,

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