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En cada uno de los planos principales del devenir histórico (económico, social y
político),3 puede cuestionarse si la Edad Contemporánea es una superación de las
fuerzas rectoras de la modernidad o más bien significa el periodo en que triunfan y
alcanzan todo su potencial de desarrollo las fuerzas económicas y sociales que
durante la Edad Moderna se iban gestando lentamente: el capitalismo y la burguesía;
y las entidades políticas que lo hacían de forma paralela: la nación y el Estado.
La desaparición del bloque comunista ha dado paso al mundo actual del siglo xxi, en
que las fuerzas rectoras tradicionales presencian el doble desafío que suponen
tanto la tendencia a la globalización como el surgimiento o resurgimiento de todo
tipo de identidades,8 personales o individuales,9 colectivas o grupales,10 muchas
veces competitivas entre sí (religiosas, sexuales, de edad, nacionales, culturales,
étnicas, estéticas,11 educativas, deportivas, o generadas por una actitud -
pacifismo, ecologismo, altermundialismo- o por cualquier tipo de condición, incluso
las problemáticas -minusvalías, disfunciones, pautas de consumo-). Particularmente,
el consumo define de una forma tan importante la imagen que de sí mismos se hacen
individuos y grupos que el término sociedad de consumo ha pasado a ser sinónimo de
sociedad contemporánea.12
Sin embargo, fue la evidencia del triunfo de las fuerzas de la modernidad lo que
hizo que precisamente en la Edad Contemporánea se desarrollara un discurso paralelo
de crítica a la modernidad, que en su vertiente más radical desembocó en el
nihilismo. Es posible seguir el hilo de esta crítica a la modernidad en el
romanticismo y su búsqueda de las raíces históricas de los pueblos; en la filosofía
de Arthur Schopenhauer, Friedrich Nietzsche y posteriores movimientos
(irracionalismo, vitalismo, existencialismo, Escuela de Fráncfort);14 en los rasgos
más experimentales del arte contemporáneo y la literatura contemporánea que, no
obstante, reivindican para sí la condición de literatura o arte moderno
(expresionismo, surrealismo, teatro del absurdo); en concepciones teóricas como la
postmodernidad; y en la violenta resistencia que, tanto desde el movimiento obrero
como desde posturas radicalmente conservadoras, se opuso a la gran transformación15
de economía y sociedad. Superar el ideal ilustrado de progreso y confianza
optimista en las capacidades del ser humano, implicaba una noción progresista y de
confianza en la capacidad del ser humano que efectúa esa crítica, por lo que esas
«superaciones de la modernidad» fueron de hecho nuevas variantes del discurso
moderno.16
Revolución industrial
Artículo principal: Revolución Industrial
Como factores técnicos, era uno de los países con mayor disponibilidad de las
materias primas esenciales, sobre todo el carbón, mineral indispensable para
alimentar la máquina de vapor que fue el gran motor de la Revolución industrial
temprana, así como los altos hornos de la siderurgia, sector principal desde
mediados del siglo xix. Su ventaja frente a la madera, el combustible tradicional,
no es tanto su poder calorífico como la mera posibilidad en la continuidad de
suministro (la madera, a pesar de ser fuente renovable, está limitada por la
deforestación; mientras que el carbón, combustible fósil y por tanto no renovable,
solo lo está por el agotamiento de las reservas, cuya extensión se amplía con el
precio y las posibilidades técnicas de extracción).
Como factor geoestratégico, durante el siglo xviii Inglaterra (que tras las firmas
del Acta de Unión con Escocia en 1707 y del Acta de Unión con Irlanda en 1800,
después de la derrota de la rebelión irlandesa de 1798, consiguieron la unión con
Escocia e Irlanda, formando el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda) construyó una
flota naval que la convirtió (desde el tratado de Utrecht, 1714, y de forma
indiscutible desde la batalla de Trafalgar, 1805) en una verdadera talasocracia
dueña de los mares y de un extensísimo imperio colonial. A pesar de la pérdida de
las Trece Colonias, emancipadas en la Guerra de Independencia de Estados Unidos
(1776-1781), controlaba, entre otros, los territorios del subcontinente indio,
fuente importante de materias primas para su industria, destacadamente el algodón
que alimentaba la industria textil, así como mercado cautivo para los productos de
la metrópolis. La canción patriótica Rule Britannia (1740) explícitamente indicaba:
rule the waves (gobierna las olas).
Revolución demográfica
Otras predicciones, las de Thomas Malthus (Ensayo sobre el principio de la
población, 1798), advertían de forma pesimista de la imposibilidad de mantener el
inusitado crecimiento de población que estaba experimentando Inglaterra, la primera
en sufrir las transformaciones propias de la transición del antiguo al nuevo
régimen demográfico. A medida que se industrializaban, otras naciones se
incorporaron al mismo proceso, que implicaba la disminución de la mortalidad (se
habían mitigado sustancialmente dos de las principales causas de la mortalidad
catastrófica -hambrunas y epidemias-) mientras se mantenían altas las tasas de
natalidad (ni se disponía de métodos anticonceptivos eficaces ni se habían generado
las transformaciones sociales que en el futuro harían deseable a las familias una
disminución del número de hijos).
Uno de los efectos de todos estos cambios, así como una válvula de escape de la
presión social, fue el incremento de la emigración, la llamada explosión blanca
(por ser la fase de la revolución demográfica protagonizada por Europa y otras
zonas de población predominantemente europea). Campesinos arruinados y obreros sin
nada que perder, se veían incentivados a abandonar Europa y tentar suerte en las
colonias de poblamiento (Canadá o Australia para los ingleses, Argelia para los
franceses) o en las naciones independientes receptoras de inmigrantes (como Estados
Unidos o Argentina); también miembros de las clases altas se incorporaban como
élite dirigente en colonias de explotación (como la India, el sudeste asiático o el
África subsahariana). Explícitamente los defensores del imperialismo británico,
como Cecil Rhodes, veían en la inmigración a las colonias la solución a los
problemas sociales y una forma de evitar la lucha de clases. De una forma similar
lo interpretaron los teóricos marxistas, como Lenin y Hobson.20 Una de las mayores
emigraciones nacionales se produjo después de la gran hambruna irlandesa de 1845-
1849, que despobló la isla, tanto por la mortalidad como por el masivo trasvase de
población, que convirtió ciudades enteras de la costa este de Estados Unidos en
ghettos irlandeses (donde sufrían la discriminación de los dominantes WASP, cuyas
siglas significan blancos anglosajones protestantes en español). Otras oleadas
posteriores fueron protagonizados por inmigrantes nórdicos, alemanes, italianos y
de Europa Oriental (sobre todo las salidas masivas, a finales del siglo xix y
comienzos del siglo xx, de los judíos sometidos a los pogromos).
Revoluciones liberales
Artículos principales: Revolución liberal, Revoluciones burguesas y Revoluciones
atlánticas.
Contexto social, político e ideológico
Véanse también: Antiguo Régimen, Ilustración y Despotismo ilustrado.
Estos derechos son «derechos naturales», se conciben como anteriores a la ley del
Estado por oposición a los «derechos positivos» consagrados por los distintos
ordenamientos jurídicos. Los «derechos del hombre» son recogidos en una
Constitución («derechos constitucionales») pero no creados por ella. Las
constituciones o las declaraciones de derechos explícitamente declaran que tales
derechos pertenecen al hombre con carácter universal, y no en virtud de ningún
hecho propio o ajeno, o por una condición particular (nacionalidad, lugar o familia
de nacimiento, religión, etc.).22
Durante los primeros años hubo dudas entre los padres fundadores sobre si las Trece
Colonias seguirían cada una su camino como otras tantas naciones independientes, o
si formarían una única nación. En un nuevo congreso celebrado otra vez en
Filadelfia (1787), acordaron finalmente una solución intermedia, conformando un
estado federal con una compleja repartición de funciones entre la Federación y los
Estados miembros, bajo el mandato de una única carta fundamental: la Constitución
de 1787. La Federación, denominada Estados Unidos de América, se inspiró para su
creación y para la redacción de su carta magna (sobre todo de las numerosas
enmiendas que hubo que añadir progresivamente a los siete artículos iniciales) en
los principios fundamentales promovidos por la Ilustración, además de en la
práctica política del autogobierno local experimentado durante más de un siglo, e
incluso en el ejemplo de un peculiar sistema político indígena americano (la
Confederación Iroquesa).26 El sistema político se basó en un fuerte individualismo
y en el respeto a los derechos humanos (aunque en su cultura política se expresaron
como derechos civiles), entre los que destacaban las mayores garantías nunca
existentes en ningún ordenamiento jurídico anterior a la neutralidad del estado en
cuestiones propias de la vida privada y al respeto a las libertades públicas
(conciencia, expresión, prensa, reunión y participación política, posesión de
armas) y concretamente a la propiedad privada como vehículo para la búsqueda de la
felicidad (Life, liberty and the pursuit of happiness).27 La construcción de la
democracia, en muchas de sus implicaciones, como el sufragio universal, no fue de
rápida consecución, especialmente en cuanto a los problemas de la esclavitud, que
diferenciaba a los estados del norte y el sur; y la relación con las naciones
indígenas, por cuyos territorios se expandieron. Las nociones de república e
independencia pasaron a ser dos referentes simbólicos de la nueva nación, y durante
mucho tiempo, características casi exclusivas frente al resto del mundo.
Jean-Jacques Rousseau (Quentin de la Tour, 1753) es el padre intelectual de las
revoluciones de finales del siglo XVIII. Ve en la sociedad corrupta del Antiguo
Régimen menos valores que en el buen salvaje (avanzado en su Discours sur les
Sciences et les Arts -«Discurso sobre las ciencias y las artes»- y popularizado con
la novela Emilio). Su doctrina de Contrato social, basado en ese concepto de bondad
natural del hombre, llevará a la búsqueda de la soberanía nacional, y más adelante,
de la democracia, pero también está en el origen intelectual del estado uniformador
y totalitario de las dictaduras del siglo XX.
Jean-Jacques Rousseau (Quentin de la Tour, 1753) es el padre intelectual de las
revoluciones de finales del siglo xviii. Ve en la sociedad corrupta del Antiguo
Régimen menos valores que en el buen salvaje (avanzado en su Discours sur les
Sciences et les Arts -«Discurso sobre las ciencias y las artes»- y popularizado con
la novela Emilio). Su doctrina de Contrato social, basado en ese concepto de bondad
natural del hombre, llevará a la búsqueda de la soberanía nacional, y más adelante,
de la democracia, pero también está en el origen intelectual del estado uniformador
y totalitario de las dictaduras del siglo xx.
Para Hannah Arendt, mientras que la Independencia de los Estados Unidos sería un
modelo de revolución política, y de ahí su continuidad, la Revolución francesa
sería un modelo de revolución social, y de ahí su fracaso, como el de las
revoluciones que siguen su modelo (especialmente la rusa); pues (como planteaba ya
Alexis de Tocqueville) los logros políticos de la libertad y la democracia
solamente se consolidan cuando son el resultado de procesos sociales y económicos
anteriores, y no cuando se plantean como requisitos previos para conseguir estos.31
Napoleón Bonaparte
Artículo principal: Napoleón Bonaparte
En ese contexto se inició la carrera de Napoleón Bonaparte, un militar proveniente
de una familia de provincias que nunca hubiera conseguido ascender en el ejército
de la monarquía, y que se convirtió en un héroe popular por sus campañas en
Italia33 y en Egipto y Siria. En 1799 se sumó al golpe de Estado del 18 de brumario
(nombrado por la fecha en que se llevó a cabo el golpe según el calendario
republicano francés) que derribó al Directorio e instauró el Consulado, del que fue
nombrado primer cónsul para, en 1804, proclamarse Emperador de los franceses (no de
Francia, en una sutil diferenciación con el régimen monárquico que pretendía
mantener los ideales republicanos y de la revolución). En sus años en el poder
(hasta 1814, y luego el breve periodo de los cien días de 1815), Napoleón consiguió
dejar un extenso legado. Consciente de que no podía retomar el Derecho del Antiguo
Régimen, pero sumergido en el marasmo de la atropellada y caótica legislación
revolucionaria, dio la orden de compendiar todo ese legado jurídico en cuerpos
legales manejables. Nació así el Código Civil de Francia o Código Napoleónico,
inspiración para todos los demás estados liberales, y que contribuyó a propagar la
Revolución en cuanto superestructura jurídica que expresaba la sociedad burguesa-
capitalista. Le siguieron después un Código de Comercio, un Código Penal y un
Código de Instrucción Criminal, este último antecedente del derecho procesal
moderno. Emprendió una serie de reformas administrativas y tributarias, que
eliminaron privilegios y fueros territoriales a favor de una nación unitaria y
centralizada, que concebía como un Estado de Derecho (en sus propias palabras: el
hombre más poderoso de Francia es el juez de instrucción). Para sustituir a la
antigua nobleza creó la Legión de Honor, la más alta distinción del Estado, que
reconocía no el privilegio de cuna o la riqueza, sino el mérito personal. Su
círculo de confianza, compuesto por parientes como sus hermanos José o Jerónimo, y
generales como Joaquín Murat o Carlos XIV Juan de Berbadotte, terminaron ocupando
tronos europeos. Frente a la descristianización emprendida en El Terror, aprovechó
la sumisión del papado para la firma de un Concordato que ponía el clero bajo
control estatal, pero garantizaba la continuidad del catolicismo como religión de
Francia, pretendiendo simbolizar con ello la reconciliación de los franceses.34 El
régimen político, jurídico e institucional napoleónico, reconducción en un sentido
autoritario de los ideales revolucionarios de 1789, se transformó en modelo para
muchos otros por todo el mundo.
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, 26 de agosto de 1789. Con
una voluntad universalista e ilustrada, supuso una invitación a la extensión de las
ideas revolucionarias a las demás naciones.
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, 26 de agosto de 1789. Con
una voluntad universalista e ilustrada, supuso una invitación a la extensión de las
ideas revolucionarias a las demás naciones.
El tres de mayo de 1808 en Madrid, por Francisco de Goya, 1814. La lucha entre las
fuerzas napoleónicas y los defensores del Antiguo Régimen obligó a los pueblos
europeos a tomar partido no solo militar, sino también ideológico, e ingresar así a
la Edad Contemporánea.
El tres de mayo de 1808 en Madrid, por Francisco de Goya, 1814. La lucha entre las
fuerzas napoleónicas y los defensores del Antiguo Régimen obligó a los pueblos
europeos a tomar partido no solo militar, sino también ideológico, e ingresar así a
la Edad Contemporánea.
Independencia hispanoamericana
Artículo principal: Guerras de Independencia Hispanoamericanas
Revolución de 1820
La Revolución de 1820 o ciclo mediterráneo se inició en España (la sublevación o
pronunciamiento de Rafael de Riego frente al cuerpo expedicionario que iba a
embarcarse para América, 1 de enero de 1820) y se extendió, por un lado a Portugal,
que en las llamadas Guerras Liberales -revolución de Oporto-, el 24 de agosto de
1820 se obliga al gobierno portugués a regresar de Brasil en una guerra civil en la
que, al contrario que en el caso de la independencia hispanoamericana, fue en la
metrópoli donde los elementos más liberales controlaron la situación en perjuicio
de la rama más tradicionalista de la dinastía; y por otro a Italia donde sociedades
secretas, como los carbonarios, inician levantamientos nacionalistas contra las
monarquías austríaca en el norte y borbónica en el sur, proponiendo la española
Constitución de Cádiz como texto aplicable para sí mismos. De un modo menos
vinculado, también se sitúa cronológicamente próxima la sublevación de los griegos
iniciada en 1821, que se emanciparon del Imperio otomano en 1829 con el decisivo
apoyo de las potencias europeas (principalmente Francia, Inglaterra y Rusia),
proclamando el Estado Griego. Significativamente fueron las mismas potencias (con
la excepción de Inglaterra y la adición de Austria y Prusia) quienes protagonizaron
activamente la contrarrevolución para sofocar conjuntamente, mediante la Santa
Alianza los brotes revolucionarios que podían amenazar la continuidad de las
monarquías absolutas, y lo siguieron haciendo hasta 1848.
Revolución de 1830
La revolución de 1830, iniciada con las tres gloriosas jornadas de París en que las
barricadas llevan al trono a Luis Felipe de Orleans, se extiende por el continente
europeo con la independencia de Bélgica y movimientos de menor éxito en Alemania,
Italia y Polonia. En Inglaterra, en cambio, el inicio del movimiento cartista opta
por la estrategia reformista, que con sucesivas ampliaciones de la base electoral
consiguió aumentar lentamente la representatividad del sistema político, aunque el
sufragio universal masculino no se logró hasta el siglo xx. El doctrinarismo fue la
ideología que exprese esa moderación del liberalismo.
A partir de este momento clave, localizado a mediados del siglo xix y que Eric
Hobsbawm denomina la era del capital, las fuerzas históricas cambian de tendencia:
la burguesía pasa de revolucionaria a conservadora y el movimiento obrero comienza
a organizarse; aunque sin duda los más capaces de movilizar a las poblaciones serán
los movimientos nacionalistas.
Equilibrio europeo
El equilibrio europeo buscado desde el Tratado de Westfalia (1648) hasta el Tratado
de Utrecht (1714) caracterizó las relaciones internacionales del siglo xviii;
superada la época de las hegemonías española (1521-1648) y francesa (1648-1714).
Mientras Inglaterra consolidaba su supremacía naval (que la permitió adquirir una
red de enclaves estratégicos en islas y puertos seguros en todos los océanos,
además de su gradual penetración territorial en la India), en el continente
europeo, del que prefería orgullosamente desentenderse cuando le era posible,
procuraba mantener el equilibrio entre los posibles bloques de potencias que
amenazaran con imponerse sobre los demás. El más obvio, formado por España, Francia
y los reinos italianos de la casa de Borbón (vinculados por los Pactos de Familia),
no siempre fue efectivo. En Europa Central, la rivalidad entre Austria y Prusia las
neutralizó mutuamente; mientras que el ascenso del Imperio ruso benefició a ambas
en los denominados repartos de Polonia. El Imperio otomano, tras el fracaso del
segundo sitio de Viena (1683), dejó de ser una amenaza para Europa Central y a lo
largo del siglo xviii pasó a convertirse en una potencia declinante (el hombre
enfermo de Europa), que perdía paulatinamente el control efectivo sobre sus
provincias periféricas.
1812, la Europa del bloqueo continental, máxima expansión del Imperio napoleónico.
1812, la Europa del bloqueo continental, máxima expansión del Imperio napoleónico.
En otros contextos, sobre zonas muy pobladas cuya civilización no podía ignorarse,
la presión del Imperio austrohúngaro y de Rusia sobre los Balcanes otomanos y el
inicio de la colonización francesa de Argelia (1830) respondía a la misma lógica.
La penetración británica en la India venía ya del siglo xviii.
Construcción del Canal de Panamá (1907). La Zona del Canal de Panamá, donde se
encontraba el canal homónimo, permaneció bajo control estadounidense desde el
comienzo de su construcción, en 1903, hasta 1977, siendo entregado a Panamá en
1999.
La fortaleza de la independencia estadounidense se apoyó firmemente en su
inmensidad territorial. Debido a las grandes tensiones que hubo por el bloqueo
naval que los británicos emprendieron para evitar que los estadounidenses puedan
comerciar con Francia y a las pretensiones estadounidenses de anexar Canadá condujo
a la guerra de 1812, del que la capital Washington D. C. fue incendiada en 1814, y
del que tras la firma del Tratado de Gante (1814) y la tardía batalla de Nueva
Orleans (1815) condujo a la Era del Good Feeling (1815-1825) que estableció la
unidad nacional. Estados Unidos habían incorporado las colonias francesa de
Luisiana (Compra de Luisiana, 1803) y la española de Florida (Tratado de Adams-
Onís, 1819), adquiriendo una fachada marítima hacia el sur. No obstante, su
principal ampliación territorial, mediante conflictos contra México (siendo la
última la invasión a este país), fueron los territorios desde Texas (independizado
en 1836, incorporado en 1845) hasta California (Tratado de Guadalupe Hidalgo,
1848). Por añadidura quedaba el inmenso interior continental, que habían explorado
Meriwether Lewis y William Clark en una expedición hacia la costa del Pacífico
(1804-1806). La épica del Lejano Oeste fue formando una identidad nacional basada
en el individualismo del colono de la frontera, que tras recorrer la pradera en
carromato, levantaba su cabaña de troncos y se apropiaba de tanta tierra como
pudiera cultivar y defender de los nativos americanos. La relación de estos con la
tierra no tenía nada que ver con el concepto liberal de propiedad que se impuso por
la colonización; privados de ella, se vieron forzados a la reclusión en reservas,
no sin lucha (Guerras Indias). Otra figura mitificada fue la de los mineros que
acudían a las sucesivas fiebre del oro de California (1849 -los fortyniners-) y
Alaska (comprada a Rusia en 1867, y afectada por la fiebre del oro de Klondike en
1897 -descrita por Jack London en Colmillo Blanco-). La anexión de Hawái
(incorporada en 1898) fue la última en el que un territorio organizado incorporado
obtendría la categoría de estado (1959).
Expansión de Rusia
Alejandro I, tras la derrota de Napoleón, procuró evitar toda posible nueva
revolución en Europa, mientras que en su propio territorio tuvo que hacer frente a
la Revuelta Decembrista (1825), fácilmente reprimida. Tanto él como Nicolás I
(apodado el gendarme de Europa) se esforzaron en asentar la autocracia zarista y
evitar que la modernización económica de Rusia trajera consigo cambios sociales o
políticos. Alejandro II, por el contrario, emprendió una serie de reformas
liberalizadoras, como la emancipación de los siervos (1861). Su política
reformista, similar a los planteamientos del despotismo ilustrado del XVIII, no fue
aceptada por los partidarios de transformaciones radicales (nihilismo), que optaron
por la violencia mediante varios intentos de magnicidio, hasta el definitivo en
1881.
Los Balcanes en 1899. En verde los territorios aún pertenecientes al Imperio turco.
Los Balcanes en 1899. En verde los territorios aún pertenecientes al Imperio turco.
Distribución étnica del territorio europeo del Imperio turco hacia 1876.
Distribución étnica del territorio europeo del Imperio turco hacia 1876.
En 1859 se había iniciado un diseño unificador similar para Italia desde el Reino
de Piamonte-Cerdeña, en el que destacaron las iniciativas del Conde de Cavour,
Víctor Manuel II y el decisivo apoyo francés frente a Austria. Las románticas
campañas de Giuseppe Garibaldi plantearon una dimensión popular que fue
neutralizada por las élites dirigentes (la burguesía industrial y financiera del
norte en la Segunda Guerra de la Independencia Italiana, 1859, y la aristocracia
terrateniente del sur en la Expedición de los Mil, 1860). Para 1866, tras la
Tercera Guerra de la Independencia Italiana, solo quedaba la ciudad de Roma, último
reducto de los Estados Pontificios cuya continuidad quedaba garantizada por el
compromiso personal de Napoleón III de Francia. La caída de este en 1870 permitió
la anexión final, convirtiendo al Papa Pío IX en el prisionero del Vaticano. El
papado, que había condenado al liberalismo como pecado,47 mantuvo esa incómoda
situación (Cuestión romana) con el Reino de Italia y la Casa de Saboya (considerada
la más liberal de las casas reinantes en Europa) hasta el Tratado de Letrán,
negociado con la Italia fascista de Benito Mussolini en 1929.
Giuseppe Verdi cumplió un papel semejante en Italia. Alguna pieza de sus óperas
como el Coro de los esclavos (Va, pensiero de Nabucco, 1842) se extendió
popularmente como himno revolucionario. De hecho, vitorear su propio nombre (¡Viva
V.E.R.D.I.!) se utilizaba clandestinamente como acrónimo de Vittorio Emmanuele Rege
di Italia.
Giuseppe Verdi cumplió un papel semejante en Italia. Alguna pieza de sus óperas
como el Coro de los esclavos (Va, pensiero de Nabucco, 1842) se extendió
popularmente como himno revolucionario. De hecho, vitorear su propio nombre (¡Viva
V.E.R.D.I.!) se utilizaba clandestinamente como acrónimo de Vittorio Emmanuele Rege
di Italia.
En una caricatura de finales del siglo xix, la tarta de China empieza a repartirse
entre la Reina Victoria de Gran Bretaña, el Káiser Guillermo II de Alemania, el Zar
Nicolás II de Rusia, Marianne (personificación de Francia) y un samurái japonés.
El reparto colonial
Véase también: Reparto de África
La Revolución industrial permitió a las naciones europeas un salto gigante en el
arte de la guerra. El antiguo barco a vela fue superado por las naves impulsadas
por carbón primero, y por petróleo después. A comienzos del siglo xix los barcos a
vapor eran una curiosidad; apenas medio siglo después se botaba al mar el primer
acorazado (1856). El barco de hierro e impulsado por carbón se transformó en
símbolo del Nuevo Imperialismo, hasta el punto que la política europea de imponerse
por la vía directa del ultimátum militar pasó a ser motejada como diplomacia de
cañonero. Los progresos de la guerra en tierra no fueron menores (ametralladora,
pólvora sin humo, fusil de retrocarga). El sistema de reclutamiento del Antiguo
Régimen fue sustituido por el servicio militar obligatorio, inspirado por el más
puro sentido democrático de que todos los habitantes de la República deben
contribuir a su defensa, lo que permitió a las naciones europeas poner en pie de
guerra a ejércitos de literalmente millones de hombres, por primera vez.
Beneficiados por los resultados de la Guerra de los Siete Años (1756-1763), que
expulsó a Francia de la India y Canadá (Guerra franco-india y Guerras carnáticas),
los británicos pudieron mantener la delantera en la carrera por un imperio mundial.
A finales del siglo xix, el Imperio británico se extendía por aproximadamente una
cuarta parte de todas las tierras emergidas, incluyendo numerosas zonas de África
(Kenia, Nigeria, Ghana, Egipto, Sudáfrica, Rodesia, etc.), la India, Australia,
Nueva Zelanda, Canadá, Jamaica, Singapur y una fuerte influencia en China. Francia
le había seguido de cerca; tras la colonización de Argelia (1830) comenzó la de
Indochina y la consolidación de sus colonias ya adquiridas (Marruecos francés,
Madagascar, África Occidental Francesa, África Ecuatorial Francesa, etc.). Los
Países Bajos asentaron su dominio sobre Indonesia, el Caribe y Surinam después de
su pérdida de influencia en África. España perdió gran parte de su imperio,
conservando solo Cuba, Puerto Rico, Guam y las Filipinas (perdidas ante los Estados
Unidos en la Guerra hispano-americana, 1898), y solo consiguió acceder a una
pequeña porción del reparto de África (Guinea Ecuatorial, el Sahara español y el
Marruecos español). Portugal logró adquirir Angola y Mozambique, y retener la
Guinea portuguesa, Macao y Timor después de la pérdida de sus colonias en
Sudamérica. Italia y Alemania, unificadas tardíamente, no alcanzaron a generar
grandes imperios coloniales, debiendo conformarse con el dominio de algunas islas
en la Polinesia y algunos territorios africanos (Libia y Somalia los italianos;
Camerún y Tanganika los alemanes).
África era un continente casi inexplorado por las potencias europeas, y la labor de
colonización fue precedida por acuciosas empresas de exploración; a finales del
siglo xix solo subsistían Liberia, Orange, Transvaal y Abisinia como naciones
independientes, cada una por razones diversas. El gran beneficiado del reparto
africano fue Leopoldo II de Bélgica, que basándose en una reputación filantrópica
(que en la práctica suponía las más atroces técnicas de explotación) consiguió
hacerse con un imperio de grandes dimensiones en el Congo que legó al pueblo belga.
Francia e Inglaterra compitieron por un imperio continuo (de costa a costa) por el
que chocaron en el incidente de Fachoda (Sudán, 1898), correspondiendo a los
británicos la posibilidad de construirlo tras la derrota alemana en la Primera
Guerra Mundial, teniendo éxito después de superar los intentos de los nativos de
pararlo en el sur de África (Guerra anglo-zulú y Guerras de los Bóeres).
Hacia finales del siglo xix, el mundo entero era regido desde Europa o Estados
Unidos. En 1885, la Conferencia de Berlín repartía el mundo entre las potencias
europeas sin que los repartidos tuvieran voz ni voto.
Charles Darwin caricaturizado como un mono (1871), en una de las muchas burlas a su
teoría de la evolución.
Desde mediados del siglo xix, la vida intelectual basculó nuevamente, desde la
postura idealista propia del romanticismo, a una objetivista y vinculada al
desarrollo científico. El éxito de las potencias imperialistas europeas al
extenderse sobre el planeta llevó a la convicción de que la cultura europea era el
epítome de la civilización. La ciencia y la tecnología estaban alcanzando un nivel
de desarrollo y retroalimentación que posteriormente se ha definido como la
interdependencia de ciencia, tecnología y sociedad. Se depositaba una inmensa fe en
la ciencia. Se pensaba que el progreso de la humanidad era imparable, y que con
tiempo, la ciencia resolvería todos los problemas económicos y sociales. A este
dogma filosófico se le llamó positivismo (Auguste Comte, Curso de filosofía
positiva, 1830-1842).
La oficina del algodón en Nueva Orleans, Edgar Degas, 1873. Ante una muestra de una
de las materias primas clave de la Revolución industrial, comerciantes ataviados
con las levitas, chisteras o bombines propios de la moda burgesa de mediados del
xix (pocas generaciones antes, solo las clases bajas, los sans-culottes de la
Revolución francesa, vestirían pantalones, se dejarían barba y no llevarían
peluca). Examinan el género, consultan informaciones en prensa y dialogan para
establecer transacciones y fijar los precios según la oferta y la demanda del
mercado libre.
Laboratorio de Menlo Park, organizado por Thomas Alva Edison con un criterio tanto
científico-tecnológico como capitalista.
Capitalismo industrial y financiero. Segunda revolución industrial
La política de librecambismo reemplazó, al menos en parte, al proteccionismo de la
época mercantilista, aunque los intercambios del comercio internacional estaban
sobre todo presididos por el llamado pacto colonial que reservaba las colonias como
mercado cautivo de sus respectivas metrópolis. Aun así, las barreras para el
comercio y la inversión a escala planetaria eran sustancialmente menores que en
cualquier época anterior. Los empresarios exitosos ya no estaban limitados por el
mercado nacional a la hora de invertir y buscar ganancias.
Otras fueron las distintas modalidades del socialismo. A comienzos del siglo xix,
una serie de pensadores o activistas políticos imaginaron utopías sociales para la
redistribución de los bienes o diferentes prácticas de producción comunitaria para
evitar la diferenciación social (Henri de Saint-Simon, Robert Owen, Charles
Fourier, Louis Blanc, Louis Auguste Blanqui, Pierre-Joseph Proudhon, etc.). Karl
Marx los calificó despectivamente de socialistas utópicos, por sostener que sus
modelos no eran sostenibles en la realidad, en contraposición a sus propias ideas,
a las que calificó de socialismo científico. Marx también despreciaba la función
intelectual del filósofo (los filósofos han interpretado el mundo de diferentes
maneras, pero de lo que se trata es de transformarlo),52 y buscó el compromiso
social con las organizaciones del movimiento obrero, con el que se identificó. Su
famoso lema ¡Trabajadores del mundo, uníos!, dentro del Manifiesto comunista que
redactó junto a Friedrich Engels, se publicó en Londres el mismo día que estallaba
la Revolución de 1848 en París.
A pesar del fracaso inicial del movimiento, continuó con las actividades de
formación de la Primera Internacional (1864) en colaboración con Bakunin, del cual
finalmente terminaría por separarse por sus profundas discrepancias ideológicas y
políticas. Intelectualmente trabajó de forma continuada en su obra clave, El
capital, de la que publicó una primera parte y dejó la segunda inacabada. El
marxismo, desde un análisis intelectual crítico de la economía política del
liberalismo clásico e inspirado filosóficamente en el idealismo alemán (dialéctica
de Friedrich Hegel), y socialmente en la crítica social de los utópicos y en la
práctica de lucha del movimiento obrero; llegaba a una concepción de la historia
(materialismo histórico) que incluía un diseño estratégico de acción y un ambicioso
plan de futuro (simplificado en las vulgarizaciones difundidas por propagandistas
como Paul Lafargue y sistematizado posteriormente en el materialismo dialéctico
soviético): Comenzaría con la toma de conciencia por parte del proletariado
(conciencia de clase) de que únicamente él mismo podía ser el protagonista de su
propia emancipación, y que esta solo podía provenir de la lucha de clases contra
los propietarios de los medios de producción (los dueños del capital o
capitalistas: la burguesía). Un determinismo histórico conduciría inevitablemente a
la intensificación de las contradicciones inherentes al capitalismo, de modo que
los trabajadores se impondrían mediante una revolución proletaria que les daría el
poder. Ese poder político, junto con el poder económico que les daría la
expropiación de los medios de producción, serían usados para transformar la
sociedad mediante la dictadura del proletariado, fase previa a la abolición
completa del Estado y la construcción de una sociedad comunista, sin clases
sociales, en la que surgiría un hombre nuevo.
Proudhon y sus hijos, por Gustave Courbet (1865). Era de los considerados
socialistas utópicos por los posteriores, autodenominados científicos. Sin embargo
la observación científica frente a las ensoñaciones románticas fue uno de los
postulados de Proudhon.
Proudhon y sus hijos, por Gustave Courbet (1865). Era de los considerados
socialistas utópicos por los posteriores, autodenominados científicos. Sin embargo
la observación científica frente a las ensoñaciones románticas fue uno de los
postulados de Proudhon.
Karl Marx, quien por sus planteamientos sobre la política y la economía del cual
fue la base ideológica de los movimientos socialistas en el mundo, se convirtió en
el máximo referente del comunismo.
Karl Marx, quien por sus planteamientos sobre la política y la economía del cual
fue la base ideológica de los movimientos socialistas en el mundo, se convirtió en
el máximo referente del comunismo.
Mijaíl Bakunin, una de las persona más destacadas entre aquellas que plantearon la
aplicación del anarquismo.
Mijaíl Bakunin, una de las persona más destacadas entre aquellas que plantearon la
aplicación del anarquismo.
La sociedad de masas
Todos estos nuevos sucesos, por supuesto, abarcaban tan solo a la sociedad europea,
y en medida más reducida a la de América. En el resto del mundo, sometido al
dominio colonial europeo, las nuevas condiciones de vida alcanzaban tan solo a la
clase social europea, mientras que los nativos proseguían viviendo el magro estilo
de vida que habían heredado desde antaño.