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Encontrarse por primera vez con un paciente puede ser una experiencia cegadora desde el
punto de vista del diagnóstico. Nuestras defensas internas y nuestros recuerdos
subconscientes nos impiden ver a cualquier persona separada de esas reacciones
inconscientes. Pero para diagnosticar es necesario ver las cosas como son, y esto sólo puede
ocurrir en el Aquí y Ahora. Cuando nos movemos de ese lugar, comenzamos a comparar lo
que vemos con lo que ya hemos visto o con nuestras expectativas para el futuro. Es un
cambio de enfoque muy sutil, pero, una vez que lo hemos hechos, nos volvemos consientes
no de lo que es sino de lo que no es. Dejamos de ver a las personas o cosas como son por sí
mismas y comenzamos a verlas en relación con los otros.
Una clave para trascender aun al más inconsciente de nuestros prejuicios es permanecer en
el Aquí y Ahora. Una vez que alcanzamos esta meta, encontramos que el momento
presente no es un estado de conciencia estático sino un punto de partida desde el cual
experiencias más y más sutiles comienzan a manifestarse. Hay planos de percepción que
pueden explorarse cuando se esta tan conectado con el momento presente que se aflojan
los lazos con los cinco sentidos y se comienza a percibir a las personas en un nivel donde
todo es sentimientos, colores, sonidos o cualquier mezcla de sensaciones que pueden o no
ser explicadas con la aplicación aceptada de esos sentidos. Las apariencias tienen sonidos,
los sonidos tienen sabor, los sabores tienen forma y peso, los sentimientos tienen tonos.
En el Aquí y Ahora, los signos y síntomas pueden leerse en cualquier expresión del
paciente. La ropa deja de ser lo que el paciente estaba usando ese día, para volverse un
disfraz en donde cada accesorio dice gran cantidad de cosas acerca del que lo usa. Es como
si hubiese un diseñador de vestuario fuera de nuestro lugar de trabajo, creando
determinados aspectos dimensionales para la personalidad individual de cada uno. Ya no
existe más eso de ponerse nada especial.
Para los propósitos del diagnóstico, la ropa dice mucho acerca de nuestro estilo de vida
tanto externa como emocionalmente. Es como un disfraz que el alma elige cada día. Es un
reflejo de la salud de la persona tanto como pueden serlo los colores de la cara. Cuando
nos acercamos a los pacientes y los vemos tal como son, todas las cosas nos hablan de ellos.
Permanecer en el Aquí y Ahora con nuestro paciente, o para el caso con cualquier persona,
es lo mismo que verlo sin ninguna comparación con recuerdos pasados o expectativas
futuras. Hay otra manera de observar esta experiencia, y esto es ver a las cosas por sí
mismas, sin relacionarlas con nada.
Cuando comparamos a alguien con la manera en la que sentimos que debe ser o tememos
que pudiera ser, estamos creando una medida comparativa arbitraria que no toma en
cuenta lo que esa persona es realmente. Nos cegamos con esa necesidad de comparar lo
que vemos con nuestras expectativas. Cuando esto ocurre perdemos los poderes simples de
la observación con el propósito de hacer un diagnóstico.
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Ver sin comparar es algo que nuestras mentes hacen todo el tiempo. Cuando nos
concentramos en nuestra percepción, inconscientemente encontramos información
energética que viene hacia nosotros en grandes cantidades a la vez. Ver sin interpretar era
el estado en el que permanecían los antiguos practicantes del taoísmo durante las
veinticuatro horas del día. Esto los hacía sensibles a la totalidad del paciente. La esencia de
éstos nunca se fragmentaba por comparaciones con estándares arbitrarios, recuerdos
pasados o expectativas futuras. Para el Maestro, el paciente era la primera persona que
habían visto en toda su vida. Cada movimiento, cada color u olor, sonido o textura era una
sinfonía que resaltaba en toda su simplicidad resonante. Los síntomas y signos eran
experiencias multidimensionales que el Maestro no podía ignorar. Para los taoístas, ver sin
interpretar se transformó en la manera de percibir el mundo fuera de ellos.
Mirar la televisión durante algunas horas hace que la mente disminuya su actividad. Luego,
al apagarla, uno esta consiente solamente de la habitación en la que se encuentra. No hay
ningún pensamiento en la mente. Algunas veces, se pierde la conciencia de uno mismo y lo
único que existe es el estado de conciencia silenciosa del entorno inmediato. Este estado es
de alguna manera parecido a estado de supresión del ego propio. El famoso hechicero yaqui
Don Juan solía enseñarle a su aprendiz, Carlos Castañeda, a detener el dialogo interno. Los
Yoguis suelen sentarse en silencio durante horas. Los monjes católicos contemplan a Dios
en silencio.
Los distintos caminos espirituales dan estos pasos de diferente manera. En Oriente, la
meditación o el yoga son utilizados como medios de calmar la mente y trascenderla,
entrando en un estado de conciencia más puro y universal. Los Maestros orientales hablan
de hacerse uno con la nada o de volverse nada. En Occidente el mismo tipo de resultado de
trascender el propio ego se logra a través de la relación con Dios. Los adeptos a los
distintos caminos occidentales entregan a Dios todas sus necesidades personales. Esto
último es algo que solo puede ser dicho por alguien que no tiene en su vida otro propósito
más que le de servir a Dios. Así de nuevo, el ego personal se deja de lado y pueden
reconocerse la naturaleza esencial.
La meditación también es famosa por llevarnos también al mismo punto. De cierta manera,
no importa cuál sea nuestro foco de atención, un sonido, una postura, un arte marcial o la
llama de una vela, ese estado de vacío puede alcanzarse, y es el actuar
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desde esa ausencia de autoconciencia lo que constituye la otra mitad de las habilidades de
diagnóstico descritas en este artículo.
He escrito acerca de la claridad que proviene del estar conectado con el momento presente
o del hecho de ver las cosas sin compararlas con nada más salvo ellas mismas.
Trascendiendo el propio ego, podemos actuar sobre aquello que percibimos con la misma
precisión e inspiración. En el Budismo Zen, las palabras intimidad y relación espontánea
aparecen frecuentemente. Es esa misma respuesta automática la lo que percibe nuestro
inconsciente lo que constituyó la inspiración de los Maestros que nos precedieron.
Dados una lista de signos y síntomas, los antiguos Maestros seguramente se sentirían
perdidos tratando de explicar a un examinador medico un patrón especifico de
desequilibrio. Seguramente pedirían ver al paciente por sí mismos para recordar que fue lo
que hicieron, ya que esa lista de signos y síntomas es lo que aparece luego de la
observación del paciente, no antes. Esos signos y síntomas eran la verificación para aquellos
que veían al Maestro marcar el patrón de desequilibrio mucho antes de alguien más pudiese
darse cuenta de que había algún problema.
Quizás los estudiantes del Maestro podrían preguntar cómo podía el saber lo que sabía, y tal
vez el Maestro también se preguntase lo mismo. Probablemente no fuese capaz de dar una
buena respuesta hasta volver a ver a la persona y desmenuzar la totalidad del paciente en
las expresiones individuales de lo que veía como una totalidad. Los signos y síntomas tal
como los aprendemos, son sus pensamientos posteriores en su intento de dar a sus
estudiantes algunas claves que les permitiesen observar la totalidad del cuadro. Los signos
y síntomas son entonces las piezas de un rompecabezas que nada significan hasta que,
puestas todas juntas, hacen que el cuadro que conforman se vuelva claro y comprensible
nuevamente.
Esta escrito que el Tao es invisible, y que aun así está en todas partes. Volverse consciente
del Tao es ver realmente las cosas tal como son. Los grandes Maestros comprendieron como
ver al Tao. Yo solía creer que verlo era de alguna forma, leer entre las líneas de la vida
para ver aquello que está escondido de la vista de los seres humanos.
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