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RASGOS FONÉTICOS
1) Grafía visigótica “k”, para el fonema velar oclusivo sordo, sustituido por la solución
gráfica carolingia “c”, en palabras como “nasco”. Esta grafía -c- triunfa en 1150, fecha que
nos sirve como delimitación ante quem provisional.
2) Apócope de –e final. A lo largo de los siglos X y XI, se generaliza la apócope, pero
siempre en los finales consonánticos permitidos en nuestra lengua: n, s, r, l, d o la actual /ɵ/
(ej. nuef – nueve) . A esta pérdida hay que suma la denominada “pérdida extrema” que se
produce ante cualquier consonante. Este fenómeno de influjo francés se da entre los siglos 1
XI y XIII.
Es rasgo llamativo la presencia de apócope de –e tras pronombre enclítico: metios y
desatos. Este tipo de apócope fue normal desde finales del siglo XI hasta finales del siglo
XIV, a diferencia de otros casos de apócope, que cayeron mucho antes, en 1270, cuando
Alfonso X la condena por extranjerizante (cort).
Por otro lado, es fenómeno propio de apócope extrema la vacilación y ensordecimiento de
las dentales oclusivas finales (ej, grant). Por el mismo fenómeno se apocopan y varían los
nombres propios seguidos de patronímico: en nuestro texto, Fernando pasa a Ferran
Gonçalez.
La apócope hizo que /v/>/f/ nuve > nuf; /z/ > /s/ omenaje > omenax; mientras que /d/ vacila
poridat, lid > liz. Los pronombres enclíticos (detrás del verbo) se
entre /t/ y /z/ poridad >
fueron apocopando tras las formas no personales, otros pronombres y algunos sustantivos.
El mismo fenómeno sufrirán los nombres propios ante apellidos patronímicos
-Martino Antolínez > Martín Antolínez- , los finales en consonantes dobles –franc- y todo >
tot y tanto > tant.
Ahora bien, la apócope de los pronombres átonos tiene diversa cronología. Hasta 1276
pueden aparecer apocopadas las formas átonas de los pronombres de primera y segunda
persona -m´, t´-, el reflexivo apocopado -s´- lo podemos encontrar todavía en el siglo XIV y
el de tercera persona -l´- hasta bien entrado el siglo XV.
3) F-inicial latina. Se pronunciaba como tal, es decir, labiodental, fricativa y sorda, o bien
aspirándose como alófono de ese fonema. Hasta principios del siglo XVI se conserva como
grafía en las palabras que hoy tienen h-. Esta grafía la encontramos ya en el siglo XII en
algunos textos, pero lo general, hasta finales del XV es el mantenimiento de f-. Suele
ponerse como ejemplo de cambio de grafía las dos primeras ediciones de La Celestina
porque, en la primera (1499), predomina la grafía /f/ y, en la segunda (1501), la /h/. Aunque,
a partir del XVI, lo predominante sea la grafía /h/, no faltan textos arcaizantes que presenten
/f/.
4) H- inicial latina. En su evolución del latín al romance castellano se pierde (aféresis) para
posteriormente recuperarse en 1726, momento en el que el Diccionario de Autoridades
determina recuperar la h- etimológica.
Esta situación de mantenimiento de f- o de h- provocó también muchas confusiones de las
grafías, surgiendo así una f- antietimológica o, al contrario, se eliminaba alguna h que
provenía del latín. Posteriormente se recuperará la grafía con el restablecimiento de la norma
ortográfica por la Real Academia.
5) Sibilantes. En la Edad Media existían 7 fonemas sibilantes: 2 alveolares (/s/, /z/), 2
dentoalveolares (/ŝ/, /ẑ/), 2 prepalatales (/š/, /ž/) y 1 africado (/ĉ/). Se da un reajuste en los
Siglos de Oro de manera que en la pareja de alveolares hay un ensordecimiento de la
sonora, en las parejas dentoalveolares, las africadas se hacen fricativas, se ensordecen,
adelantan el punto de articulación y se hacen interdentales /Ɵ/ (grafía -z-). Por otra parte, la
pareja de prepalatales también se ensordece y retrasa el punto de articulación velarizándose,
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así surge /x/ (grafía -j-).
Las grafías -s- / -ss-. Proceden de los fonemas alveolares fricativos sordo y sonoro /s/, /z/
medievales. En época medieval e xistían dos fonemas:
- Sordo /s/ (grafía -s- o -ss-) procedente de la -s- latina no intervocálica. - Sonoro /z/
(grafía -s-) procedente de la -s- latina intervocálica o del grupo /ns/.
Las grafías -ç- y -z- representaban a los fonemas dentoalveolares africados sordo y
sonoro /ŝ/ y /ẑ/ respectivamente que, en la Edad Media, procedentes de los latinos tj, kj, cj y
c + e, i, palatalizaron en latín vulgar a consecuencia de la yod y que en situación
intervocálica se sonorizó. Cuando se produce la palatalización del grupo /kt/ > /ĉ/ en un
sonido idéntico al sonido palatal africado sordo /ŝ/, este último adelanta su punto de
articulación convirtiéndose en dentoalveolar africada sonora en posición intervocálica o
implosiva (“crecida”, “fizo”, “donzella”) o sorda si no es intervocálica (“fuerça”). Estas
grafías -ç- y -z- sólo son válidas desde la época alfonsí, ya que antes todavía pueden
encontrarse casos de “confusión” de grafías, puesto que éstas todavía no estaban fijadas.
Perdurarán hasta su regularización en 1726, fecha de la publicación del primer tomo del
Diccionario de Autoridades, en cuyo prólogo se dictan las primeras normas académicas,
suprimiendo la -ç- y regularizando los empleos de -b-, -u- y -v-.
La grafía -x- se conserva de la grafía latina pero que en época medieval palatalizó dando el
fonema prepalatal fricativo sordo /š/. Este fonema palatal empezó a velarizarse en el siglo
XVI, generalizándose la pronunciación velar en el siglo XVII. La grafía medieval -x- para
representar al actual fonema /x/ (con grafía -j-) llega hasta 1815, y hoy perdura en los
cultismos (examen, taxi) . En ese año aparece la octava edición de la Ortografía Académica,
en la que se suprimen estos usos.
La grafía -g- es la correspondiente fricativa prepalatal sonora /ž/, cuando va seguida de
las vocales e o i y -j-, -i- cuando la siguen a,o,u (‘‘mejor’’, “fijo”, “Julio”). Este fonema
procede de la 2ª yod: -lj-, -k´l- > ḻ, cuyo resultado palatal lateral se ve desplazado cuando se
produce la palatalización de la geminada lateral, lo que nos llevará al mismo resultado,
pero con orígenes y cronologías diferentes. Debido a esto, se produce un cambio de
articulación del fonema que pasará a prepalatal fricativo sonoro /ž/, esto es, se produce una
deslateralización (pasar de lateral al central): ḻ > ž. Ej: MELĭOR >[meljor > meḻjor > meḻor
> mežor > mešor > mexor].
En el siglo XVI se produce un reajuste de las sibilantes, de modo que la pérdida de la
correlación de sonoridad redujo los seis fonemas a tres: el fricativo alveolar sordo, el
fricativo prepalatal sordo y el fricativo predorsal sonoro, lo que, sin embargo, no detuvo
su evolución. En un claro intento de evitar las posibles confluencias, se ampliaron los
márgenes articulatorios, desplazando la fricativa prepalatal hacia la parte posterior del
paladar y, consecuentemente, velarizándola, mientras que la predorsal se interdentalizó con
el mismo fin. En 1560 culmina tal proceso de reajuste. En esquema, la situación era la
siguiente.
Desde el punto de vista gráfico, el problema queda solventado en el siglo XVIII, con la
creación de la RAE y la publicación del Diccionario de Autoridades (1726), porque
decide seguir criterios etimológicos, de manera que se impone que las palabras cuyo
étimo tenía /p/ o /b/ se escriban con <b> y las que, etimológicamente, tenían wau se
escriban con <v>. La presión del uso y la tradición provocó no pocos vocablos que
tienen <b> o <v> no etimológica: vota > boda.
7) El grupo /mb/ unas veces se mantiene y otras se reduce. La reducción se ha
explicado por causa fonéticas debido a la asimilación de dos sonidos labiales sonoros (m
y b). En la etapa medieval, se mantienen formas con mantenimiento (“palombas”).
9) Fonema palatal fricativo /y/ en la Edad Media era un fonema semivocálico y como
tal podía encontrarse en la segunda posición de un grupo vocálico (“oydo”), o en
posición inicial de palabra. Su origen es la yod 3ª (bj, dj, gj). También puede tener
origen en el grupo “-g- + -e-, -i-” y en “-k- + -e-, -i-” y en la semiconsonante palatal
latina -j-. Se consonantizó seguramente a finales del siglo XV, aunque fue un proceso
largo que comenzó quizás a mediados del siglo XIV. En el año 1815 se suprime “y”
con valor vocálico, salvo casos actuales (rey).
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El fonema prepalatal fricativo sonoro /j/ (yod latina) posteriormente palatalizará en el
fonema palatal -y- (iaze > yace).
10) La grafía –nn- > ñ, para mantener su diferenciación con la simple -n-, fonema
nasal alveolar retrasa su articulación y palataliza dando como resultado la nasal palatal
-ñ-. Una forma muy común en los primeros años del español prealfonsí (“ensanna”,
“sennor”).
11) Grupo consonántico -ny-. Este grupo formando por el fonema nasal alveolar
sonoro /n/ seguido de la yod -y-, posteriormente palatalizará dando lugar a nuestra
particular y única –ñ- (niño > niño).
12) Laterales /l/ y /ll/. Observamos la grafía -l- en lugar de -ll- en posición inicial
(“levó”). De la misma manera, encontramos este mismo ejemplo en situación
intervocálica (“alí”). En el siglo XV, esos grupos -lj- más vocal ya habían palatalizado
en -ll- por efecto de la yod (“llevó”, “allí”).
13) Geminadas latinas. A lo largo de la Edad Media nos vamos a encontrar con la
conservación en la escritura de las geminadas latinas, hasta que la evolución natural del
idioma llevó a una simplificación de las mismas tanto en el habla como en la grafía
(commo > como).
Un ejemplo de geminadas como “ffalleçer” , se explica de la siguiente manera: parece
ser que la doble ff- marca el rasgo no aspirado de la F- si tenemos en cuenta que el resto
de F->f- e n el texto representan el sonido aspirado de la misma en su evolución hacia la
ausencia de sonido. Se trata de una cuestión compleja, ya que si palabra hubiese estado
en el centro del verso la doble ff- j ustificaría la ausencia de la sinalefa para establecer el
cómputo silábico.
14) Vibrantes simple /r/ y múltiple /r/. Encontramos una vacilación en su uso
(“hondrra”). Estas vacilaciones son propias del medievo y seguirán hasta que Nebrija fije
la norma en el siglo XV con su Gramática de la lengua castellana. También encontramos
geminación de “rr” al comienzo de palabra (“rrazón”) para marcar el rasgo de
vibrante múltiple. A partir del siglo XIV las geminadas vibrantes pasas a denominarse
vibrante múltiple, fecha en la que se consolida como tal.
15) Disimilación de nasales e inserción de consonante homorgánica: “nonbre”:
nomine > nom´ne> non´re> nonbre > nombre.
16) Sonorización de oclusivas sordas intervocálicas: Fenómeno que se da muy
temprano en la lengua, pero que en algunos textos medievales podemos encontrar restos
como, por ejemplo, en “conptar”, cuyo fonema oclusivo bilabial sordo /p/ sonoriza por
influjo de la nasal anterior /n/, llegando a perderse posteriormente, evolucionando al
actual “contar”.
17) Oclusivas dentales sordas y sonoras /t/ y /d/. La tónica generalizada de estos 5
fonemas a lo largo de la Edad Media, tanto en posición intervocálica como en posición
final es el fenómeno de la degeminación y sonorización y/o fricatización y pérdida,
respectivamente. A lo largo de la Edad Media podemos encontrar formas escritas con la
grafía -t- o con -d-. En la primera mitad del siglo XV alternan ambas grafías, si bien la de
-t desaparece a finales de esta centuria. El hecho de que aparezca la grafía de la sorda no
implica que la /d/ se pronunciara como /t/. También se registra desde mediados del siglo
XVI algún ejemplo con pérdida de la consonante final: verdá.
18) En cuanto al vocalismo, el tónico se fija en el siglo XIII, pero el átono no se fija
hasta el siglo XVI, así que son frecuentes las vacilaciones, por ejemplo, de la vocal
media “o” en lugar de la “u” (“logar”) y de la vocal “e” en lugar de la “i” (“ueuir”) o al
contrario (“dizia”). Esta vacilación de timbre se dará hasta la segunda mitad del siglo
XV.
19) Diptongación de la ĕ breve latina. Vemos como en los orígenes del español, hay
una alternancia de dos variantes: -ě- > -ie- / -ia-. Mientras que en romances como el
leonés y documentos como los aragoneses presentan ambas variantes, el castellano sólo
alterna desde el siglo X la forma -ie- con la forma culta sin diptongar (“fiziestes”).
Posteriormente, se da una monoptongación del diptongo –ie- en –i- en diferentes
casos: -ellu, -ella > -iello, -iella > -illo, -illa
Ej.: castella > castiella > castilla
diptongación de -e- > en -ie- (proceso de bimatización)
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② monoptongación de -ie-, producida por la articulación palatal diferente de la -e-
respecto a los otros dos sonidos: /i /, /ḻ /.
La monoptongación del diptongo se produce ya en el siglo X, en el norte de Castilla y
los primeros ejemplos en lengua literaria se registran en el Arcipreste de Hita, lo que
podría significar que la reducción tenía una consideración sociolingüística baja. Ya en el
último tercio del siglo XIV, la forma estaba generalizada.