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La wau no
WAU
tiene efecto sobre las consonantes, únicamente atrasa o velariza
vocales. Al igual que la yod, la wau funciona como semivocal o
semiconsonante, según la posición que guarde en el diptongo; como
semiconsonante [w] si forma parte de un diptongo creciente y como
semivocal [u̯] si forma parte de un diptongo decreciente.
Las causas por las que aparece una wau pueden ser:
En general, las consecuencias serán diferentes dependiendo del tiempo en que la wau haya estado en el
diptongo. Así, una wau que ya existía en latín muy probablemente cerrará vocales, ya que participó más
tiempo en la palabra; mientras que una wau que requirió de un proceso previo para existir causará menos
estragos.
TAURU: /ˈtauɾu/1 > ˈtau̯ɾu2 > ˈta⟵u̯ɾu3 >ˈto➝u̯ɾu4 > ˈtoɾu⟵#5 > /ˈtoɾo/ <toro>
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AURU:
! 2) WAU POR METÁTESIS
La wau por metátesis surge cuando hay un cambio en la posición de los segmentos; cerró vocales o impidió
su abertura normal, como en el caso de VĬDUA.
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! 4) WAU POR VOCALIZACIÓN
Surge a partir de una consonante que se vocaliza. Esta consonante fue, prioritariamente, la lateral alveolar
en posición final de sílaba, agrupada con otra consonante.
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ALTERU: /ˈalteɾu/1 > ˈaltɾu2 > ˈal←tɾu←#3 > ˈa←u̯tɾo4 > ˈo→u̯tɾo5 > /ˈotɾo/ <otro>
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Cabe señalar que otro tipo de consonantes famililarizadas alofónicamente con la zona de
articulación velar, o con rasgos labiales (como /g/, /b/, etcétera), pudieron vocalizar bajo las
mismas circunstancias silábicas, por ejemplo con /b/ procedente de /p/: LAPIDE: /ˈlapide/1 >
ˈla→p←ide2 > ˈlabde3 > ˈlau̯de4 > /ˈlaude/ <laude>.
Otros fenómenos de cambio fonético
El inventario y la ordenación del sistema fonológico de una lengua puede sufrir tres tipos
de cambio: i) pérdida de contrastes; ii) aparición de contrastes; y iii) reajustes de
las correlaciones que establecen los fonemas. Como resultado de estos procesos, los
sistemas lingüísticos pueden perder fonemas (desfonologización); generar nuevos
fonemas (fonologización); y modificar la adscripción de la correlación en la que se
integran los fonemas (refonologización).
YEÍSMO. La mayor parte del mundo hispanohablante, tanto en Europa como en América, ha
desaparecido la distinción entre el fonema lateral palatal sonoro /ʎ/ y el fonema palatal fricativo
sonoro /ǰ/, en favor de este último. A este fenómeno se le conoce como yeísmo. Por lo anterior, los
hablantes yeístas no distinguen la pronunciación en pares como callado y cayado; callo y cayo;
halla y haya; pollo y poyo; vaya y valla. El yeísmo es consecuencia de la eliminación de las
diferencias entre dos fonemas articulatoriamente muy próximos: tanto /ʎ/ como /ǰ/ son fonemas
palatales sonoros, la principal diferencia radica en que el primero es lateral, pues en la
articulación del sonido correspondiente el aire sal al exterior por los laterales de la boca, al estar
cerrado el paso por el canal central; en cambio, en el segundo, el aire sale al exterior por el
centro de la cavidad bucal.
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REAJUSTE DE
SIBILANTES
La bibliografía especializada ha explicado desde el punto de vista lingüístico el desarrollo
y los reajustes en las diferentes épocas y variantes del español de los sonidos /z/, /c/
y /s/. Estas consonantes pertenecen al grupo de las denominadas sibilantes, cuya
característica principal es que se pronuncian colocando determinada parte de la lengua
en la zona dentoalveolar, es decir, entre los alvéolos y los incisivos, o bien, palatal, en el
área del paladar duro; la articulación de estos sonidos permite la salida continua del aire
por lo que se presentan con una especie de silbido.
Con respecto a la evolución histórica, tal como señalan Concepción Company y Javier
Cuétara, en el Manual de gramática histórica (México: Universidad Nacional Autónoma de
México, 2008), en el español medieval, suelen identificarse seis consonantes sibilantes,
que permanecieron así hasta el siglo XVI: /s/, /z/, /∫/, /ʒ/, /d͡ z/ y /ts͡ /; los cuatro
primeros sonidos eran fricativos, esto es que permiten una salida continua del aire, y
hace que éste produzca cierta fricción o roce en los órganos bucales; los dos últimos eran
africados, es decir, que se pronuncian impidiendo por completo la salida del aire entre
los órganos articulatorios para luego dejarlo salir. Los sonidos /s/, /∫/ y /ts͡ /, eran
sordos, sin vibración de las cuerdas vocales, mientras que /z/, /ʒ/ y /d͡ z/, sonoros, con
vibración en las cuerdas vocales; /ts͡ / y /d͡ z/ eran dentoalveolares, cuya pronunciación
corresponde al contacto de la lengua en los incisivos y en los alvéolos; /s/ y /z/
alveolares, acercando o aplicando la lengua a los alvéolos de los incisivos superiores,
y /∫/ y /ʒ/ postalveolares, con la lengua próxima o en la parte posterior de los alvéolos.
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sesión séptima
sonoros /z/, /ʒ/ y /d͡ z/ que derivaron en /s/, /∫/ y /ts͡ /. Sólo en Andalucía occidental y
en el norte de España se produjo una confusión de los sonidos africados /ts͡ / y /d͡ z/,
dando como resultado un nuevo sonido interdental /θ/, es decir que se pronuncia
colocando la punta de la lengua entre los bordes de los dientes incisivos. Por último, en
todo el español, la consonante /∫/ retrajo su articulación y se convirtió en un sonido
velar /x/, que se produce con el dorso de la lengua y el velo del paladar.
Cabe señalar que durante la expansión del español en América, los diferentes sonidos
sibilantes estaban presentes, en mayor o menor medida, pero siempre existieron
vacilaciones en la pronunciación, prueba de ello son las múltiples recomendaciones
hechas sobre el uso de las variantes dialectales durante diversas épocas, por ejemplo, en
el texto Geographia Histórica, de Almería Pedro Murillo Velarde (Madrid, 1752), se indica
que “el hacer la z s, pronunciando dulce devosión, sosobra es vicio en que incurren no sólo
mugeres melindrosas sino hombres con muchas barbas; y de este modo pronuncian
muchos en Murcia, Valencia y Sevilla, y se ha comunicado a casi todos los españoles que
nacen en Indias”. Los motivos de los cambios en el sistema fonológico son múltiples, y
generalmente están relacionados con la facilidad articulatoria, es decir, con la reducción
de un sistema complejo a uno más sencillo, mediante un proceso natural en todas las
lenguas denominado economía.
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Español Medieval Español ibérico actual Español americano actual
/s/
/z/
͡
/dz/
/ts͡ /
/∫/
/ʒ/
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Paradigmatización gráfica
El paradigma gráfico ca [ka], co [ko], cu [ku], que [ke], qui [ki] del español actual tiene su origen en el
latín antiguo. En esta lengua es posible documentar la presencia de las grafías K, Q y C para representar el
sonido oclusivo velar sordo [k], cada una en distribución complementaria, es decir, eran sonidos
relacionados que aparecían en contextos vocálicos excluyentes: K (a), C (e, i), Q (o, u).
La grafía K ante vocal -a correspondía al sonido oclusivo velar sordo [k]: KARTHAGO [kartágo]
‘Cartago’.
Por su parte, la C ante las vocales -e, -i representaba el sonido oclusivo velar sordo [k]: FACETIA
[fakétia] ‘broma’; CINIS [kínis] ‘ceniza’. Además, ante -e, podía también tener el sonido oclusivo velar
sonoro [g]: RECESTA [regésta] ‘lista’.
Y, finalmente, la letra Q delante de la vocal -u (representada en latín mediante la grafía v)
correspondía al sonido oclusivo velar sordo [k]: QUOVIS [kuóbis] ‘a cualquier parte’; mientras que ante la
vocal -o representaba el sonido oclusivo velar sonoro [g]: EQO [ego] ‘yo’.
Precisamente es esta distribución la que da nombre a estas consonantes tanto en el latín como en el
español actual: K [ka], Q [ku] y C [se, θe]. Tal y como señala Alfred Charles Moorhouse, los nombres de
estas consonantes guturales “refleja la primitiva práctica etrusca de utilizar Q, K y C ̶ todas con el valor
de k, pues el sonido g no existía ̶ ante esas mismas vocales: sólo en el caso de la Q la práctica se remonta
todavía más atrás, hasta el griego” (Historia del alfabeto, México: FCE, 1961:188).
En latín tardío, la K conservó su distribución ante –a, ka; la Q constriñó su uso ante -u, Qu;
mientras que la C amplió su capacidad para aparecer en todos los contextos vocálicos Ca, Ce, Ci, Co, Cu.
En efecto, la grafía K permaneció en muy pocas palabras ante la vocal -a: KALENDAE [kalénde]
‘calendas’. Si bien, en español actual, existe un amplio repertorio de voces que incluyen la grafía k [k], son
principalmente cultismos griegos o latinos: kilo, kinesiología, telekinesia; préstamos de otras lenguas
relativamente recientes: bikini, vodka, kermés, búnker, punk, vikingo, por mencionar algunos ejemplos.
Por su parte, el empleo de Q para el sonido oclusivo velar sordo [k] se restringió y sólo permaneció
ante la vocal -u: QVADRUM [kuádrum] ‘un cuadrado’. Antes de la aparición del español escrito, en casi
todos los contextos, el grupo Qu [ku], formado por la velar sorda [k] y la semiconsonante [w], perdió el
sonido semiconsonántico [w] (representado por la –u) y permaneció únicamente el correspondiente a la
velar [k]. No obstante, como explica Ralph Penny “la tradición ha mantenido el empleo del dígrafo qu-
ante /e/ e /i/ tanto en español medieval como moderno, y también ante /a/ átona en español medieval”:
QUĪNDECIM > quince [kínse / kínθe], QUERELLAM > querella [keréλa], QUAERERE > querer [kerér].
En efecto, como sabemos, en el español actual, el dígrafo qu ante las vocales e, i se emplea para
representar gráficamente el fonema [k]: quebranto [kebránto], esquema [eskéma]; quimera [kiméra]
adquirir [adkirír]. En cambio, explica el autor “Cuando QU- va seguida inmediatamente por una /a/ tónica,
la semiconsonante se mantiene. En este caso, el español medieval escribía también qu-; la grafía cu- data
del siglo XIX: QUATTUOR > quatro, más tarde cuatro; QUĀLE > qual, más tarde cual” (Penny, 1993:93).
La C, en cambio, ganó terreno en el latín clásico y comenzó a emplearse ante cualquier vocal con el
sonido velar sordo [k]: CAPRA [kápra] ‘cabra’, CENTUM [kéntum] ‘cien, ciento’, CIRCUS [kírkus]
‘circo’, COMMINUS [kom:ínus] ‘de cerca’, CUPPA [kúp:a] ‘copa’, y, por lo tanto, tuvo mayor presencia
frente a Q y K. Ya en el siglo II d. C., la consonante C [k] seguida de las vocales -e, -i comenzó a
palatalizarse y se transformó en una dentoalveolar africada sorda [͡ ʦ] que, en español medieval (siglo XIII),
se escribía a veces como c (cerca [͡ ʦérka]; cima [͡ ʦima]) y otras como ç (çerca [͡ ʦérka]; çima [͡ ʦima]), de
acuerdo con lo que señalan Company y Cuétara (2008/2014). Posteriormente, la [͡ ʦ] dio origen tanto al
sonido interdental fricativo sordo [θ], propio del español peninsular, como al alveolar fricativo sordo [s],
del español atlántico: CIRCULĀRE [kirkuláre] > çircular [͡ ʦirkulár] > circular [θirkulár ~ sirculár];
CEMENTUM [keméntum] > çemento [͡ ʦeménto] > cemento [θeménto ~ seménto].
No obstante, como vimos antes, puesto que la letra C podía representar tanto el sonido velar sordo
[k] como sonoro [g] era fuente de múltiples confusiones, por lo que “en el siglo III a. C., se creó la G
añadiendo un trazo en el extremo inferior de la C, para poder representar con letras diferentes lo que eran
también en latín fonemas diferentes” (RAE-ASALE, Ortografía de la lengua española, Madrid: Espasa
Libros, 2010: §5.4.2.1).
De acuerdo con lo anterior, el paradigma, ga [ga], go [go], gu [gu], gue [ge], gui [gi] es de creación
posterior al paradigma de ca [ka], co [ko], cu [ku], a partir del cual se creó. En el latín clásico, la letra G
representaba siempre el fonema [g] ante consonante o cualquier vocal (-a, -e, -i, -o y -u): GLORIA [glória]
‘gloria’, GRANDIS [grándis] ‘grande’; GALLUS [gál:us] ‘galo’, GELU [gélu] ‘hielo’, FRAGILIS [frágilis]
‘frágil’, FIGO [fígo] ‘clavar’, PRODIGUS [pródigus] ‘pródigo’. Posteriormente, en el paso del latín al
español, la G sufrió profundos cambios: ante las vocales palatales e, i comenzó a representar, en la
escritura, el fonema velar fricativo sordo [j], debido a la palatalización de g: GENUINUS [genuínus] en
latín, pero genuino [jenuíno] en español; LEGITIMUS [legítimus] en latín, pero legítimo [lejítimo] en
español.
En el sistema de escritura actual, el fonema /g/ se representa mediante la grafía g, cuando antecede
a las vocales -a, -o, -u: ganar [ganár], mago [mágo], gula [gúla]. Es posible que, siguiendo el modelo de
qu ante -e, -i, se comenzara a emplear el dígrafo gu ante las vocales -e, -i para representar el sonido
oclusivo velar sonoro [g], en el que la u es solamente un signo gráfico, sin valor fónico independiente:
gueto [géto], sigue [síge]; guijarro [gijárro], aguijón [agijón]. El uso de la diéresis para indicar que la u
entre la g y las vocales e o i, sí tiene valor fónico (como en desagüe, agüita) es posterior a la Edad Media,
como lo señala Baltazar González Pascual “Ya Alfonso X, y más tarde Nebrija, escribían verguenza,
todavía sin diéresis. Este será un invento posterior; en los siglos XVI y XVII ya utilizan la crema Juan de
Valdés, Covarrubias, Correas o Juan Villar. En 1741 la Academia establece que cuando la u «en las
combinaciones que, gue, gui, se hubiesse de pronunciar, se pondrán sobre ellas dos puntos a que los
impresores llaman crema»” (2009:224).