Está en la página 1de 6

Jorge Rulli: el último “maldito” del país burgués

Días atrás dio su último adiós el legendario militante Jorge Eduardo Rulli, dueño de una singular,
irrepetible y original trayectoria de lucha política e intelectual que lo condenó a una soledad tan
digna como dolorosa, pese al afecto y admiración de miles de activistas ambientales de la mayor
diversidad. En estas páginas se recuperan trayectos de su itinerario y se comenta su última
publicación: “Semillas para una nueva conciencia”, que reúne sus escritos más recientes y
disruptivos.

Américo Schvartzman

“El actual dista de configurar un proceso de liberación nacional y simplemente constituye una
nueva versión del desarrollismo en que se termina confundiendo el consumo con la felicidad del
pueblo”, acusaba Jorge Eduardo Rulli, en agosto de 2007. Era el vértice, el mejor momento, el más
exitoso tramo del kirchnerismo gobernante.

Un par de años antes Jorge alentaba todavía la ilusión de que ese mismo kirchnerismo condujera un
proyecto de “dignidad nacional, con la capacidad de recuperar políticas de Estado, una democracia
participativa, un gran proyecto nacional que reagrupe las energías disponibles a la medida de
nuestras mejores tradiciones de lucha”. Prontamente vislumbró que era solo ilusión. Y Rulli se
alejó, cuestionando, pegando duro. En ese momento y no, como ocurre con la conocida analogía
marítima, cuando los roedores intuyen el inminente naufragio.

Pocos años después lo definió sin piedad: “El kichnerismo es un engendro neodesarrollista,
producto del cruce del peronismo desarrollista con la izquierda posmoderna”.

Así era Rulli: implacable, frontal, tajante.

Con siete décadas de lucha que dejaron muchas marcas sobre su cuerpo y muchas otras sobre su
espiritu, indetectables a través de los sentidos, Rulli era algo así como la conciencia crítica
insobornable del costado más rebelde, más transgresor, más disidente del movimiento político más
importante de América Latina, como le gustaba autopercibirse al peronismo.

Con su personalidad irreverente e impetuosa, y a la vez con un decir delicado, seductor, cultivado
en clásicos literarios y filosóficos, dulce a veces, filoso siempre, Rulli encarnaba la vertiente más
genuinamente innovadora y rupturista del “movimiento nacional y popular”. Quizás la última
muestra de esa veta, fallecidos otros personajes emblemáticos como los hermanos Rearte, “Cacho”
El Kadri, Héctor Spina, Felipe Vallese, Carlos Caride…

Sí, Rulli era el último sobreviviente de la primera Juventud Peronista, nacida en la “Resistencia” a
la llamada “Revolución Libertadora”. Y también era mucho más.

EL ADIÓS AL GUERRERO DE LA PERIFERIA

Hacía rato que Rubén Kika Kneeteman –uno de los últimos amigos/discípulos de Jorge Rulli– me
había anoticiado de que el luchador estaba empezando a despedirse. El cuerpo del “guerrero de la
periferia” (título insuperable de uno de los libros que cuenta su historia, de autoría de Juan
Mendoza) ya no daba más, aunque su mente impar tenía para ofrecer mucho.
La voz de Rulli era tan necesaria como incómoda y molesta. En su originalísimo itinerario de lucha
tuvo muchos méritos. Uno de ellos el de ser quien en los años 90 ya advertía sobre la sojización de
la Argentina, sobre ese experimento a cielo abierto en el que los intereses de los grupos del
privilegio (de adentro y de afuera) convirtieron a los territorios argentinos. Nunca dejó de ver ese
proceso como una nueva colonización en la que, para su más profundo pesar, las dirigencias
peronistas habian sido cómplices fundamentales, “partícipes necesarios”.

“A veces siento que cada vez puedo hablar de estas cosas con menos gente”, me dijo en una
entrevista en 2016. Atravesando su novena década de vida, Jorge no dejaba de hablar “de esas
cosas”, de alertar sobre las consecuencias del modelo agroexportador extractivista, contra “la
mirada 'progresista' urbana, hegemónica para la cual 'progresar' es amontonarse en ciudades", y
tragar basura (en varios sentidos, empezando por la alimentación).

Referente del Grupo de Reflexión Rural (GRR), Jorge Eduardo Rulli fue uno de quienes iniciaron la
lucha contra los transgénicos en la Argentina. El GRR fue una usina notable de voces disidentes, en
las que junto a él brillaron Adolfo Boy, Guillermo Gallo Mendoza, Ignacio Lewkowicz. Destacados
referentes actuales hicieron sus primeros pasos allí, entre ellos Guillermo Folguera, quien evoca a
Rulli con estas palabras:

“Jorge entre tantas cosas que me dejó, hay tres muy nítidas: la primera es la claridad para reconocer
los problemas que verdaderamente tenemos y sacar de encima todo el falso ropaje; la segunda de las
enseñanzas es que a veces la derrota es la mejor opción, que ese pragmatismo, esa cuestión de
aferrarse a que ganemos siempre, muchas veces termina en cosas contrarias a las que se querían
sostener; y la tercera, en esta época de tanta gente doblada, gente que sus últimos pasos los da en
dirección opuesta a cómo vivió, Jorge se fue con la fortaleza y la ternura para morir como vivió.
Gente así nunca se va”.

UN ITINERARIO IMPAR

Su inserción en la lucha armada a fines de los años 50 lo llevó por distintos rumbos, y luego de
varios años de cárcel (más de una década en total) y de la cruel tortura bajo la última dictadura,
Jorge recaló en Europa a inicios de los 80. Allí comenzó a adquirir la mirada que lo llevó a
convertirse en un experto en ambiente, en desarrollo sustentable, en todas esas etiquetas que para
algunos son elementos de curriculum para currar, y para él era –nada menos– que la lucha por la
supervivencia de la especie.

Jorge es inclasificable, porque no estaba cómodo en ningún lado, salvo en las luchas, y salvo entre
sus plantas, junto a Wanda Galeotti, su compañera de vida en su chacra de Marcos Paz. Seguía fiel a
los ideales que a los 15 años lo llevaron al peronismo, y era dolorosamente consciente de que la
mayor parte de quienes hoy se identifican como peronistas, no pueden entender el pensamiento de
Rulli, tan demoledoramente crítico de los gobiernos “peronistas” (él decía que no lo eran) como del
macrismo. Tanto es así, que aun las pocas voces que se alzaron en su defensa cuando el
kirchnerismo lo echó sin explicaciones de Radio Nacional –donde condujo durante cinco años el
programa “Horizonte Sur”– lo hacían diferenciándose de su “fundamentalismo antisojero y
antitransgénico”. Ah sí, porque eso es lo más fácil cuando se prefiere no escuchar al disidente:
calificarlo de fundamentalista, de delirante, de paranoico, de las muchas cosas que le dijeron al
gran, al enorme Jorge Eduardo Rulli.

En realidad, lo que no se bancaban de Rulli, es que decía lo que nadie quiere oír: que los verdaderos
dramas del país no se debaten, que en los últimos veinte años se ha sumido a la población más
vulnerable en un nuevo naufragio social, que no es diferente en esencia al que provocó el
menemismo, (y quizás hasta peor, porque se hizo y se hace en nombre de valores muy caros a las
luchas sociales y populares), que el modelo económico implantado es criminal y que la forma en
que nos alimentamos es suicida, y que ni los partidos de la izquierda dura, se animan a plantearse en
serio estas cuestiones.

EL ÚLTIMO MALDITO

Rulli era el último rebelde vivo, el último “maldito” de aquel “hecho maldito del país burgués”,
según la conocida expresión de John W. Cooke, al que el mismo Rulli se permitía no solo
cuestionar, sino incluso “bajarle el precio” (“Nosotros lo echamos a Cooke por desarrollista, por
derechista, por socio de Frondizi… Se fue a Cuba, se hizo marxista-leninista y volvió ganador. Pero
de acá lo rajamos por desarrollista. Y ahora el desarrollismo volvió con el Gordo Cooke, con el
discurso de la izquierda posmoderna…”, me dijo en una entrevista de 2016).

Pero con los años Cooke pasó a ser leyenda, y Rulli, leyenda viva, era sin embargo dolorosa o
deliberadamente ignorado por quienes hoy integran las distintas variantes del peronismo, con
honrosas excepciones (como por ejemplo Julio Bárbaro, quien se preciaba de su amistad). Ignorado
en los dos sentidos que ofrece el diccionario: no saber, no tener noticia de algo, pero también tratar
a algo o alguien como si no merecieran atención. Hágase la prueba. Pregúntesele a cualquier
militante joven (y no tan joven) del peronismo actual por Jorge Eduardo Rulli. En la abrumadora
mayoría de los casos recibirá la desoladora respuesta en forma de interrogación: “¿Rulli? ¿Quién es
Rulli?”.

Es que en efecto, como escribió Rulli, aquellos que “siendo adolescentes arrojaban piedras contra
los autos del movimiento cívico-revolucionario, continúan olvidados, ignorados, la mayor parte ha
muerto en la indigencia, otros están en los geriátricos y algunos seguimos levantando nuestras voces
en permanente rebeldía”. Consciente de que “continuamos pese a todo siendo el hecho maldito del
país burgués”, sobre todo cuando “con nuestra propia historia rebatimos los argumentos desde la
polis y desde los discursos de los derechos humanos, de algunos intelectuales que hasta no hace
mucho fueran intelectuales críticos y que parecieran haber descubierto últimamente una fortísima
vocación oficialista”.

La capacidad de indignarse de Rulli permaneció intacta hasta su último adiós. Y eso era lo que lo
mantenía lúcido y joven para analizar los procesos mundiales y la participación de nuestros propios
procesos sociales y económicos en ellos. “Frente a los que insisten en que no comen vidrio,
nosotros podemos responder que podríamos comer vidrio, pero que lo que nunca comeremos es soja
transgénica o dietéticos con aspartame de Monsanto”, agitaba Jorge.

ANARCOPERONISTA KUSCHEANO

Hay quienes han sindicado a Jorge Rulli con el mote de “anarcoperonista”, entendiendo esa
definición más como injuria que como descripción, o quizás en alusión a la imposibilidad de que
Jorge se cuadrara –muerto Perón– ante ninguna conducción vertical. Y algo de eso puede haber.
Pero también había mucho más. Rulli abrevaba a la vez en el pensamiento de Rodolfo Kusch y en el
bagaje libertario más conspicuo. Se reía, puteaba y se incendiaba, sucesivamente, con la ola
neoliberal antiEstado que ahora aparece bajo esa equívoca etiqueta. E identificaba, entre las pocas
experiencias políticas recientes que le producían entusiasmo, al zapatismo chiapaneco, los
Caracoles del EZLN y el subcomandante Marcos, precisamente como un comunalismo libertario
que encendía en él una llamita de esperanza. Había ido en persona, pocos años atrás, a conocer de
primera mano esa experiencia.
Jorge podía encontrar lazos significantes entre Rodolfo Kusch y John Berger y el zapatismo más
allá de lo anecdótico, cavando hondo: “Kusch creía que los frutos del mestizaje, que somos
nosotros, no tienen un rostro propio, están camuflados. Y este es el discurso zapatista: nos cubrimos
para revelarnos, no nos ponemos antifaz para enmascararnos; nos ponemos antifaz para
desenmascararnos, porque no llegó la hora de mostrarlo, porque no lo tenemos. Ese es un
pensamiento kuscheano. No es la hora de América; estamos creciendo, desde el tronco, desde el
estar, tratando de ser. Pero todavía no llegó la hora de ser. Lo único que podemos hacer es ayudar a
que llegue esa hora, desde el estar, no copiando otras formas del ser. Esta es una lucha larga. Yo
creo que Kusch era un zapatista anticipado, porque dijo las mismas cosas, pero las dijo mucho
tiempo antes”.

PROUDHON, PROUDHON, QUÉ GRANDE SOS

Como parte de su original recorrido conceptual, Rulli había superado el dogmatismo estatalista que
compartían el peronismo tradicional y las diferentes izquierdas del pasado. Pocos años atrás me
decía:

Rulli: Estamos todos en crisis personal con el Estado, porque todos fuimos estatalistas… Y hoy día
cada vez estamos más convencidos de la autonomía, de la organización, estamos cada vez más
libertarios. ¿Por qué te crees que a las generaciones jóvenes les atraen cada vez más esas ideas…?
Yo cuento que al llegar a Brasil, cuando los desórdenes del “movimentoPasseLivre”, en la
Universidad de Sao Paulo, en el momento en que entro al salón, una profesora estaba diciendo por
el micrófono: “Hoy la opción es entre Marx y Lenin o Proudhon y Bakunin…”. Yo después cuando
lo contaba acá, decía “Marx y Lenin” o “Perón y Bakunin”, pero no, había algo que no cerraba
(risas).
– “Proudhon /Proudhon / qué grande sos”.
Rulli: (Risas) Sí, sí, algo así. Pero hablando en serio, las ideas libertarias están entre las cosas que
han sobrevivido, que no se han corrompido del todo. Ha sobrevivido Bakunin, Evita, los
zapatistas… y no mucho más.

PENSAMIENTO COMPLEJO, SITUADO Y GLOBAL

El pensamiento de Rulli no se freezó en los 60 o los 50. Ni siquiera en los 70. Al contrario, sufrió un
virtuoso proceso de complejización y sofisticación permanentes, producto de un conjunto
muticausal. Entre esos factores, brilla la incomparable avidez intelectual que mantuvo en su mente
la frescura de adolescencia hasta el final. Pero también su impar experiencia de vida, que incluyó
más de una década de prisión en distintas cárceles y tormentos tremendos y exilio en Europa, pero
también viajes de “formación y capacitación” a la China maoísta, enviado por el mismísimo Perón,
o a la Cuba castrista para reponer su salud. O su temprana vinculación con los movimientos
ecologistas en Europa, cuyas perspectivas fructificaron en su pensamiento gracias al terreno fértil
abonado por sus años de comunión filosófica con Rodolfo Kusch, el singular pensador de la
América Profunda en versión peronista. Con Kusch trabajó Jorge en uno de los períodos que más
marcaron su pensamiento, y Kusch siguió siendo para él una referencia central. En su último libro,
Semillas para una nueva conciencia, Kusch es citado por Rulli en quince oportunidades, y no hay
otra figura más mencionada, ni siquiera la de Eva Perón.

Sabiéndolo o no, Jorge cumplía con la máxima de Ortega y Gasset, aquella de que “la claridad es la
cortesía del filósofo”. (Aunque si leyera esto, rechazaría con gesto airado que se lo catalogara de ese
modo). Sus textos, producidos para un uso oral (editoriales radiofónicos, intervenciones en
encuentros, mensajes en congresos) son siempre elocuentes y claros, sin afectación alguna. Pero al
mismo tiempo, denotan una erudición que invita a saber más, a profundizar para comprender en
todo su alcance de qué hablaba.
Kuscheanamente, ocurre que el pensamiento de Rulli no era algo cristalizado, no discurría como
algo que “es” (y por tanto cerrado, opaco a lo que lo circunda). El pensamiento de Rulli siempre
“está siendo”, es un pensamiento abierto y dinámico, listo para incorporar cualquier perspectiva que
lo enriqueciera. Por eso podía admirar a la vez a Alberto Methol Ferré y a Olof Palme, o saltar de
John Berger a Bookchin, de Parménides a Petra Kelly, la alemana fundadora de Los Verdes. Voraz
para devorar lecturas, no incorporaba cualquier cosa. Como el Martín Fierro, podía argumentar que
“es mejor que aprender mucho / el aprender cosas buenas”. Y podía ir de lo local a lo global con la
misma fluidez con que recorría el análisis en el sentido inverso. Nada de lo humano le era ajeno.

CAMBALACHE NEODESARROLLISTA

Para Jorge era muy difícil, le resultaba particularmente árido, transmitir a los demás el conjunto de
sus perspectivas, aunque su ductilidad para la docencia era casi natural en él. Pero las heridas
invisibles, mucho más poderosas que las visibles, a veces conspiraban en una impaciencia
conceptual que lo hacía alejar de sí a quienes tal vez compartían más que nadie su mirada.

Quizás esa imposibilidad de sistematizar la complejidad de su pensamiento haya sido su frustración


personal más grande –las colectivas no pasaban por allí sino por el destino de la patria. Estaba
convencido de que “los presupuestos ideológicos del marxismo no permiten contener la creciente
complejidad del capitalismo globalizado y que, para ello, debemos retornar sin ambages a un
pensamiento complejo y al nacionalismo popular, retomando la mística de las luchas históricas y de
la pasión por la reunificación de nuestros pueblos hermanos”. En ese aspecto, su último libro
publicado en 2021 por Econautas, Semillas para una conciencia nacional, cumple una función
valiosa: reúne los textos en que desarrolla la complejidad de su mirada, aunque la labor titánica de
sistematizar, de ordenar esas perspectivas, queda en manos de quien lea. Es un “manual” para
revisar lo ocurrido en el país y en el mundo en las últimas décadas. Pero paradójicamente no es un
manual fácil ni superficial: el retorno que reclamaba hacia esas dos fuentes transforma este texto, de
368 páginas, en un documento de enorme densidad conceptual.

Ese retorno lo había llevado tanto a recuperar el pensamiento ácrata, libertario, anarquista,
valorizando a pensadores de esa vertiente, tanto los clásicos como contemporáneos –en especial
Murray Bookchin– y al mismo tiempo podía pararse cada vez con más fuerza en el peronismo más
tradicional. Solo Jorge Rulli era capaz de iniciar un curso de formación política y filosófica con
Perón y su “Mensaje a los Pueblos y Gobiernos del Mundo”, esa notable exhortación referida al
ambiente y publicada el 16 de marzo de 1972, y terminarlo con los caracoles zapatistas, los textos
de Bookchin o la “retroprogresión” del español Salvador Pániker.

Desde esa compleja perspectiva Rulli condenaba al “cambalache tecno-neo-desarrollista que hasta
pretenden que nos sumemos a la fiesta los pocos conintes que quedamos vivos todavía, y que aún
damos testimonio con nuestra vejez digna y nuestra pobreza, de que hubo tiempos de lealtad e
intransigencia, en que el concepto de lo nacional y popular era precisamente lo nacional y popular,
y no otra cosa, y menos aún una cosa entreverada con los negocios y con la entrega de la soberanía
nacional”.

SEGUIRÁ MOLESTANDO

El discurso de Rulli incomoda y molesta, y para varios lados. Y lo seguirá haciendo. Tuve el placer
de conversar con él varias veces, un par de ellas para entrevistas “formales”, que andan por ahí
dando vueltas y que (aunque no me lo dijo) me hizo saber que le gustaron mucho. Tuve grandes
diferencias con él, como debe ser. Pero ninguna me impide ver que al despedirlo, despedimos a uno
de los grandes luchadores que han dado estas tierras, un pedazo de la historia de las luchas
populares y del peronismo, del que pude estar cerca en ratos inolvidables.

Queda mucho dicho y escrito por Jorge Rulli, mucho para complejizar la discusión, mucho para
interpretar y analizar a fondo, mucho para seguir aprendiendo, para seguir disintiendo. Su libro más
reciente, Semillas para una nueva conciencia, subtitulado Intuiciones, incertidumbres, paradojas…
es, a mi juicio, material imprescindible para quienes tomen en serio el desastre climático al que las
dirigencias parasitarias e irresponsables arrastran a la humanidad. Ese libro es el adiós de este David
que jamás temió pelearle a mano a Goliat, es lo mejor de Rulli, lo que invita a nunca dejar de creer
que vale la pena intentarlo. Que tiene sentido, todo el sentido del mundo, discutir lo que se nos
quiere imponer. Y es la mejor forma de mantenerlo vivo.

-----

RECUADRO

LOS PUNTOS DE SUTURA

(fragmento)

He pensado que, más allá de los activismos, deberíamos rescatar como una política de verdadera
resistencia, las prácticas de los puntos de sutura. El planeta enfermo puede ser reparado tanto por
decisiones políticas que modifiquen algunas situaciones globales, como por la acción reparatoria
que se desarrolle a partir de millones de puntos de sutura ecológica, dispersos a lo largo de su
biosfera enferma.

Un punto de sutura puede no ser más grande que el terreno habitual de un trabajador en uno de los
conurbanos o el fondo de una casita de la clase media, puede ser una plaza o una chacra, puede ser
una escuela o una granja. Lo importante es que lo convirtamos en un lugar donde la biodiversidad
se recupera, donde volvamos a ser nosotros parte de un ecosistema, reciclando los residuos y
enlazando los diversos procesos ecológicos de las plantas y de los animales, y también de nosotros
mismos, de nuestra alimentación, de nuestra calefacción o de nuestro esparcimiento.

Un lugar con árboles que regeneren con sus raíces las napas enfermas, un reservorio de diversas
variedades de plantas, un refugio para los pájaros expulsados del campo, con sapos y con charcas
donde vivan las ranas, un espacio con sol y con sombras, con enredaderas que trepen a los árboles y
con frutales de carozo y algo de huerta, con alguna gallina y con conejos, pero sobre todo, un lugar
donde ensayemos el estricto proyecto político del punto de sutura, el punto de sutura de la
naturaleza que, como ese fragmento de piel sana en la carne viva de los quemados, tienda a
propagarse y a unirse a otros puntos similares para sanarla.

Tenemos que ganar esta guerra como sea, porque nos va en ello la vida de nuestros descendientes.
En esta causa no hay batallas menores, y a diferencia de otras luchas, en esta podremos hallar la
felicidad y la alegría de haber cumplido con nuestro máximo deber: el de luchar por sobrevivir
como especie sobre el Planeta Tierra, nuestro hogar.

(De Semillas para una nueva conciencia, Econautas, 2021)

También podría gustarte