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Víktor Shklovski, Lev Tolstói

Trad. de F. Franchi

SEGUNDA PARTE

Infancia

No se puede ver en su diario cómo se proyectaba Infancia antes del Cáucaso. El


cambio de diferentes variantes escritas comenzó ya en el Cáucaso, en la stanitsa
Starogladkóvskaia. Los primeros esbozos no se parecen a aquel libro que nosotros
conocemos.
El libro comenzaba como una carta dirigida a un amigo cercano. El autor se
sentía desdichado y se justificaba. Parecía el comienzo de una novela epistolar. El
primer fragmento fue firmado con iniciales – G. L. N. Se puede descifrar como una
firma negligente: Graf (Conde) Lev Nikoláievich. El apellido no está porque el hombre
escribía para sí mismo, recordando su título, su nombre y su patronímico, pero el
apellido se sobreentendía.
“Parece que usted se enoja de veras conmigo por no haberle mandado enseguida
mis notas prometidas. Usted me escribe: ‘¿Acaso no merezco suficientemente su
confianza?’ ‘¿Acaso mi curiosidad lo ofende?’ Y luego se mete en razonamientos
acerca de la curiosidad, diciendo que la curiosidad puede tener dos causas contrarias: la
envidia –el encontrar de buscar el lado débil (malo)– y el amor –el deseo de ver el lado
bueno–; y quién sabe qué otros finos razonamientos hace usted sobre este asunto. Por
desgracia, me resulta totalmente indiferente qué tipo de curiosidad sea la suya y la de
todos aquellos a quienes usted les mostraría mis notas; mis propios razonamientos son
como los del inocente condenado al cadalso que no pedía absolución, sino que rogaba
solamente que escucharan su justificación”. En aquella época mucha gente describía o
se disponía a describir la infancia, revisando su vida con los tiernos ojos de un niño.
Lev Nikoláievich se propuso hacer algo más amplio, no la descripción de la
infancia, sino de las cuatro épocas del desarrollo. Extendiendo sus planes a décadas.
Y al mismo tiempo, comenzando con la serie compleja de acontecimientos que
tendrían que ser tomados como base de la obra, pasó a lo más sencillo.
En esa época, Bielinski escribió que era propio de la literatura rusa la sencillez
de la inventiva.
Nuestras creaciones, nuestro medio de resolver cuestiones, tomaron, al fin y al
cabo, el aspecto de una fórmula.
En las novelas comunes sobre la infancia el protagonista abandona su hogar a
causa de alguna desgracia, menos frecuentemente porque busca las aventuras, más a
menudo porque es un bastardo y no tiene cabida en la mesa común de la gente de su
esfera social.
Cándido y Tom Jones, el expósito, y Oliver Twist – son hijos bastardos. Y los
protagonistas de la primera versión de Infancia son bastardos: son los vecinos de Tolstói
–los Islavin son también los Isleniev– dos apellidos en el mismo hogar; la madre de los
niños se unió al padre de ellos abandonando a su marido legítimo; la abuela le tiene
piedad a su hija. La familia vive en una ilustre ignominia, su situación es muy equívoca.
Poco a poco Tolstói fue abandonando esta solución tradicional. Quedó un solo
bastardo – el maestro alemán Karl Ivánovich. La familia era una familia muy común. En
Infancia se describen unos días en la vida de una familia común y corriente, y las
desgracias comunes e ineludibles que no pueden ser alejadas por medio de un acta
judicial.
Lev Nikoláievich eligió el camino que rodea al hombre, él quiso aclarar, más
bien, tuvo la necesidad de aclarar por qué se encontraba en la desdicha la familia Tolstói
–cuatro hermanos y una hermana–, buena gente.
Él esclarece el destino de una generación.
Para comprender este destino había que entrar dentro de uno mismo, realizar un
experimento de fuerza inusitada.
Los años de vida de Tolstói en el Cáucaso son productivos, pero confusos.
Estaba vinculado con el Cáucaso por su servicio militar, en el que no se
encontraba formalmente: por el rango de alférez que no había recibido. Y al mismo
tiempo, él era un soldado privilegiado: sus compañeros eran oficiales, él se encontraba
más alto que ellos por su posición social, que tampoco estaba bien aclarada, y perdía
con ellos en el juego bastante dinero, aunque lo pagaba con dificultad.
Él podía acercarse al comandante del Ejército, el príncipe Bariatinski, como a un
conocido, pero al mismo tiempo era un soldado.
Esta extraña y demorada situación le concedía a Tolstói una especie de libertad.
Se presentaba pocas veces en los ejercicios militares, podía viajar, volvió a
Starogladkóvskaia muchas veces, estuvo en Piatigorsk dos veces, vivió largo tiempo en
Tiflis consumiendo sus días en gestiones sin esperanzas.
Todo esto aportaba a su vida una extraña y difícilmente explicable
inconsecuencia. El hombre vagaba en busca de un refugio donde apoyar la cabeza, o por
lo menos perder su cabeza en aquellos bosques, donde las cabezas se perdían con tanta
facilidad.
Conoció las marchas, el trabajo de hacer rodar los cañones atravesando los
riachos cubiertos de hielo; las batallas, el riesgo de caer prisionero y la tremenda
indigencia del hombre que nunca sabe cuánto puede gastar. Ese hombre que perdió su
dirección, que se deportó a sí mismo a una stanitsa de cosacos, crecía entonces como
crecen los árboles cuando alcanzan por fin el nivel verdadero de madurez.
Los años de la duda, del autoanálisis, de las anotaciones en el diario, de las
interminables vacilaciones con respecto al futuro – todo le fue útil a Tolstói cuando
empezó a escribir, rompiendo por un tiempo con aquello que tendría que haber sido su
ámbito.
El trabajo que realizó durante este tiempo era increíblemente grande. Fue
presentado en el año 1852, en el número de septiembre de la revista Sovremennik, como
un escritor que no solo ha dominado la forma, sino que también había expresado su
época de una manera nueva.
La literatura refleja el mundo, la realidad; esto es evidente. En el mundo, excepto
el mundo mismo, no hay ninguna otra cosa, y reflejar y expresar algo diferente solo
sería posible si uno construyera para sí mismo un mundo con otras leyes físicas y
biológicas.
Pero, hablando de reflejar, todos nosotros vacilamos en decidir si el escritor
refleja todo aquello que le sucede en el momento o si acopia impresiones y luego las
refleja, encontrando para ellas su forma adecuada.
No se entiende qué sucede cuando el escritor no escribe sobre el día de hoy. Qué
es lo que expresa en este caso: 1) el día de hoy, el de la escritura, o 2) el día
representado en la obra, o 3) analiza el día de hoy y del futuro, que, a él mismo, fuera
del arte, no le está revelado.
En la biografía de Lev Nikoláievich lo importante es su creación: cómo
trabajaba, cómo alcanzó el éxito, qué podemos aprender de él.
No se puede aprender la genialidad; la laboriosidad, la perseverancia, el trabajo
sistemático, la sinceridad con uno mismo, la superación – sí se puede.
Se puede entender entonces, que cuando un hombre semejante escribe sobre sí
mismo escribe también sobre nosotros, y sobre los demás, sobre el mundo que está
creando con su obra.
El mundo del arte repite de modo complejo el mundo de la realidad. Las leyes
del arte, con la libertad de sus formas, están determinadas por la historia, no solo la
expresan, sino que también ayudan a desentrañarla. Ayudan a desentrañar la historia del
alma humana. Por eso sobreviven no solo a la persona que ha escrito la obra, sino a
veces a las épocas sociales, al ocaso de las civilizaciones, al cambio de habitantes en los
continentes y a la destrucción de la Atlántida.
No vamos a denigrar la actualidad. El arte mayor es a menudo actual. A Sófocles
lo castigaron con una multa por haber hecho llorar y desesperarse a miles de
espectadores de su tragedia, que mostraba la situación del país.
Es actual Horacio.
Dante, en la Divina Comedia es actual como un diario, si este hubiera existido en
aquel tiempo. Él cuenta sobre la ruina de unos enamorados que vivieron una pasión que
el mundo no había conocido. En el infierno revisa los pozos de fuego donde echarán a
sus enemigos, que aún vivían.
Es actual Pushkin, y pagó por eso con una vida errante.
Son actuales Lérmontov y Gógol, y por eso han perecido.
En Anna Karenina podemos determinar los meses en que transcurre la acción
por las modas, las discusiones, por los diálogos en los salones, por el carácter de las
adversidades de Liovin.
Infancia y Los cosacos producen la ilusión de una subrayada falta de actualidad.
Infancia fue creada cuando el autor, a sus veinticuatro años, lloraba por su vejez,
pero desde el tiempo de los acontecimientos habían pasado solo diez años.
Los cosacos se terminó diez años después de Starogladkóvskaia, en Iásnaia
Poliana.
¿Dónde está aquí, entonces, la actualidad?
Pero sí, está.
Antes de que tratemos de explicar la inminencia de la elección del tema y la
imposibilidad de cambiarla, hablemos una vez más de la maestría literaria y de cómo se
la puede dominar, transformándola.
Una generación enseña hablar a la otra – enseñan las madres, los padres, los
compañeros, la calle. Luego los ancianos se asombran porque los jóvenes hablan de otra
manera que la generación pasada. Las palabras se movieron para expresar otras
nociones.
Una generación enseña el arte a la otra; las filas lejanas de nuestros antepasados
en el arte, a través del tiempo, nos transmiten sus logros – inevitablemente cambiados.
Afirmar que algún escritor es absolutamente original resulta tan imposible, como
tratar de demostrar que algún niño o niña creó su propia lengua y aprendió a leerla.
Parece que esto ha sucedido con Tarzán.
¿Pero quién querría ser compañero de clase de Tarzán o formar parte de su
mismo regimiento?
Lev Nikoláievich había leído mucho, había oído mucho, sin prestar atención.
Más tarde hizo listas de libros que le enseñaron: allí figura la Biblia, los cuentos árabes,
las antiguas leyendas rusas, los nombres de unos escritores medio olvidados.
Conocía bien la literatura del siglo XVIII, leía revistas que hemos olvidado.
Empezó a leer a Pushkin en los cuadernos del padre, que copiaba allí sus poemas
preferidos; reconocía la poesía rusa en el canto de los gitanos. De niño había leído a
Rousseau.
Rousseau y Sterne le revelaron el alma humana, aunque con esto solo no
pudieron hacer feliz a la humanidad.
Tolstói traducía a Sterne en la stanitsa Starogladkóvskaia capítulo por capítulo –
para aprender el idioma inglés.
Si un escritor estudia al otro, esto no quiere decir que lo imite, que uno se meta
en la vida creativa del otro, como las descargas eléctricas de los cables de un trolebús se
meten en el funcionamiento del televisor cuando pasa.
Pero Rousseau y Sterne determinaron la época en que la gente comenzó a
interesarse en su vida interior, pensaron que sus conversaciones familiares, sus intereses
comerciales, sus derechos hereditarios, las discusiones con sus mujeres – era lo
importante. Había nacido la novela familiar.
Se había descubierto un sentimiento en contraposición al Estado, a la antigua
sabiduría medieval, a los ecos de los tiempos feudales.
Sterne les enseñaba a sus contemporáneos a prestar atención a sus movimientos
físicos, a sus pensamientos contradictorios. Aflojó las estructuras de la antigua novela
inglesa, la ridiculizó, la rompió en miles de digresiones. Ocupó nuevas posiciones en el
conocimiento.
El tiempo se reflejó en su ironía de manera quebrada, como si no tuviera fluidez,
porque el tiempo ya no se respetaba a sí mismo, y en la revolución, que se estaba
acercando, Sterne no creía.
Mientras traducía a Sterne en otoño y en invierno en la pintarrajeada choza de
Starogladkóvskaia, Tolstói concebía sus ideas propias.
La nieve derritiéndose cubría los juncos, las montañas se ponían marrones, el
Térek se desbordaba y volvía a su cauce, Tolstói se enamoraba, se olvidaba de su casa,
volvía a caer en la cuenta, soñaba con los documentos de la oficina de Heráldica o, por
lo menos, con el rango de alférez, se iba a los bosques, cazaba con la primera nieve.
Lev Nikoláievich se sentía fuertemente atado al pasado. En el libro que estaba
escribiendo, en la introducción, se dirigía de manera antigua a sus lectores:
“Para ser admitido en el conjunto de mis lectores selectos exijo muy poco: que
sea usted sensible, quiero decir que sepa a veces tener piedad de alguien de todo
corazón, e incluso que derrame alguna lágrima por el protagonista inventado; que lo
ame y se alegre por él de todo corazón y no se avergüence de esto; que quiera usted sus
recuerdos, que sea una persona religiosa para que, al leer mi relato, busque en él los
momentos que toquen su corazón y no los que lo hagan reír; que por envidia no
desprecie el ambiente selecto, aunque no pertenezca a él, pero lo observe tranquilo y
desapasionadamente; entonces, yo lo aceptaré en ese conjunto de elegidos”.
Esto lo escribe un aristócrata que, de manera condescendiente, por sus virtudes,
invita a la gente de bajo estrato social, pero religiosa y sensible, para maravillarse junto
con ellos de la organización del mundo.
En las primeras redacciones del prólogo esta era la confesión de un hombre que
había perdido todo y se justificaba ante un amigo cercano, explicándole por qué era así:
“Me siento infeliz, y aunque no sea del todo inocente no soy más culpable de mi
desgracia que otra gente desgraciada”.
Tolstói borró los lamentos, pero dejó los recuerdos – la ilusión. El tono general
del relato es el de una decepción sin reprobación. El tono de Adolescencia es aún más
amargo; Juventud no ha sido lograda del todo, porque Tolstói no decidió para sí mismo
por qué reprobaba a sus protagonistas, por qué le disgustaban.
Él se va del día de hoy al pasado feliz. En Infancia hay un episodio contado por
Tolstói con orgullo, pero con palabras que parecen ajenas: es el capítulo XVIII – “El
príncipe Iván Ivánich”.
El príncipe Iván Ivánovich Kornakov es Gorchakov, pariente de Tolstói por parte
de la abuela; es descripto con extraordinario respeto, sin asomo de crítica:
“Era un hombre de unos setenta años, de estatura alta, de uniforme militar con
grandes charreteras; por debajo del cuello se le veía una gran cruz blanca, y su rostro
tenía una expresión tranquila y abierta. La libertad y la sencillez de sus movimientos me
asombraron mucho”.
El autor no solo se asombra por la belleza de Iván Ivánovich porque su tarjeta de
visita le sirve como pasaporte a todas las recepciones de la ciudad, sino que se
enorgullece por su relación con el príncipe:
“No puedo quitar los ojos del príncipe: el respeto que todos le muestran, las
grandes charreteras, la alegría especial que expresó la abuela el verlo y el hecho de que
sea el único, al parecer, que no le teme: se dirige a ella con total libertad y hasta tiene la
osadía de llamarla ma cousine, me inspiraron hacia él un respeto igual, si no mayor, al
que siento por la abuela”.
El príncipe no es muy inteligente, fue instruido superficialmente, desconoce la
literatura contemporánea, sabe callar sobre ella y solo limitarse a frases comunes – pero
él, un Gorchakov, pertenece a la alta sociedad.
Recordemos que el padre de Tolstói trataba a su madre, nacida Gorchakova, con
una ternura que Tolstói caracteriza con la palabra “servil”.
El carácter de Iván Ivánich, tratado sin sombras ni análisis, es único en Infancia.
Todos los demás caracteres de Infancia se presentan con todas sus
contradicciones. Nadie es solamente bueno o malo; todos son malos y buenos a su
manera; quizás solo la madre esté descripta como un ángel con un halo celeste.
El hombre que representa en el relato al padre del protagonista se revela de un
modo muy complejo.
Un jugador, un hombre encantador, amigo del compositor A…, es decir de
Aliábiev, “un hombre del siglo pasado… tenía el imperceptible carácter común de la
juventud de aquella época, de caballerosidad, iniciativa, confianza en sí mismo,
gentileza y desenfreno”.
Al análisis del carácter de su padre fueron dedicados dos capítulos enteros: el
tercero y el décimo. En el tercero es un padre tierno, un amo incompetente pero
empeñoso, manejado a su voluntad por el administrador respetuoso y aburrido. En el
décimo capítulo se lo presenta de un modo algo diferente: “En su vejez se le formó un
punto de vista constante sobre las cosas y las reglas invariables, pero únicamente
basadas en la experiencia: consideraba buenos los comportamientos y la forma de vida
que le complacían y le causaban felicidad, y así, según él, debían comportarse todos.
Hablaba de una forma muy seductora, y me parece que esa capacidad reforzaba la
flexibilidad de sus reglas: estaba en condiciones de presentar esa conducta como la
travesura más agradable y la infamia más baja”.
Pero esa no es la última revelación de su carácter.
La gente y hasta los paisajes están mostrados en movimiento y desde el punto de
vista de un hombre interesado en el análisis del ser humano.
En Infancia el protagonista principal y narrador – Nikólenka – es bondadoso,
ama a su madre, es apegado a la servidumbre, pero en el dolor, parado junto al ataúd de
su madre, piensa en cómo lo ven los demás.
El mundo está dado en sus contradicciones desde el comienzo, y al principio
como bromeando. El niño pequeño se despierta porque su instructor alemán, Karl
Ivánovich, con un matamoscas de papel azucarado ha matado una mosca encima de su
camita. El muchacho primero se siente ofendido, luego conmovido por la ternura del
anciano, y después llora e inventa un sueño; todo el mundo del niño se revela en las
contradicciones, en la ironía.
El mundo no solo es conmovedor, sino también lastimosamente absurdo y
acostumbradamente cruel. El instructor alemán conoce solo dos o tres libros: la Historia
de la Guerra de los Siete Años, el Tratado sobre el abono de las tierras y el Curso
completo de hidrostática. Además de estos libros, lee solamente la revista La Abeja del
Norte, pero se había arruinado la vista por la lectura.
La doncella que servía a la madre había sido separada de su amado, y ambos
envejecían en esa casa. Envejecían separados, creyendo que tenían la culpa de algo.
La caza es alegre y variada; la conduce el palafrenero Turka, quien desprecia
tranquilamente a los señores. El mundo no lo organizaron los señores, pero viven en él
aburriéndose negligentemente.
La madre fue abandonada por el padre, la gobernanta fue seducida, seguramente,
por el padre, la gobernanta odia al alemán.
Se puede tener lástima de esta gente, pero uno no tiene ganas de vivir entre ellos.
Uno tiene ganas de modificarlos.
La gente se va abriendo de a poco, como un compañero de viaje que nos
acompaña durante un largo trayecto. Ellos se hacen conocer, pero no cambian. Pero lo
que más aprecia Tolstói es justamente la capacidad del hombre de cambiar y de esta
manera crecer espiritualmente.
Por eso en su libro el argumento, los acontecimientos biográficos de la vida de
los protagonistas, no tienen una importancia esencial.
Solo Karl Ivánovich, de modo patética y conmovedoramente ridículo, está
vinculado con la historia, con el gran mundo por medio de los sucesos de la vida de este
sajón, un aprendiz bastardo que luchó en el ejército de Napoleón, que huyó y quedó sin
hogar. Pero esta historia está al margen del libro y posiblemente haya sido inventada por
el propio Karl Ivánovich.
El instrumento para el análisis de Tolstói es el microscopio que enfoca hacia los
secretos del alma humana.
Al descubrir las ínfimas partículas de la existencia humana concibe de nuevo el
mundo, busca nuevos caminos para transformarlo.
No es una casualidad que el libro sobre la infancia y la adolescencia de un
aristócrata haya sido publicado en la revista de Nekrásov. Aquí es como si Tolstói se
despidiera de su pasado, se desprendiera de él por medio de su nuevo conocimiento.
Tolstói no tiene la agitación, la ironía no orientada de Sterne.
En Viaje sentimental, Sterne, utilizando la parodia, corta la narración en
pequeños capítulos. Junto al portón de la cochera transcurren cuatro capítulos. El autor
juega con la pobreza de acción en la novela, comparando su inmovilidad con el rápido
fluir de los sentimientos.
Tolstói, en su primer relato, hizo un descubrimiento que luego tomó para
siempre: escribir en capítulos pequeños – cada capítulo tiene sus propios actores, su
historia redondeada y generalmente un nuevo lugar de la acción. El capítulo “El
preceptor Karl Ivánovich” cuenta acerca del anciano desde el punto de vista de un
muchacho. El capítulo está lleno de distintas percepciones de una misma persona. Ahí
hay dos lugares de acción de los mismos personajes: el dormitorio y el cuarto de clases.
El segundo capítulo –“Maman”– sucede en el salón, se introduce a la madre, a
las hermanas del protagonista y a la gobernanta María Ivánovna. Aquí el sueño de
Nikólenka, inventado en el primer capítulo, ya ha recibido el significado premonitorio
de la muerte de la madre. Al final de este capítulo la señora “puso en la bandeja seis
trozos de azúcar para algunos servidores distinguidos” – y esto sirve como transición
hacia los sirvientes.
El tercer capítulo –“Papá”– muestra la conversación del padre con el
administrador. Las personas hablan de algo, pero el verdadero significado puede
entenderse solo en el análisis de los gestos.
Aquí mismo el muchacho recibe la noticia de que viajarán a Moscú. En el final
del capítulo Nikólenka besa a la perra galgo, la preferida de su padre.
“– Mílochka –le decía yo, acariciándola y besándola en el hocico–. Vamos a
viajar ahora: ¡adiós! No nos vamos a ver nunca más”.
Los primeros cuatro capítulos ocupan diez páginas de texto impreso. En ellos
cambian cinco lugares de acción, contando la terraza, donde sucede la conversación con
la perra Milka.
Además, la perspectiva está dada desde el cuarto de clases, lo que nosotros
podemos considerar como un sexto lugar de transición de la acción, porque en seguida
la narración pasa de la casa al jardín y al bosque.
Los sucesos del mundo primero solamente se mencionan, luego se desarrollan
detalladamente. El mundo percibido con una visión lateral existe también antes de que
el autor comience a observarlo con atención. Todos los breves capítulos se cierran, y al
mismo tiempo, el final de uno se engancha con el comienzo de otro, conformando el
eslabón de los capítulos siguientes.
Todo esto sucede en Tolstói de manera consciente. En el diario escribía sobre la
medida de los capítulos y su acabado como de un descubrimiento propio, exigiéndose el
total acabado de cada fragmento:
“La manera de escribir, usada por mí desde el principio, es hacerlo en capítulos
pequeños, la más cómoda. Cada capítulo tiene que expresar una sola idea, o un solo
sentimiento”. Y debajo de esta nota estaba escrito con grandes letras: “TRABAJO.
REGLAMENTO LITERARIO”.
Así, Tolstói totalizó la experiencia de su primer gran logro del año 1852.
En los pequeños capítulos-cuentos se presentaba el libre análisis autoral limitado
en su vocabulario y su sintaxis por su conexión lógica con la percepción infantil, a pesar
de que ya hacía tiempo que su análisis superaba las posibilidades de la percepción
infantil.
Tolstói escribe en la nota dedicada al lector sobre el vocabulario de su obra: “Mi
opinión es que la personalidad del autor-escritor (compositor) es una personalidad
antipoética, y como yo escribía con la forma de una autobiografía y quería despertar el
mayor interés con respecto a mi protagonista, no quise que tuviera sello autoral y por
eso rehuía de todos los recursos autorales – los largos períodos y las expresiones
científicas”.
La composición de Infancia está construida de tal manera que su narración se
limita condicionalmente al plazo de tres días: el primer día, el 12 de agosto, transcurre
en la aldea; después, el traslado a la ciudad que prepara la aparición del gran mundo;
luego se muestra un día en Moscú; el tercer día, el retorno a la aldea, a la tumba de la
madre.
Tres días que abarcan siete meses de la vida del niño.
Los breves capítulos en que se describen caracteres, “Grisha”, “El príncipe Iván
Ivánovich”, “¿Qué clase de hombre era mi padre?”, se salen de esta simple y
condicionada sucesión cronológica.
Pero las digresiones están construidas de tal manera que, sin cortar la impresión
de fluidez de la acción, la amplían, dibujando el pasado.

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