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"LA SIRENA DE AYAVIRI"

Hoy como desde hace siete años volví a soñar con ella. Ella vive y forma parte
de mi vida, aunque solo la vi una vez en vida, yo llevo sobre mis espaldas una
carga eterna. Desde su aparición me doy cuenta que la vida me puso una
trampa diabólica determinada solo por la fatalidad.
Mi vida esta relegada al desván de un mal recuerdo. Definitivamente esto no es
nada bueno. Todo empezó cuando cursaba el último año en la secundaria, yo
estudiaba en el Mariano Melgar, y con los amigos - de ese entonces - con la
excusa de las tareas escolares, durante meses por las tardes convertimos a la
piscina del Pojpoquella en nuestro escondite perfecto para olvidar problemas
que a esa edad siempre eran incontenibles. Se necesitaba despejar la mente
para pasar los días difíciles.
Vivir esa época no era nada fácil: el primer amor, las desilusiones amorosas,
los exámenes, los lujos que no poseía, mi familia distante, todo iba
aumentando y componiendo una sinfonía de desamparo. En el colegio no era
feliz, durante el recreo me aislaba y huía de las chicas que me interesaban,
aunque para ellas yo ni existía. Solo en la tarde podía escapar de tanto
problema, cuando en compañía de mis amigotes bulliciosos nadaba durante
horas en el agua del olvido. El dinero para la entrada a la piscina era la
constante, se tenía que descuidar la vigilancia para saltar por el muro, algunas
pocas – cuando la vigilancia era intensa – no había más remedio que nadar en
la piscina sucia de afuera, que era en exclusiva para los que no podían pagar
su entrada.
Una tarde diáfana de un jueves lejano pero inolvidable me encontré con Rene,
Rudy y Coco, para ir detrás de la piscina y saltar el muro, enseguida en
pequeños cuartitos quitarnos la ropa para poder sumergirnos en el agua tibia
calentada por un volcán. A esas horas el viento es un susurro y cuando no
estás dentro del agua, hace mucho frio. El trampolín, las competencias
nadando y los juegos convertían las horas en ráfagas, era el refugio donde se
era feliz. Solo cuando nuestra piel se encogía y los ojos se nos ponían rojos y
empezaban a arder, era el momento para irse.
Advertimos que ya era hora de retirarnos, las demás personas también ya se
habían marchado. El momento paso hace mucho, pero yo aún lo recuerdo
como si lo viviera una y otra vez. La razón no la sé, pero yo me aleje nadando
al otro extremo, mientras mis acompañantes discutían sobre quien saldría
primero, el viento fuera era cortante y helado. Nadaba de espaldas con la
mirada al firmamento con la mente despejada y mis pensamientos en otro
mundo, vi el cielo despejado y la silueta blanca de la luna llena grande muy
grande que en esa noche lúgubre iluminaria Ayaviri. En un instante el agua tibia
se hizo polar, el frio del agua punzaba todo mi cuerpo inexplicablemente. Deje
de nadar y puse los pies sobre la tierra –figurativamente- y estremecido vi a la
criatura que desde entonces me tortura cuando estoy despierto, pero sobre
todo cuando no lo estoy.
El corazón me empezó a latir desesperadamente, el cuerpo se me empezó a
endurecer. Al frente mío estaba ella, de espaldas, tenía una larga cabellera
negra resplandeciente, vi parte de su espalda desnuda. En realidad, todavía no
tenía noción de lo que pasaba, me preguntaba ¿Qué hace esta mujer aquí?,
¿Por qué no la vi antes?, quise acercarme a ella, intente moverme queriendo
agitar mis brazos pero todo era en vano, no pude hablar, ni gritar. Hasta que
todo quedo en silencio. Mi agitación llegaba al límite cuando en un último
esfuerzo logre mover mi brazo derecho para intentar tocarla. Solo en ese
instante ella dio vuelta a verme y solo al verla entendí lo que ocurría. Aquella
tarde de espantos apareció ella, como una aparición mágica. Al ver su rostro
comprendí por su belleza que esa criatura no era de este mundo, que
pertenecía a una dimensión distinta, resolví que lo que estaba viendo no era
una mujer normal.
Estaba envilecido solo parecía estar atento a la magia de esa criatura
misteriosa y de nada más. No entiendo y no me alcanzara la vida entera para
descifrar los enigmas de cómo ella pudo elegirme a mí y no a alguien más para
aparecer en mi vida, demostrándome que existe seres que se parecen a las
mujeres, que con su belleza son capaces de destrozarte la vida entera así
como ella lo hizo conmigo en un instante.
Era perfecta, con unos ojos de animal feliz, de mirada dulce pero enigmática y
una piel blanca como la nieve parecía muerta estaba a mi frente, su cabello
negro resplandeciente brillaba, sus labios finos, sus ojos negros intensos me
hubieran hipnotizado de no ser por haber visto sus pechos desnudos que me
idiotizaron. Mientras me estremecía ante su belleza inquietante quise hablarle,
recordé que mi cuerpo no respondía, y ahora la sensación que sentía era
miedo, angustia, quise gritar, pedir ayuda, moverme, pero ella era más fuerte.
Podía sentir mis latidos que palpitaban en silencio con el susto del corazón.
En ese instante mis acompañantes se acercaban, seguro se dieron cuenta que
algo no andaba bien. Ella, antes de irse se acercó a mí, mirándome fijamente a
los ojos, quise bajar la mirada – pero como dije mi cuerpo no respondía – yo
estaba aterrorizado, en cambio ella; estaba endiabladamente feliz, ahora la
tenía cerca de mi rostro, sonrió, con una sonrisa de burla – con una sonrisa de
triunfo – se me acerco como si fuera a darme un beso – pero para desgracia
mía – abrió sus labios finos solo para soplar su aliento helado en todo mi rostro
– todo esto lo hizo adrede para desgraciarme – fue todo cuanto hizo, en ese
instante perdí el conocimiento desmoronándome estremecido por la visión de
otro mundo que yo tuve el desdichado privilegio de vivir. Se fue antes de que
yo pudiera comprender lo que en realidad pasaba. No sé de dónde vino, y no
sé a dónde se fue.

Alumno: Jhilmar Salazar Quinto

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