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TESTIMONIO
El Señor Jesucristo les bendiga en gran manera a cada uno de los lectores.
Hace unos días sentí en mi corazón que era el momento adecuado para testificar de esta
segunda oportunidad que el Señor Jesús me ha dado.
Mi madre una mujer sumisa, trabajadora, preocupada por el bienestar de la familia, era
la de la obligación económica. Su expresión siempre fue de sufrimiento y resignación.
Mis hermanos iban creciendo y en cuanto podían dejaban el hogar en busca de una vida
mejor.
Marcos 4, versos 24 y 25. Si un reino está dividido contra sí mismo, tal reino no puede
prevalecer.
Y si una casa está dividida contra sí misma, tal casa no puede permanecer.
Crecí en ese mundo en donde sentía que no pertenecía, que tal vez yo era de otro lugar,
tenía la ilusión de que al crecer mi vida cambiaría por completo y dejaría de ver el
sufrimiento, las carencias económicas y morales y también la falta de amor.
Pero Dios no se equivoca el sabe el momento, el día exacto y el por qué de que las cosas
pasaran así.
Fue tanta la insistencia del diablo que me convenció, decidí quitarme la vida, dejaría de
sufrir, dejaría de llorar y sería feliz en la eternidad falsa que este ser maligno me decía.
Quería morir, pero como era tan cobarde no quería una muerte dolorosa, mucho menos
sufrir, ni padecer una agonía, así que comencé a confabular mi plan perfecto para
morir.
En ese tiempo tenía 23 años, era médico pasante en servicio social de una clínica del
IMSS solidaridad de un poblado llamado Paso Real del Bejuco Nayarit, ese día era
domingo 11 de octubre, las 10 a.m., mi día de descanso, tenía mi cuarto en la clínica y
allí me quedaba vivir como médico de esa comunidad rural, había una enfermera que
cubría sábados y domingos algunas pequeñas urgencias y curaciones a la cual le pedí de
favor me pusiera un suero, el cual yo previamente había preparado con un medicamento
especial para morir, conseguí 100 ampolletas de diazepan de 10 miligramos que inserte
al suero que me aplicarían, a la enfermera la engañe, le dije, ayer me tome unas
cervezas y me siento deshidratada, me lo pones por favor y no me molestes, me dormiré
ya que estoy desvelada, cuando termines tu turno cierras la clínica y te vas. Ella no dudo
de mí, pues yo era la doctora, confiaba en mí.
Me puso el suero, y para reforzar mi muerte me tome 10 cajas, lo que equivale a 100
tabletas de diazepan de 5 miligramos, con esa dosis mataría a un elefante.
Que me pasaría a mí, pues primero me dormiría, a grandes dosis el diazepan es un
depresor del sistema nervioso central, especialmente del centro respiratorio, llegaría el
momento en que haría un paro respiratorio, después un paro cardiaco y dejaría de
existir. Quería morir dormida.
En mi cuarto guardaba algo de material de curación, entre ello hojas de bisturí que son
con las que se opera, las deje al lado de mi cama por si mi plan perfecto fallaba, como
último recurso me cortaría las venas.
Tome las pastillas, cuando termine de tomarlas, abrí mas a la solución para que pasara
el suero con el diazepan a mis venas, me acosté a dormir para siempre, recuerdo que caí
en un poso profundo, perdida como en un túnel sin fin, medio me incorpore en esa
oscuridad y tome las hojas de bisturí y corte mis venas de la muñeca izquierda, No supe
mas de mi hasta una semana después que desperté en la terapia intensiva, con oxigeno,
sonda nasogastrica, sonda Foley, canalizada en dos vía venosas, NO HABIA MUERTO.
La enfermera que entro a trabajar el lunes a las 8 a.m., tenía llave de mi cuarto, pues
ella coordinaba al personal de limpieza para toda la clínica, incluyendo mi cuarto, su
rutina diaria fue interrumpida con el susto de su vida, al abrir la puerta encontró a la
doctora tirada en el piso, bañada en sangre, inconciente. Habían pasado 20 horas de la
aplicación del diazepan. Debería de estar muerta.
Pidió una ambulancia y fui trasladada a Tuxpan Nayarit a una unidad más grande del
IMSS directo a terapia intensiva.
Cuando reaccione me sentía frustrada, no había muerto, no encontraba una explicación
científica/médica por la cual estaba viva.
Los médicos no creían la cantidad que me había aplicado de diazepan, me juzgaron de
loca. Y yo me sentí incompetente, no había muerto. Me dieron el antídoto para
contrarestar los efectos nocivos del diazepam, este medicamente se llama flumazenil,
me lo aplicaban con horario vía venosa.
Caí en depresión profunda, mas perdida que nunca, sin amor, sin saber que ahí a mí lado
estaba Mi Señor, cuidando de mi, velando mi sueño, luchando por la salvación de mi
alma.
Seguí mi vida con esa duda de no saber que paso, estudié mas, hice una especialidad
en radiología e imagen, trabajaba y seguía igual, mas preparada y sin respuesta a lo
ocurrido, con un vacío profundo en mi corazón, sin Dios.
Me sentía super nerviosa la primera vez que acudí a la iglesia Vida Nueva de Miramar,
creo que todos esos espíritus malignos que me rodeaban querían que no fuera, que no
conociera la verdad.
Cuando llegue a esa iglesia vi que todo era diferente, se alababa a un Dios vivo de una
manera diferente, con música que me quebranto, mis ojos se llenaron de lagrimas,
sentía un nudo en mi garganta, Jesús toco mi corazón, me doblego, escuche su palabra
por medio del Pastor Mario Villalta, capto mi atención con su predicación, cosa que
nunca pude hacer en la iglesia católica, comencé a leer y saber del evangelio, sentía
tanta hambre, de todo lo bello que había carecido.
Leí en Lucas cap 18, versículo 27 Lo que es imposible para los hombres, es posible
para Dios.
Las vendas que tenia en mi ojos se desvanecieron, ahí estaba la respuesta al por qué no
morí.
Dios desde antes de estar en el vientre de mi madre ya me llamaba por mi nombre, sus
manos me hicieron y me formaron, El sabía perfectamente que iba a pasar en mi vida,
permitió que todo esto pasara con un propósito, con un plan perfecto, me arrebato de las
manos del diablo, me libro de la muerte eterna, de ser lanzada al lago de fuego, me dio
una segunda oportunidad para estar viva, pues sin saberlo en ese tiempo ya estaba
predestinada a ser parte de la gran familia, de tener la potestad de ser llamada hija de
Dios, El no me dejo morir, me tenía en sus brazos, protegida, amada y apartada para El.
Jesús en su infinita misericordia me escogió, me saco de la inmundicia, del camino de
perdición.
Encontré el amor que tanto había anhelado desde niña, el amor puro e incondicional de
mi Señor Jesucristo.