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Jesús, consolador
Para los amigos no hay alegría mayor que el estar con las personas a quienes aman.
Si amamos mucho a Jesucristo, permanezcamos en su presencia. Jesús en el
Santísimo Sacramento nos ve y nos oye, y ¿no le diremos nada? Consolémonos con
su compañía, gocemos de su gloria y del amor que tantas almas enamoradas tienen
al Santísimo Sacramento. Deseemos que todos amen a Jesús sacramentado, y le
consagren sus corazones, y por lo menos, nosotros démosle todo nuestro afecto, de
tal modo que sea él nuestro amor y nuestro único deseo.
El padre Sales, de la Compañía de Jesús, se sentía satisfecho con sólo oír hablar
del Santísimo Sacramento y nunca se saciaba de visitarle. Si le llamaban a la
portería, si volvía a su aposento, si andaba por la casa, procuraba siem-pre, con tales
ocasiones, repetir las visitas a su amado Señor, de tal manera que no pasaba hora
del día sin que le visitase. Y mereció, al fin, morir a manos de los herejes en defensa
de la verdad de este sacramento.
¡Si tuviera yo la dicha de morir por tan hermosa causa como es defender la verdad
de este misterio, en el cual, mi Jesús, me has dado a entender el tierno amor que me
tienes! Pero ya que tú, Señor mío, haces tantos milagros en este
sacramento, haz uno más atrayéndome del todo a ti. Me quieres enteramente tuyo y
te lo mereces de verdad. Dame fuerzas para que te ame con todo mi corazón.
Los bienes del mundo dáselos a quien tú quieras, que yo renuncio a todos ellos. Mi
único deseo, mi aspiración única, es tu amor. Esto sólo pido y pediré siempre. Te
amo, Jesús mío; haz que te ame siempre y no quiera otra cosa.
Entre los que habían llegado a Jerusalén para adorar a Dios en la fiesta de Pascua,
había algunos griegos, los cuales se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea,
y le pidieron: “Señor, quisiéramos ver a Jesús”.
Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés y Felipe se lo dijeron a Jesús y él les
respondió: “Ha llegado la hora de que el Hijo del Hombre sea glorificado. Yo les
aseguro que si el grano de trigo, sembrado en la tierra, no muere, queda infecundo;
pero si muere, producirá mucho fruto”.
Palabra de Señor.
Jn 12, 20-24: Jesús ha subido a Jerusalén para la fiesta de Pascua y los griegos
piden a Felipe: “Queremos ver a Jesús”. También ésta debe ser nuestra petición.
Necesitamos acercarnos a Jesús, conocerlo mediante un trato íntimo y cercano.
Lugar de encuentro con él es la Sagrada Escritura, son los hermanos, sobre todo los
más pobres y desamparados, y la celebración de los divinos misterios.
Hoy tenemos esta oportunidad de acercarnos a Cristo, llamados a dar frutos de vida
eterna; hoy, como el grano de trigo sembrado en la tierra, debemos morir para
participar de la nueva vida que el Señor nos ofrece.
Silencio.
Preces comunitarias
Jesucristo ha querido permanecer entre nosotros en el Sacramento del amor;
nosotros, que estamos ante su presencia, alabémosle de todo corazón.
R. Te alabamos y te bendecimos.
Oremos.
Señor Dios, que para gloria tuya y salvación nuestra constituiste a Jesucristo sumo y
eterno sacerdote, concede al pueblo redimido con su Sangre, obtener, por la
participación en este memorial, los frutos de la Muerte y Resurrección de tu Hijo. Que
vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los
siglos. R. Amén.
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del Cielo;
el que coma de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo daré, es mi carne para
la vida del mundo”.
Comenzaron entonces los judíos a discutir unos con otros, diciendo: “¿Cómo puede
éste darnos a comer su carne?”
Entonces Jesús les dijo: “Yo les aseguro que, si no comen la carne del Hijo del
Hombre, y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes. El que come mi
carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Éste es el pan que ha bajado del Cielo; no es como el maná que comieron sus
padres, pues murieron; el que come de este pan, vivirá para siempre”.
Silencio meditativo.
Reflexión.
“En aquella última cena, Cristo hizo la maravilla de dejar a sus amigos el memorial
de su vida”. Queridos hermanos: ante el misterio eucarístico nos alegramos con
Jesús por quedarse entre nosotros, al dejarnos el pan que fortalece al viajero. “Tomó
nuestra naturaleza, a fin de que hecho hombre, nos divinizara a los hombres.
Entregó por nuestra salvación todo cuanto tomó de nosotros. Porque por nuestra
reconciliación ofreció, sobre el altar de la Cruz, su cuerpo como víctima a Dios, su
Padre, y derramó su sangre como precio de nuestra libertad y como baño sagrado
que nos lava, para que seamos liberados de la esclavitud y purificados de nuestros
pecados.
No hay ningún sacramento más saludable que éste, por él se borran los pecados, se
aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones
espirituales.
Se ofrece en la Iglesia por los vivos y por los difuntos, para que a todos aproveche,
ya que ha sido establecido para que todos se salven” (Santo Tomás de Aquino).
Si tú crees en la presencia real del Hijo de Dios, Sacramento excelso que nos revela
el mismo Jesús, afirma: “El que me come, vivirá por mí” (Jn 6,57).
Silencio.
Preces comunitarias
Oremos, hermanos, al Señor Jesús, pan de vida, y digamos llenos de gozo:
R. Escúchanos, Señor.
Cristo Jesús, sacerdote de la Alianza nueva y eterna, que sobre el altar de la cruz
presentaste al Padre el sacrificio perfecto, enséñanos a ofrecernos contigo en el
sacrificio eucarístico. R.
Cristo Jesús, huésped de nuestro banquete, que estás junto a la puerta y llamas,
entra en nuestra casa y cena con nosotros. R.
Padre que nos amas, te pedimos por toda la juventud del mundo, para que veamos
que en Jesús todo es vida. Aliméntanos con tu pan de vida. R.
Oremos.
Concédenos, Señor y Dios nuestro, a los que creemos y proclamamos que Jesucristo
nació por nosotros de la Virgen María, murió por nosotros en la cruz y está presente
en este sacramento, beber en esta divina fuente del don de la salvación eterna.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del
Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría. De nuevo les dijo
Jesús: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los
envió yo”.
Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban al Espíritu Santo. A quien
les perdonen loe pecados, les quedarán perdonados, y a quienes no se los perdonen,
les quedarán sin perdonar”. Palabra del Señor.
Silencio.
Reflexión.
Gracias a este texto, de los albores de la Pascua, Cristo victorioso anuncia a sus
discípulos el gran gozo de su presencia entre ellos, después de haber padecido y
vencido a la muerte. Este hecho va más allá de una simple aparición; es presencia
real y tangible. Recordemos que:
“Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás
estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: “la paz
esté con ustedes”. Luego le dijo a Tomás: “Aquí están mis manos, acerca tu dedo.
Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”.” (Jn. 20,26-
27).
En la Eucaristía, el Señor se nos presenta resucitado, lleno de vida, vida que quiere
compartir con nosotros para que vivamos. Él es la vida. Es el resucitado quien
prepara la mesa para que nosotros, sus comensales, aprovechemos los lazos de
unidad que nos ofrece, con Él y entre nosotros.
Silencio.
Preces comunitarias
Cristo, Hijo de Dios vivo, que nos mandaste celebrar la Eucaristía como memorial
tuyo, enriquece a tu Iglesia con la celebración de tus misterios. R.
Cristo, Señor nuestro, sacerdote único del Dios Altísimo, que has querido que tus
ministros te representaran en la Cena Eucarística, haz que quienes presiden
nuestras asambleas imiten en su manera de vivir lo que celebran en el Sacramento.
R.
Cristo, maná bajado del Cielo, que haces un solo cuerpo de cuantos participan en un
mismo pan, aumenta la unidad y la concordia de quienes creen en ti. R.
Cristo Jesús, médico designado por el Padre, que por el pan de la Eucaristía nos das
el remedio de la inmortalidad y el germen de la resurrección, da salud a los enfermos
y esperanza a los pecadores. R.
Cristo Señor, rey al que esperamos, Tú que nos mandaste celebrar la Eucaristía para
anunciar tu muerte y pedir tu retorno, haz participar en tu resurrección a quienes han
muerto estando en tu amor. R.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del
Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. R. Amén.
Hermanos: en otro tiempo ustedes fueron tinieblas, pero ahora, unidos al Señor, son
luz. Vivan, por lo tanto, como hijos de la luz. Los frutos de la luz son la bondad, la
santidad y la verdad.
Por eso se dice: “Despierta tú que duermes; levántate de entre los muertos y Cristo
será tu luz”.
Palabra de Dios.
Silencio meditativo.
Reflexión.
Se enciende una luz en la oscuridad cuando se quiere ver lo que hay alrededor; se
pone en un lugar alto y de manera que ilumine lo más lejos posible.
Nosotros los cristianos, como hijos de la luz estamos llamados a darle sentido al
mundo y resaltar esos rayos de luz, de los cuales destacamos algunos en particular.
El pasaje que se acaba de leer, del Apóstol San Pablo, nos dice que todos los hijos
de la luz muestran bondad, santidad y verdad. Estos tres signos los llevan grabados
en su corazón, por una razón solamente: la Eucaristía es el sol que ilumina y da calor
Ante las obras que realizamos, debemos pensar si somos bondadosos; pensar que,
si hay santidad, es porque en cada ocasión que tenemos oportunidad de estar frente
a Jesús Sacramentado, oramos a Dios para que nos asista durante el día y durante
toda la vida. Que ser santo hoy no es una locura, sino un reto que todos debemos
tomar al amar a Dios. Debemos pensar que la santidad representa, al vivo, el rostro
de Cristo, y por último, pensar si nos interesa estar del lado de la verdad, para no
vivir en la mentira sino al lado de Cristo, pese a las consecuencias que nos pueda
acarrear, pero siempre con muestras de luz y esperanza para el mundo actual.
Como luz que ilumina nuestro entorno, volvamos a Jesús Eucaristía, luz de vida para
todo hombre que no quiere vivir en tinieblas. Si Jesús se volvió Eucaristía por todos,
así nosotros, como hijos de la luz, seamos buenos imitadores de la luz eterna que
es Cristo, la plenitud de la luz, para ser extintos hasta el fin en la entrega a nuestros
hermanos, irradiando los talentos y dones que nuestro Dios regala a cada uno para
el servicio diario y desinteresado en ellos, respetando, defendiendo, amando y
sirviendo a la vida.
Silencio.
Preces comunitarias
Presentemos las necesidades de la Iglesia ante nuestro Dios, que manifiesta su
Por la santa Iglesia de Dios, para que ilumine a los hombres con su luz que
resplandece en el rostro de Cristo, disipe las tinieblas de quienes viven en el error y
dé ánimo a los fieles, de modo que hagan brillar con valentía la luz del Evangelio
ante todas las naciones, roguemos al señor. R.
Por las Iglesias que acaban de nacer en los diversos pueblos, para que su juventud
y vigor sean levadura de vida para todas las comunidades cristianas, roguemos al
Señor. R.
Por los pueblos que aún no han sido iluminados por el Evangelio y por aquellos que,
habiendo conocido a Cristo, han abandonado el camino de la verdad, para que
confiesen a Cristo como Señor y lo adoren como a Dios verdadero, roguemos al
Señor. R.
Por nosotros, que hemos sido llamados de las tinieblas a la luz admirable de Cristo,
para que nos afiancemos en la fe verdadera y salgamos con fidelidad de las
enseñanzas del Evangelio, roguemos al Señor. R.
En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, Jesús dijo: “Padre santo: no sólo ruego
por ellos, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que
todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en
nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado. También les di a ellos la
gloria que me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno: yo en ellos y Tú
en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que Tú me
has enviado y los has amado como me has amado a mí”.
Silencio meditativo.
Reflexión.
Queridos hermanos: estamos invitados hoy a este momento de adoración, acción de
gracias y petición. Queremos considerar la presencia de Cristo en la Eucaristía, de
la que el Concilio Vaticano II, recogiendo una expresión de San Agustín, nos dice
que es “sacramento de piedad, signo de unidad y vínculo de caridad” (SC, 47).
Queremos contemplar el Misterio y queremos recibir la fuerza para construir la
unidad en la Iglesia.
El Papa Francisco dice “La Eucaristía es la máxima expresión del amor de Cristo por
nosotros. En este día de Corpus Christi, recordemos que Él se entrega por completo
para que tengamos vida en abundancia.”
Silencio.
Gracias te damos, Padre nuestro, por la vida y la ciencia que nos diste por Jesús, tu
Hijo. ¡Gloria a ti por los siglos! R.
Como este pan que hemos partido, disperso en las espigas de los montes, se unificó
en la hostia que comemos, así se unifique tu Iglesia desde los confines de la Tierra,
en la unidad de tu Reino. ¡Gloria a ti por los siglos! R.
Oremos.
Concédenos, Señor, celebrar dignamente al Cordero Pascual, muerto por nosotros
en la cruz y oculto en este sacramento, para que, terminada nuestra peregrinación
en la tierra, podamos contemplarlo cara a cara en la gloria del cielo.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del
Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
En aquel tiempo, llegó Jesús a la orilla del mar de Galilea, subió al monte y se sentó.
Acudió a él mucha gente que llevaba consigo tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos
y muchos otros enfermos. Los tendieron a sus pies y él los curó.
La gente se llenó de admiración al ver que los lisiados estaban curados, que los
ciegos veían, que los mudos hablaban y los tullidos caminaban; por lo que
glorificaron al Dios de Israel.
Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: “Me da lástima esta gente, porque llevan ya
tres días conmigo y no tienen qué comer. No quiero despedirlos en ayunas, porque
pueden desmayarse en el camino”. Los discípulos le preguntaron: “Dónde vamos a
conseguir, en este lugar despoblado, panes suficientes para saciar a tal
muchedumbre?” Jesús les preguntó: “¿Cuántos panes tienen?” Ellos contestaron:
“Siete, y unos cuantos pescados”.
Después de ordenar a la gente que se sentara en el suelo, Jesús tomó los siete
panes y los pescados, habiendo dado gracias a Dios, los partió y los fue entregando
a los discípulos, y los discípulos a la gente. Todos comieron hasta saciarse, y llenaron
siete canastos con los pedazos que sobraron.
Silencio meditativo.
Reflexión.
La participación de los discípulos es necesaria para obrar el milagro, pues ellos son
quienes se dan a la tarea de buscar algún recurso y llevarlo a Jesús, para que sea
multiplicado. Además de la participación de todos, su misma necesidad los hace ser
parte activa del milagro, que más tarde Jesús instituirá como el sacramento de la
Eucaristía, en la Última Cena, para perpetuarlo en la historia del hombre y hacer más
evidente la necesidad del Alimento único que da la vida, que ilumina el sendero por
el que el hombre camina.
Silencio orante.
Preces comunitarias
Señor, Dios escucha nuestras oraciones, que con humildad te presentamos:
Por el Papa y los obispos, para que atentos a las necesidades de los demás, sepan
testimoniar y motivar a la solidaridad con los más necesitados. R.
Por los gobernantes, para que estén siempre atentos a las necesidades de los demás
y vivan preocupados de los que menos tienen. R.
Por todas las personas necesitadas del socorro de los demás, para que el Señor las
guarde y alivie todas sus necesidades. R.
Por todos nosotros, para que siendo conscientes de que hay más alegría en dar que
en recibir, podamos cada día alegrarnos compartiendo nuestros bienes y nuestra
vida al servicio de los necesitados. R.
Por quienes viven encerrados en sí, envueltos en su egoísmo, para que, abiertos a
la gracia de Dios, encuentren la alegría de compartir. R.
Oremos.
Oh Dios, que nos diste el verdadero pan del cielo, concédenos, te rogamos, que, con
la fuerza de este alimento espiritual, siempre vivamos en ti y resucitemos gloriosos
en el último día.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
Nos diste el pan bajado del cielo… R. Que contiene en sí todo deleite.
Oremos
Señor nuestro Jesucristo, que en este admirable sacramento nos dejaste el memorial
de tu pasión, concédenos venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo
y de tu Sangre, que experimentemos continuamente en nosotros el fruto de tu
redención. Tú que vives y reinas, con el Padre, en la unidad del Espíritu Santo y eres
Dios por los siglos de los siglos. R. Amén.
Una vez que ha dicha la oración, el sacerdote, con el velo humeral sobre sus
hombros, hace genuflexión, toma la custodia y, sin decir nada y en silencio, traza con
el Santísimo Sacramento la señal de la cruz sobre el pueblo.
Aclamaciones
*Benditosea Dios.
*Bendito sea su santo Nombre.
*Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
*Bendito sea el nombre de Jesús.
*Bendito sea su Sacratísimo Corazón.
*Bendita sea su Preciosísima Sangre.
*Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del altar.
*Bendito sea el Espíritu Santo consolador.
*Bendita sea la gran Madre de Dios, María Santísima.
*Bendita sea su santa e inmaculada Concepción.
*Bendita sea su gloriosa Asunción.
*Bendito sea el nombre de María, Virgen y Madre.
*Bendito sea san José, su castísimo esposo.
*Bendito sea Dios en sus ángeles y en sus santos.