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CAMARAS DE APELACIONES EN LO CIVIL, C-TERCERA

PODER JUDICIAL MENDOZA

foja: 316CUIJ: 13-04295312-6( (010303-53999))

SFREDDO JULIO CESAR C/ SANCOR COOPERATIVA DE SEGUROS LIMITADA P/ PROCESOS DE CONSUMO

*104368541*

En Mendoza, a los veintisiete días del mes de diciembre de dos mil diecinueve, reunidos en la
Sala de Acuerdo, los Sres. Jueces de esta Excma. Tercera Cámara de Apelaciones en lo Civil,
Comercial, Minas, de Paz y Tributario, trajeron a deliberar para resolver en definitiva los
autos Nº 53.999 – 256.824 caratulados “Sfreddo, Julio César c/ Sancor Cooperativa de
Seguros Limitada p/ proceso de consumo”, originarios del Primer Juzgado de Paz Letrado de
Mendoza, venidos a esta instancia en virtud del recurso de apelación interpuesto y fundado a
fs. 291/295 por el actor en contra de la sentencia de fs. 287/290.
Llegados los autos al Tribunal, la parte demandada respondió al recurso a fs. 301/304.
A fs. 310, Fiscalía de Cámaras toma intervención en los términos del art. 52 de la ley
24.240. 
Llamados los autos para sentencia, quedó establecido el siguiente orden de estudio:
Dres. Márquez Lamená, Colotto y Ambrosini.
En cumplimiento de lo dispuesto por los arts. 160 de la Constitución Provincial y 141
del CPCCyT, se plantearon las siguientes cuestiones a resolver.
PRIMERA CUESTIÓN:
¿Es justa la sentencia apelada?
SEGUNDA CUESTIÓN:
Costas.

SOBRE LA PRIMERA CUESTIÓN, EL DR. SEBASTIÁN MÁRQUEZ LAMENÁ DIJO:


I. La sentencia de primera instancia rechaza la demanda presentada por el Sr. Julio C.
Sfreddo, considerando que la acción ejercitada se hallaba prescripta. Además, estimó que el
riesgo cubierto (incapacidad total y permanente que no permita desempeñar cualquier
actividad remunerada) no se verificó durante la existencia de la póliza, pues el actor prosiguió
trabajando. Impuso las costas al accionante.
El actor se agravia de lo decidido, con los siguientes argumentos:
Cuestiona la admisión de la defensa de prescripción liberatoria decidida en la sentencia.
La sentencia hace un uso equívoco del término “enfemedad/accidente”, no
diferenciándolo del riesgo asegurado “incapacidad total y permanente por enfermedad”,
utilizando las expresiones indistintamente, cuando son diversas.
El contrato de seguro tuvo vigencia desde el primero de marzo de 2009, extendiéndose
por 5 años. El plazo de prescripción es quinquenal, pues es el plazo más favorable al
consumidor.
La demandada omitió brindar información cierta, clara y detallada de la anulación de la
póliza, vulnerando la ley de defensa del consumidor.
El riesgo cubierto -estado de incapacidad total y permanente por enfermedad- no se
verifica en su conocimiento certero sino hasta que un profesional de la salud tabula las
enfermedades que presenta el asegurado y las certifica como invalidantes.
Que una persona se encuentre en tal estado no implica que se halle al borde de la
muerte o transitando una enfermedad terminal, apreciando que dicha condición dificulta su
vida de relación. En el caso, el actor pudo seguir trabajando en cambio de funciones como
quedó comprobado en autos, a pesar de encontrarse incapacitado en forma total y
permanente.
En subsidio, peticiona ser eximido de costas. Invoca el principio de justicia gratuita
consagrado en el artículo 53 de la ley 24.240. Cita jurisprudencia.
 II. Veamos los hechos del caso, según los presenta el actor en su demanda.
 JulioSfreddo se desempeñó como docente. La Dirección General de Escuelas contrató
para su personal un seguro colectivo de vida, entre cuyos riesgos cubiertos se cuenta la
incapacidad total y permanente.
En agosto de 2.017 denuncia ante Sancor Cooperativa de Seguros Ltda. hallarse
incapacitado, aportando un certificado médico emitido por el Dr. Páramo que determina una
incapacidad definitiva del 95 % en base a síndrome depresivo reactivo, cervicobraquialgia y
gastritis crónica.    
La compañía de seguros rechazó la cobertura, argumentando básicamente que: a) no
había póliza vigente al momento del siniestro, b) el hecho denunciado no es un riesgo
cubierto; c) la acción se halla prescripta.     
Reparando ahora en los argumentos jurídicos expuestos en la demanda, el actor
sostiene que si bien al tiempo de la denuncia del siniestro  no poseía póliza vigente, sí se
hallaba cubierto al momento de la consolidación “de las enfermedades que padece” (sic).
Invoca que el art. 58 de la ley 17.418 ha devenido inaplicable y que, dada la modificación al
art. 50 de la ley 24.240, su acción prescribe en el plazo quinquenal señalado por el art. 2.560
del Código Civil y Comercial.
III. La cuestión de la prescripción liberatoria
En el caso “Messina, María del Carmen c/ Sancor Cooperativa de Seguros Limitada”,
sentencia de fecha 11 de junio de 2.019, esta Cámara trató el tema. Reproduciré un resumen
de mi voto preopinante, que obtuvo la adhesión de mis distinguidos colegas.
Desde el año 1.967, la ley 17.418 preceptúa: “Art. 58. Las acciones fundadas en el
contrato de seguro prescriben en el plazo de un año, computado desde que la correspondiente
obligación es exigible”.
En 1.993 se sanciona la Ley de Defensa del Consumidor, que en su art. 50 dijo:
“Prescripción. Las acciones y sanciones emergentes de la presente ley prescribirán en el término
de tres (3) años. La prescripción se interrumpirá por la comisión de nuevas infracciones o por el
inicio de las actuaciones administrativas o judiciales”.
En el año 2.008, la ley 26.361 reformó en buena medida la ley 24.240 y, en lo que aquí
interesa, redactó ese art. 50 de este modo: “Prescripción. Las acciones judiciales, las
administrativas y las sanciones emergentes de la presente ley prescribirán en el término de tres
(3) años. Cuando por otras leyes generales o especiales se fijen plazos de prescripción distintos
del establecido precedentemente se estará al más favorable al consumidor o usuario. La
prescripción se interrumpirá por la comisión de nuevas infracciones o por el inicio de las
actuaciones administrativas o judiciales”.
Finalmente, la ley 26.994 –que fue la que aprobó el Código Civil y Comercial vigente
desde agosto de 2.015- reformuló la redacción del art. 50 de la Ley de Defensa del
Consumidor, el cual quedó como sigue: “Prescripción.  Las sanciones emergentes de la
presente ley prescriben en el término de TRES (3) años.  La prescripción se interrumpe por la
comisión de nuevas infracciones o por el inicio de las actuaciones administrativas”.   
Con los cambios legislativos ya en vigor, la Corte Nacional no se expidió en la temática
que aquí nos convoca, pero reiteró la posición vertida en “Buffoni”: la ley 24.240 es “ley
general posterior no deroga ni modifica, implícita o tácitamente, la ley especial anterior, tal
como ocurre en el caso de la singularidad de los contratos de seguro” (caso “Flores”,
06/junio/2017, Fallos: 340:765, considerando 5°).
Bajo la legislación actual, vigente al tiempo de presentación de la demanda del Sr.
Sfreddo, ya no se puede sostener que el consumidor detente una acción con un plazo trienal
de prescripción. Apunta un autor que el instituto de la prescripción extintiva puede parecer
antipático, pero no hay razones normativas como para sostener ahora que el consumidor
tenga una acción derivada de un contrato de seguro que no se extinga en el plazo del año
marcado por el art. 58 de la Ley de Seguros (Cracogna, Fernando, “Sobre la prescripción, el
contrato de seguro y la relación de consumo”, RCyS 2019-II, 217).
Hay quienes argumentan que, al haberse modificado el art. 50 de la Ley 24.240 en lo
atinente a las acciones judiciales, debe aplicarse el régimen de prescripción previsto en el
nuevo Código Civil y Comercial. Aducen que, dado el principio de protección al consumidor
fijado en la Constitución Nacional, en el Código Civil y Comercial y en la ley 24.240, como no
existe un plazo especial que contemple expresamente a las acciones judiciales de consumo, el
consumidor se verá favorecido al aplicársele el plazo genérico de cinco años previsto en el art.
2560 del Código (Bloise, Sergio Alberto, “La prescripción de las acciones de consumo en el
nuevo Código”, Diario Consumidor, Sección Doctrina - 25/08/2015).
No me convence el argumento. Explicaré porqué.
Las normas en materia de prescripción tienen, como lo señala expresamente el art.
2.533 del Código Civil y Comercial, carácter imperativo. El mismo cuerpo legal precisa en
materia de contratos que, “cuando concurren disposiciones de este Código y de alguna ley
especial, las normas se aplican con el siguiente orden de prelación: a) normas indisponibles
de la ley especial y de este Código” (art. 963).   
No puede predicarse que el Código Civil y Comercial, el cual es una ley general,
prevalezca sobre una ley especial. De nuevo, cabe traer la precisión de la Corte Nacional en
los casos “Buffoni” y “Flores”: una ley general posterior no deroga ni modifica, implícita o
tácitamente, la ley especial anterior. Es una regla que el juez utiliza para resolver los
problemas, reales o aparentes, de contradicción entre leyes (consúltese: Nino, Carlos
Santiago, Introducción al análisis del Derecho, 2° edición, 4° reimpresión, Buenos Aires,
Astrea, 1988, p. 275).
El carácter “genérico” de ese plazo de cinco años denota su subsidiariedad, a la manera
del viejo art. 4.023 del Código Civil. Tanto uno como otro Código, luego de señalar el plazo
general, señala plazos especiales. Por ejemplo, en el cuerpo unificado vigente, el inciso d) del
art. 2.562 indica que prescriben a los dos años las acciones por daños derivados del contrato
de transporte de personas o cosas.
La Corte Argentina siempre ha sostenido que la aplicación del artículo 4.023 del Código
Civil (el plazo genérico en el anterior régimen) está supeditada a que la materia no se
encuentre regulada de otra forma por las leyes especiales (caso “S.A.C.I. Van Waveren & Cía”,
08/agosto/1969, Fallos 274:256 y sus citas; caso “Chaco, Provincia del c/ Huayqui S.A. s/
cobro de pesos”, 19/05/1999, Fallos: 322:817). Si la Ley de Seguros señala un plazo de
prescripción específico y ya no hay un plazo señalado en materia de acciones ejercitadas por
consumidores, no dudo de que el plazo del art. 58 de la ley 17.418 es el que corresponde
considerar.    
La inconsecuencia o falta de previsión del legislador no se suponen. Las leyes deben
interpretarse conforme el sentido propio de las palabras, computando que los términos
utilizados no son superfluos sino que han sido empleados con algún propósito, sea de
ampliar, limitar o corregir los preceptos, siendo la primera fuente de interpretación de la leyes
su letra, sin que sea admisible una inteligencia que equivalga a prescindir de ella, pues la
exégesis de la norma debe practicarse sin violencia de su texto o de su espíritu (Corte
Suprema de Justicia de la Nación, “P.A c/ Comisión Nacional Asesora para la Integración de
las Personas Discapacitadas y otro s/amparo”, 16/junio/2015, “Galván”, 20/marzo/2003,
Fallos 326:704, entre numerosos pronunciamientos). Esta conclusión es el mandato del art. 2
del Código Civil y Comercial.
         No
se puede postular que si el legislador eliminó del art. 50 de la ley 24.240 el vocablo
“acciones”, haya tenido la voluntad de que sea absorbida por el plazo genérico del Código
Civil. Fue el mismo Congreso de la Nación el que, al sancionar la ley 26.994, reformó la ley
24.240 e instaló el nuevo Código. El legislador, como autor de las leyes, no ignora la
distinción entre leyes generales y especiales.  
En el capítulo “Prescripción”, la Comisión de Juristas autora del Anteproyecto de Código
expresó: “En todos los casos se ha procurado la actualización de los plazos regulados,
intentando la unificación y la reducción en cuanto resulta conveniente y ajustado al valor
seguridad jurídica y a la realidad actual”. Desde la sociología se observa que en tiempos
actuales, en la posmodernidad, se exige que haya más resultados a corto plazo, hacer más  en
el  menor  tiempo  posible,   obrar  sin  tardanza. Señala un autor que “la hipermodernidad se
caracteriza por la ideologización y la generalización del reinado de la urgencia” (Lipovetsky,
Gilles, Los tiempos hipermodernos, Barcelona, Anagrama, 2006, p. 81).
Para compensar la dificultad de hecho que un individuo en concreto pueda presentar,
sea por causas económicas, sociales, culturales o de salud, existe el instituto de la dispensa
de la prescripción cumplida, cuyo plazo de invocación fue duplicado en su extensión por el
mismo Código Civil y Comercial (art. 2.550). También ese instituto es operativo para
contrarrestar los efectos que maniobras dolosas del deudor puedan haber irrogado al
acreedor.
Algunos argumentan que la prescripción quinquenal se soporta en el art. 1.094 del
Código Civil y Comercial en tanto dice: “Las normas que regulan las relaciones de consumo
debe ser aplicadas e interpretadas conforme el principio de protección del consumidor y el del
acceso al consumo sustentable. En caso de duda sobre la interpretación de este Código o las
leyes especiales, prevalece la más favorable al consumidor” (Sobrino, Waldo A., “El nuevo
plazo de prescripción de cinco años en los seguros por aplicación del Código Civil y
Comercial”, Id SAIJ: DACF17027). Sin embargo, no explican cómo es que sustentaban antes
la prevalencia del viejo art. 50 la ley 24.240 sobre el art. 58 de la Ley de Seguros, si el art.
4.023 del Código Civil otorgaba un plazo de 10 años. ¿Por qué un plazo de tres años para
ejercitar acciones derivadas de un contrato de consumo, si la acción contractual genérica
prescribía a los 10 años? ¿Diez años no eran más favorables que sólo tres? El planteo no es
consistente.
En definitiva, se concluye que el plazo de prescripción aplicable es el anual fijado por la
ley de seguros.
IV. Inicio del cómputo de la prescripción de la acción  
Siguiendo a la Corte de Mendoza, el curso de la prescripción en el seguro colectivo se
inicia a partir de la toma de conocimiento de la incapacidad en forma fehaciente, cuya
determinación demanda una ponderación objetiva que evidencie el cabal conocimiento de la
invalidez que afecta a la beneficiaria (caso “Salinas, Silvia Beatriz c/ HSBC New York Life
S.A.”, sentencia del 19 de mayo de 2.015). En el mismo sentido y vinculado al punto, la
Suprema Corte de la Provincia de Buenos Aires postula que dado que lo que se indemniza no
es el accidente de trabajo en sí, sino la incapacidad que produce cuando ésta queda
plenamente configurada con posterioridad al infortunio, el crédito se hace exigible cuando el
trabajador adquiere noción cabal de su minusvalía y desde esa fecha debe computarse el
plazo de prescripción (“Figueiras”, 06/octubre/1992, La Ley Online  AR/JUR/1509/1992).  
El contrato de seguro puede tener por objeto toda clase de riesgos si existe interés
asegurable, salvo prohibición expresa de la ley, según lo dispone el art. 2° de la ley 17.418. El
riesgo se constituye en el elemento que "amenaza" afectar un interés económico lícito del
asegurado (interés asegurable). El riesgo condiciona la validez del contrato, ya que su
inexistencia produce su nulidad (art. 3, ley de seguros). El riesgo es el elemento nuclear del
contrato ya que, según su intensidad y probabilidad de ocurrencia, se determina la prima
pura que aporta el asegurado destinada a alimentar el fondo con el cual se atenderán los
siniestros (ver: Rouillón, Adolfo – Alonso, Daniel, Código de Comercio comentado y anotado,
Tomo II, Buenos Aires, La Ley, 2005, p. 15, comentario de Eduardo y Verónica Scolara; Meilij,
Gustavo, “El siniestro en caso de enfermedad-accidente”, DT 1983-B, 1279). 
Hay contrato de seguro cuando el asegurador se obliga, mediante una prima o
cotización, a resarcir un daño o cumplir la prestación convenida si ocurre el evento previsto
(art. 1, ley 17.418). De esta definición, que es la de la Ley de Seguros, me concentro en el
elemento “evento previsto”.
La expresión destacada vuelve a aparecer en la regulación de los “seguros colectivos”,
que es nuestro caso. Establece el art. 153 de la Ley de Seguros: “En el caso de contratación de
seguro colectivo sobre la vida o de accidentes personales en interés exclusivo de los integrantes
del grupo, éstos o sus beneficiarios tienen un derecho propio contra el asegurador desde que
ocurre el evento previsto”.
No se trata aquí de una incapacidad derivada de un accidente, sino de una variada
nómina de enfermedades. En un accidente, como hecho súbito y violento que es por
definición, es más sencillo apreciar en qué momento se produce el “evento previsto”.
Terminada la convalecencia, si quedan secuelas de la lesión, la incapacidad definitiva queda
en condiciones de ser evaluada. Pero cuando la incapacidad deviene del curso de
enfermedades, la tarea se complica.
  En
el contrato que aquí nos convoca, el riesgo cubierto es “el estado de invalidez total y
permanente, como consecuencia de enfermedad o accidente” que no le permita al asegurado
desempeñar, por cuenta propia o en relación de dependencia, cualquier actividad
remunerativa, “siempre que tal estado… se hubiera iniciado durante la vigencia del seguro y
antes de cumplir sesenta y cinco (65) años de edad”. Esto es lo que leo en la cláusula de
invalidez total y permanente, en el numeral 1° (ver fs. 46 vta.).
Agrega el numeral 2°: “La aseguradora, comprobada la invalidez, abonará al asegurado
una indemnización igual al capital asegurado por muerte”. En el caso, dicho capital es de $
45.168. El contrato es idéntico al analizado en el caso “Messina”. 
De la pericia psiquiátrica, surge que el actor le relató al perito que en el año 2.009
comenzó con un cuadro ansioso-depresivo, comenzando un tratamiento psiquiátrico.
Continuó trabajando hasta el año 2.014, en que sufre un reagravamiento en su patología,
obteniendo licencia por 12 meses, al cabo de la cual se reintegra al trabajo con cambio de
funciones. En el año 2.018 se jubila (fs. 109).
Cabe aclarar que el dato de la condición jubilatoria es divergente con el que surge de la
pericia de médico legista. En la experticia de fs. 235/237, presentada en febrero de 2.009, se
consigna que el actor aún se hallaba trabajando con cambio de funciones.  
La Corte Federal ha tenido oportunidad de señalar que “lo correcto para el cálculo del
plazo de prescripción es arrancar desde aquel hecho que precisamente determina la
incapacidad en forma fehaciente (Fallos: 306:337), lo que requiere de una apreciación objetiva
del grado de incapacidad que ponga de manifiesto el cabal conocimiento de su invalidez por
parte del trabajador, sin que pueda suplirse esta exigencia sobre bases inciertas que no
demuestran de manera concluyente que el recurrente dejó transcurrir los plazos legales
consciente de las afecciones que sufrió (Fallos: 308:2077)” (“Celis, Bernabé A. c/ Policía de la
Provincia de Buenos Aires”,  30/abril/1991, Fallos 314:375). Si bien el precedente no es un
caso de seguros, esclarece el dies a quo atendiendo a que la prestación debida nace de la
incapacidad manifestada y no de la enfermedad o accidente que la provocó.
Ese es el criterio del fallo “Salinas” de la Sala I de la Corte de Mendoza. En el mismo
sentido, se ha pronunciado la Sala II de la Corte Provincial (ver: “Prevención A.R.T S.A en J°
n°11705 "Paratore, Hugo Mario c/ Prevención A.R.T S.A s/ diferencia de indemnización"
(11705) p/ rec. ext. de insconstit-casación”, 26/junio/2017, LS 530-143).
En suma, no surgiendo que el actor haya tenido conocimiento cabal de su incapacidad
con anterioridad a la evaluación del médico que expidió el informe de fs. 22, concluyo que no
puede tenerse por verificado el cumplimiento del plazo anual de prescripción, pues la
demanda se presentó dentro del año de la expedición de dicho informe. 
V.   Inviabilidad de la pretensión debido a la falta de verificación del riesgo previsto
Tal como señalé en el caso “Messina”, lo decisivo aquí es que no se ha probado que la
incapacidad total y definitiva se haya producido durante la vigencia del contrato de seguro.  
Al rechazar extrajudicialmente el reclamo, Sancor Cooperativa de Seguros Limitada
invocó el riesgo cubierto: incapacidad total y permanente, como consecuencia de enfermedad
o accidente, que no permita al asegurado desempeñar por cuenta propia o en relación de
dependencia, siempre que se hubiera iniciado durante la vigencia del seguro y antes de
cumplir los 65 años de edad (ver carta documento de fs. 23).
De la propia documental aportada por el actor con su demanda, vemos que su médico
tratante en el mes de noviembre de 2.016 certificó, a los efectos de solicitar cambio de
funciones ante su empleadora, que Sfreddo podía trabajar, cumpliendo tareas administrativas
(ver fs. 18/19). Así fue que el actor continuó desempeñándose en su trabajo, aunque con
cambio de funciones.   
  Como bien apuntara la Corte local en el caso “Intiar S.A.” (LS 402-183) y en tantos
otros, el contrato de seguro debe mencionar el riesgo asegurado. Normalmente se prevé el
riesgo genérico a cubrir, y luego hipótesis que van acotando el ámbito dentro del cual regirá la
cobertura otorgada. Es decir, la individualización del riesgo se hace con indicaciones positivas
y después con indicaciones negativas ayudan a la individualización. La determinación del
riesgo implica dos fases: A) la individualización del riesgo, es decir, naturaleza del hecho
cuyas consecuencias se busca amparo; B) delimitación del riesgo que resulta de la fijación de
límites concretos a ese riesgo (LS 402-183).
En Argentina, se debate si es lícita la mecánica de los seguros con cláusula "claims
made" o "base reclamos”, en contraposición de los denominados “cobertura en base a
ocurrencia” (sobre el tema, compulsar: Gastaldi, José María, “La cláusula "claims made" en
relación con su validez en el derecho argentino”, La Ley 2012-C, 649; Stiglitz, Rubén S. -
Compiani, María Fabiana, “Un nuevo precedente que confirma la ilicitud de la cláusula claims
made y la afectación de la causa del contrato”, La Ley 2011-B, 404). Esa discusión aquí me
sirve para poner de resalto cómo funciona un seguro como el que aquí concita nuestra
atención: un seguro de base ocurrencia.
En los seguros de base ocurrencia, quedan cubiertos los hechos acaecidos durante la
vigencia de la póliza, independientemente de la fecha del reclamo. Es el típico caso, en
nuestro derecho, del seguro de responsabilidad civil: “El asegurador se obliga a mantener
indemne al asegurado por cuanto deba a un tercero en razón de la responsabilidad prevista en
el contrato, a consecuencia de un hecho acaecido en el plazo convenido” (art. 109, ley 17.418).
Queda claro que, siendo la ocurrencia del siniestro el hecho constitutivo sobre el que la
actora monta su pretensión, a ésta le incumbe la estricta carga de probar que el mismo
aconteció dentro del periodo de cobertura previsto por la póliza (art. 179, CPC; al igual que
art. 175-I del Código vigente).  
  Ladefensa de la demandada consistió en negar que la incapacidad definitiva y total
para desempeñar actividad remunerada se haya hecho presente (ocurrido, en términos
propios del Derecho de Seguros) durante la vigencia de la póliza.
De hecho, la circunstancia de que el Sr. Sfreddo, al tiempo de finalización de la relación
de seguro (julio de 2.013), siguiera trabajando desluce su argumento. Mal pudo darse el
evento “incapacidad total y permanente que impida toda actividad remunerada”, si prosiguió
laborando hasta obtener la jubilación ordinaria.
Si apreciamos la documental aportada por el actor, vemos que su propio médico
completó en noviembre de 2.016, esto es, mucho tiempo después de terminada la cobertura
asegurativa que aquí interesa, una historia clínica –a los efectos del pedido de cambio de
funciones- que categóricamente señala que Sfreddo estaba en condiciones de trabajar, lo que
aleja la idea de una incapacidad total y definitiva en aquellos tiempos (ver fs. 18/19).
Cabe agregar que no alcanzo a comprender el reproche relativo que el apelante hace en
su memorial, mencionando una “supuesta rescisión” contractual, refiriéndose a la baja
invocada por la aseguradora y considerada en la sentencia. De la propia documental aportada
por el actor surge que cotizó ante la demandada hasta el mes de julio de 2.013, mientras que
ya en agosto de ese mismo año no figura en su bono de sueldo el descuento para el pago a
“Sancor Seguros”, sino que aparece otro código de descuento que dice “Caja de Seguros-Seg.
Colectivo” (ver fs. 9). Ello prueba que hubo una baja efectiva de la póliza  y una consecuente
alta en otra compañía de seguros.
En definitiva, la demanda no puede prosperar.
VI. ¿Debe ser el actor eximido de responder por las costas procesales?
La sentencia impuso los gastos del proceso al Sr. Sfreddo, en razón del principio de la
derrota (art. 36-I, CPCCyT).
En lo que aquí importa, el art. 53 de la ley 24.240 dice: “Las actuaciones judiciales que
se inicien de conformidad con la presente ley en razón de un derecho o interés individual
gozarán del beneficio de justicia gratuita. La parte demandada podrá acreditar la solvencia del
consumidor mediante incidente, en cuyo caso cesará el beneficio”.  
En los autos 52.449 caratulados “Palma c/ CMR Falabella S.A.”, sentencia del 17 de
octubre de 2.017, señalé que lo que el legislador nacional se propuso es dotar al consumidor
de un tipo de beneficio de litigar sin gastos, pues de lo contrario ¿para qué previó que pueda
demostrarse la solvencia del consumidor para que la gratuidad cese? Es decir, proyectó una
gracia que es revocable como es propio del beneficio de litigar sin gastos, tanto en la ley
mendocina (art.  97-III, CPC) como en el Código Procesal Civil y Comercial de la Nación (art.
82).
Me alisté entre los que identifican al beneficio de justicia gratuita con una especie de
beneficio de litigar sin gastos. Hoy expresamente el legislador mendocino muestra dicha
postura. Veamos.
El presente proceso se inició ya vigente el nuevo Código Procesal Civil, Comercial y
Tributario, aprobado por ley 9.001. En él encontramos regulados a los “Procesos de consumo
de mayor cuantía”, trámite que se le imprimió al caso desde su decreto inicial (ver fs. 39).
El art. 204 del Código Procesal establece: “Cuando los consumidores o usuarios inicien
actuaciones judiciales de conformidad con las normas de fondo que regulan las relaciones de
consumo en virtud de un derecho o un interés individual gozarán del beneficio de justicia
gratuita, con los efectos previstos en el Art. 97 de este Código, sin necesidad de trámite o
declaración alguna” (apartado I). El apartado II dice: “Costas. En los procesos de consumo,
rigen las reglas generales dispuestas en los Arts. 35 y 36. Por excepción el Tribunal podrá
eximirlas, total o parcialmente, cuando el consumidor vencido por circunstancias especiales
demuestre haber litigado con razón probable y buena fe”.
Recién puesto en vigencia el Código Procesal, la Corte de Mendoza decidió, aludiendo al
art. 53 de la ley 24.240: “El beneficio de justicia gratuita significa que todo consumidor que
interponga un reclamo judicial no debe afrontar ningún tipo de costo y/o gasto que insuma el
proceso, lo que incluye las costas del mismo, salvo que por vía incidental el proveedor acredite
la solvencia del consumidor” (caso “Alonso, Esteban c/ Mario Goldstein SACI y otros p/ daños
y perjuicios”, auto de fecha 28 de mayo de 2.018). Si bien allí decidió que no cabía imponer
costas por el rechazo parcial de demanda, ello se fundó más bien en la doctrina emergente de
“Chogris”, pues –a la luz del texto del art. 204 del CPCCyT- no cabe derivar directamente
dicha decisión. 
Lino Palacio enseñaba que la concesión del beneficio de litigar sin gastos lleva aparejado
el efecto fundamental consistente en que el beneficiario queda exento, total o parcialmente,
del pago de costas o gastos judiciales hasta que mejore su fortuna. La mejora de fortuna
funciona como condición resolutoria, en cuyo caso renace su responsabilidad por el pago de
los gastos del proceso (Palacio, Lino E., Derecho Procesal Civil, Tomo III, 6° reimpresión,
Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1999, p. 490).   
Véase que el art. 84 del Código Procesal Nacional precisa: “El que obtuviere el beneficio
(de litigar sin gastos) estará exento, total o parcialmente, del pago de las costas o gastos
judiciales hasta que mejore de fortuna; si venciere en el pleito, deberá pagar las causadas en su
defensa hasta la concurrencia máxima de la tercera parte de los valores que reciba. Los
profesionales podrán exigir el pago de sus honorarios a la parte condenada en costas, y a su
cliente, en el caso y con la limitación señalada en este artículo”.       
Discernir las costas en el orden causado en este tipo de casos es una decisión que suele
adoptarse apelando al “beneficio de justicia gratuita”, pero no resulta normativamente
correcta, además de no cumplir la finalidad tuitiva. Esa decisión solo protege en apariencia al
consumidor, pues termina siendo mucho peor que reconocerle beneficio de litigar sin gastos,
ya que el consumidor deberá pagar sus costas y la mitad de las comunes. Esta consecuencia
no es solo la propia que surge de nuestro sistema procesal (art. 36-II, CPC), sino que es modo
en lo que entiende también la Justicia Nacional (véase: Gozaíni, Osvaldo A., Costas
procesales, 2° edición ampliada, Buenos Aires, Ediar, 1998, p. 89).  
Me preguntaba además en “Palma”, que si el beneficio conllevara lisa y llanamente la no
imposición en costas al consumidor vencido, ¿qué hacemos entonces con el tramo del art. 53
que dice “La parte demandada podrá acreditar la solvencia del consumidor mediante
incidente, en cuyo caso cesará el beneficio”? ¿Para qué el legislador previó que pudiese cesar
el beneficio en caso de un consumidor solvente? Si después resulta que ese consumidor
perdidoso es solvente, ¿vamos a modificar una decisión firme que atribuyó costas por su
orden o que eximió de ellas?
Las costas deben imponerse, conforme las reglas procesales. El hecho de que hubiese
condena en costas, no implicaría que automáticamente el consumidor perdidoso deba saldar
gabelas judiciales y honorarios, pues cuenta con beneficio de gratuidad en el sentido de
beneficio de litigar sin gastos. Para que deba afrontar el pago, debería –por vía incidental-
declararse el cese del mismo en virtud de solvencia.
En la jurisprudencia de la  Corte Federal se ha analizado el beneficio respecto de
asociaciones de consumidores. La Corte Suprema de la Nación hizo lugar a un recurso de
revocatoria contra una sentencia que había impuesto las costas a la asociación actora en
razón del principio de la derrota y declaró: “Por ello… se deja sin efecto lo resuelto en materia
de costas en la sentencia de fs. 462, disponiéndose que en virtud de lo previsto en el artículo
55, último párrafo de la ley 24.240, no corresponde en el caso imponer las costas a la parte
actora vencida” (caso “Unión de Usuarios y Consumidores c/ Nuevo  Banco de Entre Ríos S.A.
s/ ordinario, resolución del 30 de diciembre de 2.014).
Hace unos meses, rechazó un recurso extraordinario -interpuesto por una asociación de
consumidores- por considerarlo inadmisible en los términos del art. 280 del CPCCN,
decidiendo “Sin especial imposición de costas en virtud de lo dispuesto por el art. 55 de la ley
24.240” (“Unión de Usuarios y Consumidores c/ Nuevo Banco Bisel S.A. s/ ordinario”,
sentencia del 29 de agosto de 2.019).
Ahora bien, siempre se ha pronunciado en tales términos en procesos instados por
asociaciones de consumidores, entidades de protección de intereses colectivos que están
reconocidas y promovidas por la propia Constitución Nacional (arts. 42 y 43). No cabe
idéntica solución en los procesos individuales. La ley 24.240, en el art. 55, no contempla la
articulación de incidente de solvencia. Es decir, el beneficio en favor de las asociaciones es
irrevocable, con lo que no tiene sentido imponerles las costas cuando resultan vencidas en el
pleito.
No debe confundirse “decisión en materia de imposición de costas” con “beneficio de
justicia gratuita”. Véase que, en el régimen procesal general, el Estado Nacional, la Provincia,
los municipios y entidades autárquicas “litigarán sin pagar gastos” dice la ley (art. 95 del
CPC; art. 95 del CPCCyT). Ahora bien, no por ello tales personas públicas quedan exentas de
condena en costas cuando son vencidas en juicio.
En base a lo antedicho, corresponde ahora analizar si el actor debe ser eximido de
costas. 
Tradicionalmente la jurisprudencia, basada en el párrafo segundo del art. 68 del
CPCCN, alude a la pauta genérica “razón fundada para litigar” que autoriza al juez para
eximir de costas al objetivamente vencido. Es un margen de arbitrio que los magistrados
debemos ejercer prudente y restrictivamente, solo cuando se torne manifiestamente injusta la
decisión en base al principio general de la derrota (cfme: Palacio, op. cit., p. 372-373).
 Sfreddo argumenta que demandó con absoluta buena fe, lo que en la jurisprudencia de
la Corte Federal sería considerar que pudo creerse con razón fundada para litigar y posibilita
la imposición de costas en el orden causado (ver, por ejemplo: “Punte, Roberto Antonio c/
Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur s/ cumplimiento de contrato”,
17/julio/2007, Fallos 330:3444).
No encuentro que la excepción sea aplicable al caso. Sfreddo sostiene que tuvo razón
para litigar por entender que el plazo de prescripción se contaba desde la toma de
conocimiento de la incapacidad total y definitiva. Sin embargo, nunca asumió que debía
demostrar que dicha incapacidad debía reunir dos condiciones esenciales como para activar
la prestación pretendida: a) ocurrir durante la vigencia de la cobertura; b) imposibilitar toda
actividad remunerada.
Por ello, encuentro que el actor no debe ser eximido de responder por las costas. Reitero,
esta situación no debe llevarnos a pensar que derechamente responderá patrimonialmente
por las costas procesales, pues goza del beneficio de justicia gratuita. Solo podría hacerlo si se
articulara un incidente de solvencia, que provoque que el beneficio cese total o parcialmente.
En definitiva, por la primera cuestión, mi voto es por la afirmativa.
La Dra. Claudia Ambrosini adhiere al voto que antecede.
El Dr. Gustavo Colotto adhiere al voto preopinante y, en voto ampliatorio, expresa:
Tal como lo había mencionado el colega preopinante, en los autos n° 52.449,
caratulados “PALMA CARLOS ANTONIO Y OT. C/ CMR FALABELLA S.A. Y OT. p/ D Y P”, en
la que me ocupé de ser el vocal que preopinaba, justifiqué mi postura de imponer las costas
en el orden causado por la desestimación parcial del recurso de la parte actora, consumidor
en dicho proceso.
En efecto, allí dije que en el orden nacional existen dos posturas con respecto al alcance
que debe darse al beneficio de justicia gratuita prevista por el art. 53 de la LDC y su necesaria
vinculación con la imposición de costas.
Existía una de carácter restrictiva, que limita exclusivamente el ámbito de la gratuidad a
la eximición de tasas, sellados y otros cargos, de modo que quede liberado al consumidor el
acceso a la justicia, pero que luego el litigante consumidor queda sometido a las reglas  del
proce-so, debiendo eventualmente cargar con el pago de las costas en caso de resultar
vencido (Enrique J. Perriaux, "La justicia gratuita en la reforma de la ley de Defensa del
Consumidor", pub. en La Ley on line el 24/09/08; Roberto Vázquez Ferreira-Damián Avalle,
"El alcance del be-neficio de justicia gratuita en la ley de Defensa del Consumidor", pub. en
La Ley, 2009-C, 401; Jurisp. Cám.Nac.Com., Sala A, "Padec c. Banco Río de La Plata s/
Beneficio de litigar sin gastos" del 4/12/08; Sala B, "Padec Prevención Asesoramiento y
Defensa del consumidor c. HSBC Bank Ar-gentina S.A." del 15/4/09; sala D, "Adecua c.
Banco BNP Paribas S.A. y otro" del 4/12/08; entre otros).
ientras que la postura amplia en cambio considera que las disposiciones establecidas
por el art. 53 y 55 LDC  en especial la gratuidad allí fijada no se agota en la tasa de justicia y
sellados sino que comprende también  las costas del proceso (Horacio L. Bersten, "La
gratuidad en las acciones individuales y colectivas de consumo", pub. en La Ley on line el
17/03/09; Cristian O. del Rosario, "El beneficio de gratuidad y su alcance en las acciones de
clase", pub. en La Ley on line 07/04/09; Francisco Juyent Bas-Candelaria del Cerro,
"Aspectos procesales en la ley de Defensa del Consumidor", pub. en La Ley on line 14/06/10;
Jurisp. Cám. Nac. Com., Sala F, "San Miguel, Martín Héctor y otros c. Caja de Seguros S.A."
del 29/06/10; AR/JUR/39056/2010; Sala C, "Damnificados Financieros Asoc. Civil para su
defensa c. Banco Río de la Plata s/ Beneficio de litigar sin gastos" del 09/03/10; "Adecua c.
Hexagón Bank Arg. S.A." del 09/09/08; AR/JUR/14304/2008, Krieger, Walter F., “El
beneficio de gratuidad en la Ley de Defensa del Consumidor y el proceso eficaz”,  LA LEY
29/07/2014, 29/07/2014, 6 - LA LEY2014-D, 407;  Ritto, Graciela B., “La justicia gratuita
en la Ley de Defensa del consumidor y la defensa del débil jurídico”, RCyS2013-VIII, 167 -
Cita Online: AR/DOC/1778/2013).
En dicho fallo manifesté ser partidario de ésta última postura, considerando que no solo
debe entenderse que la referida gratuidad se refiere exclusivamente a la obtención del
beneficio de litigar sin gastos (es decir la exención de la tasa de justicia, aportes y derecho fijo)
sino a toda implicancia que de carácter patrimonial pueda traer aparejado la necesidad del
consumidor de recurrir a la justicia para obtener el reconocimiento de sus derechos.
Sin embargo, hoy nos encontramos que el CPCCT regula expresamente el tema de las
costas en las relaciones de consumo. Como bien lo apunta el colega preopinante, el art. 204
distingue normativamente la cuestión del beneficio de la justicia gratuita con el de la
imposición de costas, fijando en relación a la primera que todos los consumidores gozan de
dicho beneficio con los efectos del art. 97 (beneficio de litigar sin gastos). En apartado
separado prevé la cuestión de las costas indicando que en tales procesos se rigen por las
reglas generales en materia de costas (arts. 35 y 36), fijando como excepción la eximición total
o parcial de las mismas al consumidor cuando éste y por circunstancias especiales demuestre
haber litigado con razón probable y buena fe.
Como se observa no puede entonces hoy predicarse que se encuentre subsumido al
menos dentro del concepto de beneficio de la gratuidad del proceso judicial a la cuestión de
las costas, la cual se rige entonces por el principio chiovendano de la derrota que nuestra ley
de rito sostiene en dicha materia.
Sólo deja librado al Tribunal eximirlo en circunstancias excepcionales, las cuales deberá
ser motivadas en la medida en que se ajuste a las condiciones fijadas por la norma, es decir
buena fe y razón probable para litigar, de las cuales coincido en el caso particular con el Dr.
Márquez Lamená no se encuentran acreditadas en autos. Es por ello que entiendo que en el
caso no deben ser eximidas a la parte actora, adhiriéndome a las razones que el colega
manifiesta en su voto. 

SOBRE LA SEGUNDA CUESTIÓN, EL DR. SEBASTIÁN MÁRQUEZ LAMENÁ DIJO:


De acuerdo con el art. 36-I del CPCCyT, las costas de esta instancia deben ser
impuestas al apelante, sin perjuicio de que, como ya desarrollé en el punto anterior, solo
responderá patrimonialmente por ellas si cesare el beneficio de justicia gratuita que el art. 53
de la ley 24.240 le acuerda.    
Así voto.
Sobre la misma cuestión, los Dres. Claudia Ambrosini y Gustavo Colotto adhieren al
voto que antecede.
Con lo que terminó el acto, procediéndose a dictar la sentencia que a continuación se
inserta:
SENTENCIA:
Mendoza, 27 de diciembre de 2.019.
 

Y  VISTO:
El acuerdo que antecede, el Tribunal
RESUELVE:
1°) Desestimar el recurso de apelación presentado por el actor.     
2°) Costas al apelante.
3°) Regular los honorarios de segunda instancia del siguiente modo: a los Dres.
Guillermo D. Arbitelli en la suma de pesos cinco mil ochocientos setenta y uno con 84/100 ($
5.871,84), Silvina Scriffignano en la suma de pesos novecientos cuarenta y ocho con 52/100
($ 948,52) y Katia Márquez en la suma de pesos tres mil ciento sesenta y uno con 76/100 ($
3.161,76), todo sin perjuicio de IVA y complementarios (arts. 3, 15 y 31, ley 9.131 y art. 33-III
del CPCCyT). 
 

NOTIFÍQUESE Y BAJEN.
sml

Dra. CLAUDIA ALICIA AMBROSINI ROCCUZZO DR.GUSTAVO ALEJANDRO COLOTTO


Juez de Cámara Juez de Cámara

DR.SEBASTIAN MÁRQUEZ LAMENÁ


Juez de Cámara

Ante mí,

Dra. NERINA CORNEJO


Prosecretario

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