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C.F.

Black, Mark Greengrass, David Howarth, Jeremy Lawrance,


Richard Mackenney, Martin Rady, Evelyn Welch

CULTURAL ATLAS OF THE RENAISSANCE


New York & London: Prentice Hall, 1993

Traducción de María Cristina Balestrini para los alumnos de Historia Social y Cultural
de la Literatura II del ISFDyT Nº35

¿QUÉ FUE EL RENACIMIENTO? (pp. 14-28)

 sualmente, se piensa que el término “Renacimiento” se entiende con tanta claridad


que no requiere de definiciones, pero de hecho puede ser interpretado en dos
sentidos muy diferentes. O bien puede denotar un periodo de la historia, de la misma
manera en que lo hace “el siglo XV”; o, como los adjetivos “medieval” o “victoriano”,
puede describir una serie de ideas y valores culturales bastante específicos. Un artista
renacentista, por ejemplo, puede simplemente ser alguien que vivió durante el
Renacimiento –como Hieronymus Bosch, incluso si sus visiones de pesadilla a menudo
son consideradas esencialmente “medievales”. O puede tratarse de un artista que
compartió activamente (y contribuyó a afirmar) las creencias y el punto de vista de la
cultura del Renacimiento en su conjunto, tales como Miguel Ángel o Botticelli. Es
importante tener presente dicha distinción porque las ideas con las que lo asociamos
más estrechamente dejaron de estar limitadas al uso por parte de un pequeño grupo de
individuos y adquirieron alcance más general solo tardíamente en la historia del
periodo.
Se cree, generalmente, que el Renacimiento comenzó en Italia durante el siglo
XIV –tal vez tan temprano como para abarcar a los pintores Giotto (c.1266-1337) o
Cimabue (c.1240-c.1302)– y que terminó a fines del siglo XVI. No obstante, hay que
tener en cuenta que nuevos estilos culturales pueden existir lado a lado con otros más
antiguos a los que terminan por desplazar. Muchas de las nociones que asociamos con el
Renacimiento pueden ser rastreadas en el siglo XII, y hubo mucho de medieval en el
Renacimiento propiamente dicho. Resulta poco útil trazar límites demasiado tajantes.
Aunque el término “Renacimiento” pueda ser encontrado ya en 1829 en una
novela de Balzac, debe su primera definición al historiador francés Jules Michelet, que
escribía en 1855. Michelet lo empleó para describir el lapso de la historia europea que
se extiende aproximadamente desde 1400 a 1600, época que fue testigo tanto del
“descubrimiento del mundo” como del “descubrimiento del hombre”. Tras la
publicación, unos años más tarde, del sumamente influyente La civilización del
Renacimiento en Italia (1860) del suizo Jacob Burckhardt, la palabra se convirtió en
término aceptado en el vocabulario de los historiadores. Burckhardt produjo una
caracterización del Renacimiento de tonos románticos. Sin embargo, su logro fue el de
presentar el Renacimiento no solo como un periodo, sino como un movimiento cultural
que marcó un punto crucial en la transición del mundo medieval al moderno.
¿Qué fue el Renacimiento?

Michelet y Burckhardt pueden haber inventado el término “Renacimiento”, pero


no fueron en modo alguno responsables de la creación de su mito. Eruditos y artistas
que vivieron en los siglos XV y XVI eran por sí mismos conscientes de estar viviendo
en un momento de enorme cambio cultural. El artista e historiador del arte italiano
Giorgio Vasari (1511-74) escribió en 1550 sobre un segundo nacimiento de las artes en
Italia. Notó que las artes se estaban encaminando hacia la perfección, y que estaba
teniendo lugar la recuperación de las antiguas civilizaciones de Grecia y Roma. El
estudioso humanista Marsilio Ficino (1433-99) habló de una nueva Edad de Oro en
Florencia que había “devuelto a la vida las artes liberales, que estaban casi extintas:
gramática, poética, retórica, pintura, escultura, arquitectura, música y los antiguos
cantos de la lira órfica”. Incluso tan temprano como en el siglo XIV, el poeta y
humanista Petrarca (1304-74) sugirió que estaba asomándose un nuevo tiempo pues los
hombres “irrumpieron de la oscuridad para retornar a la pura, prístina luminosidad” de
la Antigüedad.
Estas pocas citas proveen una buena definición de lo que realmente fue el
Renacimiento: un movimiento que afectó todos los aspectos de la cultura –la literatura y
la erudición así como la pintura, la escultura y la arquitectura– y que se proponía
conscientemente recobrar y revivir los logros de la antigüedad clásica. La palabra
“Renacimiento” significa que algo “volvió a nacer” y esto es precisamente cómo los
estudiosos y artistas de los siglos XV y XVI interpretaban el medio cultural en el que
vivían y trabajaban: como un nuevo nacimiento de la civilización clásica tras un largo
periodo de degeneración.

Los renacimientos medievales


Fue un erudito del Renacimiento, Flavio Biondo (1392-1463) quien por primera vez usó
el término medium aevum o “edad media” para referirse a la época entre la caída del
Imperio Romano en el siglo V y la revitalización de las artes de su propio tiempo. Para
Biondo, y para muchos de sus contemporáneos, la Edad Media representaba un milenio
de decadencia durante el cual los logros de la época precedente o habían sido olvidados
o se los había dejado languidecer. Hay alguna justicia en esta creencia. No obstante, hoy
en día resulta claro que la cultura clásica nunca desapareció completamente de Europa
durante la Edad Media, y que existieron algunos intentos importantes de revivirla
durante los siglos que antecedieron al Renacimiento.
La renovatio o “renovación” más temprana tuvo lugar en tiempos de
Carlomagno, durante los siglos VIII y IX. Tras la coronación de Carlomagno como
emperador en el año 800, se propuso restaurar el Imperio Romano en el occidente de
Europa apoyando una revivificación de la arquitectura y de la literatura latinas.
Reconstruyó el palacio real en Aquisgrán según el estilo de la antigua Roma, autorizó la
copia y difusión de textos clásicos, y juntó un grupo de eruditos dedicados al estudio de
la literatura latina. Sus miembros se dieron nombres clásicos tales como Horacio u
Homero; se referían al palacio de Aquisgrán como a una segunda Roma; y planearon
establecer en el imperio de Carlomagno una “nueva Atenas, solo que más excelsa”.
Carlomagno, que participó con entusiasmo en estos proyectos, era analfabeto.

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¿Qué fue el Renacimiento?

Es fácil ridiculizar las pretensiones del Renacimiento Carolingio. Sin embargo,


este renacimiento temprano mantuvo vivos ideas y modelos clásicos que, de otra
manera, habrían sido olvidados. En particular, los copistas que trabajaron en la corte
carolingia ayudaron a preservar los textos de los manuscritos latinos: muchas de las
versiones más tempranas de las obras clásicas proceden de los scriptoria de esta época.
La grafía clara, redonda, con que estos trabajos fueron transcriptos –la minúscula
carolingia– fue luego considerada, en el Renacimiento, como el estilo de la Roma
antigua y fue ampliamente imitada. Como consecuencia, la grafía de tipo “roman” que
tenemos hoy en día en su origen es verdaderamente carolingia.
Un segundo renacimiento tuvo lugar en el siglo XII, y tuvo alcances mucho
mayores que su predecesor carolingio. En el crecimiento y en la proliferación de
bibliotecas y en la nueva preocupación por la pureza expresiva en la literatura se nota en
el interés renovado en la civilización romana. Se imitaban tanto la escultura como la
arquitectura clásicas. Las pilastras aflautadas de la arcada de la catedral de Autun
deliberadamente recordaba un portal romano cercano, la Puerta de Arroux, mientras que
la estatua de Marco Aurelio de Roma proveyó el modelo para varios relieves ecuestres
del siglo XII.
Pero el aspecto más importante del Renacimiento del siglo XII vino del mundo
árabe. Como resultado de las Cruzadas y del contacto con la civilización islámica de
España y del sur de Italia, los intelectuales del occidente europeo obtuvieron
traducciones de algunas de las obras científicas y filosóficas de la antigua Grecia. El
impacto de Aristóteles en particular fue inmenso, ya que su obra contenía ideas sobre
filosofía, física, astronomía, lógica, política y ética totalmente ajenas para los estudiosos
del siglo XII. Entre las consecuencias más importantes del redescubrimiento del saber
griego estuvo la fundación de universidades, entre las que se destacan Bolonia, Padua,
París y Oxford. El énfasis en el estudio de la lógica aristotélica en las nuevas
universidades, que llegó virtualmente a excluir lo demás, provocó una dura reacción en
los siglos XIV y XV. La exigencia de más enseñanza de las “humanidades” –poesía,
literatura e historia– constituyó un rasgo significativo del Renacimiento temprano.
Por ende, el Renacimiento no tuvo lugar contra un trasfondo de completa
decadencia cultural. Había habido “renacimientos” previos, que en una serie de aspectos
prepararon el camino para los logros de los siglos XV y XVI. De hecho, con el
“descubrimiento” reciente de los renacimientos de los siglos IX y XIII, el Renacimiento
italiano se muestra cada vez más como la culminación brillante de un conjunto de
tendencias previas que como una ruptura con el pasado o como un comienzo totalmente
nuevo.

Pagano y cristiano
Una de las principales dificultades que experimentaron tanto el siglo XII como el XV
fue la de reconciliar la civilización clásica con la Cristiandad. El mundo medieval era un
mundo intensamente religioso en el que todos los fenómenos eran interpretados dentro
de un marco cristiano. Los escritores griegos y romanos, empero, eran paganos y sus
construcciones del mundo eran frecuentemente contrarias a las enseñanzas de la Iglesia.
Aun tardíamente, en la segunda década del siglo XIV, el poeta Dante (1265-1321)

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¿Qué fue el Renacimiento?

consignó a todos los escritores clásicos al infierno en su Divina Comedia porque no


estaban bautizados y habían vivido “antes del tiempo del cristianismo”. Por un tiempo,
incluso la filosofía aristotélica estuvo prohibida en la Universidad de París por sus
asociaciones paganas. Aristóteles fue salvado para la posteridad por dos frailes
dominicos, Alberto Magno (c. 1206-80) y Tomás de Aquino (c. 1225-74), quienes
dieron un barniz cristiano a las ideas aristotélicas.
En el Renacimiento italiano hubo una conciliación similar entre las tradiciones
clásica y cristiana. Muy pocos intelectuales se vieron tan absorbidos por la literatura
pagana como para rechazar el cristianismo. Aunque se compuso una gran cantidad de
poesía erótica, la mayoría de los artistas y pensadores emplearon la civilización clásica
revivificada al servicio de la fe. Muchos de sus principales emprendimientos fueron
llevados a cabo por encargo de la Iglesia, y los temas más comunes se extraían de la
Biblia y de las vidas de los Padres de la Iglesia. A lo largo del Renacimiento los artistas
continuaron mezclando temas y técnicas clásicos con una iconografía cristiana. Dos de
los ejemplos más llamativos son El matrimonio Arnolfini de Jan Van Eyck (1434) y la
Primavera de Botticelli (c. 1478), lo cuales, según se ha demostrado, contienen un
elaborado simbolismo cristiano.

La síntesis humanista
La conexión entre el Renacimiento y la fe cristiana es más visible en la literatura
humanista de la época. “Humanismo” es un término más difícil de definir que
“Renacimiento”. La palabra humanista se encuentra por primera vez en el siglo XVI
como un término coloquial que refiere al estudiante dedicado a las artes liberales: tenía
sus contrapartes en canonista (el que estudiaba la ley canónica) y legista (el que
estudiaba el derecho civil). El término “humanismo”, aunque es una invención del siglo
XVIII tardío o del siglo XIX, es valioso, ya que llama la atención sobre algunos de los
rasgos más relevantes del pensamiento y del saber del Renacimiento.
El humanista recibía esa designación porque estaba siguiendo cursos de
humanidades o, como se decía, studia humanitatis. Esto quiere decir que estudiaba lo
que por entonces se conocía como gramática y retórica –lo que en realidad significaba
literatura, poética e historia, y la habilidad para comunicar ideas con claridad y para
persuadir–. No hubo ningún “programa humanista”, ni tampoco una filosofía humanista,
más allá del estudio de estas pocas materias. A pesar de esta aparente limitación, las
consecuencias del estudio de las humanidades resultaron ser amplias para el periodo en
su conjunto.
En primer lugar, el estudio de las humanidades marcó un quiebre decisivo con el
currículum universitario tradicional que estaba asombrosamente centrado en la
enseñanza de la lógica y con la reiteración de secas fórmulas intelectuales en la
memoria de los estudiantes. En segundo lugar, las humanidades tendían a acentuar
valores seculares más que trascendentales. El humanista, fuera un estudiante o un
intelectual, estaba menos interesado en el estudio de la metafísica o de la teología que
en tratar de comprender las acciones humanas y en procurar mejorarse a sí mismo como
persona. La literatura clásica proveía una guía en esta empresa. De ahí la preocupación
de los humanistas por leer las historias de Livio, la poesía de Horacio, los discursos de

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¿Qué fue el Renacimiento?

Cicerón y los dramas de Terencio y Plauto; y de ahí surgieron libros de conducta,


principalmente, El cortesano de Castiglione (1528).
Es un clisé que los humanistas buscaban “la perfección del hombre”. De hecho,
apuntaban a su mejoramiento. El peligro, sin embargo, radicaba en que los humanistas
trataban de mejorar al hombre sin hacer referencia a la Iglesia. En la Edad Media se
creía mayormente que la bondad del hombre dependía por entero de la gracia de Dios,
tal como era enseñada y administrada por la Iglesia. Solo fijando el corazón y la mente
en la contemplación de la majestad divina, y obedeciendo los preceptos de la Iglesia, el
hombre podía aspirar a elevarse sobre el nivel de las bestias. Pero el humanista creía que
el hombre tenía el poder de mejorar dentro de sí, y que este talento podía ser liberado si
se le daban la educación y el entrenamiento adecuados. Como explicaba Pico della
Mirandola (1463-94) en Oración sobre la dignidad del hombre (1486), el hombre,
ubicado en el centro del universo, tenía el poder “de degenerarse en las formas más
bajas de vida, que son bestiales… [o] de renacer en las formas más altas, que son
divinas”.
El pensamiento de Mirandola sobre el lugar del hombre en el mundo y sobre la
capacidad de su voluntad se expresaba, sin embargo, en términos profundamente
cristianos. Argumentaba que había sido Dios quien había puesto al hombre en el centro
del universo y quien lo había investido con la capacidad de volverse un ángel o una
bestia. Modelado a imagen de Dios, el hombre poseía en sí mismo trazos de divinidad
que podía elegir ignorar o alimentar. Por lo tanto, las ideas de Mirandola difícilmente
son paganas; en cambio, representaban una fusión de ideas clásicas con las doctrinas
tradicionales del cristianismo derivadas de San Agustín. Pero, al rechazar la parafernalia
de las ceremonias y los pagos rituales en efectivo, que los clérigos católicos
consideraban necesarios para la salvación, tanto Mirandola como el estudio de las
humanidades en conjunto desafiaban la primacía y la importancia de la Iglesia.
Una característica central del humanismo renacentista fue su preocupación por
las versiones precisas de los textos clásicos. Por ende, una buena parte de la labor de los
humanistas tenía que ver con la edición cuidada de obras latinas y griegas, a menudo
para el provecho de los estudiantes. La confrontación de textos, facilitada por el
desarrollo de la imprenta, introdujo nuevos estándares de investigación histórica y
crítica literaria. Las técnicas empleadas por los eruditos pronto fueron aplicadas a textos
no clásicos, y los descubrimientos a que estas dieron lugar también llamaron la atención
sobre las limitaciones de la Iglesia. Se descubrió, por ejemplo, que el reclamo de
soberanía del Papado sobre una buena parte de Italia se apoyaba en un documento
falsificado en el siglo VIII; y que la Vulgata, la versión latina “autorizada” del Nuevo
Testamento, estaba llena de errores de traducción. Hay, entonces, un claro nexo entre el
humanismo renacentista y la Reforma Protestante, el movimiento de crítica religiosa y
de renovación que tuvo lugar en el siglo XVI.

Neoplatonismo
La primera fase del humanismo italiano –hasta aproximadamente la mitad del siglo
XV– se centró principalmente en la literatura latina. La segunda fase estuvo dominada
por un interés renovado en la literatura clásica griega. Este movimiento fue encauzado

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¿Qué fue el Renacimiento?

por los contactos cada vez más frecuentes entre estudiosos griegos e italianos. En 1453
cayó Constantinopla, la capital del Imperio Bizantino, en manos de los turcos otomanos;
como consecuencia, muchos eruditos griegos bizantinos se establecieron en ciudades
italianas.
Estos intelectuales fueron quienes iniciaron a sus pares italianos en el
conocimiento de la obra de Platón. Los textos que llevaron consigo no eran puros, sino
comentarios escritos en su mayor parte durante los primeros siglos de la era cristiana.
Dichos comentarios neoplatónicos presentaban la filosofía de Platón como una
compleja alegoría que ilustraba la estructura jerárquica del universo: Dios era el
principio supremo de unidad, y el mundo material estaba conectado con los cielos por
una serie ascendente de zonas intermedias. Para los neoplatónicos el arte, la
arquitectura, la literatura y la música debían proponerse la emulación de estos principios
de perfección y armonía que gobernaban los frutos de la creación divina.
Al proclamar la unidad esencial entre el mundo material y el espiritual, los
filósofos neoplatónicos pudieron sugerir que el sabio o “adepto” tenía el poder de
manipular los cielos y de transformar la naturaleza. El adepto, a través del estudio del
movimiento de las estrellas y de la recitación de ensalmos e himnos, también podía
ascender por la jerarquía del universo y obtener de esa forma una condición de
perfección espiritual. Estas ideas fueron expuestas con mayor énfasis en los textos
griegos de los siglos II y III.
Al insistir en que el hombre tenía el poder de transformar la naturaleza, el
neoplatonismo contribuyó al estudio tanto de la alquimia como de la astrología, y así
indirectamente preparó el camino para la revolución científica del siglo XVII. También
puso de moda las prácticas mágicas, ya no consideradas patrimonio exclusivo de las
brujas. Hacia el siglo XVI el erudito renacentista podía ser tanto un magus (mago)
embarcado en la adquisición de poderes mágicos como un hombre de letras dedicado al
propósito más humilde de adquirir conocimientos. Las traducciones de textos ocultistas
de la cábala durante los siglos XV y XVI incentivó todavía más la búsqueda de
símbolos y códigos mágicos, y fueron en gran parte responsables del nuevo interés por
los textos hebreos clásicos.
A menudo el neoplatonismo es presentado como un desvío poco afortunado de
la senda principal del Renacimiento. Sin embargo, es importante tener en cuenta que la
importancia que esta filosofía asignó a la unidad esencial entre los mundos espiritual y
material afectó profundamente el arte del Renacimiento avanzado. El acento que la obra
de Leonardo da Vinci (1452-1519), Giovanni Bellini (c. 1430-1516) y Rafael (1483-
1520) pusieron en la armonía y en la simetría, la exactitud geométrica de sus
composiciones, debieron mucho a las ideas neoplatónicas acerca de la perfección de las
formas. La Primavera de Botticelli, asimismo, incluía la usual ecuación neoplatónica
entre Venus y la humanidad, que simbolizaba la armonía entre la naturaleza y de la
civilización. Por su parte, el cielorraso de la Capilla Sixtina (1508-12) por Miguel Ángel
(1475-1564) está repleto de imaginería neoplatónica y tiene como punto de partida la
imagen del empoderamiento del hombre, la Creación de Adán: “Y Dios creó al hombre
a su propia imagen… e insufló en su rostro el aliento de la vida; y el hombre se
convirtió en un alma viviente”.

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¿Qué fue el Renacimiento?

Los orígenes italianos del Renacimiento


En el siglo XIX el príncipe y estadista Metternich se refirió una vez a Italia como una
mera “expresión geográfica”; el mismo comentario podría aplicarse igualmente a la
Italia de los siglos XVI y XV. La Península Itálica estaba dividida políticamente: Sicilia
y el sur de Italia eran principados separados, que pertenecían a Aragón y a Nápoles
respectivamente; Toscana y Lombardía no eran reinos, sino que estaban compuestos por
un conjunto de ciudades-estado independientes con sus propios gobiernos autónomos;
en el centro de la península se encontraban los Estados Pontificios, que nominalmente
estaban sujetos al papado. El poder papal se encontraba en decadencia. Durante el siglo
XIV los papas habían abandonado Roma y habían establecido su corte en Avignon. Este
periodo del papado (1305-77) fue vilipendiado por sus contemporáneos, que lo
consideraban una especie de “cautividad babilónica”. Fue sucedido por una época de
cisma, en que había un papa en Roma y un rival en Avignon. Cuando el cisma cesó, en
1449, la influencia política y espiritual del papado habían caído en su punto más bajo, y
los papas no pudieron sacar ventajas de la confusión en que habían caído las ciudades
del norte italiano.
A partir del siglo XIII, las ciudades del norte estuvieron enredadas en conflictos
entre ellas. Es más, eran también inestables internamente. Las revoluciones populares,
los enconados enfrentamientos entre facciones y los sucesivos golpes de estado
liderados por condottieri (capitanes mercenarios) marcaron la historia de las grandes
urbes de la región. Usualmente, se obtenía una semblanza de paz y de orden al
instaurarse un “déspota” a quien se investía con la suprema autoridad. Ocasionalmente,
Italia era atacada por poderes externos, atraídos por la perspectiva de lucros fáciles. En
1494 Carlos VIII de Francia invadió la península dando inicio a las Guerras Italianas,
una sucesión de conflictos que duraron hasta la mitad del siglo siguiente.
Sin embargo, en muchos aspectos el violento paso de los siglos XIV y XV en
Italia difirió poco de lo que sucedía en otras regiones de Europa. Entre 1337 y 1453
Inglaterra y Francia lucharon encarnizadamente en la Guerra de los Cien Años, y ambos
países fueron asolados también por periodos de guerra civil. En 1327, 1399, 1471 y
1485 los monarcas ingleses fueron depuestos o asesinados por sus rivales políticos. En
Francia, el poder de la corona fue erosionado por feudatarios ambiciosos que no tenían
problema de pasarse al bando de los enemigos ingleses del rey francés. La misma
conjunción de guerra y enfrentamiento civil marcó la historia de España, el Sacro
Imperio Romano y de las monarquías del este de Europa, hasta tal punto que los siglos
XIV y XV han sido denominados “la época de la anarquía feudal”.
El norte de Italia, no obstante, difería del resto de Europa en por lo menos tres
aspectos importantes. En primer lugar, las ruinas romanas que aún dominaban el paisaje
urbano daban amplio testimonio de la civilización clásica. Durante los siglos XIV y XV
una conciencia creciente del pasado impulsó el estudio de estos restos y la recolección
de artefactos de la antigüedad. Fue a partir de la inspiración del Panteón romano que
Brunelleschi (1377-1446), al diseñar la cúpula de la catedral de Florencia, se las ingenió
para abovedar un espacio mucho más ancho que ningún otro. Sucesivas generaciones de
arquitectos, incluyendo a Alberti (1404-72), Bramante (c.1444-1514) y Palladio (1508-

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¿Qué fue el Renacimiento?

80), se inspiraron en las construcciones de la antigua Roma e incorporaron el sistema


clásico de proporciones a su propia obra. Igualmente, Ghiberti (1378-1455) fue influido
por los modelos romanos sobrevivientes cuando diseñó los relieves en bronce para las
puertas del Baptisterio de Florencia (1425, 1452); y el Gattemelata (1453) de Donatello
(1386-1466), la primera estatua ecuestre de bronce desde los tiempos romanos,
claramente tomó inspiración de los bustos funerarios antiguos y de la estatua del
emperador Marco Aurelio conservada en Roma. Es pertinente recordar que la exactitud,
el realismo y la preocupación por las proporciones que constituyen los rasgos distintivos
del arte del Renacimiento fueron al principio más visibles en la escultura que en la
pintura. De modo similar, fueron los arquitectos Brunelleschi y Alberti quienes con el
uso de la perspectiva mostraron por primera vez cómo hacer que una superficie
bidimensional trasmitiera la ilusión de tres dimensiones.
En segundo lugar, el norte de Italia era una de las regiones más ricas de Europa.
Génova y Venecia, ambas con una población de aproximadamente 100.000 habitantes
en 1400, controlaban la mayor parte del comercio del Mediterráneo con el Levante;
Florencia y Milán, con poblaciones de 55.000 y 90.000 respectivamente, eran
importantes centros de manufactura y distribución. En cada una de estas ciudades había
una numerosa clase media, firmemente establecida y cada vez más educada. Muchos
nobles italianos consideraban que no representaba una afrenta para su estatus el mudarse
a las ciudades y el participar de la vida y de la política urbanas. Al final, vendieron sus
propiedades campestres a gentes de las ciudades impacientes por comprar una villa para
pasar el verano. Las guerras que tuvieron lugar en la llanura lombarda en los siglos XIV
y XV pueden incluso haber contribuido a la prosperidad de la región, pues los ejércitos
necesitan de provisiones, y muchos mercenarios se asentaron en Italia con cuantiosos
botines para gastar en lujos.
Florencia fue la más rica de las ciudades del norte, y dominó las fases tempranas
del Renacimiento. Su poderío económico se basaba en la industria textil, la actividad
bancaria y en el comercio de artículos de lujo con el Oriente. Los mercaderes
florentinos y los aventureros, como por ejemplo Buonacorso Pitti (1354-1432)
participaron de un lucrativo comercio a través de todo el continente. La familia
dominante de Florencia, los Medici, que eran los gobernantes de facto de la ciudad y
también banqueros del papado, fue la principal fuente de mecenazgo de la ciudad, pero
había algunas otras. La competencia entre los gremios y su control sobre muchas
instituciones importantes, incluyendo la catedral, el baptisterio y el oratorio y el
mercado de Orsanmichele, dieron como resultado una gran cantidad de encargos de
obras a artistas y arquitectos. Los mercaderes y financistas, temerosos por su propia
salvación, invertían fuertes sumas en obras de arte devocional, o legaban su patrimonio
a frailes franciscanos que a pesar de (o tal vez debido a) sus votos de pobreza, fueron
generosos patronos de las artes.
En tercer término, el norte de Italia difería del resto de Europa en un aspecto
especial y fundamental: estaba dividido en ciudades-estado. La inspiración de la
civilización clásica y la riqueza de sus ciudades constituyen datos relevantes al
momento de preguntarnos por qué y dónde comenzó el Renacimiento. La existencia de

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¿Qué fue el Renacimiento?

ciudades-estado nos permite entender por qué el Renacimiento tuvo lugar en ese
momento.
Las ciudades del norte italiano tenían mucho en común con las ciudades de las
antiguas Grecia y Roma. No solo sus poblaciones eran más o menos similares –entre
25.000 y 100.000–, sino que también compartían los mismos elementos de orgullo
cívico y de identidad que los italianos del Renacimiento llamaban campanilismo, o
amor por el campanario (campanile) del propio lugar de nacimiento. El bullicio y las
tribulaciones de la vida urbana, descriptos por el escritor clásico Juvenal, eran
igualmente apreciables para los italianos de los siglos XIV y XV, como lo era la
convicción de que vivir en una ciudad era la forma más civilizada de existencia. La
Política de Aristóteles, traducida al latín alrededor de 1260, fue recibida con entusiasmo
en Italia. Su mensaje de que “aquel que no es un ciudadano no es un hombre, ya que el
hombre es por naturaleza un animal cívico” pulsó una cuerda inmediata en los
miembros de la educada audiencia italiana constituida por citadinos acostumbrados a
participar en el torbellino de la política comunal.
Tras el establecimiento de la fugaz república establecida en Roma por Cola di
Rienzo a mediados del siglo XIV, los italianos advirtieron más claramente el parecido
cercano entre sus propias ciudades y aquellas del mundo clásico. Especialmente
alrededor de 1400, comenzaron a destacarse en Florencia los argumentos políticos que
empleaban la terminología del republicanismo romano como defensa de las libertades
urbanas contra la “tiranía” de la familia Visconti. Los Visconti eran los déspotas de
Milán que recientemente habían puesto bajo su control varias de las ciudades más
pequeñas del norte de Italia. Los argumentos empleados contra los Visconti apelaban al
“poder, libertad, mentes dotadas y fama” de los florentinos, y presentaban la ciudad
como heredera así como repositorio de los valores clásicos de la antigua Roma. La
influencia de Florencia fue tal que inspiró elogios similares en las ciudades vecinas
también amenazadas por los Visconti –e incluso por Florencia misma.
También es posible que estas analogías con el mundo romano fueran falsas y que
en realidad el gobierno de Florencia difería poco del gobierno de Milán. Aun así, la
literatura política del siglo XIV tardío y del XV conscientemente definía la ciudad
italiana por referencia a los valores y normas de la antigua Roma. Una vez establecida
esta conexión histórica, era natural que los intelectuales, mecenas y artistas quisieran
emular los logros culturales de la Antigüedad. En síntesis, fue el crecimiento de una
cultura cívica auto-consciente en las ciudades del norte de Italia lo que inspiró el
proceso de renovación clásica que conocemos como Renacimiento.

La expansión del Renacimiento


Durante el siglo XV la cultura cívica del norte de Italia se transformó en una cultura
principesca. Los Medici de Florencia, los Sforza de Milán (sucesores de la familia
Visconti), los Gonzaga en Mantua, los Este de Ferrara y los papas Borgia de Roma se
convirtieron en los principales patronos de las artes. Las obras que encargaban se
proponían glorificar sus propias dinastías y la autoridad que ejercían. Los temas
artísticos que preferían eran aquellos de valor épico y marcial; sus encargos
arquitectónicos eran palacios ostentosos y templos. Esta transformación del arte de la

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¿Qué fue el Renacimiento?

época –más apreciable en las pinturas de armaduras y de arcos triunfales de Mantegna


(1431-1506) y en la arquitectura monumental de Alberti– resultaron ser de crítica
importancia en la expansión del Renacimiento.
Al norte de los Alpes, Europa estaba regida por poderosos gobernantes
territoriales y por una nobleza rural. Su ética de “cacerías, mujeres y banquetes” era
completamente diferente de los valores cívicos de Italia, e incluso los hombres del norte
más educados miraban con desdén la presunción y el lujo urbanos. La transformación de
la cultura del Renacimiento italiano de una cultura predominantemente cívica a una
principesca significó, sin embargo, que sus innovaciones se hicieron más inteligibles
para las sociedades del norte. Cada vez más, los artistas e intelectuales de Italia podían
ser vistos en el séquito de un duque o de un papa más que en un concejo urbano, o al
servicio de una corte en lugar de un gremio. Los temas de su arte y de su literatura eran
asimismo inmediatamente reconocibles para una sociedad acostumbrada a la
glorificación de dinastías y de hazañas marciales, de manera que ahora era más fácil que
las ideas del Renacimiento se difundieran en los reinos aristocráticos de Francia, de
Inglaterra y del norte de Europa. Tanto el paso de invasores extranjeros por Italia como
el desarrollo de la imprenta apresuraron la expansión del Renacimiento hacia el norte de
los Alpes.
Una vez cruzada esta barrera, el Renacimiento italiano se mezcló con tendencias
culturales más antiguas. En las pinturas del francés François Clouet (c. 1515-72), los
rasgos de estilo italiano se fusionan con tradiciones derivadas de la pintura francesa y
flamenca. El curso del Renacimiento en Francia estuvo determinado por las campañas
militares de los Valois. En España se buscó tanto la glorificación de la fe católica como
de la dinastía Habsburgo que detentaba el poder. En Alemania y en los Países Bajos el
arte y el humanismo del Renacimiento fueron afectados por una espiritualidad más
profunda, propia del norte y completamente ajena a Italia. Esta se manifiesta no solo en
las inquietantes imágenes de Grünewald y Bosch, sino también en el movimiento
conocido como humanismo cristiano, que se proponía emplear las técnicas de la crítica
literaria renacentista en la lectura de la Biblia y en los textos religiosos más tempranos.
La preocupación por el bienestar espiritual del hombre llevó a una creciente
insatisfacción con el dogma, con el lujo y la corrupción de la Iglesia. La crítica de la
enseñanza y de las prácticas del catolicismo culminó a principios del siglo XVI con la
Reforma Protestante en Alemania. Los teólogos protestantes, encabezados por Martín
Lutero (1483-1546) repudiaban tanto la autoridad papal como los dogmas tradicionales
de la fe católica. Buscaban una forma más pura de observancia religiosa, libre de
rituales y ceremonias, y basaban sus convicciones religiosas en la Biblia más que en los
pronunciamientos del papado. En el curso del siglo, la Reforma se difundió desde su
lugar de origen en Alemania a Francia, los Países Bajos, Inglaterra, Escocia,
Escandinavia y buena parte de Europa del Este.
La Reforma tuvo impacto sobre la vida cultural de gran parte de Europa. Los
temas morales y religiosos influyeron fuertemente el arte y la literatura de la época, y la
pertenencia religiosa comenzó a interferir con el saber humanista. Además, en cuanto la
guerra civil y religiosa irrumpió en el continente, el arte del Renacimiento fue cada vez
más usado para apuntalar la precaria autoridad de las casas gobernantes. La

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¿Qué fue el Renacimiento?

Contrarreforma católica, por su parte, impulsó el rechazo de muchas ideas humanistas,


ya que ahora eran vistas como una amenaza a la Iglesia y como fuente potencial de
herejía. En España, y en menor medida en Francia, el Renacimiento se consumió en los
fuegos del catolicismo militante. En otras partes, fue domado y puesto al servicio de la
Iglesia y del Estado.
La historia del Renacimiento fuera de Italia refleja en muchos aspectos los
enormes cambios políticos de Europa en el siglo XVI. Durante la Edad Media tardía,
Europa todavía había estado unida en la común adhesión a la religión católica. Nociones
tales como la de un “imperio universal” y de “una paz universal entre los cristianos”
habían sido calurosamente abrazadas, aunque pocas veces llevadas a la práctica. Incluso
en una época tan tardía como los finales del siglo XV, numerosos ejércitos
multinacionales se habían conglomerado con el propósito común de salir a la cruzada
contra los enemigos de la fe. Las instituciones de la Iglesia –el sacerdocio, las órdenes
religiosas y su legislación–, al ser compartidas por las distintas regiones del continente
habían proporcionado a la Europa medieval su identidad y su unidad cultural. La
cristiandad católica tenía su contraparte secular en los vastos imperios dinásticos
esparcidos en la mayor parte del continente en la Edad Media tardía.
Como consecuencia de la Reforma, no obstante, Europa fue desgarrada por
disputas religiosas que pusieron fin a la idea de una comunidad cristiana unificada. Más
de la mitad del continente adoptó el protestantismo, y una serie de iglesias organizadas a
nivel nacional tomaron el lugar de la Iglesia Universal del catolicismo romano. Los
imperios internacionales forjados en los inicios de la Reforma, tal como el imperio
Habsburgo con España y Austria católicas, fueron desafiados por rebeliones en las
naciones sujetas a su poder: los Países Bajos y Cataluña, Bohemia y Hungría. En la
propaganda política de la época, los reclamos por el estado-nación avanzaron con
confianza creciente, no solo en Inglaterra o en los Países Bajos.
El Renacimiento no pudo permanecer inmune a la transición del universalismo
católico al estado-nación. Aunque fue un movimiento europeo que afectó todo el
continente, el Renacimiento fue moldeado por las circunstancias particulares y por las
condiciones imperantes en cada uno de los países en que se expandió. Como
consecuencia, el Renacimiento pronto dejó de ser lo que Jacob Burckhardt imaginó en
el siglo XIX: un fenómeno italiano que otras naciones simplemente buscaron emular. La
difusión del Renacimiento resultó no en uniformidad cultural, sino en una diversidad de
movimientos nacionales separados. Su paso al norte de los Alpes por ende reforzó la
división de Europa en estados nacionales independientes y enfrentados, lo cual ha sido
un rasgo de la historia continental desde el siglo XVI.

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