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SIGLO DE ORO.

SIGLO XVI

CAPÍTULO XIV

APOGEO DEL RENACIMIENTO. DIVISIÓN Y CORRIENTES


PRINCIPALES

LA ÉPOCA DE ORO DE LA LITERATURA ESPAÑOLA Y SU DIVISIÓN

Con el final de la Edad Media se inicia rápidamente para España la ascen­


sión hacia su época de plenitud. La serie de causas de tipo político y social
que desde el advenimiento de los Reyes Católicos habían hecho de España la
primera potencia indiscutible de Europa, empujan en el orden de la · literatura,
del pensamiento y de las artes el movimiento ascensional que bajo el influjo
del Renacimiento italiano había ya comenzado con los albores del siglo XV. Los
Reyes Católicos son el pórtico del gran momento de España, y, al sucederles
en el trono su nieto Carlos V, comienza el período de esplendor de nuestras
letras que se conoce con el nombre de "Siglo de Oro".
Las centurias anteriores pueden considerarse como una época de formación
y de tanteos. Aunque una y otra vez aparecen obras de gran valor, no se dan
sino de manera esporádica y en géneros aislados. Con el siglo XVI, en cambio,
asistimos a una floración que alcanza todos los géneros y que se produce de
uña manera orgánica, coherente, ininterrumpida, como manifestación de una
pujante plenitud nacional. España se encuentra ya en su madurez y todas las
posibilidades antes esbozadas se amplían, desarrollan y funden para cuajar en
los productos más notables y originales en toda la historia de nuestra cultura.
Tradicionalmente ha venido llamándose a este período con el nombre de
"Siglo de Oro", por estimar que su momento culminante se encerraba entre los
últimos cincuenta años del siglo XVI y tos primeros cincuenta del siglo XVII.
Hoy se tiende, sin embargo, a considerar incluidos en esta etapa de esplendor
los dos siglos prácticamente completos : desde el advenimiento de Carlos V
basta la muerte de Calderón, en 1681 ; por lo que la denominación de "Siglo"
debería ser sustituida por la de "Época áurea".
Renacimiento. División y corrientes 617

Estos dos siglos, a su vez, ofrecen, aunque dentro de una unidad esencial,
caracteres bien distintos que obligan a una diferenciación: el siglo XVI corres­
ponde a la plenitud del Renacimiento : el XVII a la época barroca, que puede
denominarse "nacional". Durante el primero, España sigue las corrientes uni­
versalistas del Renacimiento y marcha a la par, en cuanto a las direcciones
generales, con el resto de las naciones europeas; en el segundo, se dan los ca­
racteres más típicos y personales de nuestras letras y nuestras artes.
El Renacimiento a su vez debe ser subdividido en dos mitades que corres­
ponden exactamente a los dos monarcas entre quienes se reparte el siglo: pe­
ríodo de Carlos V y período de Felipe 11. Durante el primero nuestro Renaci­
miento sigue la directriz paganizante que predomina en toda Europa (es el
momento de "recepción" de los influjos extranjeros, predominantemente ita­
lianos, comenzado ya, como sabemos, bien adentro del siglo xv, pero que sólo
ahora llega a su plenitud con Garcilaso y sus seguidores); bajo Felipe 11, pe­
ríodo de "asimilación", las tendencias renacentistas se cristianizan, y aunque
en el aspecto puramente artístico y formal siguen las normas precedentes, Es­
paña se encierra dentro de sí misma preparando la época "nacional" que ha
de venir en seguida: es el momento de la Contrarreforma, de la ascética y de
la mística, de los grandes poetas religiosos, de afirmación proselitista y apolo­
gética, sin picaresca ni sátira religiosa ni apenas literatura frívola.
Debe advertirse, sin embargo, que a pesar de la verdad incuestionable que
encierra esta esquemática división cuando contemplamos cada uno de dichos
períodos como en visión panorámica, la realidad es bastante más compleja
vista en detalle; y no deben olvidarse -insistiremos sobre ellas- ni las porcio­
nes menores que tienen su propio carácter dentro de cada etapa, ni mucho
menos la irreductible peculiaridad que, sin dejar de ser hombres de su tiempo,
ofrecen algunas personalidades, tanto mayor cuanto que vamos a enfrentarnos
con las cumbres de nuestras letras. Del riesgo de creer en una demasiado có­
moda uniformidad nos advierte Menéndez Pidal cuando, después de estudiar
los diversos momentos del lenguaje del siglo XVI, escribe: "El lenguaje, la
vida cultural del siglo XVI, no es como una llanura donde el caminante, al
amanecer, ve en el horizonte el campanario a cuya sombra va a pernoctar: el
camino serpea por valles y cimas, que es necesario señalar en la guía ·del
viajero" 1•

EL HOMBRE DEL RENACIMIENTO

La frecuencia con que, a lo largo del siglo xv y mucho más a partir de este
instante, se alude al mundo del Renacimiento, al hombre renacentista y a sus

t "El lenguaje del siglo XVI'', en Mis páginas preferidas. Estudios Lingüísticos e Histó­
ricos, Madrid, 1957, pág. 45. Cfr.: Guillermo Díaz-Plaja, "Dos Siglos de Oro", prólogo
al vol. 11 de su Antología Mayor de la Literatura Española, Barcelona-Madri�, 1958,
págs. VII-XVII.
6 18 Historia de la literatura española

productos culturales tanto en el campo artístico como en el político o en el


de las ideas, exige concretar en lo posible los rasgos más característicos de
este movimiento capital, donde se gestan las grandes directrices que forjan el
mundo moderno 2•
Repetidamente hemos venido aludiendo a la admiración por la Antigüedad
clásica como principal motivo determinante de la gran revolución cultural que
provoca el paso de la Edad Media a la Moderna. Pero debe entenderse que
este volver a la cultura antigua, este "renacer" de aquel mundo pretérito, no
se limita a la admiración por unas determinadas formas de arte, por unas
bellezas literarias que se estimaban superiores (por muy importante que pueda
ser este estímulo), sino que tiene un alcance de mucha mayor profundidad ; de
no ser así, no podría imaginarse una transformación tan radical de todo el
cuerpo de Europa. Lo que el hombre del Renacimiento busca en el antiguo es
un nuevo concepto de la vida, una distinta estimación del hombre que le hace
contemplarse a sí mismo de acuerdo con una nueva escala de valores.
Mientras el hombre de la Edad Media había situado a Dios en el centro
de su Universo y considerado la existencia terrena como una estación de paso
para conquistar la vida eterna, el hombre del Renacimiento trastrueca los va­
lores y se coloca en el centro de un mundo que considera digno de ser vivido
por sí mismo. La tierra ya no es el valle de lágrimas del hombre cristiano­
medieval, sino un lugar de goce ; la inteligencia no es una débil lucecilla que
nada vale sin la Revelación, sino faro potente que puede descubrir todos los
arcanos ; el cuerpo no es el mal, sino la fuente del placer que justifica y hace
hermoso el vivir. El descubrimiento de la Antigüedad entrañaba la plena re­
velación del hombre con sus instintos y su razón omnipotente y de la vida

2 Cfr. : Jacobo Burckhardt, La Cultura del Renacimiento en Italia, trad. espafiola, Ma­
drid, 1 94 1 . K. Burdach, Riforma, Rinascimento, Umanesimo, trad. italiana, Florencia,
1 935. J. Camón Aznar, ''Teoría del Renacimiento", Revista de Occidente, IX, 1 930.
Giuseppe Toffanin, Che cosa fu l'Umanesimo, Florencia, 1 929. Del mismo, Historia del
Humanismo, trad. española, Buenos Aires, 1953. Giovanni Gentile, 11 pensiero italiano
del Rinascimento, Florencia, s. a. Benedetto Croce, España en la vida italiana del Rena­
cimiento, trad. española, Madrid, 1 925. V. Cian, Umanesimo e Rinascimento, Florencia,
1941. F. Chabod, ll Rinascimento nelle recenti interpretazioni (Memoria presentada al
VI Congreso Internacional de Ciencias Históricas), Varsovia, 1933. Johan Nordstrom, Mo­
yen Áge et Renaissance, París, 1 933. R. Amold, Cultura del Renacimiento, trad. española,
Barcelona, 1927. G. W. Knight, The Christian Renaissance, Londres, 1 933. P. F. Palumbo,
Stato e cultura ne! Rinascimento, Roma, 1943. P. Félix G. Olmedo, "Humanismo", en
Humanidades (Revista de la Universidad Pontificia de Comillas), 1949. Walter Pater, El
Renacimiento, trad. española, Barcelona, 1 946. J. A. Symonds, El Renacimiento en Italia,
trad. española, 2 vols., México, 1 957. Will Durant, El Renacimiento, ·trad. española, 2
volúmenes, Buenos Aires, 1 958. Funk Brentano, El Renacimiento, trad. española, Buenos
Aires, 1 944. Ralph Raeder, El hombre del Renacimiento, trad. española, Buenos Aires,
1946. José Luis Romero, Maquiavelo, Buenos Aires, 1 943. '<>restes Ferrara, Maquiavelo,
. Madrid, 2.ª ed., sin año. Del mismo, El Siglo XVI a la luz de los em baiadores venecianos,
Madrid, 1 952. J. Huizinga, Erasmo, trad. española, Barcelona, 1 946.
Renacimiento. División y corrientes 619

material con sus placeres y bellezas, que había desterrado la concepción ascé­
tica y cristiana del Medio Evo ; porque el mundo de la Antigüedad descan­
saba precisamente sobre esta concepción antropocéntrica y materialista, sin
dogmas ni vida de ultratumba, en la que el hombre y su razón constituían la
medida de todas las cosas.
De esta nueva valoración del hombre nació la palabra "humanismo". Y
aunque esta denominación se da corrientemente a los meros estudiosos del
latín o del griego, interesados en problemas de filología o erudición, su sig­
nificado tiene un alcance mucho mayor, pues los textos antiguos se estimaban
no sólo por sí mismos o en razón de su belleza o excelencias literarias, sino
porque conducían a la nueva concepción del hombre, centro y finalidad de
todas las cosas, de la que aquellos textos eran depositarios.
Una serie de causas materiales impulsó este orgullo humanista : la inven­
ción de la imprenta que facilitó la difusión del saber ; el aumento de la ri­
queza nacida de la creciente pujanza del comercio ; el descubrimiento de Amé­
rica que abrió horizontes insospechados a la actividad humana, duplicó el
mundo y ofreció la posibilidad de recursos inconmensurables. Movido por es­
tos estímulos, el hombre del Renacimiento investigó la naturaleza, realizó
portentosos descubrimientos científicos, creó maravillosas obras de arte, trató
de hacer el mundo confortable y bello y se lanzó a vivir con la furia inconte­
nible de quien acaba de descubrir el paraíso. Ninguna otra época en la histo­
ria ha ofrecido un ejemplo de plenitud, de energía, de audacia creadora, de
anhelo de vivir como el que dieron los hombres de aquel tiempo.
Mientras el hombre medieval había despreciado el cuerpo en beneficio del
espíritu, el renacentista busca la plenitud en un desarrollo armónico de todas
las facultades, tanto espirituales como físicas, buscando la satisfacción de todas
las posibilidades del ser humano. A esta concepción responde la figura ideal
del cortesano creada por Baltasar de Castiglione. El hombre de la Edad Media
se había polarizado en una actividad : era un hombre de armas, un clérigo,
un burgués. El cortesano debe ser tan experto en las armas como en las
letras, ha de saber conjugar las maneras más refinadas con el valor en el
combate, cortejar a las damas y tañer los instrumentos con que acompañar su
propio canto, estar tan preparado para el riesgo como para el placer.

EL IDEAL POLÍTICO DEL RENACIMIENTO

La imitación de la Antigüedad trajo también en lo político un cambio radi­


cal. El ejemplo 'del Imperio Romano con su unificación lingüística y legislati­
va y el poder absoluto de sus emperadores impulsó el deseo de imperios na­
cionales en los que toda la autoridad estuviese concentrada en los monarcas.
Tampoco en este aspecto, como en el pensamiento y en las letras, se produce
el cambio a la manera de una caída vertical, sino que viene preparándose
620 Historia de la literatura española

desde antiguo. En medio del fraccionamiento y la diversidad feudal, que es el


rasgo esencial de la Edad Media, con su multiplicidad de legislación, tributos,
normas y poderes, fueros y exenciones, algunos monarcas van tratando de rea­
lizar la unidad política inspirándose en las concepciones absolutistas y unifor­
madoras del Derecho Romano, que poco a poco van siendo conocidas. En
pleno siglo XII el emperador alemán Federico Barbarroja había ya tratado de
reducir el feudalismo y establecer un imperio a la romana. Su nieto Federi·
co II luchó tenazmente por estas mismas ideas, y en las famosas Constitucio­
nes de Sicilia organizó este reino en un sentido centralista que hace pensar en
las modernas concepciones estatales. Alfonso el Sabio en nuestra patria es el
ejemplo más patente de esta dirección que trató de encamar en Las Partidas.
Felipe IV el Hermoso, de Francia, y Pedro el Ceremonioso, de Aragón, se ins­
piran también en estos principios centralizadores. Dichos monarcas se apoyan
en la escuela jurídica llamada de los "legistas", formada en las aulas de la
Universidad de Bolonia, donde adquiere especial cultivo el Derecho Romano.
Todos los intentos de estos reyes, que parecieron descabellados a los hombres
de su tiempo, se estrellaron contra la resistencia feudal y fracasaron por pre­
maturos, pero fueron abriendo el surco de lo que había de ser el ideal político
del hombre renacentista. En el reinado de Juan II de Castilla, como ya hemos
visto, mientras el abúlico monarca es juguete de las ambiciones de la nobleza,
su favorito don Alvaro de Luna encama el ideal de absolutismo y unidad en
el que los nobles contemporáneos no vieron sino una personal ambición de
poder. Juan de Mena, sin embargo, auténtico espíritu renacentista, comprendía
el alcance de aquella política ; de ahí su lealtad hacia el Condestable y su vi­
sión de una futura España unificada y fuerte bajo la autoridad de los monarcas.
La revolución que supone el salto del predominio feudal al poder omnipo­
tente de la realeza es tal, que ella sola justifica y define el paso a una nueva
edad. Sin la caída de Constantinopla, fecha convencional adoptada como final
de la Edad Media y que no es más que un accidente, sin el descubrimiento de
América incluso, la Edad Moderna hubiera comenzado desde el momento en
que la nobleza feudal cedía su milenario poder a la nueva autoridad estatal
resucitada bajo el ejemplo del viejo Imperio Romano. Con esto sólo nacía un
mundo nuevo.
Este predominio del poder central, que se orienta exclusivamente hacia el
interés del estado, tuvo en el Renacimiento su mayor expresión teórica en el
famoso tratado de Maquiavelo titulado El Príncipe. Según las teorías de este
famoso escritor florentino, el "príncipe" o jefe de un país debe desentenderse
de la moral para poner el interés de su estado por encima de todas las consi­
deraciones idealistas. El "maquiavelismo" ha sido desde entonces la gran en­
fermedad de Europa. Al recabar para el Estado la misma plenitud de vida sin
barreras de que se investía el individuo, ha sido el padre de todos los nacio­
nalismos desbordados y, por tanto, de todas las ambiciones y de todas las gue­
rras de conquista.
Renacimiento. División y corrientes 621

LA FILOSOFÍA

El Renacimiento no creó una filosofía positiva, sino que se limitó a ejercer


una severa crítica racionalista de la escolástica medieval y a resucitar algunos
aspectos de la filosofía clásica. Gozaron de especial aceptación las corrientes
filosóficas que atendían a la vida moral, como el escepticismo, que encajaba
perfectamente con la posición crítica y negativa respecto a la dogmática esco­
lástica ; el estoicismo (siempre latente en la entraña hispánica, por lo que se
refiere a nuestro país), renacido ahora porque se avenía muy bien con la exal­
tación de la dignidad moral del hombre, con su sometimiento a las leyes de
la naturaleza, y su varonil aceptación del sufrimiento ; y, sobre todo, el epi­
cureísmo porque respondía al nuevo concepto hedonista de la vida que tenía
como norte el placer, si bien equilibrado por la inteligencia.
De los dos grandes filósofos de la Antigüedad, Platón y Aristóteles, el Re­
nacimiento prefirió con mucho al primero, si bien se realizaron intentos de fu.
sión entre las dos tendencias : el idealismo y el realismo racionalista. En la
difusión de Platón influyó poderosamente la Academia Florentina, en cuyas
teorías se inspiraron dos obras que contribuyeron a dilatar su repercusión : los
Diálogos de amor, del judío español León Hebreo (Judas Abravanel) y el cita­
do Cortesano, de Castiglione. Según éstos, la belleza de los seres materiales
es un reflejo de la divina, por lo que el amor y la admiración por aquéllos
puede conducirnos a la divinidad. La mujer, el arte y la naturaleza son las
tres fuentes principales para llevamos hasta Dios. Así se limpió y dignificó de
las adherencias más groseras el amor por lo material, y se idealizó el senti­
miento amoroso. Adviértase, sin embargo, que semejante idealización si bien
atenuó por un lado el paganismo imperante, revistiéndolo de delicadezas artís­
ticas, hizo más por acercar a Dios hacia la materia que por acrecer una reli­
giosidad que, con la llegada del Renacimiento, se precipita a su época de crisis.
El amor a la mujer, a medida que se divinizaba, multiplicaba aún más la efi­
cacia de su humana condición.

LA LITERATURA

La llegada del Renacimiento produjo una cierta uniformidad en los dis­


tintos países europeos puesto que todos se inspiraban en los mismos ideales y
modelos clásicos, bien directamente, bien a través de los escritores itali�os,
originándose así ese universalismo o europeísmo a que hemos aludido como
característico de la época de Carlos V. Lo que no impide, en absoluto, la ma­
nifestación de los caracteres nacionales, producidos, en el caso concreto de
España, por la pervivencia y fusión de poderosas corrientes medievales.
La forma, que durante la Edad Media había sido considerada como un ele­
mento accesorio, al servicio de la intención didáctica o moral (recuérdese la
622 Historia de la literatura española

definición de la poesía dada por el Marqués de Santillana y la preocupación de


don Juan Manuel por no aparecer como un autor de fábulas meramente diver­
tidas), adquiere ahora la importancia de algo valioso por sí mismo. La belleza,
reflejo de Dios, es desde ahora la meta capital del artista, y la Naturaleza, ya
directamente observada, ya asimilada a través de los clásicos, la fuente prin­
cipal de inspiración.
Pero adviértase que esta aceptación de la belleza com,o una categoría esen­
cial trae aparejadas diferencias radicales respecto al concepto de la Edad Me­
dia. El escritor medieval que cultiva la belleza sin propósitos didácticos, lo hace
como motivo de diversión y se vale de recursos de índole popular : es, en reali­
dad, el espectáculo bajo formas literarias. El Renacimiento, por el contrario, se
recrea en las más exquisitas delicadezas formales, y dentro de una comedida
elegancia, aprendida también en la clásica serenidad de los antiguos ("ne quid
nimis", de nada demasiado), cultiva un arte selecto para minorías, artificioso y
auténticamente literario. Diríase que busca, en la cuidada excelencia de la for­
ma, la justificación de su quehacer y la diferencia que ha de separarle del
poeta popular, todavía en la raya (y para mucho tiempo aún) del despreciable
bufón, divertidor de multitudes.
Con este afán de selección renacen los principales temas de la antigüedad
pagana : los relatos mitológicos, que se convierten en fuente imprescindible
de poéticas comparaciones ; el bucolismo pastoril, predilecto escenario de arti­
ficiosos y refinados mundos poéticos ; y las preceptivas de Aristóteles y Hora­
cio considerados como maestros imprescindibles. El hombre del Renacimiento,
que ha redescubierto la belleza exquisita con que expresó sus ideales el mundo
grecolatino, ha de considerar por mucho tiempo que no existe arte . posible fue­
ra de los cauces trazados por los. viejos maestros.
Al lado de los autores antiguos, los literatos italianos fueron los modelos
indiscutibles con tanta o mayor influencia que aquéllos. Dante, que había sido
preferido por los escritores del siglo XV, cede ahora su puesto a Petrarca, en
quien se inspiran los poetas más notables de la centuria. De él adoptan el culti­
vo del endecasílabo, la alambicada artificiosidad de los conceptos amorosos, la
preocupación formal, el gusto por el paisaje, las sutiles introspecciones de la
pasión amorosa, y el tono delicado y sentimental, no siempre exento de cierta
afectación.

BL IDIOMA

Ya hemos visto de qué modo la preocupación por el Imperio Romano y el


estudio profundo del latín habían traído de rechazo el cultivo del castellano y
la estima creciente por la lengua vulgar. Pero, pese a lo mucho que en este
sentido se había realizado durante la época de los Reyes Católicos y del influ­
jo notabilísimo de Nebrija, la gran ascensión del castellano no había hecho sino
comenzar. Todavía Garcilaso se lamenta del escaso cultivo del idioma de Cas-
Renacimiento. División y corrientes 623

tilla ("Y o no sé qué desventura ha sido siempre la nuestra que apenas ha nadie
escrito en nuestra lengua, sino lo que se pudiera muy bien excusar", escribía
en 1533), y en parecidos términos se expresa dos años más tarde Juan de Val­
dés, cuando escribe : " . . .como sabéis, la lengua castellana nunca ha tenido
quien escriva en ella con tanto cuidado y miramiento quanto sería menester
para que hombre, quiriendo o dar cuenta de lo que scrive diferente de los
otros, o reformar los abusos que ay oy en ella, se pudiese aprovechar de su
autoridad" 3 • Pero a partir de entonces la gran legión de poetas y prosistas
procedentes de todas las tierras de España que llena el primer período áureo
hace perder al idioma su rudeza y lastre medieval y lo levanta a la perfección,
poniéndole a la par de los idiomas clásicos.
Alcanza entonces nuestra lengua una extraordinaria difusión por todos los
países de Europa y salta al Nuevo Mundo en la boca de nuestros conquistado­
res. Papel importantísimo tuvo en esta difusión el propio Carlos V, que vino
a España sin conocer nuestra lengua y fue luego tan apasionado de ella. El
castellano se convierte en el idioma de las cancillerías, se imprimen libros espa­
ñoles en toda Italia, en Francia, en Bélgica y en Inglaterra, se enseña el español
en numerosas Universidades de Europa, se componen gramáticas y diccionarios
de español en diversas lenguas vulgares, y Castiglione proclama en su Corte­
sano como ideal del perfecto caballero el poseer el español. La lista de los
grandes escritores de todos los países que proclaman la excelencia del español,
sería inacabable.
Dentro de nuestra propia patria el castellano gana la batalla al latín, hasta
para aquellas materias en que el empleo de la lengua vulgar se consideraba
inadecuado ; aunque no siempre sin prolongadas luchas. La defensa que hace
Bembo en Italia de la lengua vulgar, siguiendo por otra parte las huellas de
Nebrija, la recoge nuestro Juan de Valdés en su Diálogo de la Lengua, di­
ciendo : "Todos los hombres somos más obligados a ilustrar y enriquecer la
lengua que nos es natural y que mamamos en las tetas de nuestras madres, que
no la que nos es pegadiza y que aprendemos en libros" 4• Y Cristóbal de Vi­
llalón escribía : "La lengua que Dios y naturaleza nos han dado, no nos debe
ser menos apacible que la latina, griega y hebrea" 5•
En cuanto al estilo, durante la época del Emperador, se considera como
ideal, ·no sin notables excepciones, la naturalidad, aunque siguiendo la fórmula
de La Celestina de combinar la lengua popular con "aquella otra de artifi­
cio, ingenio, invención, propia más bien de los hombres de letras", dando,
sin embargo, frecuentemente mayor preferencia a la vulgar pero seleccionan­
do siempre lo mejor. La tendencia del Renacimiento por seguir en todo a la
naturaleza según las sentencias de Platón y de Cicerón, favorecía el cultivo del

3 Diálogo de la Lengua, edición de José F. Montesinos, Madrid, 1928, pág. 8.


4 ídem, íd., pág. 7.
5 Gramática castellana, 1 558, Proemio.
624 Historia de la literatura española

lenguaje en su forma más llana y natural. Valdés, uno de los principales defen­
sores de esta tendencia, escribía : "El estilo que tengo me es natural, y sin afe­
tación ninguna escrivo como hablo : solamente tengo cuidado de usar voca­
blos que sinifiquen bien lo que quiero dezir, y dígolo cuanto más llanamente
me es posible, porque, a mi parecer, en ninguna lengua está bien el afeta­
ción" 6• " ¡ La afectación ! -escribe Menéndez Pidal comentando las palabras
de Valdés-, latinismo ya muy usado por Castiglione, y que entonces también
se propagaba por Francia ; voz nueva del defecto vitando, del escollo peli­
grosísimo en que naufragaba toda elegancia y cortesía. No es enrubiando los
cabellos y pelándose las cejas -dice Castiglione-, no es cubriéndose el ros­
tro de afeites y colores como las mujeres parecen más hermosas, porque des­
cubren la afectación, esto es, el desordenado deseo de parecer mejor. Para
el Renacimiento, tan altamente sentido por Castiglione, la belleza suprema es
la natural (per natura), y no la que depende del esfuerzo : a cada paso se loa
'aquella descuidada sencillez, gratísima a los ojos y a los entendimientos huma­
nos, los cuales siempre temen ser engañados por el arte' " 7•
Semejante estima por lo natural no quiere decir que se aceptase lo que se
consideraba plebeyo. Gozaron, en cambio, de gran aceptación los refranes, de
los cuales se benefició el idioma en dos notas que los distinguen : la claridad y
la concisión 8• Para lograr lo cual aconsejaba también Valdés : "Todo el bien
hablar castellano consiste en que digáis lo que queréis con las menos palabras
que pudiéredes" 9•
Con el avance del siglo disminuye, sin embargo, rápidamente el gusto por la
sencillez y naturalidad, y comienza a "afirmarse -según dice Menéndez Pidal­
el valor artístico de la afectación", dirigido por "una norma literaria de gran­
des individualidades" 10• Así, concretamente, la artificiosidad inherente · a las
formas italianas y petrarquistas de Garcilaso conduce a una intensificación del
idioma culto, sobre todo en poetas como Herrera, que progresa notablemente
en el camino del rebuscamiento y la complicación, en apresurado proceso ha­
cia el barroco. Pero aunque alguna de estas personalidades, las menos, rechacen

6 Diálogo de la Lengua, ed. citada, pág. 1 50.


7 El lenguaje del Siglo XVI, ed. cit., págs. 3 1 -32.
8 Comentando "la asombrosa habilidad y destreza con que los escritores del Siglo

de Oro acertaban a unir las oposiciones extremas del estilo más elevado y el más ínfimo",
escribe Carlos Vossler esta aguda definición del refrán : "Son fórmulas o sentencias que
oscilan entre concepto e imagen, abstracción o imprecisión. En todos ellos se encuentra
algo indeciso, cortado y multívoco, que tiene que recibir su sentido entero y preciso por
la aplicación a una situación concreta. Una ley peculiar de oposición y acuerdo impera
aquí, en virtud de la cual un refrán situado en el seno de un argumento esencialmente
prosaico hace resaltar la fuerza poética que en él alienta, mientras que situado en el curso
del pensamiento poético se alza como una isla de prosa" (Introducción a la literatura
española del Siglo de Oro. Buenos Aires, 1945, págs. 27-28).
9 Diálogo de la Lengua, ed. citada, pág. 1 55.
10 El lenguaje del Siglo XVI, ed. cit., pág. 45.
Renacimiento. División y corrientes 625

de plano todo elemento popular, éste subsiste, sin embargo, como componente
característico de nuestra literatura, hasta en aquellos escritores de más artifi·
ciosa expresión. Adviértase bien que en nuestras letras no debe nunca confun­
dirse la sencillez de estilo con el popularismo ; ambos pueden coincidir, pero
no necesariamente. Con gran frecuencia las formas más inequívocamente po­
pulares, y tal es el caso. entre muchas más, de los refranes citados, pueden
servii-, con su peculiar concisión, para el conceptismo más rebuscado. Sobre
esta tenaz pervivencia del popularismo escribe Vossler : "Tanto en la literatu­
ra como en el uso idiomático del Siglo de Oro pueden distinguirse tres grados
estilísticos : el popular, el clásico y el artificioso o culterano. Los tres existían
simultáneamente, pero, sin embargo, el tercero no alcanzó plena validez hasta
la última época, hasta el barroco, mientras que el estilo clásico desempeñó tan
sólo un papel de duración relativamente breve y, por así decirlo, de segunda
categoría. El estilo popular, en cambio, permaneció ininterrumpidamente en
vigor tanto en el primero como en el segundo siglo de la época de oro. ha­
ciendo acto de presencia hasta en las últimas cimas del culteranismo, gracias
a su constante impulso ascendente. En la suntuosa construcción literaria del
idioma español, el piso intermedio, que hubiera podido representar el grado
de la moderación y de la pureza, ocupa el espacio más modesto. Toda la ar­
quitectura lingüístico-literaria del Siglo de Oro español se distingue de las cons­
trucciones coetáneas de los italianos y franceses por la masa y firmeza de sus
cimientos populares, cuyos muros se elevan hacia lo alto como un sistema de
pilares, que sustenta en su parte superior la obra exquisitamente labrada de
una cornisa delicadísima" 1 1 •

EL RENACIMIENTO EN ESPAÑA. LUIS VIVES

Renacimiento español. Se ha discutido extensamente acerca de si ha exis­


tido o no el Renacimiento en España. Considerándolo como una ruptura radi·
cal con el espíritu de la Edad Media y estimándolo tan sólo bajo el aspecto
de una paganización de la vida, ha podido negarse su existencia en nuestro
país, puesto que después de la etapa correspondiente al reinado del Empera­
dor la cultura española se orienta en un sentido religioso y cristiano que, para
muchos, contradice las direcciones esenciales del Renacimiento. Y así lo han
sostenido diversos historiadores de la cultura, la literatura y las artes, hasta
elaborar un concepto que ha venido gozando de amplia aceptación 12•

11 Introducción , citada, págs. 20·2 1 .


. . .

1 2 Entre los que más han contribuido, directa o indirectamente, a levantar esta teoría
deben destacarse William Prescott, Enrique Morf, Hipólito Taine, Gobineau, Jacobo
Burckhardt, y de manera más concreta Víctor Klemperer en su trabajo "Gibt es eine
spaniche Renaissance?'', en Lagos, XVI, 1927, págs. 1 29-1 61.

LIT. ESPAiiiOLA. - 40

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