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SIGLO XVI
CAPÍTULO XIV
Estos dos siglos, a su vez, ofrecen, aunque dentro de una unidad esencial,
caracteres bien distintos que obligan a una diferenciación: el siglo XVI corres
ponde a la plenitud del Renacimiento : el XVII a la época barroca, que puede
denominarse "nacional". Durante el primero, España sigue las corrientes uni
versalistas del Renacimiento y marcha a la par, en cuanto a las direcciones
generales, con el resto de las naciones europeas; en el segundo, se dan los ca
racteres más típicos y personales de nuestras letras y nuestras artes.
El Renacimiento a su vez debe ser subdividido en dos mitades que corres
ponden exactamente a los dos monarcas entre quienes se reparte el siglo: pe
ríodo de Carlos V y período de Felipe 11. Durante el primero nuestro Renaci
miento sigue la directriz paganizante que predomina en toda Europa (es el
momento de "recepción" de los influjos extranjeros, predominantemente ita
lianos, comenzado ya, como sabemos, bien adentro del siglo xv, pero que sólo
ahora llega a su plenitud con Garcilaso y sus seguidores); bajo Felipe 11, pe
ríodo de "asimilación", las tendencias renacentistas se cristianizan, y aunque
en el aspecto puramente artístico y formal siguen las normas precedentes, Es
paña se encierra dentro de sí misma preparando la época "nacional" que ha
de venir en seguida: es el momento de la Contrarreforma, de la ascética y de
la mística, de los grandes poetas religiosos, de afirmación proselitista y apolo
gética, sin picaresca ni sátira religiosa ni apenas literatura frívola.
Debe advertirse, sin embargo, que a pesar de la verdad incuestionable que
encierra esta esquemática división cuando contemplamos cada uno de dichos
períodos como en visión panorámica, la realidad es bastante más compleja
vista en detalle; y no deben olvidarse -insistiremos sobre ellas- ni las porcio
nes menores que tienen su propio carácter dentro de cada etapa, ni mucho
menos la irreductible peculiaridad que, sin dejar de ser hombres de su tiempo,
ofrecen algunas personalidades, tanto mayor cuanto que vamos a enfrentarnos
con las cumbres de nuestras letras. Del riesgo de creer en una demasiado có
moda uniformidad nos advierte Menéndez Pidal cuando, después de estudiar
los diversos momentos del lenguaje del siglo XVI, escribe: "El lenguaje, la
vida cultural del siglo XVI, no es como una llanura donde el caminante, al
amanecer, ve en el horizonte el campanario a cuya sombra va a pernoctar: el
camino serpea por valles y cimas, que es necesario señalar en la guía ·del
viajero" 1•
La frecuencia con que, a lo largo del siglo xv y mucho más a partir de este
instante, se alude al mundo del Renacimiento, al hombre renacentista y a sus
t "El lenguaje del siglo XVI'', en Mis páginas preferidas. Estudios Lingüísticos e Histó
ricos, Madrid, 1957, pág. 45. Cfr.: Guillermo Díaz-Plaja, "Dos Siglos de Oro", prólogo
al vol. 11 de su Antología Mayor de la Literatura Española, Barcelona-Madri�, 1958,
págs. VII-XVII.
6 18 Historia de la literatura española
2 Cfr. : Jacobo Burckhardt, La Cultura del Renacimiento en Italia, trad. espafiola, Ma
drid, 1 94 1 . K. Burdach, Riforma, Rinascimento, Umanesimo, trad. italiana, Florencia,
1 935. J. Camón Aznar, ''Teoría del Renacimiento", Revista de Occidente, IX, 1 930.
Giuseppe Toffanin, Che cosa fu l'Umanesimo, Florencia, 1 929. Del mismo, Historia del
Humanismo, trad. española, Buenos Aires, 1953. Giovanni Gentile, 11 pensiero italiano
del Rinascimento, Florencia, s. a. Benedetto Croce, España en la vida italiana del Rena
cimiento, trad. española, Madrid, 1 925. V. Cian, Umanesimo e Rinascimento, Florencia,
1941. F. Chabod, ll Rinascimento nelle recenti interpretazioni (Memoria presentada al
VI Congreso Internacional de Ciencias Históricas), Varsovia, 1933. Johan Nordstrom, Mo
yen Áge et Renaissance, París, 1 933. R. Amold, Cultura del Renacimiento, trad. española,
Barcelona, 1927. G. W. Knight, The Christian Renaissance, Londres, 1 933. P. F. Palumbo,
Stato e cultura ne! Rinascimento, Roma, 1943. P. Félix G. Olmedo, "Humanismo", en
Humanidades (Revista de la Universidad Pontificia de Comillas), 1949. Walter Pater, El
Renacimiento, trad. española, Barcelona, 1 946. J. A. Symonds, El Renacimiento en Italia,
trad. española, 2 vols., México, 1 957. Will Durant, El Renacimiento, ·trad. española, 2
volúmenes, Buenos Aires, 1 958. Funk Brentano, El Renacimiento, trad. española, Buenos
Aires, 1 944. Ralph Raeder, El hombre del Renacimiento, trad. española, Buenos Aires,
1946. José Luis Romero, Maquiavelo, Buenos Aires, 1 943. '<>restes Ferrara, Maquiavelo,
. Madrid, 2.ª ed., sin año. Del mismo, El Siglo XVI a la luz de los em baiadores venecianos,
Madrid, 1 952. J. Huizinga, Erasmo, trad. española, Barcelona, 1 946.
Renacimiento. División y corrientes 619
material con sus placeres y bellezas, que había desterrado la concepción ascé
tica y cristiana del Medio Evo ; porque el mundo de la Antigüedad descan
saba precisamente sobre esta concepción antropocéntrica y materialista, sin
dogmas ni vida de ultratumba, en la que el hombre y su razón constituían la
medida de todas las cosas.
De esta nueva valoración del hombre nació la palabra "humanismo". Y
aunque esta denominación se da corrientemente a los meros estudiosos del
latín o del griego, interesados en problemas de filología o erudición, su sig
nificado tiene un alcance mucho mayor, pues los textos antiguos se estimaban
no sólo por sí mismos o en razón de su belleza o excelencias literarias, sino
porque conducían a la nueva concepción del hombre, centro y finalidad de
todas las cosas, de la que aquellos textos eran depositarios.
Una serie de causas materiales impulsó este orgullo humanista : la inven
ción de la imprenta que facilitó la difusión del saber ; el aumento de la ri
queza nacida de la creciente pujanza del comercio ; el descubrimiento de Amé
rica que abrió horizontes insospechados a la actividad humana, duplicó el
mundo y ofreció la posibilidad de recursos inconmensurables. Movido por es
tos estímulos, el hombre del Renacimiento investigó la naturaleza, realizó
portentosos descubrimientos científicos, creó maravillosas obras de arte, trató
de hacer el mundo confortable y bello y se lanzó a vivir con la furia inconte
nible de quien acaba de descubrir el paraíso. Ninguna otra época en la histo
ria ha ofrecido un ejemplo de plenitud, de energía, de audacia creadora, de
anhelo de vivir como el que dieron los hombres de aquel tiempo.
Mientras el hombre medieval había despreciado el cuerpo en beneficio del
espíritu, el renacentista busca la plenitud en un desarrollo armónico de todas
las facultades, tanto espirituales como físicas, buscando la satisfacción de todas
las posibilidades del ser humano. A esta concepción responde la figura ideal
del cortesano creada por Baltasar de Castiglione. El hombre de la Edad Media
se había polarizado en una actividad : era un hombre de armas, un clérigo,
un burgués. El cortesano debe ser tan experto en las armas como en las
letras, ha de saber conjugar las maneras más refinadas con el valor en el
combate, cortejar a las damas y tañer los instrumentos con que acompañar su
propio canto, estar tan preparado para el riesgo como para el placer.
LA FILOSOFÍA
LA LITERATURA
BL IDIOMA
tilla ("Y o no sé qué desventura ha sido siempre la nuestra que apenas ha nadie
escrito en nuestra lengua, sino lo que se pudiera muy bien excusar", escribía
en 1533), y en parecidos términos se expresa dos años más tarde Juan de Val
dés, cuando escribe : " . . .como sabéis, la lengua castellana nunca ha tenido
quien escriva en ella con tanto cuidado y miramiento quanto sería menester
para que hombre, quiriendo o dar cuenta de lo que scrive diferente de los
otros, o reformar los abusos que ay oy en ella, se pudiese aprovechar de su
autoridad" 3 • Pero a partir de entonces la gran legión de poetas y prosistas
procedentes de todas las tierras de España que llena el primer período áureo
hace perder al idioma su rudeza y lastre medieval y lo levanta a la perfección,
poniéndole a la par de los idiomas clásicos.
Alcanza entonces nuestra lengua una extraordinaria difusión por todos los
países de Europa y salta al Nuevo Mundo en la boca de nuestros conquistado
res. Papel importantísimo tuvo en esta difusión el propio Carlos V, que vino
a España sin conocer nuestra lengua y fue luego tan apasionado de ella. El
castellano se convierte en el idioma de las cancillerías, se imprimen libros espa
ñoles en toda Italia, en Francia, en Bélgica y en Inglaterra, se enseña el español
en numerosas Universidades de Europa, se componen gramáticas y diccionarios
de español en diversas lenguas vulgares, y Castiglione proclama en su Corte
sano como ideal del perfecto caballero el poseer el español. La lista de los
grandes escritores de todos los países que proclaman la excelencia del español,
sería inacabable.
Dentro de nuestra propia patria el castellano gana la batalla al latín, hasta
para aquellas materias en que el empleo de la lengua vulgar se consideraba
inadecuado ; aunque no siempre sin prolongadas luchas. La defensa que hace
Bembo en Italia de la lengua vulgar, siguiendo por otra parte las huellas de
Nebrija, la recoge nuestro Juan de Valdés en su Diálogo de la Lengua, di
ciendo : "Todos los hombres somos más obligados a ilustrar y enriquecer la
lengua que nos es natural y que mamamos en las tetas de nuestras madres, que
no la que nos es pegadiza y que aprendemos en libros" 4• Y Cristóbal de Vi
llalón escribía : "La lengua que Dios y naturaleza nos han dado, no nos debe
ser menos apacible que la latina, griega y hebrea" 5•
En cuanto al estilo, durante la época del Emperador, se considera como
ideal, ·no sin notables excepciones, la naturalidad, aunque siguiendo la fórmula
de La Celestina de combinar la lengua popular con "aquella otra de artifi
cio, ingenio, invención, propia más bien de los hombres de letras", dando,
sin embargo, frecuentemente mayor preferencia a la vulgar pero seleccionan
do siempre lo mejor. La tendencia del Renacimiento por seguir en todo a la
naturaleza según las sentencias de Platón y de Cicerón, favorecía el cultivo del
lenguaje en su forma más llana y natural. Valdés, uno de los principales defen
sores de esta tendencia, escribía : "El estilo que tengo me es natural, y sin afe
tación ninguna escrivo como hablo : solamente tengo cuidado de usar voca
blos que sinifiquen bien lo que quiero dezir, y dígolo cuanto más llanamente
me es posible, porque, a mi parecer, en ninguna lengua está bien el afeta
ción" 6• " ¡ La afectación ! -escribe Menéndez Pidal comentando las palabras
de Valdés-, latinismo ya muy usado por Castiglione, y que entonces también
se propagaba por Francia ; voz nueva del defecto vitando, del escollo peli
grosísimo en que naufragaba toda elegancia y cortesía. No es enrubiando los
cabellos y pelándose las cejas -dice Castiglione-, no es cubriéndose el ros
tro de afeites y colores como las mujeres parecen más hermosas, porque des
cubren la afectación, esto es, el desordenado deseo de parecer mejor. Para
el Renacimiento, tan altamente sentido por Castiglione, la belleza suprema es
la natural (per natura), y no la que depende del esfuerzo : a cada paso se loa
'aquella descuidada sencillez, gratísima a los ojos y a los entendimientos huma
nos, los cuales siempre temen ser engañados por el arte' " 7•
Semejante estima por lo natural no quiere decir que se aceptase lo que se
consideraba plebeyo. Gozaron, en cambio, de gran aceptación los refranes, de
los cuales se benefició el idioma en dos notas que los distinguen : la claridad y
la concisión 8• Para lograr lo cual aconsejaba también Valdés : "Todo el bien
hablar castellano consiste en que digáis lo que queréis con las menos palabras
que pudiéredes" 9•
Con el avance del siglo disminuye, sin embargo, rápidamente el gusto por la
sencillez y naturalidad, y comienza a "afirmarse -según dice Menéndez Pidal
el valor artístico de la afectación", dirigido por "una norma literaria de gran
des individualidades" 10• Así, concretamente, la artificiosidad inherente · a las
formas italianas y petrarquistas de Garcilaso conduce a una intensificación del
idioma culto, sobre todo en poetas como Herrera, que progresa notablemente
en el camino del rebuscamiento y la complicación, en apresurado proceso ha
cia el barroco. Pero aunque alguna de estas personalidades, las menos, rechacen
de Oro acertaban a unir las oposiciones extremas del estilo más elevado y el más ínfimo",
escribe Carlos Vossler esta aguda definición del refrán : "Son fórmulas o sentencias que
oscilan entre concepto e imagen, abstracción o imprecisión. En todos ellos se encuentra
algo indeciso, cortado y multívoco, que tiene que recibir su sentido entero y preciso por
la aplicación a una situación concreta. Una ley peculiar de oposición y acuerdo impera
aquí, en virtud de la cual un refrán situado en el seno de un argumento esencialmente
prosaico hace resaltar la fuerza poética que en él alienta, mientras que situado en el curso
del pensamiento poético se alza como una isla de prosa" (Introducción a la literatura
española del Siglo de Oro. Buenos Aires, 1945, págs. 27-28).
9 Diálogo de la Lengua, ed. citada, pág. 1 55.
10 El lenguaje del Siglo XVI, ed. cit., pág. 45.
Renacimiento. División y corrientes 625
de plano todo elemento popular, éste subsiste, sin embargo, como componente
característico de nuestra literatura, hasta en aquellos escritores de más artifi·
ciosa expresión. Adviértase bien que en nuestras letras no debe nunca confun
dirse la sencillez de estilo con el popularismo ; ambos pueden coincidir, pero
no necesariamente. Con gran frecuencia las formas más inequívocamente po
pulares, y tal es el caso. entre muchas más, de los refranes citados, pueden
servii-, con su peculiar concisión, para el conceptismo más rebuscado. Sobre
esta tenaz pervivencia del popularismo escribe Vossler : "Tanto en la literatu
ra como en el uso idiomático del Siglo de Oro pueden distinguirse tres grados
estilísticos : el popular, el clásico y el artificioso o culterano. Los tres existían
simultáneamente, pero, sin embargo, el tercero no alcanzó plena validez hasta
la última época, hasta el barroco, mientras que el estilo clásico desempeñó tan
sólo un papel de duración relativamente breve y, por así decirlo, de segunda
categoría. El estilo popular, en cambio, permaneció ininterrumpidamente en
vigor tanto en el primero como en el segundo siglo de la época de oro. ha
ciendo acto de presencia hasta en las últimas cimas del culteranismo, gracias
a su constante impulso ascendente. En la suntuosa construcción literaria del
idioma español, el piso intermedio, que hubiera podido representar el grado
de la moderación y de la pureza, ocupa el espacio más modesto. Toda la ar
quitectura lingüístico-literaria del Siglo de Oro español se distingue de las cons
trucciones coetáneas de los italianos y franceses por la masa y firmeza de sus
cimientos populares, cuyos muros se elevan hacia lo alto como un sistema de
pilares, que sustenta en su parte superior la obra exquisitamente labrada de
una cornisa delicadísima" 1 1 •
1 2 Entre los que más han contribuido, directa o indirectamente, a levantar esta teoría
deben destacarse William Prescott, Enrique Morf, Hipólito Taine, Gobineau, Jacobo
Burckhardt, y de manera más concreta Víctor Klemperer en su trabajo "Gibt es eine
spaniche Renaissance?'', en Lagos, XVI, 1927, págs. 1 29-1 61.
LIT. ESPAiiiOLA. - 40