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En nuestra niñez cuando estábamos incómodo o teníamos hambre llorábamos. Como consecuencia
de esta simple acción conseguíamos atención, amor, alimentos, contención. Con rapidez
entendimos que el llanto nos proporcionaba las cosas que más necesitábamos o queríamos.
La famosa postura del “yo no fui”, encoger los hombros, agachar la cabeza, y poner ojos de ternero
hambriento.
Incorporamos con tanta fuerza estas herramientas que con el transcurrir del tiempo las
continuamos perfeccionado, “llegué tarde porque el tránsito era tremendo”, “no te llamé por que el
jefe me apuró con un trabajo”, “no traje la gaseosa que me pediste porque el súper de la esquina no
tenía”, “llegué tarde porque no sonó el despertador”, “no te llamé porque el celu se quedó sin
energía”, “tengo muchas ganas de verte pero mis amigos me dijeron que no podía faltar al partido”,
“mi mujer no me comprende”, “yo jugué bien pero mi contrincante jugó mejor, por eso perdí”.etc.
y...
¿Para qué hacemos esto? ¿Qué es lo que esperamos a cambio? ¿Cuál es el beneficio que recibimos
por obviarnos a nosotros mismos de la situación?
En coaching, decimos que esta manera de percibir la realidad nos quita poder porque disminuye y
limita nuestra capacidad de acción.
Desde el observador de víctima, soy un actor pasivo, no puedo hacer nada para cambiar la
situación, me resigno, otros tienen que actuar para que MI SITUACIÓN CAMBIE.
El responsable identifica sus enemigos del aprendizaje y desde ese lugar abre un espacio para
aprender lo que le falta. Elige la responsabilidad no porque sea “verdadera”, sino porque le da
poder, elige ser protagonista de su propia historia. No le teme a la incertidumbre, sabe que accionar
muchas veces puede significar un “salto al vacío” cómo así también sabe que desde la no acción
nada cambiará, que todo seguirá igual.
En coaching trabajamos a menudo para que el coachee haga el recorrido de víctima a responsable
y puede decirse, de hecho, que este trabajo constituye la estructura fundamental del proceso de
coaching. Si nos hacemos responsables de lo que nos ocurre, utilizaremos de forma predominante
conversaciones orientadas al futuro que deseamos, tendremos más facilidad para visualizarlo y, en
consecuencia, para generar nuevas acciones.
Aceptar no es estar de acuerdo sino enfocarnos en accionar para disolver la situación que nos
inquieta y hacer algo diferente a lo que estamos haciendo.
Y ¿cómo empiezo?
Un primer paso es cambiar la forma en que hablamos, escribimos y pensamos. El lenguaje no es
inocente, tiene la capacidad de generar realidades. A través del lenguaje podemos crearlas. Cuando
nos comunicamos con otros o con nosotros mismos, a través del lenguaje podemos estar dándonos
o quitándonos fuerza
Ahora, ¿qué pasaría si llevamos todas estas expresiones a una postura protagonista de lo que
sucede? Transformar un “no tengo tiempo” por un “elijo hacer otras cosas antes que eso” (todos
los seres humanos tenemos la misma cantidad de tiempo). Un “no puedo ir” por un “no quiero ir “.
Un “me enoja” por un “elijo enojarme “. Un “es imposible” o un “no se puede” por un “no sé cómo
hacerlo“.
Con esta postura lo que estamos ganando es libertad. Libertad para por ejemplo elegir no enojarme,
o aprender a hacer algo que ya no es imposible, sino que no sé cómo se hace. Porque separándonos
del problema, también nos separamos de las soluciones.
Un segundo paso sería gestionar nuestras emociones. ¿Qué emociones dispara accionar desde la
responsabilidad? Accionar desde nuestro siendo responsable dispara emociones que abren
posibilidades, como ser: alegría, alivio, tranquilidad, felicidad, madurez, seguridad, sorpresa,
ambición, poder, claridad, compromiso, paz, armonía, serenidad, ambición. Se sabe autor, creador,
de su propia vida, ser responsable es tomar el timón de tu vida.
Por último, accionar desde un modo responsable frente a los sucesos diarios de la vida es tu
elección. Y vos, ¿Qué elegís? ¿Que las cosas te sucedan o que las cosas sucedan por ti?