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Encuentro con Dios

en la Política
Esta propuesta ha nacido de un profundo compromiso por la búsqueda del Reino de Dios anunciado por Jesús
el Cristo, compromiso en la comunicabilidad de este mensaje de salvación, en el contexto de la sociedad y el
accionar político de la persona humana, en su devenir cotidiano de cristiano, en su itinerario de fe y en medio
del mundo secular. Nace también, y en última instancia, de la exigencia y la responsabilidad frente a lo que
Metz en su propuesta llama la “reserva escatológica”, donde presupuestos como justicia, paz, reconciliación y
libertad, nacen de la profunda convicción de que el discurso y el quehacer cristiano no son auténticos si no
son capaces de volcarse sobre sí, examinar y revisar su propia justificación, su fundamental contenido con
empeño significativo en medio de las paradojas y contradicciones de la sociedad y los conflictos que suscita.

No es un exabrupto semejante pretensión, si con delicada sutileza se comprende que esto es posible, la
relación fe-política, aun en los escenarios más puros y radicales, donde con gran ímpetu se procura el sumo
cuidado de un ejercicio especializado y académico de la fe en sí y para sí. Aunque dicha pretensión pueda ser
sancionada y reprendida, so pena de rebajar la teología al mero ámbito social, y a la revisión de sus propios
contenidos en pro de una misma utilidad social. En todo caso cualquier reproche no es injustificado, la
realidad que muestra la historia del cristianismo pone de manifiesto lo que ha ocurrió, a saber, la
instrumentalización de la fe por causa de la política, pero también de la política por asuntos de la fe. En
nuestro contexto occidental tan radicalmente secularizado y tan religiosamente ambiguo, el cristianismo se ha
erigido sobre una base fuerte de neutralidad. La iglesia en la modernidad, y después del siglo de las luces,
fue ocupando su lugar, en la medida en que no interfería en los asuntos del estado ni en las estructuras de
poder. No pocas teologías a lo largo de la misma modernidad han validado esta situación, han huido y se han
rehusado a todo tipo de injerencia en el ámbito político. Esta radical distinción entre el ámbito de la fe y el
político no pasa desapercibido en la realidad de los creyentes cristianos, hasta el punto de experimentar
cierto malestar que pone en conflicto su realidad y esencia como creyente y su condición política dentro la
sociedad. En todo caso tal situación lleva a que el cristiano se pregunte si el hecho de ser creyente en Cristo
Jesús, implicaría o no un compromiso y/o una acción concreta respecto a la política. Aún más, aquel cristiano
de fe, inmerso en un contexto político, se puede preguntar con total legitimidad si ese acto de libertad y
compromiso que llama fe, puede ser compatible en alguna medida con una opción política atrayente. Y
también, si la fe cristiana pude intervenir, decir una palabra, una crítica a la acción política, o solo debe
conformarse con los asuntos religiosos, morales, de costumbre y tradición. Empero, a estas alturas hay que
ser honestos frente a este tema si no queremos traicionar los principios del evangelio o trasgredir la
conciencia de fe respecto al compromiso político, pues, tratar de reconciliar fe y política, o tratar de inferir
un concepto político del evangelio significa que la realidad política, al menos como se empieza a entender
desde la modernidad hasta nuestros días, no es parte esencial o inherente del mismo evangelio ni de la
tradición cristiana. Son conceptos que sobreviven con total independencia uno del otro. Pero si se trata de
trazar un objetivo honesto y respetuoso del evangelio y también de la realidad política, entonces hay que
decir que la aspiración de este acercamiento es tratar de deducir el carácter político del evangelio, desde
donde y como entenderlo.

Además, en todo el desarrollo del problema y del objetivo principal, de relacionar dialécticamente fe-política,
la escatología cristiana es punto central si de dialéctica se quiere hablar; porque la esperanza es recuerdo
constante de la historia, ubicada desde el presente y responsable con un futuro planeado desde el compromiso
y la responsabilidad. La historia, ya se dijo, es la historia del sufrimiento del hombre. La teología política
como esperanza frente a toda desesperanza, desborda la noción de historia como mero dato historiográfico.
De esta forma, al encarar el sufrimiento humano en concreto, la teología política actúa como praxis del
recuerdo contra el olvido y la indiferencia. La esperanza en todo caso, mantiene el ritmo de la historia en
contraposición y rechazo al intento de autodeterminación de un sistema político en tanto que ideología. Una
instancia social o políticamente particular que pretenda la realización del hombre con acción arbitraria,
terrorista, totalitaria y excluyente, un sistema ideológicamente deshumanizante y dominador, porque se ha
erigido per sé, como desconocedor de la justicia, la libertad, la paz

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