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PRÓLOGO

“Es un placer conocerte. Me llamo Miyo Saimori.”

Arrodillada en el suelo de tatami, se inclinó profundamente con


toda la elegancia que pudo reunir, aspirando el aroma familiar de los
juncos frescos mezclado con el olor desconocido de su casa. Sabía muy
bien que no era bienvenida, pero quería demostrar que tenía buenos
modales.

“…”

Como si no se hubiera percatado de su presencia, el hombre que iba


a convertirse en su marido ni siquiera le dirigió una mirada mientras
se ocupaba de unos papeles extendidos sobre su escritorio. Ella
permaneció postrada en el suelo, sin hacer el menor movimiento
mientras esperaba su respuesta. Desgraciadamente, estaba
acostumbrada a que no la reconocieran o la ignoraran, y no quería
arriesgarse a disgustar a aquel hombre, con el que se encontraba por
primera vez en un lugar nuevo y extraño.

“¿Cuánto tiempo más piensas postrarte?”

Su voz grave e imperiosa acabó por romper el silencio. Miyo


levantó la cabeza y lo miró por primera vez, antes de inclinarse de
nuevo.
“Por favor, perdóname.”

“… No estaba pidiendo una disculpa.” Su apuesto prometido


suspiró antes de ordenarle que se sentara derecha.

Al verlo mejor esta vez, Miyo vio que su prometido, Kiyoka


Kudou, era aún más despampanante de lo que había esperado. Su piel
de porcelana de estaba libre de imperfecciones, y sus ojos azul pálido
estaban enmarcados por un largo cabello rubio ceniza tan fino que era
casi transparente. Junto con su físico esbelto, su aspecto rubio le
confería una belleza efímera que resultaba chocante ver en un hombre.

Las historias que había oído sobre su crueldad como soldado que
pasaba a cuchillo a sus oponentes sin vacilar parecían incongruentes
ante su semblante. Sin embargo, pensó, las apariencias engañan. Miyo
sabía de primera mano que incluso las personas agradables a la vista
podían albergar corazones llenos de veneno. Él debía de ser una de
esas personas. ¿Por qué si no todas las novias anteriores habían huido
a los tres días de casarse?

Pero para Miyo no había vuelta atrás. No tenía un hogar al que


regresar ni nadie en quien confiar.

Independientemente de las penurias que le esperaran aquí, no tenía


más remedio que quedarse.
CAPÍTULO 1:
De Nuestro Encuentro y Mis lágrimas

Como cualquier otra familia noble, los Saimori empezaban el día


desayunando tranquilamente en el salón de su extensa residencia
tradicional japonesa de la capital. O, al menos, habría sido tranquilo de
no ser por una voz chillona que atravesó el aire fresco de la mañana.

“¡¿Qué se supone que es esto?!”

Un líquido hirviente salpicó la cara y el pecho de Miyo. Ni siquiera


gimió mientras se arrastraba por el suelo. La hermosa joven que
sostenía una taza de té enarcó las cejas con indignada incredulidad
mientras su hermana mayor, vestida con un raído traje de sirvienta, se
inclinaba pidiendo disculpas. Como de costumbre, el personal de la
casa presente en la sala desvió la mirada.

“¡El té es tan amargo que no se puede beber!”

“Lo siento mucho…”

“¡Hazme una taza fresca de una vez!”

A pesar de haber preparado el té exactamente igual que siempre,


Miyo agradeció recatadamente la petición de su hermanastra como si
fuera su sirvienta y se apresuró a ir a la cocina, con la cabeza gacha.
“Hay que ver, ella ni siquiera puede hacer té correctamente. ¿No
tiene vergüenza?”

“Ya lo creo. Es una vergüenza.”

Miyo fingió no oír las burlas de su hermanastra y su madrastra


mientras salía de la habitación. Podría pensarse que su padre
intervendría para impedir que se burlaran de su hija, pero él se limitó
a seguir comiendo como si nada. No la había defendido ni una sola vez
en los últimos años y, a estas alturas, Miyo no albergaba esperanzas de
que alguna vez lo hiciera.

Criaturas sobrenaturales han asolado este país desde tiempos


inmemoriales. Algunos de estos seres parecían humanos o animales;
otros eran tan retorcidos que desafiaban cualquier descripción; y otros
cambiaban de forma con fluidez, negándose a adoptar una forma fija.
Estas entidades de otro mundo, también conocidas como demonios o
espíritus, eran maliciosas para los humanos.

La tarea de cazarlos recayó en los superdotados, descendientes de


linajes que poseían poderes sobrenaturales. Sólo estos pocos elegidos
podían ver a los grotescos con la Vista Espiritual y despacharlos con
ataques sobrenaturales, su única debilidad. Indispensables para el
imperio, los superdotados gozaban de un elevado estatus social.

Los Saimori eran un linaje noble de larga tradición, una de las


familias que habían alcanzado la prominencia al librar a la tierra de los
Grotescos. Miyo era la mayor de su generación. El matrimonio de sus
padres había sido puramente estratégico. Tanto su padre como su
madre poseían el Don, y sus respectivas familias habían concertado el
matrimonio para mejorar el linaje. Aunque su padre se había opuesto,
sus protestas no fueron escuchadas. Finalmente, rompió sus relaciones
con su amante y consintió a regañadientes en casarse con la mujer que
se convertiría en la madre de Miyo.

Su unión sin amor dio lugar al nacimiento de Miyo. Al parecer,


habían querido mucho a su hija durante sus primeros años de vida. Sus
recuerdos de aquella época eran borrosos, pero había oído que su padre
la adoraba y que era la niña de los ojos de su madre. Sin embargo, todo
cambió cuando su madre falleció por enfermedad cuando Miyo tenía
dos años y su padre se casó con su antigua amante.

La madrastra de Miyo la odiaba por ser hija de la mujer que la había


separado del padre de Miyo. Su padre, por su parte, se sentía tan
culpable hacia su segunda esposa que la consentía en todo. Para colmo,
perdió todo interés por Miyo cuando nació su hermanastra, ya que
prefería a la hija de su amada.

Kaya, la hermana pequeña de Miyo, no sólo era la más bella de las


dos, sino que también sabía cómo enredar a la gente en su dedo
meñique. Por si fuera poco, poseía una vista espiritual de la que Miyo
carecía. La menor no tardó mucho en empezar a tratar a su hermana
con desprecio, igual que había hecho su madre.
Entonces Miyo cumplió diecinueve años, una edad en la que las
chicas de buena familia solían casarse. Pero como incluso los criados
la superaban en rango en la casa, no recibió ni una sola propuesta.
Además, no tenía un céntimo porque su familia nunca le había dado un
estipendio, lo que le impedía mudarse.

“Aquí está tu té.” Miyo colocó una tetera recién hecha en la bandeja
de Kaya. Su madrastra resopló, pero no hizo ningún comentario.

Miyo estaba convencida de que pasaría el resto de su vida como su


esclava.

Ya había perdido la esperanza.

Sus padres y su hermana terminaron de desayunar. Miyo recogió la


mesa con los sirvientes y luego salió a barrer los escalones de la
entrada. Rara vez limpiaba dentro de la casa para no molestar a su
madrastra y a su hermana, que siempre querían quejarse de algo y
cargarla con tareas adicionales. Los sirvientes eran conscientes de ello
y Miyo sospechaba que simpatizaban con ella, porque su parte de las
tareas era siempre la colada y el exterior. Eso le daba a Miyo un respiro
los días en que su madrastra y su hermana no salían de casa.

“Hola.”

Miyo había estado limpiando en silencio hasta cerca del mediodía,


cuando llegó un invitado.
“Ah. Hola, Kouji.” Se inclinó ante el recién llegado, que le sonrió
amablemente.

Este hombre bien dispuesto, de rostro agradable y apuesto y vestido


con un traje de tres piezas bien confeccionado era Kouji Tatsuishi, el
segundo hijo de otra distinguida familia con el Don. Su finca estaba
cerca, así que conocía a Miyo y a Kaya desde la infancia. Y lo que era
más importante, veía a Miyo como una hija legítima de la familia
Saimori y era un verdadero amigo para ella.

“Hace un buen día, ¿verdad? Muy caluroso.”

“En efecto. Eso hará que la colada se seque rápido.” No tenía a


nadie más con quien entablar una conversación tan trivial.

Kouji había intentado muchas veces hacer algo para mejorar la


situación de Miyo cuando su familia había empezado a tratarla como a
una sirvienta. Al final, su padre, el jefe de familia, le dio una severa
charla y le prohibió interferir en los asuntos privados de otra familia.
Aunque Kouji no había podido ponerse abiertamente de su parte desde
entonces, seguía considerándolo un aliado.

“Por cierto, aquí tienes algo para ti.” Le dijo Kouji.

“… ¿Me has traído dulces?”

Le había entregado una caja envuelta en un hermoso papel japonés.

“Claro que sí. Espero que no te importe que no sea uno de esos
pasteles occidentales de moda. He oído que tienden a romperse durante
el transporte.”
“Gracias. Los compartiré con los sirvientes.”

“Por favor, hazlo.”

Sólo entonces se le ocurrió algo a Miyo.

“¿Y qué le trae hoy por aquí?”

Aunque solía vestir elegantemente cuando iba de visita, aquel día


su atuendo era más formal de lo habitual, y era muy raro que vistiera
ropa occidental. La expresión de Kouji se nubló ante la pregunta de
Miyo antes de apartar la mirada, como avergonzado.

“Bueno. Verás, yo… tengo un asunto importante que discutir. Con


tu padre.”

Tropezaba con sus palabras. Aunque Kouji era del tipo tranquilo,
normalmente no era tan evasivo. Perpleja, Miyo ladeó la cabeza y se
preguntó qué le pasaba. Pero él se limitó a responder con un “Hasta
luego” y desapareció rápidamente en la casa. Miyo sintió curiosidad
por sus asuntos con su padre, pero acalló sus pensamientos diciéndose
a sí misma que no era asunto suyo y volvió a sujetar la escoba.

Era la hija mayor de la familia Saimori y había sido debidamente


inscrita en el registro familiar. En la práctica, sin embargo, no era más
que una pobre muchacha del montón: sin talento, sin educación y con
un aspecto sencillo. Se dio cuenta de que Kouji y ella vivían a mundos
de distancia. De repente, sintió que el corazón le pesaba. Para
distraerse, se concentró en barrer hasta que uno de los criados salió de
la casa para llamarla.
“Su padre desea verla, señorita.”

“¿Eh?”

“Pide que vengas enseguida.”

“Oh, ya voy…”

Miyo tenía un mal presentimiento. Era poco más que una sirvienta
para su familia, así que no tenía sentido que su padre la convocara
expresamente mientras recibía a un invitado. Algo fuera de lo común
estaba ocurriendo, y eso la llenaba de miedo. Aunque luchó para que
no le temblaran las piernas, llegó a la sala de recepción.

“Discúlpenme. Soy yo, Miyo.” Dijo desde detrás de la puerta


corredera.

“Entra.” Fue la cortante respuesta de su padre. El tono duro de la


orden aumentó su ansiedad, y sintió un frío glacial en las yemas de los
dedos al presionar la puerta corredera.

Dentro estaban sentados no sólo su padre y Kouji, sino también su


madrastra y Kaya. A pesar de intuir que tenían malas noticias para ella,
ocultó su miedo tras un rostro inexpresivo. Se sentó cerca de la entrada,
distanciándose de su madrastra y su hermanastra. Su padre comenzó a
explicarle el asunto con voz distendida, sin dirigirle siquiera una
mirada.

“Me gustaría discutir la perspectiva del matrimonio en relación con


el futuro de esta familia. Miyo, pensé que sería mejor que estuvieras
presente para esto.”
¿Matrimonio? Al oír esa palabra, su corazón dio un vuelco. Pensar
en cómo el matrimonio podría cambiar su vida le producía miedo y
ansiedad, pero también reavivaba en ella la más leve de las esperanzas.
Tal vez podría ser un cambio a mejor. Un momento después, sin
embargo, se reprendió a sí misma por albergar tales fantasías. Los
milagros no ocurrían, al menos no a ella. La fuerte voz de su padre
volvió a romper el silencio.

“Kouji será adoptado en nuestra familia para que pueda continuar


con nuestro apellido. Como tal, necesitará una esposa que lo mantenga.
Kaya, tú serás su novia.”

Por supuesto que sería ella. Aunque Miyo ya se lo esperaba, sintió


como si se abriera un abismo bajo sus pies. Todo se volvió negro por
un momento mientras el miedo, o tal vez la desesperación, la
abrumaba. La mirada engreída de Kaya ni siquiera la percibió. Miyo
estaba al corriente de los planes de su padre de adoptar a Kouji, el
segundo hijo de la familia Tatsuishi, así que en algún momento, sin
saberlo, un leve rayo de esperanza debió de colarse en su corazón.

La esperanza de haberse casado con el único hombre en quien


confiaba. Que se hubiera convertido en la propietaria de la casa
Saimori. Que Kaya se hubiera casado y enviado lejos para que Miyo
ya no tuviera que vivir a su sombra. Que un día habría podido volver
a conversar libremente con su padre, como habían hecho en el pasado.

Fue una tontería. Debería haber sabido que el destino simplemente


no estaba en sus cartas.
“Miyo, serás prometida al heredero de la familia Kudou, Kiyoka
Kudou.”

Ni siquiera se atrevió a levantar la vista. En lugar de eso, respondió


con voz temblorosa y la cabeza colgando sin fuerzas.

“Como desee, Padre.”

“¿Qué, no te alegras de casarte con la familia Kudou?” Añadió


Kaya con insincero entusiasmo.

La familia Kudou también poseía el Don. Muchos miembros de su


linaje fueron bendecidos con excepcionales poderes sobrenaturales, y
el clan se distinguió por innumerables hazañas de valor, algunas de
proporciones legendarias. Su posición social, fama y riqueza estaban
muy por encima de las de sus coetáneos.

Por otro lado, Kiyoka tenía fama de desalmado. De todas las chicas
de familias acomodadas que le habían ofrecido como novias, ninguna
había conseguido aguantarlo más de tres días antes de huir de vuelta a
casa. Miyo se había enterado por los chismes de los criados. Si esas
historias eran ciertas, el hombre debía de ser horrible.

Y ahora su padre le decía que se casara con él, probablemente con


la intención de no permitirle volver a pisar esta casa. Miyo no tenía
educación. Su padre era consciente de que no había ninguna
posibilidad de que este acuerdo saliera bien.
“Es realmente un desperdicio darte esta maravillosa oportunidad,
ya que no tienes cualidades que te rediman. No estás en condiciones
de hacer algo tan grosero como negarte, por supuesto.”

Su madrastra estaba muy animada ante la perspectiva de librarse


por fin de la hijastra que aborrecía.

“Sí, no tienes más remedio que aceptar. Recoge tus cosas, y en


cuanto termines, haremos que te envíen a casa del Señor Kudou.”

Miyo se puso pálida, incapaz de hablar. Aunque solía estar


deseando salir de la casa de los Saimori, con la residencia de los Kudou
como destino, estaría saliendo de la sartén para meterse en el fuego. A
partir de ahí, sólo podía prever dos resultados posibles. O bien aquel
hombre despiadado la echaba de su finca en el acto, o bien ella le
irritaba y él la degollaba allí mismo. Su única esperanza era que la
tratara como a una humilde sirvienta, como hacía su familia.

Rara vez una novia potencial se quedaba con el hombre con el que
su familia quería que se casara para aprender las normas de su casa y
averiguar si eran compatibles antes de hacer oficial su compromiso.
Las medidas de precaución tenían sentido a la luz de la reputación de
Kiyoka como novio difícil, pero Miyo las veía de otro modo: como una
prueba de que su familia quería deshacerse de ella lo antes posible. Su
mundo se volvió negro.
Después de salir de la sala de recepción, envuelta en oscuros
pensamientos, oyó que Kouji la llamaba por su nombre.

“¿Sí, Kouji?”

Se volvió hacia él. La angustia y la vergüenza coloreaban su rostro,


algo que ella nunca había visto antes.

“Miyo, lo siento. Soy tan inútil. No pude hacer nada por ti, y ni
siquiera sé qué decir ahora.”

“No necesitas disculparte, Kouji. Así es el destino. Simplemente no


estaba a mi favor.”

Miyo intentó sonreír para levantar el ánimo, pero le costó cambiar


la expresión, como si se le hubiera congelado la cara. Ahora que lo
pensaba, ¿cuándo había sonreído por última vez?

“¡No, no puedes achacarlo al destino!”

“Al contrario. Está bien, Kouji. No me importa la decisión de padre.


Quién sabe, puede que hasta encuentre la felicidad en mi nueva vida.”

En realidad no lo creía, pero lo dijo convencida, como para


tranquilizarse.

“… ¿Ahora me odias?”

Kouji parecía al borde de las lágrimas. Estaba claro que quería que
ella se desquitara con él por no haberla defendido. Podía vislumbrarlo
en sus ojos. Pero en ese momento Miyo estaba demasiado agotada para
satisfacer sus necesidades emocionales, así que decidió cortar por lo
sano.

“No, no las tengo. Hace tiempo que me distancié de esas


emociones.”

“Lo siento. Lo siento muchísimo. Quería salvarte para que


pudiéramos reír juntos otra vez, como solíamos hacerlo. Quería…”

“¡Kouji!”

Kaya había gritado su nombre al salir de la habitación tras ellos.


Bajo su sonrisa de belleza deslumbrante se escondía algo terriblemente
retorcido.

“¿De qué estaban hablando?”

“…”

Su futuro marido se mordió el labio, tragándose lo que no había


llegado a decir.

“N-Nada importante.”

Kouji procedía de una familia respetada y había sido bendecido con


el Don y un aspecto apuesto, pero tenía un defecto. Era un cobarde al
que le preocupaba demasiado molestar a los demás. Tomar partido
perjudicaría a Miyo o a Kaya, así que se callaba. Miyo no sabía lo que
se disponía a decir antes de que su hermana lo interrumpiera, pero en
aquel momento no le importaba. Aunque al final no había servido de
nada, era cierto que el bondadoso Kouji había acudido en su ayuda
muchas veces en el pasado.

“Kouji.”

“¿Sí…?”

“Gracias por todo.”

Eso fue todo lo que pudo decir. Estaba completamente agotada.

Kaya sonrió con encanto al ver a su hermana hacer una profunda


reverencia y alejarse sin mirar atrás.

El sueño la eludió aquella noche. La habitación de Miyo, un dormitorio


de servicio de apenas cinco metros cuadrados, era austera para
empezar. Ahora que había guardado sus pocas posesiones personales,
no le quedaba nada. Su madrastra y su hermanastra habían tirado o
robado los kimonos que había heredado de su madre. Lo mismo había
ocurrido con otros objetos de valor que poseía. Ahora lo único que
podía considerar suyo, aparte de su cuerpo, era un traje de sirvienta, un
conjunto de ropa usada de uno de los trabajadores y algunos artículos
de aseo personal.

Ese mismo día, sin embargo, su padre le había regalado un conjunto


de ropa fina para que no avergonzara a los Kudou llegando a su
residencia vestida con harapos. Su regalo le hizo ver que su padre sabía
que no tenía ropa presentable, pero que hasta entonces no se había
preocupado por su situación.
Mientras luchaba por conciliar el sueño, envuelta en el endeble
edredón al que no había tenido más remedio que acostumbrarse, los
recuerdos del pasado pasaban ante sus ojos como imágenes en un
caleidoscopio. Los felices eran lejanos, mientras que los más recientes
estaban llenos de dolor y miseria. Nada iba a cambiar a mejor al día
siguiente. Se iba a dormir con la única esperanza de que su vida
terminara pronto. Un simple deseo. Se sentía como si estuviera al
borde del abismo entre el mundo de los vivos y el de los muertos.
Emocionalmente agotada, ni siquiera podía sonreír amargamente
mientras esos pensamientos pasaban por su mente.

La familia Kudou era especialmente distinguida, incluso entre otros


clanes nobles con el Don. Prácticamente todas las familias dotadas se
habían hecho un nombre hace muchas generaciones, estableciéndose
firmemente en la nobleza, pero los Kudou superaban a la mayoría de
ellas. Además de un rango en la corte, también se les habían concedido
vastas extensiones de tierra. Miyo había oído que, con tanta tierra en
tantas partes del país, podían ganar todo el dinero que quisieran
simplemente arrendándola.

El actual jefe de familia era Kiyoka Kudou, de veintisiete años.


Había aprobado el examen de iniciación militar de élite tras graduarse
en la universidad, y ahora servía como mayor en una unidad propia.
Basándose en su juventud, influencia y extraordinaria riqueza, Miyo
calculó que disfrutaba de un lujoso estilo de vida.
A primera hora del día siguiente al pronunciamiento de su padre,
Miyo salió de casa vestida con elegantes ropas que colgaban
torpemente de su delgada complexión. Empuñando un modesto fardo
con sus pertenencias, se dirigió a la residencia Kudou. Después de unos
cuantos viajes en tranvía —una novedad para ella—, pensó que había
llegado cerca de la dirección que le habían dado, pero se encontró en
las afueras de la ciudad, sin nada parecido a una lujosa mansión a la
vista.

¿De verdad vive por aquí el jefe de familia de los Kudou? Se


preguntó.

Aunque estaba a un tiro de piedra de la ciudad, el paisaje estaba


formado principalmente por bosques, plantaciones y campos,
salpicados por unas pocas casas. Se le ocurrió que, al contrario que en
la ciudad, por la noche la oscuridad debía de ser total. No se había
enviado a nadie a recibirla, y no había habido ningún casamentero ni
intermediario en las conversaciones matrimoniales. El criado de los
Saimori que la acompañó a las afueras de la ciudad se había dado la
vuelta y la había dejado sola por el camino rural.

Al cabo de un rato, llegó a una casa en el bosque, que podría


haberse confundido con una ermita si fuera un poco más pequeña.
Aunque apenas podía creer que aquel modesto domicilio fuera el lugar
adecuado, el automóvil aparcado fuera era un claro indicio de la
riqueza del propietario. Los vehículos importados del extranjero
estaban muy por encima de las posibilidades económicas de la gente
corriente. Aquí tenía que vivir Kiyoka Kudou.

“Hola…”

Su vacilante llamada fue atendida de inmediato.

“Un momento… ¿Me dice su nombre?”

Una anciana menuda y de aspecto amable asomó la cabeza por la


puerta. A juzgar por su atuendo, debía de ser una sirvienta.

“Mi nombre es Miyo Saimori. Me han pedido que venga a ver al


Señor Kiyoka Kudou en relación a una proposición de matrimonio…”

“Ah, sí, Señorita Saimori. La estábamos esperando.”

Basándose en la reputación de Kiyoka, Miyo había imaginado que


sus sirvientes eran fríos y carentes de emociones, más parecidos a
muñecos que a personas. La actitud y el tono amistosos de esta anciana
sonriente la desconcertaron momentáneamente.

“Por favor, entra. Le mostraré el estudio donde está el joven


maestro.”

Al recibir la invitación, Miyo cruzó el umbral de la casa. En


comparación con su casa familiar, este lugar era bastante estrecho.
Supuso que había sido construido recientemente, viendo lo impoluto
que estaba su exterior de madera. El interior también parecía más
cómodo de lo que había supuesto en un principio.
Mientras caminaban por un corto pasillo con suelo de madera, la
mujer se presentó como Yurie. Era una sirvienta y trabajaba en aquella
casa desde que había sido la niñera de Kiyoka.

“Sé que circulan muchos rumores desagradables sobre el joven


maestro, pero en realidad es una persona bondadosa. No debes tener
tanto miedo, de verdad.”

Yurie le habló en tono tranquilizador, confundiendo el silencio de


Miyo con miedo. Pero Miyo no se sentía habladora por otras razones:
había aprendido a no hablar a menos que fuera absolutamente
necesario, así que el silencio se había convertido en un hábito. Siempre
que se atrevía a hablar en su propia casa, la castigaban por descarada,
por replicar.

“Gracias, es alentador oírlo.”

En realidad, ella no lo creía, ya que le daba igual que resultara


simpático o no. Lo que sí importaba, sin embargo, era que en el
momento en que la rechazara, la dejaría morir en la calle. Tal vez
debería haber hecho las paces con ese pensamiento. La muerte podría
ser dolorosa, pero luego no habría más sufrimiento. Sería libre.

Yurie le abrió la puerta del estudio de Kiyoka. Miyo entró, se


arrodilló en el suelo e hizo una profunda reverencia.

“Es un placer conocerte. Me llamo Miyo Saimori.”

“…”
Absorto en algo en su escritorio, Kiyoka Kudou no se volvió para
mirarla. Miyo había sido entrenada para permanecer en silencio e
inmóvil sin permiso explícito u orden de hacer lo contrario, así que
mantuvo la postura, esperando su respuesta.

“¿Cuánto tiempo más piensas postrarte?” Preguntó finalmente en


voz baja.

Menos mal, pensó con cierto alivio. Me ha oído. Para ella, el simple
hecho de reconocer su existencia era un acto de bondad. Levantó la
cabeza un momento antes de volver a inclinarse.

“Por favor, perdóname…”

“No estaba pidiendo una disculpa.” Dijo con un suspiro.

Por fin se sentó derecha. Iluminada por el suave sol primaveral que
entraba por la ventana, Kiyoka tenía un aspecto tan impresionante que
tuvo que apartar la mirada.

Es hermoso.

Miyo creía saber lo que significaba esa palabra. Tanto su madrastra


como su hermanastra eran muy atractivas, y la familia Tatsuishi, Kouji
incluido, también había sido bendecida con un físico superior a la
media. Pero Kiyoka estaba en su propia liga. Tenía dignidad masculina
y gracia femenina; sus exquisitos rasgos eran finos y delicados.
Cualquiera, joven o viejo, hombre o mujer, estaría de acuerdo en que
no sólo era guapo, sino radiante.

“¿Eres la última candidata a novia?”


Ella asintió con la cabeza. Él hizo una mueca.

“Entonces tengo algo que decirte. Debes obedecer todas mis


órdenes. Si te digo que te vayas, vete. Si te digo que mueras, muere.
No quiero oír quejas ni objeciones.” Ladró antes de volver a darle la
espalda.

Miyo se quedó mirando con incredulidad. Había venido preparada


para la humillación y el abuso verbal. ¿De verdad era esto todo lo que
quería?

“Entendido.”

“¿Hmm?”

“¿Hay algo más…?”

“…”

“En ese caso, si me disculpan…”

Se volvió hacia ella con una expresión extraña en el rostro. No


parecía que tuviera nada más que decir, así que ella salió de la
habitación.

“¡No hay nada! ¡No queda nada! ¿Qué ha pasado?”

Al oír su voz llorosa salir de los labios de la pequeña versión


aterrorizada de sí misma, Miyo se dio cuenta de que estaba soñando.
Era un sueño sobre el peor día de su vida, que había quedado
dolorosamente grabado en su memoria para toda la eternidad. Por
aquel entonces aún iba a la escuela. Un día, al volver a casa después
de clase, encontró su habitación vacía.

“¡¿Dónde está todo?!”

Todas sus cosas habían desaparecido, incluidos los preciados


recuerdos de su madre: kimonos, fajas y accesorios. Incluso el espejo
de maquillaje y el pintalabios de su madre habían desaparecido. Miyo
no tardó en darse cuenta de que debía de ser obra de su madrastra.

“Lady Miyo, ¡¿qué ocurre?!”

Hana, la criada, acudió corriendo al oír los lamentos de Miyo.


Había cuidado de la niña desde que nació, así que era como una madre
para ella.

“¡Todo ha desaparecido! ¡Incluso las cosas de mamá!”

“¡Dios mío!” Gritó Hana. “¿Cómo ha podido pasar esto?”

Hana había salido de compras y no se había dado cuenta de nada.


Empezó a disculparse profusamente, tragándose las lágrimas. Miyo se
mordió el labio.

“Mi madrastra lo hizo, simplemente lo sé.”

Miyo sólo tenía dos años cuando perdió a su madre. Su padre no


había tardado en volver a casarse, y Kanoko, la madrastra de Miyo,
había despreciado a la niña desde el primer día. La hija de Kanoko,
Kaya, era tres años menor que Miyo, pero ya mostraba un gran
potencial. Había heredado la extraordinaria belleza de su madre y
aprendía rápido. Y no sólo eso, sino que ya mostraba la habilidad
característica de los superdotados: la vista espiritual, que le permitía
ver a los grotescos. Nada de esto podía decirse de Miyo.

Los padres de Miyo se habían casado únicamente para transmitir


sus poderes sobrenaturales a sus herederos, y sin embargo había sido
Kaya, y no Miyo, quien había nacido con el Don. Y la madre de Kaya
procedía de una familia normal sin poderes especiales. En
retrospectiva, el padre de Miyo no había ganado nada rompiendo con
Kanoko, su novia, para casarse con la madre de Miyo. Este
descubrimiento no hizo sino avivar aún más el odio de Kanoko hacia
su hijastra.

Miyo sólo era una niña entonces, pero lo había entendido muy bien.
Su madrastra se había encargado de que así fuera, diciéndole
constantemente que “si no hubieras nacido, todo iría mejor” o que “tu
madre era una ladrona”. Pero comprender a alguien no significaba
estar de acuerdo con él.

“Voy a hablar con mi madrastra.”

Perder todas sus preciadas posesiones no era algo que pudiera


ignorar. Necesitaba recuperar los recuerdos de su madre para mantener
la cordura en un hogar hostil.

“¿Vas a ir por tu cuenta? Lady Miyo, le ruego que lo reconsidere.”

“No te preocupes, Hana. Si no me hace caso, se lo diré a papá.”


Por aquel entonces, aún creía que su padre se pondría de su parte.
Se había vuelto cada vez más distante con ella, pero estaba segura de
que si le suplicaba y le recordaba lo mal que la habían tratado, al menos
reprendería a su segunda esposa. Miyo no podía estar más equivocada.

“¡N-No! ¡Déjenme salir! ¡Por favor, déjame salir!”

Cuando se había dirigido a los aposentos de su madrastra para


preguntarle si sabía algo de la extraña desaparición de sus
pertenencias, Kanoko había montado en cólera y había castigado a la
muchacha por llamarla ladrona encerrándola en un almacén de la parte
trasera de la mansión.

“No irás a ninguna parte hasta que pienses largo y tendido sobre tu
escandaloso comportamiento. Debería haber esperado lo mismo de la
hija de esa rompehogares. ¡Y pensar que me llamas ladrona! Estás
podrida hasta la médula. Menos mal que mi propia hija no se parece
en nada a ti.”

“¡Madrastra, por favor! ¡Por favor, déjame salir!”

Atrancada desde el exterior, la puerta se negaba a ceder por mucho


que empujara o golpeara con los puños. Miyo se apretó contra ella y
gritó lo más fuerte que pudo, muerta de miedo. Su madrastra se rio de
ella por ser patética y se marchó. Incluso años después de este episodio,
Miyo seguía temblando pensando en ello.

Sólo había una pequeña ventana en lo alto de la pared opuesta, por


la que entraba tan poca luz que el interior del almacén estaba en
penumbra a pesar de que el sol estaba en su cenit. El frío, la humedad
y el vacío de aquel espacio en desuso lo hacían aún más inquietante.
Encerrada allí durante un tiempo desconocido, la pequeña Miyo estaba
aterrorizada.

“P-Por favor… Déjenme salir… Que alguien me ayude…”

Gritó disculpas y suplicó ayuda o perdón, pero nadie acudió.


Cuando la soltaron, ya era de noche; llevaba encerrada desde pasado
el mediodía. Su padre, en quien había confiado para que acudiera en
su ayuda en caso de necesidad, no había aparecido. Pero los trágicos
acontecimientos de aquel día no habían terminado ahí. Mientras estaba
atrapada en el almacén, la familia había despedido a Hana y la había
expulsado inmediatamente de la mansión por alguna razón inventada.
Y por último, habían despojado a Miyo de su estatus dentro de la casa
y en adelante la tratarían peor que a una sirvienta.

Miyo se despertó temprano como de costumbre. Secándose las


lágrimas, se levantó de la cama. El día anterior, Kiyoka le había dicho:
“Debes obedecer todas mis órdenes. Si te digo que te vayas, vete. Si te
digo que mueras, muere.” Como ella había sido sometida a esas
mismas reglas mientras crecía, no le había parecido una petición
inusual, así que había accedido de buen grado.

Cuando salió del estudio con aspecto imperturbable, Yurie se sintió


visiblemente aliviada. Luego le mostró a Miyo su nueva habitación.
Estaba amueblada con lo estrictamente necesario: un futón, un
escritorio, una cómoda y un reloj. A pesar de su austeridad, era más
espaciosa que la habitación de servicio que Miyo había utilizado antes.
Incluso la acogedora ropa de cama era de mucha mejor calidad.

Miyo apenas tenía equipaje que deshacer. Había guardado su ropa


en los cajones, se había excusado de cenar y se había ido directamente
a dormir. Eso había sido todo por aquel día.

Tras despertarse sintiéndose fresca y descansada, quizá gracias al


cómodo futón, se quedó en su habitación con la cabeza inclinada hacia
un lado en señal de incertidumbre.

¿Qué debería hacer ahora…? Se había levantado antes del


amanecer como siempre, pero eso no sería necesario una vez que se
casara con Kiyoka, el jefe de la familia Kudou. La madrastra de Miyo
nunca se levantaba tan temprano. Miyo no iba a vivir como una
plebeya, sino como la esposa de un noble eminente, y las esposas de
los nobles eminentes no cocinaban ni limpiaban.

Pero… no tengo otras habilidades.

Solía tomar clases de arreglos florales, ceremonia del té, danza


tradicional y koto hasta que su madrastra les puso fin, pero de eso hacía
ya mucho tiempo. Lo poco que recordaba ahora prácticamente no le
serviría. Las posibilidades de que una chica prácticamente inculta se
convirtiera en la esposa de Kiyoka Kudou parecían casi nulas.

Aun así, no podía quedarse en su habitación sin hacer nada. Al final


decidió ayudar a preparar el desayuno. Aunque estaría fuera de lugar
que la novia de Kiyoka cocinara, se recordó a sí misma que su
presencia aquí era incongruente. Por mucho que se hubiera esforzado,
Miyo no podía emular a la típica mujer casada y adinerada,
simplemente sentada y guapa con ropa bonita, agasajando a la gente
con sonrisas encantadoras. Si la iban a rechazar a pesar de todo, más
le valía ser útil a su manera hasta entonces.

Además, quería ayudar a Yurie, que no era una criada interna.


Incluso en su vejez, se desplazaba a la casa todos los días a tiempo para
preparar el desayuno antes de que su amo se despertara. Debía de ser
duro para ella. Si Miyo podía aliviarla de esa carga, haría la vida de
Yurie un poco más fácil. Esperaba que eso fuera una excusa aceptable
si sus acciones indecorosas provocaban un escándalo.

La despensa está bien surtida con todo lo que pueda necesitar.


Cocinaré arroz, haré sopa de miso… También hay pescado seco;
puedo asarlo. Luego sólo tengo que pensar en qué verduras usar como
guarnición…

Hizo una lista en su cabeza mientras revisaba los armarios para ver
dónde se guardaban los utensilios. Increíblemente, esta cabaña en el
bosque tenía su propio suministro de agua. Miyo encendió el fuego del
horno y empezó a cocinar.

Aunque su familia empleaba a un chef, Miyo era bastante hábil en


la cocina. Si no hubiera aprendido a preparar sus propias comidas, no
habría comido. En sentido estricto, no era ni sirvienta ni miembro
legítimo de la familia, lo que significaba que no tenía derecho a las
opíparas comidas de su padre, su madrastra y su hermanastra, ni
siquiera a las raciones que se daban a los sirvientes. Sólo había podido
aprovechar las sobras de la cocina para reunir algo para sí misma. Si
no quedaba nada después de que la cocinera hubiera terminado de
preparar la comida para todos los demás ese día, se quedaba sin comer.

Miyo estaba preparando el desayuno cuando la puerta de la cocina


se abrió lentamente y Yurie se asomó.

“… ¿Señorita?”

“Buenos días, Yurie. Oh… siento haber usado la cocina sin


preguntarte antes.”

“Buenos días, Srta. Saimori. No debes disculparte. Eres la


prometida del joven amo, así que puedes hacer lo que quieras.”

Yurie sonrió alegremente, desechando las preocupaciones de Miyo


con un gesto de la mano. En lugar de enfadarse con ella, se disculpó
por haber obligado a Miyo a molestarse con las tareas de la cocina.

Tal vez no debería haber hecho esto…

Al parecer, Miyo sólo había conseguido avergonzar a la anciana en


su afán por ayudar. Sintiéndose abatida, Miyo agachó la cabeza, pero
volvió a levantar la vista con sorpresa cuando Yurie le puso
suavemente una mano cálida en la espalda.

“Como puede ver, señorita, soy una anciana arrugada. Le agradezco


mucho su ayuda.”
“No es nada…”

La sonrisa sincera de la pequeña anciana la conmovió tanto que su


respuesta se quedó atascada en la garganta.

“Bueno, el señorito no se levantará hasta dentro de un rato. Me


ocuparé de mis otros deberes, si no te importa terminar aquí por tu
cuenta.”

“En absoluto, si te parece bien.”

Yurie asintió, satisfecha con la respuesta de Miyo. Se puso


rápidamente el delantal y salió a toda prisa de la cocina. Miyo seguía
un poco cabizbaja, pero se concentró en la tarea de cocinar que le
habían encomendado. Yurie no dejaba de vigilarla mientras trabajaba
y le avisaría cuando Kiyoka estuviese a punto de levantarse. Miyo pasó
los platos que había preparado a fuentes y platos hondos. Había arroz
blanco humeante, sopa de miso con algas wakame y tofu frito, verduras
hervidas —que había preparado con antelación para que absorbieran
bien los sabores del condimento— y caballa seca recién asada, que olía
deliciosamente. Por último, espinacas escaldadas con caldo dashi y
encurtidos. No era tan bueno como el trabajo de un chef profesional,
pero estaba muy orgullosa de cómo había quedado.

Acompañada por Yurie, recogió la bandeja del desayuno y se


dirigió al salón. Allí encontraron a Kiyoka, sentado con las piernas
cruzadas mientras ojeaba un periódico. Era la primera vez que veía a
Kiyoka con su uniforme militar. Estaba muy elegante con la camisa
desabrochada.
Yurie le había dicho que en esta casa era costumbre servir la comida
en bandejas con patas, así que habían apartado la mesa del comedor.
Miyo vio unas sillas de madera abandonadas en un rincón de la
habitación.

“Buenos días, Joven Amo. El desayuno está listo.”

“Buenos días. Yurie, no me llames así delante de la gente.”

Kiyoka estaba impresionante incluso cuando hacía pucheros. Tanto


que Miyo se sintió abrumada y tuvo que apartar la mirada.

“Joven Amo, fue la Señorita Saimori quien le preparó el desayuno


esta mañana.”

En ese momento, pareció darse cuenta por fin de que Miyo también
estaba en la habitación. Dobló su periódico y la miró con los ojos
entrecerrados. Estaba tan acostumbrada a que la ignoraran que se
habría alegrado de pasar desapercibida. En todo caso, el repentino
escrutinio la incomodó.

“… ¿Lo hizo, ahora?”

“Así es. Y era tan hábil que la dejé hacer.”

Miyo se preparó para su furia. Para que le gritara que su futura


esposa no debería ensuciarse las manos con semejante trabajo. Pero
como estaba a punto de descubrir, Kiyoka tenía preocupaciones muy
distintas a las que ella podría haber imaginado.
“Siéntate ahí.” Ordenó, con una mirada tan férrea como su tono de
voz.

Se sentó frente a la bandeja del desayuno que acababa de colocar


ante él. Kiyoka no sujetaba los palillos.

“Pruébalo tú primero.”

“¿P-Perdón…?”

No podía empezar a comer antes que el jefe de familia. Su familia


le había inculcado que sus superiores comían primero, así que ahora
dudaba en acceder a su petición. Ante la insistencia de Yurie, ella
también había traído su propia bandeja, pero no se le había pasado por
la cabeza que él le pidiera desayunar juntos. No creía que le estuviera
permitido.

Cuando Kiyoka vio que Miyo no hacía ademán de comer, su


expresión se volvió aún más sombría.

“¿No te lo comerás?”

El profundo gruñido de su voz la hizo estremecerse, lo que él no


tardó en malinterpretar.

“Yo, um…”

“Hmph. Lo envenenaste, ¿verdad? Era demasiado obvio.”

“¿Qué…?”

“¡¿Veneno?!”

Kiyoka ignoró el grito de Yurie. Se levantó del suelo.


“No comeré comida que pueda haber sido manipulada. Llévatela.
La próxima vez tendrás que esforzarte más.”

Con eso, salió de la habitación. Nerviosa, Yurie le siguió, dejando


a Miyo sola. Se puso mortalmente pálida cuando por fin se dio cuenta
de que Kiyoka sospechaba que estaba atentando contra su vida. No
comería comida preparada por alguien en quien no confiaba… Justo
entonces, recordó que su padre también estaba siempre en guardia.
Estar en el poder significaba vivir con la amenaza constante del
asesinato. Kiyoka también debió de ser blanco en numerosas
ocasiones; los hombres de alto estatus temían el veneno por encima de
cualquier otro método de asesinato.

¿Cómo he podido estar tan ciega?

Acababa de llegar y ya le había pedido a Yurie que la dejara


cocinar. A cualquiera le parecería sospechoso que una joven de familia
noble se ofreciera voluntaria para la tarea y lo hiciera bien. Tal vez eso
no se le había ocurrido a Miyo porque estaba intentando
desesperadamente ser útil para evitar que la echaran a la calle. Había
fracasado y cometido un grave error desde el principio. Si tan sólo se
hubiera quedado ahí. Estaba agradecida de que no la hubiera
decapitado en el acto.

Sujetó los palillos con mano temblorosa y dio un bocado al arroz,


que ya se había secado un poco. Aunque no era nada nuevo para ella
comer sola una comida fría, de algún modo la comida le resultaba tan
pesada como si estuviera comiendo piedras.
La Unidad Especial Antigrotescos era un escuadrón de élite del
Ejército Imperial. Se había formado para hacer frente a incidentes
sobrenaturales. Todos los miembros de la unidad poseían Visión
Espiritual y a menudo también otros poderes paranormales. Sin
embargo, cualquier tipo de habilidad sobrenatural era extremadamente
rara, y los que poseían el Don eran casi exclusivamente nobles de
nacimiento. Dado que pocos aristócratas estaban dispuestos a arriesgar
su vida en el servicio militar, los que se unían a la Unidad Especial
Antigrotescos tendían a ser excéntricos. Además, debido a su limitado
ámbito de actuación, sufría una escasez crónica de personal y era
relativamente desconocida.

El comandante de esta unidad, Kiyoka Kudou, estaba ahora


absolutamente inundado de papeleo. Aunque había que demostrar una
habilidad sin parangón para ascender a una posición de liderazgo
dentro de la unidad, el trabajo en sí era principalmente de oficina, por
lo que rara vez podía participar en misiones. Aunque se ocupaba
personalmente de misiones especialmente difíciles o de situaciones
que requerían su participación directa, y a veces recibía órdenes de
arriba que solicitaban su presencia, su prioridad actual era acabar con
el papeleo acumulado.

Hoy, sin embargo, se encontraba inusualmente desconcentrado.


Sabía la razón: no dejaba de pensar en lo que había ocurrido aquella
mañana. Sin embargo, no podía hacer nada para quitárselo de la
cabeza.

“No comeré alimentos que puedan haber sido manipulados.”

Había dejado a la chica nueva reflexionando sobre sus palabras y


había vuelto a su habitación para prepararse para el día. Yurie le había
seguido, llena de reproches.

“Esa no fue forma de hablarle a una dama. La Srta. Saimori hizo


todo lo que pudo para prepararle el desayuno. Si puedo juzgar su
carácter, ¡no es de las que envenenan!”

A Kiyoka aún le costaba discutir con Yurie, que lo había criado en


lugar de su madre, pero esta vez estaba decidido a mantenerse firme.
No comería una comida hecha por alguien a quien acababa de conocer
y que aún no se había ganado su confianza. Había sido una precaución
necesaria. Sobre todo teniendo en cuenta que era una Saimori. Dado el
rango tan cercano que tenían a su familia, fácilmente podrían estar
tramando asesinarlo para apoderarse de su posición social. Tenía
sentido que fuera precavido. Pero si sus acciones habían sido lógicas,
¿por qué se sentía incómodo por lo que había hecho incluso antes de
que Yurie lo regañara?

“Joven Amo, ¿puedo decirle algo?”

“Continúa.”
Yurie insistía en que Miyo Saimori era de algún modo diferente a
todas las candidatas a novia anteriores. Kiyoka había recibido muchas
propuestas de matrimonio, más de un par de docenas. Pero ninguna
había resultado adecuada para él. Algunas se habían negado indignadas
al ver su modesta casa. Otras habían expresado airadamente su
descontento, afirmando que era ridículo que un hombre de su estatus
viviera en una miserable casita. Otras se habían mostrado cariñosas
con Kiyoka pero habían empujado a Yurie a sus espaldas, y aún había
más que se habían quejado, que no les había gustado la comida, que
habían exigido una habitación personal diferente, etcétera.

Kiyoka era lo bastante consciente de sí mismo como para saber que


su elección de domicilio era, cuando menos, inusual, pero estaba harto
de las mujeres que ni siquiera se molestaban en intentar comprender al
hombre con el que podrían acabar casándose, criticándolo sin tapujos.
Era un hombre orgulloso y consciente de su importancia, eso no lo
negaría. Pero no era engreído ni mandón, pensaba, así que tampoco
soportaría esos rasgos en otras personas. Ése había sido siempre el
factor decisivo.

“Me gusta.” Dijo Yurie. “Es considerada y servicial, no como


ninguna de las chicas de antes.”

“… Hmph.”

Había echado un vistazo a Miyo cuando salió del salón. Su


expresión había sido impasible, pero también le había dado la
impresión de que estaba a punto de llorar. Ahora que Yurie lo
mencionaba, Miyo parecía diferente de sus otras pretendientes.

Cuando se dirigía al trabajo, encontró a Miyo esperándole junto a


la puerta principal, inexpresiva como antes.

“Que tengas un buen día.”

Inclinó la cabeza maquinalmente, sin lágrimas en los ojos.

“Te veré más tarde.”

Con la cabeza tan baja, le recordaba a una sirvienta. ¿Cómo había


sido la educación de esta chica? Alguien de su estatus no se habría
comportado normalmente con tanta humildad.

Es demasiado pronto para tomar una decisión sobre ella, concluyó


mientras revisaba sus papeles. No pensaba tenerla mucho tiempo a su
lado, pero aunque era extraña, de momento no le desagradaba.
También estaba el hecho de que esta oferta de matrimonio parecía casi
demasiado buena para dejarla pasar.

¿Qué pasa ahora? ¿No puedo quitarme a una chica de la cabeza


mientras trabajo? Estoy perdiendo mi toque. Suspiró y se obligó a
concentrarse en los documentos que tenía delante.

Kiyoka regresó a casa mucho después de que se hubiera puesto el sol.


Miyo salió a recibirle, una vez más inclinándose ante la puerta.

“Bienvenido a casa.”
“… Gracias.”

“Um, si me permite.” Comenzó tímidamente cuando él se estaba


quitando las botas, con el rostro ilegible como de costumbre, la mirada
dirigida al suelo.

“¿Qué pasa?”

“… Me disculpo por mis acciones descaradas e irreflexivas de esta


mañana. Es natural que un hombre de su posición rechace comida de
alguien en quien no puede confiar. Debería haberme dado cuenta.”

“…”

“Yurie ha preparado la totalidad de nuestra cena de esta noche, y


yo me limitaré a servirla. Juro por mi honor que no he envenenado
nada. Por favor, señor…”

Ella le suplicaba perdón, arrastrándose por el suelo. Él habría


entendido si ella estaba enojada con él, pero su disculpa lo hizo sentir
profundamente incómodo. Especialmente con lo lastimera que estaba
siendo. Su conducta le hizo sentirse culpable, como si la hubiera
obligado a disculparse. Como si estuviera intimidando a esta frágil
chica que se inclinaba ante él, temblando ligeramente.

“Realmente no pensé que habías envenenado mi comida.” Sólo


estaba siendo cuidadoso, advirtiéndole de sus preocupaciones. “No
elegí bien mis palabras, así que soné demasiado duro.”

“¡En absoluto! Fue un error mío.”


Se encogió de miedo, dando aún más lástima. Kiyoka no intentaba
intimidarla, pero estaba claramente aterrorizada.

La escrutó, reforzando aún más su anterior impresión de que no


encajaba en la imagen de una muchacha de alta cuna. Su kimono no
sólo estaba muy desgastado, sino que era de lo más ordinario. La
delgadez de su cuello y muñecas sólo podía explicarse por la
desnutrición, y el largo cabello negro que llevaba recogido parecía
dañado y sin vida. Además, la piel de sus manos estaba áspera y
agrietada, como si hubiera estado limpiando o lavando a diario. Hoy
en día, incluso las muchachas de la ciudad estaban más arregladas que
ella.

“¿Has comido ya?”

Ni siquiera pudo ver su cabeza, que apenas había levantado para


responder. “Ah… Yo, bueno…”

Kiyoka no entendía por qué se había quedado callada. Fue al salón


y vio que sólo había una bandeja con comida. Si ya había comido,
podría haberlo dicho. Parecía que mentir no era su fuerte.

“¿Así que no has comido? ¿Por qué no hay bandeja de comida para
ti?”

Ver cómo sus ojos se movían nerviosos de un lado a otro le


inquietó. Supuso que era una costumbre universal que las familias y
las parejas comieran juntas, pero quizá se equivocaba. O simplemente
esta chica no entendía su posición. Suspiró.
La ansiedad se estaba comiendo viva a Miyo aquel día. Había cocinado
tontamente para un hombre que desconfiaba de los envenenamientos.
No sólo había desperdiciado la comida, sino que Kiyoka se había
quedado sin desayunar. Si de verdad fuera tan despiadado como decían
los rumores, se habría deshecho de ella de inmediato. En cualquier
caso, era sólo cuestión de tiempo que la echara, como a todas sus
anteriores prometidas y futuras novias. Yurie le había dicho que no le
diera importancia, como si eso fuera posible. Miyo no tenía un hogar
al que volver. Quizá debería empezar a buscar un lugar donde pudiera
trabajar como asistenta. Se preguntó si estaría maldita, condenada a
molestar a la gente allá donde fuera.

Cuando hizo suspirar de exasperación a Kiyoka, sólo unos minutos


después de volver del trabajo, el miedo se clavó en su pecho como un
cuchillo. Se mordió el labio.

“¿Yurie no te preparó comida?” Preguntó.

No, no, pensó. No debería dudar de Yurie. Miyo no notó la falta de


hostilidad en sus ojos ni su tono no amenazador. Le entró el pánico.

“No es su culpa…”

Miyo le había dicho a Yurie que no le hiciera la cena porque se


acabaría lo que quedaba del desayuno. Había comido un poco en el
almuerzo, pero le había dado el resto al basurero de un pueblo cercano.
No era porque no quisiera comérselo —de verdad que quería—, pero
después de años comiendo una sola vez al día, su estómago se había
encogido y su metedura de pata anterior le había quitado el apetito. Sin
embargo, no quería confesárselo a Kiyoka, pues temía cómo se lo
tomaría. Además, si le decía la verdad, le preguntaría por qué no comía
bien en su casa y se enteraría de cómo la había tratado allí su familia,
algo que prefería mantener en secreto.

“Yo… no tenía apetito. Le dije a Yurie que no cocinara para mí.”

“¿Es así? ¿Te encuentras mal?”

“No, yo… simplemente a veces no tengo ganas de comer.”

Sintiendo que Kiyoka perdía la paciencia, dio una respuesta


evasiva. En realidad, su apetito no era un problema, pero en casa no
siempre podía comer.

“Si tú lo dices.”

Parecía cansado. Miyo sintió cierto alivio, interpretando su


preocupación por su salud como una señal de que aún no pensaba
decirle que hiciera las maletas y se marchara. Volvió a suspirar, le dijo
que iba a cambiarse y se dirigió a su estudio, que hacía las veces de
dormitorio.

No es un hombre cruel.

Pensó en lo que Yurie le había dicho cuando llegó. “Sé que circulan
muchos rumores desagradables sobre el joven amo, pero en realidad
es una persona bondadosa. No debes tener tanto miedo, de verdad.”
Sin embargo, seguía teniéndole miedo. Rara vez sonreía, y sus ojos
y su voz aquella mañana habían sido tan fríos que sólo recordarlos la
hacían temblar como una hoja. De algún modo, su extraordinaria
belleza sólo lo hacía más aterrador.

Sin embargo, su disculpa la había pillado por sorpresa. Incluso le


había preguntado si se encontraba mal. Poco a poco, Miyo iba
descubriendo que Kiyoka no era tan despiadado como había pensado
en un principio.

“Se ha enfriado.” Refunfuñó Kiyoka tras dar un bocado a su cena.

Yurie había preparado la comida y la había emplatado


elegantemente para él antes sin recalentarla, por lo que su comida
estaba ahora tibia. Terminado su trabajo, ya había salido de casa.
Kiyoka le permitió salir temprano, ya que ella iba al trabajo.

“Lo siento mucho…”

“Esto no es culpa tuya. ¿Por qué te disculpas con cada respiración?”

Miyo estaba sentada tímidamente contra la pared, lista para


responder en caso de que necesitara algo. Él la miró bruscamente y ella
bajó la cabeza. Sus constantes disculpas eran otra costumbre que había
traído de casa. Cuando de algún modo conseguía molestar a su
madrastra o a su hermanastra, la colmaban de improperios y su único
recurso era una disculpa abyecta. Su tormento aumentaba si no se
disculpaba de inmediato, así que se había convertido en un reflejo.
Pero no podía revelárselo a Kiyoka, así que se sentó en silencio,
mirando al suelo.

“¿No lo dirás?”

“De verdad que lo…”

“No te disculpes.” Le dijo, cortándola en seco.

Aunque su voz era tranquila, tenía una autoridad que exigía


obediencia inmediata.

“No pidas perdón. Hazlo demasiado a menudo y pierde su


significado.”

Probablemente tenía razón, pero ella no estaba segura de poder


reprimir esa respuesta tan arraigada.

“Gracias por la comida.”

Kiyoka dejó los palillos y se terminó la comida antes de que ella se


diera cuenta. Su hermosa apariencia contrastaba con su
comportamiento frío e intimidante. A Miyo aún le parecían creíbles las
historias de que era despiadado y capaz de matar a sangre fría, pero sus
modales eran totalmente refinados, sin rastro de brusquedad. Su
elegancia sería propia de una doncella protegida de una casa noble.
¿Podría este militar tener realmente un espíritu gentil, como había
dicho Yurie?

“Yo… iré a calentar agua para la bañera para ti…”


Sacudió la cabeza antes de que ella pudiera terminar con
“enseguida”.

“Puedo ocuparme de ello.”

“Pero…”

“Siempre lo he hecho yo. El baño de aquí no es como en la mayoría


de las casas. Es difícil que alguien que no sea yo lo maneje.”

“¿Cómo es eso?”

“Aprovecha los poderes sobrenaturales para calentar el agua. Yurie


tampoco puede usarlo.”

Miyo había oído que la piromancia era uno de los poderes que
otorgaba su Don, pero no se le había ocurrido que pudiera aplicarse
para calentar el agua de la bañera. No tengo ni idea de esas cosas. A
pesar de que sus padres tenían el Don en la sangre, ella había nacido
sin la más mínima visión espiritual. Una razón más por la que no era
apta para casarse con Kiyoka, un aristócrata con extraordinarias
habilidades sobrenaturales.

“¿Pasa algo?”

“N-No, nada de nada.”

Supuso que él no conocía su falta de poderes especiales. Aunque


no parecía especialmente interesado en lo que podían aportar las
potenciales novias que llamaban a su puerta, debía de esperar que ella
tuviera al menos vista espiritual debido a su linaje.
No debería ser yo quien se casará con él.

Ella no era adecuada para él. Kiyoka Kudou podía hacer algo mejor
que tomarla por esposa. Una mujer como Kaya, perfecta en todos los
sentidos, le vendría mucho mejor.

Más tarde, mientras Miyo limpiaba diligentemente en la cocina tras la


cena, Kiyoka fue a verla. Estaba vestido con un pijama ligero y recién
salido del baño. Miyo ladeó la cabeza, interrogante, y él le explicó que
quería que volviera a prepararle el desayuno.

“Siento no haber comido lo que me preparaste esta mañana. Puedes


volver a hacer el desayuno mañana.”

Kiyoka parecía relajado tras su baño, su aura amenazadora era


menos intensa. Aunque tenía el ceño ligeramente fruncido, como si lo
que le estaba diciendo a Miyo no le resultara fácil, su aspecto general
era más juvenil, diferente al de antes.

Miyo solía acceder rápidamente a todo lo que se le pedía, pero aún


tenía fresca en la memoria la razón por la que lo había disgustado
aquella mañana.

“¿Estás… estás seguro de que quieres que haga eso?”

“Sí. Pero si envenenas la comida, no tendré piedad.”

“¡Nunca me atrevería a hacer algo así!”


Sacudió la cabeza, horrorizada. Por supuesto, ni siquiera tenía los
conocimientos necesarios para envenenar a nadie, ni nadie la elegiría
para intentar matar a Kiyoka. Si su padre lo hubiera querido muerto,
habría enviado a un asesino entrenado. Lo único que su padre, su
madrastra y su hermanastra esperaban de ella era el rechazo y el
ostracismo.

“Entonces no tendremos problemas.”

Se dio la vuelta para marcharse con una expresión neutra —o quizá


satisfecha— en el rostro.

“S-Sí, señor…” Murmuró ella, confusa.

Bañada por el sol, la vivienda de Kiyoka tenía un ambiente cálido. Los


pájaros cantaban fuera. Pero para Miyo, esta hermosa casa no era un
santuario.

“Espléndido. Kaya, posees visión espiritual. Kanoko, has hecho


bien en darme una hija superdotada.” Dijo el padre de Miyo.

Recordaba muy bien aquel día. Había sucedido antes de los


acontecimientos que había soñado la noche anterior. Se dio cuenta de
que volvía a estar soñando, esta vez sobre el día en que se descubrió
que Kaya poseía el Don.

“No deberías haber esperado menos de mi hija.”


La madrastra de Miyo estaba radiante de orgullo. Su padre asintió
satisfecho. Kaya reía alegremente. Formaban la imagen perfecta de
una familia feliz, pero no había lugar para Miyo entre ellos. No la
consideraban de la familia. Su exclusión comenzó mucho antes de que
empezaran a tratarla como a una sirvienta. Por mucho que se esforzara
en complacerlos, no la dejaban entrar en su círculo de afecto.

“¿Escuchaste que descubrieron que Kaya tiene vista espiritual?”

“¡Y sólo tiene tres años! Es increíble.”

“Aunque Miyo sigue sin mostrar nada.”

“Aparentemente no hay muchas posibilidades de que resulte ser


superdotada.”

“Uno pensaría que lo sería, teniendo en cuenta que sus padres lo


eran.”

“La pobrecita no tiene el Don.”

Las habladurías resonaban en su cabeza. Poco a poco iba perdiendo


valor, perdiendo un lugar al que pertenecer. Podía sentir el cambio en
el aire cuando todos en la casa empezaron a adorar a Kaya y a prestar
cada vez menos atención a Miyo. En retrospectiva, también había sido
entonces cuando la actitud de Kaya hacia su hermanastra había
cambiado hacia el desprecio.

Miyo detestaba este recuerdo. Cuando empezaron a utilizarla como


sirvienta, había sido duro para ella físicamente, pero antes de eso, ya
había estado sufriendo angustia mental. No era más que una niña, pero
su frágil psique se estaba haciendo pedazos.

“No me quieren.”

Recordaba vívidamente el día en que se lo había susurrado a sí


misma. No tenía ni diez años cuando comprendió que la familia
Saimori no la quería, una niña sin habilidades sobrenaturales, ni
siquiera visión espiritual, ni ninguna otra cualidad digna de mención.
Su criada, Hana, había roto a llorar, había dicho lo terrible que era para
una niña de su edad que le negaran el amor de sus padres.

¿Cómo le iba ahora a Hana? No había visto a la criada ni una sola


vez desde su repentino despido mientras Miyo estaba encerrada en el
almacén. Hana aún era joven entonces. Miyo esperaba que se hubiera
casado con un buen hombre y viviera feliz en algún lugar.

Una vez más, Miyo se despertó con lágrimas en los ojos. Ya eran dos
pesadillas seguidas: la suerte no estaba de su lado. Tal vez fueran una
advertencia, un recordatorio para que nunca olvidara lo inútil que era.

Lo recuerdo.

Era dolorosamente consciente de que era tan corriente en todos los


aspectos que nadie la necesitaba.

Solía desear haber nacido en otra familia. No le habría importado


que fueran plebeyos o que tuvieran dificultades, siempre que la
quisieran. Hana nunca debería verme así. Su antigua criada estaría
muy triste de ver lo que había sido de su preciosa protegida.

Sin hacer ruido, Miyo se levantó de la cama y dobló el futón antes


de quitarse el yukata con el que había dormido y ponerse la ropa de
día. Fue entonces cuando se dio cuenta de que uno de sus kimonos
estaba roto. El kimono de algodón índigo liso estaba más que gastado.
Ya no sirve, pensó. Era la costura de la espalda la que se había
descosido; las puntadas debían de haberse estropeado con el tiempo y
acabado por romper el hilo. Como los bordes de la costura se habían
vuelto raídos tras las innumerables reparaciones, probablemente no
podría volver a arreglarlo. Al examinarla, vio que otras costuras
también estaban a punto de ceder. Una de las criados le había regalado
el kimono a Miyo después de que le quedara pequeño. Ya era bastante
viejo cuando Miyo lo recibió, así que esto había tardado mucho en
ocurrir.

Sin embargo, era un gran problema, ya que desde el comienzo tenía


muy pocas prendas. Pronto podría quedarse sin nada que ponerse. El
kimono nuevo que le había regalado su padre cuando la envió fuera era
para ocasiones especiales, así que tenía que tener cuidado de no
ensuciarlo. Además, era demasiado llamativo para usarlo a diario.

Miyo decidió que, después de todo, intentaría remendar la prenda


rota, siempre y cuando Yurie le prestara un costurero. Terminó de
vestirse y fue en busca de la anciana, probando primero en la cocina.
Estaba por allí cuando había empezado a cocinar sola el día anterior,
pero esta vez Yurie ya estaba allí.

“Oh, buenos días, Srta. Saimori.”

“Buenos días, Yurie.”

¿Por qué ha venido hoy tan temprano? La pregunta debió de


aparecer en los ojos de Miyo, porque Yurie sonrió y se apresuró a dar
una explicación.

“Estaba un poco preocupada después de lo de ayer, así que pensé


que sería mejor venir temprano. ¿Qué hacemos con el desayuno?”

“Ah, sí… Sobre eso…”

Yurie había llegado temprano por si Miyo quería volver a preparar


el desayuno, para poder supervisar su cocina y dar fe de la seguridad
de la comida para calmar las preocupaciones de Kiyoka. Pero ya no era
necesario. Miyo le transmitió lo que Kiyoka le había dicho anoche.

“Qué típico del joven amo, demasiado orgulloso para ser honesto y
decir que realmente quiere probar tu cocina.”

“No creo que ese sea el caso…”

“Jeje. Señorita, ¿me permitiría echarle una mano?”

“S-Sí, por supuesto.”

El menú de aquella mañana era tofu frito en rodajas gruesas, tortilla


enrollada, raíz de bardana salteada con zanahoria y verduras de hoja
escaldadas en salsa de sésamo, complementados con el habitual arroz
blanco y sopa de miso. Aunque estos platos aparecían con frecuencia
en la mesa de la Casa Saimori, la forma de cocinarlos de Yurie era
ligeramente distinta de cómo los preparaban los chefs Saimori. No se
obsesionaba con cortar las verduras en juliana para darles una forma
exactamente uniforme ni con freír el tofu y la tortilla hasta que
estuvieran perfectamente dorados. Juzgaba a ojo la cantidad adecuada
de sal y especias en lugar de medirlo todo con precisión, y no se
preocupaba por la elección o colocación de la vajilla ni por la
presentación artística de la comida. Probablemente, así es como debe
ser la cocina casera. Para bien o para mal, los cocineros profesionales
preparaban la comida con un nivel totalmente distinto, que los
aficionados apenas podían aspirar a imitar.

Como nadie le había enseñado a cocinar, Miyo aprendía mucho


observando a Yurie. La mujer mayor cortó primero las zanahorias y la
raíz de bardana en tiras finas, luego las apartó y escaldó las verduras
de hoja verde en agua hirviendo. Sazonó los huevos para la tortilla con
caldo de sopa, salsa de soja y azúcar. El tofu que fríe hasta que se dora
por los lados es casero.

“Es madrugadora, ¿verdad, señorita?”

“Sí, siempre he sido así.”

La anciana asintió, impresionada.

“Yurie, hay algo que quería preguntarte…”

“¿Sí?”
“¿Hay un kit de costura aquí que pueda usar?”

“Lo hay. Puedo llevártelo a tu habitación más tarde.”

“Gracias.”

Miyo suspiró aliviada. Incluso las hijas de los aristócratas solían


coser, así que su petición no había levantado sospechas. Sin embargo,
la mayoría de las chicas de sangre azul no necesitarían pedir prestado
material de costura a una sirvienta.

Charlaron mientras preparaban la comida. Cuando la cocina se


llenó del aroma del tofu recién frito, mezclado con el apetitoso olor
dulce y picante del salteado de bardana y zanahoria, ya habían
terminado.

Como el día anterior, cargaron las bandejas del desayuno con


comida y las llevaron al salón justo cuando apareció Kiyoka.

“Buenos días.”

“Buenos días.”

Verle vestido con su uniforme hizo que Miyo se tensara de nuevo.


Su atractivo la hizo sentirse aún más insegura. ¿Ella iba a convertirse
en la esposa de aquel hombre tan apuesto? Era absurdo.

El salón no era muy espacioso, así que Kiyoka y ella se sentaron


frente a frente. Miyo quiso alejar su bandeja de él, pero él la detuvo
con una mirada severa.

“¿Comemos?”
“S-Sí.”

Sin embargo, ella no hizo ningún movimiento para recoger sus


palillos, ganándose otra mirada suspicaz de él.

“Tú también tienes que comer.”

“Lo sien… quiero decir, sí.”

Malhumorada, cogió los palillos y empezó a comer casi


simultáneamente con Kiyoka. La comida sabía bien, pero temía que a
él no le gustara, acostumbrado sin duda a la buena cocina. Esperó
nerviosa su veredicto mientras probaba delicadamente un poco de
guarnición y daba un sorbo a la sopa de miso.

“… Sabe bien.”

“¡!”

“Lo aliñas un poco diferente que Yurie, pero no está mal.”

Lo dijo con tanta naturalidad que ella se dio cuenta de que estaba
siendo sincero. Y, sin embargo, apenas daba crédito a lo que oía. Le
gustaba la comida que le preparaba. El tiempo que había pasado
aprendiendo a cocinar por ensayo y error por fin había valido la pena.
Hacía muchos años que nadie la elogiaba ni reconocía sus esfuerzos.
Una extraña sensación se agolpó en su pecho.

“Es… muy amable por tu parte.” Chilló, logrando pronunciar las


palabras a pesar del nudo en la garganta.

“…… ¿Por qué lloras?”


Grandes lágrimas rodaron por su cara una tras otra antes de que se
hubiera dado cuenta.

Después de que las lágrimas de Miyo dejaran de fluir, el resto del


desayuno transcurrió en paz, aunque siguieron sin entablar
conversación. Kiyoka regresó a su habitación, pensando en ella. La
imagen de sus ojos de obsidiana volviéndose vidriosos y luego
brillantes por las lágrimas estaba grabada en su memoria.

Al principio, se había confundido, pensando que su comentario la


había molestado, aunque su intención había sido elogiarla. Tal vez
comparar su cocina con la de Yurie la había ofendido. Sintió una
pequeña punzada de autorreproche por su comentario irreflexivo. Sin
embargo, la comida le había parecido buena. Aunque había sido
diferente de la comida habitual de Yurie, había quedado realmente
impresionado por lo mucho que le había gustado. Había dicho lo que
pensaba sin pensar, sin imaginar que su afirmación habría sido algo
por lo que llorar.

Como nunca había consolado a una mujer, se sentía perdido, por no


hablar del pánico interno.

“P-Por favor… per… perdóname…”

Se disculpó con vacilación.

“… Te dije que dejaras de disculparte.”


Y ahora estaba ella llorando y pidiendo perdón, lo que le dejó aún
más confundido. Las mujeres altivas y poderosas que la habían
precedido a veces se ponían histéricas cuando no se salían con la suya,
así que él no había sentido ningún remordimiento al mostrarles la
puerta. Pero ahora se sentía avergonzado.

“Siento mucho mi arrebato. Estaba… estaba tan contenta, y las


lágrimas no paraban de brotar.” Respondió Miyo avergonzada
mientras se calmaba poco a poco.

Frunciendo las cejas, Kiyoka escuchó con seriedad. Aunque ella le


dijo tímidamente que era la primera vez que alguien elogiaba su
cocina, él intuyó que ésa no era la única razón por la que estaba tan
abrumada por la emoción. Era un enigma. ¿Cómo había sido su vida
antes de que llegara a su casa? ¿En qué ambiente había crecido, qué
tipo de gente la había rodeado, cómo se había criado? Normalmente se
podía adivinar el pasado de una persona después de hablar un rato con
ella, pero esta chica era diferente. Tal vez no podía descifrarla porque
no tenía nada en común con ninguna de las anteriores candidatas a
novia que había conocido.

Ajustándose el cuello de la camisa, cerró los ojos para ahuyentar la


imagen de su llanto.

“Yurie, corrígeme si me equivoco…” Habló con Yurie, que se


había unido a él en su habitación para ayudarle a prepararse para salir.
“¿Dirías que esta chica fue criada… de forma diferente a la mayoría
de las mujeres nobles?”
Desde el día anterior, había tenido la sensación de que algo no iba
bien. Había pensado que su humildad podría haber sido simplemente
un acto para convencerle de que sería una buena esposa, pero sus
lágrimas de aquella mañana habían sido auténticas; estaba seguro de
ello. Un simple elogio la había hecho sollozar de alegría.

“Creo que sí.” Respondió Yurie con una mirada solemne. Debía de
tener sus propias sospechas.

“¿Crees que hablaría si se lo planteara?”

“Lo dudo…”

Podía preguntarle directamente a Miyo sobre su vida en casa de los


Saimori, pero también tenía la impresión de que era reacia a hablar de
sí misma.

“Yurie.”

“¿Sí, Joven Amo?”

“Quiero que la vigiles de cerca, pero con discreción. Voy a ver qué
puedo saber de su familia desde fuera.”

No podía casarse con alguien de quien no sabía nada.


Independientemente de si se quedaría con ella, no estaba de más
investigar sus antecedentes lo antes posible. Yurie asintió con la
cabeza, pero luego le miró con una sonrisa traviesa.

“Haré lo que me pides. Pero, vaya, es muy inusual que esté tan
intrigado por una prometida, Joven Amo.”
“…… No necesito que me lo señales.”

Tenía que admitir que ninguna candidata a matrimonio anterior


había captado tanto su atención como Miyo. Ninguna otra noble
esperaría pacientemente su permiso para mirarle después de que él
hubiera ignorado su reverencia de saludo. Hoy en día, ni siquiera los
sirvientes se rebajaban tanto, a menos que sus empleadores fueran
realmente draconianos.

“No hay necesidad de ser tan tímido al respecto.”

“No estoy siendo tímido, y mi interés en ella no es del tipo que estás
insinuando.”

“Bueno, sólo digo que con esta actitud, serás soltero para siempre.”

“…”

Justo cuando estaba a punto de regañarla por aquel comentario


impertinente, le asaltaron los recuerdos de las mujeres que habían
huido de él a los pocos días de llegar, llorando o gritando de rabia. No
se arrepentía de haberlas echado, aunque aquellos momentos le
hicieron preguntarse si tenía madera de marido. No sabía si estaba
siendo difícil, pero desde luego no quería casarse con una mujer como
su propia madre, un estereotipo de chica rica.

“Personalmente, creo que Miyo sería una esposa encantadora para


ti.”

“¿Así que has decidido que ella es la elegida?”


“Sí.”

“Con tanta confianza, uno pensaría que tú mandas aquí.”

Miyo sólo llevaba tres días en casa de Kiyoka, pero Yurie ya le


había tomado cariño.

“Bueno, ya sabes lo que tienes que hacer.” Añadió.

“Sí, puede dejármelo a mí, Joven Amo. Me aseguraré de ensalzar


todas tus virtudes ante ella.”

“No te adelantes.”

Aunque todavía estaba un poco inquieto por todo este asunto, esta
era la mejor manera de manejar las cosas. Podía confiar en que Yurie
tendría tacto.

Habían pasado décadas desde que la capital se trasladó del oeste al


este. La ciudad albergaba un número alucinante de casas eminentes, ya
fueran familias de militares, aristócratas de nacimiento o personas a las
que se había concedido la nobleza en reconocimiento de sus servicios.
También estaban los que, sin tener rango en la corte, eran considerados
miembros de la alta sociedad por su riqueza o sus méritos artísticos.

La educación de Kiyoka había sido estricta y minuciosa, pero ni


siquiera él podía enumerar a todas esas personas distinguidas. Como
los Saimori también eran una familia de superdotados, conocía su
estatus y el nombre del cabeza de familia, pero nada más. Tendría que
investigar un poco.
Espero no descubrir ningún esqueleto en su armario.

Había muy pocas familias con el Don. Suspiró, preguntándose si su


fisgoneo podría sacar a la luz algo que los desacreditara.

En la casa de los Saimori, dos hombres de mediana edad estaban


sentados uno frente al otro, enfrascados en una conversación. A pesar
de su atuendo informal, la tensión entre ellos era tan densa que se podía
cortar con un cuchillo.

Uno de ellos era Minoru Tatsuishi, jefe de familia de los Tatsuishi


y padre de Kouji. No hizo ningún esfuerzo por disimular su agitación
y disgusto al acusar al otro hombre, Shinichi Saimori, de haber
incumplido su promesa.

“¿Qué quieres decir?”

Shinichi se estaba haciendo el tonto, aunque por su comportamiento


se podía deducir que sospechaba a dónde quería llegar Minoru. La
expresión neutra del rostro anodino de Shinichi no hizo sino indignar
aún más a Minoru.

“No me tomes por tonto. ¿Por qué ofreciste a Miyo a Kudou? Te


dije que la quería para mi hijo.”

“Ah, ¿es por esto por lo que estás tan nervioso?”

Shinichi se recostó como aliviado de que el asunto fuera tan trivial.


Aunque las familias de superdotados eran raras, todavía había
bastantes en la vieja capital, así que no faltaban novias adecuadas para
el segundo hijo de Minoru. A decir verdad, no entendía por qué Kouji
insistía en una chica que ni siquiera poseía vista espiritual, pero cada
uno a lo suyo.

“Entre tu hijo y Kudou, él era indiscutiblemente la mejor opción.”

La familia Kudou estaba por encima de los Tatsuishi. Era poco


probable que aceptaran a Miyo, pero si por casualidad lo hacían, los
Saimori establecerían valiosos lazos con una casa poderosa. Minoru
era consciente de que Shinichi no tenía expectativas para su
primogénita y no le importaba mucho lo que le ocurriera, pero si se
podía obtener alguna ventaja ofreciéndosela a Kudou, Shinichi
aceptaría encantado esa apuesta.

Las relaciones entre las familias Tatsuishi y Saimori se remontaban


a mucho tiempo atrás, así que Minoru comprendía las motivaciones de
Shinichi. Sin embargo, no se aplacaría tan fácilmente cuando el otro
hombre le había tomado claramente por tonto.

“La madre de Miyo proviene de la línea de sangre Usuba. Quería


ese Don para mis herederos.”

“Pero Miyo no heredó el Don de los Usuba.”

Minoru hervía de rabia, pero Shinichi permanecía imperturbable,


sin parecer culpable en lo más mínimo.

A los cinco años ya estaba claro si una persona poseía el Don. Si


para entonces habían desarrollado la Visión Espiritual, también podían
tener otros poderes latentes. Miyo aún no tenía visión espiritual a los
diecinueve años, así que estaba descartada. No aportaría ningún mérito
a la familia, al menos no directamente.

“Podría tener hijos con la habilidad.”

“¿Tan desesperado estás por el Don de los Usuba?”

“¡Mentiría si dijera que no me interesa el poder de manipular la


mente de la gente! La familia Kudou es formidable tal y como es, y tú
pareces decidido a hacerla aún más fuerte. ¿Qué será de nosotros?”

“Si Kudou la devuelve, desesperado como está, eres bienvenido a


tenerla. Probablemente llorará de gratitud.”

Minoru no pudo evitar chasquear la lengua con disgusto. La familia


Kudou era tan poderosa que el Don de los Usuba no sería
especialmente deseable para ellos, y este Kiyoka Kudou era
inusualmente exigente con su futura esposa, así que no estaría
interesado en una chica corriente como Miyo. Como había dicho
Shinichi, era casi seguro que la enviaría de vuelta. Sin embargo,
Minoru despreciaba a Shinichi por esa forma de pensar. El jefe de
familia de los Saimori adoraba tanto a su hija menor que no veía el
valor de la mayor. Y este loco no sólo estaba desechando una gallina
de los huevos de oro, sino que además estaba frustrando los planes de
Minoru.

“¿Estás diciendo que ya no consideras que Miyo esté a tu cargo?”


“Correcto, la estoy repudiando. Viva o muera, sinceramente no me
importa lo que le pase.”

“Comprendo.”

Minoru no iba a permitir que Kudou le arrebatara su premio. En el


fondo juró que se aseguraría de que su hijo fuera el que se casara con
Miyo.
CAPÍTULO 2:
La Primera Cita

“Srta. Miyo, ¿puedo pasar?”

“Sí, por favor.”

Miyo abrió la puerta corredera de su habitación para Yurie, que le


trajo una caja de madera.

“Aquí está el kit de costura que pediste.”

“Gracias.”

La caja estaba muy bien hecha y parecía cara. Miyo vaciló, insegura
de si realmente podía usarla. Le preguntó abiertamente a Yurie, y la
mujer mayor se estremeció de risa.

“Por supuesto. Pero si prefieres uno nuevo, házmelo saber.”

“No, no, esto es perfecto.”

No tenía derecho a ser exigente, ya que había llegado prácticamente


sin nada. Se esperaba que una mujer de una buena casa tuviera su
propio costurero, pero como ella siempre había usado los hilos y las
agujas de los criados, no lo había tenido en cuenta. Miyo se sentía muy
mal por haber sido enviada lejos de casa sin más que la ropa que
llevaba puesta.

Tomó la caja de Yurie y recordó que tenía una pregunta candente.


“Yurie, um…”

“¿Sí?”

“¿Estaba… estaba el Sr. Kudou enfadado conmigo esta mañana?”

“¿Enfadado? ¿El joven amo?”

“¿Lo estaba?”

Miyo debió de incomodarle mucho, rompiendo a llorar de repente.


Agachó la cabeza, triste y avergonzada. Cuando las mujeres bellas
como su madrastra lloraban, los hombres estaban encantados de
consolarlas con un abrazo. Pero eso no ocurriría con Miyo. Su cara de
llanto debía de ser demasiado horrible incluso para mirarla. Aunque
pensó que lo mejor para Kiyoka habría sido echarla de una vez, se
sintió terriblemente mal por haber montado semejante escena. Se
preparó para lo peor cuando formuló la pregunta, pero la anciana abrió
mucho los ojos, sorprendida.

“No, ¿por qué iba a estarlo?”

“Porque yo… yo…”

Miyo había crecido con su familia insistiendo constantemente en


que su sola presencia era insoportable. Si lloraba, la reprendían por
poner una cara fea, por ser una vergüenza. Al final, las lágrimas que
derramaba en respuesta sólo le salían por la noche, mientras dormía.
Cada mañana, no traía más que disgustos a Kiyoka. Quizá no
debería esperar a que la rechazara y huir ya para evitarle más
situaciones desagradables.

“Señorita, llorar no tiene nada de malo.” Le dijo Yurie con dulzura.


“Es mejor que reprimir tus emociones.”

“¿En serio?”

“Sí. Así que cuando tengas ganas de llorar, deja que las lágrimas
fluyan. No es algo que pueda enfadar al joven amo.”

¿Podría ser cierto? Si Yurie lo decía, debía serlo, pero eso planteaba
un dilema a Miyo. No podía cambiar fácilmente su comportamiento, y
si se permitía creer en la bondad de la gente, sería mucho más difícil
que la enviaran lejos. Y aunque había temido demasiado a su padre
como para sacar el tema cuando le habló de la oferta de matrimonio,
Kiyoka la rechazaría sin duda en cuanto descubriera que carecía del
Don, incluida la visión espiritual. Tenía que ser realista. Su nueva vida
aquí era sólo temporal, así que tenía que estar en guardia contra
cualquier calor que pudiera descongelar su corazón helado.

“Volveré a la cocina. No dudes en preguntar si necesitas algo más.”

“Oh… ¿Prepararás el almuerzo? Puedo ayudar.”

“No, por favor, no te preocupes. Te llamaré cuando la comida esté


lista.”

Yurie no quiso oír objeciones y dejó a Miyo cosiendo.


Pero mis necesidades pueden esperar…

Se estaba convirtiendo en una mera sanguijuela que no podía


aportar nada por sí misma. Abatida como estaba, no podía desperdiciar
el precioso tiempo libre que le había dado Yurie. Extendió el kimono
roto y enhebró una aguja. Concentrada en su labor, no se dio cuenta de
que la puerta no estaba cerrada del todo y de que alguien la estaba
observando.

Era la tarde de su décimo día en casa de Kiyoka.

“¿Cómo has pasado el día? No me imagino que las tareas


domésticas te ocupen todo el tiempo.” De repente le preguntó Kiyoka
durante la cena.

Miyo por fin se había acostumbrado al hogar. Aunque Kiyoka y


ella no hablaban mucho, ya no le inquietaba compartir las comidas con
él dos veces al día. Podía parecer insignificante, pero comer con un
hombre de tan alto estatus requería un gran valor por parte de Miyo.
Era un obstáculo considerable que debía superar.

Cuando él estaba fuera durante el día, ella pasaba el tiempo


tranquilamente. La casa era pequeña, así que terminaba la limpieza y
la colada antes del mediodía como muy tarde. Los vendedores de
comida que pasaban por la casa aliviaban la necesidad de hacer la
compra, así que tenía las tardes libres. Yurie se marchó a casa a primera
hora de la tarde, dejando a Miyo sola.
“Yo… leo revistas que Yurie me prestó.”

No era toda la verdad. También dedicaba tiempo a la costura, pero


no quería que él le preguntara. Si le hubiera dicho que reparaba sus
viejos kimonos, él habría pensado que le estaba presionando para que
le comprara ropa nueva.

Para Miyo era importante que Kiyoka y Yurie no pensaran mal de


ella. Aunque no quería mentirles, hacía lo que podía para ocultar la
verdad sobre su familia y su vida antes de llegar a esta casa. Ese era su
conflicto interior.

¿Qué le pareció a Kiyoka su mirada abatida? Se limitó a asentir con


un “De acuerdo” antes de quedarse callado hasta que llegó casi la hora
de recoger las bandejas.

“Pensaba ir a algún sitio en mi día libre.”

“Ya veo.

Miyo no sabía por qué le decía eso, pero demostró educadamente


que estaba prestando atención.

“No has salido de casa desde que llegaste.”

“Eso es verdad.”

“… ¿Te gustaría salir a la ciudad?”

¿Qué…? No se esperaba esa pregunta y no sabía qué responder. Su


familia se había negado a enviarla a un colegio, así que apenas había
salido de la mansión después de terminar la escuela primaria. Aunque
al principio había echado de menos el bullicio de la ciudad y la libertad
de salir, ahora no sabría qué hacer allí, sin dinero para gastar. Por triste
que fuera, se había dado cuenta de que había superado su entusiasmo
por la ciudad durante el viaje desde la finca de su familia hasta la casa
de Kiyoka.

“No… no puedo.”

“¿Por qué no?”

“No tengo ningún recado en la ciudad, y no podría molestarte para


que me llevaras contigo…”

Kiyoka suspiró.

“No sería ninguna molestia, y no necesitas una razón para salir. Me


gustaría que me hicieras compañía.”

“¿No estorbaré?”

“En absoluto. Puedes vestirte con el kimono que llevabas el día que
llegaste. ¿Tienes alguna otra preocupación?”

Ahora no se le ocurría ninguna razón para rechazarle.

“No…”

“Bueno, en ese caso está decidido. Gracias por la comida.”

Se levantó, con un rostro inexpresivo o tal vez un poco tensa, y


llevó su bandeja a la cocina.

Probablemente lo molesté de nuevo.


Él había sido lo bastante generoso como para invitarla a salir con
él, pero ella había ido y había hecho que la conversación fuera
incómoda. Miyo agachó la cabeza. Por mucho que se odiara a sí misma
por ser tan inarticulada, no recordaba cómo mantener una conversación
normal. De pequeña era perfectamente capaz de hacerlo.

Bueno, parece que saldremos juntos.

Miyo tendría que empezar a preparar la salida para asegurarse de


no avergonzarle ni incomodarle. Terminó de cenar con una mezcla de
ansiedad, preocupación y expectación.

Miyo contemplaba un cerezo. Era un cálido día de primavera y el único


cerezo del patio interior de la mansión Saimori estaba resplandeciente
de flores rosa pálido.

Era otro sueño, pero no una de las pesadillas que la atormentaban


noche tras noche. Se daba cuenta porque ese árbol había sido talado
hacía mucho tiempo. Fue plantado cuando su madre, Sumi Usuba, se
había casado con Shinichi Saimori, y se marchitó un año después de
su muerte. Sin embargo, como esta escena era de los días en que la
familia de Miyo aún la trataba con normalidad, este sueño no era malo.
Pero esta vez había otra diferencia respecto a sus visiones habituales:
en sus pesadillas, revivía sus propios recuerdos, pero no recordaba
haber visto este cerezo en flor. Había muerto cuando ella tenía tres o
cuatro años, eso era evidente.
En su sueño, estaba mirando distraídamente el árbol cuando, de
repente, se dio cuenta de que había alguien junto a él. Inmediatamente
supo de quién se trataba.

Madre…

Tenía un precioso cabello negro, largo y brillante, y vestía un


kimono rosa pálido. A Miyo le habían dicho que era el favorito de su
madre, y había atesorado este recuerdo suyo hasta que su madrastra se
lo arrebató.

Sumi parecía increíblemente delicada, como si fuera a


desvanecerse en cualquier momento. Su kimono combinaba tan bien
con el color de los cerezos en flor que parecía un espíritu de los
cerezos.

Miyo sólo tenía vagos e indistintos recuerdos de su madre, pero


estaba segura de que era ella. La mujer que tenía delante tenía casi la
misma edad que Miyo, así que le resultaba extraño llamarla “madre”.

“—”

Los labios bien formados de Sumi se movieron. Miraba a Miyo,


intentando decirle algo, pero Miyo estaba demasiado lejos para oír sus
palabras.

“¿Qué…?”

“—”
Por más que lo intentaba, no se acercaba a su madre, así que seguía
sin poder oírla.

“Madre…”

“—”

“¿Qué intentas decirme?”

Sumi parecía estar repitiendo algo con urgencia, pero nada de ello
llegó a oídos de Miyo. Al momento siguiente, una repentina ráfaga de
viento lanzó al aire una ráfaga de pétalos de cerezo en flor, haciendo
que Miyo cerrara los ojos mientras su cabello se agitaba contra su cara.

“¡No, Shinichi, por favor espera!”

El grito desesperado que recordaba vagamente debía de pertenecer


a su madre. No podía explicarlo. Sin embargo, se dio cuenta de que esa
escena había ocurrido en el pasado.

“¡Te equivocas con ella!”

“¿En qué me equivoco, Sumi?”

Esta vez, fue la voz de su padre la que oyó.

“Miyo es… Ella es…”

“Ella no tiene el Don. Eso es un hecho.”

Su padre gritaba resentido porque Miyo nunca había demostrado la


capacidad de sentir a los grotescos, ni siquiera una vez. Miyo sabía de
oídas que los niños con Vista Espiritual percibían criaturas
sobrenaturales ya en la infancia. Al principio, sólo las veían de vez en
cuando; a veces, no veían nada en absoluto. A los cinco años, su vista
espiritual se desarrollaba por completo, lo que les permitía detectar
grotescos. Fue entonces cuando sus habilidades fueron finalmente
reconocidas.

Sin embargo, a veces la incipiente conciencia de lo sobrenatural de


un bebé se apagaba y nunca desarrollaba la Visión Espiritual. Esto
puede suceder, ya que los niños pequeños son naturalmente más
sensibles a lo sobrenatural. Por lo tanto, si eran completamente ciegos
a los grotescos cuando eran muy pequeños, era una fuerte señal de que
no poseían el Don. Las pocas excepciones a esta regla eran
extremadamente raras. La mayoría de los padres perdían la esperanza
en ese momento y asumían que su hijo simplemente no tenía
habilidades especiales.

Si lo que Miyo estaba viendo en ese sueño había ocurrido de


verdad, eso significaba que su padre le había dado la espalda por
primera vez mientras su madre aún vivía.

“Por favor, no rechaces a tu hija.”

“Si hubiera nacido en una familia de plebeyos, sería querida. Pero


para la casa Saimori, no es más que una desgracia.” Dijo su padre con
frialdad.

A Miyo le habían contado la bondad de su padre con ella cuando


era pequeña, pero ahora comprendía que no había sido por amor. Su
ternura se debía simplemente a que ella había sido un bebé.
Naturalmente, había sentido un amargo abatimiento cuando el hijo de
la mujer con la que se había visto obligado a casarse a pesar de su amor
por otra no había cumplido la expectativa familiar de heredar el Don.

Oyó a su padre alejarse. Su madre, a la que presumiblemente había


dejado atrás, hablaba en voz baja y temblorosa.

“Lo siento, Miyo. Perdóname por ser una madre tan buena para
nada.”

Miyo quería disculparse con ella. Después de todo, era culpa suya,
por no tener talento, por no traer más que miseria.

“Pero no te preocupes, mi dulce niña. Dentro de unos años, tú…”

¿Eh? La voz en su cabeza se cortó de repente. En su sueño, Miyo


abrió los ojos. El cerezo seguía allí como antes, pero su madre no
aparecía por ninguna parte. ¿Qué pasaría dentro de unos años? ¿Qué
intentaba decirle su madre? ¿Seguía esperando que Miyo desarrollara
la Visión Espiritual más adelante? Miyo abandonó el exquisito mundo
de los sueños con preguntas que no podía responder.

La puerta corredera abierta dejaba entrar la brillante luz de la mañana


y una agradable brisa. Miyo se sentó frente al espejo y se peinó con
más cuidado del habitual. Tal vez no tuviera mucho sentido, dado que
al peine barato le faltaban ya unos cuantos dientes, pero esperaba que
dedicarle más tiempo le diera mejores resultados. Después de pasarse
el peine el doble de tiempo de lo que solía hacerlo, se dio cuenta de
que su cabello había adquirido un brillo resplandeciente.
Mamá era tan bella… En su sueño, había tenido un cabello
precioso, liso y brillante. Me pregunto si mi cabello también podría
tener ese aspecto si lo cuidara mejor… Examinó un mechón que tenía
entre los dedos y suspiró. No parecía probable.

Tenía el cabello estropeado y el llamativo kimono con el que había


llegado no le sentaba bien. Cuanto más se miraba en el espejo, más
desanimada se sentía por salir con Kiyoka.

“Señorita Miyo, ¿puedo entrar?”

“Sí, pasa.”

Yurie entró en la habitación, extrañamente alegre.

“Vaya, qué bella estás.”

“Eres demasiado amable.”

“¿Te gustaría maquillarte un poco?”

Miyo se quedó helada. ¿Maquillaje? Kiyoka probablemente


esperaría que se lo pusiera, claro, pero ella no tenía.

“Yo, um… no soy muy buena en eso…”

“Entonces con gusto te ayudaré con eso.”

“P-Pero yo… no tengo maquillaje.”

Miyo lanzó una mirada nerviosa a Yurie, pero vio que la sonrisa de
la anciana no había hecho más que aumentar.

“No te preocupes. Mira, te he traído un kit de maquillaje.”


Fue entonces cuando Miyo se dio cuenta de que Yurie sostenía lo
que parecía una caja de tocador. Se habrá dado cuenta de que no tengo
muchas cosas propias. En una casa de campo con pocos ocupantes, no
se podía ocultar nada durante mucho tiempo. Pensar que Kiyoka
también podría saberlo la avergonzó tanto que quiso desaparecer.

“¿Podría mirar hacia aquí?”

Mientras Miyo se perdía en sus ansiosas cavilaciones, Yurie


preparaba con energía los distintos artículos de maquillaje. Primero,
empolvó ligeramente la cara de Miyo, luego le perfiló las cejas y, por
último, eligió un sutil tono de pintalabios rojo.

“Ya está, listo.”

Justo cuando dijo eso, oyeron otra voz detrás de la puerta.

“Me gustaría irme pronto.”

“S-Sí, ¡ya voy! Yurie, muchas gracias.”

“Ha sido un placer. Espero que disfrute de su excursión.”

Miyo salió corriendo de su habitación sin comprobar su maquillaje


en el espejo. Kiyoka la esperaba en el pasillo, vestido con un kimono
azul marino y un abrigo haori sin teñir por encima.

“Lo siento mucho… quiero decir, gracias por esperarme.”

“Acabo de llegar. Siento haberte metido prisa. ¿Nos vamos?”

“Sí.”
Era la primera vez que salía con Kiyoka. Se armó de valor y le
siguió.

“¿Adónde iremos hoy?”

Ya estaba en el vehículo con él, en dirección a la ciudad, cuando se


dio cuenta de que no le había dicho adónde quería llevarla.

“Ah, es verdad, olvidé decírtelo. Primero, tenemos que pasar por


mi lugar de trabajo.”

“¿P-Perdón…?”

¡¿Su lugar de trabajo?!

¿La estaba llevando al cuartel general del Ejército Imperial? Nunca


lo había visto, pero por lo que sabía de él, era una enorme base con
todo tipo de instalaciones militares, imponente y fuertemente
custodiada. Como no se había preparado mentalmente para la visita,
sus manos empezaron a temblar de ansiedad.

“No me mires así. No vamos a la base militar.”

Sonrió irónicamente. Aunque estaba concentrado en la carretera,


había percibido su terror.

“Pero… ¿no es ahí donde trabajas?”

“No todo el personal militar trabaja en la base principal. Está un


poco lejos, pero hay muchas estaciones más pequeñas por toda la
ciudad. La Unidad Especial Antigrotescos es bastante diferente de las
demás fuerzas armadas en muchos aspectos, así que tenemos nuestra
estación en la ciudad, no en la base. Es un lugar pequeño, no tienes por
qué estar tan tensa.”

Incluso Miyo, con su falta de educación formal, había oído hablar


de la Unidad Especial Antigrotescos y sabía que era una fuerza
compuesta por oficiales con Visión Espiritual u otros poderes
sobrenaturales. Esas personas eran difíciles de encontrar y, en
consecuencia, la unidad era bastante pequeña. Su puesto tampoco sería
abrumador. Dejó escapar un suspiro de alivio.

“Además, sólo vamos allí para que pueda aparcar el vehículo. No


nos quedaremos, así que probablemente no te cruces con ninguno de
mis subordinados.”

“Ya veo.”

Los automóviles eran de reciente introducción en el país. Aunque


podían recorrer largas distancias en poco tiempo, su inconveniente era
la falta de aparcamientos. No se podía aparcar en cualquier sitio de la
capital.

Miyo y Kiyoka charlaron hasta que su primera parada estuvo a la


vista. El guardia de la entrada les dejó pasar sin hacer preguntas cuando
Kiyoka asomó la cabeza por la ventanilla. Como comandante, no tenía
que mostrar ninguna prueba de identificación.

Parece una escuela.

El edificio que servía de cuartel general de la Unidad Especial


Antigrotescos tenía influencia arquitectónica occidental. Tanto su
tamaño como su forma recordaban a la escuela primaria a la que Miyo
había asistido, y se integraba muy bien en el paisaje urbano de la
capital. Los campos de entrenamiento también le recordaban a Miyo a
su escuela, salvo que eran soldados uniformados en lugar de niños los
que hacían ejercicio al aire libre.

“Muy bien, vamos.”

Después de que Kiyoka aparcara el vehículo en el recinto, él y Miyo


comenzaron a dirigirse hacia la puerta principal.

“¿Ese es el Comandante?” Se oyó una voz detrás de ellos.

Kiyoka no se alegró demasiado de ver al joven oficial.

“Godou.”

“Creía que hoy no estabas de servicio.”

“En efecto, no lo estoy. Sólo vine a aparcar mi coche.”

“Eso lo explica.”

Godou daba la impresión de ser despreocupado y tal vez incluso un


poco superficial. Al relajar los hombros, una sonrisa iluminó sus
suaves facciones. Entonces miró a Miyo, que se sobresaltó y retrocedió
medio paso.

“¿Y quién es esa? ¿Quién eres tú?”

“Ella está conmigo. Eso es todo lo que necesitas saber.”


Kiyoka lo cortó sin contemplaciones, pero Godou debía de estar
acostumbrado, porque se limitó a encogerse de hombros,
imperturbable.

“Bien, lo dejaré. No olvide venir a trabajar mañana, Comandante.”

“Como si yo fuera a hacer eso. Deberías volver a tu puesto, Godou.


Estoy seguro de que tienes algo mejor que hacer.”

“Lo haré, lo haré. Le dejo, señor. Hasta luego.”

Miyo no estaba segura de cuál era la etiqueta adecuada, pero le hizo


un pequeño gesto con la cabeza mientras se marchaba.

“Ese era mi ayudante, Godou. Lo creas o no, es un hábil usuario de


Don.”

“Oh…”

“No es que le guste demasiado el trabajo.” Añadió Kiyoka con


rostro severo, claramente molesto por la actitud frívola de su
subordinado.

No se encontraron con nadie más de camino a la puerta. El vehículo


los había protegido del bullicio de la ciudad, que ahora los envolvía
una vez en la calle. Allí, una mezcla chocante de estética japonesa y
occidental competía ferozmente por el espacio. Bajo los altos y
modernos edificios, las bulliciosas calles se llenaban de gente. Para su
propia sorpresa, Miyo se sintió entusiasmada por este ambiente único
que no había experimentado en mucho tiempo.
“¿Hay algún sitio al que te gustaría ir?”

“¿Eh?”

No se le había pasado por la cabeza que pudiera elegir, así que se


quedó en blanco.

“¿Alguna tienda que te gustaría visitar?”

“N-No, no realmente. Estoy bien.”

Supuso que sólo le haría compañía. Además, llevaba tanto tiempo


sin permitirse el lujo de desear nada que no se le ocurría nada por
capricho. La expresión de Kiyoka se suavizó ante la reacción de
sorpresa de ella, antes de soltar una risita. La belleza sobrenatural de
su sonrisa la cautivó al instante.

“En ese caso, ¿me acompañarás a hacer mis recados?”

“Sí, con mucho gusto.”

Era el final de la primavera, con el verano a la vuelta de la esquina.


El tiempo, soleado pero suave, era ideal para pasear. Hacía tanto
tiempo que a Miyo no le parecía que todo estuviera tan fresco que lo
asimilaba todo con los ojos bien abiertos. La gente con sus coloridos
atuendos, los tranvías que pasaban a su lado, las tiendas especializadas
y los edificios de aspecto curioso. Kiyoka no dejaba de mirarla por
encima del hombro, aparentemente de buen humor.

“¿Estás disfrutando de la ciudad?”

“¿Eh? Oh, lo siento mucho…”


Se sintió consternada cuando él le hizo notar que las vistas la
hipnotizaban abiertamente. Era a él a quien debería haber prestado
atención. Parezco una pueblerina en una ciudad… ¡Qué vergüenza!
No puedo mirarlo a los ojos… Llevaba toda la vida viviendo en esta
ciudad y, sin embargo, se comportaba como si acabara de llegar. Su
comportamiento debía avergonzarle.

“No hace falta. Disfruta de las vistas como quieras. No voy a


regañarte por eso, ni lo hará nadie.”

“Pero…”

¿Cómo podía decirlo en serio? Paseando con una mujer como ella,
probablemente le miraban con incredulidad y burla. Cuando ella bajó
la cabeza dudando de sí misma, sintió la gran mano de él sobre su
cabeza.

“No te preocupes por mí. Después de todo, fui yo quien te invitó.”

“…”

“¿Verdad?”

“Sí…”

Su tacto, su expresión y su tono eran muy suaves, pero de algún


modo también transmitían una autoridad absoluta. Miyo asintió.

“Asegúrate de no quedarte atrás y perderte.” Advirtió Kiyoka.

“Tendré cuidado.”

“Bien.”
Se dio cuenta de que caminaba muy despacio y que había ajustado
el paso por ella. Poco acostumbrada a tanta amabilidad, sintió que se
le llenaban los ojos de lágrimas. ¿Por qué la gente le llamaba
despiadado y cruel? Era tan bondadoso. Si tan sólo ella fuera un buen
partido para él, entonces querría quedarse con él para siempre. Pero,
por supuesto, ella no valía nada. Un sentimiento de odio hacia sí misma
empezó a invadir su corazón.

“Y aquí estamos.”

Se habían detenido en una gran tienda de kimonos. A juzgar por el


estilo de su letrero y la fachada, tenía una larga historia y vendía ropa
de lujo. Entraron. El local estaba revestido con suelo de tatami.
Impresionantes kimonos de manga larga se exhibían en percheros,
mientras que en las estanterías había fardos de tela de colores vivos,
quizá para el verano.

Era la primera vez que Miyo se ponía en manos de un vendedor de


kimonos, y se quedó boquiabierta.

“Es tan grande…”

“Suzushima ha sido la tienda de kimonos de mi familia durante


generaciones. He oído que incluso hacen kimonos para el emperador.”

“Es increíble…” Murmuró ingenuamente, abrumada.

De repente, se sintió cohibida por lo que llevaba puesto, lo que la


hizo sentirse aún más incómoda. Aunque no iba vestida especialmente
mal, aquí, en esta tienda de clase alta, sobresalía como un pulgar
dolorido. Lo más evidente era el color de su kimono, que desentonaba
con su estampado. Probablemente, su padre lo había elegido al azar.
Aunque no era un trapo barato, tampoco era lo que se dice un kimono
de calidad.

“Bienvenido, Sr. Kudou.”

“Como siempre, es un placer.”

Una elegante mujer mayor —supuestamente la dueña de la


tienda— saludó a Kiyoka con una cortés reverencia. A pesar de su aire
modesto, era innegablemente elegante y vibrante al mismo tiempo.

“Señor, espero que no le importe que vaya al grano. He


seleccionado algunos artículos para su consideración basándome en lo
que usted solicitó. Por favor, venga por aquí.”

“Muy bien.”

Así que estaba comprando un kimono nuevo. No estaba segura de


si debía seguirle, así que se quedó quieta. Una dependiente se dio
cuenta y se acercó sonriendo.

“Señorita, por favor, permítame mostrarle el lugar.”

“Gracias… Echaré un vistazo rápido mientras le espero, Sr.


Kudou.” Dijo Miyo débilmente.
“Tómate tu tiempo. Si algo te llama la atención, dímelo y lo
compraremos antes de irnos.” Respondió Kiyoka antes de desaparecer
por la parte trasera de la tienda.

Nunca podría ser tan presuntuosa…

Todo lo que había en la tienda le parecía terriblemente caro, y no


podía imaginarse presionando a Kiyoka para que le regalara algo así.
Más concretamente, no se atrevería a pedirle ningún regalo, fuera cual
fuera su precio. Consciente de que éste no era su sitio, suspiró, pero
permitió que la dependiente le enseñara la tienda para pasar el rato.

En la sala de estilo japonés de la parte trasera de la tienda, Kiyoka


estaba frente a Keiko, la propietaria de Suzushima. Entre ellas había
preciosos kimonos femeninos de manga larga que cubrían cada
centímetro de espacio disponible.

“Tee-jee-jee. Veo que ha llegado el momento de que compre un


kimono de dama, Sr. Kudou.”

Kiyoka conocía a Keiko desde niño. Siempre que necesitaba un


kimono nuevo, se lo hacía a medida en su tienda. Se había convertido
en una especie de conocida suya y había llegado a saber muchas cosas
sobre él, entre ellas no sólo que era un soltero testarudo, sino también
que en realidad ni siquiera había tenido una amante.

“No le des demasiada importancia…”


“Por favor, no hay necesidad de ser tan tímido. Me alegro mucho
de que por fin hayas traído a una dama a mi tienda.”

Era cierto que nunca antes había comprado un kimono para una
mujer, pero se había visto obligado a hacerlo por Miyo después de que
Yurie le informara de sus hallazgos.

“El otro día Miyo estaba remendando sus viejos kimonos…”

Cuando Yurie le había traído a Miyo el costurero, no esperaba que


la chica necesitara coser sus viejos kimonos rotos. Aunque había
intentado convencerla de que no hacía falta remendarlos, tras darse
cuenta de la vergüenza que Miyo sentía por el estado de su vestuario,
le había permitido seguir adelante.

El atuendo de Miyo también había desconcertado a Kiyoka. Los


kimonos que llevaba a diario eran tan viejos que cualquiera diría que
era la hija de un campesino pobre. Se diferenciaban por el color o el
estampado, pero todos estaban igual de desgastados, y a él le daba pena
verla vestida así. Al final, decidió llevarla a la tienda de kimonos, a
pesar de que nunca le había apetecido comprar regalos a sus anteriores
candidatas a matrimonio cuando le habían insistido. Pero eso no
significaba que Miyo fuera especial para él, por supuesto.

“¿Tienes algo que creas que le iría bien?”

Keiko se rio bruscamente al ver que intentaba cambiar de tema.

“Creo que sí. Colores delicados como este, o estos de aquí, la


complementarían bastante bien.”
Kiyoka asintió, de acuerdo con la recomendación de Keiko. Los
colores sutiles también encajaban con la estación. El azul cielo, el
verde primaveral o quizá el morado claro también estarían bien.
Incluso con su honesto consejo, a Kiyoka le costó decidirse hasta que,
por casualidad, echó un vistazo a un kimono que Keiko aún no le había
señalado.

“¿Qué te parece ése?” Preguntó.

“También es una muy buena elección, pero me temo que para


cuando pudiéramos tenerlo listo para su dama, el color estaría fuera de
temporada.”

Era un kimono de manga larga de un llamativo rosa pálido. Pero,


de algún modo, los delicados colores también tenían una vibración
llamativa. ¿Le quedaría bien a Miyo? Intentó imaginársela con él
puesto… pero rápidamente desterró la imagen de su mente,
avergonzado. ¿Qué demonios estoy haciendo? Esto no tenía ningún
significado especial. Ninguno en absoluto.

Miyo se habría disgustado si hubiera sabido que la imaginaba así


en su mente. Qué vergüenza dejar que sus pensamientos vagaran en
esa dirección. Un hombre de su edad debería tener mejor autocontrol.

“Me gustaría que le hicieras este a medida.”

“Oh, ¿te has decidido por éste?”

Le entregó a Keiko el kimono rosa pálido.


“Sí. Aunque no puedas terminarlo para cuando acabe la primavera,
podrá volver a ponérselo el año que viene. ¿Podrías hacerle también
algunos kimonos con estas telas? El precio no importa.”

“Por supuesto, señor.”

Kiyoka eligió varios colores diferentes entre las telas que Keiko le
recomendó.

“También necesitará fajas y otros accesorios en patrones a juego.


¿Puedo dejarte eso a ti?”

“Absolutamente. Ah, y por cierto…” Keiko dio una palmada y


sujetó una caja del tamaño de la palma de la mano que había dejado a
un lado. “¿Quiere llevarse esto hoy, señor?”

Levantó la tapa para comprobar el contenido. Kiyoka asintió al ver


que el contenido era exactamente lo que había pedido.

“Sí, gracias. Por favor, añade esto a los kimonos. Cancelaré el


total.”

“Muy bien. Una cosa más, Sr. Kudou…”

“¿Qué pasa?”

Guardó cuidadosamente la caja dentro de su kimono antes de volver


a mirar a Keiko. Ella abrió mucho los ojos y le dirigió una mirada
intensa.

“¡Debes sujetar a esa chica!”

“¿Perdón?”
“Ella es lo que se llama un diamante en bruto. Su cabello, su piel,
su cara y todos sus rasgos tienen el potencial de brillar con un poco de
pulido. Con un poco más de cuidado y atención, puede convertirse en
una belleza a la altura de tu atractivo aspecto.”

Keiko tenía buen ojo para esas cosas; su trabajo consistía en


embellecer a la gente y hacer que parecieran hermosas vistiéndolas con
ropa bonita. No es que Kiyoka no se hubiera dado cuenta de la belleza
de Miyo.

“Tus compras de hoy son sólo el principio. No escatimes a la chica


tu amor y recursos financieros, y pronto…”

“¿Sí?”

“… te deleitarás con el placer que sólo puede proporcionar vestir a


una chica hermosa.”

Ella también parecía creerlo sinceramente.

“Por Dios, Keiko, creí haber dejado claro que no estoy enamorado
de la chica.”

Suspiró mirando a la dueña de la tienda, que tenía más o menos la


misma edad que su madre y estaba tan emocionada que sus ojos
brillaban como los de una niña feliz. Sin embargo, extrañamente, una
parte de él quería hacer exactamente lo que Keiko había insistido.

“Gracias. Eso es todo por hoy.”

Prefirió no darle demasiadas vueltas.


Cuando regresó al piso de la tienda donde esperaba Miyo, la
encontró ensimismada con algo. Siguió su mirada hasta un kimono
rosa pálido de manga larga, bastante parecido al que acababa de elegir
para ella.

Esa mirada en su cara…

Había anhelo y tristeza en ella, como si el kimono fuera algo que


deseaba mucho pero que sabía que no podía tener.

“Madre…”

Ella susurró tan bajo que él apenas lo captó, sin darse cuenta de que
había vuelto y estaba justo detrás de ella. Confundido, esperó un poco
antes de hablarle.

“¿Te gusta este kimono?”

“¡Oh! No… no pensaba pedirlo, ¡nada de eso!”

“…”

“Es que es muy parecido a uno que guardaba como recuerdo de mi


madre… Ya no lo tengo. Me hizo echarla de menos.”

“Ya veo.”

Se preguntó qué habría sido de aquel kimono heredado, pero, sobre


todo, se sintió aliviado de que ella no dijera que no le gustaba cómo le
quedaba.

“¿Has visto algo más que te guste?”

“N-No, nada que realmente necesite.”


En lugar de pedir algo, ocultaba humildemente sus necesidades y
deseos. Aquel día no le había contado el propósito de su viaje de
compras porque había supuesto que su acto de generosidad la
mortificaría, y su reacción ahora le convencía de que había acertado.

“En ese caso, ¿nos vamos?”

“Sí.”

“¡Por favor, vengan otra vez!”

Keiko y el personal de la tienda los despidieron con una cortés


reverencia.

“¿Te gusta?”

“S-Sí. Es deliciosamente dulce.”

Después de la tienda de kimonos, pararon en una cafetería japonesa


a tomar un tentempié. Kiyoka le dijo a Miyo que pidiera lo que
quisiera, costara lo que costara, pero ella no se decidía por nada. Al
final, tuvo que renunciar a sus reservas, incapaz de soportar la intensa
mirada de Kiyoka, y se decidió por la económica sugerencia del
personal: anmitsu, gelatina de agar con pasta dulce de judías rojas y
fruta. Por desgracia, estaba tan ansiosa por compartir la mesa con
Kiyoka, sentada más cerca de él que en su casa, y por las miradas
curiosas que le dirigían los demás clientes que apenas pudo saborear
su postre.
Todo el mundo nos mira…

También había sido así en la calle. Kiyoka llamaba naturalmente la


atención de la gente sin hacer nada fuera de lo normal. No es que fuera
una sorpresa. Era un joven sorprendentemente bello, con un cabello
tan fenomenalmente despampanante que muchas mujeres lo
envidiarían. Sus movimientos eran gráciles, hechizantes. Incluso desde
lejos, su encantadora presencia hacía girar cabezas.

Por eso atraían constantemente las miradas, por no hablar de las


miradas celosas que Miyo soportaba de otras chicas. Debían de
preguntarse por qué aquel hombre tan guapo estaba con una chica tan
sencilla. Era algo sacado directamente de una historia de amor, como
la que Miyo había leído recientemente en una de las revistas que le
había prestado Yurie. Sin embargo, los celos de las espectadoras eran
infundados, así que Miyo sintió un impulso de explicarse y disculparse
ante las demás mujeres. Hoy sólo le hago compañía, juro que no soy
su novia. Pronto se librará de mí y entonces podrás probar suerte.

Estos pensamientos se agolpaban en su cabeza hasta que la


expresión de buen humor de Kiyoka hizo que se desvanecieran.
Resultaba extraño verlo tan animado, ya que la mayor parte del tiempo
parecía sin emociones o algo enfadado. Esta salida le ponía los nervios
de punta.

“No parece que lo estés disfrutando.”

“N-No, yo…”
La pasta de judías rojas, las albóndigas de harina de arroz y la
gelatina de agar eran manjares raros para ella. Definitivamente estaban
deliciosos. Estoy segura de que son deliciosos…

“… Realmente nunca sonríes.”

Su comentario la sorprendió. Hasta entonces no se había dado


cuenta de que debía de ser muy desagradable para él estar sentado con
alguien que no sonreía en absoluto ni se animaba en agradecimiento
por el postre con el que la estaba obsequiando.

“Lo… siento mucho.”

“Oh, no te lo estaba reprochando. Es sólo que nunca te he visto


sonreír y tengo curiosidad por ver cómo es.”

¿Por qué iba a importarle? Inconscientemente inclinó la cabeza


hacia un lado.

“Es usted un hombre extraño, Sr. Kudou.”

“…”

“Oh, lo siento mucho. Eso fue irrespetuoso. No debería haber dicho


eso. Por favor, perdóname.”

No podía creer que se le hubiera escapado algo tan grosero de la


boca. Esta pequeña excursión, llena de vistas emocionantes, le había
hecho olvidar su lugar por un momento, así que había dicho lo que
pensaba sin pensar. Kaya nunca habría cometido semejante faux pas.
Aunque siempre era mala con Miyo, era lo bastante lista como para
evitar decir algo que pudiera ofender a una persona importante.

Miyo sintió una mezcla de culpa y decepción consigo misma.

“No estoy molesto. No necesitas retroceder así.”

“Pero lo que dije fue…”

“Tal y como van las cosas, pronto estaremos casados. Deberíamos


poder decir lo que pensamos de nosotros. Prefiero la honestidad a las
disculpas.”

Miyo volvió a quedarse helada. Pronto nos casaremos… Él no


debía saber de su falta de habilidades sobrenaturales y de educación,
de su incapacidad para ser su esposa. Aunque sus carencias aún no se
hubieran puesto de manifiesto, tarde o temprano las descubriría, ya que
la invitaría a mezclarse con la élite social como su esposa.

Dejó suavemente la cuchara. Este día había estado lleno de


maravillosos regalos de Kiyoka. La había llevado a tomar una taza de
té, le había comprado un postre y le había enseñado la ciudad. Y
aunque contaba sus bendiciones, si realmente se preocupaba por él,
debería haberle dicho ahora que el matrimonio sería imposible, que
ella no era digna. Y sin embargo… Un deseo había empezado a arraigar
en su corazón. Un anhelo de vivir con él un poco más y apoyarle en
todo lo que pudiera. Por eso no le dijo nada, a pesar de la inutilidad de
su deseo egoísta.
Saber que él quería escuchar sus pensamientos en lugar de sus
disculpas la hizo muy, muy feliz. Aceptaré cualquier castigo que
quieras imponerme, así que…

No quería que terminara todavía.

“Lo… lo entiendo. Me aseguraré de ser abierta contigo.”

“Bien.”

Cuando Miyo lo conoció, no se habría imaginado que un día su


suave sonrisa le oprimiría así el pecho. Quería un poco más de esa
felicidad y juró que le contaría la verdad sobre sí misma.

Kiyoka no le había preguntado por qué su expresión se había nublado


de repente. No se lo había preguntado porque estaba seguro de que no
tardaría en entenderla.

Fingió no haber notado el cambio en ella mientras pagaba el té y


los postres, y salieron del café. Después pasearon un poco más, se
detuvieron en una librería y fueron a un parque donde las azaleas de
estaban en plena floración. Miyo reaccionaba a todo con asombro, lo
que la hacía fascinante. De hecho, Kiyoka estaba disfrutando de su
compañía mucho más de lo que esperaba. Incluso se planteó
acostumbrarse a pasar así sus días libres. Cuando regresaron al
vehículo después de cenar en un popular restaurante de estilo
occidental, el sol se estaba poniendo.
“Muchas gracias por lo de hoy, Sr. Kudou.” Le dijo Miyo cuando
volvieron, volvía a estar tensa.

Creyó que aquel día habían roto un poco el hielo, pero parecía que
Miyo no iba a renunciar a su actitud humilde hacia él a corto plazo.

“Gracias a ti también, y disculpa por hacerte seguirme en mis


recados. ¿Te divertiste?”

“Sí, mucho.”

“Me alegra oír eso. Tendremos que volver a hacerlo.”

“… Eso sería encantador.”

Kiyoka pensó en la cajita que había escondido en su kimono,


preguntándose si era el momento adecuado para dársela. No, puede
esperar. Prefería no dársela en ese preciso momento, o ella podría
sentir que la estaba presionando. Podía esperar hasta más tarde. Lo
dejaría delante de su habitación mientras ella se bañaba. Aunque
parecía reacia a aceptar regalos, no podía ignorar algo dejado junto a
su puerta.

Tras depositar el regalo, esperó su reacción en el salón, tomando un


té. La oyó salir del baño y dirigirse a su habitación. Poco después, ella
salió en su busca.

“Sr. Kudou… ¿Qué es esto?”


Iba vestida con un yukata y tenía las mejillas ligeramente
sonrojadas, no sabía si por la emoción o simplemente por haberse dado
un baño caliente.

“Es tuyo. Tómalo.”

“¿Fuiste tú quien… me lo dejó?”

Miyo quitó la tapa y echó un vistazo vacilante al interior de la caja.


Contenía un peine hecho de madera de boj y exquisitamente decorado
con flores talladas. Sin duda era un artículo caro, pero no se podía
negar que un peine de calidad marcaba la diferencia con el cabello.
Había tenido que comprarlo para Miyo, por razones prácticas, claro.

“Esa es una buena pregunta.”

Había un pequeño problema con el regalo: ofrecer un peine a una


dama solía considerarse una proposición de matrimonio. Tal vez no
fuera la mejor elección como primer regalo. Por eso no pudo dárselo
abiertamente, por miedo a que ella malinterpretara sus intenciones.

“No podría aceptar un regalo tan caro.”

“No te preocupes.”

“Pero…”

“Sólo tómalo.”

“Es de usted… ¿no es así…?”

“…”

“¿Sr. Kudou?”
“No le des demasiadas vueltas. Haz lo que quieras con ello.”

No había necesidad de tantas preguntas, pensó. Kiyoka miró


furtivamente a Miyo, y sus ojos se abrieron de par en par por la
sorpresa.

“Bueno… Si insiste, lo aceptaré. Muchas gracias, Sr. Kudou.”

Una sonrisa delicada y tímida adornó sus labios. Era como un


capullo que empieza a abrirse, como un paisaje helado que se
descongela en primavera, puro y hermoso.

“Lo atesoraré.”

“Por favor, hazlo.”

Le temblaban los labios y la voz. ¿Qué era ese extraño sentimiento?


¿Era asombro? ¿Emoción? ¿Delicia? ¿O todo eso a la vez? Pero había
una palabra más sencilla: amor.

Varios días después, Kiyoka estaba encerrado en su despacho de la


base de la Unidad Especial Antigrotescos mucho más allá de su horario
reglamentario. Estaba examinando un informe que le había entregado
un oficial de confianza. Un informe sobre Miyo Saimori.

Kiyoka se había puesto en contacto con un informante y le había


pedido un informe lo más detallado posible sobre la casa Saimori. La
minuciosa investigación había llevado algún tiempo. Ni los criados
actuales ni los anteriores se habían mostrado dispuestos a hablar.
“Es una historia común, en realidad.” Murmuró el informante,
rascándose la mejilla mientras las comisuras de sus cejas bajaban en
expresión de lástima.

Tras el fallecimiento de la madre de Miyo, su padre volvió a


casarse. Como la hija de la nueva esposa había demostrado tener más
talento, Miyo fue dejada de lado y se convirtió en víctima de abusos
domésticos. Por desgracia, esas situaciones se daban a menudo, sobre
todo en las familias de superdotados, donde nacer con o sin el Don
definía el estatus de un miembro de la familia. Muchas de esas familias
trataban sin escrúpulos a los que no tenían el Don, a los que
consideraban fracasados.

Según el informe, la conducta de la familia Saimori hacia Miyo


había sido especialmente cruel. Kiyoka recordó su reacción ante el
kimono rosa pálido de la tienda, cuando comentó que se parecía a uno
de su madre, que había guardado como recuerdo hasta que lo perdió.
¿Cómo había reaccionado cuando le arrebataron lo único que tenía
para recordar a su madre? Su madrastra y su hermanastra habían
abusado de ella mientras su padre ponía la otra mejilla, y los criados
tampoco le habían tendido una mano. Miyo se había quedado sola. Eso
explicaba por qué se ofrecía voluntaria para cocinar, lavar la ropa y
limpiar en casa de Kiyoka. Esta hija de la familia Saimori no había sido
criada como tal. En cambio, su familia la había considerado una
sirvienta de poca categoría a la que podían explotar a su antojo. Ni
siquiera le habían dado de comer. Por eso se había convertido en esa
mujerzuela sin sonrisa, de aspecto famélico y vestida con ropas viejas
y raídas. Su familia le había hecho eso.

Kiyoka cerró el puño y arrugó los papeles que sostenía. Estaba


enfurecido con la gente que había atormentado a la pobre chica y a la
vez lleno de remordimientos por las duras palabras que le había
escupido en sus primeros días en su casa. Aunque entonces no sabía
que ella era diferente de las mujeres arrogantes a las que estaba
acostumbrado, eso no era excusa.

Pero ahora lo sé todo. Incluyendo el hecho de que Miyo no tenía


el Don. Ni siquiera la Visión Espiritual. Él apostaba a que ella pensaba
que sus posibilidades de convertirse en su esposa eran nulas por eso.
Era tan reservada con él porque estaba preparada para el rechazo.

Sin embargo, a Kiyoka no le importaba si su mujer tenía


habilidades sobrenaturales o era de lo más normal. De hecho, no todas
las mujeres que había considerado antes eran superdotadas. Algunas
eran hijas de comerciantes o políticos acomodados.

Su padre, el antiguo jefe de familia, se ocupaba de todas las novias


potenciales de Kiyoka, y no tenía ningún interés en encontrarle a su
hijo alguien que poseyera el Don. En cuanto a Kiyoka, simplemente
quería a alguien que quisiera quedarse a su lado. Quería a alguien que
disfrutara de verdad viviendo en su cabaña del bosque como su esposa,
no que simplemente disfrutara de su estatus o su riqueza. Y Miyo lo
haría. No tenía intención de dejarla marchar.
Algo más en el informe también le había llamado la atención. El
apellido de soltera de la madre de Miyo era Usuba.

Las familias con el Don, como los Saimori y los Kudou, habían
servido durante mucho tiempo como criados del emperador. Sus
poderes eran indispensables para combatir a los grotescos, invisibles
para la gente corriente. Como sus habilidades especiales también eran
muy valiosas en las batallas contra los humanos, siempre habían
desempeñado un papel importante en la represión de las revueltas y el
mantenimiento de la paz en el imperio.

El Don adoptaba muchas formas diferentes. Podía ser el poder de


la telequinesis, conjurar el fuego, manipular el viento o el agua,
teletransportarse, caminar en el aire o ver a través de obstáculos, entre
muchos otros. Tampoco era raro que un superdotado tuviera varios
poderes.

Sin embargo, el Don de la familia Usuba pertenecía a una categoría


propia, y era mucho más inusual y peligroso en su funcionamiento. Sus
poderes les permitían manipular la mente de los demás. Podían alterar
recuerdos, invadir sueños, leer pensamientos… y esos eran los menos
amenazadores de sus talentos. Entre los más aterradores estaban el
poder de despojar a una persona de su voluntad y convertirla en una
marioneta y la capacidad de llevar a una persona a la locura con
ilusiones.

Conscientes del peligro que representaba su Don, los Usuba se


dieron cuenta de que podía incluso suponer una amenaza para la
seguridad nacional. Por este motivo, llevaban una vida secreta y
tomaban todas las medidas necesarias para no llamar la atención.
Vivían de acuerdo con reglas restrictivas exclusivas de su linaje,
guardaban los secretos familiares y evitaban los matrimonios mixtos
con otras familias de superdotados para que su don quedara confinado
a su linaje. En el pasado, los emperadores incluso los asesinaban
ocasionalmente antes que arriesgarse a que sus poderes se utilizaran
con fines maliciosos.

Teniendo en cuenta toda esta historia, resultaba extraño que Sumi


Usuba se hubiera casado con la familia Saimori. Kiyoka tenía un mal
presentimiento sobre las circunstancias que habían llevado a la unión.
Dejó escapar un suspiro.

Casarse con Miyo no lo perjudicaría. Lejos de eso, sería lo mejor


para él. Sin embargo, su misterioso linaje lo dejaba perplejo. Incluso
con su influencia, Kiyoka había sido incapaz de encontrar la forma de
localizar o contactar con los Usuba. Sus informadores no habían
encontrado nada.

“Realmente son escurridizos…”

Hojeó las páginas del informe, muchas de sus preguntas seguían sin
respuesta.

Kiyoka había estado tan preocupado que había perdido la noción del
tiempo. Sólo cuando el sol empezó a ponerse se preparó para irse. Se
registró en el turno de noche y salió de la estación. Pensándolo bien,
últimamente se iba más temprano que antes. En tiempos pasados, no
era raro que pasara la noche en su oficina, y rara vez llegaba a casa
cuando el sol aún estaba sobre el horizonte. Todo había cambiado con
la llegada de Miyo. Verla en la entrada cuando llegaba a casa le
tranquilizaba extrañamente, y le gustaba salir del trabajo a tiempo para
cenar con ella.

No estoy actuando como yo mismo…

Desde su salida a la ciudad, sus emociones eran cada vez más


incontrolables. Preocupado, se preguntaba si la predicción de Keiko en
Suzushima ya se estaba haciendo realidad. Le resultaba demasiado
fácil imaginarse a sí mismo mimando a Miyo con regalos,
persiguiendo siempre esa cálida sensación en su pecho.

Hasta que la conoció, Kiyoka no había tenido muy buenas


experiencias con las mujeres. Incluso cuando era sólo un niño, muchas
chicas lo habían perseguido agresivamente, lo que no había hecho sino
desanimarlo aún más. Su madre había sido objeto de su ira durante toda
su vida, con su temperamento tempestuoso y su desagradable obsesión
por alardear de su riqueza. Cuando era estudiante universitario, Kiyoka
había cedido a la presión de sus compañeros y había intentado salir con
algunas chicas, sólo para acabar detestando aún más la compañía
femenina. Al final, se había irritado con las seductoras voces de las
criadas de su familia y con el penetrante olor de las copiosas cantidades
de polvos faciales que se aplicaban.
Al haber madurado desde entonces, ya no le resultaba tan molesta
la cortesía superficial, pero seguía prefiriendo no relacionarse con
mujeres fuera de las conocidas de toda la vida, como Yurie y Keiko.
Aunque había intentado evitar cuidadosamente atraer la atención
femenina, eso había resultado casi imposible mientras había estado
viviendo en la mansión de su familia. Su familia empleaba a muchas
criadas, por lo que no había tenido respiro de sus miradas amorosas.
Por eso se trasladó a su pequeña morada en el bosque. Si alguien le
hubiera dicho unos años antes que allí conviviría felizmente con una
joven, se habría reído de ellos por hacer una sugerencia tan
descabellada.

Kiyoka sonrió satisfecho ante este pensamiento antes de detenerse


de repente en seco, al detectar una presencia amenazadora.

Algo me está siguiendo…

Percibió innumerables pares de ojos clavados en él. A pesar de la


falta de pasos audibles o incluso la respiración, algo estaba
definitivamente allí. Fuera lo que fuera, no era humano.

¿Quién es este tonto que intenta espiarme?

Un usuario de Don debía de haber enviado a ese extraño ente tras


él, pero ¿quién sería tan estúpido como para hacerle esa jugarreta a
Kiyoka Kudou? O quizá no era estúpido, sino que confiaba tanto en su
poder que no temía la posibilidad de repercusiones.
Kiyoka aún no había salido de la base. No había nadie más. Los
oficiales que montaban guardia en la puerta no poseían Visión
Espiritual y la base carecía de una barrera protectora, por lo que las
entidades no humanas podían colarse fácilmente. Esos defectos de eran
totalmente deliberados—convertían la base en una trampa en la que los
superdotados podían deshacerse de los grotescos fuera de la vista del
público.

“Te tomaste tantas molestias para nada.”

Moviendo ligeramente las yemas de los dedos, Kiyoka arrastró a la


criatura fuera de las sombras. Numerosos trozos de papel del tamaño
de la palma de la mano flotaban en el aire con una forma vagamente
parecida a la de un pájaro, vagamente humana. Había atado a la
criatura con su poder para que quedara congelada en el sitio. Por
desgracia, parecía que quien la había despachado sólo la había
utilizado como ojos. La criatura carecía de la capacidad de hablar, así
que Kiyoka no podría saber quién la había enviado.

“Basta de tonterías.”

Cuando se apartó de él con indiferencia, estalló en ineludibles


llamas azules antes de consumirse en la nada. Kiyoka fue aclamado
como el mejor usuario de Don de su generación, debido a su capacidad
para activar múltiples poderes a la vez sin ninguna dificultad.

Eso apenas valía mi tiempo.


No obstante, se preguntó quién estaría detrás y sintió una fugaz
sensación de inquietud en el fondo de su mente. Subió a su vehículo y
se dirigió a casa.
CAPÍTULO 3:
Un Regalo para Mi Prometido

Tras despedir a Kiyoka como de costumbre aquella mañana, Miyo


interceptó a Yurie, que se disponía a lavar la ropa en el jardín.

“¿Puedo ayudarla en algo, señorita?”

“Esperaba que me aconsejaras sobre algo.”

“¿Oh?” Yurie le sonrió amistosamente. “Será un placer.”

Parecía muy contenta. Miyo no dijo nada más hasta que volvieron
a la casa y se sentaron frente a frente en el salón.

“Verá, me gustaría hacerle un regalo al Sr. Kudou.”

“¡Vaya!”

Miyo llevaba pensando en eso desde el día en que Kiyoka le regaló


aquel peine tan caro. Y sus regalos no se habían quedado ahí; también
le había regalado una botella de aceite de camelia para el cabello.
Sentía que también estaba en deuda con él por tenerla en su casa.
Aunque se lo había agradecido de todo corazón, las palabras no habían
sido suficientes para expresar toda su gratitud. Quería corresponderle
con un regalo, pero no sabía qué podía regalarle. Un regalo que no
fuera caro ni valioso sólo le habría disgustado. Por mucho que se
devanaba los sesos en busca de una idea, no se le ocurría nada, así que
decidió pedir consejo a Yurie.

“Me pregunto qué le haría feliz…” Dijo Miyo.

De hecho, tenía un poco de dinero que su padre le había dado


cuando la envió lejos, pero lo estaba guardando para un día lluvioso.
Reprimiendo un suspiro, miró a Yurie suplicante.

“No tengo mucho dinero, me temo. No lo suficiente para comprarle


algo decente.”

“Hmm, ya veo. En ese caso, creo que algo que pudiera usar todos
los días estaría bien.”

“Bien.”

“Hecho a mano, tal vez.”

“Tal vez…”

También había considerado esa opción. Si no podía permitirse


comprar un regalo adecuado, era lógico que tuviera que hacer uno, pero
un hombre refinado como Kiyoka, que había crecido en una familia
adinerada, podría pensar que un regalo hecho a mano era demasiado
vulgar. Por supuesto, nunca se podía estar seguro de que al destinatario
le gustara el regalo, pero ella deseaba desesperadamente devolverle
aunque sólo fuera una pizca de la felicidad que él le había dado desde
que se había mudado a su casa. Cuando se lo explicó a Yurie, la sonrisa
de la anciana se ensanchó.
“Tienes muy buen corazón. No te preocupes, el Joven Amo no
despreciará un regalo hecho a mano. De hecho, estoy segura de que le
gustará cualquier cosa que le hagas.”

“Oh, no estoy tan segura…”

“Confía en mí.”

La confianza de Yurie tranquilizó a Miyo. Como prácticamente lo


había criado, la anciana conocía a Kiyoka de cabo a rabo.

“¿Pero qué podría hacer para él?”

“Bueno, si estás buscando inspiración, ¡puede que tenga justo lo


que necesitas!”

Yurie salió corriendo de la habitación y volvió con un libro.

“Puede que encuentres algo aquí.”

Se trataba de un libro de manualidades para colegialas con


instrucciones para elaborar diversos objetos de uso cotidiano.

Sí, quizá pueda hacer algo así, pensó hojeando el libro. Los
proyectos utilizaban retales de tela de kimono y no parecían llevar
demasiado tiempo. Pensaba contarle pronto a Kiyoka toda la verdad
sobre sí misma, pero no sin antes hacerle un regalo. Eso significaba
que no podía permitirse retrasar su confesión enfrascándose en la
elaboración de algo elaborado que tuviera posibilidades de fracasar.

“Avísame si decides hacer algo a partir de este libro. Estaré


encantada de ayudarte.”
“Gracias.

Miyo guardó el libro y pasó la mañana haciendo tareas domésticas


con Yurie. Cuando terminaron, volvió a su habitación para examinar
los proyectos con más detalle.

“Todos son muy bonitos.”

El libro contenía hermosas ilustraciones dibujadas a mano y


explicaciones fáciles de seguir sobre cómo construir cada uno de los
magníficos accesorios. La emoción se agitaba en su pecho con solo
hojear las páginas.

“La bolsita con cordón es muy fácil de hacer, pero un pañuelo


también podría servir.”

Había muchas ideas para regalar. Incapaz de decidirse por algo,


siguió pasando las páginas hasta que algo llamó su atención.

“Me gusta esto…”

El proyecto que estaba mirando era un kumihimo, un cordón


trenzado compuesto de hilos de colores. Mientras Miyo contemplaba
las ilustraciones con admiración, cayó en la cuenta de que cualquiera
de los ejemplos de cordones del libro le quedaría bien a Kiyoka. No
sólo podía permitirse este proyecto, sino que sin duda sería un regalo
práctico.

Decidido.
Aunque no confiaba en su capacidad para trenzar un cordón con
tanta elegancia como en las fotos, no había nada en el libro que le
llamara tanto la atención como esto. Buscó a Yurie y le mostró el
proyecto; la anciana elogió su elección. Miyo tendría que ir a la ciudad
a comprar los materiales necesarios, así que le pidió permiso a Kiyoka
esa misma tarde.

“Sr. Kudou, ¿le importaría si salgo un rato pronto?”

“… ¿Por qué? ¿Necesitas algo?”

Por su tono llano, no supo si estaba desinteresado o preocupado por


que saliera sola cuando estaba tan poco acostumbrada a la ciudad.

“Sí, necesito comprar algo en persona. ¿Sería… demasiada


molestia?”

“No, claro que no. ¿Quieres ir sola?”

“Estaba pensando en acompañar a Yurie por la tarde.”

Un viaje de compras en solitario era una perspectiva desalentadora


para Miyo, así que le había preguntado a Yurie si podía acompañarla,
a lo que la anciana había accedido alegremente.

“¿No es demasiado peligroso?”

“Creo que estaré bien… No tienes que preocuparte.”

Asintió con la cabeza, tratando de parecer segura.

“… ¿Podría unirme a ustedes?” Preguntó Kiyoka.


Arrugó la frente. Aunque era muy amable por su parte preocuparse
tanto por ella, no quería que supiera lo que estaba comprando.
Tampoco sería apropiado que ella le molestara con su recado personal
cuando él estaba tan ocupado.

“Um… No esta vez, no. Estaré bien, lo prometo.”

“Como desees.”

Él suspiró y, por un momento, ella se preguntó si había percibido


un atisbo de decepción en sus ojos. Estaba claro que se había
equivocado.

“Ten cuidado en la ciudad. No hables con extraños.”

“… Incluso yo sé cómo mantenerme a salvo, Sr. Kudou.”

Pensó que estaba siendo sobreprotector, como si fuera una niña.


Sería un viaje de compras muy corto, ya que sólo necesitaba algunos
hilos de algodón baratos. Además, Yurie estaría con ella, así que Miyo
no veía ningún peligro en aventurarse un rato por la ciudad. De hecho,
le entusiasmaba la idea y estaba deseando seleccionar los hilos —algo
que nunca había hecho antes— y trenzarlos para formar una bonita
cuerda. El proyecto que había elegido podría servir de lazo para el
cabello, el regalo perfecto para un hombre con el cabello largo.

La mañana del día en que planeaba ir de compras, Kiyoka le entregó


con seriedad una pequeña bolsa del tamaño de la palma de la mano.
“¿Qué es esto…?”

“Un amuleto para mantenerte a salvo. Llévalo contigo hoy.”

“Oh, gracias.”

Era un amuleto que se podía comprar en cualquier santuario. Miyo


se lo guardó detrás del fajín, pensando que simplemente estaba
exagerando. Sólo estaría fuera un par de horas.

“No olvides llevarlo contigo. Asegúrate de llevarlo encima hasta


que vuelvas.”

“Lo haré.

“¿Lo prometes?”

“S-Sí.”

Su preocupación era tan desarmante que ella no pudo evitar sonreír


un poco. Nerviosa, se tapó rápidamente la boca. Kiyoka frunció el ceño
y resopló con resignación antes de arrebatarle la maleta y marcharse
sin decir nada más.

Últimamente el ambiente en la mansión era particularmente


desagradable. De hecho, Kouji Tatsuishi nunca se había sentido tan
miserable. Esto se debía en parte al padre de Kouji, el jefe de la
mansión, que estaba constantemente de mal humor. Kouji oía gritos o
que algo se golpeaba o rompía con rabia casi cada vez que pasaba por
delante del estudio de su padre. Aunque su padre estaba indignado
porque las cosas no habían salido como él quería, la verdad es que
Kouji era la verdadera víctima.

Su hermano mayor, que se negaba a mostrar compasión por su


padre porque pensaba que no era asunto suyo, se había dedicado a
comentar sarcásticamente que su viejo había perdido la cabeza. La
madre de Kouji, por su parte, se había encerrado en su habitación y se
negaba a hablar con nadie. Mientras tanto, los criados andaban con pies
de plomo por miedo a provocar la ira de su amo, lo que no hacía sino
añadir tensión al ambiente. Kouji estaba en vilo todo el tiempo.

La gente solía decirle que era un joven tranquilo y sereno, y aunque


era cierto que evitaba los conflictos y rara vez perdía los nervios, eso
no significaba que nunca se enfadara.

“Kouji, ¿me prestas un momento? Tengo que hacer unas compras.”

Otra vez esto no. Los lloriqueos de su prometida le ponían de los


nervios. Aunque estaba enfadado con su padre, la mera idea de tener
que convivir con esa mujer durante décadas le ponía físicamente
enfermo.

Desde que era pequeño, Kouji había estado enamorado de alguien:


Miyo. Ella era amable y tranquila, pero también resistente, y había
soportado todos los abusos a los que la sometía su familia. Había una
luz en su interior que le atraía. En ocasiones, cuando la encontraba
vulnerable y al borde de las lágrimas, sentía el impulso de protegerla
en cada fibra de su ser.
Miyo era la hija mayor de la familia Saimori, mientras que Kouji
era el segundo hijo de los Tatsuishi. Sus familias mantenían buenas
relaciones, por lo que parecía posible que algún día se casara con ella.
Pero todo había salido mal.

La novia que le habían legado los Saimori no había sido Miyo, sino
su cruel hermanastra. Para colmo, Miyo había sido enviada muy lejos,
y él ni siquiera podría verla.

Por si eso no fuera lo bastante desgarrador, Kouji se enteró más


tarde de que, aunque su padre había pedido a los Saimori que
ofrecieran a Miyo en lugar de a Kaya, había querido que ella se casara
con su primogénito en lugar de con Kouji. El modo en que la trataban
como a una mercancía en lugar de como a una persona le repugnaba.
En su opinión, su familia era tan despreciable como los sádicos
Saimori.

“¿Quieres ir de compras? Bien, iré contigo.”

A pesar de todo, Kouji sonrió a su prometida. Se negaba a permitir


que su profunda repugnancia aflorara a la superficie, actuando en su
lugar como el agradable joven por el que todos le tomaban. La razón
por la que se ocultaba tras esa máscara era sencilla. Si despreciaba a su
orgullosa prometida, Kaya y su madre, Kanoko, convertirían a Miyo
en el blanco de su venganza, y él no podía soportar la idea de que le
ocurriera nada malo.
En lugar de eso, vigiló de cerca la casa de los Saimori por si había
algún indicio de que la única persona que le importaba hubiera sufrido
algún daño.

Sólo yo puedo proteger a Miyo.

Reprimiendo su aversión, fortaleció su determinación y se acercó a


Kaya.

Las calles, más bien estrechas, estaban abarrotadas, así que Miyo tuvo
cuidado de no separarse de Yurie. Tal y como habían planeado, se
habían adentrado juntas en la ciudad. En ese momento, estaban a unas
manzanas de la elegante calle principal y sus modernos edificios. Esta
zona era un conjunto de tiendas anticuadas.

Estaba a treinta minutos a pie de la casa, así que no habían tenido


problemas para llegar sin vehículo. Sin embargo, para ser precisos,
habían tardado cuarenta minutos, ya que Miyo había dejado que Yurie
marcara un ritmo que le resultara cómodo. La anciana las había guiado
hasta una tienda de artículos de artesanía.

Aunque Miyo había cosido con regularidad desde que la rebajaron


a la categoría de sirvienta doméstica, sólo había podido utilizar hilos
sobrantes y retazos de tela. Ésta era su primera vez en una tienda de
telas.

“¡Oh, Dios mío!”


Ante ellas se extendían filas y filas de hilos y telas de diferentes
colores y diseños, agujas, tijeras y todo tipo de herramientas y
materiales para manualidades. La tienda era tranquila y apacible, pero
rebosante de color. El corazón de Miyo saltó de alegría. Como en
cualquier tienda, la clientela iba desde mujeres mayores hasta alegres
colegialas que ojeaban los productos con interés.

“Ahora, ¿echamos un vistazo a los hilos?”

“Sí, hagámoslo.”

¿Qué colores le gustaban a Kiyoka? O mejor dicho, ¿qué colores le


quedarían bien?

No creo que quisiera nada chillón.

Un cordón de un color más vivo y brillante resaltaría más sobre su


cabello rubio, pero era mejor evitar cualquier cosa demasiado
llamativa, como amarillos o rojos fuertes. Por el contrario, el azul añil
casi haría demasiado juego con él y dejaría una impresión sosa y
decepcionante. Además, era demasiado parecido al cordón negro que
usaba normalmente para el cabello.

“No sé qué elegir…”

Mientras Miyo reflexionaba sobre sus opciones, Yurie la observaba


con una sonrisa. Había una alegría especial en tomarse el tiempo
necesario para pensar cuidadosamente qué comprar. Esto era
especialmente cierto para Miyo, que nunca había pensado que estaría
en posición de hacer un regalo para alguien. Su vida anterior había
consistido únicamente en obedecer órdenes y soportar abusos. Le
sorprendió lo feliz que se sentía ante la perspectiva de hacer sonreír a
otra persona. Aunque esta nueva vida sólo fuera breve, estaba
inmensamente agradecida de que Kiyoka le hubiera ofrecido una
oportunidad de ser feliz. Una sonrisa asomó a sus labios mientras
inspeccionaba los distintos hilos que le ofrecían.

Cuando eligió los hilos, eran casi las once y media. No llegarían a
casa antes del mediodía. Miyo pagó los hilos, aliviada de que
estuvieran dentro de su modesto presupuesto, y salió de la tienda con
Yurie.

“Me alegro de que encontraras lo que necesitabas.”

“Yo también. Estoy deseando ponerme a trabajar en el cordón.”

Los colores que había elegido le parecían perfectos, y estaba


ansiosa por unir los hilos y darle su regalo a Kiyoka. Pero tal vez su
regalo no sería bien recibido, teniendo en cuenta que era una aficionada
y que lo construiría con hilos baratos. ¿Qué diría Kiyoka cuando le
diera la cuerda hecha a mano? A Miyo se le aceleró el pulso al tratar
de imaginar su reacción. Una sensación suave y cálida le llenó el
pecho, y se sintió como si caminara sobre las nubes.

“¡Oh, casi lo olvido!”

“¿Qué pasa, Yurie?”

La mujer mayor se detuvo de repente.


“Necesito comprar sal. Señorita, ¿podría esperarme aquí un
momento?”

“¿Comprar sal?”

Entonces Miyo recordó que, efectivamente, se estaban quedando


sin sal. El pedido que habían hecho al comerciante a domicilio se había
retrasado, así que llevaban un tiempo casi sin sal. Afortunadamente,
Yurie se había dado cuenta justo a tiempo de que había una tienda de
comestibles cerca.

“No tardaré.”

“¿Quizás debería ir contigo?”

“No, no, por favor espere aquí.”

La anciana bromeó diciendo que no podía permitir que Miyo le


robara más trabajo comprando víveres, y luego se marchó. Miyo dudó
si seguirla o no, pero cuando se decidió a hacerlo, ya no pudo distinguir
a Yurie entre la multitud. Se colocó bajo una farola para no estorbar a
nadie. Innumerables personas pasaron a su lado. Ahora que estaba sola,
su entusiasmo anterior disminuyó rápidamente. ¿Por qué me siento tan
impotente?

Mientras todos los demás caminaban hacia algún lugar con un


propósito, sólo ella permanecía de pie y sola. Eso la ponía ansiosa.
¿Habría vuelto ya Yurie? Miyo miró hacia la tienda en la que creía que
había entrado la sirvienta, pero estaba demasiado lejos para ver nada,
así que se dio por vencida y siguió esperando con la mirada fija en el
suelo. Entonces oyó una voz.

“¡Vaya, si es Miyo!”

“¡!”

Un escalofrío le recorrió la espalda. No puede ser ella… Pero no


había forma de confundir aquella voz de dulzura enfermiza que la hacía
tensarse cada vez que la oía. ¿Por qué no se le había ocurrido que
podría encontrársela aquí? El bullicio de la calle fue cediendo a medida
que el sonido de la sangre palpitando en sus oídos se hacía cada vez
más fuerte.

“K-Kaya…”

Miyo se giró y vio a Kouji y a Kaya, con su brillante sonrisa, justo


detrás de ella. La belleza de Kaya se había hecho más llamativa en el
tiempo transcurrido desde que Miyo la había visto. Se había puesto un
atuendo vivo y llamativo como de costumbre, un kimono sin forro de
color melocotón adornado con un estampado de lirios que era perfecto
para principios de verano. Sus gestos elegantes y refinados la
identificaron de inmediato como hija de la nobleza, llamando la
atención de los transeúntes. Su sonrisa era tan pura que todos los
hombres que la miraban quedaban encantados al instante. Pero Miyo
sabía mejor que nadie que aquella chica exteriormente inmaculada era
en realidad una víbora.
“Tee-jee, ¡qué sorpresa! No pensé ni por un momento que te
encontraría en la ciudad. ¡Quién hubiera imaginado que seguías viva!”

En otras palabras, esperaba que Miyo ya hubiera muerto en alguna


cuneta. A pesar de la amable sonrisa de Kaya, sus ojos no contenían
más que desprecio. Sin embargo, cualquiera que los hubiera observado
de reojo lo habría confundido con la conmovedora escena de una dama
rica que conversa generosamente con una plebeya empobrecida. Con
su belleza, su imagen de clase alta y su voz angelical, engañaba a la
gente con facilidad.

“A juzgar por tu lamentable aspecto, ¿el Sr. Kudou te ha


abandonado y ahora vagas por las calles? Mi pobre hermana, qué bajo
has caído.”

“N-No… Eso no es…”

Miyo apenas podía hablar, con la mente en blanco y la boca seca.

“Kaya, déjala…”

Kouji parecía a punto de interponerse entre ellos.

“No te metas en esto, Kouji.”

Kaya le cortó bruscamente sin ni siquiera volverse hacia él, con


aquella dulce sonrisa todavía dibujada en su rostro. No iba a dejar que
le estropeara la diversión de atormentar a Miyo. Estaban en público,
así que Miyo no creía que Kaya fuera a llegar a agredirla físicamente,
no obstante, el miedo arraigado en ella tras años de abusos la hizo
retroceder. Su única forma de enfrentarse al acoso era hacerse la
pequeña y aguantarlo hasta que se acabara.

“No podría haber sido de otra manera, ¿verdad? El Sr. Kudou nunca
se casaría con una don nadie como tú. Es obvio que no te habría
mantenido. Pero míralo por el lado bueno—¡aún estás viva!”

“…”

“¿O quizás desearías estar muerta después de lo que te han hecho?


No puedo ni imaginar por lo que has pasado.”

Kaya soltó una carcajada. Volver a burlarse de Miyo después de


tanto tiempo de sequía la ponía de un humor excelente. Aferrada a
Kouji, se rio a carcajadas de Miyo, que temblaba y miraba al suelo.

“Kaya, es suficiente. Vámonos.”

“¿No te dije que te callaras, Kouji? Miyo, si estás en apuros, podría


considerar darte unas monedas si te arrastras por el suelo y me lo
suplicas.”

“Yo… Yo…”

Quería replicar. Cuando vivía en casa de los Saimori, no había


podido defenderse. Ahora, sin embargo, ya no estaba sujeta a sus
reglas. Pasara lo que pasara, nunca volvería allí. Ahora lo único que
quería era expresar las quejas que había acumulado en su corazón
durante años de maltrato, devolvérselas a Kaya. Pero a Miyo le
resultaba imposible oponerse.
“¿Te comió la lengua el gato? Veo que sigues tan inarticulada como
siempre.”

“Lo… lo siento…”

Miyo estaba amargamente decepcionada consigo misma. Pensaba


que había empezado a cambiar después de que Kiyoka no dejara de
decirle que dejara de disculparse, pero ver a su hermanastra era
suficiente para hacerla temblar de miedo y agachar la cabeza. Aquel
terror la controlaba, y se sentía impotente ante él. Apretó los puños
hasta que los nudillos se le pusieron blancos y la vista se le nubló. Los
muros que había construido alrededor de su corazón se habían vuelto
frágiles por la exposición a la bondad de Kiyoka y Yurie, y ahora por
fin cedían.

Se le llenaron los ojos de lágrimas. No debía llorar… No podía


dejar que Kaya viera lo profundo que habían calado sus palabras. No
podía darle esa satisfacción.

“Srta. Miyo.”

Miyo se volvió sorprendida y se encontró con Yurie, que volvía de


hacer la compra.

“Siento haberte hecho esperar tanto. Veo que tienes compañía.”

“Um… Son…”

“Buenas tardes. ¿Eres la compañera de Miyo? Soy Kaya Saimori.


Me alegra ver que mi hermana tiene una amiga.”
Kaya dedicó una cálida sonrisa a Yurie, que la miraba dudosa.
Nadie sospecharía que Kaya no era una chica educada si la veían así.
Iba a ganarse a Yurie y ponerla en contra de Miyo. Quizá también lo
hiciera con Kiyoka. No… cualquier cosa menos eso… ¿Pero cómo
podría detenerla Miyo? Intentó desesperadamente encontrar una
solución, pero no se le ocurrió nada. Kaya era tan superior en todos los
aspectos que Miyo siempre perdería contra ella. Sentía como si un
oscuro abismo se la tragara sin piedad… Pero se equivocaba. Yurie
puso suavemente la mano sobre la espalda encorvada de Miyo.

“Me llamo Yurie. ¿La compañera de la Srta. Miyo Saimori? No soy


nada de eso. Está prometida a mi señor.”

El calor que irradiaba la mano de la anciana hizo que Miyo respirara


un poco más tranquila.

“¿Va a casarse con tu amo?”

Kaya abrió mucho los ojos, asombrada.

“Así es. Se va a casar con el Sr. Kiyoka Kudou.”

“¡¿Qué?!”

Yurie lo anunció con dignidad, con voz fuerte y orgullosa. Kaya se


quedó boquiabierta.

“¿Ah, sí? No pensé que el Sr. Kudou se conformaría con mi


hermana. Vaya, qué hombre tan caritativo. ¿O tal vez sólo le ha picado
la curiosidad? No puedes fiarte de todos los rumores que oyes sobre la
gente de la ciudad, ¿verdad?”
Kaya ocultó su expresión tras la larga manga de su kimono mientras
recuperaba la compostura. No dejaría caer su máscara de perfección.
Al menos no era tan atrevida como para seguir acosando abiertamente
a su hermanastra delante de Yurie.

“Querida hermana, ha sido un placer verte. Me temo que debemos


seguir nuestro camino.”

Sonrió agradablemente mientras sus ojos permanecían fríos,


entrelazó su brazo con el de Kouji y se alejó con él.

Miyo finalmente dejó escapar el aliento que había estado


conteniendo. La tensión de su cuerpo empezó a disminuir.

“¿Volvemos, señorita?”

“Sí, volvamos…”

Miyo no podía soportar enfrentarse a Yurie, que tan amablemente


había hablado de ella. La anciana debió presenciar al menos parte del
intercambio, ver a Miyo aguantando patéticamente el abuso sin
defenderse. Y eso debió hacerle dudar de si Miyo era realmente
adecuada para Kiyoka. Todas las cosas duras que Kaya le había
espetado eran cosas que Miyo ya sabía. Lamentaba no haber sido capaz
de defenderse, pero Kaya no le había dejado ninguna herida nueva que
no estuviera ya ahí. Excepto que ahora había desarrollado un nuevo
miedo: el miedo a convertirse en una decepción para Yurie. A pesar de
que Miyo había estado convencida desde el principio de que la oferta
de matrimonio se habría quedado en nada, la mera idea de oír a Yurie
o a Kiyoka llamarla incapaz era insoportable.

La emoción y la felicidad que había sentido antes, cuando estaba


comprando los hilos para el regalo de Kiyoka, se habían hundido en el
mar de tristeza de su corazón. Me odio a mí misma. Me desprecio por
ser así.

No dijo ni una palabra en el camino de vuelta a casa. Al intuir que


Miyo no quería hablar, Yurie no intentó entablar conversación. Con
los ojos clavados en sus pies, Miyo siguió caminando, ajena al bullicio
de la concurrida calle principal, de los callejones de la ciudad y del
tranquilo sendero del campo. En agudo contraste con sus oscuros y
pesados sentimientos, los alrededores estaban bañados por el sol, y las
tierras de labranza y los campos parecían acogedoramente tranquilos.

Yurie habló por fin con Miyo cuando llegaron a casa.

“Señorita, ¿por qué no almorzamos ahora?”

“… Gracias, pero no tengo hambre.”

“Pero, señorita…”

“Muchas gracias por acompañarme. Por favor, no se preocupe por


mí y vaya a descansar.”

Evitó mirar a la anciana a los ojos, temerosa de lo que pudiera ver


en ellos. Dejando a Yurie en el pasillo, Miyo se retiró a su habitación.
En cuanto cerró la puerta, se desplomó en el suelo y se quedó un rato
sentada, mirando distraídamente el tatami.
Soy tan inútil. ¿Por qué era así? ¿Por qué no servía para nada? Otras
personas tenían muchas cualidades maravillosas, su hermana en
particular, pero ella, ella no tenía nada. Totalmente convencida de su
propia impotencia, no tenía ni idea de cómo seguir adelante.

Más o menos cuando Miyo y Yurie volvieron a casa de Kiyoka, éste


fue a hacer una visita a los Saimori. Aún le preocupaba que Miyo fuera
a la ciudad sin él, pero tendría a Yurie con ella. En cualquier caso,
necesitaba hablar con Shinichi.

Muchas familias adineradas tenían sus fincas en la parte de la


ciudad donde vivían los Saimori, pero su gran mansión destacaba entre
todas las demás. A diferencia de la casa familiar que había construido
el padre de Kiyoka —una mansión de estilo occidental—, ésta era una
residencia tradicional japonesa. Antigua pero opulenta. Supuso que
databa de la época anterior a que esta ciudad se convirtiera en capital.
Sin embargo, sabía que tras ese elegante exterior se escondía gente
podrida hasta la médula.

Un criado que le esperaba junto a la puerta le condujo a la casa


principal. Kiyoka notó su excesiva cortesía.

“Le estaba esperando, Sr. Kudou.”

Shinichi Saimori salió a saludarle, con modales reservados pero


hospitalarios.

Tremenda bienvenida me está dando.


¿Acaso este hombre no comprendía la situación? ¿De verdad creía
que Kiyoka ignoraba cómo había tratado a su prometida dentro de estas
paredes? Si este hombre esperaba seriamente entablar buenas
relaciones con él después de lo que había hecho, su falta de carácter
moral no ayudaba. Por otra parte, los Saimori no gozaban de buena
reputación desde hacía mucho tiempo.

Quizá su percepción del mundo estaba tan sesgada que supusieron


que todos tratarían a Miyo como a una moza despreciable, Kiyoka
incluido. O bien pensaban que Kiyoka se había deshecho rápidamente
de ella y ya había olvidado su existencia. Simplemente especular sobre
cómo funcionaba la mente de esa gente le revolvía el estómago.

“Le agradezco que haya accedido a recibirme con tan poca


antelación.”

Necesitaba una gran fuerza de voluntad para reprimir su aversión


por Shinichi y seguir siendo civilizado, pero por mucho que lo
intentara, no conseguía hablar con él con cierto grado de amabilidad.

“Es un honor que se moleste en visitarnos. Por favor, entre.”

Kiyoka siguió a Shinichi por el pasillo, mirando a su mujer,


Kanoko, al pasar junto a ella. Permanecía modesta detrás de su marido,
ilegible. Pero la imagen de esposa virtuosa que estaba mostrando le
repugnaba a Kiyoka incluso más que la fealdad que sabía que se
escondía bajo su máscara.
Le acompañaron a la sala de recepción. Kiyoka se sentó frente a
Shinichi, ante la vista del cuidado patio interior y los frondosos y
agradables pinos que contenía. Shinichi habló primero.

“Bien, Sr. Kudou. ¿Qué le trae por aquí en esta ocasión?”

“Tu hija Miyo.”

Mirando fijamente a Shinichi, Kiyoka describió lo que vino a hacer


sin las cortesías habituales. El hombre mayor frunció el ceño y cuadró
los hombros en respuesta.

“¿Qué ha hecho?”

¿Qué…? ¿Qué le pasaba a este hombre? ¿Se había imaginado que


Kiyoka había venido a quejarse de Miyo y no del horrible trato que le
daba su padre?

“Deseo desposarla formalmente para que podamos casarnos en un


futuro no muy lejano.”

“¿Es así?”

Shinichi respondió tras una pausa anormalmente larga antes de


asentir, aparentemente imperturbable. A Kiyoka no se le escapó la
reacción de su mujer, que estaba sentada en un rincón: oyó su
respiración agitada y vio que abría mucho los ojos.

“También me gustaría aprovechar esta oportunidad para aclarar las


cosas entre nuestras familias.”

“Hmph. ¿Podría ser más concreto?”


“Se espera que los hombres de mi estatus compensen a la familia
de la novia por entregar a su hija. Sin embargo, en este caso soy muy
reacio a honrar esta costumbre.”

A pesar de su animadversión hacia los Saimori, Kiyoka explicó las


cosas de forma indirecta para evitar insinuar groseramente que no
merecían beneficiarse de Miyo de ninguna manera.

“¿Qué quieres decir?”

“¿No lo adivinas?”

Su mirada se endureció y Shinichi apartó brevemente la vista.

“¿Está diciendo que mi familia no recibirá ninguna compensación?


Pero, Sr. Kudou…”

Kiyoka levantó la mano para detener las protestas del hombre.


Hubiera deseado poder cortar los lazos entre sus familias lo antes
posible, sin que Miyo supiera que había ido a verlos. De hecho, podría
haber hecho firmar a Shinichi una declaración oficial en la que
afirmara que su familia jamás se pondría en contacto con Miyo ni con
nadie de la casa Kudou. Y aunque eso habría garantizado la
tranquilidad de Miyo a partir de entonces, también le habría negado el
final. Los recuerdos de esta casa la perseguirían para siempre. Por eso
tuvo que tomar medidas adicionales.

“Hay una condición.”

“…”
“Si ofreces tus sinceras disculpas a Miyo en persona, te pagaré una
compensación muy generoso.”

Aunque la expresión de Shinichi no había cambiado, tenía los


puños apretados. Mientras tanto, Kanoko rechinaba los dientes
indignada.

Kiyoka había investigado a fondo sus asuntos familiares, por lo que


sabía que su estatus pendía de un hilo. Su querida hija Kaya había
nacido con Visión Espiritual, pero sus habilidades sobrenaturales no
eran dignas de mención. Quedaba la posibilidad de que sus propios
hijos resultaran ser superdotados, pero si no lo eran, la familia Saimori
ya no podría desempeñar su papel de criados del emperador.
Despojados de sus privilegios y de su estipendio, tendrían que
depender de la riqueza acumulada para salir adelante, pero sólo había
una cantidad limitada. La familia Tatsuishi, con la que también habían
tenido relaciones, se enfrentaba a una situación similar, así que
tampoco serían de mucha ayuda. En vista de ello, Shinichi debería
haberse abalanzado sobre cualquier limosna que pudiera conseguir.

“¿Quieres que… me disculpe?”

“Depende de ti. Si no quieres hacerlo, acabaremos de una vez con


las relaciones entre nuestras familias. Ten en cuenta que estoy al tanto
de la verdad sobre cómo has criado a Miyo.”

“Shinichi…” Kanoko se dirigió implorante a su marido.


Recoges lo que siembras. La falta de parentesco no te excusa de
cuidar a tu hijastra. Independientemente de las quejas que Kanoko y
Shinichi tuvieran contra la madre de Miyo, su hija era sólo una chica
inocente que merecía una familia cariñosa que la educara. En lugar de
eso, la habían tratado como una válvula de escape para sus
frustraciones contenidas y le habían arrebatado la vida que debería
haber llevado. No se trataba de una nimiedad: el daño que habían
causado sería muy difícil de reparar.

Kiyoka esperó, observando cómo aparecían gotas de sudor en la


frente de Shinichi. El anciano cerró los ojos un momento. Cuando los
abrió, habló con una voz que más parecía un gemido.

“Dame tiempo para pensarlo.” Respondió.

“Muy bien. Pero procura no tardar demasiado.”

“No lo haré.”

Sin ocultar ya su animadversión, Kiyoka se levantó para marcharse.


Los hombros de Shinichi temblaban de rabia. No vio salir a su invitado.

Kaya había disfrutado yendo de compras por la ciudad, pero cuando


volvió a casa, enseguida notó que las cosas estaban extrañamente
tensas.

“¿Tenemos invitados?”
No estaba de humor para ello. El viaje de compras la había dejado
algo inquieta. Aunque no tenía ninguna aversión especial a Miyo,
encontrarse con su hermanastra en la ciudad la había desconcertado.
Aun así, nada levantaba más el ánimo de Kaya que ser desagradable
con Miyo. Sin embargo, esta vez no había salido exactamente según lo
planeado, y Kaya se encogía sólo de pensarlo. Que su prometido se
pusiera de parte de Miyo había sido una cosa, pero descubrir que
Kudou aún no había echado a Miyo la había puesto lívida. Encontró
consuelo diciéndose a sí misma que Kudou había permitido que Miyo
se quedara en su casa simplemente porque se había olvidado de ella.
Si le importara, ella no andaría por la ciudad vestida como una
indigente. Sin embargo, todavía la molestaba.

“Kaya, por favor, no hay necesidad de estar tan molesta.”

“Eres un hablador, Kouji. ¿Tanto te gusta mi hermana? Ahórrate el


esfuerzo de ofrecerme amabilidades.”

Haciendo un mohín, se apartó de Kouji. Él bajó los hombros


resignado, y continuaron en silencio.

¡¿Por qué no dice nada?! ¡¿Por qué no niega que le gusta Miyo?!
Si le acariciara el cabello mientras le susurra cosas dulces, tal vez ella
lo perdonaría. Qué hombre tan agravantemente denso. Quizá fuera
mejor rechazar su mano. Kaya siguió vilipendiándolo en su cabeza
hasta que él hizo un ruido de sorpresa.

“¿Qué pasa?” Preguntó. “Oh, ¿podría ser el visitante?”


En cuanto entraron en la casa, vieron a un hombre alto que salía de
la sala de recepción. Vestía uniforme militar. Joven pero con muchas
insignias que indicaban un alto rango. Inclinaron ligeramente la cabeza
a su paso para no ser descorteses, pero Kaya levantó la mirada justo a
tiempo para captar la complexión del invitado.

Es impresionante…

La miró con tanta frialdad que ella se estremeció, pero su belleza


seguía encantándola. A pesar de su delgadez y gracia, no daba la
impresión de ser un hombre débil. No podía apartar los ojos de él
mientras se alejaba, los movimientos de su cuerpo tan perfectos, su
larga melena meciéndose a cada paso. Estaba hipnotizada.

Después de visitar a los Saimori, Kiyoka había pasado por su lugar de


trabajo antes de volver a casa. Por alguna razón, Yurie seguía allí
cuando regresó, aunque normalmente ya se habría ido. Tanto ella como
Miyo salieron a saludarle, pero su prometida no parecía ella misma.

“Bienvenido, Sr. Kudou.”

“Bienvenido a casa, Joven Amo.”

Los pensamientos de Miyo parecían estar en otra parte. Yurie la


miraba como si quisiera decir algo pero le hubieran dicho que no lo
hiciera.

“Gracias.” Respondió. “¿Pasa algo?”


“Bueno, verás…”

“No.” Miyo intervino rápidamente antes de que Yurie tuviera la


oportunidad de decir algo más. “Siento haberte preocupado. Todo va
bien.”

“Señorita Miyo…”

Protestó Yurie, preocupada. Kiyoka frunció el ceño. Miyo había


mejorado a la hora de mirarlo a los ojos cuando hablaban, pero ahora
se negaba a mirarlo directamente. Era como si de repente hubiera
vuelto a ser la del primer día en su casa.

“¿Ha pasado algo?” Presionó Kiyoka.

“No, nada de nada. Ahora si me disculpan…”

En lugar de cenar con él como de costumbre, volvió a su habitación


sin levantar los ojos del suelo ni una sola vez.

Eso definitivamente no es “nada”…, pensó Kiyoka.

Ahora que él y Yurie estaban solos, se volvió para preguntarle. La


anciana agachó la cabeza con abatimiento.

“Lo siento mucho, Joven Amo. Me temo que fallé en proteger a la


Srta. Miyo.”

“¿Pasó algo mientras estabas en la ciudad?”

“Sí…”

Yurie le contó que Miyo había terminado sus compras sin ningún
incidente, pero en el momento en que Yurie se había alejado
brevemente de su lado, Miyo había sido abordada por su prepotente
hermanastra. Consternado, Kiyoka casi chasqueó la lengua al escuchar
la explicación. Pensar que esto habría ocurrido mientras él estaba en la
residencia Saimori. Deseó haberle dicho algo a Kaya cuando se la
encontró en el pasillo. Kiyoka había puesto la carreta delante de los
bueyes al hablar primero con el padre de Miyo.

“Salvo ahora que salió a saludarte, lleva encerrada en su habitación


desde entonces. He estado muy preocupada. Por eso no fui a casa.”

Kiyoka aún no le había contado a Yurie lo de la familia


maltratadora de Miyo. No pretendía ocultárselo; al contrario, esperaba
que Yurie pudiera utilizar esa información para ayudar a Miyo a
recuperarse de su trauma, ya que la anciana había pasado más tiempo
con Miyo que él. Pero simplemente no había llegado a hacerlo, un
grave error en retrospectiva. En ese momento, se sintió impotente. He
sido tan miope.

Ahora Kiyoka no sabía qué podía decirle a Miyo para consolarla.


Aunque había rechazado tantas ofertas matrimoniales y había
considerado a tantas mujeres inadecuadas para él, quizá era él quien no
era apto para el matrimonio. Quizá eran esos momentos, cuando se
paralizaba por no saber qué decir o cómo proceder, los que llevaban a
la gente a llamarlo frío e insensible.

Pero esta vez no podía dejarse paralizar por la inacción, porque


realmente quería proteger a Miyo. Quería volver a verla sonreír de
corazón, como cuando le regaló aquel peine.
“¿Qué puedo hacer para reforzar su confianza?” Murmuró.

“Eso es sencillo.” Yurie sonrió. “Hay un método que garantiza el


éxito: hacer que se sienta querida. Demuéstrale que la amas y la
valoras, y eso le dará seguridad más que suficiente.”

“…”

¿Amor? ¿Era eso lo que sentía por ella? Aunque no estaba seguro
de confesar sus emociones, al menos podía ser sincero con ella sobre
sus intenciones.

“Si la hace sentir mejor…”

Se lo contaría todo.

Era muy tarde, así que llevó a Yurie de vuelta a su casa. Cuando
volvió, fue a ver a Miyo. Estaba en su habitación y había cerrado la
puerta.

“Soy yo. ¿Puedo pasar?”

Abrió un poco la puerta y se asomó por el hueco.

“Perdóneme, Sr. Kudou, pero ¿le importaría dejarme un rato a


solas?”

Para su sorpresa, no estaba llorosa ni agitada. Su voz era normal,


tranquila pero calmada. Sin embargo, se dio cuenta de que estaba más
desanimada que de costumbre.

“Sólo quiero hablar contigo. ¿No puedes dedicarme unos


minutos?”
“Lo siento.”

Ella había inclinado la cabeza hacia abajo para que él no pudiera


verle la cara. No parecía el momento adecuado para que él le
transmitiera sus sentimientos ahora que ella estaba tan abrumada por
los suyos. Suspirando, miró su pequeña cabeza, que ella mantenía tan
persistentemente baja. Cuando alguien estaba sufriendo, era mejor no
forzarle a abrirse.

“Bueno, entonces no insistiré.”

“Prometo que no descuidaré las tareas domésticas.”

“… No te preocupes por eso.”

Miyo agachó la cabeza para intentar calmar su inquietud.

“Déjame decirte esto…”

Miyo estaba a punto de volver a cerrar la puerta, pero se detuvo


cuando Kiyoka se dirigió a ella.

“Lo que te corroe por dentro mejorará pronto. No dejes que te


atormente.”

La gente nacía con el Don o sin él. Nada podía cambiar eso, pero
aún quedaban muchas otras cosas que Miyo podía aprender. Casi todas
las causas de su baja autoestima podían resolverse, incluidos sus
problemas familiares. Lo único que tenía que hacer era tomar esa
decisión. Kiyoka ya había tomado la suya.

“Siempre puedes hablar conmigo de cualquier cosa.”


Sus ganas de hablar con ella no habían disminuido, pero se obligó
a dejar el tema de momento. Quizá era mejor esperar a que ella
estuviera lista.

“… Lo haré.”

La respuesta de Miyo llegó un poco tarde. Su voz no era fuerte,


pero tampoco débil.

Kiyoka optó por cambiarse de ropa más tarde y se dirigió a su


estudio. Se sentó con un suspiro, sumido en sus pensamientos. Luego
sujetó su bolígrafo y su papel.

La temporada de los cerezos en flor había terminado, y las flores daban


paso al follaje fresco. Había pasado una semana desde que Miyo
empezó a recluirse en su habitación. A Kiyoka, cada uno de esos días
se le antojaba largo y deprimente. Ni siquiera le despedía cuando se
iba a trabajar ni salía a saludarle cuando regresaba. Tomaba sus
comidas en su habitación. Sus días se volvían incoloros sin verla, y su
casa, de algún modo, más fría.

Lo que más le deprimía era la continua falta de respuesta de los


Saimori, unida a las incesantes apariciones de familiares conjurados
que alguien había enviado para espiarle. Aunque tenía una idea de
quién podía estar detrás de esas criaturas, hasta el momento no había
conseguido localizarlo ni determinar sus motivos, por lo que no podía
avanzar en ese frente. Una vez más, se presentó en su lugar de trabajo
de mal humor.

“Hoy tiene mal aspecto, Comandante.” Comentó Godou mientras


organiza los documentos en el despacho de Kiyoka.

Kiyoka notó una sonrisa en los labios de su subordinado. Le irritaba


que Godou encontrase divertida la situación.

“Déjame adivinar: se trata de la chica. Es la primera a la que has


mantenido tanto tiempo. Corrígeme si me equivoco, pero todavía no
has hecho las cosas oficiales con ella, ¿verdad?”

“…”

“Nunca te tomé por un hombre que se enoja por una mujer. El


mundo está lleno de sorpresas.”

“… Métete en tus asuntos.”

“Esta dama que te robó el corazón debe ser muy especial. Me


encantaría volver a verla.”

“Basta. Esto no es algo para bromear.”

“¿Por qué no?”

Hablar con Godou era agotador. Siempre estaba haciendo el tonto.

“Y lo que es más importante.” Dijo Kiyoka. “¿Mañana puedo


contar contigo?”

Su capaz mano derecha sonrió.


“Por supuesto. Estación Central al mediodía, luego un paseo a tu
casa. No te olvides de mi compensación, por favor.”

“Ten por seguro que no lo haré.”

“Entonces soy tu hombre.”

Últimamente, Kiyoka salía a menudo de su despacho durante el día.


Por supuesto, se aseguraba de hacer una petición oficial y obtener el
permiso de sus superiores de antemano cada vez, pero aun así se sentía
un poco culpable por aumentar la carga de trabajo de Godou con sus
ausencias. Para compensarlo, se había ofrecido a pagar a su ayudante
un pequeño extra de su propio bolsillo. Godou, en cambio, pidió a
Kiyoka que le pagara la cuenta de tres noches en un popular izakaya
de la ciudad, una compensación insignificante en lo que a Kiyoka se
refería.

Pensó en el día siguiente, intentando imaginar la reacción de Miyo


con una mezcla de ansiedad y expectación, esperando que se alegrara.

Miyo estaba sentada muy quieta en su escritorio, trenzando hilos


lentamente. Había dominado la técnica por completo, pero no estaba
preparada para lo que vendría después de terminar la cuerda. Así que
trabajaba a paso de tortuga para ganar tiempo.

Harta de que Kaya le recordara su propia inutilidad, Miyo evitó


pensar en su hermanastra. En su lugar, pensó en Kiyoka: su fuerza, su
bondad, su belleza. Por mucho que sintiera que no pertenecía a un
hombre tan extraordinario, estar con él era tan maravilloso que le hacía
desear no separarse nunca de su lado. Sabía que debía decírselo. Que
debía hacer todo lo posible por serle útil. Aunque no tuviera poderes
especiales y no fuera elegida como su novia, al menos podría
convertirse en su sirvienta y apoyarlo entre bastidores, como Yurie.
Pasara lo que pasara, retrasar lo inevitable no cambiaría nada.

Miró a un lado de su escritorio la cuerda para el cabello que ya


había terminado de hacer. Era un cordón precioso con un trenzado
impresionante. Un trabajo excelente para una aficionada. Ya había
terminado el regalo que quería hacer, así que ahora estaba utilizando
los hilos sobrantes para construir otra cuerda trenzada con un patrón
diferente: una excusa para quedarse encerrada en su habitación.

Mientras la cabeza le palpitaba por la falta de sueño, Miyo suspiró.


Desde que llegó a casa de Kiyoka, había tenido pesadillas. Se
despertaba en mitad de la noche, invadida por el odio a sí misma y la
ansiedad, y era incapaz de volver a dormirse.

“Perdone que la moleste, señorita.” Llamó Yurie desde detrás de la


puerta de justo cuando Miyo empezaba a volver a desanimarse. Era
más de mediodía, y últimamente como Miyo no había almorzado, no
sabía qué podría querer Yurie de ella.

“… ¿Pasa algo, Yurie?”

“Tiene una invitada, señorita. ¿Quiere verla ahora?”


¿Alguien ha venido a verme? ¿Quién se molestaría en visitarla en
casa de Kiyoka? Miyo no creía que fuera alguien de su familia, y hacía
tiempo que había perdido el contacto con los amigos que tuvo en sus
tiempos de estudiante. No se le ocurría nadie más que pudiera estar al
tanto de su paradero.

“Sí, por favor, déjala entrar.”

Fuera quien fuese, habría sido una grosería negarse a verla. Miyo
oyó que se abría la puerta de su habitación y se volvió para mirar… y
no podía creer lo que veían sus ojos.

“Ha pasado tanto tiempo, Lady Miyo.”

Miyo se sorprendió tanto que se le quedó la voz en la garganta.


Aunque la mujer de la puerta tenía ya muchos años, su rostro le
resultaba familiar.

“H-Hana…”

“Mírate, has crecido tanto.”

Hana le sonreía con un brillo de lágrimas en los ojos. Yurie trajo un


cojín más para la invitada de Miyo y las dejó solas. Se sentaron una
frente a la otra, pero el ambiente era tenso, así que no sabían adónde
mirar.

Hana no había cambiado. Estaba un poco más delgada, pero Miyo


reconoció la calma y la ternura en sus ojos. Sin embargo, Miyo estaba
demasiado conmocionada como para alegrarse de su reencuentro.
Hana había sido su criada de confianza, y su desaparición estaba ligada
a aquel horrible recuerdo de estar encerrada en el almacén. El momento
en que había perdido de repente a la única persona que siempre había
cuidado de ella.

Habían pasado muchos años desde entonces. Cuando los Saimori


despidieron a Hana, Miyo se sintió desamparada, sola en un entorno
hostil. Era como si le hubieran arrancado uno de sus órganos vitales.
Había perdido las ganas de vivir. Con el paso del tiempo, se
acostumbró al vacío resultante. Como no esperaba volver a ver a Hana,
Miyo no había imaginado lo que le diría si se reunían. Miyo
permaneció en silencio hasta que Hana habló.

“Me alegra ver que se encuentra bien, Lady Miyo.”

“Sí, igualmente…” Fue todo lo que logró decir Miyo.

Hana era tan reverente con Miyo como lo había sido cuando aún
era su criada. Pero desde la expulsión de Hana, los Saimori habían
enseñado a Miyo a hablar como una sirvienta. Ahora le resultaba difícil
conversar con normalidad.

“Ahora soy una mujer casada.” Dijo Hana.

“Oh, um… Felicidades.”

“También tengo hijos. Mi marido es de un pueblo cercano al de mi


padre. Trabajamos juntos en nuestra granja. Estoy bastante contenta
con mi vida.”

Fue entonces cuando Miyo se dio cuenta de que Hana estaba más
bronceada de lo que recordaba. En el rostro sonriente de Hana se
apreciaban unas líneas de expresión. Siempre había sido una persona
cálida, pero ahora parecía más maternal y más en paz.

“¿Y usted, Lady Miyo? ¿Estás contenta con la tuya?”

Eso hizo reflexionar a Miyo.

“Yo…”

Recordó todo lo que había pasado desde que se mudó a esta casa,
pero no pudo encontrar una respuesta a la pregunta de su antigua
criada. Al verla dudar, Hana puso las manos sobre las de Miyo, las
apoyó en sus rodillas y las apretó con fuerza. Solía hacer eso cuando
Miyo era pequeña, así que el calor de sus manos le resultaba
reconfortantemente familiar.

“Siento mucho no haber podido estar a tu lado cuando estabas


sufriendo tanto.”

“Hana…”

“Como no he podido ayudarte en todos estos años, pensé que no


merecía verte.” Dijo con la cara contorsionada por un sincero
arrepentimiento. “¿Pero sabes por qué decidí venir?”

Sus miradas se cruzaron.

“Porque quería verte feliz. Quería ver a mi preciosa damita que


había soportado tantas penurias por fin sonreír alegremente.”

“…”
A Miyo le picó algo en la nariz. No quería que Hana viera lo bajo
que había caído, que se diera cuenta de que ya no era su “preciosa
damita”. No quería agobiar a la mujer que la había cuidado cuando
perdió a su madre, que la había tratado con verdadera calidez.

“Pero, Hana, yo…”

Miyo se había desesperado cuando su familia decidió ofrecerla


como novia a los Kudou. Pero su prometido, aunque aterrador al
principio, había demostrado ser un hombre amable. Se sentía como en
casa en su residencia y había encontrado una amiga en Yurie. Había
experimentado una felicidad que nunca hubiera imaginado cuando
vivía con su familia. Sin embargo…

“Hana, no tengo el Don. No tengo Visión Espiritual, nada.” Su voz


temblaba. “Así que no soy digna de casarme con el Sr. Kudou. No
podré quedarme aquí mucho más tiempo.”

El rostro de Hana se desdibujó. Miyo se mordió el labio para no


llorar. Expresar sus sentimientos en voz alta hacía que le dolieran aún
más. No quería marcharse, y no sólo porque no tuviera adónde ir.

“Mi lady…”

Miyo se había callado, temiendo no poder contener las lágrimas si


decía algo más. Hana la observaba, preocupada.

“… Permítame hacerle una pregunta, Lady Miyo.” Susurró Hana al


cabo de un rato. “¿Cómo crees que me las he arreglado para venir a
verte hoy?”
“¿Eh?”

“Algún tiempo después de mi despido, fui de nuevo a tu casa y


supliqué que me volvieran a contratar, pero me rechazaron de plano.
Desesperada por saber cómo te había ido, pregunté por ti a los otros
criados con los que solía trabajar. Pero por mucho que les rogué, se
limitaron a mirarme hoscamente y a cerrar la boca. No tuve más
remedio que volver a mi ciudad natal. Por sugerencia de mis padres,
me casé con el que ahora es mi marido. Entonces, ¿cómo iba yo, sin
vínculos con tu familia ni con nadie en la capital, a encontrarte aquí?”

“No… no sé…”

Miyo sabía que Hana la quería mucho, pero su antigua criada no


podría haberla encontrado por sí sola, por mucho que lo hubiera
intentado. Alguien debía de haberle dicho que su familia la había
enviado aquí.

“Cuando recibí la carta y vi de quién era, al principio pensé que


debía haber sido un error. ¿Por qué iba a escribirme un noble a mí, una
plebeya? Mi lady, este Sr. Kudou suyo tiene un corazón de oro.”

Esa era la única posibilidad, por supuesto. Nadie más se habría


tomado la molestia de encontrar a Hana y traerla aquí.

“Fue él…”

Sólo podía ser Kiyoka. Antes le había dicho: “Lo que te corroe por
dentro mejorará pronto. No dejes que te atormente.” Debió de
investigar sus antecedentes y no dejó piedra sin remover. Y si conocía
a Hana, también debía saberlo todo sobre Miyo. Así que cuando dijo
eso, ¿había querido decir…?

¿Que no debería preocuparme por el matrimonio porque nunca se


producirá, ya que no tengo el Don?

A pesar de su tendencia a suponer lo peor, había llegado a conocer


un poco a Kiyoka. Aunque no podía saber cómo era en el trabajo,
siempre era amable cuando estaba con ella. Así que no podía ser eso.

“… Hana, ¿he tenido una impresión equivocada todo este tiempo?”

“¿Mi lady?”

“A diferencia de Kaya, yo no tengo Visión Espiritual ni ninguna


otra habilidad sobrenatural… Siempre había creído que por eso no
valía nada.”

Poseer o no el Don decidía tu destino. Como alguien que había


nacido sin él, Miyo estaba destinada a ser maltratada por su familia.
¿No era eso lo que había interiorizado en algún momento de su vida?
No podía negarlo.

“Tenía miedo de decirle al Sr. Kudou que carecía del Don. Pensé
que pondría fin a este período brevemente feliz de mi vida. Estaba
absolutamente convencida de que se desharía de mí de inmediato si lo
supiera.”

No se le había ocurrido que esa forma de pensar sólo sería válida si


Kiyoka era como su padre, para quien el Don había sido crucial. Miyo
debería haber hablado con él sinceramente mucho antes, no para
acelerar lo que creía inevitable —que la echara a la calle—, sino para
averiguar si iba en serio lo de casarse con ella. Había tardado tanto en
comprenderlo.

“Yo…”

Miró su escritorio, la cuerda que estaba trenzando y el lazo para el


cabello que tenía al lado, ambos hechos para Kiyoka. Hana le apretó la
mano y Miyo se volvió hacia ella, notando la seriedad de sus ojos.

“Ten valor, Lady Miyo. El Sr. Kudou la está esperando.”

“¡…!”

“Estarás bien. Y salga como salga, que sepas que esta vez acudiré
en tu ayuda si lo necesitas.”

“Gracias, Hana.”

Miyo la abrazó como una niña que se aferra a su madre. Le trajo


recuerdos. Solía acurrucarse contra Hana y enterrar la cara en su pecho
cada vez que tenía ganas de llorar. Cuando Hana acarició suavemente
el cabello de Miyo, sintió su cálida mano tal y como la recordaba.

“Yo… haré lo que pueda.”

Estaba preocupada por lo que diría Kiyoka, incluso asustada. Pero


tenía que armarse de valor para hablar con él, aunque fuera paso a paso.
Ante todo, tenía que dejar de esconderse en su habitación.

El mundo parecía más luminoso cuando se soltó del abrazo. Agarró


la cuerda para el cabello y salió de su habitación a toda prisa.
Normalmente él estaría en el trabajo a esa hora, pero ella estaba tan
concentrada en lo que tenía que hacer que ni siquiera se le había pasado
por la cabeza. Cuando abrió la puerta del salón, estaba segura de que
lo encontraría allí.

“¡Sr. Kudou!”

Sonó más fuerte de lo que esperaba. Kiyoka la miró, sobresaltado.


Con el cabello suelto sobre los hombros y su atuendo informal, su
expresión era un poco cómica. De algún modo, eso era todo lo que
Miyo necesitaba para tranquilizarse.

“¿A qué viene tanto alboroto?” Preguntó.

Inusitadamente, sus ojos se apartaron de ella como si no estuviera


seguro de sí mismo. Era Miyo la que había tenido tanto miedo de esta
conversación, pero ahora parecía todo lo contrario. Se sentó junto a
Kiyoka, agarrando la cuerda para el cabello con la mano.

“Sr. Kudou, hay algo que he olvidado decirle.”

El corazón le latía con fuerza y empezó a sudar frío. Por difícil que
fuera mirarle a los ojos, ya no había vuelta atrás. Tenía que terminar lo
que había empezado. Y tal y como Hana le había dicho que haría,
Kiyoka esperaba pacientemente a que empezara.

“Yo… Yo…”

“…”

“… no poseo el Don.”
Una vez que empezó, las palabras fluyeron con urgencia mientras
expresaba lo que tanto había temido confesar. Se obligó a no llorar.

“No tengo Visión Espiritual. Mis padres eran de linaje superdotado,


pero yo no he heredado nada.”

“…”

“En cuanto a mi educación, sólo terminé la escuela primaria. Mi


familia me obligó a trabajar para ellos como sirvienta. Como no he
recibido clases particulares, no puedo hacer nada de lo que se espera
de la hija de una familia rica. Y mi aspecto… Bueno, ahí tampoco hay
nada que decir. Esas son las razones por las que no merezco ser tu
esposa.”

Cuanto más avanzaba, más abatida se sentía. Como una niña a la


que regañan, se retrae cada vez más en sí misma. Sin embargo,
continuó con seriedad.

“Entiendo perfectamente que esté enfadado conmigo, Sr. Kudou.


Por ocultarle egoístamente la verdad, por no querer que me eche…”

Miyo se había prometido a sí misma que no lloraría, pero las


lágrimas empezaron a brotar de sus ojos. Estaba a punto de sollozar.

“Si me dices que me muera, me quitaré la vida. Si me dices que me


vaya de tu casa, me iré enseguida.”

“…”
“Hice esto para ti como muestra de mi gratitud y como disculpa. Si
no lo necesitas, no dudes en tirarlo o quemarlo.”

Colocó el coletero en el suelo delante de él, se arrodilló y se inclinó,


tan humildemente como cuando lo conoció.

“Gracias por todo lo que has hecho por mí. No tengo más secretos
para ti. Por favor, dime lo que deseas hacer conmigo.”

Kiyoka no respondió de inmediato. Demasiado asustada para


mirarlo, Miyo esperó en silencio con los ojos firmemente cerrados.

“¿Cuánto tiempo más piensas postrarte?”

Ya había oído esas mismas palabras antes. Al levantar la vista,


sorprendida, vio que Kiyoka esbozaba una sonrisa pícara. La
vislumbró sólo un instante antes de que su visión se oscureciera de
repente.

“Sería todo un problema que te fueras ahora, ya que estoy a punto


de hacer oficial nuestro compromiso.”

Miyo sintió su gran mano en la nuca, respiró el tenue aroma que le


gustaba llevar. Se dio cuenta de que la había abrazado con fuerza y
apretó la cabeza contra su pecho. Eso y lo que acababa de decir sobre
su deseo de casarse con ella le dieron vueltas a la cabeza.

“Sr. Kudou…”

“¿No te gustaría? ¿No quieres quedarte aquí conmigo?”


Claro que quiero… Ahora su corazón se aceleraba por un motivo
totalmente distinto. Sus mejillas, que habían palidecido por la
ansiedad, se sonrojaron y se calentaron tanto que pensó que podría salir
vapor de ellas. Con la lengua trabada, permaneció abrazada a él hasta
que oyó su respiración agitada, como si hubiera recuperado el sentido.
Cuando la soltó, se dio cuenta de que sus orejas estaban teñidas de rojo.

“Yo… Um…”

Se sentía tan tímida que le costaba hablar, pero sabía que tenía que
comunicarle lo que su corazón deseaba. Para terminar lo que había
empezado, tendría que armarse de más valor.

“Me gustaría quedarme con usted, si me lo permite.”

“¿Permitirlo?” Se rio entre dientes. “Eres la única con la que quiero


vivir. Nadie más lo hará.”

“¡…!”

Incluso después de haberlo sabido todo, Kiyoka seguía queriéndola.


La alegría le llenó el pecho y volvió a emocionarse hasta las lágrimas.
Si alguien le hubiera dicho que todas las penurias y angustias que había
soportado eran por este momento, habría pensado que merecía la pena.
Los sacrificios que se había visto obligada a hacer parecían un pequeño
precio a pagar por estar con ese hombre.

“Miyo.” Dijo su nombre por primera vez con una voz tan suave que
el mero hecho de oírla era pura felicidad. “¿Podrías atarme el cabello?”

“Sí… con mucho gusto.”


Kiyoka tomó la cuerda para el cabello y se la entregó. Miyo se puso
de rodillas y se colocó detrás de él. Tenía el cabello precioso, suave y
brillante como la seda. Reprimió un suspiro de envidia. Le temblaban
las manos, como si estuviera manipulando algo extremadamente
precioso.

“He terminado.”

Miyo le había atado el cabello suelto por detrás y se lo había llevado


hacia delante por encima del hombro para que pudiera ver el cordón
trenzado. Le quedaba incluso mejor de lo que había imaginado. El
color que había elegido era el morado, elegante pero discreto, como él.

“Es un color bonito.”

Sosteniendo un extremo de la cuerda entre el pulgar y el índice,


sonrió.

Dios mío… Siento que el corazón se me va a salir del pecho…

Esta vez, sin embargo, no fue por miedo.

“Gracias. Lo guardaré como un tesoro.”

“Me alegro de que te guste.”

Darse cuenta de que le había hecho feliz era demasiado para ella,
la hacía tartamudear. Estaba en un estado de felicidad, dando gracias
al destino por llevarla a su casa, por permitirle conocerle.
Un rato después, cuando la vergüenza había dejado de teñir sus rostros
y una nueva atmósfera de placidez había descendido sobre ellos, Hana
vino a anunciar que se marchaba a casa. Junto con Yurie, todos se
dirigieron a la puerta principal para despedirla. Yurie había hecho
compañía a Hana mientras Miyo hablaba con Kiyoka, y habían pasado
un rato estupendo charlando sobre ella mientras tomaban un té. Miyo
sintió una punzada de culpabilidad por haber ignorado a su invitada y
habérsela dejado a Yurie después de haber recorrido un camino tan
largo.

“¿Ya te vas…?”

“Sí, pero no voy a volver directamente a mi pueblo; hace tanto


tiempo que no estoy en la ciudad que he pensado que estaría bien
pasear un poco. El Sr. Kudou me ha preparado una bonita posada.”

La consideración y generosidad de Kiyoka volvió a asombrar a


Miyo. Aunque se sentía en deuda con él, sabía que le diría que no se
preocupara. Incluso había hecho que su ayudante, Godou, trajera a
Hana desde la estación… Se propuso en secreto encontrar alguna
forma de compensar a Kiyoka, por mucho que él la rechazara.

“Espero que podamos volver a vernos, Lady Miyo. Hay mucho de


lo que quiero hablar con usted.”

“A mí también me encantaría volver a verte, Hana.”

Al dejar de ser criada y señora, su nueva relación abría nuevas


posibilidades. Podían salir de compras o a comer cuando quisieran.
“Hana, muchas gracias por venir y darme consejos. Si no fuera por
ti, seguiría escondida en mi habitación.”

“Me alegro de haber sido de ayuda. Ha sido maravilloso volver a


hablar contigo después de tantos años, ahora que ya no eres una niña
sino una joven encantadora.”

Sonriendo, se apretaron las manos. Ninguna de las dos se atrevía


aún a despedirse. De repente, oyeron el ruido de un motor y un
vehículo se detuvo delante de la casa.

“Será Godou.” Dijo Kiyoka antes de saludar al visitante. “Mis


disculpas por hacerte conducir hoy.”

“No hay problema, Comandante. Eso es lo que acordamos.”

Godou sacó la cabeza por la ventanilla del lado del conductor.


Había venido a recoger a Hana y parecía tan tranquilo como la vez que
Miyo lo conoció. Si no fuera por su uniforme, nadie sospecharía que
formaba parte de la Unidad Especial Antigrotescos de élite.

“¿Te siguieron?”

“No lo creo. Parece que hoy los evadimos.”

Las mujeres no oyeron el intercambio de susurros entre Kiyoka y


Godou. Kiyoka había encomendado esta tarea a su ayudante en lugar
de ocuparse él mismo porque no quería que quienquiera que le hubiera
estado espiando se enterara de lo de ella. Nadie más tenía por qué
involucrarse.
“¡Suba al vehículo, señora!”

“Gracias, Sr. Godou.”

Miyo no podía apartar los ojos de Hana mientras subía al vehículo.


Cuando sorprendió a Godou mirándola fijamente, hizo una profunda
reverencia de gratitud. Él le sonrió encantadoramente y la saludó con
la mano antes de volver a meter la cabeza en el vehículo.

“… No estés tan triste. Eres libre de reunirte con quien quieras,


cuando quieras.”

Kiyoka le puso la mano en el hombro mientras veían alejarse el


vehículo. ¿Parecía triste? Se tocó la cara con ambas manos, como si
intentara medir su propia expresión.

“Gracias, Sr. Kudou…”

“No te preocupes.”

Miyo estaba segura de que había entendido todo lo que le estaba


agradeciendo. Pero su respuesta fue tan cortante que no pudo evitar
reírse.

Chupando aire entre los dientes, irritado, Minoru Tatsuishi arrugó el


familiar de papel de pájaro que había vuelto sin nada tras fracasar en
su intento de localizar a su objetivo. Al principio, todos sus familiares
habían acabado hechos cenizas, así que se había vuelto más cuidadoso.
Mantener las distancias había tenido un éxito parcial: ninguno de ellos
había sido destruido, pero tampoco habían conseguido reunir la
información que Minoru quería. Kiyoka parecía estar jugando con
ellos.

Aunque Minoru estaba más interesado en Miyo, aún no había


conseguido que sus familiares se acercaran a ella ni una sola vez.

“¿Puedes creer que a Miyo aún no la han echado de casa de Kudou?


No puedo entender cómo se las apaña. Quizá sea una buena sirvienta.
Tiene que ser para eso para lo que la mantiene, basándose en su ropa.”
Se había quejado Kaya en una visita.

Minoru no podía verificar la veracidad de las afirmaciones de Kaya.


Sin embargo, quizá pudiera utilizar a esta mocosa malcriada en su
beneficio. Desde su compromiso con Kouji, Kaya solía compartir
cotilleos con su futuro suegro, y parte de la información que obtenía
era realmente valiosa.

“Kouji realmente me molestó ese día. ¡Siempre se pone de parte de


Miyo!”

Luego pasó a contarle que ese día también había visto a alguien
extraordinario. El hombre que había descrito con ojos soñadores y
mejillas sonrojadas era sin duda Kiyoka Kudou. Así que,
efectivamente, había visitado a los Saimori. Minoru no pudo averiguar
de qué había hablado Kiyoka con el jefe de familia de los Saimori, pero
según las impresiones de Kaya, había venido a quejarse de la
lamentable novia que le habían enviado. Desde su visita, el ambiente
en casa de los Saimori se había vuelto más sombrío que nunca, así que
presumiblemente había exigido un pago como compensación por el
incidente.

Se habrían ahorrado el problema si le hubieran ofrecido Miyo a mi


hijo.

Ajeno a sus propios defectos, maldijo a los Saimori por su


estupidez. Pero más vale tarde que nunca. Despreciada por Kiyoka,
pronto Miyo estaría disponible para los Tatsuishi. Entonces todo
encajaría. Minoru sonrió para sí, sin sospechar ni por un momento que
Kiyoka había ido a hablar con los Saimori para pedir oficialmente la
mano de Miyo.

Había pasado una semana desde la visita de Hana. Era una agradable
tarde de principios de verano gracias a una ligera brisa que mantenía a
raya el calor.

Cuando Miyo terminó de ponerse el kimono atándose bien el fajín, se


sintió como si hubiera vuelto a nacer. El kimono, el fajín y todos los
accesorios que lo acompañaban eran nuevos y de excelente calidad.

Creo que me parezco un poco a ella. El reflejo de Miyo en el espejo


no dejaba de parecerse a cómo había visto a su madre en el sueño,
vestida con un kimono rosa flor de cerezo muy parecido al que llevaba
ahora. Su cuerpo delgado ya no parecía malsano, su cutis había
mejorado e incluso su cabello empezaba a mostrar signos de brillo.
Miyo nunca olvidaría aquel momento en que Kiyoka le regaló aquel
kimono tan parecido al recuerdo perdido de su madre. Ya le hacía
bastante feliz que él le hubiera hecho varios kimonos, pero además le
había elegido este rosa porque había pensado que le sentaría mejor.
Keiko, la dueña de Suzushima, se lo había contado en secreto. Al
principio, sintió el impulso ilógico de reñirle por hacer tanto por
complacerla, pero la euforia que sintió la dejó sin habla. Desde
entonces, brillaba cada vez que miraba el kimono, algo tan inusual que
debió de sorprender a todo el mundo.

Miyo se preparaba para recibir a un invitado ese día. Había invitado


a Godou a cenar para agradecerle que llevara a Hana cuando la visitó.
Aunque no estaba segura de poder ser una buena anfitriona, ya que
Godou era casi un desconocido, había preguntado a Kiyoka por las
comidas que le gustaban a su ayudante y las había cocinado en
consecuencia.

Espero que el Sr. Godou disfrute de la cena. Agonizar por ello no


ayudará en nada.

Miyo se maquilló ligeramente como le había enseñado Yurie antes


de apresurarse a la cocina para terminar de preparar la cena.

“Aah, ésta va a ser una velada estupenda.” Anunció Godou


alegremente.
Kiyoka volvía a casa del trabajo con su ayudante en el asiento del
copiloto. Le lanzó una mirada penetrante.

“Pensé que lo había arreglado contigo pagando tu comida y bebida


en el bar. Teníamos un acuerdo.”

“Tu Miyo va a ser una esposa buena y sensata.”

“¿Desde cuándo la tuteas?”

La familiaridad casual de Godou estaba poniendo de los nervios a


Kiyoka.

“¿Qué, estás celoso?”

“Por supuesto que no. Pero cada vez es más difícil no pegarte.”

“¡Eso son celos, Comandante!”

Godou se lamentaba teatralmente de que su brutal superior


estuviera planeando matarle. Mientras tanto, Kiyoka se planteó echarle
del vehículo sólo para no tener que soportar sus payasadas.

Se había sorprendido cuando Miyo anunció que quería invitar a


Godou a cenar, pues no esperaba que quisiera ver a nadie. Tras su largo
periodo de aislamiento en casa, se había avergonzado demasiado de sí
misma como para buscar el contacto con los demás. Sin embargo,
ahora que su futuro ya no era incierto y ya no parecía hambrienta y
maltratada, debía de haber recuperado algo de confianza. Eso hacía
feliz a Kiyoka.

“¿Has perdido al familiar que te seguía?” Preguntó Godou.


“Por supuesto. No soy un aficionado.”

Godou se volvió para mirar por la ventanilla trasera. Todos los días,
sin falta, aparecía un familiar de papel en las inmediaciones de Kiyoka
para espiarlo, pero por el momento parecían estar a salvo. Evadir a un
espía humano podía ser complicado, pero los familiares insignificantes
como aquel se despistaban con facilidad. Kiyoka había rodeado su casa
con una barrera invisible impenetrable para los familiares de papel, y
cuando Hana había estado de visita, había tomado todas las
precauciones para asegurarse de que el espía no se enterara.

“No pretendía dudar de sus habilidades, Comandante. Ni siquiera


debería haber preguntado.” Admitió Godou. “Tengo que decir que los
superdotados tienen habilidades realmente patéticas hoy en día.”

“Con menos Grotescos, no hay necesidad de que perfeccionen su


habilidad.”

Debido a las influencias culturales occidentales y al avance de la


tecnología en el imperio, cada vez más gente negaba la existencia de
los grotescos, cuyo número también había empezado a disminuir de
forma extraña. En consecuencia, había disminuido la demanda de
usuarios de dones con talento que pudieran cazar a esas criaturas.

“¿Qué es lo que dicen: que los grotescos son ilusiones? ¿Delirios


de la imaginación? Bueno, eso no está del todo mal.” Dijo Godou.

“En efecto.”
Los grotescos aparecían cuando la gente atribuía a monstruos
fenómenos que no comprendía. Si un número suficiente de personas
temía lo mismo, su miedo combinado tenía el poder de manifestar
físicamente esas formas. Sin embargo, con la llegada del pensamiento
científico, la gente empezó a buscar explicaciones lógicas para el
mundo que les rodeaba. Como el miedo a lo sobrenatural se había
vuelto menos común, las grotescos tenían menos de qué alimentarse.

“Aunque siempre es bueno tener menos trabajo.” Comentó Godou.

Tal y como estaba la situación, era inevitable que las familias de


superdotados sin talentos dignos de mención se volvieran menos
adeptas a usarlos. Ni siquiera Kiyoka, considerado el mejor de su
generación, habría figurado entre los mejores usuarios de dones del
pasado.

“Aquí estamos. Bájate.”

Habían llegado a la casa de Kiyoka. Harto de su ayudante, que se


pasó el trayecto charlando mientras su superior conducía, Kiyoka le
empujó fuera del automóvil. Godou lanzó un grito de sorpresa y se
volvió rápidamente para quejarse.

“¡Sigue con esta brutalidad y se lo contaré a Miyo!”

“Oh, ¿lo harás…? Parece que tendré que asegurarme de que no


hables.”

“No, espera, no hay necesidad de eso…”


Godou se puso pálido. Kiyoka sólo había bromeado, por supuesto,
pero a su ayudante le gustaba presumir de sus dotes interpretativas.
Kiyoka suspiró.

Miyo estaba esperando en el porche como de costumbre. Yurie no


estaba allí, así que ya debía haberse ido a casa.

“Bienvenido a casa, Sr. Kudou. Sr. Godou, muchas gracias por su


visita.”

Miyo juntó las manos y se inclinó lentamente. Estaba preciosa con


su bello kimono. Kiyoka la había obligado a aceptarlo a cambio del
lazo para el cabello hecho a mano que le había regalado. De un tono
rosa pálido, le sentaba tan bien como había imaginado. La tez de Miyo
parecía más sana ahora, y lucía un tenue rubor en las mejillas. Llevaba
el cabello bien peinado, negro y brillante como el ala de un cuervo,
suelto por detrás. Aunque las muñecas que sobresalían de sus mangas
seguían siendo delgadas y frágiles, ya no parecía desnutrida.

Kiyoka encontró fascinante su transformación. Era como si un


guijarro encontrado al borde del camino hubiera ocultado una piedra
preciosa en su interior. Keiko había acertado con ella. Para disgusto de
Kiyoka, se sentía casi agradecido con los Saimori por haberle dado sin
querer la novia perfecta.

“¿Sr. Kudou? ¿Ocurre algo?”

“No, yo… sólo estaba pensando que estás muy bella con este
kimono.”
Inmediatamente se sintió avergonzado por haber dicho eso en voz
alta. ¿Qué me pasa?

Al notar que las mejillas de Miyo se ponían escarlatas a su vez,


sintió el impulso de correr y esconderse. También quiso patear a
Godou, que le miraba como diciendo que dejaría en paz a los dos
tortolitos, pero, naturalmente, no podía hacerlo delante de Miyo. Estos
días su corazón no se comportaba como siempre. Siempre le estaba
dando problemas.

“Es un regalo maravilloso. Me encanta este color.”

“Me alegra oír eso.”

Había acertado al pedir a Keiko que confeccionara el kimono para


Miyo lo antes posible. Aunque ya no coincidía con la estación, eso no
tenía importancia mientras ella lo disfrutara.

“¡Oh, perdóneme por ser tan desconsiderada, Sr. Godou! Por favor,
entre.”

Al darse cuenta de que había estado ignorando a su invitado, Miyo


se asustó por un momento. Abrió la puerta y lo invitó a pasar. Godou
soltó una carcajada inusualmente seca y entró con resignación, con los
ojos tan vacíos como los de un pez muerto. Miyo los condujo al salón,
elegantemente decorado para la ocasión. Se sentaron y ella sirvió la
comida enseguida.

“¡Guau, esto está delicioso!”

“Por favor, coma hasta hartarse.”


Miyo siguió trayendo más y más platos. Había elegido raciones más
pequeñas pero más variadas. A continuación, sacó pequeños cuencos
y platos llenos de los habituales encurtidos y verduras hervidas en
caldo, que había condimentado fuertemente para complementar lo que
bebían los hombres. Godou alabó cada uno de los platos que probó.

“Sigues viviendo con tus padres. ¿No te alimentan bien?” Le


preguntó Kiyoka.

“No lo entiende, Comandante. Claro, tenemos un chef, pero los


sabores simples de la comida casera y de bar son singularmente
reconfortantes.”

“…”

Quizá lo fueran. Ahora que lo pensaba, Kiyoka tenía al menos dos


comidas diarias preparadas por Miyo o Yurie, así que quizá se había
acostumbrado al tipo de comida que comían los plebeyos. En su
juventud, cuando vivía en casa de sus padres, sólo comía buena cocina,
hasta el punto de que apenas podía soportarla. Las comidas caseras
sencillas eran más de su gusto.

“Permítame rellenar su vaso, Sr. Godou.”

“Oh, gracias.”

Los elogios de Miyo a su cocina la pusieron un poco nerviosa


mientras le servía otra copa. Una vez lleno el vaso, se inclinó
cortésmente ante él.
“Sr. Godou, no sabe cuánto le agradezco su ayuda con la visita de
Hana.”

“Sólo hice de conductor, eso es todo.”

“Pero usted es ayudante del Sr. Kudou, lo que significa que


pudimos pasar esa tarde hablando sólo porque usted se ocupó
generosamente de sus responsabilidades en el trabajo.”

Miyo era una anfitriona deslumbrante que hablaba con una gracia
inusual. Si era algo que había aprendido recientemente o una cualidad
innata reprimida durante mucho tiempo, a Kiyoka le daba igual. Dio
un gran sorbo a su bebida, orgulloso de ella y de buen humor. Pero
entonces…

“¡Señorita Miyo, nunca nadie me había hablado tan cariñosamente!


¡Eres un ángel! ¡Por favor, rompe con mi cruel Comandante y cásate
conmigo!”

“¿Perdón…?”

“¡Eh!” ¿Cómo se atrevía Godou a ser tan insolente? La voz de


Kiyoka se tiñó de ira, su paciencia se agotaba. “Cuida tu lengua,
Godou…”

Aunque a veces podía ser excesivamente humilde, Miyo era


atractiva, realizaba las tareas domésticas con facilidad y destreza y
tenía buen carácter. Evidentemente, Kiyoka no era el único hombre
que veía en ella una buena esposa. Una tormenta comenzó a gestarse
en su pecho ante la idea de que se casara con otro.
“¡Sólo estaba bromeando! ¡Deja de mirarme como si fueras a
matarme! ¡Da mucho miedo!”

Godou palideció y se apresuró a explicar que sólo estaba


bromeando con su jefe, que siempre era malo con él. Aunque al
principio Kiyoka le dirigió una mirada gélida, Godou se recompuso al
oír la respuesta dubitativa de Miyo.

“Um, Sr. Godou, por mucho que agradezca la oferta… me temo que
prefiero al Sr. Kudou… Por favor, perdóneme.”

Godou debió de sentirse incómodo al ver que Miyo se había tomado


tan en serio lo que obviamente era una broma.

“Er… ¡Por supuesto que sí! Lo siento, ¡era una broma de mal
gusto!”

¿Y quién podría culpar a Kiyoka por deleitarse con la incomodidad


de su ayudante? Se lo merecía después de hacer un comentario tan
descuidado sólo para reírse. Quizá ahora aprendiera el peso de sus
palabras. Pero lo que más satisfizo a Kiyoka fue oír a Miyo decir que
le prefería a él. Había albergado la persistente sospecha de que se
habría casado con cualquiera que le hubiera ofrecido un hogar cálido.
Aunque no habría renunciado a ella aunque así fuera, se sentía mucho
mejor sabiendo que no era así. Aunque al principio ella sólo veía el
matrimonio como un medio de obtener cobijo, parecía haberle tomado
cariño, ya que vestía felizmente el kimono que él había elegido para
ella. Perdido en sus cavilaciones, la conversación continuó sin él.
“¿En serio? ¿Incluso oficiales de alto rango…?”

“Absolutamente. Incluso hay generales que tiemblan ante la sola


mención de su nombre. Temo imaginar lo que el Comandante Kudou
ha hecho para aterrorizarlos tanto.”

“Espera…”

Resultó que Miyo y Godou habían roto el hielo y hablaban


animadamente de él.

“No querrás provocar la ira de Kiyoka Kudou, oh no… es un


demonio cuando se enfada. Sólo un puñado de personas se atreven a
expresarle abiertamente sus opiniones, como yo mismo y su superior
directo, el general de división Ookaito.”

“Godou…”

“El entrenamiento de nuestra unidad es infame por estar entre los


cinco más draconianos de todo el ejército. Y sí, lo has adivinado, es
gracias a nuestro despiadado comandante. Al menos sus soldados no
muestran miedo cuando luchan contra grotescos—¡no son ni la mitad
de terribles que él!”

“… Godou, basta de cháchara.”

“¡Eek!”

Su charla continuó hasta bien entrada la noche.


Después de que Godou volviera a casa, Kiyoka se dio un baño. De
vuelta al salón, se dio cuenta de que algo iba mal. La casa estaba
extrañamente silenciosa, como si estuviera solo. ¿Habría terminado
Miyo de limpiar tras la cena y se habría ido a dormir?

La luz de la cocina estaba apagada y tampoco había velas


encendidas. Miyo debía de estar en el salón o en su habitación. No, no
podía estar en su habitación; había pasado antes por delante y no había
percibido su presencia. Frunció el ceño y se dirigió al salón. A medida
que se acercaba, captó unas palabras fragmentadas.

“… N-No, por favor… Madre…”

Era la voz de Miyo. Parecía delirar. Alarmado, Kiyoka abrió la


puerta de un tirón y vio a Miyo dormida, con la cabeza apoyada en la
mesa de la esquina de la habitación. Probablemente se había quedado
dormida por el cansancio tras un largo día. Eso normalmente no era
nada inusual, pero… Consiguió captar un débil eco de una habilidad
sobrenatural que se había utilizado.

No me lo estoy imaginando…

Como Kiyoka tenía un agudo sentido de la presencia de las


personas, nadie más podía haber entrado en la casa mientras él estaba
en el baño sin que se diera cuenta. Ni él ni Godou habían activado sus
poderes especiales durante la cena. Esto era alarmante. ¿Podría alguna
criatura de otro mundo que ni siquiera Kiyoka pudiera detectar haberse
colado en su casa y utilizado una habilidad? ¿Era eso posible? Se le
ocurrió otra explicación, pero la ignoró por el momento mientras se
acercaba a Miyo, que dormitaba.

“… Por favor, no…”

Su voz era desesperada e implorante. Kiyoka se acercó en silencio


a su lado. Las mejillas de Miyo estaban húmedas por las lágrimas y,
aunque tenía los ojos cerrados, su rostro mostraba una mueca de
angustia. Si hubiera estado durmiendo plácidamente, él no la habría
despertado, pero era evidente que sufría. Le puso la mano en el hombro
y la sacudió suavemente.

“Miyo… Despierta, Miyo.”

“… Kaya… para… No más…”

A pesar de su dirección, seguía en las garras de su pesadilla.

“¡Despierta!”

Preocupado, levantó la voz, y ella por fin dejó de murmurar en


sueños antes de abrir los ojos somnolienta.

“… ¿Nngh?”

“Despierta, Miyo. ¿Estás bien?”

“¿Eh…? ¿Sr. Kudou?”

Al ver que parecía estar bien, dejó escapar un largo suspiro de


alivio. Pero no podía bajar la guardia, ya que sabía que un poder
desconocido se había activado allí recientemente.
“Sí, soy yo. Te habías dormido y me costó despertarte. ¿Te
encuentras bien?”

“Um…”

Se incorporó lentamente y ladeó la cabeza, confundida, como si aún


no se hubiera despertado del todo y no entendiera lo que pasaba.
Kiyoka frunció el ceño, preocupado, mientras examinaba su tez, aún
húmeda por las lágrimas.

“¿Has tenido una pesadilla?”

“¿Fue… un sueño?”

Procesaba todo con lentitud, pero al recordar la pesadilla, sus ojos


se abrieron de par en par, asustados, y de ellos brotaron lágrimas
frescas. Nunca la había visto llorar así. Le dolió verla tan angustiada,
encorvada y sollozando incontrolablemente con ambas manos sobre la
cara. Instintivamente, la rodeó con los brazos y la abrazó.

“Sr. Kudou, yo…”

“No pasa nada. Debe haber sido un sueño horrible. Sólo llóralo.”

Por lo que pudo deducir de los fragmentos de palabras que había


pronunciado en sueños, madre y Kaya, había estado soñando con que
su familia le hacía algo horrible.

“Eres mi prometida. Y como te dije antes, eso significa que tenemos


que ser abiertos el uno con el otro. Puedes confiar más en mí, venir a
pedirme ayuda. No tienes que ocultar tus sentimientos; puedes pedirme
consuelo. ¿No es eso lo que significa el matrimonio: apoyarse
mutuamente?”

Se preguntaba cuánto de lo que decía le llegaba a ella. Últimamente


estaban más unidos, pero las heridas de su corazón eran más graves de
lo que había imaginado. Ni siquiera sus cuidados podrían curarlas
rápidamente.

Ojalá ya estuviera libre de esta carga…

Ya nadie iba a hacerle daño. Si alguien de la familia o del círculo


social de Kiyoka deseaba hacerle daño, no dejaría que se acercara a
ella.

“Llora a mares. Cuando tus lágrimas se sequen, me gustaría verte


sonreír de nuevo.”

“…”

Siguió acariciándole el cabello mientras ella se enterraba


profundamente en su pecho, temblando por los sollozos. Kiyoka estaba
dispuesto a consolarla así tantas veces como hiciera falta para que
dejara de llorar, para que dejara de doler. La mujer que abrazaba se
sentía delicada, pequeña y frágil, como si fuera a romperse fácilmente
si él no estaba allí para protegerla.

Poco después, le describió su sueño, hablando a trompicones entre


sollozos. En la pesadilla, su madrastra y su hermanastra habían
despedazado y quemado los recuerdos de la madre de Miyo. Cuando
les suplicaba que se detuvieran y le devolvieran sus pertenencias, se
reían. Aunque no dijo si se basaba en hechos reales, Kiyoka tenía la
sensación de que no estaba lejos de la verdad.

“Debe haber sido muy duro.”

Kiyoka no se refería sólo al sueño. Lo había dicho imaginándose a


Miyo, que aún no había cumplido los diez años, teniendo que buscarse
la vida ella sola tras perder a Hana, su única amiga. Sólo podía
imaginar cómo había sido la vida de Miyo basándose en lo que había
leído en el informe. Pero también quería creer que su corazón sanaría
con el tiempo.

“¿De verdad puedo quedarme con usted para siempre, Sr. Kudou?”

“Por supuesto. Podemos estar juntos el resto de nuestras vidas.”


Ella le miró y él le sonrió con ternura. “Me estás haciendo repetir lo
mismo. Ya te he dicho que te quiero en mi vida.”

“… ¿Aunque sea tan inútil? ¿Tan sin talento?”

“No pienso en ti de esa manera. Y aunque eso fuese cierto, que no


lo es, mis sentimientos no cambiarían.”

Miyo se sonrojó y parpadeó para ahuyentar las últimas lágrimas


mientras apartaba la mirada con timidez.

“No…”

“¿?”

“No creo que te merezca… pero quiero quedarme contigo para


siempre y ayudarte de alguna manera.”
“Puedes hacerlo.”

“Necesito… hacerlo mejor, para poder mantenerte el mayor tiempo


posible.”

“Te agradecería cualquier cosa que hicieras.”

Le llamó la atención que fuera la primera vez que hablaba del futuro
con cierto optimismo, después de soportar años en los que su familia
la privaba del derecho a su libre albedrío. Aunque era obvio que no
podría recuperar la confianza tan pronto, Kiyoka estaba dispuesto a
animarla a dar pequeños pasos para creer en sí misma y confiar en él.

Pero, ¿qué era ese poder que había manifestado antes…? Sus
débiles rastros casi se habían desvanecido. Kiyoka volvió a fruncir las
cejas, sopesando posibles explicaciones. Era posible que una habilidad
sobrenatural hubiera provocado las pesadillas de Miyo. Si eso era
cierto, el culpable era sin duda un miembro de la familia Usuba.

A la mañana siguiente, Miyo se mostró más nerviosa con Kiyoka. Se


sentía culpable y avergonzada por haberse quedado dormida mientras
esperaba a que Kiyoka regresara de su baño y que una simple pesadilla
la hubiera reducido a un desastre sollozante ante él. Es cierto que él
quería que se sincerara sobre sus sentimientos, pero en lo que a Miyo
respectaba, ese comportamiento era inaceptable para una mujer adulta.
Peor aún, se le había escapado que tenía pesadillas desde que se había
mudado a su casa, y eso le preocupaba. Vio que su expresión se
nublaba y se volvía intimidante. La aterradora frialdad de sus ojos
correspondía a su reputación de hombre cruel e insensible. No parecía
molesto con ella, pero el aire frío que le rodeaba la hizo estremecerse.

Cuando el desayuno había transcurrido en un incómodo silencio y


Kiyoka se disponía a marcharse a trabajar, Miyo le entregó un pequeño
paquete.

“Así que, um, hice esto para ti…”

Como una disculpa, pero ella dejó esa parte sin decir.

“… ¿Me preparaste el almuerzo?”

“Sí…”

No estaba del todo convencida de que eso transmitiera claramente


que lo sentía y que quería compensar la escena de anoche, pero eso era
lo que Yurie había sugerido. La fiambrera había estado tirada en la
cocina, así que la había llenado de comida que le había encantado
cocinar y la había envuelto cuidadosamente en tela.

“Gracias.” La aceptó con una sonrisa, subió al vehículo y se


marchó. Puede que fuera su imaginación, pero parecía haberse
animado.

“Tengo que hacer más por él.”

Quería hacerlo sonreír, apoyarlo como su prometida. Tal vez no


pudiera hacer mucho, pero si ponía todo su empeño en cada pequeña
cosa, quizá con el tiempo se ganaría un lugar a su lado como esposa.
CAPÍTULO 4:
La Elección del Desafío

Minoru Tatsuishi finalmente la vio por pura casualidad. Espiar a


Kiyoka Kudou se había convertido en parte de su rutina diaria. Aquel
día, se encerró en su estudio y observó a Kiyoka y la ciudad a través
de los ojos de su familiar de papel con la esperanza de reunir
información que le permitiera apoderarse de Miyo para su familia.

Al principio pensó que se había equivocado, que no podía ser ella.


No se parecía en nada a lo que él recordaba, ni a la impresión que Kaya
le había dado de Miyo. Sin duda era Miyo, pero sus modales, su
expresión y su atuendo eran diferentes a lo que él estaba acostumbrado.
No debía ser así. Cuando por fin cayó en la cuenta de que Kiyoka
pretendía quedarse con ella, Minoru quiso gritar de rabia. Sólo
pensarlo le hacía hervir de rabia, a punto de arrancarse el cabello por
la frustración. Estaba indignado hasta el punto de no poder pensar
racionalmente; sabía que Kiyoka estaba fuera de su alcance, pero su
ira le hacía olvidar ese simple hecho.

Llamó a Kaya de inmediato. Sería su herramienta obediente. No le


importaba lo que pensaran de sus métodos; Miyo era su tesoro, no el
de Kiyoka. Minoru necesitaba el Don del linaje de los Usuba para
restaurar el estatus de su propia familia.

“¿Qué te pasa? ¿Por qué querías verme?”


Kaya le miró inquisitivamente y se sentó en el sillón de cuero frente
a él. Él le sonrió.

“… Acabo de ver la cosa más increíble.”

“¿Eh?”

“Pensé que también podría interesarte a ti, Kaya. ¿No te gustaría


saber qué ha hecho tu hermana últimamente?”

La orden de su madre se había arraigado en su psique.

“Kaya, nunca debes volverte así.”

Su madre se lo había inculcado. Cada vez que se cruzaban con su


hermana en la vasta residencia Saimori, su madre señalaba a Miyo e
instaba a Kaya a evitar acabar como ella. Miyo no era una Saimori, era
una inútil.

La madre de Kaya exigía que su hija fuera superior a su hijastra en


todos los sentidos. Kaya tenía que ser una alumna perfecta, porque si
cometía el más insignificante de los errores, su madre la regañaría.
Kanoko se deshacía en cotilleos malintencionados sobre la metedura
de pata de Kaya, insistiendo en que ésta iba a acabar como Miyo por
su culpa. Así, la idea de que siempre tenía que ser mejor que su
hermanastra arraigó en su mente. Todo lo que Miyo tenía, Kaya
también lo necesitaría. De hecho, Kaya tenía que tener incluso más que
su hermana. Cuando su futuro suegro la llamó a su estudio y le contó
lo que había averiguado de Miyo, ella no le creyó.
¡Mentiras, mentiras, mentiras…! ¿Su hermanastra, paseando por la
ciudad en un elegante kimono, con una sirvienta a su lado? Eso tenía
que ser inventado.

Volvió a su casa, se encerró en su habitación y activó su Visión


Espiritual como le había enseñado su padre. Luego construyó
torpemente un familiar de papel. Cualquiera con visión espiritual era
capaz de aprender esta técnica sobrenatural. Sin embargo, como mujer,
no se esperaba que luchara contra grotescos, así que nunca se había
preocupado demasiado por dominar los oficios paranormales. A pesar
de ello, era capaz de construir un familiar de papel y usar la visión
compartida para ver a través de sus ojos. Al abrir la puerta corredera,
Kaya liberó al familiar que había fabricado con pequeños trozos de
papel.

Tiene que ser un error. Apretó el único trozo que le quedaba en la


mano.

Cuando había estado en la ciudad hacía unas semanas, se había


sentido aliviada al encontrar a su hermana vestida con un viejo kimono
raído. Pero, ¿y si Kiyoka iba a seguir adelante con su oferta de
matrimonio?

El hombre despampanante que había visto en su casa aquel día no


era otro que Kiyoka Kudou. ¿Iba a acabar su hermana, la buena para
nada, con un apuesto marido y riquezas suficientes para mantener un
ejército de sirvientes mientras se vestía con el más fino de los
kimonos? No. No, eso no puede ocurrir.
Kaya intuía que convertirse en la señora de la casa Saimori no era
una perspectiva muy deseable. Así lo había deducido de sus
compañeros de clase y de su círculo social. Pocos nombres salían a
relucir cuando se hablaba de familias notables con el Don, pero Kudou
siempre estaba entre ellos. Por otra parte, ni los Saimori ni los Tatsuishi
eran dignos de mención. La gente pensaba que carecían tanto de
capacidad como de promesa. Aunque su riqueza y el estatus que habían
alcanzado en el pasado obligaban a sus iguales a aceptarlos como
nobles, lo cierto es que no inspiraban mucho respeto. Dado que ambas
familias iban camino de la ruina, Kaya no podía contar con una vida
despreocupada de opulencia como esposa de un Tatsuishi y sucesora
de los Saimori. La mera idea de que su hermana pudiera casarse con la
rica familia Kudou era absurda.

En realidad, a Kaya no le importaban ni Kouji ni heredar el apellido


y el legado Saimori. Pero sí le importaba que Kiyoka Kudou
considerase a Miyo una esposa adecuada cuando, obviamente, debería
haber sido ella.

Es tan ridículo. Miyo no puede robar lo que debería ser mío… ¡Oh!

Su familiar se abría paso entre la multitud en una concurrida calle


de la ciudad. Kaya vio a alguien que se parecía a su hermana y casi le
dio un ataque.

“De ninguna manera, esa no puede ser Miyo…”


Era la viva imagen de una noble, vestida con un exquisito kimono
azul cielo y una encantadora sombrilla blanca en la mano mientras
charlaba con la criada con la que Kaya había visto a Miyo antes.

Miyo parecía otra persona. Aunque era menuda y frágil, ya no


parecía enfermizamente delgada. Su cabello, que solía estar apagado y
encrespado, ahora brillaba maravillosamente a la luz del sol. Ya no era
la hermana demacrada y poco atractiva que había conocido.

“¿Cómo demonios se puso así…?”

Sorprendida y confusa, Kaya ordenó a su familiar que siguiera a la


bella joven y a su sirvienta. Sin embargo, cuando vio que se acercaban
a la base de la Unidad Especial Antigrotescos, tuvo la presencia de
ánimo de hacerlo esperar a una distancia prudencial. La dama que
parecía su hermana intercambió unas palabras con el guardia y luego
esperó junto a la puerta. Y quién salió a recibirla, sino el mismo
hombre llamativo que había visitado al padre de Kaya unas semanas
antes. Para su sorpresa, su expresión no se parecía en nada a la que
recordaba. La primera vez que lo había visto, le había parecido frío y
despiadado, con el asesinato en los ojos. Pero el hombre que ahora
observaba a través de su familiar sonreía cariñosamente a la dama. A
su vez, ella le devolvía la sonrisa con las mejillas ligeramente
sonrojadas. No había duda: eran una pareja cariñosa que disfrutaba de
una agradable conversación.

“¡¿Por qué…?! ¡¿Cómo?!”


Kaya se sintió tan desconcertada que perdió el control de su
destartalado familiar y las imágenes que éste le enviaba desaparecieron
de su mente.

Esto no tenía sentido. Era imposible. ¿Su hermana, luciendo tan


hermosa? Era un envoltorio de fantasía en una caja vacía. Podría haber
estado vestida muy bonita, pero seguía sin ser nada. Kaya intentó
convencerse de que eso no cambiaba nada. Miyo había vivido como
una sirvienta. No tenía logros y carecía del Don. Era absurdo siquiera
sugerir que un hombre tan perfecto como Kiyoka Kudou elegiría
casarse con ella.

Kaya era más atractiva. Ella sobresalía en todo. Se merecía algo


mejor que seguir siendo una Saimori.

“Kaya, nunca debes volverte así.” Y no lo haría. No dejaría que


Miyo la superara.

¡Debería casarme con la familia Kudou!

Salió corriendo de su habitación y se dirigió directamente al


despacho de su padre. Sus padres siempre la habían adorado. Pensó
que le cambiarían el novio si se lo pedía. Pero iba a llevarse una gran
decepción.

“No. No pierdas el tiempo en estas tonterías. Deberías estar


aprendiendo a ser una buena esposa para Kouji Tatsuishi.”

“¡¿Por qué?!”
Su padre frunció el ceño, exasperado. Kaya no entendía por qué no
la escuchaba y se irritó aún más.

“Esto no tiene sentido. Olvídate ya de Miyo.”

“¡No se trata de Miyo, se trata de mí! ¡Soy más adecuada para


casarme con la familia Kudou!”

“Kaya, ¿no tienes nada mejor que hacer? ¿Por qué no vas y pasas
algo de tiempo con Kouji?”

“¡Pero, padre!”

Por más que le suplicaba, él no la escuchaba. Nunca le había


pasado. Incluso cuando empezaba mirándola con severidad, acababa
cediendo y dándole lo que quería. ¿Por qué no lo había hecho esta vez?

“¿Kaya?”

Se encontró con Kouji en el pasillo, frente al estudio de su padre.


Debía de haber venido de visita.

“Kouji…”

Kaya dudó. Kouji era amigo de Miyo. Si le decía que quería hacer
algo para frustrar la nueva felicidad de su hermana, él se opondría. Pero
pensándolo bien… Ella sabía que él amaba a Miyo. Intercambiar
novias también sería de su interés.

“Kouji, he estado pensando…” Empezó Kaya antes de preguntarle


si prefería casarse con Miyo.

“¿Qué?”
Su ceño se frunció en señal de confusión.

“¿No serías más feliz casándote con ella en vez de conmigo?”

“No entiendo por qué me preguntas esto.”

“Yo sería claramente una mejor novia para Kiyoka Kudou, así que
he estado pensando en intercambiar lugares con mi hermana. Sería lo
mejor. Me ayudarás, ¿verdad?”

“No seas tonta.” Espetó. Kaya percibió un atisbo de resignación en


sus ojos, y eso la irritó.

“¿Por qué no lo hacemos? Te gusta más Miyo que yo.”

“No importa quién me guste. ¿Acaso tu padre te dio permiso?”

“…”

“No puedes hacer nada sin su bendición.”

“… Oh, ya veo. Así que también vas a ser cruel conmigo.”

Al no encontrar simpatía ni en su padre ni en su prometido, Kaya


sintió una amarga decepción. Pero espera, ¡seguro que el padre de
Kouji se pone de mi parte!

No sólo la escuchaba siempre, sino que además le había hablado de


Miyo. Él la ayudaría. Eso tranquilizó a Kaya: siempre tendría a alguien
con quien contar. Estaba convencida de su superioridad sobre Miyo y
segura de que cualquier hombre la elegiría a ella antes que a su
hermanastra.
No mucho tiempo antes…

“Srta. Miyo, ¿está lista?”

“¡Sí, ya voy!”

Miyo salió de casa a pleno sol. Sólo era por la mañana, pero el sol
ya pegaba fuerte. Kiyoka no había vuelto a casa la noche anterior:
había tenido tanto trabajo que se había quedado en su despacho.
Suponiendo que estaría agotado, Miyo quiso hacer algo agradable por
él, así que decidió llevarle comida casera. Tanto Yurie como Godou le
habían contado que Kiyoka se saltaba comidas cuando estaba hasta
arriba de trabajo. Si salían ahora, llegarían a su oficina a tiempo para
comer.

“El Joven Amo estará encantado.”

“Eso espero…”

Agarrando la fiambrera envuelta en tela, Miyo echó un último


vistazo a su atuendo para asegurarse de que estaba presentable.

Hacía sólo unos días que había recibido el kimono rosa cuando
empezaron a llegar más paquetes de Suzushima, que contenían
kimonos finos y sin forro perfectos para esta época del año; camisetas
interiores a juego; fajas y accesorios. Miyo se quedó atónita al ver
tantos paquetes apilados en su pequeña casa. Estaba demasiado
asustada para pensar en lo que le habría costado todo a Kiyoka, pero
habría sido un desperdicio guardar la ropa, así que empezó a ponérsela
con moderación. Como ese día iba a salir, se había puesto un kimono
azul cielo de con un precioso estampado de glicinas que había
combinado con un fajín amarillo.

“También llévese esto, Srta. Miyo.”

“Dios, es tan lindo…”

“El sol es tan fuerte en esta época del año. El Joven Amo me dijo
que te lo diera.”

Yurie le entregó una adorable sombrilla de encaje blanco. Bien


elaborada y probablemente muy cara, podía complementar tanto trajes
de estilo occidental como japonés. Miyo se sentiría como una refinada
dama de alta alcurnia paseando con ella… pero tenía algunas reservas
a la hora de aceptarla.

“… Espero que el Sr. Kudou no haya estado gastando demasiado


dinero en mí…”

Un oficial de alto rango de una familia tan acomodada como la suya


probablemente no necesitaba ni mirar los precios, pero parecía haber
estado gastando tanto en regalos para ella que no pudo evitar
preocuparse. Además de comprarle kimonos nuevos, que ya eran
bastantes, seguía encontrando excusas para proporcionarle todo tipo de
bienes cotidianos, además de la comida y el alojamiento que ya recibía.
Aunque era algo a lo que la mayoría de las chicas de familias
adineradas se sentían con derecho, Miyo nunca había experimentado
nada cercano a ese nivel de generosidad, así que le parecía demasiado.
De hecho, se sentía culpable de que Kiyoka derrochara su riqueza
personal en ella.

“Bueno, no conozco los detalles de las finanzas personales del


Joven Amo, por supuesto, pero puedo decirte que ha estado viviendo
una vida tan modesta y frugal que sus gastos recientes no tienen
ninguna importancia. ¿Nos ponemos en marcha?”

“S-Sí, vamos.”

Yurie le dio un suave empujón y empezaron a caminar. Cuando


entraron en los límites de la ciudad, Miyo, a su pesar, recordó su
desagradable encuentro con Kaya. Esperaba desesperadamente no
volver a encontrarse con su hermanastra. Su vida se había vuelto
tranquila, pero los recuerdos de su pasado no se ocultaban tan
fácilmente bajo la alfombra. Si su hermana volvía a enfrentarse a ella,
se paralizaría de terror como la última vez.

Al menos ahora tenía gente en la que podía confiar, gente a la que


podía pedir ayuda. Saber eso disminuía su constante ansiedad.

“Hola.”

Miyo saluda al guardia de la base de Kiyoka, que le pide que se


identifique y diga a qué se dedica. Miyo le explicó que era la prometida
de Kiyoka y que había venido con su criada, Yurie, para llevarle algo
de comida.

“¿La prometida del Comandante Kudou…? Por favor, espere aquí


mientras lo compruebo con él.”
El guardia pareció desconcertado, como si no acabara de creer lo
que le había dicho. Ella y Yurie esperaron pacientemente lo que se les
había ordenado, y pronto Kiyoka salió de uno de los edificios,
ligeramente nervioso. Normalmente era tan tranquilo y sereno que
resultaba extraño verle así.

“Miyo, Yurie, ¿qué están haciendo aquí?”

“Es que ha estado trabajando mucho, Sr. Kudou.” Dijo Miyo. “No
quería molestarle mientras trabaja, pero he pensado que debía traerle
algo de comer por si no ha tenido tiempo de salir a comer.”

Sonrió cohibida y le entregó el paquete envuelto.

“O-Oh, ya veo. Eso… eso es muy considerado.”

Murmuró las gracias y aceptó el paquete con el ceño fruncido.


Alguien que no lo conociera bien podría haber pensado erróneamente
que Kiyoka estaba enfadado, pero Miyo comprendió que simplemente
era tímido. El comportamiento y las expresiones de Kiyoka a menudo
invitaban a malentendidos.

“Has caminado mucho. ¿Quieres entrar y descansar un rato?”

“Estoy bien. ¿Cómo te sientes, Yurie?”

“Oh, descuida, estoy bien.”

Yurie sonrió y se dio unas palmaditas en el pecho para demostrar


que aún le quedaba mucha energía. Tenía una constitución fuerte por
haber trabajado como sirvienta toda su vida.
“No querríamos apartarte de tu trabajo, así que volveremos ahora.”

Por un momento, pensó que parecía decepcionado, pero no podía


ser así. Estaba muy ocupado y no habría tenido tiempo para ella.
Estaban a punto de marcharse cuando Kiyoka se puso serio y preguntó:

“Miyo, ¿tienes el amuleto que te di?”

“¿Eh? Ah, sí… lo tengo aquí.”

Él asintió cuando ella señaló la pequeña bolsa con cordón que


colgaba de su muñeca. Entonces alguien le llamó por su nombre desde
uno de los edificios de oficinas, y él respondió con un grito. En un
instante, su expresión se había endurecido hasta convertirse en la de un
comandante con importantes responsabilidades.

“¡Iré en un minuto!” Gritó Kiyoka antes de volver a hablar con


Miyo. “Me alegro de que lo hayas traído contigo. Ojalá pudiera
acompañarte parte del camino, pero el deber me llama.”

“Por favor, no se preocupe. Ya te hemos quitado bastante tiempo.


Buena suerte con el trabajo.”

“Gracias. Cuídense en el camino de vuelta.”

“Lo haremos.”

Le sonrió y le dio unas palmaditas en la cabeza antes de volver a


entrar.

“Jeje, el Joven Amo estaba actuando tan tímido, ¿no?”

“Supongo que sí…”


Mientras regresaban, a Miyo se le ocurrió comprobar su bolsa. Miró
dentro con consternación.

“¿Pasa algo?” Preguntó Yurie.

“Um, bueno…”

Movió algunas cosas dentro, pero lo que buscaba no estaba allí.


¿Podría haberse caído? No, pensándolo bien…

“Le dije al Sr. Kudou que tenía el amuleto, pero parece que me lo
dejé en casa.”

“¡Dios mío!”

Miyo había elegido una bolsa diferente a juego con su kimono y se


había olvidado de mover el amuleto de la antigua. No se le había
pasado por la cabeza que pudiera ser tan descuidada, lo que había
provocado que mintiera sin querer a Kiyoka. Ocurrió sólo porque no
estaba acostumbrada a salir, pero eso, por supuesto, no era excusa.

Realmente no tengo remedio…

No sólo se puso más ansiosa, sino que saber que no llevaba el


amuleto consigo la hizo sentirse de algún modo menos bajo la
protección de Kiyoka. También se sentía culpable por haber roto la
promesa que le había hecho.

“En ese caso, deberíamos darnos prisa en volver a casa.” Sugirió


Yurie.

“Sí, por supuesto.”


Miyo asintió y aceleró el paso. No sabía si el amuleto tenía algún
poder, pero como Kiyoka había insistido en que lo llevara encima cada
vez que salía, debía de ser importante. El amuleto se apoderó tanto de
su mente que no pudo disfrutar del paseo.

Yurie y Miyo continuaron sin hablar mucho hasta que casi habían
salido de la ciudad. Ahora sólo les quedaba tomar una tranquila
carretera rural de vuelta a casa. Sin embargo, en cuanto se relajaron,
oyeron el fuerte ruido de un motor antes de que un vehículo se
detuviera bruscamente justo a su lado. Lo primero que pensó Miyo fue
que se trataba de Kiyoka, pero se equivocaba.

“¡Srta. Miyo!” Chilló Yurie.

El inesperado giro de los acontecimientos desconcertó tanto a Miyo


que se quedó paralizada por un momento.

“¿Eh? Yurie— ¡Aah!”

Antes de que pudiera darse la vuelta, alguien la agarró del brazo


con tanta fuerza que le dolía y tiró de ella. El agarre de su agresor era
demasiado fuerte para resistirse.

“¿Qué está…?”

¿Quién iba a hacer esto? Antes de que Miyo pudiera ver al asaltante,
la amordazaron y le arrojaron un saco sobre la cabeza. No podía ver,
ni hablar, ni defenderse.

¡Sr. Kudou…! ¡Estoy tan asustada…!


La levantaron y la arrojaron violentamente al interior del vehículo.
Presa del pánico y luchando por respirar, cayó inconsciente.

La pluma estilográfica de Kiyoka se movía con rapidez mientras


atacaba su pila de papeles. Estaba a punto de tomar el sello cuando su
subordinado le llamó desde detrás de la puerta de su despacho.

“Comandante…”

Percibió una pizca de inquietud en la voz del soldado. Kiyoka no


había programado ninguna reunión ese día. ¿Quizá se trataba de una
emergencia? Frunciendo el ceño, salió corriendo de su despacho y se
dirigió a la sala de espera situada junto a la entrada de la base. Nada
más entrar, vio una cara conocida.

“… ¿Yurie?”

Hacía poco que se había marchado con Miyo. La anciana casi se


cae al levantarse de un salto y correr hacia él.

“¡Joven Amo, es la Srta. Miyo…!”

“¿Qué ha pasado?”

“E-Ella ha sido… Ella ha sido…”

“Yurie, contrólate.”

“¡Debemos darnos prisa! ¡Tenemos que irnos de inmediato!”

La normalmente plácida Yurie estaba tan agitada que era


incoherente.
“Cálmate, Yurie. Tómate tu tiempo y explica lo que pasó.”

“La Srta. Miyo, ella…”

“¿Ella qué?”

“¡Ha sido secuestrada…!”

Kiyoka gimió. ¡No puede ser…! Había pensado en el secuestro,


pero creía que las posibilidades eran muy escasas. ¿Cómo había podido
ser tan tonto?

Tras conseguir que la frenética Yurie se sentara, empezó a


interrogarla.

“¿Te encontraste con alguien antes de que se la llevaran? ¿Alguien


de la familia Saimori o quizás de la familia Tatsuishi?”

“N-No, no vimos a nadie. Nos dirigíamos directamente a casa.”

“Pero Miyo llevaba el amuleto.”

“… Bueno, verás…”

Yurie le explicó que, después de dejarlo, Miyo se había dado cuenta


de que había olvidado el amuleto. Tanto las manos como la voz de
Yurie temblaban. Se culpaba por no haber comprobado si Miyo lo
llevaba todo consigo antes de que salieran de casa.

Kiyoka exhaló lentamente en un intento de calmarse antes de que


las emociones desbocadas de su pecho le hicieran explotar. El amuleto
que le había dado a Miyo la ocultaba de los familiares. Aunque no
podía ocultarla de los humanos malintencionados ni protegerla de las
agresiones físicas, era eficaz contra los usuarios de dones que trataban
de localizarla de esa forma.

“… ¡Tsk!”

La impotencia de Kiyoka le indignó. Sacando apresuradamente


unos trozos de papel de su bolsillo, canalizó su poder en ellos para
crear familiares y los envió a buscar a Miyo por la ciudad. Sin
embargo, como la capital era tan vasta, este método llevaba mucho
tiempo y era poco fiable.

Estaba casi seguro de conocer la identidad del autor, pero sin


pruebas no podía actuar. Las cosas irían bien si sus familiares
conseguían localizarla, pero sabía que las posibilidades de que eso
ocurriera eran escasas. Y aunque Kiyoka era lo bastante poderosa
como para irrumpir en la casa del sospechoso y arrollarlo, esto podría
volverse en su contra si no podía respaldar sus acusaciones. Necesitaba
pruebas decisivas. Era enloquecedor. Por mucho que quisiera rescatar
a Miyo en ese instante, tenía las manos atadas.

“Comandante, tiene otra visita.”

La voz relajada de uno de los subordinados de Kiyoka rompió el


pesado silencio.

“¿Quién es?”

Kiyoka contuvo sus emociones al responder. Pero Godou no


respondió, sino que dejó entrar al invitado en la habitación. Era la
última persona que Kiyoka esperaba. El hombre habló con gran
desgana, apretando los puños como si luchara por controlarse.

“Es absurdo que te pida ayuda… Pero no puedo salvar a Miyo


solo.”

El prometido de Kaya, Kouji Tatsuishi, estaba al borde de las


lágrimas.

Kouji había jurado proteger a Miyo. Por eso había aceptado casarse
con Kaya y heredar el apellido Saimori. Y sin embargo, allí estaba,
sentado en el automóvil de Kiyoka mientras conducían a toda
velocidad, mordiéndose los labios hasta sangrarlos. Las lamentables
circunstancias del incidente, que le había explicado a Kiyoka en la base
de la Unidad Especial Antigrotescos, se repetían en su memoria.

Kaya estaba actuando de forma extraña. Anunció de sopetón que


quería cambiar de marido con Miyo. Cuando él le dijo que eso era
imposible, ella fue a hablar con su padre en su lugar. Eso le hizo
sospechar, así que la siguió. Lo que oyó a continuación le hizo dudar
de su cordura.

“¿Y si Miyo estuviera de acuerdo?” Dijo Kaya.

“Sí.” Respondió Minoru. “En ese caso Kudou tendría que cumplir
sus deseos y cancelar el compromiso. Puedes doblegar a Miyo con
facilidad y hacer que diga lo que quieras.”
“¡Y estoy segura de que mi madre también ayudará! ¿Puedes
traernos a Miyo?”

“Fácilmente.”

Satisfecha con el plan, Kaya dio una palmada de alegría.

“¡No me lo puedo creer! ¡¿Qué demonios te pasa?!”

Kouji irrumpió en la habitación, y los dos le clavaron frígidas


miradas.

“¿De qué te quejas?” Dijo Kaya. “Te lo dije antes: voy a poner fin
al compromiso de Miyo y a ocupar su lugar. Dijiste que no funcionaría
sin el permiso de mi padre, así que estoy aquí pidiendo consejo al
tuyo.”

“No puedes hablar en serio.”

Sobrecogido, miró inquisitivamente a su padre.

“Esto es lo que hay que hacer para recuperar a Miyo.”

“¡Pero, padre, te has pasado todos estos años diciéndome que no


interfiriera en los asuntos de otras familias!”

En el pasado, el padre de Kouji le había detenido cada vez que había


intentado ayudar a Miyo y le había instado a no entrometerse. Pero lo
que estaba haciendo ahora contradecía su propio consejo. Minoru
Tatsuishi suspiró ante esta acusación.
“Eso fue porque no nos interesaba que los Saimori se dieran cuenta
del valor de Miyo. De lo contrario, no la habrían entregado tan
fácilmente.”

“¿Qué…?”

Kouji no lo entendía.

“Se habrían aferrado a ella si supieran su verdadero valor. Si su


familia la alienaba, tendríamos más posibilidades de casarla con la
nuestra.”

“…”

¿Su padre había hecho la vista gorda ante los abusos que Miyo
había sufrido a manos de su familia sólo para poder conseguirla como
novia para su hijo más adelante? Ahora que se había dado cuenta de lo
crueles y calculadoras que habían sido las intenciones de su padre hacia
Miyo, la furia de Kouji alcanzó un punto de ebullición. La sangre se le
subió a la cabeza y vio rojo.

Kouji despreciaba a su padre. Era imposible que Minoru no se


hubiera dado cuenta del grado de sufrimiento de Miyo, de cuánta
miseria había soportado, de cómo la habían incapacitado para sonreír.
Mantenerse al margen y permitir que eso sucediera era inhumano. El
hecho de que Kouji hubiera seguido las órdenes de alguien tan
malvado durante tanto tiempo le enfurecía. La rabia surgió en su
interior, y las ventanas de la habitación crujieron con un ruido
estridente. Con sus emociones fuera de control, sus poderes se
doblegaban ahora a los caprichos de la furia indomable que se había
apoderado de él.

“… No dejaré que te salgas con la tuya.”

“No hay nada que puedas hacer, Kouji.”

“¡Ya no puedes decirme lo que tengo que hacer!”

Los muebles de la habitación —sillas, mesas, estanterías—


empezaron a temblar.

“Kaya, vete a casa.”

“Pero, señor…”

“Vendré a verte en cuanto termine de ocuparme de esto.”

“Entendido. Ten por seguro que podré hacer cambiar de opinión a


mi hermana.”

Kaya miró a Kouji, pero salió de la habitación obedientemente,


como si hubiera perdido el interés. En el mismo momento en que cerró
la puerta, todo lo que había en la habitación saltó por los aires,
desafiando a la gravedad.

“¡No dejaré que uses a Miyo como mejor te parezca…!”

Mientras gritaba, los objetos flotantes de la habitación volaban


hacia Minoru con un ímpetu aterrador. La telequinesis, la capacidad de
mover objetos por la fuerza de la voluntad, era uno de los Dones
básicos. Kouji había pensado que hacer levitar una silla era lo máximo
que podía conseguir, pero se estaba dando cuenta de que poseía mucho
más poder del que jamás había imaginado. Tal vez el suficiente para
partir en dos un cuerpo humano y hacer volar los pedazos. Sin
embargo, su padre se negó a ceder, impávido.

“Qué sorpresa ver que puedes reunir tanto poder. El alcance del
poder de uno puede variar dependiendo de su estado de ánimo, como
estás ilustrando ahora mismo.”

Minoru levantó la mano, y todos los objetos que Kouji le había


lanzado dejaron de moverse antes de caer lentamente al suelo.

“¿Por qué…? ¡Muévanse! ¡Muévanse como yo quiero!”

“No seas tonto. Nunca has entrenado para cultivar tus poderes. No
eres rival para mí.”

Como un ciclón que pasa sobre él, la habilidad de Kouji ya se había


desvanecido y se había vuelto indetectable. Aunque su ira no se había
calmado, no podía replicar la energía que había aprovechado apenas
un momento antes.

“Maldita sea… ¡¿Por qué no funciona?!”

¿Por qué era tan impotente? Kouji había prometido con confianza
proteger a Miyo, pero le faltaba la fuerza para actuar a la hora de la
verdad. Se sentía como un niño arrogante que hablaba mucho pero no
podía hacer nada. Sin una salida para su frustración, sintió que perdía
la cabeza. Las lágrimas le corrían por la cara. Su padre lo contuvo, lo
ató y lo encerró en la habitación, constriñéndolo con una técnica
sobrenatural para que no pudiera escapar.
Kouji se quedó pensando si su padre ya habría capturado a Miyo,
si la habría llevado a casa de los Saimori. Miyo estaba en peligro, pero
él ni siquiera había sido capaz de enfrentarse a su propio padre y
frustrar su malvado plan. Y sólo podía culparse a sí mismo por haber
permanecido indeciso durante tanto tiempo. Su comportamiento no se
basaba en la bondad. Todo lo contrario: era indeciso, cobarde, débil.
Había dejado que la situación empeorara al negarse a actuar antes.

“Soy tan idiota…”

Si de verdad hubiera querido proteger a Miyo, se habría esforzado


por hacerlo antes. Ahora era demasiado tarde. Nunca había
desarrollado sus habilidades sobrenaturales, así que si intentaba luchar
contra los Saimori, sólo acabaría humillado…

El sonido de la puerta al abrirse interrumpió su autorreproche.

“¿Así que te vas a rendir?”

Ahora su hermano mayor se burlaba de él. La confianza burlona del


mayor de los Tatsuishi y su aspecto de hombre de ciudad molestaban
a Kouji sobremanera.

“¡Claro que no! ¡Voy a salvar a Miyo!”

Su hermano rio ante esta animada respuesta como si hubiera oído


un buen chiste… antes de deshacer la atadura que su padre había
conjurado alrededor de Kouji con inesperada facilidad.

“¿Por qué me ayudas…?”


“¿No deberías ir tras él en vez de preocuparte por eso?”

Kouji asintió brevemente y salió corriendo de la habitación al son


de la irritante risa de su hermano.

“Llegaremos pronto. Actuar con impaciencia no ayudará en nada, Sr.


Tatsuishi.” Amonestó con calma Kiyoka a Kouji, que estaba sentado
en el asiento del copiloto a su lado.

“No pareces preocupado en absoluto, a pesar de que algo horrible


podría estar ocurriéndole a tu prometida ahora mismo.” Fue la hosca
respuesta de Kouji.

Kiyoka estaba casi aterradoramente tranquilo. Su expresión era


prácticamente escultural, como si no le preocupara lo más mínimo el
secuestro de su prometida.

Era tan perfecto. Kouji no podía nombrar una sola cosa que le
faltara a este hombre. Era obvio que Kouji no podía compararse con
él, ni como usuario de dones ni como hombre, y ningún esfuerzo por
su parte cambiaría eso.

¿Pero estaría Miyo en buenas manos con él? ¿Qué sabía de ella?
¿Conocía sus penas, su soledad, las heridas de su corazón? Puede que
Kiyoka sólo hiciera ademán de ir a rescatarla, pero ¿le importaba de
verdad? ¿Y si él también la abandonaba? Si llegaba a eso, Kouji
tendría que matar a Miyo y luego a sí mismo. Había estado
considerando esa eventualidad durante algún tiempo. Sería la mejor
manera de asegurarse de que ella no sufriría más. Aunque se daba
cuenta de que no estaba bien que él decidiera eso por ella, no se le
ocurría un plan mejor.

Pero Kouji pronto descubriría que su disposición a morir era


totalmente insensata.

Miyo se despertó con un olor a humedad. La habitación estaba a


oscuras, pero cuando sus ojos se adaptaron, pudo distinguir algunas
formas, así que debía de haber una fuente de luz. Sin embargo, no
podía ver el exterior, así que no sabía si aún era de día o de noche.
Estaba tumbada en un suelo de madera polvorienta; debieron de tirarla
allí como un saco de patatas. Tenía las manos atadas con una cuerda y
le costaba incorporarse.

¿Dónde estoy?

Mientras escudriñaba la habitación en busca de alguna pista


reveladora, se dio cuenta de que conocía este lugar. Su recuerdo más
horrible volvió a su mente. La habitación estrecha y vacía, fría y
húmeda. No había duda: era el almacén de los Saimori donde la habían
encerrado de niña.

La mayoría de los almacenes tenían la misma distribución, y no


había nada que indicara sin lugar a dudas que era el de los Saimori,
pero todo en él era exactamente como lo recordaba. Eso bastó para
convencerla de que estaba allí.
Eso significaba que Kaya o su madrastra la habían secuestrado.
Aunque no entendía por qué lo habían hecho, no le habría extrañado.
Su desprecio por ella era profundo. Si hubieran tenido la oportunidad
de volver a atormentarla, la habrían aprovechado.

Tras conocer su situación, Miyo empezó a pensar en lo que podría


ocurrirle, lo que le hizo sentir mucho miedo. Al mismo tiempo, se
sentía culpable por molestar a Kiyoka y Yurie. Seguro que Kiyoka ya
se había enterado del secuestro. ¿Intentaría rescatarla? Se le llenaron
los ojos de lágrimas de vergüenza por ser una carga.

El pulso de Miyo latía con fuerza en sus oídos. Su madrastra o Kaya


podían entrar en cualquier momento. No podía imaginarse lo que le
harían, lo que la asustaba aún más. Había sentido un gran alivio al
abandonar la casa familiar y encontrar un lugar donde se sentía segura.
Creía que se había hecho un poco más fuerte, pero en realidad era todo
lo contrario: se había vuelto menos resistente. Si rompía a llorar
delante de sus agresores, éstos se burlarían de ella con satisfacción.

Decidida, Miyo se levantó y golpeó la puerta con su cuerpo,


esperando desesperadamente tener la fuerza suficiente para abrirla
ahora que era una mujer adulta. Pero, al igual que entonces, la puerta
no se movió.

Era esperar demasiado…

La puerta estaba atrancada, no cerrada. Ella no podía liberarse.


No había otra salida. La única ventana era demasiado alta para
llegar a y probablemente demasiado pequeña para colarse por ella.
Aunque no quería rendirse, estaba claro que no podía hacer nada, así
que se sentó en el suelo como una prisionera que espera su ejecución.
Entonces oyó algo fuera.

“…”

Se puso rígida y empezó a sudar frío. Con la respiración contenida,


se quedó mirando la puerta, escuchando el ruido sordo de la barra de
madera al ser retirada.

“Oh, ¿así que estás despierta?”

Era su hermana, tal y como había sospechado. Miyo cuadró los


hombros por reflejo. Kaya hizo que un criado le abriera la puerta.
Caminó lentamente hasta el almacén y se detuvo justo fuera, con el sol
de la tarde a sus espaldas.

Kaya parecía impecable, como de costumbre, con su bello rostro


parecido al de su madre, el kimono de colores brillantes que llevaba a
la moda y su voz clara y aguda. Sin embargo, sus ojos oscuros estaban
nublados por el odio.

“Estuviste desmayada tanto tiempo que empecé a preguntarme si


tal vez estabas muerta.”

Soltó una risita extraña, sin su habitual confianza pausada. Kaya


parecía distraída, o quizá mareada por la expectación.

“¿Por qué estás…? ¿Por qué haces esto?”


Miyo estaba tan asustada y ansiosa que no podía respirar con
normalidad. Su voz se quebraba lastimosamente. La mueca de
desprecio de Kaya se ensanchó al ver a su hermana temblar en el sucio
suelo del almacén.

“Así está mejor. Un kimono tan bonito no te sienta bien. Pero ahora
que está sucio, te sienta mejor.”

“…”

A Miyo no se le ocurrió ninguna réplica. La verdad era que, en el


fondo, estaba de acuerdo con Kaya. Los regalos de Kiyoka de ropa cara
la habían puesto nerviosa porque no creía merecerlos. Encorvada y con
la mirada fija en el suelo, Miyo no se dio cuenta de que entraba otra
persona hasta que oyó pasos a su lado. De repente, un dolor agudo se
apoderó de su mejilla y cayó al suelo con un pequeño grito ahogado.

“¡Todo es culpa tuya!”

La voz pertenecía a su madrastra. Había golpeado a Miyo con su


abanico plegable. Esas palabras formaban parte de los recuerdos de
infancia de Miyo. Desde que su madrastra la culpaba de todo y de nada,
Miyo las había oído innumerables veces.

“¡Otra vez estás arruinando mi vida!”

“Ugh…”

Instintivamente abrió la boca para disculparse antes de detenerse.


“¿Así me pagas por haberte criado? ¡Mujerzuela podrida,
volviéndote descarada sólo porque te echaron!”

“…”

Miyo quería defenderse por una vez, pero no tenía valor para
enfrentarse a su madrastra, que estaba furiosa como un demonio del
infierno. De todos modos, no la escucharía. Nada de lo que dijera Miyo
cambiaría las cosas, ni en el pasado ni ahora.

“Me das asco. ¿No sabes que tu lugar está con los sirvientes? ¡No
creas que eres alguien sólo porque te ofrecimos a los Kudou!”

Miyo yacía en el suelo con las manos encadenadas, incapaz de


levantarse. Kanoko le clavó el pie en el estómago.

“¡Duele…!”

Su madrastra envió una ráfaga de patadas a sus hombros y


abdomen. Se detuvo sólo para agarrar a Miyo por el cabello y
levantarla dolorosamente. Al abrir los ojos, Miyo vio que Kanoko y
Kaya estaban una al lado de la otra y la miraban como puñales.

“Romperás el compromiso.”

“¡…!”

Miyo se quedó helada al oír las palabras de su madrastra.

“¡Sí, eso es exactamente lo que harás!” Kaya estuvo de acuerdo,


inclinándose. “Ser la esposa de Kudou es demasiado para ti, querida
hermana. Así que hagamos un intercambio.”
Una parte del cerebro de Miyo seguía siendo tranquila y racional,
así que comprendió cómo había provocado la ira de su hermana y su
madrastra. No podían soportar que Kiyoka Kudou hubiera aceptado a
alguien a quien habían despreciado tanto. En sus mentes, este
matrimonio nunca debió producirse. Pero ahora que parecía probable,
las volvía locas de rabia.

“Deberías haber muerto en una cuneta como era tu destino.” Espetó


Kanoko.

“¡Ngh!”

La madrastra de Miyo seguía tirándola del cabello. La mejilla que


había golpeado ardía mientras palpitaba de dolor. Miyo saboreó la
sangre. Debía de tener un corte en el labio.

“Ahora escucha lo que voy a decir. Le dirás al Señor Kudou que no


quieres casarte con él. Si has tenido la osadía de pedirle que te compre
ropa bonita como ésta, puedes pedirle que te envíe a casa.”

“No te preocupes, Miyo. Después de que me case con el Sr. Kudou,


podrás tener a Kouji de vuelta.”

“…”

Habría sido fácil hacer lo que le ordenaban. Siempre que le habían


robado, ella se había negado a defenderse, sólo para que sus abusos
acabaran antes. Así había conseguido sobrevivir. Era el camino de
menor resistencia. Aferrarse a lo que había sido importante para ella e
intentar resistir sólo prolongaría su dolor y sufrimiento, lo cual era
peor. Si accedía a sus exigencias, probablemente la dejarían marchar
de inmediato. Volvería a la servidumbre, construiría gruesos muros
alrededor de su corazón y volvería a estar sola. Si mantenía la cabeza
baja, sería menos probable que se convirtiera en blanco de la violencia.
Lo había creído durante mucho tiempo.

“—haré.”

“¿Qué ha sido eso?”

“No… no lo haré.”

No se rendiría. No renunciaría a Kiyoka ni a la vida que podría tener


con él. La única vez que Miyo se había opuesto a su madrastra, había
acabado entregando los recuerdos de su madre. Pero no dejaría que le
robaran su futuro con Kiyoka. No dejaría que nadie se lo arrebatara.

“N-No… no haré lo que tú quieres.”

A pesar del dolor, levantó los ojos para encontrarse con sus
miradas. No apartó la mirada, ni volvió a inclinar la cabeza. Esta
resistencia aumentó la furia de su madrastra. Agarró con más fuerza el
cabello de Miyo, tiró de ella y volvió a golpearla con el abanico.

“¡No te atrevas a replicar!”

Tras caer al suelo, su madrastra le golpeó los hombros. Miyo apretó


los dientes y soportó el punzante dolor.

“¡No olvides tu lugar! ¡No vales nada! A diferencia de Kaya, no


tienes Visión Espiritual, ¡así que no tienes ningún valor! ¡Fue una idea
absurda ofrecerte a ti, la vergüenza de la familia, como novia para el
Señor Kudou!”

“¿Qué pasa, Miyo? Tendrás esta casa y a Kouji. ¿No es eso lo que
querías?”

“Soy…”

No se doblegaría, dijeran lo que dijeran. Miyo encerró el miedo en


lo más profundo de su corazón y miró desafiante a su madrastra y a su
hermana.

“¡Soy la prometida de Kiyoka Kudou, y no voy a renunciar a él!”

Con la cara enrojecida por la rabia, Kanoko volvió a levantar la


mano hacia Miyo.

“Estamos aquí.”

Perdido en sus ensoñaciones, Kouji no se había dado cuenta cuando


Kiyoka se detuvo junto a la puerta principal de la residencia Saimori.
Salió rápidamente del vehículo y lo siguió. Ya estaba semioscuro, y el
cielo encapotado bloqueaba la luz mortecina del sol poniente. La vieja
y pesada puerta, firmemente cerrada, se alzaba imponente ante ellos.

“¿Qué hacemos? Puede que se nieguen a dejarnos entrar…”

“Eso no será un problema.”


No había ni rastro de vacilación en la voz de Kiyoka. Levantó la
mano, y Kouji quedó momentáneamente cegado por un destello de luz
brillante y ensordecido por un trueno.

“Guh…”

Era como si un rayo hubiera caído justo al lado de ellos… hasta que
Kouji se dio cuenta de que eso era exactamente lo que había pasado.
Olió a madera quemada. Poco después, recuperó la vista.
Efectivamente, la puerta estaba carbonizada y hecha pedazos. La
habilidad que Kiyoka había utilizado era tremendamente poderosa.
Kouji había oído algo sobre un Don que permitía controlar los rayos,
pero nunca imaginó que pudiera ser tan destructivo.

“Vamos.”

“¿Eh? Ah, sí…”

Aunque Kouji seguía conmocionado y asustado por lo que había


presenciado, se recompuso y siguió a Kiyoka. Entonces vislumbró los
ojos del otro hombre y su ira. Era tan intensa que los pálidos ojos azules
de Kiyoka parecían iluminados desde dentro por llamas de furia.

¿Está… enfurecido?

Kouji había tomado la falta de expresión de Kiyoka como una señal


de que no se había preocupado por Miyo. Su voz carente de emoción
parecía provenir de un corazón frío. Una pregunta empezó a formarse
en los labios de Kouji mientras corría detrás de Kiyoka, pero no la
formuló. Sería inútil hacerla ahora. Era improbable que obtuviera
respuesta, y de todos modos pronto descubriría la respuesta.
Manteniendo la boca cerrada, aceleró el paso para no quedarse atrás.

El estruendo y los temblores provocados por el rayo que había


destruido la puerta sembraron el pánico en la finca Saimori. Los
criados, e incluso el propio Shinichi Saimori, salieron a investigar.
Cuando descubrieron que la puerta se había quemado, corrieron
confusos por los terrenos. Nadie se atrevió a detener a Kiyoka y Kouji,
que se dirigían confiados hacia la casa principal.

Shinichi fue el primero en recobrar el sentido.

“¡Sr. Kudou! ¿Qué significa esto?” Gritó desconcertado.

“¿Dónde está Miyo?” Preguntó Kiyoka.

“¡!”

Shinichi jadeó, y toda la sangre se le escurrió de la cara. Parecía a


punto de desmayarse. Gotas de sudor aparecieron en su frente.

“¿M-Miyo? Ella…”

“No recuperarás a Miyo.” Intervino Minoru, acercándose por detrás


de Shinichi.

“¡Padre! ¡¿No tienes vergüenza?!”

Kouji dio un paso hacia Minoru, dispuesto a arremeter, pero Kiyoka


lo contuvo.

“He preguntado dónde tienen a mi prometida.”


“No tiene sentido preguntar. Me ha dicho que no quiere volver a
verte.”

“Prefiero escuchar eso de ella. Si no vas a decirme dónde está,


apártate de mi camino.”

Kiyoka y Minoru se miraron fijamente, sin intención de retroceder.


A pesar de que Kouji se había enemistado con su padre, le
impresionaba que Minoru no se sintiera intimidado por Kiyoka. El aura
furiosa del hombre parecía hacer brillar el aire a su alrededor. Pero
también ilustraba claramente lo mucho que el padre de Kouji deseaba
el linaje de Miyo.

“No te dejaré pasar.” Dijo Minoru. “Intenta pasar a la fuerza y haré


lo que haga falta para retenerte. También te denunciaré por
allanamiento.”

“Haz lo que quieras, pero no puedes detenerme.”

Kouji esperaba que Kiyoka se volviera violento, pero no lo hizo. Ni


sacó la espada ni usó sus poderes. Simplemente siguió caminando
despacio, con su rabia palpable. Minoru y Shinichi perdieron primero
la compostura y conjuraron una barrera presas del pánico. Pero no
lograron impedir el avance de Kiyoka. El mejor usuario de dones de
su generación siguió avanzando sin hacer ningún movimiento ni gesto
que indicara el uso de una habilidad especial. Tanto Shinichi como
Minoru tenían experiencia en combate, pero Kiyoka atravesó sus
barreras mágicas como si fueran mero papel de seda. Esto hizo mucho
más que inquietar a sus oponentes. Al darse cuenta de lo mucho más
poderoso que era Kiyoka en comparación con ellos, Minoru y Shinichi
sucumbieron de puro terror. Incluso Kouji estaba pálido como un
fantasma mientras seguía en silencio a Kiyoka.

“Así que la reputación de los Kudou no era sólo una fábula…”

Kiyoka había alcanzado a los dos hombres mayores y los había


empujado contra una pared. Con sus Dones inútiles, cambiaron de
enfoque. Minoru intentó dar un puñetazo a Kiyoka, que rápidamente
le agarró del brazo y le lanzó por los aires. Entonces Kiyoka fijó su
ardiente mirada en Shinichi, que retrocedió medio paso antes de que
las piernas se le doblaran y se desplomara en el suelo. Shinichi ni
siquiera iba a intentar luchar. Comparado con Kiyoka, era tan débil
como un niño —no, un bebé—, así que resistirse sería inútil.

Una diferencia tan grande entre los usuarios de dones al servicio


del emperador era insondable. Kouji ya no sentía envidia. Kiyoka ya
no le parecía humano, sino más bien un demonio de sangre fría que
destruía todo a su paso. Simplemente se sentía agradecido de que aquel
hombre fuera su aliado.

Kouji miró furtivamente a su padre y a Shinichi tendidos en el


suelo, pero no pudo soportar mirarlos, así que se apresuró hacia la casa
de los Saimori. Se trataba de una residencia en expansión, un edificio
de madera que era un laberinto de habitaciones y pasillos. Como había
sido diseñada para que cada pasillo ofreciera vistas al jardín, la casa
estaba compuesta por muchos patios pequeños y un jardín trasero más
grande. En el pasado, este tipo de arquitectura tan elaborada
identificaba inmediatamente a las familias más ricas.

“Tatsuishi, ¿sabes dónde tienen a Miyo?” Preguntó Kiyoka sin


volverse a mirarle. Tomado por sorpresa, Kouji trató rápidamente de
pensar en los lugares más probables.

“Su antigua habitación en el cuarto de servicio… No, espera.”

Si Kaya y Kanoko estaban con ella, no podía ser esa habitación. No


las pillarían ni muertas en las habitaciones de los sirvientes. Entonces,
¿quizás la habitación original de Miyo? No, esa estaba al lado de la de
su madre, así que Kanoko odiaba estar cerca de ella. Era una casa vieja,
y las casas viejas, con sus finas paredes, no ofrecían mucha intimidad.
En realidad, no había ningún lugar apartado donde pudieras tener a una
cautiva… ¿O sí?

“Hay un almacén en el jardín de atrás…”

“¿Sí?”

“Es muy viejo y no se usa para mucho… Creo que pueden tenerla
allí.”

El almacén podía ser bloqueado desde el exterior. Cuanto más lo


pensaba Kouji, más convencido estaba de que era el lugar adecuado.
Kiyoka asintió con la cabeza.

“Muéstrame el camino.” Dijo.

“Sígueme.”
“¡Espera, detrás de ti!”

Kouji se giró sorprendido al ver un vórtice de llamas que avanzaba


rápidamente, una de las habilidades del Don de su padre. Minoru le
seguía en una feroz persecución a través. Kouji no podía moverse
mientras la masa de fuego se acercaba a él. No sabía cómo reaccionar,
ni podía hacer nada para protegerse.

“Ese tonto impulsivo no se rinde.” Espetó Kiyoka con odio.

Nada más hablar, un muro invisible que había conjurado separó a


Kouji del vórtice.

“Una barrera…”

Pero su alivio duró poco. Cuando el vórtice de llamas chocó contra


la impenetrable barrera mágica, se expandió a diestro y siniestro. Las
paredes del edificio se incendiaron de inmediato, y la conflagración se
extendió rápidamente hasta envolver los patios interiores, quemando
árboles y calcinando la hierba.

“Esto es terrible…”

Kouji deseó poder taparse los ojos para no ver la destrucción. Las
llamas infernales nacidas de la tenacidad de su padre engullían todo a
su paso. Hasta un niño podía imaginar lo que ocurriría si el fuego
ardiera sin control en el interior de una residencia construida con
madera y papel. Mientras Kouji permanecía allí horrorizado, oyó un
ruido sordo y vio a su padre desplomarse de repente. No sabría decir
qué sintió en ese momento. ¿Debía sentir lástima por su padre, que
habría muerto quemado si Kiyoka no hubiera intervenido?

“Sólo le di una pequeña descarga para paralizarlo. Tenemos que


darnos prisa antes de que el fuego se extienda.”

Estaban allí para rescatar a Miyo, no para batirse en duelo con


Minoru o apagar fuegos. En cuanto a Kouji, no quería volver a tener
nada que ver con su padre. Ese día, finalmente decidió seguir su propio
camino y lavarse las manos de los planes de su padre.

De repente, se oyeron truenos y el temblor de la tierra. Lo sintieron


incluso en el almacén de la parte trasera de la residencia.

“¿Qué fue eso…?”

Kaya y Kanoko se miraron sorprendidas. Kanoko aflojó el agarre


del cabello de Miyo y la chica cayó de rodillas.

“Comprueba qué pasa.” Ordenó la madrastra de Miyo a su criado.

Su voz sonó lejana para Miyo, que estaba cada vez más aturdida.
Sus hombros habían sido golpeados con tanta violencia que sus brazos
se habían entumecido. El bofetón en la cara la había dejado cada vez
más confusa.

“¿Fuiste tú? ¿Hiciste algo?”

Miyo apenas percibió el duro tono de las acusaciones de su


madrastra. No le afectó lo más mínimo.
“¿Yo…?”

¿Qué estaba insinuando su madrastra? ¿Qué podría haber hecho


Miyo como prisionera, atada e indefensa?

“Madre, tienes que conseguir que lo diga.”

“Lo haré. Miyo, di que rompes el compromiso con Kudou, ¡ahora!”

Su voz era tan distante.

“No… no diré eso.”

Miyo no podía concentrarse, apenas podía pensar, pero no se


rendiría. No les dejaría salirse con la suya. Sólo había un deseo en su
corazón, y de él sacaba la fuerza para seguir resistiendo a sus
opresores.

“¡Desvergonzada! ¡No tienes derecho a discrepar!”

Con la cara roja de ira, Kanoko agarró a Miyo por el cuello. Miyo
vio la palabra muerte deletreada en el ojo de su mente. Las letras se
desvanecieron rápidamente. Pero no se desesperó, aunque tenía la
corazonada de que si se rendía ahora, la muerte no tardaría en llegar.
Recordó cómo antes había hecho las paces con su muerte, cuando su
triste y dolorosa vida ya no parecía merecer la pena. Cuando ya no
pertenecía a ningún sitio. Pero Miyo se había equivocado: había un
lugar para ella en este mundo, al lado de Kiyoka.

“Yo… no… lo… diré.”


Kaya hizo una mueca de exasperación y Kanoko apretó con más
fuerza la garganta de Miyo.

Sr. Kudou, no me rendí. Tampoco me disculpé. No quiero dejarte.


No quiero morir todavía…

“Sr. Kudou…”

“¡Miyo!”

Todo se había oscurecido ante ella, pero oyó que la llamaban por
su nombre. Había estado esperando oír esa voz. Su voz.

“¿Sr. Kudou…?”

Atónita, Kanoko soltó a Miyo. Ella se volvió a desplomar en el


suelo.

“¡Miyo!”

Kiyoka corrió a su lado sin prestar atención a nadie más. Le quitó


los grilletes y la abrazó. Realmente había venido hasta aquí por ella.

Tosió, jadeando y con lágrimas en los ojos, mientras la invadía un


alivio abrumador. Nunca había dudado de él. Sabía que aquel hombre
de buen corazón no la habría abandonado. Así era él.

“Sr. Ku… dou…”

“Todo va a salir bien.”

Parecía dolido, al borde de las lágrimas. ¿Era porque sentía tanta


lástima por ella, maltratada y abusada? Si era así, ella quería
disculparse por entristecerlo. Pero no se sentía avergonzada: las
heridas eran su insignia de honor. Por primera vez en su vida, Miyo no
había cedido ante sus verdugos. A pesar de la presión de su familia, no
había permitido que doblegaran su voluntad.

Kiyoka acunó con cuidado a su prometida en brazos después de que


ésta cayera inconsciente. Pesaba muy poco, incluso vestida con el
elaborado kimono, que no era en absoluto ligero. Tenía una roncha en
la mejilla —debía de haber sido golpeada con un objeto contundente—
a la que él dirigió su mano con incredulidad, deteniendo los dedos antes
de tocar la piel para no hacerle daño. Las dos mujeres que le habían
hecho esto estaban cerca.

“… ¿Qué han hecho para que esté así?”

“…”

Se estremecieron ante su pregunta, sorprendidas. ¿Creían que se


saldrían con la suya? Al examinar sus rostros, sintió una oleada de ira.
Le sorprendió su audacia.

“¿Cómo pudieron golpear a una chica indefensa? ¿Qué querían de


ella?”

“Bueno…”

Kanoko cerró la boca hoscamente, pero Kaya no se inmutó.


“No he hecho nada malo.” Levantó la barbilla con altivez y miró
fijamente a Miyo, que estaba acunada en los brazos de Kiyoka. “Sólo
intentaba corregir un error.”

“¿Qué error?”

“Miyo siendo ofrecida a ti como novia, obviamente. Mi familia


debe haberlo hecho por error. La chica es inútil, ya sabes. No tiene
Visión Espiritual, además es estúpida y fea. Ni siquiera sería una buena
sirvienta. ¿Alguien como ella iba a casarse con un mejor partido que
el mío? Ridículo. El acuerdo fue un gran error, simple y llanamente.”

“…”

“Mis padres están de acuerdo en que soy mejor que ella. Soy la hija
superior. Merezco ser tu esposa. Incluso el padre de Kouji está de
acuerdo.”

Kaya estaba indignada, plenamente convencida de que tenía razón.


En lo que a ella respectaba, su odio hacia Miyo no era un rencor
personal irracional, sino una reacción natural al hecho de que se
ignoraran sus derechos. Kiyoka imaginaba que había llegado a ser tan
retorcida porque sus padres le habían inculcado ese derecho. Incluso
podía sentir lástima por ella. Pero ella había provocado su ira, así que
no la perdonaría sólo porque la hubieran educado para ser una ilusa.

“Sin duda estará más satisfecho conmigo que con ella, Sr. Kudou.
Soy mejor que ella en todos los sentidos, así que debería…”

“Cállate.”
“¡!”

Su mirada penetrante la asustó hasta hacerla callar. Kiyoka no


soportaba escuchar sus tonterías. Ni siquiera intentaba justificar su
fechoría, creía de verdad en su inocencia, y eso le revolvía el estómago.

“No me hagas perder el tiempo con esas tonterías.”

“¿Qué…? ¡¿Por qué no lo entiendes?! ¡Eres tan cruel!”

A ella le gustaba hablar, pero no tenía sentido discutir con alguien


tan equivocado. Además, el fuego que asolaba la finca principal pronto
se extendería hasta aquí.

“¡Señora Saimori! ¡Señora Kaya! ¡Hay un incendio! ¡Este lugar no


es seguro!”

El sirviente que Kayoko había enviado para comprobar las cosas


acababa de regresar corriendo. Kouji, que había permanecido en
silencio hasta entonces, se acercó a Kaya.

“Kaya, no puedes quedarte aquí. Lo mismo va para usted, Sra.


Saimori. Tenemos que irnos.”

“Mi casa está… ¿está ardiendo?”

Kanoko estaba horrorizada. Salió a trompicones del almacén para


ver el humo negro que salía de la residencia principal.

“¡No! ¡Nooo…!” Gritó. “¡No mi casa!”


Kiyoka no se preocupaba de nadie más que de Miyo. Mientras la
levantaba del suelo para sacarla del almacén, Kaya lo agarró de la
manga.

“¡No se vaya! ¡Por favor, Sr. Kudou…!”

Exasperado, Kiyoka se sacudió para liberarse de ella y la miró con


animosidad desenmascarada.

“Ya he tenido suficiente de tu arrogancia. No me importan las caras


bonitas ni el Don. ¡Tendría que caerse el cielo para que eligiera como
esposa a una egoísta como tú! Apártate de mi camino.”

Se estremeció y retrocedió un paso. Kiyoka no le dedicó una


segunda mirada mientras salía del almacén con Miyo en brazos.

Kouji impidió que su prometida intentara alcanzar de nuevo a Kiyoka


cuando se marchaba.

“Tenemos que salir de aquí ahora.”

“No… ¿Por qué? ¡¿Por qué me está pasando esto a mí?!”

“Tenemos que irnos, Kaya.”

“¡Quítame las manos de encima!” Ella montó en cólera cuando él


intentó llevarla fuera del brazo. “¡No lo entiendo! No he hecho nada
malo.”

“Kaya…”
Fuera, Kanoko chillaba diciendo que todo era culpa de Miyo. Kouji
perdió la paciencia. Suspiró y arrastró a Kaya a pesar de sus protestas.
Una vez fuera, también agarró a la furiosa Kanoko y la obligó a
caminar con ellos.

“¡Suéltame! ¡Suéltame de una vez!”

“¡Ya basta!” Gritó Kouji.

“¿Qué te pasa? Es Miyo la que te gusta, ¿verdad? ¡Déjame y corre


para salvar tu pellejo!”

La sangre volvió a subirle a la cabeza. Ni siquiera entendía por qué


se sentía obligado a salvar a esas mujeres. Pero tenía que hacerlo.

“¡Tienes razón! Miyo es lo más importante para mí. Por supuesto


que lo es. Pero estaría triste si murieras, ¡y no dejaré que tú y tu familia
le causen más dolor!”

Haría todo lo que estuviera en su mano para evitar que esa vil gente
volviera a hacer llorar a Miyo. Si era para evitar el sufrimiento de
Miyo, incluso salvaría a aquellos a los que odiaba.

Al oír a su apacible prometido dirigirle unas palabras tan duras y


airadas, Kaya se calló y bajó la mirada malhumorada. No volvió a
hablar mientras huían de la residencia en llamas.
CAPÍTULO 5:
Finales y Nuevos Comienzos

Otra vez ese cerezo. Miyo soñaba con él por segunda vez.

“Madre.”

El cerezo del jardín de los Saimori estaba en plena floración. Junto


a él estaba la madre de Miyo, con el color de su kimono a juego con
las flores. Le hacía señas a su hija para que se acercara, sonriendo.
Miyo dio un paso vacilante hacia ella. Luego otro, y otro, pero al igual
que en su primer sueño, no se acercaba.

“Madre, yo…”

No terminó de decir “quiero ir a tu lado” porque oyó otra voz que


la llamaba por su nombre, una que no podía dejar sin respuesta.

“¡Te veré de nuevo, madre!”

Su madre siguió haciéndole gestos para que se acercara, pero Miyo


se dirigió en otra dirección.

Cuando todo terminó, se despertó en su habitación de la casa de


Kiyoka. Un médico la había examinado y, aunque no tenía ningún
hueso roto, estaba muy magullada, por lo que le aconsejaron reposo
durante unos días. Kiyoka se ausentó del trabajo para cuidarla, lo que
la hizo sentirse feliz, ansiosa y aún más en deuda con él.

Yurie había llorado de alivio cuando trajo de vuelta a Miyo. Le


preocupaba que Miyo pudiera morir deshidratada si sus captores la
encerraban. Yurie también había estado ocupada atendiendo las
necesidades de Kiyoka, que había estado cuidando de Miyo; les estaba
muy agradecida a ambos. Y más tarde, poco a poco, Kiyoka le contó a
Miyo lo que había ocurrido en la casa de su familia.

“¿Se quemó…?”

“Sí.” La tensión se dibujó en su rostro. “La casa era de madera y


tenía muchos jardines. Todo se esfumó muy rápido.”

Admitió que no podría haber hecho nada para apagar el fuego que
Minoru Tatsuishi había conjurado. Afortunadamente, nadie había
muerto.

“En cuanto a tus padres… Han despedido a casi la mitad de los


sirvientes y se han mudado a una residencia más pequeña en el campo.
Tendrán que acostumbrarse a un nivel de vida mucho más bajo.
También podría ser el fin de su carrera al servicio del emperador. La
Casa Saimori ha sido arruinada.”

“Arruinada…”

Como Miyo nunca había disfrutado de los privilegios de una


familia rica, no sabía qué pensar de la noticia.

“¿Y qué pasa con Kaya?”


“Ha sido enviada a servir a una familia infame por sus estrictas
normas domésticas. Es joven; la experiencia le ayudará a forjar su
carácter.”

Aunque Kaya poseía Visión Espiritual, sólo podía utilizar las


técnicas sobrenaturales más básicas y carecía de poderes especiales.
Por lo tanto, no había nada de malo en enviarla a vivir con la gente
corriente.

Miyo se sintió aliviada de que, al menos, todos tuvieran un techo


bajo el que cobijarse.

“¿Qué pasó con los Tatsuishi…?”

“Los delitos de Minoru Tatsuishi no se han hecho públicos. No será


llevado a juicio, pero aceptó su responsabilidad por el incidente
dimitiendo como jefe de familia. Su hijo mayor, Kazushi, ostenta ahora
ese título, y ha accedido a permanecer bajo mi supervisión directa, lo
que limitará algunas de sus libertades. Esto pone a la familia Tatsuishi
efectivamente bajo mi mando.”

“Oh… ya veo.”

Naturalmente, Kiyoka no habría renunciado a castigar a quienes


habían torturado a su prometida. Los había tratado con tanta dureza
como si fueran delincuentes comunes y había logrado tales acuerdos
no tanto mediante la discusión como con la intimidación. Pero esto,
Miyo no necesitaba saberlo. Habían perdido su estatus, sus casas y su
riqueza, y sus familias habían quedado reducidas a meras sombras de
lo que habían sido. Tal vez no fueran capaces de hacer frente a estos
cambios drásticos, pero Kiyoka no sentía compasión por ellos.

Los días siguientes pasaron en un abrir y cerrar de ojos.

“¿Te encuentras bien?” Kiyoka preguntó a Miyo.

“Sí. Para empezar no estaba gravemente herida…”

La ayudó a salir del vehículo. Era un día nublado con un sol débil,
agradablemente fresco para ser verano. Habían conducido hasta lo que
quedaba de la residencia Saimori. Las ruinas carbonizadas serían
limpiadas cualquier día, así que Miyo había insistido en visitarla antes.
Kiyoka no era partidario de volver aquí con ella, pero al final había
accedido a regañadientes. Ella se había empeñado en comprobar algo
en el lugar.

“Cuidado donde pisas.”

“Sí, lo tendré.”

La casa en la que había nacido y crecido casi había ardido hasta los
cimientos. Algunos cimientos y pilares seguían en pie, pero el resto se
había convertido en cenizas, por lo que era imposible saber dónde
acababa una habitación y empezaba otra. A Miyo le resultaba difícil
distinguir dónde había estado cada habitación, a pesar de haber vivido
allí casi toda su vida. Como habían nivelado la casa, podían pasar por
encima. Aunque Miyo sintió una punzada de tristeza al verlo, no duró
mucho. Guiada por su memoria, se dirigió a su destino. Kiyoka a veces
le echaba una mano para asegurarse de que no tropezaba con ningún
escombro, pero seguían caminando en silencio.

Miyo se dirigía hacia el mayor de los patios interiores, donde antes


había un cerezo. El árbol de su madre. Lo habían cortado después de
que se marchitara, pero el tocón nunca se había retirado. A ese patio
en concreto sólo se podía acceder desde la habitación original de Miyo
y la de su madre. Nadie, aparte de los criados que lo arreglaban
esporádicamente, había puesto un pie allí en muchos años, ni siquiera
un jardinero. Desde entonces, el tocón había muerto y se había vuelto
gris. Sin embargo, Miyo había querido verlo por el sueño que había
tenido con su madre vestida con un kimono rosa, de pie junto al árbol,
haciendo señas a su hija para que se acercara. Como no podía dejar de
pensar en ello, se sintió obligada a visitar aquel lugar.

Allí estaba, calcinado pero aún reconocible. Mientras ella se


acuclillaba junto al tocón, Kiyoka se sentó en cuclillas a su lado.

“¿Esto es lo que querías ver?”

“Sí… Es lo que queda del cerezo que plantaron cuando se casó mi


madre.”

Ni siquiera ella había pasado mucho tiempo en este jardín. El tronco


del árbol que habían talado cuando ella era sólo una niña era un triste
recuerdo de todas las cosas que había perdido de su madre. Sólo con
mirarlo, Miyo se sentía sola.
Lentamente, alargó la mano hacia él y lo rozó con las yemas de los
dedos. El viejo y grueso tronco se desmoronó al tacto, como si
estuviera hecho de arena. Al mismo tiempo ocurrió otra cosa.

“Oh…”

Miyo sintió un dolor agudo en la cabeza, como una descarga


eléctrica. Sólo duró una fracción de segundo, así que no gritó y, cuando
desapareció, dudó de que hubiera sucedido.

“¿Pasa algo?”

“N-No…”

Apartó la mano del tocón sorprendida, flexionó los dedos y cerró el


puño. El dolor debía de deberse a sus heridas anteriores. Quizá aún no
se había recuperado del todo. Esta explicación la satisfizo.

“¿Nos vamos?”

“Sí, vamos.”

Ahora la única huella que la madre de Miyo había dejado en este


mundo era la propia Miyo. Pero eso estaba bien. De hecho, esa era
probablemente la razón por la que su madre la había llamado, para
mostrarle que era hora de seguir adelante. Y así lo hizo. Aunque no
negaría su pasado, a partir de ahora sería un capítulo cerrado. Había
tenido su parte de desgracia, pero ahora tenía los medios para alcanzar
la felicidad.
Salieron por la puerta rota y vieron una cara conocida en la calle.

“Kouji…”

Cuando ella lo llamó por su nombre, él la miró con un poco de


desconcierto y tal vez un poco de culpabilidad.

“Miyo… Ha… Ha pasado un tiempo.”

“Sí, así es.”

Sin contar el breve momento antes de caer inconsciente cuando


Kouji y Kiyoka vinieron a rescatarla, la última vez que lo había visto
había sido hacía un mes, cuando había estado con Kaya en la ciudad.
No habían llegado a hablar por aquel entonces, así que parecía como
si llevara aún más tiempo sin verle.

“¿Cómo te sientes?”

“Estoy mucho mejor ahora, gracias.”

“Me alegra oír eso… Dime, ¿tienes un momento o dos para hablar?
No podré quedarme en la ciudad mucho más tiempo, así que ésta
podría ser nuestra última oportunidad de charlar.”

Miyo había oído que Kiyoka la había encontrado tan rápido gracias
a Kouji, así que quería agradecérselo. Pero si Kiyoka decía que no, ella
no insistiría. Lo miró interrogante. Él suspiró y asintió. Tenía su
permiso.

“Claro, hablemos.”

“Gracias. ¿Te importa si vamos allí?”


Se alejaron un poco y se sentaron en unos escalones de piedra a la
sombra de los árboles. Solían descansar aquí cuando jugaban al aire
libre de pequeños. Aquellos momentos robados con Kouji habían
hecho soportable su infancia después de haber perdido a su madre y su
lugar en la familia. Tenía una deuda de gratitud con él por haber sido
su único amigo entonces.

“…Gracias de todo corazón por venir a rescatarme.”

“Ojalá pudiera decir que de nada, pero la verdad es que no hice


nada. Me sentí impotente. Lo único que pude hacer para ayudarte fue
contarle a tu prometido lo que pasó.”

Parecía abatido.

“Kiyoka me dijo que, de no ser por ti, no habría podido acudir en


mi ayuda tan rápido.” Añadió Miyo.

“… Supongo que es cierto. Así que contribuí de esa manera.”

Pensó en decirle algo alentador, pero se contuvo. A él no le habría


gustado que le acariciara su ego dañado por pura compasión.

“No poder hacer nada era increíblemente frustrante. Puede que


haya heredado el Don, pero mis habilidades no valen nada. Solía
pensar que lo único que importaba era que lo tenía y podía transmitirlo,
así que renuncié a intentar mejorarlo. Pero la única vez que mi Don
importó de verdad, cuando quise salvarte, fue tan inútil que también
tuve que rendirme.”
Aunque no tenía poderes notables, Kouji la había apoyado de otra
forma: enfadándose por su maltrato. Eso era lo que realmente le
importaba. Sin él, realmente se habría quedado sin un solo aliado, por
lo que tal vez no habría tenido fuerzas para sobrevivir.

“Seguramente ya se habrá enterado por el Sr. Kudou, pero he


decidido someterme a un entrenamiento.”

Ya no estaba angustiado, la miraba con ojos brillantes de


optimismo. Iba a trasladarse a la antigua capital y entrenarse para
convertirse en un experto usuario de dones. Allí aún vivían muchas
familias de superdotados de renombre, y el conocimiento de las
habilidades y técnicas sobrenaturales aún no había caído en el olvido
como en la capital imperial. Como tal, era mucho más adecuado para
sus necesidades. Sin embargo, irse a entrenar no significaba que
estuviera libre de sus otras obligaciones. Seguía prometido a Kaya y
había sido designado próximo jefe de la familia Saimori. Dependiendo
de si llegaba a convertirse en un usuario de dones reconocido, algún
día podría devolver a los Saimori a un estatus elevado, o eso le había
dicho Kiyoka.

Desde luego, era una forma mejor de enmarcarlo que admitir que
Kouji tendría que abandonar su ciudad natal debido al escándalo que
había provocado su familia. Además, reparar la reputación de los
Saimori, que no habían sido movilizados para misiones contra los
grotescos desde hacía mucho tiempo, no sería tarea fácil. Aunque se
trataba de una tarea difícil, al menos disponía por fin de la voluntad
necesaria para marcar la diferencia.

Miyo no podía ofrecerle ningún consejo práctico, pero le apoyaría


con sus ánimos.

“Voy a darlo todo. Y tú, Miyo… Estarás a salvo con el Sr. Kudou.
Él puede protegerte. Y yo entrenaré para hacerme más fuerte y poder
proteger lo que es importante para mí.”

“Te deseo la mejor de las suertes.”

Al igual que Miyo, Kouji había decidido seguir adelante con su vida
con renovadas esperanzas. Ella también se entrenaría, sin escatimar
esfuerzos, para convertirse en una digna esposa para Kiyoka. Mientras
consideraba sus propios propósitos, se perdió momentáneamente en
sus pensamientos.

“Por cierto…”

“¿Sí?”

Se rascó la mejilla avergonzado, luchando por sacar las palabras.

“¿Recuerdas cuando intenté decirte algo importante aquel día…?”

Inmediatamente comprendió que se refería al día en que su familia


le dijo que se casara con Kiyoka Kudou. Estaba fresco en su memoria.

“Quería…”

En aquel momento, estaba tan angustiada por su futuro, tan


abrumada por la desesperación, que no le había importado lo que él
fuera a decir, así que lo había dejado en el aire. Y aunque ahora podía
preguntárselo con calma, intuyó que lo que él quería no era continuar
esa conversación. En lugar de eso, le dio la respuesta que él esperaba.

“Lo siento mucho, pero no recuerdo…”

“¿No?”

“Me temo que no. ¿Dijiste que era importante?”

“Oh, um… No, no realmente. No pasa nada. No te preocupes.”

Asintió para sí varias veces y se animó, como si su respuesta le


hubiera quitado un peso de encima y hubiera decidido algo por él.
Miyo se alegró de verlo.

“Deberíamos volver. Tu prometido podría enfadarse conmigo si te


retengo mucho tiempo.”

“De acuerdo.”

Se dirigieron de nuevo a la puerta de la residencia Saimori de un


humor más ligero. Miyo echó a correr los últimos pasos y anunció su
regreso. Kiyoka sonrió y le acarició la cabeza cariñosamente.

“Parece que te divertiste.”

“Sí, lo hice. Siento haberte hecho esperar.”

“No me importa. Si has terminado aquí, deberíamos volver a casa.”

Miyo se giró una última vez hacia Kouji.

“Kouji, volvamos a vernos algún día.”


“Hasta la próxima, Miyo.”

Él la saludó con una pequeña sonrisa, y ella le devolvió una leve


reverencia antes de subir al vehículo de Kiyoka. Nada más la ataría a
este lugar.

Kouji se paró en la calle y observó el vehículo hasta que


desapareció de su vista.
EPÍLOGO

El compromiso oficial entre Kiyoka Kudou y Miyo Saimori era un


asunto sencillo que sólo requería un par de firmas en un documento
oficial. No era un gran paso como el matrimonio. Además de significar
el comienzo del periodo de espera antes de casarse, no cambiaba nada
entre ellas. Como la situación entre sus familias era la que era, no hubo
intercambio de regalos de compromiso.

En cuanto a la familia de Kiyoka, según sus propias palabras,


llevaban una vida tranquila en su retiro y no necesitaban involucrarse.
Kiyoka y Miyo probablemente tendrían que verlos al menos una vez
antes de casarse, como exigía la etiqueta, pero no necesitarían su
permiso para casarse. Como jefe de familia, Kiyoka podía tomar esa
decisión por sí mismo. Sin embargo, se puso en contacto con su padre
para decirle que dejara de buscarle ofertas de matrimonio. Fue
entonces cuando Miyo se enteró de que su padre los había unido.

“Él era quien coordinaba las proposiciones. Cada vez que oía hablar
de una dama de una edad adecuada que se ajustaba a sus requisitos,
enviaba a un intermediario para hacer los arreglos.”

Por su rostro cansado, Miyo imaginó que lo había pasado mal con
las candidatas anteriores. ¿En qué se había basado el padre de Kiyoka
para seleccionar a las futuras novias? No conocía los detalles, pero si
uno de los criterios era estar en edad de casarse, la única chica que se
ajustaba a esa descripción en la casa Saimori era Kaya, no ella. El alto
rango de su familia era un vestigio de sus logros pasados, así que nadie
les prestaba demasiada atención. Definitivamente no la suficiente
como para enterarse de que su hija mayor vivía entre los sirvientes. Su
padre, Shinichi, debió de decidir ofrecérsela en su lugar porque se
resistía a echar a Kaya. Miyo se preguntó si el padre de Kiyoka se
sentiría decepcionado y enfadado cuando descubriera que no había
conseguido para su hijo la mujer que esperaba. Expresó esta
preocupación a Kiyoka, que resopló desdeñosamente.

“Si se queja, lo convertiré en un montón de cenizas.”

En lugar de tranquilizarla, su salvaje comentario hizo que se


preocupara por su padre.

“… En cualquier caso, ese barco ya ha zarpado.” Añadió mientras


paseaban tranquilamente por la ciudad tras completar el papeleo.

“Cierto.”

Aquel día, los padres de Miyo se habían marchado de la ciudad a


su nuevo hogar en el campo, y su hermana había partido hacia la casa
donde trabajaría. Miyo podría haber ido a despedirlos, pero no lo hizo.
Ya no tenía nada que decirles y no sentía que les debiera una
despedida.

“La verdad es que me convertí en un desastre andante.” Dijo


Kiyoka.

“Sr. Kudou…”
“Me siento parcialmente responsable del incidente.”

Kiyoka le había hablado antes de su primera visita a la residencia


Saimori, cuando le había exigido que su familia se disculpara con ella
si querían que les pagara la dote de la novia. En opinión de Miyo, no
era una petición descabellada. Necesitaba algún tipo de conclusión.
Para Miyo, que le ordenaran abandonar su hogar para casarse era casi
sinónimo de cortar los lazos con su familia, pero ésta no había tardado
en demostrarle que no lo veían así. Sin un final definitivo para su
relación, seguirían burlándose de ella y abusando de ella cada vez que
se encontraran accidentalmente en la ciudad, y ella nunca superaría el
sentimiento de inferioridad que le habían inculcado. Si seguían
teniendo la oportunidad de hacerla romper a llorar y temblar de miedo,
nunca sanaría. Era absolutamente necesario que rompiera los lazos que
la unían a ella, a su pasado.

“Todo lo que hiciste por mí era necesario.”

“Miyo…”

“Y estoy encantada de que hayas hecho tanto por mí.”

Tener a alguien que se preocupara por ella, que estuviera dispuesto


a hacer algo —lo que fuera— por ella, era una bendición. Había
olvidado esa sensación de alegría hasta hacía poco. Kiyoka, Yurie y
todo lo que había sucedido desde que lo conoció le habían permitido
volver a experimentar esa sensación.

“Miyo.”
“¿Sí?”

Se detuvieron y él la miró, serio y un poco tenso. Tomó sus manos


entre las suyas.

“El futuro ciertamente no será todo rosas. Haré todo lo posible para
protegerte de cualquier dificultad, pero soy un soldado. Habrá
momentos en los que tendré que dejarte para luchar, y las batallas en
las que participo son extremadamente peligrosas. Luego está la
cuestión de mi personalidad… Soy un poco aburrido, pero aun así me
gustaría estar a tu lado.”

“…”

“¿Te casarías conmigo, complicada como soy?”

Se habían conocido a través de una proposición de matrimonio que


ninguno de los dos había pedido, pero ahora Kiyoka quería arreglar las
cosas proponiéndole formalmente matrimonio. Miyo sonrió.

“No eres nada complicada. En todo caso, soy yo quien va a dar más
problemas. ¿Estás segura de que no te arrepentirás de tenerme como
esposa?”

“Desde luego. Yo mismo te elegí.”

“Entonces, si me aceptas a pesar de mis muchos defectos, estaré


encantada de casarme contigo.”
No había nadie allí para presenciar los votos de la pareja de pie en
medio de una calle concurrida, pero a ellos no les importaba. Ambos
preferían la modestia a la ostentación.

“Gracias, Miyo.”

Sonriéndose el uno al otro, emprenden el camino hacia su pequeño


y cálido hogar.
PALABRAS DEL AUTOR

¡Saludos! Soy Akumi Agitogi. Muchas gracias por leer mi primera


novela.

Es la primera vez que escribo una de estas secciones, así que no sé


muy bien de qué hablar. Supongo que debería empezar hablándoles un
poco de mí, aunque no hay mucho que decir… Pero si realmente
necesito compartir alguna anécdota personal, entonces esto tendrá que
bastar: Me preocupaba que la gente se burlara de mí por mi seudónimo,
ya que uno de los caracteres, ago, significa “mandíbula” en japonés.
Lo elegí porque me gustaba el aspecto del carácter japonés para esa
palabra y pensé que haría que mi nombre fuera memorable, ¡eso es
todo!

Bien, una vez dicho esto, permítanme que les hable del libro. El
título me vino inspirado por mi amor a la estética japonesa: ¡tenía
muchas ganas de escribir una historia ambientada en un mundo de
tradiciones japonesas! Después, tuve que elegir un periodo histórico
en el que basar mi narración, y las épocas Meiji y Taisho fueron las
que más me atrajeron. Ni que decir tiene que la vida en aquella época
era mucho menos cómoda, y yo no soy lo que se dice una persona
aficionada a la historia, así que eso supuso un reto adicional para mí.
No obstante, fue una época única en la historia en la que las influencias
japonesas y occidentales empezaron a mezclarse, pero aún no se
habían fusionado del todo. En esta época, la gente y las cosas tenían
una vitalidad peculiar. Supe inmediatamente que ése sería el escenario
de mi novela.

Pero no quería limitarme a escribir un romance Meiji/Taisho.


También quería que añadiera algunos elementos fantásticos, ya que
soy un gran fan de ese género… Por eso introduje habilidades
sobrenaturales —el Don— en la narración y creé los personajes de
Kiyoka, una usuaria del Don, y Miyo, una chica sin poderes de un
linaje bendecido con el Don. Aunque me costó un poco crear un mundo
apropiado para la época en la que viven, escribir estos personajes fue
muy agradable.

Este libro es cien por cien de mi interés. Y gracias a los ánimos de


muchas personas, he conseguido publicarlo. Publicar al menos una
novela estaba en mi lista de deseos, pero nunca imaginé que mi sueño
se haría realidad tan rápido. Todavía no me lo creo. Me costó mucho
tiempo y esfuerzo escribirla, así que espero que a alguien le guste
leerla.

Por cierto, Square Enix va a sacar una versión manga de mi historia


en la app Gangan Online (a partir de enero de 2019). Está dibujada por
Rito Kousaka, cuyas ilustraciones son exquisitas y muy expresivas.
¡No dejen de echarle un vistazo!
Me gustaría concluir con un sincero agradecimiento a mi editor, sin
el cual este libro nunca se habría publicado. Muchas gracias por
guiarme en mi primera y torpe incursión en la escritura.

También me gustaría dar las gracias a Tsukiho Tsukioka por la


maravillosa ilustración de la portada. Su precioso dibujo me ha
ayudado a dar cuerpo al mundo de la historia.

También quiero dar las gracias a mis lectores en línea, que me han
estado animando, y a todos los que me han leído hasta aquí. No podría
haberlo hecho sin todos ustedes. Gracias de todo corazón por leer mi
primer libro hasta el final.

Espero que volvamos a vernos.

Akumi Agitogi
PALABRAS DEL TRADUCTOR

En esta ocasión la traducción de esta historia fue posible gracias al


patreon, gracias RZ por tu continuo patrocinio, así como a los demás
que me apoyan, espero que tú y quienes lean esto disfruten tanto o más
que yo.

Esta fue una historia bonita, sencillita, ambientada en cierto periodo


histórico de Japón con el añadido de la magia, y por último, pero no
menos importante, un montón de cariño y amor.

La pobre de Miyo en verdad la pasó mal, que bueno que fue a parar
con Kiyoka. El final fue bastante satisfactorio y creo que se nota un
poco que Miyo despertará su poder en los próximos volúmenes.

Y que decir que lo que Kiyoka necesitaba era una persona que no
solo velara por su propio bienestar.

Esperando que el autor no haga que Miyo pase por demasiado antes
de hacer que se recuperarse de sus traumas mentales, sin más nos
leemos (?) en otra ocasión.

Para todos de Ferindrad.


Frase Final

Es felicidad juntar el afecto con el aprecio;


el amor introduce la lanza y al paso que
ésta entra, sale la estimación.

BALTASAR GRACIÁN Y MORALES.

Jesuita y escritor español.

(1601-1658)

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