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¿VIVES SEGÚN EL PROPÓSITO DE DIOS PARA TU VIDA?

Por: Anita Nava de Justiniano

Las mujeres, desde el comienzo de la humanidad en el Edén, han sido un instrumento precioso en
las manos de Dios para cumplir con Su santa y divina voluntad.

Cada hombre y mujer hemos sido creados con un propósito divino, el cual debemos cumplir en el
tiempo perfecto de Dios, para poder decir al final de nuestros días, como el apóstol Pablo dijo: “He
peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está
guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí,
sino también a todos los que aman su venida” (2 Timoteo 4:7 y 8).

Mencionaré unas cuantas mujeres de la Biblia, de las cuales resaltaré el propósito principal que
tuvo Dios para cada una de ellas:

La primera mujer, Eva, cuyo propósito divino, aparte de ser la ayuda idónea y el complemento
perfecto para el hombre, fue ser la “madre de todos los seres vivientes” (Génesis 2:18, 3:20).

Sara, Rebeca, Lea y Raquel, fueron escogidas por Dios para llevar a cabo sus propósitos, junto a sus
esposos, los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob. A través de estos hombres y mujeres se cumple la
promesa de Dios de crear un Pueblo Elegido (Israel) que había de ser el portador de sus promesas
y de su pacto.

Una historia que impacta es la de Ester, una joven y bella judía que conquistó el corazón de
Asuero, el rey más poderoso de aquella época. Asuero la hizo reina de todo el Imperio Medo-Persa
y Dios la usó para salvar a los judíos de un inminente exterminio planeado por Amán, perverso y
poderoso enemigo de Israel. Esta bella y sabia mujer reconoció el propósito de Dios de estar en la
posición de reina a través de las palabras de su padre de crianza, Mardoqueo: “¿Y quién sabe si
para esta hora has llegado al reino?”. Estas palabras le hicieron ver que no fue elegida reina sólo
por su belleza física, sino porque Dios tenía un propósito para ella en el reino en ese tiempo
preciso.

La extranjera Rut, joven viuda moabita, quién dejó atrás todo lo que tenía y la unía a su pueblo
idólatra; y decidió adorar al único Dios verdadero y pertenecer a Su pueblo. Su amor, obediencia,
fe y determinación de seguir y servir al Dios de Israel y a su suegra la hicieron merecedora de
ocupar un sitial en la genealogía del Señor Jesucristo.

María, una joven virgen de Nazaret, que conocía y creía en la promesa del Señor: que mandaría al
mundo al Mesías Salvador a través de una concepción virginal (Isaías 7:14). María halló gracia
delante de Dios para ser la virgen favorecida y la bendita entre las mujeres al ser la elegida para
concebir en su vientre virginal al Hijo de Dios. Su corazón de sierva estaba preparado para
obedecer y aceptar la voluntad de Dios y servirle en el acto humano más sublime: el ser la Madre
de nuestro Señor Jesucristo y soportar “aquella espada que traspasaría su misma alma” (Lucas 1:
26-38; 2:35).
En el Evangelio de Lucas, Capítulo 8, encontramos el siguiente título: “Mujeres que sirven a Jesús”.
En los versículos del 1 al 3, se mencionan por nombre a tres mujeres: María Magdalena, Juana y
Susana, que junto a otras muchas mujeres anónimas habían recibido de parte del Señor Jesús: la
sanidad de espíritus malos y la sanidad de enfermedades físicas. Este breve pasaje, nos relata que
estas mujeres tuvieron tal agradecimiento (rara virtud en los tiempos de Jesús y en los actuales) y
apreciaron tanto el milagro que hizo el Señor Jesús en sus almas y cuerpos, que se convirtieron en
fieles seguidoras de Cristo; acompañándolo por todas las ciudades y aldeas donde predicaba y
anunciaba el Evangelio del Reino de Dios.

El versículo 3 termina mencionando el ministerio de estas fieles y devotas mujeres: ellas servían a
Jesús CON SUS BIENES. Ellas no eran una carga para Jesús y sus discípulos, más bien ellas
contribuían a sus sostenimientos con sus bienes personales. Estas mujeres seguían a Jesús no para
pedir, sino para DAR. Apoyaban a Su Señor con su tiempo, sus energías y sus recursos económicos.
Juana, es una de estas siervas que sólo se la menciona por su nombre en el Evangelio de Lucas. Su
nombre significa “El regalo de Jehová” y “El Señor da generosamente”. Ella hizo mérito a su
nombre. Así como recibió de Jesús de manera gratuita el toque sanador, ella sustentaba
generosamente de sus bienes a Jesús y a sus discípulos. Juana reconoció que éste era el propósito
de Dios para su vida y lo realizaba con gozo y amplitud de corazón.

Era esposa de Chuza, intendente o mayordomo de Herodes Antipas. Esto nos da a entender que
ella tenía una buena posición social y económica y un estilo de vida de clase alta. Este dato nos
revela que Juana fue una mujer que se negó a sí misma, a la vida cómoda, a los lujos y deleites
temporales, para invertir en las cosas celestiales.

En 3 de los 4 Evangelios se mencionan estas palabras de Jesús: “…….es más fácil pasar un camello
por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios”. Para Juana, su riqueza y posición
social no fueron un impedimento para seguir fielmente a Jesús; más bien, de su abundancia dio
con liberalidad y con gozo para las necesidades de su Salvador y Sanador; y de esa manera fue un
ejemplo de la gracia de dar. Aquel que curó su cuerpo y su alma se había convertido en algo
precioso para Juana; y así como le sirvió mientras estaba vivo, continuó su ministerio de amor y
servicio en su muerte.

Juana, era una de las mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea hasta Jerusalén y estaba
presente mirando la crucifixión del Señor Jesús con su corazón desgarrado de angustia al ver el
sufrimiento de su amado. Puede ser que haya sido una de las mujeres que le seguían llorando y
haciendo lamentación por Él en el camino al Calvario, llamado La Vía Dolorosa. Juana fue una fiel
sierva, en las buenas y en las malas.

Después de la crucifixión, Juana y las demás mujeres, siguieron a quienes llevaron el cuerpo de
Jesús al sepulcro y vieron cómo lo pusieron dentro. Volviendo del sepulcro, fue una de las que
prepararon especies aromáticas y ungüentos para ungir el cuerpo del Señor como “último
homenaje” a su Salvador. Fue el símbolo externo de la reverencia interna que siempre había
sentido por Jesús.
Muy temprano en la mañana de ese memorable primer día de la semana, Juana fue una de las
mujeres afligidas que se reunieron en el sepulcro para ungir a su Señor; pero grande fue su
sorpresa al ver que la tumba estaba vacía. Ella tuvo el honor de ser una de las pocas personas en
escuchar de la boca de los ángeles que Jesús había resucitado y de las primeras en proclamar esta
maravillosa noticia a los apóstoles y demás discípulos: “¡JESÚS HA RESUCITADO!” ¡Qué privilegio el
de Juana y el nuestro de creer en un Dios Vivo, cuya tumba se encuentra vacía! ¡Qué ejemplo para
aprender tenemos las creyentes de hoy en Juana!

Conozcamos el propósito que tiene el Señor para cada una de nosotras, a través de la oración, de
la lectura de la Palabra y siendo siervas fieles y obedientes a nuestro Salvador.

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