Está en la página 1de 30

Centros urbanos en la Provincia de Guatemala

La primera ciudad fundada en el actual territorio de Guatemala, lo fue sólo de


manera simbólica, en Iximché, el 27 de julio de 1524. Se le llamó Santiago de
Guatemala, pero nunca fue trazada a la manera española. Casi de inmediato, y
como consecuencia de rebelión de los Kakchiqueles, adquirió un carácter
itinerante. Su primer asiento permanente lo tuvo en Almolonga o Bulbuxyá, donde
se fundó, por Jorge de Alvarado, con las formalidades legales del caso, el 27 de
noviembre de 1527.
Después de la muerte de Pedro de Alvarado, ocurrida en México, y cuando doña
Beatriz de la Cueva (“la sin ventura”, como ella firmaba entonces) desempeñaba la
Gobernación, conjuntamente con su primo Francisco de la Cueva, la noche del 11
de septiembre de 1541 la ciudad fue destruida por una grande inundación,
provocada por lluvias torrenciales y un deslave que descendió del Volcán de Agua.
A raíz de la muerte de doña Beatriz, en aquella noche trágica, el gobierno se
ejerció, también conjuntamente y de modo provisional, por el Obispo Marroquín y
el ya citado Francisco de la Cueva.
El mismo año 1541, la ciudad se trasladó al valle aledaño que los
indígenas llamaban Pancán o Panchoy, y los españoles, Valle del Tuerto. Allí
estuvo hasta 1773, año en el que fue destruida por los terremotos de Santa Marta.
De ese sitio, de nuevo fue trasladada, en 1776, al Valle de la Virgen, o de La
Asunción, donde todavía permanece.
En Panchoy se distribuyeron los solares en barrios, ubicados según la
importancia de los vecinos. Además, se señalaron los lugares asignados a los
indios que habían llegado “en seguimiento a los indios que habían llegado “en
seguimiento de los españoles”, es decir los tlaxcaltecas, mexicanos, utatlecos y
guatemaltecos. Por cierto, las autoridades siempre recelaron de los indios
citadinos, y fue constante el temor de posibles levantamientos.
Los pueblos de indios
Las “reducciones” o congregaciones, por las cuales se establecieron pueblos de
indios, se impulsaron, inicialmente, por religiosos, como el propio Obispo
Marroquín. Las gestiones comenzaron en 1538, pero sólo fueron atendidas en
1544, cuando el Rey ordenó “recoger” y “juntar” a los indios, en pueblos
delimitados y con autoridades propias. Se comenzó en Patinamit, o sea, Tecpán
Guatemala, la sede principal de los Kakchiqueles. San Raimundo Las Casillas y
Santo Domingo Xenacoj se fundaron, por los indios, con ayuda de los dominicos,
de manera apurada y artificiosa, más bien como una estrategia para evitar
arbitrarios despojos de tierras que ambicionaban ciertos españoles dedicados al
laboreo del trigo.
En su mayoría, los pueblos de indios se trazaron según el patrón urbano
de cuadrícula, con una plaza central, a cuyos costados se erigía la iglesia y el
Cabildo.
La política de las congregaciones prácticamente concluyó en 1580, y ellas
se convirtieron en un nuevo elemento fundamental en la estructura de la sociedad
guatemalteca. Por ese medio, se aceleró el despojo de tierras sufrido por los
indígenas, ya que buen parte de las que pertenecían a las parcialidades, por
ejemplo, bosques, pastizales y los terrenos alejados pero cultivados, con el tiempo
y las presiones, en muchos casos, pasaron a ser tierras baldías en manos de
foráneos.
La delimitación de aquellos pueblos de indios, por otra parte, originó
mediatos e inmediatos litigios de tierras y disputas de límites que, en algunos
casos, permanecen sin resolverse en la actualidad. Muchos de aquellos pueblos,
en especial los que circundaban la ciudad de Santiago u otros centros urbanos de
españoles, se convirtieron en proveedores de bienes y servicios que disfrutaban
los colonos españoles.
En realidad, las reducciones llenaron tres objetivos básicos, a saber:
facilitaron el control político sobre las parcialidades indígenas y, en especial, sobre
los indios rebeldes; allanaron el cobro del tributo y la disponibilidad de mano de
obra que, por cierto, no resultaban tareas fáciles cuando la población indígena
vivía dispersa en los campos, en amplias distancias; finalmente, permitieron que la
evangelización, y otras prácticas de imposición cultural, encontraran caminos más
expeditos y rápidos.
Los pueblos de indios, en consecuencia, resultaron ser un elemento
definitorio, esencial, característico, de la sociedad colonial. En cierta medida
sirvieron para desvertebrar la organización social prehispánica, para encausar la
explotación económica, el control político y el dominio cultural sobre la población
indígena, pero, al mismo tiempo, y de modo paradójico, se convirtieron en
reductos de la vieja cultura y, a veces, en focos de resistencia, pasiva o activa,
pero, en todo caso, en la otra cara de la moneda colonial.
Es propio afirmar que, después de 1524, sólo existían dos grandes grupos
diferenciados en Guatemala: los españoles y los indígenas o naturales, como
estos últimos han preferido llamarse de modo consistente. De esos dos
segmentos sociales, primordialmente, surgió la población heterogénea que ha
conformado la sociedad guatemalteca hasta la actualidad.
En efecto, de las relaciones sexuales, forzadas o voluntarias, entre
personas de aquellos dos grupos primarios, surgió una población mixta. Se incurre
en una ligereza, empero, si se cree que los mestizos, o ladinos como se les llamó
después, sólo son producto de una mezcla biológica, o de la simple adopción, por
los indígenas, de algunos rasgos culturales españoles, como la indumentaria y el
idioma.
La elite, por ejemplo, la de los españoles y la de sus descendientes criollos,
enalteció su pasado, registró sus victorias y sus genealogías, pero se olvidó de los
grupos marginados. De esta manera, una gran mayoría de guatemaltecos, en
especial los ladinos, ha permanecido, por años, sin conocer sus orígenes y sus
antecedentes más remotos.
En 1520, a pesar de los efectos anticipados de las epidemias, la población
indígena estaba equilibrada en cuanto a género. Los españoles que llegaron
inicialmente, en cambio, en su mayoría eran varones, tanto jóvenes como de
mediana edad, y aun cuando hubieran dejado esposa y prole en España,
procrearon hijos o formaron uniones, temporales o duraderas, forzadas o
voluntarias, bajo presiones o por atracción mutua, de las cuales se originó una
población mestiza que, sobre todo, ocupó un espacio social particular.
La aparición de los mestizos fue el primero de varios factores que
derrumbó la dicotomía fundamental del dominio político en América, o sea, la de
las dos repúblicas: la de los españoles y la de los
indios. De ambos grupos, ni el uno ni el otro
previeron que sus relaciones y su convivencia,
aun en una situación de desigualdad, originarían
el surgimiento de “otros”, que no encajaban en
ninguno de los dos segmentos, no obstante que
muchos fueron absorbidos por los españoles
(como doña Leonor de Alvarado, la primera
mestiza nacida en Guatemala), o bien por los
indígenas.
La situación se complicó aún más, cuando, antes de la década 1550, los
hispanos introdujeron a los primeros esclavos africanos, en número apreciable y
en su mayoría varones. Estos también se mezclaron con los indígenas, mestizos y
españoles, y los descendientes de todas aquellas amalgamas biológicas
constituyeron la categoría denominada, durante la Colonia, “castas”, que fue,
asimismo, una población de difícil ubicación. En los siglos XVII y XVIII, el nombre
genérico de castas incluía a todas las personas marginadas de origen mixto, es
decir, mestizos, mulatos, pardos, ladinos, etcétera.
La incorporación de los africanos no resultó fácil y acelerada; primero,la
apariencia física; y, segundo, por una razón sociológica, ya que, además de haber
llegado como esclavos, en algunos casos también desempeñaron el papel de
capataces o calpixques y, como tales, trataron a los indios en forma abusiva e
incluso cruel, puesto que disfrutaban de un poder ilegítimo.
De todas maneras, como parte de la evolución demográfica y sociológica
de los mestizos y, en cierta medida, de los afroamericanos, surgió el que
actualmente se conoce como el segmento ladino de la sociedad guatemalteca.
Alrededor de 1530, casi cualquier español podía tener esclavos indios, pero sólo
los muy acomodados tenían uno de origen africano.
En 1550, cuando se ordenó la libertad de los esclavos indígenas, éstos ocuparon
pueblos y barrios específicos en los alrededores de la capital, en los cuales, a
instancias de las Órdenes religiosas, se pretendía protegerlos de todo tipo de
abusos, pero este último propósito no se pudo conseguir en los poblados del
interior del país.
Durante los siglos XVI y XVII, las castas crecieron de modo constante y
relativamente acelerado; mientras que en la primera de dichas centurias la
población indígena disminuyó, acosada por las enfermedades y otros factores ya
mencionados. La situación de las castas fue muy ambigua siempre; al mismo
tiempo que, inicialmente, los españoles consideraron a sus integrantes como una
fuerza alternativa de trabajo, y a pesar de que , en cierta medida les eran útiles en
verdad, los menospreciaban, aunque también contribuían a su reproducción
biológica; más aún, en muchos casos los absorbían en su propio segmento social.
En 1540, el Obispo Marroquín sugirió oficialmente que se atendiera la
educación de las Doncellas y el entrenamiento artesanal de los jóvenes mestizos,
para evitar en estos últimos “su muy grande corrupción”. En 1550, la Corona
propuso que algunos mestizos huérfanos (varones) de Santiago fueran enviados a
España, donde podrían trabajar en diversos oficios, más la iniciativa no prosperó.
El sector céntrico de Santiago era demasiado caro para albergar al creciente
número de castas (el término se aplicaba también a los individuos), y entonces
muchas personas de este sector social se instalaron en los barrios de indios o en
las zonas bajas y cálidas del interior del país, en especial las que se dedicaban a
la agricultura de exportación, en las cuales podían encontrar trabajo, refugio y más
libertad. Las comunidades indígenas se esforzaron por mantener su integridad
frente a los intrusos, pero la necesidad económica y, en general, sus condiciones
de vida, les obligaban a vender o arrendar sus propiedades a los foráneos.
En Santiago, las castas se hicieron notar, tanto por su número como por el
papel que jugaban en las relaciones sociales y económicas. A mediados del siglo
XVI ya eran importantes, pero más allá de la mitad de la siguiente centuria
constituían una mayoría que, sin embargo, no predominó en otros aspectos que
no fueran el demográfico. Las siguientes estadísticas, relacionadas con el período
1590-1599, indican que en la ciudad existían 13,000 “gentes ordinarias” (mestizos,
negros, mulatos, naborías e indígenas) y unos 3,700 españoles y criollos.
Respecto de 1650, se calcula que unas 21,700 personas eran castas, en tanto que
los “blancos” sumaban unos 5,600. De 1690 a 1699, esta última proporción casi no
había variado
Es importante hacer notar que, en el cuadro demográfico general de Santiago y de
otras regiones del país, se producían uniones de distinto tipo, formales o
informales, estables o casuales, sinceras o violentas, en las cuales participaban
todos los segmentos socios raciales. De este modo, el fondo genético de la
sociedad guatemalteca, en su conjunto, se abigarró, hasta el punto de que, como
ocurre en el mundo entero, el concepto de “raza pura” perdió todo sentido y, por
ello, pareciera más propio hablar de poblaciones reproductoras (es decir, con más
posibilidades de reproducirse fácilmente), en las cuales las reglas de la endogamia
jugaron un papel no desestimable.
Se puede afirmar, en consecuencia, que el punto de origen de la población
no indígena fue la ciudad de Santiago y, más específicamente, las casas de
españoles (aunque este último término también implicaba divisiones internas,
determinadas por la riqueza y el prestigio social); allí, o en los alrededores,
permanecieron importantes concentraciones de dicho segmento poblacional. Sin
embargo, en los siglos XVII y XVIII, ya había focos de población ladina a lo largo
de la Costa Sur, el Oriente de la provincia, así como en Honduras y El Salvador
En resumen, y a reserva de nuevas investigaciones, se puede asumir que
la población ladina apareció primero en el medio urbano, ya que sus
desplazamientos y radicación en otras zonas estuvieron condicionados por la
expansión agrícola, por la disminución demográfica de los indígenas y por el
acceso a la tierra en dichas zonas que, por lo general, eran las más bajas y
cálidas.
Crecimiento de la población ladina
El crecimiento de la población no indígena continuó y se intensificó de 1700 a
1821, al punto de que, ya en el siglo XVIII, ciertas zonas de las tierras bajas eran
más ladinas que indígenas
A principios del siglo XVIII, años después de los terremotos de Santa Marta
(1773), que produjeron un importante despoblamiento de la capital, ésta había
acentuado su carácter multirracial, en cuya cúspide figuraban los españoles,
aunque la mayoría fuera “mezclada”.
La diferenciación de los habitantes según su apariencia física ya no era tan
evidente como lo había sido
En tanto el número de negros y mulatos se redujo, y los anteriores
patrones exogámicos se abrieron, incluyendo aun a “españoles nuevos” de baja
posición social, la población se “blanqueó” gradualmente; y se definió y amplió,
todavía más, la categoría específica del ladino
La expansión del sector no indígena fuera de la capital se produjo , como ya se
indico hacia las zonas de mayor producción agrícola , mas no hacia el Altiplano
Centro occidental, con excepción de la ciudad de Quetzaltenango , donde había
un extendido grupo de españoles y de castas .
El crecimiento de la población no indígena comienza, por lo tanto, en las dos
últimas décadas del siglo XVI, pero en la segunda mitad de la siguiente centuria ya
era notorio. En 1683 en la cabecera del partido de Huehuetenango Vivian siete
españoles; pero en 1740 las cifras conocidas indican 20 españoles, 25 mestizos,
5 mulatos libres y 200 indígenas. En 1740 señalaba una apreciable cantidad de
matrimonios mixtos, entre indígenas mestizos mulatos e incluso españoles. En
todo caso, la población ladina creció mucho más en el oriente y sur del país.
LOS CRIOLLOS Y EL CRIOLLISMO
Generalmente se define a los criollos como los hijos de españoles nacidos en
América. De modo más escrito, el termino se aplico a los descendientes de los
españoles y de otros criollos. Sin embargo, más que el vínculo familiar o el lugar
de nacimiento o residencia, la importancia de los criollos estriba en el espacio
social que ocuparon, así como en el papel que jugaron en el proceso evolutivo de
la sociedad colonial. Lo anterior quiere decir que, antes que un segmento
exclusivamente radical o biológico; o bien uno definido en términos geográficos,
los criollos construyeron un sector estructural de gran participación en la dinámica
del régimen colonial. De esta manera, los criollos individualmente o como grupo,
conformaron el fenómeno social denominado criollismo. En el reino de Guatemala,
igual que en el resto de Hispanoamérica, el criollismo se origino en los propios
años que siguieron a la conquista en el siglo XVI. Más como una concepción de la
vida y la sociedad, como mentalidad y actitudes definidas, como un grupo social
delimitado, alcanzo una particular importancia entre el siglo .
El criollismo, según lo pinta y lo representa personalmente el cronista Francisco
Antonio de Fuentes y Guzmán, en su obra la Recordación Florida, se caracteriza
por una actitud de justificación y exaltación de la empresa conquistadora y de la
condición colonial; por la defensa especifica del mismo sector de los mismos
criollos, en especial frente a los peninsulares; y también por la sublimación del
mundo guatemalteco.
Entre las principales reivindicaciones iníciales de los criollos (siglo XVI) figuraba la
administración directa del corregimiento del Valle, cercano a la capital y de gran
población indígena, cuya jurisdicción les disputa los primero gobernadores, control
del ayuntamiento y de las alcaldías mayores; y otras preeminencias menores,
como el derecho de los capitulares del ayuntamiento y de las alcaldías mayores; y
otras preeminencias menores, como el derecho de los capitulares del
ayuntamiento a usar cojines y a besar la paz en los oficios religiosos (reconocido
solo a los magistrados de la audiencia ), y otras distinciones semejantes, entonces
muy apreciadas. Los criollos se quejaban, igualmente de la indefensión del país
en el orden religioso frente a los piratas y corsarios. En el orden religioso pedían la
categoría metropolitana para el arzobispo de Guatemala. En el orden fiscal, sus
exigencias se enderezaban a la exoneración de impuestos. En el fondo, y en rigor
histórico, los intereses estructurales del criollismo se reducían, esencialmente, a
una mayor libertad para explotar los recursos del país, en especial, el trabajo de
los indios, el comercio la encomienda y otros muchos privilegios coloniales. En el
campo intelectual por ejemplo, sus contribuciones fueron extraordinarias, aunque
sus objetivos no siempre quedaron explícitos. Además de La Recordación Florida
de Fuentes y Guzmán, debe abonárseles la Crónica de la Provincia del Santísimo
Nombre de Jesús de Guatemala, de Francisco Vázquez, la valiosísima y extensa
obra historiográfica y lingüística de Francisco Ximenez, aun cuando este era
español; la fundación de la Universidad de San Carlos , en 1861; el impulso al
periodismo anterior a la Independencia , etcétera . La culminación del papel de los
criollos, como grupo social fue la Independencia del Reino de Guatemala,
proclamada el 15 de septiembre de 1821.
ESTRATIFICACION SOCIAL
Durante la colonia de, los grupos y las personas ocupaban determinadas
posiciones jerárquicas que, en general, se determinaban por razones políticas
económicas raciales y de prestigio social. Para designar a esos distintos niveles
se han usado términos como los de capas, estamento, estratos, clases, etcétera.
Sin embargo, el caso es que tales divisiones existían de hecho y que, en general,
así como producían relaciones de cooperación entre los grupos y personas que
jerárquicamente ubicados, integraban la sociedad colonial, se manifestaban
situaciones de oposición, de pugna y aun de conflicto permanente. Las fuerzas
centrifugas prevalecía, a veces, sobre las que unían a los distintos sectores
(fuerzas centrípetas), a si se explica el estallido de motines rebeliones
allanamiento, e incluso movimientos como la propia Independencia.
La sociedad colonia, sin embargo, permaneció como una unidad política a lo largo
de tres siglos, aun cuando aquellos divisionismos reflejaban problemas objetivos,
como el poder político local o regional, la discriminación sociocultural, la
explotación económica la represión abierta o embozada, y también, por otro lado,
la resistencia pacífica, violenta y disimulada, de los indios.
En los estudios de las estratificaciones en Hispanoamérica se han utilizado de
modo común, tres categorías no necesariamente incluyentes, a saber:
estamentos, una categoría, de origen medieval que funcionaba en España. Los
tres estamentos que se reconocían en Europa eran la nobleza el clero y el estado
llano a cada uno de los cuales se asignaban fueros (leyes), privilegios y
obligaciones diferentes.
El sistema estamental no funciono del todo en América, por varias razones; por
ejemplo la Corona trató que en los territorios colonizados no se desarrollara no
aceptaron a ser ubicados en el estado llano, y, finalmente, en el sector colonizado,
es decir, entre los propios indígenas, habían también peculiares categorías como
los de caciques o Señores maceguales o gente común, esclavos y siervos. Por
otra parte, en determinados contextos como en los libros parroquiales de las
ciudades ( un ejemplo fue Santiago de Guatemala ) se clasificaban a los
pobladores así: españoles (blancos , de origen europeo , que incluían a los
criollos ); gente ordinaria( mestizos mezclados con negros, , gente no europea y
no indígena); y los indios. Desde el punto de vista fiscal, los hombres estaban
separados en tributos y no tributarios. Finalmente, las personas se dividían en
términos de raza y de casta.
En los primeros años de la colonia , como en toda Hispanoamérica , existió una
especie de : pigmentocracia , es decir un sistema de estratificación basado en
color de la piel, y en el que los blancos ocupaban el nivel superior y los negros e
indios , las posiciones inferiores ; sin embargo en el siglo XVII , cuando los
españoles se habían mezclado con los otros grupos , se desarrollaron las clases
sociales económicas sin perder su trasfondo pigmentocratico . Durante el siglo XVI
los españoles ocupan la cúspide de la pirámide estratigráfica, la inmensa mayoría
india se situaba en un lugar intermedio y los esclavos africanos se ubicaban en la
base. En los primeros años, los españoles se distinguían por el hecho de haber
nacido en España o en las Indias (criollos) así como por haber o no recibido las
rentas diversas, tales como esclavos, encomiendas, ayudas de costas, cargos en
el ayuntamiento, etcétera. Los indígenas tenían sus propias diferencias de
posición a las que ya se aludió antes, y los africanos se diferenciaban por su
calidad de esclavos o manumitidos. Este cargo sin embargo, como ya se indico
oportunamente, se complico con el surgimiento de las mezclas. Al principio los
españoles trataron de vivir sus rentas coloniales, (encomiendas, ayudas de costa),
ya que asignaban un carácter servil al trabajo directo. Se consideraban Señores al
servicio del Rey, pese a los orígenes realmente humildes de muchos de ellos, los
pocos que se dedicaron a los oficios artesanales fueron relegados a una oposición
inferior, aunque, rápidamente ellos no solo sacaron provecho de la urgente
demanda de sus servicios, sino que también pretendieron que se les reconociera
también posiciones privilegiadas. Estas pretensiones empero, se redujeron cuando
los oficios artesanales comenzaron a practicarse, así mismo, por mestizos y
mulatos. A fines del siglo XVI surgió un grupo importante grupo de prósperos
comerciantes, cuyos miembros ocuparon cargos importantes y acumularon
apreciables fortunas. Estos y, en general quienes constituían la elite, tanto en
Santiago como en otras ciudades principales del Reino, sintieron amenazada su
posición social con la llegada , desde España de los altos funcionarios designados
por la Corona y otros peninsulares que prosperaban. Los integrantes de esta
nueva ola migratoria en unos casos asumieron los espacios altos determinados
por la riqueza y, en otros se casaron con hijas de las antiguas familias radicadas
en los centros urbanos. Todos estos nuevos ricos afirmaron su poder con los
cargos que se le atribuyeron a su poder en el cabildo, y construyeron un grupo
abierto, del que participaban peninsulares (españoles nacidos en España) y
criollos. De esta manera ocasionalmente los peninsulares dominaron el
ayuntamiento en tanto que los criollos viejos perdían riqueza y también poder
político.
En el siglo XVIII se distinguían tres grupos en el sector de la elite: los criollos o
antiguamente beneméritos, los criollos en transición y los recién llegados de
Europa. Los primeros eran descendientes de los antiguos conquistadores y
colonizadores, los segundos provenían de criollos viejos; y los últimos eran adultos
nacidos en España u otro país del exterior y de reciente ingreso a Guatemala.
Estos últimos dominaron el comercio y el ayuntamiento de Santiago, durante toda
aquella centuria. Ocurría con ellos, sin embargo, que pronto se “criollizaban“, ya
que respondían, casi de inmediato, de intereses y criterios de tipo local, que a los
de España o a los de aquellos lugares de donde procedían. No todos los
españoles por lo tanto conformaban la elite, los había también pobres o
intermedios, más bien proclives al descenso social, aunque ellos también se
empeñaban en mantener la tez blanca y atender cualquier posibilidad de una
movilidad ascendente.
ESTRATIFICACION EN EL SIGLO XVIII

El ordenamiento jerárquico de la sociedad no presentaba ya el carácter trirracial o


multirracial que lo distinguió en la época que siguió a la Conquista. El mestizaje
efectivamente, había debilitado a la diferenciación basada en los fenotipos. El
poder seguía en las manos de los europeos en tanto que la gran mayoría indígena
mantenía un carácter marginal. No obstante en los centros urbanos, en las
haciendas en las zonas productivas en fin, se incrementaba el grupo poblacional,
mezclado, en el cual inclusive los criollos se aparecían cada vez más a esa
creciente masa intermedia, mientras tendía a ser absorbido del grupo de origen
africano.
Es importante acotar que el sector de los peninsulares de reciente ingreso, unido a
los criollos ricos, no solo incremento sus convenientes alianzas locales , si no que
juntos, tomaron las características de un grupo oligárquico , que alcanzo las
principales posiciones de poder: del gobierno municipal , central, cargos
administrativos regionales, cargos en el Real Consulado de Comercio , la
Universidad, la Iglesia (cabildo eclesiástico clero regular y secular , conventos de
monjas etcétera ) , el propio ejercito . La clase alta capitalina renovada
constantemente casi mediados del siglo XVII y con un poder cada vez mas
consolidado , incluía a las familias nuevas y tradicionales más importantes a las
que en otros sectores sociales principalmente entre los de poder intermedio , se
les comenzó a llamar con el solo nombre distintivo de las “familias” allí figuraban
apellidos de “altos vuelos” o de un estirpe no siempre tan “rancia” como se
pretendía : Álvarez de las Asturias Arrivillaga, Batres( o González Batres ), Nájera
Gálvez, Montufar, etcétera . Otras de las familias que llegaron después siglo XVIII,
pero que integraron también aquel famoso grupo Aycinena, Barrundía, Barrutia,
Beltranena, Juarros, Larrave , Lara, Marticolena, Micheo, Palomo, Pavon ,
Peynado, Piñol Rodriguez , Romá, Urruela, Irrisari, Landivar, Larrazabal. Casi
todas por varias generaciones, se mantuvieron vinculadas al comercio de
importación, y exportación a la gran actividad agropecuaria, al poder en una
palabra. El terreno de 1773 y el traslado de la capital al Valle de la Ermita,
afectaron drásticamente la posición privilegiada de aquellos núcleos familiares,
hasta el punto en que se resistían a abandonar a Santiago no tanto por razones
sentimentales u otras, cuantos por motivos económicos. La instalación de la nueva
capital del Reino permitió la emergencia de una nueva elite, en lo que figuraban
algunos de la anterior, pero a los que se incorporaron otros más.
LAS CLASES Y LA INDEPENDENCIA
Tal como se indica en el capitulo , sobre la independencia , es indudable que la
división que mostraba la sociedad colonial, aun a principios del siglo XIX , que era
igual casi a la descrita en las líneas anteriores, incidió de manera decisiva en el
proceso emancipador que prácticamente , culmino el 15 de septiembre de 1821.
La clase alta, subdividida en sus propios segmentos actuó, respecto a la
independencia, según su posición estructural y sus particulares intereses. El
estrato alto parecido, que, sus propias características, se había formado también
las provincias (El Salvador, Nicaragua, Honduras y, asimismo, en Costa Rica),
aspiraba a emanciparse no solo de España, sino, además de la tiranía de la
ciudad de Guatemala. Un sector medio integrado por profesionales, intelectuales,
algunos literatos, personas de media fortuna, al que eventualmente apoyaron
varios individuos de segunda clase, o pardos, (ladinos de ascendencia negra),
artesanos agricultores y tratantes, artistas y varios religiosos, simpatizaban
asimismo, con el movimiento independista, aunque desde perspectivas y con
objetivos no del todo homogéneos. En cuanto a participación de los indios en el
proceso de la Independencia, o bien, en cuanto a la concepción que de esta tenia
dicho sector, existen interpretaciones diversas. En unas se niegan aquella
participación y en otras se convalida con argumentos particulares; del mismo
modo, se señala una supuesta concepción de la Independencia, por los indígenas,
en un contexto relativo, como igualmente se le niega por completo.
La cultura y sus instituciones
La cultura es un concepto antropológico que ha sido descrito como un todo
complejo que comprende importantes manifestaciones de la calidad humana, tales
como la religión, el derecho, la educación (formal e informal), el lenguaje, la
mitología, las costumbres e ideas, todas las artes, y otros muchos hábitos que el
hombre adquiere como miembro de una sociedad.
En una corriente más moderna de la Antropología, la ciencia que
fundamentalmente se refiere al hombre, se define a la cultura como el conjunto de
los grandes sistemas de símbolos y sus consiguientes significados, en función de
los cuales se orientan todas las relaciones entre los hombres, las que se refieren a
la comunicación directa, como las que conciernen al poder, a la producción, a la
explicación de fenómenos conocidos y desconocidos, a la conducta, a las
manifestaciones creativas o espirituales, y a otras igualmente fundamentales. En
este sentido, todas las sociedades, de todas las épocas, tienen su propia cultura,
la cual varía, de manera permanente, a lo largo del tiempo y de acuerdo con la
manera en la que se combinan los distintos factores que intervienen en los
procesos evolutivos del hombre; por ejemplo, el ambiente natural, la economía, la
organización social, la ideología, el mismo hombre como entidad biológica, la
tecnología, y otros.
A sabiendas de que la cultura es un campo vasto y complejo, y que estas
características las adquiere de la propia naturaleza del hombre, en el presente
capítulo, y en relación con la sociedad guatemalteca de la Colonia, sólo se
abordarán algunos fenómenos socioculturales específicos, tales como la religión,
la educación, el lenguaje y las principales manifestaciones del arte colonial.
La Religión y la Iglesia Católica
Por razones a las que ya se ha aludido oportunamente, la evangelización
constituyó una columna central en la gran empresa de la conquista y la
colonización del Nuevo Mundo y, por ende, de lo que fue el Reino de Guatemala
Constituyó, por lo tanto, un elemento que condicionó los procesos históricos de la
época.
Uno de los objetivos esenciales del Estado español en su relación con el Nuevo
Mundo fue el de reemplazar, por el catolicismo, todas las manifestaciones
religiosas prehispánicas, las que frieron consideradas, de modo consistente, como
gentiles, herejes, paganas, y aun diabólicas o satánicas.
La sustitución de los esquemas religiosos implicó, necesariamente, no sólo la
imposición de nuevas creencias, valores e ideas, sino, además, la de nuevas
formas de conducta y actitudes diferentes frente a los otros hombres, en casi
todos los órdenes de la vida. Esta enorme tarea se encomendó, como no podía
ser de otra manera en la época, a la Iglesia Católica. Esta se convirtió, por lo
tanto, en lo que alguna literatura especializada llama un "fenómeno social total", es
decir, una expresión de la naturaleza humana en todos sus ámbitos
interrelacionados: sociales, propiamente dichos; culturales, económicos, políticos,
educativos, artísticos, etcétera.
Por ejemplo, por medio de las Bulas Inter-caeteras, el Papa español
AlejandroVI, declaró a los Reyes Católicos "señores de estos territorios, con plena,
libre y omnímoda potestad, autoridad y jurisdicción" para cristianizar a los indios.
De inmediato surgió una pregunta pertinente: ¿implicaba aquella declaración el
reconocimiento de dominio político y el derecho de conquista sobre los indígenas?
Hubo personajes, con la necesaria autoridad política o académica, que
contestaron afirmativamente aquella pregunta, como el jurista Juan Ginés de
Sepúlveda, por ejemplo; pero hubo otros, de iguales rangos, que negaban al Papa
tales potestades y que, inclusive, sostenían que la evangelización y la conquista
eran conceptos antitéticos; tal era el caso de Fray Bartolomé de Las Gasas. La
discusión no interrumpió el proceso de la conquista de manera alguna, pero tuvo
efectos duraderos que, eventualmente, se tradujeron en instrumentos jurídicos
trascendentes, como las famosas Leyes Nuevas de 1542. Al final de cuentas, el
Papado reconoció a la Corona española lo que se llamó el "gobierno espiritual" de
las Indias. Ello implicaba obligaciones, derechos y privilegios, como los siguientes:
enviar misioneros, percibir "beneficios eclesiásticos" (de carácter económico), el
cobro del diezmo, participar en la fundación y deslinde de las diócesis, establecer
hospitales, cofradías, conventos, obras pías, así como vigilar la conducta de los
curas doctrineros, velar por la pureza de la fe católica y defender las costumbres
cristianas y la administración de los sacramentos. A todo ello se agregaba el
denominado Patronato Real, que era el derecho que el Papa delegó en el Rey de
España, para designar a todo el personal eclesiástico y para recaudar y
administrar el diezmo, en las tierras recién descubiertas.
Las concesiones enumeradas tenían, sin duda alguna, connotaciones políticas,
ideológicas, económicas, sociales estrictamente, y de otros muchos órdenes;
como, en efecto, lo demostraron los hechos asociados al proceso general de la
conquista y de la colonización.
La Evangelización
El fenómeno específico de la evangelización observó etapas bien definidas.
Primero, una desorganización inicial, que se prolongó hasta 1519; después, el
período de las grandes misiones que se extendió de 1519 a 1560, en el cual se
consolidaron las estructuras eclesiásticas y fue más intensa la conversión de los
indios; y, finalmente, la etapa de la "criollización" de la Iglesia, comprendida de
1620 a 1700, y en la que se debilitó la tarea evangelizadora.
El esquema anterior, que se refiere a toda Hispanoamérica, se aplica de modo
riguroso al Reino de Guatemala, quizás con la única salvedad de que los
mencionados límites cronológicos no resultan del todo homogéneos para todas las
provincias de lo que actualmente es la América Central. Por otra parte, el
mencionado esquema se afirmó durante todo el siglo XVI, hasta cuando se
produjo la irrupción de los criollos en las jerarquías eclesiales, y el posterior
decaimiento del trabajo misionero.
Los grandes evangelizadores
La extraordinaria tarea que representó la evangelización en América fue confiada,
por los Reyes Católicos, a religiosos de origen español; en especial, a las Órdenes
de los franciscanos, dominicos y, en menor medida, a las de los mercedarios y
agustinos, así como, más tardíamente, al clero secular. Los jesuitas se
incorporaron a dicho trabajo en 1560, pero, salvo en los que hoy es Paraguay, no
se dedicaron a la verdadera labor misionera.
Todos los gastos de las expediciones religiosas eran sufragados por la Corona, lo
cual implicaba considerables sumas de dinero, puesto que, sólo durante los
siglos XVI y XVII, llegaron a las Indias no menos de 9,232 misioneros, más otros
sacerdotes que tenían tal calidad evangelizadora. Durante la siguiente centuria,
los misioneros residentes en el Reino de Guatemala se aproximaban al millar, ya
algunos ordenados localmente.
El personal dedicado a las misiones se distribuyó de la siguiente manera: los
franciscanos, quienes constituían una mayoría, cubrían parte de los actuales
territorios de Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica; los
dominicos se asentaron en Chiapas, Soconusco, el valle de Santiago de
Guatemala, Verapaz, Sacatepéquez, Chimaltenango, Sololá, Quetzaltenango,
Suchitepéquez y Escuintla, así como en El Salvador; los mercedarios se radicaron
en Huehuetenango, San Marcos, San Juan Ostuncalco, y parte de Honduras y
Nicaragua. El clero secular atendió el sector oriental, Sonsonate y San Salvador,
aunque en estos dos últimos lugares había también dominicos y franciscanos. A
propósito, el clero secular era criticado no sólo por ineficiente, sino porque se
interesaba más en sus negocios personales y granjerías que en el cuidado de los
indios.
Métodos evangelizadores
Los misioneros trataron de separar sus acciones de las que eran propias de los
conquistadores, pero, en general, la conversión de los indios se hacía en el marco
de un declarado dominio político y de la explotación económica de estos últimos.
Entre los procedimientos más comunes utilizados en las tareas de la
evangelización sobresalían las llamadas normas pragmáticas, o de conducta
manifiesta; la elaboración de catecismos y aun de tratados sobre la cultura de los
indígenas; las obras y ejemplos recomendables, el amor, la proscripción de los
abusos contra los nativos, etcétera. Sin embargo, la aplicación de estos métodos,
en gran medida, quedó en el plano idealista o de la mera teoría.
La cultura indígena estaba impregnada de una gran religiosidad y, por ello, los
misioneros utilizaron un sistema de "tabla rasa", el cual consistía en tratar de
extirpar de raíz las creencias, concepciones diversas, prácticas y costumbres
contrarias al cristianismo. A ello es necesario agregar que la labor inicial de
evangelización, asignada específicamente a los encomenderos, no sólo resultó
relativamente ineficaz, sino aun contraproducente, por el temor o el odio que casi
todos ellos inspiraban a los nativos. El argumento contra la idolatría, por otra parte,
en muchas ocasiones sólo servía como pretexto para cometer o apañar injusticias.
La tarea de estudiar la cultura indígena, asimismo, implicaba insalvables
problemas de interpretación o de traducción. Es un hecho anecdótico, pero
históricamente cierto, por ejemplo, la agria disputa que, entre dominicos y
franciscanos, suscitó la publicación de la obra Doctrina Cristiana en Lengua,
Guatemalteca (Kakchiquel) escrita en el segundo cuarto del siglo XVI, pero que se
usaba todavía, con propósitos de evangelización, en 1700. En relación con dicha
obra, los franciscanos exigían que se usara la palabra Dios obligadamente, puesto
que se carecía de equivalentes semánticos aceptables en aquélla y en las otras
lenguas indígenas. Los dominicos, en cambio, abogaban porque se utilizara el
término nativo Cavobil, cuyo significado era parecido al del vocablo de los
cristianos. La controversia se resolvió, en 1551, en favor de los franciscanos.
Otros procedimientos utilizados en la conversión de los indios fueron las misas
oficiadas especialmente para niños y cofrades, las oraciones, los cánticos, la
memorización del catecismo, las fiestas, novenas, procesiones, etcétera, para
todo lo cual se disponía de los fiscales indígenas, que eran una especie de
asistentes de los clérigos.
En el siglo XVI se escribieron importantes obras sobre las creencias y costumbres
de los indígenas, cuya cultura era preciso conocer, con el ánimo de refutarla y,
consecuentemente, el de eliminarla. En tal contexto, la Corona pidió informes
sobre "las cosas de los indios" y, como resultado, aparecieron tratados como el
titulado Theología Indorum, de Fray Domingo de Vico (escrito en Kakchiquel), así
como la
Trato a los indígenas
En muchos casos se comprobó que los curas doctrineros trataban de manera
abusiva, e inclusive cruel, a los indígenas. Por lo tanto, se prohibió que se aplicara
a éstos todo tipo de castigos, en especial el que consistía en azotarlos. Se ordenó,
asimismo, que los doctrineros se conformaran con el cobro del "sínodo real", esto
es, el salario que les estaba asignado, y que no exigieran otras ayudas o
donaciones. En la práctica, sin embargo, los curas se mantuvieron aferrados a la
práctica de pedir "raciones a los indios, además de servicios personales u otras
contribuciones materiales. A tal punto persistían dichas exacciones que, por fin,
fueron objeto de una especial tasación por las autoridades reales. Algunos de
los párrocos, de manera desmedida, solían cometer otras acciones ilegítimas e
indecorosas, como las de vender mercaderías a los indígenas, a precios elevados;
obligarlos a cuidar ganado o a prestar otros servicios sin remuneración alguna.
Estos abusos, más frecuentemente cometidos por los seculares que por los
religiosos (miembros de las Órdenes establecidas), fueron condenados inclusive
por el propio Obispo Francisco Marroquín. Por supuesto, no faltaba quien negara
la verdad de las respectivas acusaciones, como lo hizo, en 1687, el Obispo de
entonces, Fray Andrés de las Navas y Quevedo:
"... y aunque juzguen otra cósalos apasionados, lo que yo sé es que todos los
curas de este obispado les son a los indios como padre y madre, y que si riñen
con ellos es sólo porque faltan a la Doctrina, Misa y Confesión, y de las raciones
que reciben dan de comer a los pobres y ancianos, y tienen a su costo boticas
para proveerles de medicinas"".
Los atropellos y vejaciones, de los cuales se conocen suficientes constancias
documentales, se cometieron por los españoles de todas las clases y posiciones,
inclusive por autoridades civiles y miembros del clero, pero sería injusto dejar de
reconocer que, en la medida y forma que fueren, la Iglesia también fue un
contrapeso respecto de las acciones ilícitas de muchos españoles.
Órdenes religiosas
A estas categorías estructurales de la Iglesia Católica se les define como
agrupaciones de cristianos, quienes han decidido dedicarse al estado religioso, los
cuales viven de manera comunitaria, casi siempre en conventos, bajo la autoridad
de sus superiores internos. Sus integrantes han profesado votos de castidad,
pobreza y obediencia, y se someten a reglas o constituciones, calcadas en el
pensamiento de una figura relevante que determinó la fundación y la organización
del grupo. Junto a las Órdenes masculinas mendicantes, que combinaban la
clausura con el apostolado fuera de los conventos, existían las de estricta
clausura, las cuales estaban integradas exclusivamente por mujeres
(concepcionistas, clarisas, capuchinas, jerónimas, agustinas, dominicas y otras).
En estas últimas ingresaban, en forma mayoritaria, las hijas de familias españolas
que no tenían la perspectiva de un matrimonio digno de su clase, o bien, mujeres
jóvenes interesadas en vivir un modelo de perfección cristiana.
El ingreso en el convento de casi todas las Órdenes de mujeres requería el pago
de una dote, lo cual excluía de tal opción a las indígenas o a las hijas de
españoles pobres. No obstante, y con el objeto de atenuar los criterios selectivos
aludidos, también se organizaron los llamados "beateríos", que eran
congregaciones ubicadas en diferentes ciudades o villas de españoles y, en casos
excepcionales, integradas sólo por indígenas. Inicialmente, hubo reticencias para
admitir a los criollos, sobre todo en algunas de las congregaciones mencionadas,
por ejemplo, en la Compañía de Jesús, no así en las Órdenes de los mercedarios
y de los dominicos. Al cabo de pocos años, el segmento social de los criollos
aumentó de manera considerable, e inclusive llegó a participar en la
administración y control de las referidas entidades eclesiásticas.

Los franciscanos. Los primeros de estos religiosos, en una cantidad reducida,


llegaron en 1540, pero la Orden se asentó formalmente, en 1565, en la que
denominaron Provincia del Santísimo Nombre de Jesús de Guatemala. Fundaron
conventos, además de en Santiago de Guatemala, en San Salvador, Sonsonate,
San Miguel, Chiapas, y posteriormente en Nicaragua, Honduras y Costa Rica. En
1566, en su primer "capítulo provincial" (una especie de reunión general de los
miembros de la Orden) aprobaron normas como las siguientes: exclusión de
menores de 18 años; vida de pobreza en los conventos e iglesias; vivir únicamente
de limosnas; no pedir a los indígenas más de lo indispensable para su
subsistencia; caminar a pie y descalzos; utilizar los mismos trastos y enseres que
los indígenas; y otras disposiciones parecidas.
En 1586, había 20 franciscanos en el convento de Santiago de Guatemala y, en
1600, en otros tantos distribuidos en la diócesis del Reino, vivía un total de 80
religiosos. En 1690, disponían de 33 conventos y más de 180 religiosos. Diez años
más tarde (1700), los frailes sumaban más de dos centenares, instalados en 35
conventos, en los que había una clara predominancia de criollos. Su formación
eclesiástica, que incluía estudios superiores en Artes y Teología, la adquirían en el
Convento de San Francisco.

Dominicos. Esta Orden apenas tenía unos 16 miembros en 1574. Pero


experimentaron un crecimiento acelerado, hasta fundar lo que denominaron la
Provincia de San Vicente de Chiapas y Guatemala. En la segunda mitad del
siglo XVI tenían 12 conventos, con 82 religiosos. El convento de Santo Domingo
funcionaba como la sede principal de dicha provincia, y allí se albergaba el
correspondiente noviciado y se desarrollaba el programa de estudios que requería
la formación de los miembros de dicho grupo monástico. En el convento
mencionado de la capital del Reino, vivían alrededor de 40 religiosos.
Los dominicos desempeñaron un papel decisivo en muchos aspectos del
desarrollo de la sociedad colonial. En 1550, por ejemplo, libraron acres
enfrentamientos con los franciscanos, con quienes se disputaban el reclutamiento
de nuevos religiosos, pero, además, y fundamentalmente, por hondas
discrepancias en cuanto a los procedimientos que utilizaban ambas Órdenes
respecto del tratamiento que era aconsejable aplicar a los indígenas. El Obispo
Marroquín, precisamente por tales pugnas, amenazó con expulsar a los miembros
de las dos Órdenes y sustituirlos por clérigos seculares.
En los primeros años de su funcionamiento en el Reino, la Orden de los dominicos
puso obstáculos para los aspirantes criollos, pero, en 1615, estos últimos
constituían ya una apreciable mayoría.
Alrededor de 1612, los dominicos tenían cinco conventos y 55 religiosos; y en
1700, estos últimos ya sumaban 170, aproximadamente. Entre sus más
connotados representantes figuran sus propios famosos cronistas, Antonio de
Remesal y Francisco Ximénez; además, el antecesor de éstos y principal dirigente
de la Orden, Bartolomé de Las Casas; y también Luis de Cáncer y otros que
compartieron con estos dos últimos la conquista pacífica de las Verapaces.

Mercedarios. Alrededor de 1537 fundaron sus primeros dos conventos en


Guatemala y Ciudad Real. En 1597 poseían casas en Guatemala, Honduras,
Nicaragua y Chiapas. En 1689, esta orden tenía cerca de un centenar de
religiosos.
Los mercedarios fueron objeto de muchas críticas, inclusive del propio Obispo
Marroquín, por su falta de formación, su escaso espíritu religioso y hasta por una
supuesta condición de entrometidos y mujeriegos. El convento de La Merced, en
la ciudad de Guatemala, así como la iglesia contigua, llegaron a acumular una
extraordinaria riqueza en imágenes y objetos de culto.
Jesuitas. En cantidades menores, los miembros de esta famosa Orden
comenzaron a llegar en 1582, Fundaron el Colegio de San Lucas, primero; y,
después, el Colegio San Francisco de Borja; este último en el siglo XVII. Se
dedicaron, casi exclusivamente, a las tareas de la educación, de las cuales se
favorecieron clérigos, regulares como seculares, así como también laicos. Se les
encomendó, asimismo, la dirección del Seminario, constituido para la formación
del clero secular.

Los agustinos fueron otros religiosos que, como los jesuitas, se dedicaron al culto
en sus iglesias, mas no a la evangelización de los indios. En 1664 se instauró en
Santiago la Escuela de Cristo, a través de la Congregación de Felipe Neri, una
institución destinada a la perfección cristiana de sus miembros y del clero secular.
La orden belemnita fue establecida en Santiago, como resultado de la labor del
Hermano Pedro de Bethancourt, declarado beato en 1982, El Hermano Pedro se
dedicó a recoger enfermos y a enseñar letras y doctrinas a niños de la
ciudad capital. De esta manera, nació el Hospital de Belem, que, en 1672, recibió
la aprobación real. En torno de este establecimiento se formó una pequeña
comunidad que vivía de limosnas, bajo las reglas de la Tercera Orden de San
Francisco. El Hermano Pedro murió en 1667, y le sucedió, en su labor religiosa, el
Hermano Rodrigo de la Cruz, antiguo gobernador de Costa Rica y Marqués de
Talamanca, quien organizó, finalmente, la Congregación Belemítica. Esta, que se
extendió después a México y Lima, fue, por mucho tiempo, la única congregación
fundada en América.
La iglesia de la etapa posterior
En el siglo XVIII, la Iglesia Católica sufrió cambios drásticos, más bien derivados
de dos corrientes de pensamiento que sacudieron particularmente a Europa, pero
cuyas repercusiones se extendieron ampliamente,
El primero de tales fenómenos fue la Ilustración, el movimiento intelectual en el
qué se reconoció la relevancia de la razón en el discernimiento humano, y en el
que, igualmente, se impulsó la ciencia experimental y la Historia, frente a las
antañosas y obsoletas ideas de la Edad Media.
El otro hecho fue el Regalismo, que emergió como un equivalente del despotismo
ilustrado o del absolutismo real. Este movimiento sociopolítico sostenía que la
monarquía era un derecho divino que los reyes representaban una especie de
dioses en la Tierra; y que la autoridad de los monarcas emanaba de Dios y no del
pueblo.
Las concesiones papales en relación con América, en consecuencia,
correspondían a los Reyes Católicos, por derecho propio, y no podían, por lo
tanto, discutirse o modificarse. Era atribución del rey, se aducía, todo lo relativo al
gobierno y Administración de la iglesia, excepto los asuntos dogmaticos y
sacramentales, que correspondían al Papa.
Aquellos aires heterodoxos, de racionalismo ilustrado, de exaltación de los
poderes temporales en desmedro de los divinos, se arremolinaron en los caminos
intelectuales y políticos de la vieja España, en la que perduraban, todavía, algunas
de las antiguas ideas medievales. Para colmo, las guerras minaban las arcas
reales, como lo hacia también la necesaria defensa de las posesiones americanas;
y aun las propias reformas, que parecían impostergables, por atractivas y
provechosas, demandaban fondos descomunales.
La corona comprobó que nada podía hacerse en la dirección renovadora, sin
contar con la presencia y la fuerza, casi omnímoda e imponente de la Iglesia. Esta,
no solo estaba metida en las mentes de las multitudes de ambas orillas del
Atlántico, sino en las arcas públicas y en los cofres privados, en los que se guarda
el poder derivado de la riqueza. Se recurrió, entonces, a los bienes eclesiásticos
para enfrentar los gastos as ingente y por otra parte, se introdujo también la
semilla del cambio en los propios surcos de la sagrada institución.
No fue poco, ni desestimable, lo que se consiguió en aquellos afanes novadores
que, al final, algo refrescaron también las naves de los templos, las aulas de los
centros de estudio, as mentalidades conventuales de los viejos clérigos, y hasta
los muros del prejuicio y la ambición de los encomenderos.
A partir de 1808, por ejemplo, una parte de la Iglesia se identifico con la gesta
patriótica frente a la invasión napoleónica en la Península y, por distintas causas,
todas vinculadas a la atmosfera de cambio, los seminarios y conventos casi se
vaciaron del todo.
Las Cortes de Cádiz de 1812m en las que la palabra independencia ya no tenia
connotación subversiva tan peligrosa, estuvieron integradas por clérigos, n una
tercer parte de sus diputados, y se plantearon en ella abiertas reformas liberales.
A lo largo del siglo XVIII, los ecos del cambio comenzaron a repercutir en
Guatemala. En 1701, empero, todavía se fundo, en la ciudad de Santiago, el
Colegio de Cristo Crucificado de Propaganda Fide (Convento de la Recolección),
en el cual se prepararon varios franciscanos recoletos que viajaron, en misiones
evangelizadoras, a territorios aun no cristianizados (Taguzgalpa, en Honduras;
Tologalpa, en Costa Rica), donde fundaron reducciones y hospitales. Asimismo,
durante los siglos XVIII y XIX, todavía arribaron unas 26 expediciones misioneras,
integradas por 236 franciscanos y dominicos. De todas maneras, y a pesar de la
fuerza, intelectual y económica que la Iglesia había acumulado en los tres siglos
de la Colonia, la situación general en ésta comenzó a transformarse, de modo
apreciable.
La misión evangelizadora ya no fue tan impetuosa; la labor educativa
monopolizada por la Iglesia, comenzó a debilitarse; y, en general, esta entro en un
estado de estancamiento, que se agudizaba con los años. Las posiciones de
disidencia o de denuncia, en los ámbitos interno y externo de la institución, se
sucedían de modo interrumpido. Se hacían concesiones importantes, que se
traducían en la condena a los malos tratos sufridos por los indios; se prohibieron
reiteradamente, las vejaciones, castigos, contribuciones y servicios que, por años,
habían sobrecargado las espaldas de los nativos.
En el primer cuarto del siglo XVIII, Fray Francisco Ximenez denunció que los
clérigos seculares, en la zona sur, montaban haciendas de años, cacao, ganado y
cana de azúcar, en las que se abuzaba del trabajo de los indios. Los Arzobispos
Pedro Cortes y Larraz enviaron a la corona informes, en los que denunciaban los
atropellos que los alcaldes mayores y corregidores cometían en contra los
aborígenes; y los castigos y vejaciones que estos sufrían a manos de españoles y
ladinos, a veces con la complicidad de los propios alcaldes y principales
indígenas.
He aquí parte de los juicios lapidarios de Francos y Monroy.
Todas las irregularidades aludidas se condenaron inclusive en los Apuntamientos
sobre la agricultura y comercio del Reino de Guatemala, el documento que el
consulado de comercio elaboro, en 1810, para que se presentara en las Cortes de
Cádiz. No fue posible, a pesar de todo, aniquilar por completo el poder ideológico
y económico de la iglesia, tal había sido la envergadura y extensión que ese poder
alcanzo en la época inicial de la Colonia.
Por muchos años mas, se conservaron intactos los bienes eclesiásticos, por
ejemplo, las grandes haciendas de los dominicos, como la de San Jerónimo, en
Baja Verapaz; La Chácara, El Rosario y la Labor, en Sacatepéquez; las de Cobán
y Santa Cruz del Quiche, así como el cuantioso patrimonio de los jesuitas,
integrado por rentas de capital, potreros, edificios, medianas y grandes haciendas.
Se puede afirmar que la poderosa influencia de la iglesia no aumento, pero que se
mantuvo relativamente estable durante los siglos XVIII y XIX.
La expulsión de los jesuitas del Reino de Guatemala, el 26 de junio de 1767, en
cumplimiento de la respectiva disposición de la corona, del mismo año; así como
la confiscación de sus bienes, y la forma ignominiosa en que salieron de Santiago
algunos de sus mas eximios representantes, como el poeta Rafael Landivar,
fueron otros factores que contribuyeron al debilitamiento de la entidad, pero que
tampoco determinaron su aniquilación. Esto no se consiguió, ni siquiera, como
resultado del carácter, un tanto mas relajado si no disoluto, como algunos lo
calificaron, del cristianismo criollo, o mediante la pertinaz resistencia silenciosa,
que ha estado presente en la conservación de los idiomas, de fundamentales
elementos religiosos, de normas costumbres y creencias, de origen prehispánico.
Este ultimo fenómeno, que se percibe aun en la actualidad, pone en tela de juicio
una supuesta mezcla indisoluble que, de modo simplista, ha dado en llamarse
Sincretismo Cultural.
Finalmente y como una evidencia mas de los cambios, importantes pero relativos,
experimentados por la Iglesia en la ultima parte de la época colonial, es preciso
resaltar el papel que jugo en el movimiento que culminó en la independencia de
Guatemala, el 15 de septiembre de 1821. Aunque el Arzobispo de entonces,
Ramón Casaus y Torres, no fue precisamente partidario de la causa
emancipadora, lo fueron varios clérigos notables y vecinos connotados que
profesaban la religión católica.
El Lenguaje en Contexto Colonial
De igual manera que la religión en general, o que la Iglesia Católica en particular,
constituyen mundos inconmensurables de símbolos de lo mas diverso (mitos,
creencias, imágenes, ritos, etcétera) así, el lenguaje es también un complejo y
vasto sistema de claves o señales y símbolos, cuyos significados cambian con el
tiempo y según los variables contextos sociales.
Los símbolos lingüísticos (pictogramas, jeroglíficos, letras o morfemas, sonidos o
fonemas, giros y freses idiomáticos, tonos o entonaciones, pero, sobre todo el
conjunto de las propias lenguas maternas, como representaciones genuinas de la
identidad cultural) pueden tener connotaciones cohesivas o disociadoras; de
solidaridad o de conflicto; así en las relaciones interpersonales, como en las que
se producen entre grupos o sociedades internas.
Desde el mero comienzo de la conquista del Nuevo Mundo, por ejemplo, la corona
española se planteo una gran interrogante respecto de la evangelización en
especial, pero también en relación con las otras vías que podían conducir al
dominio político, social, económico, ideológico, de los puebles de las Indias. ¿Qué
lengua usar para tales propósitos: las aborígenes o el castellano?
Al principio, la decisión fue facial: solo el idioma de los cristianos permitía la
evangelización y su imposición facilitaba la tarea de justificar la conquista y la
clasificación de las personas, los grupos, las sociedades y culturas. ¿Cómo
explicar por ejemplo, el concepto teológico de que Dios es uno y trino, en lengua
que no fuera el latín o su derivado el castellano? ¿Cómo justificar la salvación de
las almas en una cultura inferior?
Pronto, no obstante, las circunstancias se impusieron. En el ultimo tercio del siglo
XVI ya se habían emitido varias cedulas reales en las que se ordenaba el
aprendizaje de los idiomas nativos, por lo menos entre los curas destinados a los
pueblos de indios. Se crearon las cátedras necesarias en conventos, Seminarios u
otros centros educativos, con resultados que no siempre fueron tan rápidos y
satisfactorios como los que se esperaban.
En cualquier casa. Los esfuerzos tesoneros de los religiosos, principalmente, se
tradujeron en un legado impresionante de vocabularios, gramática, catecismos,
historias, relatos y aun tratados religiosos, todos escritos en las lenguas nativas.
El primer obispo de Guatemala, Francisco Marroquín, aprendió varias de aquellas
lenguas y escribió sobre ellas; y lo propio hicieron muchos clérigos que explotaron
innatas habilidades o dedicaron renovados desempeñar a la tarea de conseguir
iguales propósitos. Ello fue más fácil para el clero regular que para el secular,
puesto que este atendía preferentemente las parroquias de españoles y mestizos.
En los capítulos provinciales celebrados en los siglos XVI Y XVII, se lamentaba la
falta de ministros que hablaron las lenguas regionales, y se pedía que no se
utilizara, en las doctrinas de indios, a quienes carecieran de tales aptitudes.
En consecuencia, de modo paciente se comenzaron a elaborar muchas obras
manuscritas, de preferencia en Kakchiquel, quiche, tzutujil, mam, kekchi y otras
lenguas mayas, aunque muchos d aquellos trabajos se extraviaron en los recodos
del tiempo.
Al principio, los misioneros y unos cuantos funcionarios parecían los únicos
interesados en el estudio de las lenguas vernáculas, pero estas adquirieron el
debido reconocimiento académico cuando, en 1681 se establecieron, en la
universidad de San Carlos, las dos primeras cátedras de dichas lenguas: una de
Kakchiquel, que funciono por poco tiempo; la otro de lengua mexicana o pipil que
no llego a existir en la practica.
En la segunda parte de la época colonial famosos representantes del clero, como
el Arzobispo Pedro Cortez y Larraz, y el dominico Francisco Ximenez (traductor
del popol vuh) seguían lamentando la falta de conocimiento y manejo de las
lenguas aborígenes entre los misioneros y párrocos; ambos y otros como ellos,
pedían que se corrigiera tan deplorable situación.
La lista de obras, religiosas u otras, que se escribieron en Guatemala, en las
lenguas nativas, es realmente impresionante. El valor intrínseco de varias de ellas
(el popol vuh, el memorial de Sololá, el titulo de Totonicapán y otras mas), y han
servido una ve mas, para demostrar que el lenguaje no solo es el vinculo de
comunicación por excelencia entre los hombres, sino además, el medio mas eficaz
para conocer la esencia y la evolución del pensamiento humano, y para explicar la
naturaleza de las relaciones entre los individuos y los pueblos.
En su extenso horizonte de símbolos, y como núcleo amplio complejo de
significados, el lenguaje ha servido, a veces, como instrumento de dominación,
pero lo ha sido también de resistencia de liberación, de resguardo de los
elementos fundamentales de una cultura. El lenguaje es, como la religión, un
bosque de símbolos polivalentes, con proyecciones políticas, económicas,
artísticas y de todo género. Por algo es el hombre el único ente que posee el don
de la palabra.
LA EDUCACION EN LA COLONIA
La educación informal, es decir, la transmisión de la cultura en general, entre los
miembros de una sociedad o de un grupo particular, es tan antigua como el mismo
hombre. Si el origen de este se identifica con la utilización del lenguaje, de
herramientas diversas, y con la capacidad de simbolización, la transferencia
generacional de estos atributos estas relacionada con la educación informal.
Solo un cierto nivel de organización, de especialismo y de sistematización en la
trasferencia de los conocimientos, de las destrezas, de los sentimientos, las
tradiciones, las aptitudes o logros, marca el surgimiento de la educación formal.
Este segundo tipo de educación, aunque se carece de suficientes evidencias
detalladas, existió, con sus propias modalidades procedimientos en la época
prehispánica. En especial, en el caso de los hijos de los señores y principales de
los señoríos que existían en la época en la que llegaron los europeos.
En cuanto a la sociedad colonial, la información sobre los sistemas y avances
educativos es más abundante y fidedigna, aunque esta apreciación no sea del
todo aplicable al lapso que comprende los primero 10 años de la presencia de los
españoles en lo que después fue el Reino de Guatemala.
EDUCACION ELEMENTAL
Se sabe que casi desde el principio mismo del régimen colonial, algunos clérigos e
hijos dalgos se dedicaron a una enseñanza, más o menos sistemática, dedicada a
los hijos de los conquistadores y primero colonos. Desde este vago comienzo
hasta la última etapa de la era colonial, la educación formal, en términos
generales, no tuvo una amplia cobertura, es decir, no estuvo dedicada a las
grandes masa de la población; y si exhibió, en cambio, un evidente carácter
clerical. Este último rasgo se explica por los compromisos y relaciones entre la
Iglesia Católica y el Estado español, en relación con la empresa de la conquista y
de la colonización.
Al obispo Francisco Marroquín corresponde el merito de haber iniciado, en 1533,
las primeras gestiones formales para atender la educación de hijos de españoles,
de indios y de jóvenes mestizos de la ciudad de Santiago de Guatemala.
Marroquín solicito y puso por obre el que hubiese escuela para enseñar a leer y
escribir a los niños españoles que iban naciendo.
Aunque se carece de mayor información, se supone que en aquel centro
primigenio se enseñaba lectura, escritura, aritmética y doctrina cristiana. En
documentos referidos a 1567 se alude, como maestro de educar niños, a alguien
lado Martin Salazar. También existen referencias, aquí y allá en la documentación
histórica, a la enseñanza elemental que se impartía en conventos, monasterios y
beaterios.
LAS ARTES EN LA ERA COLONIAL
Esta última sección de la cultura se refiere básicamente al urbanismo, la
arquitectura, la literatura, y en general, a las llamadas artes visuales. La
generalización más viable que se puede formular respecto de estas
manifestaciones del arte colonial, es la de que este fue una derivación del arte
español, y que, salvo notorias, excepciones, tuvo tan solo una escasa calidad.
Los procesos de la creación artística de la época prehispánica, en efecto,
quedaron suspendidos casi de manera abrupta, y fueron reemplazados por las
concepciones y técnicas del sector colonizador inclusive algunas de las
expresiones artísticas de los indígenas prealbaradianos, que exhiben más
supervivencias, culturales como la música, los textiles, la cerámica, ciertas
danzas, etc., también muestran la impronta de la conquista y de la estructuración
de la sociedad colonial.
Respecto del urbanismo es válido señalar, que los españoles implantaron en
América un modelo urbano que utilizaron en las ciudades vías y pueblos de indios.
Se puede describir como un sistema sencillo y funcional, de calles rectas, plaza
central y manzanas cuadradas, divididas estas, en solares para la casa de cada
familia. Este patrón, que no era usual en Europa de entonces, no fue precisamente
de fácil aceptación por los indígenas de Guatemala, quienes, en cantidades
apreciables, han seguido viviendo aunque ya solo de modo alterno, fuera de las
cabeceras municipales. Sin embargo, el modelo se extendió en el país, y ha
perdurado hasta la actualidad. En el campo del urbanismo son importantes los
hombres de Josep de Porres, Luis Diez Navarro, su hijo Manuel, Joaquín Carvajal,
Marcos Ibáñez, quienes trabajaron en las primeras trazas de la nueva ciudad
capital.
La arquitectura se manifestó sin una definición estilística clara, o bien, como una
convergencia de corrientes ya desaparecidas o en franca declinación en España;
tales como los casos de los estilos románico, gótico, y mudéjar, y en otros mas
recientes, como el renacentista, y el plateresco. En Guatemala se encuentre
todavía en forma aislada, ejemplos arquitectónicos de las mencionadas corrientes
estilísticas, pero ellos, como otros menos influidos, por el arte español, presentan
adaptaciones al medio ambiente, así como los recursos materiales y tecnológicos
de cada región.
En el campo de la literatura, son altamente representativos los nombres del gran
bardo Rafael Landivar (1731-1793), Fray Matías de Córdova (1768-1828), Rafael
García Goyena (1766-1823), sor Juana de Maldonado (1598-1638) la
historiografía, en la que destacan los nombres de Bernal Díaz del Castillo, Fray
Antonio de Remesal, Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán, y Fray Francisco
Vázquez, Fray Francisco Jiménez y Domingo Juarros.
En realidad, la actividad literaria se incremento desde que se trajo al país la primer
imprenta, en 1660 la cual se adquirió por gestiones de Fray Payo de Rivera,
Obispo de Guatemala, y fue operada por José de Pineda Ibarra, impresor que
llego de Puebla, México, donde se adquirió la imprenta.
El primer libro publicado en Guatemala fue la Explicativo Apologética, que trata de
la doctrina de la Inmaculada Concepción y cuyo autor fue, precisamente el Obispo
Payo de Rivera.
Respecto de las otras ramas del arte, se puede reiterar la generalización relativa a
la imposición o por lo menos la marcada influencia del arte español. En estos
campos son dignos de mención nombres como los de Juan de Aguirre y sobre
todo Quirio Cataño quien esculpió el Cristo de Esquipulas. Como cultivadores de
la música sobresalió Tomas Pascual, quien fue maestro de capilla en San Juan
Ixcoy desde 1590, y a quien se reputa como el primer músico indígena de toda
América. También alcanzaron renombre durante la colonia, los músicos Manuel
Joseph de Quiroz, Raphael Antonio Castellanos y Benedicto Sáenz. No obstante,
seguramente por la incorporación de artistas y artesanos indígenas en el ámbito
correspondiente de la época, así como por las características estructurales de la
sociedad colonial, no es difícil encontrar sutiles o abiertas reminiscencias artísticas
prehispánicas, lo que puede interpretarse también como una demostración de
resistencia cultural.

También podría gustarte