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Los agustinos fueron otros religiosos que, como los jesuitas, se dedicaron al culto
en sus iglesias, mas no a la evangelización de los indios. En 1664 se instauró en
Santiago la Escuela de Cristo, a través de la Congregación de Felipe Neri, una
institución destinada a la perfección cristiana de sus miembros y del clero secular.
La orden belemnita fue establecida en Santiago, como resultado de la labor del
Hermano Pedro de Bethancourt, declarado beato en 1982, El Hermano Pedro se
dedicó a recoger enfermos y a enseñar letras y doctrinas a niños de la
ciudad capital. De esta manera, nació el Hospital de Belem, que, en 1672, recibió
la aprobación real. En torno de este establecimiento se formó una pequeña
comunidad que vivía de limosnas, bajo las reglas de la Tercera Orden de San
Francisco. El Hermano Pedro murió en 1667, y le sucedió, en su labor religiosa, el
Hermano Rodrigo de la Cruz, antiguo gobernador de Costa Rica y Marqués de
Talamanca, quien organizó, finalmente, la Congregación Belemítica. Esta, que se
extendió después a México y Lima, fue, por mucho tiempo, la única congregación
fundada en América.
La iglesia de la etapa posterior
En el siglo XVIII, la Iglesia Católica sufrió cambios drásticos, más bien derivados
de dos corrientes de pensamiento que sacudieron particularmente a Europa, pero
cuyas repercusiones se extendieron ampliamente,
El primero de tales fenómenos fue la Ilustración, el movimiento intelectual en el
qué se reconoció la relevancia de la razón en el discernimiento humano, y en el
que, igualmente, se impulsó la ciencia experimental y la Historia, frente a las
antañosas y obsoletas ideas de la Edad Media.
El otro hecho fue el Regalismo, que emergió como un equivalente del despotismo
ilustrado o del absolutismo real. Este movimiento sociopolítico sostenía que la
monarquía era un derecho divino que los reyes representaban una especie de
dioses en la Tierra; y que la autoridad de los monarcas emanaba de Dios y no del
pueblo.
Las concesiones papales en relación con América, en consecuencia,
correspondían a los Reyes Católicos, por derecho propio, y no podían, por lo
tanto, discutirse o modificarse. Era atribución del rey, se aducía, todo lo relativo al
gobierno y Administración de la iglesia, excepto los asuntos dogmaticos y
sacramentales, que correspondían al Papa.
Aquellos aires heterodoxos, de racionalismo ilustrado, de exaltación de los
poderes temporales en desmedro de los divinos, se arremolinaron en los caminos
intelectuales y políticos de la vieja España, en la que perduraban, todavía, algunas
de las antiguas ideas medievales. Para colmo, las guerras minaban las arcas
reales, como lo hacia también la necesaria defensa de las posesiones americanas;
y aun las propias reformas, que parecían impostergables, por atractivas y
provechosas, demandaban fondos descomunales.
La corona comprobó que nada podía hacerse en la dirección renovadora, sin
contar con la presencia y la fuerza, casi omnímoda e imponente de la Iglesia. Esta,
no solo estaba metida en las mentes de las multitudes de ambas orillas del
Atlántico, sino en las arcas públicas y en los cofres privados, en los que se guarda
el poder derivado de la riqueza. Se recurrió, entonces, a los bienes eclesiásticos
para enfrentar los gastos as ingente y por otra parte, se introdujo también la
semilla del cambio en los propios surcos de la sagrada institución.
No fue poco, ni desestimable, lo que se consiguió en aquellos afanes novadores
que, al final, algo refrescaron también las naves de los templos, las aulas de los
centros de estudio, as mentalidades conventuales de los viejos clérigos, y hasta
los muros del prejuicio y la ambición de los encomenderos.
A partir de 1808, por ejemplo, una parte de la Iglesia se identifico con la gesta
patriótica frente a la invasión napoleónica en la Península y, por distintas causas,
todas vinculadas a la atmosfera de cambio, los seminarios y conventos casi se
vaciaron del todo.
Las Cortes de Cádiz de 1812m en las que la palabra independencia ya no tenia
connotación subversiva tan peligrosa, estuvieron integradas por clérigos, n una
tercer parte de sus diputados, y se plantearon en ella abiertas reformas liberales.
A lo largo del siglo XVIII, los ecos del cambio comenzaron a repercutir en
Guatemala. En 1701, empero, todavía se fundo, en la ciudad de Santiago, el
Colegio de Cristo Crucificado de Propaganda Fide (Convento de la Recolección),
en el cual se prepararon varios franciscanos recoletos que viajaron, en misiones
evangelizadoras, a territorios aun no cristianizados (Taguzgalpa, en Honduras;
Tologalpa, en Costa Rica), donde fundaron reducciones y hospitales. Asimismo,
durante los siglos XVIII y XIX, todavía arribaron unas 26 expediciones misioneras,
integradas por 236 franciscanos y dominicos. De todas maneras, y a pesar de la
fuerza, intelectual y económica que la Iglesia había acumulado en los tres siglos
de la Colonia, la situación general en ésta comenzó a transformarse, de modo
apreciable.
La misión evangelizadora ya no fue tan impetuosa; la labor educativa
monopolizada por la Iglesia, comenzó a debilitarse; y, en general, esta entro en un
estado de estancamiento, que se agudizaba con los años. Las posiciones de
disidencia o de denuncia, en los ámbitos interno y externo de la institución, se
sucedían de modo interrumpido. Se hacían concesiones importantes, que se
traducían en la condena a los malos tratos sufridos por los indios; se prohibieron
reiteradamente, las vejaciones, castigos, contribuciones y servicios que, por años,
habían sobrecargado las espaldas de los nativos.
En el primer cuarto del siglo XVIII, Fray Francisco Ximenez denunció que los
clérigos seculares, en la zona sur, montaban haciendas de años, cacao, ganado y
cana de azúcar, en las que se abuzaba del trabajo de los indios. Los Arzobispos
Pedro Cortes y Larraz enviaron a la corona informes, en los que denunciaban los
atropellos que los alcaldes mayores y corregidores cometían en contra los
aborígenes; y los castigos y vejaciones que estos sufrían a manos de españoles y
ladinos, a veces con la complicidad de los propios alcaldes y principales
indígenas.
He aquí parte de los juicios lapidarios de Francos y Monroy.
Todas las irregularidades aludidas se condenaron inclusive en los Apuntamientos
sobre la agricultura y comercio del Reino de Guatemala, el documento que el
consulado de comercio elaboro, en 1810, para que se presentara en las Cortes de
Cádiz. No fue posible, a pesar de todo, aniquilar por completo el poder ideológico
y económico de la iglesia, tal había sido la envergadura y extensión que ese poder
alcanzo en la época inicial de la Colonia.
Por muchos años mas, se conservaron intactos los bienes eclesiásticos, por
ejemplo, las grandes haciendas de los dominicos, como la de San Jerónimo, en
Baja Verapaz; La Chácara, El Rosario y la Labor, en Sacatepéquez; las de Cobán
y Santa Cruz del Quiche, así como el cuantioso patrimonio de los jesuitas,
integrado por rentas de capital, potreros, edificios, medianas y grandes haciendas.
Se puede afirmar que la poderosa influencia de la iglesia no aumento, pero que se
mantuvo relativamente estable durante los siglos XVIII y XIX.
La expulsión de los jesuitas del Reino de Guatemala, el 26 de junio de 1767, en
cumplimiento de la respectiva disposición de la corona, del mismo año; así como
la confiscación de sus bienes, y la forma ignominiosa en que salieron de Santiago
algunos de sus mas eximios representantes, como el poeta Rafael Landivar,
fueron otros factores que contribuyeron al debilitamiento de la entidad, pero que
tampoco determinaron su aniquilación. Esto no se consiguió, ni siquiera, como
resultado del carácter, un tanto mas relajado si no disoluto, como algunos lo
calificaron, del cristianismo criollo, o mediante la pertinaz resistencia silenciosa,
que ha estado presente en la conservación de los idiomas, de fundamentales
elementos religiosos, de normas costumbres y creencias, de origen prehispánico.
Este ultimo fenómeno, que se percibe aun en la actualidad, pone en tela de juicio
una supuesta mezcla indisoluble que, de modo simplista, ha dado en llamarse
Sincretismo Cultural.
Finalmente y como una evidencia mas de los cambios, importantes pero relativos,
experimentados por la Iglesia en la ultima parte de la época colonial, es preciso
resaltar el papel que jugo en el movimiento que culminó en la independencia de
Guatemala, el 15 de septiembre de 1821. Aunque el Arzobispo de entonces,
Ramón Casaus y Torres, no fue precisamente partidario de la causa
emancipadora, lo fueron varios clérigos notables y vecinos connotados que
profesaban la religión católica.
El Lenguaje en Contexto Colonial
De igual manera que la religión en general, o que la Iglesia Católica en particular,
constituyen mundos inconmensurables de símbolos de lo mas diverso (mitos,
creencias, imágenes, ritos, etcétera) así, el lenguaje es también un complejo y
vasto sistema de claves o señales y símbolos, cuyos significados cambian con el
tiempo y según los variables contextos sociales.
Los símbolos lingüísticos (pictogramas, jeroglíficos, letras o morfemas, sonidos o
fonemas, giros y freses idiomáticos, tonos o entonaciones, pero, sobre todo el
conjunto de las propias lenguas maternas, como representaciones genuinas de la
identidad cultural) pueden tener connotaciones cohesivas o disociadoras; de
solidaridad o de conflicto; así en las relaciones interpersonales, como en las que
se producen entre grupos o sociedades internas.
Desde el mero comienzo de la conquista del Nuevo Mundo, por ejemplo, la corona
española se planteo una gran interrogante respecto de la evangelización en
especial, pero también en relación con las otras vías que podían conducir al
dominio político, social, económico, ideológico, de los puebles de las Indias. ¿Qué
lengua usar para tales propósitos: las aborígenes o el castellano?
Al principio, la decisión fue facial: solo el idioma de los cristianos permitía la
evangelización y su imposición facilitaba la tarea de justificar la conquista y la
clasificación de las personas, los grupos, las sociedades y culturas. ¿Cómo
explicar por ejemplo, el concepto teológico de que Dios es uno y trino, en lengua
que no fuera el latín o su derivado el castellano? ¿Cómo justificar la salvación de
las almas en una cultura inferior?
Pronto, no obstante, las circunstancias se impusieron. En el ultimo tercio del siglo
XVI ya se habían emitido varias cedulas reales en las que se ordenaba el
aprendizaje de los idiomas nativos, por lo menos entre los curas destinados a los
pueblos de indios. Se crearon las cátedras necesarias en conventos, Seminarios u
otros centros educativos, con resultados que no siempre fueron tan rápidos y
satisfactorios como los que se esperaban.
En cualquier casa. Los esfuerzos tesoneros de los religiosos, principalmente, se
tradujeron en un legado impresionante de vocabularios, gramática, catecismos,
historias, relatos y aun tratados religiosos, todos escritos en las lenguas nativas.
El primer obispo de Guatemala, Francisco Marroquín, aprendió varias de aquellas
lenguas y escribió sobre ellas; y lo propio hicieron muchos clérigos que explotaron
innatas habilidades o dedicaron renovados desempeñar a la tarea de conseguir
iguales propósitos. Ello fue más fácil para el clero regular que para el secular,
puesto que este atendía preferentemente las parroquias de españoles y mestizos.
En los capítulos provinciales celebrados en los siglos XVI Y XVII, se lamentaba la
falta de ministros que hablaron las lenguas regionales, y se pedía que no se
utilizara, en las doctrinas de indios, a quienes carecieran de tales aptitudes.
En consecuencia, de modo paciente se comenzaron a elaborar muchas obras
manuscritas, de preferencia en Kakchiquel, quiche, tzutujil, mam, kekchi y otras
lenguas mayas, aunque muchos d aquellos trabajos se extraviaron en los recodos
del tiempo.
Al principio, los misioneros y unos cuantos funcionarios parecían los únicos
interesados en el estudio de las lenguas vernáculas, pero estas adquirieron el
debido reconocimiento académico cuando, en 1681 se establecieron, en la
universidad de San Carlos, las dos primeras cátedras de dichas lenguas: una de
Kakchiquel, que funciono por poco tiempo; la otro de lengua mexicana o pipil que
no llego a existir en la practica.
En la segunda parte de la época colonial famosos representantes del clero, como
el Arzobispo Pedro Cortez y Larraz, y el dominico Francisco Ximenez (traductor
del popol vuh) seguían lamentando la falta de conocimiento y manejo de las
lenguas aborígenes entre los misioneros y párrocos; ambos y otros como ellos,
pedían que se corrigiera tan deplorable situación.
La lista de obras, religiosas u otras, que se escribieron en Guatemala, en las
lenguas nativas, es realmente impresionante. El valor intrínseco de varias de ellas
(el popol vuh, el memorial de Sololá, el titulo de Totonicapán y otras mas), y han
servido una ve mas, para demostrar que el lenguaje no solo es el vinculo de
comunicación por excelencia entre los hombres, sino además, el medio mas eficaz
para conocer la esencia y la evolución del pensamiento humano, y para explicar la
naturaleza de las relaciones entre los individuos y los pueblos.
En su extenso horizonte de símbolos, y como núcleo amplio complejo de
significados, el lenguaje ha servido, a veces, como instrumento de dominación,
pero lo ha sido también de resistencia de liberación, de resguardo de los
elementos fundamentales de una cultura. El lenguaje es, como la religión, un
bosque de símbolos polivalentes, con proyecciones políticas, económicas,
artísticas y de todo género. Por algo es el hombre el único ente que posee el don
de la palabra.
LA EDUCACION EN LA COLONIA
La educación informal, es decir, la transmisión de la cultura en general, entre los
miembros de una sociedad o de un grupo particular, es tan antigua como el mismo
hombre. Si el origen de este se identifica con la utilización del lenguaje, de
herramientas diversas, y con la capacidad de simbolización, la transferencia
generacional de estos atributos estas relacionada con la educación informal.
Solo un cierto nivel de organización, de especialismo y de sistematización en la
trasferencia de los conocimientos, de las destrezas, de los sentimientos, las
tradiciones, las aptitudes o logros, marca el surgimiento de la educación formal.
Este segundo tipo de educación, aunque se carece de suficientes evidencias
detalladas, existió, con sus propias modalidades procedimientos en la época
prehispánica. En especial, en el caso de los hijos de los señores y principales de
los señoríos que existían en la época en la que llegaron los europeos.
En cuanto a la sociedad colonial, la información sobre los sistemas y avances
educativos es más abundante y fidedigna, aunque esta apreciación no sea del
todo aplicable al lapso que comprende los primero 10 años de la presencia de los
españoles en lo que después fue el Reino de Guatemala.
EDUCACION ELEMENTAL
Se sabe que casi desde el principio mismo del régimen colonial, algunos clérigos e
hijos dalgos se dedicaron a una enseñanza, más o menos sistemática, dedicada a
los hijos de los conquistadores y primero colonos. Desde este vago comienzo
hasta la última etapa de la era colonial, la educación formal, en términos
generales, no tuvo una amplia cobertura, es decir, no estuvo dedicada a las
grandes masa de la población; y si exhibió, en cambio, un evidente carácter
clerical. Este último rasgo se explica por los compromisos y relaciones entre la
Iglesia Católica y el Estado español, en relación con la empresa de la conquista y
de la colonización.
Al obispo Francisco Marroquín corresponde el merito de haber iniciado, en 1533,
las primeras gestiones formales para atender la educación de hijos de españoles,
de indios y de jóvenes mestizos de la ciudad de Santiago de Guatemala.
Marroquín solicito y puso por obre el que hubiese escuela para enseñar a leer y
escribir a los niños españoles que iban naciendo.
Aunque se carece de mayor información, se supone que en aquel centro
primigenio se enseñaba lectura, escritura, aritmética y doctrina cristiana. En
documentos referidos a 1567 se alude, como maestro de educar niños, a alguien
lado Martin Salazar. También existen referencias, aquí y allá en la documentación
histórica, a la enseñanza elemental que se impartía en conventos, monasterios y
beaterios.
LAS ARTES EN LA ERA COLONIAL
Esta última sección de la cultura se refiere básicamente al urbanismo, la
arquitectura, la literatura, y en general, a las llamadas artes visuales. La
generalización más viable que se puede formular respecto de estas
manifestaciones del arte colonial, es la de que este fue una derivación del arte
español, y que, salvo notorias, excepciones, tuvo tan solo una escasa calidad.
Los procesos de la creación artística de la época prehispánica, en efecto,
quedaron suspendidos casi de manera abrupta, y fueron reemplazados por las
concepciones y técnicas del sector colonizador inclusive algunas de las
expresiones artísticas de los indígenas prealbaradianos, que exhiben más
supervivencias, culturales como la música, los textiles, la cerámica, ciertas
danzas, etc., también muestran la impronta de la conquista y de la estructuración
de la sociedad colonial.
Respecto del urbanismo es válido señalar, que los españoles implantaron en
América un modelo urbano que utilizaron en las ciudades vías y pueblos de indios.
Se puede describir como un sistema sencillo y funcional, de calles rectas, plaza
central y manzanas cuadradas, divididas estas, en solares para la casa de cada
familia. Este patrón, que no era usual en Europa de entonces, no fue precisamente
de fácil aceptación por los indígenas de Guatemala, quienes, en cantidades
apreciables, han seguido viviendo aunque ya solo de modo alterno, fuera de las
cabeceras municipales. Sin embargo, el modelo se extendió en el país, y ha
perdurado hasta la actualidad. En el campo del urbanismo son importantes los
hombres de Josep de Porres, Luis Diez Navarro, su hijo Manuel, Joaquín Carvajal,
Marcos Ibáñez, quienes trabajaron en las primeras trazas de la nueva ciudad
capital.
La arquitectura se manifestó sin una definición estilística clara, o bien, como una
convergencia de corrientes ya desaparecidas o en franca declinación en España;
tales como los casos de los estilos románico, gótico, y mudéjar, y en otros mas
recientes, como el renacentista, y el plateresco. En Guatemala se encuentre
todavía en forma aislada, ejemplos arquitectónicos de las mencionadas corrientes
estilísticas, pero ellos, como otros menos influidos, por el arte español, presentan
adaptaciones al medio ambiente, así como los recursos materiales y tecnológicos
de cada región.
En el campo de la literatura, son altamente representativos los nombres del gran
bardo Rafael Landivar (1731-1793), Fray Matías de Córdova (1768-1828), Rafael
García Goyena (1766-1823), sor Juana de Maldonado (1598-1638) la
historiografía, en la que destacan los nombres de Bernal Díaz del Castillo, Fray
Antonio de Remesal, Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán, y Fray Francisco
Vázquez, Fray Francisco Jiménez y Domingo Juarros.
En realidad, la actividad literaria se incremento desde que se trajo al país la primer
imprenta, en 1660 la cual se adquirió por gestiones de Fray Payo de Rivera,
Obispo de Guatemala, y fue operada por José de Pineda Ibarra, impresor que
llego de Puebla, México, donde se adquirió la imprenta.
El primer libro publicado en Guatemala fue la Explicativo Apologética, que trata de
la doctrina de la Inmaculada Concepción y cuyo autor fue, precisamente el Obispo
Payo de Rivera.
Respecto de las otras ramas del arte, se puede reiterar la generalización relativa a
la imposición o por lo menos la marcada influencia del arte español. En estos
campos son dignos de mención nombres como los de Juan de Aguirre y sobre
todo Quirio Cataño quien esculpió el Cristo de Esquipulas. Como cultivadores de
la música sobresalió Tomas Pascual, quien fue maestro de capilla en San Juan
Ixcoy desde 1590, y a quien se reputa como el primer músico indígena de toda
América. También alcanzaron renombre durante la colonia, los músicos Manuel
Joseph de Quiroz, Raphael Antonio Castellanos y Benedicto Sáenz. No obstante,
seguramente por la incorporación de artistas y artesanos indígenas en el ámbito
correspondiente de la época, así como por las características estructurales de la
sociedad colonial, no es difícil encontrar sutiles o abiertas reminiscencias artísticas
prehispánicas, lo que puede interpretarse también como una demostración de
resistencia cultural.