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yiany Mona

Kath

Lola’
Despedida, sin dinero y recientemente abandonada, Marley, de 38 años de
edad, se escabulle a su habitación de la infancia en la ciudad que no podía esperar
para escapar hace veinte años. No ha cambiado mucho en Culpepper. Los chicos
populares siguen siendo populares. Ahora son dueños de concesionarios de autos y
viven en McMansions, al lado. Oh, y todo el pueblo sigue hablando del baile de
bienvenida que arruinó su último año.
Desesperada por un nuevo comienzo, Marley acepta un puesto de maestra
temporal. ¿Puede la niña vetada de todos los futuros bailes de bienvenida de
Culpepper High evitar que el equipo de fútbol femenino más perdedor de la historia
de la escuela se mate entre sí y evitar el túnel carpiano en un puñado de estudiantes
de la clase de gimnasia que no sueltan su teléfono? Tal vez con la ayuda de Jake
Weston, el chico malo de la secundaria convertido en un chico bueno y sexy.
Cuando la fábrica de rumores de la escuela envía a Marley a la oficina de la
directora para firmar un contrato de ética, el entrenador de atletismo tatuado, padre
de un perro y maestro del año se convierten en su nuevo novio falso y su coartada
por un precio. El trato: él le enseñará cómo entrenar si ella le enseña a estar en una
relación. ¿Quién iba a decir que un novio falso podía producir orgasmos tan reales?
Pero todo es temporal. El tipo. El trabajo. El equipo. Hay demasiada historia. El
fondo no puede convertirse en una base para el felices por siempre . ¿Verdad?
Advertencia: La historia también incluye un vómito de reencuentro, una
némesis voluminosa, un cisne de jardín, un juego de baloncesto sobre burro, un
cambio de imagen orquestado por adolescentes, y una relación falsa que se vuelve
un poco demasiado real entre las sábanas.
Agosto
sí era como se veía el fondo.
Mi habitación de la infancia; sin cambios con excepción de un
edredón nuevo, tenía la misma alfombra verde oscura, las mismas
paredes amarillas opacas. El mismo póster de New Kids on the Block
que había desfigurado con mi mejor amiga de cuarto grado y una botella de esmalte
de uñas morado brillante.
Habíamos sido demasiado geniales para que nos gustara lo que les gustaba a
los demás en nuestra clase.
Síp. Esa misma rebelde de la escuela primaria demasiado genial, tenía ahora
treinta y ocho años, había sido despedida, habían roto con ella y se había quedado
sin hogar.
Yo, Marley Cicero, no estaba ganando en la vida.
Mis dedos juguetearon con una pastilla en la colcha de color melocotón
mientras trataba de no pensar en el hecho que todo lo que tenía cabía en dos maletas
y tres cajas de cartón, todas tiradas frente al armario donde una vez había escondido
Mountain Dews de dieta tibios y cigarrillos de vainilla robados.
Les había avisado a mis padres con la suficiente antelación como para que
tuvieran tiempo de sacar su ropa de invierno del armario y llevarlo a la vieja
habitación de mi hermana, que papá usaba ahora como estudio de caligrafía.
Cuando Zinnia se casó, cambiaron su habitación y dejaron la mía en paz. Tenía la
sensación que era porque sabían que Zinnia nunca volvería a casa con una maleta y
una historia triste.
Mi teléfono sonó con un mensaje de texto y puse la pantalla frente a mi cara.

Zinnia: ¡Bienvenida a casa, hermanita! Espero que el sexo de jubilación de mamá y


papá no te mantenga despierta por la noche.

Suspiré, odiando el hecho que mi perfecta, brillante y hermosa hermana


supiera la gran perdedora que era. Le enviaría un mensaje más tarde cuando me
sintiera menos atropellada. Girar la cabeza hacia un lado requirió el máximo
esfuerzo que podía hacer. El despertador rosa me informó que eran las 7:05 p.m.
muy temprano para ir a la cama. Demasiado tarde para convertirme de repente en
una novia menos ambivalente o en una mejor directora de gestión de medios sociales
en mi ex-trabajo.
Eso dejaba solo una cosa. Sofocarse contra la almohada de Harry Potter.
Reuniendo la energía necesaria, rodé y presioné mi cara contra la de Daniel
Radcliffe.
Hubo un silencioso golpe en mi puerta. Conocía ese golpe. Era el golpe de ve
con cuidado: mi hija adolescente es inestable .
—No estás ahí dentro asfixiándote, ¿verdad? —preguntó papá a través de la
puerta.
—Mmm.
La jubilación debió haber vuelto a mi padre más valiente de lo que había sido
antes porque escuché el tintineo de la manija que nadie se había molestado en
apretar desde que me mudé hace dieciséis años. Dieciséis años estúpidos,
desperdiciados, de mierda y patéticos.
De acuerdo. Ahora estaba siendo demasiado melodramática. Era como si la
habitación siguiera desprendiendo los vapores de las hormonas de la desesperación
de la adolescencia. Era posible que se hubieran filtrado en la pared de yeso y la
alfombra, envenenando a cualquiera que entrara… como el asbesto. O la pintura con
plomo.
El colchón se movió bajo el peso de mi padre mientras se acomodaba en el
borde de la cama.
—Tal y como yo lo veo, tienes dos opciones, pastelito. —Me había ganado el
apodo debido a mi insaciable apetito por los deliciosos postres envueltos en plástico.
Mis años preadolescentes se pasaron abrazando la adicción, y luego mis años de
adolescencia y principios de los veinte se centraron principalmente en luchar contra
el control que el azúcar procesado tenía sobre mí. Ahora, con solo pensar en el pastel
dorado y el glaseado de caramelo, se me hacía agua la boca contra la cara de Harry
Potter.
—Puedes revolcarte en la decepción, lo cual es una elección legítima; o puedes
aceptar este cambio como una especie de reinicio. —Mi padre, Ned Cicero, tenía la
voz de un Muppet y era un ingeniero de sistemas jubilado. Uno muy cliché con
camisas manga corta a cuadros y gafas gruesas. Había estado en la sede local de IBM
durante treinta años antes de jubilarse el año pasado. Podías sacar al cerebrito del
cubículo, pero seguro que no podrías sacar el cubículo del cerebrito.
Rodé letárgicamente hacia un lado.
—Papá, te prometo que no voy a ser una de esas hijas adultas que se mudan a
casa temporalmente y luego nunca se van de nuevo —dije con fervor.
—Puedes quedarte todo el tiempo que quieras. ¿Mencioné que vamos a abrir
mi estudio de caligrafía como un Airbnb? —preguntó, poniéndose bien las gafas en
la nariz.
Me senté. Eso era una noticia. Mis padres jugaban al golf y hacían caligrafía y
ahora empezaban un Airbnb. ¿Y qué estaba haciendo yo? Nada. Nop. En absoluto.
Cero. Me quedaría aquí un mes máximo. Me reagruparía. Refrescaría mi viejo
currículum. Trataría de hacer ver que tener un nuevo trabajo cada dos años pareciera
un beneficio. Tal vez reconectaría con algunos viejos amigos mientras estaba en la
ciudad. De acuerdo, tal vez no.
Aterrizaría de pie, maldita sea. O al menos sobre mis manos y rodillas.
—No sé qué voy a hacer, papá. Pero voy a hacer algo —prometí.
Me dio una palmadita en la rodilla de esa manera ausente y paternal.
—Claro que sí. —Era el tipo de entusiasmo parental que se aplicaba a las
declaraciones de los niños en edad preescolar sobre convertirse en astronautas y
estrellas de rock.
La puerta se abrió de golpe, y mi madre entró en la habitación. Mientras Ned
era tranquilo y contemplativo, Jessica Cicero era una bola de energía efusiva. Se
entusiasmaba con todo, desde la primera nevada del año hasta las lavadoras de
carga frontal con ventanas. Este inusual entusiasmo por la vida le había servido bien
en su anterior carrera como profesora de primer grado.
—¡No vas a creer esto, Marley! El destino ha intervenido —anunció con
entusiasmo. Las pulseras de plástico en su muñeca izquierda tintineaban contra su
piel bronceada. Era guapa. Y no solo para su edad. Tenía un cabello rubio precioso
que retocaba cada cuatro semanas y que mantenía corto en un peinado que
enmarcaba su cara y era lo suficientemente largo como para peinarlo hacia atrás en
una cola de caballo. Tenía los ojos azules brillantes que se arrugaban en las esquinas
porque siempre estaba riendo o sonriendo por algo.
Había pasado toda mi vida deseando poder ser la chica americana de al lado
como mamá o la belleza exótica como mi hermana mayor adoptada. Zinnia nació en
Calcuta y se había convertido en alguien que podría haber disfrutado fácilmente de
una carrera de modelo si no hubiera estado tan ocupada ganando becas por causas
dignas y cambiando vidas.
—Cuéntanos más, mi hermoso ángel —dijo Ned, rodando sobre su vientre y
descansando su barbilla en sus manos.
Ojalá hubiera tenido éxito en la asfixia. Por lo general, el afecto eterno de mis
padres era como un ancla en la tormenta. Era algo de lo que depender, algo con lo
que siempre podía comparar mis relaciones, como una vara de medir. Ninguna de
mis relaciones estuvo a la altura del gran amor de Ned y Jessica Cicero. Y hoy, ese
amor me recordaba que estaba soltera, sin trabajo y sin esperanza.
—Acabo de hablar por teléfono con Lindsay Eccles. La recuerdas, ¿verdad,
Marley? Ella trabajaba en la oficina principal de la escuela primaria cuando estabas
en sexto grado. ¿Recuerdas cómo volvió a la universidad y obtuvo su certificado de
directora? Sigo diciendo que esa fiesta sorpresa fue un error. Casi le damos a la pobre
mujer un infarto…
Esto era típico de las historias de mamá. Tomaban la ruta escénica sin ningún
atajo y rara vez las remataba.
Papá escuchaba, cautivado. Me desconecté.
Culpepper, Pensilvania, tomaba lo de pueblo pequeño" y lo hacía
microscópico. Por mucho que me hubiera gustado fingir que no tenía ni idea de
quién era Lindsay Eccles, fui inundada por el injusto recuerdo en alta definición de
la señora Eccles sosteniéndome el pelo mientras vomitaba con entusiasmo en el cubo
de la basura detrás de la recepción de la oficina de la escuela durante el brote de
gripe de 1992.
—De todos modos —dijo mamá, respirando hondo. Era la señal de que estaba
llegando a su punto—. ¡Me dijo que la señorita Otterbach acaba de presentar su
dimisión esta mañana! Ella y su novia se casarán y se mudarán a New Hampshire
para estar más cerca de su familia.
Mi madre se detuvo y miró expectante.
—Eh. ¿Bien por ellas? —El centro de Pennsylvania había recorrido un largo
camino desde que crecí aquí. Ya no era el chisme en la ciudad ser una profesora
lesbiana. Pero aún no sabía qué tenía que ver conmigo que la señorita Otterbach se
convirtiera en la señora Otterbach.
—¡Mejor di, bien por ti! Resulta que el instituto necesita desesperadamente una
profesora de educación física y una entrenadora de fútbol femenino.
Los pies de mi padre dejaron de balancearse detrás de él.
—No sabía que la señorita Otterbach fuera la entrenadora de fútbol.
—No lo era —dijo mamá, pasando por alto todo lo que ocultaba con una
sonrisa brillante. Papá se aclaró la garganta. Estaba recogiendo lo que mi madre
estaba dejando mientras yo todavía estaba a kilómetros detrás de los dos.
—¿Por qué me dices esto?
—¡Te ofreció el trabajo, tonta!
—¿A mí?
Mamá asintió, sus ojos brillantes.
—La pretemporada empieza en dos días. La escuela en dos semanas. ¿No estás
muy emocionada?
Mi madre repartía el mismo entusiasmo para todas las cosas. Por ejemplo, las
calificaciones de A+ de Zinnia y mis sólidas B; con la ocasional C; ambas recibían la
máxima exhibición en el refrigerador y una ovación de pie de mi madre. Me hacía
sentir como un caso de caridad de una animadora.
—No tengo un certificado de enseñanza —argumenté—. Y no he tocado un
balón de fútbol en más de una década. —La secundaria había sido la perdición de
mi existencia. No había prosperado en el cautiverio de Culpepper Junior/Senior
High. Me había rebelado, quejado y cojeado a través de los campos minados de
popularidad, logros académicos y logros atléticos. En ninguno de ellos tenía
experiencia personal. Por lo menos, no hasta el último año, cuando salí brevemente
con el señor Popularidad y me elevé temporalmente del medio de la manada solo
para ser brutalmente abofeteada y regresada a mi sitio.
—Es solo por el semestre hasta que puedan encontrar un reemplazo
permanente. Básicamente serías una sustituta a largo plazo. El estado tiene
contingencias de emergencia en el caso de puestos de enseñanza abiertos desde que
comenzaron a recortar los sueldos y a cerrar programas. Hay escasez, sabes.
Antes que pudiera iniciar su discurso sobre la terrible situación en los temas
educativos del estado , levanté una mano.
—No lo entiendo. ¿Cómo supo la directora Eccles que estaba en casa?
—Oh, tengo una cita semanal para almorzar con algunos de mis amigos de la
escuela.
—¿Y les dijiste que me iba a mudar a casa?
Mamá asintió alegremente. Genial. Así que todos en Culpepper ahora sabían que la
niña que había sido vetada de forma permanente en las festividades de bienvenida de
Culpepper estaba de vuelta, soltera y en bancarrota.
—Realmente no sé nada sobre clases de gimnasia o entrenamientos —le
recordé.
—Puedes aprender cualquier cosa que te propongas —insistió mi madre.
—Salgamos y pateemos la pelota —dijo papá—. Puedes hablarlo conmigo y
despertar algo de memoria muscular. —Rebotó en la cama y aplaudió con
anticipación.
Con gran reticencia, me alejé de la seguridad de mi colchón. Siempre podía
decir que no. Podría agacharme, lamerme las heridas y empezar a solicitar trabajo
en cualquier lugar menos aquí. Podía hacer eso.
—Espero que no te importe, pero les dije que aceptarías el trabajo —dijo mamá
alegremente.
ientras papá salió casi saltando al patio trasero; un polvoriento
museo lleno de arañas de mi niñez; buscando un balón de fútbol,
me senté en los escalones del porche y me puse con desgano mis
zapatillas deportivas.
Hacía calor. La humedad de Pensilvania a mediados de agosto es caliente. El
aire era lo suficientemente espeso como para sentirse como sentarse en un estofado
blando y nostálgico. La cerca necesitaba una nueva capa de pintura, pero los mismos
árboles por los que había trepado y de los que me había caído cuando era niña
todavía estaban allí. Los mismos parterres todavía estaban descuidados como lo
habían estado desde el experimento de mamá de 1988 sobre cultivar su propia
huerta. El patio de ladrillos rojos en el que me había raspado las rodillas más veces
de las que podía contar, seguía cortando una dentada franja a través del césped
verde.
Entrar al patio trasero fue como viajar en el tiempo hasta cuando tenía ocho
años. Excepto que era treinta años mayor. Mis sueños estaban muertos. Y ya ni
siquiera tenía tacos o espinilleras. ¿Los entrenadores necesitaban eso? ¿O se
quedaban en la línea de banda gritando como los que tuve? ¿Las reglas eran las
mismas? ¿O el juego se había convertido en algo diferente con la popularidad viral
de Abby Wambach y David Beckham?
No había forma de que pudiera hacer esto.
—¡Cuidado! —La pelota aterrizó con un ruido sordo y definitivo delante de
mí. No rebotó—. Supongo que necesita un poco de aire —dijo papá, corriendo hacia
mí con una bomba de aire para bicicleta en una mano.
Llevaba pantalones cortos de ciclismo, restos de su obsesión de tres meses por
la clase de spinning. Había tenido problemas para adaptarse a un nuevo pasatiempo
desde su jubilación.
—¿Qué? —preguntó mientras inflaba.
—No puedo acostumbrarme a tu bigote.
Se acarició la oruga peluda bajo el labio con orgullo. Era otro pasatiempo
después de la jubilación: el crecimiento de vello facial.
—Creo que voy a probar una barba de chivo.
—No puedo esperar.
Le dio un golpe a la pelota.
—Agradable y firme.
Traté de no verlo tocar la pelota mientras decía eso. Papá tenía una extraña
habilidad para decir cosas inapropiadas sin siquiera intentarlo.
—Me parece recordar que eras muy hábil para hacer malabares con las pelotas
en la escuela secundaria, pastelito —dijo con descaro—. Veamos si todavía
recuerdas cómo hacerlo.
—Jesús, papá. Escúchate. —Pero ya estaba corriendo hacia la parte de atrás del
patio.
Pateamos el balón y la idea de ser una profesora y entrenadora temporal.
—¿Y si mi equipo pierde todos los partidos? —pregunté.
—Ganaron un partido la temporada pasada, y eso fue porque el autobús del
otro equipo se atascó en el tráfico cuando el ganado escapó de la subasta. Ganaron
porque el otro equipo no se presentó. No creo que el distrito esté buscando una
temporada ganadora.
—Pero, ¿por dónde empiezo? Las prácticas empiezan en dos días.
Papá se encogió de hombros y pateó la pelota como si fuera una marioneta con
articulaciones de madera. Su experiencia atlética había sido diferida a favor del club
de entretenimiento durante su paso por la secundaria.
—¿Qué hacían tus entrenadores durante la pretemporada?
—No lo sé. ¿Correr hasta que odié correr?
—Ahí tienes. Podemos empezar por ahí —dijo, lanzando una patada y fallando
el balón por completo.
Me reí. No pude evitarlo. No tenía un hueso atlético en su cuerpo, pero eso no
le impedía querer apoyarme. No lo merecía, pero no estaba dispuesta a dejar que
eso se interpusiera en mi aprecio por él.
—Podemos buscar en Internet después de la cena —sugirió—. Puedes
aprender cualquier cosa en línea.
—Mmmm. ¿Qué hay de la enseñanza? Ni siquiera sé lo que hace un profesor
de gimnasia, además de estar de pie a un lado mientras los estudiantes se cambian
y hacer que todos jueguen voleibol de noviembre a mayo.
No estaba ni por asomo en la mejor forma de mi vida. La edad adulta se había
cobrado su precio en forma de horas felices y alimentos preparados cargados de
sodio, y nada tiempo para el gimnasio. Estaba deshidratada y dormía poco. Mi
forma era suave, redonda. Y perdía el aire con un tramo de escaleras.
—Papá, no creo que pueda hacer esto. No tiene ningún sentido. He estado
trabajando en el cuidado de la salud y la exploración de datos. No en deportes y
vida sana. —Le devolví el balón.
Se tropezó sobre él y cayó de cara sobre el césped. Corrí a su lado y lo levanté.
—Tal vez deberíamos continuar esta discusión con unas cervezas. Mientras
estás sentado —sugerí, recogiendo sus gafas del suelo.
—Suena como un plan más seguro —estuvo de acuerdo.
Hubo un fuerte y estrangulado bocinazo en la cerca del vecino. Salté.
—¿Qué demonios fue eso? —Ya estaba sin aliento solo por patear la pelota. Las
sorpresas podrían hacer estallar mi ya sobrecargado corazón.
—Condenado cisne —dijo papá sin enojo.
—¿Cisne? ¿Dijiste cisne ?
La bocina volvió a sonar.
—Amie Jo pensó que su jardín necesitaba un toque exótico —dijo, cojeando
hacia el porche trasero.
Oh, no. No, no, no, no, no, no. Ella no. No el monstruo de mi pasado.
—¿Amie Jo Armburger? —pregunté con toda la indiferencia que el bulto de
pavor en mi garganta me permitía.
—Hostetter ahora —me corrigió papá—. Ella y su marido, Travis, compraron
la casa de al lado hace unos años. La derribaron y la reconstruyeron desde cero.
Todo mi último año se me vino encima tan rápido que tuve vértigo. Travis
Hostetter. Amie Jo Armburger. Y no podía pensar en ninguno de ellos sin recordar
al maldito Jake Weston.
Por esto me mudé. Por esto era que raramente venía a casa. Y cuando lo hacía,
no lo convertía en algo importante. Llevaba una gorra de béisbol en público. Me
negaba a ir a cualquier bar local o Walmart. Fingía ser una extraña.
—¿Amie Jo y Travis viven al lado? —aclaré débilmente.
Papá, ajeno a mi pánico instantáneo, subió trotando los escalones traseros.
—¡Sí! Traeré un par de cervezas y veré cómo va la cena.
La puerta trasera se cerró, y de repente no quise nada más que mirar por
encima de la valla y ver qué tipo de castillo habían construido el rey y la reina del
baile de graduación. Fueron la estupidez y la curiosidad los que me hicieron correr
hacia la barrera de pintura pelada de dos metros de alto. Mis zapatillas de deporte
buscaron agarre mientras mis bíceps gritaban. Pude arrastrar mis ojos por encima
de la valla lo suficiente para ver una enorme piscina en forma de riñón rodeada de
lo que parecía ser mármol blanco. Había un jacuzzi elevado que arrojaba una
cascada de agua que cambiaba de color de vuelta a la piscina. El porche tenía
columnas romanas que sostenían el techo a dos pisos.
—¿Una puta cocina al aire libre y un bar tiki? ¿Estás bromeando? —me quejé.
—¡Mamá! ¡Una señora nos está espiando! —El grito vino de la dirección de la
piscina, y me di cuenta que había gente en el agua. Dos personas. Adolescentes con
pelo de surfistas en infladores del tamaño de islas pequeñas.
—Mierda. Mierda. Mierda.
Me tiré al suelo, me agaché; por razones desconocidas, ya que la valla impedía
que me vieran, y corrí hacia la puerta. Me escabullí al jardín delantero de mis padres
y miré fijamente a la moderna y monstruosa McMansion que no había visto cuando
estacioné en la entrada al otro lado de la casa.
Majestuoso ladrillo rojo, más columnas blancas, y lo que parecía un camino de
entrada de adoquines. Todo detrás de una valla de hierro forjado que indicaba
claramente que solo un cierto tipo de visitante era bienvenido. Había una maldita
fuente en el patio delantero. No solo uno de esos trabajos de cemento sobrevalorados
que puedes conseguir en Lowe’s o en Home Depot.
No. Esta tenía estatuas. Dos personas desnudas escupiendo agua entre sí.
¡Ac-Ac!
—¡Oh, Dios mío! —Me aferré el corazón con las manos y di un salto.
Un cisne pasó por el otro lado de la valla, lanzando una mirada burlona en mi
dirección. ¿Era un cisne atacando? ¿Había sido entrenado en el arte de la defensa
doméstica? ¿Saltaría por encima de la valla y empezaría a picotearme? ¿Podían volar
los cisnes?
Tenía muchas preguntas.
La puerta principal de la mega mansión se abrió, y un hombre salió al porche.
Incluso veinte años más tarde y desde una distancia de nueve metros, todavía lo
reconocía. Travis Hostetter. Su pelo rubio estaba más corto que en la escuela
secundaria, pero su andar relajado, la posición de los hombros era igual. Su cabeza
giró en mi dirección, e hice lo único que tenía sentido.
Salí corriendo.
Me di la vuelta y corrí hacia la puerta principal de mis padres, saltando sobre
el seto de azaleas. Enganchando mi pie en uno, aterrizando duro sobre el abono y el
concreto. El aire salió de mis pulmones, y todo lo que pude hacer fue mirar fijamente
al cielo y escuchar el estruendo del Cadillac Escalade de al lado mientras retrocedía
por el camino de entrada.
Había cometido un gran error al volver aquí.
Hace aproximadamente 1,000 años
e limpié las palmas húmedas en mis pantalones Umbro de tienda de
segunda mano. Mi mamá insistió en que si solo iba a sudar y rodar por
el pasto, no necesitaba hacerlo en ropa de marca a precio completo. Así
que había ahorrado dinero de cumpleaños y de Navidad, escondiéndolo
hasta nuestro viaje anual a las tiendas de promoción al final de verano.
Sí, estaba usando las zapatillas Adidas de rayas blancas y negras que el año pasado
tenían las estudiantes titulares del equipo, pantalones cortos Umbro y la misma camiseta
Nike que Mia Hamm, mi ídolo del fútbol, había usado durante los Juegos Olímpicos de
Verano. No había nada en mi ropa de lo que pudieran burlarse, me aseguré de eso.
Este año sería diferente.
Me había deshecho de la banda para el cabello de la que se habían burlado. Incluso me
había afeitado los finos vellos rubios de bebé en mi dedo gordo del pie que hicieron que Steffi
Lynn Cara de Idiota tuviera arcadas durante diez minutos después que me viera vendarlo
antes de un partido la temporada pasada. Me creció el flequillo. Y pasé las últimas dos
semanas practicando una nueva sonrisa. Con los labios cerrados y los ojos bien abiertos.
Amistosa, madura.
¡Ugh! Tus ojos desaparecen cuando sonríes. No vuelvas a sonreír nunca más. Es
espeluznante . Mis recuerdos del fútbol no eran muy agradables.
La inhalación profunda no me ayudó a calmar mis nervios. De hecho, sentí un poco de
ganas de vomitar. Este era el primer día de la pretemporada, y sería un éxito o un fracaso.
Tenía muchas ganas de ser una de las estudiantes de segundo año que entrara en el equipo
titular. Había practicado durante el verano, pero no estaba segura si era suficiente.
El camino de la casa a la secundaria era de cinco cuadras. Lo suficientemente cerca
como para que mis padres no tuvieran que llevarme en auto. Y en unos pocos meses, tendría
mi licencia de conducir. Cuando tuviera la llave de oro laminada, conduciría el camino de
entrada solo para recoger el correo, lo decidí. Bueno, si mamá o papá me dejaban usar sus
autos.
El estacionamiento de la secundaria se cernió frente a mí. Bellas y ruidosas estudiantes
de tercer y último año en sus propios autos salían de ellos con termos de agua y se ataban
altas coletas de caballo. Eran tan seguras de sí mismos. Seguras de su lugar en este mundo.
Mientras tanto, yo estaba acechando cerca de la entrada del estacionamiento y esperando una
invitación escrita para girar alrededor de ellas.
Este sería el año. Les caería bien. No había nada que no les gustara, al menos según mis
molestos y adorables padres. Pero ellos no lo comprendían. De alguna manera me habían
regalado una diana invisible que me marcaba como una perdedora, una indeseable. Claro,
tenía amigos en el equipo juvenil. ¿Pero las chicas mayores? ¿Esas de tercer y último año con
vidas resueltas? Me odiaban.
No estaba segura de lo que me pasaba, pero esperaba haber cambiado lo suficiente como
para librarme de ese blanco. No creía que mi frágil corazón adolescente pudiera soportar otra
temporada entera de constantes patadas en el trasero.
La bocina de un auto sonó.
—¡Hola, Marley!
Mi mejor amiga, Vicky; gracias a Dios estaba en el equipo; y su madre me saludaron.
La familia de Vicky vivía en las afueras de la ciudad, y su mamá se turnaba para transportar
con algunas de las otras madres del equipo juvenil. Otras tres chicas salieron del asiento
trasero del auto de la mamá de Vicky.
—Ugh, es tan temprano —se quejó Vicky, peinando sus rizos despeinados de color rojo
en una cola de caballo desordenada con un elástico. Me había tomado veinte minutos y media
botella de Aqua Net para suavizar los enredos de mi propio cabello—. Cuando sea adulta,
nunca me levantaré de la cama antes de las diez —anunció.
—¿No estás un poco emocionada? —pregunté—. ¿Año nuevo? ¿Nuevo comienzo? —
Cada año, la idea del primer día de clases encendía una esperanza fuerte y brillante en mí.
—Por favor —se burló Vicky—. Nada es nuevo. Son los mismos imbéciles de siempre
haciendo las mismas cosas de siempre. Nada mejorará hasta que salgamos de aquí.
Rezando para que estuviera equivocada, subí la colina al campo de prácticas con ella.
La prisión de ladrillos rojos del edificio de la secundaria estaba a la izquierda del campo y del
estacionamiento. Todo el verano había quedado atrás, y esto, el césped verde parcheado del
campo de fútbol y los pasillos brillantes de linóleo con aroma a químicos industriales, eran
mi futuro inmediato.
No pude reprimir el escalofrío que me subió por la columna.
—No es tan malo —dije, sobre todo tratando de convencerme—. Somos estudiantes de
segundo año. Este año conseguimos licencias de conducir y, con suerte, tetas.
—Voy a tomar esa licencia y mis futuras tetas, y cuando me gradúe, voy a salir de este
agujero del infierno con los dos dedos del medio en el aire por la ventana del auto.
Me reí.
—¿Cómo vas a conducir?
—Con mi rodilla —decidió Vicky.
—¿Y a dónde irás?
—Cualquier lugar menos aquí —dijo—. Y tendré un buen trabajo que me dé mucho
dinero y me permita fijar mis propios horarios. Tendré un establo lleno de hombres a mi
disposición.
Uniendo mi brazo al suyo, agradecí a mi estrella de la suerte por Vicky Kerblanski.
Las chicas migraban lentamente hacia el pequeño conjunto de gradas de acero en el
extremo más cercano del campo. Los entrenadores, el entrenador Norman y el entrenador
Clancy, llevaban su uniforme estándar de pantalones cortos setenteros y camisetas tipo polo
demasiado ajustadas que resaltaban sus barrigas cerveceras. El entrenador Norman tenía
forma de barril y estaba canoso. Fumaba como un incendio de cuarto nivel. Clancy era bajito
y mayormente flaco con un bigote estilo hitleriano. Juntos entrenaban los equipos de fútbol
de chicas el titular y el equipo juvenil. Y por entrenar, me refiero a que gritaban mucho y
tomaban descansos para fumar.
Pero esta temporada sería diferente. Había practicado. Diablos, incluso corrí un par de
kilómetros durante el verano. También era unos centímetros más alta que el año pasado, y
esperaba que fuera todo piernas.
Ninguna de las chicas mayores se había fijado en mí todavía, y suspiré de alivio.
Probablemente era demasiado esperar que se separaran de su círculo y le dieran la bienvenida
a la nueva chica sin flequillo y sin vellos en los pies.
Vicky y yo dejamos nuestras bolsas en el suelo y nos sentamos a amarrar nuestros tacos.
—Bonitos calcetines —dijo Vicky, asintiendo a mis calcetines verdes a rayas que
cubrían mis espinilleras.
Habían sido una compra impulsiva en una tienda deportiva. No había visto a nadie
popular usándolos, pero el verde esmeralda me había atraído.
Mantuve la mirada baja y me concentré en mis compañeras del equipo juvenil.
Pero escuché los susurros comenzar. Esperé, recé, negocié con un poder superior para
que estuvieran susurrando sobre alguien más.
Echando una mirada, levanté la vista. Un par de las chicas del equipo titular se
agrupaban en un círculo cerrado y se reían. Y me miraban directamente.
Mis sueños, mis planes para esta temporada, se marchitaron y murieron.
—Es tan rara —dijo una de ellas, sin molestarse en susurrar—. Es como, ya deja de
intentarlo.
—Mírala, observándonos con esos patéticos ojos de cachorro. Por favor que les caiga
bien .
Estallaron en risas cuando parte de mi alma se desintegró.
—Veo que el verano no les trajo a ustedes, perras, nuevas personalidades. —Vicky
explotó su chicle y ató su zapato derecho con algo de violencia.
Mi deseo de ser querida y aceptada era igual al deseo de Vicky de llamar a los imbéciles,
imbéciles. La admiraba enormemente por ello.
—¿La perdedora del equipo juvenil dice qué? —preguntó Steffi Lynn, batiendo sus
pestañas con rímel. Steffi Lyn era una estudiante de último año, alta y delgada y la orgullosa
propietaria de unas copas C. También era una persona terrible. Su hermana menor, Amie Jo,
estaba en mi clase. ¿En cuanto a la personalidad? Digamos que la manzana no cayó lejos de
la otra manzana. Ambas eran malas como serpientes de cascabel, y disfrutaban mucho
causando dolor a otras personas. Incluso los profesores les temían. Se rumoreaba que Steffi
Lynn había conseguido que despidieran a un sustituto a largo plazo porque no le gustaba el
perfume que usaba.
En unos pocos años, probablemente haría muy miserables a varios esposos.
Fue cuesta abajo a partir de ahí. Me tropecé con un cono naranja a mitad de un ejercicio
de movimiento de pies, y se rieron como si hubiera caído en un pastel de crema gigante.
Cuando me incliné para subirme el calcetín, la portera principal, una muralla de
ladrillos con trenzas, se burló de mí.
—Dios, pareces un duende. ¿Tu abuelo te los eligió?
Fue extra cruel porque mi abuelo había muerto en la última temporada de fútbol. Me
había perdido un partido por el funeral. Cuando murió el tío abuelo lejano de Steffi Lynn en
Virginia, el equipo recolectó dinero y le compraron flores, las cuales entregaron en una
ceremonia durante la práctica. Cuando mi abuelo murió, se burlaron de mí por llorar cuando
mi mamá me recogió en la práctica y me lo dijo.
Luego vino el final de la práctica. Los entrenadores, en su olvido, dejaron que Steffi
Lynn y la mediocampista Shaylynn eligieran los equipos.
Esperé pacientemente en la menguante línea mientras las dos estudiantes de último
año elegían chica tras chica. Hasta que solo quedamos la segunda defensa del equipo juvenil
yo. Denise tenía un collarín.
—Nos llevaremos a Denise —gritó Shaylynn.
Y luego solo hubo una.
Steffi Lynn hizo una muestra de asco.
—Ugh. Supongo que la tomaremos. —Me señaló.
Asentí rápidamente, como si esto fuera algo normal en lugar del final literal de mis
esperanzas y sueños para mi segundo año y tomé mi lugar al final de la fila.
Me mantuve al margen en el campo y me esforcé por combatir la sensación de ardor en
mi garganta. Estas dictadoras pecosas y degolladoras no me harían llorar. No en el primer
día de práctica, maldita sea.
Finalmente, el entrenador Norman, que necesitaba otro descanso para fumar, hizo
sonar su silbato, señalando el final de la práctica.
—No te pongas triste. No les des a esas tontas la posibilidad de lastimarte, —dijo Vicky,
arrastrándonos a mí y a mi bolsa de gimnasia colina abajo hacia el estacionamiento—.
Enfádate. Desquítate. Llama a una zorra, zorra.
Le di una sonrisa débil y acuosa.
—Está bien. Estoy bien —mentí.
Vicky soltó un suspiro.
—Vamos. Caminemos hasta Turkey Hill. Te compraré un capuchino francés de
vainilla.
olo tienes una oportunidad para una primera impresión. Por eso llegué
a la secundaria a las siete de la mañana, en una sofocante mañana de
agosto. Ayer, tuve la más breve de las reuniones con el agobiado
vicerrector de la secundaria en la cocina de mis padres de camino a su
clase de yoga. Sus únicas instrucciones para mí sobre el entrenamiento fueron: Solo
trata de mantenerlas vivas .
Cuando le pregunté por el último entrenador, soltó una pequeña risa nerviosa
y luego salió corriendo por la puerta para decirle a mi padre que lo vería en la clase
de caligrafía el miércoles.
La secundaria era un poco más grande que cuando había caminado por sus
pasillos gracias a una adición diez años más tarde para controlar el hacinamiento.
Pero el estacionamiento de los estudiantes era el mismo. Se encontraba al pie de la
colina donde los equipos deportivos de otoño corrían en formación de S, un ejercicio
que ahora casi definitivamente me costaría al menos uno de mis ligamentos.
En la cima de la colina estaban los extensos campos de práctica de la escuela.
Dos de béisbol y uno de fútbol con un pequeño espacio verde extra entre ellos.
Recordé haber corrido por las afueras de los campos durante la pretemporada.
Había sido horrible en ese entonces, y no veía razón para que hubiera mejorado con
el tiempo.
Mi equipo, y mentalmente usé comillas en el aire alrededor de la palabra,
llegaría para una práctica a las ocho de la mañana. Y quería estar lo más preparada
posible para ellas.
No tenía dinero para un nuevo guardarropa deportivo, así que me conformé
con unos viejos pantalones cortos de yoga y una camiseta. Me había puesto una
camiseta sin mangas puesto que hacían ya setenta y cinco millones de grados. Pero
estaba paranoica por el rollo alrededor de mi cintura. No iba a pasear por mi viejo
campo con un visible rollo en mi vientre. Le había dado a Culpepper lo suficiente
para hablar a lo largo de los años.
—No puedo creer que esté haciendo esto.
Hablarlo con mis padres no había ayudado. Tampoco lo había hecho dormir.
Lo único que marcó la diferencia fue el hecho que literalmente no tenía otras
opciones. Podía aceptar este trabajo, y el dinero adecuado que ofrecía, y quedarme
en la ciudad hasta las fiestas de fin de año. O podía revolcarme en la depresión en el
dormitorio de mi infancia, probablemente arruinando las calificaciones en Airbnb
de mis padres.
Así que aquí estaba yo a las 7:10 a.m., anotado, revisando mi teléfono. Tenía la
lista de mi equipo recién impresa y la docena de conos de seguridad naranjas con
los que mis padres me habían sorprendido. Me preguntaba cómo diablos había
terminado de vuelta en el lugar en el que me había sentido más odiada y
desilusionada.
Trabajé en algunos trabajos de mierda desde la graduación. Había estado en la
recepción de una compañía de concreto con hombres de franela sucia que me
llamaban dulzura todo el día. Luego la revista comunitaria que había sufrido tanto
dramatismo que el editor había llamado a una compañía consultora de recursos
humanos para que estableciera la ley antes de despedir al cincuenta por ciento del
personal. Y no olvidemos la vez que decidí que trabajar como vendedora de almacén
era lo que debía hacer. Un Viernes Negro, y ya había entregado mi aviso de dos
semanas de anticipación.
Pero ninguno de esos trabajos se comparaba con lo tonta, insegura y perdedora
que me había sentido en la secundaria Culpepper. Tal vez fueron las hormonas de
la leche. Tal vez fue el hecho que no podía estar a la altura del ejemplo de mi
hermana mayor. O tal vez, y esta era una teoría aún peor, no encajaba aquí… ni en
ninguna parte. Cualquiera que fuera la razón, mis manos temblaban y mi estómago
estaba revuelto.
Me alegré de haber rechazado la oferta de desayuno de mi madre esa mañana.
Porque esos huevos quemados vertidos de una caja de cartón se me habrían subido
a la garganta en este momento.
Llegaron en minivans y sedanes. Algunos conducidos por padres de aspecto
agobiado, otras llegaron en grupos de adolescentes desgarbadas con licencias de
conducir. Nos miramos en un silencio sospechoso sobre la fila de conos naranjas que
había colocado cuatro veces antes de estar satisfecha con la distancia relativa entre
cada uno.
Miré fijamente el mar de coletas de caballo y bandanas y su sentido general de
desdén y dejé que miraran a su antojo. En cuanto a la diversidad, las cosas habían
cambiado mucho desde que estuve en la escuela. Mi hermana había sido la única
niña morena en su clase de último año. Era reconfortante ver trenzas y piel oscura,
escuchar un acento caribeño y algunos murmullos de español. El centro de
Pensilvania finalmente se estaba poniendo al día con el resto del mundo.
Algunas de las chicas se rieron, encorvándose para susurrarse confidencias.
Otras se pararon con la frente en alto y sin sonreír, esperando la sabiduría atlética
que estaba a punto de desplegar en ellas. Una o dos más se hicieron a un lado, y
pude identificarlas como hermanas del alma.
Qué Dios nos ayude a todos.
—Soy Marley Cicero, su nueva entrenadora —dije. Quería actuar normal,
quizás deslumbrarlas con algún elegante juego de piernas. Pero incluso en la
secundaria, en el punto culminante de mi carrera futbolística, me faltaba todo lo
elegante. Había sido mediocampista. Una jugadora de resistencia que nunca marcó
un gol y que rara vez hacía otra cosa que no fuera perseguir mis marcas por todo el
campo. No se necesitaba mucha habilidad para ser un cuerpo en el camino.
Una mano se alzó al fondo.
—¿Cómo te llamamos?
La chica asiática y su ingenioso moño desordenado gritaban Princesa
Pinterest . Era alta y segura de sí misma. No podía empezar a adivinar su edad ni
la de nadie. Estas chicas estaban todas en ese nebuloso rango de edad de doce a
veinticuatro años que no podía identificar.
—Eh. ¿Entrenadora? ¿Marley? No lo sé. ¿Cómo quieren llamarme?
Error número uno.
—¿Qué tal lesbiana perdedora? —sugirió una morena injustamente guapa—.
Sin ofender —le dijo a la chica con el cabello corto y color púrpura brillante a su
derecha.
—Angela. —Suspiró el mohicano—. No puedes usarlo como un insulto para
una de nosotras y no con todas.
Angela Cara de Perra puso los ojos en blanco.
—Bien. Lamento mi insensibilidad, Morgan.
—Disculpa aceptada. —Mohicana Morgan asintió gentilmente.
Bien, pacificadora del equipo. Qué bueno saberlo.
Una mano en el lado izquierdo del grupo se alzó. Era muy alta, muy delgada,
y su pelo colgaba en docenas de prístinas trenzas hasta la tira de su sujetador. Su
piel era oscura e imposiblemente perfecta para una adolescente. Estaba vestida con
ropa de marca con sus tacos y calcetines a la rodilla ya puestos.
—¿Sí, mmm?
—Ruby —me dijo—. ¿Cuáles son sus logros como entrenadora?
¿Qué hay del hecho que estoy físicamente presente? ¿No? ¿No es un logro real?
Mmm.
—Jugué en la liga infantil desde el segundo grado en adelante y luego en el
equipo juvenil y en el equipo titular en la secundaria —le dije.
—¿Nada en la universidad? —No parecía particularmente impresionada.
—Algunos torneos internos. —Eso era una mentira. Dos partidos en mi primer
año no contaban como una carrera deportiva universitaria. En la universidad,
odiaba el fútbol y el drama que lo acompañaba.
La expresión de Ruby me decía que pensaba que era un asco. Y con mi ego en
este frágil estado, me inclinaba a estar de acuerdo.
—Mira, nunca antes había entrenado a un equipo. Así que voy a aprender junto
a ustedes.
Error número dos. Los ojos en blanco eran audibles.
—Ahí va la temporada —se quejó Ruby.
—Ese es el espíritu —dije secamente.
“ngela murmuró algo sobre otro entrenador de mierda en voz baja y la chica
de hombros anchos que estaba a su lado pareció tomarlo como algo personal y le
dijo que cerrara la boca.
—Bueno, independientemente de lo que sientan por mí, estoy aquí, están aquí.
Vamos a trabajar.
—¿Por qué molestarse? —refunfuñó una chica con dientes delanteros
desafortunadamente grandes, con los brazos cruzados sobre su pecho plano.
—Debería haber jugado al hockey sobre hierba —murmuró otra voz.
Me estaban probando, me di cuenta. Era la profesora sustituta a la que le hacían
novatadas solo para ver si realmente estaba dispuesta a enviar a alguien a la oficina
del director. Y estas chicas no eran nada comparadas con las quejumbrosas
santurronas, los inflados egos de los mandos intermedios con los que había
trabajado desde la universidad.
Recordé a mi entrenador de fútbol en la escuela secundaria gritando hasta que
las venas de su cuello y frente parecían que iban a estallar.
—Basta de charla. Vamos a empezar las cosas con una carrera de un kilómetro
y medio. Cuatro vueltas alrededor del campo. Si alguien termina después de once
minutos, todas lo hacemos de nuevo.
Eso las hizo callar. Durante cuatro segundos.
—¿Habla en serio?
—Como un ataque al corazón. Todo el mundo en fila.
—¿No estás corriendo con nosotras? —preguntó la sabelotodo Angela.
—Cállate, Angela —le respondió Ruby.
—Muérdeme, Ruby. —La expresión de Angela era de odio. Genial. Dos
jugadoras del equipo titular que se odiaban. Increíble.
—Soy la entrenadora —dije como si eso explicara algo. Diablos no, no estaba
corriendo un kilómetro. Todavía estaba adolorida por saltar las azaleas de mis
padres—. Tres, dos, uno… ¡ya! —Maldición. Deseaba tener un silbato.
Lo consideré una pequeña victoria cuando todas dejaron la línea de salida con
solo unas pocas miradas de reojo y comentarios de imbécil a regañadientes.
Desafortunadamente, eran más rápidas de lo que pensaba, o eran tramposas.
Pero, ¿qué me importaba? Solo era una niñera temporal. Ruby cruzó la línea de meta
con paso de gacela en seis minutos y cuarenta segundos. Los siguientes treinta
segundos trajeron a cuatro chicas más a la línea de meta.
Maldición. Podría haber usado más tiempo a solas para averiguar lo que
íbamos a hacer a continuación.
Ruby me dio una mirada de es todo lo que tienes , y añadí mentalmente otro
par de carreras. ¡Tomen eso, adolescentes malvadas!
Mi atención fue robada de mi equipo hosco por una fila de corredores que se
movían en un rápido ritmo por la vía que flanqueaba el campo. Los chicos no
llevaban camiseta y tenían un cero por ciento de grasa corporal. Mi equipo se detuvo
para admirarlos en silencio. Respiraban como uno solo. No eran cuerpos separados
con diferentes objetivos. Estaban unidos por la respiración y el ritmo.
—Ese es el equipo de campo traviesa —me dijo la chica a mi izquierda. Tenía
gafas y una bandana de Nike. Su pelo salvaje y rizado estaba domesticado en una
cola.
Había una figura solitaria en la parte trasera. Era más mayor, más musculoso.
Estaba tatuado. Jodidamente sexy, en mi humilde y deprimente opinión.
Espera un minuto. Reconocía esa cara incluso debajo de la barba.
—Santa. Mierda. —Suspire
—Y ese es el señor Weston —anunció Ruby.
—¿Señor Weston? ¿Como Jake Weston? —Mi voz se resbaló a un territorio de
chillidos.
—Sí —intervino la simpática lesbiana Morgan—. ¿Por qué? ¿Lo conoce? Es, en
serio, el mejor profesor de la escuela.
—Yo… —¿Qué se suponía que debía decir? Lo había besado bajo las gradas en
un partido de fútbol de chicos, y luego arruinó mi último año—. Creo que me gradué
con él —dije tontamente.
a agotada, más sudorosa de lo que debería estar dispuesta a estar en
público, arrastré mi trasero a la versión de un pub de Culpepper,
Smitty’s. Mi camiseta se me pegó de maneras húmedas e incómodas.
Ni siquiera había hecho nada. Había visto a treinta y dos chicas correr
un kilómetro y algunos obstáculos.
Estaba más que aliviada cuando noté la pequeña multitud a la hora del
almuerzo en el bar. No estaba preparada para fingir ignorar los susurros de
Mostrando su cara por aquí… Regreso a casa arruinada… Una desgracia para
toda la ciudad…
No, eso podría esperar. Además, era solo cuestión de tiempo antes que hiciera
algo aún más escandaloso que arruinar el baile de bienvenida en mi último año.
—Debes ser Marley. —Un oso de hombre se levantó de un taburete en el centro
de la barra. Tenía una barba de leñador y un moño de hombre—. Soy Floyd.
Me ofreció una de sus garras carnosas, y acepté.
—Gracias por encontrarte conmigo, Floyd —dije, colapsando en el taburete
frente a él.
Floyd hizo una señal al barman.
—Un placer. Esperaba contactarte antes que empezaras para poder averiguar
si iba a pasar el semestre trabajando con un bicho raro.
El cantinero dejó caer un menú frente a mí.
—¿Algo de beber? —preguntó.
Me armé de valor y miré hacia arriba. Calvo, algo de pelo extra largo en la
nariz, tatuajes en los nudillos. Uf. Completo desconocido. Genial.
—Eh, sí. Un agua y… ¿qué es eso? —pregunté, señalando la cerveza frente a
Floyd.
—Lager —respondió Floyd.
—Una de esas, también.
—Ahora mismo. Es bueno verte de regreso, Marley —dijo el cantinero.
—Eh. Gracias. Es bueno estar de vuelta —me detuve, sin tener un nombre para
poner con el extraño.
—Su nombre es Roger —susurró Floyd conspirador.
—¿Roger? ¿Conozco a Roger? —La escuela secundaria estaba tan atrás en mi
espejo retrovisor, que la mayoría de esos años eran un borrón de mañanas
tempranas y desafortunado acné.
—Se rumorea que te graduaste un año detrás de él y pasabas tiempo con su
hermana, Faith. Afirma que podría haber salido contigo si hubiera querido.
—¿Roger y Faith Malpezzi? ¡Mierda! —Faith y yo habíamos sido amigas de la
escuela primaria hasta el último año. Su hermano había sido una presencia borrosa
y vaga que se tiraba pedos y se rascaba sobre su ropa en nuestras pijamadas.
—El tiempo no es amable con todos nosotros —comentó.
—Espera, se supone que no debo conocerte, ¿verdad? —pregunté. Santo
infierno
—Nah. Soy del área de Gettysburg. Conseguí este trabajo saliendo de la
universidad.
Di un suspiro de alivio.
—Toda la ciudad está murmurando por tu regreso.
Apuesto a que sí.
Roger regresó con mi agua y mi cerveza. Le agradecí por su nombre, como si
se me hubiera ocurrido, y me ofreció una sonrisa a la que le faltaba un diente canino.
Me salté la hidratación y me zambullí directamente en el alcohol. ¿Y qué si tenía una
segunda práctica hoy?
—¿Es así? —pregunté finalmente, tomando aire.
Se rio.
—Ciudades pequeñas, hombre. Entonces, ¿cuál es tu historia? He oído que te
divorciaste y huyes de tu ex. Que te despidieron de un gran trabajo importante por
acosar sexualmente a un subordinado. Y que has decidido volver a casa para
encontrar un esposo y plantar raíces a pesar que tus huevos probablemente ya no
sean viables.
—Me alegra saber que las cosas no han cambiado tanto por aquí —me quejé—
. No es nada de lo anterior, por cierto. Perdí mi trabajo y rompí con mi novio.
Culpepper es una parada temporal. —Estaba reclamando la responsabilidad del
final de mi relación con Javier, aunque había sido una decisión mutua, que él
mencionó primero, seguir nuestro propio camino. Eso sucedió doce horas antes que
mi trabajo desapareciera.
—Bueno, nos alegra tenerte aunque sea solo por el semestre. Otterbach fue
amable y todo, pero será divertido trabajar con el chisme de la ciudad durante un
par de meses.
Me pregunté si sería aceptable pedir una segunda cerveza, luego decidí no
hacerlo. Probablemente todos mis movimientos estaban siendo diseccionados y
catalogados.
Roger regresó con nuestras órdenes, e hice un esfuerzo por conversar
amistosamente y preguntar por su hermana. Murmuró algo sobre sobrinas y
sobrinos y luego se alejó de nuevo.
—Entonces, ¿cómo es ser profesor de gimnasia? —le pregunté a Floyd.
Se quitó el bigote de cerveza con el dorso de la mano.
—El mejor maldito trabajo en la enseñanza. Ninguna de esas pruebas de
mierda, sin tarea para calificar, ni trabajos para leer. Simplemente pasar el rato con
pequeños hormonales malolientes y trata de evitar que se maten entre ellos durante
la clase de gimnasia.
Eh. Eso no sonó demasiado duro.
—Está bien. ¿Qué implica exactamente el trabajo?
Hablamos sobre las pruebas en otoño, qué hacer con las estudiantes
embarazadas, cómo funcionaba la calificación.
—Luego están los menos dotados físicamente —dijo Floyd—. Cada clase tiene
sus atletas molestos. Todo es pan comido para ellos. Nada los desafía. Luego están
los que se paran en la esquina de la cancha de voleibol y rezan para que la pelota no
se acerque a ellos. Me gusta pensar que mi trabajo es encontrar el equilibrio entre
noquear a los atletas inteligentes y darles a los temerosos un poco de confianza en
sus habilidades físicas.
—Eso es muy zen de tu parte. Entonces, ¿hay algún maestro del que deba tener
cuidado? ¿Algún alumno?
—Definitivamente ten cuidado con Amie Jo Hostetter. Y los gemelos Hostetter.
Esos idiotas son un regalo de Dios para los deportes, pero son más tontos que un
paquete de barras de pegamento. Amie Jo tiene la tendencia de hacer de madre con
cualquier maestro que intente hacer que realmente hagan un trabajo real. Mantiene
un ojo de águila sobre las cosas en la escuela y no dudará en informar cualquier cosa
que no le guste a la administración. —Se estremeció.
Gemelos. Por supuesto que eran gemelos. Dudaba que Amie Jo se conformara con algo
menos.
—Espera un minuto. ¿Ella es maestra?
—Economía doméstica y habilidades para la vida.
—Tienes que estar jodiéndome.
—No te jodo —prometió—. ¿Esto es porque ella te robó a tu novio de la
secundaria?
Floyd era muy versado en los antiguos chismes.
—¿Es eso lo que está diciendo? —pregunté con cansancio. ¿Cómo demonios se
suponía que iba a sobrevivir un semestre completo en el mismo edificio con esa bruja?
—Puede que lo haya mencionado una o diecisiete veces.
—Acepté el trabajo ayer.
Se encogió de hombros.
—Las palabras viajan rápido.
—Ella no me robó a Travis. Rompí con él, y luego ella lo atrapó.
—Interesante. Muy interesante. —Floyd se acarició la barba.
—No es tan interesante —respondí. Necesitaba encontrar una estrategia que
me permitiera pasar a un segundo plano como entrenadora y profesora. Cuanto
antes, mejor. No quería que me metieran en el centro de atención de una pequeña
ciudad. Iba a hacer mi tiempo, cobrar mi escaso sueldo y luego seguir adelante. Tal
vez finalmente encontraría el trabajo, la causa, el significado que había estado
buscando.
—Estoy seguro que estás al tanto de todas las noticias de Hostetter —dijo Floyd
expectante.
—En realidad no. —Cuando me fui a la universidad, le di a mi madre una lista
de personas cuyos nombres nunca quería volver a escuchar. Los nombres de Travis,
Amie Jo y Jake Weston estaban en la cima. Y aunque me había hablado mal de todos
los demás en la ciudad, había cumplido mi pedido—. Me di cuenta ayer que viven
al lado de mis padres.
—¿Conociste a Manolo?
—¿Quién es Manolo? ¿Su mayordomo?
—El cisne.
—Sí. Vi algo que parecía un cisne en su patio delantero. —No agregué que
luego procedí a caer sobre las azaleas de mis padres.
—Entonces, Travis se hizo cargo del concesionario Cadillac de su padre.
Aparentemente es muy lucrativo —dijo Floyd, inclinándose como si estuviera
impartiendo secretos—. Compraron ese lote y derribaron dos pisos perfectamente
buenos para construir su mini castillo para que los gemelos ya no tuvieran que
esperar en la parada del autobús porque, escucha esto, los elementos estaban
arruinando los peinados de los niños.
—Eso parece… extravagante.
—Bueno, cuando gastas $200 por gemelo cada mes en la barbería, supongo que
lo verías como una inversión.
No me gustaban los chismes. Había sido objetivo de ellos suficiente durante mi
último año así que no participaba en ellos por principio. Además, ¿qué me
importaba si alguien estaba follando a su jefe o tomando largos almuerzos para
poder correr a casa y espiar a su esposo en el tercer turno para ver si estaba teniendo
una aventura? Sin embargo, esto despertó mi interés.
—¿$200 por gemelo?
El respiradero del aire acondicionado sobre mí sopló una corriente constante
de aire ártico sobre mi piel sudorosa, y comencé a sentir el frío.
Floyd asintió.
—Todos los meses. Se rumorea que Amie Jo está presionando para darles a
ambos Escalades para su cumpleaños el próximo año. Ambos conducen Jeeps
personalizados que obtuvieron cuando cumplieron dieciséis años. Milton está en el
segundo desde que condujo el primero al estanque de Dunkleburger.
Cisnes, Escalades, cabello.
Sacudí mi cabeza.
—Será muy interesante ver cómo se llevan ustedes dos en la escuela. —Sonrió.
—Pareces un tipo que sabe mucho de mucha gente —señalé.
Se encogió de hombros.
—Para ser honesto, no hay mucho que hacer por aquí. Y esto se siente más
saludable que mirar reality shows. Así que sí, si necesitas la suciedad de alguien,
solo házmelo saber.
Me humedecí los labios e intenté disuadirme de ello. ¿Qué impediría que Floyd
le dijera a toda la ciudad si le preguntara por él? Nada. ¿Pero realmente importaba?
Solo iba a estar aquí por unos meses, y luego regresaría al mundo olvidando todo
sobre Culpepper.
—Jake Weston —dije finalmente.
Los ojos marrones de Floyd se iluminaron como si acabara de entregarle un
boleto de lotería ganador.
—¿Qué quieres saber?
l rodillo de espuma se clavó en el punto caliente de mi muslo con un
zumbido de dolor satisfactorio. La primera práctica de pretemporada
estaba terminada por el día, y podía disfrutar de unas pocas horas más
de malestar estival.
Agosto era agridulce para mí como maestro.
Me encantaban mis veranos. Hacía un gran uso de ellos. Tomar la bicicleta o
llevar al perro en viajes por carretera. Pero había algo emocionante en volver a la
escuela. Nuevos comienzos. No es que me hubiera sentido así cuando era estudiante.
Había sido más rebelde sin ideas en el pasado.
—Estoy rodando aquí, Homer. No estás ayudando.
La nariz húmeda de Homer se encontró con mi espalda desnuda. Maldito perro
lo hizo a propósito. Prácticamente se estaba riendo de mí con su cara peluda y su
lengua colgando.
—Sigue haciendo eso, y sacaré el cono de la vergüenza.
Homer se dio vuelta sobre su espalda a mi lado, pies esponjosos en el aire.
Llevamos cinco años disfrutando de la compañía del otro, desde que lo vi en la
sección de caridades del periódico local. Había una página entera dedicada a causas
que todos deberíamos apoyar, fondos que necesitaban donaciones, animales que
necesitaban hogares.
De vez en cuando, elegía uno al azar. Era la expiación por mis días de agitador.
O pago por adelantado sobre cualquier nuevo karma malo que atraería durante mis
veranos infernales, que ahora eran más suaves.
Mi teléfono sonó desde algún lugar de la habitación. En los veranos, tenía la
tendencia a ignorarlo, perderlo, olvidar que existía. No tenía que ser el responsable
señor Weston. Podía ser Jake el rudo irresponsable. O al menos Jake, el durmiente-
hasta-las-11-y-que-se-despierta-con-un-poco-de-resaca.
Pero con la pretemporada a partir de hoy, probablemente era mejor volver a
meter un dedo en la piscina de la responsabilidad.
Encontré el teléfono debajo de una pila de libros y periódicos. Sí, todavía los
leía. Culpaba al tío Lewis por eso. Cada brunch del domingo, sacaba la sección de
Arte y Ocio y la leía de frente a atrás. Y aunque no tenía su elegante vestuario o su
amor por el arte elegante, más que acepté estar al tanto de los eventos actuales.
—¿Qué pasa, Floyd? ¿Sigues jugando al póker? —pregunté. Floyd era el
profesor de gimnasia de la escuela secundaria y el chismoso auto designado de la
escuela. Si sucedía dentro de los muros de Culpepper Junior/Senior High, Floyd
sabía quién, qué, cuándo, dónde y por qué.
—Sí. Sí. No me lo perdería. Me siento afortunado.
—Siempre dices eso. Gurgevich todavía te va a vencer —predije. La señora
Gurgevich había sido mi profesora de inglés en la escuela secundaria, y había sido
mayor entonces. Había pasado décadas aterrorizando a los estudiantes con
oraciones diagramadas y adjetivos fuera de lugar. Pero llegué a conocerla fuera de
clase, y la señora tenía historias que comenzaban con Cuando Hunter S. Thompson
y yo estábamos viajando a Tijuana…
—¿Quieres que traiga la salsa de cangrejo esta semana? —preguntó Floyd.
—Sí. El tema es Bajo el Mar. —Era un juego semanal con un grupo de maestros.
Hace un tiempo, surgió la brillante idea de comenzar a servir comidas con estúpidos
temas de baile.
—Genial. Genial. Entonces, ¿adivina quién preguntó por ti ayer?
No podría ni preocuparme. El chisme no me interesaba.
—Ni siquiera puedo empezar a imaginarlo —le dije secamente, rascando la
barriga de Homer. Él se quejó y sacudió su pierna trasera con pereza.
—Marley Cicero.
—Marley la que se graduó conmigo Cicero? —pregunté. Ahora se despertó
mi interés. Me acordaba de ella. “l menos de ella adolescente. La había encontrado…
interesante. Lo suficientemente interesante como para darle un beso, si recuerdo
correctamente. Había besado a muchas chicas en mi época. Todavía disfrutaba de
un buen beso de vez en cuando. Pero sí, Marley se destacó.
—La misma.
—Ella regresó a la ciudad, ¿o son ustedes dos amigos de Facebook? —Traté de
mantener el interés fuera de mi tono. Floyd podría darse cuenta de algo y convertirlo
en una historia que entretendría a toda la maldita ciudad durante un mes.
—Regresó a la ciudad. Estará enseñando gimnasia conmigo y entrenando al
equipo de fútbol femenino. —Floyd me contó sobre la fuga lésbica de Otterbach.
Hice una nota mental para enviarles a Otterbach y Jada un regalo de bodas.
—Ay. ¿Sabe en lo que se está metiendo con el equipo? ¿El viejo entrenador? —
Me preguntaba qué tipo de preguntas había hecho sobre mí, pero mostrarle a Floyd
algún tipo de interés ahora solo conduciría a los dramas. Y no me gustaba el drama.
—No nos metimos en eso. Todavía. Parecía sorprendida de que fueras maestro.
—Estoy lleno de sorpresas —exclamé, inclinándome hacia adelante para
alcanzar mis dedos de los pies.
—Estaba aún menos feliz de descubrir que Amie Jo está enseñando.
Amie Jo. Marley. Los vagos recuerdos del último año comenzaron a encajar.
Creí que se odiaban en la escuela secundaria. Pero no podía recordar si había
una razón específica.
—Oh, ¿sí? —dije casualmente—. ¿No vive Amie Jo justo al lado de los Cicero?
—Hice la pregunta para la que ya sabía la respuesta.
—Sí. Marley pareció sorprendida por eso. Tengo la sensación que no ha estado
al tanto de muchas noticias de aquí —dijo.
—Algunas personas siguen adelante —dije vagamente.
Homer se sobresaltó al escuchar los golpes en mi puerta principal y entró en
modo de terror.
—Oye, tengo que ir a rescatar a quien sea que esté en la puerta de mi perro
feroz —le dije a Floyd—. Te veré el viernes.
Dejé caer el teléfono de nuevo sobre la mesa de café donde probablemente lo
olvidaría de nuevo y corrí hacia la puerta principal.
Vivía en la casa que mi abuela me había dejado en su testamento hace dos años.
Luchadora y divertida dama. Terrible gusto en la decoración del hogar. Pero había
mucho más espacio para que Homer y yo nos extendiéramos que la casa donde
vivía. La mantuve, la alquilé y trasladé mi mierda y mi perro a la casa de la abuela.
A juzgar por la silueta al otro lado del cristal tallado de la puerta principal,
estaba a punto de recibir otro sermón sobre muebles para el hogar y ropa de cama.
—Ataca, Homer —le dije, abriendo la puerta principal. Lanzó su ser de pelo
rizado al hombre que estaba en mi puerta. El tío Lewis hacía una declaración con
solo su existencia en el centro de Pensilvania. Era negro, gay y, lo peor de todo,
dolorosamente a la moda. Lewis llevaba zapatos brillantes y pedía especialmente
quesos elegantes de la tienda de comestibles. Pero incluso los más conservadores de
nuestra comunidad no podían evitar amarlo. Era el vicepresidente de los servicios
para la comunidad para un banco local. Y sí que prestaba servicios.
Se había casado con el hermano de mi madre, Max, en una ceremonia antes
que fuera legal cuando yo era un adolescente. Después que mi padre murió y mi
madre decidió que no podía manejar el desastre que era, me llevó a la casa del tío
Max y Lewis en el condado de Lancaster. Y mi vida había cambiado para mejor.
Lewis se inclinó para darle al gran Homer un beso en la mejilla, y luego me
hizo lo mismo.
—Jake, ¿cuándo vas a convertir este hallazgo del mercado de pulgas en un
hogar? —preguntó, marchando y mirando el desorden de la sala con las manos en
las caderas.
Estaba un poco desordenado en general y era muy flojo durante los veranos.
—Voy a limpiar antes del juego de póker —prometí.
—Es mejor porque no quiero que Max vuelva a casa quejándose de que
necesitas una esposa o un esposo para mantenerte a raya nuevamente —me recordó.
El tío Max se unía a mi juego de póker la mayoría de las semanas. Y Lewis
aprovechaba el tiempo libre de su esposo para organizar el Club de Libros y Vino,
un evento social unisex, en su casa. Cabe señalar que la casa de mis tíos siempre
estaba impecable. Incluso cuando mi prima, su hija adoptiva, Adeline, y yo vivíamos
bajo su techo.
—¿Quieres un trago? —ofrecí, apilando culpablemente algunos de los papeles
en una pila más ordenada.
—¿Vino blanco?
—Tengo ese pinot que te gusta. —Puede que fuera un desastre en la limpieza,
pero tenía a mano los favoritos de mis invitados. Me siguió de regreso a la cocina,
que estaba en peor estado que la sala de estar. Había comprado comida para llevar
cuatro noches seguidas. Incluso yo conocía un mal hábito cuando lo veía.
—Jake —gimió.
—Lo sé. Lo sé. Lo haré mejor. Lo haré. Lo prometo.
Saqué una copa limpia y vertí.
—Es solo que este tipo de vida no se ve… feliz —dijo, observando el desorden
de los cartones chinos en el mostrador. Pateé una caja vacía de cerveza en dirección
a la papelera de reciclaje.
—Soy feliz —discutí.
—Estás cómodo. Eso es diferente.
—Banano, banana, es lo mismo.
—Es como si estuvieras viviendo en una especie de limbo —dijo—. Como si
esperaras algo.
—¿Qué estoy esperando?
Lewis se encogió de hombros bajo su abrigo color uva. Su corbata tenía
manchas amarillas y verdes.
—Eso es lo que quiero saber. —Tomó un sorbo, mirándome por encima del
cristal.
—Bueno. Bueno. No viniste aquí para decirme que organizara mis cosas.
—Tu madre viene a la ciudad para su cumpleaños —anunció—. Es bueno que
se quede con nosotros ya que vives como en una fraternidad. Estarás disponible para
la cena.
No era una pregunta.
—Estaré disponible —prometí, agarrando el dorso de un sobre y garabateando
una nota para darle a mamá un regalo de cumpleaños.
—Excelente. Max y yo cocinaremos. Te vestirás como si no fueras un desastre.
Trae el vino. Unas botellas de tinto y blanco —recitó las instrucciones.
—Entendido. Vino. Sí. —Lo agregué a la lista—. ¿Algo más, oh mi capitán?
Lewis ahuecó mi mejilla y me dio unas palmaditas suaves.
—La próxima vez que venga, quiero ver la encimera y cortinas.
icimos eso ayer —anunció la chica arrogante unida a la mano
levantada como si tuviera algún tipo de deficiencia mental.
—Soy consciente de eso. Y ahora vamos a mejorar eso —
le dije. ¿Alicia? ¿Alex? ¿Alecia? ¿Cómo demonios se aprendían los
maestros los nombres? ¿Estaría bien si me refiero a todas como campeona o oye, tú ?
—¿Esto va a ser lo mismo todos los días? —preguntó la coreana de Pinterest,
Natalee Tengo un Asombroso Cabello.
—¿Por qué siempre terminamos con los peores entrenadores? —se quejó una
de las chicas en voz baja.
—Al menos esta todavía está viva —agregó alguien más.
Me pregunté brevemente qué significaba eso, luego decidí que no importaba.
—Vamos a correr el kilómetro e intentar superar nuestros tiempos —anuncié,
fingiendo el entusiasmo de mi madre. Había escrito minuciosamente los tiempos de
todas desde la carrera de ayer para facilitarles la comparación. Pero no hubo un
gracias fue muy amable de tu parte . Solo quejas. De las molestas.
—Vaya, pensé que las quejas se detenían en la escuela primaria —bromeé—.
¡Fórmense, señoritas! A nadie le importa lo rápidas que son sus bocas.
El segundo día tuvo un comienzo estelar cuando las chicas se alejaron de la
línea y me lanzaron miradas malvadas.
Nos abrimos paso a través de algunos ejercicios y les pregunté a todas las
chicas en qué posición jugaban.
Tenía tres Morgan, dos Sophies y dieciocho chicas que querían jugar de
titulares. Mi entrenador de la escuela secundaria nunca hubiera soportado eso. Era
un fumador de un paquete diario que colocaba whisky en su taza de viaje. Nunca
había entrenado a chicas antes, por lo que su táctica era gritar hasta que alguien
llorara. Funcionó de alguna manera. Tuvimos una temporada ganadora, pero
perdimos las distritales. Si pudiera replicar su éxito, podría dejar Culpepper con la
cabeza bien alta.
Trece días hasta que comenzaron las clases. El entrenamiento iba a ser la parte
difícil, decidí. Enseñar sería muy fácil. Tendría a Floyd, digo, al señor Wilson, para
dividir y conquistar. Realmente la única parte aterradora sería el vestuario. Y eso era
aterrador para todos.
Todavía tenía que aventurarme en la escuela, decidiendo en cambio llenar el
enfriador de agua en casa y arrastrarlo al campo desde la parte trasera de mi auto
con el contrato de arrendamiento irrompible. Créanme, lo intenté. Los vestuarios
estaban abiertos para los atletas ya que el hockey sobre césped, el fútbol y el campo
traviesa comenzaban sus temporadas. Pero no estaba mentalmente preparada para
ese viaje en particular por el carril de la memoria.
Maldición. Las largas piernas de Ruby la llevaron a través de la línea de meta.
—¡Tiempo! —gritó ella.
Lo leí del reloj. Había cortado unos segundos más que el tiempo de ayer, noté
con molestia. Probablemente fue la reacción equivocada. Aquí había una atleta que
se estaba desempeñando bien, pero era tan arrogante al respecto, que quería que
fallara. Me preguntaba con qué frecuencia mis maestros o entrenadores se sentían
así.
La antigua señora Gurgevich probablemente sí. Me odiaba. Tenía la extraña
habilidad de estar siempre a mi lado cada vez que hacía o decía algo increíblemente
estúpido.
Una brizna de niña cuyo nombre no conocía cruzó la línea de meta. Me miró
con ojos de cierva en lugar de exigir saber su tiempo. Se lo leí y le entregué el
portapapeles para que pudiera escribir en su tiempo.
Rachel. Observé mientras escribía en números pequeños y precisos.
Más jugadoras regresaron. Noté a una. Una gran rubia de último año que se
parecía vagamente a Miss Piggy1. Cruzó la línea de meta y miró a Rachel fuera del
campo.
—Vaya, no te vi allí, Raquel.

1 Miss Piggy es un personaje de ficción del Show de los Muppets


Ugh. Odiaba a las chicas así. Me recordaban a Steffi Lynn y a toda la formación
titular del equipo universitario.
—¡Hola! ¿Tiempo? —Chasqueó sus dedos en mi cara.
Le dije, agregando deliberadamente diez segundos a su tiempo y empujé el
portapapeles hacia ella.
—¿Qué? ¿Todavía no sabe mi nombre? —Sonrió.
—¿Debería? —le respondí.
Me arrojó el portapapeles y noté que se había quitado treinta segundos menos
que el tiempo que le había dado. Estúpida.
Se llamaba Lisabeth Hooper. Pero había algo inquietantemente familiar en su
maldad.
Antes que pudiera entenderlo, un silencio cayó sobre la línea de meta cuando
el equipo a campo traviesa, todavía sudando, los miembros masculinos todavía sin
camisa; trotaron sin esfuerzo cuesta arriba al lado del campo de práctica.
—¿Son un buen equipo? —pregunté, ya sabiendo la respuesta. Me sentía
extrañamente competitiva con el señor Cuerpo Sexy Weston.
—Ganó las distritales el año pasado —dijo Ruby. Aplaudió cuando otra
jugadora cruzó la línea de meta jadeando.
Jake estaba en la parte delantera de la manada hoy, paseándolos. Llevaba gafas
de sol, pero su cabeza se giró hacia mí. Tenía ese cabello oscuro y sexy, recortado a
los lados, más largo en la parte superior. Su pecho brillaba como jodidas facetas de
diamantes. La comisura de su boca se levantó.
—Hola, señor Weston —gritó Ruby con las manos ahuecadas.
Me di la vuelta, rompiendo el hechizo hipnótico en el que me pusieron los
sudorosos pectorales y fingí que mi portapapeles era lo más fascinante que había
visto en mi vida.
—Hola, señoritas —respondió.
Maldición. Me acordaba de esa voz. Ese tono áspero y ronco de sus palabras.
Veinte años después, solo era más sexy.
Era el sol de agosto que ardía sobre nosotros lo que hizo que mis mejillas se
volvieran quince tonos de rojo brillante. Insolación. Definitivamente una insolación.
—Muy bien, gente. Hablemos de las carreras —dije, aplaudiendo para llamar
su atención. Todas habían tenido tiempo de rehidratarse, quitarse el sudor pegajoso
y salado de los ojos y comenzar a chismear. Ahora, era hora de romperles el ánimo.
»¿Han oído hablar de los rompe pelotas?
Los rompe pelotas eran el peor invento de la pretemporada. Los jugadores
comenzaban en la línea de gol de un extremo y corrían a la siguiente línea blanca en
el campo, luego de regreso a la línea de gol, luego a la siguiente línea blanca. De ida
y vuelta hasta llegar a la línea de meta opuesta. Fue un retroceso largo, agotador y
miserable. Iba a dejarlo para la próxima semana, pero sus quejas comenzaron a
estresar mis nervios.
—Encuentro ese término ofensivo —anunció Sophie S. Al menos pensé que era
Sophie S. No podía distinguirla a ella y a Sophie P. Ambas entraban en la misma
categoría de cabello marrón indescriptible y ojos marrones en que yo estaba. Una de
ellas tenía cabello rizado. Pero no podía recordar cuál—. Somos un equipo de chicas.
Creo que deberíamos nombrarlos por la anatomía femenina —insistió.
—Y algo que nos empodere —intervino Morgan W—. Romper no suena muy
positivo.
Cerré mis ojos.
—Muy bien. ¿Alguien tiene alguna sugerencia?
—¡Explotadores de ovarios! —sugirió Ruby. Angela resopló burlonamente y
Ruby la calló. Tendría que vigilar a estas dos para que su enemistad no se extendiera
al resto del equipo.
—¡Victoria de la vagina!
—¡Batalla de bubis!
—Ustedes son idiotas —espetó Miss Piggy Lisabeth.
—Oh, me cago en Dios. —Eso último vino de mí y fue escuchado por la mitad
del equipo.
—¡Ooooh!
—Bueno. Bueno. Pensemos en un nombre más tarde. —Les expliqué la premisa
y alegremente vi que la mayoría de ellas se veían demasiado confiadas en sus
habilidades. Los rompe pelotas, o las batallas de bubis, eran miserables. Incluso los
atletas más duros los odiaban.
—Creo que deberías correr con nosotras —anunció Ruby, cruzando los brazos
e inclinando la cadera.
Infierno.
—Ooooh —coreó el resto del equipo.
El guantelete había sido arrojado.
—Moción secundada —dijo una de las Sophies.
—Se trata de su resistencia. No la mía.
—Nunca los hemos hecho —dijo Ruby—. Necesitas mostrarnos.
—No es tan difícil. Corres línea por línea. Sigues corriendo hasta que te quedes
sin líneas. Luego todas nos iremos a casa.
—¿Todas a favor de la entrenadora corriendo con nosotras? —exclamó Ruby.
Todas las putas manos se levantaron, excepto las de Angela. Y sabía que no era
que estuviera tratando de protegerme. Solo quería votar en contra de Ruby. Sentí
algo terriblemente cercano a la furia en mi vientre. O tal vez eso era pre-vómito.
—Bien —estuve de acuerdo. Podría hacer esto. Era solo un par de cientos de
metros. Era muy mala en matemáticas—. Haré este con ustedes si todas prometen
hacer un esfuerzo en los ejercicios esta tarde.
Ayer, se rieron y se carcajearon y jugaron en cada ejercicio de piernas que saqué
de internet. Fingiendo que era una fiesta en lugar de la práctica.
—Si terminas, participaremos —negoció Ruby.
Terminaría esa carrera aunque tuviera que arrastrar mi trasero por la línea
sobre mis manos y rodillas. No me romperían. Al menos, no el segundo día.
—Bien. Hagámoslo.
acía más calor que el calor. Mi zapatilla se iba a derretir en la línea
bajo el sol matutino de agosto. Al menos eso era algo que no había
arruinado. No había guardado la parte de correr de nuestras prácticas
para la tarde cuando las temperaturas subirían a los treinta y dos
grados.
—Recuerden, señoritas. ¡Esto es una carrera! —Sí, claro. La mayoría de ellas ni
siquiera estarían corriendo cuando llegáramos al área de penal del otro extremo.
—¿En sus marcas? ¿Listas? ¡Fuera! —grité. Hice un esfuerzo por salir con
impulso de la línea y al menos hacer un buen espectáculo. Me saldría tan pronto
como los miembros más lentos del equipo comenzaran a caerse. Había un punto en
los rompe pelotas cuando no podías preocuparte físicamente por nadie más. Estabas
demasiado exhausta para preocuparte si estabas viva.
Hubo un borrón de piernas, el sonido de pasos amortiguados por la hierba
cuando los equipos juvenil y titular, salieron de la línea. Escondí mi sonrisa cuando
Ruby y una de los Sophies aceleraron más allá de todas.
Ah. Solo esperen, chicas. Solo esperen.
Toqué la línea del área de gol y volví corriendo a la línea inicial. La siguiente
era la línea del área de penal. Pan comido. Me sentía un poco oxidada, pero sobre
todo bien. Tenía que haber algo de memoria muscular en esto, ¿verdad?
Ugh. El círculo central era el siguiente. Debería haberles dejado saltar el círculo
y solo ir al medio campo. Pero solo estaba pensando eso porque comenzaba a
sentirme sin aliento. Ruby pasó a mi lado y juro por Dios que estaba tarareando una
melodía pegadiza.
—¡Esto es una carrera, señoritas! ¡Más rápido! —grité, canalizando a mi viejo
entrenador con barriga de cerveza.
De mala gana la manada subió el ritmo un poco.
—Sigan adelante. —Jadeé mientras trotaba de regreso a la línea inicial.
Se me iban a caer los pechos. Estas chicas no podían ser soportadas por un
simple sujetador deportivo de yoga. No, tenían que ser domesticadas, aplastadas,
sometidas.
Oh Dios mío. Podía sentir los latidos de mi corazón en mi cabeza. No podía ver,
el sudor me picaba los ojos. Limpié el río interminable con el dobladillo de mi
camisa.
—No hay descanso aquí. —Jadeé a las rezagadas que intentaban recuperar el
aliento en la línea de gol—. ¡Vamos!
Mi mundo se redujo al sol, al calor y al suelo duro bajo mis pies. Me estaba
sobrecargando. Ni siquiera era trotar. Ni siquiera estaba segura si esto calificaba
como caminar. No solo hacía calor. Era la sauna de Satanás en este parche de hierba
seca.
Fui vagamente consciente de las chicas caminando, su respiración se convirtió
en fuertes siseos escuchados por sobre el sonido de las cigarras zumbando en los
árboles en la calle. Esta había sido una idea muy estúpida. Podría morir de esto.
Podría matar a una de ellas por esto. Esperaba que no fuera una de las buenas.
Levanté la vista, me quité el sudor de los ojos y vi a Ruby desacelerar a un trote en
el otro extremo del campo.
—¡Más fuerte! —grité.
Sin aliento, las palabras atravesaron mi garganta, tratando de sacar la bilis con
ellas. Tuve una arcada y me tapé la boca con una mano. No. No. No.
—Aguanta —me susurré. Respiré hondo y temblorosa y seguí adelante. Mis
pies estaban hechos de plomo. Me imaginé a mi padre al final del campo con una
bandeja de pasteles y un galón de agua helada.
—¿Podemos rendirnos? —rogó una de las estudiantes de primer año desde
algún lugar fuera de mi visión periférica.
—No pueden rendirse. Cruzan esta línea de manos y rodillas si es necesario —
espetó una voz. Maldita Ruby. ¿Cómo todavía tenía oxígeno para hablar?
Ya no era entrenadora. Ya no era humana. Cuando mi pie tocó la línea de gol
del extremo más alejado, me di cuenta que moriría aquí, en esta zona húmeda de
Pennsylvania. Cien metros me separaban de mi botella de agua y esa botella de
ibuprofeno. ¿Por qué acepté hacer esto? ¿Por qué debería pasar por esto?
Para probarme a mí misma. Un terapeuta tendría un día de campo con mi
constante necesidad de demostrar que al menos era adecuada.
La idea me golpeó en el esternón mientras miraba hacia el campo. Había jodido
o perdido todo lo que había sido importante para mí. En el papel, era una perdedora.
Pero no me sentía así en mi corazón. Tenía potencial Si pudiera terminar esto. Si
pudiera poner un pie delante del otro, podría hacer algo con mi vida.
Necesitaba desesperadamente esto.
El extremo opuesto del campo se movió en mi visión como un espejismo. Pero
forcé a mis pies a moverse. Estaba caminando, luego trotando, luego algo más.
Agitándome. Tropezando. Corriendo.
Todavía había una docena de chicas luchando conmigo en el campo. El resto
yacía en la hierba en la línea de meta. No estaba segura si estaban muertas o en
recuperación. Solo había una forma de averiguarlo.
Ir allá.
—Vamos —les susurré a ellas, a mí—. Vamos.
Se me puso la piel de gallina, pero estaba demasiado acalorada, demasiado
destripada para prestar atención.
Se me hizo un nudo en el estómago mientras mi aliento me tapaba la garganta.
Iba a vomitar. Delante de la gente. Frente a adolescentes genéticamente diseñadas
para explotar cualquier debilidad descubierta en los adultos. Pero iba a terminar esta
carrera primero.
Medio campo. Mi pie tocó la línea blanca, y juro que sentí que me recorría el
cuerpo. Ya casi. Ya casi.
Canté para mí misma.
Oh Dios. El área de penalti. ¡Sí, vamos bebé! Tan cerca del final de esta estúpida
tortura. Hasta el final del único desafío al que me había enfrentado en meses. O años.
Empujé, obligando a mis piernas tambaleantes a ir más rápido. Cruzando la
línea en un jadeo, un siseo, una arcada seca. Me desplomé sobre mis manos y
rodillas.
—Buena carrera, entrenadora —dijo una de las chicas débilmente. Creo que fue
sarcasmo.
Pero estaba demasiado ocupada vomitando para responder.
—Bueno, mierda. —Suspiró alguien.
Oh, Dios, no. Conocía esa voz. Conocía al hombre detrás de esa voz. Era la
última persona en el planeta que necesitaba verme sacar las tripas de mi cuerpo a
través de mi garganta. Un zapato gastado, una de esas cosas de zapatillas con dedos,
entró en mi línea de visión. Tuve una última arcada antes de caer sobre mi espalda.
—Hola, señor Weston —dijo Ruby desde un lugar muy lejano.
—No, no —dijo la voz cuando las cosas se volvieron borrosas y grises. Algo
me golpeó en la cara. Con fuerza.
—Entrenador, ¿qué hacemos? —chilló una adolescente.
—Oye, idiota. ¿Sabes qué es una insolación? —me exigió la voz grave. Sentí
otra bofetada. ¿Una bofetada?
¿Alguien me estaba abofeteando? ¡Cómo se atreve!
Luché contra el gris, las estrellas que brillaban frente a mis ojos.
Defensivamente, agité mis manos, golpeándome en la cara.
—Chicos, vamos a arrastrar a todas al vestuario —ordenó la voz—. Tomen
tantos cuerpos como puedan.
De repente estaba en el aire. Flotando arriba, arriba, arriba. Luego me arrojaron
sin ceremonias sobre algo duro y sudoroso. Estaba al revés. Mi cola de caballo
colgaba hacia abajo. Todo seguía siendo borroso, pero ¿era eso un trasero en mi cara?
Vaya. Un muy buen trasero. Nalgas apretadas de músculo que se agrupaban debajo
de unos pantalones cortos.
Alucinación o no, ese trasero estaba conectado al mejor par de muslos que
había visto en mi vida. Algunas mujeres gustaban del porno de los brazos. Otras por
los pechos o las v de los abdominales. ¿Yo? Quería un muslo carnoso para hundir
mis dientes.
—¿Me acabas de morder? —exigió la voz.
Mierda.
La hierba debajo de esos zapatos extraños cambió a un pavimento sofocante y
luego… Oh, Dios. No. El piso de baldosas industriales de un pasillo de escuela
secundaria. Olía a cera y antiséptico.
Escuché un ruido sordo y no estaba segura si era solo en mi cabeza.
—Testosterona entrando. Pónganse decentes —retumbó esa voz. Un segundo
después, estaba frente a un piso de concreto. El olor a limpiador y perfume me hizo
cosquillas en la nariz.
Alguien gritó. Un borrón descalzo a mi derecha chilló.
—Hola, señor Weston —ronroneó una chica.
—Manténganse tapadas, señoritas. Tengo unos cuantos caballeros con algunas
maletas llegando.
Hubo risitas. Y luego mi cuerpo estaba flotando en el aire arriba, arriba, abajo.
Sentí azulejos fríos debajo de mí y en mi espalda. Se oyó el chillido revelador de un
grifo retorcido. Pero antes que pudiera reunir la energía para amenazar a mi
atacante, el agua fría cayó sobre mí.
—Quédate allí —ordenó el dedo en mi cara. Y luego esos zapatos se alejaban
de mí.
Hice lo que me dijeron porque no tenía otras opciones. Además, el agua se
sentía bastante bien.
Hubo un alboroto procedente de fuera de las duchas.
Lo escuché dar indicaciones a mi equipo.
—Tú al baño. Tú, una toalla fría y húmeda.
—Carpenter, tú y Kerstetter traigan el enfriador de agua.
—Ya mismo, entrenador.
Una por una, ayudaron a mis chicas a ducharse completamente vestidas.
Era uno de esos asquerosos cuartos de baño anticuados para que todos
pudieran hacer contacto visual incómodo mientras trataban de quitarse el sudor de
los genitales y rezar para que las chicas populares no las notaran.
Angela estaba apoyada contra la pared frente a mí. Levanté la mano en un
gesto a medias, y comenzó a reírse. Me alteró, y una tras otra, todas terminamos
histéricas.
—Estoy tan contento de que ustedes, señoritas, encuentren la insolación
divertida.
Mi visión se había aclarado lo suficiente como para ver por primera vez a Jake
Weston que se cernía en la puerta, sin camisa y todavía sudando. Dios mío, ese
cuerpo solo se había vuelto más delicioso con la edad.
—Vamos, entrenadora —dijo, arrastrándome a mis pies.
esconcertada, Marley Cicero apoyó los codos sobre las rodillas delante
de mí.
—¿Qué estabas pensando? —exigí, más que molesto. Demonios,
estaba pasando a estar furioso—. Hay unos treinta y cuatro grados y
un mil por ciento de humedad, ¿y tú decides que es un gran día para hacer rompe
pelotas?
—Explotar ovarios —murmuró.
—Ja. Hilarante —espeté. La ira me puso nervioso. Tomé una toalla de mano de
la pila cuidadosamente doblada en el estante y salí de su oficina. En el vestuario,
hice un inventario. Mis corredores de campo traviesa estaban avivando y
rehidratando al equipo de fútbol femenino.
Mi corredor más rápido, Ricky, miraba fijamente los grandes ojos marrones de
Ruby mientras sostenía una toalla mojada en la parte posterior de su cuello. Eso me
pareció un problema.
—¿Todos están bien aquí? —pregunté, sosteniendo la toalla debajo del grifo
del fregadero.
—Todas están de pie, entrenador —informó Ricky, alejándose de la chica. Era
alto y rápido como la mierda. También uno de los chicos más bonitos del planeta. Y
la muy linda Ruby parecía que podría comerlo para cenar.
Buena suerte, chico.
—Excelente. Todos tómense cinco y luego nos veremos en los escalones.
Agarré un vaso de agua del enfriador que mis muchachos arrastraron.
—¿Nosotras también? —aclaró Morgan E.
—El equipo de fútbol, también. —Me dirigí de regreso a la oficina. Tenía una
ventana de cristal espeluznante que daba a los armarios. Había un gran escritorio
industrial de metal gris, una estantería con varios libros de ejercicios físicos de la
década de los ochenta, y un sofá verde más que destartalado—. Toma. —Dejé caer
la toalla en la parte posterior de su cuello, quitando la cola de caballo no tan peinada
de Marley.
—Gracias —dijo con voz áspera. Tomó el vaso de agua que le ofrecí y lo bebió
demasiado rápido.
—Vas a vomitar de nuevo —predije.
—Tengo sed. ¿Las chicas están bien?
—Están bien. Eres realmente afortunada. ¿Qué diablos estabas pensando? En
primer lugar, hace demasiado calor para carreras. La principal prioridad del cuerpo
es mantenerse fresco. Presionar a todas de esa manera en Pensilvania en agosto no
genera resistencia ni velocidad. Hace que los chicos se enfermen.
—Me di cuenta —dijo, frotando una mano sobre lo que probablemente era un
gran dolor de cabeza.
—Por el amor de Dios —murmuré por lo bajo. Revisé los cajones del escritorio
de la era prehistórica hasta que encontré una botella de aspirinas vencida—. Aquí.
Cuando tomó a tientas la botella, se la quité y saqué un par de cápsulas. Ella
las tomó y las tragó en seco.
—Repito. ¿Qué diablos estabas pensando? Estas chicas pasaron por suficiente
el año pasado. ¿Ahora estás tratando de matarlas en el campo?
No respondió.
Refunfuñando, volví a llenar su vaso y se lo llevé.
—¿Mejor?
—Sí. —Asintió.
—Eres un verdadero desastre, ¿lo sabes?
Me miró por primera vez y recordé esos ojos. Del tipo café claro y cálido que
me hacía pensar en brownies y bourbon.
Incluso recordé cómo se veían un segundo después de haberla besado
muchísimos años atrás.
Sí, te recuerdo.
—Soy muy consciente —dijo, sacándome de mi viaje por el tren de la memoria.
—Bueno. Ahora, vámonos.
—Eres realmente mandón. ¿Lo sabes? —Se puso de pie y tuve que darle crédito
por no colapsar de inmediato en la silla.
—Eso me han dicho.
—¿Estoy despedida? —dijo con voz ronca.
—¿Cómo diablos podría saberlo? Vamos.
Salí del vestuario hacia las puertas de vidrio. Esta era la entrada principal para
el gimnasio. El vestuario de las chicas estaba a un lado del gimnasio y el de los chicos
al otro. Empujé la puerta y examiné a mi grupo de estudiantes.
—¿Quién quiere helado italiano?
Se escuchó una ovación y me sentí como el maldito héroe de la ciudad. Eran
pequeños momentos como este los que hacían que el trabajo duro y las frustraciones
de la enseñanza y el entrenamiento valieran la pena.
Marley salió penosamente detrás de mí tomando de una botella de agua.
—Vamos, tropas. —Enganché un brazo con el de ella para mantenerla en pie.
Hicimos una parada en mi camioneta por mi propia botella de agua, teléfono y
billetera.
Le envié un mensaje de texto a Mariah.

Yo: Tengo un pequeño ejército en camino. Prepara los electrolitos y el jugo de


pepinillos.

Respondió de inmediato.

Mariah: Dios, amo el olor de la pretemporada.

—¿A dónde vamos? —preguntó Marley.


—A rehidratarnos.
—¿Habrá cerveza?
La desesperación en su voz me hizo reír.
—No en horas de trabajo, entrenadora.
Bajamos en tropel por la colina en la que se encontraba la escuela secundaria y
nos quedamos en la acera arbolada para empaparnos de la sombra. El Italian Ice
Shack de Mariah era un cobertizo glorificado que montó en el patio trasero de su casa
adosada, frente a la escuela secundaria. Había tenido un trabajo administrativo en
un hospital local antes de ser despedida hace unos años. Con su elegante paquete de
indemnización, abrió el lugar y complementó sus ingresos con trabajos desde casa.
Mantenía a los estudiantes y al profesorado frescos en el verano con granizados de
sabores locos y cálidos en el invierno con el mejor chocolate caliente del condado.
Cuando doblamos el callejón, pude ver las filas de vasos de papel ya alineados.
El verde brillante del jugo de pepinillos contra el rojo, azul y naranja de las bebidas
energéticas. Mariah sabía hacer bien la pretemporada.
—Uno de cada uno —les dije a los chicos mientras descendían como langostas
sudorosas y llenas de granos.
Tomando dos de cada uno, dirigí a Marley a una de las mesas de picnic que
Mariah había colocado debajo de los grandes robles que llenaban su pequeño patio
trasero.
—Toma.
Olisqueó el vaso.
—¿Qué es esto?
—Jugo de pepinillo.
—De ninguna manera. —Esperaba que arrugara la nariz con disgusto, pero su
lengua rosa salió y se hundió en el hielo verde. Mi reacción fue instantánea. No es
como si le hubiera entregado una banana y le dijera que se la comiera. Todavía
estaba realmente enojado por su total falta de respeto por el bienestar de su equipo.
Pero también estaba excitado.
Ja. Interesante.
Estaba menos pálida ahora. El calor del verano estaba devolviendo un rubor
rosado a sus mejillas. Tenía un puñado de pecas en el puente de la nariz. Se
extendían más en sus pómulos. Esos ojos marrones eran más cautelosos ahora,
menos aturdidos.
—Evita los calambres musculares —dije, señalando el hielo del color de una
infección nasal—. Y este tiene electrolitos.
—Mmm, ven con mamá —murmuró, tomando el hielo con sabor a bebida
deportiva de naranja en su boca.
A nuestro alrededor, los atletas de secundaria se rieron y charlaron. Noté que
había una división definitiva justo en el medio de su equipo. No podía estar seguro,
pero parecía que la líder del Equipo A era Ruby, y el Equipo B pertenecía a Sophie
Stoltzfus. Y luego estaba la malvada Lisabeth Hooper que trabajaba su magia
demoníaca en ambos lados. Me esforzaba para mantener el drama fuera de mi
equipo. Una hazaña un poco más fácil con la mezcla de los sexos. No envidiaba a
Marley con el desastre en ciernes que tenía en sus manos.
—¿Qué está pasando con King y Stoltzfus? —pregunté.
Marley levantó la vista y frunció el ceño.
—¿Quién?
—Ruby es quien le hace ojitos a Ricky y Sophie es la del cabello. —Agité mi
mano alrededor de la parte posterior de mi cabeza para llamar la atención al bollo
trenzado de Sophie S.
Marley miró en su dirección y tomó otra cucharada de granizado.
—Qué me maldigan si lo sé.
—Mira. Es tu segundo día en el trabajo. Se puede dejar pasar, pero pudiste
mandar a todo tu equipo a urgencias al hacerlas correr así hoy…
—Tu equipo estaba corriendo —interrumpió.
—Sí, pero mi equipo está acostumbrado a esto. Y en deferencia al clima, lo
tomamos con calma y nos aferramos a la ruta sombreada con pausas para tomar
agua —dije intencionadamente—. ¿Qué estás tratando de probar?
—Aparentemente que no soy más que un desastre —resopló.
—No hay necesidad de ponerse brusca. Solo estoy siendo honesto contigo. No
las presiones tanto cuando el clima es tan inclemente. Obtendrás más de ellas
cuando se sientan cómodas. Y desde aquí, parece que debes concentrarte más en el
tema del equipo que en el entrenamiento.
Sophie S. miraba furiosa a Ruby. Si fuera Ruby, estaría buscando entre mis
omóplatos un cuchillo.
Marley miró a las chicas y suspiró. Era el sonido del agobio. De absoluta
impotencia.
Esa idiota de Hooper se acercó a una de las jugadoras del equipo juvenil más
pequeñas y le quitó el granizado de la mano.
—Hooper —espeté.
—¿Qué? —preguntó, batiendo sus pestañas de araña.
—Consíguele otro y deja de estar actuando como una idiota.
La niña dio un pisotón.
—No sé por qué pensé que podría hacer esto —murmuró Marley para sí
misma.
—Porque puedes. Si sacas la cabeza del culo y empiezas a pensar en el bien del
equipo.
—Por favor, dime que enseñar es más fácil que entrenar.
Me reí.
—No hay nada fácil en ninguno de los dos. Son difíciles de diferentes maneras.
—Ni siquiera puedo hacer el trabajo fácil.
Tenía una línea de preocupación entre sus cejas oscuras. Tenía una pequeña
peca a un lado.
—Tal vez si pasaras menos tiempo en esa fiesta de lástima, serías capaz de
resolver algunas cosas.
—¿Esa es Marley Cicero? —Mariah asomó la cabeza por la ventana del
cobertizo.
—Oh Dios mío. ¿Mariah? —preguntó Marley, con la cara iluminada. Se deslizó
del banco y se dirigió al cobertizo.
Las vi compartir un abrazo y me pregunté qué demonios le había pasado a la
Marley que besé hace mil años.
e sentí menos mareada y más avergonzada en el corto viaje de
regreso al estacionamiento de la escuela. Jake caminó a mi lado,
conversando con los estudiantes que le agradecieron efusivamente
por los granizados. Nadie me agradeció por casi matarlas bajo el
sol abrasador del verano.
¿Qué había estado pensando?
—¿Siempre desapareces así en tu cabeza? —preguntó Jake.
Parpadeé, dándome cuenta que estábamos parados al lado de mi auto, mi
equipo se estaba disipando en vehículos que esperaban. Ni siquiera les había
preguntado si regresarían para la segunda práctica. No las culparía si no lo hicieran.
—Oiga, entrenadora. —Jake agitó una mano frente a mi cara—. ¿Quiere que la
lleve corriendo a urgencias?
Mi estómago se revolvió ante la palabra corriendo .
Sacudí mi cabeza.
—No, gracias. —Sentí que mis pies estaban enraizados en el lugar.
—Hazlo mejor, ¿de acuerdo? —dijo, frunciéndome el ceño.
La frustración surgió sin previo aviso.
—¿Cómo? ¿Cómo lo hago mejor? ¡No tengo ni idea de lo que estoy haciendo!
—No tienes que saber lo que estás haciendo. Solo tienes que actuar como si lo
supieras —replicó Jake, luciendo divertido—. Estás sosteniendo el comodín. Eres la
adulta. Puedes enviarlas al banco o a la oficina del director. Esa es toda la autoridad
que necesitas. Ahora tienes que descubrir cómo comunicarte con ellas.
—¿Cómo lo resolviste?
—Fallé mucho y me sentí como una mierda. Entonces lo hice mejor. También
puedes hacerlo mejor, desastre.
—Ese no es un apodo que vaya a aceptar. —Incluso si fuera cierto. ¡Maldita
sea, tenía potencial!
—Qué lástima, Mars. —Extendió la mano y me golpeó en la nariz. Me quedé
boquiabierta. Había sido cargada al estilo bombero y me había dado un golpecito en
la nariz, y todavía no llevaba una maldita camisa.
Qué día tan raro.
—Nos vemos. Mantente hidratada —gritó sobre su hombro mientras se dirigía
hacia su camioneta. Parpadeé y lo miré fijamente.
—Soy la adulta —repetí.
Técnicamente sí. Era una adulta. Lo había sido por muchos años. Pero nunca
sentí que realmente había alcanzado la edad adulta. Claro, llevaba cupones en mi
bolso. Y podía cocinar alimentos que no provenían de cajas. Y entendía la
importancia de dormir ocho horas. ¿Pero eso me hacía una adulta? No me sentaba
derecha en las sillas. Todavía cantaba a todo pulmón, con las ventanas abajo,
canciones que me recordaban a la piscina comunitaria en el verano.
Pero tenía treinta y ocho años. Tenía experiencia. Había pasado la secundaria
y sobreviví. Apenas.
¿Tal vez podría usar eso? Tal vez no tenía que ser ruda como había sido mi
entrenador. Tal vez había otro enfoque.

Me dirigí a casa y me zambullí directamente en una ducha helada, frotando


cada centímetro de mi piel y cabello para eliminar todo rastro del desastre épico de
vómito. Pasé un trapo por la parte posterior de mi muslo y pensé en la marca de
nacimiento de un trébol de cuatro hojas allí. Siempre pensé que significaba que
tendría suerte.
Hasta ahora, sin embargo, todavía estaba esperando que mi dosis de suerte
hiciera efecto. Parecía que mi hermana había conseguido toda la suerte de ambas.
Un trabajo importante con su propia asistente. Un espléndido esposo, cardiocirujano
que la adoraba. Tres geniales niños bien educados.
Y aquí estaba yo, vomitando frente a estudiantes de secundaria.
Cuando salí, me bebí otra botella de agua y abrí mi computadora portátil en la
mesa del comedor.
—¿Cómo te fue, pastelillo? —preguntó papá, mirando dentro de la habitación.
—Casi le provoqué una insolación al equipo, y luego vomité en los zapatos de
Jake Weston.
Las cejas de papá se alzaron.
—Mirando el lado positivo, me encontré con mi amiga Mariah cuando Jake
llevó al equipo de campo traviesa y a mis chicas a comer granizado para
rehidratarlas.
—Mmm… —Papá no estaba seguro de cómo responder a eso—. ¿Y cómo te
sientes al respecto?
Había leído muchos libros de crianza de chicas adolescentes en el pasado.
—Avergonzada. Sin esperanzas. Un poco nauseabunda.
—Bueno, ¿qué tal si caliento un poco de carne de hamburguesa, y me cuentas
todo al respecto? —Mis padres estaban tan comprometidos con la comida pre
calentada como lo habían estado en los años ochenta.
—¿Quieres ver alguna película deportiva conmigo? —pregunté—. Tengo unas
pocas horas antes de la próxima práctica. ¿Tal vez pueda encontrar algo de
inspiración? —Sonaba estúpido. Realmente estúpido.
Pero sus ojos se iluminaron detrás de sus lentes.
—Es una gran idea. Pasa los avances, y calentaré las sobras.
Comimos y vimos la película mientras tomaba nota de todo lo que parecía
remotamente factible. No iba a alentar a mi equipo a pasar toda la noche en un club
de striptease o formar un vínculo contra un entrenador malvado, muchas gracias,
Varsity Blues. Tampoco iba a conducir ebria como en The Mighty Ducks. La diversión
parecía importante y la música. Los montajes musicales eran cuando todos se
llevaban bien.
Hice una nota. Sabía que estaba agarrándome a un clavo ardiendo. Pero estaba
desesperada. Sinceramente, no estaba segura de poder sobrevivir a otro fracaso.
Había alcanzado las estrellas muchas veces y la raqueta de tenis del destino me había
golpeado directo a tierra. Una y otra vez. Cada vez, era más difícil volver a subir.
¿Era esta mi historia? ¿Era solo un desastre?
Bostecé y pensé en Jake. Era familiar y extraño al mismo tiempo. Los veinte
años desde la secundaria claramente habían sido muy, muy buenos con él. Por
supuesto, su actitud era descarada, su personalidad era de sabelotodo. Pero había
llevado a todo mi equipo a hidratarse con un granizado. También había una buena
posibilidad de que corriera directamente con la directora Eccles con una queja sobre
mí. Podría ser despedida antes del primer día de clases. Un nuevo récord, incluso
para mí.
Me preguntaba si Jake me recordaba. Recordaba ese beso… recordaba cuánto
lo había despreciado después. Obviamente ya no lo odiaba más. Quiero decir, no
quería que me juzgaran por mis travesuras adolescentes, así que no era justo
sostener las suyas contra él.
Una hora después, me desperté con una alarma cuidadosamente puesta por mi
padre. Había una manta sobre mí y una bebida hidratante con una nota adhesiva
que decía Bébeme y ten una buena práctica, pastelillo .
Realmente no me merecía tan buenos padres.
Gimiendo, me senté y me estiré. Podría ser la primera entrenadora en la
historia de Culpepper a la cual todo un equipo le renuncie. Algo para los libros de
historia. Pero al menos iba intentar hacer algo bueno.

Esta fue posiblemente una de las ideas más estúpidas que he tenido.
Incluyendo el tiempo que pensé que sería genial organizar un evento de karaoke de
agradecimiento para un grupo de codificadores de facturación de hospitales que
trabajaban desde casa. Los introvertidos, resultó, no disfrutan del karaoke. O
eventos de trabajo.
Descargué mis suministros, cerré el maletero de mi auto y caminé
penosamente hasta la cima de la colina. Nadie estaba en el campo todavía. Todavía
era temprano, pero la sensación de un presentimiento era fuerte. ¿Alguien
aparecería? ¿O este era el final de mi breve carrera temporal?
Un ser humano no debería tener tantos problemas con el fracaso.
—¿Hacerlo mejor? —Era fácil para él decirlo. Tenía un equipo que lo respetaba,
estudiantes que lo amaban. ¿Qué tenía yo? Mirando alrededor del campo de práctica
vacío, qué tenía… no mucho. Tenía mi botella de agua. Dos en realidad. Un enfriador
lleno para las chicas que probablemente no aparecerían y la genial idea de mi madre
de una bolsa de almacenamiento de alimentos llena de toallas de papel húmedas y
frías para limpiar el sudor durante los descansos.
Dejándome caer en el banco de metal caliente, esperé. El cielo estaba lleno de
nubes opacas, grises, cargadas de humedad. Podríamos necesitar una buena
tormenta. El patio de mis padres se estaba volviendo marrón. El césped de los
Hostetters todavía era de un verde esmeralda brillante. O su servicio de jardinería
hacía milagros a mediados del verano, o la mierda de cisne era el caviar de los
fertilizantes.
Suficiente lamentarse y lloriquear, decidí. Era hora de contar las bendiciones que
me quedaban.
Tenía un auto que funcionaba, enfriaba y calentaba, aunque no podía hacer los
pagos. Tenía a mis padres y a mi hermana. Mi salud, tal como era, pensé, pellizcando
la carne en mi cintura. No me habían despedido sin ceremonias esta tarde. Era como
una versión humana del gato de Schrodinger, tanto muerta como no muerta.
Empleada y desempleada. Pero en este momento exacto, estaba bien.
La puerta de un auto se cerró de golpe en el estacionamiento, y me animé. Otra
puerta se cerró de golpe y mi corazón estalló en una pequeña canción esperanzada.
¿Eso fue una risita? Dios, la mitad de mi equipo era la hermanita risueña de Orgullo
y Prejuicio que quería golpear en la cara. Pero podría perdonarlas por eso ya que
estaban viniendo.
Una por una, subieron la colina. En grupos y de a dos personas, parloteando
como si casi no las hubiera enviado a todas al hospital esta mañana.
Todo estaba perdonado.
ada fue perdonado. Se alinearon frente a mí y me miraron con recelo
de esa manera que solo las adolescentes pueden hacer. Con disgusto,
lástima y molestia en sus ojos enmascarados. Ah, juventud.
—Ya que tuvimos una mañana tan dura —comencé.
—Te refieres a la fiesta del vómito. —Una de las chicas intervino amablemente.
Ah. Divertidísimo. Ya era muy consciente del hecho que había cometido el
último paso en falso a la hora de estar a cargo de adolescentes. Había mostrado mi
debilidad, expuesto mi punto débil.
—De todas formas. Pensé que nos divertiríamos un poco esta tarde con un
pequeño juego. —¿Eran esas sonrisas reales en sus pequeñas caras críticas? Se sintió
como una victoria muy pequeña y muy satisfactoria. Me encantaba pelear cuando
jugaba. Teníamos que soltarnos y olvidarnos de los ejercicios y simplemente jugar
el maldito juego. Por diversión. Y esperaba que ese sentimiento fuera mutuo con esta
generación.
»Me gustaría verlas a todas jugar en sus posiciones asignadas y estar abiertas
a moverse un poco por el campo para ver qué pueden hacer. Ah, y traje algo de
música. —Saqué el teléfono de mi bolsillo, puse la lista de reproducción y las Spice
Girls cobraron vida a través de mi parlante Bluetooth.
Esas eran sonrisas completas ahora, y me palmeé la espalda ya sudorosa.
—Alinéense y numérense —les dije. Pensé que estaba siendo inteligente al no
permitirles elegir sus propios equipos. Sin embargo, Sophie S. se agachó detrás de
una de las Morgan y se convirtió en un 2 en lugar de un 1. Poniéndola en el equipo
contra Ruby.
Entonces no se querían la una a la otra. No tenían que hacerlo. Solo tenían que
jugar juntas. Lo dejaría pasar por ahora, decidí.
Ruby y Sophie S. fueron nominadas inmediatamente capitanas de equipo, lo
que me hizo maldecir en voz baja.
Comencé el juego con un aplauso porque todavía era una entrenadora sin
silbato.
Las Spice Girls dieron paso a Pitbull y luego a Macklemore mientras los
equipos de fútbol juvenil y titular bailaban, saltaban y trotaban por el campo. No lo
estaban tomando en serio, pero al menos estaban jugando. Podía determinar quién
tenía el juego de pies, quién tenía velocidad y quién era un muro de ladrillo para
moverse. Quién no era muy buena.
Y quién era la Marley del equipo. Parecía ser la estudiante de segundo año
tranquila y de baja estatura llamada Rachel. Encorvaba los hombros cuando corría
como si estuviera evitando los golpes espirituales de la impopularidad. Vi a esa
maldita Lisabeth con su cola de caballo rizada mirar a Rachel después del juego,
enviando a la niña mucho más pequeña al suelo.
—¡Tú! —grité.
—¿Yo? —Lisabeth se señaló inocentemente.
—Vueltas. —Moví mi pulgar sobre mi hombro, cambiándola mentalmente de
titular a calentar en el banco para el primer juego.
—¿Por qué? —Cruzó los brazos sobre su pecho, desafiándome.
—Por ser una jugadora de equipo de mierda y tener una actitud repugnante.
Último minuto, si quieres actuar como una imbécil, hazlo en casa con tus padres que
te hicieron así. Ahora corre.
El resto del equipo me miraba boquiabierto mientras Lisabeth se tambaleaba
bajo una nube de ira. Maldición. Eso se sintió bien. Realmente bueno. Sentí que
finalmente me había enfrentado a mis propios matones.
—¿Qué están esperando? —le pregunté al resto del equipo—. ¡Jueguen!
Tomé notas en mi portapapeles y me enjuagué el sudor mientras me cubría la
frente. Había pasado los últimos años en Illinois y Colorado y había olvidado lo
opresivos que podían ser los veranos de Pensilvania.
Hubo algunos gritos y vítores de cada equipo cuando dos de las chicas se
enredaron por el balón. Se rieron y chocaron los cinco. Buen espíritu deportivo,
anoté. Pero no había comunicación. Nada de camaradería. Era como si los equipos
estuvieran formados por grupos de dos y tres personas. Gobernado desde la
distancia por dictadores como Ruby, Sophie S. y Lisabeth. No estaba segura de qué
hacer al respecto.
Las dejé jugar otros diez minutos antes de volver a llamarlas. Realmente
necesitaba un silbato. Los gritos eran un infierno en mi garganta. Tomamos un
descanso para beber algo, y cambié a un par de jugadoras en el campo. Sophie S.
tenía un juego de piernas rápido para quitarle el balón a la defensa, pero sus tiros al
área eran débiles. Moviéndola a la defensa de centro, me di cuenta de mi error cinco
minutos en el juego.
Las largas piernas de Ruby estaban comiendo el campo mientras ella avanzaba
hacia el arco. Había mostrado signos de precisión mortal directamente en el área de
penal. Sophie S. se dio cuenta de esto y se agachó y cargó. Ella tomó la pelota y marcó
a Ruby en un resbaladizo tacle que hizo que su equipo la animara.
La maraña de miembros comenzó a agitarse cuando Ruby rodó y montó a
Sophie. Lucharon y clamaron, y yo estaba en una carrera mortal. Cuando crucé los
cincuenta metros, tuve que abrirme paso entre el equipo de chicas que rodeaba la
pelea. Sophie S. tenía a Ruby por el pelo mientras Ruby hacía un extraño movimiento
de lucha de la WWF en ella.
—¡Te odio!
—¡Te odio más, patética, perra extravagante!
El resto del equipo observó horrorizado y cautivado por la violencia. Entrando,
agarré a Sophie primero, ya que había vuelto a la cima. La empujé en dirección al
Equipo Sophie y puse a Ruby en pie. Ruby trató de rodearme y vi estrellas cuando
su codo huesudo se conectó con mi mejilla.
—Ya basta, o las dos estarán en la banca —grité. Sophie se liberó de sus amigas
y trató de treparme por la espalda para llegar a Ruby. Fue mi turno de lanzar un
codo, justo en su estómago. Se desinfló como una pelota de playa reventada. Ruby
se rio con una sonrisa burlona—. ¡Ambas al maldito banco!
—Pero entrenadora, ella comenzó a… —Jadeó Sophie desde el suelo
—¿Parece que me importa una mierda de rata quién lo inició? Ambas actúan
como… —Adolescentes que aún no han aprendido que las mujeres están en el
mismo equipo—. Idiotas.
—¿Por qué no nos haces un favor y renuncias? —le dijo Ruby a Sophie.
—¿Por qué no renuncias tú? Entonces tendrás más tiempo para perseguir a
Milton como la patética perdedora que eres —respondió Sophie.
—Ni siquiera me digan que esto es por un tipo llamado Milton —dije—.
Ustedes dos. Banco. Ahora. El resto de ustedes, terminemos este juego sin las reinas
del drama.
El resto del equipo parecía aliviado de volver a la práctica y saltaron
nuevamente al juego. Vigilé a las dos chicas haciendo pucheros en el banco. No
podía creer que se hubieran quedado. ¿No sabían que no había nada que les
impidiera subir a sus autos e irse? ¿Era esta la autoridad percibida de la que Jake me
habló?
Me puse una toalla de papel húmeda sobre el pómulo palpitante y maldije mi
vida.

Yo: OK, señora Graduada de Psicología. Tengo dos chicas en el equipo luchando por el
mismo chico. ¿Cómo lo soluciono?
Zinnia: No extraño esos años de adolescencia. Éramos tan tontas
Yo: Vamos. Nunca te rebajaste a la normalidad de obsesionarte con un chico. Estabas
demasiado ocupada siendo brillante.
Zinnia: No seas idiota.
Yo: Lo siento. Día difícil. Vomité frente a mi equipo, fui llevada fuera del campo por un
entrenador de campo traviesa muy atractivo que arruinó mi vida en la escuela secundaria y
me gané un ojo morado por romper una pelea de chicas.
Zinnia: Disculpa aceptada. Y definitivamente voy a necesitar la historia completa.
¿Me llamas el martes? Mientras tanto, te enviaré algunos recursos sobre la construcción de
equipos y la pobreza mental.
Yo: Gracias. Necesito averiguar si este Milton vale la pena todo el espectáculo. ¿Todo
está bien contigo? ¿Cómo están los niños?
Zinnia: La locura habitual aquí. Creo que vamos a meter un viaje rápido a París
durante las vacaciones de Navidad. Edith va muy bien con el violín. ¡Primera silla en la
orquesta infantil! Los otros dos nos están ahogando en sobresalientes y reconocimientos. Y
Ralph está siendo cortejado por un centro médico que-no-puedo-decir en Nueva York para
un puesto de jefe de departamento.
Yo: …
Yo: …
Yo: Vaya. Felicidades.

Yo: Chico adolescente llamado Milton. Adelante.


Floyd: Solo puedo suponer que esto se trata de Ruby y Sophie S. y su pelea de gatas
hoy. ¿Cómo está el ojo?
Yo: Mejilla. Y ni siquiera quiero saber cómo lo sabes. Está magullada y están en la
banca. ¿Milton?
Floyd: Semental adolescente. Titular en el equipo de fútbol universitario. Cabello
desordenado estilo Harry Styles. Se disparó treinta centímetros el año pasado. Se rumorea
que dejó a Sophie S. por Ruby este verano y luego dejó a Ruby por la mitad del equipo de
hockey sobre césped.
Yo: Genial. ¿Entonces están peleando por un chico con el que ninguna de ellas está
saliendo?
Floyd: Son las hormonas en la leche. Las vuelve a todas locas.
e ves adorable —anunció mi madre.
—Gracias. —Miré mi atuendo. Pantalones cortos de color
caqui y una camisa polo. Había enviado fotos de ambos a Floyd
la noche anterior para asegurarme que fuera aprobado por el
profesor de gimnasia.
Siempre y cuando no fueran pantalones muy cortos, me había dado el visto
bueno. No se me veía el trasero, pero eran cortos. No podía recordar el último trabajo
que había tenido que permitiera usar pantalones cortos.
Por el lado positivo, las últimas dos semanas de sudarme el trasero en el campo
de fútbol habían resultado en que los pantalones cortos me quedaban menos
ajustados alrededor del culo y la sección media.
—Te hice el almuerzo —dijo mamá, sosteniendo una bolsa de papel marrón
con mi nombre garabateado.
—Ay, mamá. —Por alguna razón, fue directo a mi corazón y quise llorar. A
pesar que la comida sería algo así como restos de palitos de pescado blandos, el
apoyo de mis padres era a la vez una manta de seguridad y un recordatorio opresivo
de que aún no había hecho nada para ganarme realmente su amor. Sentía que solo
estaban haciendo pagos iniciales por estar orgullosos de mí por un tiempo en el
futuro cuando realmente me lo hubiera ganado.
Este era mi primer primer día de escuela en dieciséis años. Mierda. Hice los
cálculos de nuevo. Sí. Había salido a la universidad como una persona que podía
conducir.
Pero esto era, de lejos, el primer día más aterrador de toda mi vida. No podía
manejar a treinta y dos chicas adolescentes en un campo de fútbol durante dos horas
seguidas. Apenas habíamos sobrevivido a la pretemporada como equipo. ¿Qué
demonios iba a hacer con quién sabe cuántos de ellos en el transcurso de las
próximas seis horas? Ah, y luego había práctica de fútbol después de la escuela.
También conocida como noventa minutos de pura tortura. La división entre el
Equipo Ruby y el Equipo Sophie era profunda como el Gran Cañón desde su pelea.
Y estaba la bravucona de Lisabeth acechando siendo un idiota.
Las chicas me odiaban. Les disgustaba mucho. Cuestionaban todo lo que hacía.
Les gritaba hasta que terminaba la práctica. Apestaba.
Mi papá trotó hacia la cocina, con una gran sonrisa en su rostro. Me entregó las
llaves de mi auto.
—Tanque lleno y lavado para tu gran día —dijo.
La escuela estaba a cinco cuadras de distancia.
Hubo ese escozor detrás de mis ojos otra vez.
—Papá, no tenías que…
—Solo quiero hacer que tu primer día sea lo mejor posible —dijo radiante.
—Gracias, papá —le dije, abrazándolo con fuerza.
Realmente necesitaba no joder esto.

Mi oficina era… deprimente. No le había prestado mucha atención cuando Jake


arrastró mi trasero aquí. Pero ahora que no me estaba muriendo de agotamiento por
el calor, eché un buen vistazo a mi alrededor. No tenía adornos ni artículos de oficina
para mover. Solo éramos yo y mi bolsa del almuerzo.
Sonó la campana, señalando el comienzo del primer período. Era un regalo
para mí. No tenía clase hasta el segundo período, así que tenía cuarenta y tantos
minutos para hiperventilar o examinar detenidamente la colección de cintas VHS de
Jane Fonda ordenada en una de las estanterías.
—¡Oye, Cicero! —Escuché a Floyd llamar por la puerta del gimnasio.
Salí de mi oficina y salí al gimnasio. El piso brillaba con su nueva capa de cera,
y el sistema de aire acondicionado zumbaba en las vigas sobre nosotros.
—¿Estás lista para esto? —preguntó Floyd, lanzándome una pelota de
baloncesto.
La atrapé y driblé sin entusiasmo. El bulto de temor en mi estómago se había
convertido en un gran dragón alado.
—Parece que vas a vomitar de nuevo —observó Floyd.
—Muy gracioso —le dije, pasándole la pelota.
Regateó hasta el hoyo, con la lengua fuera como Jordan, e hizo una endeble
demostración.
—Puedes estar nerviosa, pero no seas palpablemente nerviosa —aconsejó,
lanzándome la pelota—. Si fallas, tienes la C.
Eran las 7:45 a.m., y estaba jugando CABALLO2. No es un mal trabajo si
pudiera rescatarme de mi propio terror.
—¿Palpablemente nerviosa? —Avancé, casi tropezando con mis propios pies,
y lancé la pelota en el tablero. Los dioses me sonreían porque la pelota se sacudió
del tablero y se movió pulcramente a través de la red.
—No dejes que huelan el miedo.
—¿Cómo funciona esta cosa de enseñanza en equipo? ¿Policía bueno, policía
malo?
—¡Oh! ¡Me pido el policía malo! No. Solo juntamos dos clases a la vez. Tú
calificas a tus alumnos, yo califico a los míos, y ambos podemos gritarles a todos.
Era bueno gritando. Podría hacer esto.
El segundo período tuvo un comienzo espectacular cuando el sesenta por
ciento de los niños no se presentaron con un cambio de ropa.
—Es como el primer día de clases —se quejó una chica con un body morado y
jeans de cintura alta—. No se supone que hagamos nada.
No les pedíamos que hicieran nada. Les pedíamos que se quedaran en el
gimnasio y tomaran los papeles que les entregábamos que listaban la ropa y zapatos
sugeridos y presentaban el plan de estudios de otoño. Floyd me presentó a la clase.
Dos de mis jugadoras estaban en la clase. Dos que no me odiaban por completo. Me
sentí bien por eso.

2Es un juego de baloncesto en que cada vez que una persona falle un tiro acumula una letra de la
palabra CABALLO, quien la forme primero pierde.
Un chico con el pelo rubio suelto y un bronceado oscuro golpeó a propósito
con su hombro a otro pequeño estudiante de aspecto menos agresivo para tomar su
hoja.
—Cuidado, Amos —dijo Floppy en una excelente imitación de Keanu Reeves
en Las Excelentes Aventuras de Bill y Ted. Parecía vagamente familiar.
Amos se encorvó sobre sí mismo como si estuviera acostumbrado a la idiotez.
Floppy me arrebató el papel de la mano, se dio la vuelta y empujó su cara
contra la de Amos.
—¿Tienes un problema?
—Comienza a correr —le dije amablemente. Toda la clase y Floyd jadearon.
Floppy se dio la vuelta y me miró. Se apartó el pelo de los ojos.
—¿Qué, qué?
—Dije que empieces a correr. Vueltas. Ya sabes. En un círculo. —Hice la forma
con el dedo en caso que hubiera reprobado Plaza Sésamo.
—No estoy vestido para correr —dijo, agitando una mano sobre su polo rosa a
cuadros y pantalones cortos de golf.
—Debería haber pensado en eso antes de mostrar los modales de un niño
pequeño egoísta. Ve y corre, Floppy.
—¿Floppy? —No le pareció divertido, pero al resto de la clase sí.
—Escuchaste a la dama —dijo Floyd, aplaudiendo—. Ve a la cancha, chico.
Línea azul. Sin atajos.
Puse los ojos en blanco ante el ¡Ooooooh! que surgió cuando Floppy se quitó
las chanclas y corrió hoscamente hacia el borde de la cancha.
Floyd levantó su portapapeles frente a su cara.
—Ese es Milton, por cierto.
Levanté mi portapapeles para unirme a él en el cono de silencio.
—Debes estar jodiéndome.
Él meneó las cejas.
—Milton Hostetter.
Hostetter. Como el hijo de mi ex novio del instituto y su horrible y perfecta
esposa. Como el dueño de Manolo, el cisne bullicioso. Como el revoltijo de mierda
entre Ruby y Sophie S. Jodidamente genial.
Algunos de los chicos estaban grabando un video de Floppy Milton.
—¿Se les permite tener teléfonos? —le pregunté a Floyd. Se encogió de
hombros.
—Se supone que los dejen en el vestuario. No puedo sacarlos de su túnel
carpiano, y sus manos atrofiadas por las selfies.
—DIOS, mira este filtro de Snapchat —dijo uno de los chicos, y el resto de la
clase se agolpó a su alrededor.

Pasamos por lo mismo dos veces más seguidas, y luego, de acuerdo con mi
horario, era hora de mis tareas en el almuerzo. Qué asco. Había algo nauseabundo
en unos cien cuerpos atravesando la pubertad en una habitación que ya olía a
perritos calientes y leche. Avancé por la cafetería, que no cambió mucho desde que
me gradué.
Las mismas mesas plegables destartaladas con taburetes rojos y azules. La
misma máquina de discos, que había aparecido durante mi tercer año. Se había
disfrutado hasta que se convirtió en tradición para algún bromista poner Cotton Eye
Joe en repetición todos los días. Me preguntaba si la administración había eliminado
esa canción en particular de la lista de reproducción.
Los niños entraban en el espacio, hablando a todo volumen, compitiendo por
lugares. La hora del almuerzo, damas y caballeros, noté, estaban presentando las
especialidades culinarias del día. Espaguetis, ensaladas y panecillos.
—¿Disculpe, señorita Cicero? —Se acercó una mujer con un suéter de gato y
aretes colgantes.
Miré por encima de mi hombro.
—¿Eh? Quiero decir, ¿sí? —Era la señorita Cicero. Yo era profesora. No una
estudiante problemática.
—A la directora Eccles le gustaría hablar con usted —dijo la señorita Gatos.
De acuerdo, tal vez yo también era una alborotadora.
—¿Yo? —chillé.
—Dijo que solo tomaría un minuto. Soy Lois, por cierto. Trabajo en la oficina
principal.
—Encantada de conocerte, Lois.
Lois lideró el camino hacia la oficina y señaló el largo banco de madera que
recordaba que era para alborotadores.
—Puedes tomar asiento allí mismo. Estará contigo en un minuto.
De mala gana, me senté. Traté de mantener mi enfoque en el piso. Pero la
puerta se abrió y alcé la vista. Jake llevaba unos pantalones caqui bien ajustados y
un polo entre plata y azul. Se había afeitado, recortado su cabello. Pero la tinta en
ambos brazos todavía no decía nada más que chico malo .
—Hola, Lo. ¿Tienes algo en mi buzón? —preguntó, haciendo malabarismos
con una taza de café y una carpeta de archivos.
—Bienvenido de nuevo, Jake —dijo Lois, saltando de su escritorio para hurgar
en un buzón en la pared del fondo—. ¿Los niños ya te están haciendo pasar un mal
rato?
—Nah.
Me miró y me mostró esa sonrisa sucia y de chico malo.
—Vaya, vaya. Diría que no esperaba verte aquí, Mars. Pero estaría mintiendo.
Lois le entregó algunos papeles.
—Oh, déjala en paz. Es su primer día —intervino ella.
—No estaba segura si estaba haciendo esto bien —dije haciendo un gesto hacia
el banco—. Tuviste mucha más experiencia que yo en esas épocas.
—Quizás en algún momento podamos comparar experiencias —dijo con un
guiño. Se fue, y Lois tomó un volante para recaudar fondos y se abanicó.
—Si fuera veinte años más joven, soltera y más flexible…
Conocía ese sentimiento.
a directora Lindsay Eccles era una figura mucho menos aterradora de lo
que imaginaba. En lugar de una dictadora severa con traje, usaba
pantalones cargo y una elegante blusa negra con gafas de lectura de color
púrpura encima de sus rizos canosos.
—Marley. —Me saludó con las manos extendidas, y no supe qué hacer, así que
tomé las dos e hice una extraña reverencia. ¿Había perdido la habilidad con la
gente?—. Qué bueno que hayas venido. Solo quería tener una charla rápida.
—Claro, no hay problema —dije, limpiando mis palmas sobre mis pantalones.
Siguiéndola a la oficina, me golpeó un sutil aroma cítrico. Había plantas de
interior en cada superficie plana y una pequeña pecera atestada en un rincón junto
a estantes que contenían libros, arte y baratijas.
No se sentía como el espacio disciplinario severo que ocupaba mi director, el
señor Fester3, quien se veía exactamente como sonaba. Era de la vieja escuela y de la
creencia que cualquier expresión de creatividad estaba a un paso de un motín.
Recuerdo que me encontré con él en un parque de trampolines unos años después
de la graduación y me sorprendí al darme cuenta que tenía familia y nietos… y una
sonrisa.
La directora Eccles se sentó detrás de su escritorio y me hizo un gesto para que
hiciera lo mismo.
Mis muslos desnudos tocaron la tapicería de vinilo de la silla, y me pregunté
si esto era una trampa para probar que mis pantalones cortos eran demasiado cortos.

3
Pudrirse, supurar, etc.
—Quería ver si tenías alguna pregunta o preocupación para mí, ya que este es
tu primer puesto de profesora…
Primero y último. No sabía muchas cosas con seguridad, pero esa era una de
ellas.
—Oh, mmm. No hasta ahora —dije—. Floyd ha sido de mucha ayuda.
—Bien. —Asintió, revolviendo su té—. Escuché que hubo un pequeño
problema o dos durante tus prácticas de pretemporada. —Miró directamente al
moretón que había cubierto con base en mi mejilla, en su mayoría descolorido.
Tragué con fuerza. Sí, casi les provoco una insolación a un grupo de treinta y
dos chicas y luego vomité delante de ellas. Oh, sí, y tenía un ojo morado de una pelea
que no había evitado.
—Ha sido una curva de aprendizaje empinada —dije evasivamente.
La doctora Eccles sonrió.
—Mientras pongas la seguridad de tus estudiantes primero. Podemos
ocuparnos de cualquier otra cosa temporalmente.
Asentí. No confiando en mí para decir lo correcto.
—¿Así que lo harás? —Me miró, con las cejas levantadas, expectante.
—Haré de su seguridad mi prioridad —dije. De alguna manera.
—Te lo agradezco. En este sentido, creo que todos merecen una segunda
oportunidad. Y asumo que no habrá ninguna repetición del baile de bienvenida de
1998, ¿verdad?
La mayoría de la gente no era lo suficientemente valiente como para decírmelo
en la cara. La mayoría de ellos murmuraban a mis espaldas. Veinte años después, y
uno pensaría que el pueblo tendría algo mejor de qué hablar. Maldito Culpepper.
—No habrá ninguna repetición —prometí.
—Excelente. Una cosa más. Milton Hostetter.
Me mordí el labio. Las noticias ciertamente viajaban rápido en estas paredes.
—Sí. Lo conocí esta mañana.
—No está acostumbrado a ser disciplinado. Su madre podría intentar tener una
discusión contigo. Es muy protectora con sus hijos. No dejes que te asuste.
Mi cabeza se balanceaba de nuevo. Ahora probablemente no era el momento
de admitir que ya me había asustado una vez.
—Gracias. No lo haré —dije.
Había kilómetros entre la vieja Marley y yo. Me había despojado de la mayoría
de mis tendencias de agradar a la gente cuando llegué a los treinta. Pero mentiría si
dijera que la idea de Amie Jo no me aterrorizaba. Había sido un terror a los dieciocho
años. Dudaba que llegar a los cuarenta la hubiera suavizado.
—Genial —dijo la directora Eccles con una sonrisa—. Te dejaré volver a tu
primer almuerzo. Buena suerte.
Volví a la cafetería sintiendo que había esquivado una bala importante.
—Tú debes ser Marley Cicero. —Un hombre con pantalones de pana naranja y
una camisa de cuadros se acercó. Sus gruesas gafas de montura gruesa hacían que
su ya delgada cara pareciera más larga y delgada. Definitivamente era uno de esos
nerds modernos y geniales.
—Sí. Hola —dije, estrechando su mano ofrecida.
—Soy Bill Beerman.
—Beerman4 —repetí.
Mostró una tímida sonrisa.
—Sí, es un verdadero éxito entre los estudiantes. Informática, por cierto.
—Ah. Gimnasia.
—Correcto. Cierto. ¿Cómo va todo hasta ahora?
La cafetería estaba llena. La mayoría de los alimentos reconocibles eran
inhalados por atletas adolescentes en crecimiento o empujados alrededor de platos
mientras sus estudiantes estaban demasiado ocupados hablando a todo volumen.
Había dos cajas registradoras zumbando mientras los niños compraban almuerzos,
bocadillos y granizados. Apenas un caos controlado.
—Hasta ahora todo va bien —dije.
—Pareces un ciervo delante de unos faros —dijo Bill.
—Me siento como un ciervo atropellado por un autobús escolar —confesé.
—Estará bien. Solo asegúrate de que sepan que los ves.
Bien, ese era un nuevo consejo.
—¿Verlos?
—Tu atención es lo mejor y lo peor que puedes darles. O bien necesitan saber
que alguien ahí fuera los ve. O necesitan saber que están siendo monitoreados
constantemente, así que no deben meter a ese novato en su casillero.

4 Traduciría Hombre cerveza.


—¿Eras el novato en el casillero?
—Claro que sí —dijo alegremente.
—Yo era la que estaba esperando ser vista.
Bill se metió las manos en los bolsillos y miró una mesa de lo que deben haber
sido en su mayoría jugadores de baloncesto. No había un estudiante de menos de
metro ochenta de altura.
—Te graduaste aquí, ¿verdad?
—Sí. Hace mil años.
—Piensa en esto como una segunda oportunidad —sugirió—. Recuerda todo
lo que odiabas de la secundaria y ve si puedes hacer algo al respecto desde este lado
de las cosas.
No era una persona muy sensible. Pero algo me hizo extender la mano y
ponerla en su hombro.
—Bill, es el mejor consejo que he recibido desde que volví.
Se puso rojo como un tomate.
—¡Ooooh! El señor Beerman tiene novia —cantó un niño con vaqueros rasgados
y un aro en las cejas.
—Oops. Lo siento —dije, bajando la mano.
—Es mejor que cuando pasaron una semana preguntándome si había llevado
a mi hermana al baile de graduación.
Reflexivamente hice la señal de la cruz. Ni siquiera era católica. Pero tomaría
todas las capas de protección que pudiera contra estos monstruos adolescentes.
—Supongo que no querrás ser asistente de entrenador del equipo de fútbol
femenino. —Había estado pensando que mi proporción de atleta-adulto-adolescente
era demasiado pequeña. Mi papá se había ofrecido como voluntario para ayudar,
pero no podía hacerlo pasar por eso. Además, me preocupaba que se rompiera la
cadera o dijera algo inapropiado mientras cargaba una bolsa de pelotas.
El cuello de Bill estaba poniéndose rojo.
—Realmente no tengo experiencia en los deportes. Además, mi grupo de
actuación se está preparando para una gran fiesta en la Feria del Renacimiento
dentro de unas semanas. Estoy bastante ocupado. Además… —Se acercó más—. Las
adolescentes son aterradoras.
—No te equivocas, Bill.
Nos separamos para asegurarnos que nadie se besara en los rincones o pegara
chicle debajo de la mesa. Tuve un repentino e intenso recuerdo de ver a Jake Weston
pavonearse por la cafetería, con una chaqueta de cuero colgada por encima de su
hombro y las gafas de sol puestas. Ése era un punto de referencia. Cuando una mujer
dejaba de encontrar las gafas de sol en interiores sexy, podía salir a este mundo y
elegir un compañero respetable. Tal vez podía impartir algunas de estas perlas de
sabiduría a mi equipo. Después de todo, yo había sido como ellas. Había sufrido
todo lo que ellas estaban sufriendo.
Vi a mi chica mala Angela en una mesa con otras seis morenas elegantes. Todas
vestían blusas y faldas a cuadros. Me lanzó una mirada.
La saludé alegremente y me pregunté si este deseo de avergonzarla
públicamente era lo que los padres sentían a diario.
h, ese olor a limpiador industrial el primer día de clases. Todo estaba
limpio, desinfectado y la calidad del aire era alta. Había un zumbido
en el edificio. Niños emocionados por ponerse al día con sus amigos.
Maestros ansiosos por un cheque de pago regular.
Todo sería cuesta abajo desde aquí.
Hice una encuesta en mi nueva clase de Historia Americana del cuarto período
y me preparé para deslumbrarlos.
Enseñar historia era, tradicionalmente, una de las cosas más aburridas jamás
inventadas. Encubríamos un poco las acciones de nuestro país, pintábamos a un
grupo de imbéciles blancos como héroes y barríamos las buenas acciones de todos
los demás bajo la alfombra del género y la raza.
Cuando Hamilton salió, lloré. Bien, solo fue una lágrima. Todavía cuenta. Pero
si alguna vez veo a Lin Manuel Miranda en la calle, voy a besar a ese tipo en la boca
por lo que hizo por la historia americana. Con la popularidad del musical, algunos
de los grilletes del plan de estudios se cayeron. Este distrito en particular; nuestro
superintendente era gran fan de Hamilton, abrazó la idea de enseñar historia real.
Mientras mis estudiantes pudieran pasar los exámenes.
Tomé la bolsa de plástico que usaba cada año y empecé mi viaje de ida y vuelta
por los pasillos recolectando teléfonos. Quería cada gramo de su atención. Tampoco
quería que me capturaran eructando la primera línea de la Declaración de
Independencia y poniéndola en Snapchat o lo que sea.
—Hablemos de por qué van a terminar preocupándose por la historia de
Estados Unidos —comencé. Podía sentir los malditos ojos ponerse en blanco y lo
abracé—. Rápido. Alguien que me dé la definición locura.
—Hacernos aprender historia. —Un hijo de puta apático en la última fila
sonrió, sus zapatillas de deporte de la talla catorce extendidas insolentemente hacia
el pasillo. En el acto, hice de mi misión durante el semestre convertirlo en un fanático
de la historia.
—Qué gracioso, Chuck. —Parpadeó cuando se dio cuenta que sabía su
nombre—. Pero esa no es la definición que estoy buscando.
Una chica en la primera fila hizo un gesto con la mano. Llevaba gafas y una de
esas gruesas diademas para mantener su pelo rizado alejado de la cara, una
Hermione total.
—Chelsea —dije, chasqueando los dedos.
Se sonrojó. Era consciente de mi atractivo varonil, pero ignoraba las reacciones
de la multitud de menos de treinta años.
—Hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes —
dijo Chelsea.
—Bingo. —Saqué de mi bolsillo la tarjeta de regalo de cinco dólares de
Starbucks y se la lancé.
Su cara se iluminó como un cartel de Times Square, y el resto de la clase,
incluyendo a Chuck Talla Catorce, se sentó un poco más derecho.
Gastaba cincuenta dólares al mes en tarjetas de regalo solo para mantenerlos
ocupados. No necesitaba que todos y cada uno de ellos salieran de aquí con una
pasión ardiente por la historia de Estados Unidos, pero seguro que sabrían algo.
—Estudiamos la historia para no cometer los mismos errores una y otra vez.
Para que podamos crecer. Hacerlo mejor.
—Señor Weston, ¿no somos ya el mejor país del mundo? ¿Por qué no
querríamos seguir haciendo lo mismo? —El padre de este chico todavía conducía
por ahí con una pegatina de MAGA5 en su Maserati.
—¿Qué nos hace mejores, Perry?
Parecía confundido como si fuera a caer en una trampa. Estaba cayendo
totalmente.
—Nuestro ejército.
—¿Nuestro ejército que deja a unos 40.000 veteranos sin un techo sobre sus
cabezas?

5 Siglas para Make “merica Great “gain , es un eslogan de campaña usado por políticos
estadounidenses, en su mayoría de creencias ultra conservadoras.
—De acuerdo. Entonces la riqueza.
—Qatar, Singapur, Brunei. Diablos, los EE.UU. ni siquiera entra en la lista de
los diez países más ricos. Sé lo que vas a decir ahora: educación. El veintiuno por
ciento de nuestra población adulta lee por debajo del nivel de quinto grado.
Perry estaba buscando algún hecho aleatorio de Fox News para respaldar la
línea.
—Déjenme contarles un secreto, algo que ningún profesor de historia les ha
contado antes. ¿Están listos?
Todos se inclinaron hacia adelante en sus sillas.
—Les han mentido durante toda su carrera educativa. Pero, ¿adivinen qué?
Son lo suficientemente mayores para la verdad.
A los niños les encantaban los chismes salaces. Les encantaban los escándalos.
Y afortunadamente, la historia americana estaba llena de ambos.
Enseñaba historia americana. La historia de los negros. La historia de los
LGBTQ. La historia feminista. Enseñaba lo que realmente había pasado para llegar
a donde estábamos hoy. Si alguien hacía algo o decía algo que contribuía a convertir
a este país en lo que es hoy, yo lo enseñaba.
—Saben que Thomas Todos los hombres son creados iguales Jefferson tuvo
seis hijos con su esclava, Sally Hemmings. Pero, ¿sabían que antes que el presidente
George Washington luchara contra los británicos, luchó por los británicos? ¿Qué tal
si les dijera que estaba enamorado de la esposa de su mejor amigo? ¿Sabían que
Elizabeth Cady Stanton, que lanzó el movimiento por los derechos de las mujeres,
dijo algo realmente racista?
Tiré la bolsa de móviles sobre el escritorio en el que raramente me sentaba.
—Vamos a aprender historia de verdad este semestre. Si saben lo que realmente
pasó, quiénes son los verdaderos héroes, entonces podrán ser mejores
estadounidenses. Porque quizás no somos el mejor país del mundo. Pero aún
tenemos potencial. Nuestra fuerza viene de nuestra diversidad, de nuestra voluntad
de cambio, de luchar contra la desigualdad, de hacer explotar el progreso científico.
Estaban todos sentados ahí parpadeando como si hubiera perdido la cabeza.
Me encantaba.
—“sí que… —Me froté las palmas de las manos—. Vamos a prepararnos para
su primera tarea.
Los gemidos subieron, y oí los susurros quejándose con Pero es el primer
día . Pobres bebés. El verano había terminado. Era hora de aceptarlo.
—Divídanse en equipos de cuatro o cinco. Trabajaran juntos para escribir un
blog de chismes que exponga la verdad detrás de cualquiera de las figuras históricas
de esa lista. —Señalé la pizarra—. Para el viernes.
Saltaron, moviendo sus escritorios.
Este pequeño ejercicio hacía más que entusiasmar a los estudiantes con la
historia. Me mostraba quiénes tenían amigos. Quien era excluido. Quien estaba
dispuesto a ser creativo y poner un poco de esfuerzo en la tarea.
Pensé en Marley sentada en el banco de la oficina principal. Esperaba que
tuviera algo de creatividad, algún esfuerzo que hacer. Porque eso la haría aún más
interesante.
a mitad de mi primer día quedó oficialmente atrás sin ningún trauma
importante. Castigar al hijo adolescente de mi némesis, que Jake Weston
fuera testigo de mi vergüenza en la oficina de la directora, y que me
advirtieran que tomara más en serio la seguridad de mis estudiantes.
Era la hora de mi almuerzo, y planeaba responder a los mensajes de mi familia
en la santidad de mi oficina que parecía un calabozo.

Papá: ¡Apuesto que eres la mejor profesora de gimnasia que el distrito ha visto! LOL!

Realmente necesitaba finalmente romper el silencio y decirle a Papá que LOL


no significa mucho amor.

Mamá: ¡Espero que estés teniendo un gran primer día! ¡Estoy haciendo panqueques
con esa mezcla de caja que te gusta esta noche para celebrar!
Zinnia: La mejor de las suertes hoy.

Me estaba preparando para componer un alegre agradecimiento cuando mi


teléfono volvió a sonar.

Floyd: Vamos. Te llevaré a almorzar a la sala de profesores para que finalmente puedas
mirar tras bastidores.
Como estudiante, había asumido que los maestros comían la comida de los
maestros y discutían las cosas apropiadas para los maestros. Eso fue hasta que un
día conseguí un pase para sacar mi libro de geografía de mi casillero y pasé por el
salón para escuchar a la maestra de español diciendo un chiste con la letra p en él a
una maestra de taller y a una maestra de álgebra que se rio tanto que pensé que iba
a escupir su sándwich de atún.
Después de eso, nunca más los miré de la misma manera bidimensional, solo
como educadores. ¿Y ahora se me concedía acceso tras bastidores? Agarré mi
almuerzo embolsado y me dirigí a la puerta.
La sala de profesores a la que Floyd me llevó estaba al otro lado de la escuela.
Había una más cercana al gimnasio, pero Floyd insistió en que esta era mejor. Abrió
la puerta a una risa estridente, y me detuve en seco. La señora Gurgevich, mi antigua
profesora de inglés de hace siete mil años, estaba desenvolviendo lo que parecía ser
bolitas de queso y jalapeño en una de las dos mesas maltrechas.
Levantó su mirada hacia mí. Su pelo gris estaba recogido en el severo moño en
el que juro que dormía. Los lentes, marcos gigantes de acetato, se parecían a los
mismos que había tenido cuando yo era estudiante. La piel de sus mejillas se hundía
en una fascinante textura ondulada. Sus labios estaban pintados de un rosa nacarado
que nunca parecía mancharse o desteñirse.
Llevaba pantalones de poliéster y un conjunto de chaqueta marfil. Había tenido
uno de cada color del arco iris y los había rotado con pantalones marrones, negros y
azul marino.
—Todos, esta es Marley Cicero, la nueva profesora de gimnasia —dijo Floyd,
sacando la silla junto a la señora Gurgevich. Dejó su bolsa de almuerzo sobre la
mesa. Era del tamaño de una nevera de sodas.
—Vaya, vaya, señorita Cícero. Devuelta a embellecer nuestros sagrados
salones —dijo la Señora. Gurgevich.
¿Era un estertor de fumador lo que oí?
—No le rompas las pelotas, Lana —dijo Floyd, dándole un codazo a la señora
Gurgevich en el brazo.
¿Lana? ¿La señora Gurgevich tenía un nombre de pila? Y uno muy sexy.
—Hola, señora Gurgevich —dije débilmente—. Me alegro de verla de nuevo.
Me dio un guiño enérgico y sin tonterías. Floyd golpeó el asiento a su lado.
—Vamos, Cicero. Quítate un peso de encima.
Me senté y abrí mi bolsa de almuerzo, finalmente me di cuenta que había otros
profesores en la sala. Dos de ellos estaban debatiendo en voz alta una estrategia de
Fortnite junto al refrigerador. Había una mesa redonda con tres mujeres que
masticaban en silencio y se desplazaban por sus teléfonos. Una por una, gritaban
presentaciones, nombres y posiciones. Y retuve cero de ellas. Iba a necesitar un
anuario o algo así si se esperaba que recordara los nombres de los chicos y de los
maestros.
—¡Bueno, hola a todos! ¿Cómo va su primer día?
Mi corazón palpitaba con un frenético SOS cuando una rubia bajita y curvilínea
entró con tacones de diez centímetros.
Amie Jo Armburger.
Parecía como si el tiempo la hubiera congelado en los años 90. Que, en
Culpepper, había sido el equivalente a finales de los ochenta. No nos enterábamos
de las tendencias hasta una década después que las cosas se volvían populares. Su
cabello era grande, su maquillaje era denso y estaba vestida como la Barbie de oficina
de mi infancia con una falda lápiz rosa y una chaqueta de traje.
—¿Marley Cicero? —Los labios con brillo de frambuesa de Amie Jo se
separaron en una O perfecta—. Bueno, bendito sea tu corazón. Escuché que volviste
a vivir con tus padres después que te despidieron y te dejaron. Pobrecita. —Bateó
sus pestañas de cincuenta centímetros y fingió estar preocupada.
Todo el salón se calló y pusieron su concentración en esto. Todos los ojos
estaban fijos en mí.
Era bueno saber que era consistente. Todavía un ser humano de mierda que
quiere sentirse mejor menospreciando a todos los demás en su camino. Era un
territorio familiar para mí, y ya no me asustaba.
—¿Ally Jo? ¿Eres tú? —Fue malo. Sabía que era malo. Pero realmente era un
ser humano horrible.
—Amie —corrigió—. Pero no esperaría que recordaras eso. Estábamos en
multitudes tan diferentes en la secundaria.
Nuestra clase de graduados tenía 102 estudiantes. El noventa y seis por ciento
de nosotros se conocía desde el preescolar.
—¿En serio? —habló Floyd—. Escuché que ustedes dos tienen una gran
historia. ¿No salió con tu esposo y lo dejó?
Hubo unas cuantas risas en la mesa de los celulares.
—Es bueno verte de nuevo, Amie —interrumpí, dejando caer intencionalmente
el Jo—. ¿Qué enseñas?
Entró en la habitación en una nube de perfume sofocante y dejó caer su caja de
bento sobre la mesa frente a Floyd. Mi mirada se fijó en el diamante del tamaño de
una charola de cafetería que llevaba en la mano. Me pregunté si su bíceps izquierdo
era significativamente más grande que el derecho con todo el peso que tenía que
cargas.
—Solo el tema más importante que ofrecemos: economía doméstica y
habilidades para la vida.
La señora Gurgevich resopló y arrastró metió una bolita de queso por su charco
de mermelada de frambuesa.
—¿Oh? —Cuando tomé Economía Doméstica, aprendí a quemar brownies y a
balancear una chequera.
--Tendré que decirle a mi esposo, Travis Hostetter, presidente de Hostetter
Cadillac and Trucks, que me encontré contigo hoy. Por qué justo ayer, estábamos
hablando de ti. Travis dijo Amie Jo, ¿cómo se llamaba la chica con la que salí antes
de enamorarme de ti? .
Tenía la teoría de que los narcisistas tenían un deseo abrumador de escuchar
sus propios nombres y tendían a usarlo ellos mismos en la conversación. Hasta
ahora, Amie Jo estaba probando mi hipótesis.
Le di a Floyd una mirada que claramente preguntaba qué diablos le pasaba a
la otra sala de profesores. Pero estaba demasiado ocupado metiendo su segundo
sándwich de mortadela en su barba.
—¿Todo el mundo está sobreviviendo?
Aparté la mirada de la obra maestra de laca de Amie Jo para ver a Jake de pie
en la puerta, con un curioso triángulo de papel de aluminio en la mano.
—Hola, Jake —dijeron todos.
Su mirada se dirigió hacia mí, y vi que sus labios apretarse.
—¿Qué tal el primer día, Mars?
—Hola, Jake —ronroneó Amie Jo con un aleteo de esas pestañas de araña—.
Te ves bien y bronceado. Nuestra piscina sigue abierta si alguna vez quieres ir a
darte un chapuzón.
Vaya, vaya. Parecía que Amie Jo seguía aferrada a un pequeño enamoramiento
de la escuela secundaria a pesar de estar casada con Travis Hostetter, presidente de
Hostetter Cadillac and Trucks.
—Gracias. —Jake se sentó al pie de la mesa a mi lado y desenvolvió dos
rebanadas de pizza bien apiladas. Amie Jo hizo un puchero.
Floyd cantó algo en voz baja que sonaba como reina malvada .
—¿Qué tal el primer día? —me preguntó Jake de nuevo, con la voz más baja.
Me encogí de hombros y finalmente desenvolví el sándwich que mi madre me
había hecho. Pan blanco, crema de malvavisco y mantequilla de maní. Necesitaba
hacerme cargo de la cocina de mis padres. Sus habilidades culinarias se habían
congelado en algún momento a mediados de los ochenta.
—Bien, hasta ahora.
—¿No hay alborotadores? —insistió. Los ojos azul pálido de Amie Jo
quemaron mi carne.
Sacudiendo mi cabeza, respondí:
—Nop.
Saqué una caja de galletas de animales y otra de uvas pasas de la bolsa. Era el
desayuno de los campeones de la secundaria sin preocupaciones por la diabetes y la
grasa en el abdomen.
Una nota adhesiva amarilla salió entre todo.

Que tengas el mejor primer día en la historia de los primeros días. Te quiero.
Con amor, mamá

Las cejas de Jake se alzaron con diversión. Avergonzada y conmovida, metí la


nota en el bolsillo de mi pantalón.
Nuestros pies estaban a centímetros de distancia bajo la mesa. Mis zapatos
cerca de sus cómodos mocasines.
—Gurgevich, ¿vienes al póquer esta semana? —preguntó Jake.
Pestañeé.
La señora Gurgevich se movió en su asiento.
—Puedes quedarte con tu dinero esta semana. Tengo entradas para ese
espectáculo de arte acrobático nudista que están montando en Lancaster.
—Bien. ¿Te llevas la Harley? —preguntó Jake.
Había entrado en un universo paralelo. Uno en el que la señora Gurgevich
montaba una Harley e iba a espectáculos burlescos.
Comía en silencio y escuchaba las conversaciones a mi alrededor.
Desconectada, fuera de lugar, pero no incómoda. Era como siempre me sentía en las
nuevas situaciones de trabajo. Pero al menos sabía que esta situación era sólo
temporal.
—Advertencia de cinco minutos —anunció uno de los maestros, y todos se
quejaron.
—Será mejor que nos vayamos, Cicero. Es un largo camino de vuelta —dijo
Floyd, empacando su despensa de comida.
—Fue un placer conocerlos a todos —dije. Jake me guiñó un ojo.
—Uf. Pensé que Amie Jo iba a hablarnos de Milton —dijo Floyd cuando
estábamos en el pasillo—. Rara vez come en este comedor.
—Marley, ¿tienes un minuto?
La cara de Floyd quedó sin color.
—Mierda. Alerta de reina malvada.
Amie Jo salió tambaleándose de la sala de estar en sus talones. En serio, ¿cómo
enseñaba con esos? Mis pies habrían sangrado para el segundo período.
—Sé que eres nueva aquí, pero creo que debes entender que mis hijos son
ángeles. Son chicos guapos, atléticos y populares, y nunca hay razón para
disciplinarlos.
—Estaba siendo un imbécil, Amie Jo —intervino Floyd.
Levantó una mano con manicura.
—Cierra la boca, Floyd. Nunca. Hay. Razón. —Me tocó con su garra rosa de
Barbie Corvette para enfatizar cada palabra—. ¿Lo tienes?
Estaba trabajando en una respuesta entre quítame tus extrañas manos de
pájaro de encima y tu hijo es un imbécil engreído que cree que no debe tratar bien
a la gente cuando sonó la campana.
El pasillo se inundó instantáneamente de cuerpos y olor corporal. Podía oír el
repique de los tacones de aguja de Amie Jo sobre el suelo de baldosas industriales
mientras volvía a cualquier anillo del infierno que ocupara.
ervicio de almuerzo y de estacionamiento? —me preguntó
Floyd cuándo me dirigí hacia el estacionamiento de
estudiantes—. Alguien se sacó la lotería este semestre.
Haciendo una mueca, golpeé la puerta de salida con
mi cadera mientras le disparaba con los dedos en forma de pistola.
—Suertuda es mi segundo nombre. —El calor de finales de agosto me dejó sin
aliento cuando bajé al asfalto. Podría hornear una pizza congelada en esta losa del
estacionamiento.
La tarea del estacionamiento, como se me había descrito sin regocijo, implicaba
asegurarse que los estudiantes no encendieran sus cigarrillos ni se atropellaran entre
sí en los terrenos de la escuela. Aparentemente había algo sobre el seguro de
responsabilidad civil. Debía reportarme en la cima de la colina del campo de práctica
con vistas al estacionamiento de los estudiantes y gritar frases disciplinarias si era
necesario.
Había una linda y pequeña profesora asiática con una falda y camiseta floreada
que ya estaba esperando en la cima de la colina. Resoplé y resollé hasta llegar a ella.
—Hola —dije, resoplando un poco.
—Tú debes ser Marley —dijo ella, tendiéndome una mano—. Soy Haruko
Smith. Profesora de francés.
Me estremecí e intenté recuperar el aliento.
—Encantada de conocerte.
—Y sí, es irónico que sea una japonesa-americana enseñando francés. —Se pasó
su pelo corto detrás de las dos orejas—. Ahora que eso está arreglado, ¿cómo se
sintió disciplinar a ese idiota de Hostetter?
Me reí.
—¿Realmente nadie le dice nada? —pregunté.
—Él y su hermano, Ascher.
—¿Ascher?
Haruko suspiró.
—Sí. Nombrado así por el corte de diamantes favorito de Amie Jo. Eres la
heroína no reconocida del día. Todos le tenemos miedo, pero tuviste las agallas de
decirle a ese imbécil aspirante a surfista dónde meterse sus tonterías.
—Técnicamente solo le hice correr vueltas. —No necesitaba una historia
exagerada de mi desafío a Amie Jo explotándome en la cara.
—Aun así —dijo Haruko—. Eso es más que la mayoría. Se rumorea que
también la pusiste en su lugar en la secundaria.
Una bocina sonora en el estacionamiento captó nuestra atención y me salvó de
tener que responder.
—¡Blaire Elizabeth! ¡Aléjate de ese Camaro! —gritó una mujer desde la ventana
abierta de su minivan.
Una chica con pantalones de mezclilla y una camiseta de Katy Perry se alejó de
un chico muy mayor que se apoyaba en un Camaro oxidado, el vehículo tenía una
variedad de colores que incluían el rojo y el naranja.
—¡Mamá! ¡Me estás avergonzando!
—¡La vergüenza es mejor que el embarazo adolescente! ¡Confía en mí! —Había
algo vagamente familiar en esa voz. Un acento de Pennsylvania envuelto en una
educación cara.
Me asomé por la colina tratando de ver a través del resplandor del parabrisas.
La bocina sonó de nuevo cuando la chica entró por la puerta del pasajero.
—¿Marley Cicero? ¿Eres tú? —La conductora estaba colgando de su ventana
abierta y me saludaba.
—¿Santa mierda, Vicky?
Corrí colina abajo. Vicky Kerblanski; ahora Rothermel, mi mejor amiga a lo
largo de los doce años de escuela de Culpepper, salió de la camioneta, con los brazos
abiertos.
Llevaba pantalones de pijama, una camiseta sin mangas y una gorra de béisbol
sobre su pelo rojo bombero.
—¡No puedo creer que estés aquí! —dijo, dándome un violento abrazo. Vicky
siempre había sido inconsciente de la fuerza de la parte superior de su cuerpo—.
Mariah dijo que te vio donde venden los granizados, y ahora aquí estás. Por cierto,
estás preciosa. Obviamente no has arruinado tu cuerpo dando a luz a tres niños
desagradecidos.
—¡Mamá! ¿Nos vamos? —le exigió la adolescente gruñona de la camioneta.
—Cállate y cómete tu merienda —dijo Vicky alegremente—. Tenemos que
ponernos al día.
—Sí. Por favor. —De repente estaba desesperada por una amiga. Mmm, una
amiga que había jugado al fútbol conmigo—. Oye, ¿qué vas a hacer en media hora?
—Gritarle a estos payasos probablemente —dijo, disparando su pulgar a la
camioneta detrás de ella—. ¿Por qué?
—Necesito una asistente de entrenador…
—Sí. Oh jodido Dios, sí —dijo Vicky, tomándome por los hombros y
sacudiéndome—. Me despidieron del hospital hace dos meses, y si no salgo de mi
casa para hacer algo más que vender crema antiarrugas de mierda a todos mis
amigos más cercanos , moriré.
—¿Hablas en serio? Me vendría muy bien la ayuda. Como medidas
desesperadas.
—Déjame llevar estos ingratos tejones de vuelta a casa, se los dejaré a Rich, y
te veré aquí.
Uno de los ingratos tejones era un niño pequeño de aspecto pegajoso que me
agitaba un dinosaurio de plástico. Lo saludé y eructó.
—Gracias, Vicky. No tienes ni idea de lo agradecida que estoy.
Vicky se frotó las palmas de las manos.
—Esto va a ser increíble —predijo. Me agarró una vez más, me dio un beso en
la mejilla y volvió a la camioneta—. ¡Paz y amor, niña exploradora!
Aceleró el motor y se fue, con los neumáticos chillando.
Sacudí la cabeza y empecé a subir la colina. Vicky había sido la compañera
ridícula de mi aburrido yo. Ella traía diversión y aventura a todo lo que hacíamos.
Aunque solo fuera sentarnos juntas en clase. La había extrañado y ni siquiera me
había dado cuenta. A juzgar por la furgoneta llena de niños, tenía toda una vida de
la que yo ni siquiera era consciente.
—¿Me he perdido algo? —le pregunté a Haruko.
—Eh, solo una pelea de cuchillos y una furgoneta del FBI pasando. ¡Lo veo,
señor Aucker! No hay necesidad de que se quite la camisa solo para conducir a casa
—le gritó a un chico escuálido con gorra de camionero—. Son básicamente animales,
¿sabes? Sin nosotros, no se ducharían y andarían por ahí desnudos lamiendo cosas.
Somos unas malditas heroínas.
El estacionamiento se vació lentamente, y Haruko y yo fuimos por caminos
separados. Ella a su clase para tomar tejido de punto de cruz y su Kindle para ir a
casa, yo al vestuario para cambiarme para la práctica.
La escuela había terminado, pero con los deportes de otoño, había muchos
estudiantes merodeando en el gimnasio y alrededor de él. No tenía la energía para
gritarles que no se acercaran a las cuerdas de escalar, así que me agaché en el pasillo.
Y corrí hacia una pared de músculo masculino.
—Nos encontramos de nuevo —dijo Jake.
Sus manos eran como tenazas calientes y sexys en mis bíceps. ¿Qué era lo que
tenía este tipo? Quería mirarlo, seguirlo, diseccionar su atractivo. Si lo entendía,
podría evitarlo.
—Al menos no estoy vomitando esta vez —dije.
Sus labios se torcieron, y sus ojos se entrecerraron. Maldita sea. Ojos
entrecerrados. Añade eso a la lista de cosas que me excitan.
—Pareces estar aguantando.
—Pasé la pretemporada, mi primer día de clases, y acabo de contratar una
asistente. Puede que sobreviva este semestre.
—Ese es el espíritu. —Sus dedos me apretaron los brazos una vez antes de
dejarme ir. Mi carne crepitó por sus huellas—. Oye, si necesitas algún consejo de
enseñanza o entrenamiento, soy tu hombre.
Estoy bastante segura que me mojé los labios en esa estúpida forma de estoy
fantaseando con lamer cada centímetro de tu cuerpo porque sus ojos se estrecharon
un poco y se mordió el labio inferior. Entonces estaba guiñando el ojo y alejándose.
Mi cara estaba en llamas cuando entré en el caos del vestuario. Había chicas
por todas partes en varios estados de desnudez. Desvié la mirada y me escondí en
mi oficina. También necesitaba cambiarme. Pero no iba a hacerlo delante de las
estudiantes. Ya había vomitado delante de ellas. No necesitaban ver mi sostén y ropa
interior mal combinados. Agarré mi bolsa de gimnasia y salí corriendo del vestuario
al baño más cercano. Luché por entrar en mi sostén deportivo, golpeando mi codo
contra la pared del baño y viendo estrellas. Vestida rápida y torpemente, me
apresuré a salir. Atravesé el gimnasio y me dirigí directamente al campo de
entrenamiento.
Nuestro primer juego se acercaba en dos días y no estábamos listos. No sabía
cómo prepararnos. Con suerte Vicky tendría una sugerencia o diez para ponernos
en marcha.
Tomé las escaleras de concreto hacia el campo de práctica con la esperanza que
fueran menos empinadas que la colina misma. No hubo tanta suerte. En la cima,
encontré a la mitad de mi equipo mirando hacia abajo a lo que parecía ser la mejor
parte del equipo de fútbol masculino.
—Este es nuestro horario de campo —anunció Angela.
Un hombre que llevaba shorts demasiado cortos y un silbato muy brillante se
inclinó hacia su cara.
—Qué pena, cariño. Están resembrando nuestro campo, y necesitamos
practicar. Así que puedes tomar tu SPM y salir de mi campo.
Angela parecía estar a un segundo de darle una patada en las pelotas.
—Disculpe —dije, usando mi voz más autoritaria.
—Estás disculpada —dijo con desdén—. Vamos a empezar con pases de
cabeza, caballeros.
—No, no lo harás —dije, parándome frente a él.
—No, no lo harás —uno de los chicos imitó en un falsete. Era ese maldito chico
Milton.
—¿Te apetece dar más vueltas, Floppy? —pregunté.
La mandíbula de Ruby cayó, y Sophie S. parecía no poder decidir si iba a reír
o a llorar.
—No tienes ninguna autoridad sobre mis jugadores —anunció Pantalones
Cortos, acercando su dedo peludo a mi cara.
—Oooh. —Me estremecí—. En realidad sí. Soy una profesora, y esto es
propiedad de la escuela, así que… —No estaba segura si mi autoridad se trasladaba
a las horas extraescolares. Pero este imbécil estaba tratando de robar mi campo.
—Pu-ra. Mier-da —enunció.
—¿Es eso lo que olí? —pregunté dulcemente—. No vas a tomar nuestro campo.
—¿Por qué no le preguntamos a un administrador? ¿De qué lado crees que se
pondrán? ¿Una entrenadora temporal sin experiencia y sus chicas perdedoras o los
campeones distritales del año pasado?
Milton se movió para ponerse al lado de su entrenador.
—¿Por qué no van ustedes, señoritas, a dar un paseo con el equipo de
animadoras? —sugirió.
Sophie S. se lanzó en picada hacia su cara, pero Ruby la atrapó y la tiró hacia
atrás. Milton les dio a ambas un meneo con el dedo meñique.
—Vayan a caminar, señoritas —espetó Pantalones Cortos.
—¿Hay algún problema aquí? —Vicky, en su gloria atlética, marchó a través
del campo.
—¿Qué tal esto? Desafío de entrenadores. Carrera de medio campo. El equipo
del ganador se lleva el campo —dijo Pantalones Cortos, chasqueando los dedos.
Vicky se acercó a mí.
—Escucha, espero que seas rápida porque la última vez que corrí, fue tras un
camión de helados, y me oriné un poco.
o puedo creer que ni siquiera lo intentaste —se quejó Morgan
E.
Todo nuestro equipo estaba a mitad del camino de la
vergüenza calle arriba para tomar un campo de la escuela
primaria, después de haber perdido nuestro campo con el equipo de chicos.
—Me has visto correr. Tengo ese problema de vómitos.
—Al menos deberías haberlo intentado —agregó Angela.
—Perder con Pantalones Cortos no nos habría hecho ningún bien —insistí.
Gracias a Dios que Lisabeth no se había presentado a practicar hoy. Solo podía
imaginar la maldad que habría provocado mi renuncia.
—Vamos, señoritas —espetó Vicky, reuniendo a las rezagadas como si hubiera
sido entrenadora toda su vida.
Miré por encima del hombro hacia donde Ruby y Sophie S. caminaban en un
hosco silencio una al lado de la otra.
—Bueno. Tengo que preguntar ¿Qué vieron ustedes dos en ese idiota de pelo
feo?
Se miraron la una a la otra y se alejaron rápidamente.
—Vamos. Necesito saber.
Los tacos de las chicas hicieron un ruido de chasquido en el asfalto.
—Era lindo —dijo Ruby finalmente.
—Tenía una piscina —agregó Sophie.
—No se conformen con chicos lindos con piscinas cuando no las tratan con
respeto —les dije, señalando con el dedo índice.
—Amén, hermana —dijo Vicky.
—Tienes como cincuenta y estás soltera —me recordó Angela la idiota.
—Tengo treinta y ocho años y no estoy en una relación con un muñeco
irrespetuoso —respondí.
—Suenas como una consejera. Es mejor ser feliz sola que miserable con
alguien —imitó una de las chicas.
—¿Crees que te estamos engañando? —le pregunté.
Su expresión duh se tradujo perfectamente.
—Señoritas, no estamos tratando de evitar que se diviertan —insistió Vicky
mientras nos metíamos en el patio de la escuela primaria—. Estamos tratando de
salvarles años de agonía.
—Hemos estado en sus zapatos —añadí.
—Sí, claro —se quejó una de las Morgan—. Solo están tratando de mantenernos
célibes.
Está bien, íbamos de puntillas a territorio peligroso. No pensé que los padres
de las niñas apreciarían que hablara con sus hijas adolescentes sobre el sexo.
—No estoy hablando de sexo —dije evasivamente—. Estoy hablando de un
panorama más grande. No pierdan su tiempo en relaciones que carecen de respeto.
—¿Es por eso que estás soltera? —dijo una de las jugadoras.
Mi mente puso en marcha un carrete de relaciones en blanco y negro que
culminó cuando Javier me dijo que mi falta de pasión había agotado la poca química
que teníamos. Y luego le dije que no lo encontraba lo suficientemente interesante
como para que me apasionara. Después que terminamos de dispararnos el uno al
otro y decidimos dejarlo amigablemente, sentí un rápido alivio.
Desafortunadamente, se había evaporado doce horas más tarde cuando perdí mi
trabajo en la compañía que había empezado y se había hundido tan rápido como se
había lanzado. La compañía en la que había invertido cada centavo de mis ahorros.
—Estoy soltera porque todavía no he conocido al chico correcto —dije con
rigidez.
—Tal vez deberías practicar con algunos de los equivocados —sugirió Ruby.
—No estamos hablando de mí aquí —discutí.
—¿Y el señor Weston? Te cargó totalmente, y te gritó —dijo Phoebe—. Mi papá
grita todo el tiempo. Así es como muestra que le importa.
—No hay nada entre el señor Weston y yo —insistí, tirando la bolsa de pelotas
en la hierba. Incluso si era espectacularmente guapo e interesante y divertido. Estuve
allí. Besé eso. Compré la camiseta—. Practiquemos un regate controlado alrededor
de estos animales de circo.
—¿No besaste a Jake en el último año? —reflexionó Vicky en voz alta.
Tomé una pelota y se la lancé.
—¿Qué? —chillaron las chicas juntas.
—¿Usted y el señor Weston?
—De ninguna manera.
—¿Eras más bonita en la escuela secundaria?
Odiaba a las adolescentes.
—De ninguna manera.
—Dos filas —grité—. Cuando lleguen a un animal de circo, esquiven. Veamos
algunos pases.
Perezosamente se movieron a dos filas descuidadas, haciendo ruidos de besos.
—¡Vamos!
Mientras mi equipo jugaba y corría alrededor del equipo del patio de juegos,
sentí que me hundía un poco más en la miseria que había estado manteniendo a
raya.
—¿Realmente me veo como si mis años de juventud estuvieran detrás de mí?
—le pregunté a Vicky.
—Oh, cariño. —Metió un mechón de cabello lacio detrás de mi oreja—. Sí. Pero
eso no significa que lo estén.

Nos adaptamos a nuestras desafortunadas circunstancias y practicamos tiros


de esquina tratando de arquear la pelota sobre el tubo. Para el concurso de
cabezazos, emparejamos a las chicas a ambos lados de los pasamanos.
—¡Pásalas por encima de los barrotes, no debajo, Leslie! Mantente alerta. ¡No
interceptes las pelotas con la frente con los talones en el suelo!
Estaba empezando a sonar como mi padre.
—Ugh. Esto apesta —dijo Ruby, arrancando la pelota del aire y golpeándola
en dirección al campo de balompié.
—Mira, aprecio tu frustración. No me gustaría nada más que volver allí y…
—¿Vomitar los zapatos del entrenador Vince?
—Ja. Ja. Divertidísimo.
Vicky se metió en la conversación.
—Ustedes chicas pueden no saber esto, pero la entrenadora Marley era
bastante bromista en la escuela secundaria. Una vez convenció a toda nuestra clase
de trigonometría de hablar solo en frases de La princesa prometida.
Mis labios se arquearon. Sí, ese fue un buen momento.
—Oh, ¿y qué tal de la vez en que sacaste las llaves del auto del entrenador
Norman de su bolso y escondiste su camioneta en el estacionamiento de la tienda de
adultos?
—Sí, sí. Era una verdadera rebelde. Al menos pretendamos que estamos
interesadas en el fútbol.
—¿Robaste un auto y besaste al señor Weston? —exigió Angela. Llevaba el pelo
oscuro en dos moños en la parte superior de la cabeza. Parecían cuernos.
—Qué ruda —dijo Natalee.
—Si tan solo hubiera algo que pudiéramos hacer para vengarnos del
entrenador Vince y del equipo de chicos —reflexionó Vicky.
La miré sospechosamente.
—¡Una broma! —dijo una estudiante de segundo año con aparatos
ortopédicos, saltando arriba y abajo.
—¡Sí!
Vicky meneó las cejas.
—¿Qué dice, entrenadora?
—¿No se supone que eres una adulta, una madre, un miembro respetado de la
sociedad? —pregunté.
—Vamos, entrenadora. Será como un ejercicio de trabajo en equipo —rogó
Morgan W.
—Chicas, podría perder mi trabajo y ustedes podrían ser suspendidas.
—No si no nos atrapan —anunció Vicky.
—¿Estás bromeando ahora, Vic?
—Dime que no tienes al menos tres ideas flotando en ese cerebro tortuoso tuyo
—insistió. De hecho, tenía cuatro conceptos en los que podría trabajar—. Tomaron
nuestro campo. Nos humillaron. ¡Te obligaron a retroceder con vergüenza!
—Te estás tomando esto muy en serio para haberte unido al equipo hace solo
una hora.
—Estamos en el patio de una escuela primaria porque un montón de bufones
sin grasa corporal nos expulsaron de nuestro territorio —me recordó Vicky.
—¡Vamos, entrenadora!
—¡Sí, por favor!
—Necesitamos esto.
—Tomaron nuestro campo.
Gruñí y pasé un dedo sobre el puente de mi nariz.
—Conozco esa mirada —cantó Vicky.
—Me niego a dignificar eso con una respuesta. —Tuve una gran idea, y estaba
bastante segura que iba a seguir adelante con ella. Pero no necesitaba que arrestaran
o suspendieran a mi equipo después que me despidieran.
Un gruñido colectivo de desilusión surgió.
—No estamos tomando represalias. Ahora, no me tienten a hacerlas correr —
les advertí.
—Las viejas solteras son muy malas —se quejó una de las chicas.
ué demonios están haciendo aquí vestidas como
malditas ninjas? —Estaba parada en el jardín central
en el campo de fútbol de la escuela secundaria a las
nueve de la noche enfrentando a casi todo el equipo
titular (Lisabeth Hooper había desaparecido, gracias a Dios) y Vicky. Todas las
cuales estaban vestidas de negro de pies a cabeza.
Estaba oscuro excepto por las aplicaciones de linterna en nuestros teléfonos.
—Cuando tú y la entrenadora Vicky susurran, no lo hacen tan bajo como creen
que lo hacen —anunció Phoebe.
—¿Dónde piensan sus padres que están todas? —pregunté.
—Mis padres piensan que estoy estudiando en la biblioteca con Morgan G.,
Morgan W., Sophie S. y Leslie —dijo Angela.
—Los míos creen que estoy en una reunión del equipo con Ruby —dijo
Natalee.
—Mis padres se están divorciando. Realmente no les importa dónde estoy
mientras no vuelva a casa embarazada o con tatuajes —dijo Chelsea.
Suspiré profundamente.
—Muy bien, señoritas —dijo Vicky, hurgando en lo que parecía una bolsa
pañalera—. Ya que están aquí, repasemos el plan.
Esta era posiblemente la peor decisión que tomé como adulta. Involucrar a
estudiantes de secundaria en vandalismo. Era una maravilla que no hubiera sido
despedida.
—Bien —dije—. Pero si me arrestan, todas ustedes aparecieron aquí para
detenerme, no para participar.
Asintieron solemnemente.
—Entonces, lo que estamos haciendo es insertar estas bolsas de tinte en el
cabezal de cada aspersor —dijo Vicky, sacando una pequeña bolsa de plástico—. No
perforen las bolsas hasta que las haya instalado en los rociadores.
—Intenten no teñirse. No es permanente, pero no queremos que nada nos
vincule a esto —insistí mientras las chicas recogían las bolsas.
Las vi trotar en la oscuridad, riendo.
Vicky me sonrió y levantó dos paquetes rojos.
—¿Preparada para divertirte?
Abordamos el rociador más cercano, desenroscando la tapa, insertando la
bolsa y haciendo un agujero en la parte superior de la bolsa.
—¿Deberíamos usar guantes? ¿Sabes, huellas digitales? —preguntó Vicky,
moviendo los dedos.
—No, a menos que el presupuesto del departamento del sheriff se
cuadruplicara desde que estuvimos en la escuela secundaria —dije secamente.
Pasamos al siguiente aspersor y repetimos el proceso.
—Vamos. —Vicky me dio un codazo—. Estás disfrutando esto. No tienes que
actuar como el payaso triste.
—Payaso triste es mi nueva persona —insistí.
Vicky puso su mano sobre mi brazo.
—Cariño, todos pasamos por períodos de mierda. Soy madre de tres. Rich y yo
no hemos tenido relaciones sexuales en cuatro meses. Estoy tan atrasada con los
platos que ya renuncié y ahora solo comemos de productos de papel.
Dejé caer mi trasero al suelo mientras ella volvía a atornillar la cabeza del
aspersor.
—Perdí mi trabajo cuando se cerró una nueva compañía en que trabajé,
llevándose todos los ahorros que invertí con ella. Ese fue el día después que Javier
me dijo gentilmente que no era lo suficientemente apasionada para él y que quería
algo más que una relación tibia. Mientras tanto, Zinnia acaba de ser nombrada entre
los 40 menores de 40 años en la lista anual de Personas Altruistas. Su hija más joven
es un prodigio del violín. Y su esposo operó al Presidente de la Cámara el mes
pasado.
—Realmente quiero odiar a tu hermana —dijo Vicky, dejándose caer a mi lado.
—Lo sé. Pero no podemos porque ella es tan…
—Buena. —Me dio unas palmaditas en la espalda—. Mira esto como un nuevo
comienzo.
—¿De verdad? Porque esto parece más de lo mismo. Otro lugar al que no
pertenezco. Otro trabajo en el que no soy buena.
—Eh, me doy cuenta que esto es contrario al ejemplo establecido por tu
hermana robot de la perfección, pero la mayoría de las personas tienen que trabajar
muy duro para ser buenos en algo. Hay mucho trabajo detrás de escena antes de que
alguien sea bueno en algo.
Apreté mi cola de caballo y me pasé una mano por la nariz.
—Para cuando mejore aún un poco en esto, el semestre habrá terminado y será
hora de seguir adelante.
—Hay mucho tiempo entre ahora y diciembre. ¿No crees que sería bueno para
ti dejar un trabajo en buenos términos? ¿Tal vez con algunas referencias brillantes?
¿Qué pasa si descubres que te gusta la educación o ser entrenadora? ¿Qué pasa si
este es el comienzo de algo en lugar del final?
La miré sobre el brillo de mi teléfono celular.
—¿Cuándo te volviste tan buena en las conversaciones de ánimo?
—Cuando tuve una hija de trece años que me mira como si fuera el ser humano
más tonto de la faz del planeta. Tuve que intensificar mi juego de dar consejos.
Incluso si se ignora la mayor parte.
—¡Entrenadora! —Un grupo de chicas se apresuró, riendo—. Terminamos ese
lado del campo.
—Buen trabajo, señoritas. —Me levanté—. Terminen este lado, e iré a
programar el temporizador.
Gracias a un extenso artículo en Culpepper Courier del año pasado, supe
exactamente dónde estaba el controlador. Palmeé el bolsillo de mis pantalones
cortos, asegurándome que mi kit de herramientas todavía estaba allí.
Corrí alrededor de las gradas, la grava crujió bajo mis pies. El edificio del
campo era una gran torre de ladrillo azul construida en la parte trasera de las gradas
del equipo local. En la parte superior estaba la cabina del locutor. En la planta baja
había una sala de mantenimiento. Una sala de mantenimiento cerrada.
Y debajo de esas gradas estaba el lugar donde Jake Weston me besó hasta que
mis rodillas cedieron.
—¿Cómo va a entrar?
Me di la vuelta ante el susurro para ver al equipo reunido detrás de mí.
Suspiro.
—Olviden que vieron algo de esto —advertí, sacando el juego de herramientas
de mi bolsillo. Ya era bastante malo que las hubiera involucrado en el vandalismo.
Ahora eran testigos de mi entrada forzada.
—¿Qué es eso?
—¿Qué está haciendo ella?
Vicky explotó su chicle y sonrió.
—Shh.
Saqué la pequeña llave de tensión y saqué sus soportes y los inserté en la
cerradura.
—¿Puedo obtener un poco de luz por aquí?
Una inundación de linternas de teléfonos celulares iluminó mi camino. Hasta
aquí llegó lo de operaciones encubiertas. Podríamos aterrizar un avión aquí.
—¿Qué está haciendo?
—Ella está abriendo la cerradura.
—De ninguna manera. Solo las personas en las películas hacen eso.
—Déjala concentrarse.
—Cinco dólares dicen que no puede abrirla.
Sentí que el último alfiler cedía y giré la perilla.
—Ja. Adentro.
Su júbilo fue silencioso, pero entusiasta.
Me agaché dentro. Era una habitación grande con paredes de bloques y piso
de tierra. Había una colección de implementos de jardinería y botes de basura de
tamaño industrial en la pared del fondo. Y allí, conectado al bloque al lado del
interruptor de la luz, estaba nuestro pequeño controlador del sistema de riego.
La práctica de los chicos comenzaba a las 3:30 p.m. de mañana. Ya estaríamos
en el autobús para nuestro primer partido fuera, lejos de los dedos acusadores. Era
diabólico, si yo misma lo decía. Ingresé los cambios requeridos, lo verifiqué dos y
tres veces, luego cerré y salí antes de cerrar la puerta detrás de mí.
—¿Y bien? —susurró una de las chicas.
Les di un pulgar hacia arriba.
—No, no, no. Esto es más genial que un pulgar hacia arriba —insistió Sophie
S. Hizo una forma de corazón con sus dedos, sosteniéndolos sobre su pecho. Una
por una, las otras chicas hicieron lo mismo. Un saludo silencioso en forma de
corazón. Maldición si no me sentía un poco llorosa.
—¡Mierda! ¿Qué es eso? —siseó Vicky. Señaló en la dirección de una sola luz
que se balanceaba en la oscuridad. Meneándose en nuestra dirección en la oscuridad.
—Mierda. Bien, todas vayan a la cerca al final del campo. ¡En silencio! ¡Vayan!
Despegaron, una masa turbulenta de adrenalina y un buen miedo adolescente
a la antigua.
—¡Vicky! Vete —dije, echándola con las manos.
—De ninguna manera. ¿Y si es un asesino? ¡No te dejaré aquí para ser
asesinada! ¿Qué tipo de amiga y entrenadora asistente sería?
La respuesta a eso tendría que debatirse más tarde porque la luz que rebotaba
se estaba acercando y estaba unida a una forma musculosa y de rápido movimiento.
—Tienes que estar bromeando. —Suspiré.
—¿Qué? —preguntó Vicky, golpeándome mientras intentaba empujarla hacia
las sombras de las gradas.
—¿Tomando un paseo por la sala de mantenimiento, señoritas?
El jodido Jake Weston se detuvo frente a mí. Estaba sudando, sin camisa y
sonriendo. Una combinación que encontré peligrosamente atractiva.
—¿Qué haces aquí? —pregunté, cruzando los brazos sobre mi pecho—. Estoy
empezando a pensar que me estás siguiendo.
—Despejando la cabeza con una carrera nocturna —dijo como si fuera la cosa
más natural del mundo.
—Ja. Nosotras también —dije.
—Sí. Nosotras también —dijo Vicky, imitando mi postura. Nos miró con
diversión y sospecha.
Escuché el tintineo de la cadena de metal y una risita distante.
—Ajá —dijo Jake—. Claro.
Mierda.
—De acuerdo, Weston. ¿Qué se necesitará para que olvides que nos viste aquí?
—preguntó Vicky.
Con las manos en las caderas, estudió sus pies por un momento. Seguía usando
esos zapatos tontos.
—¿Todavía haces esas galletas de caramelo salado? —le preguntó a Vicky.
—Claro que sí, las hago. Las hago muy buenas. —Al parecer, Vicky se tomaba
sus habilidades para hornear muy en serio.
—Dos docenas de esos bebés y, si no cometiste un delito grave, tu secreto
probablemente esté a salvo conmigo.
—Trato —dijo Vicky.
Escuchamos otra risita en la oscuridad. Tosí ruidosamente para cubrirla y miré
a todos lados menos al sudoroso torso de Jake.
—Supongo que nos vamos —dijo Vicky lentamente.
—Sí. Supongo que nos vamos.
—Terminaré mi vuelta por el campo —dijo Jake.
—¡No! Quiero decir, ¿deberías acompañarnos a nuestro auto? —Salió como
una pregunta—. Quiero decir, ya que es de noche y oscuro. —Esas cosas significaban
lo mismo.
—Son ambas cosas —acordó, claramente divirtiéndose.
—Uf. Solo vamos —dije, girando su cuerpo sudoroso y empujándolo en
dirección a la entrada del campo.
—Tienes unas manos muy inquietas allí, Mars.
—Qué gracioso. Muévete.
Nos acompañó a nuestros autos, y mientras Vicky escuchaba los cuatro
mensajes de voz que su familia le había dejado con una variedad de pequeñas
emergencias, Jake abrió la puerta de mi auto.
—Supongo que te comportarás de aquí en adelante —dijo, inclinándose hacia
mi espacio.
Levanté un par de dedos.
—Honor de exploradora.
—No creo que eso sea correcto —dijo, ajustando mis dedos en la formación
adecuada. ¡Zing! Mi sangre no solo se deslizaba por mis venas. Ahora estaba
hirviendo a fuego lento. ¿Alguna vez había sentido ese chisporroteo con Javier solo
por su mano tocando la mía? Sí, eso era un sólido no.
—Parece que tienes muchas cosas en esa cabeza tuya —observó.
—Nada fuera de lo común —le dije. Solo un caso leve de lujuria con un lado
de dudas, inseguridad y… esperanza.
Me rodeó y, por un segundo, pensé que iba a pasar su mano alrededor de mi
nuca y atraerme para besarme.
En cambio, tiró del extremo de mi cola de caballo.
—Nos vemos, Mars.
sted debe ser la señorita Cicero.
Salté en mi piel y sacudí mi bolsa del almuerzo. Estaba de
pie en el pasillo, debatiendo ser valiente para almorzar en la sala
de profesores o si debía esconderme en el vestuario y comerme
la ensalada sola en mi mazmorra. Si me ayudaba a evitar a Amie Jo, valdría la pena.
—Eh, sí, hola —dije, recuperándome ligeramente—. Marley.
—Soy Andrea. —Era de estatura media, complexión media, pelo rojo brillante
y una piel pálida muy bonita. Me sentía como si estuviera mirando a un personaje
de Disney—. Soy la consejera.
—Encantada de conocerte —dije, dándole un apretón de manos y
preguntándome si me habían pillado. ¿Alguien se había dado cuenta que había
manipulado el sistema de irrigación anoche? ¿Era realmente una consejera o era una
policía encubierta de Culpepper?
—He tenido la intención de encontrarme contigo, pero estar entre la escuela
primaria y aquí lo hace difícil —me dijo—. No querrás almorzar conmigo en mi
oficina, ¿verdad?
No me importaba si la mujer tenía trampas para osos en el suelo de su oficina.
Si me mantenía alejada de Amie Jo, felizmente perdería un pie.
—Me encantaría —dije.
Se iluminó, y miré a mi alrededor por los venados y los pájaros que deberían
haber acudido a ella.
—¡Genial! ¡Sígueme!
La oficina de Andrea era un espacio estrecho, pero acogedor, con dos sillones
frente a un escritorio que contenía una computadora antigua y un crisantemo en una
maceta pintada por un niño artista. Inmediatamente se ganó mi confianza al dejar
sus tacones en la puerta y deslizando sus pies en cómodas zapatillas.
—¿Tratas de conocer a todo el profesorado? —pregunté, desempacando mi
almuerzo, una ensalada Niçoise picada con vinagreta de limón. Después de los
palitos de pescado congelado del martes por la noche, les rogué a mis padres que
me dejaran encargarme de las compras y de la preparación de la comida.
Para la cena, comeríamos pechugas de pollo marinadas que se estaban
cocinando en la Crock-Pot que mamá nunca había usado y una nueva receta de
judías verdes que había encontrado cuando debería haber estado estudiando
ejercicios de fútbol.
—Sí —dijo, sacando un sándwich envuelto en papel aluminio de su bolsa de
almuerzo—. Y tu madre es una de mis buenas amigas.
Hice una pausa, mezclando el huevo duro y el atún con la lechuga. Olía una
trampa.
—Y mi mamá te pidió que hablaras conmigo —adiviné.
Andrea sonrió, y parpadeé cuando no estalló en una canción.
—Tal vez. Ha estado preocupada por ti durante bastante tiempo.
—¿Por qué iba a estarlo? ¿Porque aparecí en su puerta desempleada, soltera y
sin hogar? —Tomé un gran bocado de ensalada. Sabía amarga en mi lengua.
—En realidad, estaba preocupada antes de eso.
—¿Cuando tenía un trabajo remunerado y una relación monógama y estable?
—aclaré.
—Sentía que no eras feliz.
Suspiré. Esto era muy típico de mi madre todo-tiene-un-lado-bueno. No quería
tener conversaciones que pudieran molestar a alguien. Reclutaría a un extraño para
que lo hiciera.
—Estoy bien. Estaba bien entonces. Ahora estoy bien. Estaré bien al final del
semestre.
—¿Es eso lo que quieres de la vida? ¿Sentirte bien? —preguntó Andrea
inocentemente. Mordisqueó el borde de su sándwich y miró mi ensalada.
De repente me cansé de todas las cosas que nunca decía. Todas las cosas que
me decía a mí misma que dejara de sentir.
—¿Te ha hablado de mi hermana?
—¿Zinnia? Sí, por supuesto.
—¿Te imaginas lo que es crecer siendo promedio cuando tu hermana está
avanzando para ser la mejor en todo lo que hace mientras estás ocupada lidiando
con la pubertad y tratando de ser, en el mejor de los casos, promedio?
Tomé otro bocado de ensalada. Andrea miró el tenedor de camino a mi boca.
—¿Quieres un poco de esto? —pregunté.
—Normalmente, fingiría ser educada y diría que no. Pero llegué tarde esta
mañana y accidentalmente empaqué un sándwich de mayonesa y lechuga. Así que
sí, seré tu amiga de por vida si compartes esa deliciosa ensalada conmigo.
Tiró a la basura el empapado y triste desorden de sándwich, y le puse la mitad
de mi ensalada en el papel aluminio. Sacó un tenedor de plástico de su cajón de abajo
y comió.
—Bien, esto es delicioso. ¿Quién iba a decir que la ensalada podía saber bien?
—gimió.
—Es una receta muy simple.
—Voy a volver a esta cosa de la ensalada porque tengo una idea. Pero primero,
terminemos de pensar en tu hermana —dijo Andrea, cuidándose de poner atún,
huevo y aceituna negra en el tenedor.
—No es realmente nada. Mi hermana es buena en todo. Yo no.
—¿Y cómo te hace sentir eso?
—¿No lo sé? ¿Bien? No es que pueda odiarla por ser tan buena. También es
muy agradable.
—Sería más fácil si ella fuera un imbécil por ser tan buena —adivinó Andrea.
—Exactamente. Pero ella es toda humilde y me siento bendecida, ahora
hablemos de ti . Así que, en realidad, no hay nada. Yo soy yo. Ella es Zinnia.
—Te sientes como si no fueras tan buena porque tu hermana es una persona
extraordinaria.
—Y yo soy normal. Solo que ni siquiera puedo hacerlo bien. —Acredité la
inocente dulzura de la princesa hada de Andrea como la razón por la que le estaba
arrojando toda mi infancia de inseguridades—. He perdido todos los trabajos que
he tenido. Nunca he tenido sentimientos fuertes por ninguno de los chicos con los
que he salido. No puedo hacer lo que hacen los demás. Es como si me faltara una
parte importante de mi ADN o como si faltara un semestre entero de escuela en el
que enseñaron a todos a ser adultos.
Andrea se recostó en su silla y sonrió.
—Excelente trabajo.
—¿La ensalada?
—Sí, pero también en la inmersión profunda de donde te sientes en la vida.
Tengo una propuesta.
—Esto va a incluir ensaladas, ¿no?
—Propongo que nos reunamos para almorzar una vez a la semana. Tú
proporcionas la deliciosa comida, y yo proporciono terapia gratis. ¿Has hablado con
un terapeuta antes?
—¿Crees que necesito terapia? —Más bien mi madre pensó que necesitaba
terapia.
—Creo que todos podríamos usar a un tercero independiente para hablar, para
decir las cosas que no se pueden decir a las personas con intereses creados en tu vida
—dijo Andrea diplomáticamente—. Y me vendría bien algo de comida de verdad
para pasar la jornada laboral.
—¿Y si pienso que soy una causa perdida? —pregunté.
—No —dijo Andrea, terminando el último trozo de lechuga de su papel
aluminio—. Y yo tampoco.
—¿Qué dice mi madre sobre mi hermana?
Andrea sonrió.
—Oh, ella también está preocupada por Zinnia. Piensa que está demasiado
concentrada en el éxito y en la apariencia externa. Pero decidimos enfrentarnos a ti
primero.

Salí de la oficina de Andrea sintiéndome intranquila y casi me choqué contra


el pecho ancho de Jake. Lástima que hoy estaba cubierto por una sexy camisa.
Maldita sea. Tenía las mangas enrolladas hasta los codos. Eso me gustaba.
—Mucho tiempo sin verte, Mars —dijo Jake, moviendo una ceja.
¿Qué estaba esperando? ¿Una confesión de lo que casi me pilla haciendo
anoche?
—Eh. Sí. —Mis habilidades verbales me estaban fallando.
—Te extrañé en el almuerzo —dijo.
—¿Estás coqueteando conmigo? —pregunté.
—Si tienes que preguntar, entonces no estoy haciendo un buen trabajo.
Todo lo que salía de la boca de Jake sonaba como si fuera sugestivo y
amenazador. No es de extrañar que sus alumnas, y algunos de sus alumnos,
estuvieran constantemente excitados.
Si tuviera que sentarme en un aula y observarlo…
—¿Hola? ¿Estás ahí dentro? —Me golpeó en la frente.
Le quité la mano de un golpe.
—Eh, sí. Me preguntaba qué clase de profesor eres.
—Ahora tienes un período libre, ¿no? ¿Por qué no te pasas por ahí? ¿Observas
un poco?
Mmm. Tentador.
—Hoy tengo un partido fuera de casa. ¿Lo dejamos para otro día?
—Pronto entonces —dijo con un destello de un hoyuelo—. Te guardaré un
asiento.
abía olvidado lo mucho que odiaba los autobuses escolares. Los
asientos de vinilo olían a pedos, y la suspensión me hacía sentir como
si estuviera disfrutando de un crucero tranquilo en un tanque sobre
rocas del desierto. Mis órganos internos estaban magullados y sentía
náuseas. Pero al menos las chicas estaban de buen humor.
Vicky estaba profundamente dormida en el asiento frente a mí, con la boca
abierta, roncando con delicadeza.
Natalee, mi linda delantera coreana, se deslizó en el asiento detrás de mí.
—Bien, no queríamos perdernos toda la diversión, así que el primo de Leslie,
Brad, está en el estadio y va a grabarlo.
—Creí que no se lo íbamos a contar a nadie. —Miré alrededor del autobús antes
de recordar que Lisabeth había estado en la lista de ausentes hoy. Aparentemente,
tenía padres que sentían que en realidad no necesitaba asistir a la escuela.
—Brad no se lo dirá a nadie. Odia a Tyler en el equipo universitario porque
Tyler le dijo al señor Vandish que Brad estaba copiando de su prueba de
trigonometría cuando en realidad era Tyler quien se copiaba a Brad. —Natalee
estaba muy bien informada, y probablemente yo ya estaba despedida.
—Espero que al menos sea sutil al respecto —dije secamente, pero me acerqué
a ver el teléfono de Natalee. Eran las tres y veintinueve. Mis dedos bailaron en el
portapapeles que contenía la alineación del primer tiempo. Jugábamos contra
Huntersburg Bees. Un nombre cálido y difuso para un equipo que sistemáticamente
desmembraba a sus oponentes. Las Huntersburg Bees eran de una escuela privada
solo para niñas. Para llegar a ellas, era un viaje de cuarenta y cinco minutos a través
del país Amish. Pero los amish amantes de la paz no eran suficientes para atenuar a
las abejas6.
Eran lo más malvadas que podían ser las adolescentes. Al menos, así es como
las recordaba después que nos derrotaban en el campo de fútbol cada vez.
¿Estaba nerviosa por mi primer partido como entrenadora de fútbol?
Demonios, sí. ¿Creía que había una posibilidad de que esta broma hiciera que me
despidieran? Definitivamente. Especialmente dado que todas agitaban sus teléfonos
hablando de vandalismo y allanamiento. Las chicas en edad escolar no eran buenas
guardando secretos.
¿Todavía estaba pensando en Jake diciéndome que estaba coqueteando
conmigo? Sí. Mucho.
Alguien chilló hacia la parte de atrás del autobús.
—Es Brad —dijo Leslie, blandiendo su teléfono—. ¡Dijo Está empezando !
Los chillidos excitados despertaron a Vicky.
—¿Eh? ¿Qué está pasando? ¿Dónde estoy?
—Estás a mitad de camino de Huntersburg, y los aspersores se han activado.
Vicky salió corriendo de su asiento y corrió por el pasillo gritando.
—¡Quiero ver!
—Ella es súper rara —me dijo Natalee.
—¿No lo somos todos?
Los teléfonos empezaron a sonar por todo el pasillo del autobús.
—¡Tengo video! Estoy compartiéndolo —anunció Leslie.
Al teléfono de Natalee le llegó un mensaje.
Empezó el vídeo, y observé con satisfacción como los aspersores se abrían,
lanzando en un arco en el aire el agua roja. El equipo titular estaba en el campo,
haciendo un complicado simulacro de juego de piernas. Hubo los habituales ruidos
de sorpresa y pánico cuando se dieron cuenta que no era solo agua.
Ah. Nada se sentía tan bien como ver un plan salir bien. Ejecución perfecta. Y
estábamos a kilómetros de la escena del crimen. Incluso yo estaba impresionada
conmigo misma.
Las chicas estaban celebrando con un alegre canto de Tomen eso . Esperaba
que el conductor del autobús no estuviera tomando notas para la administración.

6 Bees, abejas en inglés.


Pero era un tipo fornido con un sándwich de mortadela en el bolsillo de la camisa y
auriculares en las orejas.
Mi teléfono vibró en mi bolsillo. Lo saqué y vi el nombre de Jake en la pantalla.
Me habían dado acceso al directorio de profesores que incluía números de teléfono.
Puede que hubiera puesto el nombre y número de Jake en mis contactos por si acaso.

Jake: Tenía la corazonada de que hoy podría haber algo de emoción aquí arriba.

Adjunta había una foto de un gruñón Vince agitando los brazos en el aire
mientras sus jugadores se frotaban la cara con sus camisetas. Todas tenían un color
rojo cereza como de refresco.
Debatí si contestar. Pero no pude evitarlo.

Yo: Ja. Miro eso. Deben haber enojado mucho a alguien.


Jake: No es permanente, ¿verdad?
Yo: Si tuviera que adivinar, viendo que no tengo conocimiento personal de la situación,
diría que es uno de esos tintes de bromas semipermanentes. Puede aguantar el agua durante
un par de días, pero el aceite de bebé lo quitará.
Jake: Me siento inclinado a compartir esa información ahora mismo.
Yo: Me gusta eso de ti.
Jake: Buena suerte hoy, entrenadora.

Sentí que una sonrisa que se extendía por toda mi cara. Si pudimos derribar a
todo el equipo de fútbol masculino y a su entrenador de mierda, tal vez tendríamos
una oportunidad hoy. ¿Empezar la temporada con una victoria? Ahora, eso sería
genial.

Perdimos.
Tan mal que el entrenador de las Bees me pidió disculpas cuando me estrechó
la mano después del partido.
7-0. Y los dos últimos goles habían sido marcados por la suplente del equipo
juvenil de las Bee.
No habíamos sido capaces de encadenar pases. Nuestra comunicación era
inexistente. Y aunque nuestra defensa se esforzaba más de lo que debería, el ataque
no podía acercarse a la portería.
El estado de ánimo del equipo había pasado del júbilo por nuestra conspiración
secreta de venganza al abatimiento en noventa minutos de juego terrible.
Incluso peor. Mis padres me habían sorprendido y habían estado en las gradas
con un letrero hecho a mano que decía Entrenadora Marley con brillo y caligrafía.
Después del medio tiempo, quise subir a las gradas y romper el cartel en pedazos.
¿De cuántas maneras más podría decepcionarlos antes que se dieran por vencidos?
¿De cuántas maneras más podría fallar antes de rendirme completamente?
Volvimos a subir al autobús en silencio, excepto por Vicky, que estaba dando
charlas de ánimo como una consejera de vida después de beber un espresso.
—¡Roma no se construyó en un día, señoritas!
Ruby y Sophie S. volvieron a ignorarse la una a la otra después de haberse
metido en una discusión en el centro del campo. Tuvieron que ser separadas por el
árbitro, y las puse en el banquillo a las dos.
Nos habría venido bien la agresividad de Lisabeth en el campo.
Sentía como si nos estuviéramos perdiendo algo. Algún componente clave.
Peor aún, me preocupaba que las herramientas que me faltaban en mi vida personal
eran exactamente las que le faltaban al equipo. Era por mi culpa. Tenía un vacío en
mi liderazgo. Podría decirles que corrieran y regatearan todo el día. Pero eso no
llevaría a una victoria.
Tenía la clara sensación de que, hasta que descubriera lo que estaba mal
conmigo, no sería capaz de arreglar lo que estaba mal con ellas.
Vicky cayó en el asiento de al lado.
—Bueno, eso fue un espectáculo de mierda —dijo alegremente.
—No sé cómo arreglar esto, V —dije.
Me dio una palmadita en la pierna.
—Algunas cosas no se pueden arreglar. Tal vez deberías dejarlo mientras
puedes.
—¿Estás bromeando ahora mismo?
Sonrió y se quitó el pelo de su torcida cola de caballo.
—Cariño, todo va a salir bien. No eres la primera entrenadora que pierde un
partido.
Sí, pero tenía la sensación de que era la primera entrenadora que no tenía ni idea de
cómo ganar.

Nos detuvimos para una cena de comida rápida, la cual me salté. El reciente
progreso alrededor de mi abdomen y el hecho que ya no me sentía como si necesitara
una siesta todos los días al mediodía y de nuevo a las dos de la tarde me pareció un
movimiento en la dirección correcta. Tenía pollo esperándome en casa y una
cerveza. Una grande.
El ambiente en el autobús se aligeró un poco para cuando llegamos a la escuela.
Aparentemente, las noticias del ahora rojo brillante equipo de fútbol de los chicos se
habían extendido por todas partes. Las niñas se turnaron alegremente para
compartir fotos y videos de lo sucedido.
—Se rumorea que fue el equipo de Middletown quien lo hizo —dijo alguien
desde la parte trasera del autobús—. Los colores de su escuela son rojo y blanco.
—¿Crees que el entrenador lo hizo a propósito? —preguntó alguien más.
Suspiré y miré por la ventana oscura. La pérdida era un recuerdo lejano para
todas, menos para mí.
Volvimos a la escuela y me despedí de las chicas. El estacionamiento se vació
lentamente y cargué las pelotas y mi bolsa de gimnasia en la cajuela. La noche era
cálida, y no podía creer que tuviera que estar de vuelta aquí en menos de doce horas.
¿Quién iba a saber que los profesores trabajaban tanto?
Un vehículo entró en el estacionamiento y de repente me di cuenta que estaba
sola de noche en un estacionamiento mal iluminado.
Las ventanas estaban abajo, y podía oír a Bon Jovi cantando por los altavoces.
Jake Weston.
arecía abatida, cansada. Como alguien que había sido derribada
demasiadas veces. Quería arreglarlo. Resolver los problemas de esos
hombros caídos, decirle que todo saldría bien.
—¿Qué haces aquí? —preguntó.
—Pensé que querrías una de estas —dije sosteniendo el paquete de seis
cervezas que había sacado de la nevera.
Marley asintió solemnemente.
—Sí. Realmente quiero una.
Me estacioné al lado de su auto y abrí la escotilla de mi camioneta. Un pequeño
momento nocturno en el estacionamiento de la escuela secundaria con una chica
linda me recordó que no había perdido por completo mi rebeldía.
Terminó de meter cosas en su auto y se unió a mí. Me senté, acariciando el
borde de la escotilla a mi lado.
Marley obedeció. Retorcí la tapa de una cerveza y se la entregué.
—¿Me trajiste cerveza porque sientes pena por mí?
—¿Por qué sentiría pena por ti? —le pregunté incrédulo.
—Porque perdimos. Muy mal. Pusieron a la suplente del equipo juvenil contra
nosotras. Y todavía perdimos.
Hice una mueca.
—Eso es lo malo de los deportes. Pero deberías estar celebrando.
Me miró con escepticismo con esos bonitos ojos marrones.
—¿Celebrando qué?
—En este momento, el entrenador Vince está de pie en una ducha que se ha
enfriado y se está frotando su piel misógina.
Eso trajo una débil sonrisa a su rostro, pero desapareció con la misma rapidez.
—¿Sabes a qué se dedica mi hermana? —preguntó.
—No tengo ni idea. ¿Alguna mierda de macramé y lo vende en Etsy?
Se rio y decidí que quería volver a escuchar el sonido.
—Trabaja para una organización de derechos humanos y solicita subvenciones
para traer refugiados a los Estados Unidos para procedimientos quirúrgicos vitales.
—Genial.
—Hipotéticamente teñí de rojo a unos adolescentes.
—No creo que estés captando la pura justicia poética de lo que hiciste… si
realmente fuiste tú. Todavía no he escuchado una confesión real.
—No estoy admitiendo nada —dijo, tomando un sorbo de cerveza—. Pero
cuéntame más sobre esta justicia poética.
—Vince Snavely es una comadreja llorona que come esteroides. Lo único que
le importa es ganar, e imparte esa encantadora sabiduría a unos adolescentes
impresionables.
—Ja. Realmente parece una comadreja —dijo Marley.
—Vamos. Admítelo. Dime que lo hiciste. Te hará sentir mejor —le dije,
empujándola con mi codo. Me gustó cómo se sintió cuando nuestra piel se rozó.
Había algo químico allí. Una reacción cada vez.
Suspiró.
—¿Cuándo voy a aprender que las bromas nunca me hacen sentir mejor?
Tenía la sensación que estaba pensando en el baile de bienvenida en nuestro
último año. La gente todavía hablaba de eso.
—Todavía estoy esperando una confesión.
—¿Cómo sé que puedo confiar en ti? ¿Eres un soplón?
—Te traje cerveza que estoy bebiendo en propiedad de la escuela —señalé.
—Sí, pero tal vez llevas un micrófono —bromeó.
—¿Quieres que me quite la camisa? —ofrecí.
Se detuvo a mitad de tragar y tosió.
—Porque estaría dispuesto a hacerlo. Si eso te convence de confiar en mí.
—Mantén tu camisa puesta, Coqueto McGee.
Juguetonamente, tiré del borde de mi camiseta y vi que sus ojos seguían el
movimiento.
—Marley, ¿debo recordarte que no eres la única con bromas bajo la manga?
¿Recuerdas el tercer año cuando construí una rampa y salté sobre el auto del director
con mi bicicleta?
Ladeó la cabeza hacia un lado.
—Oh, ¿fuiste tú? —preguntó inocentemente.
Por supuesto que fui yo.
Me miró de arriba abajo.
—Ya no te pareces mucho a ese tipo. Te ves… bien portado. Como un chico
explorador.
Fue un insulto, y ambos lo sabíamos.
—Puedo mostrarme como un adulto educado durante el horario escolar. Pero
te aseguro que después de la escuela soy un poco más tosco.
—Mmm. —Lo consideró, luego sacudió la cabeza—. Nop. No lo creo. No hay
señales del rebelde adolescente.
Desafío aceptado.
—Permíteme volver a familiarizarte con él. —Me incliné hacia su espacio, feliz
cuando no se retiró. Recordaba eso de ella. No retrocedía ni se rendía.
—Oh, ¿entonces me vas a besar? —preguntó. Su tono era más claro ahora, sus
ojos brillaban.
—Sí. Prepárate.
—Estoy lista. Impresióname.
Empecé a inclinarme, despacio. Construyendo la anticipación. Ella separó sus
labios y pude escuchar esa pequeña inhalación. Casi como un susurro. Oh, iba a
disfrutar esto. Marley puso una mano sobre mi pecho, y me detuve a solo unos
centímetros de su boca.
—Vas a ser mejor en esto que en la secundaria, ¿verdad? Quiero decir, supongo
que has tenido algo de práctica desde entonces.
Me reí suavemente. Sí, me gustaba esta mujer. Era astutamente divertida, y
había algo un poco melancólico en ella. Ambos eran mi kriptonita personal cuando
se trataba de mujeres.
—Creo que era bastante bueno en la escuela secundaria —discutí.
Me sonrió y sentí que mi corazón se hundía en mi estómago. Realmente me
gustaba esa sonrisa.
—¿Qué significa esto? —preguntó de repente.
No retrocedí, sino que me mantuve firme. Estábamos tan cerca que podía sentir
su cuerpo vibrar.
—¿Qué significa qué?
—¿Te apareces aquí, con una cerveza, un beso? ¿Es por pena? ¿Es esto una cosa
de una sola vez? ¿Vas a renunciar repentinamente a tus costumbres de soltero y
enamorarte de mí? Trabajamos juntos. Solo estoy aquí por el semestre. Y dada
nuestra historia, me perdonarás por querer una aclaración.
—¿Te preocupa que quiera ponerte un anillo, Mars? —le pregunté estirándome
por su mano para tomar sus largos y delgados dedos en los míos. Dejé que mi pulgar
se arrastrara sobre su dedo anular—. ¿Que rompa mi corazón?
Se le cortó la respiración y sentí que mi ritmo cardíaco se aceleraba.
—Solo quiero saber en qué me estoy metiendo.
—¿Qué tal si comenzamos con un beso y vemos qué pasa?
Vaciló.
—Está bien. Mientras me des uno bueno.
—Oye, se necesitan dos para un gran beso. Será mejor que mantengas tu parte
—bromeé.
Dejé mi cerveza y tomé la suya, colocándola junto a la mía. Tomándome mi
tiempo, acuné su rostro en mis manos. Podía sentir la tensión en ella, la impaciencia
y ese pequeño y delicioso toque de nervios. Este fue un movimiento bastante
estúpido de mi parte. Trabajábamos juntos. Nunca salía con nadie con quien
trabajaba.
Pero realmente quería besarla. Y no me gustaba no hacer lo que realmente
quería.
Dejé que mis pulgares acariciaran su mandíbula, noté la forma en que su labio
inferior temblaba. Su cuello era suave, liso, cálido. Me dieron ganas de hundir mis
dientes. Pero estaba tocando los cuarenta. Estaba un poco demasiado mayor para
los chupetones.
—¿Por qué no me besas todavía? —preguntó ella.
Nuestras bocas estaban tan cerca. Su labio rozó el mío cuando habló.
—Porque a veces se trata más del viaje.
—Soy más de llegar al…
Cerré la distancia, cortándola.
Sus labios eran ridículamente suaves y acogedores debajo de los míos. Tuve
que contener el impulso que surgió y me tomó por el cuello para profundizar, tomar,
perseguir.
Forzando gentileza, moví mis labios sobre su boca en una caricia. Estaba
temblando contra mí, y cada célula de mi cuerpo se encendía y prestaba atención.
Solo un beso, me recordé. Solo un maldito beso. Pero quería más.
Sus manos estaban sobre mi pecho, apretadas en mi camiseta, y nuestras
caderas y piernas estaban apretadas una contra la otra, buscando carne. La forma en
que me respondió fue jodidamente alucinante. Era dolorosamente consciente de
todo. Cada respiración, cada temblor, cada gemido se abría paso por su garganta.
Estaba duro. Duro como bienvenido a la pubertad, no tienes control sobre tu
cuerpo .
—Jesús, mujer. ¿Dónde aprendiste a besar como…?
Pero no me dio espacio para terminar la pregunta. Marley me estaba
empujando hacia su boca y hundiendo sus dientes en mi labio inferior. Ese pequeño
pellizco de dolor fue todo lo que se necesitó para empujarme al límite de la cortesía.
Metí una mano en su cabello y la arrastré a mi regazo con la otra. Si el beso me
hizo querer más, esta posición con su dulce culo redondo centrado en mi incómoda
y dura polla me hizo querer prender fuego a nuestra ropa y aullar a la jodida luna.
No me gustaba pensar demasiado. Ella me gustaba. Estaba atraído hacia ella.
Muy, muy atraído por ella.
Pero había una pequeña porción de mi cerebro que no estaba completamente
dedicada al placer sexual, y estaba lanzando un mensaje de emergencia en código
Morse que me recordaba que estaba en el estacionamiento de la escuela con una
mujer a la que quería conocer un poco mejor antes de meter mi polla necesitada en
ella.
—Mars. —Retrocedí y luego me zambullí de nuevo, dejando besos por su
garganta.
Se meneó contra mí, y la fricción hizo que mi visión se oscureciera por los
bordes. Mierda.
Agarré sus caderas e intenté mantenerla quieta.
—Marley —dije de nuevo. Mi voz era áspera.
—Mmm. ¿Quién lo diría? Tal vez hay un poco del rebelde adolescente allí
después de todo —dijo. Me mordió el labio inferior una vez más y se deslizó de mi
regazo—. Gracias por la cerveza, chico explorador.

Vicky: Por favor, dime que ustedes se besaron después de que me fui.
Yo: ¿Cómo lo supiste? ¿Estabas al acecho en las sombras con gafas de visión nocturna?
Vicky: Lo vi estacionarse cuando me iba. Supuse que sus labios tenían un faro de
referencia sobre ti. ¿Fue tan bueno como la primera vez?
Vicky: Ni siquiera intentes ignorarme. La última vez que Rich y yo tuvimos relaciones
sexuales, se puso los calcetines.
Vicky: Necesito vivir indirectamente a través de tu soltería.
Yo: Bien. Hubo un beso. Fue agradable.
Vicky: *Meme de Hulk aplasta*
Vicky: ¿AGRADABLE? ¿¿¿JAKE WESTON TE DA UN BESO Y FUE SOLO
AGRADABLE???
Yo: Ve y dile a Rich que se quite los calcetines.
Hace un milenio. El beso.
o lo sé, V. Simplemente no estoy contenta. Quiero decir, Travis
es genial.
—Tan genial —estuvo de acuerdo Vicky, comiendo del
recipiente de poliestireno la sopa de pollo y maíz, un elemento
básico en los juegos de fútbol con clima frío—. ¿Pero?
—Pero no lo sé. Me siento desagradecida al decirlo en voz alta.
—¿Desagradecida como si le debieras las gracias por salir contigo? —Vicky me miró
como si acabara de declarar que Rusia había invadido Pensilvania.
—Bueno. Sí. Un poco. Quiero decir, mira cuánto más amable han sido todos conmigo
desde que comenzamos a salir.
—Y por amable, te refieres a que Amie Jo dejó de llamarte Perdedora Granosa en la
cara. Te dije que la forma más rápida de callarla es golpeándola en su maldita boca y
terminarlo. Ella te molesta porque no hay consecuencias. No te vuelves loca con ella. No te
defiendes. Simplemente te marchitas como una linda florecita.
Vicky estaba molestamente en lo cierto. Simplemente no tenía el armamento para
defenderme de las chicas malas. Por lo que podía ver, Amie Jo no era humana. Ella me había
nombrado su enemiga en el patio de recreo del jardín de infantes y había dedicado su vida a
ser una persona horrible conmigo. Salir con Travis había sido el único respiro de su
desagradable maldad.
—¿Podemos volver a lo de Travis? —pregunté. La acción en el campo se detuvo con el
silbato, y vimos a veintidós chicos de piernas largas trotar fuera del campo por el medio
tiempo.
—Bien. Dime por qué tienes dudas sobre romper con el Príncipe Travis, el novio
mayormente bueno.
Vicky había estado involucrada en una relación con Rich Rothermel desde el final del
décimo grado. Dijo que no quería dedicar una década o dos en citas, por lo que se iba a casar
con su novio de la secundaria. Pero no hasta que cumplieran treinta años y terminaran su
viaje de dos años por Europa.
Con su futuro ya planeado, estaba más que dispuesta a ayudarme a dar forma al mío.
—Es agradable —le dije—. Y dulce y considerado.
—Ajá. ¿Cómo es el sexo? —Vicky era hábil para identificar un problema y luego
cortarlo de raíz.
—Está… bien.
Me había aferrado a mi virginidad hasta el último año, no me gustaba ninguno de mis
novios a corto plazo lo suficiente como para entregarla a sus manos torpes y sudorosas. Pero
cuando Travis Hostetter se quitó el cabello rubio de sus ojos azules y me mostró esa sonrisa
de hoyuelos de todos los estadounidenses, el primer día de clases, milagro de milagros, casi
metí mi tarjeta V en un sobre y la dirigí a él.
Me gustaba. Realmente lo hacía. Era un gran tipo. Pero…
—No tengo nada con qué compararlo —le recordé.
—Confía en mí —dijo Vicky, golpeándome con la cuchara de plástico—. Sabrías si fue
bueno.
—Ugh, me siento como una tonta desagradecida. Entonces la química no está
realmente ahí para mí. ¿Es esa una razón suficiente para romper con él? ¿Y ser
moderadamente más popular es una buena razón para no romper con él?
—Tienes un verdadero enigma allí —me dijo—. En pocas palabras, ¿eres feliz?
—No pero…
—Sin peros. Ahí está tu respuesta.
Sabía que tenía razón, pero no aliviaba la culpa que sentía por no ser más agradecida
con el chico me sacó de la oscuridad y había hecho todas las cosas correctas de novio. Travis
Hostetter era un gran tipo. Simplemente no era mi gran tipo. Sería un novio increíble para
una chica afortunada si pudiera ser una dama y liberarlo de nuevo a la naturaleza.
Sentí ojos en mí y levanté la vista para ver a Travis saludando desde el banco.
Levanté una mano saludando y me maldije por no sentirme extasiada. Los sentimientos
que tenía hacia el rubio Adonis en sus calcetines heroicamente manchados de hierba eran
amigables, no lujuriosos. Y eso me hizo defectuosa.
—¿Estás lista para volver? —preguntó Vicky, alzando la barbilla en dirección a
nuestro círculo ruidoso de amigos. Juntos, éramos una isla de inadaptadas en medio de las
aguas infestadas de tiburones de la escuela secundaria.
—Creo que voy a conseguir un chocolate caliente —le dije. En realidad no quería la
basura arenosa y polvorienta. Pero quería estar sola con mis pensamientos.
—Está bien —dijo Vicky—. Te veré de vuelta en las gradas. —Se alejó, comiendo su
sopa mientras caminaba. Me dirigí hacia el puesto de comida y luego me desvié detrás de las
gradas. Aquí me separaba de la acción, la gente, las luces. Aquí estaba sola, incluso con unos
cientos de personas abarrotando las gradas, haciendo fila en los baños y llenándose la boca
con nachos de queso naranja falso en el puesto de comida.
—Hola, Mars.
Reconocí la voz antes de darme la vuelta.
Allí, apoyado contra una de las vigas de las gradas, con toda su actitud de James Dean,
estaba el maldito Jake Weston.
Mi corazón dio un pequeño salto mortal en el pecho.
—Hola, Jake —dije patéticamente. Estaba en una relación seria. No debería tener una
reacción física a un chico que no fuera Travis.
Llevaba una chaqueta de cuero y jeans. Una playera de franela estaba atada a su
cintura. Y tenía una cadena asomando de su bolsillo. Su cabello era un poco más largo que la
moda. Como si fuera demasiado bueno para preocuparse por cosas como cortes de cabello y
aseo personal.
—Pensé que estarías viendo jugar a tu novio —dijo con esa rebelde sonrisa sexy.
Jake había tenido una impresionante parte del sexo femenino en nuestra clase y en la
clase de graduación del año pasado. Se rumoreaba que una maestra sustituta tenía sus ojos
en él.
—Solo necesitaba un poco de aire —le dije. Bueno, eso fue algo estúpido para decir.
Estábamos afuera. Aquí no había nada más que aire.
—¿Sabes lo que pienso? —preguntó.
Sacudí mi cabeza. Debería haberme alejado, pero mis pies se movían hacia él como si
estuviera usando algún tipo de rayo de Star Trek sobre mí. Era el vello facial, decidí. Me
atraía como un plato de donas cubiertas de chocolate.
Lo conocía desde hace unos años desde que se había trasladado a Culpepper desde Nueva
Jersey a mediados de nuestro segundo año. Estábamos en la misma clase en una escuela muy
pequeña. Pero seguía siendo un enigma de una manera que los chicos con los que había ido
al jardín de infantes no podían.
Él caminaba diferente. Hablaba diferente. Actuaba diferente.
—¿Qué piensas? —le pregunté, deteniéndome a dos pasos de distancia.
Jake se apartó del soporte y dio un paso en mi espacio. Él era más alto que yo. Eso
también me gustó.
Nerviosa, di un paso atrás y encontré un poste de metal presionando mi espalda.
Avanzó lentamente hacia mí como un león que merodea hacia una gacela gorda y
enferma. Jake apoyó una mano sobre mí y se inclinó.
—Creo que estás con el tipo equivocado, Mars.
Sí, me estaba imaginando esto. Estaba haciendo cola esperando mi agua azucarada de
Sue Clempet, presidenta del Club Booster que llevaba no una, sino dos cruces alrededor de su
cuello por si alguien no notaba la primera. No estaba debajo de las gradas, respirando el aroma
limpio y travieso del rebelde de la clase, mientras que mi muy buen novio probablemente
estaba marcando otro gol en el campo.
Parpadeé. Luego cerré la boca cuando me empezó a doler la mandíbula.
—Eh. ¿Qué?
Tenía unos labios realmente bonitos. Para un chico. Se arrugaron en una esquina,
divertidos por mi aturdimiento.
—No creo que Travis sea el tipo para ti —dijo Jake, pasando un pulgar sobre mi
mandíbula.
Mi corazón latía tan fuerte contra mis costillas que me preocupaba que pudieran
romperse y perforar un pulmón. Eso no sería genial.
—¿Qué te hace decir eso? —pregunté mecánicamente. Yo era un robot que necesitaba
información.
—Eres la más destacada de la clase de inglés —dijo, frotando ese pulgar sobre mi labio
inferior. ¡Peligro! ¡Peligro! Las campanas de advertencia golpearon y sonaron a la vida.
—Sigue.
Sonrió y mis rodillas casi se doblaron. Esto era lo que me faltaba de Travis. Esta
demente reacción física. Las palmas sudorosas. La respiración irregular. El oscuro placer de
saber que estaba a punto de cometer un error enorme y sorprendente.
—¿Ves? Justo eso. Me entretienes.
¿Entretener como un espectáculo de marionetas o una bailarina exótica que se desliza
por un tubo? Había una diferencia importante.
—¿Te entretengo? —repetí.
—Creo que nos divertiríamos juntos.
Travis habló sobre nuestro futuro. Aplicar para las mismas universidades. Si podíamos
o no convencer a nuestros padres para que nos dejen ir juntos a la playa este verano.
Preguntándome qué quería para Navidad.
Jake hablaba de diversión.
Como si yo fuera una de esas chicas que lo dejarían meterse en sus jeans y luego lo
despedían alegremente cuando terminaba la diversión.
—No soy realmente una chica divertida —dije con rigidez.
—Mmm. —Bajó la cabeza más cerca. Podía sentir su aliento en mi mejilla mientras
que el mío quedaba atrapado en mi pecho—. Creo que voy a besarte.
¡Claro que no, señor!
—Está bien. —¡Maldita sea! Traicionada por mi boca. Debería haberlo alejado. Darle
una patada en la rótula. Llamarlo una sucia tentación.
En cambio, me quedé perfectamente quieta mientras él presionaba sus labios contra los
míos.
No eran los labios de Travis. No se movían como los suyos, no sabían cómo los suyos.
Y, Dios mío, cuando su lengua entró en mi boca, supe sin lugar a dudas que esta irresponsable
y embriagadora lujuria era lo que estaba buscando.
Me besó a fondo y no retrocedió hasta que la multitud en las gradas explotó sobre una
jugada en el campo. Jake me miró y sonrió.
—Piénsalo —dijo con un guiño. Y luego se volvió y se alejó, dejándome temblando
contra el soporte de metal.
Fue entonces cuando me di cuenta que Amie Jo me estaba mirando. Sus manos estaban
en sus caderas, con pompones brotando de ellas.
Era una mujer muerta.
o me atreví a encender mi vibrador cuando llegué a casa. No en mi
habitación con mis padres y ese tipo del Airbnb de Seattle justo al
final del pasillo. Así que me decidí por un baile rápido con el cabezal
de la ducha antes de acostarme y soñar con frotarme sobre Jake en
el estacionamiento de la escuela secundaria. Necesitaría seis duchas al día a este
ritmo.
Me desmayé en la cama, el pésimo juego era un recuerdo lejano reemplazado
por algunos recuerdos muy agradables en la boca de Jake.
A la mañana siguiente, entré en la escuela y me detuve por completo cuando
un niño con cabello oscuro y rizado y una cara magenta pasó junto a mí. Santa
mierda. Me había olvidado sobre la coloración de tomate. Hacer bromas a las
víctimas merecedoras era una de mis razones para vivir. Pero un beso bien ejecutado
de un profesor de historia de EE. UU. Me hizo olvidar mi trama diabólica y su éxito.
—¡Cicero! —espetó una voz.
Tuve que morderme seis agujeros en el labio para no reírme. El entrenador
Vince fue hacia mí. La mitad de su rostro tenía su bronceado usualmente oscuro. La
otra mitad parecía haber sufrido una desafortunada explosión de ponche de frutas.
—¿Qué puedo hacer por usted, entrenador? —pregunté inocentemente.
Morgan E. y Angela se detuvieron a poca distancia.
—Quiero saber qué sabe sobre esto —dijo, señalando su propio rostro.
—Bueno, solo nos conocimos una vez. Debo decir que realmente no dejó una
buena primera impresión. Pero siga así. Estoy segura que puede hacerlo mejor.
Me gruñó, pero cualquier efecto de miedo fue arruinado por la mancha roja.
—Si descubro que usted o su equipo de perdedoras tuvieron algo que ver con
esto, haré de su vida un infierno. ¿Me escucha?
Su volumen era lo suficientemente alto como para estar bastante seguro que
todos en un radio de cien metros lo escucharon. Los estudiantes en el pasillo nos
miraban boquiabiertos. Los maestros sacaban la cabeza de las aulas.
—Mi consejo, entrenador Vince, es que me quite el dedo de la cara y baje la
voz. Mi equipo y yo estuvimos ayer en un partido lejos de aquí. Supongo que no soy
la única en esta ciudad que cree que obtuvo exactamente lo que merecía.
—¡Ooooooh!
Morgan E. y Angela se acercaron para flanquearme, con los brazos cruzados
sobre el pecho como descaradas guardaespaldas adolescentes que no estaban para
tonterías.
Nuestra audiencia estaba emocionada.
—¿Eh, entrenador?
Vince se volvió y vi a Milton Hostetter… o su hermano. Su cara había sido
preservada en su mayor parte, pero ese bonito cabello rubio ahora era de un
hermoso tono rosado. Oh Señor. Amie Jo me iba a matar.
Tenía mucho más miedo de ella que por el imbécil frente a mí.
—Iré contigo en un minuto, tonto —le gritó Vince al niño.
Me sentí un poco mal por él. Quiero decir, él no eligió tener a Vince como una
figura de autoridad.
—Entrenador Vince, voy a sugerirle que se retire de mi cara y abandone la
propiedad de la escuela hasta que pueda controlar su temperamento. —El imbécil
ni siquiera era de la nómina de maestros. Era vendedor de una fábrica de gabinetes
en Lancaster.
—Me iré cuando esté todo claro.
Ese dedo gordo estaba en mi cara otra vez.
—¿De qué te estás riendo, Haruko? —exigió Vince—. ¿Acaso mi país no
bombardeó al tuyo hace unos años?
—¿Hay algún problema aquí? —espetó una voz.
La caballería había llegado. Jake y Floyd se abrieron paso entre la multitud para
pararse a mi lado. Angela y Morgan se hicieron a un lado.
—Solo le estaba explicando a Cicero aquí, que si ella tuvo algo que ver con esa
broma de ayer, tendrá noticias de mi abogado.
—¿Estás seguro que no fue tu abogado quien lo hizo? —ofreció Jake.
—Sí, escuché que no le pagó después que perdió esa demanda contra su vecino
de al lado y su seto —agregó Floyd.
—El tipo tiene muchos enemigos —dijo Haruko desde la puerta de su salón de
clases. Se rascó el rabillo del ojo con el dedo medio.
Vince la fulminó con la mirada antes de volver su atención hacia mí y apuñalar
su dedo en mi cara.
—Cuidado —dijo Jake, su voz baja y controlada.
—¡Sé que tú hiciste esto! —siseó Vince.
—Como dije. Tuve un partido fuera ayer —le recordé.
—¿Qué pasa con la noche anterior? —exigió Vince.
—Ella estaba conmigo —dijo Jake.
—¡Ooooooh! —A los estudiantes reunidos realmente les gustó eso.
—¿Es así? —gruñó Vince.
—¿Me estás llamando mentiroso? —preguntó Jake con calma. Parecía
divertido, casi aburrido. Era mucho más aterrador que el Vince berrinchudo. Me
gustó.
—Si alguno de ustedes piensa que puede meterse conmigo o con mi equipo
nuevamente, ¡tendrán noticias de mi abogado! —Con un gruñido de despedida, el
hombre se volvió y salió furioso, empujando a Milton fuera de su camino.
—Bueno, eso fue divertido —dijo Floyd, viéndolo irse.
—Muy bien todos. El espectáculo ha terminado. Vayan a clase —dijo Jake,
conduciendo a los estudiantes hacia las aulas y los pasillos.
—¡Marley Cicero!
Jesús, ¿qué pasaba con la gente viniendo por mí?
Amie Jo irrumpió por el pasillo bajo una nube de vapor.
—¿Escuché que el entrenador Vince te acusó de hacerle esto a mi pobre y dulce
niño? —exigió, tirando de la cabeza de Milton para que pudiera ver mejor el color
rosado.
—Oh, mierda. Estás sola —siseó Floyd y se giró hacia el gimnasio.
—Cobarde —le dije.
—Estuvimos en un partido fuera ayer, señora Hostetter —le recordó Morgan
E—. Ni siquiera estábamos aquí.
—Qué conveniente —siseó Amie Jo, mirándome como un mapache sarnoso—
. Pero me parece recordar que fuiste mala y violenta en la escuela secundaria.
Me burlé en su cara.
—¿Yo fui mala y violenta en la secundaria? ¿Olvidas el momento en que
intentaste atropellar a Shelly Smith en el estacionamiento? —Shelly había cometido
el desafortunado error de competir contra Amie Jo para ser secretaria de clase en
nuestro tercer año.
Por supuesto, toda la ciudad siempre estaba feliz de perdonar a Amie Jo por
sus malas decisiones. La mía, sin embargo, todavía vivía.
—Sé exactamente lo que estás haciendo —siseó—. Estás fingiendo ser inocente,
pero sé de lo que eres capaz.
Una vez había abierto su casillero y lo llené con una docena de los pares más
grandes de bragas de abuela que pude encontrar en Walmart. Me había costado dos
semanas de dinero para el almuerzo, pero valió la pena. Se habían caído a sus pies
entre las clases y fueron agitados como banderas por divertidísimos compañeros de
clase.
Ocurrió después que me llamó puta fea durante la clase de gimnasia cuando
fallé su jugada de voleibol.
Y luego estuvo el baile de bienvenida de 1998 cuando llevé las cosas muy, muy
lejos.
Sonó la campana de advertencia, y los estudiantes abandonaron de mala gana
la escena de lo que se perfilaba como una pelea de chicas.
—Ve a clase, Milty —le dijo a su hijo—. Me encargaré de esto. —Esperó hasta
que el pasillo estaba casi vacío antes de acercarse a mí.
»Ahora escúchame, Marley Cicero. Te conozco. Y sé que tuviste algo que ver
con esto. Tal vez solo estás celosa de que tengo a Travis y no tienes nada. Tal vez te
sientes mal porque tu vida es tan patética. Quizás la única alegría que obtienes en la
vida es organizar estas bromas infantiles. Lo entiendo. Yo tampoco podría
soportarme si fuera tú. Sola en la vida. Eres lo que no se debe ser. Un error humano
de Pinterest. Pero nunca vuelvas a hacerle nada al cabello de mis hijos. —Su voz
chilló más fuerte.
Absorbí las palabras. Acostumbrada a las armas verbales que Amie Jo y
personas como ella empleaban.
—¿Un error humano de Pinterest? Siento que eso no era necesario.
—Admítelo. Estás celosa de mí. —Amie Jo se estaba volviendo de un tono rojo
antinatural, y me preocupaba su presión arterial. Era como una de esas ollas a
presión. No querías que eso explotara.
—Vaya. Esperemos un segundo. —Jake estaba de vuelta a mi lado—. Amie Jo,
no sé lo que te dijeron, pero Marley no podría haber tenido nada que ver con esa
broma.
—¡Fue ella! Sé que lo fue —insistió Amie Jo—. Si ayer no manipuló los
rociadores, lo hizo la noche anterior.
—Ella estuvo conmigo la noche anterior. Toda la noche. Hablando de eso —
dijo Jake, deslizando su brazo alrededor de mi cintura. Fue un momento
increíblemente inapropiado para que mis pezones se pusieran duros—. ¿Te importa
si cenamos en mi casa esta noche? Lo último que escuché es que cenar desnudos está
mal visto en Cashews. —Se inclinó y mordisqueó mi oreja.
Pude escucharlo. Él hablaba inglés. Pero mi cerebro estaba insertando una
ensalada de palabras para lo que en realidad debía estar diciendo. Jake Weston no
le estaba diciendo a Amie Jo que quería desnudarme para la cena. ¿Verdad?
La miré. Tenía una expresión de horror, repulsión.
De acuerdo, tal vez en realidad lo dijo.
—¿Cariño? —preguntó. Me pellizcó con fuerza.
Solté un aullido y luego me recuperé.
—Eh. Sí. Bien. Cena desnudos en tu casa está… bien.
Los perfectos labios rosados de Amie Jo se abrieron en lo que parecían varias
palabras de cuatro letras antes que saliera algún ruido.
—Lo siento. No creo haberte escuchado correctamente. ¿Ustedes dos están…?
—Saliendo —completó Jake—. Sí. Una mirada a Marley aquí durante la
pretemporada, y recordé todos esos sentimientos de la escuela secundaria que nunca
desaparecieron.
Parecía que Amie Jo estaba tratando de decir una palabra que comenzaba con
m . Sus dientes frontales estaban desgastando todo ese lápiz labial brillante.
—Haré tu favorito —dijo Jake inclinándose para darme un beso en la mejilla
antes de salir corriendo.
Sonó el timbre, y decidí que era más inteligente dejar a Amie Jo parada allí
comiendo su propio lápiz labial. Me metí en el vestuario y, por precaución, puse el
cerrojo. ¿Qué demonios acababa de pasar?
Un beso y… ¿y qué? Se había abalanzado, viniendo al rescate con Vince y luego
Amie Jo.
—¡Oye, Cicero! —me llamó Floyd el cobarde a través de la puerta del gimnasio.
Lo jalé de un tirón.
—No sabía que podías correr tan rápido, Floyd.
—No hay vergüenza. Esa mujer me aterroriza.
—¿Por qué está tan enojada de todos modos? —pregunté.
Floyd señaló por encima del hombro hacia el gimnasio. Había un telón de
terciopelo de fondo colgado.
—Es el día de la foto escolar.
irectora Eccles —le dije, entrando en su oficina—. ¿Cómo va la
formación de mentes jóvenes? —Estaba derramando encanto.
Era un remanente de mis indiscreciones juveniles. Los viajes a
la oficina de la directora todavía me inquietaban un poco.
—Jake, nunca pensé que vería el día —dijo con una pequeña sonrisa.
—¿Qué día? —Bien, definitivamente estaba nervioso.
Levantó una pila ordenada de papeles y me la agitó.
—Este día.
—Lo siento, llego tarde. —Marley entró corriendo por la puerta sin aliento y
con las mejillas sonrosadas de una manera que me hizo imaginarla inmediatamente
desnuda en sábanas arrugadas. Mis sábanas arrugadas—. Uno de los estudiantes de
primer año puso la combinación de su cerradura al revés, y bueno… —Su torrente
de palabras se desaceleró cuando me vio en la silla.
—Esto les tomará un minuto rápido de sus días —dijo la directora Eccles,
deslizando la documentación correspondiente hacia los dos—. Escuché la noticia de
que ustedes dos han entrado en una relación personal.
La cara de Marley adquirió un tono rosado aún más brillante, y sus ojos
marrones se abrieron de par en par.
—Oh, eh, eso no es exactamente…
—Toma asiento, Mars —insistí, tirando de ella hacia la silla junto a la mía y
mantuve su mano en la mía una vez que se hubo acomodado. Me miró como si
hubiera perdido la cabeza. Tal vez lo hice.
—Como le estaba diciendo a Jake aquí —continuó la directora Eccles—. Nunca
pensé que vería el día en que firmaría uno de estos contratos. Pero supongo que
todos creceremos eventualmente.
—¿Contratos? —repitió Marley. Ella retiró su mano de mi agarre.
Oh, esto iba a ser bueno.
—Aquí en el Distrito Escolar de Culpepper, no nos gusta hacer cosas como
prohibir que el personal tenga citas —dijo la directora Eccles en su discurso de
recursos humanos—. Lo que pedimos es que los maestros que entablan relaciones
continúen dando un buen ejemplo a los estudiantes.
—Naturalmente —dije.
La cabeza de Marley giró en mi dirección. La mirada que me lanzó telegrafió
un fuerte y claro ¿Qué demonios? .
—Nosotros, eh. Es decir, Jake y yo no hemos definido exactamente qué es esto
—dijo Marley débilmente.
—Y eso es exactamente por lo que tenemos este contrato. Ciertamente no
esperamos que nuestro personal renuncie a sus vidas románticas solo para ser
maestros. Pero sí requerimos que establezcan un estándar. Las aventuras de una
noche y las relaciones volátiles de corta duración les enseñan a estos adolescentes
adictos a las hormonas que la monogamia es, por falta de una palabra mejor,
patética. —Deslizó dos bolígrafos sobre el escritorio hacia nosotros.
»Depende de ustedes demostrar lo contrario. Entonces, todo lo que pido es que
salgan exclusivamente durante el resto del semestre. Preferiblemente todo el año
escolar. Pero dadas sus historias y el aspecto temporal de la posición de la señorita
Cicero aquí, eso sería bastante.
—¿Quiere que firme un contrato para tener una relación monógama con Jake
Weston por el resto del semestre? —Marley parecía pálida como si le hubieran dado
tres meses de vida.
—Gran resumen, cariño —le dije, acariciando alegremente su rodilla desnuda.
La mujer iba a necesitar RCP por lo que parece—. Estamos felices de firmar el
contrato —le dije a la directora.
Ella parecía aliviada.
—Gracias a Dios. Cuando Amie Jo entró corriendo con la cara morada con las
noticias, me preocupaba tener un problema en mis manos. —Suspiró la directora
Eccles—. Parecía bastante insistente en que no había manera de que ustedes dos
estuvieran saliendo.
—No puedo imaginar por qué pensaría que no estábamos siendo honestos. —
Yo era el epítome de la inocencia—. ¿Puedes creerlo, cariño?
Marley no respondió al cariño, así que la pateé.
Se sacudió de su estado de conmoción.
—Oh. Eh, no. No me lo puedo imaginar, querido. ¿Cariño? Jake.
Extendí la mano y tomé su mano nuevamente. Por todas las apariencias,
parecía un gesto dulce, pero apliqué un poco más de presión de la necesaria.
—Excelente. Porque tengo cero tolerancia para el drama adulto en este edificio.
¿Entendido? Recibo suficiente de estudiantes y padres todo el día, todos los días.
Voy a hacer lo que sea necesario para mantener este barco navegando sin problemas.
Y si su relación explota o cualquiera de ustedes le da a Amie Jo la excusa más mínima
para volverse obsesiva con esto como el fiasco de viaje de noveno grado, no dudaré
en desquitarme con ustedes.
Básicamente estaba aplastando la mano de Marley, moliendo sus huesos en
polvo fino.
Con la idea de perder ante Amie Jo, se recuperó admirablemente.
—Entendemos, directora Eccles. Sé que Amie Jo y yo no siempre hemos
coincidido, pero puede contar con Jake y conmigo para mantener nuestro… —
Marley me miró—, decoro.
—Maravilloso. Ahora, si ambos firman aquí y aquí y la página tres, pueden
seguir su camino.

—¿Qué demonios fue eso? —siseó Marley tan pronto como salimos del
santuario de la oficina de la directora.
—Eh, de nada —le dije, cruzando los brazos sobre mi pecho y recostándome
contra la vitrina de trofeos.
—¿De nada? —Sus ojos marrones estaban un poco enloquecidos, y estaba
disfrutando del espectáculo—. ¿Crees que acabas de ir a mi rescate o algo así?
—Sí. Lo creo. —No solo había rescatado a una damisela en apuros, sino que
también me había convertido en una figura de autoridad. Ambos lados de mi
personalidad estaban muy contentos.
—¡No necesito rescate!
—Dijo la mujer que podría haber hospitalizado a todo su equipo —le recordé.
—No de nuevo.
—Primero, te metes con el entrenador Imbécil y el equipo de fútbol titular de
chicos, que están tan cerca de Jesús como puedes llegar a estarlo en el centro de
Pensilvania. Y luego molestas a “mie Jo reina malvada Hostetter. ¿Tienes idea de
lo que es capaz esa mujer?
—¡Sí! —gritó Marley—. ¡Por el amor de Dios, sí! ¡Por supuesto que lo sé! Y
Culpepper sabe exactamente de lo que soy capaz.
Las clases estaban en sesión, y las señoras del almuerzo nos estaban mirando,
así que llevé a Marley a la salida más cercana. Afuera, hacía calor y estaba soleado
con el más mínimo toque de aire. Un haz del aroma del otoño recorrió la brisa.
—Necesitas un maldito guardián. Es como si estuvieras tratando de tomar
decisiones terribles —le dije.
—No eres mi maestro o mi guardián, y mis decisiones son mías. ¡Acabo de
firmar un contrato bajo coacción sin siquiera leerlo! ¿Y ahora que estamos haciendo?
¿Saliendo de mentiras? ¿Por el resto del semestre? ¿Qué pasa si fingimos romper?
¿Me despiden de verdad?
Maldición. Realmente me gustaba esta chica. Incluso furiosa, era divertida.
—Algo así. Hay algo sobre una cláusula de ética o alguna mierda. Creo que
puede acudir a una junta de revisión en caso de emergencia.
Estaba paseándose, y cada vez que se daba la vuelta, no podía evitar admirar
la curva bien formada de su trasero debajo de sus pantalones cortos de color caqui.
Marley Cicero tenía un muy buen culo.
—¿Por qué me sigue pasando esta mierda? —Ya no me hablaba. Se estaba
comunicando con un poder superior.
—Mira. Seamos sinceros. Me necesitas. Puedo ayudarte con los
entrenamientos, la enseñanza. Lo que sea. Lo dijiste tú misma. Tu vida es un
desastre. Úsame como un recurso. Te garantizo que puedo cambiar tu vida para
diciembre.
—¿Entonces eres un entrenador de vida ahora? Jesús, Jake, ¿por qué estás
haciendo esto?
—Tal vez odio ver el potencial desperdiciado.
—No me engañes. Recuerdo que una vez robaste una cabra y la encerraste en
la oficina del subdirector durante el fin de semana. No haces las cosas por la bondad
de tu corazón. Lo haces por el valor del entretenimiento.
—Oh sí. Me olvidé de eso —dije, apreciando el recuerdo que surgió.
—¿Por qué, Jake? —preguntó de nuevo.
—No estoy exagerando cuando digo que Amie Jo habría hecho que la misión
de su vida fuera arruinar la tuya, y nos habría hecho sentir miserables al resto en el
proceso. Es un terrible, terrible ser humano.
—Ajá. Esperas que crea que te has etiquetado voluntariamente como mi novio
durante los próximos cuatro meses, así no tienes que ser testigo de cómo Amie Jo
me destruye.
—Y hay otra cosa.
—¿Qué otra cosa?
—Hemos compartido exactamente dos besos ahora. Ambos han resultado en
una seria descarga eléctrica cerebral. Me gustó. Ambas veces.
—No quiero un falso novio por lastima —insistió, apretando su mandíbula.
—No hay lastima, y deja de ser una idiota. He estado pensando un poco
recientemente, que tal vez es hora de que siente cabeza… alguna vez. En el futuro.
Con el tiempo.
Cerró los ojos y luego los abrió. Me gustaba la línea oscura de sus pestañas.
—No creo que estés hablando claro.
Me encogí de hombros un poco.
—No lo sé. Quiero decir, tal vez si te ayudo con tu enseñanza y el
entrenamiento, podrías ayudarme a navegar en una relación monógama. Como una
carrera de práctica.
—¿Quieres que te ayude a practicar estar en una relación?
—Sí. Has hecho relaciones a largo plazo antes, ¿verdad?
Me miró durante un largo minuto y luego asintió lentamente.
—¡Bueno! ¿Ves? Es una relación falsa mutuamente beneficiosa. Mantengo a
Amie Jo lejos de ti y te ayudo a no apestar como empleada aquí, y puedes ponerme
en forma para una relación.
—No puedo decidir si esta es la idea más estúpida que he escuchado o si es
marginalmente menos terrible que dejar que Amie Jo me crucifique públicamente
en un próximo mitin.
—Tu elección, cariño. Aunque debería advertirte, el distrito toma sus contratos
muy en serio. Si vuelves allí y le dices a Eccles que todo fue una mentira, bueno,
digamos que ninguno de nosotros puede permitirse una suspensión sin paga.
Pronunció una cadena de palabras de seis letras, y yo traté de no reírme.
La campana sonó dentro.
—Maldita sea. —Marley subió los escalones hacia la puerta. Hizo una pausa,
su mano en el pomo—. ¿Jake? ¿Cuántos de esos contratos has firmado?
—¿Contando este?
—Sí.
—Uno.
racias a un accidente con el equipo de hockey sobre césped en el
almacén, llegué tarde a la práctica. Me las arreglé para meter mi pie
en una red de voleibol y caí en el cuarto, abriendo la puerta. Palos y
bolas por todas partes. Me caí dos veces más antes que pudiera
arreglar todo de nuevo en su lugar.
Dolorida, maltratada y psicológicamente exhausta por el día, subí los escalones
de concreto al campo de práctica.
No sé qué esperaba encontrar, tal vez un combate de lucha libre entre
adolescentes descontentas o un homicidio en progreso, pero seguro que no esperaba
a mi equipo en fila y aplaudiéndome.
La sorpresa fue tan aguda que me di la vuelta y miré por encima del hombro
para ver a quién le estaban aplaudiendo.
—Vamos a escucharlo por la entrenadora Cicero —gritó Vicky a través de sus
manos como un megáfono. Tenía una voz potente que se escuchaba si estuviera en
la sala de estudio, en la biblioteca o al otro lado de un campo de cincuenta metros
de hierba. Podría haberse ganado la vida anunciando deportes para equipos que no
podían pagar equipos de audio.
Las chicas gritaron, y me acerqué con cautela, sin confiar en su entusiasmo. Me
rodearon y me preparé para un ataque o al menos algunos codazos o escupitajos.
—¿Viste la cara de Austin hoy? Era como Hawaiian Punch 7 rojo —chilló una
de las chicas.

7 Es una marca de bebidas artificiales con sabor a fruta.


—Deberían haber visto a la entrenadora poner en su lugar al entrenador Vince
esta mañana. Él vino hacia ella como un toro en un campo, y ella estaba como
mmm, me aburres —dijo “ngela con… ¿eso era respeto o sarcasmo?
—Y luego, el señor Weston estaba todo vamos a calmarnos ahora —dijo
Morgan E., haciendo una impresión decente de su estruendoso barítono—. Ustedes
están, como, saliendo, ¿verdad?
—Es tan hermoso. —Suspiró Phoebe.
—Realmente lo soy, ¿verdad? —Esta vez no fue alguien imitando el tono de
barítono. Era el verdadero. Jake entró en nuestro círculo.
Vicky me dio un codazo tan fuerte en el estómago que perdí el aire en mis
pulmones.
—Señor Weston, ¿usted y la entrenadora están saliendo?
—¿Podemos ser sus damas de honor?
—La señora Hostetter no parecía feliz hoy. ¿Cree que es porque el cabello de
su hijo estaba rosado para el día de la foto escolar o porque la entrenadora le robó
su amor platónico?
—¡Shhh! ¡No se supone que hablemos de la cosa roja!
—¡Ella no puede estar enamorada! ¡Está casada!
—Mi madre tiene una lista de celebridades con las que puede acostarse si
alguna vez se encuentra con ellas.
—Por el amor de Dios, todas cállense, o van a correr —dije. Realmente
necesitaba un silbato. Las risitas y los comentarios imprudentes susurrados se
calmaron—. Tú —dije, señalando a Jake—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Mi equipo tiene su propia carrera hoy. Termina aquí. Pensé que te observaría
en acción. —Me guiñó un ojo y quise golpearlo en su cara engreída.
—Oooooh —chilló el equipo de alegría.
—Tenemos mucho de qué hablar después —le advertí.
El Ooooh ahora estaba más teñido de alguien en problemas .
—Soy todo suyo, señorita Cicero.
Vicky se abanicó mientras yo rodaba los ojos con tanta fuerza que casi se me
salían de la cabeza.
—Está bien, todas alinéense. Vamos a practicar saques de banda y tiros de
esquina —espeté.
—Bueno, esa fue probablemente nuestra mejor práctica hasta ahora —comentó
Vicky, arrojando una bolsa de pelotas sobre su hombro mientras despedíamos a las
chicas. El sol se estaba poniendo un poco más bajo en el cielo, y estaba lo
suficientemente frío como para ponerme la chaqueta de entrenadora que tenía en mi
asiento trasero. Jake estaba reunido con su equipo de campo traviesa, haciendo lo
que fuera que hacía un entrenador de campo traviesa.
—Sí. No es horrible —estuve de acuerdo. No había sido el desastre habitual de
las luchas internas, las quejas y los gemidos. Dudaba que hubiéramos progresado
realmente en mover la pelota de nuevo al juego, pero al menos no había habido
peleas a puñetazos. Lisabeth había llegado veinte minutos tarde con una falsa excusa
de estaba en el ginecólogo y un montón de comentarios sarcásticos. Hasta que
llegó no me había dado cuenta de lo agradables que habían sido esos veinte minutos
sin Lisabeth.
El juego al final de la práctica aún resaltaba nuestra completa falta de estrategia
ofensiva. Pero al menos comenzábamos a comunicarnos en el campo. Jake había
estado tomando notas mentales, y tal vez estaba un poco interesada en escuchar lo
que tenía que decir.
—“sí que… —Vicky hizo un pequeño movimiento alegre con los hombros—.
Escuché que tú y Jake tuvieron que firmar el contrato de Prometemos No Ser
Pequeños Pervertidos Sucios.
—¡Jesús, V! ¿Cómo escuchaste eso?
Se encogió de hombros.
—Eh, hubo un correo electrónico. Apuesto a que Amie Jo cagó un ladrillo.
—¿Un correo electrónico? —Por supuesto que había un correo electrónico.
Cuando estaba en la escuela, los vecinos iban de puerta en puerta para correr la voz
porque nuestro acceso telefónico a Internet era demasiado lento. Ahora, gracias a la
fibra óptica y al internet de alta velocidad, podías destruir todo un distrito escolar
en cuestión de segundos—. Y sí, no estaba exactamente emocionada.
—Lo sabía —cantó—. ¿No se siente bien? Después de todos estos años,
finalmente te estás vengando de ella.
—Sí, sobre algo en lo que ni siquiera debería tener una opinión. ¿Cómo puede
importarle con quién sale o no Jake? ¿No está ella, no sé, casada?
—Amie Jo reclama lo que quiere y depende del resto de nosotros respetar esas
reclamaciones.
—Mmm. Eso es una mierda.
Vicky me miró por encima de sus lentes azules. Hoy se parecía a Penny Lane de
Almost Famous.
—Sabes que era una pesadilla en la secundaria. De ello se deduce que, con una
cuenta bancaria gorda y sin figuras de autoridad lo suficientemente valientes como
para hacerle frente, se ha convertido en un monstruo aún más grande.
—Ella está casada.
—Jake es sexy.
—Realmente no estamos saliendo —confesé.
Ella puso su mano en forma de garra alrededor de mi muñeca como un
brazalete.
—¡Es mejor que esas palabras nunca se vuelvan a pronunciar en voz alta,
Marley Cicero!
—¿Qué? ¿Por qué? No estamos saliendo. Es totalmente falso. Vino a rescatarme
de ese entrenador bufón de los chicos y de Amie Jo cuando estaba lista para sacarme
los ojos por el incidente del tinte.
—Eres la heroína de la ciudad de Culpepper en este momento. Te enfrentaste
a la Bestia del Infierno y viviste para contarlo.
—¿Amie Jo o Vince?
Ignoró mi pregunta.
—Además, te quedaste con Jake Nunca tuve una relación más larga que tres
o cuatro orgasmos Weston.
—Falso, Vick. Es falso.
Puso su mano sobre mi boca.
—No volverás a decir esa palabra en mi presencia. Lo besaste. Tienes una
historia con él. Se lanza a la batalla para asegurarse que no te golpee la cara un
orangután que se inyecte esteroides o que la Barbie malvada te saque los ojos. Luego,
de buena gana, firma un contrato diciendo que solo saldrá contigo el resto del año.
Un contrato por el que podría ser despedido si incumple.
—Semestre —interrumpí. Solo estaba aquí hasta diciembre. No prolonguemos
esto en algo que no era.
—Hay mucha más verdad que falsedad en esa cadena de eventos —señaló.
Ambas volteamos a ver a Jake mientras guiaba a su equipo a través de un
enfriamiento con rodillos de espuma. Algunas de mis chicas se habían unido a ellos
y babeaban sobre sus muslos carnosos. No podría culparlas. Una parte de mí quería
merendar esos muslos.
—No puedo estar en una relación con Jake Weston —insistí. Sentí el pánico en
mi garganta—. Soy un desastre. Un desastre terrible. Sales con chicos así en tu mejor
momento, no veinte años después. —Jesús, ¿cuándo fue la última vez que me había
hecho la cera para bikini? ¿O un maldito corte de pelo? Además, no se podía confiar
en el hombre. Me había botado por algo más rubio y bonito antes.
»No. No. Esto no puede ser real. Él solo me está ayudando.
—¿Por qué? Marley, ¿por qué Jake te ayudaría?
—Tenemos un trato. Él mantendrá a Amie Jo lejos de mí y me ayudará a pulir
mi enseñanza y los entrenamientos.
—¿Y a cambio tienes sexo sucio y caliente con él? —insistió.
—A cambio —le di un fuerte codazo—, voy a enseñarle cómo tener una relación.
—¿Por qué querría saber cómo es eso? —preguntó.
—Dice que está listo para sentar cabeza.
Vicky contuvo el aliento y se atragantó con la goma. La golpeé en la espalda
hasta que comenzó a respirar de nuevo.
—Dices que eso como si no fuera más trascendental que haya sucedido en
Culpepper. —Jadeó.
—¿Cuál es el problema? Tengo treinta y ocho años y nunca me he casado
tampoco.
—Pero no por falta de intentos. Has salido. Has vivido con hombres. Has
estado en esa pista.
Hice una mueca. Estuve en esa pista y luego me caí de ella. Repetidamente.
—Jake nunca ha mostrado ningún interés en hacer algo parecido a una relación.
¿Sabes cuántas damas de honor y azafatas han sido vistas saliendo de su casa a todas
horas de la noche?
—Entonces cambió de opinión. Gran cosa.
Vicky se pellizcó el puente de la nariz.
—¿Cómo puedo decir esto para que lo entiendas? Es como si Hostess Snack
Cakes saliera con un Twinkie sin grasa y sin calorías que fuera bueno para ti. Pero
solo una persona en el mundo pudiera comerlos.
—Aniquilaría a la competencia. —Suspiré, mirando a lo lejos, imaginando algo
tan hermoso.
—Jake Weston es el Twinkie sin grasa y sin calorías. Y solo una mujer puede
tenerlo.
e dejé caer en el sofá y subí mis pies sobre la mesa de café. Homer
rodó sobre su espalda en el cojín a mi lado para darme un mejor
acceso para rascarle el vientre. Lo complací, acariciando su barriga.
—Necesitas otro corte de pelo, cara peluda. —Era en parte
Goldendoodle, en parte quién demonios sabe qué, y sus pequeños y bonitos rizos
tenían la tendencia a volverse rebeldes. Homer se quejó estando de acuerdo. Estaba
enamorado de la señora que dirigía la peluquería canina. Lo dejaría antes del trabajo,
y él la seguiría por todos lados, observándola con sus ojos marrones por el día.
Mi teléfono sonó en alguna parte, y fui a buscarlo, encontrándolo entre los
cojines del sofá.

Marley: Necesitamos algunas reglas básicas si todavía estamos haciendo esto.

Me reí.
—Mujeres, ¿verdad, Homes? —Su cola dio un coletazo contra el reposabrazos.

Yo: Lo que quiera, mi lady.

Podía oírla rodando los ojos desde el otro lado de la ciudad.


Marley: Lo digo en serio. ¿Qué estamos haciendo aquí? ¿Cómo vamos a pretender
estar juntos durante un semestre completo? ¿Se supone que debemos besarnos en el
almuerzo?
Yo: Definitivamente deberíamos hacer eso.

Los puntos aparecieron, indicando que estaba respondiendo, y luego


desaparecieron nuevamente. Lo hicieron dos veces más antes que sonara mi
teléfono.
—Hola, novia —respondí alegremente.
—¿Qué estamos haciendo, Jake? Esto es estúpido. —Su voz era ronca, gruñona.
Una combinación única que aparentemente me pareció muy atractiva.
—¿Qué es estúpido?
—Este engaño. Somos adultos. Los adultos no fingen estar en una relación.
—Estás operando bajo el supuesto de que hay una edad adulta estándar a la
que todos estamos suscritos. ¿Crees que es adulto ir a delatar con el jefe una relación
de trabajo? ¿Es adulto imponerte y robar el campo de práctica de otro equipo? Todos
somos adolescentes muy grandes corriendo por todos lados tratando de ser felices.
Hubo silencio por un momento de su parte.
—Eso es extrañamente profundo.
—¿Qué puedo decir? Soy un tipo profundo.
—No, no lo eres.
—Puedo tener pensamientos profundos —discutí—. ¿Cuál es el verdadero
problema aquí, Mars?
Suspiró.
—Pensé que tendría todo resuelto para ahora.
—¿Qué? —Sabía a qué se refería, pero quería que lo dijera.
—Vida. Trabajo. Relación. Nunca pensé que estaría en esta situación tan cerca
de los cuarenta. Se supone que debo saber lo que estoy haciendo ahora.
Me di cuenta que lamentaba la confesión y la vulnerabilidad expuesta.
—¿Sientes que estás fallando? —pregunté, introduciendo la pregunta antes
que ella pudiera reconstruir las paredes.
Se quedó callada y luego:
—Sí. Una y otra y otra vez. Trabajos. Relaciones. Logros personales. Es como si
me perdiera el día en la escuela cuando nos dijeron cómo ser adultos.
—Voy a tirar algo aquí que probablemente te va a derretir la mente. ¿Estás
lista? —pregunté, pasando una mano por la sedosa oreja de Homer.
—Espera, déjame conseguir un cuaderno y un bolígrafo —dijo secamente.
Hombre, me gustaba tanto.
—¿Y si ninguna de esas cosas fuera adecuada para ti?
—¿Y si yo no fuera adecuada para ninguna de esas cosas? —respondió ella.
—¿Cuál es la diferencia? Si un trabajo o un hombre no van contigo o tú no vas
con ellos, el problema es el mismo. Simplemente no encajan.
—No. No es así. Porque si no son ellos, tengo que ser yo. Tal vez no encajo en
ningún lado. Ugh. Esto es estúpido. Soy estúpida. No sé por qué llamé.
—Porque querías hablar. Así que habla, Mars. No hay juicios aquí. ¿Crees que
tengo todo en orden? Tengo a mis pies una caja de pizza de tres semanas. Y se movió
sola. Nunca he estado en una relación. He tenido algunas aventuras de una noche
que se extendieron a una semana o quizás un mes. Pero nunca he conocido a los
padres de una chica. Demonios, nunca le he comprado nada a una mujer que no
estuviera relacionado con un regalo de Navidad.
—¿Alguna vez pensaste que tal vez simplemente no quieres eso? —sugirió
Marley. La imaginé acostada en su cama, mirando al techo, moviendo una de esas
largas y bonitas piernas.
—No lo hice. Ahora, no estoy tan seguro. —Miré alrededor de la sala de estar
de mi abuela, mi sala de estar. Tal vez era su fantasma el que me estaba metiendo
estos nuevos y extraños sentimientos. Quería que sus nietos se establecieran, se
casaran, tuvieran sus bebés y organizaran viajes compartidos y ventas de pasteles.
—¿Sientes que te estás perdiendo algo? —preguntó.
¿Lo hacía?
—No lo sé. Un poco. Pero no sé de dónde viene.
—Siento lo mismo —admitió—. Pero ahora estoy empezando a preguntarme
si estoy destinada a saltar de un trabajo a otro, de una relación monógama aburrida
a otra relación monógama aburrida.
—Cariño, nuestra relación monógama puede ser falsa, pero te puedo
garantizar que no será aburrida.
Se rio suavemente y eso me hizo sonreír.
—De vuelta a esta relación falsa —dijo—. ¿Qué implica?
—No lo sé. ¿En qué consiste una relación real? —pregunté, recogiendo una
pelota de tenis que solía usar para destensar los hombros y lanzándola al aire.
Homer la miró perezosamente.
—Citas. Cena. Películas. Domingos perezosos. Pasar tiempo juntos.
—¿Sexo? —pregunté.
—Generalmente.
—Genial. Me apunto para eso.
—No estamos teniendo sexo en una relación falsa, Jake —se quejó.
Lancé la pelota nuevamente y la atrapé con una mano.
—¿Importaría si te dijera que realmente me gustas?
—¿Por qué no lo harías? Soy un buen partido. —El sarcasmo salió fuerte en esa
parte—. Creo que estamos complicando las cosas lo suficiente con un engaño que
tenemos que perpetuar hasta las vacaciones. No le agreguemos un desastre mayor
—continuó.
Dejo que mi mirada recorra el perímetro de la sala de estar. Hablando de
desorden. Tal vez era hora de que dejara de vivir como si fuera un adolescente
transitorio.
—Entonces, seamos simples. Amigos que ocasionalmente tienen que tomarse
de las manos y besarse en público —sugerí.
—Eso suena… aceptable.
—Bueno. ¿Tenemos un trato? Te daré algunos consejos sobre entrenamiento y
enseñanza. Tú serás mi gurú de las relaciones. Y pasamos el rato.
—No me vas a cambiar por Amie Jo de nuevo, ¿verdad? —lo dijo a la ligera
como si fuera una broma, pero había algo serio en su tono.
La pelota de tenis me pegó en la frente, y Homer se quejó cuando rebotó en su
vientre.
—¿Cambiarte por Amie Jo? ¿Cuándo sucedió eso? —exigí, haciendo una
búsqueda rápida del historial en mis bancos de memoria.
—No importa. ¿Tienes algunas palabras sabias que funcionen cuando se trata
de entrenar? —preguntó, cambiando de tema—. No puedo por mi vida descubrir
cómo hacer que se lleven bien.
Me reí.
—Bueno, las tienes en el peor momento posible para un equipo o un
entrenador.
—¿Qué quieres decir con eso?
—¿No te lo dijeron? —Sabía que el distrito tenía prisa por ocupar el puesto,
pero no pensé que intencionalmente no mencionaran algo así. Quiero decir, un
nuevo entrenador merecía un aviso.
—¿Decirme qué?
Podía escuchar el temor en su voz.
—Su antiguo entrenador murió de un ataque al corazón a mitad de temporada
el año pasado.
Se quedó callada por un momento.
—Diablos. No tenía ni idea.
—Murió durante un juego —añadí.
—¡Eso es horrible!
—Un juego fuera de casa. Lo vieron ponerse azul y dejar de respirar en los
extremos del campo y luego tuvieron que viajar a casa solas con el conductor del
autobús porque su entrenador asistente fue al hospital con el entrenador principal.
—¿Estás jodidamente bromeando?
—Y si eso no era lo suficientemente traumático, una de las madres del equipo
se hizo cargo del entrenamiento por el resto de la temporada, y se convirtió en el
Hitler del equipo. Dividiéndolas a la mitad en favoritas e indeseables.
—Eso es más que horrible —dijo—. Pero también me hace sentir un poco mejor.
Pensé que yo era el problema.
—Mars, créeme, ni siquiera eres la mitad del problema de ese equipo.
Dejó escapar un suspiro.
—Entonces, ¿cómo puedo deshacer toda una temporada de desastres que
ocurrió antes de llegar aquí?
—Una práctica, un juego a la vez —sugerí.
Marley suspiró.
—Gracias por ponerme al día. No puedo creer que nadie haya mencionado esto
antes. Esto es Culpepper. No hay secretos.
—Bien ahora lo sabes. Además, era el último año escolar. Tenemos la
capacidad de atención de los mosquitos.
—Todos todavía recuerdan el baile de bienvenida —señaló.
—Bueno, eso vale la pena recordarlo.
Gimió. Me pareció extrañamente entrañable que el hecho por el que sentía
cierto nivel de culpa fuera el hecho que la convertía en una heroína de la ciudad.
Bostezó en el teléfono.
—Mira, el chico de Airbnb acaba de salir del baño. Voy a darme una ducha.
—¿Chico de Airbnb? —pregunté intrigado.
—Es una larga historia. Buenas noches, Jake.
—Buenas noches, Mars. Dulces sueños.
staba parada frente a toda mi clase de último año preguntándome cómo
demonios me había ido de casa sin pantalones mientras trataba de
cubrir mis regiones inferiores con mi carpeta de biología cuando fui
rescatada por un lejano timbre.
—¿La? —Respiré en mi teléfono.
—Arriba y a por ellos, cariño.
—¿Jake? —Me senté en la cama sintiendo una combinación de alivio al saber
que no acababa de estar desnuda frente a la mitad de Culpepper y molesta por su
tono alegre.
—Ése soy yo, cariño. Vamos. Tus lecciones de vida empiezan ahora mismo.
Vístete. Ropa para correr. Nos vemos afuera.
—¿Estás aquí? —Estaba horrorizada. Volé hacia la ventana y tiré de las
cortinas. Y ahí, en su gloria y sin camisa, estaba Jake Weston en el jardín delantero
de mis padres.
—Bonito pijama. Deprisa, melocotón. No tengo todo el día.
—Son las cinco y media de la mañana.
—Y si intentas volver a la cama, llamaré al timbre y despertaré a toda tu casa.
El primer invitado de mis padres al Airbnb probablemente protestaría con una
mala crítica. Byron de Seattle. Tenía gafas y un maletín y empezaba cada frase con
No sé si sabes esto, pero…
—Te odio —le dije a Jake.
—Trae tu trasero aquí.
Colgué y pasé treinta segundos debatiendo si arrastrarme o no a la cama antes
de ponerme un par de pantalones cortos limpios, un sostén deportivo, una camiseta
y unas zapatillas de deporte. Salí de la casa y llegué hasta donde Jake estaba
estirando sus espectaculares cuádriceps.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Encontrarme con mi novia para una carrera temprana —dijo como si fuera
obvio.
—¿Cómo es que torturarme así mantendrá a raya a la que no debe ser
nombrada? —bostecé.
—Ya verás. Además, tu salud debe ser prioridad número uno. Si vas a entrenar
a un equipo de chicas en un deporte en que se corre el noventa por ciento del tiempo,
¿no deberías saber cómo hacerlo?
—Sé cómo hacerlo. Mueves las piernas. Dejas de respirar. Vomitas. Repites. —
Yo era muy divertida al amanecer
—Vamos, Mars. Te lo pondré fácil la primera vez.
Oh, ese diablo podía sonreír. Puede que estuviera dormida, pero aún poco
consciente, esa sonrisa de chico malo era letal.
—Lo que sea. Solo dime qué hacer —dije fingiendo que no estaba cautivada
por esos músculos tan bonitos que se asomaban por sus pantalones cortos. Cortes en
V, creo que así se llamaban esas líneas deliciosas.
—Sumisa. Me gusta —bromeó, corriendo en su lugar.
—Eres repugnante.
—Vamos a calentar por diez minutos. Un buen trote ligero —dijo, moviendo
la cabeza hacia la acera—. Vamos, preciosa.
Estaba molesta por la cálida apreciación que cubrió mi estómago como la miel
ante el apodo.
Seguirlo por la acera con la luz del amanecer no era la peor experiencia que
había tenido. Sus piernas se agitaban frente a mí hipnóticamente. Los músculos de
su espalda se agrupaban y tensaban. Lástima que mis pulmones ardían como si
hubiera inhalado amoníaco.
—Te oigo resoplar como una fumadora. —Bajó el paso hasta que jadeé
llegando a su lado—. Lección uno: Respiración.
—Enséñame, Obi-Wan. —Resollé, reuniendo la energía para poner los ojos en
blanco.
Me miró por encima del hombro, y tropecé, cayendo en un parterre con
flamencos rosas del señor y la señora Angstadt en su jardín delantero. Me di con un
pico en el estómago e hice un gran escándalo.
—Cristo, Cicero. Eres un maldito desastre. —Se rio Jake. Me ayudó a ponerme
de pie.
—Me empujaste, imbécil.
—Como decía, el aire es importante porque si no tienes eso, no tienes nada.
—¿Alguna vez pensaste en enseñar español? —pregunté, enderezando un
flamenco abollado.
—Calla y corre.
Volvimos a correr lentamente. El descanso había sido bueno para mi
respiración. Ya había retomado un poco.
—Buena chica. Ahora, respira durante tres pasos. Bien y estable. Y exhala.
Inhala en tres. Exhala en dos. Esto se llama respiración rítmica.
Respirando y jadeando, sobreviví a su explicación científica completa sobre las
pisadas, la respiración y la estabilización de los músculos centrales en la exhalación.
Corrimos unas cuantas manzanas más, y me alegré moderadamente cuando la
punzada lateral nunca llegó más allá de una vaga molestia en mi lado derecho.
Estaba sudando, pequeñas gotas que se formaban en su pecho y hombros antes
de fundirse en sexy ríos de sal. Yo también sudaba mucho, y odiaba admitirlo, pero
me sentía… bien.
Volvimos a la manzana de mis padres.
—Quedan tres casas para llegar. Apresúrate —dijo, ni siquiera remotamente
sin aliento.
Principalmente para ahorrarme vergüenzas, dejé que mis piernas tomaran
ritmo y escuché el silbido del viento en mis oídos mientras aceleraba a una
respetable velocidad media. Llegué a la calzada de mis padres varios pasos detrás
de él y me agaché sobre mi cintura para tragar aire.
—No hagas eso —me dijo Jake, levantándome—. Camina. Deja que tu ritmo
cardíaco baje naturalmente. No le pidas que se detenga.
Con mis manos sobre mis caderas, caminé por la acera, tratando de controlar
mi respiración. Había pasado del sofá al programa de cinco kilómetros cuatro veces
en los pasados siete u ocho años. Bueno, técnicamente nunca había terminado. O
corrido cinco kilómetros, ahora que lo pensaba. Pero de vez en cuando, trataba de
convencerme de convertirme en una corredora.
De todas maneras, la tortuosa miseria de todo eso garantizaba mi fracaso. Pero
esto no había sido horrible. Me sentía despierta. Y tal vez un poco viva. Los pájaros
en el arce parloteaban sobre algo, y el cielo se veía más claro.
—¿Eso es una sonrisa? —preguntó Jake, divertido.
Usé el dobladillo de mi camiseta para limpiar el sudor que picaba en mis ojos.
—Bien. Así que tal vez no fue horrible.
Me sonrió, y mi ritmo cardíaco, que había empezado a disminuir, se disparó
de nuevo. Jake levantó una mano y la choqué. Pero sus dedos se cerraron alrededor
de los míos.
—Buen trabajo, Mars. —Me estaba arrastrando, acercándome como a un pez.
Mis piernas estaban demasiado gelatinosas para combatirlo.
—¿Qué estás haciendo?
—Felicitándote —dijo.
Estábamos de pie, nuestros cuerpos no tocándose del todo. Había un zumbido
entre nosotros. La sangre corría por mis venas llenas. La conciencia resplandecía en
mi piel, mezclándose con el sudor. Quería que me tocara, que me besara. Pero…
—Jake. Esto es falso —dije en voz baja. Era más bien un recordatorio para mí
misma. No quería dejarme llevar por esto y olvidar que todo esto era solo temporal.
Solo fingido.
Pasó un pulgar sobre mi labio inferior.
—Mmm.
—Jake. Concéntrate.
—Estoy muy concentrado.
—No tienes que montar un espectáculo a las seis de la mañana —dije—. No
compliquemos las cosas.
—Mars, no sé si sabes esto de mí, pero me gusta lo complicado.
—¿Por qué todo lo que sale de tu boca suena como un coqueteo?
—Es un don.
Negué y di un paso atrás.
—Eres mucho para manejar antes del amanecer.
Sonrió.
—Cariño, no lo sabré yo.
Mis pantalones cortos se quemaron espontáneamente.
—Ahora, sé una buena chica y prepárate un desayuno rico en proteínas. Te
veré en la escuela —dijo.
—Gracias por la carrera —dije.
—Cuando quieras, Mars. En cualquier momento.
Me volví hacia la casa y chillé cuando me dio una palmada en el culo.
—Hasta luego, preciosa.
Negué y lo vi largarse. Levantó la mano frente al mausoleo de al lado.
—Buenos días, Amie Jo —gritó.
Y allí estaba ella en pijama de seda rosa, mirándolo fijamente con una pequeña
taza de café en la mano. El cisne pasó por su lado de la valla.
Ambos observamos la figura de Jake retrocediendo hasta que desapareció
entre las sombras matutinas. Amie Jo y yo hicimos un contacto visual incómodo
durante un largo minuto antes que me diera la vuelta y entrara.
ars,

Ahora que estás contractualmente obligada a ser mi novia, decidí


darte una lista de Tareas para la novia. Deja de quejarte. Necesitas esto.
1. Carrera diaria. Treinta minutos, mínimo. Estaré encantado de correr contigo cuando
pueda y mostrarte mi superioridad. Truco útil: Hazlo en la mañana como lo hicimos hoy y
quítalo del camino para que no lo esperes con temor y no puedas inventar excusas. Confía en
mí, te sentirás mejor.
2. Enseñanza. Las paredes tienen ojos en Culpepper Junior/Senior High. Y esos ojos
están reportando que eres un desastre desinteresado en el gimnasio. A pesar de lo que la
administración puede haberte dicho al contratarte, estás ahí para hacer algo más que
asegurarte que nadie resulte lesionado y demande al distrito.
Lo más importante de la enseñanza es romper la barrera anti-adulta que existe en el
cerebro de cada adolescente. Son más listos de lo que parecen. No los mimes. No trates de ser
su amiga. Recuerda sus nombres y úsalos. No solo les grites.
Haz cumplidos inesperados como: ”onita voltereta hacia atrás, Julio . O Realmente
te recuperaste tras ese obstáculo, Tina .
Tu trabajo es comprometerlos en esto. Haz que se concentren en lo que está pasando en
clase. Extiende su postura jorobada por los teléfonos. Dales el tiempo y el espacio para
moverse y estar presentes. Encuentra maneras de hacer que ellos quieran hacer eso.
Por favor, mira los útiles enlaces de vídeo en el apéndice.
3. Entrenar. Esto es como enseñar solo que en dosis más concentradas. Tienes un grupo
de seres humanos que están tratando de mejorar en algo específico. Ayúdales a mejorar sin
que se sientan como una mierda. De nuevo. Nombres. Cumplidos. Atención. Eso es más
importante que impartir el arte de lo que sea que sea el fútbol. ¿Patadas y caídas? Lo que sea.
El secreto para ser un buen entrenador es descubrir cómo hacer que tu equipo funcione
como un equipo. Debería ser fácil, ¿verdad? A todos les gusta la misma actividad: el fútbol.
Todos tienen el mismo objetivo: ganar. ¡Equivocada! Un equipo deportivo de la escuela
secundaria, especialmente uno femenino, es un microcosmos de popularidad y pertenencia en
tiempos de guerra. Estas personas han sido programadas para pensar que solo puede haber
una reina del baile o un solo novio adolescente de ensueño. (Nota al margen: Solo la clase que
se graduó en 1998 demostró que eso era cierto. Era yo. Novio adolescente de ensueño, sin
reina del baile de graduación.)
Tienes que usar tus poderes para unirlas. Algunos entrenadores creen que sus equipos
deberían estar unidos contra ellos, pero es entonces cuando uno se despierta con un
suspensorio bañado en polvo que pica. Encuentre una manera de forzarlas a que se lleven
bien el tiempo suficiente para que se den cuenta que se gustan. Podría decirte un par de
maneras de hacerlo, pero es una buena forma de construir tu carácter el que lo descubras por
ti misma.

Tuyo románticamente,

Jake
uerido Jake,

Gracias por tu humilde y atenta opinión de cómo ser mejor, como


tú. Agradezco el tiempo que te tomaste halagándote a ti mismo. Algún día, espero estar tan
cegadoramente confiada en mi genialidad como tú en la tuya.
Ya que me ayudaste tanto con tu lista de 8.000 artículos sobre formas de mejorar, pensé
en devolverte el favor y darte algunas reglas básicas de relaciones.
1. No toques los pechos de tu pareja en público. Nunca es apropiado y rara vez es tan
divertido cómo crees que será.
2. Trabaja para memorizar la información importante sobre tu pareja lo más rápido
posible:
A. Nombre y apellido. Puntos de bonificación por el segundo nombre.
B. Fecha de nacimiento.
C. Mascotas actuales, nombres.
D. Preferencias personales en las siguientes áreas: cama, carga en el lavavajillas,
películas y televisión, restaurantes/dieta (no lleves a una persona con intolerancia a la lactosa
a comer helado antes de tener relaciones sexuales), política, pautas de relación (por ejemplo,
¿se considera como infidelidad las tetas de una desnudista en tu cara o solo es triste?)
3. Aprende a mostrar interés en las palabras que salen de su boca. Ganarás una estúpida
cantidad de puntos extra por llamar y pedir una actualización sobre ese tema en el trabajo del
martes pasado en relación con la ensalada de pollo en mal estado y Keith de contabilidad.
4. Aprende la diferencia entre desahogarse y pedir consejo. Sugerencia: Rara vez
pedimos consejo.
5. No dejes de perseguir la perfección física solo porque has conseguido a la futura
señora Weston. Ella se merecerá tu tableta de abdominales y tu hipnótica danza de pectorales
incluso después de haber estado casada durante doce años. Deja el bistec con queso. ¡Hazlo
por los niños, Jake!
Comencemos aquí y sigamos el camino hasta llegar a cosas como discutir con qué
familia pasar las vacaciones (respuesta: con quién tenga la mejor comida) y cuándo las flores
son apropiadas (respuesta: siempre, pero las mejores son las flores sin razón).

Tuya contractualmente,

Marley
Septiembre
nhala. Exhala. —Jadeé mientras mis pies me llevaban en un trote
lento hacia el campo de práctica vacío. Correr y yo todavía no
éramos amigos, pero para ser totalmente honesta, la relación era un
poco menos polémica de lo que había sido a principios de semana.
El estúpido y sexy Jake tenía razón sobre la forma y la respiración y esas cosas.
Era un sabelotodo molesto.
Miré la pantalla de mi teléfono. Quedaban quince minutos. Mierda, estos
habían sido los cuarenta minutos más largos de mi vida. ¿El tiempo se había parado?
¿El reloj de mi teléfono estaba roto?
Correr era mucho menos divertido cuando Jake, sin camisa y sudoroso, no
estaba conmigo. Me daba demasiado tiempo para pensar. Hoy había almorzado con
la consejera, Andrea, de nuevo y le había pedido su opinión sobre todo lo
relacionado con el entrenamiento de un equipo traumatizado. Todavía no podía
creer que Floyd o una de las chicas, o incluso Vicky, no hubiera pensado en
mencionar que el último entrenador murió durante un partido y que el sustituto
había sido el diablo encarnado. Probablemente alguna mujer tratando de superar un
trauma de la vieja escuela secundaria… solo que no de una manera saludable como
la que yo estaba usando.
Andrea parecía pensar que podía hacer que las cosas funcionaran con el
equipo. Solo tenía que abordar el mayor problema, las malas relaciones en el equipo,
y todo lo demás caería en su lugar.
Un golpeteo lento y rítmico me distrajo de mi respiración dificultosa. Usé el
dobladillo de mi camiseta para limpiarme el sudor de los ojos. Había una tabla entre
el campo de fútbol y el campo de béisbol con una portería de fútbol amarilla pintada
en ella. Delante de esta, una niña muy animada se sacudió, brincó y le dio una paliza
a una pelota de fútbol. Puso el tablero en la esquina inferior izquierda, un tiro
perfecto que desafiaría al mejor guardameta.
Me detuve en seco. Bueno, tal vez no en seco. Más bien desaceleré hasta
detenerme.
Ella hizo un amague a la izquierda, movió la pelota a la derecha y alineó otro
tiro. Se curvó con gracia en la esquina superior derecha.
—¿Cómo te llamas? —grité.
Me miró sospechosamente entre el aro de su ceja y la perforación de su nariz.
—Morticia.
Con cuidado, me acerqué.
—Ja. Súper divertido. Lo digo en serio. ¿Cómo te llamas?
—No estaba haciendo nada malo —dijo obstinadamente.
—Estabas haciendo algo súper bien, y ahora estoy tratando de reclutarte.
—¿A qué? ¿Una secta?
Con sus pantalones negros, botas de combate y una sudadera con capucha gris;
todavía con veintiséis grados de temperatura, ya parecía que pertenecía a un grupo
de los búnkeres subterráneos.
—Mi equipo de fútbol.
—¿No eres un poco mayor para jugar al fútbol? ¿No deberías estar preocupada
por romperte la cadera o algo así?
A veces odiaba a los niños.
—Soy la entrenadora del equipo femenino. Nos vendrían bien tus pies.
—No me interesa. —Se volvió hacia el balón y lo pateó. Navegó en un elegante
arco, clavando el tablero en la esquina superior derecha como un sello postal—. No
soy una persona de equipo.
—¿Qué se necesita para que te interese? —Señor, ahora sonaba como mi
padre—. Para unirte al equipo —agregué apresuradamente.
—Supongo que aún no has oído hablar de mí —dijo, su cara desprovista de
cualquier emoción. Pero vi algo hirviendo a fuego lento en esos brillantes ojos
verdes.
—Mira, Morticia, no me importa si pasaste el último semestre golpeando focas
bebés. —Eso era mentira. No me sentiría muy bien si trajera a una chica que golpea
focas al equipo. Pero en ese momento estaba desesperada. Habíamos perdido
nuestro segundo partido de la temporada por cuatro respetables goles. Lisabeth
llamó a todas las centrocampistas perras palurdas estúpidas y el equipo de los chicos
se había burlado de nosotras cuando salimos del campo—. Me interesa lo que vas a
hacer este semestre.
—No puedo jugar —dijo, rodando la pelota hasta la punta de la bota y
lanzándola al aire. Le dio con la rodilla.
—¿Por qué no?
—En primer lugar, eres una completa extraña. ¿Cómo sé que eres entrenadora?
Podrías ser una asquerosa sudorosa tratando de atraerme a una camioneta.
—En realidad es un auto con maletero.
Vi un rayo de humor en sus ojos.
—En segundo lugar, los deportes de equipo cuestan dinero. No tengo nada.
Preparé mi argumento.
—Si lo único que se interpone en tu camino para unirte al equipo es el dinero
y no una orden judicial o el hecho que estés en el programa de protección de testigos,
entonces tengo varias soluciones.
—No necesito tu caridad. —Estaba haciendo malabares con la pelota de un
lado a otro de los pies a los muslos. Necesitaba a esta chica y no estaba por encima
de humillarme.
—No, no la necesitas. Pero yo te necesito a ti y a tus pies mágicos.
Con un empujón limpio, envió la pelota hacia mí. La atrapé con el pie y le
agradecí a Dios cuando no me caí de bruces. La tomé y me las arreglé para hacerla
ir y venir entre mis rodillas antes de golpearla torpemente en su dirección.
La tomó del pie a la rodilla y a la frente.
—Mire, señora…
—Entrenadora —intervine.
Se detuvo, tomó la pelota.
—Acabo de mudarme aquí. Vivo en una casa de acogida con una madre de
acogida sobrecargada de trabajo que está demasiado ocupada trabajando en dos
trabajos y siendo responsable de cinco niños como para llevarme a la práctica y a los
partidos. ¿Feliz?
—¿Dónde vives?
Me miró diciendo no va a pasar .
—Puedo llevarte.
—Estás esforzándote mucho para ser una extraña tratando de convencerme de
que me meta en su auto con maletero.
—Tengo caramelos.
—¿Te dejan ser responsable de estudiantes? —preguntó con el fantasma de una
sonrisa alrededor de sus labios desnudos.
—Estaban desesperados. Pero están empezando a apreciar mi genialidad. —
¡Mentiras!
Se quedó callada por un minuto, sus dientes trabajando sobre su labio inferior.
—Mira, puedo llevarte a los partidos. No tengo vida. Estamos saliendo de seis
años de temporadas perdidas, y estamos en un comienzo estelar. Podrías ayudar. El
uniforme es gratis. Solo necesitarás zapatillas de tacos, y estoy segura que se nos
ocurrirá algo.
—No me gusta la caridad —repitió.
—No te culpo. Pero míralo de esta manera, me estarías haciendo un favor.
Tengo mucho que demostrar porque creo que el entrenador de los chicos es un
misógino y nadie espera mucho de mí.
Se pasó el dorso de la mano por debajo de la nariz.
—Nadie espera mucho de mí tampoco.
—Tal vez podamos sorprenderlos. Juntas. Con los dulces en mi furgoneta
secuestradora.
Suspiró.
—Mira, ven a practicar mañana. A las tres y media justo aquí. A ver qué te
parece. Tenemos entusiasmo, pero no somos buenas. Pero puede que te diviertas.
—No me gustan las chicas malas —me advirtió.
Mentalmente elaboré un plan para secuestrar a Lisabeth Hooper.
—Menos mal que tu mejor amiga, la entrenadora, tiene el poder de hacer que
las chicas malas corran hasta vomitar.
—Mmm.
—Piénsalo —dije—. Mañana a las tres y media. Dulces gratis.
Asintió y rebotó la pelota en el césped.
—Libby, por cierto.
—Encantada de conocerte, Libby. Soy la entrenadora Cicero. Probablemente
también me verás merodeando por el gimnasio.
—Nada espeluznante —dijo ella, esa especie de sonrisa aun rondando.
Decidí irme antes de arrodillarme y rogarle, aterrorizándola hasta que
decidiera estudiar en línea o algo así.
—Nos vemos por ahí. —La saludé con la mano y, con gran reticencia, corrí de
vuelta a la carretera. Tenía quince minutos más para hacer esta carrera de tortura, e
iba a pasarlos rezando para que Libby apareciera mañana.
ué es esto? —preguntó papá esa noche, su voz ya
aguda se quebró con ansiosa expectativa mientras
levantaba la tapa de la olla de cocción lenta.
—Asado de cerdo —le dije, comprobando el
brócoli asándose en el horno.
Mi peso en la balanza esta mañana reveló una alucinante pérdida de peso de
dos kilos. Los primeros no acreditados a la gripe o una resaca mala, en años. Desde
que hice esa dieta baja en carbohidratos, lechuga y zanahoria, para la boda de mi
compañero de trabajo hace cinco años, no había visto una caída tan intencionada
como esta.
¿Quién iba a pensar que perseguir a un chico malo sin camisa en las horas previas al
amanecer podría ser un gran ejercicio? Oh, claro. Literalmente todos.
Estaba sintiendo… Dios, ¿qué era esa sensación cálida y brillante en mi pecho?
¿Indigestión? No. Era más brillante, menos ardiente. ¿Era una esperanza? Hacía tanto
tiempo que no lo sentía, que ni siquiera lo reconocía. Viví la última década más o
menos con el constante temor de perder el trabajo, el seguro médico, la seguridad
de una relación. Había olvidado lo que se siente tener esperanza en el futuro.
Papá metió la cabeza en la despensa y sacó una botella de vino. La meneó hacia
mí.
—Parece que estás de buen humor —dijo con voz ronca—. ¿Deberíamos
celebrarlo?
—¿Por qué no? —dije, bajando dos copas de vino polvorientas del gabinete. La
cocina de mis padres había sido actualizada una vez. A principios de los ochenta,
cuando Zinnia y yo éramos unas niñas alborotadoras. La pared era un mosaico de
azulejos amarillos y naranjas que no coincidían en absoluto con las encimeras
marrones de fórmica. Pero por muy desagradable que fuera a los ojos, era el lugar
donde me sentía más a gusto.
Papá sacó el corcho con un estallido entusiasta y lo vertió hasta el borde. Me
reí y bebí a sorbos sin levantar la copa para no derramarlo.
—Oh, hola. —Byron el invitado asomó la cabeza en la cocina. Medía casi dos
metros de altura y era muy, muy pálido. Su cabello era del color y la textura de la
paja. Sobresalía en ángulos extraños, al menos por lo que podía ver sin romperme el
cuello. Sus gafas eran rojas, y sus pantalones eran seis centímetros muy cortos.
—¡Hola, Byron! ¿Cómo va tu estancia? —chilló mi padre.
No podía imaginar que este espantapájaros estuviera muy cómodo en la cama
doble de Zinnia. Sus piernas probablemente colgaban del colchón hasta la rodilla.
—Es bastante encantador. Gracias. —Miró fijamente a la olla de cocción lenta.
Todos lo hicimos.
—¿Te gustaría unirte a nosotros para la cena? —ofrecí.
—Oh, no me gustaría importunar —dijo, mirando ahora la botella de vino.
Reconocí esa mirada. Esperanza.
—No hay problema —le dije.

Mis padres devoraron el asado de cerdo y las verduras como si su última


comida hubiera sido espuma de poliestireno hace seis días. Aparentemente ninguno
de sus pasatiempos de jubilación se había traducido en habilidades en la cocina.
Byron comía delicadamente con un tenedor en una mano y un cuchillo en la
otra, mirando cada bocado para mirar tiernamente alrededor de la mesa.
—Entonces, Marley —dijo papá alrededor de un bocado de brócoli—. ¿Cómo
va el equipo de fútbol?
—Nos va bien. Todavía no tenemos ninguna ofensiva de la que hablar, pero
creo que podría haber resuelto ese problema esta tarde.
—¿Pusiste a Tonya Harding en la línea ofensiva del equipo contrario? —Mamá
preguntó.
—No. Pero encontré un reemplazo. Cruza los dedos para que aparezca
mañana.
Byron cruzó inmediatamente sus dedos meñique y anular y sonrió
ampliamente.
—Bien por ti —dijo mamá—. Ahora, ¿cuándo ibas a decirnos que estás saliendo
con Jake Weston?
Me ahogué con mi vino. Las lágrimas se derramaron de mis ojos mientras el
merlot se abría paso hasta mis pulmones.
—Y por el amor de Dios —mi madre echaba más carne de cerdo en su plato—
, ¿por qué no lo invitaste al menos a desayunar esta mañana?
—Yo, eh… —No podía decirles la verdad. Ninguno de ellos podía guardar un
secreto. Prácticamente nos entregaron a Zinnia y a mí inventarios detallados de
nuestros regalos de Navidad en noviembre porque estaban demasiado emocionados
para callarse. Cuando llegó el día de Navidad, el envoltorio era puramente
ceremonial.
Byron se metía bocados de cerdo en la boca y miraba la conversación como un
partido de tenis.
—¿Jake Weston? —preguntó papá—. ¿Es el del bigote o el que cubre las
manchas de óxido de su Volvo con pegatinas de parachoques de NPR8?
—Ninguna de las dos cosas —dijo mi madre—. Es el que fue atrapado
besándose con una profesora sustituta en el cuarto oscuro en su tercer año.
—Es el entrenador de campo traviesa, papá —dije, recordándoles
intencionalmente que algunos de nosotros crecimos—. Y profesor de historia.
—Oh. ¿Quién es el tipo con el Volvo? —preguntó.

Mis padres y Byron, curiosamente, insistieron en ocuparse de la limpieza. Así


que empaqué un plato de sobras para el almuerzo de mañana y subí a ver los videos
del Apéndice de Entrenamiento de Jake y algunos de los volúmenes de mentalidad
de equipo que mi hermana había enviado a cuentagotas desde el fin de semana.

8 Es una organización de medios estadounidense sin ánimos de lucro.


Antes que pudiera encender mi portátil, mi teléfono sonó.
Zinnia. Odiaba el hecho que solo el nombre de mi hermana en mi pantalla
opacara los buenos sentimientos que habían florecido dentro de mí.
Acepté la llamada, y el hermoso rostro de Zinnia llenó la pantalla. Llevaba su
cabello oscuro largo y liso en una cortina brillante. Sus labios estaban pintados de
un tono de rubí que ni en un millón de años podría lograr. Sus gruesas cejas estaban
depiladas y arregladas a la perfección.
—Hola, hermanita —dijo.
—Hola, Zin. ¿Qué tal?
Hizo un gesto a su alrededor, y pude ver que todavía estaba en su oficina. El
horizonte de Washington, D. C. se extendía detrás de ella a través de las ventanas
de su oficina de la esquina del decimotercer piso.
—Considerando que siento que no he dejado este lugar en tres semanas, bien.
Se rumorea que mi marido y mis hijos siguen vivos. ¿Cómo está Culpepper? ¿Te
estás instalando?
—Todo está bien —le dije. Odiaba darle a Zinnia los detalles de mi día. Todo
parecía tan trivial a comparación de lo que ella pasaba su tiempo haciendo—.
¿Salvando a los huérfanos de la guerra últimamente? —le pregunté.
—Ja. Algunos. Escuché que tú y Jake Weston acaban de firmar un contrato de
relación.
Me caí en la cama.
—¿Cómo demonios has oído eso?
—Radio pasillo en Culpepper es tan profundo como ancho. —Se rio—.
Entonces, ¿de qué se trata? —Me dolió un poco saber que Zinnia me conocía lo
suficiente como para saber que salir con Jake era demasiado bueno para ser verdad.
Pero al menos podía guardar un secreto.
—Fue una especie de accidente. Hubo un drama con el entrenador de fútbol
de los chicos y otra profesora, y Jake se involucró, y una cosa llevó a la otra, y le
dijimos a la administración que estábamos algo así como saliendo.
—Solo tú, Marley. —Se rio Zinnia.
Sí. Solo yo.
Zinnia era mi hermana mayor. Por nueve meses. Sin embargo, su injusta
ventaja cerebral y su madurez la habían adelantado a mí en la escuela en el cuarto
grado. Por mucho que me haya irritado, también había sido un alivio. No tener que
compartir el mismo campo de juego con ella. No comparando manzanas con
manzanas.
—¿Sigue siendo guapo? —preguntó ella.
—Oh Dios mío. Toma a Jake del último año y multiplícalo por mil. Una barba
incipiente. Tatuajes. Más músculos.
Zinnia sacó con una cuchara algo exótico de un envase de comida para llevar
y lo masticó pensativamente.
—Voy a necesitar alguna prueba fotográfica. —Decidió.
—Trataré de tomar una foto de él corriendo sin camisa —prometí.
—Eres una maravilla, hermana querida —dijo.
—Eso es lo que sigo diciendo a la gente. ¿Cómo está Ralph? ¿Sigue operando
hasta partirse el culo? —Las conversaciones con mi hermana eran extrañas. No
quería compartir los detalles lamentables de mi vida con ella, y no parecía gustarle
hablar de lo increíble que era su vida para mí. Presumiblemente porque no quería
que me sintiera peor conmigo misma.
—El querido Ralph tiene muy poco culo que partirse —dijo Zinnia con cariño.
Su marido era un genio y un cirujano con talento. Pero tenía la contextura de un
tablón.
Byron metió su torpe cabeza en mi habitación.
—Gracias de nuevo por la cena —dijo con una sonrisa de dientes—. Mantendré
mis dedos cruzados por tu nueva jugadora.
—Gracias, Byron —dije, levantándome y cerrando la puerta.
—Eh, ¿quién era ese? —exigió Zinnia.
—Oh, tu habitación es ahora un Airbnb —le dije.
abía algo más sexy que un hombre sin camisa con un perro
tonto? Reflexioné sobre ese pensamiento mientras Jake y yo nos
dirigíamos a otra carrera matutina. Homer, el Goldendoodle o
algo así, era perezoso y gruñón y se detenía para fingir que
orinaba. Admiré su estrategia.
Cuando volvimos a la casa de mis padres, los invité a ambos a desayunar y
pude ver al legendario Jake Weston casi tragarse la lengua.
—¿Desayuno? ¿Con tus padres? —Se ahogó.
—Sí, probablemente. Y Byron. Se va a quedar otra noche.
—Mars, no puedo conocer a tus padres así. —Abrió sus brazos y me obligó a
captar sus proporciones de dios.
—¿Estás nervioso? —Me reí.
Homer cayó contra mi pierna y se deslizó hasta el suelo con un gemido.
—¿Nervioso? ¿Yo? Ja.
—Parece que vas a vomitar. Solo son personas normales. En su mayoría.
—No bromeaba cuando te dije que nunca había conocido a los padres de una
chica —dijo, pasando la mano por su boca—. No voy a hacerlo así.
La decepción fue rápida, sorprendente y totalmente innecesaria.
—Oh. Sí. Supongo que tendría más sentido que le dieras a una verdadera novia
el honor de tu virginidad de conocer a sus padres —dije, inclinándome para rascar
la barriga de Homer.
—No, tonta. Quiero decir que debería conocer a tus padres. Pero incluso yo sé
que no es inteligente aparecer en la mesa del desayuno en pantalones cortos y decir,
¿Qué tal? ¿Puede mi perro comer algo de tocino? .
—Es muy considerado de tu parte —dije, mordiéndome el labio para que mi
sonrisa no me hiciera desaparecer mis ojos.
—Hablo en serio, Mars. Quiero hacer esto bien. Te estoy dando un buen
consejo. Necesito que hagas lo mismo por mí. ¿Presentarme a tus padres cuando
parece que acabo de pasar la noche sudando con su hija y esperar un desayuno
gratis? Incluso yo sé que eso no es bueno.
—¿Pero quieres conocerlos? —Presioné.
—Diablos, sí, lo hago. Son tus padres. ¿Asumo que te gustan? ¿Son importantes
para ti?
Asentí.
—Genial. Entonces hazme saber cuándo, dónde y cómo prepararme para ello.
—Bien —dije, sintiendo mi boca estirarse en una sonrisa.
Antes que me diera cuenta, se inclinó y me dio un beso en mi mejilla salada.
—Te veo en la escuela, preciosa —dijo.
—Adiós, Jake.
Puso en pie al reacio Homer, y los vi correr.

Las clases de gimnasia deberían haber sido razonablemente no horribles. Las


chicas estaban en un campo de hockey mientras los chicos jugaban al fútbol de
bandera. Todo lo que Floyd y yo teníamos que hacer era dividir los equipos y
asegurarnos de que nadie saliera demasiado herido.
Desafortunadamente para todos nosotros, Rachel, la tranquila delantera de mi
equipo, tuvo la desgracia de estar en clase con Lisabeth, la chica grande del equipo
titular.
Lisabeth era como un tiburón toro acechando en las aguas poco profundas con
sus filas de dientes asquerosos y su mala actitud de tiburón. Estaba viendo como
Rachel se escapaba hacia la meta del hockey. Y Lisabeth, corriendo más rápido de lo
que nunca la había visto en los entrenamientos, entró en acción y golpeó a la chica
en las espinillas con su bastón. Rachel se encogió en el suelo como un pedazo de
papel de seda. Las compinches de Lisabeth, tres chicas con el cabello alborotado y
demasiado bronceadas, casi se cayeron de risa.
Ya había terminado con esto.
—¡Basta! —La rabia le dio impulso a mi voz, y no solo se detuvo el partido de
hockey, sino que el partido de fútbol de bandera se detuvo en medio de una carrera
de anotaciones.
Miré hacia el campo.
—¿Rachel? ¿Estás bien? —pregunté en un tono de voz más tranquilo y
calmado.
—Estoy bien —susurró, haciendo un gesto de dolor.
—Angelika, ¿puedes llevar a Rachel hasta la enfermería para conseguir un
poco de hielo? —le pedí amablemente.
Angelika asintió, parecía nerviosa.
—Claro.
—Genial. Tú —dije, señalando a Lisabeth, sintiendo la burbuja de la rabia de
vuelta a la vida.
Me echó una mirada de qué vas a hacer y me di un segundo satisfactorio
para imaginarme que la hacía comer su palo de hockey.
—¿Todo bien, Cicero? —preguntó Floyd nervioso detrás de mí.
—¿Puedes vigilar el partido de hockey por mí? —Se lo pedí sin apartar la vista
de la cara engreída de Lisabeth.
—Claro. Sí.
—Genial. Vamos, Hooper.
—¿A dónde vamos? —dijo de manera insolente.
—A tener una pequeña charla.
Hecha una furia, llevé a Lisabeth a mi vestuario.
—¿Cuál es su problema ahora, entrenadora? —preguntó, examinando sus uñas
como si estuviera aburrida.
Pero me subestimó. Tenía experiencia lidiando con chicas como ella a esa edad
y en todas las otras edades.
—Eso es gracioso. Iba a preguntarte lo mismo. Verás, soy nueva aquí. No tengo
el beneficio de conocerte durante toda tu carrera en el instituto. Así que déjame
decirte lo que veo.
—Bien —dijo con un giro de ojos.
—Veo a una matona insegura y engreída tratando de sentirse bien derribando
a otras personas.
—No puede hablarme de esa manera. Va en contra de la política anti
intimidación —dijo, con la cara de color carmesí.
—Oh, ¿y qué es golpear a alguien con un palo de hockey?
—Un accidente. Ella se puso en mi camino. Iba a ir por la pelota.
—No lo entiendo. ¿Tus padres creen esto? ¿Tus maestros? ¿O es que todos se
muerden las uñas y se aferran a la esperanza de que tal vez entres en la universidad
y te mudes lejos, muy lejos y hagas miserable a un montón de extraños?
Lisabeth se quedó boquiabierta conmigo.
—¿Perdón?
—Ya me has escuchado. ¿Crees que le gustas a la gente porque eres una
terrorista adolescente y emocional? ¿Crees que eso te hace popular? ¿Digna? ¿Crees
que susurrar pequeñas mentiras a la gente te hace mejor que ellos? Porque déjame
decirte en qué te convierte realmente. En alguien patético. Y he visto a cientos de
chicas como tú graduarse y salir al mundo real y ser masticadas y escupidas de
nuevo.
Vale, esa parte no era necesariamente cierta. Algunas se casaban con los dueños
de los concesionarios de Cadillac y vivían felices para siempre en sus mansiones.
—No puede hablarme así. Iré al consejo escolar.
—¿Y qué? ¿Harás que me despidan de mi trabajo temporal? ¿O es esta
finalmente la excusa que todos tus profesores y tus supuestos amigos han estado
esperando? Una razón para finalmente quitarte el poder. ¿Qué serías si no fueras
popular? ¿Qué te queda como ser humano?
—¡Tengo mis amigos!
—Tienes gente de la que chismoseas a sus espaldas. Sabes, la acústica aquí es
muy buena. ¿Qué crees que pensaría Morgan W. si le dijeras a las trillizas
bronceadas que crees que es una zorra por llegar a segunda base con el tipo que te
gusta?
—¡Es una entrenadora de mierda y una profesora aún más mierda!
—Oooh. Ahora me estás insultando, y me siento un poco amenazada —dije,
cruzando los brazos—. ¿Sabes dónde estarás dentro de cinco años? Sentada en la
oficina de un abogado de divorcios porque tu boda de 50,000 dólares fue el principio
del fin de un pobre idiota que pensó que te amaba. Pero no puedes esconderte para
siempre. Y eso es lo que eres. Una chica triste y malvada cuya única alegría en la
vida viene de infligir miseria a los demás. Siento pena por ti.
—¡La odio!
—Sí, la verdad duele. ¿Y adivina qué? No me importa si fuiste la máxima
goleadora el año pasado. Estás fuera de mi equipo. No tengo espacio para las
bravuconas.
—Mi madre la va a demandar y arruinará su vida —gritó.
Culpepper debe haberse convertido en una comunidad litigiosa. Era la
segunda vez que me amenazaban con una demanda. Pero fue increíble lo liberador
que era no tener nada que perder.
—Ella puede hacer eso. Tan pronto como te presentes en la oficina del director.
—¡Le diré a todo el mundo que teñiste de rojo al equipo de los chicos!
Me encogí de hombros a pesar que su amenaza me inquietaba.
—Tu palabra contra la mía, y me siento muy afortunada hoy. Además, tú eres
la que actúa como una idiota vengativa persiguiendo a una estudiante de segundo
año en la clase de gimnasia. Solo soy la entrenadora y la profesora preocupada por
mis estudiantes.
—¡LA ODIO, perra loca!
—Lisabeth, esta es tu llamada de atención. No es demasiado tarde para que
seas una mejor persona.
—Váyase. “. La. Mierda… solo está celosa porque es vieja y fea.
Bueno, al menos lo intenté.
Silbé mientras la seguía por el pasillo hasta la oficina del director.

—¿Qué lío me trajiste? —La directora Eccles preguntó, abriendo con el pulgar
un frasco de aspirinas.
—Lisabeth Hooper —dije. La directora me miró mientras metía la aspirina en
el frasco y la cambiaba por un medicamento para la migraña de venta con receta.
—¿Qué hizo nuestra encantadora señorita Hooper? —preguntó ella.
—¿Aparte de ser solo un ser humano de mierda? —Todavía estaba enojada.
Muy enojada.
Eccles pasó una pastilla con agua.
—Aquí es donde se supone que debo decirte que la enseñanza no es una
oportunidad para corregir los errores de tu adolescencia. Que no puedes insertarte
en la política y las jerarquías de los estudiantes porque es una experiencia de
aprendizaje más valiosa cuando ellos mismos la viven.
—No estoy tan segura de que Rachel vaya a sobrevivir a Lisabeth —intervine—
. Lisabeth la golpeó con un palo de hockey tan fuerte como pudo. A propósito. Si sus
tibias no están fracturadas, me sorprenderé.
—Esta soy yo insistiendo en que es imperativo que los estudiantes encuentren
su propio camino a través de las situaciones sociales, las buenas y las malas —dijo
la directora Eccles, pellizcando el puente de su nariz—. Y esta es también la parte en
la que les animo a entender que muchos estudiantes que muestran un
comportamiento negativo, incluyendo la intimidación y el alcoholismo en general,
están luchando con problemas serios de los que tal vez no tengamos conocimiento.
—Mire. Sé que soy nueva en todo esto. Pero he sido Rachel, y he conocido a
Lisabeths. Y a veces una imbécil es solo una imbécil.
La directora Eccles miró hacia la puerta cerrada y suspiró.
—Extraoficialmente, Lisabeth Hooper es una completa imbécil, y nadie del
personal y del profesorado la soporta. Su madre, según todos los indicios, era el
mismo tipo de pesadilla. Y todavía lo es.
El alivio pasó a través de mí.
—No puedo hacer mucho para tenerla en mi clase. Pero no la quiero en mi
equipo.
—¿Estás preparada para las consecuencias de castigarla? Será feo.
—Directora Eccles, solo estoy aquí por el semestre. ¿Quién mejor para lidiar
con esto que alguien que no tiene que preocuparse por los efectos a largo plazo?
e sentí como una adolescente esperando que apareciera su cita de
graduación, preocupándose de que la plantaran.
—¿Dejarías de caminar? —exigió Vicky desde su posición
privilegiada en las gradas del campo de práctica. El equipo estaba
corriendo una vuelta de calentamiento alrededor del campo, y me estaba
preparando para comenzar a roerme las uñas como un animal en una trampa—. Me
estás poniendo ansiosa, y no me gusta estar ansiosa sin mi medicamento.
La medicación de Vicky era la mayor cantidad de ron y Coca-Cola que un
cantinero podía mezclar durante la hora feliz.
—¿Qué pasa si no aparece? Acabo de echar del equipo la única oportunidad
que teníamos de marcar un solo gol esta temporada, y si Libby no aparece, ¿cómo
no voy a sostener eso contra ella y reprobarla en gimnasia?
—La desesperación no se ve bien en ti —dijo, metiendo las manos en el bolsillo
de su sudadera con capucha. Al estilo de Pensilvania, el verano nos había
abandonado abruptamente y sin previo aviso.
—Oh Dios mío. ¡Ahí está! —Agarré el brazo de Vicky y lo apreté cuando una
cabeza oscura subió los escalones en nuestra dirección.
—Podría ser la gemela de David Beckham —dijo Vicky secamente.
—Solo espera —dije con aire de suficiencia—. No arruiné esto.
Libby se acercó lentamente, con las manos retraídas en las mangas de su
sudadera negra y sin marcas.
—Morticia —le dije, asintiendo con la cabeza.
—Posible secuestradora.
—Esta es Vicky, mi entrenadora asistente —le dije.
—¿Qué tal? —dijo Vicky, explotando su chicle.
—Hola.
—¿Entonces quieres practicar? —pregunté, tratando de mantener la
desesperación fuera de mi tono.
Libby se encogió de hombros.
—Supongo. Pero el hecho de que practique no significa que me una al equipo.
—Entendido.
—¿Estás bien jugando con todo ese metal en tu cara? —preguntó Vicky,
mirando las perforaciones de Libby.
—Revisaremos el libro de reglas más tarde —dije—. Solo trata de no ser
pateada en la cara hoy.
Las corredoras más rápidas regresaron, y después de otro minuto, el resto del
equipo estaba aspirando aire frente a nosotras.
—Todas, esta es Libby. Está pensando en unirse al equipo.
La miraron con adolescente hostilidad y sospecha.
Libby les devolvió la mirada, aparentemente aburrida y sin intimidarse.
—¿Es el reemplazo de Lisabeth? ¿Es por eso que la echaste del equipo? —exigió
Angela.
—Lisabeth no fue expulsada del equipo. Se le pidió que se fuera.
Educadamente —mintió Vicky.
—Eché a Lisabeth del equipo porque era una presencia tóxica. Podría haber
tenido un gran pie, pero su actitud estaba frenando a todo el equipo. Libby aquí es
una coincidencia. Una muy buena, así que les sugiero que no actúen como una
manada de lobas rabiosas por una vez. ¿Alguien tiene algún problema con eso?
Más de una docena de manos se levantaron.
—Qué mal —dije—. Soy la jefa. Y necesito que todas sepan que las decisiones
que tomo son las que creo que son mejores para todas ustedes. No solo algunas de
ustedes. Somos un equipo. Recuérdenlo. Tenemos un terreno común, objetivos
comunes. Y somos básicamente seres humanos increíbles. ¿Alguien tiene algo de lo
que le gustaría hablar?
Realmente no quería profundizar en todo el asunto de lamento que su
entrenador muriera en el campo , pero era mi trabajo hacer de estas chicas un
equipo.
—¿Podemos hablar sobre por qué el único maquillaje que usas es rímel y
Chapstick? —preguntó Natalee.
—No, pero si alguien quiere discutir cómo se vieron afectadas por la muerte
de su entrenador el año pasado, podemos hablar.
Hubo parpadeos y encogimientos de hombros alrededor de nuestro pequeño
y sudoroso círculo.
—Ugh. Otra vez esto no. Ya estuvimos en terapia de consejeros el año pasado
—gruñó una de las chicas.
—Nop. Estamos bien —anunció Ruby.
Estaba aliviada.
—Excelente. Ahora, alineémonos para disparos súper divertidos en ejercicios
de gol.
En el primer disparo de Libby, una conexión a tierra de movimiento rápido, la
envió navegando hacia el extremo superior de la red y trotó hasta el final de la línea
como si no fuera gran cosa.
—Tiro de suerte. —Se quejó una de las Sophie.
Libby alzó el aro de su ceja hacia la chica.
Se callaron en su segundo disparo. Libby atrapó la bola de aire debajo de su
pie, ejecutó un pequeño 360 ordenado y colocó la bola en la esquina inferior derecha.
—¿Quién demonios es esta chica? ¿Carli Lloyd? —Se quejó una de las chicas.
En su tercer turno, todas estaban mirando con la respiración contenida. Decidí
darle a Libby un poco de espacio para lo dramático y le lancé una pelota elevada.
Con un golpe preciso, la cabeceó, dirigiéndola debajo del travesaño y hacia el fondo
de la red.
Eso ganó algunos aplausos de los miembros del equipo más fáciles de
complacer.
Le lancé una mirada satisfecha a Vicky, y ella me dio una inclinación con un
sombrero de copa imaginario.
Había diseñado toda la práctica para jugar con las fortalezas de Libby. Su
regate controlado era el más rápido, su juego de pies el más limpio y, según mis
cálculos, tenía doce de doce en tiros a puerta. Todo el equipo se estaba dando cuenta,
y la perra murmuradora se calmó.
—Es tan jodidamente buena —me siseó Vicky—. ¿Crees que le gustemos?
—Dios, eso espero. ¿Es legal sobornar atletas de secundaria? —me pregunté.
Solo había una prueba más—. Está bien, pandilla. Hagamos un esfuerzo por los
últimos quince minutos antes que volvamos a perderlas para causar cualquier caos
que provoquen un jueves por la noche.
Las dividí en el equipo titular contra el juvenil y puse a Libby en el equipo
juvenil. En menos de cinco segundos, Libby había enganchado el balón a la
delantera, Natalee, y corría hacia la meta como si estuviera siendo perseguida por
un ejército de zombis. De los rápidos. No los cojos.
—Mierda —susurró Vicky a mi lado.
Libby amagó, saltó y se movió a través de la defensa del equipo titular hasta
que fueron solo ella y la portera. Un pequeño y elegante empujón de su pie envió la
pelota a Ashlynn. Toda la carrera había tomado menos de quince segundos.
Angela estaba sin palabras. Morgan E. le ofreció a Libby chocar los cinco
mientras trotaba de regreso al campo central.
Reinicié con una patada de salida y mantuve mis dedos cruzados. Había una
última cosa que necesitaba ver de Libby. Una pieza esencial del rompecabezas. Este
era mi equipo, y había una cosa que valoraba más que el talento y la habilidad.
El equipo titular comenzó y bajó al área de penalti del equipo juvenil, pero un
movimiento descuidado de Ruby le dio a la defensora la oportunidad de despejar el
balón. Lo despejó al punto central, no exactamente ideal, pero Libby lo sacó del aire
y se volvió hacia el otro extremo. Una vez más, se abrió paso sistemáticamente a
través de los centrocampistas y comenzó a separar la defensa.
Vicky y yo miramos, conteniendo la respiración, las uñas de Vicky clavándose
en mi brazo.
Justo cuando pensé que Libby esquivaría al último defensor, le pasó el balón a
la pequeña y veloz Rachel, que estaba flotando justo afuera de la jugada. Rachel
estaba tan sorprendida que reaccionó por puro instinto y clavó el balón en el fondo
de la red.
—¡Sí! —Vicky y yo estábamos saltando abrazándonos. Habríamos hecho todo
un espectáculo de favoritismo, pero el equipo juvenil ya había abordado a Rachel y
Libby en el suelo en celebración.
—Oh, mierda. Chicas, intenten no celebrar tanto —grité—. ¿Viste eso? —Le di
una palmada en el brazo a Vicky.
—El trabajo en equipo hace que el sueño funcione —dijo Vicky, todavía
saltando.
—“sí queeeeee… —dije, tratando desesperadamente de actuar normal. Estaba
conduciendo a Libby a casa después de su victorioso debut como Culpepper Barn
Owl.
Miró por la ventana, la imagen del aburrimiento adolescente.
—¿Entonces qué?
—¿Qué te pareció el equipo? ¿Quieres jugar? —Contuve el aliento mientras se
tomaba su dulce tiempo para responder.
Nos estábamos acercando cada vez más a su casa, y no quería dejarla salir del
auto sin una respuesta. Pero eso podría considerarse secuestro, y si tenía dos
demandas civiles pendientes, realmente debería evitar los delitos graves.
—Estuvo bien —dijo.
—Me estás matando, Morticia —le dije, perdiendo mi fachada de genialidad.
—Mira. Probablemente deberías saber que me echaron de mi último hogar de
acogida por ser violenta.
Parpadeé. Lo consideré. Culpepper High había estado lo suficientemente
desesperado como para contratar a alguien vetada de por vida del baile de
bienvenida. Yo también estaba desesperada.
—Eh. No importa —decidí. Además, no se veía peligrosa o violenta. Libby
parecía demasiado inteligente para su propio bien. Me gustaba eso de ella.
—Eres muy extraña.
Resoplé.
—Libs, no tienes idea.
Condujimos en silencio por un minuto.
—En realidad no fui violenta —confesó finalmente—. Mi hermano adoptivo de
diecisiete años seguía entrando accidentalmente cuando estaba en la ducha hasta que
le dije que si lo hacía de nuevo, le clavaría las orejas con una pistola de grapas. El
chico tenía orejas gigantescas. Y padres sobreprotectores.
—Eso apesta. —Sabía lo que era estar en la vida con una oscura mancha de
juicio contra mí. A veces la gente solo veía la mancha, no la persona—. Todavía te
quiero en el equipo.
—Creo que me prometieron dulces —me recordó Libby.
—Guantera.
Me lanzó una mirada de sospecha y luego la abrió. Una pila de salsas Taco Bell
y un Reese de mantequilla de maní cayeron.
—Bueno, ya que sostuvo su parte, supongo que tenemos un trato. —Suspiró.
—¡Sí! —Choqué el puño contra el techo del auto—. ¡Ay!
—Eres muy extraña.
—Sí, lo soy.
—Entonces, no estaba bromeando antes. No tengo dinero.
—Déjamelo a mí. —Mi primer depósito directo iba hacer un agujero en mi
cuenta corriente, y no podría pensar en un mejor uso—. ¿Quieres que hable con tu
madre adoptiva sobre el equipo y esas cosas?
—Nah. Ella no está mucho por aquí. Simplemente estará feliz de que me
entretenga. Es buena. Simplemente ocupada —agregó Libby. Señaló a la derecha—.
Es la segunda a la derecha. La blanca.
Era una pequeña casa de campo con un camino de entrada más sucio que la
grava y una juguetería entera en el patio delantero. Un niño pequeño perseguía a
una joven adolescente con una manguera mientras un niño pequeño giraba una gran
rueda a toda velocidad por el costado de la casa.
—¿Su último entrenador realmente murió? —preguntó Libby.
—Sí. Y luego su entrenador sustituto jugó juegos mentales con ellas por el resto
de la temporada. Puedes ser mi espía y decirme qué tan profundo es el daño.
—Divertido —dijo Libby secamente.
—No hay juego ni nada este fin de semana —le dije—. Entrenamiento el lunes
y un partido en casa el martes.
—Bueno.
—Gracias por presentarte hoy, Libby.
—Gracias por los dulces, entrenadora.
Yo: Eché a una idiota del equipo y conseguí una nueva jugadora estrella. SOY
INVENCIBLE.
Jake: *limpia una lágrima* ¡Mi novia es un superhéroe! Apuesto a que puedes ondear
una capa.
Yo: Voy a celebrar con Taco Bell. ¿Te unes?
Jake: Nada más que lo mejor para mi chica. Homer ama los tacos suaves. Recógeme en
diez.

Vicky: ¿Dijo que sí? ¿Le gustamos? ¿Nos va a llevar a la victoria?


Yo: ¡DIJO SÍ! Y me llamó rara.
Vicky: Perder y ganar. Espera. Rich acaba de entrar a la habitación en calcetines…
as noches de póker eran mis noches favoritas del mes. Reunía a mis
amigos más cercanos, en su mayoría docentes, los atendía con cerveza y
les decía cosas que no nos atrevíamos a decir a los alumnos. Todo
mientras trataba de no ir a la bancarrota con la señora Gurgevich,
jugadora extraordinaria.
Abrí la bolsa de fichas y las tiré sobre la mesa de póker.
Me preguntaba qué pensaría mi abuela de que convirtiera su comedor formal,
la sala que había albergado a generaciones de familias para fiestas y eventos
especiales, en una cueva de hombres con una mesa de fieltro verde y una
reproducción de terciopelo de Perros jugando al póker.
Al menos tenía una cubierta para la mesa en caso de que alguna vez tratara de
usarla para comer comida.
Afortunadamente, la abuela fue cremada. De lo contrario, podría darse la
vuelta en su tumba.
Tío Max fue el primero en llegar. En yuxtaposición con su esposo, Lewis, Max
era blanco con una barba esponjosa y un sentido de la moda absolutamente nulo.
Llevaba pantalones cortos tipo cargo con elástico en la cintura y una camiseta de
Queen que había visto tantos lavados que parte de la n se había desgastado,
haciendo que pareciera más una r .
Asomó la cabeza a la sala mientras entregaba el plato cubierto que llevaba.
—Carne seca con sabor a bourbon de Kentucky para el tema Todo Se Vale—dijo
sin preámbulos.
Mis tíos homosexuales y sus paladares refinadas eran lo más destacado de mi
vida. Y ambos estaban terriblemente decepcionados de que nunca había
desarrollado un interés en crear comida, solo en comerla.
—Dame —dije, alcanzando el plato.
—Sabes, realmente me estarías haciendo un favor si limpiaras algo de esto
antes de las noches de póker —dijo, observando el desastre que había migrado de la
mesa de café al extremo más alejado del sofá, piso, y una de las mesas adjuntas.
¿Había un paquete de cervezas en la ventana? Había buscado esa cosa durante tres
días antes de darme por vencido y comprar otra.
—Lo haré —prometí. Y lo decía en serio. El desastre estaba empezando a
molestarme. O el fantasma de la abuela me estaba atormentando.
Sonó el timbre y la puerta principal se abrió cuando Floyd, profesor de
gimnasia y chismes, entró.
—¿Huele a carne y whisky? —preguntó, oliendo el aire como un sabueso.
—Avancemos —se quejó la señora Gurgevich detrás de él—. Recibí media
tonelada de sashimi en liquidación. Si no lo comemos en los próximos treinta
minutos, los parásitos comenzarán a crecer. —Llegaba a un máximo de metro
cincuenta de altura con un nido encrespado de pelo canoso y lentes de montura
negra. Esta noche, llevaba un caftán negro con hilos metálicos. La señora Gurgevich
del trabajo era muy diferente de la señora Gurgevich fuera del trabajo. Se había
casado tres veces, conocía a tres presidentes lo suficientemente bien como para
llamarlos por su nombre de pila, y un príncipe saudita le debía un favor.
—¿Dónde está mi sobrino nieto? —preguntó Max.
—Homer está mirando Animal Planet arriba —le dije. Mi compañero de cuarto
de cuatro patas bajaría las escaleras para robar a los invitados algunos restos de la
mesa durante una pausa comercial.
—Gurgevich, ¡voy por tu dinero! —Bill Beerman era tímido en todas partes,
excepto en la mesa de póker. El profesor de informática de buenos modales que se
quedaba sin palabras por unas bonitas sustitutas era un alborotador que decía
estupideces después de una cerveza ligera y una mano de Texas Hold 'Em. Desde
su impactante derrota la última vez ante Gurgevich, estaba listo para la batalla con
una camisa de golf y pantalones cortos perfectamente planchados.
—Muy bien, pandilla. Ya conocen el procedimiento —dije, dirigiéndome a la
cocina. Al menos había hecho un esfuerzo por arrojar algo de la basura y las sobras
viejas al basurero antes de que llegaran todos. Bill sacó mi siempre presente pila de
platos de papel y los repartió.
¿Por qué usar platos si solo tienes que lavarlos? Yo era básicamente el Mark
Zuckerberg de las cocinas.
—Realmente pensé que cambiarías tu actitud ahora que tienes novia —
reflexionó la señora Gurgevich, desenvolviendo el sashimi y lanzando una mirada
de reojo al cubo de basura que se desbordaba en la esquina.
—Si aún no me has domesticado, ¿cómo puedes esperar que otra mujer lo
haga? —bromeé
—¿Crees que ella sobrevivirá al Horror Hooper? —preguntó Floyd, agarrando
una cucharada del cerdo desmenuzado que había comprado del lugar de asados.
—Acabo de recibir un cheque de regalías por correo. Estoy dispuesto a usarlo
para pagar sus honorarios legales si saca a ese sociópata de mi quinto período —dijo
la señora Gurgevich.
—¿Cheque de regalías por qué? —preguntó Bill.
—Marley realmente no puede meterse en problemas, ¿verdad? Quiero decir,
por lo que escuché, Lisabeth básicamente agredió a otra chica. ¿Cómo va a afectar
eso a Mars? —pregunté, metiendo un pedazo de carne en mi boca.
—Nunca subestimes el poder de los padres que piensan que sus hijos son
perfectos y especiales —resopló la señora Gurgevich.
Tío Max me miraba boquiabierto.
—¿Qué? —pregunté, tirando los utensilios de plástico sobre el mostrador.
—¿Tienes una novia? —demandó—. ¿Como una mujer humana real que acordó
estar en una relación contigo? —El tío Max no era bueno para mantenerse al día con
los chismes. Lo seguía en ese aspecto.
—No, es una muñeca inflable que conocí en una tienda de porno —le dije—.
Sí, una mujer humana. ¿Es tan difícil de creer?
—Sí —respondieron todos al unísono.
—Gracioso. Muy gracioso ¿Vamos a jugar cartas o chismear toda la noche?

—Deberías invitarla —dijo el tío Max, reorganizando las cartas en su mano.


—¿Eh? ¿A quién? —pregunté, mirando a mi par de damas.
—Marley —dijo Floyd—. ¿Ella juega?
Cristo. No dejaban pasar esto. Incluso después de que Homer bajó e hizo su
ronda en busca de sobras, todavía hablaban de que yo tenía una chica.
Tiré mis fichas.
—No sé.
—¿Cómo no sabes si juega al póker? —preguntó Bill.
—Porque acabamos de empezar a salir. Estamos tomando las cosas con calma.
Ni siquiera ha estado dentro de la casa todavía —le dije. Me recogió anoche para la
celebración de Taco Bell, pero había estado esperando afuera. Puede que me haya
acostumbrado al desastre. Pero eso no significaba que me sintiera cómodo con eso.
—¿Lento? —Gurgevich estaba sentada con un cigarrillo apagado que colgaba
de sus elegantes labios rosados—. ¿Tú? ¡Ja!
—Sí, yo. Jesús, ustedes me hacen sonar como un mujeriego o algo así —me
quejé.
—Creo que deberías invitarla esta noche —insistió el tío Max.
—Solo lo dices porque entonces puedes decirle al tío Lew que la conociste y él
no.
—No veo ningún problema con eso. —Resopló.
—Es una chica genial —dijo Floyd—. Parece que los chicos se están
emocionando un poco con ella. Quiero decir, excepto cuando tuvo los ojos rojos y
una nube de humo salió de su nariz ayer con Hooper.
—¿La estás protegiendo de nosotros o a nosotros de ella? —me preguntó la
señora Gurgevich.
—Bien. Joder. Le enviaré un mensaje de texto. ¿Bien? —Saqué mi teléfono de
mi bolsillo.

Yo: Tal vez no quisieras venir para que mis amigos idiotas y mi tío entrometido me
dejen en paz acerca del por qué mi novia no está aquí en la noche de póker, ¿verdad?

—Listo. Le envié un mensaje de texto. ¿Felices ahora? ¿Podemos por favor


volver a jugar?
Mi teléfono sonó.
—¿Qué dijo? —preguntó Bill.
—¿Me viste levantar mi teléfono todavía, genio? —murmuré. Tener una novia
estaba resultando un dolor en mi trasero.

Marley: ¿Qué tipo de invitación fue esa?

—¿Qué dijo? —preguntó Tío Max.


—Quiere saber qué demonios fue esa invitación.
—¿Cómo lo dijiste? —preguntó la señora Gurgevich.
—Le dije que no me dejarían en paz y que tal vez podría venir para que se
callaran.
Tío Max se pasó la mano por la barba.
—No eres muy bueno en esto —observó.
—¡Es mi primera relación! ¿Qué quieren de mí? ¡Dios!
La señora Gurgevich sacudía la cabeza con tristeza.
—Realmente pensé que serías mejor en esto.
—Y realmente pensé que estaría jugando póker esta noche, no sentado en una
fiesta de gallinas.
Floyd dejó escapar un sonido de pollo.

Yo: Por favor, ven y pasa un rato con mis estúpidos amigos. Me encantaría tenerte.
Hay carne seca de ternera con sabor a bourbon.

—¿Qué le dijiste? —preguntó Bill.


—¿Vendrá? —preguntó Floyd.

Marley: Tienes suerte, mi única otra opción era lavar la ropa de cama para el próximo
invitado de Airbnb de mis padres. Estaré allí en diez.
Yo: Mis bendiciones. PD. Todos piensan que esto es real, así que, ya sabes, vístete sexy
y prepárate para un infierno de beso francés.

Respondió con un emoticón del dedo medio.


—¿Bien? —exigió Tío Max.
—Ahora el chiste es para ustedes, imbéciles. Tenemos que dejar de jugar para
que puedan ayudarme a limpiar.
o sé en qué tipo de lugar esperaba que viviera Jake. Pero no en esta
bonita casa de ladrillos de dos pisos con grandes ventanas y un
porche envolvente. Había despertado mi curiosidad desde que lo
recogí anoche. Y ahora iba a ver detrás de la cortina. Ver cómo vivía
Jake Weston, ex rebelde adolescente y actual maestro de historia/entrenador de
campo traviesa.
Había un ordenado jardín delantero con un gran árbol de arce y macizos de
flores reales. Claro, parecían un poco descuidados, pero todo el paquete todavía
decía hogar familiar . Este era un lugar en el que la gente se reunía para pasar el
Día de Acción de Gracias y una chica haría una entrada triunfal en las escaleras con
un vestido de gala en su noche de graduación.
Esta no era una guarida de soltero diseñada para follar mujeres. No era una
residencia de Jake Weston.
Tenía una maldita alfombra de bienvenida en la puerta principal. Junto a ella
descansaba un par de esas zapatillas para correr de cinco dedos que debieron haber
estado demasiado malolientes para entrar.
Alcancé el timbre, pero me detuve cuando escuché ruido interno. Parecía que
alguien arrastraba algo pesado por el suelo.
—No tenemos tiempo suficiente para desempolvar. —Escuché gritar a Jake—.
Simplemente sopla el polvo más grande debajo de los muebles.
—¡Oye, tú! ¿Qué quieres que hagamos con el lo mein que está pegado al
fregadero?
¿Ese era Floyd?
—¡Solo ráspalo lo mejor que puedas! Y date prisa. ¡Debería estar aquí en
cualquier momento!
—¿Tienes alguna revista porno que necesite esconderse?
—Si hubiera sabido que iba a jugar al conserje, me habría quedado en casa esta
noche.
—Cállate y trata de limpiar algunas de las manchas de la mesa de la cocina,
¿de acuerdo?
¿En qué infierno me estaba metiendo?
Toqué el timbre y varias voces gritaron ¡“delante! al mismo tiempo.
Antes que pudiera girar el pomo, la puerta principal se abrió y el vestíbulo se
llenó con una multitud de personas.
—Mmm. Hola —dije
—Hola, Mars —dijo Jake, caminando entre las filas para darme un beso
incómodo y sin aliento en la mejilla. Tenía un trapo húmedo y sucio en una mano, y
cuando lo miré, lo lanzó por encima de su hombro.
El hombre barbudo detrás de él con una camiseta que decía Queer lo atrapó en
el aire.
—Entra —dijo Jake, halándome como a un pez—. Creo que conoces a todos
excepto a mi tío. Tío Max, esta es mi novia Marley. Mars él es…
El hombre barbudo me arrancó del agarre de Jake y me dio un abrazo
entusiasta.
—Me has hecho muy feliz —dijo—. Ahora, solo necesito tomarme una selfie
rápida.
—Oh, yo, eh…
Jake rompió el control de Max sobre mí.
—Tío Max, dejémosla respirar durante cinco segundos antes que le restriegues
esto en la cara a Lewis.
—Siempre pensó que al final te volverías gay, pero sabía que todo lo que
necesitabas era una mujer especial para que te asentaras —dijo Max, tocando
presumidamente su teléfono.
—Mis tíos son homosexuales. Siempre asumen que todos los demás también
lo son —explicó Jake—. Estuvieron desconsolados cuando mi prima Adeline se casó
con su esposo.
—Hubiera sido muy divertido tener lesbianas en la familia. —Suspiró Max.
—Definitivamente. —No tenía idea de qué decir a nada. Ni siquiera estaba
segura de por qué había venido.
—¿Qué pasa, Cicero? —saludó Floyd—. ¿Todavía tienes trabajo?
—Hola, Marley —dijo Bill Beerman, su voz apenas chirriaba.
—Hola chicos. Oh, señora Gurgevich. No la reconocí. —La señora Gurgevich
lucía… ¿deslumbrante? Estaba adornada con brillo desde su elegante caftán hasta
los enormes diamantes en sus dedos—. Vaya, esos son tremendos anillos.
Parecían extravagantes anillos de compromiso. Cuatro de ellos. Había visto a
la mujer todos los días de mi tercer año de secundaria y no la recordaba con una sola
pieza de joyería.
La señora Gurgevich movió los dedos.
—Dejen entrar a la señorita Cicero, caballeros —dijo, abriendo un camino a
través de la testosterona.
—¿Qué está pasando? —le siseé a Jake mientras todos se despegaban a la
derecha de la escalera digna de un vestido de gala.
—Los maestros quieren los trapos sucios de lo que pasó con Hooper, y mi tío
quiere una prueba de monogamia para que pueda hablar con su marido sobre eso.
—¿Por qué huele a Lysol aquí?
Se pasó una mano por la nuca.
—Probablemente no quieras saber.
Escuché un galope proveniente del piso de arriba, y ambos vimos como una
bola de pelo rubia se lanzaba por las escaleras.
—¡Homie! —Homer plantó sus patas delanteras en mi pecho y empujó su nariz
fría en mi cara—. ¡Hola, amigo! Vaya. ¿Es por saludos así que la gente tiene perros?
—pregunté.
—Cielos, no lo sabría. Simplemente como que me gruñe y luego empuja su
plato de comida cuando llego a casa —dijo Jake, mirando a su perro.
—Tienes un buen lugar —le dije, mirando alrededor del vestíbulo mientras le
daba un buen vistazo a Homer. La moldura era oscura, la madera original y los
techos altos. Había una sala de estar con mucho vidrio y muchos muebles
empotrados a un lado de la escalera y lo que parecía un comedor convertido en una
guarida de póquer en el lado opuesto.
—Deberías haberlo visto hace diez minutos —dijo Floyd desde el comedor.
—Ja, ja. Muy divertido. ¿Jugamos o qué? —gruñó Jake—. Entra, y no te
preocupes por la inquisición.

Jugué, mal. Había pasado mucho tiempo desde mis días de póker
universitario. Y como en todas las demás áreas de mi vida, la dama llamada Suerte
no estaba de mi lado. Pero fue divertido relajarse y escuchar las divagaciones.
Escuchar a la señora Gurgevich arrojar datos fascinantes sobre una vida que no se
parecía en nada a la de una profesora de inglés de secundaria.
¿Conoció a Tony Bennett de cuando era corista?
¿Tuvo un amante en Grecia que era veinte años menor que ella?
Jake se sentó a mi lado, su rodilla presionó la mía mientras se recostaba en su
silla. No parecía que perteneciera a esta casa. Excepto por el arte en terciopelo de
Perros jugando al póker. Ese definitivamente era su estilo.
Jugamos. Comimos carne seca bastante buena. Y esquivé preguntas como un
flaco con anteojos de séptimo grado esquivaba pelotas en el patio de recreo.
La señora Gurgevich quería saber si Lisabeth Hooper era finalmente el
problema de otra persona.
Floyd quería saber si me iban a despedir.
Bill tenía preguntas sobre el entrenador Vince culpándome a mí, la pobre
inocente, por el incidente del tinte rojo. No tenía respuestas para ninguno de ellos.
La próxima semana sería lo suficientemente temprano como para enfrentar
cualquier problema legal que pudiera haber provocado.
Y el tío Max tenía diecisiete mil preguntas sobre qué tipo de compañera de vida
podía esperar Jake de mí.
Fue incómodo, extraño y de alguna manera incluso un poco divertido. La
señora Gurgevich me sacó con un full house, y uno por uno todos los demás cayeron
ante la reina del póker hasta que quedaron ella y Jake, mirándose a través del fieltro
verde y la conversación basura.
Todavía tenía problemas para creer que mi maestra de inglés de la escuela
secundaria, que vestía poliéster monocromático ordenado por catálogo, era una
mujer diabólica, encantadora y mundana que una vez salió con una estrella de la
música. Lo redujimos a Neil Diamond, John Mellencamp, en sus días de asaltacunas,
o Billy Ray Cyrus.
—Pido —dijo la señora Gurgevich. Sonaba tan relajada como si no le importara
nada en el mundo o no le preocupara el bote de setenta y cinco dólares que tenía
delante—. Full house.
Su sonrisa era felina, como un león listo para arrancarle la cara a su presa.
—Ah —dijo Jake, mirando sus cartas—. Esa me parece una mano ganadora. —
Comenzó a tender una carta a la vez. Cuidadosamente. Con Precisión—. Quiero
decir, lo sería si no tuviera estos cuatro caballeros.
El resto de los perdedores y yo cantamos ante el espectáculo. La señora
Gurgevich levantó una ceja expertamente delineada.
—Tu amiga es un amuleto de la buena suerte —comentó el tío Max.
—Sí, lo es —dijo Jake, mirando en mi dirección y guiñándome un ojo.
Traté de diseccionar exactamente por qué su actitud arrogante y su
personalidad demasiado confiada me resultaban tan atractivas. Normalmente, me
inclinaba por un tipo diferente. No amenazante. De trato fácil. Tal vez solo un poco
sofisticado.
Jake era lo suficientemente duro como para astillarme. Tal vez fuera el hecho
que era un maldito buen besador.
Con el juego oficialmente terminado, todos comenzaron a limpiar y empacar
las sobras. Fue un éxodo masivo de bostezos y nos vemos el lunes , y antes de
darme cuenta, estaba sola con Jake Weston en su casa. Me debatí respecto a ir a casa.
Miré en su dirección y noté la muy buena flexión de sus músculos traseros mientras
se inclinaba para sacar la bolsa de basura de la caneca. Sí. Ir a casa era inteligente.
—¿Quieres una cerveza? —ofreció.
—Eh. Claro. —No estaba en peligro aquí. Esta era una relación falsa. No iba a
caer presa de sus encantos, arrancarme los pantalones y montarlo. Y seamos
honestos. ¿Sería tan horrible? Mi última relación había sido, digamos, escaza en el
departamento del tango horizontal durante bastante tiempo.
¿Podría el sexo salvaje con Jake Weston realmente hacerme daño?
ake sacó un par de cervezas de la nevera y abrió las tapas con una sola
mano de una forma muy sexy.
—Vamos —dijo, señalando con la cabeza hacia la puerta de atrás—.
Te mostraré el porche.
Parecía un eufemismo. Y sin dudarlo fui, de buena gana.
—Oh, vaya. —De acuerdo, estaba un poco decepcionada de que no se tratara
de un eufemismo, pero la decepción se vio atenuada por el hecho que estábamos
parados en un porche con mosquitero. Los asientos eran de la acogedora variedad
antigua y de mimbre. Pero los cojines eran mullidos y acogedores. Había una barra
de tiki repleta en la esquina con una palma medio muerta de algún tipo en la otra
esquina, y la iluminación era suave y brillante proveniente de una lámpara de mesa
real, y algunas cadenas de luces colgaban del techo.
—Esta es mi cosa favorita de toda la casa —dijo—. Estoy pensando en hacer un
espacio para un asador por aquí. —Hizo un gesto hacia el patio oscuro.
Los grillos sonaban ruidosamente, las luces eran suaves y mi cerveza estaba
fría. La vida se sentía muy bien.
Me senté en el sofá, relajándome en los cojines. Jake ignoró la silla y me
acompañó en el sofá. Levantó los pies sobre la mesa de café y tomó un largo trago
de su cerveza.
—¿Te importa? —preguntó, sacando un cigarro del bolsillo y girándolo entre
los dedos.
—En absoluto. —Me encogí de hombros. Mi hombro estaba aplastado contra
el suyo, y perdí el contacto cuando él se inclinó para encender el cigarro. Cuando se
relajó, pasó su brazo sobre mis hombros. El calor de su cuerpo sacó el frío del aire
nocturno.
El olor a humo de cigarro era dulce, picante. Anillos azules de humo flotaban
perezosamente hacia el techo.
Los grillos me arrullaron en un trance relajado.
—¿Tienes frío? —preguntó.
Me froté los brazos.
—Un poco.
Jake extendió la mano detrás de nosotros, sacó una colcha del respaldo del sofá
y la arregló cuidadosamente sobre nosotros. La acerqué a mi barbilla y dejé que mi
cabeza se inclinara sobre su hombro.
Esto se sintió… bien. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que me había sentido
así? Todo siempre era una batalla. Una ola constante y abrumadora de ansiedad.
Siempre temerosa de perder el trabajo, el hombre, la seguridad. Pero ahora, en este
momento, en este pequeño porche, me sentí bien.
—¿Cómo terminaste con esta casa? —pregunté.
Él inclinó la cabeza y sopló una nube de humo hacia arriba.
—Era de mi abuela. Murió hace aproximadamente un año y me la dejó.
—Eso explica la sensación familiar —dije—. No la has cambiado mucho,
¿verdad?
—He agregado una capa superficial de desorden para que se sienta más como
mía —bromeó.
—Mmm. Sé todo acerca de esperar —le dije.
—¿Esperar?
—Ya sabes. Tener todos estos planes, pero esperar hacer algo al respecto hasta
que algo sea correcto o el momento sea perfecto.
Se rascó la corta barba de la mandíbula.
—Ah. ¿Es eso lo que estoy haciendo?
—Estás muy ocupado. Lo harás después de las vacaciones. Tendrás algo de
tiempo después de haber terminado de ver maratones de Riverdale. Esperarás hasta
que encuentres a la persona adecuada, hasta que tengas el trabajo correcto.
—Todavía me siento como un visitante en la casa —admitió—. Aún se siente
como la casa de la abuela.
—Si fueras a comenzar con una cosa, ¿qué cambiarías? —le pregunté.
—¿Quieres? —Me ofreció del cigarro, y lo acepté, resoplando ligeramente al
final—. Creo que la sala de estar. Es mi sofá, pero todo lo demás sigue siendo suyo.
Las cortinas —decidió.
Le devolví el cigarro.
—Buena elección. La guinga no es tu estilo.
—No sé qué es. Pero tan pronto como me mudé a este lugar, solo Homer y yo
deambulando por todas esas habitaciones, todos esos metros cuadrados, comencé a
pensar que tal vez era hora de probar toda la cosa de tener una relación. Para ser
honesto, temo que el espíritu de la abuela me atormente. Ella quería desde hace
mucho que sentara cabeza.
Sonreí ante la idea de un fantasma de la abuela.
—¿Es por eso que se te ocurrió este arreglo?
—Sé que es estúpido. Tener treinta y ocho años y no tener idea de cómo se
supone que es una relación. Y tal vez no me guste. Pero siento que tengo que
intentarlo, ¿sabes? Tengo la casa. Tengo un gran trabajo. Quién sabe, tal vez me
gustaría que me anden mandando, tener que reportarme y tomar decisiones con
alguien. —Me apretó el hombro—. Me lo estás haciendo bastante fácil hasta ahora.
—Supongo que realmente no pensé que hablaras en serio —admití con un
bostezo.
—Bueno, es en serio. Y cuento contigo, Mars, para que me pongas en forma.
Quiero intentarlo. Supuse que las relaciones probablemente requerían práctica, igual
que los deportes. ¿Correcto?
—Supongo que estas en lo correcto. Lo tomaré más en serio —prometí.
—Bien. —Estuvo en silencio por un rato. Un silencio cómodo, los dos perdidos
en nuestros propios pensamientos—. ¿Qué deseas? De la vida, quiero decir —
preguntó—. Fui vergonzosamente honesto al intentar probar todo el tema de novio
a esposo. ¿Qué tipo de planes tienes?
Solté un suspiro lento.
—No sé los detalles, pero quiero hacer algo grande. Algo importante. Quiero
ser importante, esencial. Mi hermana es… asombrosa. Ella siempre ha sido más
grande que la vida. Locamente inteligente. Extrañamente hermosa. Pero lo bueno
que hace en este mundo es alucinante. Quiero hacer eso. Ser eso.
—Está bien, entonces define grande —presionó Jake.
—Es estúpido —dije.
—Los sueños de nadie son estúpidos —respondió.
Suspiré.
—Quiero que personas que ni siquiera conozco hayan escuchado sobre mí. Y
no en la forma perdedora, desempleada, sin hogar, compasiva. Quiero ser
impresionante. Quiero hacer cosas importantes, no solo cobrar un cheque de pago o
esperar para ser despedida nuevamente. ¿Sabes cuántas veces me han dejado ir,
echado, reemplazado o despedido? —Moví la cabeza para mirarlo.
—¿Cuántas? —preguntó, pasándome el cigarro de nuevo.
—Seis. Desde la universidad. Es como si hubiera desarrollado este radar. Tan
pronto como aparece el más mínimo indicio de problemas, mi reloj comienza la
cuenta regresiva. Esperando lo inevitable. Nunca he sido lo suficientemente
importante como para que me conserven. Nunca he sobrevivido a la primera ronda
de despidos. Soy prescindible. Reemplazable. Nadie me extraña cuando me voy.
Quiero ver cómo es el otro lado.
—Maldición, Mars —dijo Jake—. Eso realmente debe molestar.
Me dio una risa triste.
—Es difícil no sentirse como una perdedora. Y este trabajo no me hace sentir
mucho mejor ahora que estoy perdiendo físicamente.
—Eso es porque estás buscando validación externa.
Levanté la cabeza de su hombro.
—Está bien, Dr. Phil.
—Lo digo en serio. He pasado los últimos quince años trabajando con
adolescentes. Soy prácticamente un entrenador de vida. Debes descubrir qué te haría
tener más confianza en ti misma. Ninguna cantidad de buen trabajo, chica de otras
personas te dará esa arrogancia que estás buscando. Eres una chica increíble, Mars.
Comienza a actuar así.
—¿Y cómo sugerirías que me vuelva más segura?
—Establece algunos objetivos. Cosas que quieres lograr. Entonces sal y
domínalos. Comienza con algunos pequeños, cosas que definitivamente puedes
lograr. Pero no tengas miedo de poner mierda más grande y aterradora en esa lista.
Cada vez que tachas uno de ellos, te pruebas a ti misma que puedes hacer algo
bueno.
—Vaya. —Bien, tal vez estaba cansada. O tal vez eran las feromonas
embriagadoras del humo del cigarro y el hombre sexy, pero eso realmente tenía
sentido—. Realmente eres como un entrenador de vida.
—Quédate conmigo, preciosa. Quédate conmigo.

Me desperté con el canto de los pájaros, un crujido en el cuello y el cuerpo de


otra persona presionado contra el mío. Cuando abrí los ojos, todavía no estaba
segura de dónde estaba y quién respiraba suavemente en mi cabello. Estaba afuera.
O algo así.
Oh Dios mío. El porche cubierto. Póker. Jake.
Traté de sentarme, pero los brazos fuertes me rodearon con más fuerza.
—Nop. Cinco minutos más —murmuró, frotando su barbilla sobre mi cabeza.
Usé mis manos para revisarme. Todavía estaba completamente vestida. Anoche
tomé dos cervezas, pero quería asegurarme de no haberme desnudado y montado
al hombre.
—Relájate, Mars. Simplemente nos quedamos dormidos.
—Mierda. No les dije a mis padres que no iba a volver a casa.
—Le envié un mensaje de texto a tu madre desde tu teléfono. Ella te indicó que
te lo pasaras bien con unos seis emoticones de guiños. Ahora cállate y déjame
disfrutar despertarme con una chica.
Estaba cálida, cómoda y muy bien descansada. Y aparentemente complaciente.
—Bueno. Cinco minutos más —admití—. Y esta noche me llevarás a una cita
de práctica.
—Genial —dijo, su boca moviéndose contra mi cabello.
Ambos escuchamos el gruñido desde la puerta de atrás.
—Maldito perro —gruñó Jake—. ¿Por qué no puede aprender a salir?
Bostecé y me aparté de su abrazo. Falso o no, esta no era una mala manera de
comenzar el día.
bservé la puerta de entrada frente a mí y rodé los hombros.
—No es gran cosa. Solo recoger a tu chica para una cita —
murmuré. Había seguido las instrucciones de Marley al pie de la
letra, e incluso había ido un paso más allá. No tenía uno, sino dos
ramos de flores ya que mi novia vivía en casa con sus padres.
Apuñalé el timbre y solté un suspiro largo y lento. Era vergonzoso que
estuviera nervioso. Había tenido citas antes. De las de verdad. Podría hacer esto
totalmente. Marley no estaba aquí para juzgarme. Estaba aquí para enseñarme. Y yo
era un estudiante dispuesto.
La puerta se abrió y me encontré mirando a un hombre negro muy alto y muy
ancho. Llevaba un traje con corbata de moño y gafas de montura de carey.
—Ehh… —Instintivamente, mi mirada se deslizó al número de la casa y luego
a la casa del vecino de al lado. Sí, mansión monstruosa con un cisne. Estaba en el
lugar correcto—. Hola, ¿está Marley? —pregunté.
—Debes ser Jake. —Su voz retumbó y pude sentir las ondas de sonido en mi
médula ósea.
—Ese soy yo.
—¿Son para mí? —exigió el del moño, mirando mis flores.
—Ehh…
—Hola, Jake. —Una Marley sin aliento con jeans y una linda camisa de botones
apareció junto al gigante modelo de la moda—. Él es Dietrich —dijo.
—Dietrich. Encantado de conocerte.
—Ya veremos. ¿Cuáles son tus intenciones con Marley? —preguntó.
—Bueno, mmm. Principalmente honorables.
La sonrisa blanca perlada de Dietrich me cegó.
—Solo estoy jugando contigo, hombre. Pasa.
El alivio me atravesó y crucé el umbral hacia la casa de la infancia de Marley.
—Gracias por abrir la puerta, D —dijo Marley.
—Cualquier cosa por ti, pastelito. —Le hizo una pistola con los dedos y subió
las escaleras de tres en tres con la gracia de un receptor de la NFL.
—¿Qué demonios fue eso? —respiré.
Se rio.
—Lo siento. Pequeña broma. Es el huésped de Airbnb de mis padres durante
la semana. Está en Lancaster por negocios y quería un ambiente más acogedor que
un hotel.
—Me asustó muchísimo.
—Sí, lo hizo. —Sonrió, y descubrí que realmente me gustaba cuando lo hacía.
—Toma —le dije, empujando las flores hacia ella.
Se aclaró la garganta y señaló su atuendo.
—No olvides tus notas de Citas 101.
—Oh, cierto. —Me tomé un momento para darle una mirada apreciativa.
Realmente me gustaban las camisas con botones. No había nada que esperara más
en este mundo que deshacer esa larga fila de botones para revelar los tesoros debajo.
Esta era una franela femenina, que marcaba otra casilla para mí—. Te ves hermosa,
preciosa.
—Bien dicho —dijo Marley, aceptando las flores.
—Y estas son para tu mamá —le dije, blandiendo el otro ramo.
—Vaya. Alguien va por crédito extra —dijo.
—¿Ese es Jake? —habló una mujer desde la parte trasera de la casa.
—Sí, vino a recogerme, y, con suerte, alimentarme —respondió Marley.
—¡No dejes que se vaya!
Hubo algo que sonó como una pelea, y luego los padres de Marley aparecieron
en el pasillo. Se enredaron en su apuro por llegar a nosotros. Su padre tropezó y tiró
una foto familiar de la pared, pero se recuperó rápidamente.
—Jake, qué bueno verte de nuevo. —Jessica Cicero y yo nos habíamos cruzado
de vez en cuando en los días de servicio cuando todavía estaba enseñando. Ella era
una espectadora. Su cabello rubio estaba recogido en una coleta alegre, y su sonrisa
llegaba a sus brillantes ojos azules. Me extendió una mano y yo la estreché.
—Es un placer verla, señora Cicero —le dije, tendiéndole las flores. —Estas son
para usted
—¡Oh, Dios! Son simplemente hermosas —dijo, enviando a Marley una mirada
de encanto—. Y por favor llámame Jessica.
—Soy Ned —dijo el hombre del polo amarillo canario y el bigote plateado,
extendiendo su mano. Su voz era inusualmente alta.
—Ned, un placer conocerlo. —Le estreché la mano y dejé que ganara la guerra
de las garras. Era una presentación superficial. Todos nos conocíamos desde hace
años. Probablemente habíamos intercambiado bromas en el pasillo de productos de
la tienda de comestibles o cuando uno de nosotros estaba saliendo de un
estacionamiento mientras el otro esperaba pacientemente. Estábamos en Culpepper.
Todos conocían a todos.
—¿Me trajiste algo? —preguntó Ned, mirando con esperanza las flores de
Marley y Jessica.
—Eh, no, señor.
—¡Strike uno! —chilló. Puso los pulgares en la cintura de sus Dockers y los
subió como si quisiera pelear.
—Papá, no bromees con él. Ya hice que Dietrich abriera la puerta y le
preguntara sus intenciones —dijo Marley.
—¡Oh! Esa es buena —dijo Ned, dando a su hija dos pulgares arriba.

—Entonces, ¿a dónde me lleva, señor Novio? —preguntó Marley mientras


sostenía la puerta del pasajero abierta para ella.
—Está bien, mira esto. Vamos a Smitty's a cenar y tomar algo. Manteniéndolo
ligero, informal y público.
La atrapé haciendo una mueca.
—¿Qué? ¿Es una mala primera cita?
Sacudió su cabeza.
—No. Lo siento. Esa es solo mi reacción visceral a socializar en Culpepper. Es
un buen y sólido plan de primera cita para una futura novia.
Smitty siempre estaba lleno los sábados por la noche, pero arreglé una pequeña
mesa frente a la ventana que daba a la calle principal. Marley se subió al taburete,
dio la espalda a la habitación y abrió el menú.
—¿Entonces? ¿Cómo voy hasta ahora? —pregunté, tomando asiento frente a
ella.
—Me buscaste, fuiste amable con mis padres, me felicitaste por mi atuendo,
nos trajiste flores a mi madre y a mí, y no corriste gritando ante Dietrich. Diría que
estás dándole en clavo esta cita.
—Cuando dices de clavar…
Me golpeó en la cabeza con su menú.
—Qué divertido.
Tomé mi propio menú y hojeé. Yo no era un tipo de lo mismo todas las
noches . Mezclar era más divertido para mí que la consistencia. Una noche iba por
alas picantes. Otra noche era carne de res y brócoli. A veces, por el placer de hacerlo,
iba a por una ensalada o lanzaba mis precauciones al viento y pedía la pizza más
grasosa que pudiera encontrar.
Marley miraba a nuestro alrededor a la multitud del sábado por la noche.
Tentativamente, levantó la mano hacia alguien al otro lado de la barra y sonrió
torpemente. Luego apartó la vista con la misma rapidez.
—Esto es raro. De hecho, conozco a la mitad de estas personas —susurró,
recogiendo su menú y ocultando su rostro.
—Bienvenida al pequeño Estados Unidos.
—Ya sabes, hay algo bueno en ser una extraña para todos —dijo, dejando caer
el menú nuevamente.
—Estás nerviosa.
—No estoy nerviosa. Simplemente me siento… expuesta.
—¿Por qué? —Estaba intrigado.
—Porque la mayoría de estas personas me recuerdan mis horribles, incómodos
y humillantes años de adolescencia.
—¿Qué fue tan horrible, incómodo y humillante acerca de tu paso por la
escuela secundaria? —pregunté.
Me dio una larga mirada.
—¿Baile de bienvenida en nuestro último año? ¿Te suena eso?
—Creo que recuerdo ese baile de una manera diferente. Recuerdo a una
estudiante de último año descuidada que había sido presionada demasiadas veces
y tomó las cosas en sus propias manos por…
Inclinándose sobre la mesa, puso una mano sobre mi boca.
—¿Sabes qué? Esa no es la conversación adecuada para una primera cita. Haz
una pequeña charla casual. —Retiró la mano.
Las mujeres eran extrañas. Bonitas, suaves, fascinantes y extrañas.
—¿Qué tal los Steelers? —pregunté alegremente. Marley puso los ojos en
blanco.
—Hola, chicos. —Una camarera se materializó junto a la mesa—. ¿Puedo
traerles algo para beber?
Pedimos cervezas y como aperitivo una canasta de aros de cebolla. Cuando se
fue, Marley evitó cuidadosamente hacer contacto visual conmigo y con todos los
demás en el lugar.
Cubrí su mano con la mía.
—Mira, por lo que vale, lo siento si hice algo que te lastimó en la escuela
secundaria.
Me miró como si las palabras salieran de su garganta. Pero las contuvo,
manteniéndolas tapadas.
—Todos hicimos cosas increíblemente estúpidas en la secundaria —dijo en voz
baja.
—Está bien. —Esperé. Miró su menú por un minuto.
—Entonces, en una primera cita —dijo finalmente—, quieres concentrarte en
conseguir que tu cita hable sobre ella y archivar la mayor cantidad de información
posible. Se puede decir mucho sobre una persona por cómo habla de sí misma.
—Entonces, Marley. Cuéntame sobre ti. Si ganaras la lotería, ¿qué harías con el
dinero?
Se rio con aprobación.
—Buena pregunta.
Incliné mi cabeza de forma principesca.
—Pagaría mi montaña de deudas —decidió.
—¿Préstamos estudiantiles? —pregunté con el ceño fruncido.
Sacudió su cabeza.
—Es vergonzoso. Mi último trabajo fue en una compañía nueva que ofrecía
opciones de compra. Podías ser socio en el negocio, y me gustó la idea de eso. Invertí
mis ahorros, luego los drené tratando de ir al rescate. Antes de darme cuenta, mis
ahorros se habían ido, y también mi trabajo. La compañía cerró y tuve que pedir un
préstamo personal solo para cubrir los gastos.
Llegaron nuestras cervezas y tintineamos botellas.
—Eso apesta —le dije—. Digamos que tu deuda se ha ido mágicamente. ¿Cuál
es la cosa más frívola en la que gastarías tus ganancias de lotería?
Tomó un largo trago de su cerveza y cerró los ojos.
—Siempre quise hacer un viaje por carretera por todo el país. Parar y ver todas
las bolas de hilo más grandes. Vivir de bocadillos de carne seca y tiendas de
comestibles.
—Los viajes por carretera no son costosos como para requerir ganarse la lotería
—señalé.
—No, pero tomarse un tiempo libre del trabajo sí. Nunca he tenido un trabajo
con más de dos semanas de vacaciones pagadas. Y la mayor parte de eso fue
absorbido por las fiestas.
—Eres maestra ahora. Eso te da todo el verano para tu aventura alimentada
con carne seca.
—Soy maestra hasta Navidad. Entonces es hasta la vista, Culpepper.
—¿Qué quieres hacer después? —le pregunté, inclinándome, sin amar
realmente la idea de que empacara y siguiera adelante.
Se encogió de hombros.
—No tengo idea. Nunca nada se ha ajustado.
La V en su franela seguía atrayendo mis ojos. Me gustó ver esa larga línea de
su garganta, la sutil curva de su pecho cuando la camisa se abrió.
—Oye, no se mira el escote en la primera cita, amigo. Solo contacto visual —
dijo.
Salí de mi estado hipnótico.
—Lo siento. Viejos hábitos.
—¿Qué harías si ganaras la lotería? —preguntó.
—Eso es fácil. Le compraría a Homer un collar con incrustaciones de
diamantes.
ste acuerdo de citas no fue tan malo. Mars y yo pasamos por las
preguntas estándar de práctica para conocer al otro. O estaba
dominando totalmente la cosa del encanto, o ella era una excelente
farsante.
Lidiamos con la atención de curiosos espectadores fingiendo no notarlo.
Entendía el interés. Aunque era nativo de Culpepper, Mars era técnicamente nueva
en la ciudad y estaba causando revuelo. Y luego estaba yo, el soltero eterno que
supuestamente echó un vistazo a la adulta Marley Cicero y decidió cambiar sus
maneras salvajes.
Pagué la cuente de nuestra mesa mientras Marley guardaba las sobras.
—¿Qué debemos hacer para el postre?
Levantó una ceja hacia mí.
—¿Por qué creo que no estás hablando de helado?
Me incliné coquetamente.
—Vaya, señorita Cicero, ¿se me está insinuando?
Reflejó mi movimiento y apoyó los codos sobre la mesa.
—En tus sueños.
—Bueno, viendo que ya dormimos juntos, mis sueños son tus sueños —señalé.
Ella puso una mano sobre mi boca y miró a su alrededor. Culpepper tenía
orejas sensibles y bocas grandes en todas partes.
Mordí su palma con mis dientes, y ella entrecerró los ojos.
—Eres una mala noticia, Weston.
—No lo sé —dije, alejando su mano de mi boca y sosteniéndola.
—Oh, mierda. —Jadeó.
Pero no estaba reaccionando a mi nivel de coqueteo experto. Ella estaba
mirando por encima de mi hombro.
—¿Cuál es el problema? —pregunté, girando en mi asiento para ver quién
estaba robando mi momento aquí.
Amie Jo Hostetter, con tacones para picar hielo y pantalones de chándal azules
de moda que probablemente costaron más que mis impuestos a la propiedad este
mes, se pavoneó. Su cabello era grande. Su maquillaje estaba en su máxima
expresión. Y tenía una mano envuelta alrededor de la muñeca de su esposo.
Echó un vistazo hacia nosotros y vi el segundo en que reconoció a Marley.
—Imagínate, él envejeció bien —murmuró ella fingiendo estar cautivada con
la mesa.
—¿Ese es el tipo tras el que usualmente vas? —Eso no me importaba mucho.
Travis era el tipo de hombre bien afeitado, con ropa planchada. Se cortaba el cabello
cada tres semanas y gastaba una pequeña fortuna en productos para el cabello y
camisas Oxford a medida para adaptarse a su cuerpo estrecho. Su único pasatiempo
era el golf. Hablando de un festival de aburrición.
Mi yo de la escuela secundaria lo habría catalogado, y probablemente lo hizo,
como un niño bonito. Él era suave y delicado. Agradable, pero con labia. Y no podía
imaginar que alguien como Marley terminara con alguien como él. Se aburriría hasta
las lágrimas en una semana.
—¿Estás olvidando el hecho que lo dejé en la escuela secundaria por ti? —siseó.
—No lo hiciste —discutí—. Rompiste con él porque estabas aburrida hasta la
muerte.
—Solo cállate y deja de mirarlo, a ambos. Oh Dios. Aquí vienen. ¡Van a venir!
Apreté su mano.
—Relájate. Estás aquí conmigo, tu novio, ¿recuerdas?
Se enderezó.
—Cierto. Bueno. Bueno. Lo olvidé.
Olvidó que estaba saliendo conmigo. Eso era una patada para el viejo ego.
—Bueno, ¿ustedes dos no se ven cómodos? —arrulló Amie Jo. Enrolló a Travis
y se colocó debajo de su brazo, pintando una imagen de una pareja feliz justo en
frente de nosotros.
—Hola, Hostetters —les dije, dándole un fuerte apretón a la mano de Marley.
Se quitó la cara de venado atrapado en los faros y se pegó una sonrisa tan falsa
como el tono de Amie Jo.
—Travis, recuerdas a Marley de la secundaria, ¿verdad? —preguntó su esposa.
A juzgar por su expresión, definitivamente recordaba.
—Es bueno verte de nuevo, Marley —dijo amablemente—. Escuché que
estabas de vuelta en la ciudad.
—Eh. Hola. Sí, volví por un rato —dijo, las palabras salieron a toda prisa—. Yo,
mmm, me gusta tu cisne.
Le lancé una mirada de qué mierda y sus globos oculares se pusieron del tamaño
de una moneda de cincuenta centavos.
—¿No es simplemente divino? —preguntó Amie Jo, poniendo una mano
posesiva sobre el estómago de Travis—. Vi que Lady Gaga tenía cisnes en su
propiedad de los Hamptons y simplemente tuve que tener uno. Travis lo hizo
posible. ¡Me mima! ¿No es así, cariño?
—¿No se supone que los cisnes tengan pareja? —preguntó Marley de repente—
. Quiero decir, ¿no se sienten solos cuando solo hay uno de ellos?
Me deslicé del taburete y puse a Marley en pie.
—Bueno, los dejaremos que cenen. Tenemos algunos planes de postres
privados —dije con un sugerente movimiento de cejas—. Un placer verte, Travis.
Tirando de Marley detrás de mí, caminé entre las mesas altas hasta la puerta
principal. En segundos, estábamos afuera, y Marley soltó un suspiro de alivio.
—¿Me gusta tu cisne? —dije cuando estábamos a mitad de la manzana.
Se cubrió la cara con las manos.
—Oh Dios mío. ¿Realmente lo dije? ¡No sabía qué decirle! No lo he visto desde
la graduación de la secundaria. No me habló después del baile. Después de todo eso
de la pierna rota.
—¿Todavía te gusta?
—¡No! ¡No lo sé! No lo creo. Rompí con él, ¿recuerdas?
—Sí, y una mirada en Smitty´s, y te preguntas si estarías en los zapatos de Amie
Jo si no hubieras botado su trasero. —No me gustó que me molestara.
—Nunca usaría esos zapatos —bromeó—. Pasaría más tiempo cayendo que
caminando.
—Sé honesta. ¿No los viste juntos y te lo preguntaste?
—¿No es natural? —Esquivó la pregunta.
Deslicé mi brazo alrededor de sus hombros y la guie hacia mi camioneta.
—¿Cómo diablos debería saberlo?
—¿Alguna vez te has encontrado con una ex pareja sexual y te has preguntado
cómo sería si todavía estuvieras con ella?
—No.
—Dios, es por eso que nunca mostré mi rostro en la ciudad después de la
graduación —se quejó Marley—. Es como sostener un espejo ante cada error que
cometí.
—¿Como romper con Travis?
—Pareces enojado —dijo, mirándome con el ceño fruncido.
—¿Enojado? Ja. No estoy enojado. —Estaba completamente enojado.
Ilógicamente enojado.
—¿Irritado? ¿Molesto? ¿Lleno de ira?
—¿Se supone que debes hacer que un chico se sienta como el segundo violín
en una primera cita? —pregunté.
Ella abrió la boca y luego la cerró.
—Ay.
—Sí, ay.
Hizo una mueca.
—Bueno. Eso es justo. Si esta fuera una cita real, definitivamente te debería una
disculpa.
—¿Por qué no me muestras una ahora para que reconozca una de verdad
cuando llegue? —Estábamos frente a la biblioteca, un edificio de ladrillo amarillo y
ancho que también albergaba al departamento de policía. Mi auto estaba solo unos
pocos pasos más allá, pero la detuve.
—Bien. ¿Jake?
—¿Sí?
—Lamento haberte hecho sentir como el segundo violín. No era mi intención,
y estaba un poco sorprendida de verlo esta noche. No estaba mentalmente
preparada para enfrentar el pasado cuando la estaba pasando tan bien contigo, y lo
siento.
—Disculpa aceptada —dije.
—¿Perdonas tan fácilmente? —preguntó, entrecerrando los ojos.
—Vamos a averiguarlo. —Metí mis dedos en la V de su camisa y la jalé contra
mí. Lo había estado pensando desde que me desperté con ella esta mañana. Sentir el
peso y el calor, la presión de su cuerpo.
Antes que pudiera quejarse o golpearme, aplasté mi boca contra la suya.
Me dije a mí mismo que solo estaba haciendo una pequeña demostración
pública de afecto obligada, actuando. Tal vez haciéndola olvidar todo sobre Travis
Hostetter y sus camisas del cocodrilo.
Pero entonces su lengua bailó alrededor de la mía. Sus manos agarraron mis
hombros. Sus caderas se mecieron. A ciegas, me tropecé con uno de los pilares de la
biblioteca al pie de sus escaleras. La presioné contra el ladrillo y la probé. Ella hizo
que mi sangre cantara con esos pequeños gemidos sexy.
Me puse duro en un abrir y cerrar de ojos y me lancé descaradamente contra
ella. Mi polla exigió que la soltaran, y tuve problemas para recordar dónde
estábamos. Mis manos estaban en todas partes. Rozando sus costados, provocando
la parte inferior de sus senos. Los quería desnudos y aplastados contra mí. Quería
hurgar dentro de ella y escucharla decir mi nombre, sin aliento y necesitada.
Un fuerte aclarado de garganta me devolvió a la realidad. Dejé de besar a
Marley, pero no pude soportar alejarme de ella y darle algo de espacio.
—La biblioteca no es para eso —dijo la señora Ritter, la bibliotecaria principal,
con frialdad. Estaba vestida de color marrón de institutriz. Zuecos marrones.
Vestido marrón. Cárdigan marrón. Mirada de desaprobación en su rostro. Cuando
era adolescente, estaba un poco obsesionado preguntándome si soltando su cabello
de ese moño apretado y quitarle sus lentes nerd la transformaría en la bibliotecaria
sexy. Nunca recibí mi respuesta, pero me gustaba pensar que en casa la señora Ritter
se soltaba el pelo y hacía Pilates desnuda o algo así.
—Lo siento, señora Ritter —dije tímidamente.
—Señorita Cicero, hubiera esperado algo mejor de usted. —La señora Ritter se
sorbió la nariz antes de irse con su bolso de mano que decía NO ME
INTERRUMPAS. ESTOY LEYENDO .
—Lo siento —gruñó Marley tras ella. Ella volvió su atención hacia mí y me
golpeó en el brazo—. ¿Qué demonios fue eso?
—Te di tremendo beso y luego la bibliotecaria nos gritó —resumí.
—Eres un idiota.
La metí en el asiento del pasajero de mi auto.
—¿Los cisnes realmente necesitan un compañero?
ue nuestro primer juego en casa bajo las luces del estadio, y la docena de
espectadores, en su mayoría padres, se extendían en las gradas tratando
de parecer una multitud más grande. El equipo contrario, el Blue Ball
Blue Jays9; el condado de Lancaster tenía ciudades con nombres raros,
llegó al estilo caravana con padres y amigos saliendo de los automóviles detrás del
autobús del equipo. Nosotras, las Barn Owls, oficialmente éramos superadas en
número en nuestro territorio local.
No era un comienzo auspicioso.
Mis padres estaban allí con un cartel de la Entrenadora Cicero es Nuestro Pastelito.
Los saludé débilmente, y papá sostuvo el cartel sobre su cabeza.
Libby colocó sus calcetines nuevos en su lugar sobre las espinilleras que había
sudado durante treinta minutos antes de tomar la decisión de comprar. Intentaba
sopesar los gastos del equipo deportivo de marca con el desagradable gruñido que
provenía de productos genéricos de segunda mano.
—¿Esto es normal? —preguntó, señalando hacia las gradas casi vacías.
—No sé. Soy nueva. —Cuando estaba en la escuela secundaria, el equipo
femenino no atraía multitudes como los equipos de fútbol de varones. Pero no
recordaba que fuera tan triste.
—No tienen una razón para venir a vernos —dijo Morgan E., pasando los
dedos por su mohawk púrpura.
—Todavía —la corrigió Vicky desde su pozo sin fondo de optimismo
delirante—. Todavía no tienen una razón para venir a vernos.

9 En español el nombre sería: Bolas azules y azulejos.


—La chica nueva está jugando en el equipo titular, ¿no es así? —preguntó
Angela, levantando la barbilla en dirección a Libby.
—Su nombre es Libby —corrigió Libby.
—Lo que sea —se quejó Angela—. Simplemente no nos avergüences.
—Buena actitud, optimista —le dije a Angela.
Envié al equipo titular, con Libby, a las gradas para socializar y hacer que
pareciera que había verdaderos fans presentes. El juego del equipo juvenil estuvo
razonablemente bueno. En un año o dos, serían un equipo sólido, ya que no habían
tenido tanto tiempo para dejarse asustar por la idiotez de Lisabeth.
Al final de la primera mitad, estábamos perdiendo 1-0, pero había visto mucho
potencial en el campo. Llamé a Rachel, la tímida delantera, a un lado mientras todas
los demás estaban tomando el campo para la segunda mitad.
—Escucha, tienes todo lo que necesitas. Velocidad, juego de pies. Sal y pon la
pelota en el fondo de la red.
—Lo intentaré, entrenadora.
—No lo intentes. Simplemente hazlo.
Rachel asintió y salió corriendo al campo.
—Estás mezclando tu Star Wars con los lemas de Nike —observó Vicky.
—Cállate. Soy nueva en esta mierda de vamos, equipo, ra, ra, ra.
El árbitro hizo sonar el silbato y comenzó la segunda mitad. Veinte segundos
después, una de nuestras centrocampistas despojó del balón a una Blue Jay y lo
lanzó a Rachel.
Vicky y yo nos agarramos y comenzamos a gritar.
—¡Vamos!
Rachel salió corriendo, sus pequeños pies borrosos mientras avanzaba por el
campo.
—¡HAZ EL TIRO! —grité. Tendría que beber un tarro de miel después de cada
juego para calmar mi garganta.
En cámara lenta, Rachel estiró la pierna derecha hacia atrás y disparó.
Vicky y yo contuvimos la respiración junto con el resto del equipo y las cinco
o seis personas en las gradas que estaban prestando atención.
La pelota se elevó por el aire. El portero de las Blue Jay se lanzó por ella. Lo
juro, incluso a cincuenta metros de distancia, todavía pude escuchar el golpe
victorioso de la pelota contra la red.
Estaba gritando. Vicky estaba gritando. El equipo juvenil estaba de pie. Las
jugadoras del equipo titular golpeaban las gradas. Y Rachel estaba parada en el
campo congelada como si no pudiera creer lo que acababa de hacer. Y luego sus
compañeras de equipo la abordaron.
—Mi hija le enseñó a hacer eso —gritó mi padre desde las gradas.

Ganamos 3-2. Rachel hizo dos goles y una asistencia y no podía borrar la
sonrisa aturdida de su rostro. Quería llorar lágrimas de felicidad y comer sopa de
pollo, maíz y nachos. Pero todavía tenía que pasar un juego completo del equipo
titular.
—¡Oiga, entrenadora!
Aparté mi atención del calentamiento del equipo titular en el campo. Floyd
saludó desde detrás de la cerca del campo. La consejera de orientación, Andrea y la
profesora de francés, Haruko Smith, estaban vestidas con ropa de las Barn Owl a su
lado. Les devolví el saludo, agradecida por su apoyo y esperando que no fueran
testigos de nada humillante.
Se sentaron cerca del equipo juvenil que estaba ocupado chillando y riendo a
través de un resumen de su primera victoria de la temporada.
—No hay mucha gente, entrenadora. —Escuché otra voz. Esta inmediatamente
me levantó los pelos de punta.
El entrenador Vince, flanqueado por un par de sus jugadores, se paró detrás
de mi banco, mirando con aire de suficiencia las gradas vacías. El rojo se había
desvanecido a un rosa apagado en sus cabellos y tez. Ahora solo parecían quemados
por el sol.
—Qué amable de su parte mostrar su apoyo —le dije secamente.
—¿Apoyo? —se burló—. Estoy aquí para presenciar su humillación.
Buen trabajo, universo, haciendo realidad mis mayores miedos secretos.
—Asegúrese de comprar un poco de sopa y chocolate caliente para apoyar el
Booster Club —le dije, frotando mi ojo con el dedo medio. Como un niño pequeño
con un berrinche, pateó la grava en mi dirección y salió corriendo.
—Buena suerte esta noche, señoritas —dijo Milton a Angela y Ruby.
No podría decir si estaba siendo sarcástico o simplemente un idiota. Pero
agarré a ambas chicas y las empujé hacia el campo en caso que se sintieran
particularmente sedientas de sangre esta noche.
Envié a Vicky a reunir al equipo para revisar la alineación y enganché a Libby
en el círculo. Las luces del campo se encendieron en lo alto.
—¿Estás lista? —le pregunté.
—Relájese, entrenadora. Es solo un juego.
Escuché un silbido y me di la vuelta. Jake, luciendo como un semental en jeans,
y un chaleco térmico, saludó desde la mitad de la mayoría del equipo de campo
traviesa.
—Te ves bien, Cicero —gritó.
Le envié un saludo débil antes de volver a Libby. Mi corazón se había acelerado
un poco, y no podía decir si era nerviosismo previo al juego o a las hormonas Jake
Weston se ve bien .
—Realmente quiero ganar —le confesé a Libby.
—Entonces dile eso al equipo —sugirió.
Me acurruqué junto a todas en el campo y miré el reloj.
—Está bien, muchachas. Aquí es donde se supone que debo decirles que
jueguen duro y se diviertan y se sientan orgullosas de ustedes mismas.
Me miraron escépticas.
—Esta es también la parte en la que les voy a decir que realmente quiero ganar
esta noche. El entrenador Vince y la mitad del equipo de chicos están aquí listos para
vernos explotar. No quiero darles el placer. Así que les pido, egoístamente,
injustamente, que hagan lo mejor que puedan esta noche para poder restregárselos
en la cara. Háganme quedar bien esta noche y no haré que nadie corra mañana.
—Bueno, odio correr —dijo Ashlynn, la portera, aplaudiendo con sus manos
enguantadas.
—Entonces salgamos y pateemos los cu… traseros de las Blue Ball —dijo
Vicky—. Manos a la obra, damas.
—Tres dos uno. ¡Vamos equipo!
—¡Vamos equipo!
—Necesitamos una llamada a la acción más genial —dije, mientras la primera
cadena tomaba sus posiciones en el campo.
—¿Qué tal destruyamos al enemigo ? —sugirió Vicky mientras caminábamos
de regreso al banco. Las gradas todavía estaban en su mayoría vacías, pero el
número de espectadores aumentaba lentamente.
—¿Qué tal vete a la mierda, entrenador Vince ?
Jake estaba sentado con mis padres, y parecía que Dietrich también había
salido esta noche. Les di a todos un pequeño saludo y traté de tragarme los nervios
que estaban convirtiendo mi estómago en una montaña rusa.
Sentí un escalofrío recorriendo mi columna vertebral. El mal estaba cerca.
Dándome la vuelta, vi a Lisabeth Hooper, flanqueada por las trillizas bronceadas
y…
—¿Esa es? No puede ser —murmuré.
Ella todavía era rubia. Todavía tenía una aterradora cara de perra. Pesaba
veinte kilos más, pero todavía era molestamente atractiva.
—¿Steffi Lynn? —suministró Vicky—. Sí. ¿No sabías que es la madre de
Lisabeth? Después de abandonar la escuela de cosmetología, regresó con sus padres
y tomó un trabajo como asistente de un agente de seguros en Centerville. Su jefe la
embarazó, lo cual fue una pena porque estaba casado. De todos modos, ha estado
casada y divorciada como tres veces. Era terapeuta de masajes hasta que la
demandaron cuando su mezcla de aceites esenciales se comió la piel de un par de
sus clientes. Aún vive con sus padres. Está en la ruina y está pasando por otro
divorcio.
—Vaya.
Steffi Lynn dio un paso hacia la cerca y me miró.
—Una vez una perdedora, siempre una perdedora —dijo con sarcasmo.
Había algo menos monstruoso, más triste, sobre ella de lo que recordaba.
¿Había maldecido de alguna manera a Steffi Lynn hace tantos años en nuestro
enfrentamiento, o era solo karma acumulativo?
Lisabeth me miró fríamente y articuló vete a la mierda .
—Gracias por venir a mostrar su apoyo —les dije, dándoles un pequeño
saludo.
—¿No fue suspendida? ¿Deberíamos llamar a seguridad? —susurró Vicky por
el costado de su boca.
La seguridad del estadio consistía en un hombre parcialmente sordo de setenta
años que llevaba una radio y tomaba una siesta en la ambulancia.
—Fue un día de suspensión en la escuela. Y solo restreguémosle nuestra
victoria en la cara —dije sombríamente.
i corazón latía con fuerza en mi garganta cuando el árbitro tocó el
silbato para comenzar el juego. Siempre me sentía así antes de mis
propios juegos. Nervios. Anticipación. La esperanza de que de
alguna manera desbloqueara mágicamente mi habilidad atlética
sin explotar y fuera la heroína del equipo.
Supongo que veinte años no fueron lo suficientemente largos como para opacar
la memoria muscular de un juego en casa bajo las luces. Y ahora tenía aún más en
juego. Tenía tres enemigos en las gradas y un punto que demostrar a todos los
demás.
Vi a las Blue Jays montar una ofensa creíble y mover la pelota a nuestro
territorio. Estábamos nerviosas, torpes. El horror colectivo del equipo era palpable
ya que, paso a paso, las Jays avanzaban hacia nuestra portería. Una delantera alta
atrapó el cruce y alineó su tiro.
—Por favor no. Por favor no. Por favor, no —canté impotente desde el costado.
Ella disparó un tiro salvaje a portería, y Ashlynn se lanzó y rodó.
—Hizo…
La pregunta de Vicky fue interrumpida por el rugido de la multitud. De
acuerdo, más bien como un murmullo de aprobación. Ashlynn volvió a ponerse de
pie, con la pelota bien agarrada en sus manos.
—¡Oh, gracias a Dios!
Me preguntaba si la mayoría de los entrenadores tomaban medicamentos para
la ansiedad o si solo se tomaban a la ligera los posibles ataques cardíacos.
Las Jays dominaron la siguiente jugada y la siguiente, pero cada vez que
cruzaban la mitad del campo, nuestra defensa se volvía más dura. Se estaban
calentando al desafío. En nuestros dos juegos anteriores, ya estaríamos perdiendo
por dos goles. Esto era una mejora. Sin embargo, codiciosamente quería más que
mejorar.
Quería la victoria.
La pelota rodó fuera de los límites en el medio campo, y sentí que mi teléfono
vibraba contra mi cadera. Lo saqué y miré la pantalla.

Jake: Te ves locamente tensa. Relájate. Sé alentadora.

Respondí con un emoticón con el pulgar hacia arriba y me tomé el tiempo para
estirar los hombros y sacudir los brazos. Él estaba en lo cierto. Respirando
profundamente, hice mi mejor esfuerzo para relajarme. Choqué los cinco con la
centrocampista que salió del juego en una sustitución y grité palabras de aliento y
eslóganes deportivos.
Poco a poco, nuestra ofensiva comenzó a cobrar vida. Natalee montó nuestro
primer ataque contra la portería de las Jays. Salimos con un tiro de esquina. Algo
que habíamos practicado cientos de veces. Pero nunca debajo de las luces durante
un partido en casa. Nunca delante de una audiencia.
Nuestra mediocampista se alejó de la pelota, mirando la portería. Mi primera
línea había olvidado nuestra formación practicada de comenzar en el área de penal
y correr hacia la meta. En cambio, se pararon con los pies planos y nerviosos frente
a la portería, compitiendo con la defensa por la posición.
—¡MÚEVANSE, SEÑORITAS!
—¡Pongan sus traseros en marcha! —repitió Vicky.
Como si despertaran de un trance, las chicas retrocedieron.
—Vamos a tener que ejecutar ese ejercicio un millón más de veces —me quejé.
—O renunciar y tomar margaritas después de la escuela todos los días.
—Ese plan tiene mérito.
El silbato sonó, y el centrocampista pateó la pelota arriba, arriba, arriba. Mi
línea se movía.
—¡Vayan arriba! —grité.
Parecía que un grupo de las Jays iba a aparecer, pero luego vi la cabeza oscura
de Libby moviéndose con gracia a través del tiempo y el espacio.
Todo quedó en silencio en mi cerebro, excepto el laborioso pu-pum, pu-pum de
mi corazón. Vi la frente encontrarse con la pelota. Vi al portero saltar, con los brazos
extendidos y luego…
—¿Qué carajo acaba de pasar? —gritó Vicky.
—¡No lo sé! —Yo también estaba gritando. Igual que el resto del estadio.
—¡Mierda! ¡Ella jodidamente anotó! —aulló Vicky.
—Cuidado con esa boca, entrenadora —dijo el juez de línea mientras corría por
la línea lateral.
—No puedo evitarlo, Clarence —chilló Vicky.
Las jugadoras estaban fuera del banco y de pie. Libby estaba trotando de vuelta
al centro del campo, como si acabara de dar un paseo bajo las luces.
Una por una, las chicas en el campo se acercaron a ella buscando chocar los
cinco.
Era 1-0, y estábamos ganando.
Lo hizo de nuevo cinco minutos después. Cuando su taco morado izquierdo
envió la pelota a la esquina inferior de la red a pocos centímetros de los guantes de
la portera, miré por encima del hombro. Steffi Lynn estaba ceñuda en su asiento en
las gradas. A su lado, Lisabeth se pasó el cabello por un hombro y se tomó una selfie
con labios de pato e ignoró el mundo que la rodeaba. El entrenador Vince parecía
estreñido.
Las celebraciones fueron un poco más entusiastas esta vez. Se produjeron
palmadas en la espalda y puños al aire.
En el descanso, estábamos empatadas 2-2. Pero me pareció una victoria.
—Sophie G., muy buena entrada en el último cuarto. La 87 sigue ganándote en
el campo. Si lo necesitas, cambia la cobertura con Angela en la número 43. Ruby,
gran trabajo abriéndote en el medio. Ofensiva vigílenla. A ver si pueden darle de
comer la pelota —dije, tragando agua para mi dolor de garganta. No estaba
acostumbrada a cuarenta y cinco minutos seguidos de gritos.
Todas me miraban como si acabara de montar un unicornio.
—¿Qué?
—Estás actuando como toda una entrenadora —comentó Phoebe.
—Bueno, ustedes están siendo realmente un equipo. Están trabajando juntas.
Vicky me abrazó a mí y a dos de las jugadoras.
—¡Estamos trabajando en equipo! ¿No es muy emocionante? —chilló.
—No haga esto raro, entrenadora V —advertí.
El entrenador de las Jays debió haber dado una gran charla de medio tiempo
porque salieron dándolo todo. Su ofensa fue más estricta y más sanguinaria. Pero
maldita sea si nuestra defensa no estuvo a la altura del desafío. Estuvimos sin
puntaje durante otros veinte minutos, cada lado luchando por el dominio. De ida y
vuelta. Ambas defensas se estaban cansando, e hice un reemplazo por unas piernas
más frescas.
El reloj marcaba la hora. Los empates significaban tiempo extra, y no sabía si
podríamos hacer eso. Al menos la multitud estaba más comprometida esta mitad, y
la atención parecía alimentar a mis jugadoras.
Angela arrastró la pelota con la precisión de un profesional e hizo un poco de
celebración cuando la levantó de nuevo. La multitud gritó su aprobación.
Quedaba un minuto en el juego, y no me quedaban uñas para masticar.
—Un minuto, señoritas —grité, aplaudiendo.
No lucía bien para nosotras. Una Blue Jay se abrió camino alrededor de nuestro
centro del campo y comenzó a ir por el gol. Puse una mano sobre el corazón que
intentaba explotar fuera de mi pecho. Angela debe haber escuchado mis fervientes
oraciones. Se paró delante de la fugitiva en avance y la bloqueó.
Ya estaba a medio camino de ella cuando el árbitro soltó el silbatazo en el
campo.
—¡Angela! ¿Estás viva? —Estaba tirada en la hierba, pero tenía los ojos
abiertos. Tenía dos marcas perfectas de tachuelas en su mejilla.
—¿La detuve? —preguntó, rodando sobre su costado.
—Como una maldita pared de ladrillos —dije.
Uno de los técnicos de emergencias resopló. Dejó caer una bolsa médica en el
suelo. El equipo se acurrucó a una corta distancia mientras nos asegurábamos de
que Angela no estuviera conmocionada o que no le faltaran extremidades.
Hubo un buen humor cuando la volvimos a poner de pie para salir cojeando
del campo.
Angela se detuvo y se enfrentó al equipo.
—No dejen que mi sacrificio sea en vano. Ganen esto, perras —dijo.
Ruby se acercó y puso su mano sobre el hombro de Angela.
—Ganaremos esto para ti, Cara de tachuela.
—Oh Dios mío. Terminemos el juego, ¿de acuerdo? —dije, golpeando una
bolsa de hielo en la cara de Angela.
El árbitro nos otorgó un saque indirecto por la falta con veinte segundos
restantes en el reloj.
Dejé a Angela en el banco donde recibió la bienvenida de un héroe y volví al
lado de Vicky.
—Esto es todo —dijo.
—Sí.
—¿Quieres un trago? —preguntó.
—No creo que el agua me vaya a calmar.
Sin apartar la vista del campo, Vicky abrió la cremallera de su riñonera.
—Tengo tequila mini aquí. Para emergencias.
Me reí, fuerte y largo. Todavía me reía cuando nuestra defensa tomó la patada.
Una de nuestras centrocampistas lo consiguió y disparó por el campo a Libby.
—Mierda —susurré. Diez segundos.
Libby hizo su elegante juego de pies alrededor de una defensa y se acercó a la
meta. Agarré el brazo de Vicky, mis dedos apuñalando su carne. Ella me tenía
alrededor del cuello en un estrangulamiento.
Libby levantó la vista hacia la meta y luego se alejó.
—¿Qué está haciendo? —chilló Vicky.
Cinco… cuatro… tres…
Pateó la pelota, enviándola directamente a los pies de Ruby en la parte superior
del área de penal. Ruby no se molestó en pararla, simplemente la lanzó con esa
pierna larga suya.
El timbre marcó el final del juego y sonó a la par con los gritos de la multitud.
Yo no escuché nada. Estaba demasiado ocupada gritando porque la pelota, esa
gloriosa, gloriosa pelota, estaba en el fondo de la red. Las Barn Owls tenían su V. Yo
obtuve mi victoria.
Vicky y yo corrimos al campo con el resto de las chicas. El equipo juvenil saltó
la cerca y se unió a nosotras en nuestra carrera de éxtasis. Chocamos, una gran pila
azul de estrógenos gritando en la línea de gol. Las titulares, las juveniles, primera
alineación, segunda alineación, entrenadoras, jugadoras. Para ese momento, ese
brillante y victorioso momento, todas fuimos uno.
De alguna manera llegamos al medio campo y nos alineamos para chocar las
manos con las Blue Jays.
—Buen juego, entrenadora. Las chicas se vieron geniales esta noche —me dijo
el entrenador de las Blue Jays.
—Gracias —le dije. No podría borrar la sonrisa de mi cara si lo intentara.
Luego me dieron la vuelta y me levantaron del suelo.
—¡Lo hiciste, Mars! —Jake me hizo girar bajo las luces del estadio, y todo fue
casi perfecto.

Al salir, los fanáticos nos paraban cada tres metros. Mis jugadoras estaban
encantadas, sus padres estaban extasiados y, según Haruko, la escuela estaba feliz
de que finalmente pusiera una V en la cara del entrenador Vince. Se había marchado
abruptamente en el tercer período cuando se hizo evidente que no iba a ocurrir una
explosión.
No supe cuándo se escabulleron Lisabeth y Steffi Lynn, y no me importó lo
suficiente como para preguntar.
—¡Esto es genial! —dijo Vicky, pavoneándose hacia el puesto de venta para ver
si tenían nachos sobrantes—. Quiero decir, no solo pudiste restregar esto en la cara
del Neanderthal, sino que también le mostraste a Steffi Lynn cómo se entrena un
equipo.
—¿Por qué le importaría?
Vicky se detuvo en seco.
—¿Nadie te lo dijo?
—¿Decirme qué? —Miré por encima del hombro a Jake. Estaba conversando
con uno de sus alumnos.
—Ella fue quien se hizo cargo del entrenamiento cuando su entrenador murió
la temporada pasada.
—¿Steffi Lynn es Hitler? —Una vez más, me di cuenta demasiado tarde que
necesitaba tener mis epifanías más silenciosamente cuando una docena de cabezas
giraron en mi dirección.
Vicky me puso una mano en el brazo y me arrastró unos pasos.
—¡Pensé que lo sabías! Ella se convirtió en dictadora e hizo de Lisabeth la reina
del universo malvado.
—¿Por qué nadie me dice esta mierda? —me quejé—. Podría haberlo hecho
mucho mejor con todo esto de hola, soy su nueva entrenadora. ¡Juro que no soy
una imbécil! .
—¡Oiga, entrenadora!
Me di la vuelta y encontré al equipo titular alineado detrás de mí haciendo el
corazón con sus dedos.
—Creo que lo saben —dijo Vicky, dándome una palmada en la espalda.
anamos nuestro siguiente partido, un partido fuera de casa ese
jueves. Las chicas se compenetraban en el campo, y eso fue tan
gratificante como ver esos muy buenos resultados finales.
Era un tipo diferente de viaje en autobús a casa después de
una victoria.
Disfruté de la victoria 4-2 al son de las adolescentes felices que, por una vez,
no se peleaban entre ellas. Las cosas me iban bien. Era una nueva experiencia. Y
aunque esperaba que un zapato o una pared de ladrillo cayeran sobre mí en
cualquier momento, estaba decidida a disfrutarlo mientras durara.
La entrenadora de las animadoras me había hecho una visita para preguntarme
si me importaba permitir que su equipo fuera un poco más creativo con sus porras
en nuestros partidos. El equipo de los chicos les había estado tirando basura durante
los juegos. Estaban más que felices de cambiar a animar a las chicas. Yo estaba a
favor.
Luego estaba el lindo paquete envuelto que encontré en mi escritorio ayer.
Era un silbato grabado con las palabras Entrenadora Marley . Cortesía de
Jake. Tenía que darle crédito. El hombre era excelente haciendo regalos.
Envié un mensaje y adjunté una foto del marcador.

Yo: Otra V en los libros.


Jake: Bien hecho, entrenadora. Estoy pensando que debería llevar a mi chica para
celebrarlo. ¿A la hoguera del sábado?
Oh, vaya.
Culpepper tenía dos tipos de hogueras. El tipo de escuela secundaria donde
los menores de edad beben y tienen sexo. Y el tipo de adultos donde se bebe en
exceso y se hacen tonterías. Nunca había estado en una hoguera de adultos aquí. Era
uno de esos momentos en los que tenía que dar un paso atrás mentalmente y
preguntarme cuándo demonios me había convertido en una adulta. Y cuando
demonios empezaría a sentirme como una. Por dentro, todavía era una adolescente
herida que no tenía idea de cómo funcionar en el mundo real.
—¿Estás enviando un mensaje a tu novio? —preguntó Phoebe, mirando por
encima de mi hombro.
—Tal vez —dije.
Frunció la nariz y me estudió.
—¿“lguna vez has pensado en, no sé… intentarlo?
—¿Qué?
—Ya sabes, maquillarte, arreglarte el pelo, llevar zapatos que no tienen que ser
atados… ¿algo más allá de crema hidratante y desodorante?
—¿Phoebe te está hablando de hacer un esfuerzo? —La cabeza de Natalee
apareció sobre el asiento.
—Oye, íbamos a hacer esto como equipo. ¿Recuerdas? —se quejó Morgan E.,
deslizándose al lado de la dormida Vicky.
—¿De qué están hablando? —pregunté, no muy segura de querer una
respuesta.
—Bueno. Obviamente al señor Weston le gustas, y eso es genial. Pero todavía
estás como un triste circulo —dijo Natalee, apartándose su flequillo de pelo negro
brillante de su cara.
—¿Triste círculo?
—¿Recuerdas el anuncio con la prescripción de antidepresivos con el círculo
triste?
—Sí —dije cuidadosamente. ¿Había una cara ceñuda en caricatura con una
nube de lluvia sobre mi cabeza?
—Ésa eres tú —dijo Angela, apareciendo un asiento atrás en el pasillo.
—Mira. Sabemos que en los noventa, era genial ser apático y todo eso. Pero eso
fue hace mucho tiempo —explicó Morgan E.
—Sí, como hace cien años —resopló Angela.
—Gracias por eso, Angela.
Me sonrió.
—¿Qué están tratando de decir?
—Creemos que, si te esforzaras con tu apariencia, serías más feliz —insistió
Phoebe.
No era una extraña al maquillaje o a los productos para el cabello. No hace
mucho tiempo que me había vestido con bonitos pantalones y camisas bonitas y
usaba rímel todos los días. Pero todo parecía inútil dadas las circunstancias actuales.
Solo estaba de paso. Solo rellenando el tiempo. A mi novio falso no le
importaba lo que hiciera con mi pelo.
—¿No es esto enviar el mensaje equivocado? ¿Hacerte artificialmente más
bonita para ser más atractiva para otras personas? —discutí.
Natalee se burló.
—Eso es adorable. Y tan equivocado. No te esfuerzas para los demás. Lo haces
por ti misma.
—Duh —añadió Morgan E.
Está bien. Eso era muy diferente a mis días de secundaria. Todo lo que todos
hacían en ese entonces era buscando la aprobación de otras personas.
—Espera, espera, espera. —Agité una mano en el aire y luego señalé a
Natalee—. ¿Me estás diciendo que no pasas cuarenta minutos cada mañana en tu
cabello y maquillaje para lucir bien para los chicos?
Puso los ojos en blanco.
—Ni siquiera sé por dónde empezar con esa erradez.
Me preguntaba si erradez era una palabra.
—En primer lugar, es más como una hora. Verme bien me hace sentir bien. Los
chicos no se dan cuenta si tienes los ojos ahumados o el tono correcto de delineador
de labios. Se dan cuenta cuando tienes confianza. Lo cual tiene un doble propósito
—instruyó Natalee.
—Si tienes confianza —dijo Ruby, apareciendo en el pasillo—, eres más
atractiva e interesante, y es más difícil que los imbéciles se metan contigo.
—Historia real —Angela estuvo de acuerdo—. Si tienes confianza, no eres una
víctima fácil.
Tuve un cegador y horrible recuerdo de todo mi paso por el instituto
comprimida en un montaje de víctima. Me sentí un poco mal.
—¿Dónde están aprendiendo estas cosas? —¿Había una nueva clase que las
escuelas empezaron a enseñar después de que me gradué? ¿Y podría asistir?
—En el gram —anunció Morgan E.
—¿El gram?
—Instagram. Ya sabes, ¿hacerlo por el gram? Hashtag #verdaderoyo. Hashtag
#ereshermosa.
—Instagram. Youtube. Están llenos de modelos a seguir. ¿Quieres aprender a
contornear tu cara? ¿Cómo conseguir la mejor ropa en Target para el regreso a la
escuela? ¿Cómo responder a los matones sin perder el alma? Está todo ahí —dijo
Natalee.
El resto de las chicas asintieron.
—Básicamente, hemos estado hablando y creemos que puedes hacerlo mejor
—dijo Morgan E., poniéndome la mano en el hombro.
Vicky roncaba.
—¿Mejor que Jake? —pregunté.
Su risa estridente despertó a Vicky.
—¿Qué está pasando? ¿Qué está pasando?
—Nos estamos haciendo cargo de la entrenadora —explicó una de las chicas.
—Oh, gracias a Dios. Iba a empezar a meter muestras de maquillaje en su bolso
de gimnasia —anunció Vicky.
—No mejor que el señor Weston —me aclaró Phoebe—. No hay nada mejor que
el señor Weston. Mejor que lo que estás haciendo ahora por ti misma. —Rebotó en
el asiento y sonrió al resto de las chicas—. “sí queeee…
—Vas a encontrarte con nosotras en Ulta el sábado por la mañana, y te vamos
a hacer un cambio —terminó Natalee, aplaudiendo.
Libby asomó la cabeza entre dos de las chicas.
—¿Alguien dijo Ulta? Tengo cupones. —Sonrió con maldad.
Mi teléfono sonó en mi regazo.

Jake: Me tomo tu silencio como un "Sí, Jake, me encantaría ir a la hoguera con tu cara
bonita y tu cuerpo ardiente. Lo espero con tanta ilusión que voy a comprarte un regalo solo
por invitarme".
—Creo que debería cortarse el pelo —dijo una de las chicas, sacando mis
trenzas marrones, sosas y nada especiales de su prisión de cola de caballo.
—Tengo un tablero en Pinterest con algunos estilos potenciales.
—Oooh, déjame ver —exigió Vicky—. ¿Crees que le luciría el flequillo?
orrí contra el viento durante cinco kilómetros enteros y me sentí
como una campeona olímpica cuando la casa de mis padres volvió a
estar a la vista. El otoño descendía con su tradicional
imprevisibilidad. Pensilvania tenía un invierno y un verano muy
largos, con uno o dos días que podrían considerarse como una primavera que
reafirmaba la vida y un otoño acogedor y fresco. Algunas de las hojas estaban
empezando a cambiar de color en los arces, pero otros árboles ya se habían rendido,
arrojando su follaje aún verde al suelo.
Las especias de calabaza y los suéteres holgados estaban en todas partes,
aunque las temperaturas oscilaban entre los 4 y 21 grados centígrados.
Me lavé rápidamente con la manguera en la ducha, tomé la ropa limpia más
cercana y luego me detuve y me miré en el espejo.
Esfuerzo.
Bien, de acuerdo. Podría hacer un poco. No tenía que vestirme como si siempre
estuviera lista para una siesta o un entrenamiento.
Saqué un par de pantalones vaqueros y me di cuenta de que me iban sueltos
alrededor de la cintura. A menos que me equivocara, éste era el par por el que tuve
que acostarme en la cama para subirme la cremallera el invierno pasado.
Y aquí estaba yo de pie y no me ahogaba como una salchicha rellena. Ja.
Imagínate.
Revisando la ropa que había metido descuidadamente en el armario cuando
vine a aquí, encontré un lindo suéter de mezcla de cachemira con mangas de tres
cuartos. Me cuidaba bien cuando conseguí mi último trabajo. El trabajo que iba a ser
mi gran oportunidad de llegar a la edad adulta y a la importancia. Hice un gesto de
dolor ante mi ingenuidad y arrastré el suéter sobre mi cabeza.
Maldición. No estaba mal. ¿Era mi imaginación, o la grasa de mi espalda se
notaba menos ahora?
Ahora, ya metida en el papel, encontré un par de botas bajas que me hicieron
pensar en las chicas duras que andan en moto. Asentí ante mi reflejo. No está nada
mal. Tal vez mi equipo tenía razón.
Hablando de eso, me iban a hacer un cambio de imagen. Dios, esperaba que no
me convencieran de teñirme el pelo de rosa o algo así.

Todo el equipo titular me saludó en la puerta de la tienda de cosméticos, y tuve


un momento de puro pánico. ¿Y si esto era una especie de broma cruel? ¿Y si me
afeitaban las cejas y me hacían parecer una nueva drag queen? Las nuevas drag
queens no tenían el toque hábil que tenían las experimentadas.
—¿Estás lista para su nueva persona, entrenadora? —preguntó Natalee
alegremente.
—¿Quizás?
Morgan E. me evaluó.
—Buen esfuerzo con la ropa —dijo. Sonaba como un cumplido.
—Gracias.
Me sorprendió y alivió un poco ver a Libby allí. Consideraba que la suya era
una cara amigable. Sentía que podía confiar en ella. Si ella estaba aquí, eso
probablemente significaba que el equipo no iba a ejecutar una compleja y humillante
venganza.
—¿Cómo llegaste aquí? —le pregunté mientras entrábamos.
Metió las manos en los bolsillos de su sudadera.
—Angela me recogió.
Mi cara debió delatarme.
—No empieces a emocionarte. Estamos en el mismo equipo. Vive a un par de
manzanas. No somos las mejores amigas y nos trenzamos el pelo la una a la otra, así
que relájate.
—Me gustaría señalar que no estamos en la propiedad de la escuela, y que no
pueden darnos detención por jurar o no escucharte —anunció Ruby, dirigiendo el
camino hacia la parte de atrás de la tienda.
—Entendido. —¿Significaba eso que yo también podía jurar? Definitivamente
no tenía el vocabulario de alguien que está formando el futuro de América—.
También me gustaría señalar que por favor recuerden que no soy muy extravagante.
—Ser poco extravagante no tiene por qué significar que no te importe nada —
respondió Morgan E.

Había pasillos y pasillos de maquillaje, productos para el cuidado de la piel,


productos para el cabello. Me llamó la atención la exhibición de mascarillas de
carbón y pestañas postizas.
Oficialmente estaba más allá de mí. A su merced.
Ruby se detuvo en la entrada del salón y se enfrentó a mí.
—¿Confías en nosotras? —preguntó.
Miré alrededor en círculo. Nadie parecía ahogarse en risas o tratar de encubrir
intenciones nefastas.
—Sí. Supongo que sí —dije finalmente.
—Bien —dijo Angela—. Porque hemos elegido un corte de pelo para ti.
—Déjenme ver. —Oh, Dios. ¿Era un corte estilo pixie? No creía que tuviera la
estructura ósea o el pelo para llevar uno de esos.
Sophie S. cruzó sus brazos.
—Queremos que nos confíes tu cabello.
Tragué fuerte. Era solo pelo. Volvería a crecer. A menos que usaran algún tipo
de Nair10 de última generación que se comiera mi cuero cabelludo. ¡Oh, Dios mío!

10 Marca de productos para depilación femenina.


Mi equipo quería saber que yo confiaba en ellas. El cabello volvía a crecer.
—Bien —decidí—. Confío en ustedes.
Pasaron de ser negociadoras serias a adolescentes vertiginosas en un abrir y
cerrar de ojos, aplaudiendo y chillando.
—Entrenadora, ésta es Wilma. Wilma, ésta es nuestra entrenadora. Queremos
que le hagas esto —dijo Natalee, sosteniendo su teléfono ante la belleza
sudamericana de dos metros de altura que lucía una sombra de ojos púrpura y una
delgada trenza plateada en un mar de gruesos y resaltados rizos.
Wilma estudió la pantalla, luego a mí, y luego la pantalla otra vez. Sus ojos se
entrecerraron.
—Esto es factible —decidió.
Parecía que podía ser una autoridad en cosas como no arruinar el físico de una
persona con un mal corte de cabello, así que decidí seguirle la corriente.
—Acabemos con esto. —Suspiré.
Wilma me rodeó con la capa y me empujó a una silla.
—Vamos a empezar a maquillarte —anunció Phoebe, y las chicas se
dispersaron.
—Oh, Dios. Esto tiene el potencial de salir terriblemente mal, ¿no? —pregunté
a Wilma.
—Querida, te irás de aquí mejor de lo que llegaste. Ahora, ¿qué te parece si
desenterramos estas orugas? —preguntó, pasando una uña de punta rosada por
encima de mis cejas.

Wilma me apartó del espejo, presumiblemente para prolongar la tortura. Pero


en este punto, no era necesario. Estaba resignada a mi destino. Nunca había tenido
una relación con mi cabello. Él existía. Yo existía. Éramos dos entidades separadas
que eran completamente apáticas entre sí. No había mucho que Wilma pudiera
hacer que a) fuera a notar o b) que me importara de verdad.
Mi principal preocupación en este momento era pagar por esto. Todavía estaba
en bancarrota. Había ganado algunos cheques de pago, pero casi cada centavo se
había destinado a cargos por morosidad en mis tarjetas de crédito y préstamos
personales. El resto había ido a mis padres y a la tienda de comestibles y mi apoyo
atlético a Libby.
Tenía la sensación de que mi fondo de emergencia de 500 dólares estaba a
punto de agotarse hasta casi nada.
—Eh. Eso parece un montón de pelo —comenté, viendo cómo trozos muy
grandes y muy largos de mi pelo marrón se desprendían de mi cabeza. Mis ojos
todavía me picaban con lágrimas involuntarias por culpa de la depilación facial.
—Estoy definiendo una forma —dijo Wilma—. No tienes forma. Solo blah.
Blah no es una forma. ¿Cuándo fue tu último corte de cabello?
—Hace un tiempo. —Tenía miedo de lo que haría con esas tijeras si admitía
que había pasado casi un año y medio. Había estado ocupada. Luego en la
bancarrota. No iba a gastar dinero en una melena cuando había cuentas que pagar y
alcohol que comprar para adormecer mi dolor. Era grueso, marrón, y, bueno, eso era
todo. Incluso cuando trabajaba en la oficina, lo llevaba en una cola o en un moño.
Las bandas elásticas eran mis únicos accesorios.
Continuó cortando violentamente, y yo intenté desconectarme.
Siempre que fuera lo suficientemente largo para recogerse, estaría bien. Me
consolé con ese pensamiento. Cuando las tijeras se detuvieron, solté un breve
suspiro de alivio. Luego fue sobre el color o las mechas o Dios sabrá qué. Nunca me
había teñido el pelo profesionalmente. Las pocas veces que estuve desesperada por
un cambio, tomé una caja del estante de la tienda de comestibles y la tiré en mi carro.
Así es como terminé con el cabello color borgoña ese Día de Acción de Gracias.
—Esto no es un color raro, punk rock, ¿verdad? —pregunté a Wilma—. Tengo
que dar el ejemplo a los estudiantes y no ser despedida por la junta escolar.
—Tu ejemplo será mucho más atractivo —dijo. Me di cuenta que no se había
molestado en responder a mi pregunta.
Me sometí al papel de aluminio, al calor, al enjuague, mientras escuchaba a mis
chicas recoger y comentar cada uno de los malditos productos de la tienda. Y juré
que no importaba lo que costara, algún día estaría en una posición en la que no
tendría que enloquecer por cada gasto.
Wilma encendió el secador de pelo y ahogó mi fiesta de lástima interna.
Poco a poco, la audiencia alrededor de mi silla comenzó a crecer. Las chicas
sonreían con suficiencia mientras Wilma pasaba sus largos dedos por lo que
quedaba en mi cabeza.
—¿Estás lista para la revelación? —preguntó Wilma.
No esperó por una respuesta. Mi silla estaba girando y el espejo estaba a la
vista. Por favor, no dejes que sea horrible. Por favor, no dejes que sea horrible.
Me miré dos veces. Y luego una vez más. La persona en el espejo se parecía a
mí. Más o menos. Excepto que su pelo ahora era una media melena. Tenía forma.
Había reflejos cobrizos que brillaban en las suaves ondas.
—Te di capas para enmarcar la cara para que puedas tener algún interés visual
cuando lo tires hacia atrás —dijo Wilma, demostrando al recoger mi pelo en la base
de mi cuello en un puño. Las capas cortaban mi frente y se enroscaban suavemente
alrededor de mi mandíbula.
—Hace que mi frente parezca de tamaño normal —dije. Zinnia, en un ataque
de PMS, una vez me llamó frentona. No se equivocaba. Había un montón de acres
por encima de mis cejas. Y me había dado algo más por lo que estar paranoica el
resto de mi vida.
Incliné mi cabeza de lado a lado y observé con fascinación como esas ondas
sueltas se movían y atrapaban la luz. No quería sonar como una chica superficial,
pero esto probablemente valía la pena mi fondo de emergencia.
—¿Y bien? —preguntó Phoebe—. ¿Le gusta?
—Más vale que le guste —dijo Angela.
Todas se acercaron, exigiendo mi opinión.
—Sí. Me encanta —admití—. Definitivamente no me jodieron.
—Quiere decir gracias —dijo Ruby con suficiencia.
Me reí y empujé mis dedos en este extraño cabello.
—Aquí hay tres formas de peinar el cabello. Dos de ellas deberían tardar menos
de diez minutos en estilizarse. Y estos son tus productos —dijo Wilma, sosteniendo
un papel y un trío de botellas—. Para las puntas abiertas entre lavados. Para el
volumen en las raíces. Para mantener el estilo.
—Oh, no puedo pagar…
—Todo está arreglado —dijo Wilma—. Incluyendo la propina.
—¿Por quién? —exigí. ¿Mi papá irrumpió en la tienda esta mañana, agitando
una tarjeta de crédito?
Wilma señaló al equipo.
—Ellas.
—¡Chicas! —Miré fijamente a las chicas, me quedé boquiabierta.
Sonrieron.
—No puedo aceptar esto. Es demasiado. Probablemente sea ilegal —señalé.
—Creíste en nosotras. Nos estás haciendo mejores. Solo estamos devolviéndote
el favor.
—Hicimos una colecta.
—Hice que mis padres donaran.
Me sentía anonadada. Avergonzada. Profundamente conmovida.
—No sé qué decir —confesé. Conscientemente, levanté mis manos y formé un
corazón con mis dedos. Sonriendo, mis chicas repitieron el gesto.
—¡Ahora pasemos al maquillaje!
o reconocí a la persona en el espejo. Era alta y delgada. Su cabello
estaba artísticamente recortado en un descuidado estilo que decía
me levanté de la cama luciendo hermosa" y recé para poder
replicarlo por mi cuenta. Sus normales y aburridos ojos marrones
eran dos veces más grandes gracias a una agradable paleta neutra y un excelente
rímel. Sus labios estaban pintados con un sutil tono piel que brillaba un poco. Sus
cejas estaban depiladas y pulidas a la perfección. Y tenía una montaña de cosméticos
bien alineados en su tocador de la infancia.
Parecía que podía soportar pasar una noche en una hoguera con un montón de
gente que solo recordaría cómo su plan de venganza había arruinado toda la
celebración del baile de bienvenida.
Se suponía que ella era yo. Solo que una versión mejor que implicaba un
esfuerzo real.
No pude evitarlo. Me tomé una selfie y se la envié a mi hermana.

Zinnia: ¿Qué demonios te pasó, y puedes hacer que me pase a mí también? Si esto es
un filtro de fotos, lo necesito.
Yo: Mi equipo me ha cambiado. No me reconozco.
Zinnia: ¡Estás preciosa! Dime que no estás desperdiciando ese look pasando la noche
del sábado comiendo sobras con mamá y papá.
Yo: En realidad, Jake me invitó a salir.
Zinnia: No puedes oírme, pero estoy chillando ahora mismo. Bien. Estoy chillando
internamente porque estoy en el concierto de violín de Edith. ¿A dónde vas? ¿Habrá sexo?
Yo: Eh. Sí. Relación falsa. ¿Recuerdas?
Zinnia: Es soltero. Tú estás soltera. Es precioso. Tú eres preciosa. No veo el problema.
Yo: El sexo lo complicaría todo.
Zinnia: Tu fuerza de voluntad es loable. Y molesta. Si me quisieras, te acostarías con
Jake y luego me harías un informe detallado.
Yo: Eres ridícula.
Zinnia: Tengo que irme. La señorita Edith acaba de salir al escenario con su épica cara
de perra en reposo. Está a punto de rockear este lugar con la interpretación de Suzuki de
Witsi, Witsi Araña .

Ahh, pupilos precoces.

Yo: Rómpete una pierna, Edith.

Eché un vistazo a la hora y me di cuenta de que Jake me recogería en cualquier


momento. Me di un último vistazo, deleitándome con el hecho de que oh bueno, lo
que sea no resonaba en mi cabeza como solía hacerlo. Me dejé los jeans, me cambié
a un lindo suéter verde que robé del armario de mi mamá y le agregué un chaleco
acolchado para calentarme. Me veía… bien.
Mi confianza se reforzó aún más cuando abrí la puerta principal.
—El saludo de Jake se interrumpió bruscamente al ver la gloria visual de mi
nuevo yo.
¿Había un placer más extraño en este mundo que dejar a un hombre sin
palabras por tu atractivo?
—¿Qué? —pregunté inocentemente, mientras su mirada viajaba desde mis
dedos de los pies en unas botas hasta el nuevo cabello caramelo. Esos ojos verdes se
detuvieron un segundo más en la región de los pechos.
—Te ves… diferente —comentó—. ¿Estás más alta?
—Debe ser eso —dije, poniendo los ojos en blanco—. ¿Estamos listos para
irnos?
—Diablos, sí, preciosa. —Sonrió. Sus ojos se arrugaron en las esquinas, y
reconsideré la exigencia de Zinnia de tener un sexo increíble con Jake.
Lo seguí por la calzada hacia la calle y me detuve.
—¿Dónde está tu auto?
Me tendió un casco y pasó una mano cariñosamente sobre el asiento de la
motocicleta estacionada junto a la acera. No era el cohete para la entrepierna que
había conducido en el instituto que hizo que las madres advirtieran a sus hijas que
se alejaran de ese chico Weston . Esto era algo más grande, más fuerte. Más sexy.
—No le temes a un poco de diversión, ¿verdad?
Jake no entendería que mi vacilación no era miedo. Este momento fue sacado
directamente de la fantasía de una tonta perdedora de secundaria. El Jake Weston
me estaba recogiendo en mi casa en una motocicleta. Estaba segura que había
fantaseado con este mismo escenario. Hoy estaba viviendo una película de patito feo
del instituto convertida en cisne. Me habían hecho el cambio de imagen. Me uní a
los chicos geniales. Y ahora el chico más lindo de la escuela quería que me subiera a
una moto y lo abrazara para que nos llevara hacía el atardecer.
—Pensé que podríamos ir a cenar y luego cambiar a mi camioneta antes de la
fogata —dijo Jake, moviendo el casco.
Lo tomé, rezando para que el milagroso aerosol para el cabello de Wilma
pudiera soportar el casco.
—Hagámoslo —dije. ¿Ves? Podía ser genial. Era totalmente genial.
—¿Estás bien? Suenas como si fueras a hiperventilar.
Me puse el casco sobre mi hermoso cabello.
—Bien. Todo está bien.
—¿Alguna vez has montado antes? —preguntó.
Sacudí mi pesada cabeza con el casco.
—Yo me subo primero, y luego tú te subes detrás de mí. Asegúrate de agarrarte
bien fuerte —dijo con un guiño diabólico.
Ugh. Estaba flechada por mi novio falso. Esto no era bueno.
Esperé hasta que movió una pierna larga sobre el asiento y se puso el casco
antes de subirme torpemente por detrás de él.
—Agárrate, preciosa —dijo sobre el rugido del motor.
Al adulto Jake no le gustaba la estúpida velocidad que al adolescente Jake le
gustaba. Salimos de Culpepper y me aferré alegremente a su espalda.
Yo, Marley Jean Cicero, estaba en la parte de atrás de una motocicleta,
abrazando al chico más guapo de la ciudad. Probablemente no era saludable, pero
sentí que en cierto modo, acababa de curar una vieja herida.
¿Quién iba a pensar que tener a Jake entre mis muslos me haría sentir tan bien?
Oh, claro. Todo el mundo.
Me preguntaba ociosamente a cuántas mujeres había encantado con un paseo
en moto. Entonces decidí que realmente no importaba. Yo estaba aquí ahora. Y por
el tiempo que esto durara, iba a absorberlo.
Condujimos otros pocos kilómetros, pasando caballos y carros a las afueras de
Lancaster y luego a la ciudad misma. Jake se tomó su tiempo para maniobrar las
calles hasta que, demasiado pronto en mi opinión, nos llevó a un lugar en la calle.
Apagó el motor y se quitó el casco.
—Estamos aquí.
Me deslicé de la parte trasera y me quité mi propio casco. Sacudí mi cabello y
escuché un golpe y una maldición en voz baja.
Un joven de veintitantos años se tropezó con un letrero de caballete frente a la
tienda de yogurt helado. Lo puso en su sitio y se fue corriendo, echando miradas
por encima del hombro.
—Ella es toda mía —dijo Jake en voz alta y con buen humor a sus espaldas.
—¡Jake! —siseé.
—¿Qué? Te vio hacer el movimiento de cabello a cámara lenta al quitarte el
casco y se chocó con el cartel. Fue jodidamente divertido.
Me pasé una mano por el cabello. Todavía se sentía apropiadamente
esponjado, y esperaba que no estuviera erizado.
—No lo hizo.
—Totalmente —argumentó. Me quitó el casco y lo ató a la moto—. ¿Tienes
hambre?
Mirándolo con su chaqueta de cuero, sus botas, sus vaqueros gastados, me
moría de hambre.
—Podría comer.
Me tomó la mano y me acercó a él. Sus ojos eran más serios de lo que yo estaba
acostumbrado a verlos.
—Te ves muy bien, Mars.
—Gracias —dije tontamente—. Y tú también.
Sonrió y se inclinó bien despacio. Cuando sus labios aterrizaron en los míos,
fue con una lenta y sexy quemadura que me derritió al instante. Sí, a este Jake
Weston no le preocupaba llegar rápido a ningún sitio. Estaba más interesado en
divertirse en el camino.
Se echó atrás, con una sonrisa arrogante en su hermosa cara.
—Vamos. Te daré de comer.
Me alimentó con tacos de un camión aparcado en un patio entre una cafetería
y una tienda de música. Nos reímos y coqueteamos con un par de tacos gourmet y
compartimos un refresco frío en un banco del parque. Sin comida, caminamos unas
cuantas cuadras alrededor del centro de la ciudad. Mucho había cambiado desde
que vivía en la zona. Una revitalización había reclamado lenta, pero seguramente
manzanas enteras de la ciudad. Ahora había espacios de trabajo conjunto y tiendas
de ropa cliché entre los restaurantes artesanales y los pequeños negocios de moda.
—Eres bueno en esto —le dije después de que negociara con un tipo que vendía
flores desde un puesto en la acera.
—Toma —dijo Jake, empujándome el ramo de otoño—. Aprecia esto antes de
que volvamos a subir a la moto. ¿Bueno en qué?
—Las citas —dije—. ¿Un paseo en motocicleta, un camión de tacos, y ahora
flores? Un diez.
—No es tan difícil como pensé que sería —admitió, tomando mi mano. El sol
se había puesto detrás de los edificios, y las luces de las calles parpadeaban de vida—
. Solo hice lo que me dijiste. Pensé en lo que te gustaría hacer y luego lo hice.
Dios, era tan… todo. Caminaba por la acera con un pavoneo sexy como si fuera
el dueño de la ciudad. Parecía un modelo en una sesión de fotos casual y sexy de un
chico malo. No creas que no me di cuenta de cada mirada de cada mujer y varios de
los hombres que pasamos.
¿Y ahora estaba siendo considerado y dulce?
Me detuve en la acera de una tienda de hilados cuando me di cuenta. Estaba
preparando a Jake para que fuera el hombre perfecto. Para alguien más.
Yo volvería a pulir frenéticamente mi currículum, a conseguir trabajos que no
eran del todo adecuados, a salir con tipos que tampoco eran del todo adecuados.
Mientras tanto, Jake conocería a una buena chica, se enamoraría de ella y pasaría el
resto de su vida haciéndola muy feliz.
Quería vomitar mis tacos.
—¿Pasa algo malo? —preguntó.
—No —mentí—. Todo está muy bien.
—Probablemente deberíamos regresar. La hoguera empezará pronto —dijo—.
¿Has terminado de apreciar eso? —Asintió con la cabeza a las flores.
Olfateé una vez más.
—Listo.
Me las arrancó.
—Disculpe —dijo, arrastrándome hasta una mujer de cincuenta y tantos años
parloteando en su teléfono. Llevaba pantalones de chándal y agarraba una bolsa de
compra con su mano libre.
Se detuvo a mitad de la frase, con la mandíbula abierta mientras asimilaba la
gloria de Jake Weston.
—¿Sí? —Exhaló.
—Esto es para usted —dijo con esa maldita sonrisa devastadora.
—¡Oh, Dios! ¡Oh, gracias! —balbuceó.
—Qué tenga una buena noche, hermosa —dijo, guiñándole el ojo.
La dejamos allí en la acera mirando con la boca abierta tras nosotros. Tenía la
sensación de que estaba sintiendo lo mismo que yo. Increíblemente afortunada e
irrazonablemente celosa al mismo tiempo.
n Culpepper, cambiamos la motocicleta por mi camioneta y nos
dirigimos al sur de la ciudad hacia la granja de Dunkleburger. Chaz
Dunkleburger, quien graduó dos años antes que nosotros, se hizo cargo
de la granja de sus padres cuando se mudaron a Boca y, siendo un
nostálgico de los Barn Owl, preservó uno o dos acres de los pastos traseros para
hacer buenas hogueras a la antigua.
Por supuesto que estas no eran hogueras adolescentes a medias.
No, teníamos asientos, barriles de cerveza y bocadillos. Buenos bocadillos.
Todavía había el drama habitual de las ciudades pequeñas cuando grandes grupos
se reunían y empezaban a recordar. En general, una fogata un sábado por la noche
en Culpepper era el lugar para estar.
Marley estaba tranquila, y me encontré preguntándome qué pasaba por su
bonita cabeza. Mientras que algunas mujeres te parloteaban como locas sobre cómo
se sentían con cada maldita cosa, Marley Cicero era más callada, más misteriosa.
Me dieron ganas de abrirla como a una ostra.
—¿Estás segura que estás preparada para esto? —pregunté, metiéndome entre
el paso por el hueco de la valla.
—Claro —dijo.
Definitivamente estaba mintiendo.
Me detuve entre un tractor y una camioneta oxidada. Cuando Marley alcanzó
la manija de la puerta, presioné el botón de bloqueo.
—Jake.
—Marley.
—Déjame salir.
—Necesito tu guía primero —insistí—. Pregunta de citas.
—Bien.
—¿Qué debería hacer un chico si su cita está actuando de forma extraña y no
habla? ¿Debería fingir que todo está bien? ¿Debería forzarla a que le diga lo que está
mal? ¿Debería rendirse e irse a casa y ver porno el resto de su vida?
No le hizo gracia.
—Vamos, Mars. Estás aquí para hacerme bueno en esto. ¿Qué hago? Hace un
segundo estabas totalmente bien y comiendo tacos, y al siguiente eres como un
iceberg sexy.
—¿Un iceberg?
—Uno sexy —le recordé.
—Eres ridículo.
—Vamos. Escúpelo. ¿Cuál es el problema?
Se pasó una mano por el pelo y luego se detuvo.
—Es vergonzoso y estúpido.
—Probablemente no deberías descartar tus sentimientos de esa manera.
—Estoy a punto de pasar la noche con un montón de gente cuyo principal
recuerdo de mí es ser suspendida por payasadas que arruinaron el baile de
bienvenida.
—¿Eso es lo que te preocupa?
—No lo digas como si fuera ridículo.
—Bueno, Mars, creciste en una ciudad pequeña. Ya sabes cómo es. La gente
habla de la última cosa ridícula que hiciste hasta que les das algo más de qué hablar.
—Destruí el baile de bienvenida, no solo para el comité de bienvenida sino
también para el equipo de fútbol. Arruiné la carrera deportiva universitaria de
Travis.
—En primer lugar, no diría que la arruinaste. Diría que la hiciste interesante.
Desenmascaraste a un villano.
—Y luego lesioné al jugador estrella del equipo de fútbol —añadió.
—Sabes que hay dos tipos de personas en este mundo —comencé.
—¿Te refieres a la clase que divide a toda la humanidad en dos grupos y a la
clase que no lo hace?
—Ja. Qué divertida. Hay gente que se responsabiliza de todo y gente que no se
responsabiliza de nada.
—¿Cuál eres tú? —Dios, era bonita con la luz de la luna filtrándose a través del
parabrisas. Sus ojos eran grandes y tristes, y todo lo que quería hacer era besar esa
boca hasta sacarle una sonrisa.
—Soy uno de los perfectos que solo se atribuye el mérito de lo que realmente
es responsable —dije con suficiencia—. Ahora, me parece que has estado llevando
mucho equipaje contigo durante demasiado tiempo.
—Todos me odiaban —dijo en voz baja.
Me sorprendió su declaración. Pero algunas cosas empezaron a encajar.
—No, no lo hacían. Tal vez solo recuerdas a Amie Jo y su círculo de demonios,
pero fuiste una heroína para la mitad de la escuela. No crees que eras la única
persona a la que esa chica atormentaba, ¿verdad?
Se encogió de hombros, pero pude ver que estaba escuchando.
—No te odiaban —le prometí—. Y ciertamente no eres odiada ahora.
Se mojó los labios, atrayendo mi atención hacia esa boca que me fascinaba.
—Odio que me juzguen por lo que fui a los dieciocho años.
—Cariño, todos lo odiamos.
Marley me miró, sus engranes girando.
—Pero tus payasadas fueron mucho más divertidas.
—¿Crees que me gusta que todos los alumnos sepan que una profesora
sustituta fue despedida y podría haber ido a la cárcel porque la convencí de que me
besara en la sala de fotocopias?
Hizo un ruido de indiferencia.
—¿De verdad crees que me gusta esa atención? —Le di un golpecito en el
hombro y sonrió.
—Tal vez hice algunas suposiciones injustas.
Extendí la mano y enrollé un mechón de su pelo alrededor de mi dedo.
—Lo que quiero decir es que ninguno de nosotros es lo que éramos a los
dieciocho años. Ni siquiera Amie Jo. Y especialmente no tú. ¿Sabes qué recuerda la
gente más que una historia salaz de nuestros años de adolescencia?
—¿Qué? —preguntó, apoyando su mejilla contra mi mano. Sentí que algo
caliente se deslizaba por mi vientre.
—Cómo los haces sentir ahora.
—Definitivamente no eres el mismo tipo que eras hace veinte años —admitió
Marley.
—Así que salgamos y borremos algunos viejos recuerdos esta noche —le dije,
asintiendo en dirección a la hoguera.
Se mordió el labio y me estudió. Y luego se inclinó sobre la consola y me dio
un suave y dulce beso en la boca. Ese calor en mi vientre se volvió fundido. Esto era
algo diferente del divertido y familiar tirón de la lujuria. Esto era algo más. Marley
era algo más.
Ella se echó para atrás, con esa sonrisa que yo quería en sus labios.
—Gracias, entrenador.

Nos unimos a la multitud que rodeaba las altas llamas en medio del campo de
estrellas. Siempre encontré consuelo en mi historia con Culpepper. Había conocido
a la misma gente durante décadas. Y ellos me conocían a mí. Éramos parte de los
recuerdos del otro. Había algo que decir sobre compartir ese tipo de conocimiento
íntimo del otro.
Nos entendíamos el uno al otro.
Sabía que había sidra de manzana en la copa de Wes Zimmerman porque había
dejado de beber después de estrellarse bajo los efectos del alcohol hace seis años.
También sabía que por mucho que Heidi y Elton Pyle bromearan sobre lo difícil que
era criar trillizos, agradecían a sus estrellas de la suerte cada momento de cada día
después de una batalla de siete años contra la infertilidad. Sabía que Belinda Carlisle,
y no esa, necesitaba un abrazo más largo esta noche porque su madre estaba en un
hospicio y no esperaba llegar a las fiestas.
Vi a Marley unirse al juego de las herraduras junto al fuego con Andrea, la
consejera, Faith Malpezzi, y nuestra compañera de clase Mariah. Fue recibida en su
grupo como una amiga perdida hace mucho tiempo. Y realmente, eso es lo que era.
Marley se había liberado de Culpepper. Se había ido después del último año y nunca
miró atrás. Así que tenía sentido que estuviera congelada en la mente de todos como
la chica que había sido empujada demasiado lejos en el último año.
—¡Hola, primo!
Mi prima, Adeline, apareció a mi lado sin aparentar más de catorce años. Lo
acreditaba a su herencia vietnamita y las lecciones del tío Lewis sobre el cuidado de
la piel.
—Hola, Addy. —Puse mi brazo sobre su hombro—. Mucho tiempo sin vernos.
Mi prima podría parecer que era demasiado joven para conducir, pero era una
exitosa representante de ventas de una compañía de energía alternativa y pasaba
mucho tiempo viajando.
—Estoy de vuelta por el resto del año —dijo con un feliz suspiro.
—Apuesto a que Rob está feliz de tenerte de vuelta —deduje. El esposo de
Addy, Rob, trabajaba desde casa. Juntos, con sus cuatro hijos, lograron un delicado
equilibrio entre el trabajo y la vida familiar.
—Me besó los pies cuando me bajé del avión —bromeó—. ¿Así que esa es tu
chica? —Addy apuntó su vaso en dirección a Marley.
—Las noticias viajan rápido —dije secamente.
—Ahórrate tus comentarios sociales sobre los chismes de las ciudades
pequeñas. ¿Es en serio?
He pensado en nuestro acuerdo. Nuestro arreglo temporal. Y pensé en esos
amplios ojos marrones mirándome.
—Tal vez un poco más serio para mí —admití.
—Bueno, bueno —dijo con suficiencia—. Ya era hora. ¿Qué piensan mis
padres?
—He estado posponiendo sus invitaciones a la cena familiar.
Se rio.
—El cumpleaños de tu madre es la próxima semana. Tienes que traerla a la
fiesta, o se amotinarán.
Suspiré.
—Lo sé. Lo haré. A menos que tenga un juego.
—Entonces lo reprogramaremos —dijo amablemente.
Le hice una llave de cabeza y froté su pelo negro brillante.
—Basta de hablar de mí. ¿Qué hay de nuevo en tu vida?
—Estoy embarazada del bebé sorpresa número cinco, y Rob se hará una
vasectomía mañana.
Me reí fuerte y largo.
—Dime que este es el chico al que finalmente le pondrás mi nombre.
—El bebé Jake O'Connell llegará en mayo —dijo, saludando a su marido, un
tipo alto de aspecto irlandés que estaba lanzándose insultos con un vecino vestido
con la ropa de los Baltimore Ravens. Le lanzó un beso y me saludó alzando la
cerveza.
—¿Ya se lo has dicho a tus padres? —pregunté, levantando mi cerveza en
respuesta.
Mis tíos tuvieron las mejores reacciones a las buenas noticias.
—Lo estoy guardando para la cena de cumpleaños de tu madre.
—Le encantará eso.
—Dile a tu chica —dijo Addy, asintiendo en dirección a Marley—. ¿Sabe
siquiera en qué se está metiendo con el clan Weston?
—Ahora, ¿qué tiene de divertido advertirle? Si la memoria no me falla, ni
siquiera le dijiste a Rob que tenías dos padres —reflexioné.
Sonrió.
—Sí. Y él se quedó, ¿no?
—¿Tal vez un quinto chico lo empujará al límite? —me burlé.
—¿Qué tal si voy a buscar mi máquina de hacer bebés y nos presentas a tu
preciosa amiga? —sugirió.
—Bien. Solo no nos untes con toda tu fertilidad.
ace tres meses, si alguien me hubiera sugerido que estaría en una
hoguera de Culpepper pasándola bien, le habría llamado borracho y
un sucio mentiroso.
Sin embargo, aquí estaba, tirando herraduras en una estaca
apenas visible en los pastos desiguales.
Andrea, mi nueva amiga y consejera a tiempo parcial, se veía cómoda con una
chaqueta abultada y una banda en la cabeza que le cubría las orejas. Mariah y Faith,
mis viejas amigas, estaban juntas contra el frío otoñal recordando los viejos tiempos.
Afortunadamente, nadie había dicho una palabra sobre el baile de bienvenida.
Todavía.
—Entonces, ¿cuántos hijos tienes? —le pregunté a Faith.
—Tres. Son agotadores, y me siento como un fracaso todos los días —dijo
alegremente.
—Amén, hermana —estuvo de acuerdo Mariah—. Tengo dos hijos y trabajo a
tiempo parcial, y todavía no puedo hacer una lista de la compra o comprar los
disfraces de Halloween.
—¡Por las malas madres! —Chocaron cervezas. Andrea se rio.
Me gustó su honestidad. No hubo conversaciones sobre logros y tratar de
superar a la otra. No trataban de probar quién era la mejor. Y se sentía refrescante.
—¿Y tú, Marley? ¿Cómo es la vida fuera de Culpepper?
Podría haberles dicho mentiras. Podría haber convertido la vida real en algo
que sonara emocionante y respetable. Pero, maldita sea, estaba cansada de intentar
pintar un maldito cuadro.
—Es ocupada. Nunca hay tiempo para nada más que para las necesidades
básicas. Hace seis años que quiero ir al gimnasio —confesé.
Se rieron como si estuviera haciendo una rutina de comedia.
—Oh, siempre fuiste la graciosa. —Suspiró Faith, limpiándose el rabillo del ojo.
—¿Lo era? —pregunté—. Siempre pensé que era la tímida y triste, escondida
en un rincón esperando agradarle a alguien.
—Nop. Esa era yo —insistió Mariah.
Pestañeé. Mariah había sido artística e inteligente y, según recuerdo, bastante
popular.
—Eh, no puede ser. Yo reclamó el ser tímido y triste—argumentó Faith. Ella
había estado en todas las producciones de Culpepper Junior/Senior High. Y llegó a
las semifinales del concurso estatal de ortografía cuando estábamos en quinto grado.
—Secreto de consejera —dijo Andrea, inclinándose—. El noventa por ciento de
la gente recuerda la secundaria como una experiencia miserable.
—¿Qué hay de ti, princesa de Disney? Apuesto a que fuiste reina del baile y
capitana del equipo de voleibol —adiviné.
Andrea resopló.
—Tuve frenos hasta los diecinueve años y no tuve pechos hasta los veintiuno.
Y me gustaban mucho las novelas gráficas. Me metí en lo de la consejería para poder
decirles a los chicos como yo que, normalmente, la vida después de la secundaria es
mucho mejor.
—Bueno, hay alguien que recuerda con cariño la secundaria —dijo Mariah,
levantando su copa en dirección al fuego.
Amie Jo caminó entre la multitud, saludando a la gente como una concursante
de reinado de belleza con su banda de coronación. Llevaba un abrigo rosa y otro par
de botas Uggs, también rosas. Probablemente las tiraría después de una noche en un
pastizal frío y fangoso y sacaría el siguiente par de su inventario, supuse.
Travis estaba detrás de ella. Si el equipo de Amie Jo tuviera un tren, él lo
conduciría.
—Lleva pestañas postizas y extensiones de cabello para una hoguera —
comentó Faith con un movimiento de cabeza.
—Admiro el esfuerzo, pero prefiero sacarme los ojos con unas pinzas para
carne que pasar mi tiempo libre encerrada en un baño en la búsqueda interminable
de la perfección —afirmó Mariah.
—Solo tenemos un baño. —Se rió Faith—. Si lo usara durante una hora cada
vez, mi marido derribaría la puerta con la sección de deportes en una mano y su
Sudoku en la otra.
Nos reímos y les di la espalda a los perfectos Hostetter. No necesitaban más
atención.
Vi venir a Jake. Lo seguían una chica bonita y un pelirrojo desgarbado a su
lado.
—Marley Cicero, te presento a mi prima Adeline O'Connell y a su esposo Rob
—dijo Jake, tomando mi vaso vacío y entregándome uno nuevo—. ¿Adeline? ¿Rob?
Esta es mi novia, Marley.
Sentí que mis mejillas se calentaban con la presentación de novia . Me gustaba
tener esa designación con Jake. Me gustaba estar unida a él de esa manera. Y, si
continuara con todo el asunto de la honestidad, me vería obligada a admitir que me
gustaba casi todo lo relacionado con Jake.
Como si me leyera la mente, me hizo un guiño lento. Debe haber algo en el
humo aquí, lanzando su hechizo de atracción. O tal vez era la cerveza fría, disfrutada
bajo un frío cielo otoñal. Cualquiera que sea la fuente de la magia, lo falso en
nuestra relación se estaba volviendo cada vez menos importante para mí.
Hicimos una pequeña charla, cosas triviales. Entrelazando viejos recuerdos con
nuevas historias. Y no lo odié. No con el brazo de Jake alrededor de mis hombros.
No con viejos amigos, una vez olvidados, recordándome que la infancia y el instituto
no habían sido tan malos como los recordaba.
Era demasiado bueno para durar.
—Dios. Mío —gritó Amie Jo como si me viera por primera vez—. ¿Qué le pasó
a tu cabello? ¿Exigiste que te devolvieran el dinero? —Se abrió paso con los hombros
en nuestro pequeño círculo feliz, llevando una copa de vino. Solo Amie Jo aparecería
en una fogata con su propia cristalería.
—Oh, ¿no te gusta? Maldición —dije, a la ligera.
—No te gusta, ¿verdad? Quiero decir, no veo cómo podía gustarte. Si necesitas
a alguien que lo arregle, estaré encantada de recomendarte a mi estilista. Pero ella
reserva con meses de anticipación. Es muy popular. —Claramente no era la primera
copa de vino de Amie Jo.
—Amie Jo. —Travis apareció detrás de ella y puso una mano en el hombro de
su esposa. Parecía avergonzado.
—¿Qué? Solo ofrezco ayuda —dijo batiendo sus pestañas, la imagen de la
inocencia.
—Es muy dulce de tu parte —dije mientras Jake me acercaba—. Pero estoy feliz
con todo tal y como está.
Sus ojos se entrecerraron, y pude oírla repasar su larga lista de insultos apenas
velados. No la culpé necesariamente. Le había quitado una corona en su último año.
La avergoncé y arruiné su último año tanto como ella arruinó el mío.
—Hola, Jake —cantó Amie Jo.
“h, se había decidido por la ruta de coquetear con la cita del enemigo .
—Hola, Hostetters —dijo Jake alegremente. Me pasó la mano por el cabello, un
gesto íntimo que hizo que las cejas de su prima se alzaran.
—Deberías haberte vuelto rubia —me dijo Amie Jo, esponjando su melena
platinada—. Siempre me divierto más.
—Prefiero las morenas —dijo Jake, guiñándome el ojo lascivamente.
No sabía si me estaba defendiendo, abofeteando a Amie Jo, o felicitándome.
Fuera lo que fuera, hacía que mis intestinos se sintieran como si estuvieran llenos de
chocolate fundido de Hershey. En el buen sentido.
—Si nos disculpan. Creo que necesito besar a mi chica en las sombras —dijo
Jake. Me llevó de la mano fuera del grupo, lejos del crepitar y el calor de la hoguera.
Me reí.
—Bueno, esa es una salida de la que todos hablarán —dije secamente.
Pero me llevó más lejos hacia la noche hasta que solo quedamos nosotros dos
y la oscuridad.
Y entonces me besó. Lento y profundo. Completamente. Como si quisiera el
aire que yo respiraba. Le rodeé el cuello con mis brazos y me aferré a él para que me
diera la vida.
Ya me había besado antes. Yo lo había besado. Pero era la primera vez que
sentía que nuestro acuerdo, la premisa de nuestra relación, se desintegraba bajo el
calor recién aplicado.
Esto se sentía real.
No se sintió como un juego o una broma o un simulacro.
Le devolví el beso, vertiéndome en él. Dejándome llevar. Por una vez.
Se echó hacia atrás y pasó su pulgar sobre mi labio inferior.
—Me encantó mirar al otro lado del fuego y verte sonreírme —me dijo
bruscamente.
Oh, mierda. No había nada falso en esa declaración.
—Tal vez deberíamos hablar de esto —sugerí. Si tomábamos un poco de aire,
si lo hablábamos, tal vez el toque aterrador de estos sentimientos se desgastaría. Tal
vez podría manejarlos. Sobrevivir a ellos.
—Tengo una mejor idea que hablar —dijo Jake en voz baja.
Metió una mano en mi nuevo y bonito cabello y usó la otra para arrastrarme
contra él.
en a casa conmigo. —Jake no estaba pidiendo ni suplicando. Ni
siquiera era una pregunta, era una oferta. Era una declaración.
Una orden directa.
Y no tenía intención de discutir con él. Ni siquiera para la
posteridad.
Quería ser querida. Incluso solo por una noche. Y especialmente por él.
Palpitaba por todas partes por él. El pulso entre mis piernas había pasado de
ser perceptible a amenazar mi vida. Quería que me tocara cada centímetro cuadrado
de mi cuerpo. Incluso en las partes que no me gustaban del todo. Quería que
quemara un rastro desde mi cuero cabelludo hasta los dedos de los pies. Besando y
lamiendo su camino sobre mí hasta que ambos estuviéramos satisfechos. O muertos.
Lo besé de nuevo, deleitándome en la aspereza de su barba contra mi
mandíbula. La presión de su boca contra la mía, el calor que estaba derramando en
mí.
Había tomado media cerveza, pero mi cabeza nadaba como si una botella
entera de tequila hubiera entrado en mi sangre. Esto es lo que Jake Weston le hacía
a una mujer. Y me lo estaba haciendo a mí. Al fin.
Sin romper nuestro agarre, atravesamos la línea de árboles que bordeaba el
campo de Chaz, tropezando y trastabillando a la camioneta de Jake.
Y cuando sus manos se deslizaron bajo mi suéter y me tocaron los pechos en el
sostén, supe que no llegaríamos a casa.
Todavía besándolo, todavía soltando pequeños gemidos de necesidad, luché
por abrir la puerta trasera.
—¿Estás bromeando, Mars? —preguntó, con sus dientes clavados en el lóbulo
de mi oreja.
—¿Quieres esperar a que volvamos a tu casa cuando haya tenido todo un paseo
en auto para entrar en razón? —pregunté, subiendo al asiento trasero.
—No. No, no quiero —dijo, saltando detrás de mí—. Quítate los zapatos.
—¿Eh?
—Zapatos, Mars. Quítatelos —dijo, quitándose el abrigo y arrastrando su
camisa sobre su cabeza. Oh, Señor. Los tatuajes. El músculo. El vello en el pecho.
Jake Weston era todo un hombre. Y, por esta noche, era todo mío.
Me quité las botas, y luego sus ágiles dedos se pusieron a trabajar con la
bragueta de mis vaqueros. Hipnotizada, vi sus manos mientras me bajaban los
pantalones competentemente. Levanté mis caderas para ayudar mientras él me los
bajaba por las rodillas y me los quitaba por completo.
—Date la vuelta, Mars —dijo. Su voz era áspera como un camino de grava—.
Manos y rodillas.
Eso pondría mi trasero en su cara. Normalmente no me gustaba meter mi
trasero redondo y bastante lleno en las caras de los hombres.
—¿Por qué? —pregunté. Sonaba como si hubiera subido dieciséis veces los
escalones del campo de entrenamiento.
—Tengo que hacer algo, cariño. Me muero por hacerlo.
La vaguedad de su declaración debería haber dado lugar a un montón de
banderas rojas. Pero la lujuria que corría por mi sangre como una droga me hacía
estúpida.
Hice lo que dijo. Antes que pudiera preocuparme por lo que veía de cerca, me
quitó mis simples bragas de algodón y luego…
—¿Acabas de morderme? —grité.
Sus dientes definitivamente estaban en mi trasero.
Gimió sin soltar mi carne de su boca. Lo sentí chupar y lamer tan fuerte que
grité. Se sentía bien. Equivocado, delicioso y maravilloso.
Luego estaba besando el centímetro de carne maltratada.
—He estado pensando en hacer eso desde que te arrojé sobre mi hombro.
Quería que fuera mi rodilla —dijo áspero.
¿Podría tener un orgasmo solo por su voz? Bajo, gutural, sucio. Bien. No. Pero aun
así.
Lamió el lugar que había mordido y, al mismo tiempo, me metió dos dedos sin
avisar.
—Oh, joder, Mars. —Suspiró, me metió los dedos—. Jesús, cariño. Estás tan
jodidamente preparada.
Hubiera respondido, pero había pegado la cara contra la ventana. Dejando que
me enfriara la piel. Me sacudí contra él. Nunca en mis sueños más salvajes había
imaginado que mi cuerpo tenía la capacidad de sentir todo esto. Me había aferrado
a una biblioteca de fantasías de memoria que utilizaba para tener un orgasmo
durante el sexo. ¿Pero esto? ¿Con Jake? No podía mantener un pensamiento en mi
cabeza que no fuera, ¡Oh, Dios, sí! .
Me tocó sin piedad y lo oí bajar su cremallera.
Como era un mujeriego magistral, Jake sacó su polla de los confines de sus
vaqueros con una mano mientras con la otra me destruía. Se apoyó en el asiento
situándose detrás de mí. Y entonces sentí el arrastre de la suave cabeza de su polla
en mis nalgas. Estaba mojado.
Gruñía suavemente, y me imaginé que se acariciaba con una mano grande y
dura mientras usaba la otra para volverme jodidamente loca.
Necesitaba ver. Necesitaba ver cómo se masturbaba ante mí. Esa sería la nueva
instalación permanente en el Salón de la Fama de imágenes para masturbarse de
Marley Cicero.
Mis músculos temblaban alrededor de sus talentosos dedos, y me di cuenta
que estaba a segundos de morir por un orgasmo. Estaba en mis manos y rodillas.
Nada había casi ni rozado mi clítoris. Mis tetas aún estaban cubiertas. Era un
maestro del orgasmo femenino. Y estaba usando sus poderes para el bien esta noche.
—Cariño, estás tan cerca —gimió—. No te corras.
—¿Qué? —Oh, Dios mío. No era uno de esos idiotas alfa que no tienen
orgasmos, ¿verdad? No me gustaba eso.
—Necesito verte. Necesito estar en ti cuando vengas.
Pensé en desmayarme y decidí no hacerlo. Quería este orgasmo más de lo que
quería vivir hasta los ochenta años.
—Jake, apúrate, o uno de nosotros morirá.
Se rio y me dio una palmada en la cadera.
—Date vuelta, cariño.
—Preservativo, Weston.
Me puse de espaldas mientras Jake buscaba en su consola. Sacó una tira entera
de condones como si su consola fuera un dispensador de sexo seguro. Puse los ojos
en blanco mientras usaba sus dientes en el primero.
Se veía tan sucio. Su pecho estaba desnudo, las venas de sus brazos tatuados
sobresalían. Y esa polla. Esa magnífica, larga y gruesa polla sobresalía de sus
vaqueros con orgullo. Me sentí mareada. Y desesperada. Se puso el condón, y me
golpeé en la mandíbula con la rodilla mientras me quitaba la ropa interior de una
pierna.
—¿Tienes idea de lo que me haces, Marley? —preguntó, con fragmentos de
vidrio brillante en su voz. Habría rodado sobre esos fragmentos si hubiera hecho
que me tocara.
—Si es la mitad de lo que me estás haciendo, diría que estás muy jodido —
adiviné.
Sus ojos verdes se suavizaron un poco, y luego se inclinó sobre mí y me dio un
beso en la boca. No fue apresurado o frenético, pero aun así tuvo el mismo efecto.
Su erección me tanteó en la entrada mientras sus labios suavemente me destrozaban
la boca.
Se echó hacia atrás, todavía cerniéndose sobre mí. Su expresión suave,
afectuosa. Parecía que iba a decirme algo que atesoraría por el resto de mi vida. Algo
sobre mi belleza sutil o mis encantos femeninos. Cómo lo había hipnotizado con mi
ingenio.
—Quítate el suéter —dijo bruscamente.
Pestañeé y luego me reí. Para Jake, eso probablemente era romántico. Y yo lo
aceptaría. Con su ayuda, me pasé el suéter de mamá sobre la cabeza. Lo tiró en el
asiento delantero y luego hizo un rápido trabajo con mi sostén.
Mis pezones, normalmente sensibles, ya estaban en alerta máxima, y cuando el
aire frío de la noche los golpeó, sentí que se convertían en unos capullos apretados.
—Oh Dios mío. —Suspiró.
—¿Qué? ¿Qué pasa? —¿Eran desiguales? ¿Tenía marcas raras del sujetador en
ellos?
—He estado pensando en tus tetas desde que te dejé en la ducha del vestuario.
Con reverencia, los ahuecó a los dos. No podía pensar en nada en este mundo
que pudiera competir con la sensación de las palmas de Jake en mis tetas. Ni una
camada de cachorros de golden retriever. Ni la paz mundial. Ni siquiera los
brownies de triple chocolate con helado.
—Vas a matarme —murmuró.
No podía saber si me hablaba a mí o a mis pechos. Pero todos estábamos bien
con eso.
—¿Puedo? —preguntó, todavía mirándolas. Podía sentir el vello de sus duros
muslos contra los míos. Sí, podía tomar cualquier parte de mi cuerpo ahora mismo.
—Sí —siseé.
Y luego su boca se estaba cerrando sobre un pezón. Casi me caigo del asiento.
Sí, pezones sensibles. Ya lo mencioné antes. Pero ¿pezones sensibles con un hombre
que sabía lo que hacía y no tenía miedo de disfrutar realmente? ¡AH! Dulces quesos,
no iba a sobrevivir a esto, y ni siquiera me importaba.
—Jake, si quieres estar en mí cuando me corra, entonces es mejor que te muevas
ahora —dije desesperadamente. Ni siquiera me estaba follando con los dedos, y yo
estaba lista para explotar.
Se apartó de mi pecho, se inclinó, le dio una lamida al otro y gruñó su
aprobación.
—Para que lo sepas. Una vez no es suficiente. Recién estoy empezando,
preciosa.
—Menos charla. Más orgasmos —supliqué.
Lo vi tomar su polla en una mano. Incluso envuelto en látex, era un
espectáculo. La octava maravilla del mundo: El pene erecto de Jake Weston.
Y luego se alineó con mi entrada.
—¿Estás segura?
Asentí. Había muchas cosas en la vida de las que no estaba segura. ¿Debería
registrarme como independiente o elegir un partido político? ¿Tendría más suerte si
consiguiera un trabajo de ensueño en una gran ciudad o en un suburbio más
pequeño? ¿Cómo funcionaba el encendido remoto de mi auto?
Pero querer a Jake dentro de mí. Era lo más claro que había en mi cabeza.
—Sujétate —dijo, y luego se fue acercando a mí centímetro por espectacular
centímetro.
sí que así era como se sentía el cielo.
Estaba enterrado dentro de Marley Cicero e intentaba con todas
mis fuerzas no explotar. Pensé en Homer y en mi abuela. Homer
comiendo la cazuela de brócoli de mi abuela en Acción de Gracias.
Pensé en la factura del gas que dejé tirada en una superficie plana en algún lugar de
la casa.
Cualquier cosa menos la mujer debajo de mí, a mi alrededor.
Maldita sea. Estaba pensando en ella otra vez. Podía sentir mi pulso en la punta
de mi polla y sabía que estaba a un paso de ser empujado tan fuerte que se me
saldrían las entrañas.
—¿Estamos bien? —Jadeó debajo de mí.
—Cariño, no te lo tomes a mal. Pero si dices otra palabra o mueves un músculo,
esto va a ser muy embarazoso para mí y muy decepcionante para ti.
Se rio un poco y casi me puso al límite.
Homer. Abuela. Brócoli. Gasolina. ¿Tenían los Steelers una oportunidad en el
Super Bowl este año? John Quincy Adams.
El viejo blanco lo hizo. Sentí la necesidad biológica de llenar a Mars con mi
eyaculación lo suficientemente aburrida para poder volver a moverme.
Salí lentamente, deleitándome en el arrastre de su carne agarrándome. No solo
estaba apretada. Me sostenía como si hubiera sido hecha especialmente para mí. Y
su fuerza muscular ahí abajo era impresionante.
—Joder. Mars. Te sientes increíble —dije, deslizándome de nuevo hacia ella.
—Jake, creo que voy a… —Se interrumpió con un largo y bajo gemido, y sentí
el eco en el ansioso temblor alrededor de mi polla.
—Sí, cariño. Déjame tenerlo. Dámelo —dije, bajándome sobre ella. Sus pechos
se estrellaron contra mi pecho, y deseé tener unos días solo para chupar esos pezones
rosados y respingones. Deseaba tener meses para hacer el amor con ella. Años para
explorar su cuerpo hasta que no quedaran secretos.
Estaba allí. Podía sentirla incluso a través de la capa de látex que estaba
maldiciendo. Quería sentir su clímax de cerca y en persona.
—Córrete conmigo. —Suspiró.
Las mujeres no tienen ni idea de lo excitantes y estresantes que son esas
declaraciones. En primer lugar, es muy difícil sincronizar un orgasmo con una
mujer. Pero cuando lo haces bien, el sexo caliente se convierte en una experiencia
espiritual. Y por Marley, estaba dispuesto a rezar o predicar o la mierda que fuera la
metáfora correcta.
Me retiré de nuevo, pero esta vez me estrellé contra ella y gruñí cuando sentí
que me agarraba como un guante. Joder. Joder. Joder.
Empujé de nuevo, más fuerte y más rápido esta vez.
—¡Sí, Jake! ¡Sí! —Estaba gritando ahora, y a mí me encantaba.
Tenía un pie en la ventana detrás de mí y una mano en la que estaba encima
de nosotros. La condensación cubrió el vidrio mientras yo la penetraba como una
máquina. Y ahí estaba, hirviendo en mis bolas, abriéndose camino hasta la base de
mi columna vertebral.
Se estaba viniendo. Sentí la primera ola. El apretar y soltar, y eso fue todo lo
que hizo falta. Mi orgasmo explotó subiendo por mi polla y se liberó.
Hice una especie de gruñido ininteligible. Mitad animal salvaje, mitad hombre
desesperado. Me desgarró la garganta al salir. Me moví dentro de ella, deseando
llegar a sus profundidades, mezclándome con su liberación. Quería pintarla de
adentro hacia afuera mientras me exprimía con cada sollozo de su propio orgasmo.
Sus músculos me ahogaban, asegurándose de que yo sacara cada gota de mi semen
en ella. Me secó, y aun así no fue suficiente.
Me desplomé sobre ella, amando la sensación de Marley temblando debajo de
mí.
—Vaya. Vaya. Vaya —susurró, sus labios se movieron contra mi cuello.
Gruñí mi acuerdo.
Mis pantalones aún estaban puestos. Mi polla aún estaba en ella. Y acabábamos
de follar en un campo como un par de adolescentes estúpidos. Yo estaba más que
feliz. Más que satisfecho. Más allá de querer hacerlo de nuevo.
—Vaya —dijo otra vez.
Mis labios se curvaron.
—¿Te estoy aplastando?
—Me retienes en la superficie del planeta porque lo que acabamos de hacer
destruyó la gravedad —dijo.
—¿Tienes alguna idea de lo que estás diciendo? —pregunté, acariciando su
cabello. Olía a vainilla y canela. Y me pregunté si alguna vez podría volver a percibir
esos olores sin ponerme duro como estrella porno.
—Las palabras están burbujeando como la lava. No tengo control. Lápiz labial.
Penalti. Cazuela —dijo. Sus manos encontraron mis caderas, y me apretó ahí. Eso
también me gustó. Quise acurrucarla en mis brazos, sujetarla fuerte contra mí. Pero
estábamos apiñados en mi asiento trasero. Y no hacía mierdas como esa.
—¿Sueles tener este efecto en las mujeres? —preguntó, riéndose un poco.
La risa la hizo apretarse a mi alrededor otra vez, y mi polla se agitó. Era
demasiado pronto para la segunda ronda, especialmente después del orgasmo que
me había desgarrado y desollado.
—¿Todavía estás duro? —preguntó con un suspiro.
—Ya casi. Como dije, Mars. No creo que una vez sea suficiente. Y realmente
espero que estés bien con eso.
Podía sentirla pensar, así que levanté la cabeza para mirarla. Ella estaba
mordiendo su labio, considerándolo.
Dejé caer un beso en su boca. Se suponía que iba a ser dulce y suave, pero abrió
su maldita boca para mí, y mi lengua estaba saqueándola como si fuera su trabajo.
Marley levantó sus rodillas alrededor de mis caderas, atrayéndome más
profundamente.
—Cariño, necesito más. Te quiero en una cama. Mi cama.
—¿Jake? —susurró, trazando un dedo sobre mi mandíbula y luego
presionándolo contra mis labios.
Iba a decirme que era un semental. El mejor amante que había tenido. Qué se
había enamorado de mí y que iba a pasar la mayor parte de sus horas de vigilia
desnuda conmigo.
—¿Sí, Mars?
—¿Me ayudarás a encontrar mis pantalones?
Me reí de mi propia estupidez, y ella me sonrió.
Dios, era hermosa. Sus ojos marrones eran cálidos y pesados. Su cabello era un
maldito desastre. Y la sonrisa desplegada en sus labios hinchados y maltratados era
angelical. No había terminado con ella. Con nosotros.
—Si te ayudo a encontrar tus pantalones, ¿vendrás a casa conmigo?
Asintió, y esa dulce sonrisa le hizo algo raro a la región de mi pecho. Se sentía
caliente. Como acidez estomacal, solo que agradable.
Buscamos a tientas la ropa en la oscuridad.
—No puedo creer que hayamos tenido sexo en un asiento trasero en un campo
—se burló Marley mientras se ponía sus jeans.
—Te compensaré con una tamaño King —le prometí.
—Oh, ¿estás hablando de tu polla? —se burló.
Bueno, jódeme. Estaba enamorado.
La miré fijamente mientras se ponía su suéter. Cuando su cabeza salió por el
agujero, su pelo estaba erizado en todas las direcciones. Su maquillaje estaba
manchado, y estaba más feliz de lo que nunca la había visto. Hice lo único que podía
hacer. Me lancé de mi pedestal de soltero de cabezas, golpeando cada peldaño en el
camino hacia abajo. Esto iba a ser un maldito desastre.

Probablemente debí haber tratado de presionar los frenos, no manosearla en


mi porche. Pero Marley era irresistible, y yo era débil. Todo lo que sabía era que mi
polla quería estar enterrada dentro de ella de nuevo; durante más de diez minutos
esta vez, muchas gracias; y que quería despertar esa dulce sonrisa de sueño.
—Envíale un mensaje a tu madre —insistí, dejando besos en su garganta. Tuve
que retroceder, con cuidado de no dejar marcas. No era un chico de diecisiete años
sin delicadeza. No, yo era un cachondo de casi treinta y nueve años con habilidades
decentes. Y más autocontrol del que estaba mostrando actualmente—. Dile que no
vas a ir a casa esta noche.
—Bien. —Suspiró—. Déjame encontrar mi teléfono.
Lo buscó con una mano mientras agarraba mi adolorida erección a través de
los vaqueros con la otra.
—¿Qué estás haciendo?
—Multitarea.
Abrí la puerta principal y abrí la cremallera de mis vaqueros en el lapso de 1,7
segundos antes de empujarla dentro. Estaba más interesada en sacarme la polla que
en encontrar su teléfono, así que me hice cargo.
Cerré la puerta y tiré su bolso al suelo y pateé el contenido. Se arrodilló, y pensé
que iba a tomar su teléfono, pero entonces su boca estaba en la cabeza de mi polla,
y su lengua estaba haciendo cosas malvadas y hermosas a mi parte inferior muy
sensible.
—¡Mars! Tienes que advertir a un tipo antes de… oh, mierda.
Perdí el equilibrio y me estrellé contra la puerta principal. El golpe hizo que
Homer se arrojara por las escaleras en un caos de ladridos y gruñidos. Por
experiencias pasadas, sabía que era peligroso agitar mi salchicha cuando mi perro
estaba agitado.
No mordía normalmente, pero había tenido un par de momentos críticos
después que el tío Max le comprara a Homer una salchicha de juguete de color piel.
—Marley, cariño. —La puse de pie y tomé su teléfono del suelo—. Voy a dejar
salir a Homer. Envía un mensaje a tus padres. No irás a casa esta noche.
Asintió, pareciendo un poco aturdida y muy feliz.
—Está bien.
Corrí a la parte de atrás de la casa y envié a Homer al patio trasero.
—Puede que tarde un rato, amigo —le advertí.
Homer salió trotando, moviendo la cola, sin ninguna preocupación.
Y corrí de vuelta adentro hacia mi chica.
o: ¡No me esperes despierta esta noche!
Mamá: ¿Esperar para qué?
Yo: A que vuelva a casa.
Mamá: ¿Por qué iba a hacer eso? Tienes casi 40 años.
Yo: Solo digo que no estaré en casa esta noche, y no deberías preocuparte.
Mamá: ¿Por qué no estarás en casa esta noche? ¿Pasó algo? ¿Estás bien?
Yo: Mamá, acabo de decir que no te preocupes.
Mamá: ¡DIME DE QUÉ NO ME TENGO QUE PREOCUPAR!
Yo: Voy a tener sexo con Jake. ¿Está bien? Ya está. Me hiciste decirlo. Es tu culpa, y
ahora no podemos volver a hacer contacto visual. No se lo digas a papá.
Mamá: Diviértete en el estudio de la Biblia, cariño.
Yo: ???
Mamá: ¡Solo bromeaba! Soy una mamá genial. Los condones son divertidos. ¡Haz
buenas elecciones!

—¿Todo bien?
Salté, y mi teléfono y mi bolso se me escaparon de las manos y aterrizaron en
el suelo en la pila de tampones, monedas sueltas y otras basuras del fondo del bolso.
¿Era una barra de caramelo entera o sólo el envoltorio?
Jake estaba parado junto a las escaleras luciendo todo pecaminoso con sus jeans
aún desabrochados. Su pelo oscuro era un desastre. Sus mangas estaban subidas, y
había una mirada salvaje en sus ojos.
Dejó salir a Homer al patio trasero. Estábamos solo nosotros dos. Solos.
Excitados.
La primitiva y sexy parte de nuestros cerebros debe haber tomado el control
porque, en lugar de tomar mi teléfono o limpiar los restos del bolso, me lancé sobre
él. Me atrapó en el aire y me aplastó contra su pecho, enrollando mis piernas
alrededor de sus caderas.
Decidí que podía aferrarme a él permanentemente. Su mano estaba en mi
cabello, tirando de este con la suficiente fuerza para que las chispas se encendieran
en mi cuero cabelludo.
—Me vuelves jodidamente loco, Marley —dijo, cubriéndome con besos
salvajes. Usó los dientes y la lengua como armas, y yo estaba muy feliz de
rendirme—. Quiero ir más despacio esta vez —dijo.
No había nada de tranquilidad en la forma en que me miraba.
—¿Pero?
—Pero no creo que pueda esta vez. Tal vez la tercera o la decimoséptima vez.
—Estoy bien con eso. —Mi lápiz labial estaba en su boca, y estaba muy caliente.
—¿Cama? —preguntó.
—Sí. Date prisa.
No me bajó, solo subió las escaleras corriendo y yo me aferré a él. No era una
delicada flor. Era robusta, con curvas y músculos sanos. Y ser manipulada como un
paquete resultó ser un increíble excitante.
También lo fue ser arrojada en la cama como una maleta. Estaba quitando mis
jeans en el primer rebote.
—Quítalo. Todo —insistió, parado a los pies de la cama y arrancándose la
camisa. Le agradecí, y los dos corrimos por la desnudez. Ganó y celebró
sujetándome al colchón.
No podía molestarme en mirar alrededor y ver el paisaje, aunque estaba en el
paraíso prohibido del dormitorio de Jake Weston. No con su submarino listo para
mí.
Nos enredamos, rodando y jadeando para respirar. Nuestras manos estaban
por todas partes. Nuestras bocas estaban fusionadas. Mi corazón se aceleró. Estaba
galopando hacia el territorio del ataque al corazón con la adrenalina corriendo a
través de mí. Y no me importaba. Todo lo que quería era un orgasmo como el que
tuve hace menos de una hora. Quería que Jake lo persiguiera por mí y me lo
presentara en bandeja de plata.
—Tus pechos son perfectos —gimió, presionando su cara contra mi pecho y
acariciándolos.
Lo tenía como un hombre de pechos. Se agarró a un pezón, y yo me retorcí a
su lado. Estirándome entre nosotros, encontré su polla lista y esperando.
Se apretó en mi mano mientras devoraba mi pecho. Le puse una pierna sobre
su cadera e incliné la cabeza de su pene contra mí. Cada vez que empujaba en mi
mano, se empujaba contra ese necesitado manojo de nervios que nunca había estado
más vivo.
Era un estímulo más que suficiente. En segundos, un orgasmo ninja se acercó
sigilosamente y me sorprendió.
—¡Jake!
—Mmm.
El mundo se volvió algodón de azúcar con brillo y arco iris mientras yo lo
montaba todavía con ropa hacía la victoria. Estaba tan mojada que me preocupaba
que su colchón se dañara a largo plazo. Era como la temporada de lluvias en Costa
Rica.
—Te necesito —gimió, soltando mi pecho.
Rodamos más hacía el costado de la cama. Yo estaba encima de él, besándolo
como si no hubiera un mañana. A ciegas, metió la mano en su mesita de noche. El
cajón se estrelló contra el suelo, pero no antes de que agarrara el extremo de otro
rollo de condones.
—Quédate ahí, cariño —dijo, deslizándome por sus muslos lo suficiente para
poder enrollar el condón.
Le ayudé. Y con ayudé me refiero a que le acaricié el miembro con la
violencia desesperada de la mujer hambrienta de sexo que era.
Luego me estaba agarrando de las caderas y me levantó. Con dedos ansiosos,
lo agarré, alineando la cabeza de su erección con mi agujero desesperado por otro
orgasmo.
Ajustado en su lugar, Jake me miró fijamente y me dio un rápido empujón.
Probablemente grité. ¿Por qué si no iba a empezar Homer a ladrar en el patio
trasero? Pero no importaba si los vecinos se despertaban con gritos y ladridos. Si
llamaban a la policía y nos denunciaban por alterar el orden público y el sexo sin
estar casados, yo asumía que eso todavía era una ley en algún lugar. No importaba
si Jake y yo estábamos sentenciados a morir lapidados.
Lo único que importaba era lo hermosamente llena que estaba, empalada en su
dura polla. Nos congelamos así durante largos segundos antes que empezara a
moverme. No era el tipo de mujer de la vaquera invertida; mis cuádriceps no eran
tan fuertes, ni tampoco de la depilación brasileña, o del cuarto lleno de juguetes
sexuales. Tenía experiencia, pero no a nivel de experto.
Pero algo acerca de Jake Weston gimiendo debajo de mí me convirtió en una
diosa del sexo sin sentido.
Y esta diosa del sexo sin sentido estaba montando el semental debajo de ella
como si ambos murieran si ella, yo, no lo hiciera.
Sus empujes de cadera se clavaron en mí rítmicamente mientras lo montaba.
Dos cuerpos unidos en un propósito. Sus dedos se clavaron en mis caderas, y por
una vez, no me preocupó cuánta carne había para agarrarse. O si mis pechos estaban
rebotando demasiado o si debería haber hecho algo más que afeitarme la región
inferior.
No, estaba demasiado ocupada arrasando y siendo arrasada.
Nada se había sentido tan bien antes. Y supuse que nada lo haría. Podía
aceptarlo. Podía aceptar el hecho que mi experiencia sexual llegaría a su punto
máximo a los treinta y ocho años en las manos y el pene de Jake Weston. Estaba
dispuesta a tener nada más que sexo mediocre por el resto de mi vida si podía
tenerlo así ahora.
Sus manos estaban ahora en mis pechos, acariciando y tocando, sus pulgares
ocupados frotando mis pezones erectos.
Dejé caer mi cabeza hacia atrás y solté un largo gemido de mi garganta.
Perfecto. Todo era perfecto.
—Fuiste hecha para mí, cariño —dijo.
—No hagas esto raro. —Jadeé por aire.
—Tú no hagas esto raro —respondió.
—Deja de hablar.
En un sucio gruñido gutural que hizo que mi vagina se levantara y aplaudiera,
Jake empujó y rodó. Se puso de rodillas.
—Quiero tenerte de todas las formas posibles —dijo, empujándome sobre mi
vientre.
Agarrándome de los tobillos, me empujó contra él. Me puse de rodillas con
entusiasmo.
—¿Te parece bien esto? —preguntó. Sentí que me provocaba justo fuera de mi
entrada. La punta de su miembro se movía, esperando el permiso.
—Dios, sí.
Cuidadosamente, despacio, seductoramente se hundió en mi carne.
—Oh, sí, Mars. Sí, cariño.
Se retiró y se volvió a meterse lentamente. Sus manos, esas amplias palmas,
acariciaron mi espalda, mis caderas, mis nalgas. Y todo el tiempo, me folló.
Se sentía como… poesía. La perfección de mi cuerpo acogiendo el suyo,
abrazando el suyo. Yo era mejor porque él estaba dentro de mí.
Y la forma en que se movía dentro y fuera de mí. Era como la adoración, la
obsesión.
Podía sentir el sudor formándose en nuestra piel. Escuchar nuestras
respiraciones entrecortadas mientras abrazábamos una velocidad más temeraria.
Rodó sus caderas contra mí en un largo y profundo empujón, y yo me empujé contra
el colchón para tomarlo todo.
Se inclinó hacia adelante, cerniéndose sobre mí, con una mano agarrando mi
cabello. Sus labios se movían contra mi oreja.
—Me encanta esto, cariño. Eres perfecta —susurró. Estaba perdiendo la
estabilidad. Abandonando la delicadeza. Ahora, era una bestia en celo, y yo era el
objeto de su lujuria.
Me soltó el cabello y me agarró el pecho, palmeándolo mientras rebotaba y se
tambaleaba con cada fuerte empujón.
—Tócate —ordenó en un resoplido—. Tócate para mí, Mars.
Obedecí, rodeando mi clítoris con dedos ansiosos. Bajando la cabeza, miré
debajo de mí. Vi su mano trabajando mi pecho. Vi su polla entrar en mí, sus bolas
golpeando mis muslos. Una y otra vez. Más rápido. Más fuerte.
Su agarre sobre mí era un castigo, y me encantaba porque me estaba
desmoronando en las costuras. Mis dedos se volvieron torpes en su trabajo, y no
pude aguantar más. Me estaba quemando.
—Te siento, cariño. Deja que suceda. —Suspiró Jake.
Me solté, arrojando mi cuerpo al epicentro de la explosión. Mi cuerpo era luz
y calor. Podía sentir el orgasmo en la punta de mis dedos y en las uñas de los pies.
Esos pequeños músculos internos talentosos lo sujetaron tan fuerte que gruñó.
Lo monté, perdiendo el control.
—¿Puedo venirme sobre ti? —La pregunta era lejana, pero desesperada. Podía
oír la tensión de su mandíbula, la crudeza de su garganta.
Oh, Dios. ¡Sí! ¡SÍ! ¡MALDICIÓN, SÍ!
—Síp.
Salió, pero antes que pudiera quejarme, Jake me metió dos dedos dentro de mí.
Gruñó, y en un largo y pecaminoso gemido, lo sentí correrse en mi espalda. Los
chorros calientes golpearon mi piel, marcándome.
—Jooodeeer. —Jadeó. Apreté sus dedos con mis músculos y fui recompensada
con más de su orgasmo. Siguió corriéndose, siguió follándome con sus dedos. No sé
si fue el mismo clímax o una segunda sorpresa, pero me atravesó, y me empujé y
masturbé mi camino hacia el cielo contra su mano, cubierta por su orgasmo.
iento que debería disculparme. —La voz de Jake fue amortiguada
por mi cabello. Su cara estaba presionada contra mi cuello. No
me había movido excepto para colapsar sobre mi vientre. Había
sacado una toalla tibia y húmeda del baño y nos limpió a los dos
mientras languidecía como un pedazo de lechuga en sus sábanas sudorosas y
enredadas.
—¿Disculparte por qué? —dije al colchón.
—Siento que es un gran no-no, hacer una pregunta como esa la primera vez
que tienes sexo —dijo.
—¿Una pregunta como cuál? —Sonreí para mí, sabiendo exactamente de qué
estaba hablando.
—Eh, ya sabes. El, eh, correrme sobre ti.
—Técnicamente fue la segunda vez —dije, levantando dos dedos y casi
cegándolo.
Besó mis dedos y me rodó sobre mi espalda.
—Lo digo en serio. ¿Lo arruiné?
Le di una sonrisa perezosa. Cada músculo de mi cuerpo estaba suelto y feliz.
—Creo que te diste cuenta de nuestra compatibilidad y la seguiste.
—Marley —dijo—. En cristiano, por favor.
—Me gustó.
—¿Estás segura? No quería tomar el regalo del sexo y mear por todas partes
sobre él.
—Qué asco. Eso no fue una meada, ¿verdad? —bromeé.
—Mientras estés segura que no lo llevé demasiado lejos. Me dejé llevar un poco
—confesó.
Acerqué mi mano a su rostro, encantada por el rastrojo que encontré allí.
—Estoy segura —prometí.
—Bueno. —Me dejó un beso en el hombro desnudo—. ¿Tienes hambre?
Esos tacos de camión habían desaparecido hace mucho tiempo, perdidos en el
horno de calorías del sexo.
—Muero de hambre —admití.
Me dio una palmada en el culo.
—Encuéntrame abajo. Prepararé algo para nosotros. Y con preparar algo, no te
hagas demasiadas ilusiones. Principalmente cocino en el microondas y arrojo cosas
de una lata.
—Lo suficientemente bueno —dije.
Silbando, se puso un par de pantalones de chándal gris; aleluya, Señor; y
desapareció con un guiño.
Me quedé allí, todavía flácida, disfrutando de la forma en que se sentía mi
cuerpo después de una profunda ronda de sexo. En la planta baja, escuché a Jake
abrir la puerta trasera y el roce de garras en el suelo. Tenían su propia conversación
mientras Jake hacía un alboroto abriendo y cerrando puertas y cajones.
Me tomé mi tiempo mirando alrededor de su habitación. Techos altos como en
el primer piso. El mismo elegante toque de madera. Los mismos pisos de madera.
Le vendría bien una alfombra aquí, pensé. Oh, diablos. Y cortinas. Esperaba que no
hubiera fisgones más allá de las ventanas porque si los hubiera, obtuvieron un
espectáculo increíble.
La ventana se arqueaba y estaba enmarcada por un polvoriento asiento de
ventana. Su banco podría necesitar un cojín grueso.
La habitación parecía como si hubiera metido los muebles y decidido
preocuparse por el resto más tarde. Había una cómoda apartada ligeramente de la
pared en un extremo como si algo hubiera rodado detrás de ella y hubiera sido
sacado.
Donde el montón gigante de ropa sucia residía en la esquina, imaginé una silla
y una mesa auxiliar. Un lugar tranquilo para leer o tomar una siesta en los días de
invierno.
La única otra cosa en la habitación era una imagen muy grande de un Jesús
crucificado colgado en la pared al lado de la puerta. Tenía la sensación de que había
venido con la casa.
Me levanté y me estiré. Antes de comenzar mi búsqueda del baño. Una puerta
conducía a un vestidor. Había más ropa en el suelo que colgada. Encontré un baño
a través de la otra puerta y me limpié. El inodoro tenía una cadena para vaciar. El
tocador, una capa de polvo.
Sonriendo, me peiné con los dedos, tratando de darle la forma y el estilo de
Wilma. Jake Weston no era tan perfecto después de todo. Realmente era un vago.
Me rendí con mi cabello y fui a buscar ropa. No quería volver a ponerme el
suéter de mamá en mi cuerpo sexuado recientemente. Quiero decir, ya iba a tener
que comprarle a la mujer uno nuevo para compensar la perversión del anterior. Así
que tomé una camiseta que pasó la prueba de olor.
Bajé las escaleras y me dirigí a la cocina.
Jake seguía sin camisa y revolviendo algo en la estufa. Homer estaba
devorando su cena. Hizo una pausa para gruñir y menear la cola antes de sumergirse
nuevamente en las croquetas. Una escena doméstica que causó que mi corazón de
dama palpitara.
—¿Qué cocina, chef Weston?
Levantó la vista y me revisó de la cabeza a los pies.
—Ahora, esa es una imagen bonita —dijo Jake.
El hombre era bueno con los halagos. Tenía que concederle eso.
Saqué un taburete y me senté frente a él, apoyando la barbilla en mis manos.
—Espero que te gusten los SpaghettiOs11 —dijo Jake, sacando la cacerola de la
estufa y dividiendo su contenido entre dos tazones.
—¿SpaghettiOs? —pregunté maravillada—. No creo haber comido una lata de
SpaghettiOs desde la universidad.
—También tengo un poco de Bolonia de Lebanon12. Aparte de eso, tu única
opción es algún tipo de comida china para llevar peluda que es tan vieja que no
recuerdo haberla pedido.
—Me quedaré con los Os y la Bolonia.

11 Marca de pasta que viene enlatada y con salsa de tomate.


12 Es una salchicha curada, ahumada y semi seca.
—Una elección sabía. Podemos comer en el sofá —dijo, empujando uno de los
cuencos hacia mí.
Cenamos los favoritos de la infancia en su sofá mientras veíamos repeticiones
de Cheers and Parks and Rec en su gigantesca pantalla plana.
—Entonces, ¿cómo voy hasta ahora con esta cosa de las citas? —preguntó,
tomando mi cuenco vacío y agregándolo al suyo en la mesa de café. Supuse que se
quedarían allí una semana o dos.
Oh, claro. No estábamos saliendo de verdad. Solo lo estaba preparando para
salir con alguien más. Él coaccionaría orgasmos de una nueva mujer y le prepararía
comida enlatada para el día de San Valentín, predije.
Ordené a la pasta enlatada permaneciera en mi estómago y no vomitara
proyectiles a través de la habitación.
Me aclaré la garganta.
—Bien. —Excelente.
Homer trotó y empujó su cabeza en mi regazo.
—Estás en su lugar —explicó Jake y me deslizó unos centímetros más cerca de
él. Homer saltó al sofá, rodeó el cojín y se dejó caer con un profundo suspiro.
—Lo estás haciendo bien —admití. Eh. Me preocuparía por los apegos en
nuestra relación falsa consumada más tarde. Me acurruqué contra su costado y
descansé mi cabeza sobre su hombro.
Sacó una manta del respaldo del sofá y me la entregó.
—Creo que estoy listo para conocer a tus padres —dijo mientras estaba
ocupado extendiendo la manta.
—Ya lo has hecho —señalé desconcertada.
—No, me refiero a cenar y hablar. No solo recogerte y ser encantador durante
cinco segundos.
De acuerdo, una cosa era que yo estuviera un poco enredada en nuestro
acuerdo. Pero no quería que mis padres se enamoraran del chico solo para que nos
separáramos antes que me fuera de la ciudad.
—¿En serio? —Quiero decir, creo que le debía al chico la experiencia completa
de novia. Incluso si doliera hacerlo.
—Sí —dijo Jake—. Quiero que esto vaya más lejos.
No se dio cuenta de lo real que nos estaba haciendo sonar, me dije.
—Sabes que no soy una experta en relaciones, ¿verdad? Obviamente, ninguna
de las mías ha funcionado —le recordé.
—Tienes más experiencia que yo.
—Conocer a los padres. Entendido. ¿Algo más?
—Bueno. ¿Qué pasa con los regalos? —dijo, pausando el programa en la cara
ceñuda y bigotuda de Ron Swanson.
—¿Regalos?
—Sí, ¿cómo sé qué comprarte y cuándo? ¿Cuál es el presupuesto para
cumpleaños y fechas especiales? ¿Cómo funciona ser pareja en Navidad? ¿Le
compro regalos a tu familia?
—Eh. Esas son preguntas válidas y muy específicas. Y todo eso dependerá de
la relación. Por ejemplo, tú y tu novia podrían decidir que ella compra para su
familia y tú compras para la tuya. Lo más importante es recordar que es importante
hablar sobre cosas como esas de antemano. No querrás esforzarte y comprarle aretes
de diamantes para el día de San Valentín cuando ella solo te dé una cuponera para
masajes y abrazos.
—Todo se resume en la comunicación, ¿no? —preguntó Jake con un bostezo.
Sus dedos acariciaron mi brazo debajo de la manga, dejando la piel deliciosamente
sensible.
—Básicamente. Sí.
Estuvo callado por un minuto. El silencio fue interrumpido por los ronquidos
nasales de Homer y el movimiento de su cola mientras soñaba cosas buenas.
—¿Por qué te vas, Marley? —preguntó Jake.
Parpadeé y me moví para mirarlo.
—Porque no pertenezco aquí. Quiero algo más grande. Algo más de lo que
Culpepper puede ofrecer.
—¿Te gusta enseñar? ¿Entrenar? —preguntó.
He pensado en ello. Sobre las victorias. El cambio de imagen. Las chicas. La
mayoría del resto de los estudiantes. Floyd. Vicky. Haruko. Jake.
—Sí. Me gusta —decidí—. Pero no es el plan.
—¿Y no hay forma de que esto, no sé, termine siendo lo que quieres? —
preguntó.
Resoplé. ¿Encontrar lo que he estado buscando en Culpepper? ¿El lugar que
no podía esperar para irme tan pronto como ese diploma estuviera en mi pequeña y
caliente mano?
—Créeme. Culpepper y yo estamos mejor separados —dije—. ¿Por qué
preguntas?
Quería que fuera porque le gusto. Porque me extrañaría si me fuera. Pero me
había reemplazado una vez. ¿Cuáles eran las probabilidades de que no lo volviera a
hacer?
Se encogió de hombros.
—Por nada.
Apretó el botón de reproducción y volvimos nuestra atención a Leslie y Ron.
esperté de la mejor noche de sueño de mi vida en una cama vacía. Mi
felicidad se evaporó al instante, y salí bruscamente de mi capullo. Ella
había estado aquí. Se había acostado conmigo. Discutimos de buena
gana sobre la calidad de mis sábanas y almohadas. Para ser justos,
tenía un punto. Estaba cerca de los cuarenta con un buen trabajo, y estas sábanas
baratas eran lo suficientemente ásperas como para exfoliar.
Era hora de cambiar.
El tío Lewis iba a amar a Marley si su influencia me metía en una tienda con
sábanas, cortinas y cosas así.
Escuché un ruido sordo en la planta baja y un ladrido corto seguido de una
risa.
Estaba aquí.
Me puse la sudadera y noté, posiblemente por primera vez, el montón de ropa
gigante en la esquina del piso. Tal vez ya era hora de que también creciera un poco
en otros aspectos.
Encontré una canasta de ropa en el armario y la llené hasta el borde. Lo que no
encajaba lo tiré al armario y cerré la puerta. Me ocuparía de eso más tarde.
Encontré a Marley y Homer en una conversación profunda en la cocina. Había
bolsas de supermercado en el mostrador, y Homer estaba mirando una nueva bolsa
de golosinas para perros cada vez que alzaba la cabeza de comer su desayuno.
—Buenos días —dijo Marley, sonriéndome desde el otro lado de la isla.
Bueno, mierda. Así es como se siente. Saber que quieres hacer algo todos los
días por el resto de tu vida. Eso es lo que quería en este momento. Y era
increíblemente inconveniente ver cómo el objeto de mi afecto acababa de reiterar su
deseo de volar este puesto de paletas una vez que sus obligaciones aquí hubieran
terminado.
—Buenos días —dije, dejando caer el cesto de la ropa sobre la mesa de la cocina
y lanzándome en picada por un beso largo y duro. ¿Quería irse? Bien. Pero no iba a
hacerlo fácil para ella—. ¿Qué estás haciendo despierta tan temprano?
Se rio y señaló el reloj con una espátula.
—Son las 9:30.
—Es domingo —señalé—. Para los maestros, los fines de semana son pequeñas
cantidades de alivio.
—Homer me despertó con su nariz fría y una exigencia muy insistente de salir
—dijo, volviendo a la sartén en la estufa.
Mi perro era un idiota. Pero uno lindo.
—Por lo general, puedo dormir un par de horas más después que se cumplen
sus demandas —dije.
—Bueno, como estaba despierta y no tenías nada comestible en la casa, Homie
y yo fuimos rápidamente a la tienda de comestibles, y compré algunas cosas básicas.
Me sentí… cuidado. Mimado. Querido.
—¿En serio? —pregunté, despejando la emoción de mi voz.
—Sí. Las tortillas de queso están casi listas. ¿Quieres servir el café y sacar el
tocino? Lo puse en el microondas para que no se enfríe.
Me hizo el desayuno. Me compró víveres. Llevó a mi perro a dar un paseo en
auto. Mierda. Mierda. Mierda. Mierda. Estaba realmente y jodidamente hundido.
Y Homer básicamente se estaba riendo de mí con su sonrisa perruna.
—Seguro. Increíble. Sí —dije, sacando un par de tazas e intentando no pensar
en lo doméstico que era todo esto. Olvídate de lo inquietante. La abuela había
tomado el control de mi mente. Necesitaba un exorcismo.
—Hace un poco de calor afuera y no está tan poco aseado como aquí. ¿Quieres
comer en el porche? —preguntó Marley.
La seguí a través de la puerta de atrás, haciendo malabarismos con platos, tazas
y utensilios que ella misma debe haber lavado ya que había estado usando artículos
de plástico durante semanas.
Nos hundimos en el sofá de mimbre y dejamos nuestros desayunos en la mesita
de café. El otoño estaba en el aire, pero el verano estaba retrocediendo, aferrándose
a finales del domingo de septiembre. Sería un buen día para una carrera tranquila.
—¿Crees que podrías hacer unos kilómetros hoy? —pregunté a Marley.
Dio un bocado de tortilla.
—Seguro. Sin embargo, tendrá que ser esta tarde. Eh, ¿hablaste en serio acerca
de conocer a mis padres?
—Sí. Definitivamente en serio. —Me metí un bocado de huevos con queso—.
Vaya. ¿Qué magia obraste aquí?
Sonrió bellamente.
—Todo está en huevos de campo y un buen queso —confesó—. De todos
modos, estás invitado a cenar esta noche. En casa de mis padres.
Mastiqué pensativamente. Tomé un sorbo de mi café.
—Genial. ¿Qué tipo de regalo debo llevar a la anfitriona?
—Realmente te gusta eso de los regalos, ¿verdad? —bromeó Marley.
—Así es. Quédate y serás bañada en baratijas especiales.
Sonrió, y decidí que este era mi domingo favorito en la historia reciente.
—¿Por qué? —preguntó.
—¿Por qué, qué?
—¿Por qué te gusta dar regalos?
Mordí un pedazo crujiente de tocino.
—No sé. Me gusta encontrar algo que sé que alguien amará. Ya sabes, pensado
en ellos. Mostrarles que me importa. Supongo.
—¿Cuál es el último regalo que compraste?
—Mmm. Tengo esta pintura para mi madre. Un trabajo personalizado de su
perro. Lo tengo enmarcado y todo. Se acerca su cumpleaños. Va a salir de Jersey por
un fin de semana. Estamos preparando una cena en casa de mis tíos.
—¿Tú y tu madre tienen una buena relación? —preguntó.
Al ir a la escuela conmigo, Marley tendría un conocimiento general de mis
desordenados años de adolescencia. Mi papá muriendo. Mi madre no pudiendo
manejar a un rebelde sin una causa. El ser enviado al medio de la nada de
Pennsylvania para vivir con mis tíos que no conocía bien. Había sido lo mejor que
ella podría haber hecho por mí. Pero me había llevado algo de tiempo llegar a esa
conclusión.
—Sí. Estamos bien ahora. Las cosas fueron difíciles cuando me mudé aquí por
primera vez. ¿Pero honestamente? No puedo imaginar no crecer con Max y Lewis.
Esos tipos no soportaron nada de mi mierda adolescente y se aseguraron de que
resultara ser alguien de quien pudieran estar orgullosos.
—Me gusta cómo hablas de ellos. Como si pudieras decir cuánto los amas —
observó Marley.
—Ven a la cosa del cumpleaños —dije—. Conoce a mi mamá. Conoce a Lewis.
Mi prima estará allí.
—Me gustó Adeline —admitió—. Y su esposo.
—Max y Lewis decidieron que hicieron un trabajo tan bueno conmigo que
adoptarían. Terminaron con Adeline. Ahora tenemos una casa llena para las
vacaciones con sus cuatro hijos.
—¿Es agradable? ¿Tener familia cerca? —preguntó.
—Oh, sí. Quiero decir, te vas de vacaciones, tienes el hijo de un primo que te
corta el césped. Si te sientes mal, tienes un tío que te trae sopa de pollo y Gatorade.
Tu cumpleaños llega, e incluso la cena se convierte en una fiesta instantánea.
—Eso suena bien —admitió, centrándose en su plato—. A veces me pregunto
si es difícil para mis padres que Zinnia y yo nos hayamos mudado. ¿Sabes?
—Estoy seguro que te extrañan —dije, intentando realmente no presionar el
gran botón rojo brillante que estaba viendo—. Pero está la familia que tienes y la
familia que eliges. No tienen que estar sentados solos en casa en Acción de Gracias
si no estás cerca.
Asintió y tomó otro tenedor.
—Claro. Sí. Tienes razón. —Suspiró—. Es solo que, creo que tal vez están un
poco solos. Ambos están jubilados ahora, y no tienen su oficina y sus amigos de la
escuela todos los días. Creo que eso es parte de por qué decidieron hacer lo del
Airbnb.
—¿Crees que están solos?
—Sí. Un poco.
—¿Y tú, Mars? ¿Estás sola?
No respondió de inmediato. En cambio, tomó su café y tomó un sorbo
contemplativo.
—Sí. Lo estoy.
Puse una mano sobre su hombro.
—Yo también, preciosa. Yo también. ¿Pero sabes qué?
—¿Qué?
—Nos tenemos ahora.
Se rio suavemente.
—Hablo en serio, Mars. Estamos saliendo. Estamos follando. Básicamente
estamos en una relación de verdad.
—Sí, hasta Navidad —se burló.
Ya lo veremos.
—Bueno, ¿qué tiene de malo no estar solo hasta Navidad? —insistí.
—Nada. —Suspiró.
—Exactamente.
—Entonces, viendo que es una mañana de domingo para hacer pereza y que
acabamos de comer un desayuno increíble, ¿qué quieres hacer?
Su rostro se iluminó y se inclinó más cerca.
—Tengo una idea. —Su voz era ronca, y mi polla ya estaba firme.
—¿Por qué no me explicas esta idea con detalles gráficos? —sugerí.
—Tú y yo vamos a entrar y… —Se inclinó más cerca y mordisqueó mi
mandíbula.
—¿Y? —exigí, prácticamente sin aliento con anticipación.
—Y limpiar tu cocina.
sta era probablemente una idea terrible. Traer a Jake a la vida de mis
padres de esta manera. Darles esperanzas de que su hija descarriada
estaba finalmente poniendo su vida en orden con un tipo
extraordinariamente guapo que había eludido a otras solteras
esperanzadas durante casi cuarenta años.
Estaba pintando un cuadro de mira lo especial y genial que soy, cuando sabía
que les arrebataría esta realidad en unos pocos meses. Era oficialmente la peor.
Sonó el timbre y salí disparada de la cocina.
—Yo abro —grité—. ¡Y no toques el asado!
—¿Quieres que revuelva la salsa? —gritó mamá.
—¡No! ¡No toques nada!
Patinando al parar delante de la puerta principal, me limpié las manos en mis
vaqueros. Solo una cena casual de domingo con Jake, quien me había llevado al cielo
tras follarme seis veces en las últimas veinticuatro horas. Estaba actuando como una
novia ansiosa. Demonios, me sentía como una novia ansiosa. La parte falsa de
nuestra relación se estaba volviendo gris y pantanosa, y yo estaba metida hasta las
caderas en su lodazal.
Abrí la puerta y me pregunté si había algo más sexy que Jake Weston, inclinado
casualmente contra la puerta luciendo pecaminosamente delicioso en vaqueros, una
camisa abotonada y esa maldita chaqueta de cuero. Tenía su casco de motocicleta
bajo un brazo y una bolsa de regalo colgando de los dedos de su otra mano.
—Hola, preciosa.
Sí, está bien. Me estaba desmayando por dentro. Así que demándame. Mi
cuerpo seguía en alerta máxima por todos esos orgasmos que había repartido. Veía
a Jake y pensaba en desnudez y en espaguetis y en brazos cálidos y fuertes
rodeándole. Era biología, simple y llanamente, lo que me hacía babear como una
paciente dental.
—Hola. ¿Qué tal? —dije, intentado parecer súper tranquila. No lo estaba
engañando. Movió el dedo con la bolsa de regalos hasta que me acerqué. Sabía lo
que quería, y estaba muy feliz de dárselo.
Mirando por encima del hombro, me aseguré de que mis padres no se hubieran
materializado detrás de mí antes de darle un suave beso en su dura boca.
Me dio un pequeño gruñido de aprobación, y pensé en quitarme los
pantalones, allí mismo en el vestíbulo.
—Bueno, mírense tortolitos —dijo una voz detrás de mí.
—Dietrich, recuerdas a Jake, ¿verdad? —dije, retirándome de mala gana del
beso.
Jake dejó el casco y se dieron un apretón de manos masculino.
—¡Marley! —gritó papá desde la cocina—. La salsa está burbujeando. ¿Debería
añadir más maicena?
—¡No toques nada! —grité.
—Podrías entrar conmigo —le dije a Jake—. Tú y D pueden tomar unas
cervezas mientras termino.
Me siguieron a la cocina.
—Tu mujer sabe cocinar, amigo mío —dijo Dietrich.
—No lo sé yo, hombre —estuvo de acuerdo Jake.
Sentí pequeños aleteos de felicidad ante la alabanza. Cocinar había sido mi
forma de hacer frente a nuevos lugares y trabajos y tantos nuevos comienzos. Cada
pocos años, era un reinicio completo, y terminaba en una nueva ciudad o un nuevo
pueblo sin conocer a nadie. Había pasado más cumpleaños a solas de lo que me
importaba admitir.
La cocina me había dado un pasatiempo, una salida. Una forma de crear algo.
Y me daba placer alimentar a la gente que entraba en mi vida.
—Jake está aquí —dije innecesariamente al entrar en la habitación.
Mamá estaba sosteniendo una copa de vino y pinchando la cacerola de salsa
con un tenedor.
Papá cerró con culpa la puerta del horno. Estaban tan fascinados por mi
destreza en la cocina como yo desconcertada por su inexperiencia.
—¡Jake! Me alegro de verte —gritó mi padre, ofreciéndole su mano.
—Señor Cicero —dijo Jake, repitiendo el frívolo apretón de manos.
Mamá me hizo un guiño muy sutil, como si pudiera oler las hormonas que
estaban bombeando de mí.
—Ése suéter que te presté —comenzó sobre el borde de su copa de vino.
—Nunca volverá a tu armario. Tengo un reemplazo que llega el martes —le
prometí.
—Buena chica —me dijo antes de abrirle los brazos a mi novio—. Jake, cariño.
Es tan agradable tenerte aquí para la cena.
—Jessica —dijo Jake, kilómetros de encanto explotando de las células de su
piel—. Gracias por recibirme. Te he traído una cosita.
—Oh, no tenías que hacer eso —dijo mamá mientras abría la bolsa en su prisa
por llegar al regalo. Mamá y yo éramos como niñas pequeñas en Navidad, drogadas
con galletas y chocolate caliente. Suéltanos en una pila de regalos y míranos hacer
llover papel de regalo en la sala. Zinnia y papá eran mucho más dignos para recibir
sus regalos.
—¿Dutch Blitz13? —preguntó mamá, sacando el juego de cartas de su bolsa
masacrada.
—Es de mucha acción. Una buena forma de quemar calorías después de una
gran comida —dijo Jake.
—Acción, ¿eh? —Mi padre subió más sus pantalones, aceptando el desafío.
Probablemente debí haberle advertido a Jake sobre la competitividad de los Cicero.
Estaba al borde de lo insano.
—Eres demasiado dulce —le dijo mamá a Jake—. No puedo esperar a patearte
el culo después de la cena.
Dietrich resopló. Apenas había sobrevivido a las damas con mi padre hace dos
noches.
—¿Quieres una cerveza, Jake? ¿Dietrich? —preguntó papá. Su pequeña cocina
estaba abarrotada de cuerpos.
—¿Por qué no van a beber las cervezas a la sala de estar? —sugerí—. La cena
estará lista en cinco minutos.

13Es un juego de cartas, donde cada jugador recibe cartas de diferentes denominaciones y deben
acumular la mayor cantidad de puntos al deshacerse de ellas.
—¡Blitz! ¡En tu cara, Jessica! —Jake tiró su carta de destrucción con una
floritura, venciendo la carta de mi madre. Se levantó y realizó un lascivo baile de la
victoria con mucho embistes.
—¡Nooooooo! —aulló mi padre, golpeando con su puño la mesa de café—.
¡Odio este estúpido juego!
—¡Maldito seas, Jake Weston! —gritó mamá. Extendió la mano a través de la
mesa y empujó la pila de cartas de Jake sobre la alfombra.
Dietrich y yo nos reímos tanto que me preocupaba que el oxígeno no volviera
a mis pulmones. Las lágrimas corrían por mi cara cuando mi madre y Jake
empezaron a darse palmadas en las manos mientras se metían sobre los montones
de cartas de la mesa de café.
—No me importa si nos ganaste. Hay más cartas aquí que tus estúpidas cartas
de blitz.
—¿Te importaría apostar por eso? —se burló Jake.
—Marley, tu novio es claramente un tramposo —insistió mamá, contando sus
cartas—. Apuesto a que ha estado robando mis cartas y escondiéndolas en sus
mangas para que no me den puntos por ellas.
—¡Hombre! Ni siquiera saqué dos cartas de mi pila de cartas blitz —lloriqueó
papá. Cruzó los brazos sobre su flaco pecho y se puso a hacer pucheros.
—Mars, ¿contaste tus cartas para que pueda restregarte mi victoria en la cara?
—preguntó Jake, sentándose a mi lado.
Me limpié las lágrimas de los ojos.
—Creo que voy a declarar el juego terminado en este momento antes que haya
un derramamiento de sangre.
—Me he hecho un moratón en el pulgar —dijo Dietrich, mostrándonos su
dedo.
—Mira eso. Hirieron a su huésped. Esto podría afectar a su reseña.
—¡Ja! ¡Te gané! —gritó mamá, sosteniendo una última carta en la cara de Jake—
. ¡Eres un perdedor! ¡Un perdedoooor! —El baile de la victoria de mamá no implicó
mucho giro, pero sí algunos movimientos disco.
—¡Exijo un recuento! —Jake agarró la pila de cartas de mamá y las revisó.
—¿Y bien? —preguntó con suficiencia.
—Mierda. —Jake tiró las cartas sobre la mesa y cayó de espaldas sobre la
alfombra. Éramos demasiado viejos para estar sentados en el suelo, pero la violencia
del juego hacía muy difícil jugar en la mesa del comedor.
Desenrollé mis piernas y me estiré al lado de Jake, aun riendo.
—Como soy la reina del Dutch Blitz, supongo que puedo cortar el pastel del
postre —dijo mamá—. Vamos, Ned.
—Odio ese estúpido juego —dijo papá mientras la seguía a la cocina.
—”ueno, yo solo, ah… voy a hacer algo que no sea en esta habitación—dijo
Dietrich, marchándose.
Le sonreí a Jake.
—Creo que me pasé —dijo—. Probablemente no debí haber dicho en tu cara
a tu madre en nuestra cena oficial de encuentro con los padres.
Me reí de nuevo y me limpié las esquinas de los ojos.
—No tenía ni idea de que te llevarías tan bien con ellos.
—¿No me odiarán por esto?
—¿Estás bromeando? Tú eres su gente, Jake. —Rodé a mi lado y le di un fuerte
beso en la mejilla—. Esto fue realmente genial.
—Eres realmente genial —dijo, de repente serio. Me tomó la cara en su mano
y me besó larga y lentamente.
Mis partes de chica encendieron llamas de interés. Abrí mi boca para él. Este
era un beso de verdad. Todo esto se sentía demasiado real. Esto me superaba, pero
no me interesaba salvarme. Estaba contenta de ahogarme.
—¡El pastel está cortado! —cantó mi padre desde la cocina.
—Ven a casa conmigo esta noche —dijo Jake de forma brusca.
—¿Otra vez? —Teníamos trabajo por la mañana. Necesitaba mi equipo de
entrenamiento y mi almuerzo.
—Vamos, Mars. No me envíes a casa solo.
—¿No estamos yendo un poco rápido?
—¿Qué otra velocidad hay?
raté de sacarme los nervios por conocer a la madre de Jake. Seis lentos
kilómetros después, todavía tenía la barriga llena de ansiedad, pero
podía permitirme todas las calorías que una cena de cumpleaños
implicaba. Así que lo consideré una victoria.
Me duché, me cambié de ropa cuatro veces, e hice un trabajo razonable en mi
cabello y maquillaje gracias a los tutoriales que mi equipo publicó en nuestro tablero
de mensajes.
—Conocer a los padres es algo importante. —Había explicado sabiamente
Natalee.
Me dijeron explícitamente que no hiciera tonterías con mis preparativos. Me
sentí obligada a publicar una foto del producto terminado para su aprobación.
La foto fue recibida con una serie de emoticones de pulgar hacia arriba y varios
mensajes de ¡Vas a llegar tarde! .
Pasé por casa de Jake y recogí a mis dos guapas citas de la noche. Jake se veía
tan sexy como el pecado en vaqueros, una camisa ajustada de algodón y un chaleco.
Quería desnudarlo y lamer cada centímetro de su espectacular cuerpo. Pero
llegábamos un poco tarde. Después de un beso muy profundo, él y Homer, con una
pajarita de celebración, se unieron a mí en mi auto, y nos dirigimos al otro lado de
la ciudad con Jake dirigiéndome a la casa de sus tíos.
Nos detuvimos frente a una elegante casa de ladrillos de dos pisos con un
pórtico y un creativo paisaje. Me tomé mi tiempo para revisar mi maquillaje y
agarrar mi bolso.
—No tienes que estar nerviosa —dijo Jake desde el asiento del pasajero, donde
me miraba con diversión.
—Voy a conocer a tu madre —insistí—. Si no estuviera nerviosa, sería
considerada una sociópata. —Andrea me había sacado de quicio ayer en la escuela,
y deseaba haber conservado más de lo que me había dicho. Algo acerca de que soy
una adulta y una buena. Así que debía entrar en la situación esperando que me
gustaran y que yo les gustara a cambio.
Tenía sentido en ese momento. Pero ahora que estábamos aquí, no estaba tan
segura de que fuera una buena estrategia. Debí haber traído a todos billetes de
lotería raspados o dinero en efectivo. A la gente le gustaba la gente que les daba
dinero, ¿verdad?
—Cuanto antes salgas del auto, antes podré ponerte una cerveza en la mano —
dijo Jake.
Salí de detrás del volante y estuve en la acera en un instante.
Jake seguía riéndose cuando abrió la puerta principal sin llamar o tocar el
timbre. Homer, obviamente en casa aquí, corrió en dirección al aroma de la comida
rica.
Dos niños de corta edad se lanzaron sobre Jake, gritando con lo que solo podía
suponer que era placer.
Los recogió como sacos de patatas y se sometió a sus descuidados besos y
chillidos de alegría.
—¡Qué alguien me ayude! Estoy siendo atacado por niños rabiosos —gritó.
Adeline sacó la cabeza de una habitación y se acercó a nosotros descalza.
—Te han vacunado, ¿verdad? —dijo, quitándole el niño más pequeño a Jake.
El vestíbulo se llenó de gente, y fui arrastrada para presentaciones, me dieron niños
pegajosos y me prometieron alcohol.
—Soy Louisa —dijo la madre de Jake, presentándose sobre el estruendo.
—Feliz cumpleaños, Louisa. Soy Marley —grité.
Su madre era delicada y de huesos finos. El gusto de su vestuario tendía hacia
la comodidad asequible, y sentí una familiaridad instantánea con ella cuando me
puso una cerveza en la mano y me indicó la dirección de los aperitivos.
Había niños por todas partes. Los adultos estaban reunidos en la cocina cerca
de las bandejas de aperitivos.
Había conocido a Max en el póquer. No llevaba la camiseta Queer esta noche.
En cambio, llevaba en una camiseta de manga larga arrugada. Su cabello aún estaba
húmedo por la ducha. Lewis se presentó empujando una delicada cosa parecida a
un wonton de queso en mi mano, y me enamoré locamente de él. Era el moderno de
la familia aparentemente, vestido con pantalones negros, una camisa púrpura
oscura y tirantes. Mis jugadoras lo adorarían, decidí
La casa era un equilibrio perfecto entre el estilo de Lewis y el amor de Max por
los aparatos y el orden.
Rob, el marido de Adeline, rellenó las bebidas y luego acorraló a los niños en
una mesa de la cocina para hacer sándwiches de queso a la parrilla para niños.
Podría haberme sentido incómoda, estando en medio de un caos con el que el
resto de ellos estaban tan cómodos. Pero con una cerveza fría en la mano y el brazo
de Jake alrededor de mi cintura, me sentía anclada. Casi relajada.
La familia Weston era más grande que la mía. Un poco menos digna. Zinnia
levantaría las cejas por la lucha de alimentos entre los niños. Y la discusión que
estalló entre Rob y Max sobre las baladas de rock de los ochenta. Pero para mí, los
hacía normales.
Comimos y charlamos hasta que los niños terminaron de comer. Una vez que
los metieron en la sala de estar frente con una película animada con canciones, nos
retiramos al comedor engalanado.
Había servilletas de tela con servilleteros que hacían juego con el paisaje de la
mesa de oro y plata. Las velas parpadeaban en la mesa y el buffet.
—Éste es el tío Lew tratando volvernos elegantes —explicó Jake, llevándome a
una silla.
—Seguimos luchando contra él en esto —dijo Adeline con un guiño.
Lewis suspiró largamente desde su silla.
—Ustedes, paganos, me obligan a beber —insistió, alcanzando su copa de
champán.
Max extendió su mano y cubrió la de su marido, y vi los pequeños guiños
coquetos que se enviaban el uno al otro. Comimos y bebimos e hicimos que Louisa
abriera los regalos. Adoró el cuadro del perro de Jake y me agradeció profusamente
la botella de vino y el divertido sacacorchos. Nadie me preguntó la viabilidad de mis
órganos reproductivos ni le insinuó a Jake sobre anillos de compromiso. Hablaban
de política y de temas de actualidad y discutían sobre películas y música.
Observé el tira y afloja entre las relaciones. Max limpiaba detrás de Lewis quien
dejaba pequeños platos, servilletas arrugadas y las gafas de lectura a su paso.
Adeline y Rob se peleaban constantemente. Pero me di cuenta de las miradas y
toques suaves. Y nadie podía dejar de notar la forma en que ambos se iluminaban
cuando uno de los niños entraba en la habitación para chismorrear sobre sus
hermanos o mostrar la creación artística que hacían con los limpiapipas y los Legos.
Una de sus chicas, Livvy, me tomó cariño y se subió a mi regazo. Se chupó el
pulgar y jugó con mi pelo mientras sus hermanos y hermana cantaban canciones de
Disney a todo pulmón en la sala de estar.
Cuando nadie hizo ninguna broma de se te da natural sobre mí cargando
una niña, me relajé.
Juntos, los Weston habían creado una unidad. Una unidad familiar negra,
blanca, gay, heterosexual, irlandesa, ruidosa, confusa y hermosa. Me encantaba.
Jake estaba claramente disfrutando. Al menos hasta que empezaron las
historias de cuando Jake era un adolescente .
—Cuéntame más —insistí después que Max terminara de contar la vez que
tuvo que recoger a un Jake de quince años en medio de la nada cuando intentó saltar
un fardo de heno con su bicicleta de montaña y terminó con la muñeca y la bicicleta
rotas.
—Es tu turno —insistió Louisa—. ¿Cuál es tu recuerdo favorito de Jake del
instituto?
Me mordí el labio y sentí que mis mejillas calentándose.
—Oooooh —cantó Adeline—. ¡Dinos!
—No estábamos en el mismo grupo —dije, mirando tímidamente en dirección
a Jake.
Me apretó la mano debajo de la mesa.
—Pero me atrajo bajo las gradas durante un partido de fútbol y me dio un beso
muy memorable —confesé.
A los Weston les gustó eso, y me reí con ellos fingiendo no recordar el hecho
que había procedido sin ceremonias a dejarme por mi némesis. La gente cambiaba.
¿Verdad?
Lewis se inclinó cuando la conversación pasó al crucero que Louisa haría en
enero.
—Eres la única chica que Jake ha traído a casa —dijo en un susurro.
—¿En serio? —pregunté en voz baja.
Lewis asintió.
—Debes ser muy especial —dijo con un guiño.
Homer eligió ese momento para meter su cabeza entre mis rodillas exigiendo
mi atención y haciendo reír a Livvy.
—Tenemos que decidir quién hace qué para Acción de Gracias —anunció
Jake—. Sé que ninguno quiere que yo provea ninguno de los platos principales.
—Como si pudieras siquiera encontrar un plato —dijo Max con un giro de ojos.
—Marley es una gran cocinera —dijo Jake.
—Deberías llevar a tu familia a casa de Jake para el Día de Acción de Gracias
—decidió Lewis—. ¿Tienes una buena receta de relleno?
—¿Qué?
—Ugh, sí —Adeline estuvo de acuerdo—. Ese relleno vegetariano elegante del
año pasado no está invitado a volver.
—Estaba probando algo nuevo —se quejó Rob.
—Rob fue vegetariano durante seis meses —me explicó Jake.
Rob dio un gran mordisco a la pechuga de pollo y se la metió en la boca.
—No me gustó.
—Voy a inscribir a Marley para el relleno —decidió Adeline—. Se te permite
hacer esa cosa de maíz horneado de nuevo, Jake. Eso estuvo bien, y los niños se lo
comerán.
—Hablando de eso —dijo Jake, mirando a Adeline con atención.
Adeline sonrió y se inclinó hacia Rob.
—Oh, sí. Tenemos un pequeño anuncio.
Max y Lewis se sentaron derechos.
—Van a ser abuelos gay de nuevo —dijo Rob grandemente.
Lewis se levantó tan rápido que su silla cayó hacia atrás. Max agarró a Adeline
en un medio abrazo con una llave de cabeza. Los dos estaban gritando.
—Dios, me encanta cuando reciben buenas noticias —me susurró Jake al oído.
Mi madre había reaccionado a la noticia de ser abuela de la misma manera. Le
encantaría la familia de Jake. También a mi padre. Por un minuto, pude imaginarnos
a todos apretados alrededor de una mesa en casa de Jake, comiendo, jugando,
diciendo cosas inapropiadas mientras las sobrinas y sobrinos destruían cosas en otra
habitación.
Pero ése no era el plan. La vida de Jake estaba aquí. La mía estaba ahí fuera en
algún lugar, esperando que la encontrara.
—Nuestro bebé va a tener otro bebé —dijo Max. Lewis agarró a Rob para darle
un abrazo con golpe en la espalda incluido.
—Cuantos más, mejor —dijo, limpiándose las lágrimas de los ojos.
—Hablando de cuanto más, mejor —dijo Louisa desde la cabecera de la
mesa—. Traigo una cita para el día de Acción de Gracias. Se llama Walter, y nos
hemos estado viendo durante seis meses.
Las celebraciones comenzaron de nuevo, y le eché un vistazo a Jake.
—Ya era hora, mamá —dijo Jake.
acía mucho tiempo desde que me había encorvado en el escritorio de
un aula y había escuchado una clase de historia. Y nunca lo hice
habiendo conocido bíblicamente al profesor. Ciertamente hizo que la
parte de historia fuera más interesante.
—Sostenemos que estas verdades son evidentes. ¿Qué significa eso? —
preguntó Jake a su clase.
Las manos volaron alrededor de la habitación, y parpadeé. Eso nunca sucedió
en ninguna de mis clases en el pasado. ¿Habían cambiado tanto los estudiantes? ¿O
era solo que Jake Weston inspiraba a la gente a interesarse?
—Jamie —dijo, señalando a una chica en el medio del salón que tentativamente
sostenía su mano a la altura del hombro.
—Es como si dijeran Duh . Todo el mundo sabe que es verdad, así que
sigamos adelante.
—Boom. ¡Exactamente! Una apertura fuerte, ¿no creen?
Las cabezas asintieron. Los hombros se encogieron.
—Porque, ¿qué intentaban hacer aquí nuestros fundadores? Estaban contando
su historia y tratando de reunir aliados alrededor del mundo para reconocer su
independencia.
—¿Como una campaña de relaciones públicas? —gritó un chico con la cabeza
llena de rastas y una sudadera naranja estilo cazador.
—¡Sí, amigo mío! Exactamente como una campaña de relaciones públicas. —
Jake le lanzó al chico una tarjeta de regalo.
—¡Genial! ¡iTunes!
—Gracias a Al aquí por la pista, ya tienen su tarea. Vamos a pasar el resto de
la semana divididos en grupos, y van a escribir sus propias Declaraciones de
Independencia. Excepto que no se van a separar del gobierno británico. Pueden
elegir lo que dejan atrás y lo que forman. Luego van a decidir entre ustedes cómo
hacer la campaña para que el resto del mundo los reconozca.
Había un zumbido en el salón de clases. Los sonidos de los estudiantes
excitados y motivados eran extraños a mis oídos. Nadie entraba en la clase de
gimnasia con ese tipo de entusiasmo. Y la parte competitiva de los Cicero en mí se
despertó como un dragón dormido.
—Nos dividimos en cuatro grupos de cinco. Ustedes cinco. Ustedes cinco.
Ustedes cinco. Y ustedes cinco —dijo Jake, señalando a los grupos de estudiantes.
Mientras los adolescentes arrastraban los escritorios y las sillas en círculos
asimétricos, Jake se volvió hacia mí. Las manos en los bolsillos.
—¿Se está divirtiendo, señorita Cicero? —preguntó, juguetonamente apoyado
en el borde de mi escritorio.
Mi entrenamiento había mejorado. Pero la enseñanza era todavía un territorio
dudoso. Así que aquí estaba yo en la clase de Jake buscando técnicas para robar.
—Lo estoy haciendo. No sabía que la historia podía ser tan poco aburrida —le
dije, dándole un codazo en la cadera.
—El secreto es la relevancia —me dio una lección—. Si no puedes hacer que lo
que sea que estés enseñando sea relevante para ellos, no puedes esperar que les
importe.
—Ja. —Eso tiene sentido. ¿Qué tenían que esperar mis estudiantes además de
ser divididos en arquetipos atléticos y no atléticos en actividades que fueron
diseñadas para ser divertidas solo para los más capaces físicamente?
—¿Eso es todo lo que tienes que decir sobre mi destreza en el aula? —bromeó.
—Cállate. Mi mente está trabajando.
—Eres muy sexy cuando piensas —susurró Jake.
Le saqué la lengua antes de mirar a nuestro alrededor para asegurarme que
ninguno de los adolescentes cachondos escuchaba lo que estábamos diciendo. Pero
todos estaban involucrados en acaloradas discusiones sobre los anuncios de
Facebook y las declaraciones de independencia en vivo.
Cuando sonó la campana, enviando a los estudiantes a dispersarse, Jake y yo
nos dirigimos a la sala de profesores. Desempacamos contenedores de comida
idénticos de sobras idénticas del domingo. Si eso no decía pareja comprometida, no
sabía qué lo hacía.
—¿Cómo va todo, Gurgevich? —preguntó Jake, deslizándose en la silla junto a
la profesora de inglés. Ella estaba abriendo un recipiente de comida para llevar que
contenía algo delicioso y con carne.
—¿Es carne de Kobe? —Preguntó Floyd, oliendo el aire como un sabueso.
—Así es.
—¿Cómo consigue la entrega de carne de Kobe para el almuerzo? —exigió
Floyd.
Sus hombros se levantaron.
—Tengo muchos admiradores. —Quería ser la señora Gurgevich cuando
creciera.
Tomé el asiento vacío entre Jake y Haruko y me sumergí en mi comida. Acallé
el gruñido reactivo cuando Amie Jo se pavoneó en el salón. Llevaba un vestido rosa,
tacones color piel y un collar del tamaño de un cubo.
—¡Hola a todos! Vengo con galletas del cuarto periodo —dijo con aire fresco.
Dejó caer un plato de galletas de azúcar exquisitamente decoradas en la mesa
delante de Jake.
—Vaya, estas parecen de Pinterest —comenté.
—Mis alumnos se toman sus lecciones muy en serio. —Resopló Amie Jo. Creo
que pensó que estaba siendo sarcástica.
—No estoy bromeando. Se ven muy bien.
Amie Jo me dio la espalda, tratando de decidir si estaba bromeando o no. Así
que me acerqué y tomé una galleta en forma de corazón con glaseado rosado.
—Sí. Deliciosa —dije, dándole un mordisco.
—Bueno, solo quería recordarles a todos sobre mi casa abierta de este mes. No
necesitan traer nada. El catering lo tiene todo cubierto —anunció.
Hubo un zumbido de excitación en la habitación, y Amie se fue, moviendo sus
deslumbrantes dedos en dirección a Jake.
—¿Casa abierta? —le pregunté a Jake.
—Cada año, los Hostetter nos abren sus propiedades a nosotros los plebeyos y
hacen una gran fiesta —dijo Floyd—. No quieres perdértela.
Definitivamente quería hacerlo. Y lo planeé. Además, probablemente ni
siquiera estaba invitada.
—Es exagerado. La comida es una locura. Hay aperitivos en una habitación,
un buffet de cena en otra. —Jake sonaba como si estuviera hablando de pases tras
bastidores para AC/DC.
—Y no olvides los bares interiores y exteriores —dijo Haruko.
—Comí tantos bocadillos de cangrejo el año pasado —dijo Bill, dando
palmaditas en su estómago con el recuerdo.
—¿Todo el mundo va? —aclaré.
—Oh, sí. No querrás perdértelo —insistió la señora Gurgevich—. Tuvieron un
cuarteto de cuerdas en el comedor un año y una banda de tambores en el patio.
—¿Recuerdas el año en que Rich Rothermel se emborrachó y atacó la escultura
de hielo de cisne en la piscina?
—¿A quién encontraron borracho en la bañera principal, completamente
vestido?
—Ese sería Jake, hace cuatro años —dijo la señora Gurgevich, señalando con el
dedo en su dirección.
Jake se estremeció.
—Todavía no puede soportar el sabor de una mula de Moscú14.
Los maestros continuaron sus recuerdos durante el programa de entrevistas
diurnas en la televisión que se estaba emitiendo en un rincón.
—Confía en mí, Mars. Quieres ir a esta fiesta —me susurró Jake al oído.
Tenía ganas ver el interior de la casa. Quiero decir, las columnas griegas del
exterior no podían ser la única muestra ridícula de riqueza, ¿verdad?
—¿Estoy siquiera invitada?
—Todos están invitados. Parte de la diversión son todas las peleas y
discusiones que surgen.

14 Es un cóctel hecho con vodka, cerveza de jengibre y jugo de lima, adornado con una rodaja de lima.
—Diversión —dije. Volví a prestar atención a mi carne asada.
—Entonces, Cicero, ¿estás lista para un poco de vóley lluvioso de otoño? —
preguntó Floyd.
Las clases de la mañana pudieron salir para otro sudoroso juego de hockey
sobre césped y fútbol de bandera. Pero los cielos se habían abierto y ahora estaban
arrojando cubos de lluvia fría.
—Sobre eso. ¿Cuánto podemos opinar sobre los planes de estudio? —pregunté.
—Ustedes tienen suerte —dijo Haruko—. Mientras que el resto de nosotros,
idiotas, tenemos que preocuparnos por las pruebas estandarizadas, ustedes pueden
hacer lo que quieran.
—¿Es eso cierto? —le pregunté a Floyd.
Encogió sus hombros de leñador.
—Siempre está la mierda de la aptitud física presidencial. Pero aparte de eso,
solo estamos limitados por el equipo requerido. ¿Tienes algo en mente?
Miré a Jake y lo encontré mirándome con una mezcla de interés y afecto. Me
hizo sentir como si acabara de beber una taza llena de chocolate caliente con
malvaviscos y crema batida.
—Podría tener una idea. ¿Tenemos alguna mesa de ping-pong?
—Podemos comprobarlo. Puede que estén enterradas en la parte de atrás de la
sala de suministros —reflexionó Floyd.
os chicos me miraron como si les estuviera hablando en holandés de
Pensilvania.
—¿Así que no estamos jugando voleibol? —preguntó una
estudiante de último año de pelo rizado con excesivo sarcasmo.
—Nada de voleibol.
—¿Y tampoco hay ping-pong? —aclaró una estudiante de segundo año con
cara pecosa.
—Nada de ping-pong —confirmé—. En su lugar, vamos a dividirnos en
equipos para diseñar y realizar tiros con truco con pelotas de ping-pong.
Parpadearon, tratando de averiguar si esto era algún tipo de trampa elaborada
por profesores de gimnasia. En cualquier momento, esperaban que sonara mi silbato
y los obligara a todos a empezar o hacer flexiones.
—Trajimos algo de inspiración visual —dijo Floyd, sacando su iPad con un
video de YouTube.
—Ese es Dude, Nice Shot —dijo uno de los chicos mientras se acercaban.
La clase vio como cuatro adultos preparaban lo que era esencialmente un tiro
de beer-pong desde el nivel superior de una pista de carreras hasta una mesa de
ping-pong en el medio de la cancha.
Un vaya colectivo surgió cuando lograron hacer el tiro.
—Ustedes serán evaluados en la dificultad del tiro, el trabajo en equipo y su
baile de la victoria. Crédito extra por un tiro exitoso —expliqué.
—Pido a Milton para mi equipo —gritó una de las estrellas del equipo de fútbol
masculino.
—Buen intento, Danny. El señor Wilson y yo ya los hemos dividido a todos en
equipos. —Diversos equipos de todos los orígenes sociales. Tomen eso, vándalos.
Dividimos a los chicos y los enviamos a sus respectivas mesas. Habíamos
encontrado cinco en las entrañas del almacén y habíamos hecho todo lo posible para
desempolvarlas. Los chicos ya estaban en una profunda conversación sobre
estrategia.
Maldita sea, si no me estaba emocionando al verlos emocionarse. Jake estaba
en algo cuando se trataba de relevancia y participación. La belleza de Dude, Nice Shot
era que nadie necesitaba ser un atleta. De hecho, era mejor ser inteligente que
físicamente fuerte. Todos podían participar.
—Cicero, esto es una jodida genialidad —dijo Floyd mientras veíamos a los
equipos lanzarse a un examen minucioso de los accesorios que habíamos
proporcionado, incluyendo los vasos rojos de plástico adquiridos del cajón del
escritorio de la señora Gurgevich.
—Sabes —dije, dándole un codazo—. Queda una mesa de ping-pong.
—Oh, estoy captando lo que estás diciendo.

No iba a mentir. Ver a varios de los atletas estrella de Culpepper y a la


población en general levantar el escuálido Marvin Holtzapple sobre sus hombros
para celebrar el truco de física al estilo del científico Rube Goldberg me puso un poco
emocional.
—Eso fue jodidamente hermoso, Cicero —dijo Floyd, limpiando las esquinas
de sus ojos con la manga de su sudadera cuando los chicos salieron del gimnasio.
—Sí, no estuvo mal. —Resoplé. Por un breve y brillante momento, una idea
había levantado la miseria de la impopularidad para un estudiante que
probablemente temía la escuela tanto como yo en el pasado. Me sentí como una
maldita heroína.
—Tenemos que hacer más de esto —decidió Floyd—. La clase de gimnasia
debe ser inclusiva. Incluso las chicas embarazadas pueden participar en mierdas
como esta.
—¿Estarías abierto a algo más que al voleibol? —me burlé. El odio de Floyd de
pasar cinco meses del año escolar viendo a chicos aburridos jugar mal al vóley era
legendario. Los inviernos en Pensilvania eran largos y molestos, pero los
presupuestos no permitían exactamente una tonelada de equipo atlético. Así que
nuestras opciones para los meses de clima frío eran limitadas.
—Esto es lo que más me he divertido en una clase desde que Lindsay P. le pegó
a uno de los gemelos Hostetter en las pelotas con una pelota de lacrosse.
Me reí y me dirigí a los vestuarios, con unas cuantas ideas ondulando bajo la
superficie.
El entusiasmo de hacer algo bueno y de ser realmente querida dentro de las
paredes de una escuela secundaria me acompañó durante el almuerzo.
—¡Dame, dame! —Andrea movió sus dedos cuando asomé la cabeza en la
oficina de orientación—. Me muero de hambre —exclamó.
—Espero que te guste el rábano picante —dije, desempacando los dos
sándwiches gratinados de rosbif que había empacado esta mañana.
—Mientras no esté hecho de caballo15 de verdad, estoy segura que me
encantará —insistió. Su pelo rojo como el de una sirena estaba sobre su hombro en
una larga trenza. Los rizos salieron de ella en todas las direcciones.
Me dejé caer en mi silla de siempre y me tomé la gaseosa que me permitía al
día. Descubrí que reducir el azúcar combinado con correr tenía un gran impacto
positivo en mi cintura, ya que ahora tengo una. Si hubiera sabido que regresar a casa
humillada y conseguir un novio sexy y falso era así de bueno para mí, lo habría
intentado hace años.
—¿Cómo va tu día hasta ahora? —pregunté, tomando un bocado de pan de
masa fermentada, queso suizo, tomate y carne asada.
—Mmm. Mmm. —Andrea puso los ojos en blanco mientras masticaba
rápidamente—. No está mal. No hay llamadas telefónicas agresivas de padres o
adolescentes sollozantes todavía hoy. Escuché que tu día va bien.
Ladeé la cabeza, cuestionando en silencio mientras masticaba.
—A los chicos les encanta de los tiros de ping-pong con trucos —dijo.

15En inglés rábano picante es horseradish , la palabra horse traduce caballo , de ahí el juego
de palabras.
—¿En serio? —Me sentí tan victoriosa como en el tercer grado cuando mi
maestra me dio una estrella dorada por memorizar mis tablas de multiplicar.
—Es creativo y divertido e incluye a estudiantes de todas las habilidades.
Esencialmente, acabas de eliminar la miseria de la clase de gimnasia para el
cincuenta por ciento de la población escolar que no es atlética —dijo Andrea.
—Solo buscaba algo divertido para que ellos hicieran —dije, desechando los
elogios.
—Pero puedo decir que te hizo feliz —dijo, señalándome con su sándwich.
Me encogí de hombros, ruborizándome por dentro.
—Fue divertido.
—Te diré lo que me parece —dijo, abriendo una bolsa de almuerzo y
desempacando dos bolsas de zanahorias bebé. Me pasó una a mí—. Parece que estás
encontrando tu lugar. Encontrando tu ritmo. Estás identificando problemas como
clases de gimnasia aburridas y socialmente dolorosas, y estás ofreciendo soluciones
creativas.
—¿A dónde quieres llegar? —pregunté, mordiendo una zanahoria bebé.
—Te ves feliz. En solo unas pocas semanas, has pasado de estar desplazada y
sentirte sola a hacerte un lugar aquí. Eso no es una hazaña pequeña, especialmente
en la secundaria.
—Soy una adulta en una escuela secundaria —aclaré. Esta no era exactamente
mi oportunidad de rehacerme.
—Créeme, los mismos juegos de poder de popularidad existen a nivel de los
adultos —dijo—. Parece que estás prosperando. Tu equipo está jugando bien en
conjunto. Has conseguido el George Clooney de Culpepper. Y si no me equivoco, te
ves más delgada que cuando empezaste, perra.
Dejé salir una risa ahogada.
—Ahora, tus estudiantes están empezando a disfrutar del esfuerzo que estás
haciendo. Realmente has cambiado las cosas. Imagina dónde estarás al final del
semestre.
Masticaba e imaginaba. No estaría más aquí. Al menos, no debería estarlo. No
había pensado mucho en después de Navidad o después del semestre . Me había
distraído entrenador de campo traviesa alto, sexy, tatuado y desnudo. Y su perro
loco. Y me reencontré con mi mejor amiga de la infancia. Y estaba pasando tiempo
de calidad con mis padres.
Ninguna de esas cosas eran malas. Pero necesitaba reenfocarme en lo que era
importante: el futuro. Mis heridas se estaban curando aquí en Culpepper. Pero
quería más de lo que este pequeño y polvoriento pueblo tenía para ofrecer. Quería
una oficina en la esquina y opciones de acciones y gente que dijera cosas como
Gracias a Dios que estás aquí , cuando entrara por la puerta. Quería llevar tacones
todos los días y comprar una ronda de bebidas para mi equipo para celebrar una
victoria.
—Luces como si acabara de golpear a un cachorro en la cara —observó Andrea.
—¿Ayudas a los estudiantes con sus currículos? —pregunté, cambiando de
tema.
Asintió y tomó otro bocado de sándwich.
—Sí. Claro.
—¿Crees que podrías ayudarme a pulir el mío? —pregunté.
—Si estás segura de que eso es lo que quieres —dijo de esa manera en que los
adultos hablaban a los niños que estaban siendo idiotas.
Puse los ojos en blanco.
—Deja de intentar guiarme. Escúpelo.
—Me pregunto ¿por qué quedarse aquí y continuar con lo que estás haciendo
no está sobre la mesa?
—Pasé toda mi vida tratando de salir de este pueblo. No voy a dejar que una
parada me atrape de nuevo —dije a la ligera.
Se limpió la boca delicadamente con una servilleta de papel.
—Está bien. Pero creo que estás cometiendo un error al no considerarlo como
una posibilidad. Especialmente porque esa posibilidad implica ver a Jake Weston
desnudo todo el tiempo.
—Sí, bueno. Esto es divertido por ahora. Pero no es lo que quiero a largo plazo.
—Quería la vida de Zinnia. Un sentido de importancia en lo que estaba haciendo.
Quería importar. Ser irremplazable. Quería un marido o un compañero de vida sexy
que compartiera una copa de vino o licor muy caro y que se riera de algo súper
inteligente frente al fuego.
Jake no dejaría Culpepper por mí. Y yo no me quedaría aquí por él. Eso era lo
esencial. La única cosa que había permanecido constante en mi vida era el Plan. No
podía desviarme del rumbo ahora.
—Entonces estaría feliz de echar un vistazo a tu currículum —dijo.
—Es un desastre —advertí.
—Me encantan los retos. También este sándwich. Me encanta este sándwich.
Sonó el teléfono de su escritorio.
—Habla Andrea —dijo alegremente en el auricular. Su mirada se deslizó hacia
mi cara, y juntó sus labios—. Claro. La enviaré enseguida.
Colgó.
—La directora Eccles quiere un momento de tu tiempo. Parece que cierta
profesora de ecología doméstica estaba muy molesta porque a sus pobres y
delicados hijos les enseñaron a jugar al beer-pong en el terreno de la escuela.
—Oh, por el amor de Dios.
scuché que te llamaron a la oficina de la directora —dijo Vicky,
poniendo a Bon Jovi en la radio de su minivan. Las ventanas
estaban levantadas por la fría lluvia que caía. Ajusté mi rejilla de
aire. Había un olor inidentificable y desagradable que
impregnaba el interior del vehículo y que no podía explicar qué era.
—Por el amor de… ¿la escuela está monitoreada con micrófonos? —exigí.
—No. Solo está llena de unos cientos bocones con oídos y Wi-Fi.
—Amie Jo llamó a la directora para quejarse de la clase de gimnasia que Floyd
y yo damos.
—Escuché que les enseñaste a los chicos cómo hacer pipas con fruta —dijo
alegremente. Masticó su chicle como si estuviera en peligro de escapar de su boca.
—Ja. En realidad, les enseñé a pasar una prueba de sobriedad.
—Habilidades básicas, mi amiga. Habilidades básicas —dijo, sacándonos de
Culpepper.
—Amie Jo le dijo que les estaba enseñando a los chicos a jugar beer-pong. La
directora Eccles no tomó en serio la queja.
—Pero tenía que apaciguar a la bestia haciendo un espectáculo en disciplinarte
—dijo.
—Exactamente. Molesta, pero no amenazante. —Me di cuenta que así me
sentía con Amie Jo ahora. Era molesta. Irritante. Un pequeño mosquito zumbando.
Pero ella y sus sentimientos hacia mí no tenían relación real con mi vida. Me senté
un poco más derecha en el asiento. Yo, Marley Jean Cicero, finalmente estaba
creciendo.
—Esa Libby fue un gran descubrimiento —dijo Vicky, cambiando de tema—.
El juego de pies de esa chica está al nivel del equipo nacional.
—Ni me lo digas —dije con aire de suficiencia—. También parece estar
encajando con el resto del equipo.
La práctica había ido bien esta noche. Las chicas estaban de buen humor, lo
que era un logro raro. Y todas disfrutaron hacer un poco de ejercicios en el barro.
Había algo en estar cubierto de tierra y barro que nos hacía sentir como verdaderas
atletas.
Cuando la lluvia había comenzado, decidimos terminar temprano la noche.
Vicky y yo habíamos declarado que era una noche de margaritas. Finalmente tenía
un poco de dinero en el banco y estaba lista para invitar a mi amiga de toda la vida
y entrenadora asistente a un poco de tequila. Luego, Faith, Mariah y Andrea se
reunieron con nosotras para la cena.
Cantamos junto a la radio, con una estación de los noventa, y traté de no pensar
demasiado en el olor que se filtraba en mi ropa.
El restaurante era un lindo y pequeño lugar mexicano en una porción
mayormente bien de Lancaster. Un agente inmobiliario lo llamaría prometedor .
Yo lo llamaría en mal estado. Pero las fajitas eran para morirse, y estuvieron muy
cerca de pasar su último control sanitario en el primer intento.
—Entonces, ¿cómo va la vida? —le pregunté a Vicky después que ordenamos
nuestras margaritas: de mango para ella y tradicional para mí.
—Sabes, es bastante buena —dijo, sumergiéndose en el tazón de chips de
tortillas entre nosotras.
Levanté las cejas.
—Tienes tres hijos, uno de los cuales es una adolescente enojada, y un esposo
que está de vieja haciendo lo que hace para ganarse la vida el cincuenta por ciento
del tiempo.
Me apuntó con su chip antes de morderlo.
—No olvides a una suegra que vive conmigo y exige que lave y doble su ropa
interior de una manera muy particular.
Jadeé.
—¿Cuándo se mudó contigo la madre de Rich?
Vicky arrugó la nariz y pensó.
—¿Hace tres años? Sí. Justo después de que murió el padre de Rich.
Llegaron las margaritas y tomé un sorbo con culpabilidad. No tenía idea de
que el suegro de Vicky murió o que su suegra se había mudado con ellos. De
acuerdo, nos habíamos distanciado. Pero dado el hecho de que ella voluntariamente
intervino para evitar que me ahogara con el equipo de fútbol, bueno, sentí que le
debía mucho interés.
—Lo siento mucho, V.
No le dio importancia.
—Está bien. Lo hacemos funcionar. Y honestamente, es bueno tener una tercera
generación en la casa. Ella ignora lo que dice Blaire y me ayuda con los pequeños.
Nunca voy a ser lo suficientemente buena para su hijo, pero eso va con el territorio.
Probé la salsa con un chip todavía tibio.
—¿Siempre planearon tener tres hijos? —pregunté, sintiendo que estaba
haciendo una pequeña conversación incómoda con una extraña. Había estado
ausente de la vida de Vicky durante tanto tiempo, que olvidé que ya no era una chica
salvaje de diecisiete años.
Sorbió un poco del margarita y asintió.
—Sí. Tres siempre fue el número mágico. Por supuesto, Blaire fue una sorpresa
justo al terminar la universidad. Pero cuando llegamos a los otros dos, ella era una
mini niñera.
—Pareces muy feliz —observé.
Me sonrió.
—Lo soy. Quiero decir, estoy desempleada y me enloquece diariamente mi
familia. Pero honestamente, es una gran vida. Estoy rodeada de personas que amo
todos los días. Veo a esos pequeños raros que creé, convertirse en personas. Mis
padres están a unos minutos. Y mamá Rothermel me está enseñando todo sobre el
tipo de suegra que no quiero ser.
—Suena bastante bien —admití.
—Sí, bueno, no soy Zinnia —dijo con un guiño—. Pero soy realmente feliz.
¿Sabes?
No, no lo sabía. Nada de lo que había hecho en la vida me había dado ese
sentimiento. Lo había estado persiguiendo desde siempre. Y cuanto más corría, más
lejos parecía estar.
—¿Es aquí donde pensabas que estarías a los treinta y ocho? —le pregunte.
—Dios no. —Resopló—. Iba a ser coreógrafa de Broadway. O tener un sello
discográfico, una cosa u otra. ¡Oh! O…
—¡Una estrella de televisión de MTV! —Lo dijimos juntas, recordando nuestra
obsesión adolescente.
—¿Y tú, Marley? —preguntó—. ¿Cómo es la vida en estos días? Y por cómo es
la vida, quiero decir, ¿cómo se ve Jake desnudo?
Me atraganté con la salsa y bebí la margarita.
—La vida es buena —dije a la ligera—. ¿Y qué te hace pensar que lo he visto
desnudo? Estamos fingiendo la relación, ¿recuerdas?
—Chica, pasas de ser la mujer pobre de mí a pavonearte. Puede que estés
fingiendo la relación, pero no estás fingiendo los orgasmos.
—No tenía la intención de acostarme con él.
—¿Pero? —Vicky apoyó la barbilla en sus manos y tomó por la pajilla.
—¿Pero lo has visto? ¡Es un dios del sexo! Y peor, es agradable. Todavía tiene
un poco de ese rebelde chico malo. Pero en el fondo, es un amante de los perros que
quiere lo mejor para todos.
—Oh, amiga. Lo tienes mal.
—No puedo evitarlo. Las feromonas deberían considerarse narcóticos.
—Entonces tengo que preguntar. ¿Por qué, cuando tienes el pene
presumiblemente espectacular de Jake Weston dentro de ti y un trabajo que estás
empezando a disfrutar, simplemente empacarías y te irías?
La pregunta me tomó de sorpresa y me metí un chip en la boca para ganar algo
de tiempo.
—Las cosas entre nosotros son temporales. Está probando la cosa de una
relación para ver si es algo para lo que está realmente listo. Y yo estoy matando el
tiempo antes que pueda reagruparme y pasar a algo… más grande. —¿Qué pasaba
con todos cuestionando mis decisiones? No iba a dejar de perseguir los sueños que
siempre había tenido solo porque me descarrilé un poco.
—¿Más grande que el pene de Jake? —aclaró Vicky.
—Más grande que Culpepper. No sería feliz aquí. No a largo plazo. —No había
sido feliz aquí mientras crecía. ¿Por qué lo sería ahora?—. Por cierto, Jake se ve aún
mejor sin ropa. —Mencioné a mi falso novio desnudo como una distracción.
—¡Maldición! ¡Lo sabía! ¿Cómo es su orgasmo en la escala de Richter?
—¿Cuál es el límite de nuevo? —pregunté astutamente.
—Oh, te odio.
—Es realmente genial —dije seriamente—. Algún día hará que una mujer
tenga mucha, mucha suerte.
—Parece que lo has perdonado por sus transgresiones del último año —
reflexionó.
—¿Deberíamos realmente responsabilizar a alguien por el daño que hace a los
dieciocho años? Quiero decir, ¿tal vez leí mal las señales?
—Te arrastró debajo de las gradas, te besó y luego te dijo que estabas con el
tipo equivocado. Y luego te pidió ir al baile y…
—Soy muy consciente de lo que sucedió —interrumpí. Es mejor dejar algunas
humillaciones encerradas en la oscuridad, escondidas por toda la eternidad.
—Solo estoy señalando que todos cometimos errores, y sobrevivimos a ellos. Y
solo porque tengas algunas cicatrices adolescentes no significa que debas evitar
Culpepper para siempre. Te he extrañado.
Suspiré.
—Yo también te extrañé, V.
—Entonces, hagamos un pacto de que no importa dónde termines, hacemos
esto de las margaritas al menos una vez al año.
—Trato. Entonces, ¿cómo es el sexo de casados con Rich?
800 años atrás. La pelea.
ompí con Travis la noche en que Jake me besó.
Sin ceremonias.
Dos semanas antes del baile. El vestido que mi madre y yo conseguimos
colgaba de la puerta de mi armario burlándose de mí.
No sabía lo que Amie Jo había visto, pero no iba a darle el placer de destruir mi relación.
No, tuve que hacerlo yo.
Fue difícil. Travis estaba herido, a pesar de que había dejado de lado la parte de besar a
otro chico. No había necesidad de dañar su autoestima de esa manera. Me sentí como una
mala persona. Pero el alivio que sentí al no estar atada a un chico que no amaba fue inmediato.
A pesar de la culpa, de la instantánea caída en picada a la oscuridad, sabía que había tomado
la decisión correcta.
Las animadoras y los jugadores de hockey ya no tenían que fingir ser amables conmigo.
Incluso encontré algo extrañamente reconfortante en los comentarios sarcásticos de Amie Jo
entre clases.
Las cosas volvieron a la normalidad.
Hasta que encontré LA NOTA.

Marley
Tú y yo. Baile de bienvenida. No se lo digas a nadie. Tenemos que hacerlo bien, ya que
acabas de romper con Travis. Nos vemos en el baile.
Jake

Intenté no tener expectativas sobre Jake. Era el chico malo, el rebelde. Se rumoreaba que
había sido sorprendido besando a una profesora sustituta el año pasado. Y sabía muy bien
quién él y qué era yo. Una introvertida. No era el tipo de chica que haría que el chico se
enderezara.
No habíamos hablado más que unas pocas palabras desde esa noche. Claro, habíamos
compartido algunas miradas en cafeterías o pasillos llenos de gente. Y tal vez tuve algunas
fantasías de bailar con mi bonito vestido con Jake en el baile de bienvenida.
Pero en realidad no había creído que me lo pidiera.
Después que dejé de saltar y chillar, Vicky y yo pasamos aproximadamente diecisiete
horas diseccionando la nota palabra por palabra. ¿Hacerlo bien? ¿Eso significaba que no me
tenía que acercar a él para preguntarle por la nota? Tú y yo. ¿Baile de bienvenida? ¿Me
estaba preguntando o simplemente afirmaba que los dos estaríamos presentes?
Vicky y yo habíamos decidido fingir que no había pasado nada y dejar que Jake se
acercara a mí. El día después de encontrar la nota en mi casillero, me saludó con la cabeza y
me guiñó en la cafetería.
Fue una prueba suficiente para Vicky y para mí.
Había estado haciéndolo bien por tres días. Claramente, Jake también, ya que ni
siquiera me había mirado durante días. Pero eso estuvo bien. En poco más de una semana,
estaría bailando con el chico malo frente a nuestra clase de último año. No podía esperar.
Cerré la puerta de mi casillero y salté cuando me di cuenta que Vicky estaba al otro
lado.
—¿Qué? —pregunté, mirando su cara horrorizada—. ¿La cafetería se quedó sin pizza
de pan francés de nuevo?
—Peor. Mucho peor —dijo e hizo una mueca.
Esto era serio.
Metí mi libro de historia en la mochila.
—Dilo.
—¿Sabes que el padre de Amie Jo es ginecólogo?
—Sí. Supongo.
—Ella le está diciendo a todos… —Vicky se detuvo y miró por encima de su hombro
para asegurarse que nadie estaba escuchando a escondidas.
—¿Decirle a todos qué? —exigí con impaciencia.
Vicky bajó la voz a un susurro.
—Qué estás embarazada.
—¿Estoy embarazada? —No quise gritarlo, pero a juzgar por las miradas que recibí de
mis compañeros, no había susurrado.
Vicky asintió.
—Amie Jo dice que fuiste con su papá para el análisis de sangre y que no sabes quién
es el padre.
Puse los ojos en blanco.
—Eso es ridículo y poco imaginativo. —Los rumores de embarazo eran las bromas de
las chicas malas sin imaginación—. ¿Quién va a creerle?

Todos. Bueno, excepto mis amigos cercanos y, con suerte, Jake.


En menos de dos días, Amie Jo Armburger logró difundir el rumor por todas partes.
Hasta ahora, me había embarazado un desertor de la escuela que trabajaba en Dollar
Tree. O tal vez fue el estudiante sudoroso de octavo grado que seduje en mi auto.
Lo ignoré cuando alguien pegó pañales en mi casillero. No le presté atención a la
muñeca llorando que un bromista metió en mi mochila en la cafetería.
Pero empecé a preocuparme cuando el entrenador Norman me llevó a un lado antes de
nuestro juego y me dijo que no se sentía cómodo con que jugara sin una nota del médico sobre
mi condición . Vicky le dijo que estaba siendo un idiota por creer un estúpido rumor, pero
no sirvió de nada.
Me senté en el banco y herví de rabia. Se suponía que mi último año era el mejor. Steffi
Lynn se había ido hace mucho tiempo, se graduó y se mudó a la escuela de cosmetología.
Sin embargo, aquí estaba en el banco hasta que pudiera corroborar mi condición de no
embarazada al cuerpo técnico. Todo gracias a otra idiota de Armburger. No podría empeorar.
Y luego mis padres hablaron en la cena.
—Entonces, pastelito —dijo mi papá, sonando como si lo estuvieran estrangulando—
. ¿Algo que quieras decirnos? ¿Alguna noticia que tengas que no hará que te amemos menos
porque te queremos sin importar qué?
De repente deseé que Zinnia no estuviera disfrutando de su primer año en Dartmouth.
Podría usar una hermana mayor ahora mismo.
Mi mamá, con ojos llenos de lágrimas, cubrió mi mano con la de ella.
—Estoy feliz de concertar una cita con el médico si así lo quieres.
Decidí que moriría de humillación en este lugar, en mi cocina, sin haber vivido una
vida plena.
—¡Mamá! —Me puse de pie tan abruptamente que mi silla se volcó. Sentí la necesidad
de defenderme—. ¡No estoy embarazada! ¡Lo juro!
Mis padres se hundieron en sus sillas y soltaron suspiros de alivio.
—Oh, gracias a Dios. Soy demasiado joven para ser abuelo —chilló mi padre.
—Soy demasiado joven para ser la madre de un pobre niño —me quejé.
—Cariño, odio hacer esto —dijo mi madre con una mueca—. Pero siento que
necesitamos volver a tener la charla del c-o-n-d-ó-n. Solo para tranquilizarme.
—¡Mamá! Lo entiendo y he practicado sexo seguro. Estoy soltera y no tengo planes de
comenzar a tener sexo con extraños.
—Ned, ¿tenemos bananas?

Marley
Decidí llevar a Amie Jo al baile. Ella obviamente es más mi tipo. Buena suerte con todo.
Jake

Al día siguiente en la escuela, pasé junto a mi casillero, hoy lo habían cubierto con
recortes de bebés con unicejas y narices gigantes de adulto. Quité el bebé más feo y corrí por
el pasillo.
Amie Jo se iba a ir al infierno. O al menos se estaba condenando a tener hijos horribles
cuando llegara el momento de que las puertas del infierno se abrieran y permitieran que creara
un demonio.
Me había costado un juego y una cita con el chico que realmente me gustaba. Había
subestimado su maldad.
La encontré, rubia, alegre y malvada, pasando el rato en un círculo de amigas retocando
su máscara y probablemente tramando cómo destruir la vida de otros compañeros.
—Amie Jo. —Golpeé la fea foto del bebé contra su hombro—. Esto tiene que parar.
—Bueno, que Dios te bendiga. Probablemente no deberías molestarte. No es bueno para
el bebé —dijo en un susurro escénico. Agitó sus gruesas pestañas oscuras. Su base se quebró
un poco debajo de los ojos.
—No estoy embarazada, y lo sabes.
—Pero lo que todos creen es lo que cuenta —me recordó alegremente—. En lo que
respecta a Culpepper, eres una puta embarazada.
Deseaba no tener ninguna preocupación por las consecuencias y romperle su estúpida
nariz perfecta y hacerle sentir una pizca del dolor que le daba a los demás todos los días.
Pero le tenía un miedo saludable a la autoridad. Y mis padres no podían pagar para
sacarme de los problemas.
—¿Por qué estás haciendo esto? ¿Qué te he hecho? —exigí.
Dio un paso en mi espacio, su bonita cara se volvió en una fea máscara de odio.
—Existes. ¿Crees que mereces salir con alguien como Travis? ¿Crees que alguien como
Jake estaría interesado en ti? Necesitas quedarte donde perteneces. En lo último de la cadena
alimenticia con el resto de los perdedores en esta ciudad.
Sus amigas se rieron nerviosamente detrás de ella.
—¿Por qué? —insistí nuevamente. Me dije a mí misma la respuesta podría liberarme.
Qué patearla en las espinillas y tirarle un kilo de sardinas en su lindo convertible no
resolvería nada.
—Porque eres nada. Nunca serás algo. Al igual que el resto de los patéticos perdedores
en esta escuela. Al menos ellos conocen su lugar. Necesitas recordar el tuyo.
—Si no dejas de torturarme, se lo diré a alguien.
Soltó una carcajada.
—¿A quién? ¿A ese gnomo de jardín, el señor Fester? Básicamente, mi padre es dueño
de él.
—Tu padre es ginecólogo. No es dueño de personas. —Los Armburgers tenían dinero.
Más dinero que los Cicero y que la mayoría en la ciudad. Tenían dinero de sobra. Pero no
personas .
—¿Por qué no nos haces un favor a todos y simplemente dejas de existir? A nadie le
gustas. Nadie te quiere cerca. Eres un desperdicio de ADN.
Le mostré el dedo del medio y, con un gruñido, me di la vuelta y me alejé, recordándome
lo mucho que no quería que me suspendieran en mi último año. Querido Dios, no estaba tan
segura de sobrevivir el resto del año escolar. No sin colapsar.
Pero esta vez, no iba a caer sin pelear.
Victoriosamente, saqué la pequeña grabadora de voz de Vicky y presioné el botón de
Stop. Sus padres se la dieron cuando comenzó a trabajar en el periódico escolar. E iba a usarla
para hundir a la nobleza de la escuela.
—¿Lo conseguiste? —siseó Vicky, apareciendo en el pasillo junto a mí. Bailó de un pie
a otro mientras yo arrancaba al resto de los bebés de mi casillero.
—Oh lo tengo. Ahora solo necesito averiguar qué hacer con esto.
—Qué sea perverso —me animó Vicky.
Octubre
uieres que monte qué? —chillé.
Bill Beerman batió sus rubias pestañas.
—Un burro.
—¿Quieres que me monte en un burro? —Sabía
que las cosas habían ido demasiado bien. Estábamos en octubre. Las hojas
cambiaban, el aire era fresco, mi equipo había ganado más partidos que los que
habían perdido, y yo había perdido la cuenta de los orgasmos que Jake me había
concedido tan generosamente.
—Es una tradición. —Bill se preparó para exponer su caso sobre por qué
debería considerar sentarme a horcajadas sobre una bestia de carga en el gimnasio
del instituto donde finalmente me había convertido en una respetada miembro del
profesorado.
Respetados miembros del profesorado no participaban en el juego de
baloncesto en burro. Como mucho, llevaban camisetas iguales y recogían
donaciones de la multitud durante el juego anual de baloncesto en burro.
Me acordaba bien, riéndome a carcajadas de nuestra joven profesora de
química cuando tuvo que palear el humeante montón de mierda de burro que su
transporte le regaló.
—No creo que mi seguro cubra las lesiones relacionadas con los burros.
—Usan cascos —dijo como si eso lo hiciera mejor en vez de significativamente
peor—. Jake lo hará, y pensamos que sería muy divertido ponerlos en equipos
opuestos.
—Hilarante —me burlé—. De ninguna manera voy a montar un burro.

Donkey Ote16; un inteligente guiño al querido Hombre asesino de molinos de


viento de la Mancha, tenía una piel tiesa que hacía que me picara la piel. Lo que nos
faltaba en común de vello corporal, lo compensábamos con estar igual de
reluctantes.
—No quiero hacer esto más que tú —le prometí. Metió su nariz en la capucha
de mi sudadera y resopló.
Oh, mierda. ¿Los burros mordían?
Un canturreo de risas apuñaló mis tímpanos.
Amie Jo, con tacones blancos y pantalones rosado chicle, me señaló y se rio de
mí y de mi burro.
—No la escuches, Ote —susurré, arrugando el grueso mechón de pelo entre
sus orejas—. Está celosa de no poder jugar.
—Te ves positivamente ridícula —dijo como si yo no fuera consciente de este
hecho.
—Sí, bueno. Es por una buena causa —dije.
Cada año, el juego de baloncesto en burro recaudaba fondos para el banco de
alimentos local. El noventa por ciento de los fondos que alimentaban a las familias
durante el día de Acción de Gracias provenían de este maldito juego. Y una de esas
familias en la lista era la familia adoptiva de Libby. Muchas gracias, Jake, por
encontrar esa información y chantajearme emocionalmente para participar.
Puede que no tuviera dinero para donar a la causa. ¿Pero mi dignidad? Estaba
dispuesta a entregarla.

16Es un juego de palabras, la palabra Donkey (burro) y la terminación Ote , en su pronunciación


suena similar a Don Quijote .
—Es un trasero17 considerable el que tienes ahí, Marley —dijo Amie Jo, batiendo
sus largas pestañas de color púrpura. Se rio y se dobló de risa de nuevo.
—¿Estás lista para ser derrotada, Mars? —preguntó Jake, escoltando
engreídamente a su corcel mucho más grande junto al mío en el pasillo. Ignoró el
ataque de risa de Amie Jo y me dio un beso.
Su burro se inclinó y agarró la capucha de mi sudadera.
—¡Gah! —Me ahogué.
—¡Basta ya, Bertha! —Jake alejó su burro mutante. Bertha se llevó parte de mi
capucha con ella.
Donkey Ote me miró.
—Oh, ¿yo soy la idiota? —pregunté. El burro elevó su cabeza en un enfático
sí .
—Mírense, haciéndose amigos —dijo Bill, apareciendo alegremente con un
casco y un portapapeles. Alargó su mano para acariciar a Donkey Ote, pero mi burro
hizo esta cosa extraña donde su mandíbula se abrió, enviando sus dientes superiores
en una dirección y sus dientes inferiores en otra. El ruido era como un grito de bruja.
Amie Jo estaba histérica otra vez. Al menos hasta que Bertha se lanzó en su
dirección, con sus grandes dientes amarillos chasqueando.
Gritó y se lanzó sobre Jake.
—¡Sálvame! —Jake luchó con la mujer y el burro hasta que hubo un fuerte y
flatulento fermp, seguido de un fuerte splat, splat, splat.
—Oh, mierda.
Fue mi turno de reírme cuando Bertha soltó media tonelada de mierda de burro
en el suelo de linóleo.
Amie Jo perdió el agarre sobre Jake. Sus brazos revoloteaban indefensos, y vi
con horror como sus tacones perdían tracción en el borde de la pila de mierda. Se
resbaló y patinó, sus ojos azul pálido más anchos que los platos de la cena.
Alargué mis manos sobre el lomo de Donkey Ote, tratando de atrapar una
mano agitada, pero la gravedad y el karma fueron más rápidos.
Los pies de Amie Jo se resbalaron, y vimos como aterrizaba en cámara lenta
con otro sonoro salpicar. Justo sobre su trasero. En medio de la humeante pila de
mierda de burro.

17 “ss en el original, puede hacer referenciar a la palabra burro y la palabra trasero a la vez.
Jake tenía lágrimas de risa cayendo por su cara mientras le ofrecía una mano.
No podía hablar, solo podía temblar en una histeria silenciosa.
Bill revoloteaba disculpándose y ofreciendo conseguir toallas de papel.
Dudaba que hubiera suficientes toallas de papel en todo Culpepper para limpiar este
desastre.
Y en medio de todo, Amie Jo soltó un grito.
Los gritos y las risas empezaron a atraer a una multitud. Lo que llevó a más
risas y más gritos. Las mejillas de Amie Jo ardían de humillación. Le entregué la
brida de Donkey Ote al maestro del taller y puse a Amie Jo de pie. Algo que Jake era
incapaz de hacer ya que estaba tratando de no mearse en los pantalones.
Bill había salido corriendo en busca de una de las palas para recoger la mierda.
—Vamos —dije, llevándola por el pasillo, con cuidado de no tocarla—. Vamos
al vestuario.
—¡Quiero irme a casa! —chilló Amie.
—No puedes subirte a tu auto así —le dije, guiándola al vestuario. Conducía
un Escalade que valía más que los préstamos para estudiantes de medicina del
marido de mi hermana. La mierda de burro probablemente destrozaría el auto.
Gruesas lágrimas se deslizaban por sus mejillas, atravesando su espeso
maquillaje.
Abrí el agua de una de las duchas individuales y la empujé hacia ella.
—Ve, dúchate. Te traeré una bolsa para tu ropa y algo para que te cambies.
Amie Jo seguía resoplando temblorosamente, enojada, pero no discutió.
Simplemente cerró la cortina.
Desenterré una bolsa de plástico de mi oficina y busqué entre mi ropa de
emergencia. Pantalones de yoga y una sudadera con capucha de gran tamaño.
Encontré una zapatilla Puma izquierda y una chancleta derecha en la caja de objetos
perdidos y un par de toallas para el sudor. Volviendo con los brazos llenos, tiré todo
en el vestuario de la ducha.
Asomando mi cabeza al pasillo, vi que la limpieza había empezado en la
Mierda Vista en Todo el Mundo. El profesor de talleres le daba palmaditas en la
nariz a Donkey Ote con su mano buena con cinco dedos. Parecía que todo estaba
bajo control. Me volví para observar los vestuarios cuando alguien llamándome me
detuvo.
Travis. Me preguntaba cuándo dejaría de reaccionar ante él con culpa visceral.
—Hola —dijo.
—Hola. —Era muy guapo. Me preguntaba qué hacía un tipo tan bueno como
él con una bestia del infierno como Amie Jo.
—¿Amie Jo está bien? —preguntó.
—Oh, sí. Está en la ducha. Pero creo que va a necesitar zapatos nuevos.
—Tiene sus Uggs de conducir en el auto. Iré por ellas —se ofreció como
voluntario.
—Genial. —Asentí. Uggs de conducir. Puse los ojos en blanco.
—Sí —dijo, pasando una mano por su grueso cabello—. Oye, es bueno tenerte
de vuelta en la ciudad.
Moví la cabeza en lo que esperaba que fuera una respuesta apropiada.
—Es bueno estar de vuelta.
—Bueno, supongo que… —Apuntó su pulgar sobre su hombro hacia el
estacionamiento.
—Sí.
Se alejó, y lo vi irse. Su trasero era agradable. No tan musculoso y firme como
el de Jake, pero aun así apreciable. Aunque prefería mirarle el culo que tener otra
conversación con él. Mi culpa por la ruptura y la consiguiente pierna rota aún pesaba
sobre mí.
Travis y yo no habíamos hablado mucho después que rompiera con él. En
realidad, solo para confirmar que no era el padre falso de mi bebé falso. Después del
baile, bueno, comprensiblemente me evitó. En enero estaba saliendo con Amie Jo.
Nos movíamos en diferentes círculos, y yo lo había lastimado. Mental y físicamente.
No sabía si me odiaba o si estaba agradecido de que terminara las cosas cuando lo
hice, así no se había quedado conmigo. Había muchas cosas que no sabía. Pero una
cosa que sí sabía era que entre las versiones adolescente y adulta de Travis y Jake,
solo una de ellas me ataba consistentemente en nudos.
Y me alejaría de él en unas pocas semanas.
—¿Mars?
Salté, dando la espalda al trasero en retirada de Travis. Jake me miraba, su
mano agarrando firmemente la brida de Bertha.
—¿Todo bien? —preguntó. Bertha cruzó sus ojos hacia mí.
Asentí con la cabeza.
—Síp. Genial. Yo, eh, tengo que comprobar a la que no debe ser nombrada.
Amie Jo había salido de la ducha y ya no lloraba cuando regresé.
Me molestaba lo linda y accesible que se veía con el pelo mojado y mi ropa.
¿Por qué no podía la gente mala ser fea por fuera también?
Me dio la bolsa de plástico llena de ropa de mierda como si fuera mi trabajo
deshacerme de ella.
—Todos se rieron de mí —dijo Amie Jo sin emoción.
—Bueno, caíste de culo en media tonelada de mierda de burro —señalé—
Imagina si hubiera sido yo. Te habrías reído.
Me miró, con los ojos entrecerrados.
—Pero no te reíste. Todos los demás lo hicieron.
—Sé lo que es que se rían de mí. —Era tan simple como eso.
—Oh —dijo.
—Travis te está buscando tus Uggs de conducir —dije, señalando los zapatos
desparejos de sus pies.
—¿Por qué? ¡Quiero irme a casa!
—Mira, Amie Jo. Hazme caso. Si te vas a casa avergonzada, esto te atormentará.
Sin embargo, si vas por ahí en tus Uggs de conducir y tu ropa prestada y recoges
donaciones y por lo menos pretendes reírte de ello, lo dejarán ir, y volverás a tu reino
de terror en poco tiempo.
Llamaron a la puerta del vestuario.
—¿Amie Jo? ¿Cariño? Tengo tus Uggs y tu perfume de emergencia —gritó
Travis.
Con su nariz ensanchada, Amie Jo enderezó sus hombros y me rodeó al pasar
hacia la puerta.
odo bien ahí dentro, ¿o necesitas un trapeador para el
derramamiento de sangre? —le pregunté a Marley cuando volvió
del vestuario.
Tomó la brida de su burro y le rascó la nariz con una
pequeña sonrisa. Vestida con una sudadera con capucha y vaqueros, su pelo en un
moño desordenado, me parecía comestible.
—Todo está bien —dijo.
—Por cierto, fue muy amable de tu parte —le dije—. No tenías que ayudarla
después de toda la mierda que ha hecho contigo. —El hecho de que esta mujer se
esforzara en mostrar amabilidad a una enemiga mortal la hacía aún más atractiva
para mí. ¿Qué demonios me estaba pasando? ¿Me enamoraba y me convertía
instantáneamente en un osito de peluche? El amor volvía a los hombres patéticos,
decidí.
Trató de encogerse de hombros, pero la acerqué y la envolví en un abrazo con
un solo brazo. Usé mi otro brazo para alejar a Bertha de la ya destrozada capucha de
Marley.
—Hablo en serio, preciosa. Eres una buena persona.
—Probablemente me voy a reír mucho de esto más tarde esta noche —confesó.
—No serías humana si no lo hicieras. Fue jodidamente divertido. Ahora, ¿estás
preparada para que te patee el culo; hombre, estoy en racha; esta noche?
Se rio con aprecio. Otro punto a su favor. La mujer tenía el buen gusto de
encontrarme divertido. La amaba. Completamente y sin duda, y no tenía ni puta
idea de qué hacer al respecto.
—En una escala de uno a Orinarse en los Pantalones en la Escuela, ¿qué tan
humillante será esto? —preguntó, haciendo una mueca de dolor mientras la
multitud en el gimnasio rompía en un entusiasta aplauso.
—Cariño, no caíste de culo en la mierda de burro. Estarás bien. Diviértete con
ello.
—¿Dónde está tu casco? —preguntó, mirando mi cabeza desnuda.
Sonreí y recogí mi casco de motocicleta del suelo.
Puso los ojos en blanco.
—Siempre un rebelde.
Le di un beso rápido para que tuviera suerte en la mejilla y me fui a apoyar a
mi equipo. Las reglas eran simples. Había cinco en un equipo. Cuatro jugadores de
cada equipo salían a la cancha a la vez. Podías correr junto a tu burro llevándolo por
la cancha, pero para tirar la pelota, tenías que estar a horcajadas.
Nuestros burros eran gordas y felices mascotas de varias granjas locales que
alquilaban sus rebaños especialmente entrenados para una recaudación de fondos
al año y para las representaciones navideñas. Llegaban en un tren de remolques tipo
Cadillac y recibían caricias, abrazos y regalos de donantes VIP antes del juego.
Bertha aquí vivía en una casa real. Ezequiel, el burro marrón pequeño, era un animal
de terapia certificado al que se le permitía visitar a los ancianos en el asilo.
Los jinetes recibieron un curso intensivo de manejo de burros que se resumió
en: No hagas que tu burro haga nada que no quiera hacer". Eso añadía a la hilaridad del
evento. El año pasado, me ensillaron con un burro que tenía ganas de salir de la
cancha e ir al pasillo cada cinco minutos.
Esperaba que Marley terminara con un burro perezoso. Quiero decir, amaba a
la chica y todo eso, pero era competitiva. Quería ganar. Además, aprender a reírse
de sí misma sería bueno para ella.
Fuimos a la cancha, llevando torpemente a nuestros compañeros de cuatro
patas al centro donde el Club de Medios anunció a los jinetes y corceles. Saludé como
una estrella del deporte cuando fue mi turno y escaneé las gradas. Mis tíos estaban
en alguna parte. Vi a los Cicero sosteniendo un cartel que decía Marley Cicero es
Nuestra Hija en la primera fila con aspecto emocionado. Me saludaron y les devolví
el saludo. Para unos suegros, un tipo puede tener algo mucho peor.
Mierda. ¿De dónde demonios había salido eso?
—Oye, Weston —gritó Haruko—. Vamos a juntarnos.
Me volvería loco más tarde, decidí.
—Bien, equipo Burro-sombrosos All-Stars —dijo el adiestrador oficial de
burros—. Recuerden, nuestro objetivo principal es el manejo gentil del burro. No
tiren. No empujen. No pateen. Los burros son las estrellas, y ustedes sus asistentes
personales. Si hay caca, hay cubos y palas en los extremos de la cancha. Son
responsables de la mierda de su burro.
Ja, Bertha ya había desatado sus intestinos, así que estaba cubierto durante el tiempo
que durara el juego.
—Pararemos por agua, golosinas y un descanso a la mitad del juego.
El juego duraba treinta minutos, que era lo máximo que el público podía reír
sin orinarse en los pantalones. Y mantenía a los burros dentro de su
condicionamiento cardiovascular asignado para el día.
Nos pusimos de pie para el Himno Nacional, y luego fue la hora del juego. Le
di a Marley un guiño descarado.

Marley, sorprende mente, era un buen jinete de burro. O su maldito burro


estaba enamorado de ella. Mientras Bill Beerman procedía a caerse por tercera vez;
el tipo no tenía equilibrio, y Floyd perseguía a su burro escapado; Marley trotó por
la cancha agarrando la pelota. No pudo encestar. Pero la directora Eccles la tomó en
el rebote y anotó los dos puntos. Las dos mujeres chocaron los cinco sobre el lomo
de sus respectivos burros mientras la multitud aplaudía.
Bertha era un misil buscador de calor en curso de regresar a media cancha
cuando se distrajo por algo. Todo el equipo de fútbol femenino. Estaban alineadas
en la primera grada desempacando rodajas de manzana y palitos de zanahoria.
Escuché la risa de Marley y subí la visera de mi casco para darle una mirada
severa. Por supuesto que me engañaría. Estaba enfadado por no haberlo pensado yo
mismo.
Tres de los cuatro burros de mi equipo trotaban para pastar felizmente de las
manos de las chicas mientras Haruko se enfrentaba sola a los Burro-sabios
Triunfadores. La multitud observándolo todo. Le hice señas al árbitro y le exigí que
pitara una falta. Marley se acercó y nos pusimos de punta a punta en un partido de
gritos de bienhumorados.
—¡Está haciendo trampa, árbitro!
—¡Está celoso de no haberlo pensado primero!
La multitud estaba de pie, y no había nada que hacer en la cancha. Pude ver a
los corredores de apuestas aceptando puñados de dinero y guiñándole el ojo a
Marley.
Ella sonrió y luego lo cubrió con una mirada feroz.
Bertha se abalanzó sobre la capucha de Marley y le dio otro buen mordisco.
—¡Aaah! Controla tu noble corcel, imbécil —me gritó Marley mientras Bertha
la asfixiaba accidentalmente con su mordida mortal en la capucha.
—Tarjeta amarilla por tratar de asfixiar a un miembro del equipo contrario —
dijo el árbitro, me puso una tarjeta amarilla en la cara.
—Ahora te estás inventando cosas —me quejé, quitándole la capucha de
Marley a mi hambrienta burra—. Bertha, me haces quedar mal. —Juro por Dios que
me guiñó el ojo.
Marley se fue con Donkey Ote y le dio el visto bueno a su equipo. El karma fue
rápido y juicioso. Cuando Marley trató de subirse al lomo de su burro, él se giró en
un círculo cerrado, y ella se deslizó sobre su espalda en el piso del gimnasio. Su
equipo de fútbol estaba histérico. Corrí y esquivé a Donkey Ote.
—¿Estás bien?
Se dio la vuelta, con lágrimas cayendo por su cara.
—Oh, mierda. ¿Estás herida?
Marley negó y tomo aire. Tenía el moño torcido bajo el casco, las mejillas
enrojecidas y los hombros temblaban de risa silenciosa.
—Yo. No. Puedo. Respirar —dijo, secándose las lágrimas—. Me caí de un
burro. —Se cubrió la boca con la mano, sus ojos marrones parpadeando, y me di
cuenta que nunca había visto a nadie más hermoso en toda mi vida. Iba a casarme
con esta mujer. E iba a mencionar este momento exacto en nuestros votos.
Donkey Ote se cansó de no comer bocadillos y me dio un codazo en la espalda
lo suficiente como para empujarme sobre Marley, quien empezó a reírse de nuevo.
Éramos una maraña de extremidades y bridas de burros, y ninguno de los dos podía
dejar de reírse lo suficiente como para ayudar al otro a levantarse. Alrededor de
nosotros, el juego continuaba a trompicones. Pero estaba demasiado ocupado
enamorándome más profundamente como para hacer algo al respecto.
Nos sentamos e hicimos todo lo posible por desatar las riendas de los burros.
—¡Oye, Cicero! —gritó Floyd desde el otro lado de la cancha justo cuando nos
desenredamos.
Lanzó una pelota en nuestra dirección. En cámara lenta, vi como Marley me
empujó al suelo y se llevó la pelota a su pecho. Me sacó la lengua y se deslizó sobre
la espalda de Donkey Ote. Me quedé allí tumbado mientras su culo corría por la
cancha y Marley ejecutaba la perfecta canasta con la ayuda de su burro.
Fue un puro pandemonio en el gimnasio.
anamos. Supéralo —le dije a Jake engreídamente mientras
subíamos por la calzada.
—Hicieron trampas —discutió.
—Escucha, no sé cómo mi equipo terminó con latas de serpentina. Soy
completamente inocente —mentí. Mi equipo había logrado ganar después que
hubiéramos desatado un asalto con serpentina sobre los corredores del otro equipo
cuando faltaba un minuto para acabar el juego.
—Eres una Cicero. Debería haber sabido que te tomarías la victoria demasiado
en serio —se burló—. Creo que mi muñeca todavía tiene un esguince del Dutch Blitz.
—Es tu culpa por asumir que mi familia es normal. Y deberías ver a Zinnia
jugar ajedrez. Tiene un baile de la victoria por un jaque mate que no es seguro para
trabajar.
Subimos al porche delantero y eché un vistazo alrededor a las columnas.
Incluso el frente de la casa de Amie Jo estaba adornado para la fiesta. Había globos
en azul y blanco, frascos con velas y lo que parecían varias piñatas enormes de Barn
Owl colgando de las vigas.
Vivir al lado me había dado un asiento en primera fila para presenciar las
preparaciones para la fiesta de Amie Jo. El cisne había sido metido en un corral en
una cerca blanca en el patio delantero donde graznaba a la constante línea de
personal de catering y planificadores de fiestas y otros extraños en uniforme
cargando misteriosas cajas y contenedores. Furgonetas y camiones llegaban en
constantes oleadas empezando a las diez de la mañana.
No podía esperar a ver lo que había detrás de las enormes puertas dobles
frontales. Por otro lado, tampoco podía esperar a volver a casa de Jake. Iba a ir
voluntariamente a un evento social en Culpepper. A la casa de mi enemiga jurada.
Claro, estaba interesada en lo que había detrás de la puerta número uno, pero
prefería desnudarme con mi novio.
—¿Estás lista para esto? —inquirió, tirando de su chaqueta deportiva.
—Amie Jo no me ha reportado con la directora Eccles en unos días —le dije.
Era un milagro de Culpepper. Al parecer, el deslizarse por cálida mierda de burro
había, al menos temporalmente, atenuado el odio de la mujer por mí. Había
esperado otro sermón con la directora cuando Floyd y yo hicimos un trato con un
estudio local de ballet para tomar prestadas sus barras de equilibrio. Estábamos en
medio de dos semanas de movimientos torpes de ballet y muslos temblorosos
mientras nos colocábamos en posiciones poco naturales. A los chicos les encantaba.
—Tal vez finalmente decidió madurar —dijo Jake con optimismo. Pasó su
brazo a mi alrededor y presionó el timbre de la puerta que había estado reuniendo
el valor para tocar—. Relájate, Mars. Te ves genial, y te garantizo que vas a pasártelo
malditamente bien.
—Estoy entrando en la guarida del león, y actúas como si fuéramos a una fiesta
con helados —me quejé.
—Confía en mí. No hay nada de eso en esta fiesta —prometió crípticamente.
La puerta delantera se abrió y solo pude parpadear ante el hombre con un
esmoquin de camuflaje frente a nosotros.
—Bienvenidos a la hacienda Hostetter —dijo con acento británico—. ¿Puedo,
por favor, saber sus nombres?
—Jake Weston y Marley Cicero —dijo Jake con rostro serio cuando parecía ser
incapaz de hablar. ¿Dónde siquiera encontraba uno un esmoquin de camuflaje?
Jeeves miró por sobre su nariz al portapapeles en sus manos enguantadas.
—Sí, por supuesto. Bienvenidos, señor Weston, señorita Cicero.
Jake me empujó dentro y mis tacones repicaron en los suelos de mármol.
Estábamos en una habitación que parecía un vestíbulo de dos pisos. Jeeves estaba
señalando al armario de los abrigos, un verdadero armario junto a la puerta
principal con una verdadera empleada parada detrás de una verdadera puerta. Me
volví para poner mis ojos en blanco hacia Jake y jadeé cuando me di cuenta que toda
la pared sobre la puerta principal estaba adornada con animales muertos. Había
olvidado que Travis era cazador. Me pregunté si quedaba algún animal en los
bosques de Pennsylvania.
Un camarero con un chaleco de camuflaje y pantalones negros se detuvo para
ofrecernos vino de su bandeja.
—”oone’s Farm18. Hay una fuente en la terraza interior.
Tomé un vaso de plástico y miré a Jake.
—¿“caba de decir que hay una fuente de ”oone’s Farm en la terraza interior?
—Sí. Sí, lo hizo. Pero, Mars, te estás perdiendo la mejor parte.
Me tomó por los hombros y me dio la vuelta.
Cerniéndose sobre nosotros, estaba el retrato de familia más grande que jamás
había visto. Amie Jo, Travis y los chicos, todos vestidos de blanco, Amie Jo llevando
una tiara, estaban inmortalizados en pintura al óleo y acentuados por el marco más
grande del mundo. Tenía que ser al menos de tres metros y medio de altura.
—Santa mierda —murmuré.
Chocó su vaso de plástico contra el mío.
—Oh, cariño, no has visto nada todavía.
Dejamos nuestros abrigos con la alegre empleada y dejé que Jake me adentrara
más en la casa, más allá del laminado de oro, la escalera curvada. Había una sala de
estar formal con mobiliario de cuero blanco y más laminado de oro. Las paredes
estaban pintadas en salmón. El arte era una colección de abstractos rosas y azules.
Había más columnas griegas flotantes y cortinas gruesas sobre las ventanas. Era
como si la riqueza de los 80 de Miami hubiera sido lanzada aquí.
Había un grupo de invitados aquí vestidos de gala, riendo y bebiendo.
—Solo piensa. Esta podría haber sido tu vida —bromeó Jake.
Me estremecí. Claro, el dinero sería agradable. Pero no podía imaginarme
relajándome los fines de semana en un lugar como este. No con todos esos animales
muertos en la pared. El comedor formal estaba al otro lado del pasillo. Estaba
abarrotado con invitados de la fiesta que competían por el festín digno de una boda
sobre la brillante mesa lo bastante larga para sentar al menos a veinte invitados.
Había un jabalí enorme en la esquina listo para el ataque.
La señora Gurgevich, luciendo elegante en un kimono con lentejuelas, estaba
cargando su plato con huevos rellenos y sushi. Floyd estaba detrás de ella, haciendo
malabarismos con dos platos a rebosar de comida y una cerveza.
—¡Hola! ¡Cicero! ¡Weston!
Alcé mi vino en un brindis hacia él.
Floyd movió de un lado a otro una albóndiga y rodó del plato hacia la gruesa
alfombra blanca bajo la mesa.

18 Es una marca de vino que viene en diferentes sabores frutales.


—¡Oooooh! —gorjeó la multitud. De la nada, una diminuta cosa con orejas
puntiagudas y pelaje facial blanco perfectamente recortado brincó en la habitación.
—¿Qué diablos es eso? —pregunté.
—Ese es Burberry —dijo Jake.
Burberry saltó sobre la albóndiga.
—Es un perro de diseñador —dijo Lois, la secretaria de la escuela—. Oí que
Amie Jo lo compró de un criador por siete mil dólares.
—No ladra —añadió Belinda Carlisle—. Se lo han quitado.
Burberry lamió su perfectamente recortado hocico con una diminuta lengua
rosa antes de felizmente salir trotando de la habitación.
—¿Eso era un perro? He visto pelusas más grandes que eso —comenté.
Jake apretó mi hombro.
Me gustaba cómo entregaba contacto físico casual fehacientemente. No hacía
un espectáculo de mantener sus sexys manos para sí mismo. Y ser tocada por él
me hacía sentir como si estuviera constantemente recordándome que estaba aquí.
—Vamos a ponernos en la fila para la comida, luego encontraremos el bar y el
DJ.
—¿Hay un DJ? —pregunté.
Alzó un dedo y escuché. Sobre el zumbido de la gente excitada de la fiesta,
pude oír el ritmo constante de música.
Cargamos nuestros platos con pasta, queso, sushi y deliciosas brochetas de
carne que el camarero prometió que nadie que conociéramos había matado y fuimos
en busca del bar. Si iba a pasar una noche en la hacienda Hostetter, necesitaba licor.
Y montones de ello.
Jake guio el camino por el pasillo y más allá de la enorme cocina llena del
personal de catering.
Encontramos el bar en una habitación que tenía un modelo pequeño de un gran
piano y una pared de estanterías de libros. Amie Jo nunca me pareció de las que
leían y tenía la sensación de que los libros, todos los lomos de frente, eran solo
decoración.
Desafortunadamente, también encontramos a nuestros anfitriones.
Amie Jo estaba vestida en un vestido dorado de cóctel con un escote que
mostraba su ombligo. No había manera de que esas tetas que desafiaban a la gravedad
fueran reales. De ninguna jodida manera.
Tenía una estrella dorada pegada a la piel en la esquina de su ojo y sus
extensiones llegaban hasta la cintura. Travis estaba indudablemente guapo en sus
pantalones de vestir y camisa abotonada. Me sentí como si estuviera mirando a los
Barbie y Ken de la fiesta de la pequeña ciudad. Eran cegadoramente atractivos
juntos. Parecía como si Amie Jo hubiera sobrevivido a su deslizamiento a través de
mierda y salido oliendo a rosas.
—¿Estás lista para saludar a nuestros anfitriones? —cuestionó Jake.
—¿Sería grosero si esperara hasta que tuviera más que ”oone’s Farm nadando
por mi sistema primero?
Sus ojos se iluminaron con una luz diabólica que había llegado a reconocer
como una promesa de problemas.
—Entonces solo tendré que llevarte a ese rincón oscuro y besarte hasta que se
hayan ido —dijo traviesamente.
Puse una mano en su pecho cuando empezó a moverse como un tiburón.
—Espera. No estás haciendo esto solo para dar un espectáculo para Amie Jo,
¿no es así?
Jake me dio una mirada muy lenta y muy exhaustiva.
—Cariño, estoy haciendo esto porque te ves tan bien en ese vestido que sé que
no seré capaz de mantener mis manos para mí toda la noche.
—Suficientemente bueno para mí. —Lo agarré por la solapa y lo besé hasta que
olvidé todo sobre Amie Jo y su casa bañada en oro y el perro pelusa.
espués de besar profundamente a Jake, fui separada de él por los
fiesteros.
Vicky, en un vestido marrón barro con enormes mangas de
campana, me arrastró a la barra por chupitos de whisky con los
profesores de español y literatura y sus cónyuges.
Jake fue invitado a un juego improvisado de póquer en la guarida de Travis.
—Es loco, ¿verdad? —gritó Vicky sobre la música. La DJ estaba tocando en esta
fiesta como si estuviera en un club de Los Ángeles y fueran las tres de la mañana.
Solo que las canciones eran más llegamos a la cima en los noventa que estamos
borrachos y frotándonos con música electrónica . El público reaccionó como
estrellas en ciernes menores de edad engañadas por malos amigos y un mal
manager. Todos por debajo de los cuarenta y cinco en Culpepper estaban en esta
casa, abandonando sus inhibiciones con cerveza Coors Light y chupitos de whisky.
—No puedo creer que este tipo de fiesta exista en Culpepper —grité en
respuesta. Había visto a una pareja que se había casado inmediatamente después de
la graduación besuqueándose contra el pequeño gran piano al estilo Pretty Woman.
—¿Ves lo que has estado perdiéndote? —chilló Vicky.
Alguien chocó contra mí con fuerza, haciéndome derramar mi cerveza sobre
mi brazo.
—Ups. No te vi ahí —me gruñó el mezquino y borracho entrenador Vince.
Había olvidado cuán sudoroso y peludo era.
Eructó justo en mi rostro y los gases de ello chamuscaron mi cabello. Iba a
necesitar hacer un profundo tratamiento acondicionador de inmediato.
—Encantador como siempre ver tu enorme y bestial complexión —dije
dulcemente.
Me señaló al rostro con un grueso dedo con hongos en la uña.
—Crees que eres la gran mejor mierda. ¿No?
—Bueno, al menos una mierda normal.
Vicky resopló una risa tan fuerte que se ahogó.
Ese dedo de queso rallado me pinchó en el hombro. Duro.
—¿Crees que porque ganaste unos pocos juegos eso te convierte en
entrenadora?
—No, estoy bastante segura de que todavía puedes ser entrenador y perder.
—Eres una sabelotodo —dijo con voz arrastrada, metiendo su línea del cabello
rala en mi espacio personal.
—Mejor que un burro.
—¿Qué me has llamado?
Vicky se acercó.
—Burro. TE HA LLAMADO BURRO —gritó sobre el vibrante ritmo de R.E.M.
—¿Tendría un burro el juego de bienvenida cada año? —Resopló.
—¿Siempre tienes el juego de bienvenida? —le pregunté, ya sabiendo la
respuesta. El baile de bienvenida en Culpepper siempre caía en una noche de juego
del equipo de fútbol de los chicos. El desfile de la corte de bienvenida tomaba lugar
por la tarde con convertibles prestados de Buchanan Ford & Tractors escoltando a
los príncipes y princesas del baile. La banda, siempre fuera de tono, los seguía,
normalmente tocando una canción de los Beach Boys. Luego, era el juego y la
coronación de la reina en el medio tiempo, seguido por el baile.
—Diablos, sí, tengo el juego del baile de bienvenida. Bajo las luces, las gradas
llenas con feroces cánticos. Es el evento atlético más grande de todo el año.
Si seguía clavándome ese dedo, iba a tener que romperlo y dárselo de comer
como las salchichas gourmet en la sala de música.
—Entonces supongo que es verdad —dije.
—¿Qué es verdad?
Demasiado tiempo había pasado desde el insulto original de burro. No valía la
pena el esfuerzo intentar una repetición.
—No importa, Vince.
El borracho entrenador Vince me gruñó en el rostro.
—Crees que eres…
—La mejor mierda —terminé—. Sí. Ya dijiste eso. ¿Tienes algo nuevo que te
gustaría añadir?
—Pff. —El olor a cerveza barata y dientes sin lavar asaltó mis fosas nasales—.
Eres una perdedora, Sickero. Una perdedoooooora.
En el pasado, cuando alguien aparte de mí identificaba mi estado de
perdedora, había sentido vergüenza. Era una herida abierta con la que lidiaba en
secreto, nunca siendo lo bastante buena. Sin embargo, Vince espalda peluda
respirando gingivitis en mi rostro mientras me llamaba perdedora no estaba
levantando mi factor de vergüenza.
Eh. Raro.
—Bueno, Vince. Fue genial hablar contigo, como siempre. Probablemente
deberías volver arriba a esa fuente de ”oone’s Farm —dije, girándolo y dándole un
gentil empujón en dirección de las escaleras del sótano.
O juzgué mal mi propia fuerza o su sobriedad. Tropezó sobre una otomana de
piel rosa y aterrizó con el pecho y el rostro primero en la salsa y guacamole servidos
junto a la barra.
—Eh, probablemente deberíamos ir arriba de inmediato —dijo Vicky,
agarrando mi mano y tirando de mí hacia las escaleras.
—¡Sickero! —rugió Vince. Su rostro era una máscara verde de rabia herida.
Ahogué una risa y corrí por mi vida.
Escapamos hacia el primer piso de la casa antes de enloquecer.
—Esto definitivamente entra en el top cinco de recuerdos favoritos de las
fiestas en la casa Hostetter. —Jadeó Vicky por aliento.
—¿Hay recuerdos que ganen a esto? —pregunté, moviendo un pulgar en
dirección del ñu herido que no podía conseguir que sus zapatos talla quince subieran
las escaleras.
—Rich y yo tuvimos sexo en el jacuzzi de Amie Jo hace unos ocho años.
La miré boquiabierta.
—¿Qué? —preguntó Vicky inocentemente—. ¿La gente casada no puede
fornicar ebriamente en las fiestas?
—Eres mucho más genial de lo que te doy crédito.
—¡Ahí está mi chica! —Jake se apresuró hacia mí, una sonrisa boba en su rostro
y una inclinación distintiva en su paso. Mi lindo y sexy novio estaba borracho.
Me levantó y me giró inclinándose peligrosamente hacia la izquierda. Mi
cabeza chocó contra un candelabro del pasillo con, ¿qué?, jodidos cuellos y cabezales
dorados de cisne.
—Hola, tú —dije, palmeándolo en la cabeza—. ¿Qué tal si me bajas?
Jake ponderó esta sugerencia mientras todavía me sostenía en alto.
—Gané a tu antiguo novio al póquer —dijo.
—Hablemos sobre ello con mis pies en el suelo.
Me bajó. Pero antes que pudiera elogiarlo por sus habilidades para escuchar,
se dobló por la cintura y me lanzó sobre su hombro.
Un olvidado modo de supervivencia de adolescente hizo aparición. Sabía
exactamente lo que el borracho Jake estaba planeando hacer.
Azotó mi culo alegremente y fue hacia la parte trasera de la casa en un
laborioso trote.
—Vicky, deja de grabar —le grité a mi amiga que estaba persiguiéndonos con
su teléfono fuera.
—Podrías querer dejar de enseñarme el dedo medio y aferrarte por tu vida —
sugirió.
—Continúen —dijo Jake, saludando al personal de catering en la cocina antes
de abrir la puerta trasera.
—Qué alguien me lance un cuchillo de carnicero —rogué.
Pero ignoraron mis ruegos. Estábamos atrayendo a la multitud. Dejé de
retorcerme cuando sentí aire frío en mi culo. Genial. Estaba enseñándole el culo a la
mitad de Culpepper.
—Jake, no te atrevas…
Mi amenaza fue cortada cuando simplemente caminó por el patio hacia el lado
profundo de la piscina.
Grité bajo el agua e intenté estrangularlo, pero estaba resbaladizo y el frío hizo
mis dedos inútiles. Salimos a la superficie juntos. Yo jadeando y ahogándome. Él
riéndose a carcajadas.
—¡Hijo de puta! —Me lancé hacia él y lo hundí.
Fue hacia abajo y sentí sus manos deslizándose por mis piernas desnudas bajo
el agua.
Fue entonces cuando me di cuenta que la falda de mi vestido estaba flotando
alrededor de mi cuello dejando todo mi cuerpo, cubierto solo en un sujetador y
bragas, expuesto a la vista del resto de la fiesta.
Hubo vítores y aplausos desde el patio. Mis dientes estaban castañeteando. El
calentador de la piscina solo podía eliminar un poco el frío de octubre.
Jake estaba sonriendo como si acabara de hacer la mejor broma en la historia
del mundo. Salpiqué su estúpido y guapo rostro y reuní tanta dignidad como pude
para subir la escalera.
—Vamos, preciosa —gritó detrás de mí—. No seas así.
Todos estaban riendo. Y entonces me di cuenta que yo también. No enloquecí
sobre ser llamada perdedora. Y ahora toda mi ciudad había visto mis bragas rosas y
se estaban riendo de mí. Aun así, no estaba acurrucada en posición fetal, humillada
y herida.
¿Estaba demasiado borracha para importarme? Parpadeé el agua salada en mis
ojos unas pocas veces. Nop. No estaba viendo doble o triple. ¿Era esto madurar? ¿Se
había engrosado mágicamente mi piel?
Me volví para mirar la piscina. Jake estaba flotando sobre su espalda, mirando
al cielo nocturno, escupiendo agua de su boca como una fuente.
Sentí algo cálido liberarse en mi pecho. Probablemente el whisky. En lugar de
volver a la casa temblando, me encontré corriendo a toda velocidad hacia la piscina.
—¡Bomba! —grité, saltando en el aire. Doblé mis rodillas y tuve el placer de
ver los ojos de Jake abrirse de golpe mientras me lanzaba hacia él.
Aterricé en su pecho y ambos fuimos abajo. Los vítores de la multitud borracha
fueron amortiguados por el agua azul. Forcejeamos, nuestras manos deslizándose
contra el otro. Y cuando salimos a la superficie juntos, ambos estábamos riendo.
—Eres un infierno de chica, Marley Cicero —dijo Jake, poniendo sus manos en
mi nuca. El beso fue húmedo y frío y una de las experiencias más alegres que mis
labios habían tenido jamás. Estaba arriba en el ranking con el helado de galleta de
chips de chocolate en una noche calurosa de verano.
—¡Todos a la piscina!
Fuimos ahogados por las salpicaduras de cuerpos borrachos golpeando el
agua.
ntré chapoteando en la casa de Amie Jo y decidí que también podría
escaparme a la casa de mis padres al lado para tomar ropa seca. Jake, un
profesor de ciencias y el ministro de la iglesia metodista de Culpepper
estaban compitiendo por un título de salto. El ganador se llevaba el
gnomo de terracota del patio. Los jueces estaban alineados en sillas de jardín con
tarjetas de resultados dibujadas en las manos.
Mi cabello colgaba en mechones alrededor de mi rostro y estaba medio
congelada.
—Toma, para calentarte —dijo Vicky, empujando un vaso en mi mano.
Lo bebí y me estremecí.
—¿Qué demonios fue eso? —Jadeé.
—¿Brandy? ¿Whisky? ¿Sirope de arce? —supuso Vicky. Me estaba mirando
con un ojo cerrado. Esta era Vicky la borracha. Mi persona favorita en la tierra.
—¡Vicky la borracha! —Palmeé su espalda un poco más fuerte de lo que
pretendía. Mi coordinación mano-visión y percepción de profundidad eran un poco
dudosas—. ¿Cómo demonios has estado?
—Jodidamente fantástica —dijo con entusiasmo.
—Señoras.
—Oh-oh —susurró Vicky.
Amie Jo estaba en el umbral de la puerta, sus brazos cruzados. Golpeteó sus
uñas del color de una bola de discoteca en un ritmo de staccato sobre su bíceps.
—Lo siento por el charco —dije, mirando a mis pies desnudos y
preguntándome dónde demonios estaban mis zapatos.
—¿Me permites una palabra, Marley? —dijo.
—Claro.
—Estás en problemas —cantó Vicky mientras yo seguía a Amie Jo a la escalera
trasera.
—Arriba, por favor —dijo Amie Jo sin mirar atrás para ver si la seguía.
—No la dejes matarte y envolverte con una alfombra —gritó Vicky tras
nosotras.
Caminé fatigosamente por las escaleras alfombradas, intentando no llover
agua de piscina sobre todo. Me pregunté si Amie Jo estaba llevándome arriba para
encerrarme en un armario/mazmorra de papel de regalo. Espera. Tacha eso.
Probablemente tenía una habitación de papel de regalo y con la Navidad a la vuelta
de la esquina, no querría tener que limpiar las salpicaduras de sangre.
Amie Jo hizo una pausa frente a las puertas francesas y las abrió con una
floritura. La seguí dentro y me encontré en la habitación principal más principal en
la historia del diseño. La alfombra blanca era tan gruesa que me hundí hasta mis
tobillos. Las paredes estaban cubiertas de papel plateado con delicados hilos de oro
tejidos en la textura sedosa. Había una zona para sentarse con sillones blancos y una
moderna mesa lateral de cristal. La cama…
Santa madre de Dios. La cama.
Era del tamaño de la orgía de un jugador de la NBA.
Cabecera blanca tapizada. Edredón plateado. Aproximadamente trescientas
almohadas en platas, grises y dorados. Quería saltar sobre ella y ver cuántas veces
podía rodar antes de llegar de un lado al otro. Supuse que al menos nueve.
—Vaya.
Debí haberlo dicho en voz alta porque Amie Jo asomó su cabeza por la puerta
en el lado más lejano de la habitación.
—Toma —dijo, sosteniendo una bolsa de plástico hacia mí y cruzando los
cuarenta y cinco metros de alfombra de oso polar.
Acepté la bolsa. Mi primera suposición fue una serpiente de cascabel. Mi
segunda suposición fue un vibrador. No estaba segura de por qué Amie Jo me daría
un vibrador usado en una bolsa de plástico. Pero estaba un poco borracha, así que
no fui demasiado dura conmigo misma.
Echando un vistazo, descubrí que estaba equivocada con ambas suposiciones.
—Mi ropa —dije, sacando los pantalones de yoga y sudadera que le había
dejado tras el incidente de la mierda de burro.
—Gracias por prestármela. Hice que la lavaran en seco para ti —dijo,
entrelazando sus dedos frente a ella. Lucía incómoda, como si ser agradable
conmigo fuera tan extraño que no sabía cómo hacerlo.
Me pregunté si ropa vieja y muy lavada como estos pantalones de yoga podía
desintegrarse por el lavado en seco.
—Gracias.
—Puedes cambiarte aquí para que no destruyas mi casa con agua de la piscina
—resopló Amie Jo. Oficialmente nos habíamos movido más allá de la parte educada
de la noche.
—De acuerdo —dije débilmente.
Empezó a ir hacia la puerta.
—Gracias, Amie Jo —grité tras ella.
—De nada. Intenta no tocar nada. —Cerró la puerta y fui dejada sola en la
belleza ártica de su dormitorio principal. La tentación de tocar algo era fuerte. Pero
era una adulta. Una ebria. Pero aun así. Podía controlarme.
Mi pierna rozó la suave manta de pelo blanco al final de la cama. Me pregunté
si era oso polar y si Amie Jo lo había matado.
Me metí en el armario para cambiarme y me distraje con los cincuenta y dos
pares de zapatos de tacón perfectamente organizados, un zapato mirando al frente,
uno mirando atrás. El estante de cinturones de Travis contenía sobre una docena de
cinturones marrones y negros. El armario, el cual era más grande que mi dormitorio
de la infancia, estaba organizado con precisión militar. Cachemira en cada color del
arcoíris estaba perfectamente doblada en estantes. Vaqueros, toda una esquina de
ellos, colgados tan rectos que tenían que estar almidonados.
Una risa estridente vino del primer piso a través del sistema de ventilación,
recordándome que había una fiesta. Me cambié rápidamente, perdiendo el
equilibrio mientras me contoneaba con mis pantalones de yoga y me apoyaba sobre
el museo de camisas de vestir de Travis.
—¡Maldita sea! —Me llevé la mitad de una docena de perfectamente
planchadas camisas conmigo cuando caí sobre la gruesa alfombra.
—¿Todo bien por ahí?
Me congelé en mi charco de camisas con iniciales en las mangas. Travis
Hostetter estaba de pie en el umbral del armario luciendo guapo y rico.
—Solo me estaba cambiando. A mi propia ropa. No tuya —dije rápidamente,
intentando levantarme y solo teniendo éxito en arrancar dos camisas más de sus
perchas.
Travis entró en el armario y me ayudó a ponerme de pie.
—No te preocupes por eso —dijo cuándo me incliné para recoger el
guardarropa masacrado.
—Puedo colgarlo todo de nuevo —insistí.
—Marley, relájate. Solo son camisas.
Estaba más nerviosa alrededor de Travis que de Amie Jo. Su esposa era
predecible con su maldad agresiva. Travis, por otro lado, un chico al que había
herido profundamente en la escuela secundaria, era un desconocido.
Podría haber sido el whisky nadando por mis venas, pero fui golpeada con una
repentina claridad. Le debía a este hombre una disculpa. Incluso si él no necesitaba
oírla, yo necesitaba decirla.
Tomé mi vestido mojado de la alfombra y me levanté delante del empapado
charco y carraspeé.
—Travis, te debo una disculpa. Varias, en realidad. Siempre me ha molestado
cómo terminé las cosas contigo. Quiero que sepas que lo lamento por herirte y que
espero que consideres perdonarme. —Valiente por el licor, solté las palabras.
Era verdad.
Herir a Travis, que nunca había sido nada más que agradable conmigo, me
había atormentado. Romper con él había sido lo correcto. Pero había sido torpe y
tosca al respecto. Había causado dolor innecesario.
—Marley… —empezó. Pero me adelanté.
—También me gustaría disculparme por romperte la pierna y arruinar tu
oportunidad de una carrera futbolística en la universidad en una malvada necesidad
de venganza.
—De acuerdo… —empezó de nuevo.
—Contra Amie Jo, no tú —añadí rápidamente—. No estaba intentando
vengarme de ti. Eras agradable. —Esto iba a caer en la historia de las peores
disculpas jamás.
Esperó un instante, probablemente para asegurarse de que había terminado de
hablar.
—No te he guardado rencor. Si eso es lo que quieres decir —comentó
finalmente.
Exhalé un suspiro de alivio.
—¿Estás seguro?
—Estoy seguro. —Sonrió.
—Pero terminaste aquí con Amie Jo. —Probablemente no debería haber dicho
eso. Acababa de disculparme con él y en el siguiente aliento insultaba a su esposa.
Travis rio y me hizo un gesto para salir del armario.
—¿Qué te hace pensar que no es lo que quería? Culpepper es mi hogar. Todos
a los que quiero, incluyendo a mi esposa de muy alto mantenimiento, están aquí.
Ella es diferente conmigo y los chicos a como es con…
—¿Todos los demás en el universo?
—Sí. Soy feliz. La adoro, y amo nuestra vida.
—Tienes un cisne en tu jardín —señalé—. Y un retrato familiar de casi siete
metros en tu vestíbulo.
—Hacer feliz a Amie Jo me hace feliz —dijo simplemente.
Tal vez era así de fácil. O tal vez Amie Jo era una acróbata de circo en la cama.
Había herido a Travis, pero él había acabado más feliz de lo que yo podría
haberlo hecho.
—¿No estás enojado por el baile de bienvenida? —presioné.
—Fue un accidente —me aseguró.
—Bueno, la cosa contigo lo fue. Como que planeé el resto de ello —admití.
Se rio.
—Entonces, ¿estamos bien? —pregunté con sospecha. Este chico no guardaba
rencor como yo.
—Estamos bien —prometió Travis.
—¡Ahí estás! —gritó un adorablemente borracho Jake desde la puerta. Frunció
el ceño, mirándome primero y luego a Travis—. ¿Ustedes dos están solos en un
dormitorio?
—Estaba quitándome mi ropa de la piscina —expliqué—. Y luego destruí su
armario. Y entonces me disculpé con Travis por la escuela.
—¿Toda la escuela? —preguntó Jake, confuso.
—No, solo las partes en las que metí la pata con él.
—Y le dije a Marley que no hay rencores. Todo está bien. —Travis palmeó a
Jake en el hombro—. Así que, ¿cuándo vas a traer ese pedazo de mierda de auto y
cambiarlo por un Escalade?
—Pff. —Resopló Jake—. Cuando empieces a ofrecerme el cincuenta por ciento
de descuento para los compañeros de la escuela secundaria. Así que, Mars. Te
buscaba porque Vicky dice que es la hora de su rutina de las Spice Girls.
Me reanimé. Vicky y yo habíamos pasado parte de la escuela coordinando una
rutina espectacular de baile con la mayoría del catálogo de las Spice Girls.
—Si ustedes caballeros me disculpan, hay un culo que necesito sacudir. Alerta
de spoiler: es el mío.
n rítmico sonido de sierra me despertó y me pregunté quién había
dejado al leñador entrar en la casa. Abrí un adormilado ojo y lo cerré
de inmediato contra la abrasiva luz del día.
Tenía una resaca Hostetter. Algo que había evitado por los
pasados cuatro años desde el incidente del borracho en el jacuzzi .
Mi dolor de cabeza tenía un pulso. Era una cosa viviente que respiraba y quería
matarla.
Un desierto. El puto desierto del Sahara. Eso había dentro de mi boca. Había
cactus creciendo en mi lengua.
Alguien más gimió y me di cuenta que mi cuerpo estaba contorsionado
alrededor de Marley. Podía decirlo por el olor de su champú, la forma de su culo
presionada contra mi entrepierna. Espera. ¿Qué estaba pasando con mi entrepierna?
Se sentía como si estuviera siendo abrazada.
Abrí mi otro ojo y bajé la mirada.
—¿Cómo diablos me puse pantalones de licra de ciclista?
—¿Eh? —gimió Marley en una almohada de Harry Potter.
No tenía una almohada de Harry Potter. O pantalones de ciclista.
El horror estaba empezando a hundirse cuando hubo un alegre toque en la
puerta. Y entonces estaba haciendo contacto visual con Ned Cicero.
—Marl… santa mierda —chilló.
Intenté luchar para subir la colcha sobre mi cuerpo.
—¿Son esos mis pantalones de ciclista? —cuestionó Ned.
—¿Papá? —Marley finalmente se despertó de las profundidades de su resaca
para unírseme en esta miseria—. ¿Jake?
—¿Al parecer decidimos quedarnos aquí anoche? —supuse.
Estaba volviendo a mí poco a poco. Whisky y cerveza. Chupitos de gelatina.
”oone’s Farm Pong. Fue más fácil simplemente ir a la casa de al lado que llamar a
un taxi.
—Solo los dejaré en eso —dijo Ned, su voz dos octavas más altas de lo normal.
Eso. Iba a dejarnos en eso.
Dio un portazo y pude oír sus pisadas mientras bajaba las escaleras corriendo
para alejarse tanto como fuera posible de esta pesadilla.
—Marley. —La sacudí.
—Déjame morir en paz —gimió.
—Tu padre acaba de encontrarnos en la cama juntos y llevo sus pantalones de
ciclista.
Rodó hacia mí, haciendo una mueca por el movimiento.
—¿Por qué llevas sus pantalones de ciclista?
—¿Cómo demonios debería saberlo? Además, podría ser nuevo en esta cosa de
la relación, pero incluso yo sé que es una mala forma de ser atrapado en la cama de
tu novia en la casa de sus padres.
—Tenemos treinta y ocho años, Jake —dijo con voz ronca, explorando su
propia boca de algodón.
—No importa si tenemos ochenta. ¡Es irrespetuoso! Y ahora tengo mis pelotas
en sus pantalones de ciclista. ¿Qué tipo de mensaje envía eso?
Me quitó la manta y la envolvió alrededor de su cabeza.
—¿Podemos discutir esto la próxima semana cuando no esté activamente
muriendo?
La puerta se abrió de nuevo. Pero esta vez, en lugar de un atónito Cicero, era
uno extraño bajito en una bata azul.
—Este no es el baño —comentó, retrocediendo de la habitación. Su mirada
permaneció en mis pantalones de ciclista.
—Al otro lado del pasillo —graznó Marley.
—Síp. Genial. Lo siento. —Cerró la puerta.
—¿Quién diablos está haciendo todo ese ruido? Si es uno de mis hijos, los voy
a vender a los gitanos cuando vengan a la ciudad otra vez.
Marley y yo nos miramos perplejos antes de asomarnos por el lado de la cama.
Vicky había hecho un nido en ropa limpia y tenía uno de los sujetadores de Marley
envuelto alrededor de su cabeza para bloquear la luz.
—¿Tus hijos están aquí? —exigió Marley.
—Eso depende —dijo Vicky, tirando unos pantalones deportivos sobre sus
hombros—. ¿Dónde es aquí?
—La casa de mis padres.
—Oh, bien. Entonces probablemente no están aquí.
—Mierda. —Alcancé mi teléfono y me di cuenta que no tenía ni idea de dónde
estaba. Probablemente en mis pantalones, los cuales también estaban desaparecidos.
—¿Qué va mal, además de lo obvio? —inquirió Marley.
—Homer. Necesita desayunar y ser sacado. ¿Qué hora es? —Era el peor padre
de perros en la historia de los padres de perros. Imaginé a mi pobre amigo perruno
juntando sus piernas traseras para evitar mear por todo el suelo de la cocina y mirar
tristemente a su plato de comida vacío.
—Toma. —Marley presionó su teléfono en mi mano—. Llama a tus tíos.
Marqué y yací de espaldas para que la habitación dejara de girar.
El tío Max respondió con su comentario típico de:
—¡Buenos días!
—Tío Max —grazné.
—Bueno si no es nuestro pequeño Frankie Valli.
—Soy Jake —lo corregí.
—No recuerdas una maldita cosa de anoche, ¿no? —Max rio.
—Si pudieras ser más específico, lo apreciaría. Acabo de despertarme en la
cama de mi novia en los pantalones de ciclista de su padre.
La risa de Max fue ruidosa y larga.
—Espera. No puedo respirar. ¡Uuuf!
—Tío Max, necesito que vayas a ver a Homer por mí…
—¿Te refieres a la bestia peluda que acaba de quitarme mi última dona?
—¿Está contigo? —Me senté en la cama y me arrepentí de inmediato.
—¿No recuerdas llamarme anoche y dejarme un correo de voz cantando sobre
cuánto quieres a tu Homie? Marley hizo los coros.
—No.
—No te preocupes. Se lo envié a Lewis y a tu madre. También a tu prima.
Hiciste una versión entusiasta de Sherry de Frankie Valli y tu creatividad cambió
Sherry a Homie.
Eso explicaba las bolas y la garganta dolorida.
—Nunca voy a ir a esa fiesta otra vez —gemí.
—Bien, tómate tu tiempo disculpándote con los Cicero por ser un borracho
desconsiderado. Homer está tirándose pedos sobre el sillón de Lewis.
—¿Lo llevaste a pasear?
—Al parque donde coqueteó con un Maltipoo un cuarto su tamaño.
—¿Lo alimentaste?
—¿Cuentan los donas?
—No, no cuentan.
—Relájate. Comió su ración de comida antes de su dona.
—Gracias, tío Max.
—Gracias por el entretenimiento. Te enviaré el correo de voz —prometió.
Dije adiós y colgué.
—¿Homer está bien? —preguntó Marley sobre Vicky roncando.
—Está tirándose pedos en la casa de mis tíos.
—Supongo que debería ir a explicar este cuadro a mis padres. —Bostezó.
—Marley, no estoy exagerando cuando digo que me casaría contigo por un
Gatorade ahora mismo.
Resopló, poco impresionada con mi declaración de amor.
—Veré qué puedo hacer.
Nunca antes había hecho la caminata de la vergüenza hacia la mesa de
desayuno en la casa de los padres de una mujer. Por otro lado, nunca había sido
atrapado en la habitación de una chica antes.
Marley encontró pantalones deportivos para mí, así que no tuve que hacer mi
aparición en los pantalones de ciclista de Ned. Desafortunadamente, la ropa de ella
no era mucho mejor. Los pantalones deportivos acentuaban mis bolas en una
manera espeluznante de película porno. La sudadera era tan apretada que me
preocupaba estallar las costuras si tosía demasiado fuerte.
—Buenos días —dijo Jessica alegremente. Hizo un valiente esfuerzo por
ignorar el bulto inapropiado en mis pantalones.
—Buenos días, mamá —susurró Marley, su voz ronca—. Lo siento por los
invitados inesperados.
—No es problema —dijo Jessica, su atención robada por Vicky tambaleándose
en la cocina.
—Por favor, dime que hay grasa y café —rogó Vicky. Estaba sujetando una
almohada sobre su cabeza y orejas.
—Mamá, si te doy instrucciones sobre cómo hacer un desayuno de resaca,
¿crees que podrías hacérnoslo? —preguntó Marley, derrumbándose en una silla ante
la mesa.
—Claro, dulzura.
Mientras Jessica hacía tocino y Marley hacía una segunda olla de café, Vicky y
yo repartimos el ibuprofeno.
—Y esta es la cocina —dijo Ned, haciendo un gesto al extraño de antes al entrar
en la habitación—. Como puedes ver, tenemos algunos invitados extra esta mañana.
El tipo, ahora completamente vestido en vaqueros y un suéter, ofreció un
saludo tímido.
—Entra, Vicente —dijo Jessica, señalándole en la dirección del café.
Carraspeé.
—Señor Cicero, sobre sus pantalones.
—Quédatelos —dijo—. Y nunca hablemos de esto de nuevo.
obre mi cadáver! —El entrenador Vince se cernió sobre el
escritorio de la directora Eccles en su mejor impresión de un
buitre sudoroso.
—Entiendo que esté decepcionado —dijo la directora
Eccles suavemente.
Me preguntaba si guardaba un spray de pimienta o una pistola eléctrica en el
cajón de su escritorio por si los estudiantes, el personal o los padres se volvían
demasiado agresivos. Esperaba que al menos tuviera una botella de alcohol en
alguna parte.
—El juego del baile de bienvenida es mío —gritó Vince como un zombi herido.
La saliva salió de sus delgados labios y salpicó el escritorio.
La directora Eccles movió su pulgar hacia la ventana.
—¿Quieres jugar en esto? ¿Crees que alguien va a salir a un desfile en esto?
Los restos del huracán Patricia bañaban a Culpepper en un torrencial aguacero
de proporciones bíblicas. Ahora, una tormenta tropical, Patricia había arrastrado su
culo grasoso hasta la costa este, convirtiendo Outer Banks y la mayor parte de
Virginia en un vertedero de aguas de inundación. Pensilvania estaba disfrutando de
su ira ahora.
El campo del estadio estaba bajo diez centímetros de agua, y estábamos a diez
minutos de una salida temprana antes que todos los arroyos locales arrojaran el agua
de la tormenta y cerraran las carreteras. Estaba empacando y lista para pasar una
inesperada tarde libre desnuda en casa de Jake.
Por lo menos, lo había estado antes de recibir la citación en la oficina de la
directora.
—Entonces lo reprogramaremos —dijo Vince tercamente.
—Hemos reprogramado. El juego del baile será el próximo viernes.
Estaba quedando claro por qué me invitaron a un asiento de primera fila de la
ira del entrenador Vince. Tragué fuerte.
—Tenemos un partido en casa el viernes —dije. No cualquier juego en casa.
Jugábamos contra los rivales de Culpepper, los New Holland Buglers. Las cornetas19
sonaban amigables y animadas. Desafortunadamente, las New Holland Buglers
eran agresivas, amazonas con ojos que podían poner el balón en el fondo de la red
mejor que cualquier otro equipo de nuestra liga.
Recordé que perdí con ellas espectacularmente en mi primer año. Una chica
me golpeó tan fuerte al ir por la pelota que me quedé mirando las luces
preguntándome si debía ir hacia ellas o no.
—Señorita Cicero, su juego es ahora el partido del baile de bienvenida —
anunció la directora Eccles.
Mierda. Mierda, mierda, mierda, mierda. Los partidos del baile de bienvenida
estaban destinados a ser ganados. Nadie quería ser masacrado en el campo frente a
toda la ciudad e ir a un baile donde tus compañeros se burlaban de ti.
—Esto es una mierda, Eccles. —Vince se enfureció. Me preguntaba si podría
hablar con él en la oficina de la enfermera de al lado para tomarle la presión
sanguínea. No me gustaba su color—. Exijo que lo reprograme. Tenemos un partido
ese sábado.
—Tu partido del sábado es a una hora de distancia. —Señaló, sin que le
molestara especialmente el primate corpulento haciendo una pataleta a centímetros
de su cara—. Y ahora, si me disculpan, les exijo que salgan de mi oficina para que
pueda enviar a todos a casa antes que los autobuses comiencen a flotar.
Me levanté y seguí a la directora Eccles fuera de la oficina en un estado de
confusión mientras el entrenador Vince gruñía su decepción detrás de mí.
—Eh, directora Eccles. No sé si se da cuenta, pero me prohibieron de por vida
la entrada al baile de bienvenida en Culpepper —le expliqué, corriendo tras ella.
—Eso fue solo un rumor iniciado por un estudiante descontento. Lo comprobé
—dijo ella, inclinándose hacia afuera para comprobar la fila de autobuses.

19 Buglers en el original.
—¿Un rumor? —Amie Jo. Por el amor de Dios. Me había adherido a un castigo
que ni siquiera había sido real.
El entrenador Vince se abrió paso a codazos. Pateó un hidrante de incendios y
luego aulló de dolor.
Había un fuerte brillo en sus ojos.
—Voy a admitir que me da una pequeña pizca de placer quitarle algo a ese
imbécil.
—No puedo imaginar por qué —dije secamente.
—Solo hazme un favor y no lo arruines —dijo la directora Eccles.
Asentí y tragué con fuerza.
Se detuvo.
—Oh, por cierto, gracias por ofrecerte como chaperona del baile.
—¿Que hice qué?
Me dio una sonrisa condescendiente.
—Pregúntale a Jake. Los ofreció como chaperones para el baile de bienvenida.
Tenía varias preguntas más importantes para ella, pero sonó la campana de
salida, y cientos de estudiantes entusiasmados se acercaron a nosotras. Habíamos
estado hasta después del almuerzo. El día de escuela contaba y no tenía que ser
compensado. Inicialmente sentí la emoción residual de los estudiantes por una
inesperada tarde libre. Pero las malditas New Holland Buglers me habían robado
esa emoción.
Haría falta un milagro para vencerlas. Y teníamos una semana para averiguar
exactamente cómo se haría ese milagro. Y una semana para encontrar un estúpido
vestido para el baile.

Entrenadora Cicero: Bien, grupo. Noticias de última hora. Nuestro partido en casa
del viernes es el nuevo juego del baile de bienvenida de Culpepper.
Phoebe: ¡Genial!
Morgan E.: ¡Estoy usando mi esmoquin para jugar!
Ruby: Espera un segundo. ¿Viernes? Estamos jugando con las Bulging Buglers. Nos
matarán y se pintarán la cara con nuestra sangre mientras todos los demás están demasiado
deprimidos para ir al baile.
Angela: Mierda.
Natalee: Creo que me estoy enfermando de algo. Tos, tos, tos .
Ashlynn: Chicas, hemos estado ganando esta temporada. No hay razón para que no
podamos vencer a las Bugling Bastardas.
Sophie S.: ¿Estás borracha en este momento, Ashlynn? Nunca le hemos ganado a
New Holland. No en toda la historia del fútbol femenino en Culpepper.
Libby: Hay una primera vez para todo.
Entrenadora Cicero: Ese es el espíritu.
Morgan W.: La entrenadora está borracha.
Natalee: ¡La entrenadora y Ashlynn están borrachas!
Entrenadora Cicero: Disculpen. Así es como se despide a la gente, idiotas. NO
ESTOY BORRACHA. NI TAMPOCO ESTOY SUMINISTRANDO ALCOHOL A
MENORES.
Sophie P.: ¿A quién le está gritando la entrenadora?
Libby: Hermano mayor.
Ruby: ¿La entrenadora tiene un hermano mayor?
Libby: No, a quien supervise este tablero de mensajes para asegurarse de que nadie
haga nada inapropiado o ilegal.
Sophie S.: Nos están vigilando… *”orra toda la colección de selfies de labios de pato*.
Phoebe: ¿Por qué está dando alcohol? ¿Como diciendo toma aquí hay una Zima20 y
un sofá ?
Entrenadora Cicero: Oh, Dios mío. ¿Las Zima todavía existen?
Entrenadora Cicero: ¡NO IMPORTA! ¡NO ESTOY HABLANDO DE ALCOHOL
A UN MONTÓN DE MENORES! ¡DEJEN DE INTENTAR QUE ME DESPIDAN!

20 Es una bebida alcohólica clara, ligeramente carbonatada, elaborada y distribuida por Coors
Brewing Company, se comercializó no como una cerveza, sino como una alternativa a la cerveza, un
ejemplo temprano de lo que ahora se conoce como alcopop.
—Señoritas. —Jake aplaudió y gritó sobre el estruendo de treinta y tantas
chicas, de catorce a dieciocho años, hacinadas en su sala de estar. Las chicas estaban
apiladas en el sofá, compartiendo los sillones, tiradas en el suelo. Había un puñado
de padres chaperones, la mayoría de ellos en la cocina con botellas de vino y
aperitivos de rollos de huevo congelado. Después de escuchar mi predicamento; la
inminente humillación pública, Jake insistió en involucrarse.
Además, tenía la televisión más grande de todos los que conocía.
Me subí a la mesa de café y soplé mi elegante silbato.
—Oigan, Barn Owls. —Eso las hace callar.
Vicky empezó a distribuir la pizza que mi generoso novio había pedido para
el barril sin fondo de mi equipo. Su hijo de dos años, Tyler, llevaba una correa que
mantenía doblemente enrollada en su muñeca.
—Como nuestro campo de prácticas es un pozo de barro por la lluvia, estamos
aquí para ver las cintas de los partidos de las Buglers para poder anticipar sus
movimientos en el campo —anuncié.
—¿No podemos ver The Great British Bake Off21 en su lugar? —preguntó Morgan
E.
—¡Nada de GBBO! Estamos viendo la cinta del juego y haciendo observaciones
reflexivas que nos ayudarán a ganar el viernes —dije.
—Tal vez deberíamos fijar nuestras expectativas un poco más bajas —sugirió
Natalee. Tyler se lanzó por su pizza, y ella la mantuvo en el aire fuera de su alcance
mientras Vicky lo jalaba como a un pez.
—Sí, como que en vez de ganar, deberíamos concentrarnos en no humillarnos
—refunfuñó Angela.
—Cállate y cómete tu pizza —espeté.
—Entrenadora Cicero, si me permite —dijo Jake.
Me bajé del púlpito de la mesa de café.
—Por supuesto.

21 Es un programa concurso de panaderos.


—Señoras, ¿qué sentido tiene apuntar bajo con sus expectativas? ¿Saben lo que
las bajas expectativas les consiguen en la vida real?
Lo miraban embelesados.
—Las bajas expectativas les consiguen pésimos novios o novias —dijo
asintiendo a Morgan E. Ella apretó las palmas de sus manos y le dio una pequeña
reverencia de agradecimiento—. Las bajas expectativas les dan trabajos de mierda
que nunca te pagan lo que vales. Les consiguen amigos y compañeros de trabajo que
las pisotean. ¿Es eso lo que quieren?
Estaban sacudiendo sus cabezas, la pizza olvidada en sus regazos. Jake
Weston, un hombre guapísimo, estaba hablando.
—No tiene sentido apuntar bajo. Creen que se protegen de la decepción, pero
lo que realmente hacen es prepararse para no tener nunca lo mejor.
Me senté al lado de Rachel en el suelo y escuché absorta.
—Debería ser como un entrenador de vida —susurró Rachel.
—Totalmente. —Estuve de acuerdo.
—¿Y si no ganamos? —preguntó Ruby, aún no convencida.
—¿Qué pasa si haces todo lo posible para ganar y aun así pierdes? —Jake
preguntó—. ¿Y si lo intentas y fallas? —Escaneó la multitud que llenaba la sala hasta
el límite de su capacidad—. ¿Y si lo pones todo ahí fuera y no tienes nada que
lamentar porque hiciste lo mejor que pudiste?
Se me puso la piel de gallina. El hombre estaba desperdiciado en la enseñanza
de historia. Debería inspirar a las chicas de secundaria de todas partes. Y también
entrenadoras de fútbol temporales de treinta y ocho años.
—Ya practicamos todo el tiempo —dijo una de las chicas del equipo juvenil
desde el rincón junto a la chimenea.
—La práctica es una cosa. ¡Se están preparando para la batalla! —Las chicas se
miraron entre ellas. Algunas parecían escépticas, pero la gran mayoría estaban listas
para enfrentar al enemigo.
—De acuerdo. ¿Cómo nos preparamos para la batalla? —preguntó Ashlynn.
orrimos como si nunca hubiéramos corrido antes. Practicamos como
si nunca hubiéramos practicado. Lloriqueamos como si nunca
hubiéramos lloriqueado antes. Las Barn Owls eran una máquina de
determinación. Todos los días, tan pronto como sonaba la última
campanada de la escuela, nos reunimos e hicimos todo lo que pudimos para
ayudarnos a ganar.
El sábado, vimos la cinta del juego.
Jake nos prestó un par de sus mejores corredores de distancia y velocistas, y mi
equipo pasó el domingo inhalando y exhalando en su camino a través de ejercicios
de ejecución y ejercicios de respiración. Ruby casi se desgarró un tendón de la pierna
persiguiendo al lindo Ricky. Me di cuenta que se ralentizaba un poco, permitiéndole
alcanzarlo.
El lunes, Floyd se metió en el espíritu y se vistió como un New Holland Bugler,
y las chicas pasaron dos horas trabajando en ejercicios de pies a su alrededor.
El martes, refrescamos nuestras jugadas para reiniciar el juego. Era ir a lo
grande o ir a casa, así que dejamos que nuestra creatividad se descontrolara con
juegos de tiro de esquina y unas cuantas maniobras extravagantes. Rachel nos
sorprendió a todos con un lanzamiento frontal que elevó la pelota a través de la
meta. Como Lisabeth ya no formaba parte del equipo, había ascendido a la pequeña
estudiante de segundo año al equipo titular, y ella estaba prosperando con Libby y
Ruby en la ofensiva.
Asigné a cada chica como la sombra de una jugadora de los Buglers. Me refería
a que memorizaran sus movimientos en el campo. Sin embargo, para el miércoles,
mis chicas estaban entregando expedientes de las jugadoras de Bugler y sus novios,
calificaciones, y trabajos después de la escuela.
Me estremeció pensar cuánta información personal estaba disponible en línea.
El jueves, les di a todas el día libre con instrucciones estrictas de no hacer nada
que pudiera hacerles daño o cansarlas. Recordé que mis entrenadores nos hacían
trabajar al máximo el día antes de los grandes juegos. Entrabamos en el campo ya
cansadas.
—Estás agarrando el volante como si fueras a estrangularlo —comentó Libby
sobre mi hombro.
Jake y yo íbamos a salir a cenar temprano, y Libby había pedido un aventón a
casa después de la escuela.
—No lo estoy —dije, aflojando mi agarre y sintiendo la sangre que lentamente
se escurría hacia mis dedos.
—Ustedes lo harán muy bien mañana —dijo Jake—. No he visto un equipo de
fútbol femenino tan sincronizado nunca.
—¿Te parece? —pregunté, desesperada por tranquilizarme. Tenía mucho que
demostrar mañana. Haría todo lo que estuviera en mi poder para no arruinar un
segundo baile de bienvenida de Culpepper.
Libby me dio una palmadita en el hombro.
—No la defraudaremos, entrenadora.
—Me preocupa más decepcionarlas a ustedes —confesé. Yo era la entrenadora
principal, por el amor de Dios. ¿No debería saber lo que estaba haciendo? ¿No
debería liderar mi equipo con confianza? En vez de eso, iba a tener que esconder un
cubo de vómito detrás del banco para poder vomitar mis nervios.
—Todos tienen que aprender a ganar y perder —dijo Libby filosóficamente.
—Me gustaría mucho aprender a ganar. —Libby y Jake se rieron.
—Entonces, Libs, ¿cómo vas en Culpepper hasta ahora? —preguntó Jake,
cambiando de tema.
Ella le dio un encogimiento de hombros propio de adolescentes.
—No es horrible.
—Ella quiere decir que adora este lugar y piensa que soy el modelo a seguir
que ha estado buscando toda su vida. —Interpreté para Jake.
—Naturalmente, eso es lo que asumí.
—¿Cómo están las cosas en casa? —le pregunté a ella. Aún no he conocido a la
madre adoptiva de Libby. Habíamos hablado por teléfono y por mensaje de texto.
Pero era una enfermera titulada que trabajaba en doble turno. Tenía la sensación de
que no había mucha supervisión adulta en la casa de Libby.
—Bien —dijo.
Di vuelta en su calle, no creyendo la mentira. Yo misma había sido una
adolescente mentirosa… hace veinte años. Casi me salgo de la carretera haciendo las
cuentas.
—¿Por qué no vienes a cenar con nosotros? —sugirió Jake cuando me detuve
en su entrada.
¿Había algo más atractivo en este mundo que un buen hombre? Con tatuajes.
Que lucía pecaminoso en pantalones de chándal. Y tenía un perro tonto. Y podría
llevarme al orgasmo con el batear de sus pestañas masculinas.
Todas las luces de la casa de Libby estaban encendidas, y había dos niños con
la cara aplastada contra la gran ventana que daba al patio delantero. Nos saludaron
emocionados. La entrada estaba vacía, pero la puerta principal estaba abierta.
Libby suspiró.
—No puedo. Es mi noche para cuidar a los niños.
—Podríamos traer la cena hasta aquí. —Ofreció Jake.
Abrió la puerta trasera y sacó su mochila.
—Gracias, pero lo tengo cubierto. Perros calientes y macarrones con queso.
Hurra.
Jake la señaló.
—La cena de los campeones.
Se despidió, y esperé a que entrara y asegurara la puerta delantera antes de
poner mi auto en retroceso.
—Es una gran chica —dijo.
—Sí. Desearía que pudiera recibir un poco más de atención. —Suspiré,
retrocediendo por el camino de entrada—. Creo que pasa demasiado tiempo sola o
siendo responsable de un montón de niños.
—Lo que haces por ella es algo bueno —dijo, poniendo su mano en mi pierna—
. Recuerdo lo que era ser un adolescente sin supervisión. Mis tíos fueron lo mejor
que me pudo haber pasado entonces.
—¿Quieres tener hijos? —le pregunté. No sé qué me hizo decirlo.
Se atragantó con su propia saliva y tosió desde el asiento del pasajero.
Le alcancé mi botella de agua.
—¿Estás bien?
Se la tragó y se tomó su tiempo para recuperarse.
—¿Fue demasiado personal? —le pregunté.
—No cuando estamos saliendo. Me tomaste… por sorpresa —admitió.
—¿Nunca has pensado en ello?
Jake pasó una mano sobre su mandíbula.
—En realidad, no. No es que no me gusten los niños. Pero tampoco me imaginé
construyendo una casa de muñecas a las dos de la madrugada en la mañana de
Navidad solo para arrastrar mi trasero fuera de la cama dos horas después cuando
alguien quiere ver si el maldito Santa vino. ¡No, niña! ¡No hay ningún Santa Claus!
Fui yo, y quiero algo de crédito!
Me reí y envidié la masculinidad de su respuesta. Un hombre de treinta y ocho
años no podría permitirse nunca haber pensado en formar una familia hasta este
momento. Una mujer de treinta y ocho años tuvo que tener la conversación mucho,
mucho antes.
—¿Qué hay de ti? —preguntó.
—Eh. Me gustan mis sobrinos. Pero nunca he sentido ese impulso abrumador
de crear un mini yo. Me gustaría salvar a la próxima generación de la tortura
genética que fue la escuela secundaria y la baja autoestima. Además, mis huevos ya
deben estar revueltos. Demasiado Mountain Dew y sushi a lo largo de los años. Falta
de sueño.
Siempre he sido ambivalente sobre la idea de los bebés. Admiraba a las mujeres
que se lanzaban al embarazo y a la crianza de los hijos. Pero no tenía ningún impulso
biológico real de hacer mi propio ser humano.
—Eso es genial —dijo Jake.
Su aceptación liberó la tensión que se alojaba en mis hombros.
—¿Sabes lo que la mayoría de la gente dice cuando les digo eso?
—¿Qué?
— Te arrepentirás o Ser madre es lo más importante que he hecho en mi
vida o No te preocupes. Cambiarás de opinión .
Hizo un gesto de dolor.
—¿Sabes lo que dice la gente de que no quiera hacer un millón de bebés?
—¿Qué?
—Ni una maldita cosa.
Suspiré.
—Debe ser agradable tener un pene.
—Opciones biológicas libres de culpa —bromeó Jake—. Pero en serio. No todo
el mundo necesita tener un bebé. Lo que es correcto para alguien más no lo es para
ti. Lo sabes, ¿verdad? No tienes que sentirte culpable por no hacer lo que todos los
demás hacen.
Lo que es correcto para alguien más no lo es para ti. Sonaba cierto. Tenía ese toque
de Momento de Inspiración de Oprah. Pero era más fácil para Jake, me lo recordé.
No había pasado los años después del instituto fracasando. No tenía una hermana
mayor perfecta que diera el ejemplo del éxito. No tenía que pensar en si debía o no
formar una familia. No tenía una cuenta de ahorros vacía ni un lugar donde vivir.
Jake Weston estaba justo donde debía estar, haciendo lo que debía hacer.
—Bien, entonces cuéntame sobre una Navidad sin niños —pregunté—. No
estás construyendo casas de muñecas o moviendo duendes en los estantes. ¿Qué
estás haciendo?
—Así es como lo veo. Dormimos hasta tarde. Despertamos desnudos. Sexo en
la mañana de Navidad. —Me lanza una sonrisa traviesa.
Nosotros.
—Por supuesto. ¿Y después del sexo de la mañana de Navidad?
—Café de la mañana de Navidad, almuerzo, tú cocinas y los regalos.
—¿No hay niños, pero aun así hay regalos?
Luce horrorizado.
—Por supuesto que hay regalos. ¿Qué clase de Grinch eres? Los niños no son los
únicos que merecen regalos. Y quiero que sepas que podría dar una clase magistral
sobre la entrega de regalos.
—Sexo. Almuerzo. Regalos. Lo tengo.
—Luego nos dirigíamos a la casa de tus padres o de mis tíos para una gran
cena de Navidad. Mucho vino. Más regalos. Tal vez algunos juegos. O tal vez si
nuestras familias se llevan bien, nosotros somos los anfitriones. Tenemos es espacio.
Eres una gran cocinera, y probablemente podría ser entrenado como ayudante de
chef —reflexionó.
Con ese nosotros quiere decir yo. Jake estaba hablando de la Navidad conmigo.
Marley Jean Cicero, eterno desastre.
Y por un brillante segundo, con aroma a navidades, pude verlo. Homer con su
sombrero de duende. Jake sirviéndome un vaso de vino. Mis padres riéndose con
sus tíos. Mi garganta se sentía un poco apretada, así que la despejé.
—¿Qué pasa si terminas con una mujer que quiere una familia? —pregunté de
repente. La necesidad de la realidad, un recordatorio de que todo esto era temporal,
se elevó ferozmente.
Estuvo callado durante un largo rato, y luego me apretó la rodilla.
—Estoy contigo, Mars. Así que eso no es un problema.
Otra vida atrás. El incidente del baile de bienvenida.
asé cada minuto despierta antes del baile de bienvenida planeando mi
venganza. En general, era una chica relajada. Tenía una alta tolerancia a la
estupidez. Fui paciente para que mi vida real comenzara después de los
tortuosos años de secundaria.
Pero Amie Jo me había presionado demasiado. Había terminado de ser una víctima
silenciosa. Y era hora de que ella pagara.
Mantuve a Vicky fuera de eso. No solo quería salvarla de cualquier acusación de
conspiración, sino que también quería crédito total por esto.
El baile de bienvenida era la elección obvia. Por supuesto que ella estaba en la corte de
bienvenida. Ella era la ganadora segura para reina. O al menos, lo habría sido.
El primer paso ya estaba completo. En lugar del cartel de Baile de Bienvenida 1998
colgado de la parte posterior del convertible prestado de Amie Jo, lo cambié con un cartel
alegre que decía: Hice trabajos manuales a la mitad del equipo de fútbol masculino .
¿La mejor parte? Recorrió medio kilómetro del desfile antes que alguien se
compadeciera de ella y arrancara el letrero del auto. ¿La otra mejor parte? La supuesta mejor
amiga de Amie Jo, Shonda, también estaba en la cancha y en el convertible detrás de ella y
nunca dijo una palabra.
Eso fue solo un aperitivo. El plato principal llegaba en cualquier momento.
Estaba lista, de pie al margen en el medio tiempo. El fotógrafo del periódico escolar de
Vicky. No iba a perder un segundo de esto.
Y entonces comenzó.
La banda se alineó en el extremo más alejado del campo para su espectáculo de medio
tiempo para presentar la corte del baile de bienvenida. Había una tensión en el aire que solo
yo podía sentir. Las cosas estaban a punto de descarrilarse.
La guardia de color avanzó, con una pancarta de papel enrollada en las manos de la
joven Gwen. Ni siquiera tuve que sobornarla. Amie Jo llamó a la hermana pequeña de Gwen
Gordita fea en la clase de gimnasia la semana pasada. Gwen encontró a su hermana
llorando y haciendo abdominales interminables en su habitación.
Puse la cámara de la escuela sobre ellos y contuve el aliento. Esto era para todos
nosotros.
—¿Estás tomando esto? —preguntó Vicky, mordisqueando su chicle.
—Oh, sí —le dije.
En ese momento, uno de los bateristas tocó un tres por tres de jazz.
Justo cuando comenzó la música, Gwen y su compatriota de la guardia de color
desplegaron la larga pancarta de papel.
Se suponía que debía decir: ”aile de Bienvenida de Culpepper 1998 .
En cambio, decía: Amie Jo odia a Jesús .
Iba por la yugular. A las personas en el centro de Pennsylvania no se les permitía odiar
a Jesús. Simplemente no se podía. El padre ginecólogo de Amie Jo era diácono en la Iglesia
Luterana Emmanuel Culpepper.
La multitud pasó de vitorear a jadear de horror mientras la banda avanzaba
inocentemente hacia el campo. Llegaron al centro del campo, dándoles a todos una buena y
larga mirada al mensaje, antes que un subdirector saliera corriendo y atravesara físicamente
la pancarta, rasgándola por la mitad.
—¿Fuiste tú? —preguntó Vicky por la comisura de su boca.
—Oh, sí. —Sonreí.
—Genia —dijo con orgullo.
Puse la cámara en su configuración de video y esperé a que comenzara la Parte B.
—Bueno, ese fue un comienzo interesante. —El locutor en la cabina se rio
nerviosamente—. Sigamos con la buena y antigua diversión del baile de bienvenida. Es un
gran placer presentarles la corte del baile de bienvenida de 1998 de Culpepper Junior/Senior
High.
Presioné grabar.
Podía escuchar el clic y el zumbido de la cinta cuando el locutor la metió en el estéreo
y sonreí. Esperaba que mi sincronización fuera casi perfecta.
Majestuosamente, la música clásica crujió por los altavoces, y el locutor presentó a la
primera pareja. Una rubia con una chaqueta de tweed y una falda estilo lápiz y un tipo alto
y desgarbado con traje. La siguiente pareja salió tras ellos. Otra rubia. Otro saco. La escolta
de esta era un jugador de fútbol todavía con su uniforme.
Contuve el aliento.
—Nuestra próxima pareja en la corte es Amie Jo Armburger y Travis Hostetter.
¿Travis? ¿Qué demonios?
¿Realmente era tan codiciosa como para tener a Travis como acompañante y a Jake
como cita del baile?
La sonrisa de Amie Jo parecía más tensa y falsa de lo habitual. Alguien debe haberle
dicho sobre la pancarta. Bien.
Mientras saludaba a la multitud muy tranquila, la música se detuvo y fue reemplazada
por voces.
No estoy embarazada, y lo sabes .
Pero lo que todos creen es lo que cuenta , me recordó alegremente. En lo que respecta
a Culpepper, eres una puta embarazada .
Un jadeo se agitó en la multitud.
—Oh Dios mío. ¡No lo hiciste! —chilló Vicky.
—Oh, lo hice.
La cinta continuó.
Porque eres nada. Nunca serás algo. “l igual que el resto de los patéticos perdedores
en esta escuela .
Alguien en la multitud comenzó a abuchear, pero no fue lo suficientemente fuerte como
para ahogar el sonido de la verdadera Amie Jo desde el altavoz.
Por supuesto que engañé a Ricky con Phil , confesó Amie Jo en la cinta. Había
olvidado que los perdedores de Culpepper también tenían oídos. En menos de una semana,
pude recopilar cuarenta minutos de grabaciones de ella siendo una imbécil. Me costó
reducirlo a los aspectos más destacados. Afortunadamente, el club de video había sido útil con
la edición.
Ugh. No sé por qué Becky piensa que es tan bonita y popular. Si no fuera por mi
amistad con ella, seguiría siendo la perdedora gorda y fea que siempre fue .
Una de las chicas rubias en la cancha se volvió escarlata. Amie Jo sacudió la cabeza con
vehemencia.
—Nunca dije eso —mintió.
Shonda está tan enamorada de su estúpido novio, ¿cree que puede dejarme plantada
un sábado? ¡Veremos quién manda a volar a quien cuando les cuente a todos que le contagió
de herpes! .
¿Ese gnomo de jardín del señor Fester? Mi papá es su dueño .
—Sal del campo —gritó alguien desde las gradas.
Alguien más comenzó a cantar, Imbécil . Se puso de moda rápidamente.
Pero la cinta continuó. Sonreí mientras mi cinta de mezclas de los grandes éxitos de
Amie Jo, chismeando sobre sus mejores amigas, discutiendo encuentros sexuales y su actitud
de perra en general resonó en el estadio.
Travis se veía pálido al lado de la furia de Amie Jo.
—¡Tú! —No podía escucharla por el disgusto de la multitud. Ella me miró y señaló
como una bruja haciendo un hechizo.
Le di el encogimiento más descarado que pude reunir. El villano fue finalmente
revelado.
Mirando hacia atrás, probablemente fue el movimiento equivocado. Probablemente
debería haber al menos fingido inocencia.
Pero no lo hice. Y luego Amie Jo estaba cargando contra mí, cerrando la distancia entre
nosotras tan rápido como sus tacones la permitían.
—Oh, mierda —susurró Vicky—. ¡Qué no te suspendan!
Pero ya era demasiado tarde para eso. Amie Jo se precipitó hacia mí y me abofeteó en la
cara.
Fue un borrón a partir de ahí en adelante. No recordaba exactamente haberla derribado
al suelo. Pero eso es lo que Vicky jura que hice. Mientras rodamos por la hierba, gritando
insultos y arrojando codos, no me preocupaba mi castigo. Quería darle una lección. Enseñarle
que había consecuencias por tratar a las personas como basura. Esta noche, yo era el karma
de Amie Jo.
Sus garras bien pintadas se clavaron en mi cuello mientras iba a mi yugular. La alejé
de mí y rodé para reclamar mi dominio. Éramos una maraña de dientes, blasfemias y puro
odio. Era apenas consciente de la multitud que reaccionaba a mi espectáculo.
Desearía haber tomado una clase de defensa personal. O una clase de cómo patear el
culo de una bravucona. No quería que esto se convirtiera en una pelea vergonzosa. Quería
dañar físicamente su horrible, desagradable y cruel exterior.
De repente, había un par de manos extra en la mezcla, y alguien estaba tratando de
separarnos. Pero el infierno no tiene tanta furia como dos estudiantes de último año de
secundaria en una batalla por la supremacía. Volvimos a rodar, y juro que fue Amie Jo quien
enredó sus piernas con las del buen samaritano. No me di cuenta de que estábamos tan cerca
del banco de jugadores.
Hubo una pelea, una caída y un estallido audible. Y un oooooh de la multitud. El
aullido de dolor que siguió me hizo apartar a Amie Jo de mí y apartar sus manos de mi cabello.
Era Travis en el suelo abrazando su rodilla contra su pecho.
—Oh Dios. Travis, ¿estás bien? —pregunté.
—Déjalo en paz, idiota —gritó Amie Jo. Empujó mi cara contra la tierra y se arrastró
hacia él—. Travis, cariño, ¿estás bien?
Él no lo estaba. Y tampoco lo estaba su ligamento cruzado anterior.
Muchas cosas sucedieron muy rápido.
Las dos mascotas del equipo entraron en una lucha de empujones que se convirtió en
una pelea en el campo. Árbitros, entrenadores y padres entraron.
Amie Jo y yo fuimos atrapadas por el director Fester y arrastradas fuera del campo
mientras Travis fue llevado en una camilla.
—Estoy horrorizado por su comportamiento, señoritas —siseó el señor Fester—. Esto
es más que intolerable.
—No tuve nada que ver con esto, señor Fester —comenzó Amie Jo.
—Esa era tu voz en el altavoz, ¿no? ¿Llamándome un gnomo de jardín?
Amie Jo estaba preparada para mentir, pero el señor Fester no tenía nada de eso.
—Ambas están suspendidos por una semana a partir de esta noche.
—¡Pero el baile de bienvenida! Voy a ser reina —chilló.
Sus padres se abrieron paso entre la multitud que se estaba reuniendo a nuestro
alrededor. Fueron seguidos por Steffi Lynn.
—Una semana. Ambas saldrán de la escuela de inmediato —dijo el señor Fester, su
rostro se tornó de un tono púrpura que no creía que fuera saludable.
—Quiero mi corona —chilló Amie Jo.
Su madre le pasó un brazo por los hombros.
—Te conseguiremos tu corona, cariño —cantó.
—Señor Fester, claramente ha habido algún tipo de malentendido aquí —dijo el doctor
Armburger—. Mi hija es una víctima aquí.
¿El hombre era sordo? ¿No había escuchado a su hija hablar sobre el robo de la botella
de Vicodin de su esposa por el altavoz?
—Doctor Armburger, su hija no es una víctima. Mi decisión se mantiene.
Suspensiones de una semana a partir de ahora.
Steffi Lynn me fulminó con la mirada mientras sus padres guiaban a una sollozante
Amie Jo hacia la entrada del estadio.
—Ya no estoy en la escuela, así que no puedo meterme en problemas por esto —dijo,
antes de empujarme al suelo.
La grava raspó mis palmas.
—Escuché que abandonaste la escuela de cosmetología —dije. Probablemente me
hubiera pateado allí en el suelo si no hubiera sido por un héroe entrante.
—¡Oye! ¡Buey hinchado! —La voz de Vicky sonó cuando se adelantó, plantándose en
la cara de Steffi Lynn.
Salté, insertándome entre ellas. No necesitaba que Vicky se uniera a mí en mi
suspensión.
—Ya estoy suspendida —le dije—. Permíteme manejar esto.
Vicky dejó escapar algo parecido a un gruñido y enseñó los dientes a Steffi Lynn.
—Tienes razón —le dije a Steffi Lynn—. Ya no estás en la escuela. Ya no estás en mi
equipo tampoco. Lo que significa que puedo decirte que eres una imbécil miserable, abusiva y
muerta por dentro que pasará el resto de su vida arruinando la vida de otras personas. No
eres especial. No eres mejor que todos los demás. De hecho, en el fondo, sabes que no eres lo
suficientemente buena. ¡Así que puedes tomar tu actitud de mierda, y puedes volver a la casa
de mamá y papá donde vivirás entre divorcios por el resto de tu vida!
Todavía estaba allí temblando cuando la mitad del departamento del sheriff apareció y
trotó en el campo para romper el combate cuerpo a cuerpo.
i el juego del equipo juvenil fue un indicador de cómo sería el partido
del equipo titular, iba a conducir a casa entre los juegos, empacar mi
maleta y salir de la ciudad avergonzada. Las Bugler estaban
convirtiendo a mis chicas en carne molida en el campo.
Fue difícil de ver.
Me estremecí ante un intercambio particularmente violento entre una de mis
centrocampistas y dos chicas de las Bugler que eran quince centímetros más altas.
—Qué manera de aguantar, Matilda —grité.
Mi equipo no estaba apestando. Simplemente no tenían mucha experiencia
todavía, y esperaba por Dios esta paliza en particular no las alejara del fútbol para
siempre.
—¿Una pastilla? —Vicky me arrojó una bolsa de pastillas para la tos—. Son
caseras, hechas con whisky y miel. Mucho whisky.
—Me temo que me ahogaré —dije, empujando la bolsa hacia ella.
—Solo asegúrate de guardar algo de voz para el próximo juego —me advirtió.
—¿Cómo puedes estar tan tranquila?
Mi amiga se encogió de hombros bajo su enorme chaqueta de entrenadora.
—El año pasado, el marcador habría sido 8-0. —Hizo un gesto hacia el
marcador—. Van 3-1 con diez minutos restantes. Esa es una gran mejora. Estas chicas
van a estar aún mejor el próximo año.
El año que viene no estaría aquí. El año que viene, alguien más las estaría
entrenando. Probablemente alguien más que supiera lo que estaba haciendo.
Las luces del campo se encendieron sobre mi cabeza, y sentí el calor de ellas
como si estuviera bajo un foco.

Perdimos el partido de la liga juvenil. No fue una sorpresa. Pero no hizo nada
para calmar mis nervios. Entre juegos, robé cinco minutos y busqué consuelo en mi
auto. Respiraciones de limpieza profunda empañaron las ventanas y no hicieron
nada para calmar mi corazón acelerado. Iba a tener un ataque al corazón en la
cancha. Al igual que su último entrenador. Traumatizaría a mi equipo, arruinaría el
baile de bienvenida para la multitud. Probablemente todavía tendrían el baile más
tarde esta noche, racionalicé. No formaba parte de la escuela y la ciudad.
Tal vez el DJ ofrecería un momento de silencio antes de presentar al rey y a la
reina.
Un puño se conectó rápidamente con mi ventana y me asustó.
Abrí la puerta y encontré a Jake sonriéndome.
—He venido para salvarte de ti misma —anunció, sacándome de la seguridad
de mi auto.
—Oh, Dios mío. Mira a todas esas personas. —Respiré. Toda la ciudad de
Culpepper estaba desafiando la fría noche de octubre para ver jugar a mis chicas…
bueno, en su mayoría estaban aquí para ver quién era coronada reina del Baile de
Bienvenida en el medio tiempo.
—Escúchame, Mars. Tienes una audiencia cautiva en esas gradas. Tú y esas
chicas se han dejado el culo trabajando. Ve y demuéstralo.
—¿Qué pasa si perdemos? —Odiaba la desesperación que escuché en mi voz.
—Perder nunca es el fin del mundo. Perder es donde comienza el aprendizaje.
—He aprendido lo suficiente. Ya no necesito aprender más.
Apretó mis mejillas en sus manos, frunciendo mi boca como la de un pez.
—Trabajaste. Tus jugadoras trabajaron. Todo lo que tienes que hacer es salir y
hacer lo mejor que puedas. Déjalo todo en el campo. Está bien que te importe. Está
bien querer ganar. No está bien vincular tu valor como ser humano en torno a algo
como una victoria o una pérdida. ¿Entendido?
—Etendido —murmuré a través de mis labios de pato.
—Buena niña. Ahora, ¿quieres tu regalo?
—Sí, por favor.
Soltó mi rostro y me entregó una pequeña caja cuidadosamente envuelta. Me
tomé un segundo para admirar el papel de regalo plateado antes de destruirlo.
—¿Un reloj deportivo? —Un reloj deportivo muy caro.
—Para las carreras. O cuando camines con Homer —dijo, sacándolo de la caja
y sujetándolo a mi muñeca—. Puedes contar los kilómetros, frecuencia cardíaca,
calorías. Y tiene Bluetooth. Entonces, si te envío un mensaje de aliento durante el
juego, puedes mirar tu muñeca en lugar de sacar tu teléfono y parecer que te estás
desplazando por Snapchat en lugar de mirar el juego.
Miré la brillante esfera del reloj.
—Esto es realmente considerado, Jake —le dije—. Por mensaje de aliento, no te
refieres a fotos de pollas, ¿verdad?
Sacó su teléfono.
—Espera.
El reloj vibró en mi muñeca.

Jake: Estoy orgulloso de ti, Mars. <3

—Oh. —Fue lo mejor que pude decir. Lo que quería era subirme a sus brazos
y meter mi cara contra su pecho. Pero incluso Jake Weston no podía protegerme de
mis miedos esta noche. Tenía que enfrentarlos yo sola. Al menos lo haría con él en
mi muñeca.
Me dio un golpecito en la barbilla.
—Ya estoy orgulloso de ti. Será mejor que tú también. Ahora, ve a darles a tus
chicas una charla de ánimo digna de una película y diviértete esta noche.
—Está bien. Y gracias por esto. —Levanté el reloj—. Y todo lo demás. Has sido
un gran amigo. —Mi voz se quebró.
—No te atrevas a comenzar eso, Mars —dijo, con la voz llena de emoción—.
Puede que no sepas esto sobre mí, pero soy un llorón empático. Así que contrólate,
mujer, o los dos iremos allá llorando.
Enderecé mis hombros y pasé un dedo por la esfera del reloj.
Jake me dio una palmada en el culo y me empujó en dirección a la entrada del
estadio.
—¿Puedes enviarme un mensaje de ánimo cada cinco minutos más o menos?
—pregunté.
—Diablos, sí, sí puedo.

Las Barn Owls de Culpepper parecían tan enfermas y asustadas como yo. Nos
metieron en el mismo cuarto de servicio debajo de la cabina del anunciador en la
que había irrumpido hace unas semanas. El panel del sistema de rociadores ahora
estaba bajo cerradura y llave. Sin embargo, estaba segura que podría abrir fácilmente
la cerradura si fuera necesario. Por ejemplo, en caso de un cierre del juego de
bienvenida con un 13-0.
—Señoritas. —Tomé una respiración profunda—. Hay un gran juego esta
noche. Pero ya se han preparado. Sé que parece que hay mucho en juego aquí. Hay
mucha gente en esas gradas que no creen que podamos ganar. Pero no tienen nada
que ver con esto. Sus expectativas no tienen nada que ver con nosotras. Somos
subestimadas Y, admitámoslo, esta no es la primera ni la última vez que alguien nos
va a subestimar.
Hubo asentimientos alrededor del círculo.
—No podemos controlar sus expectativas. Pero podemos controlar nuestro
esfuerzo. Han trabajado. Han hecho el esfuerzo. Solo queda una cosa por hacer.
—¡Ganar! —gritó Vicky, saltando sobre un banco polvoriento, con el puño en
alto.
El equipo la miró fijamente.
—Aunque una victoria sería agradable —dije, bajando a Vicky de la banca—,
preferiría verlas salir y sentirse orgullosas. Ya han hecho la parte difícil. Todo lo que
quiero que hagan es que salgan bajo esas luces y jueguen como un equipo de mujeres
feroces.
—¡Feroces! —aulló Vicky.
—¿Qué pasa si perdemos? —preguntó Angela, royendo su uña del pulgar.
—Entonces lo hacemos con barro en las rodillas y sonrisas en la cara —dijo
Libby—. Tenemos esto, chicas. Somos lo suficientemente buenas como para hacer
un gran espectáculo. Somos lo suficientemente buenas para ganar. Y somos lo
suficientemente buenas como para sobrevivir si perdemos. Aunque no lo vamos a
hacer.
—¡Lo que ella dijo! —chilló Vicky, señalando con ambos dedos índices a Libby.
Vi sonrisas aparecer alrededor de nuestro pequeño círculo.
Nos juntamos, abrazadas, cerrando la brecha.
—La parte difícil ha terminado —les dije—. Todas las prácticas, los ejercicios,
las carreras. Esta es la parte divertida. Vayan a jugar bajo las luces. Y diviértanse
haciéndolo. Ganen, pierdan o sean descalificadas por pelear, estoy muy orgullosa
de ustedes.
—Barn Owls en tres —gritó Ruby.
—Uno, dos, tres. ¡Barn Owls! —gritó el equipo. Rompieron el círculo y salieron
por la puerta como guerreras que se preparan para la batalla.
—Escucha —dijo Vicky, dándome una palmada en el hombro—. Metí un par
de bolsas de plástico en mi bolsa de gimnasia en caso que necesitemos vomitar.
—¿Tienes más de esas pastillas de whisky? —pregunté.
—Me las comí todas —confesó con aliento con olor a alcohol—. Pero tengo un
bourbon de repuesto en mi riñonera.
—Tenlo en caso de que lo necesitemos en el medio tiempo.

El himno nacional me hizo atragantar como siempre, pero me abstuve de


limpiarme los ojos para que la multitud no creyera que ya estaba llorando. Además,
si Jake realmente era un llorón empático, no quería que se echara a llorar en las
gradas. Las Buglers ganaron el lanzamiento de la moneda. Me preguntaba si eran
las hormonas en la leche de New Holland lo que hacía que las capitanas de sus
equipos se elevaran sobre las mías. ¿Y la número 24 de hombros anchos tenía un
diente de oro?
Vicky y yo salimos al campo mientras las titulares se alineaban, y le eché un
vistazo a la multitud. Jake y sus tíos estaban sentados con mis padres. Papá sostenía
un letrero que decía: La entrenadora Cicero es nuestra Reina del baile de
bienvenida , sin un toque de ironía. Mi madre estaba agarrando la taza de viaje que
Jake le había dado para mantenerla caliente . Tenía la sensación que no había café
adentro. El equipo juvenil estaba acurrucado con novios y amigos justo detrás de la
banca del equipo.
Choqué los cinco con la entrenadora en jefe de las porristas.
—Tenemos un espectáculo increíble planeado para ti —me prometió.
—Buena suerte esta noche —le dije.
Andrea, Bill Beerman, Haruko y Floyd silbaron por mi atención, y esbocé la
primera sonrisa verdadera de la noche. Se habían pintado la cara con el azul de las
Barn Owl y tenían picos de espuma pegados a la nariz. Parecían idiotas, y los amaba
por eso.
—Vamos, Cicero —gritó Floyd desde las gradas.
Para mi humillación eterna, la mitad del cuerpo estudiantil de Culpepper hizo
eco de la alegría, aplaudiendo y pisoteando las gradas de metal.
—¿Alguna vez pensaste que volverías a estar en este campo con gente
animando tu nombre? —reflexionó Vicky a mi lado.
—Nop. Esperemos que esta vez no haya ninguna participación policial.
—Ah, qué recuerdos. —Suspiró con cariño.
odo el mundo a mi alrededor en las gradas frías estaba viendo el
partido. Bueno, entre la planificación de quién traía qué al día de Acción
de Gracias. Como se predijo, los padres de Marley y mis tíos se habían
llevado muy bien.
Estaba demasiado ocupado mirando a mi chica para participar en el debate de
la gran tarta. Marley se mantenía al margen, en una postura aparentemente relajada.
Sus manos estaban en los bolsillos de su chaqueta. Sus pies separados, y asentía
mientras seguía la acción en el campo. Vicky saltaba y vibraba a su lado, sus
encrespados rizos rojos parecían decididos a escapar de los calentadores de orejas
que sujetaban su cabeza.
—No puedo mirar —gritó Ned a mi lado. Miró entre los dedos enguantados
mientras la ofensiva de las Bugler se dirigía al territorio de las Barn Owl.
—Todo va a salir bien. Lo tenemos —prometí.
La delantera de las Bugler, que debía medir casi dos metros, dio una patada al
balón con un pie de trueno. Aguanté la respiración con el resto del estadio mientras
navegaba por encima de las cabezas de nuestra defensa y a través de las competentes
manos de Ashlyn hasta el fondo de la red.
—Mierda. Quiero decir… —Me apresuré a cubrir mi reacción típica noche de
sábado de fútbol bebiendo cerveza. Vi que los hombros de Marley se desplomaban
y quise escalar sobre la gente y la cerca corta entre nosotros.
—¡Ja! ¡Perdedora! —El entrenador Vince, con una chamarra de los Barn Owl y
un sombrero de punto que ocultaba su enorme calvicie, ahuecó sus manos y gritó
desde unas pocas filas hacia abajo.
No había forma de que pudiera pasar por la vida sin darle un puñetazo en la
cara a ese imbécil. Hice una nota mental de averiguar cuáles serían las repercusiones
legales. Quizá pueda conseguir la ayuda de Marley para otra broma. La mujer tenía
un don.
—Odio a ese maldito tipo —murmuré en voz baja.
—Mis sentimientos exactamente —gruñó Jessica a mi lado. Tomó su tazón de
sopa de pollo, que no estaba muy vacío, y lo tiró.
Observé con horror y deleite cómo volaba con gracia por el aire y aterrizaba a
la perfección al revés sobre la cabeza del entrenador Vince.
Aulló, dando vueltas y enviando trozos de maíz volando. El caldo se filtró a
través de su gorro. Todos y cada uno de los miembros de la grada se quedaron de
repente absortos viendo a las Buglers celebrar su gol. Ni un solo espectador apuntó
en nuestra dirección. Jessica Cicero era una parte muy querida de todos los años de
la escuela primaria de la última generación. Nadie iba a delatarla con un imbécil.
—¿Quién lo hizo? —gritó el entrenador Vince.
—¿Quieres sentarte para que podamos ver? —sugirió alguien, tratando de ver
alrededor de Vince.
Mientras las Buglers celebraban el gol, el equipo local corrió hacia atrás para
tomar sus posiciones para el saque inicial.
Saqué mi teléfono, mis pulgares volando a través de la pantalla.

Yo: Es una jugada psicológica, no un indicador del resultado del juego. Además, tu
madre acaba de lanzarle al entrenador Vince sopa de pollo y maíz.

Miré hacia arriba, vi a Marley mirar su reloj, y luego darse la vuelta para mirar
a las gradas.
Vince seguía de pie amenazando a todos los que estaban a su alcance con que
iba a demandarlos o a patearles el trasero.
Los ojos de Marley se encontraron con los míos, y le mostré los pulgares hacia
arriba. Ella sonrió y volvió al juego.
—Entrenador Vince, ¿podemos hablar? —La directora Eccles se las arregló
para verse severa con una chaqueta azul acolchada y la cara pintada de azul.
—Ooooooh —cantó la multitud mientras el entrenador Vince se marchaba para
tomar las medidas disciplinarias que tanto necesitaba.
Choqué los cinco con Jessica y volví a prestar atención al campo.
Las Barn Owls no parecían estar muy perturbadas por el temprano gol, y en
honor a Marley, tampoco ella. De hecho, ahora parecía aún más tranquila. El equipo
se puso en fila para el saque inicial, y me di cuenta que la primera línea estaba
mirando a Marley.
Levantó dos dedos, y las chicas asintieron.
—Esa es mi chica —dije en voz baja.
Natalee golpeó el balón con la parte exterior del pie a Libby y se fue corriendo
por el campo. Libby se dio la vuelta y le pasó el balón a la centrocampista que estaba
detrás de ella y siguió a Natalee por el campo en una carrera. La centrocampista, de
cara a la primera línea de las Bugler, cruzó el balón hacia una defensa que se
encontraba al otro lado del campo. Toda nuestra línea de fuego estaba corriendo
hacia territorio enemigo mientras que la ofensiva de las Bugler perseguía la pelota.
Angela regateó el balón delante de ella, miró al campo y lo pateó.
Estaba de pie con el resto del público, observando el arco perfecto del balón
mientras cruzaba el mediocampo y navegaba hacia el área de penalti de las Bugler.
Libby lo estaba esperando. De espaldas a la defensora, atrapó el balón y lo cruzó con
cuidado hacia Natalee.
—¡DISPARA! —gritamos Jessica y yo juntos. Nos acompañó el resto de
Culpepper gritando sentimientos similares.
Natalee ni siquiera detuvo la pelota. Movió su pierna como un bate de béisbol.
El balón golpeó el travesaño con un sonoro estruendo y luego rebotó contra una
defensa fuera de los límites.
El público gimió de decepción, pero Natalee y Libby chocaron los cinco, con
una sonrisa de medio kilómetro de ancho. Se estaban divirtiendo.
—Buen intento, señoritas —gritó Vicky desde su posición en el banquillo del
equipo.
Marley estaba sonriendo.
Saqué mi teléfono.

Yo: Eres jodidamente fantástica.

No habían marcado, pero en una jugada, Marley había comprometido al


público en el juego, con sus chicas. Y había aumentado la confianza del equipo.
Tenían una oportunidad. Una de verdad, y todos los que estaban en el estadio lo
sabían ahora.

Ruby anotó el primer gol de las Barn Owls en una escapada rápida, empatando
el partido 1-1. La multitud gritaba y coreaba como si hubieran pasado la tarde
bebiendo dos por uno en Smitty's. Incluso el equipo de los chicos, sin el entrenador
idiota, que había sido escoltado fuera del estadio por la seguridad, estaba mirando
embelesado.
Las porristas con todo el atuendo de invierno se acercaron a la valla que dividía
las gradas desde la línea de banda y Bang Bang de Jessie J sonó por los altavoces.
—Me encanta esta canción —gritó Ned a la derecha de Jessica. Movió su trasero
inexistente en las gradas frías.
El equipo irrumpió en un número de baile que me hizo pensar que habían visto
Bring It On 22 unas cuantas veces. Con sorpresa, la multitud vio cómo dos chicas se
volteaban hacia atrás por la banda. Los dos únicos chicos del equipo lanzaron a sus
chicas al aire, las atraparon y luego cayeron en flexiones con aplauso mientras que
tres porristas al frente giraban sobre ellos.
—¿Qué demonios está pasando? —preguntó asombrado el tipo de la chaqueta
de franela a mi derecha.
Los porristas masculinos y las femeninas habían cambiado de posición con las
chicas haciendo las flexiones con aplausos, ¿yo podría incluso hacer una?, y los
chicos volteándose hacia atrás.
—Increíble —dije—. Algo asombroso está sucediendo.
—Esto es tan emocionante —dijo Jessica, uniendo sus brazos a los míos y a los
de Ned—. ¡Siento como si la liberación de la mujer finalmente hubiera llegado a
Culpepper! ¡Quiero prender fuego a mi sujetador!
El equipo de muchachos se sentó con la boca abierta mientras el resto de la
multitud explotaba. Marley chocó los cinco con la entrenadora de las animadoras.
Era un pandemonio en las gradas, y maldita sea, tenía los ojos un poco llorosos. Esa

22Película del año 2000 centrada en un grupo de porristas, en Hispanoamérica se conocer como
Triunfos robados .
era mi chica ahí abajo, y era increíble. No tenía idea del efecto que estaba teniendo
en toda la comunidad. Había estado yendo a eventos deportivos en esta ciudad por
más de veinte años, y nunca había visto a la escuadra de porristas tener una
recepción como esa. Diablos, el equipo de fútbol de los chicos tenía una apuesta por
quien podía golpear al equipo con la mayor cantidad de patatas desde las gradas.
Era Marley. Ella inspiraba a la gente a ser mejor. Incluyéndome, que ya estaba
lo más cerca de la perfección de lo que podía llegar.
Iba a casarme con ella. De verdad, no tenía elección. Marley Cicero estaba
destinada a ser mía, y yo estaba destinado a ser suyo. Nos ocuparíamos de los
detalles más tarde.
La acción en el campo comenzó de nuevo, y yo, junto con el resto de la ciudad,
observamos cómo los dos equipos peleaban en el césped verde bajo las luces.
Cada escapada, cada regate daba lugar a gemidos y gritos de alegría desde las
gradas. Y cuando las Buglers lograron poner otro balón por encima de Ashlynn en
la portería de las Barn Owls, sentí la devastación de la multitud tan agudamente
como si todos estuviéramos conectados. En la primera parte, el tiempo se fue
acabando, y con cada minuto que pasaba, las Buglers parecían hacerse más grandes
y fuertes, lo que obligaba a nuestra defensa a luchar con más fuerza.
—Esto es malo. Esto es muy malo —se quejó Ned.
—Todo va a estar bien —prometió Jessica, apretando su mano enguantada con
la suya—. Marley puede darle la vuelta con el discurso de medio tiempo.
rruiné mi discurso de medio tiempo. Estaba tan emocionada con la
primera mitad que balbuceé un montón de trabajo increíble y así
se hace hasta que Vicky me apartó a codazos y bailó y gritó alrededor
del círculo cosas como victoria y pateemos culos .
Las chicas estaban más desconcertadas que emocionadas. Pero el orgullo
estranguló cualquier motivación real de mi garganta.
Estaban jugando al mismo nivel que las de Bugler. Claro, el equipo contrario
ya había tenido suerte dos veces. Pero eso no significaba que no fuéramos a
devolverles el favor. La derrota 2-1 en el medio tiempo era mejor de lo que hubiera
imaginado al principio de la temporada.
Dejé ir al equipo para que pudiéramos ver cómo la corte del baile de
bienvenida ocupaba su lugar en el mediocampo. Sorprendiéndonos a todos, Ruby
había sido nominada en la corte. Las niñas sacaron las largas trenzas de Ruby de su
gruesa cola de caballo y las pusieron sobre un hombro. Natalee le había retocado el
maquillaje durante mi discurso lamentablemente inepto.
Las otras chicas en el campo estaban con sus uniformes de chaquetas a cuadros
y faldas estilo lápiz. Ruby destacaba como un pulgar alto y dolorido en su uniforme
manchado de hierba. Alta y orgullosa.
—¿Ese es? —Entrecerré los ojos hacia el campo.
—Sí. Ricky, el chico de campo traviesa. Ella lo invitó después de que él corriera
con nosotras el domingo.
—Bien hecho, Ruby.
Noté que Milton y Ascher eran ambos las citas de jugadoras de hockey rubias,
flacas y nominadas a ser reina. Imaginaba que Amie Jo estaba en las gradas con un
fotógrafo profesional y un teleobjetivo capturando el momento para su postal de
Navidad.
Al menos ella y yo no estábamos luchando en el campo humillándonos frente
a unos cuantos miles de testigos.
Bill Beerman salió al campo con un micrófono inalámbrico y Vicky me agarró
del brazo.
—¡Aquí vamos!
Bill se lanzó a un discurso adorablemente incómodo sobre la historia de la
democracia estudiantil mientras todo el mundo se movía nerviosamente.
Mi reloj vibró y le eché un vistazo.

Jake: ¿Tienes tiempo para una sesión de besos bajo las gradas por los viejos tiempos?

Sonreí. Era agradable compartir una historia con alguien. No solo un


compañero de trabajo que conocía y del que me había hecho amiga hacía seis meses.
Las cosas habían cambiado. Ya no era la adolescente aterrorizada con cero
confianza en sí misma. Era adulta. Una adulta que podía correr seis kilómetros y
medio y manejar una clase de gimnasia llena de veinticinco adolescentes que
preferirían estar enviando mensajes de texto. Una adulta que se había ganado un
novio falso increíble. Una adulta que había perdido casi cuatro kilos desde agosto y
que era la entrenadora del equipo en el juego del baile de bienvenida en lugar de ser
la planificadora de cómo arruinar la vida de una compañera de clase. Nunca pensé
que estaría aquí en medio de la mayor parte de mi ciudad natal sintiéndome bien
conmigo misma.
Pero aquí estaba yo. Las maravillas nunca cesaban.
—Y con eso —dijo Bill—, me enorgullece anunciar a la reina de este año del
baile de Bienvenida de Culpepper. Ruby King.
—¡Ganó! ¡Ganó! —Vicky estaba rasgando la manga de mi chaqueta. Pero
estaba demasiado ocupada saltando y gritando como para darme cuenta. Mis chicas,
Dios las bendiga, explotaron. Corrieron al campo y derribaron a nuestra hermosa
reina del baile de bienvenida antes que la reina del año pasado pudiera ponerle la
corona en la cabeza.
Abracé con fuerza a Vicky y sentí que esta noche era el comienzo de la curación
de un montón de viejas heridas. Era un nuevo comienzo, un inicio renovado, y un
rehacer todo en uno.

La victoria real de Ruby nos dio el impulso de confianza que estábamos


buscando. Salimos al campo con confianza, y la multitud, como si sintiera el cambio,
estaba electrificada. En el primer lanzamiento, un defensa cometió una falta sobre
Natalee en el área penal. Y esa atrevida moderna coreana perforó el balón en la
esquina inferior izquierda con tanta fuerza que apuesto a que iban a tener que
rehacer la red.
Estábamos empatadas 2-2, y me sentía bien. Me sentía jodidamente
maravillosa.
Dominamos, nuestra ofensiva presionando la defensa de las Buglers en su
mediocampo. Las Buglers lograron una escapada, y Angela la frustró con uno de sus
tacles deslizantes patentados que hizo que la multitud se pusiera en pie.
Fue mágico lo que ocurrió en ese campo, y se me puso la piel de gallina de una
manera que no tenía nada que ver con el frío… ni con la boca de Jake por una vez.
Ashlynn hizo una gran parada. Mis mediocampistas se dieron a la fuga, sin
mostrar signos de agotamiento. Estábamos en lo más alto de una ola mágica de
energía mientras los minutos de la segunda parte iban mermando. La defensa de las
Buglers era fuerte, pero mostraba grietas.
—Vamos a ganar esto —dije, sintiéndolo en mis huesos. Confianza. Fe. Mis
niñas se iban a llevar a casa una victoria en el baile de bienvenida y entrarían en ese
baile como heroínas. E iba a aplaudir lentamente hasta que me sangraran las manos.
Estábamos en los dos últimos minutos del partido. El reloj no paraba de correr.
Cada segundo que pasaba nos acerca más al final del juego reglamentario. No estaba
nerviosa. Tenía un equipo lleno de mujeres que necesitaban ducharse, cambiarse y
maquillarse para el baile. No íbamos a tener tiempo complementario.
—Barn Owls —grité desde la banda, moviendo ambos brazos hacia la portería
de las Buglers. Era nuestra señal de vamos con todo. Toda la gente. Toda la ofensa,
a la vez.
Y así de fácil, el ritmo del juego cambió.
Rachel se fue con el balón por la banda mientras el resto de mis delanteras se
dirigían hacia la portería. Un enredo entre dos defensas hizo que el balón se saliera
de los límites en la línea de banda.
—Saque de banda —dijo Vicky—. ¿Vas a dejar que lo haga?
Rachel me estaba mirando.
—Oh, claro que sí. —Sonreí y asentí, rodando mis manos en círculo—. Cara y
cruz —grité.
Mi primera línea se retiró de la portería y se alineó. Una de las centrocampistas
corrió para jugar de señuelo al saque de banda de Rachel.
—Éste podría ser el mejor momento en la historia deportiva de Culpepper —
dijo Vicky sin aliento.
Este podría ser el mejor momento de mi historia.
Nos aferramos la una a la otra en la línea de banda. Las jugadoras en el
banquillo se pusieron de pie y se unieron a nosotras, abrazadas entre ellas. Podía
sentir la confusión de la multitud detrás de nosotros. Sabían que algo iba a pasar.
Rachel retrocedió varios pasos de la línea de banda. El árbitro hizo sonar el
silbato y empezó a correr hacia la línea. A dos metros de distancia, se inclinó, plantó
la pelota en el césped y dio una voltereta.
La multitud jadeó.
El ímpetu de la voltereta hizo que el balón volara en un arco alto hacia la
portería de las Buglers. Vicky se aferró a mí, con su brazo alrededor de mi cuello
como una boa hambrienta.
Mi primera línea empezó a correr. La defensa se quedó con los pies plantados
y confundida. Y mi chica Libby saltó del suelo como una jugadora de la NBA. Con
un hábil movimiento, Libby cabeceó la pelota, cambiando su dirección.
La portera saltó al aire.
Todo el estadio aguantó la respiración.
Y luego explotó cuando la pelota encontró la red.
—¡Oh, Dios mío! —gritó Vicky sobre el pitido final. Me sacudió como una
muñeca de trapo hasta que me castañearon los dientes.
Se acabó el juego. Victoria de las Barn Owls. Lo hicimos. Maldita sea, lo logramos.
El campo era un caos mientras las jugadoras se lanzaban sobre Libby y Rachel
en el mediocampo. Los aficionados saltaban en las gradas, saltando la valla y
participando en la celebración.
Era una escena enorme, y me quedé sola en medio de ella, empapándome de
todo.
Luego unas manos fueron a mi cintura, y Jake me estaba levantando en el aire,
girándome bajo las luces del campo.
—¡Lo lograste, Mars! —Mis padres estaban tras él, sus tíos tras ellos. Mis
amigos de la escuela. Los padres del equipo. Rachel, Libby y Ruby fueron alzadas
en hombros cuando el equipo de fútbol masculino se unió a la fiesta.
Y cuando Jake me bajó lentamente al suelo, cuando su boca encontró la mía,
cuando me besó veinte años después de ese primer beso, me sentí como si yo fuera
la ganadora.
Hasta que voltearon la nevera de agua helada sobre mí.
Después del baile de bienvenida que no debe ser mencionado
ui simultáneamente heroína y paria. Mis padres estaban desconcertados con
mi plan de venganza y mi suspensión. En lugar de castigarme, una
responsabilidad paterna que no conocían en absoluto; adoptaron una actitud
de esperar a ver si lo vuelve a hacer .
Dada la gente que Amie Jo había torturado emocionalmente y victimizado
personalmente: estudiantes, maestros y todo el personal de registro de Weis Markets, mi
proeza en el baile de Bienvenida y mi subsiguiente suspensión me dieron una popularidad
mítica.
Desafortunadamente, también hubo muchos miembros del equipo Amie Jo que sintieron
que la pobre, dulce y amante de Jesús “mie Jo había sido injustamente atacada debido a su
popularidad dada por Dios. Su línea era que la ataqué porque estaba celosa de su pelo, su auto
y sus pechos. En ese orden.
Los números del equipo Amie Jo crecían gracias a su gira de buena voluntad después
de la suspensión. Se unió al coro de la Iglesia Luterana Culpepper Emmanuel y escribió, a
mano, notas de disculpa con las i salpicadas de corazones. La parte más importante fue una
pijamada en el hotel Hershey programada para este fin de semana. Invitó a todas las chicas
de nuestra clase.
Excepto a mí.
Sospeché que el doctor y la señora Armburger contrataron a un publicista para mejorar
la imagen de su hija. Y a medida que mi papel de víctima se opacaba, me quedé con una culpa
de baja calaña. La venganza no había sido dulce. Había sido un poco asquerosa. De acuerdo.
Muy asquerosa.
Esencialmente, me había rebajado al nivel de Amie Jo y ahora estaba cubierta de piojos
de niña mala. En realidad, la única ventaja de todo este lío fue era Amie Jo ahora me evitaba
en la escuela. Yo había contestado, y ella tenía que infligir su daño desde una distancia más
segura ahora.
Me dirigí a mi casillero, aceptando un choque de manos de Marcus Smith, cuya
reputación como come-mocos la originó Amie Jo en segundo grado después que él tomó el
columpio que ella quería durante el recreo. Ignoré las risitas agudas de Mindy Leigh y Leah,
las titulares del equipo de hockey sobre césped y las princesas del baile de bienvenida.
Hoy, mi casillero estaba cubierto de peticiones de oración del grupo de jóvenes de la
Iglesia Luterana Culpepper Emmanuel pidiendo que reconociera la injusticia de mis caminos.
Y que empezara a practicar la abstinencia.
Suspiré.
—Al menos se detuvieron con los pañales —comentó Vicky, arrancando una de las
peticiones.
—Ojalá hubiera terminado con este lugar. Nadie va a verme como yo. O voy a ser la
puta bíblica embarazada o la loca vengativa y desquiciada.
—Siento que probablemente estás en el medio —musitó ella.
—Nuevo plan de juego —decidí—. Solo voy a desvanecerme en el fondo. Convertirme
en un florero. Me convertiré en maestra Zen y no responderé a la provocación de Amie Jo.
Las cejas de Vicky se alzaron escépticamente.
—¿Puedes poner al monstruo de nuevo en el armario después de haberlo dejado salir?
—Nada me va a afectar —prometí.
—Parece que nada viene hacia aquí.
Miré por encima de mi hombro en la dirección que Vicky estaba mirando, y ahí estaba.
El jodido Jake Weston.
Su chaqueta de cuero colgaba sobre un hombro, vaqueros gastados en la rodilla. Botas
de motorista desgastadas.
Su forma de caminar era más como un pavoneo.
No lo había visto desde antes del baile. No había hablado con él desde que metió esa
estúpida nota en mi casillero. No había tenido la oportunidad de decirle lo imbécil que era. Y
ahora que era maestra Zen, nunca tendría esa oportunidad.
Estaba tranquila. Fresca con el hielo. Fresca como una lechuga. Fresca como un mes de
invierno.
—Hola, Mars —dijo con un gesto de barbilla.
Odiaba que el latido de mi corazón se volviera más fuerte en mis oídos. El tipo me había
besado, no me había invitado al baile y me dijo que no le gustaban las chicas embarazadas.
¿Qué más tenía que hacer el idiota para probar que no era digno ni de la mitad de mi
genialidad? ¿Enseñarme el dedo medio?
Me sentí estúpida por esperar más de él.
—Hola, Vic —dijo Jake.
—Bueno, ¿ves la hora? Tengo que ir a pararme al otro lado del pasillo —dijo Vicky,
señalando los casilleros de la pared opuesta. Apuntó a sus propios ojos y luego a Jake—.
Estaré observando —siseó.
Parecía más divertido que perturbado por la vaga amenaza.
Esperó hasta que Vicky cruzó el pasillo antes de volverse hacia mí.
—Oí que fuiste muy mala en el baile —dijo.
Gruñí, sin querer desperdiciar palabras en él.
—¿Tienes planes para el sábado?
—Estás bromeando, ¿verdad? —Bien, podría desperdiciar unas palabras con ese
imbécil.
Sus cejas se alzaron.
—Estoy seguro de que hablo en serio. ¿Por qué? ¿Ya tienes una cita?
Mi frío se descongeló. Luego hirvió.
—Escúchame, Jake Weston. —Lo golpeé en el pecho con mi dedo—. No soy una chica
a la que le guste que la pisoteen. No puedes besarme y luego ser un imbécil. Tuviste tu
oportunidad conmigo y la arruinaste. Así que aparta tu culo de mi camino.
—Es más como alejar lentamente.
Entrecerré mis ojos.
—Crees que eres tan lindo y encantador. Eso no compensa cómo tratas a las chicas.
Parpadeó.
—Creo que me estoy perdiendo algo.
Lo interrumpí con un movimiento de mi mano.
—No vuelvas a hablarme nunca más.
—Nuestra clase tiene 102 personas. Lo más probable es que nuestros caminos se
vuelvan a cruzar. Como siete veces al día —señaló.
Pero yo era inmune a su encanto de chico gracioso y malo.
—De ahora en adelante, somos completos extraños. Espero que tú y Amie Jo sean muy
felices juntos.
—Siento que necesito un traductor —confesó.
Con un gruñido, cerré de golpe mi casillero y salí corriendo por el pasillo.
La graduación no podía llegar lo suficientemente pronto.
mocionadas por la victoria, las Barn Owls descendieron al vestuario de
las chicas. Bolsas de ropa con vestidos para el baile de bienvenida
estaban colgados de los casilleros y el vapor salía de las duchas. La risa
y la charla emocionada llenaba la habitación, rebotando en los bloques
de concreto y metal.
Me duché lo más rápido humanamente posible, agradecida de haber pensado
con anticipación y de haberme afeitado todas las partes del cuerpo que requerían
afeitarse esta mañana. Me puse mi vestido azul marino en la privacidad de un baño.
A pesar de lo cercanas que éramos ahora, todavía no necesitaba que un puñado de
adolescentes alegres viera mi cuerpo en su mayoría desnudo.
De vuelta en mi oficina, dejé mis cosméticos en mi escritorio.
—Estoy aquí para peinarte —dijo Morgan E., presentándose al servicio.
Ya estaba vestida con un traje con una corbata azul brillante y traía champú
seco y aerosol para el cabello.
—Todo tuyo —dije señalando mi cabeza. Me senté en la silla de mi escritorio y
miré hacia el vestuario mientras ella tiraba y daba vueltas a mi cabello en quién sabe
qué clase de estilo.
A través de la ventana, vi a Libby saltando hacia su casillero y contuve la
respiración.
Dijo que no iba a ir al baile. No tenía cita. No tenía vestido.
Lo que no había dicho era No tengo dinero para la entrada o para todo lo que
un baile requiere . Los padres de “shlynn estaban organizando una fiesta de
pijamas para todo el equipo después del baile en su sótano. Libby planeaba irse a
casa con los padres de Ashlynn y esperar al resto del equipo. Para mí, eso era
inaceptable.
Frunció el ceño ante la bolsa de ropa que colgaba de su casillero. Tocó el boleto
de baile grapado a la bolsa. Con movimientos cuidadosos, abrió la cremallera de la
bolsa, y parte de la falda negra se derramó.
Me mordí el labio y esperé.
Miró a su alrededor y luego sacó el vestido. Era atrevido y divertido, igual que
ella. Lo había encontrado en un estante en una tienda cuando había estado buscando
en la sección eres adulta y deberías vestirte como tal por mi propio vestido. El de
ella tenía el cuello alto y una falda entera. El borde de la falda estaba hecho de cuero
sintético, al igual que la cintura y se enrollaba alrededor del cuello. Era un estilo de
súper heroína conoce a patinadora. Y era exactamente del estilo de Libby. Me costó
el doble que el mío, y lloré cuando lo compré porque era tan perfecto.
Sosteniéndolo, se giró y se encontró con mi mirada. Me sostuvo la mirada
durante un largo rato y luego dijo gracias a través del vidrio.
Levanté mis manos, mis dedos en forma de corazón mientras mi garganta se
estrechaba. Era lo mejor que había hecho en mucho tiempo.
—Eso estuvo muy bien, entrenadora —dijo Morgan E. a través de una boca
llena de pasadores.
—No sé de qué estás hablando. —Resoplé.
Resopló.
—Está bien. Ya está todo listo. Ponte algo de maquillaje y prepárate para la
fiesta.
—Gracias, Morgan —dije, tocando mi cabeza y encontrando mi pelo en un
moño bajo y esponjoso.
—Gracias, entrenadora —dijo en serio—. Por todo.
—Vete de aquí —dije, empujándola cariñosamente hacia la puerta.
Morgan sonrió.
—Nos vemos en la pista de baile.
Esperé hasta que todas las chicas estuvieron vestidas y de camino a la cafetería
antes de cerrar con llave la puerta del vestuario. Este era un lugar demasiado bueno
para escabullirse y besarse.
Metí las llaves en mi bolsa de mano, fui al auditorio y me dirigí hacia el baile
que me había perdido hacía tantos años. Hacia el hombre del que me había
enamorado dos veces.
Empujé a través de las pesadas puertas del pasillo de los salones del último
año y entré a la cafetería. Habíamos comido pizza de pan francés y judías verdes
aquí antes. Pero desde entonces, se había transformado en un país de las maravillas
de papel crepé azul y plateado. Había un DJ, el mismo trono de siempre que habían
usado para el baile de bienvenida en su día, y docenas y docenas de estudiantes que
se mostraban incómodamente como personas seguras de sí mismas con ropa más
bonita.
Vi a Jake cerca de los refrescos riéndose de algo que Amie Jo estaba diciendo.
La experiencia pasada hizo que mi estómago se atara en nudos. Llevaba un
vestido de cóctel rosa seis tonos demasiado elegante para un simple trabajo de
chaperona. Decía No quiero que los estudiantes reciban toda la atención .
Me odiaba por mirarlos y recordarlos hace veinte años. Todos éramos
diferentes. Todos habíamos crecido y cambiado, me recordé. Bueno, tal vez no Amie
Jo. Pero Jake y yo éramos diferentes. No me dejaría por Amie Jo por segunda vez.
Tragué con fuerza y puse una sonrisa en la cara.
Él había corrido a casa a ducharse y a cambiarse tras quedar atrapado en el
diluvio de agua helada que había en el campo. Se veía muy sexy con unos pantalones
oscuros y una chaqueta gris oscura. Su camisa estaba desabrochada en el cuello, y
quería saborearlo allí mismo.
Entré, sorprendida y avergonzada por los aplausos espontáneos de los
alumnos. Sabía qué hacer con los fracasos y las pérdidas. Pero los reconocimientos
por la victoria eran nuevos para mí y me hacían sentir vagamente incómoda. Pensé
que podría disfrutar del brillo de la admiración. Pero me sentía más cómoda en las
sombras.
Jake se detuvo en lo que parecía ser la mitad de una frase con Amie Jo y cruzó
hacia mí, rescatándome del foco de atención. Di un pequeño suspiro de alivio.
Siempre venía por mí.
—Te ves increíble —dijo, un brillo lobuno en sus ojos.
—Gracias —dije—. Las chicas me ayudaron con mi cabello.
—Realmente quiero despeinarte el cabello, arruinarte maquillaje y averiguar
qué llevas puesto debajo de ese vestido —confesó.
—Eres el peor chaperón en la historia de los chaperones —bromeé.
—Tengo ganas de celebrar esta noche. ¿Qué te parece si tomamos una botella
de champán cuando lleguemos a casa, la tiro encima de ti y la limpio con la lengua?
—Si te da una erección con esos pantalones, todos los estudiantes hablarán de
eso el resto del año escolar —le advertí.
—Buen partido, entrenadora —dijo uno de mis alumnos mientras pasaba por
delante de mí con una joven muy guapa del brazo.
—Gracias, Calvin.
—Mírate, aprendiendo sus nombres —dijo Jake. Me tomó de la mano y me giró
para alejarme de él antes de volver a acercarme.
Sabía sus nombres. Y quien estaba insalubremente unido a su teléfono. Los
padres de quien estaban pasando por un divorcio. Quien iba a quejarse de que le
obligaran a hacer yoga durante cuarenta y cinco minutos en lugar de un invierno
interminable de voleibol. Había aprendido tanto como había enseñado. Si no más.
—Estoy más que orgulloso de ti, Mars —dijo Jake con voz baja.
Estaba orgullosa de mí misma.
Puse mis manos sobre sus hombros y me balanceé al ritmo de la música. No
era una canción lenta, pero no me sentía tan rara bailando lentamente en las sombras
con él. Había estado esperando este momento durante mucho tiempo.
Mis mejillas se ruborizaron.
—Gracias. Ahora, ¿podemos hablar de otra cosa?
—Quiero asegurarme de que saborees este momento. Piensa en agosto. Y
mírate ahora. Mira a tus jugadoras ahora. Diablos, mira a tus estudiantes ahora.
Sacudió la barbilla hacia la pista de baile. Milton Hostetter estaba llamando al
flaco y torpe Marvin Holtzapple y chocando los cinco con él.
—Eso nunca hubiera pasado sin tus lecciones de beer pong.
—Clases de tiro con truco —corregí con una risa.
—Has hecho mucho bien a mucha gente, Marley. Siéntete bien al respecto.
—No puedo creer que me hayas invitado al baile de bienvenida otra vez y que
finalmente estemos aquí. —Suspiré.
—¿Otra vez? —preguntó.
Nuestra conversación se interrumpió por la entrada festiva de la reina del baile
de bienvenida. Ruby me hizo un guiño mientras se acomodaba en su trono con su
vestido púrpura brillante. Nos reímos cuando mi equipo pidió We Are the
Champions y luego cantamos y bailamos delante de todos.
El deber me llamaba. Jake y yo nos dividimos y conquistamos, sacando a los
adolescentes calientes de los rincones oscuros y sofocando pequeñas peleas en la
pista de baile.
Pero sentía que me miraba. Incluso cuando estábamos separados. Jake me
estaba observando. Jake estaba conmigo.
Tal vez este aterrizaje forzoso en Culpepper iba a ser lo mejor que me había
pasado. Y tal vez finalmente encontraría mi camino hacia adelante desde aquí.
o se supone que debemos estar supervisando esta cosa?
—pregunté mientras Jake me arrastraba por el pasillo
lejos de la cafetería. Lejos de los ruidosos bajos de
Macklemore y los chillidos de los adolescentes. El
pasillo estaba oscuro y tranquilo.
—Le pagué a Bill cincuenta dólares para que nos cubriera durante quince
minutos —dijo, sin avergonzarse lo más mínimo.
—Va a pensar que estamos…
—Y lo estamos —dijo diabólicamente, deteniéndose frente al vestuario de las
chicas—. Ahora, abre esta puerta ahora mismo, Mars, o te juro por Dios que voy a
averiguar si llevas un sujetador aquí mismo en el pasillo donde cualquiera puede
venir.
Con manos temblorosas, saqué mis llaves de la bolsa de mano y se las di.
Con suficiencia, abrió la puerta y me empujó dentro. El cerrojo encajó en su
lugar detrás de nosotros, y de repente me sentí como un pequeño ratón de campo
en presencia de un halcón muy hambriento.
Y entonces las manos de Jake estaban sobre mí. Se pusieron sobre mis pechos
como misiles buscadores de calor, empujando las correas por mis hombros.
—Lo sabía, joder —dijo con reverencia—. Eres una chica mala, Mars. Venir a
un baile de instituto sin sujetador.
—No pensé que alguien haría un examen completo —le respondí, agarrándole
la erección a través de los pantalones. Podía sentir el pulso palpitando en su carne,
y eso aumentaba mi excitación.
Me llevó a mi oficina y me apoyó contra mi escritorio. Jake se inclinó hacia mí,
manteniendo el contacto visual mientras su lengua salía para acariciar un pezón.
Lo hizo de nuevo, y aspiré fuertemente. Se me puso la piel de gallina y los
pezones de punta.
—Dios, cariño. Eres una fantasía hecha realidad.
Se movió a mi otro seno y repitió el proceso. En segundos, mis pezones estaban
húmedos y dolorosamente erectos.
—Quince minutos —le recordé, sin dejar que pasara todos esos minutos solo
en mis pechos.
—Volveré más tarde, señoras —prometió a mis tetas.
No le prestaron atención, pero cuando cayó de rodillas delante de mí, otras
partes empezaron a excitarse.
Empujó la falda de mi vestido hasta mi cintura.
—Sujeta esto —dijo, enganchando un dedo bajo la tanga negra que llevaba. Su
nudillo rozó mis pliegues, y temblé al tacto—. Levanta ese vestido, cariño —me
recordó cuando dejé caer la falda.
Recogí el dobladillo y lo mantuve en alto mientras me bajaba la tanga hasta las
rodillas. Me miró, con una sonrisa diabólica y sucia en su rostro.
—Quiero una foto tuya así —dijo—. Tetas fuera, falda arriba. Eres un maldito
espectáculo, Mars.
—Tal vez en otro momento cuando tengamos más de once minutos.
Podía sentir su aliento en mis muslos y los apretaba para tratar de hacer algo,
cualquier cosa para aliviar la presión que se estaba acumulando entre ellos.
—Ábrete para mí, preciosa —dijo, separándome las rodillas.
Hice lo que me pidió y observé fascinada cómo se inclinaba y presionaba su
boca contra mi abertura. Un suave beso que prendió mi deseo como un incendio
forestal.
—Oh, Dios.
—Abre más, cariño—insistió, e hice lo que pedía, con mi tanga clavada en las
rodillas mientras abría los pies tanto como podía. El frío metal del escritorio se clavó
en mi culo desnudo, pero la cálida boca de Jake compensó la incomodidad.
Teníamos minutos. Y no quería salir de aquí sin un orgasmo.
Leyendo mi mente, metió un dedo y luego otro. Esbozó una sonrisa arrogante
cuando ahogué mi grito. Y luego se metió en mi raja, moviendo la punta de su lengua
sobre mi clítoris y deslizándose de nuevo a través de mis pliegues hasta donde sus
dedos me daban placer.
Ya estaba a punto de correrme. Unos cuantos lametazos más y sería un charco
de orgasmo sobre él.
—Te quiero dentro de mí. —Jadeé.
Se detuvo, sus dedos enterrados en mí.
—No tengo un condón aquí, cariño.
—Estoy tomando la pastilla. Quiero sentirte, Jake. Quiero subirme a tu polla y
sentir cómo te corres dentro de mí. Dame eso.
Estaba de pie, sacándose la polla de los pantalones.
—¿Estás segura, Mars? Necesito que estés segura.
En respuesta, me deslicé sobre el escritorio y abrí las piernas dándole la
bienvenida.
—Te amo, Marley.
Sus palabras no se registraron de inmediato porque estaba conduciendo su
furiosa erección hacia mí, y yo estaba ocupada aferrándome a su camisa y
amortiguando mis gritos contra su chaqueta.
Se sentía como el maldito cielo. Nada entre nosotros. Nada separándonos. Sentí
cada cresta y cada vena de su polla. Y él me sentía.
Probablemente lo había escuchado mal, lo decidí. O si lo hubiera dicho, no lo
quiso decir de esa manera. Mis tetas estaban fuera. Se sabe que dice cosas estúpidas
e inapropiadas en su presencia.
Sus empujes eran salvajes, fuera de control. Todo lo que podía hacer era
aguantar y tomarlo.
—Marley, cariño.
Bajó la cabeza para chuparme el pezón, y metí los tacones de mis zapatos en su
culo desnudo.
Nunca volvería a mirar este escritorio de la misma manera. Nunca me sentaría
y no pensaría en cómo se siente ser llenada por Jake, tocada por Jake, amada por…
—¿Estás conmigo, cariño? —gruñó—. Te necesito conmigo.
Estaba tan cerca que toda la junta escolar podría haber entrado y aun así habría
tenido un orgasmo.
—Ahora, Jake. Ahora —canté.
Y entonces se corrió. Lo sentí. Sentí la palpitación dentro de mí y la ola de calor.
Sentí su cuerpo tensarse mientras su orgasmo se liberaba de las profundidades de él
hacía mis profundidades. Me corrí, cerrándome a su alrededor con más fuerza,
sollozando mientras sentía otro chorro caliente de su liberación soltándose dentro
de mí. Esto. Esto. Esto era todo.
Me corrí temblando y sacudiéndome, riendo y llorando, mientras Jake
empujaba dentro de mí y me sostenía. Tan cerca el uno del otro como podíamos
estar. E incluso mientras mi orgasmo cedía, quise más.
Noviembre
l baile de bienvenida fue solo el comienzo. No solo continuaron las
victorias, sino que las multitudes en las gradas crecieron, el espectáculo
del medio tiempo de las porristas se hizo viral, y Floyd y yo dirigíamos
nuestras clases de gimnasia en cuatro semanas de clases de yoga. Jake y
yo pasábamos nuestro tiempo libre entre las sábanas cuando no estábamos
corriendo, asistiendo a cenas familiares y disfrutando de noches tranquilas
acurrucados con Homer.
Además, mi equipo entró a la clasificación por distritos. El primer equipo de
fútbol femenino de Culpepper High que lo hacía en siete años. Toma eso, Steffi
Lynn. Celebré cincelando parte de mi sueldo y regalándonos a mi madre y a mí una
pedicura.
Lo mejor de todo es que sentía que finalmente le había dado a Culpepper algo
nuevo por lo que recordarme. Había reemplazado el baile de bienvenida de 1998 con
un fresco, brillante y feliz recuerdo. Y una vieja herida en mí se curó.
Con las cosas buenas fluyendo finalmente a mi manera, canalicé mi energía en
ese maldito currículum. Me daba vergüenza no haberlo tocado desde que aparecí
por la puerta de mamá y papá este verano. Mi futuro no se planificaría solo.
Necesitaba un currículum fresco y algunas nuevas perspectivas de trabajo.
—¿No crees que es raro empezar colocando un puesto temporal? —le pregunté
a Zinnia por teléfono, admirando mis dedos brillantes color arándano.
—Creo que un puesto temporal que muestra capacidad de liderazgo y la
habilidad de hacer un impacto es más interesante que un hueco de cuatro meses —
dijo mi hermana, mordiendo un palo de zanahoria. Parte de su limpieza
macrobiótica que estaba haciendo antes de Acción de Gracias.
—Buen punto. Está bien. Profesora de gimnasia y entrenadora de fútbol —dije
mientras escribía a máquina.
—Instructora de educación física —corrigió Zinnia.
Lo borré y volví a escribir.
—¿Te ha llamado la atención alguna oferta de trabajo? —me preguntó.
Odiaba admitirlo, pero ni siquiera había buscado. Entre Jake y el fútbol, mi
tiempo libre se había reducido a cero. Estaba cocinando en la cocina de Jake, desnuda
en la cama de Jake, corriendo tras el sudoroso culo de Jake, repasando nuevas ideas
para el entrenamiento y la clase de gimnasia, o pasando tiempo con mis padres y
Vicky.
—Nada todavía —mentí—. Pero haré una búsqueda bastante amplia, así que
estoy segura que encontraré algo atractivo. —Si ese algo me considerara siquiera
como candidata era otra historia.
—Mmm —dijo Zinnia, masticando otro palo de zanahoria—. Así que escucha,
estaré en casa para Acción de Gracias.
Me animé.
—¿Sí? —Con trabajos tan importantes como el suyo y el de Ralph, por lo
general solo teníamos una visita el fin de semana después de Navidad de su parte.
Y luego estaban tan agotados por el trabajo, sus diez mil actividades infantiles y sus
obligaciones sociales de vacaciones, que no eran muy divertidos.
—Sí. Me estoy tomando un tiempo libre.
Entrecerré mis ojos. Las únicas veces que mi hermana se tomaba tiempo libre
era para su viaje familiar anual de diez días a Disney, su semana de compras
europeas sin niños o sus vacaciones caribeñas con todo incluido. No se tomaba
tiempo libre durante las fiestas navideñas.
—¿Está todo bien? —pregunté.
—Sí. Todo está bien. Solo pensé que sería bueno para toda la familia estar
juntos. Todavía no se lo he dicho a mamá —dijo—. Quería resolver los arreglos
primero para que no intentara poner colchones de aire en el pasillo otra vez. Buscaré
los hoteles mañana mientras los niños están con sus tutores de música.
—No necesitas un hotel. —Mis padres se horrorizarían si una de sus hijas
llegara a casa y se quedara en un hotel.
—Marley. —Suspiró Zinnia—. No voy a dormir en un sofá. Tengo mal la
espalda por haber subido al Monte Rainier el año pasado. Y tampoco te pido que lo
hagas. Somos demasiado viejas para eso.
Hice clic en el calendario del Airbnb.
—Mira. Acabo de revisar el calendario. Nadie va a alquilar la habitación en
Acción de Gracias. Tú y Ralph pueden tener tu antigua habitación, los niños pueden
quedarse en la mía, y yo puedo quedarme con Jake. —Estaba allí la mayoría de las
noches de todos modos. No sería gran cosa.
—Vaya. Las cosas se están poniendo muy serias entre ustedes, ¿no? —
preguntó.
—Eh. No. Solo nos gusta pasar el rato. Divertirnos. —Estaba muy enamorada
del hombre—. Ya tengo algunas cosas allí —continué. Como toda mi ropa y la mitad
de mis cosméticos.
Eso no definía algo serio. Claro, estábamos en algún lugar gris y borroso entre
la relación falsa y la aventura a largo plazo. Me estaba divirtiendo y no tenía ganas
de definirlo. Aunque ambos sabíamos el resultado. Me iría después de navidad. Nos
separaríamos como amigos. Me iría a un nuevo e importante trabajo en algún lugar
emocionante. Y Jake encontraría a la mujer de sus sueños.
De repente me sentí mareada. Como si cominera una vieja ensalada de atún
dejada al sol.
—Si a ti no te importa y a Jake no le importa, eso me simplificaría mucho las
cosas.
—No es un problema. Estoy emocionada de verte.
—Yo también. Me vendrá bien un poco de tiempo en familia —dijo. De nuevo
había una tensión en su voz, y sabía que había algo que no me estaba diciendo.
—¿Estás segura que todo está bien? —presioné.
—Por supuesto. No seas tonta —dijo alegremente—. Me tengo que ir. Tengo
tres reuniones y una revisión de empleados que se interponen entre dos copas de un
muy buen Chardonnay y yo. Envíame tu currículum cuando lo hayas redactado, y
yo lo revisaré.
—Gracias, Zin —dije.
—Ni lo menciones. Hablamos pronto.
Colgué y miré el currículum en mi portátil. Instructora de educación física. Era
algo muy distinto a Directora de Ventas por Internet y Gestión de Medios Sociales.
Mi teléfono sonó de nuevo en la mesa de la cocina. Vi el nombre en la pantalla
y me debatí entre responder o no. No podían ser buenas noticias. Y para ser justos,
no tenía ninguna obligación de responder a la llamada.
—¿Hola? —dije, una mártir masoquista hasta el final.
—¡Marley! Me alegro de volver a oír tu voz —dijo animado mi antiguo jefe
Brad al teléfono. Brad nunca decía nada sin un gran entusiasmo. Había sido molesto
en una conversación normal de trabajo y casi me hizo cometer homicidio cuando me
dijo alegremente que la compañía se estaba reduciendo y que me quedaba sin trabajo
y sin los ahorros de mi vida.
—Brad. ¿Qué es lo que quieres?
Se rio. ¿O eso había sido una carcajada?
—¡Siempre directa y al grano! ¡Una de mis cosas favoritas de ti! De todas
formas, te llamo con buenas noticias. Pudimos vender el espacio de la oficina y parte
del equipo y los muebles. Te estoy enviando un cheque.
—¿Un cheque?
—Sé que has invertido algunos de tus ahorros con nosotros —continuó Brad.
¿Algunos? ¿Qué tal cada centavo?
—De todos modos, no es todo lo que invertiste, pero es algo.
—¿Cuánto es algo? —pregunté, cerrando mis ojos y enviando una oración a las
diosas de la seguridad financiera.
—Solo un poco más de diez mil dólares —dijo alegremente.
—Diez mil. —Suspiré. Diez mil dólares me darían dinero para empezar. Podría
pagar el depósito para un apartamento. Tal vez una cama y un sofá. Pagar otra parte
de esos préstamos.
Un peso que se había asentado en mi pecho se levantó, y respiré dulce y
suavemente.
—Siento que no pueda ser más —dijo Brad—. Pero me alegro de que hayamos
podido devolverte algo.
—Gracias, Brad. De verdad —dije. Y lo decía en serio. En este momento de mi
vida, diez mil dólares tenían el poder de cambiarlo todo.
—Estoy feliz de que ayude —dijo.
Le di mi dirección de correo y apoyé mi frente en el laminado fresco de la
encimera cuando colgamos.
—Diez mil dólares —repetí.
Alcanzarían para mucho más aquí en Culpepper que en Filadelfia, Baltimore o
Charleston. Me mordí el labio y por diversión me dejé imaginar cómo sería si
decidiera quedarme aquí. Si volvía a hacer de Culpepper mi hogar.
¿El distrito me daría el trabajo de forma permanente? ¿Era algo que yo querría?
Profesora de gimnasia y entrenadora de fútbol. Esos no eran los títulos que me había
imaginado. Siempre quise algo que empezara con vicepresidenta de o directora
de . “lgo que significara importancia. Importancia bien compensada. Quería una
oficina y una asistente. Y beneficios raros como acupuntura en la oficina o martes de
sushi.
¿Verdad?
Jake estaba aquí. Jake era un beneficio que ningún otro trabajo o ciudad podía
igualar. Pero no íbamos en serio. Él no iba en serio. Me había dicho que me amaba en
medio del sexo y nunca más lo dijo. Si lo hubiera dicho en serio, lo habría repetido.
Era mejor seguir con el plan. Si me enamoraba del hombre y él seguía adelante…
sería la peor pérdida que jamás hubiera enfrentado. No podría sobrevivir a eso. ¿O
sí?
Mis padres entraron por la puerta que daba al garaje, riéndose y acarreando
bolsas de compras. Sus rostros se iluminaron cuando me vieron, y recordé lo felices
que estaban de tenerme en casa.
¿Entenderían cuando me mudara?
¿Los extrañaría más esta vez?
—Adivina quién viene para el día de Acción de Gracias —dijo mamá, dejando
sus bolsas y envolviéndome en un abrazo—. Zinnia y toda su familia vendrán.
¡Tengo a mis dos chicas aquí para la celebración!
—Éste va a ser el mejor día de Acción de Gracias de todos los tiempos —gritó
papá.
—Cenemos pizza y vino esta noche para celebrarlo —dijo mamá—. Llama a
Jake y haz que traiga a Homer.
Tragué con fuerza y asentí.
—Suena bien. —Y así era. ¿Una noche de pereza con mis padres y mi novio?
Sonaba muy bien. Pero también lo hacía una oficina y mi nombre en una tarjeta de
presentación.
Necesitaba una señal. Un gran y brillante cartel de neón que me dijera qué
hacer.
innia llegó en una nube de Chanel No. 5, una elegante falda ajustada,
y una camiseta de cachemira negra de cuello alto que hacía juego con
el equipaje. Su lujosa camioneta se comió toda la entrada de mis
padres. Y sus tres hijos salieron corriendo como si estuviera en llamas.
Todavía llevaban sus uniformes escolares. Incluso su hija menor, Rose, de cuatro
años, iba a una elegante guardería privada que enseñaba a sus pupilos a contar en
español, francés y alemán.
A los ocho años, Edith era la mayor. Era maestro de violín. ¿Maestra? Chandler
era el hijo mediano y el único niño. Por lo que había podido averiguar, estaba mucho
más interesado en ser un chico normal con videojuegos y comida basura que un
futuro estudiante de la Ivy League.
Mis padres se adelantaron, envolviendo a sus nietos en abrazos demasiado
fuertes, plantando demasiados besos en sus caras.
Pasé por alto la refriega y abracé a Zinnia, que estaba descargando el Louis
Vuitton de los niños de la escotilla.
—¿Dónde está Ralph? —pregunté, mirando en la camioneta esperando ver al
esposo de Zinnia en una conferencia telefónica en el asiento del pasajero. Pasaba
mucho tiempo excusándose de nuestra familia para tomar llamadas importantes.
Zinnia dejó caer al suelo una mochila de tamaño infantil.
—No podía escaparse —dijo, ocupándose de organizar los elegantes y
saludables refrigerios de los niños en la cesta de picnic aislada que llevaba a todas
partes.
Sin hummus, no viajarás.
Ella se detuvo y me dio una mirada. Sabía que era estúpido e infantil. Pero
había hecho un esfuerzo extra con mi aparición esta noche. No quería sentirme como
un alhelí junto a mi hermosa, exótica y educada hermana. No quería desvanecerme
en el fondo.
Me había peinado con ondas sueltas alrededor de la cara y había visto cuatro
tutoriales de maquillaje en YouTube antes de intentar mi primer ojo ahumado. No
quería que supiera que lo estaba intentando. Así que me puse unos vaqueros bien
ajustados y un suéter de cuello amplio de color verde hoja.
—Te ves muy bien —dijo finalmente.
Grité internamente por el cumplido. No sonaba como si viniera de un lugar de
lástima.
—Gracias. ¿Estará aquí para Acción de Gracias? —pregunté, cargando dos
maletas de tamaño infantil.
Se levantó y presionó el botón para cerrar la escotilla.
—No estoy segura. Está realmente muy ocupado. —Conocía ese tono. El
sonido profesional y sin dar lugar a discusiones. Dejé el tema.
—¡Mamá! La abuela dijo que podemos comer espaguetis para cenar —gritó
Chandler desde el patio delantero.
—¿No es encantador? —dijo Zinnia en el mismo tono. Prácticamente podía
oírla reorganizar las macros de sus hijos para tener en cuenta los carbohidratos extra
—. Entonces tal vez pueda hacer nuestros famosos fideos de calabacín —dijo con
alegría forzada.
Vi a mis padres abrazar a Zinnia y darle la bienvenida a la casa. No importaba
la edad que tuviéramos o lo exitosas e importantes que fuéramos, mamá y papá nos
recibían en casa como si fuéramos reinas. Era algo con lo que siempre podía contar.

—Zinnia, estoy tan emocionada de que hayas venido temprano —dijo mamá,
sirviendo otra copa de vino mientras mi hermana hacía espirales con un calabacín.
Revolví la salsa de nuevo y bebí de mi propia copa.
—Puedes ir al partido de Marley mañana —gritó papá.
Zinnia parecía un poco conmocionada.
—Oh, eh. No tienes que ir al partido. Hace frío. Y es bastante lejos.
Estaba mucho más confiada de lo que había sido este verano. Sin embargo, eso
no significaba que estuviera lista para que Zinnia examinara mis escasos éxitos que
palidecían en comparación con los suyos. Siempre tenía miedo de que ella repartiera
felicitaciones por lástima. Arruinaría el tenue vínculo fraternal que compartíamos.
Diez minutos en su presencia, y ya podía sentir mi autoestima desvanecerse.
—Me encantaría ir —dijo Zinnia, sonriendo sobre sus perfectos fideos de
vegetales. Tenía una olla de agua hirviendo lista para la pasta de verdad por si acaso
los fideos de calabacín sabían a basura.
—Veré si la señora Lauver puede quedarse con los niños. Puedes viajar con
papá y conmigo —dijo mamá, aplaudiendo.
Era nuestro segundo partido en el campeonato por distritos. Habíamos
superado la primera ronda con una victoria muy satisfactoria sobre las Huntersburg
Bees, que nos habían asesinado a principios de la temporada. El partido de cuartos
de final era mañana. Ya estaba nerviosa. Pero saber que la perfecta Zinnia estaría
observando desde las gradas era más aterrador que si toda mi sección de fans
estuviera compuesta por el entrenador Vince, Amie Jo y Lisabeth con cuchillos para
lanzar.
Sonó el timbre y dejé caer mi cuchara sobre el mostrador con un estruendo.
Jake. ¿Qué me había poseído para invitarlo a cenar?
—Yo voy —gritó mi padre.
Un segundo después, Homer entró en la cocina y fue directo a por mí. Metió
su nariz en mi entrepierna y se retorció de placer cuando lo aparté y lo acaricié.
—¡Perrito! —Los niños aparecieron de todas las puertas mirando alegremente
a Homer, que estaba ocupado contándome su día en una serie de gruñidos y
gemidos.
—¡Un perro y regalos! —anunció Jake desde la puerta.
Levantó bolsas de regalo, y sacudí la cabeza. Me había arrastrado a una
juguetería el fin de semana pasado con el plan de comprar el afecto de mis sobrinos.
Parecía estar funcionando. Los niños no podían decidir si estaban más
entusiasmados con Homer o con las misteriosas bolsas de regalo. Jake se abalanzó y
me dio un húmedo y duro beso en la boca.
—Hola, hermosa. Te he echado de menos.
Este sexy hijo de puta iba a hacer que alguna mujer se sintiera la cosa más
importante del mundo algún día.
Los ojos de Zinnia se abrieron de par en par mientras nos miraba.
—Encantado de verte de nuevo, Zinnia —dijo encantadoramente cuando
terminó de besarme.
Se dieron la mano educadamente y luego Jake se dejó caer en el suelo de la
cocina, llamando a Homer y distribuyendo las bolsas de regalo a los niños.
—¡Vaya! ¡Baba que brilla en la oscuridad! —Edith estaba encantada. Zinnia
estaba vagamente horrorizada. Un punto para Jake. Le dije que los niños solo tenían
juguetes educativos. Mandó todo a la mierda y buscó en la tienda los regalos
perfectos.
—Bichos pegajosos —gritó Rose al volumen del patio de recreo. Sostuvo
insectos gigantes envueltos en ampollas.
—¡Zombis que disparan dardos! —Chandler sostuvo triunfalmente sus
premiadas figuras de acción.
—Así que, mi idea es, que después de la cena tengamos una guerra de bichos
pegajosos contra zombis, y lancemos dardos y baba entre todos —dijo Jake.
Los tres niños lo miraron como si fuera Santa Claus en una tienda de dulces
ofreciéndoles ponis y tiempo ilimitado en el castillo inflable.
—Tía Marley, ¿quieres jugar con nosotros? —preguntó Edith como si se
atreviera a desear.
—Solo si me dejas tirarle baba a Jake —dije.
Todos chillaron. Mi hermana cerró los ojos y tomó un largo trago de su vino.
Pobre Zinnia. Ella y Ralph trabajaban muy duro para asegurarse de que sus
hijos fueran pequeños genios bien educados. Todo lo que Jake tenía que hacer era
aparecerse con juguetes asquerosos, y todo su trabajo duro y su educación privada
se iban por la ventana.
Mi teléfono sonó en la encimera y miré la pantalla.
Era un número desconocido, pero…
Fui al vestíbulo y respondí con un tono profesional.
—Habla Marley.
—Señorita Cicero, soy Thad de Outreach en Pittsburgh. Recibí su currículum
para nuestro equipo de análisis de datos y quería programar una entrevista con
usted.
Mi corazón se revolvió en mi pecho. El impulso irreflexivo de decir no
gracias y colgar fue abrumador. Quería quedarme en Culpepper. Con Jake y mis
padres y mi equipo. Quería la vida con la que de alguna manera me había tropezado.
Me sorprendió tanto la certeza visceral, que di un paso atrás inmediatamente.
Dije ajá y seguro para programar una entrevista para el día antes de Acción de
Gracias.
No tenía que hacerlo. Podía cambiar de opinión. O podía ir. Podía hacer una
entrevista. Podía tratar de imaginar una vida en una oficina ocupada en una ciudad
ajetreada a cuatro horas de mi antigua vida.
Cuando Thad colgó, me cubrí la cara con las manos y respiré hondo
temblorosamente. La bifurcación del camino se acercaba rápidamente, y tenía que
tomar una decisión pronto.
acía frío y humedad. La lluvia se convirtió en aguanieve que se abría
paso a través de mis capas calientes y me congelaba hasta los huesos.
Los segundos pasaban en el reloj del partido, y a medida que
pasaba cada momento, podía sentir la esperanza escurriéndose de mi
cuerpo.
Estábamos abajo por dos. Nuestro ataque no podía hacer mella a la defensa de
las Bees.
Lo sentía en la boca de mi estómago. Sabía lo que se sentía al ganar, y esto no
iba a ser así.
Veinte. Diecinueve. Dieciocho. El reloj del juego se puso en marcha, decidido a
entregar la pérdida.
Jake, sus tíos, mis padres y Zinnia estaban en las gradas. Estaban aquí para
animarme. En cambio, estaban siendo testigos de mi fracaso.
Tenía tantas ganas de que Zinnia me viera ganar. De demostrarle finalmente
que no era el eterno desastre que ella sabía que era. Sabía que era una estupidez.
Patético. Y me preguntaba si de alguna manera mi necesidad lo había arruinado
kármicamente para todos nosotros.
Las chicas del banco estaban de pie, los hombros caídos. Sentía su decepción
como una manta húmeda que me asfixiaba. Había sido un juego largo, frío y sucio.
Y nada de lo que habíamos hecho había sido suficiente para llegar a la cima. Era un
terrible final de temporada.
Diez. Nueve. Ocho.
Las decepcionaría. No había sido una entrenadora lo suficientemente buena
como para llevarlas más lejos. El equipo de chicos ganó su partido de ayer y se
dirigió a las semifinales. Había una reunión de equipo programada para el lunes.
No dejaba de imaginarme la petulancia del entrenador Vince.
Esas luces de campo se sentían como un foco de vergüenza.
Tres. Dos. Uno.
El pitazo final sonó, y los aficionados de las Bees y su banco empezaron a
corear. Las vencedoras celebraron en el campo mientras mis chicas colgaban sus
cabezas.
Libby y Ruby, con los brazos rodeándose, salieron cojeando del campo,
secándose las lágrimas, y sentí la culpa como un puño en el pecho. Las había
decepcionado. Las había preparado para que fracasaran.
Me quedé mirando el marcador. 4-2 a favor de las Bees. Mi reloj vibró, y no me
molesté en mirarlo. No necesitaba un mensaje de lástima o una charla de ánimo.
Quería revolcarme, abrazar la familiar oscuridad del fracaso.
—Bien. Se acabó. —Suspiró Vicky, parada hombro con hombro conmigo.
No más juegos. No más prácticas. No más paseos en autobús ni tutoriales de
maquillaje. No más victorias. Mi mandato como entrenadora había terminado
oficialmente, y había terminado con una derrota.
Ese marcador era mi brillante señal del universo. Las lágrimas de mi equipo
eran la otra.
Una vez más, había perdido. Una vez más, mi hermana estaba allí para
presenciarlo. Y esta vez, había decepcionado a treinta y tantos adolescentes.
—Vamos a darnos la mano, señoritas —dijo Vicky, haciéndose cargo cuando
estaba claro que yo estaba demasiado ocupada lamentándome—. Vamos,
entrenadora.
A ciegas, choqué los cinco con las vencedoras. Le di la mano al cuerpo técnico
y los felicité por su victoria. Su victoria era mi pérdida. Su alegría, mi miseria. Había
decepcionado a tanta gente. Y demostrado que mucha gente tenía razón. Era una
perdedora. Siempre había sido una.
Me estaba hundiendo en la vergüenza, y no podía salir de ella. Todo era tan
familiar. Como en cada despido. Cada ruptura. Siempre estaba destinada a que me
derribaran de nuevo.
Humildemente, saludé a Jake y a nuestras familias. Zinnia me dio una sonrisa
triste y congelada. Como siempre lo había hecho cuando arruinaba las cosas. Nunca
me lo tiraba en cara. Nunca atraía la atención sobre mis fracasos.
Jake me envolvió en sus brazos, y quise fundirme en su calor. Quería darle mi
vergüenza, mi decepción, y dejar que me la quitara.
—Estoy tan jodidamente orgulloso de ti, Mars —me susurró al oído.
Pero no le creí. No había hecho nada de lo que pudiera estar orgulloso. Había
decepcionado a mi equipo.
El viaje en autobús a casa fue tranquilo, excepto por los ocasionales quejidos y
los resoplidos de nariz. Deseaba tener las palabras para hacerlas sentir mejor. Ellas
no habían fallado. Yo les había fallado.
Cuando llegamos al estacionamiento de la escuela secundaria, felicité
lamentablemente a cada chica cuando se bajó del autobús. Gran temporada . ”uen
trabajo . Gran manera de jugar .
Pero podían ver a través de mí.
Esperé hasta que todas se subieron a sus autos y se fueron. Esperé a que el
autobús saliera. Esperé que Vicky se dirigiera a su casa con su familia. Entonces, y
solo entonces, me senté en mi auto en la oscuridad y lloré hasta enfermarme.
El golpe en mi ventana mientras me sonaba la nariz en una servilleta de comida
rápida me asustó muchísimo. Reconocí la entrepierna fuera de mi ventana. No
estaba lista para hablar con esa entrepierna o con el hombre a quien estaba atada.
Jake golpeó contra el vidrio otra vez.
Iba a hacerme hablar con él. Y si tratara de alejarme, me perseguiría.
Abrí la puerta y salí.
—¿Estás bien?
Me encogí de hombros, no confiando en mi voz.
—Oooh, cariño. —Me acerco a él—. Me duele verte triste.
—Defraudé a todo el mundo —susurré.
—Mars, perdiste un juego. No una guerra. ¿Dónde está la perspectiva? —se
burló.
Pero no estaba de humor.
—Estaba buscando una señal, y supongo que la conseguí.
—¿Una señal para qué? —Frotó sus manos arriba y abajo de mis brazos. No
merecía ser consolada por él.
—Creí que finalmente me estaba organizando, ¿sabes? Pensé que las cosas iban
bien. Que tal vez se suponía que me debía quedar aquí.
—Por supuesto que debes quedarte aquí, Mars. ¿De qué demonios estás
hablando?
—Todo lo que hago es arruinar las cosas, Jake.
—Estás hablando un idioma extranjero ahora mismo. Vamos. Toma tus cosas.
Te llevaré a casa.
Negué. Ahora estaba claro. Lo que tenía que hacer. Mi equipo merecía algo
mejor. Mis estudiantes. Jake se merecía algo mejor.
El clima había cambiado de nuevo. Ahora gruesos copos estaban flotando
desde el cielo oscuro, aterrizando en charcos. Tratando de encubrir el desastre.
No pertenecía a este lugar ahora más que cuando era adolescente.
—Marley, sube a mi auto —dijo severamente.
Cuando no me moví, me arrastró físicamente hasta su vehículo y me metió
dentro. Cerró la puerta y la luz se apagó. Me senté allí en la oscuridad, en silencio.
Jake volvió con mi bolsa de gimnasia y mi botella de agua. Tiró mis cosas en el
asiento trasero y sin decir una palabra nos llevó a casa.
o quería entrar. Jake se detuvo en su calzada y me senté mirando
fijamente la casa de la que me había enamorado. Me había
enamorado del hombre también.
El hombre que estaba cargando mis cosas del asiento trasero y
diciéndome que si no salía del auto, iba a arrastrarme dentro al estilo cavernícola.
Entumecida, lo seguí a la puerta principal.
Cuando Homer cargó hacia mí, exigiendo todo el amor que tenía en mi cuerpo,
me puse de rodillas y presioné mi rostro en su pelaje. Al menos todavía me quería.
A Homer no le importaba si ganaba o perdía. Siempre y cuando lo quisiera,
alimentara y rascara su barriga.
Había fallado antes. Pero esta vez, me había llevado a un montón de gente
conmigo. Los decepcioné a todos, los defraudé a todos. Y eso era lo que dolía. Seguía
viendo los rostros manchados de lágrimas de cada chica mientras salían del autobús.
Todo ese duro trabajo para nada. Para una derrota horrible bajo el cielo granizando.
Jake tiró mis cosas al suelo y me atrajo.
Me miró largo y duro y luego habló:
—Te estoy pidiendo que te quedes, Mars. Quédate aquí. Sé mía. Déjame ser
tuyo. Vive en esta casa embrujada con Homer y conmigo. Trabaja conmigo. Corre
conmigo. Hazme los almuerzos. Déjame abrazarte mientras te quedas dormida en
el porche.
—Jake. —Estaba desesperada por que dejara de pintar esa imagen.
—Hazte vieja y desagradable conmigo, Marley Jean Cicero. Quiero estar
formando un alboroto en el bingo contigo cuando tengamos ochenta y no nos
importe una mierda.
—Jake —dije de nuevo. Sentí cálidas lágrimas bajar por mis mejillas.
El pánico arañó mi pecho. Podía verlo. Ver una vida aquí con él. Pero no era lo
que había planeado. Lo que había estado persiguiendo toda mi vida.
—Tengo una entrevista el miércoles —le dije, desesperada por recordarnos el
plan—. Esto era solo temporal. No puedes cambiar el trato conmigo. Siempre iba a
irme al final. —Era la única cosa que tenía sentido.
—Qué mala suerte, Mars. No pretendía enamorarme de ti, pero lo hice, y aquí
estamos.
—¿Qué?
—Oh, ¿estás sorprendida? —Resopló.
Estaba jodidamente conmocionada. Conmocionada como por una corriente
eléctrica directa al corazón. ¿De verdad había querido decir lo que le había dicho a
mis tetas? ¿Estaba enamorado de mí?
—¿Por qué vas y haces tonterías así? —exigí. Esto añadía a Jake a la cabeza de
la lista de personas que había decepcionado.
—¡No lo sé! No fue exactamente una elección.
Me volví, metí mis manos en mi cabello húmedo.
—Pero ahora me estás pidiendo que haga una. ¿Por qué me estás obligando a
hacer esto, Jake? Sabías el trato. Sabías que no iba a quedarme. —Lo había sabido
desde el principio y ahora me estaba forzando a herirlo.
Jake se quitó su abrigo húmedo y lo dejó caer al suelo con un golpe. Estaba
haciéndolo a propósito. Había un perchero junto a la puerta. Y habíamos pasado
cuatro horas un domingo limpiando su armario de abrigos bajo las escaleras.
—Entonces, ¿esperas que me enamore de ti y simplemente permita que te
vayas?
Miré su abrigo húmedo mientras el agua goteaba y se acumulaba en el suelo
de madera.
Homer ladró.
—Cállate, Homie —dijimos al unísono.
—Espero que mantengas tu parte del trato —le dije. Me volví de nuevo, pero
no podía soportar mirarlo. No podía soportar ver la decepción en su rostro.
—¿Preferirías que mantuviera mis labios sellados y te despidiera al final de
diciembre sin una palabra?
—¡Sí! Eso es exactamente lo que habría querido que hicieras.
—¿Por qué en el infierno debería facilitarte esto cuando no estás haciendo una
maldita cosa para suavizar el golpe para mí? ¡Estoy enamorado de ti, idiota!
—¿Cómo lo sabes? —exigí con terquedad—. Nunca antes has estado en una
relación.
—Soy lo bastante inteligente para saber qué es el amor. Y no soy un cobarde al
respecto. Te amo, Mars, y tú me amas.
Estaba sin palabras. Quería negarlo. Mentirle al rostro y decirle que no tenía
esos sentimientos. Pero la verdad era que lo había amado durante meses. Tal vez
incluso desde la primera vez que me había gritado. Le importaba lo suficiente para
intentarlo. Pero podía hacerlo mejor. Merecía algo mejor. Como todas mis chicas.
Mis estudiantes. Merecían a alguien mejor.
—Mira. No tenemos que casarnos de inmediato si no quieres —dijo Jake,
pasando una mano por su cabello húmedo.
—¿Casarnos? ¿Estás pensando en matrimonio? —No podía respirar. No podía
respirar y quería vomitar. Nada de esto era parte del plan. ¿Por qué estaba
haciéndome herirlo así?
—La idea había cruzado mi mente un par de veces antes que oyera tu
espeluznante grito ante la idea hace un segundo.
—¡Jake, no se supone que esté aquí! ¿Ves el daño que causo? Esas chicas me
dieron su todo. Hicieron todo lo que les pedí. Y lo arruiné para ellas. Esta vez, no
era solo mi propia vida la que estaba arruinando. Levanté las esperanzas de esas
chicas. Les dije que podían hacer cualquier cosa en la que pusieran su mente, y
entonces las envié a ese campo a ser aplastadas. Yo las aplasté. Estaban devastadas
esta noche.
—Ni siquiera sé por dónde empezar con esa estúpida declaración. Primero que
todo, es un deporte y alguien tiene que perder. ¡Perder no te convierte en una
perdedora!
—¡Eso es exactamente lo que hace! —A Homer no le gustaron los gritos y fue
a la cocina a tumbarse junto a su plato de comida.
—Marley. —Jake respiró hondo y pellizcó el puente de su nariz como si
estuviera intentando repeler un aneurisma. Lo amaba tanto que dolía mirarlo—.
Marley —dijo otra vez—. Esto es alguna clase de crisis de la mediana edad, ¿no es
así? Estás asustada. Así que crees que irte es la respuesta. Solo estás pintando una
bonita imagen sobre buscar tu destino. Pero, alerta de spoiler, cariño. Las derrotas
difíciles no significan que estés en el lugar equivocado.
—Cada trabajo que he tenido. Cada relación que he tenido ha terminado. Muy
mal. Me he caído tantas veces que tiene más sentido quedarme en el suelo que volver
a levantarme.
—¿Qué tiene eso que ver contigo y conmigo?
—No se supone que esté aquí, Jake. Esto no es lo que quiero.
—Qué quieres, Mars. Dime. Enúncialo claramente para que pueda meterlo en
mi gruesa cabeza.
—¡No lo sé! ¿Cómo lo sabe alguien?
—Entonces, ¿cómo sabes que esto no es exactamente lo que quieres?
¿Exactamente dónde se supone que estés? ¿Cómo sabes que cada trabajo de mierda,
cada relación de mierda, cada error, no te estaba guiando aquí hacia mí? A esas
chicas. A esta ciudad.
No sabía qué decir a eso. De repente estaba agotada. Mis músculos dolían y la
ira, la frustración que sentía burbujeaba, evaporándose en el aire entre nosotros. Esto
no era una elección que hubiera hecho. Un trabajo que me había ganado. Una
relación que empezó con chico conoce a chica. Esto era solo otro desastre que había
creado.
—Esto ni siquiera se suponía que fuera real —dije en voz baja.
—Y una mierda. Tal vez caíste por la etiqueta falsa, pero supe desde el
principio que esto iba a volverse real.
—¡No lo sabías! —discutí.
—¡No me digas lo que siento, Mars! Solía mirarte en clase de inglés. Metías tu
cabello tras tu oreja y no podía dejar de mirar a tu cuello, tu oreja, tus dedos. Tan
pronto como te vi de nuevo, seguía ahí.
—Entonces, ¿por qué cambiaste de idea sobre el baile de bienvenida? —grité.
Parpadeó.
—¿De qué mierda estás hablando sobre el baile de bienvenida?
Alcé mis manos.
—¿Sabes qué? No importa.
—¿Sabes qué quiero saber? —exigió Jake—. Quiero saber cuándo vas a dejar
de actuar como si la escuela hubiera arruinado toda tu vida. ¿Cuándo vas a dar un
paso adelante y ser lo bastante valiente para descubrir lo que realmente quieres? No
lo que tu yo de diecisiete años quería. No lo que tu hermana quiere o lo que crees
que tus padres quieren. ¿Qué diablos quieres tú, Mars?
Todo a lo que podía aferrarme en este momento era lo que había estado
persiguiendo toda mi vida. El trabajo importante. El rol necesario. Hacer una
diferencia. Eso era a lo que me aferraba cuando las cosas se ponían difíciles. Cuando
las cosas iban de mal a peor. Cada nuevo comienzo se sentía como si tuviera el
potencial de ser esa cosa que necesitaba.
Pero esto no era un nuevo comienzo. Esto era un aterrizaje forzoso, un acuerdo,
un arreglo mutuamente beneficioso y temporal.
¿Cómo sería alguna vez importante y necesitada aquí? En la ciudad que había
dejado en mi estela hace veinte años. ¿Qué sería aquí? ¿Una profesora de gimnasia?
¿Una entrenadora? ¿Una novia? ¿Una hija?
No era suficiente. No sería suficiente. Estaba buscando el papel correcto que
me ayudaría a crecer. Que me forzaría a deshacerme de mis malos hábitos y
finalmente me convertiría en la mujer fuerte, poderosa, que resolvía los problemas,
que estaba destinada a ser. Sería importante.
—Jake. —Pronuncié su nombre con cautela—. Lo siento. Pero no es esto lo que
quiero.
Vi el músculo de su mandíbula apretarse y aflojarse. Apretarse y aflojarse.
—¿No soy lo que quieres?
—Nada de esto es lo que quiero. Necesito algo diferente. No voy a convertirme
en una mejor persona aquí. Solo soy recordada constantemente de todos mis
defectos, una y otra vez. Quiero más.
—Te amo, Mars. Quiero más de esto. Más de ti. Me has hecho una mejor
persona. Solo mira lo que has hecho por mí. Mira esta casa.
No podía soportar herirlo así. No me amaba. No podía. Solo estaba
confundido.
—Limpiaste tu cocina y compraste nuevas cortinas. Eso no significa que estés
enamorado de mí —dije suavemente.
—Eres tan jodidamente terca —se quejó—. ¿Crees que eres imposible de amar?
¿Indigna?
Eso es exactamente lo que era.
asé todo el sábado y domingo en un colchón inflable en el suelo de la
habitación de Zinnia. Era exactamente lo que ella no había querido. Y a
juzgar por la punzada en mi espalda baja cada vez que rodaba para
llorar sobre el otro lado de mi rostro, había tenido razón sobre las
consecuencias. Por otro lado, Zinnia siempre tenía razón.
Yacer en ese colchón con mi almohada de Harry Potter durante dos días era mi
purgatorio. No merecía estar cómoda. Merecía oír ruidos de pedos cada vez que
rodaba, intentando encontrar una posición mejor.
Dejé mi teléfono apagado y no me metí en el grupo de mensajes del equipo. No
podía enfrentar a nadie. No podía enfrentar la decepción de nadie sobre mí.
Vicky se pasó con tequila y sopa de pollo. No merecía nada.
Extrañaba a Jake tanto que dormía en su camiseta y llevaba sus pantalones
deportivos por la casa.
Zinnia, para su crédito, no intentó obligarme a hablar sobre ello. Mis padres
retrocedieron a su modo de supervivencia mi hija adolescente es emocionalmente
inestable , distribuyendo comida basura y palmaditas en la cabeza. Pero oí a
escondidas la conversación susurrada sobre qué íbamos a hacer en Acción de
Gracias ahora que había terminado las cosas con Jake.
No dormí en absoluto la noche del domingo. Mañana era día de escuela. El
último antes del descanso de Acción de Gracias. Y por mucho que quisiera tomarme
un día por enfermedad y evitarlo todo, sabía que necesitaba enfrentar las cosas.
Para el lunes por la mañana, la nieve se había derretido, dejando atrás pilas de
nieve a medio derretir gris que combinaba con mi frío y desastroso humor. Me
arrastré a la ducha, luego me tomé mi tiempo hasta que supe que llegaría cinco
minutos tarde a la escuela solo en caso que alguien estuviera en el vestuario
queriendo hablar conmigo. No podía ver a Jake. Me rompería como una copa de
vino en el patio de Amie Jo.
Sintiéndome taimada, me permití entrar por la salida de emergencia del
vestuario e ir de puntillas hacia mi oficina. Sería libre de regodearme patéticamente
durante todo el primer período si Floyd no sabía que estaba aquí.
—Ya era hora.
Salté, mis zapatillas mojadas casi perdiendo su agarre sobre el suelo.
—Directora Eccles —dije, sosteniéndome de la estantería más cercana a la
puerta—. ¿Qué le trae por aquí? —Oh, Dios. Había oído que había roto con Jake,
oficialmente invalidando mi contrato de comportamiento ético. Estaba aquí para
despedirme. No iba a lograr dejar la ciudad tranquilamente. Culpepper
probablemente haría cola para lanzarme piedras de crítica mientras me arrastraba
fuera de la ciudad en vergüenza.
—Su oficina es sórdida y espeluznante. Me estoy preguntando si podemos
encontrar unos pocos cientos de dólares en el presupuesto para un poco de pintura
y nuevo mobiliario —comentó, mirando mi morada parecida a una mazmorra.
La arreglaría para el profesor de gimnasia permanente. Oh, Dios. ¿Y si era lista
y hermosa y una corredora de pista? Jake se enamoraría, y se casarían y estaría
comiendo el almuerzo de navidad con ella. Odiaba a la nueva futura profesora de
gimnasia. La odiaba con la pasión de mil soles.
—Espero que te estés sintiendo mejor —dijo la directora Eccles mientras
caminaba fatigosamente por la oficina y se dejaba caer en una silla plegable—. Oí
que atrapaste un resfriado después del juego del viernes.
Más como una nube de depresión.
—Mucho mejor —mentí y pretendí toser.
Entrelazó sus dedos sobre mi escritorio.
—Bien. Ahora, la parte divertida. ¿Cuáles son tus planes para el próximo año?
Parpadeé.
—¿Próximo año?
—Enero.
—Estoy haciendo entrevistas para otros trabajos —dije vacilantemente.
—¿Has considerado quedarte aquí?
¿Estaba alucinando? Tal vez en realidad me había preguntado si había
considerado unirme a un circo ambulante o al cuidado de nuestros burros para
baloncesto.
—¿Quedarme aquí? —grazné.
—Convertirte en un miembro permanente del profesorado —explicó—. Has
hecho más aquí en un semestre de lo que la mayoría de los profesores han hecho en
toda su carrera. Los estudiantes están alabando la clase de gimnasia por primera vez
desde el día de paracaídas en la escuela elemental.
—Estoy halagada, pero…
—Y ni siquiera necesito decirte el maravilloso trabajo que has hecho con el
equipo de las chicas. Nunca he visto un equipo cambiar tan rápido. Creo que el
próximo año será incluso mejor —continuó la directora Eccles.
Lo entendió mal. Había perdido. Había pisoteado el espíritu de mis jugadoras.
No era mejor que Steffi Lynn Hitler. Solo venía en un paquete diferente.
—Gracias —dije monótonamente—. Pero no tengo una licencia de enseñanza.
—Podrías conseguir una. Lo investigué. Tendrías que pasar la Praxis —
explicó—. Pero hay maneras de enseñar sin tener un grado de enseñanza. El punto
es que encajas a la perfección. Y estaría emocionada de recomendar a la junta que
hagamos tu posición permanente.
Tenía una entrevista de trabajo el miércoles. Mi siguiente oportunidad de un
nuevo comienzo. No podía quedarme aquí. No podía quedarme.
—Directora Eccles, estoy halagada. De verdad. Pero creo que puede encontrar
un candidato mejor preparado para la posición. Alguien con experiencia.
Alguien que no lo arruinará todo.
La directora parpadeó rápidamente como si no estuviera segura de haberme
oído correctamente.
—Asumí que estarías interesada en la posición.
—Es un gran trabajo —le dije débilmente, sin querer decepcionar a otra
persona. Aunque no podía entender por qué todavía me querría en el profesorado.
Había estado en su oficina más veces que los peores alborotadores. Había tenido
más quejas contra mí que cualquier otro profesor. Y había aplastado el espíritu de
todo un equipo sin ayuda de nadie—. Simplemente no es algo que me vea haciendo.
Estoy segura de que hay otros candidatos que harían un mejor trabajo que yo.
La directora Eccles suspiró.
—Bueno, no puedo decir que no estoy decepcionada. He estado muy feliz con
la manera en que has hecho tu trabajo y lamentaré verte ir.
No sabía qué decir, así que simplemente le di una débil sonrisa.
Se apartó de mi escritorio y se levantó.
—Me dirías si Amie Jo te hizo dejarlo, ¿verdad?
La mujer era mortalmente seria, pero me reí.
—Lo prometo. —Por una vez, Amie Jo no tenía nada que ver con esta decisión.
Suspiró otra vez y asintió.
—Bueno, te deseo buena suerte en tu futuro.
Se fue del vestuario, dejando atrás un aire de decepción.
Me dejé caer detrás de mi escritorio y puse mi cabeza sobre la superficie del
mismo. Amargamente decepcionada. Deprimida. Un absoluto desastre. Repasé
todos los términos que podrían describir mi actual estado emocional. El teléfono de
mi escritorio sonó. No quería responderlo. Era solo alguien que quería algo de mí.
Pero era el último día de escuela antes del descanso de Acción de Gracias. Podía
reunir la energía para ser pateada en los dientes unas pocas veces más hoy.
—Marley, ¿cómo te sientes hoy? —La voz de Andrea estaba llena de simpatía
en el otro extremo.
—Terrible. Horrible. Como una gran y tonta perdedora.
—Tenía un presentimiento —dijo.
Al menos Andrea no estaba intentando ver el lado positivo de todo. Al menos
llegaste a las distritales. Al menos tuviste una temporada ganadora. Al menos Jake pensó que
te amaba. Ella sabía que tenía algo sobre lo que estar molesta.
—Solo estás diciendo eso para hacerme sentir mejor, ¿no?
—Tus sentimientos son válidos —dijo, bordeando la línea de respuesta y no-
respuesta.
—Me siento como si esta derrota fuera la gran señal de neón que estaba
esperando del universo para decirme que no estoy en el lugar correcto. Decepcioné
a un montón de gente, y ahora es el momento de que siga adelante.
—¿Qué hay de Jake? —preguntó. Podía oírla haciendo clic con un bolígrafo.
Abrir. Cerrar. Abrir. Cerrar. Era su tic nervioso. Estaba a punto de explotar.
—Jake y yo hemos llegado a un acuerdo, que sería mejor separarnos —dije
evasivamente.
—¿Ambos llegaron a ese acuerdo, o rompiste con él? —preguntó, esquivando
mi mierda.
—Oh, mira la hora. Tengo que ir a desinfectar las duchas. Tengo que irme,
Andrea.
—Escucha, como tu terapeuta a tiempo parcial y amiga a tiempo completo,
siento la necesidad de decirte cuándo estás siendo una idi…
Colgué el teléfono, luego lo desenganché y puse mi cabeza de nuevo sobre el
escritorio. Pero no fue el metal frío lo que sentí. Fue papel grueso.
Me enderecé de nuevo con un sobre pegado a mi cabeza.

Entrenadora.

Lo rasgué, enviando trocitos desiguales de papel por mi escritorio. Dentro,


encontré una tarjeta de Lo Sentimos.

Querida entrenadora,
Lamentamos haberla decepcionado.
Con amor siempre,
Tu equipo.

Oh, por el amor de Dios. ¿Por qué no podía nadie entenderlo? Yo las había
decepcionado. Me habían dado su todo y las había decepcionado.
Un segundo sobre más pequeño empujado bajo mi teléfono captó mi atención.
Estaba dirigido a Secuestradora.

Querida entrenadora,
Mi madre murió de cáncer cuando tenía seis años. Mi padre hizo una serie de pobres
elecciones de vida y ha estado dentro y fuera de prisión desde entonces. He sido trasladada de
casa de acogida a casa de acogida durante diez años. Pero Culpepper, esta escuela, este equipo,
fue la primera cosa a la que sentí que pertenecía.
Me hiciste sentir como si perteneciera.
Digo esto para hacerte sentir como una mierda épica por irse al extremo de pobre de
mí . Perdimos un juego. Gran cosa. Unas veces se gana, otras se pierde. En tu egoísta espiral
hacia abajo estás olvidando sobre todo lo bueno que hiciste esta temporada. No me
decepcionaste.
Me obligaste a unirme a tu equipo raro, hacer amigas y empezar a vivir a la altura de
mi potencial. No tengo padres que puedan agradecerte por guiar a su hija. Así que te
agradeceré yo. Gracias.
Ahora, saca la cabeza de tu culo y discúlpate con el equipo por perder tu maldita cabeza.
Sinceramente,
Morticia.
P.D. Encontré los pasteles de emergencia que guardaste en tu cajón del escritorio y me
los comí. De nada.
ice el viaje de tres horas y media a Pittsburgh en completo silencio. El
Pennsylvania Turnpike era un monótono tramo de paradas de
descanso, túneles y camiones. Había sobrevivido al lunes, usando el
vestuario como mi fortaleza personal de soledad. Me había
escabullido por la parte de atrás cuando Jake golpeó la puerta después de que sonara
el timbre final.
Mi reloj había vibrado cuando salté a mi auto y salí a toda velocidad del
estacionamiento.

Jake: Puedes correr, pero no puedes esconderte. Tenemos que hablar. Deja de ser una
cobarde.

Pero no tenía nada que decir. Todavía estaba triste, todavía estaba destrozada,
y me sentía como una imbécil por haber hecho creer a todo un equipo de chicas que
me habían decepcionado. No sabía cómo disculparme. Cómo dejar claro que yo era
la culpable.
El martes, pasé todo el día en mi colchón de aire mientras mi madre y mi
hermana compraban nuestra comida de Acción de Gracias. Me sentía como una
idiota.
El miércoles por la mañana estaba harta de mí misma y lo único que se me
ocurrió fue ir a la entrevista de trabajo.
Outreach era una empresa emergente sin fines de lucro que emparejaba a
familias necesitadas con los servicios sociales disponibles mientras que también
reclutaba individuos para hacer donaciones monetarias.
Justo el tipo de cosas que el yo de este verano habría estado buscando. El actual
yo, sin embargo, no podía molestarse en entusiasmarse por ello. Solo podía pensar
en Jake luciendo devastado, las chicas bajando del autobús llorando. Un bucle
interminable de decepción.
Encontré la oficina en un almacén fresco y renovado y me senté en un sofá con
forma de un par de labios rojos. Las paredes estaban pintadas en colores primarios
brillantes. Todos los empleados estaban vestidos casualmente con vaqueros y
sudaderas con capucha. Caminaban con iPads en una mano y cafés con leche en la
otra.
Nadie estaba ni siquiera cerca de mi edad.
Normalmente, a estas alturas, las palmas de mis manos estarían tan sudorosas
que tendría que limpiarlas antes de dar la mano. Pero estaba sentada aquí en el sofá
de labios rojos y deseaba que todo terminara para poder acurrucarme en mi colchón
de aire en casa.
Thad apareció y se presentó. Llevaba vaqueros ajustados y una sudadera con
capucha y grandes gafas de marco azul. El resto del equipo era una colección de
hipsters, slobs, y gente demasiado joven y optimista para saber que un comienzo tan
genial estaba destinado a algunos serios dolores al crecer.
Contesté con humildad las preguntas estándar de la entrevista en su sala de
conferencias acristalada. La mesa era una tabla de surf de gran tamaño. El arte en
las paredes era colorido y confuso. Alguien pasó por la puerta en un monopatín.
Era exactamente el tipo de lugar que habría estado buscando antes de mi
periodo como Barn Owl.
Thad explicó el programa de trabajo ("Entras y sales como quieras; solo haz tu
trabajo"), el rol (un paso para encabezar mi propio equipo en un año o dos), y la
declaración de la misión antes de lanzarse a las preguntas de la entrevista.
Había hecho esto con tanta frecuencia que casi podía predecir la siguiente
pregunta.
¿Cuáles son tus principales fortalezas?
Mi habilidad para fallar una y otra vez.
¿Dónde te ves dentro de cinco años?
Desempleada y soltera. La historia tiende a repetirse.
Ni siquiera estaba nerviosa. Por lo general, siempre que me entrevistaban
estaba en pánico. Necesitaba el trabajo. Estaba desesperada no solo por un empleo
remunerado sino también por un futuro brillante.
Esta vez, sin embargo… ni siquiera podía preocuparme. Esperaba que me
hiciera parecer genial.
Me llevaron con una asistente de recursos humanos que me dio el gran
recorrido. Todo eran espacios de trabajo abiertos y colores primarios. Había una
estación de café y una sala de yoga. Eran una nueva empresa que crecía con un éxito.
Era exactamente lo que había estado buscando. Estaría ocupada. Habría
espacio para el crecimiento. Habría beneficios y un código de vestimenta informal.
Y no podía, ni aun intentándolo, emocionarme por ello.
Me llevaron a comer, y empujé mi ensalada de pollo en el plato. Alguien me
preguntó sobre mi experiencia como entrenadora, y les conté sobre las chicas del
equipo. Les conté sobre nuestra temporada, dejando fuera el devastador final.
Después de la comida, me mostraron mi potencial oficina. Un cubículo
glorificado, pero con vista al río. Estaban creciendo, me aseguraron. Rápidamente.
Necesitaban un equipo de análisis de datos en el lugar lo antes posible. Y dentro de
un año, podría estar dirigiéndolo.
Todo lo que podía pensar era en cómo tenía diez o quince años de experiencia
de vida sobre el equipo. ¿Cómo podría encajar mejor aquí que en mi propia ciudad
natal?
Les gustaba. Me di cuenta. Como dije, era prácticamente una profesional de las
entrevistas. ¿Pero me gustaban? ¿Quería ser la mayor del equipo? ¿Quería pasar mis
horas de trabajo explicando qué eran los CDs y quién era Dan Aykroyd?
¿Por qué todo lo que siempre quería se siente tan equivocado?
Prometieron llamarme después de las fiestas. Estreché manos por todos lados,
le di algunos golpes de puño a la multitud que prefería los nudillos y regresé a mi
auto en el estacionamiento.
Me puse al volante y me golpeé la frente contra él. ¿Qué demonios estaba
haciendo con mi vida?
Yo: Tuve mi entrevista.
Vicky: Oh, ¿estás dejando de revolcarte en odio propio para hablar conmigo otra vez?
Bien.
Yo: Me merezco eso.
Vicky: Basta. No es divertido cuando actúas como un cachorro pateado.
Yo: Guau, guau.
Vicky: ¿Cómo fue? ¿Te ofrecieron un millón de dólares y opciones de compra de
acciones?
Yo: Creo que me van a ofrecer el trabajo.
Vicky: ¿Vas a tomarlo?
Yo: No siento que esté en posición de tomar ninguna decisión trascendental. Realmente
decepcioné a nuestras chicas. No sé cómo mejorarlo.
Vicky: Pásate por mi casa. Nos emborracharemos y escribiremos notas de disculpa.
Yo: Estaré allí en cuatro horas.
l día de Acción de Gracias fue deprimente. Yo era deprimente. Cada
maldita cosa en esta casa era deprimente. Se suponía que íbamos a
celebrar con los Weston en la casa de Jake con su bonita y espaciosa
cocina y su gran mesa de comedor. Su dulce y tonto perro.
En vez de eso, estábamos unos sobre otros en la cocina apretada de mamá y
papá luchando por preparar un festín que no habíamos planeado.
Todo porque era una cobarde de mierda.
La cacerola de pavo y brócoli fue aplastada en el horno, mientras que Zinnia
hizo todo lo posible por cocinar más vegetales saludables al vapor en el microondas
y en la estufa.
Los niños corrían por la casa, gritando y chillando, meneando zombis e
insectos gigantes entre sí. Mamá y papá estaban tomando vino a escondidas en el
garaje, fingiendo que buscaban decoraciones navideñas. Era una tradición de la
familia Cicero que la decoración navideña desapareciera por lo menos una semana
o dos después del Día de Acción de Gracias.
Y aquí estaba yo sola, raspando la salsa de arándanos gelatinosa de la lata.
Anoche fui a casa de Vicky, y con la ayuda de una botella de bourbon, escribí
tarjetas desde mi corazón a cada chica de mi equipo. Luego, como estábamos
borrachas, le pagamos a la suegra de Vicky veinte dólares para que nos llevara a la
casa de todas las chicas para que pudiéramos meter la nota en el buzón y luego gritar
¡Vamos, vamos, vamos! .
A la luz de la mañana, tenía resaca y seguía siendo miserable. Pero me desperté
con más de una docena de mensajes de corazones del equipo.
Jake probablemente estaba teniendo un gran día. Diablos, probablemente
había encontrado una nueva novia desde que rompimos. Probablemente le estaba
ayudando en la cocina, llevando un delantal, y dejando que la besara en el cuello
mientras ella mezclaba la fécula de maíz en la salsa. Exprimí la lata de salsa de
arándanos tan fuerte que se abolló por ambos lados.
El temporizador del horno sonó estridentemente, y abrí la puerta de un golpe,
derribando una silla de la cocina en el proceso. El humo se expandió.
—¡Maldita sea! —Agité un paño de cocina sobre el lío de humo. El pavo se veía
extra crujiente y no en la forma deliciosa de KFC.
El detector de humo se encendió y los tres niños salieron corriendo, con las
manos sobre sus orejas.
—¡MAMÁ!
—Eso es todo —dijo Zinnia con calma—. Me rindo. Me doy por vencida en
todo. —Dobló cuidadosamente su paño de cocina sobre el mostrador y salió a toda
prisa por la puerta trasera.
Mi madre entró corriendo y puso una silla bajo el detector de humo. Subió y lo
arrancó del techo.
—¡Listo! Eso está mejor —dijo alegremente. Tenía un bigote de vino tinto.
—Mamá, ¿puedes ocuparte de esto? —pregunté, señalando el ave ennegrecida
y la cazuela de brócoli ennegreciéndose rápidamente.
—Claro, cariño. ¡Ned! Necesito el vino al instante —llamó.
Salí por el frente, parando en el armario de los abrigos para tomar mi chaqueta
y el abrigo de lana de cachemira de Zinnia. Hacía frío y viento afuera, no ahumado
y caliente como nuestro infierno interior. Entré al patio trasero a través de la puerta.
—¿Zin? —Mi hermana, la perfeccionista fanática de la salud, estaba sentada en
el árbol, fumando un cigarrillo y temblando—. ¿Qué demonios está pasando? —
exigí.
Me ignoró, y me subí a su lado, rezando porque la rama pudiera sostener
nuestro peso combinado de adultas.
—Ten —le di su abrigo.
Zinnia lo miró y luego me dio su cigarrillo.
—¿Desde cuándo fumas?
—Desde que no puedo respirar profundamente sin uno.
Tomó el cigarrillo y respiró hondo.
—Mi vida es un maldito desastre, Marley. Soy un fracaso.
La confesión me sacudió tanto que me tambaleé en la rama del árbol y casi me
caí de espaldas. Me agarré al tronco y me enderecé.
—¿Un fracaso? ¿Tú? ¿Me has conocido? —chillé—. Dame eso. —Le quité el
cigarrillo otra vez y le di una calada.
Me ahogué, jadeé y se lo devolví. Había pasado mucho tiempo desde mis días
de Mountain Dew y los cigarrillos.
—Mírame y dime lo que ves —dijo.
Hice lo que me decía.
—Mi hermana, bella e insanamente inteligente, que tiene el marido perfecto,
una gran familia y un trabajo importante.
Se rio sin humor.
—Eso es lo que todo el mundo ve. ¿Sabes lo que veo cuando me miro en el
espejo?
—¿Qué?
Tomó otra calada y soltó un lento chorro de humo.
—Una mujer exhausta cuyo marido dejó de estar interesado en el sexo hace
seis meses. Cuyos hijos no se divierten en absoluto, excepto en la única época del
año en que están en casa de los abuelos. Mi trabajo… trabajo siete días a la semana.
Porque si pierdo algo, si me tomo un día libre y apago mi teléfono, algún bebé en
algún lugar podría morir porque no los conecté con los recursos adecuados. La gente
muere cuando no hago mi trabajo.
—Zin, ¿por qué no dijiste nada?
—¿Qué se supone que debo decir? Quejarme de mi vida perfecta y de mi
familia perfecta. ¿Lloriquear sobre lo difícil que es hacer que todo funcione?
—¡Sí! ¿Cómo se supone que voy a saber que tu vida no es perfecta? Zin, me
habría presentado en tu puerta. Habría ayudado.
—Nadie puede ayudarme —dijo, y escuché el familiar muro de piedra en su
voz. Zinnia tenía la cabeza más dura que cualquiera de esos burros de baloncesto—
. Nadie puede hacer todo lo que hay que hacer como yo quiero que se haga.
Me estaba tambaleando. La mujer que yo quería ser estaba sentada a mi lado
al borde de un ataque de nervios.
—¿Dónde está Ralph? —pregunté.
Ella soltó otra risa amarga.
—Probablemente sentado con los pies en la mesa de café en ropa interior
disfrutando de la paz y la tranquilidad. Los cirujanos cardíacos necesitan tiempo de
inactividad —repitió como un loro en un tono de barítono—. Está tan ocupado
salvando vidas que no tiene tiempo para la familia. Para mí. Se olvidó de nuestro
aniversario. No puede recordar el nombre de Rose la mitad del tiempo. Pasamos
días sin vernos.
—Pero siempre han parecido estar bien —presioné.
—¿Bien? —resopló—. Estamos en un lugar donde todo es más importante para
nosotros que nuestra relación, nuestra familia. Eso no es bueno, M.
Una sola lágrima rodó con elegancia por su mejilla.
Respiró estrepitosamente.
—Es como si ya estuviéramos separados. Aunque vivamos juntos. Ni siquiera
le dije que iba a venir. No se dio cuenta de que nos habíamos ido durante dos días
porque estaba viajando a una convención.
—Zin, lo siento mucho. —Le apreté el hombro, deseando que hubiera algo que
pudiera hacer para quitarle el dolor.
No quería apropiarme de la crisis de mediana edad de Zinnia, pero si esto es
lo que se produce por ser importante, ¿realmente lo quería?
—¿Qué vas a hacer? —pregunté. La mujer que tenía todo lo que yo quería era
tan miserable como yo.
—No tengo ni idea. Pensé en venir a casa y reagruparme. No sé quién soy sin
un trabajo que me robe la vida. No sé qué clase de madre soy sin sobre programar y
sofocar la creatividad y la diversión de la infancia de mis hijos. Los superviso en
todo porque tengo miedo de que si no me ocupo de cada pequeño detalle, se
conviertan en matones, o se enfermen, o entren en una vida de drogas. —Dio otra
calada al cigarrillo—. Siempre te he envidiado, sabes.
—¿A mí? —chillé—. ¿Por qué?
—Eres libre para ser tú. Si algo no encaja bien, sigues adelante e intentas otra
cosa. Estoy atascada. Me he metido en un agujero tan profundo en este trabajo que
no puedo dejarlo o la gente morirá, literalmente.
Oímos un ruido al lado. Desde nuestro punto de vista en el árbol, vimos a Amie
Jo, con pantalones a cuadros y un glamoroso suéter rojo; cerrar de golpe la puerta
corrediza del patio. Tenía una botella de vino abierta en una mano. Se quedó
mirando la cubierta de la piscina, con su cuerpo rígido. Y luego gritó.
No era el grito de un animal herido. Era un grito de guerra.
odo bien por allá? —le grité.
Se dio a vuelta y nos encontró en el árbol.
—¿Quieres un cigarro? —ofreció Zinnia, alzando el
paquete.
—Lo que quiero es quemar esta casa con todos dentro —dijo furiosa Amie Jo.
—Bueno, por qué no traes tu vino aquí y empezamos con un cigarro. Entonces,
si quemar la casa todavía es la respuesta, te ayudaremos —ofrecí.
Lo pensó por un minuto y luego alzó un dedo. Desapareció dentro de su casa
y reapareció por el porche trasero un minuto después. Tenía dos botellas de vino y
un esponjoso abrigo de invierno. Amie Jo trotó hacia la verja separando nuestros
patios y dejó caer las botellas de vino en la hierba al mismo tiempo.
Se impulsó hacia la verja y trepó por encima.
Zinnia y yo nos desplazamos más lejos en la rama, y Amie Jo entregó el vino.
Tiré de ella hacia arriba y se acomodó en la rama junto a mí. Crujió un poco.
—¿Un Acción de Gracias duro? —inquirí.
Zinnia encendió otro cigarro y se lo entregó a Amie Jo.
Lo aceptó y quitó el corcho de la primera botella de vino.
—Mi hermana acaba de anunciar que se va a casar por cuarta vez. Su hija,
Lisabeth, está embarazada con el hijo de algún vago. Y pero de todo, mis suegros
me odian —anunció Amie Jo.
—¿Qué? Travis y tú han estado juntos desde el último año.
—Y me han odiado desde entonces. Creen que me embaracé a propósito en la
universidad para que Travis tuviera que casarse conmigo. Para ellos, solo soy una
reina del baile caza-fortunas.
Zinnia y yo compartimos una mirada.
—Bueno, eso no es justo para ti —le dije a Amie Jo.
—¡Lo sé! ¡He hecho todo lo que puedo para lograr gustarle a esa gente horrible!
Les di hermosos nietos. Me aseguro de que su hijo tenga una casa de la que pueda
estar orgulloso. Una esposa de la que pueda presumir. Somos miembros honorables
de la comunidad, y el pavo todavía está demasiado seco, y la casa todavía está
demasiado ventilada, ¡y tal vez no debería haber mostrado tanto escote en una cena
familiar!
Amie Jo tomó un aliento jadeante y un trago de vino antes de pasarme la
botella.
—Estoy teniendo una experiencia extracorpórea aquí —admití—. Pensé que
ustedes dos tenían vidas perfectas.
Zinnia y Amie Jo compartieron una risa un poco histérica.
—De todas nosotras, eres la más feliz —dijo Amie Jo acusadoramente.
—¿Feliz? No soy feliz. Soy jodidamente miserable. ¡Mi vida es un fracaso tras
otro!
Zinnia resopló.
—Olvidé el cumpleaños de Chandler este año. Lo preparé y lo envié a casa de
un amigo a quedarse a dormir porque tenía una subvención que necesitaba terminar.
La madre de su amiguito me dijo al día siguiente cuando lo recogí que Chandler les
dijo que era su cumpleaños. Por lo general, soy una madre que no es tan buena.
—Mis hijos aprendieron de mí que las apariencias son mucho más importantes
que en realidad ser feliz —anunció Amie Jo—. Les he enseñado que selfies geniales
en Instagram son más importantes que ser una buena persona.
—Ayer, Edith me dijo que me odiaba porque dejé a Rose ver dos películas
consecutivas porque no podía soportar oír otra palabra salir de su descarada
boquita. Y la proposición de subvención en la que pasé tres meses de mi vida fue
denegada, y tuve que llamar a la organización quirúrgica móvil y decirles que no
recibirían los doscientos mil dólares con los que contaban el próximo año.
—Me lleva dos horas en la mañana prepararme porque no quiero que mi
marido me sea infiel de la manera que mi padre le es infiel a mi madre —confesó
Amie Jo, mirando sobre su hombro hacia su casa.
—¿Te encierras en el baño para llorar? —cuestionó Zinnia.
—Una vez a la semana. Durante veinte minutos —dijo Amie Jo.
—Me siento en la bañera vacía.
Miré de una a otra entre las mujeres y me pregunté cómo en el infierno nunca
supe nada de esto.
—No lo entiendo. Desde fuera, todo parece tan perfecto. ¿Qué hay de tu
publicación con el hashtag bendecida, que dejaste hoy en Facebook? —le pregunté
a Amie Jo.
—Esas son redes sociales —resopló Zinnia, tomando un trago de vino.
—Exactamente. Ese es un momento destacable. Las redes sociales son cómo
fantaseas que debería ser tu vida. No la realidad. —Amie Jo me miró como si fuera
una idiota—. Nadie en realidad quiere saber cómo te sientes de verdad.
Bebí más vino. No podía entender esto.
—Ustedes chicas, ¿no son felices? ¿Incluso con el dinero y los maridos y los
hijos?
—Estoy exhausta —dijo Zinnia.
—Soy miserable. La cantidad de atención que necesito solo para estar bien es
aterradora —dijo Amie Jo.
—Tenías algo real con Jake —me dijo Zinnia.
—¿Tenías? No hiciste nada estúpido, ¿verdad, Marley? —Amie Jo estaba
horrorizada.
—Rompí con él —confesé.
Amie Jo jadeó tan fuerte que la rama crujió.
—¡Eso es estúpido! ¿Quién no querría a Jake Weston? Infiernos, yo quiero a
Jake Weston y estoy casada.
—Solo se suponía que estuviera aquí hasta el final del semestre. ¡Era una
posición temporal! Quería hacer algo más grande, más importante que enseñar la
clase de gimnasia.
—¿Qué hay de tu equipo? —inquirió Zinnia.
—Esas chicas tenían el mayor récord de derrotas en la historia de la escuela.
Les enseñaste a trabajar juntas y confiar las unas en otras —señaló Amie Jo.
—¿Sabes cuán épicamente imposible es hacerlo a esta edad? ¿Enseñar a unas
mujeres que son hermanas, no enemigas luchando por el último maldito pedazo de
pastel? —preguntó Zinnia mientras balanceaba la botella de vino salvajemente.
—Quería hacer algo como lo que haces. Algo que haga una diferencia real —le
dije, todavía intentando explicar mis esperanzas y sueños.
—Odio mi trabajo, Marley. Lo odio —anunció Zinnia con cuidado—. Mi
escritorio y bandeja de entrada están llenos de fotos de lo que las minas terrestres y
las heridas de bala y el pobre cuidado médico le hacen a la gente. Cada día me estoy
ahogando en ellas.
Tomó otra calada de su cigarrillo. Bebí profundamente del Chardonnay.
—¿Qué hay de esa princesa gótica Libby? Mira lo que hiciste por ella este
semestre —dijo Amie Jo, rompiendo el silencio—. Hiciste una diferencia para ella.
¡La hiciste popular!
—¿Lo que Jake y tú tenían juntos? Eso no sucede a menudo, y eres mi hermana
y te quiero, pero eres una completa estúpida por arruinarlo —dijo Zinnia,
pinchándome con el dedo en el hombro.
—¡Oye!
—Eras feliz, M —dijo mi hermana—. Como muy feliz. Y quiero empujarte de
este árbol un poco por no reconocerlo.
—Ugh. Tú la empujas del árbol y yo le lanzaré una botella de vino —intervino
Amie Jo—. Él la ama por quien es. Ni siquiera tiene que molestarse con maquillaje o
cepillar su cabello la mitad del tiempo, y Jake la mira como si fuera Gisele Bündchen
frente a una cámara. Es asqueroso.
—Bueno, esto es divertido y todo, pero centrémonos en ustedes dos —sugerí.
—Sabes, creo que eso es lo que más odio de ti —comentó Amie Jo—. No tienes
que intentarlo. No tienes que llevar extensiones y zapatos que te hacen perder las
uñas de tus pies. No tienes que pasar seis horas a la semana en una cama de
bronceado asustada de que tu marido te deje si no estás lo bastante bronceada. Les
gustas a todos genuinamente simplemente por ser tú.
—Sí, nadie te está invitando a sus eventos de etiqueta porque ayudaste con su
recaudación de fondos o realzaste su perfil político —dijo Zinnia, dejándose llevar
por el espíritu.
—Pero estás haciendo grandes cosas. Cosas importantes —le recordé.
—El noventa por ciento de lo que hago es besar culos. ¿Es eso grande? ¿Es eso
importante? Nunca he tenido una persona en mi oficina que me admire como todas
esas chicas en tu equipo te admiran. Te adoran. Te respetan.
—Igual que Jake —se quejó Amie Jo—. ¿Sabes cuánto tuve que trabajar el
último año para asegurarme de que ustedes dos no terminaran juntos?
—¿Qué? —espeté.
—¿Recuerdas que te pidió ir al baile de bienvenida y cambió de idea? —dijo.
—¿Te lo contó? Por supuesto que te lo contó. Dijo que cambió de idea y que te
iba a llevar. Eras más su tipo. —Mi voz era dos octavas más alta de lo normal.
—Jake no te pidió ir al baile de bienvenida. Yo lo hice. Y luego pretendí dejarte
plantada por mí —insistió Amie Jo.
—Pequeña y diabólica…
—Lo sé, ¿verdad? —dijo, sacudiendo sus hombros—. La gente siempre
subestima un rostro lindo y tetas bonitas.
Zinnia resopló una risa. Nunca la había oído hacer eso antes.
—Es bueno que te rindieras tan rápido —continuó Amie Jo—. De lo contrario,
lo habrías descubierto, hubieran empezado a salir, se habrían enamorado y casado.
Qué nauseas.
Me golpeó en una oleada de náusea y verdad. ¿Cuántas veces le había vuelto
la espalda a lo que era bueno en la vida porque no me sentía como si fuera lo bastante
buena para ello? ¿Cuántas veces me había recordado a mí misma que Jake solo iba
a cambiar de idea sobre mí de nuevo?
Había sido feliz y amada. Y entonces lo había jodido todo. A más no poder.
Amaba a Jake. Amaba su confianza arrogante. Su descuidado estilo de vida. Su
compromiso con sus estudiantes. Su perro bobo. Su familia. Amaba que hacía la vida
mejor cada día para alguien.
—Tenías lo que todas queremos —me dijo Amie Jo.
—Y entonces lo desechaste. —Zinnia suspiró—. Si no fueras mi hermana, te
odiaría.
—Llegas a la ciudad, toda misteriosa e interesante —se quejó Amie Jo—. Y
entonces te cagas en todo lo que es importante para mí.
—”ueno, eso es un poco injusto…
—La popularidad es un privilegio. Era popular y he hecho todo en mi poder
para hacer a mis chicos populares. He estado escogiendo a sus amigos, supervisando
sus actividades y asegurándome de que todo lo que hacen cimenta su posición en
este mundo. ¡Y aparece Marley Cicero para arruinar todo otra vez justo como en el
baile de bienvenida! —Abrió la segunda botella de vino y la balanceó salvajemente.
—No estoy intentando arruinar tu vida o las vidas de tus hijos. Lo prometo.
Solo intento mostrarles a todos que respetarse unos a otros es más importante que
probar que eres mejor que todos los demás.
—Pero si todos son populares y aceptados, ¿dónde deja eso a mis chicos?
—No lo sé. ¿Felices? ¿Equilibrados? ¿Listos para enfrentar el mundo adulto con
corazones amables?
—¡Pfft! Cuando seas madre… bueno, es demasiado tarde para ti. Tus ovarios
probablemente se cerraron hace años. —Amie Jo resopló.
—Probablemente —dije en acuerdo.
—Pero cuando eres madre, lo único que importa es lo bien que resultan tus
hijos. Son un reflejo directo de quién eres como ser humano. Mis niños son más
tontos que una caja de piedras. Todo lo que tienen es su aspecto y su popularidad.
Insegura de qué decir, palmeé incómodamente su hombro mientras bebía vino.
—Sé lo que la gente dice de mí a mis espaldas. Me quedé embarazada en la
universidad. Me casé con un hombre que podía cuidar de mí. Me visto como si fuera
una stripper retirada.
—Nunca oí a nadie decir eso —mentí.
—No entienden cuán duro es. Ser una madre y una esposa y trabajar. ¡Estoy
colgando de mis malditas uñas aquí! Y no sé por qué les estoy contando todo esto.
No es como no tuvieran preocupaciones en su vida —se quejó.
—Amie Jo, creo que un montón de mujeres están en el mismo lugar que tú,
sintiendo las mismas cosas que estás sintiendo —le dije.
—Me bebo una botella de Chardonnay cada noche. —La confesión de Zinnia
fue dada como un globo liberando su aire.
—El momento destacado de mi vida fue ser coronada reina del baile. Todo ha
ido cuesta abajo desde ahí —respondió Amie Jo.
—Lo siento mucho por el baile de bienvenida —dije, empezando a entender
cuán importante había sido esa corona para ella.
—Probablemente lo merecía.
—Tal vez un poco —dije en acuerdo.
—Necesitas ir a rogarle a Jake que te perdone —dijo Amie Jo, tomando un trago
de la botella.
—Sí, es verdad —añadió Zinnia.
Fue entonces cuando la rama se rompió con un crujido de astillas y todas
caímos.
o estaba de humor para entretener. Aun así, aquí estaba, poniendo
en un plato los filetes envueltos con tocino del tío Max. Toda la
familia estaba en mi casa viendo la televisión, pasando el rato en la
cocina, preparando la mesa en el comedor.
Y aun así me sentía completamente solo.
Marley debería estar aquí. Sentía su maldita presencia por toda la maldita casa.
No solo estaba siendo espantado por mi abuela, sino que ahora tenía el
fantasma de Marley en los nuevos platos que me había ayudado a elegir. En el
mobiliario arreglado en la sala de estar. Las nuevas cortinas. La falta de desorden y
polvo y viejos recipientes de comida para llevar.
Se había deshecho de todo, haciendo la casa de la abuela mía. Nuestra. Y ahora
no estaba aquí. Nuestro nuevo comienzo ya había terminado.
Me gustaba la ira. Se sentía mejor que el dolor que seguía intentando burbujear
a la superficie. Nunca siquiera lo había intentado. No había regresado mis llamadas,
mis mensajes. No había aparecido en mi puerta rogando mi perdón. Nada había sido
real para ella. Me sentía usado y descartado y estúpido.
—Estás aplastando los aperitivos —comentó el tío Lewis.
—Lo siento —dije, respirando hondo e intentando suavizar mi agarre en los
filetes.
—Sé que no se supone que hablemos sobre Tú Sabes Quién o Tú Sabes Qué —
empezó el tío Lewis.
Ya estaba sacudiendo la cabeza.
—No quiero hablar de ello —dije por decimonovena vez.
—¿Amas al chico? Quiero decir, a la chica —dijo Lewis—. Lo siento, la fuerza
del hábito.
Dejé de golpe el último filete en el plato.
—Lo hacía.
—Vaya, ¿qué pasa con el pasado ahí, gruñón? —inquirió Max.
—Le dije que la amaba. Le pedí que se quedara en Culpepper. Y me dejó. Me
recordó que teníamos un trato y que todo esto era solo temporal. Quiere más.
—¿Más qué? —preguntó Lewis.
—¡Eso es lo que dije! Me niego a estar enamorado de una idiota.
Lewis y Max intercambiaron una mirada.
El timbre sonó.
Fui pisoteando a la puerta principal y la abrí. Marley estaba en mi tapete de
bienvenida. Tenía un labio partido y una venda de mariposa sobre su ceja. Su brazo
estaba en un cabestrillo.
—¿Qué diablos te pasó? —exigí. No pude detener la ráfaga automática de
preocupación, pero pude esconderla tras un mal temperamento.
—Me caí de un árbol —dijo rápidamente—. Pero no es por eso que estoy aquí.
—¿Pensaste algunas maneras más de destruir mi confianza?
Homer, el traidor, empujó su rostro entre mi pierna y la puerta y se contoneó
hacia Marley. Ella se inclinó para acariciarlo con su brazo bueno.
—Vine a decirte que tenías razón —explicó, todavía mirando a Homer.
—Genial. Gracias. Me alegra oírlo —dije con sequedad. Empecé a cerrar la
puerta. Podía quedarse al imbécil de mi perro. Ya tenía mi corazón. ¿Por qué no
tomar a mi perro también?
—¡Jake! ¡Espera! —Golpeó su mano buena contra la puerta—. Estoy intentando
disculparme.
—¡Intenta besarlo!
Asomé mi cabeza por la puerta y localicé a Zinnia y Amie Jo colgando de la
ventanilla trasera del auto de Ned Cicero. Ned estaba en el asiento del conductor y
me saludó.
Le devolví el saludo.
—¿Qué diablos está pasando?
—No quiero lo que pensé que quería —dijo rápidamente—. Te quiero y a
Culpepper y a Homer. Quiero enseñar gimnasia y ser entrenadora de fútbol. Quiero
dormir hasta tarde contigo los domingos. Quiero correr media maratón y pasar mis
veranos en viajes por carretera contigo.
La esperanza se revolvió en mi pecho e intenté aplastarla. Pero era una cabrona
resbaladiza.
—Pensé que querías más —le recordé.
—No hay más que lo que encontré contigo. Era feliz contigo, y me asustó, Jake.
He pasado toda mi vida intentando ser lo bastante buena. Y llegas y ni siquiera
exiges que me pruebe a mí misma. Solo me amas como el desastre que soy.
—¿Qué pasa con ese trabajo en Pittsburgh? —cuestioné.
Sus ojos se ampliaron.
—Sí, pequeña ciudad. ¿Recuerdas? —dije.
Si no habían hecho una oferta y yo era el segundo plato… bueno, lo aceptaría,
pero no estaría feliz al respecto.
Homer vio a las mujeres colgando de la ventana del auto y fue corriendo a
saludarlas. Saltó por la ventana abierta y se acomodó en el asiento del pasajero.
—Tengo algo que confesar. Eres mi segunda parada hoy —dijo con una
pequeña sonrisa.
—¿Cuál fue la primera?
—Me aparecí en el almuerzo familiar de la directora Eccles y le pregunté si me
consideraría para una posición permanente. Alerta de spoiler: incluso aunque estaba
sangrando y un poco borracha con Chardonnay, dijo que sí. Así que deberías saber
que estaré por aquí incluso si no eres lo bastante magnánimo para aceptarme de
nuevo. Me verás cada día de tu vida.
Pasé una mano por mi boca para cubrir la sonrisa que estaba intentando
aparecer.
—¿De verdad?
Asintió.
—Y todavía voy a correr. Así que probablemente me encontraré contigo por
las mañanas antes de la escuela. Y pediré tu ayuda para estudiar para la Praxis ya
que voy a ser una profesora auténtica en una posición permanente.
—Supongo que sería muy incómodo para todos si estuvieras todavía aquí y
hubiéramos roto —comenté, pasando un dedo por su cuello y enganchándolo en su
suéter. Tiré de ella un paso más cerca.
—Mucho. —Asintió, sus ojos serios—. Estarías haciendo un servicio a tu
comunidad al aceptarme de nuevo.
—Y supongo que mis tíos estarían agradecidos por convertir mi pocilga en un
hogar.
—¡Hola, Marley! —corearon mis tíos detrás de mí.
Ella saludó sobre mi hombro antes de devolverme su atención.
—Mira, Jake. Sé que metí la pata a lo grande. Sé que te hice daño. Y lo siento
mucho. Lo haré mejor si me das una oportunidad. Me has hecho darme cuenta de
algo. No soy un desastre o una perdedora. Y solo porque las cosas no van
exactamente de la manera que creo que deberían, no significa que no sean perfectas
de la manera en que son.
Me quedé en silencio por un instante. Sin confiar en mi voz.
—Hay algo más —dijo, respirando hondo—. Lee estos. —Sostuvo dos pedazos
viejos de papel de cuaderno. Los pliegues eran tan profundos que prácticamente
eran desfiladeros en el papel.
Abrí el primero.

Marley
Tú y yo. Baile de bienvenida. No se lo digas a nadie. Tenemos que hacerlo bien, ya que
acabas de romper con Travis. Nos vemos en el baile.
Jake

Horrorizado, busqué su rostro.


—Mars, ¿parezco el tipo de chico que le pide a una chica ser mi cita secreta en
una nota? —exigí.
—No, no lo pareces. Y lamento haber pensado siempre que lo hiciste. Lee el
otro.
Leí, me encogí.

Marley,
Decidí llevar a Amie Jo al baile. Ella obviamente es más mi tipo. Buena suerte con todo.
Jake.
—¿Pasaste veinte años creyendo que te dejé por Amie Jo? —Tantas cosas
encajaron en su lugar. Su preocupación de que siguiera adelante y la olvidara. Su
reticencia a confiar en mí. Diablos, no podía creer que me había dejado acercarme a
ella después de pensar que era capaz de tal movimiento de imbécil.
Asintió.
—Demonios, era un idiota en la escuela, pero no era tan idiota.
—Lo siento, Jake —gritó Amie Jo en un tono cantarín, colgando de la ventana
del asiento trasero.
—Siento haberte guardado rencor por algo que no hiciste hace dos décadas —
dijo Marley, atrayendo mi atención de nuevo.
Mi cabeza estaba girando. Era un montón que asimilar para un chico que había
pasado los últimos varios años en la miseria.
—Así que solo tengo una pregunta. ¿Por qué no me pediste que fuera al baile
de bienvenida? —cuestionó—. Me besaste. Parecías interesado.
—Tenía un fin de semana al mes para visitar a mi madre en Jersey. Ese era el
fin de semana. Además, no tenías un novio secreto… oh, mierda. —La comprensión
se apoderó de mí. Amie Jo, esa diabólica titiritera adolescente.
La cabeza de Marley giró de golpe en dirección al auto tan rápido que pensé
que podría añadir una tensión cervical a su lista de heridas.
—¡Oops! Olvidé mencionar esa parte —dijo Amie Jo alegremente—. ¡Lo
siento!—Homer le lamió el rostro.
Marley puso los ojos en blanco y me devolvió su atención.
—Ella es básicamente maquiavélica. —Suspiró Marley.
—¿Se golpearon todas sus cabezas? —pregunté.
Marley me ignoró mientras intentaba echar un buen vistazo a sus pupilas.
—Te amo —dijo—. Mucho. Tan grande y ancho y más. Eres el más que he
estado buscando toda mi vida. Y te amo, y espero que aún me ames a pesar de que
fui una imbécil y te dije que no sabías qué era el amor.
Homer ladró desde el auto como si estuviera respondiendo por mí.
—¿Crees que hay una oportunidad de que puedas perdonarme? —susurró.
—Eso depende. ¿Crees que podrías ser feliz viviendo aquí conmigo? —
pregunté, pasando mi dedo por su clavícula.
Asintió.
—Sí. —Su voz se quebró—. Muy feliz. Muy, muy feliz.
—Cariño. —Limpié las lágrimas calientes en sus mejillas y me incliné para
besarla.
—Ay —dijo cuándo toqué su labio hinchado.
—Lo siento. —Besé la esquina de su boca.
—¡Yuju! —Amie Jo y Zinnia celebraron desde el asiento trasero.
Ned tocó el claxon.
—No olvides preguntarle —chilló.
—Oh, eh, sí. Si hacemos las paces y todo, ¿te importaría que mi familia viniera
a cenar esta noche? Quemamos nuestro pavo.
—Cuantos más mejor —respondí—. Ahora, ¿qué diablos te sucedió?
—Te lo dije. Zinnia, Amie Jo y yo nos emborrachamos y nos caímos de un árbol.
as luces eran tenues. Los niños, incluyendo a mis sobrinos, los sobrinos
de Jake, y Libby y sus hermanos adoptivos estaban viendo una película
navideña en la sala de estar en el suelo mientras Homer roncaba en el
sofá. Mis pantalones estaban desabrochados después de comer tres
platos de todo.
Lewis estaba abriendo nuestra novena botella de vino, y Jake estaba
sosteniendo mi mano debajo de la mesa mientras interrogaba al novio de su madre
en el fondo.
Todo era casi perfecto. Amie Jo y mi hermana estaban borrachas y
compadeciéndose en un rincón de lo difícil que era mantener la perfección.
Mi madre estaba disfrutando de un animado debate con Max y Adeline sobre
el sistema educativo. Papá y la mamá de Jake estaban en la cocina lavando platos y
hablando del pasatiempo de Louisa de pintar acuarelas. Rob, que había estado
despierto con uno de los chicos anoche, estaba dormido en la mesa del comedor.
Mis dolores de la caída estaban cómodamente entumecidos por demasiada
comida, demasiado vino y demasiado amor.
No tenía que estar ahí fuera marcando la diferencia para miles de personas
para poder importar. Podría hacer mi diferencia una persona a la vez. Empezando
por mí. No había ningún otro lugar en el mundo en el que prefiriera estar. Y ese era
el secreto, me di cuenta. No importaba cuál era mi salario. Si tenía o no una oficina
en la esquina y un asistente. Este sentimiento, esta satisfacción, era lo que más
importaba.
Amar y ser amado. Y eso era lo más importante del mundo.
Jake se inclinó y me susurró al oído.
—¿Qué te parece si nos escabullimos arriba para tener un poco de sexo de
reconciliación muy tranquilo?
—Digo que mientras no tenga que moverme mucho, soy toda tuya. Odiaría
vomitarte encima la salsa.
—Vamos a tomar algunos antiácidos primero para estar seguros —dijo con un
guiño.
Lo seguí hasta la cocina donde revisó los armarios. Metí la cabeza en la sala y
miré los pequeños cuerpos esparcidos por el suelo, con la atención pegada al
televisor.
Libby sonrió y saludó con la mano desde el extremo del sofá. La cabeza de
Homer estaba en su regazo y Rose estaba aplastada contra su costado.
La saludé de vuelta, sintiéndome cálida y confusa. Su madre adoptiva estaba
trabajando un turno doble hoy, así que recogimos a todo el clan de niños y los
trajimos a casa de Jake.
Jake sacudió la botella de Tums.
—¿Quién quiere?
Escuché a adultos de todos los rincones decir ¡Yo!
Jake estaba ocupado repartiendo antiácidos cuando sonó el timbre.
—Yo voy —me ofrecí como voluntaria.
Homer refunfuñó y se arrastró a regañadientes fuera del sofá para unirse a mí.
Abrí la puerta y parpadeé.
El marido de mi hermana, Ralph, y Travis estaban en el porche luciendo
incómodos.
—Mmm. Hola —dije.
—Hola. ¿Están nuestras esposas aquí? —preguntó Ralph—. Y antes de que
sientas que necesitas mentir por Zinnia, deberías saber que rastreé su teléfono hasta
aquí.
—Eh. Bueno, ¿tal vez? —Mi sentido de la lealtad me decía que necesitaba
consultar primero con Zinnia y Amie Jo antes de admitir que estaban aquí. Y
borrachas.
—¡Hola, papi! —Edith se asomó a mi alrededor y saludó a su padre.
La cara de Ralph se suavizó y se inclinó para levantarla.
—Hola, cariño.
—¿Por qué no entran los dos, y veré si puedo encontrar a sus esposas? —
sugerí—. Esperen aquí.
Entré en el comedor donde Zinnia y Amie Jo se reían histéricamente por nada.
—Sus maridos están aquí —siseé.
—¿Quién? —preguntó Amie Jo. Tenía una abrasión en la mejilla, un ojo
morado y un dedo medio roto.
—Tu esposo, Travis, y tu esposo, Ralph —dije, señalando a cada uno de ellas
por turno.
—¿Qué pasa con ellos? —preguntó Zinnia. Tenía un corte en la frente y un
rasguño en el cuello. Su hombro había sido dislocado y reacomodado.
—Están aquí —enuncié cuidadosamente, esperando que mis palabras llegaran
a ellas a través del río de vino que habían ingerido.
—¿Dónde? —preguntó Amie Jo.
—Oh, por el amor de… sus esposas están aquí —grité. Los hombres
aparecieron en la puerta, y yo salí corriendo por seguridad, llevándome el último de
los utensilios. Amie Jo era más bien una conspiradora. Pero Zinnia enfadada era
nueva para mí. No sabía si me apuñalaría por la espalda.
—¿Qué está pasando ahí dentro? —preguntó Jake, asintiendo con la cabeza en
dirección al comedor.
—Se están reconciliando o rompiendo.
—Es la distracción perfecta —dijo, arrastrándome por el brazo bueno hacia las
escaleras.
Nos escabullimos arriba, riéndonos. Estaba oscuro en el segundo piso, y Jake
jugueteó con el interruptor de la luz mientras me empujaba al dormitorio. Nuestro
dormitorio, pensé. Pulsó el interruptor y los apliques de la pared cobraron vida. La
cama estaba hecha con… ¿era ropa de cama nueva?
—¿Qué piensas? —preguntó, frotando mi hombro.
El edredón era de un bonito y varonil azul marino. Simple, sencillo, y mil veces
mejor que el edredón que había tenido antes. Las almohadas, bueno, había una
montaña de ellas. Azules y grises.
Me arrastré hasta el colchón y caí de espaldas sobre ellas.
—Ahhh. Esto es muy bonito —susurré.
Se deslizó a mi lado y me hizo rodar cuidadosamente hacia un lado para poder
acariciarme. Su cuerpo contra el mío era lo que más buscaba. Esta habitación. Esta
cama. Esta casa. Esta vida. Estaba segura. Y solo me había hecho falta un radio
fracturado, una hermana honesta y una némesis miserable para que recibiera el
mensaje.
—Te amo, Jake Weston —susurré.
Me pasó la mano por el pelo.
—Te amo, Marley Cicero. —Sus labios me hicieron cosquillas en la oreja. Sentí
que se había puesto duro contra mí, pero no hizo ningún movimiento para
arrancarme la ropa. Me abrazó como si no hubiera nada más en el mundo que
prefiriera hacer.
—¿Dónde vamos a poner el árbol de navidad? —pregunté, mirando por las
ventanas sin cortinas.
Lo sentí sonreír.
—Creo que uno en la sala de estar y tal vez uno pequeño aquí arriba.
—Me gustaría eso —confesé.
Jake me besó el cuello suavemente, dulcemente, tomándose su tiempo.
Y me sumergí en ese amor, esa bondad, esa anticipación de todas las cosas
buenas por venir.
—¿Has pensado en si quieres ser la señora Cicero o la señora Weston? —
preguntó, deslizando su mano bajo mi suéter para acariciar mi pecho.
e van a levantar? —exigió la voz sufrida a través de la
puerta.
—Es verano —me quejé. A mi lado, Jake se puso el
edredón sobre su cabeza y se acurrucó más cerca.
—No es verano. Es la graduación. Mañana es verano.
—Ser maestro es difícil —gemí contra la almohada. Había sobrevivido todo un
año escolar como profesora de gimnasia. Bien, reconozco que lo tenía más fácil que
la mayoría de la escuela. Pero, aun así. Me había estado levantado temprano desde
agosto. Sentí que merecía una mañana tardía con mi guapo novio.
—Es mediodía. Tienen dos horas para comer, ducharse y ponerse presentables.
—No se va a ir —bostezó Jake.
—¿Alguna vez sientes que es más nuestra tutora legal que nosotros la suya? —
pregunté.
—Solo cada día —dijo con una risa somnolienta antes de poner una almohada
sobre su cabeza.
Refunfuñando, me levanté de la cama, me puse un pantalón de pijama y una
camiseta, y abrí la puerta.
Libby me sonrió.
—Mírate, toda perfecta.
—Cierra la boca, sabelotodo. ¿Por qué estás tan emocionada, de todos modos?
Aún te queda un año entero de los horrores del instituto.
—Las amigas que me obligaste a hacer se gradúan hoy. Así que, realmente, mi
emoción y tu llamada para despertarte a las doce y cinco de la tarde son tu culpa. —
Me puso una taza de café en las manos.
—Bendita seas, niña. No tendrás por casualidad otros cinco o seis hermanos
que podamos acoger, ¿verdad? El césped se está poniendo un poco alto, y sería
bueno tener un niño designado para llevar la basura —reflexioné.
La seguí abajo y me detuve a darle a Homer un descuidado beso de buenos
días.
—Te sacaré esta noche, amigo, y pararemos a comer un helado —le prometí.
Gruñó con excitación.
Libby tomó el portátil que Jake le había comprado para su cumpleaños en
primavera.
—Ahora que uno de ustedes está levantado, voy a pasar un rato en el porche.
—¿Obsesionada con las universidades otra vez? —me burlé. Una de las
mejores cosas de convertirnos en los tutores legales de Libby era decirle que la
universidad estaba en la mesa si ella quería que lo estuviera. Nuestra normalmente
fría y compuesta niña había chillado su alegría y nos abrazó de vez en cuando
durante tres días seguidos. Desde entonces, había investigado cada una de las
universidades de la Costa Este. Libby había reducido su lista a doce escuelas.
—Tal vez —sonrió.
—Te haré un sándwich. —Le hice señas para que se fuera y busqué en la nevera
y elaboré tres deliciosos sándwiches de mortadela. Le llevé el sándwich de Libby y
corrí arriba con los otros dos.
Jake roncaba suavemente en nuestra cama, así que abrí las cortinas con ayuda,
inundando la habitación con luz.
—La entrega del almuerzo —dije alegremente, deslizando su plato en la mesa
de noche—. Si no te despiertas y te lo comes en dos minutos, Homer lo hará por ti.
—Mmm —dijo Jake. Pero su mano salió serpenteó fuera de las sábanas y me
agarró la muñeca—. Vuelve a la cama.
¿Había algo más sexy que el dios del sexo en la cama con la cabeza de Jake
Weston haciéndome señas bajo las sábanas? No. ¿Estaba cayendo en la trampa
cuando tenía una hora y media para prepararme para mi primera ceremonia de
graduación de la escuela secundaria como adulta? Aparentemente sí.
Dejé que me metiera bajo las mantas, que me envolviera en sus brazos
tatuados. Disfruté del calor de su cuerpo contra el mío. El tacto de su piel mientras
me acariciaba sobre la mía. El sabor de su boca. La aspereza de su mandíbula
mientras me raspaba el cuello y el hombro.
Me acarició los pechos mientras me ponía a horcajadas sobre él. Juntos éramos
dos amantes perdidos y encontrados. Sus ojos, de un verde brillante y duro,
brillaban cuando entraba en mí. Siempre estaba lista para él, siempre lo quería. Me
maravilló la idea de que casi me pierdo esto. Que casi elegí un triste apartamento y
un trabajo estresante en lugar de Jake. Sobre esta casa. Esta familia que habíamos
construido juntos.
—Te amo, Mars —dijo Jake mientras se metía dentro de mí. Me saboreaba. Me
adoraba. Me amaba.
Y lo acogí con agrado. Le acogí en mí para que estuviéramos lo más cerca
posible que pueden estar dos personas.
—Jake. —Suspiré.
—Córrete, Marley —ordenó. Los músculos de su cuello resaltaban al aferrarse
al control mientras yo me mecía contra él.
Unimos los dedos sobre el colchón. Estábamos juntos en esto. Corriéndonos
juntos.

Llegamos lo suficientemente tarde como para tener que conducir las cinco
manzanas hasta el instituto. Jake y yo estábamos engalanados con nuestras togas y
birretes universitarios, y Libby llevaba un vestidito negro que ella y mi madre
encontraron en su viaje mensual de compras en las rebajas.
Me apresuré a revisar el tutorial de cabello y maquillaje que las chicas habían
publicado para mí en el tablero de mensajes. Incluso en temporada baja, habían
hecho un deporte de empujarme a hacer un esfuerzo. Y lo disfrutaba. Gracias a mi
equipo, me presentaba regularmente en público como una mujer razonablemente
preparada.
Jake no tenía preferencia por el Mi-Yo-“rreglado vs. Mi-Yo-Justo-Acabada-
De-Salir-De-La-Cama . Pero me divertía haciendo el esfuerzo en ocasiones.
Estacionamos y nos metimos en el estadio con la mayor parte de Culpepper. El
buen tiempo dictaba una ceremonia al aire libre, y hoy hacía uno bueno. Cálido y
soleado. Los estudiantes hacían cola con birretes y togas, con tacones y gafas de sol.
Era un buen día. Casi podía oler la promesa del futuro en la brisa de primavera
tardía.
Libby se fue para sentarse con sus amigos mientras Jake y yo nos dirigíamos a
la sección de profesores en el campo junto a la clase que se graduaba. Nos sentamos
en la última fila como los rebeldes que todavía aspirábamos a ser. Floyd se sentó a
mi lado. Amie Jo se dio la vuelta desde la primera fila y nos saludó con la mano.
—Apuesto a que nunca pensaste que estarías haciendo algo bueno en este
campo —bromeó Jake.
Le di un codazo.
—Todos hemos crecido mucho desde el instituto.
—Algunos más que otros.
—Oye, ¿qué están haciendo mis padres y tus tíos aquí? —pregunté, viendo al
cuarteto en la audiencia. Se habían hecho amigos rápidamente desde el día de
Acción de Gracias. Mamá se unió a las noches de póquer de Jake, y papá había sido
un asistente regular al club de lectura de Lewis. Estaban planeando un crucero con
la madre de Jake y Walter en el año nuevo.
—¿Estás bromeando? —dijo Floyd—. Éste es el evento social del año.
Los primeros compases de Pompa y Circunstancia chisporrotearon por el
altavoz, y todos nos levantamos.
A Culpepper le gustaba que el comienzo fuera corto. Nadie en la ciudad tenía
tiempo de sentarse durante tres horas con los altavoces. Ignoré los comentarios de
la directora Eccles sobre el pasado y el futuro y me relajé contra el brazo de Jake en
el respaldo de mi silla.
No hace mucho tiempo, mi futuro había sido un misterio solitario y ansioso.
Ahora, era una aventura.
—Me gustaría aprovechar este momento para invitar a Jake Weston al podio
—dijo la directora Eccles.
—¿Qué está pasando? —susurré. Jake no había mencionado que fuera parte
del programa.
—Tengo que hacer esto rápido —dijo con un guiño.
Lo vi caminar hacia el podio y estrechar la mano del director.
Se hizo a un lado y le dejó el micrófono.
—Damas y caballeros, es un gran honor para mí este año presentar el premio
al Maestro del Año. El destinatario de este año no solo ha sido un miembro ejemplar
de la escuela, sino una parte integral de la comunidad Culpepper. La única cosa más
impresionante que su valentía es la capacidad de su corazón. Se propuso hacer sentir
a cada estudiante que pertenecían a esta escuela, a su equipo, a esta ciudad. —Su
voz se tensó, y se aclaró la garganta.
Oh-oh. Jake se estaba emocionando. ¿Podría estar hablando de…?
—Marley Cicero, si me acompañas hasta aquí —dijo Jake.
—¿Yo? —Me señalé a mí misma.
Jake sonrió. Floyd me dio un codazo.
—¡Mueve el culo hasta allí, Cicero!
Solo escuché vagamente los aplausos de los estudiantes o de la escuela o de la
multitud. Estaba demasiado ocupada vadeando la multitud. Esto no estaba
sucediendo. Ni siquiera había sido una profesora de verdad durante la mitad del
año.
Mis pies se movieron por sí mismos, llevándome más cerca de Jake. Mi Jake.
La directora Eccles me entregó el premio. Era pesado y de cristal y tenía mi
nombre grabado en oro. Marley Cicero, Profesora del Año. Al menos, eso es lo que
creo que decía. Mis ojos estaban un poco borrosos. Probablemente era polen.
—También me gustaría aprovechar este momento para preguntarle algo a
Marley en privado —dijo Jake al micrófono.
Escuché claramente a varias de mis chicas mayores gritar, y cuando miré hacia
ellas, estaban paradas en sus sillas para tener una mejor vista.
—¿Marley?
Miré a Jake y lo encontré delante de mí, de rodillas.
—Mierda.
—¿Qué dices, Mars? ¿Tú y yo? Para siempre. Tendremos a Libby y a Homer
con nosotros.
Sostenía una caja negra, pero no podía ver lo que contenía porque mis
estúpidos ojos parecían geiseres sobre mi cara. ¿Por qué no me había puesto el rímel
a prueba de agua que Natalee mencionó?
No confiaba en mi voz. Pero confiaba en mi corazón. Asentí con tanta fuerza
que el birrete se me cayó de la cabeza, y luego Jake me levantó y me hizo girar entre
los salvajes vítores de la multitud.
—Oh, por el amor de Dios, aficionados. —Amie Jo se acercó a codazos a
nosotros y recogió la caja que yo había dejado fuera del alcance de Jake. Me agarró
la mano, puso el anillo en ella, y luego se giró y sonrió hacia la multitud.
El trato se cerró, besé a Jake de una forma poco profesional y poco de profesora.
Algunos estudiantes probablemente tendrían que blanquear sus ojos después. Pero
no me importó. Habíamos empezado en las sombras bajo las gradas. Y aquí
estábamos, veinte años después, parados bajo el sol.
Volvimos a nuestros asientos, y el resto de la ceremonia fue un borrón.
También lo fueron las felicitaciones y celebraciones posteriores. Recibí tantos
abrazos de mis jugadoras que me dolía el cuello cuando volvimos al
estacionamiento.
Libby nos estaba esperando en el auto, con una sonrisa en su cara.
—Así que mis tutores legales se van a casar. Supongo que eso significa que ya
no seré una bastarda ilegítima —dijo alegremente.
—Muéstrale el resto de la sorpresa, Libs —dijo Jake, tocándole el pelo.
Golpeó un botón en el control remoto del auto, y la escotilla se levantó.
—¿Por qué está tu camioneta llena de maletas? —exigí.
Jake le puso un brazo en el hombro a Libby.
—Tenemos planeado un viaje de tres semanas para ver algunas de las
universidades de nuestra lista.
—¡De ninguna manera!
Libby asintió.
—Nos quedamos en todos los Airbnbs que acepten perros, empezando con
Maine.
—¿Pero no te inclinas hacia la Universidad de Shippensburg? —pregunté.
Estaba cerca, y tenía que admitir que esperaba que Libby quisiera quedarse cerca.
Era nueva en esto de ser madre y no estaba lista para enviarla a comenzar una vida
en un lugar muy, muy lejano.
Libby y Jake pusieron sus ojos en blanco.
—¡Eso no significa que no podamos tener una pequeña aventura de verano!
—Los amo, chicos —lloriqueé, agarrándolos a los dos para darles un abrazo.
—Ahora está llorando de nuevo —se quejó Libby.
—¡No! No estoy llorando, idiotas —lloré y los apreté más fuerte.
Agosto
a corbata me estaba cortando el oxígeno. El tío Lew debió atar la maldita
cosa demasiado fuerte, supuse, caminando por los confines de la cocina.
Nuestro patio trasero estaba rebosante de invitados felices. Homer estaba
haciendo las rondas con una nueva pajarita, tratando de robarse los
aperitivos de los platos abandonados. El perro rescatado de Homer y Libby, Ruth
Bader Ginsburg, bailaba en sus talones con un tutú brillante, disfrutando de la
atención.
La página de la vergüenza del Culpepper Courier había golpeado de nuevo.
Y aquí estaba yo, tragando una cerveza tratando de ahogar la anticipación que
me estaba matando.
Este era el gran día. El más grande.
Tiré del cuello por enésima vez esperando a mi novia. Mi futura esposa. El
maldito amor de mi vida.
—¿El escudete te está estrangulando? —preguntó Libby, entrando en la cocina
desde las escaleras con un aspecto ligeramente menos gótico de lo habitual en azul
marino.
—¿Qué diablos es un escudete? —exigí.
Atacó mi corbata, corrigiendo el daño que había infligido.
—Vas a estar bien. Es preciosa. No eres horrible. Los del catering abrieron el
bar temprano, y todo el mundo ya está achispado. Va a ser un gran día —prometió.
—Preciosa. Horrible. Achispado. —Asentí vigorosamente.
Sé lo que estás pensando. El soltero permanente que se convirtió en un prometido
dispuesto se lo estaba pensando mejor. Ja. La broma es para ustedes, idiotas. Estaba en medio
de un ataque de pánico debido a que no había forma de que Marley Cicero bajara esas escaleras
con un vestido blanco y esponjoso y aun así accediera a casarse conmigo.
Era demasiado lista para eso. Yo era un desastre. Un desastre sudoroso y
varonil.
Solo necesitaba llevarla al altar y sellar el trato antes que entrara en razón.
—No se está arrepintiendo, ¿verdad? —Resoplé.
Libby levantó su ceja perforada.
—Puede que lo haga cuando vea que te pones verde.
Golpeé mis mejillas para darme algo de color. Quizás un poco demasiado
fuerte.
—Repite después de mí —insistió—. No vomitaré sobre la novia.
—No vomitaré sobre… ¡Marley! ¡Trae tu trasero aquí abajo! —grité. La
necesidad de arrastrar su lindo culo fuera y por el pasillo hasta el juez de paz Tamra
Hiebert era oficialmente terrible. Si no la veía en los próximos treinta segundos,
tendría un aneurisma o un ataque al corazón o un intestino irritable. O las tres al
mismo tiempo.
—¿Está Libby contigo? —gritó Marley desde el segundo piso donde
probablemente estaba atando toallas de baño para escapar.
—Sí —grité. Lo había olvidado. Teníamos un plan. El primer vistazo. Este no
era solo nuestro día.
—Bien. Allá voy —advirtió Marley.
—¿No es de mala suerte? —preguntó Libby, subiéndose al mostrados de la
cocina y balanceando sus Chuck Taylors rojas.
—La vi esta mañana antes que ustedes, los seres a base de estrógeno, me
echaran de la casa —señalé.
—Me parece justo. Les daré un minuto y veré a la gente de afuera —ofreció.
La detuve con la mano en alto.
—Quédate aquí. Es el primer vistazo para todos nosotros.
Puso los ojos en blanco.
—Ya los he visto a los dos.
—Sí, pero no nos has visto a los dos juntos. Tenemos que asegurarnos de que
somos impresionantes y eso.
El fotógrafo, un fanfarrón de Lancaster llamado JeMarcus sobre el que tanto el
tío Lewis como Amie Jo chillaron, metió sus rastas en la cocina y me apuntó con su
cámara.
—¿Listo para ver a tu novia? —dijo.
—Sí. —Salió como un gruñido.
Estaba desesperado por verla.
Estaba convencido de que había trepado al techo del porche y estaba llamando
un Uber para ir al aeropuerto.
Estaba… impresionante.
Marley entró en la habitación, y mi visión se me fue de las manos. La gente
hablaba, pero sonaba como el profesor de Charlie Brown. La única cosa que podía
oír claramente era el latido de mi corazón. Definitivamente era un ataque al corazón.
Se veía hermosa. Preciosa. Sexy como el infierno. Y ni siquiera había mirado el
vestido. No me importaba lo que llevaba puesto. No me importó estropearle el
caballero cuando la agarré en un fuerte abrazo y suspiré. Todo lo que me importaba
era que ella estaba aquí, sonriendo, abrazándome lo suficiente para convencerme
que no iba a ser la novia fugitiva.
—Estás aquí.
Luchó para subir sus brazos y me tomó el rostro.
—Por supuesto que estoy aquí. ¿Dónde más podría estar?
—A medio camino de Tijuana en este momento.
La besé en su boca. Su mejilla. Su sien. Su cosa de gasa blanca. Me di cuenta de
que llevaba un velo. Se veía tan nupcial que me tenía agarrado por la garganta.
—Eres ridículo —bromeó. Sus ojos eran brillantes. Al menos eso creía. Estaba
viendo borroso. Probablemente era el aneurisma—. No hay ningún otro lugar en el
que prefiera estar.
—¿Realmente estamos haciendo esto? ¿No has cambiado de opinión? Porque,
aunque lo hicieras, aún te estoy obligando a casarte conmigo. Esto es Pennsylvania.
Probablemente hay una regla en los libros en algún lugar que lo hace legal.
—Relájate —ordenó Marley con una risa—. Toma aire.
—Eres tan jodidamente hermosa.
—Ni siquiera has mirado mi vestido.
—Lo he hecho. Es blanco, aireado y perfecto. —Estaba nadando delante de mí
ahora, y mi garganta se sentía como si me hubiera tragado un frasco entero de
mantequilla de maní.
—No te atrevas —siseó—. El equipo pasó cuarenta y cinco minutos con este
maquillaje y si me haces llorar una sola lágrima todo el día se arruinará.
—No me importa si tienes mocos en las fotos. Estamos haciendo esto —insistí.
—Se ven… bien. —Libby sonaba como si tuviera el mismo problema de
garganta con la mantequilla de maní.
Marley me apretó los brazos.
—¿Estás listo para esto? —susurró suavemente.
Quería responder, pero tuve que conformarme con un asentimiento enérgico.
Con los dedos unidos, nos volvimos hacia Libby. La chica había traído más
alegría, más aventura, más miedo a nuestras vidas de lo que yo creía posible. Y hoy
todos íbamos a hacerlo oficial.
Verán, chicas. Conocí a dos mujeres especiales, y cambiaron toda mi vida. Y no estaba
dejando ir a ninguna de las dos.
—Así que, Libby —comenzó Marley, aclarando su garganta. Ahora sonaba
como si estuviera siendo estrangulada por su escudete—. Queda un poco más de
papeleo para hacer todo esto oficial.
Saqué el documento de la mesa de la cocina y se lo empujé a Libby.
—Si te parece bien, por supuesto —musité. Genial, mi estómago se sentía como
si mariposas estuvieran golpeándolo. Aquí venia el intestino irritable. Libby podría
decir que no tan fácilmente como Marley podría decidir que preferiría ser
vicepresidenta de pasteles en Europa. Las estaba encerrando hoy.
Libby frunció el ceño y miró la primera página.
Marley estaba agarrando mi mano tan fuerte que oí el hueso romperse. Estaba
demasiado nervioso para sentir dolor.
Nadie movió un músculo.
Escuché el rápido clic del obturador, la risa desde algún lugar del patio trasero
donde la mitad de la ciudad de Culpepper estaba tomando Prosecco. ¿Qué puedo
decir? Teníamos mucha clase, joder.
—¿Está leyendo todo el maldito asunto? —siseé a Marley.
—¿Cómo puedo saberlo? Oh, Dios. ¿Y si está tratando de decirnos que no sin
hacernos daño?
—Puedo oírlos —dijo Libby secamente.
—Entonces sácanos de nuestra miseria, pequeña gamberra —dije, ahogando
las palabras.
Miró hacia arriba, asintió. Sus ojos estaban llenos hasta el borde, y tuve que
darme la vuelta para tomar un respiro.
—Estos son papeles de adopción —dijo Libby en voz baja.
—Sabemos que eres prácticamente adulta —comenzó Marley, obligándome a
darme la vuelta—. Y Dios sabe que eres probablemente la persona más madura de
la casa. Pero Jake y yo nos sentiríamos honrados si fueras nuestra…
La perdimos. Marley estaba llorando silenciosamente. Profundos sollozos
sacudiendo sus hombros y destrozando su maquillaje. Nunca había visto nada más
hermoso en toda mi vida.
—Hija —ahogué la palabra. Mars y yo, éramos un equipo. Cuando no
estábamos terminando los sándwiches del otro, estábamos terminando las frases del
otro. Y queríamos traer a Libby al juego.
Libby se deslizó del mostrador y nos agarró a los dos con un abrazo más fuerte
que cualquier escudete.
—¿Es eso un sí? —sollozó Marley.
—¡Sí, es un sí! —dijo Libby con hipo.
No dije nada, ya que mi cerebro se me escapaba de los ojos en forma de agua
salada, solo las apreté tanto como pude.
—¿Es ahora un buen momento para darles su regalo? —preguntó Libby.
—¡Dámelo! —Marley se lanzó por el sobre.
Alejé mis dedos justo a tiempo. En Navidad aprendí a no interponerme entre
esta mujer y los regalos.
—Sé que irán a Puerto Rico para su luna de miel. Así que escribí un ensayo
sobre ustedes y yo y sobre cómo terminamos juntos. Y…
Marley sacó triunfalmente dos boletos del papel destrozado. Se congeló.
—Mierda santa. Santa. Mierda.
Le di un codazo al fotógrafo y me asomé por encima del hombro de mi casi
esposa.
—Ham… —No pude sacar la palabra. Estaba atascada en mi garganta—.
Ham… —intenté de nuevo, pero mi voz se quebró.
—Lin-Manuel Miranda actuará como Hamilton en Hamilton en Puerto Rico la
próxima semana —dijo Libby
—Lin-Manuel —dije sin aire. Estaba hiperventilando—. Hamilton.
—Tienen boletos y pases para los bastidores. Y les ha enviado un video genial.
Incluso ha hecho un pequeño rap —continuó Libby, limpiándose la nariz con el
dorso de la mano.
No podía responder. Estaba demasiado ocupado llorando como un maldito
bebé. Marley me frotaba la espalda y Libby se reía.
—Qué manera de dejar en evidencia a tu nueva madre, imbécil —bromeó
Marley—. Todo lo que le compré fue una estúpida parrilla para el patio.
—¡Vamos, Cicero! —El canto comenzó afuera con palmadas. La familia y los
amigos estaban listos para celebrar.
—Voy a ganar algunos premios con estas malditas fotos —cantó el fotógrafo
snob, haciendo clic para capturar el mejor día de toda mi vida.

No pensaste que pasarías el día de mi boda sin saber de mí, la novia, ¿verdad?
Déjame decirte lo más destacado. Mi vestido era increíble. Un simple diseño
ajustado de crepé blanco que abrazaba todas las partes favoritas de mi cuerpo y
dejaba de lado generosamente las que me gustaban solo marginalmente. Lo encontré
en una pequeña boutique en Lancaster cuando me uní a Libby y a mi madre en uno
de sus viajes de compras. Todas nos pusimos llorosas cuando me lo probé.
La consejera Andrea apareció en la boda con Bill Beerman como su cita oficial.
Tenía urticaria en el cuello y no podía dejar de sonreír. Bailaron todas las canciones
que el DJ tocó después de la ceremonia, incluyendo Electric Slide.
Mis padres estaban tan emocionados cuando la jueza de paz Tamra Hiebert
interrumpió la ceremonia para hacer oficial la adopción de Libby que mi padre salió
corriendo al altar y exigió que su nueva nieta empezara a llamarlo Pop-Pop en el
acto.
Zinnia y Ralph aprovecharon que sus hijos estaban distraídos con el pastel de
bodas y se escabulleron. Vicky los descubrió en la lavandería besándose como
adolescentes. Desde su colapso en el día de Acción de Gracias, mi hermana estaba a
tiempo parcial en su trabajo e insistía en que su marido empezara a trabajar unas
horas más humanas. Nos trajeron a Jake y a mí una botella de Dom y una sábana de
nueve millones de hilos para celebrar hoy.
Travis y Amie Jo; dos personas que nunca pensé que serían invitadas a mi
boda, estaban allí en su gloria de rey y reina de la ciudad. Amie Jo, quien, por
supuesto, trató de robar el espectáculo con un vestido blanco que apenas tapaba
nada, organizó todo el evento para mí como una especie de perdón por ser un
monstruo contigo . Tenía que admitir que fue un gran día. No dejé que fuera más
allá de los cisnes, pero la escultura de hielo en el buffet del patio realmente le daba
clase al día. Hasta que el tío Max golpeó accidentalmente la mesa mientras discutía
los grandes éxitos de Barbra Streisand con la madre de Jake y el gigantesco corazón
se volcó, rompiéndose en pedazos en el patio. Elegí no verlo como una señal de lo
que vendría.
Floyd y Vicky hicieron un baile imaginativo y a veces perturbador mientras el
esposo de Vicky, Rich, arrastraba al pequeño Tyler lejos de la fuente de Boone's Farm
que tomamos prestada de Amie Jo.
Libby y el resto de mi equipo de fútbol sacaron un balón, y jugamos descalzas
en el patio delantero hasta que se abrió la barra de helados.
Tenía tantas personas favoritas ahora. Y estaban todas aquí. Especialmente el
tipo grande y tatuado con medio esmoquin. Jake se había quitado la corbata y la
chaqueta poco después de la ceremonia. Y me hacía señas con un dedo desde el
centro de la pista de baile. Corrí hacia él. Me atrapó y me levantó, dándome vueltas
mientras bailaba. Me sentí como una ganadora. Como si fuera amada. Como si
estuviera empezando la mejor parte de mi vida. Y podía compartirla con Jake
Weston.
—Todavía no te he dado tu regalo —dijo mientras me bajaba lentamente y de
forma algo inapropiada contra su duro cuerpo.
—¿Está en tus pantalones? —adiviné mientras apretaba mis caderas contra las
suyas. Nuestras miradas se deslizaron a la exquisita caja envuelta frente a mi plato
en nuestra mesa. Homer y Ruth Bader Ginsburg estaban sentados en nuestras sillas,
lamiendo nuestros platos vacíos.
Detrás de nosotros, en una larga mesa, su equipo de campo traviesa estaba
comiendo pastel y helado como si fuera combustible.
—Voy a decir algo completamente fuera de lo normal —advertí—. No creo que
pueda soportar una cosa buena más hoy.
—¿No puedes? —Rodó sus caderas contra mí al ritmo de la música y lo sentí
presionando su erección contra mí.
—No esa cosa buena. Ya estoy contando con esa cosa buena.
—Vamos —instó—. Prometo que será la cereza del día perfecto.
—Realmente es el día perfecto, ¿no? —pregunté, con ojos soñadores.
—Cualquier día que me case contigo, que te llame mi esposa, que me asocie
contigo contra Libby cuando ella diga que quiere afeitarse la cabeza y conectar su
aro de la nariz al de las cejas con una cadena deslumbrante; es el día perfecto —
insistió.
—Te amo tanto —dije, mi voz un poco temblorosa.
—He estado esperando toda mi vida por ti, Mars. Te amo. Ahora, ve a abrir tu
maldito regalo.
Nos abrimos paso a través de parejas de borrachos besuqueándose en la pista
de baile. El DJ iba a tener que poner Cotton Eye Joe antes de que la gente empezara
a hacer bebés en nuestro patio. Llegamos a la mesa, les dimos a los perros un
golpecito, y Jake me dio la caja.
—Quería darte algo que mejorara tu vida.
—¿Mejor que las entradas de Hamilton? —me burlé.
—Sí, lo siento. Nada va a superar eso en mil millones de años. Mi amor por
Lin-Manuel no tiene límites. Pero con suerte esto se clasificará en algún lugar.
Arranqué el papel, medio rompiendo la caja para abrirla. Era un certificado de
regalo o un cupón de algún tipo. ¿Jake Weston finalmente había fallado? ¿Esto era
para un masaje tonto o un bono de lavaré el auto cuatro veces por ti ?
Lo leí. Y no pude reprimir mi jadeo.
Me sonreía, orgulloso de sí mismo.
Limpio & Reluciente: Servicio de limpieza del hogar.
—¿Me conseguiste un servicio de limpieza?
No me malinterpretes. Jake había hecho grandes progresos en la limpieza. Pero
si añadimos a Libby con sus cincuenta sombras de vestuario negro que explotaban
por toda la casa y el doble de pelo de perro habitual, había días en los que solo quería
mudarme al cobertizo del jardín y no dejar entrar a nadie más.
—Dos veces al mes, de arriba abajo —dijo con orgullo.
Ya no tendría que pasar todos los domingos con un cubo de limpieza cantando
Cenicienta en voz baja y haciendo enojar a mi pequeña y desordenada familia.
—Éste es el mejor regalo que podrías haberme dado, Jake —dije.
—Sí. Lo sé. Soy increíble. Feliz boda, Mars.
Lucy Score es una autora de las mejores vendidas del Wall Street Journal y de
Amazon. Creció en una familia literaria que insistía en que la mesa era para la lectura
y se licenció en periodismo. Escribe a tiempo completo desde su casa de Pensilvania
que ella y el señor de Lucy comparten con su odiosa gata, Cleo. Cuando no pasa
horas creando héroes rompecorazones y heroínas de primera, Lucy puede ser
encontrada en el sofá, en la cocina o en el gimnasio. Espera algún día escribir desde
un velero, o un condominio frente al mar, o una isla tropical con Wi-Fi confiable.

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