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ISBN: 978-84-19497-30-7
Te daría el mundo,
Jandy Nelson
1
ZEL
Érase una vez una chica con decenas de sueños
imposibles
¿Alguna vez habéis tenido sueños que sabéis que jamás se cumplirán? Yo
guardo una lista de deseos prohibidos en una libreta, en el hueco de un
cajón de mi escritorio, para que madre no la vea nunca. ¡Imaginar que se
cumplen es emocionante!
Me paso la mayor parte del tiempo fantaseando con que salgo ahí fuera,
que corro campo a través, que puedo oler el mar, que la lluvia me toca, que
la gente a mi alrededor sonríe y es amable… Y, bueno, no me gusta
admitirlo, pero a veces fantaseo con darle la mano a alguien y que esa
persona quiere besarme, que le gusto mucho y mi corazón va tan deprisa
que puede oírlo. De todos modos, estoy de acuerdo con Jo de Mujercitas
(mi libro favorito) en que las chicas no deberíamos aspirar solamente a
casarnos; ¡hay demasiado que hacer! Yo no soy escritora como ella, pero
me encanta confeccionar mi propia ropa, tengo mi cuarto lleno de telas,
sedas, bustos y maniquíes. ¡Y también fantaseo con que como chocolate!
Lo he probado solo un par de veces, al igual que otras comidas que se salen
del menú habitual como bollos, patatas fritas o pizza. ¡Oh, pizza! Una vez
hicimos para cenar y fue maravilloso. Ojalá madre no fuese tan estricta con
la comida. Pero se preocupa por mí, me cuida y me protege; sé que todo lo
que hace es por mi bien.
Vivimos en una encantadora casa en la naturaleza, es muy espaciosa y
tiene toda clase de comodidades; madre se encarga de que no nos falte de
nada. ¡Ah! Y nunca he tenido contacto con nadie además de ella, Perla,
Flora y Bosque, nuestras tres gallinas. Nunca. A veces, cuando viene algún
técnico porque se ha estropeado algo, yo me encierro en mi dormitorio
hasta que esa persona se va y madre me avisa de que salga.
Todo tiene una razón, y es que tengo un don del que mucha gente querría
aprovecharse. Las personas no son tan civilizadas como en las novelas que
suelo leer (siempre ambientadas en el pasado y donde todo termina bien) y
que, según madre, no se parecen en nada a la realidad; algo que no me deja
descubrir porque no quiere que vea las barbaridades del ser humano y en lo
que se ha convertido. Los adjetivos que utiliza para describir a la gente son:
«egoísta», «violenta», «manipuladora» y «peligrosa». Así es la vida ahí
fuera, por eso yo no puedo salir. Si lo hiciese, en poco tiempo estaría
muerta, secuestrada o algo peor.
—Ya no existe nadie que sea de fiar, Rapunzel. Fuera solo encontrarás
horror; aquí estás segura y tienes todo lo que necesitas. —Me repite de vez
en cuando. Creo que a veces se da cuenta del anhelo que rebosa de mis ojos
al mirar más allá de la valla que bordea nuestra parcela.
Es cierto que tengo muchas cosas con las que entretenerme: pinto las
paredes de mi habitación, leo, planto flores y las cuido, diseño pendientes y
otros accesorios con resina y flores secas, dibujo infinidad de bocetos de
ropa que más tarde coso con telas que madre me trae de la ciudad… Porque
sí, ella sale. Cada viernes por la mañana a las siete puntual, se marcha y me
deja sola hasta el lunes.
—¡Almendrita! ¿Qué estás haciendo? ¡Ven al salón! —Doy un respingo
porque estaba en mi mundo. Fantaseaba con llevar el vestido que estoy
dibujando en mi décimo octavo cumpleaños y que madre me dejaba salir
por fin con ella el viernes como regalo.
—¡Voy, madre!
Me levanto del suelo, donde estaba tumbada, y observo el boceto desde
mi altura: es precioso y tengo las telas necesarias; hoy mismo lo empiezo y
así podrá estar listo para…
—¡Rapunzel! ¡Sabes que esto es lo más importante de la semana! ¿Qué
haces?
Parpadeo y salgo corriendo de mi cuarto para bajar las escaleras que
conducen al comedor.
Madre ha preparado los botes de cristal con agua fresca sobre la mesa,
lleva puestos los guantes para evitar ensuciar nada y está tan seria como
todas las veces. Se toma este proceso muy en serio. Todo lo que hacemos en
el día a día (mis cuidados, mi alimentación, mis rutinas…), todo tiene que
ver con esto.
Me siento en mi lugar habitual y ella se coloca detrás de mí para
recogerme la melena; primero abarca todo mi pelo desde la nuca y lo recoge
en una trenza rubia infinita. Nunca me lo he cortado, por eso casi alcanza
mis pantorrillas. Estoy acostumbrada a emplear tiempo en su cuidado o a
engancharme en los sitios por donde paso, y a veces es divertido imaginar
que alguien me está estirando desde el otro extremo, llenarlo de flores o
inventar peinados. La razón por la que madre no quiere que me corte el pelo
no la tengo muy clara, aunque sé que es por mi salud y mi don.
—¿Te has lavado bien las manos y te has puesto los aceites que te traje?
—Sí, madre, como cada miércoles. —Reprimo un gemido por el estirón
que me acaba de dar al recogerme la trenza.
No es que no me guste usar mi don, solo que nunca he visto los
resultados. Y, además, requiere un esfuerzo emocional que me deja agotada.
—Está bien, almendrita. Agarra el primer tarro —me pide ella mientras se
pasea cerca de la mesa.
Tomo un bote de cristal lleno de agua fresca y lo coloco cerca de mi
pecho sobre la mesa.
—El fin de semana pasado vi a alguien que padece una enfermedad
horrible de la piel. Se llama Clara, es una mujer alegre y me dijo que es
pastelera y que su sueño es tener su propia tienda. Sin embargo, nunca
podrá porque su enfermedad le impide hacer las labores más básicas como
amasar la harina…
Madre siempre me cuenta ese tipo de historias. Me gusta tener noticias
del exterior porque así puedo conocer una mínima parte de lo que hay allí,
pero siempre son historias tristes de gente enferma que, al parecer, yo puedo
curar. Mi labor consiste en abarcar el tarro con las manos y escuchar a
madre con los ojos cerrados; lo que me cuenta siempre termina
afectándome y algunas lágrimas van a parar al agua del bote. Y entonces el
proceso acaba, ella cierra el tarro con la tapa y paso al siguiente recipiente.
Y a la siguiente historia triste.
Así hasta llenar varios; suelen ser unos veinte, por eso acabo destrozada.
Me entran hasta hipidos y tengo que tumbarme en mi cuarto y escuchar
música de piano. Me encanta el sonido del piano, es estimulante, me
acaricia por dentro.
—Vas a ayudar a toda esta gente, debes sentirte orgullosa, almendrita —
me dice siempre al acabar.
Y yo pienso que ojalá pudiese ver a esas personas mejorar, pero eso
nunca sucederá.
2
ZEL
¿Te imaginas tener un don y que no tengas ni idea de
para qué sirve?
1. Que alguien más que madre vea la ropa que diseño y coso.
2. Que algún desconocido me sonría.
3. Bañarme en el mar.
4. Comer helado y chocolate hasta sentirme llena.
5. Leer un libro y ver una película que se ambienten en el presente.
6. Ir a una fiesta.
7. Subir a alguna atracción en un parque de atracciones.
8. Ver a alguien tocar un piano de verdad.
9. Ser amiga de alguien.
10. Bailar con ese alguien.
11. Que una persona me bese y que sea agradable.
12. Enamorarme (¿Para luego ser desdichada al regresar a casa y
saber que no voy a verle nunca más? Mejor: tener un amor
frustrado, como Jo de Mujercitas).
FLYN
Un cigarro, un salto y tu nombre por primera vez
Febrero de 2019
Las palabras se arrastran por mi piel
Y gritan cuando yo me quedo mudo
Nadie sabe las ruinas que escondo bajo la alfombra
Que adorna los huecos de mi cerebro
Si alguien me oyese
Se echaría a llorar
Se echaría a llorar.
Hago un mohín al pedazo de papel y lo arrugo con rabia entre los dedos
antes de lanzarlo a la papelera; hace tiempo que no escribo nada bueno. Gin
confía demasiado en que mis musas volverán y podremos volver a tocar
algún tema nuevo en algún garito de mala muerte. Aunque, para qué
mentirnos, un grupo de dos no funciona y tenemos cosas más ambiciosas en
las que pensar. Pero componer me reconforta, muchas veces me ha ayudado
a vaciar la mugre que se acumula en mi pecho.
Salgo por la ventana para fumar. Son las siete de la tarde y en la casa de
los vecinos vuelven a tener la música a todo trapo. La mujer de Hidalgo (no
recuerdo su nombre) se ha aficionado a hacer fiestas y ya le da igual que sea
un día entre semana. Su marido, como no podría ser de otra manera, trabaja
con mi padre; en este barrio no hay nadie que se libre del puto infierno.
Mi padre forma parte de una peligrosa banda de ladrones muy bien
organizada, que se centra en cajas fuertes. Son violentos y les da igual
cuáles sean sus víctimas mientras se beneficien de un botín a la altura de
sus expectativas. Además están respaldados; tienen a gente experimentada
protegiendo sus apestosos culos, por lo que se creen los malditos amos de la
tierra.
Mi odio traspasa mis capacidades, por eso me colapso y a veces me
difumino y es como si dejase de existir. Pero existo por ellas: por mamá,
por Adara (mi hermana) y por Gin, mi mejor amiga.
Me quedo mirando al chaval de Hidalgo; no tendrá más de trece años y se
pasa más tiempo fuera que dentro de su casa. «Cómo te entiendo, amigo».
Está sentado en el escalón de la acera, solo, como si huyese del ruido que
hace su madre y sus colegas, como si no soportase su vida.
Sostengo el cigarro con los labios y me sujeto a las tejas cuando
desciendo. Sé que está muy alto, pero ya he saltado otras veces; partirse una
pierna no es tan grave. ¡Y, joder, cómo se siente! Aterrizo con los pies y me
inclino con una sensación majestuosa recorriéndome las venas, no me hace
falta chutarme esa mierda que se mete mi padre para que el pecho me
reviente de esta forma. He caído ileso, como un animal (quizá a veces sea
más animal que persona) y cruzo la calle para acercarme al muchacho, que
está en su mundo con el ceño fruncido. Me siento a su lado sin pedir
permiso y él pega tal respingo que se aleja de mí un metro.
—No muerdo —digo, pegándole una calada al cigarro.
Él me observa con cierto pánico al principio, aunque luego trata de
recomponerse. Me pregunto si su reacción se debe a que su padre es tan
cretino como el mío.
—Perdona, no te he visto llegar. —Me doy cuenta de que es muy alto;
casi medirá como yo el jodido.
—¿No te va la fiesta que monta tu madre?
Él hace una mueca y vuelve a sentarse a mi lado.
—No te gustaría ver lo que hacen ahí dentro. —La nota asqueada de su
voz es muy reveladora.
—Sí, prefiero no imaginármelo. Pero ¿tu madre no tiene niñeras con las
que llevarte para que no veas esa clase de cosas?
—Tengo catorce —responde, ofendido. No era mi intención, pero,
analizando la frase, quizá he sonado como un imbécil—. Además, sé
cuidarme solo desde los dos años.
—Vale, vale. —Expongo las palmas de las manos en signo de paz—. He
empezado con mal pie. No necesitas niñeras, entendido. Me llamo Flyn.
Le ofrezco la mano para presentarme mientras sostengo el cigarro en el
labio inferior. El chico observa mis anillos y mis tatuajes y luego, vacilante,
me estrecha la mano; la suya tiembla con ligereza.
—Jack —dice él, soltándome rápido, como si quemase—. ¿Qué clase de
nombre es Flyn?
—Es un apodo que me puso mi amiga.
—¿Y qué significa?
—Eres demasiado curioso, ¿no?
Aquello que acabo de hacer, lo de saltar del tejado, tiene algo que ver con
mi apodo: me gusta volar. Y a Gin le pareció muy acertado en su día. Al
comienzo sonaba de otra forma, pero ha desembocado en Flyn, y así me he
quedado. Me identifico mucho más con él que con Cristopher, el nombre
que me puso mi madre al nacer.
—No te ofrezco esta basura. No fumes nunca, Jack —le digo, chafando el
cigarro con la bota.
—Suena hipócrita cuando acabas de fumar en mis narices —responde con
media sonrisa en el rostro.
Me gusta este chaval.
—Un placer conocerte. —Hago una reverencia absurda y me alejo.
4
JACK
El principio de todo
Febrero de 2019
El aire por donde pasa duele con cada bocanada.
Flyn. Flyn. Flyn.
No es su nombre, pero sí es la palabra a la que él responde; son las letras
con las que se identifica, y eso es mucho más que un nombre, ¿no?
¿Cuánto llevo pillado por él? No me acuerdo.
La mayoría del tiempo soy un maldito crío pegado a la ventana con la
esperanza de verle saltar de nuevo. Ha sido raro oír su voz tan cerca cuando
la he imaginado miles de veces. Ha sido raro ver sus tatuajes enredados a
mi mano. Por un momento he imaginado que la tinta se traspasaba hacia mi
piel. Tiene los ojos verdes, de un verde peligroso, como el del tallo de una
rosa repleta de espinas. En mi cabeza suena Dreaming of you de Cigarretes
After Sex; es su banda sonora, le viene que ni al pelo.
Si supiese que es mi motivo de seguir respirando sin ahogarme. Si
supiese tantas cosas, como que empecé a componer porque descubrí que él
canta en una banda, que la mayoría de las letras se conforman de las partes
de su cuerpo…
¿Por qué se ha acercado a mí? Esa pregunta me ronda y me funde el
cerebro. ¿Qué le ha hecho acercarse a mí y hablarme? ¿Tan triste me veo
por fuera?
Sí, debe de ser eso. Soy tristeza andante.
No hay chico más triste en la faz de la tierra.
5
FLYN
Un lápiz roto, una botella y la decisión más
importante de mi vida
Febrero de 2019
La calma estaba durando demasiado.
Escucho a mamá llorar en el piso de abajo y se me enerva el cuerpo
entero. Parto un lápiz en la mano; «ojalá fueran los huesos de ese cabrón»,
pienso. Acaba de llegar y ya vuelve a poner todo patas arriba, como un puto
huracán que lo arrasa todo. Todo.
Salgo de mi cuarto y veo a Adara gimoteando en el vano de la puerta de
su dormitorio. Tiene dos años más que yo y se echa demasiadas
responsabilidades encima. ¡Joder! No es justo. Tiene la puta enfermedad de
Addison, su cuerpo no produce cierta cantidad de hormonas y la mayoría
del tiempo está cansada, pierde peso o le duele el abdomen. Toma hormonas
para reemplazar las que le faltan, y solo eso la mantiene viva. Se supone
que uno de los posibles síntomas de esa enfermedad maldita es la depresión,
pero mi hermana es un hada. Llegué a esta conclusión hace mucho tiempo:
Adara es un hada que deja luz por donde pasa, sonríe y nos hace sonreír a
pesar de todo; como si un ángel hubiese caído por equivocación en el
infierno. Y la adoro tanto que me revienta que viva en esta casa llena de
odio y dolor.
Pero el causante es solo él. Solo mi padre.
Mamá está tirada en el suelo cuando termino de bajar las escaleras; veo
sus piernas a través de la puerta de la cocina. Contengo lágrimas de
impotencia. Él está gritando, no sé ni lo que dice, ya va colocado otra vez;
se pone cada vez que una de sus operaciones de robo sale bien, que vienen
siendo todas.
—Papá, deja a mamá que se acueste —intervengo. Sé que si le pido que
se calme es peor; también sé que si me pongo en plan protector haré que se
enfade aún más. Han sido demasiadas veces tanteándole—. Estás de
celebración, ¿no? Pues celebra.
¿Cómo se castiga a un hombre al que la ley no lo puede tocar?
Ya es una mierda de por sí tener a un maltratador en casa y una madre que
se lo perdona todo, pero ¿y si a eso le añadimos que no puedo llamar a la
policía? Una vez lo intenté y no fue la policía quien respondió al teléfono;
ese es el nivel de protección que tienen estos cabrones.
—Yo celebro mis éxitos como me sale de las pelotas —farfulla.
—Hay ginebra de la buena en el minibar. Mamá se encargó de tenerla
para hoy.
Parece que eso lo calma un poco.
Aprovecho para ayudar a mi madre a levantarse del suelo; tiene un
moratón en el pómulo derecho. Rechino los dientes y ella me mira,
consumida, con ese gesto maternal que entiendo como «eres mi niño; tú no
deberías lidiar con esto», pero ya somos perros viejos. Ninguno habla ni se
dirige al otro; ella sale de la cocina y se dirige en silencio a las escaleras.
—Mírate. Eres débil, como ella —se ríe de su gracia mientras va a buscar
la botella—. ¿Crees que tu madre siempre fue así? Ella se comía el mundo,
era una aventurera. Y ha dejado que yo me ocupe de ella, ya no es lo que
era.
Odio que hable de mi madre; aprieto los puños con fuerza y respiro
hondo varias veces.
—En su defensa he de decir que no sabía con quién se casaba. ¡Bah! ¿La
gente buena? Esos acaban todos bajo tierra. Hay que ser un cabronazo en
esta vida para llegar a ser algo. Mírame, ¡soy el puto rey del mundo! Tengo
diez millones más en mi cuenta y un centenar de pringados lamiéndome el
culo. Tú eres de esos, un lameculos; nunca vas a ser nadie en la vida.
Vivirás a mi sombra, como ella y como tu hermana. —Vuelve a reírse a
gusto y luego bebe directamente de la botella.
Desde ese preciso instante me juro que eso no pasará: él ya no será
responsable de las vidas de mi madre y Adara. No viviremos más bajo su
yugo.
Y seré mejor que él, en todo.
6
ZEL
¿El Desconocido del Bosque se ha convertido en un
chico real?
Madre se ha marchado.
Siempre contemplo cómo se aleja y se adentra por los caminos
acarreando el carrillo con los botes de agua fresca que preparamos el
miércoles, aunque esta vez me afecta demasiado y me alejo de la ventana.
Si no me ha dejado salir en esta ocasión, no lo hará jamás. Hasta ahora,
había guardado una pequeña esperanza, pero ya sé que no ocurrirá nunca:
no saldré de este pequeño terreno en mi vida.
Le escribo al Desconocido del Bosque una nueva carta mientras lloro con
tanta angustia que siento que se me estrujará el corazón para siempre.
—Necesito que madre entienda que me moriré lentamente de tristeza si
sigo aquí encerrada —digo en voz alta mientras escribo.
Al lado tengo el té con leche que madre me deja tomar los fines de
semana (o, más bien, me ordena tomar); sin embargo, he comprobado que
me siento adormilada y sin energías durante todo el día cuando lo bebo, por
lo que puede que no me siente bien. De todos modos, como sé que se
enfadará si no me lo termino, simulo dar un sorbito ante la cámara de
vigilancia. Hoy más que nunca, necesito que esos trastos no funcionen. Me
viene de maravilla que su sistema eléctrico y de control esté en el jardín,
porque se me puede escapar la manguera al regar las plantas y, con el
pretexto de secar la ventana de la cocina y la lente, desconecto los cables.
No están más de una hora sin funcionar, pues sé que madre se desesperaría
si fuese así, por eso los conecto cuando regreso de dejar las cartas. Luego,
cuando ella los revisa, todavía conservan humedad y puedo echarle la culpa
al río y a las lluvias que se filtran en las paredes.
Cada vez que estiro de esos dichosos cables, experimento una sensación
potente que me aprieta el estómago: soy un poco más libre sin la continua
supervisión de madre. Me siento rebelde, como si cometiese un delito. Y,
cuando corro hacia la valla y meto los pies entre los huecos para escalar, la
emoción se triplica. En esta ocasión sostengo las cartas con más brío que
nunca y noto mi cabello volar detrás de mí al correr con el vestido nuevo de
gasa blanca, ese que he cosido en tiempo récord con la ilusión de estrenarlo
para salir; al menos sí lo haré de alguna forma, aunque sea solo unos
metros, y pienso hacer una excepción: sentarme en las hojas al lado de las
cartas un rato simulando que hablo con mi amigo invisible.
Cuando alcanzo la valla, meto las cartas debajo de la falda para que no se
me caigan y entonces ocurre algo inesperado: escucho crujidos. Me quedo
paralizada para analizar el sonido; puede que me lo esté imaginando, pero
no. En esta ocasión no es mi imaginación: son pisadas. Me agacho por
instinto y fuerzo la vista para intentar ver más allá de los árboles y la
maleza que envuelve la parcela.
Es imposible que sea madre, hace al menos una hora y media que salió y
nunca regresa antes del lunes. Acabo de desconectar las cámaras, así que no
puede ser que vuelva por eso. Pero… si no es ella, ¿quién? Nadie jamás ha
estado tan cerca; según dice madre, nadie sabe dónde estamos ni siquiera
que existe este sitio.
De repente, una silueta se hace visible entre los árboles y yo reprimo un
grito y me caigo hacia atrás intentando esconderme. No sé cómo he
conseguido deslizarme tan rápido de forma silenciosa hasta situarme tras un
matorral, pero ahí estoy, con el corazón a punto de reventarme el pecho y
temblando de miedo. Asomo un poco la cabeza para no perderle de vista y
me cuesta unos segundos localizarle, pero le hallo agachado de cuclillas
justo al lado del árbol donde está mi escondite secreto del Desconocido del
Bosque. ¿Pero qué está haciendo? ¿A qué ha venido aquí? ¡¿Viene a por
mí?! Sabe lo de mi don y quiere aprovecharse de mí, seguro. No sé cómo
me ha encontrado, pero está claro que ha esperado a que madre no esté para
secuestrarme. Pienso en escabullirme hacia casa y cerrar todas las puertas y
ventanas cuanto antes, pero no sé cómo levantarme sin que me vea. Me tapo
la boca con una mano porque estoy empezando a resollar de pánico.
Entonces distingo que lleva una carta en la mano. La está leyendo, ¿la está
leyendo? ¿Pero qué…? Me doy cuenta de que es un chico. Viste con una
camiseta blanca y el cabello ondulado le alcanza a los ojos. ¿Y si…? ¿Y si
mi deseo de cumpleaños se ha hecho realidad de otra forma y ha convertido
al Desconocido del Bosque en alguien de carne y hueso? Me asomo un
poquito más y parpadeo para tratar de deshacerme de los nervios y que la
imagen se haga más nítida: es un muchacho, sí, y está leyendo mis cartas.
Ha abierto más de una y parece entretenido. Trato de diferenciar si hay algo
de amenazante en él, pero temo que me vea y solo puedo distinguir un poco
la imagen a través de las hojas.
De repente se levanta y yo aspiro entre dientes y vuelvo a taparme la boca
con las dos manos. Es muy alto y está… está mirando hacia la casa. ¿Viene
hacia aquí? El pánico regresa a mi cuerpo y me posee, por eso me deslizo
detrás de los arbustos y salgo corriendo hacia la puerta de casa tan rápido
que siento que no he tocado el suelo con los pies descalzos.
Una vez dentro, cierro con llave y troto hacia el salón para cerrar las
ventanas; lo hago agachándome (y en esos momentos adoro la
sobreprotección de madre y su obsesión por poner cerrojos enormes en
todas partes). ¡Las cámaras! ¡Debería haberlas enchufado! Así ella vería
que estoy en peligro. Pero no puedo volver a salir; sería demasiado
arriesgado… Es en el momento en el que cierro bien la ventana de la cocina
cuando lo veo en lo alto de la valla; entonces salta de forma ágil hacia el
jardín. ¡Ha entrado! ¡¡Acaba de entrar!! Se me escapa un gemido de terror y
abro los cajones para agarrar lo primero que pille: una sartén. Eso servirá
para atizarle en caso de que se acerque a mí.
Corro hacia las escaleras acarreando mi arma y voy directa hacia mi
cuarto; cuando me asomo un poco con discreción, no consigo verlo por el
jardín. No está en ninguna parte, ¿dónde se ha metido? En ese momento
escucho unos ruidos extraños cerca, justo debajo de mi ventana: ¡¿Está
escalando?! ¡¡Mi ventana está abierta de par en par!! Las cortinas cubren las
cristaleras y tardaría más en retirarlas y cerrar que él en terminar de subir.
Lo único que se me ocurre es adherirme a la pared como una tabla para que
no me vea y es lo que hago. Y rezar, eso también. El chico se hace visible
en cuestión de segundos y se planta en mi habitación con un gesto ligero,
casi felino, como si estuviese muy acostumbrado a entrar en casas ajenas.
No soy dueña de mi pánico, por eso actúo sin pensar: levanto la sartén y le
golpeo con todas mis fuerzas en la cabeza. El muchacho se desploma todo
lo largo que es contra el suelo y se queda allí, sin moverse.
Dejo escapar un chillido (no sé si por la adrenalina, por el miedo o porque
no querría haberme pasado de fuerza y haberle hecho más daño del que
pretendía) y espero un momento más por si se mueve; pero no lo hace, así
que me acerco despacio. Ha caído boca abajo y el pelo le cubre los ojos,
aunque lo que me importa es comprobarle el pulso: trato de acercar los
dedos a su cuello, pero es superior a mis fuerzas, soy incapaz. Doy saltitos
de frustración y luego me acuclillo a una distancia prudente.
—¿Hola? Chico… ¿Hola? —hablo bajito por si acaso.
Pero él no responde. Me da miedo que no respire. Le acerco la sartén y le
doy un pequeño empujón con ella: nada. Debo insuflarme algo de valor, así
que agarro con todas mis fuerzas la sartén en una mano mientras la otra la
aproximo con cuidado hacia él. Alcanzo su piel caliente con las yemas y
compruebo que tiene pulso, ¡menos mal!
Está vivo, lo que quiere decir que despertará; eso no me gusta tanto.
Le retiro el pelo con rapidez de los ojos con la mano y me aparto hacia
atrás; contemplo sus facciones. Es rarísimo estar viendo a una persona real.
Mi cuerpo está en ebullición, y siento que podría correr y saltar durante días
sin cansarme; eso es la adrenalina, la sensación de peligro. Observo su
nariz, sus ojos cerrados, su boca. Es… agradable. Siento una repentina
familiaridad muy extraña, una sensación que se acopla a mi pecho y que no
comprendo. Me siento viva. Pego un fuerte respingo porque el chico deja
escapar un leve gemido en su inconsciencia y me incorporo como un resorte
para alejarme de él.
Debo hacer algo para protegerme.
Agarro unas telas gruesas que tengo guardadas y me aproximo sin pensar
demasiado a él; le tomo de las muñecas y se las ato a la espalda. Sus manos
son grandes y sus dedos, largos. Huele a jabón y a algún almizcle que me
resulta estimulante; ¿así es como huelen los chicos? Intento agarrarlo de los
tobillos para arrastrarlo hacia el pilar donde pretendo atarlo, pero pesa
muchísimo, así que le ato también los pies y hago un nudo alrededor del
pilar para que no pueda moverse. Compruebo que los nudos están bien
apretados y decido esperar en la esquina más alejada de mi habitación
enarbolando la sartén.
7
FLYN
Una sartén, un duende y los ojos más azules del
mundo
Cuando abro los ojos me cuesta enfocar. Y cuando encuadro la mirada por
fin, con un dolor infernal en la parte superior de la cabeza, tengo que
parpadear para creer lo que veo.
En la otra punta del cuarto, una chica menuda con el pelo dorado que casi
le alcanza hasta las pantorrillas me observa con los ojos tan abiertos que se
le van a salir de las órbitas mientras sostiene con todas sus fuerzas una
sartén con ambas manos. Me parece un escenario tan surrealista que tengo
que estudiar mi alrededor por si aún estoy inconsciente o estoy alucinando.
—¿Qué es lo que quieres? ¿Has venido a por mí? —Su voz cantarina me
hace parpadear de nuevo e intento situarme en la realidad.
Esa muchacha acaba de tumbarme con un instrumento de cocina y…
¿estoy atado? ¡Estoy atado! Trato de moverme, pero los nudos están prietos.
—¡Responde, chico! ¿Qué quieres de mí? ¿Quién eres?
Vuelvo a observarla y veo cómo encoge los pequeños dedos de sus pies
descalzos en su pose estática; parece aterrada.
—Hum… Hola —comienzo. Ella se sobresalta, pero se repone con
facilidad—. Creo que no hemos empezado con buen pie. ¿Me harías el
favor de quitarme esto de encima?
—¿Y que me secuestres? ¡Ja! ¡Que te lo has creído!
—¿Para qué voy a secuestrarte?
—Pues… ¡no lo sé! ¡Tú sabrás!
Arqueo una ceja y suspiro.
—Mira, solo estaba de paso… Esto está en el culo del mundo y me ha
picado la curiosidad, nada más.
Su gesto de confusión me resulta muy gracioso, parece que le he hablado
en otro idioma a juzgar por su desconcierto. De repente pone gesto furioso
y me apunta con la sartén.
—¡Dime de una vez a qué has venido! ¿Eres de la ciudad? ¿Eres un
criminal? ¿Un asesino?
¿Pero de dónde diablos ha salido esta chica?
Analizo lo que parece su dormitorio: las paredes están decoradas con
pinturas de bosques, animales y flores; hay libros apilados en varias
superficies y telas y maniquíes con retales; huele a algo dulce en el
ambiente, frutal, y su cama tiene dosel con cortinas vaporosas, como en los
cuentos. Adivino que pasa demasiado tiempo aquí por la cantidad de cosas
a medio acabar que se dispersan dando sensación de desorden.
—Vale, no te fías de mí. Con razón, porque me he colado en tu casa sin
ser invitado; lo comprendo. ¿Empezamos de nuevo? —carraspeo y adopto
mi pose de bueno y seductor, que normalmente cuela a la primera—. Me
llamo Flyn.
Le dedico una sonrisa torcida.
Ella frunce el ceño un poco y se aproxima despacio.
—¿Cómo te llamas tú?
Sigue apuntándome con la sartén, de modo que se queda a pocos
centímetros de mi cara cuando se detiene.
—No has contestado a mis preguntas. —Su vocecilla suena algo más
calmada, así que aprovecho para seguir con mi modus operandi.
—¿Tú no tienes nunca curiosidad? Parecía que no vivía nadie en esta
casa. Está demasiado alejada de todo, ya sabes…
Ella inclina la cabeza hacia un lado, como un animalillo.
—¿Ya sé el qué?
—Pues que esto está perdido de la mano de dios, en el culo del mundo,
vaya. Y lo que menos me esperaba era toparme con un casoplón de estas
características y… ¿Eso es una Master Lock FLW?
¡La duende tiene una maldita caja fuerte de las buenas en su habitación!
Se me eriza el vello de la nuca.
—¿Qué? —Ella se gira para mirar hacia mi punto de observación y
regresa la vista a mí con gesto turbado—. Mira, Flyn —pronuncia mi
nombre con cierta duda y retintín—, estoy empezando a hartarme. ¿Cómo
me has encontrado? ¿Te envía alguien?
—¿Cómo tengo que decirte que estoy aquí de potra? ¡No vengo a por ti!
No sé quién eres, ¿entiendes?
—¿No sabes… quién soy? —Eso parece tranquilizarla un poco.
—No, no tengo ni la menor idea. Y ahora, ¿me sueltas, por favor?
—¿Entonces, no estás aquí para secuestrarme?
—¡Por dios, no!
En realidad estoy aquí porque acabo de enterrar un porrón de fajos de
billetes en algún punto de ese bosque de ahí fuera y me ha parecido ver la
casa entre los árboles. Ningún lugar está lo suficientemente lejos y
escondido para tanto dinero robado. Porque, sí, soy ladrón; me prometí que
sería mejor que mi padre en todo, y eso es lo que estoy haciendo: ser mejor.
La única salida que se me ocurrió para librarnos de mi progenitor era
tener más dinero que él para poder largarnos lo más lejos posible de su
influencia y su amenaza. Pero yo no robo indiscriminadamente, no; yo robo
a tipos sin escrúpulos como él. Magnates forrados por corrupción o
negocios ilegales alejados de toda moralidad. Es más peligroso, pero ahí
está la gracia. Y cuento con el mejor equipo que podría tener un ladrón de
guante blanco: Gin, persuasiva y astuta como ella sola, se encarga de captar
nuestro nuevo objetivo y metérselo en el bolsillo. Jack, un crac de la
informática, es el mejor hacker que he conocido en mi vida; desconecta las
alarmas más jodidas que existen en menos de diez segundos y las vuelve a
conectar cuando hemos terminado. También hackea los ordenadores o los
móviles de nuestros objetivos para nuestro beneficio con una facilidad
pasmosa. Y en cuanto a mí; bueno, soy escurridizo, escapista y tengo una
intuición milimétrica con los sistemas de seguridad de las cajas fuertes, son
mi obsesión. Y ellas me adoran. En el último asalto abrí una de las cajas
fuertes más complicadas: el sudor empapaba mi frente mientras pegaba la
oreja a la puerta y giraba la ruleta; y de repente «clac», ese sonido glorioso
que precede a la apertura de la caja. La sensación es incluso mejor que la de
saltar desde los tejados, es brutal.
—Y… ¿estás aquí por eso? —señala la caja fuerte con su mano libre.
—No me malinterpretes, rubita. Yo no sabía que esa caja fuerte estaba
ahí, ¿vale?
—Pero… ¿la quieres? —su entonación sugerente me deja noqueado.
Ha cambiado de expresión; ahora apoya su peso en una cadera y ha
bajado la sartén en una pose casi despreocupada. Me obligo a cerrar la boca.
—¿Es una pregunta trampa?
—Dime, Flyn, ¿la quieres o no? —Acaba de apoyar una mano en la pared
en la que estoy pegado justo al lado de mi cabeza; noto su respiración
entrecortada y ese olor frutal.
Tiene los ojos grandes y muy azules, y es preciosa. Todavía tiene miedo,
lo veo en su menuda cara, pero hay algo indómito en su mirada que me
tiene en ascuas.
—¿Vas a proponerme algo, rubita? —Esto cada vez se pone más
interesante.
—No me llamo «rubita»; soy Zel —me dice, paseándose delante de mí—.
Eres de la ciudad, ¿verdad? Tú puedes… hacer lo que quieras. ¿Has visto el
mar y has ido a fiestas?
Esas preguntas me pillan desprevenido.
—¿No has visto nunca el mar? Tampoco es que esté muy lejos…
—¿No está lejos? —Sus ojos de pajarillo brillan.
—Eh… No… —¡Ay, joder! Que esto es más turbio de lo que pensaba.
—Y… ¿puedes comer chocolate cuando quieras y has probado la pizza?
La observo con una ceja enarcada; su voz suena entusiasmada. Entonces
caigo en la cuenta: esas cartas que he leído por encima ahí fuera son de ella.
Creía que era una historieta de algún campista que se había entretenido
escribiendo tonterías; una historia que habla de una chica que jamás ha
salido de su casa, que sueña con ver el mundo de ahí fuera pero es peligroso
y violento…
—¿Hay alguien aquí contigo? —Quienquiera que sea o es un psicópata
secuestrador o está zumbado y se cree de verdad que no puede salir.
Ella vacila antes de responder; puedo ver cómo su cabecita está
batallando. Está muy asustada, pero hay algo más fuerte que eso.
—Madre ha salido, pero no te confíes; con una sola llamada estás
perdido, ¿entiendes?
—¿Vives con tu madre? ¿Dónde está?
—Haces demasiadas preguntas, forastero —gruñe—. Aquí eres tú el que
está atado y yo la que hago las preguntas.
El papel de dura contrasta mucho con su aspecto pequeño y dulce, y no
puedo evitar que eso me haga gracia.
—Quiero que me escuches con atención: ¿ves esa caja fuerte de ahí? No
es nada en comparación con la de madre. Seguro que te gustará mucho más
y en su interior guarda cosas valiosas a las que ni siquiera a mí me deja
acceder. Lo que ocurre es que la caja está en su dormitorio, el cual siempre
está cerrado con llave. Te diré dónde está la llave si tú haces algo a cambio
por mí.
No sé qué me ha parecido más interesante de todo lo que acaba de decir.
—No quiero ofenderte, rubita…
—Zel —replica.
—Eso, Zel. El caso es que una simple puerta no es impedimento para
acceder a una habitación. No para mí, al menos.
Ella arquea las dos cejas y sonríe por primera vez. Aquel gesto me
deslumbra y pierdo el hilo de mis pensamientos.
—No creo que te hayas fijado en el sistema de seguridad de esta casa.
Madre está obsesionada con todo lo que hay en su dormitorio, y yo llevo
intentando descubrir algo de lo que hay allí dentro dieciocho años (bueno,
quizá unos pocos menos). Por muy buen… malhechor que seas, no te
ofendas, no vas a poder abrir esa puerta sin la llave.
En serio, ¿qué clase de pirada tiene encerrada a esta chica?
—Vale, rub… Zel. ¿Y qué es lo que me quieres proponer, si se puede
saber?
Ella parece nerviosa de nuevo tras mi pregunta. Empieza a caminar una y
otra vez sobre sus pasos frente a mí mientras se muerde la uña del dedo
índice. Pongo los ojos en blanco.
—Me voy a hacer viejo.
—Yo te daré la llave si… si tú me ayudas —dice al fin.
—¿Ayudarte a qué?
—A cumplir mis deseos prohibidos —suelta, y luego se empieza a tocar
el pelo larguísimo con inquietud.
¿Acaba de decir «deseos prohibidos»? Me muerdo los labios para no
sonreír, pero termino haciéndolo. Esta duendecilla es una caja de sorpresas.
—Deseos prohibidos, ¿eh? ¿Qué deseos son esos?
—Tengo una lista, te los iré enseñando… Tú solo tienes que sacarme de
aquí y llevarme a la ciudad, eso es lo primero. Además… hoy cumplo
dieciocho años, ¿sabes? —me revela, como si fuese una información
crucial.
—Mmm… Vale. ¡Felicidades! ¿Y cuándo se supone que me darás la
llave?
—Cuando tache todos los deseos de la lista y me traigas de vuelta a casa.
—Parece tenerlo todo clarísimo.
—No sé yo… ¿Y si me estás engañando? ¿Y si esa caja de la que hablas
es pura invención? No puedo saberlo si no la veo.
Ella bufa de forma sonora.
—Es que no pienso enseñártela; sería una insensatez por mi parte. Está
claro que eres más fuerte que yo; si abro esa puerta me amordazarías y tú
tendrías vía libre para robar.
—Bueno, ahí tengo que darte la razón —digo, divertido—. ¿Y qué te
hace pensar que no te amordazaré de todas formas en cuanto me sueltes y te
robaré la llave?
Ella hace un mohín disgustado muy gracioso.
—Porque no encontrarías la llave ni en dos vidas —responde, convencida
—. Y no creo que quieras estar aquí para cuando madre regrese.
Hacemos un duelo de miradas y termino de decidir que la duendecilla me
cae muy bien aunque su propuesta no me convence en absoluto. No parece
maltratada, está sana, tiene toda clase de lujos y… En fin, no sé qué asunto
peliagudo habrá detrás; quizá esté enferma y no pueda salir por ese
motivo… ¿Y si me la cargo por hacerle caso? Por cómo habla de su madre,
percibo que no la teme, que le tiene afecto. Además, Gin, Jack y yo somos
nómadas; debido a nuestra profesión nos movemos continuamente y
llevamos a cabo operaciones arriesgadas. ¿Tendría que llevarla conmigo a
todas partes? ¿Durante cuánto tiempo?
—En realidad me has convencido hace rato. ¿Me desatas ya? —termino
diciendo.
Sea como sea, no puedo quedarme allí atado todo el día.
—Tienes que prometérmelo —añade—. Prométeme que cumplirás tu
parte del trato. Yo cumpliré la mía, lo juro. Te enseñaré la puerta de madre,
la que tendrás que abrir cuando te dé la llave, y luego tú me llevarás a la
ciudad.
—Está bien, lo prometo —accedo, aunque no sé dónde narices me estoy
metiendo.
8
ZEL
Y el pájaro por fin abrió sus alas y salió de su jaula
JACK
El final de todo
Febrero de 2019
En su casa se escuchan gritos a menudo. Cuando eso ocurre, espero a que,
al cabo de un rato, él salga al tejado a fumarse un cigarrillo.
Desde mi ventana puedo notar su dolor como si fuese mío. Compartimos
algo en común: nuestra familia es un puto desastre. Pero él es valiente; sé
que protege a su madre y a su hermana, porque más de una vez he podido
adivinar un moratón en su cara. Y entonces la rabia me inunda el cuerpo
entero.
Ojalá yo fuese valiente. ¡Cuántas cosas cambiarían de ser así! Dejar de
ser invisible, de ser el inútil cuya opinión no importa. Dejaría de refugiarme
solo en las letras de mis canciones, en la guitarra, en el ordenador jugando a
ser dios a través de los intrincados mecanismos de bases de datos y sitios
web, a los que puedo acceder en un parpadeo, incluso a toda la información
turbia que mi padre cree que guarda a buen recaudo. Es fascinante tener
tanto poder en las manos, que me resulte tan sencillo algo que para la
mayoría es imposible. Podría hundirle en un chasquido, mandar a la mierda
todo, pero no lo hago.
No lo hago porque soy un cagado y creo que puedo perder lo poco que
tengo. O más bien, que no tengo.
Le dije a Flyn que me cuidaba solo desde los dos años, y no mentí. Mis
padres llevan ignorándome desde entonces. Por casa pasaron una docena de
niñeras (ninguna pudo quedarse mucho tiempo por eso de la discreción)
hasta que cumplí los ocho años y pensaron que ya no necesitaba a nadie. O
quizá se volvieron descuidados conmigo hasta para eso. Mi madre gasta
todo su tiempo en ella misma, en su belleza (le obsesiona ser joven y
guapa), pero al mismo tiempo le pirra el alcohol y el desfase, y no hay
mañana que no la encuentre tirada por algún rincón de la casa, resacosa y
con el rímel corrido. ¡Ah! Y con algún hombre desnudo abrazándola o
saliendo de la ducha. No sé si mi padre está enterado de los líos de mi
madre; de todos modos, si lo está, parece no importarle mucho. Para él, ella
lo es todo. Se encarga de darle todos los caprichos que se le ocurren, de
tenerla como a una reina en su palacio de cristal.
Alguna vez se les ha escapado que yo fui un desliz, que vine sin permiso.
Y lo dicen como si no tuviese que afectarme, como si mi pecho estuviese
hecho a prueba de balas.
Otras veces creo que omiten mi presencia. Cuando él llega, se encierran
en su cuarto y se ponen a follar como dos salvajes; les da igual pegar
berridos hasta desgañitarse. He perdido la cuenta de la cantidad de veces
que he paseado por la urbanización sin rumbo alguno solo por estar lejos de
mi casa.
El caso es que, cuando recuerdan que existo, solo es para decirme lo
imperfecto que soy: que si no hago nada con mi vida, que si no tengo
amigos, que si nunca me voy a echar novia, que si no estoy esforzándome
lo suficiente en los estudios (cuando no tienen ni puta idea de cuáles son
mis notas ni se han molestado en hablar con mis profesores ni una sola vez).
Hace tiempo que desistí de llamar su atención; es agotador. Y sencillamente
me he resignado: mis padres son unos malditos narcisistas que nunca
debieron tener un hijo, pero aquí estoy.
Sé que algún día todo cambiará, aunque dudo que sea por mí. Pienso
demasiado, pero no actúo. Anhelo demasiado. Fantaseo demasiado.
Me quedo paralizado por el sonido de un estruendo que suena en el
interior de la casa de Flyn. En ese momento oigo a mi padre llegar y, en un
impulso llevado por la intuición, bajo las escaleras con los cascos de la
música al cuello; suena de fondo Running up that hill de Kate Bush. Me
quedo en mitad de las escaleras cuando veo a mi madre hablar con él en el
recibidor.
—Nos han jodido, Jeni. Hemos arriesgado demasiado y en esa caja no
había lo que esperábamos —le cuenta, disgustado.
—¡Oh, mi amorcín! Ven aquí, yo te consuelo.
Dejo de escucharlos en cuanto proceso que la operación de hoy no ha
salido según sus expectativas. Hasta el momento no les ha ocurrido nunca;
normalmente mi padre llega de buen humor, con el pecho hinchado y el ego
por las nubes.
Tengo un molesto dolor de estómago cuando subo de nuevo a mi
dormitorio y miro a través de mi ventana, hacia la casa de Flyn. Me
mantengo atento por si escucho gritos o algún otro estruendo, pero hay una
imperturbable quietud en el aire; una que me eriza el vello de la espalda.
Luque, el apellido del padre de Flyn (aquí nos conocemos todos por los
apellidos), necesita poco para que su mecha se prenda y lo incendie todo a
su paso; lo sé porque raro es el día en el que no hay bronca en su casa.
Necesita muchísimo menos que una de sus operaciones haya salido fallida.
Por eso me siento en alerta, como si estuviese perdiendo el tiempo
esperando a ver qué pasa. Y pasa: aspiro entre dientes cuando veo a la
hermana de Flyn salir corriendo de la casa.
—¡Ven aquí te he dicho! —reconozco la voz furibunda de Luque y al
instante se hace visible tras ella.
En un impulso, salgo corriendo de mi habitación, bajo las escaleras todo
lo rápido que me permiten mis piernas y salgo a la calle. En ese momento
veo a la hermana de Flyn correr en mi dirección. Llora con tanta agonía que
se está ahogando, y detrás de ella descubro que Flyn ha interceptado a su
padre y está forcejeando con él.
—Crees que puedes conmigo, ¿eh? ¡Maldito hijo de puta! ¡A ver si te
enteras de una maldita vez de cuál es tu papel en esta familia! —Lo ha
agarrado por el cuello y Flyn trata de zafarse sin éxito.
Lo va a matar.
—¡Eh! ¡Eh, suéltele! —le grito en un impulso; no soy dueño de mis actos
ni de mis palabras.
Parece que soy invisible, como siempre. La hermana se acerca a ellos,
aterrada, porque Flyn se está poniendo rojo y emite sonidos estrangulados.
—¡¡Déjale!! —Y se abalanza contra su padre, quien de un empujón la tira
al suelo sin ni siquiera soltar del cuello a Flyn.
Ella cae hacia atrás, frágil. Entonces la situación me supera y me
transformo en otra persona que nos sabía que tenía dentro de mí:
—Verá, señor Luque, como no suelte a su hijo en un segundo, mandaré
toda la información confidencial de su banda criminal a todas las comisarías
del país con solo pulsar una tecla. —Le he hablado con voz firme pero
acelerada porque soy incapaz de respirar sin resollar.
Mis palabras parecen surtir efecto y acaparar toda su atención, porque
afloja su agarre y Flyn puede tomar aire con ahogo mientras su padre se
gira hacia mí con un gesto prepotente y cabreado.
—Mira, mocoso de mierda, vete a tu casa y métete en tus asuntos o le diré
a tu padre que te meta en vereda, ¿entiendes?
—Creo que no me ha escuchado bien: debe dejar de maltratar a su familia
o la policía os dará caza como a la mayor banda criminal violenta que existe
—vuelvo a amenazarle.
Y no miento; tengo todos sus nombres completos, los lugares donde han
robado, los teléfonos de contacto, mensajes y correos electrónicos
incriminatorios, todo. Y mis dedos acarician el móvil que guardo en el
bolsillo; puedo hacer todo lo que he dicho.
—Me estás cargando, mocoso, y no quiero líos con tu padre por meterte
una bofetada bien dada. Será mejor que te metas en tu casa y me dejes
resolver los asuntos de mi familia a mi manera.
Veo cómo Flyn, con la ceja ensangrentada y aún luchando por respirar sin
asfixia, me observa con curiosidad. En esos momentos, oigo cómo la puerta
de mi casa se abre y escucho la voz de mi padre a mis espaldas, pero no sé
lo que dice; acabo de agarrar mi móvil y, en un par de movimientos, el
teléfono de Luque emite pitidos que anuncian un nuevo mensaje.
—Le sugiero que mire su correo, señor Luque —le pido sin achantarme.
Él me observa de reojo con un relámpago de duda en sus ojos oscuros y
luego agarra su móvil del bolsillo y lo mira.
—¿Pero qué mierda…? —En esta ocasión me contempla con una mueca
de pura confusión. Se aleja de Flyn, revisando de nuevo el correo que le
acabo de enviar, incrédulo—. ¿De dónde cojones has sacado todo esto?
Hidalgo, ¿no sabes vigilar a tu puto crío o qué?
—¿De qué hablas? Jacob, ¿qué has hecho? —Mi padre se acerca a Luque
para mirar su móvil.
Flyn aprovecha para ayudar a su hermana a levantarse del suelo y la
abraza con un amor que me desgarra de una forma agradable. Nunca he
recibido ese tipo de abrazo.
—¿Esto te lo ha mandado Jacob? —Mi padre se va poniendo furioso por
momentos—. ¿Has entrado a mi despacho sin consentimiento?
—No me ha hecho falta, papá. Además, creo que no habéis mirado bien.
Luque, toda esa información no está en la base de datos de mi padre.
Es información recopilada de todos los móviles y cuentas de todos los
que conforman la banda. Y se dan cuenta en tres, dos, uno…
El padre de Flyn se echa a reír de una forma siniestra.
—Resulta que el crío te ha salido hacker —y ríe más fuerte.
En ese momento veo a la madre de Flyn apoyada en el vano de la puerta,
malherida, contemplando la escena en silencio con gesto inquieto.
—¿Y qué piensas hacer? ¿Vas a meternos a todos en el trullo? ¿También a
tu padre? Y a tu madre, porque te recuerdo que es cómplice… ¿Vas a
destrozar a tu familia y a quedarte huérfano por…? ¿Por qué exactamente?
Vacilo ante sus preguntas evidentes. Miro hacia Flyn y me da un vuelco el
pecho al ver admiración en su mirada verde. He perdido la cuenta de las
veces que he soñado que me mirase, solo que me mirase y me viese de
verdad; pero nunca soñé con que lo hiciese de esa forma.
—Por tu culpa —digo, y me quedo muy a gusto—. No voy a seguir
viendo cómo abusas de tu mujer y de tus hijos sin mover un solo dedo.
—Jacob, ¿te estás oyendo? Hablemos de esto en casa tranquilamente y
dejémonos de tonterías —mi padre intenta acercarse a mí, pero me aparto.
—Es lo que estoy haciendo; dejarme de tonterías.
—Esto te va a salir muy caro, mocoso —gruñe Luque.
—No tengo ningún miedo y tampoco tengo mucho que perder, señor
Luque, si le soy sincero. Así que usted decide: o deja marchar a su familia,
que se mudará hoy mismo con maletas incluidas, o pulso esta tecla y envío
el mismo correo que le ha llegado a usted, pero a todas las comisarías del
país. ¿Qué le parece el trato?
—¡Quítale el puto móvil a tu hijo, Hidalgo!
Mi padre obedece y yo vuelvo a apartarme.
—Cuidado, papá, a ver si del movimiento se me escapa el dedo —le
advierto—. Además, no solo tengo la información aquí, no soy un novato.
Todos me miran expectantes, tensos. Percibo una sonrisa en los labios de
Flyn, y me doy cuenta de que al final lo he hecho: lo he cambiado todo. He
hecho estallar el mismísimo centro de mi patética vida. Y he sido yo quien
lo ha provocado.
10
ZEL
Mi pecho estallando
Querida madre:
Debía hacerlo por mi salud mental: he salido y regresaré el lunes,
como tú. Pero, por si acaso vuelvo más tarde, quiero que leas esta nota
y te tranquilices. Estaré bien. Más que bien.
Espero que lo comprendas, madre. Me estaba asfixiando lentamente.
Con todo mi amor,
Zel
—Seguro que con esta nota se tranquiliza, sin duda. —Flyn me sorprende
leyendo por encima de mi hombro.
—¡Eh! Esto es privado —le riño; no estoy familiarizada con el sarcasmo,
pero lo he captado muy bien en su última frase.
—Entonces… ¿tengo que traerte de vuelta el lunes?
—Antes de las diez, sí. Y en caso de que haya cumplido todos los deseos
de mi lista.
—Un asuntillo de nada: ¿tu madre estará cuando regresemos de nuestra
aventura? Porque, de ser así, tu parte del trato será difícil de cumplir, ¿no
crees?
Trago saliva ante su evidente conclusión.
—Llegaremos antes —decido.
—En tal caso, la nota no vale para nada, ¿no? Será como si nunca te
hubieses ido.
—Bueno, en realidad… hay cámaras de vigilancia y las he desconectado
todas. Sospechará que pasa algo malo antes de lo que me gustaría.
Se lleva una mano al pecho como si acabase de sufrir un microinfarto y
me mira con reproche.
—¡¿No podías haber empezado por ahí?! ¿Cámaras? Normalmente me
fijo en todo eso, pero, joder, ¡es que parece una maldita casa abandonada en
mitad de la nada!
—Es que esa es una buena forma de disminuir el interés de los curiosos
que puedan acercarse. Pero contigo no ha funcionado; eres un cotilla.
Él simula que se ofende; no sé por qué capto su humor con tanta facilidad
cuando es un desconocido, pero me resulta más sencillo que con madre.
—Entonces, ¿vas a dejarle la nota o no? —me instiga.
Aprieto el pedazo de papel en mi mano con un dolor de pecho
amortiguado.
—Soy una hija horrible —murmuro.
—Bueno, yo no te daría la medalla a la mejor hija del año…
—¿Qué?
—Está claro que le romperás el corazón, pero, claro, tú debes cumplir tus
deseos prohibidos. Será un fin de semana angustioso en el que se preguntará
si su niñita ha sido secuestrada, se quedará destrozada, sin duda.
Le miro con los ojos muy abiertos y una sensación amarga en la boca del
estómago.
—Tienes razón, se quedará destrozada. —Una nube gris de culpabilidad
me atenaza y se yergue sobre mí.
—Si cambias de opinión, lo comprendo. Lo mejor sería dejarlo todo
como está. Me das la llave y será como si nunca hubiese estado aquí, no
tardaré.
Madre lo ha dado todo por mí. Dedica su vida a cuidarme y a que me
encuentre bien. Sé que lo que pretendo hacer es una completa locura, que le
dolerá y se preocupará muchísimo por mí. Lo sé. Sin embargo, no puedo
seguir encerrada sin conocer qué me depara el mundo ahí fuera; es algo que
me aterra, que me paraliza, pero que deseo más que nada en esta vida. Si
me quedo me ahorraré el remordimiento y madre no sufrirá, pero me
marchitaré lentamente hasta que me apague, hasta que no quede nada de mí.
Me pongo a buscar una piedra del tamaño de la palma de mi mano por el
suelo.
—¿Qué haces? ¿Has decidido quedarte? Creo que es la mejor decisión,
por el bien de todos.
—El tuyo también, ¿no? —digo, molesta. Tomo una piedra, la envuelvo
con la nota que he escrito a madre y corro de nuevo hacia la valla para
lanzarla dentro; queda cerca de la puerta de entrada, como pretendía, e
insuflo una honda bocanada de aire antes de regresar por mis pasos cuando,
de repente, me choco contra algo duro que se queja.
—¿Puedes mirar por dónde vas?
—Llévame a la ciudad. Ahora. —Y camino a grandes zancadas delante
de él sabiendo que pronto tendré que acoplarme a su ritmo.
Flyn me alcanza enseguida y no dice nada más, algo que agradezco.
Estoy demasiado concentrada en que la emoción que trago cada dos
segundos no se salga por mi garganta. Jamás he estado tan lejos de casa y
me voy alejando con cada paso. Más y más. Y mi corazón galopa a una
velocidad desconocida y tengo ganas de gritar. A veces necesito parar y
regresar corriendo por mis pasos y otras veces aprieto el ritmo porque me
puede la impaciencia y la ilusión. Miro las plantas, los árboles y las flores
que nos rodean; llevo dieciocho años de mi vida viendo las mismas cosas a
mi alrededor y ahora todo es nuevo para mí. Y lo miro a él, a mi particular
Desconocido del Bosque, con su camiseta negra de manga corta y sus
vaqueros raídos. ¿Es así como visten los chicos en la ciudad? Y miro los
dibujos de su piel, en su brazo, su mano y su cuello; son letras y figuras en
negro. En la ciudad los chicos se dibujan el cuerpo; madre nunca me lo
contó. Tengo decenas de preguntas que hacerle, pero prefiero mantenerme
en silencio porque no sé si podré controlar mis emociones. Son demasiado
intensas y variopintas, y todavía no sé cómo lidiar con ellas; siento que se
me desbordan.
De pronto, el bosque confluye en un pequeño camino de tierra y Flyn se
desvía hacia… ¿Eso es un…?
—No me digas que nunca has visto un coche. —Flyn me contempla con
asombro al apreciar mi gesto desconcertado—. No me lo puedo creer. ¿Tu
madre no te habla del exterior? ¿No ves la tele ni tienes internet?
—Madre apenas me habla de la ciudad y… vemos películas antiguas en
la tele. Sí que he visto coches en las películas —respondo, estudiando la
anatomía del vehículo.
—¿Películas antiguas? —Niega con la cabeza y veo un destello de
preocupación en sus ojos antes de abrir la portezuela delantera del coche—.
Anda, sube. Es… por ahí.
Me señala la otra puerta y me dirijo hacia allí. Cuando estiro de la manilla
me invade un aroma a melón y se me eriza la piel: voy a subirme a un
coche. ¡Voy a subirme a un coche!
—Relájate, rubia, vas a acabar con todo el oxígeno que hay aquí dentro
—me advierte cuando ambos cerramos las puertas.
Estoy tensa y contengo el aliento mientras contemplo a Flyn maniobrar
con el coche. Arranca el motor, yo me asusto, él se ríe y luego maneja el
volante y este trasto se mueve, y yo me agarro al asiento con las uñas y
siento que de verdad se va a acabar el aire.
—Si así estás más tranquila, puedes ponerte el cinturón —me aconseja,
pero no tengo ni idea de qué me está hablando.
—¿Por qué vas tan deprisa? —mi voz sale aguda por el pánico.
—Aún no hemos salido a la carretera, vamos a treinta —me dice como si
yo tuviese que entender de lo que habla.
Miro hacia atrás; todo se aleja a una velocidad que mi cuerpo no asimila y
regreso la mirada hacia el frente, consciente de que estoy hiperventilando.
—Tienes que relajarte, ¿vale? Te va a dar algo —me pide, palmeándome
la cabeza.
—Quizá me relajaría si fueras más despacio —replico.
—Imítame, ¿vale? Vamos a salir a la carretera en diez minutos. —Y toma
de su parte una cinta negra que engancha con una hebilla en el asiento.
Intento hacer lo mismo que él, pero mi cinta se engancha.
—No tires con esa energía o se bloquea. Mide tus fuerzas, rubita.
Gruño y vuelvo a tirar dos o tres veces antes de que, por fin, la cinta se
alarga lo suficiente para poder engancharla.
De pronto, nuestros flancos poblados de árboles y vegetación llegan a su
fin y se abren hacia una carretera; a lo lejos se ven las montañas y los rayos
del sol salpicados por nubes dispersas y algodonosas. Entonces el coche
empieza a ir tan rápido que siento que voy a traspasar mi asiento y que se
me va a salir el corazón por la boca.
—¡Deja de gritar! ¿Por qué gritas? —le oigo distorsionado a través de mi
pulso frenético en mis tímpanos y mis propios chillidos.
—¡Nos vamos a matar! ¡Ah! ¡Vas a chocarte con ese coche!
—¡No vamos a chocarnos! ¿Quieres calmarte?
—¡Ve más despacio! ¡¡Madre mía, cuidado con ese coche!! —Le agarro
del brazo para que me haga caso.
Él intenta zafarse de mí.
—¿Puedes soltarme? ¡Joder, deja de gritar! ¡Escúchame!
Estoy agazapada en el asiento con la certeza de que voy a morirme pronto
cuando noto la mano de Flyn sobre mi hombro.
—Zel, escúchame. —No sé si es porque ha dicho mi nombre bien, pero le
oigo más claro esta vez—. He conducido muchas veces y tengo el carnet de
conducir desde hace tres años. No nos vamos a estrellar contra nada, ¿de
acuerdo?
Asiento con la cabeza rápido varias veces, con la mirada fija al frente,
incapaz de soltarme del asiento.
—Intenta disfrutar del camino. ¿No querías ser libre? Mira. —El cristal
de mi puerta se baja solo de pronto y una ráfaga violenta de aire entra en la
cabina del coche. Chillo de nuevo, pero en esta ocasión el terror va
equiparado con una emoción nueva que se está abriendo en mi pecho—. El
viento en la cara es lo más parecido a la sensación de libertad que hay.
Relájate, todo va bien, ¿vale? No va a pasar nada malo.
Su voz en la última frase me hace girarme hacia él; ha sonado suave y
seguro. Lo observo durante más rato y un sentimiento se enreda en mis
costillas; sé que se debe a él, pero no lo reconozco. Mi pelo vuela, el viento
se cuela en cada recoveco de mi cuerpo y tengo la piel tan erizada que me
duele. Y es… muy agradable. Me va a estallar el corazón. Separo las uñas
clavadas en el asiento y me inclino un poco hacia la ventana, el viento me
da directamente en la cara y transforma mi cabello en látigos dorados que
están por todas partes; los recojo como puedo con el coletero que llevo en la
muñeca para poder ver bien a mi alrededor. Me descubro a mí misma
riendo, con una carcajada que se ha escapado de mí sin avisar, y me llena
una emoción completamente diferente, una sensación confusa pero
sumamente bonita. ¿Esto es la libertad? El viento en la cara, la persecución
de mis sueños, tomar decisiones difíciles… Me inclino un poco más y casi
saco la cabeza por la ventana y estiro un poco los brazos; esta vez aúllo de
forma distinta, extraigo la voz liberando adrenalina y luego más carcajadas.
Flyn pensará que estoy loca, y quizá lo esté un poco, porque me doy cuenta
de que el aire arrastra lágrimas que brotan de mis ojos.
11
FLYN
Una niña adulta, unos pies descalzos y un helado
JACK
Y, de pronto, nuestro mundo rodeado de una larga
cabellera dorada
Es inevitable. Cada vez que Flyn cruza una puerta se detiene el tiempo. El
aire se ralentiza, el bullicio disminuye y huele distinto, con uno de esos
aromas que te erizan la piel de lo agradables que son, pero al mismo tiempo
te saturan porque es demasiado, porque desearías que estuviese por todo tu
cuerpo, en la punta de tu lengua, en tus dedos… y eso es imposible. Lleva
puesta la camiseta que le regalé por su pasado cumpleaños (me gusta que se
ponga las prendas que elijo para él) y… ¿no llega solo? Detrás de él aparece
una chica menuda que parece una niña lamiendo un helado y… ¿va
descalza? ¡El pelo le llega a las piernas! No puede ser que venga con él,
pero parece seguirle de cerca.
—Hola, chicos —nos saluda, a Gin y a mí, que estamos sentados en una
de las mesas con dos cervezas a mitad.
—Menos mal que no te hemos pedido la tuya, ya se habría calentado —
replica Ginebra de buen humor mientras bebe de su cerveza—. Siéntate.
¿Qué es eso que tienes que contarnos?
—Pues… os presento al «problemilla». —Flyn se hace a un lado y
muestra con ambas manos a la chica que ha entrado tras él, que nos mira
con ojos que van a medio camino entre el temor y la curiosidad.
—Eh… Hola… En realidad me llamo Zel —dice, algo intimidada.
—Hola, Zel. Encantada. Yo soy Gin. —Ella siempre es encantadora con
todo el mundo, incluso si lo presentan como un «problemilla»—. ¡Guau!
¡Qué pelo más largo! Es increíble que lo conserves tan bonito teniendo que
cuidar tantos centímetros.
—Hum… Gracias, sí. —Se mete un mechón suelto tras la oreja con
timidez.
—¿Y se puede saber por qué esta adorable chica es un problema? —
replica Gin.
—Es una historia un poco larga —empieza Flyn; se me hace raro ver esa
actitud vacilante en él.
Observo a la muchacha con recelo.
—Sentaos, tenemos todo el día —sugiero, aunque me parece que
cualquier cosa que escuche no me va a gustar.
Flyn nos cuenta un resumen de lo ocurrido mientras la chica guarda
silencio. Ambos se han sentado frente a nosotros; ella mira distraída la
decoración del bar y la gente que entra y sale, se sobresalta por cualquier
ruido y de vez en cuando nos mira como si fuésemos interesantísimos. Él
está visiblemente alterado y, por lo que cuenta, no es para menos.
—Espera, espera, aún no lo entiendo. ¿Cómo puede una chica de algo
más de cincuenta kilos tumbar a un hombre de un metro noventa y
amordazarlo sin pestañear? —pregunta Ginebra, entretenida con la historia.
Flyn bufa de forma sonora.
—Tenía una sartén —responde ella.
Gin se echa a reír de forma estrepitosa, y debo admitir que algo de gracia
sí que tiene. La chica sonríe de manera algo forzada; veo en su mirada que
está confusa por la reacción de Gin, a quien Flyn mata con los ojos.
—Me pilló distraído, ¿vale?
Sigue contándonos, en cuanto la risa de Gin lo deja, lo de la caja fuerte, la
madre siniestra, la puerta blindada, el trato y la lista de los deseos
prohibidos.
—Entonces, ¿no has salido nunca de tu casa? —le pregunta Gin,
impactada.
La chica niega con la cabeza.
—Nada de esto me da buena espina —opino—. ¿Y si hay algo muy
turbio detrás? Está claro que esa mujer está forrada por todo lo que nos
cuentas, y no sabemos qué guarda dentro de su habitación. ¿Y si te has
metido en algo demasiado peligroso, Flyn?
Él me mira pensativo y suspira.
—Zel, ¿puedes ir a pedir a la barra? Pide tres cervezas y lo que quieras
para ti.
Me ha dado un relámpago de dolor en la boca del estómago al apreciar
una nota cariñosa en su voz, en la de Flyn el imperturbable, el del corazón
congelado, tan independiente y fugaz como un gato. No es raro que traiga
chicas ni que se ausente por las noches, y está Daniela, que es más
constante, pero lo suyo es una relación inusual y superficial, sexo por sexo
(digamos que son la salida de emergencia del otro). Sin embargo, nunca le
he oído dirigirse a ella con cariño.
Lo conozco demasiado, me sé cada uno de sus gestos, cada cadencia de
su timbre de voz, sus manías y sus vicios, por eso sé, incluso antes que él,
que esa chiquilla le ha tocado la fibra; una que ni siquiera el propio Flyn
sabe que tiene.
La observo alejarse hacia la barra con un dolor crepitante en el abdomen.
Ella mira hacia nuestra mesa con algo de vacilación, la trenza infinita se le
engancha en una de las sillas vacías y tira con habilidad, como si lo hubiese
hecho centenares de veces. Enseguida llama la atención del barman, incluso
antes de que lo llame (normal, pues es como un neón en mitad de una noche
cerrada). Él, un hombre de mediana edad muy simpático, le da
conversación y ella parece destensarse un poco.
—Chicos, es justo nuestro tipo de misión: una casa repleta de lujos
innecesarios, cajas fuertes de las gordas, retos y una evidente villana que,
además, en esta ocasión tiene encerrada y en la ignorancia a una pobre
chica —nos aclara Flyn cuando Zel está lejos.
—Tendríamos que estudiarlo, Flyn. Jack tiene razón, no sabemos nada de
ella y su madre; podría ser más turbio de lo que creemos.
—¡Por esa misma razón! ¿No somos nosotros esa clase de banda
anticriminal que va a por los robos más jodidos, a por esa gente que está
pringada de mierda hasta arriba? Esto no puede ser peor que el caso de
Menéndez.
Menéndez era un narcotraficante pirado que mataba a todo el que se
pusiese en su camino, sin mirar siquiera si era inocente, al que dejamos sin
blanca con un solo golpe. Entramos en su casa de doscientos metros
cuadrados, abrimos su caja fuerte y nos llevamos toda la pasta, sus cuentas
bancarias y la información que lo incriminaba, a él y a toda su prole.
—¿Y qué propones? ¿Nos la llevamos a todas partes como si fuésemos
sus niñeros? —intervengo, irritado.
—En realidad solo eres unos meses mayor que ella; hoy mismo cumple
los dieciocho —añade Flyn, algo divertido.
—Estás de broma; parece una niña —gruño.
—No, no lo estoy.
Su sonrisa burlona siempre me parece arrebatadora, menos en ese
momento.
El hecho de ser tres años más pequeño que él siempre ha sido mi martirio,
pues me es imposible no verme como un puto crío a su lado en la mayoría
de las ocasiones.
—El próximo sábado tenemos el golpe. ¿También la traeremos con
nosotros? —Intento no mostrar que estoy molesto, pero creo que no se me
da bien.
—El lunes, en teoría, tengo que llevarla de vuelta con su madre.
—Pero… no lo entiendo. Esto tiene lagunas por todas partes —opina Gin
tras terminarse su cerveza—. ¿Su madre la tiene encerrada, sin vida social
ni información del exterior? ¡Eso es maltrato! Esa pobre chica no lo ve
porque es lo que ha vivido toda su vida, pero, joder, es maltrato.
—Sí, lo sé. Y por eso mismo tenemos que intervenir, ¿no creéis?
Los tres nos quedamos en silencio, calentándonos la cabeza, y la
miramos: apoya su peso en la barra y levanta un poco la pierna, tiene las
plantas de los pies negras y hojas en la trenza. El barman le dice algo que
hace que se ría y sus carcajadas cantarinas llenan el bar, lo que hace que las
miradas se giren con más frecuencia hacia ella.
—A todo esto, ¿has pensado en el tema de la discreción? Porque tu amiga
no es que pase desapercibida, precisamente —comento la evidencia.
—Sí, ya me había fijado en ese detalle…
En ese momento, la chica regresa con una cerveza en una mano y un
batido de chocolate en la otra. El barman la acompaña con gusto con el
resto de las bebidas y las deposita en la mesa, acompañadas de un cuenco
de cacahuetes. Ella se sienta en su silla y nos mira mientras absorbe de su
pajita.
—¡Madre mía! ¿Habéis probado esto? —exclama, abriendo mucho los
ojos.
Nosotros nos miramos entre los tres. Oigo a Gin suspirar y veo a Flyn
morderse el labio; cuando se lo muerde es porque ya ha tomado una
decisión firme. Me resigno y agacho la mirada hacia mis manos nerviosas.
Siempre he tenido miedo a que llegase alguien que empezase a derretir un
poco esa coraza helada y tengo la impresión de que ese día ha llegado.
—Rubita, ¿quieres probar algo rico de verdad?
13
ZEL
1. Que alguien más que madre vea la ropa que diseño y coso.
2. Que algún desconocido me sonría.
3. Bañarme en el mar.
4. Comer helado y chocolate hasta sentirme llena.
5. Leer un libro actual.
6. Ir a una fiesta.
7. Subir a alguna atracción en un parque de atracciones.
8. Ver a alguien tocar un piano de verdad.
9. Ser amiga de alguien.
10. Bailar con ese alguien.
11. Que una persona me bese y que sea agradable.
12. Enamorarme (¿Para luego ser desdichada al regresar a casa y
saber que no voy a verle nunca más? Mejor: tener un amor
frustrado, como Jo de Mujercitas).
13. Mojarme bajo la lluvia.
JACK
Las flores que nacen de su bolsillo
ZEL
Agradable hormigueo en la sien
Está triste; veo el dolor en su mirada. Somos dos personas un poco rotas
sobre el tejado sin saber muy bien qué hacer. Y es una maravilla tener a
alguien al lado que es el reflejo de tus emociones, que comprende, que está.
Necesito entrar en contacto con Jack de alguna forma para consolarle. Y
para consolarme a mí. Hasta yo sé que puede que no sea un gesto adecuado,
pero lo hago de todas formas: me dejo caer en su regazo. El calor de sus
piernas es confortable y su respiración se ha acelerado un poco, pero no
dice nada ni se mueve.
Y cuando estoy a punto de dormirme al cabo de una eternidad, percibo el
roce de sus dedos retirándome el pelo de la sien.
16
FLYN
Un relámpago de dolor, un tejado y una mezcla brutal
de olores
ZEL
Sus risas en el salón
ZEL
La sincronía de dos almas que se atraen pero no lo
saben
FLYN
JACK
La chica que no existe
ZEL
Los dos amores de mi vida
FLYN
Siete deseos y un evento
ZEL
Momento de chicas con purpurina
JACK
Hasta el fin del mundo
ZEL
La mejor manera de tachar un deseo
Me da miedo perderlos entre tanta gente, así que, cuando se alejan, los sigo
con un nudo en la garganta. Todo cuanto hay en ese museo es colorido,
excéntrico y luminoso, adjetivos que me encantan, pero no puedo
absorberme contemplando algo porque, si me descuido, ya no están.
Jack se gira hacia mí de vez en cuando mientras atravesamos salas y me
pregunto a dónde querrán llegar, porque está claro que vamos a algún lado
en concreto por la seguridad con la que cruzan de una estancia a otra. De
repente, parecen detenerse en una sala amplia de techos altos en la que el
parloteo de la gente hace eco y se me para el corazón cuando logro ver a
Flyn sentándose en un enorme piano de cola negro situado en mitad del
lugar. Levanta la tapa sin ningún pudor, cuadra los hombros, estira los
dedos antes de dejar suspendidas las manos sobre el teclado con gesto
pensativo y, de pronto, los deja caer y comienza a tocar con una soltura
asombrosa que hace enmudecer a todo el mundo. Se me eriza la piel de una
forma exagerada. Reconozco esas notas, es la canción que me enseñó en su
coche, una de las favoritas de Gin; la que bauticé como mi favorita también
y que no he dejado de tararear desde entonces. Y lo que me deja sin aliento,
lo que me trastorna por completo es que, cuando llega el momento, se pone
a cantar.
26
FLYN
Un piano de cola y una canción dorada
Canto con soltura por la ayuda del eco, que rebota en las paredes
asépticas de la sala. Entonces me pregunto qué pensará Jack de mi elección.
27
JACK
Un dúo a piano
ZEL
¿Qué es lo que me pasa?
He sentido algo muy intenso en la zona de las costillas. Todos mis órganos
han reaccionado de forma rara, se me han dormido las yemas de los dedos y
tengo ganas de llorar.
Miro a los dos chicos en el centro de la estancia; la voz ronca y sugerente
de Flyn se sustituye por la más suave, profunda y melódica de Jack. No
puedo apartar la vista de ellos, la forma en la que se miran mientras
interpretan la canción, su complicidad y la electricidad que noto entre ellos
y que también va dirigida a mí. A mí. Lo siento, es como un roce tímido
sobre la superficie de mi piel, y sus energías se expanden. Puedo ver sus
colores; no me creo que la gente no pueda sentirlo. Es demasiado
abrumador y el sentimiento que me genera me… me sobrepasa. Es más
fuerte que la ilusión de tachar otro deseo; ellos están convirtiendo este
momento en algo que no podría haber soñado nunca. Puedo reconocer lo
que me quema en el pecho al mirarlos: admiración. Admiro sus voces, la
destreza de Flyn para tocar, sus… pretensiones. No me dirigen la mirada en
ningún momento, pero sé que lo están haciendo por lo que les he confesado
esta mañana.
Estudio el semblante de Flyn mientras mira a Jack cantar, su mirada
concentrada de color verde, su mandíbula, la curva de su cuello dibujado
con unas alas muy finas y cómo se le ondula el pelo en la frente. A Jack se
le arruga la camisa por el cuello, enseña su clavícula y el pelo le alcanza los
ojos del color del chocolate fundido. Empiezo a respirar deprisa; no los
había mirado de esa forma hasta entonces. He estado intentando memorizar
sus caras para no olvidarlas, también por curiosidad, pero esto que se posa
en mi estómago es diferente, mucho más… serio. Mucho más adulto. Y me
asusta, me asusta muchísimo. Tanto que, cuando están a punto de acabar, de
pronto tengo la urgencia de irme; la multitud me agobia, hay demasiadas
personas, demasiadas energías. Lo que estoy sintiendo es muy intenso como
para que haya tantos estímulos externos, me satura. Me fundo entre la
muchedumbre y la sorteo intentando buscar una salida. Atravieso salas
regresando sobre nuestros pasos y, cuando veo la puerta que da a una
terraza, voy directa hacia allí. Tomo una profunda bocanada de aire cuando
salgo y compruebo que no hay nadie.
¿Qué me pasa? No lo entiendo. Todavía me va el corazón tan deprisa que
lo noto en los párpados. Me siento en uno de los banquitos de piedra que
adornan las paredes y me concentro en relajarme y analizar mis emociones.
Creo que un sentimiento nuevo se abre paso a zarpazos. Es como un
animal salvaje, indomable. Cuando nació, apenas lo aprecié; sin embargo,
conforme se alimenta, se va haciendo cada vez más feroz. Y no puedo
guarecer ese animal dentro de mí, porque estoy condenada a la soledad.
De todas formas, he leído suficientes libros de amor para poder
diferenciarlo y lo que yo he sentido ahí dentro no es… amor. El amor es
algo más constante, más palpable, más… No sé, es más.
Flyn y Jack no están interesados en mí, solo intentan cumplir los deseos
de la lista porque ese es el trato.
Me siento un poco absurda.
He notado que ellos ya están acostumbrados a todo lo que ocurre a
nuestro alrededor, pero yo no lo estoy; para mí todo es nuevo y
emocionante.
Decido que, en todo lo que respecta a ellos, seré mucho más cauta. A
partir de ahora dejaré de intentar estudiarlos o aprender cosas de ellos,
puesto que he descubierto que no me beneficia. Yo solo quiero ser como Jo
de Mujercitas e ir por mi sueño sin complicaciones; además, tengo un deseo
más que descartado en mi lista y así se va a quedar.
—Lo siento, animal indomable, vas a tener que estar más tiempo en tu
jaula —murmuro mientras golpeteo mi pecho con el dedo índice—. No
quiero que duela, solo eso.
Me quedo más rato aquí; necesito un espacio a solas sin ver a nadie. He
pasado de cero a cien en poco tiempo y lo estoy notando: estoy agotada. Me
abrazo las rodillas sobre el banquito y miro la porción de cielo que la
terraza me deja ver; está anocheciendo, las nubes rosáceas se dispersan y
hacen formas creativas.
Al cabo de un rato me sobresalta el sonido de la puerta abriéndose y tras
ella aparece Jack, que exclama un gemido hondo al verme.
Lo miro muy quieta con los ojos fijos en él.
—¿Se puede saber por qué te has metido aquí? —¿Me está riñendo?
—Necesitaba estar sola —digo, escueta.
—Te estábamos buscando, Zel. Podrías habernos avisado. —Se deja caer
a mi lado como si estuviese cansado y apoya la cabeza en la pared—. Flyn
ya pensaba que te habías largado.
—¿A dónde?
—¡Y yo qué sé! —Se restriega la cara con las manos.
—Lo siento, no quería… disgustaros —murmuro.
Él me mira de soslayo y suspira.
—¿Estás bien? —pregunta. Sigue mirándome, lo noto, pero yo observo el
cielo.
Su pregunta me pilla desprevenida, en realidad. No recuerdo si me la han
hecho alguna vez.
—No lo sé —admito sin mirarlo—. Es todo… demasiado.
—Ya —musita y vuelve a suspirar—. Es jodido acoplarse al ritmo
frenético de la vida. A veces es aplastante, pero… supongo que está bien
tomarse un respiro para reponerse, ¿eh?
Me entran ganas de llorar otra vez. ¿Pero qué…? ¿Quién entiende mi
cuerpo? Porque yo no tengo ni idea de nada. Nos quedamos callados un
rato. Jack tiene la facilidad de que el silencio fluya de forma cómoda, como
un bálsamo. Y eso me gusta. O ¡no!, no me gusta. No puede gustarme, ¡ah!
—¿Tan mal lo hemos hecho? —rompe el mutismo en un murmullo.
—¿Qué?
—La canción a piano. Has salido corriendo… ¿Tan malos hemos sido?
Parpadeo al mirarle y me doy cuenta de que le interesa de verdad mi
respuesta; eso me desarma por completo. Se supone que no tiene que ser
así, que no les importa. Jack me observa y, por lo tanto, nuestros ojos se
cruzan; nunca he mantenido contacto visual tantos segundos con nadie y es
extraño y adictivo, y el calor está encendiendo mi cara. Turna su mirada de
mis ojos a mi boca y luego a mis ojos de nuevo. Jack tiene las facciones
mucho más bonitas que Jesse de la película Tuck para siempre. Mucho,
mucho más.
No, no, no. Por favor, aparta la mirada, ¡apártala!
—¿Está bonita la tarde aquí, tan tranquilos, mientras Ginebra y yo os
buscamos dentro de las cocteleras? —Es Flyn, que aparece de repente.
¡Oh, madre mía! Me va a dar algo, en serio. Me levanto como un resorte
y esquivo a Flyn como una serpiente para acudir en busca de Gin; con ella
las cosas son mucho más sencillas. Al final Jo va a tener razón en todo.
29
JACK
Tus ojos velados
A los once años estaba totalmente seguro de que me atraían los chicos.
Dudé de mí en muchos aspectos y, de hecho, la inseguridad me ha
acompañado desde canijo por la educación ejemplar que me dieron mis
padres (supongo que, a veces, es un aspecto inevitable en el ser humano,
pero lo mío es muy justificable). Sin embargo, si de algo no he dudado
nunca, es de mi orientación sexual. He llegado a sentir curiosidad por
algunas chicas, pero nada comparable a lo que me ocurre con Flyn. Con su
llegada a mi vida un siete de noviembre de dos mil dieciocho (año en el que
nos trasladamos a la urbanización por el éxito de los robos de mi padre), a
mis doce años, aquello se volvió sólido y adoptó un nombre: el suyo. Lo
mío era inamovible, aunque por supuesto nunca les hablé de ello a mis
padres; ni de eso ni de nada, en realidad. Por eso no me entiendo cuando
miro a Zel a los labios y me imagino besándola. ¡¿Qué?! Y además, justo en
ese instante, en mitad de ese pensamiento intrusivo, Flyn ha aparecido de
improviso.
No es la primera vez que ella me confunde; no ha dejado de hacerlo desde
su llegada. Me sorprendo mirándola, no solo su rostro, también su cuerpo,
algo en lo que jamás me he fijado en una mujer. Ese vestido negro que lleva
sin sujetador marca sus pezones y se le cae un tirante todo el rato, la tela
sedosa marca las formas de su ombligo y sus costillas… ¡Joder! Es
preciosa, ¿ya lo he dicho? ¿Pero preciosa en qué sentido? Necesito dormir
tres días seguidos. Necesito que se acabe, que esta sensación extraña en la
boca del estómago me abandone, porque es que resulta que ya tengo
bastante con lo mío. No me hace falta esto, gracias.
Flyn y yo mantenemos una mirada rara cuando Zel se escabulle por su
costado: primero me mira alzando una palma hacia arriba con una ceja
arqueada, y luego no sé interpretar la manera en la que sus ojos se velan.
30
FLYN
Unos zapatos de tacón, un cigarrillo y un pacto tácito
JACK
Contigo no, Jack
Noviembre de 2020
Cumplí dieciséis años hace un par de semanas y el futuro que hasta hace
poco veía oscuro se presenta ahora lleno de posibilidades.
Él es mi futuro. Cristopher Luque (nunca lo llamamos así, no le gusta),
apodado Flyn, es mi presente y mi futuro. Iré donde él vaya aunque tenga
que bajar al mismísimo infierno. Lo supe la primera vez que lo vi a través
de mi ventana. Por eso no dudé cuando me dijo: «Vente con nosotros, Jack.
Sé que estás deseando largarte de este sitio de mierda». Fue una propuesta
valiente, porque soy menor de edad y mis padres todavía pueden ejercer sus
derechos sobre mí. Pero sabía que no iba a ser un problema.
A Luque, el padre de Flyn, no le quedó más remedio que morderse la
lengua envenenada y dejar que su familia hiciese las maletas y se alejase lo
máximo posible de él. Lleno de ira, amenazando a su mujer con que, fuese a
donde fuese, la encontraría; así fue como se despidió de ellos, soltando
mierda por la boca. Ese hombre no tenía nada mejor en su interior.
—Nos salvas la vida, Jack. —El abrazo que recibí de Flyn en aquella
ocasión fue lo mejor que me había pasado en mis catorce años de vida.
Fue sentido, visceral, y hasta escuché su corazón tronar contra mi pecho.
Pum, pum, pum. A cada golpe Flyn iba amartillando y desgarrando mis
entrañas, colándose muy hondo. Muy hondo. Yo había hecho aquello: se
alejaban de allí por mi ayuda. Flyn ya no regresaría a esa casa, ya no
volvería a verle a través de mi ventana. Mi motivo para seguir respirando
sin asfixiarme se iba. Se iba.
Y entonces me hizo aquella petición.
—Vente, vente con nosotros, Jack. —Sus ojos estaban vidriosos, su labio
reventado había dejado un rastro de sangre en mi sudadera.
Es que… no lo pensé. Ni siquiera le respondí, giré sobre mis talones,
entré en mi casa y les dije a mis padres que me iba. Subí, con sus pisadas a
mis espaldas, e hice el equipaje con sus berridos de fondo.
—No notaréis que me he ido —respondí con tranquilidad. Resulta que,
lejos de encontrarme alterado, estaba bien. ¡Joder! Me encontraba bien por
primera vez en mucho tiempo—. Mi ausencia no cambiará vuestras vidas
en lo más mínimo, y lo sabéis.
Por supuesto, replicaron con argumentos absurdos que hacían aguas por
todas partes y que me provocaron risa.
—¿De qué te ríes, Jacob? ¿Esto te hace gracia? —me preguntó mi madre.
Los miré y tuve la certeza de que estaba ante dos completos
desconocidos. Y que ellos tenían frente a sí a un error.
—Me hace gracia porque dentro de una semana, más o menos, esto os
parecerá una idea cojonuda. Os daréis cuenta de que tenéis un incordio
menos y que podréis seguir con vuestra vida como si no tuvieseis un hijo, lo
que habéis estado haciendo hasta el momento con el pequeño detalle de
que, a partir de ahora, será verdad.
Hubo resistencia, por supuesto. Mi padre nunca aceptó perder, aunque
fuese algo que nunca había tenido. Por eso no me quedó más remedio que
recurrir a la misma amenaza que le había hecho a Luque:
—Me iré, queráis o no. Ahí fuera me espera una vida mejor que entre
estas paredes y lo sabéis, joder. Lo sabéis. Así que tendréis que dejarme
marchar o prometo, papá, que usaré esta información a mi favor —le
amenacé, señalando el móvil guardado en mi bolsillo.
Y así fue como los cuatro, Flyn, su madre, su hermana y yo, nos subimos
al coche cargado con nuestras cosas y nos largamos de allí para no volver.
Estuvimos unos pocos meses algo perdidos, sin saber muy bien dónde
ubicarnos. El caso es que su padre no puede encontrar nunca a su madre
(fue a quien más amenazó cuando nos fuimos) y sabemos que ese hombre
tiene las herramientas suficientes para encontrarnos. De ahí nuestra idea de
los robos, que al principio solo eran una fantasía, una quimera. Pero
Ginebra se tomó en serio aquello, encontró al primer objetivo y nos
pusimos manos a la obra. Ella vivía en el pueblo con su padre, pero tras
cumplir la mayoría de edad (Gin es varios meses mayor que Flyn) y gracias
a nuestra incipiente idea de negocio, se vino a vivir con nosotros.
Aquella primera vez robamos la caja fuerte de un político corrupto poco
popular, nada muy grande ni destacable, pero fue el comienzo de todo.
Esta noche de noviembre de dos mil veinte, hace un frío de narices y
estamos celebrando en la calle que hemos robado nuestro primer millón a
un hijo de puta, un proxeneta al que Gin captó muy rápido. Con mis dedos
mágicos, como ella los llama, hemos ingresado una buena cantidad de
dinero de forma anónima a las cuentas de todas las chicas de las que se
estaba aprovechando.
—Pon una condición —dice Flyn, bebiendo de su copa—. Diles que usen
ese dinero para salir de la mierda y persigan aquello con lo que siempre han
soñado, pero que creían que nunca sería posible. Ahora lo es. Ese tipo no va
a molestarlas nunca más.
Escribimos el mensaje que acompaña al dinero mientras Gin baila, algo
borracha por la celebración. Los tres lo estamos un poco, aunque en
realidad Flyn y yo vamos más serenos.
En algún momento, Ginebra liga (tiene una facilidad pasmosa para atraer
a la gente, es su superpoder) y caminamos por la acera mientras ella se
agarra al cuello de una chica que ríe sin parar por cosas que le dice al oído.
—Mi madre va a poder irse lejos, Jack. Ese cabrón no va a poder
encontrarla nunca —me dice Flyn mientras fuma un cigarrillo—. No les
faltará de nada, ¡de nada! Adara y ella van a vivir como unas reinas, joder.
Y puede que la sanidad privada nos dé alguna cura para la enfermedad de
mi hermana.
Sé que lo último va con tono escéptico, por eso no añado nada. En ese
momento todo parece (casi) posible, tenemos la adrenalina por las nubes,
muchos fajos de billetes a buen recaudo y a una persona horrible arruinada
y condenada con toda prueba e información incriminatoria a disposición de
la policía. Todo anónimo, por supuesto. Los daños colaterales los miramos
con lupa y nunca dejamos cabos sueltos: entre todos los colegas, socios o
personas relacionadas con el individuo en cuestión, nos aseguramos de
quiénes son malas personas de verdad y los clasificamos en «sobornos» o
«amenazas».
—Y pensar que nada de esto sería posible sin ti… —Me da un vuelco el
corazón cuando dice eso, sobre todo por el fervor que empapa su voz.
Me echa el brazo por encima de los hombros, igual que ha hecho Gin con
la chica (ambas están ahora bastante lejos de nosotros), y ese gesto me
dispara el pulso hasta que me siento mareado. Flyn ha sido cercano
conmigo desde que nos fuimos de la urbanización, pero esta vez es
diferente, hay algo nuevo que hace que me duela el estómago de los
nervios. Conocerle más ha sido mi condena: cada día me enamoro de una
parte distinta de él, de sus manos, del pliegue gracioso que le sale en medio
de los ojos, de sus tatuajes, de sus rodillas, de su forma de masticar, de su
voz después de reír a carcajadas… Ahora que estoy conociendo todas las
partes que conforman a Flyn es cuando soy desdichado de verdad, porque
estoy jodidamente enamorado. Mucho. Muchísimo. A veces siento que no
puedo respirar. Pero es que a él le gustan las mujeres. Y yo soy un puto
crío:
—Cumpliste dieciséis hace poco y tienes más madurez que cualquier
chico de veinte. —Todavía me abarca con un brazo por detrás del cuello y
me pega a su cuerpo.
Huele a libertad, un poco a ginebra, a after shave, a un poso amargo pero
placentero. Flyn huele tan bien que el deseo de besarle se me hace tan fuerte
que me asusto.
—¿La edad es importante para ti? —me atrevo a preguntar. Creo que
estoy tan nublado que ni siquiera he pensado en lo que he dicho hasta que lo
digo.
Resulta que Flyn hace los veinte en un par de meses.
—¿A qué te refieres? —Se detiene y, por lo tanto, me hace detenerme a
mí. Pega una calada al cigarro y me mira.
—No lo sé —respondo, nervioso.
—¿No lo sabes? —sonríe.
¡Joder, joder! ¿La he cagado? Trago saliva, necesito retirarle la mirada,
pero no quiero que se dé cuenta de que me siento vulnerable.
—¿Quieres? —me ofrece fumar; yo asiento con la cabeza.
Entonces él acerca el cilindro entre sus dedos índice y corazón a mi boca
y yo absorbo el humo desde el mismo sitio que él hace unos segundos, sus
yemas rozan mis labios. Mi corazón aporrea con violencia mis huesos.
Flyn deja que su sonrisa se diluya y me observa con una seriedad intensa.
Tengo que expulsar el humo, pero es que su cara está justo frente a la mía y
no sé cómo podría apartarla. Él se aproxima, entreabre los labios y yo voy a
morir; así debe de sentirse alguien antes de dejar este mundo, seguro.
Entonces dejo que el humo se escape entre mi boca y vaya a parar a la suya.
—Te veía en tu ventana cada día —confiesa en un hilo de voz profunda
—. Me preguntaba qué haría un chaval de tu edad tanto tiempo solo, en esa
ventana; si habría algo interesante ahí fuera que te mantuviese pegado a ella
cada vez que yo entraba y salía de mi casa.
Dejo de sentir el suelo bajo mis pies. Él esboza una sonrisa débil.
—¿Me mirabas a mí, Jack? —pregunta al fin.
—¿Qué? Yo… Yo… —Deseo que me trague algo, que se acabe el mundo
o caigan meteoritos del cielo.
Flyn aparta la cara para fumar y, en esta ocasión, es él quien expulsa el
humo sobre mi boca, muy despacio, acercándose mucho. Recibo el humo y
le saboreo: noto la ginebra, un toque dulce, como a caramelo quemado. Me
encanta, es su sabor. Y en cuanto la nube blanquecina se agota de su boca,
se acerca y sus labios quedan suspendidos a milímetros de los míos, se
están rozando. Y yo respiro con celeridad contra ellos, hasta que Flyn
decide tomar con lentitud mi labio inferior entre los suyos, lo besa y luego
posa ambos labios sobre el mío superior y lo besa también. Pierdo el
sentido y mi cuerpo actúa sin permiso, porque de repente lo agarro por la
chaqueta atrayéndolo hacia mí como un desesperado. Y Flyn responde con
la misma urgencia; nuestras bocas se enredan, nuestras lenguas se
encuentran. Estoy notando su anhelo, sus dedos tiemblan, su cuerpo se
aprieta al mío, quiere más… y yo podría llorar, lo juro, pero me reprimo
aunque tenga tantas ganas que me piquen los ojos.
Pero Flyn se detiene. Respira deprisa contra mi boca hinchada por la
fuerza del beso y me mira a los ojos con un sentimiento que me rompe: la
culpabilidad.
—No quiero cagarla, Jack. Contigo no —dice.
El centro de mi alma se entumece, como si hubiese dejado de funcionar.
Y no volvemos a hablar del tema.
32
ZEL
Tener una amiga es lo mejor del mundo
JACK
Y a ver qué pasa
ZEL
Un descubrimiento desagradable
Siento que floto sobre mis pies descalzos mientras esquivo gente y huyo. La
risa se escapa de un lugar de mí que no sabía que existía, me domina, y el
corazón hace piruetas contra mi caja torácica.
No, este no es el tipo de baile que tenía en mente, es muchísimo mejor.
Gin, Flyn y Jack son muchísimo mejor.
Sé que me están persiguiendo, y el peligro de que aparezcan por cualquier
parte me encoge el estómago de forma emocionante. Pero en un descuido
me choco contra alguien.
—¡Lo siento! —digo al instante.
El hombre me mira de arriba abajo de una forma que me resulta algo
incómoda.
—¿Te has perdido, bonita? —pregunta, sonriendo.
Me aparto hacia atrás.
—Eh… No.
—Puedo llevarte a donde tú quieras, ¿eh? A tocar las estrellas, si te
apetece. —Sus amigos se ríen de forma muy distinta a como lo hacen Gin,
Jack o Flyn.
No me gusta. Puedo notar sus energías: son pesadas, pegajosas, dan dolor
de cabeza. Es una sensación parecida a… No puede ser. Me siento mareada
de repente.
—Zel… —Es Gin, me giro hacia ella enseguida y me abalanzo para
abrazarla.
Necesito sentir su energía, empaparme de ella.
—Eh, ¿estás bien?
—¿Podemos tomar otra bebida rosa, por favor? —le digo, con la
necesidad de alejarme de allí.
Y es que, por primera vez desde que estoy en la ciudad, he sentido a
madre más cerca que nunca. Las energías de esos tipos que no dan buena
espina son muy parecidas a las de ella. Pero ¿por qué?
35
FLYN
Un deseo inocente y la pelea con el final
más inexplicable de la historia
JACK
Las cadenas irrompibles
ZEL
Es el momento de conocer mi don
FLYN
Una noche, unas horas, unos minutos
ZEL
Guerra de helado
—¿Sabes que hay cuatro películas más? Es una saga —me cuenta Gin
cuando se termina la que acabamos de ver.
Me ha parecido alucinante; madre nunca me ha enseñado ninguna
película de amor (a excepción de Tuck para siempre, donde, por cierto, no
se dan ningún beso). Edward y Bella se quieren de una forma que corta el
aliento y el hecho de que él sea un vampiro en constante conflicto por si
tiene la tentación de morderla es emocionante.
—¡¿Hay cuatro películas más?!
—¡Sí! Y cuatro libros en los que se basan para hacer las pelis —revela
Adara.
—¡Oh, no! —me llevo las manos a la cara.
Nunca voy a poder leer esos libros ni ver esas películas; madre no me
dejará ni en sueños. Lo peor es que la lista de deseos va aumentando
conforme el tiempo se agota. No puedo dejar de anotar mentalmente todo lo
que me gustaría hacer, aunque una vocecita más racional intente gritarme
que no lo haga, que no me torture. Además, el momento se acerca y cada
vez me duele más el estómago de los nervios, porque no tengo la llave de la
habitación de madre y no se me ocurre ninguna idea.
Noto una mano en mi hombro y levanto la cabeza de un impulso. Gin está
mirándome con una sonrisa dulce.
—Es la última noche de Zel con nosotros —informa y luego busca el
mando para cambiar de canal—. ¿Hacemos que esta noche sea memorable?
Gin pone música y sube la voz. Adara da palmadas y se levanta del sofá
sin ayuda.
—¡Eh, tú! ¿A dónde vas? —le dice Raúl de buen humor.
—¡A bailar! —Viene hacia mí y me ofrece su mano; yo le sonrío con
todas mis ganas y se la agarro para levantarme.
Ella y Gin empiezan a moverse por el salón, descalzas como yo, algo
despeinadas y con la ropa arrugada de estar sentadas. Me uno a ellas sin
dudarlo y aplauden y silban al verme bailar con algo de timidez. Suena Viva
la vida de Coldplay (lo pone en la pantalla) y se me eriza la piel. Raúl es el
primero que se une entre carcajadas, y Jack y Flyn, algo más rezagados,
también se apuntan. Comenzamos a dar saltitos y hacer bailes alrededor de
la mesa pequeña, andando en círculo, y no puedo dejar de reír al mirarlos.
Gin, Adara y Raúl bailan muy bien, pero Jack y Flyn son algo torpes (no sé
si a propósito) y añaden un toque cómico al ambiente.
No sé cómo se ha podido desencadenar una situación tan improvisada y
divertida de repente; las energías que pululan entre nosotros son tan
agradables que noto un calor apacible y afectuoso en el pecho. Adara agarra
mis manos, las levanta y mueve las caderas al ritmo de la música sin
detener la marcha que hemos creado los seis en torno a la mesa. Jack, que
va detrás de mí, menea un poco los hombros y chasquea los dedos, pero
Flyn solo camina y a veces mueve un poco la cabeza. Río sin parar, me
duelen las comisuras de la boca y la barriga, es una sensación nueva que no
sabía que necesitase, pero lo hago, y lo seguiré haciendo cuando me vaya.
No contaba con esto cuando escribía mis deseos y soñaba con salir. No
contaba con conocer gente a la que echaría de menos, con descubrir otro
tipo de deseos que no sabía que se pudiesen tener. No pensé en cómo sería
mi regreso. Pero ahora sé que será peor que antes. Será mucho peor porque
ahora los conozco a ellos y la idea de no verlos más me crea un vacío
extraño, por no hablar de la cantidad de cosas que nunca más volveré a
hacer y todo lo que nunca haré.
—¡Rubita!
Me giro y de pronto me veo la mano de Flyn acercarse; noto que algo frío
y cremoso se restriega por mi nariz. Acaba de mancharme de helado. Me
quedo un poco paralizada por la sorpresa, pero al verlo reír a carcajadas, le
frunzo el ceño, meto el dedo en la tarrina de chocolate y voy hacia él, que
detiene sus risas de golpe y empieza a esquivarme tras la mesa. Es mucho
más hábil que yo, por no hablar de nuestra diferencia de altura, por lo que
tengo las de perder, pero veo a Gin embestirle desde el flanco derecho y
gritar:
—¡Le tengo! ¡Ahora, Zel!
Él empieza a hacerle cosquillas y ella se retuerce y se encoge, de modo
que le suelta antes de que yo llegue.
—¡Guerra de helado! —grita Adara.
Y me entra la risa floja mientras persigo a Flyn por el salón y la veo
meter la mano en un bote de nata y nueces, y manchar a su marido en toda
la cara. Entonces Jack se cruza en el camino de Flyn y le planta una mano
pringosa de helado de chocolate en la frente justo antes de salir pitando en
otra dirección.
—¡Eh! ¿A dónde crees que vas?
Se me ha derretido el helado del dedo, así que vuelvo a por más con una
sensación de burbujas en el estómago. Flyn está persiguiendo a Jack por el
salón, y este salta sofás y sillas con una habilidad pasmosa; están en
igualdad de condiciones, los dos son ágiles y rápidos. Aprovecho la
concentración de Flyn en atrapar a Jack para interponerme en su camino; no
se lo espera, frena de golpe, pero es tarde; le planto la mano de helado de
nata en la mejilla y en parte de la comisura de los labios, él lame la crema
con gesto felino, su mirada es determinante: viene a por mí. Lanzo un
agudo chillido que no sé de dónde sale y, cuando me giro para echar a
correr, me topo con el cuerpo de Jack, que se agacha con una rapidez
impresionante para agarrarme de las caderas y huir conmigo a cuestas. Se
me escapa una carcajada sobre su hombro, estoy viendo a Flyn partirse de
risa mientras nos persigue, Adara le intercepta en ese instante y le mancha
el cuello desde detrás.
—¡Mis enemigos crecen! —chilla.
Jack me baja al suelo porque Flyn ha cambiado de objetivo por unos
instantes, aunque no podemos bajar la guardia.
—¡Eh, Zel! —me llama Jack.
Y al girarme me planta un dedo en la cara impregnado en helado.
—¡Ehh!
Pero justo cuando quiero tomar represalias, noto unos brazos férreos
alrededor de mi cintura.
—Ya no te escapas, rubita. —Flyn habla a través de mi pelo y noto un
potente escalofrío recorrerme la columna vertebral.
40
JACK
Un millón de sueños
No recuerdo habérnoslo pasado tan bien nunca. Somos niños con la ropa
manchada, con las mejillas sonrosadas y la risa como idioma.
Si soy sincero, no nos reconozco en este papel. Desde que nos mudamos
de la urbanización, no nos hemos deshecho de la tensión ni de la
preocupación. Las nuevas búsquedas de objetivos, las investigaciones y los
robos no nos dejan tiempo para relajarnos. Tenemos tiempo libre, sí, pero
nunca lo habíamos disfrutado así, como este fin de semana. Supongo que
porque nos hemos hecho adultos deprisa y a la fuerza; somos jóvenes con
muchas responsabilidades y cada uno carga con sus propios fantasmas.
Esta noche, en este salón, miro de forma diferente mi entorno; algo ha
cambiado dentro de mí, lo sé, aunque es inapreciable, aunque no conozco
bien su procedencia y, para qué engañarme, estoy un poco cagado. Miro
cómo Flyn atrapa a Zel, que la pilla desprevenida y chilla y patalea entre
carcajadas musicales. Me fijo en los detalles, en cómo los largos dedos de
Flyn arrugan su vestido violeta y se clavan en su abdomen y su cadera, la
manera en la que su cara se sumerge en la cascada de pelo dorado sobre su
cuello, la forma en la que ella le sostiene de los brazos para intentar
apartarlo sin éxito y, al mismo tiempo, percibo que ninguno de los dos tiene
mucho interés en que aquel contacto acabe pronto. Y lo mejor es que es
muy posible que ninguno de los dos sea del todo consciente de ello. Y no
me molesta, ¡no me molesta! Tengo celos de sus manos ahora, de lo cerca
que están, pero no podría decir que solo me siento así por Flyn.
No dejo de mirarla. No paro de seguir sus movimientos, de estudiar su
cara, sus manos, sus pies. Es como si quisiese grabarlos en mi mente antes
de que se vaya, porque es una sensación efervescente y nueva que me tiene
en alerta y me siento más vivo.
Sí, Flyn es mi vida entera y ella me hace sentir vivo. ¿Tiene eso sentido?
Porque para mí, en este instante, mientras suena Taylor Swift en la
televisión, esa certeza me golpea como nunca y me deja helado.
—¡Jack! —grita ella entre paroxismos de risas—. ¡¡Jack, ven!!
—¡No, Jack, no vengas! —dice Flyn mientras se acerca hacia la mesa
para intentar agarrar una tarrina.
«Jack ahora está teniendo una epifanía y sois el único motivo de que esté
sucediendo», pienso mientras mi pecho se expande al mirarlos.
No, claro que no quiero que Zel se vaya. Y menos sin haber averiguado
nada; ni ella, ni su supuesta madre, ni su casa existen. Y eso solo significa
una cosa: su madre no es quien dice ser y hay algo mucho más grande que
un secuestro detrás. Lo que no entiendo es qué razones tendría alguien para
tener cautiva una chica. ¿Los padres biológicos de Zel son millonarios y
pide rescate? Lleva toda su vida con su madre, así que esa opción está
descartada, los secuestros son temporales. La prohibición de contacto
externo, las mentiras, el control estricto de su figura y su salud… Todo esto
solo nos revelaría una actitud obsesiva de sobreprotección, pero luego está
el tema de la casa llena de lujos y la habitación secreta blindada.
Demasiadas preguntas sin resolver, demasiados factores extraños. Algo se
nos escapa, debe de haber algo más.
Zel se escurre entre los brazos de Flyn y huye mientras él exhala una risa
de cansancio y se inclina para respirar. Todos parecen estar en tregua, cada
uno en una esquina, con helado por todas partes del cuerpo. Huele dulce y
las sonrisas se dibujan en las seis caras de este salón.
La rubia vuelve a acercarse para mirar la tele, en ese momento me doy
cuenta de que están trasmitiendo el videoclip de A million dreams, de la
película de El gran showman. Zel deja caer los hombros y se detiene frente
a la pantalla con gestos pausados.
—¿Hemos… hemos escuchado esta canción antes? —pregunta sin
aliento.
La miro y siento un déjà vu que me pone la piel de gallina.
—Recuerdo verla hace unos años. A mi madre le encanta, nos la puso
varias veces —responde Flyn.
—Creo que entiendo lo que dice… —dice ella, un poco desconcertada—.
Cada noche… colores brillantes llenan mi cabeza. Un millón de sueños me
mantienen despierta, pienso en el… en el mundo que podría ser.
Flyn y yo la miramos en silencio, sigo con la piel de gallina y no
comprendo muy bien el motivo.
—¿Hace poco me pediste que te tradujese Golden hour y ahora sabes
hacerlo sola? —replica Flyn con voz ronca.
—No sé —dice ella encogiendo los hombros.
Nos quedamos allí como pasmarotes mirando el videoclip hasta que se
acaba la canción y escuchamos la voz cansada de Adara detrás de nosotros.
ZEL
Hay dos cuartos de baño, por lo que hacemos turnos para ir mientras el
resto nos instalamos en las habitaciones donde vamos a dormir. Gin está
dejando sus cosas en el mismo cuarto que yo; estoy emocionada, es la
primera vez que no duermo sola.
—¡Minifiesta de pijamas! —exclama ella, recién duchada, al tiempo que
deshace las sábanas de su cama.
Me cuelgo el pijama en los brazos y agarro el champú para ir a esperar al
pasillo; hace un rato que Jack y Flyn han entrado a ducharse, no tardarán.
Oigo los chasquidos de los pestillos con varios segundos de diferencia y
luego las puertas de los baños se abren; primero la de Jack, al fondo del
pasillo, y luego la de Flyn, al lado de la pared donde me apoyo. Ambos
aparecen con las toallas enrolladas en las caderas, con los torsos salpicados
de gotas y el pelo mojado.
—Rubita, nos has visto así varias veces. ¿Vas a dejar de ponerte como un
tomate alguna vez?
—Cállate, Flyn —gruño.
Emanan un olor muy estimulante, el pasillo se colma de ese aroma y dejo
de respirar para no ponerme más nerviosa.
—Me gustaría verte si a alguno se nos resbalase la toalla —continúa.
Esa imagen en mi mente se hace muy real y noto cómo el rubor se
enciende todavía más hasta que el calor me sofoca. ¡Maldita sea! ¿Por qué
mi cuerpo me odia y me deja en evidencia? Jack me sonríe y noto
complicidad en su mirada; eso no ayuda a mejorar mi estado.
Me meto deprisa en el aseo, que aún conserva vapor de agua en la
superficie del espejo, y cierro la puerta con un bufido. Es la primera vez que
empleo tan poco tiempo en mi baño. Me desenredo el pelo de camino a la
habitación con el pijama puesto. De soslayo, veo que Flyn está en la cocina
cuando paso frente a la puerta.
—¡Ah, has encontrado el pantalón! —dice con un vaso de agua en la
mano.
Le saco la lengua de forma burlona y él se ríe, pero solo le escucho
porque he seguido caminando; me encuentro sonriendo cuando entro en la
habitación. Gin está sentada en su cama concentrada en la tele pequeña que
sostiene sobre las rodillas. Yo me dejo caer en la mía con un suspiro y miro
el techo.
—¿En qué piensas? —me pregunta.
Cierro un momento los ojos y me centro en las sensaciones de mi cuerpo.
—En lo bien que nos lo hemos pasado hoy —le digo en un hilo de voz.
Escucho su leve risa y cómo suspira profundamente después.
—No has podido tachar todos tus deseos, ¿verdad?
—No. —Abro los ojos y la miro—. Pero ha sido mejor de lo que
imaginaba. Todo. Y os doy las gracias por ello.
Ella ensancha sus comisuras y veo un brillo triste en su mirada de color
negro.
—¿Sabes que puedes quedarte el tiempo que necesites, verdad?
Parpadeo varias veces ante lo que dice. No esperaba que me dijese algo
así; creía que estarían contentos de que llegase el momento de cumplir mi
parte del trato. Ella observa mi expresión y tuerce los labios, como si
pudiese leerme la mente.
—Cualquier cosa que acordaseis Flyn y tu… ya no es tan importante,
¿sabes? Te hemos conocido y queremos que estés bien, eso es todo.
Aquello provoca una avalancha incontenible en mi interior, como si
hubiese un muro bloqueando el dolor y la tristeza, y se liberase de golpe.
Las lágrimas salen solas de mis ojos, sin permiso. Y no quiero, me da
vergüenza llorar delante de ella, pero ya no puedo controlar mis emociones.
No soy capaz de decir nada. Ella me mira con ternura, se levanta de su
cama y viene a la mía para tumbarse a mi lado. No dice nada más, solo se
queda cerca de mí mientras lloro en silencio. Siempre lo he hecho así, llorar
sin hacer ruido.
Y cuando Gin se duerme yo hago el esfuerzo por mantenerme despierta
porque no quiero que acabe. Quiero alargar al máximo este día, ser
consciente de que los tengo cerca, de que rozo a Gin y noto su respiración,
que, con solo dar unos pocos pasos, estoy en las habitaciones de Jack y
Flyn. Deseo con todas mis fuerzas levantarme y hacer eso, ir a sus camas y
despertarlos para decirles que necesito más tiempo con ellos, que necesito
que me abracen, que me toquen, que me miren. Los necesito. Y ya los echo
tanto de menos que me duele el corazón.
JACK
La verdad da ganas de huir
FLYN
Un impulso, una necesidad
ZEL
Tormenta en mi pecho
FLYN
Una semana por delante, una chica rota y una presión
en el pecho
JACK
Me rindo
Me alegra que no se haya ido y poder resolver las cosas sin ponerla en
peligro. No las tenía todas conmigo; parecía muy apegada a su madre, muy
anclada a todas las ideas que le había metido en la cabeza durante toda su
vida. Pero es más inteligente de lo que parece, la subestimamos. Es
ingenua, inocente y apenas conoce nada del mundo real, pero se adapta
rápido y parece que ya es consciente de la verdad.
Flyn se comporta de forma esquiva, se aleja de las personas que sufren,
suele hacerlo a menudo con Gin o conmigo cuando nos pasa algo malo. Y
evita conversaciones cuando es él quien lo pasa mal, por eso no lo he visto
en todo el día. Estamos cada uno en nuestros dormitorios; yo, repasando la
operación del sábado. Solemos reunirnos varias tardes la semana anterior al
golpe para concretar cosas y repasar cada punto con detalle. Esta semana
Gin tiene que hacer dos salidas para que cuele que trabaja en la fiesta en la
que nuestra víctima estará la noche en la que entraremos en su casa; la metí
a mi manera en la base de datos del selecto local; será pan comido para ella.
Las paredes se me echan encima cuando llega la noche. Me siento
impaciente todo el rato, como si esperase algo, como si quisiese estar en
otro lugar. Me levanto y voy hacia el comedor: veo a Zel y a Gin en los
sofás; están viendo la segunda de Crepúsculo y huele a palomitas en el
ambiente. Zel se ha recogido el pelo de forma desarreglada en un moño
abultado que se esparce por su nuca y viste con el pijama; un tirante se le ha
resbalado del hombro y sus piernas pálidas se cruzan sobre el asiento. Gin
me pilla mirándola, yo me pongo rojo y ella me sonríe como solo Gin sabe;
es acojonante la capacidad que tiene de entender a las personas cuando ni
siquiera ellas mismas se entienden. ¡Qué narices! Entro, agarro el bol
humeante de palomitas y me siento con ellas.
47
ZEL
Ya no hay nada que esconder
Es muy extraño saber que no tienes un lugar al que volver, que la única
persona a la que se anclaba tu vida es de quien ahora quieres huir. Es raro
que el dolor y la tristeza se mezclen con el alivio. Alivio, sí. Quizá esa es la
palabra que he estado buscando durante todo el día; algo que pugnaba por
manifestarse en mis terminaciones nerviosas, pero que no sabía diferenciar:
el descanso de no tener que regresar a mi cárcel, de poder ser libre. Estoy
sola en el mundo, es algo que estoy asumiendo despacio, un miedo que
siempre tuve; que madre me abandonase, que no me quisiese. Por eso
siempre procuré ser la mejor hija: cocinar, limpiar, llevar mis rutinas en
orden, obedecer…; es la única forma que conozco de compensar. Hasta el
momento teníamos el trato; yo les daba algo a cambio. Pero ahora tengo las
manos vacías. No tengo nada.
Estoy vacía. ¿Qué hago ahora? ¿Quién soy?
Trato de centrarme en Luna nueva, la segunda película de vampiros que
Gin ha puesto, cuando noto cómo el asiento se estira bajo un peso. Me giro
hacia Jack, ya puedo distinguir sus olores, y el suyo me reconforta, calma
mis nervios. Inspiro hondo y me acomodo mejor; él se estira todo lo largo
que es y puedo sentir el calor de su brazo cerca del mío. Me gustaría hacer
como aquel día en el tejado y dejar caer la cabeza en sus piernas, pero, por
algún motivo, en esta ocasión me siento más cohibida; me pregunto cómo
pude hacerlo aquella vez sin pensarlo demasiado. Quizá el entusiasmo del
primer día o el sueño que tenía. O que no le conocía y no sentía… esto que
me aprieta las entrañas y hace que mi corazón actúe de forma extraña.
Los días pasan así, apenas hablamos a excepción de las comidas y las cenas,
conversaciones triviales donde yo tengo poco que aportar. Nos cruzamos
por los pasillos en varias ocasiones y se me acelera el pulso en cada ocasión
con Flyn, que me observa con una leve sonrisa socarrona, o con Jack, que
me dedica miradas colmadas de misterios que deseo descubrir. Son dos
enigmas andantes para mí; desearía meterme en sus cabezas para saber qué
piensan, qué sienten. Noto que soy insignificante y todavía hay demasiadas
cosas que se escapan a mi comprensión. Desearía ser más útil, desearía…
estar más tiempo con ellos y conocerlos bien, empaparme de sus olores,
atreverme a tocarlos. Solo la idea de hacerlo me encoge el estómago.
Estoy tumbada en mi cama leyendo Te daría el mundo, de Jandy Nelson,
cuando se escucha el piano. Distingo la melodía: es Edward leaves, de
Alexandre Desplat; le pedí a Gin que la añadiese a la lista de reproducción
después de escucharla en la última película que vimos; me parece preciosa.
Me levanto despacio y camino descalza por el pasillo hasta que me asomo
con discreción al vano de la puerta para encontrar a Flyn tocando el
instrumento. Se encuentra de espaldas y no hace mucho que ha salido de la
piscina, a juzgar por su falta de camiseta y su cabello húmedo. Tengo una
intensa tentación de ir hacia él y sentarme a su lado, pero no lo hago. El
corazón me aporrea las costillas, la sensación me abruma, pero siento que
no debo romper la distancia que ellos han creado conmigo por alguna razón.
Me quedo allí más rato hasta que casi alcanza el final de la canción y
regreso a mi cuarto.
Cuando voy de camino de la cocina al jardín, acostumbro a asomarme
con cautela para ver a Jack en su dormitorio. A veces camina de un lado al
otro con una libreta en sus manos mientras hace bailar un lápiz entre los
dedos; otras veces tiene una guitarra en el regazo y toca de forma aleatoria,
como si crease algo. Me quedaría mirándole mucho más tiempo, es
inspirador contemplar cómo se sume en sus pensamientos. Me pregunto qué
hace.
Me acabo el primer libro enseguida y voy a por el segundo. Flyn toca en
más ocasiones y yo me acerco cada vez al vano de la puerta. A veces Gin lo
escucha desde la tumbona en la piscina; desde allí no puede verme, ni él
tampoco. Magic moments, de Austin Farwell, me dice que se llama su pieza
de ese día cuando le pregunto en la cena. Y luego, cuando nos retiramos a
las habitaciones, le oigo tocarla de nuevo. El pulso se me sube a la garganta;
¿toca para mí? Estoy a punto de salir corriendo de mi habitación para
encontrarme con él, pero un sentimiento extraño me frena. Cuando la
canción acaba, le oigo volver a su cuarto. Y de mi garganta brota un sonido
estrangulado que precede a lágrimas que no entiendo, pero esa noche me
duermo llorando. Y sueño que Flyn entra en mi dormitorio y me acaricia el
pelo, que me susurra que nunca me dejará y luego Flyn se transforma en
Jack, que me besa la sien y se acuesta a mi lado. Y siento un amor
irracional y brutal recorrerme el cuerpo; me domina por completo y hace
que me despierte entre resuellos.
Aprovecho el tiempo para leer; estoy empezando la saga de Crepúsculo
cuando ya vamos por la última película. También cocino y esta mañana
salgo a comprar con Gin y le pido ir a una tienda de telas para poder coser,
lo echo muchísimo de menos. Haré ropa para los cuatro, así me sentiré más
útil. Además, no recordaba lo emocionante que es diseñar ropa en un papel,
imaginarla en la cabeza. Es de las cosas que más me mantenían despierta
cuando estaba encerrada; crear desde cero, sin restricciones.
Al mediodía Flyn entra al salón, donde estoy preparando los retales que
usaré para hacerle un vestido a Gin; primero me observa con sorpresa (está
viendo la mesa llena de telas, bocetos y trastos relacionados con la costura)
y luego carraspea:
—Ha llamado mi hermana y quiere que nos juntemos todos; no me ha
dicho por qué. —Se me queda mirando con una expresión que no sé
descifrar—. Se han empeñado en venir aquí.
—¿Pero Adara no se marea con las distancias largas? —Jack aparece
detrás de Flyn masticando un sándwich. Lleva un plato con varios de ellos
que deposita en la mesita a mi lado.
Son pequeños gestos que han estado haciendo de forma casual a lo largo
de estos días y que me afectan más de lo que ellos pueden imaginar. Madre
nunca hizo un gesto de cuidado conmigo, no al menos fuera de mis rutinas
estrictas, y me parecía lo normal. Por eso me siento fuera de lugar cada vez
que me piden opinión, me ceden un sitio, me sirven comida o me dirigen
cualquier gesto de atención.
—Exacto, pero es una cabezona; no me ha hecho ni caso.
—¡Ah, bueno! En eso no te pareces a ella en nada —añade Jack riendo
entre dientes.
—Es rarísimo que quiera volver a juntarse tan pronto, ya sabe que no me
gusta que nos veamos de forma continuada. Está claro que hay algo que no
me contó cuando nos fuimos…
—No te preocupes. Si fuese algo malo, no vendría hasta aquí a decírnoslo
—le asegura Jack.
Yo bajo la mirada y sigo cosiendo sin decir nada. Me tiemblan los dedos
en torno a la aguja; no quiero que Adara les cuente lo de mi don. Es decir, la
única persona que creía que me quería, en realidad, solo lo hacía porque se
aprovechaba de los tarros de agua con mis lágrimas. Cuando ellos sepan
que podrían ganar grandes cantidades de dinero sin tener que robar, ¿qué
pasará? Me encojo ante las posibilidades que surgen en mi imaginación.
Son buenas personas, lo sé, pero hasta un santo se vería tentado a sacarle
partido a algo tan extraño como un don que sana enfermedades. Y yo quiero
gustarles por quien soy, no por lo que puedo hacer… Esto último me
preocupa más de lo que me gustaría. Es agotador intentar gustar, lo he
comprobado con ellos. Son impredecibles; sus halos de energía, que puedo
sentir cada día más, apenas me dan información acerca de sus
personalidades o sus motivaciones.
Por eso, cuando suena el timbre me tenso y me tapo los ojos con las
palmas de las manos. Oigo cómo Gin los recibe, cómo Jack y Flyn se
reúnen con ellos en el recibidor. Me da miedo salir y enfrentarme a la
situación. Me siento contrariada, no me gusta la aparente condescendencia
de estos días, no quiero ser esa pobre chica a la que dejan quedarse por
pena, no quiero ser una molestia ni una carga; pero tampoco soportaría que
me quisiesen solo por mi don. Los oigo entrar en el salón y yo tomo con
fuerza el pomo de la puerta de mi habitación hasta que me duelen los dedos,
la abro y salgo.
—¡Ah, Zel! Ya iba a preguntar por ti —dice Adara, que resplandece.
Su energía se proyecta con una fuerza abrumadora y me siento mejor al
instante, aunque sé que es por su influencia, así que no descuido la
inquietud.
Se han sentado en los sillones, Flyn se fuma un cigarrillo en la puerta del
jardín y Jack toca teclas aleatorias del piano sentado en la banqueta. Adara
se acerca a mí y susurra:
—¿Podemos hablar?
—Hum… Claro —musito.
Alzo la mirada justo a tiempo para ver el gesto confuso de Flyn antes de
salir del salón.
—Supongo que sabes a lo que he venido, pero no voy a contarles nada
acerca de ti sin tu permiso. Aunque me gustaría, si te soy sincera —
comienza—. Sé que temes sus reacciones, de no ser así, ya les habrías
contado algo. Y te entiendo, pero ellos no son tu madre, nunca te harían
daño.
Trago saliva y bajo la mirada. Cierro los ojos unos instantes; mi cabeza es
un nido de dudas y miedo. No soy capaz de verle la parte buena de
contarles que tengo un don.
—No estoy preparada para esto —digo en un hilo de voz.
—Zel, ¿te das cuenta de lo que pretendo contarles, verdad? Me has
salvado la vida. ¿Entiendes lo que es eso? No hay nada a lo que debas tener
miedo.
Me toma de la mano con firmeza y puedo sentir la belleza de su energía;
casi me ciega y eclipsa mi incertidumbre. Pasamos de nuevo al salón,
todavía de la mano.
—Sé que estáis nerviosos, así que voy a ir al grano: el mismo día que os
fuisteis pedí cita para ir al médico. Ya sabéis que tengo manga ancha, allí
me conoce todo el mundo, por eso de que es mi segunda casa. —El humor
que emplea relaja los hombros de los presentes, todos la miran sin pestañear
—. Esta misma mañana he recibido los resultados: la enfermedad de
Addison ha desaparecido. Estoy sana, completamente.
El silencio colma el salón tras la noticia de Adara. La miran como si
estuviesen esperando algo más, como si sus mentes no fuesen capaces de
procesar la información.
—¿Qué estás diciendo? —Flyn se aparta de la puerta del jardín para
acercarse a su hermana.
—Es un milagro. Los médicos no daban crédito, creían que los resultados
eran erróneos, pero no lo son. Lo sé. —Adara esboza una sonrisa que le
ilumina toda la cara y hace que su hermano deje escapar un gorjeo—. Me
siento mejor que nunca. Es… increíble.
Los ojos se le anegan en lágrimas y me mira con un agradecimiento que
me estrangula el alma.
—¿Qué tiene que ver Zel con esto? —La voz de Flyn vibra y alterna su
mirada de su hermana a mí.
Adara enreda sus ojos vidriosos en los míos y asiente con la cabeza;
siento un pinchazo en el estómago. De repente, noto todas las miradas sobre
mí y me empieza a faltar el aire. Raúl, Gin, Jack, Flyn; todos me observan
expectantes y desconcertados.
—Yo… —Aprieto los puños en torno a la tela de mi vestido—. Hay una
razón por la que mi madre me tenía encerrada. Ella…
Me detengo e inspiro de forma intermitente, porque había dejado de
respirar. Sus miradas me ahogan, sobre todo las de Jack y Flyn. El bronce y
el verde de sus iris hienden mi pecho, me oprimen, hacen que me arda la
garganta y los ojos. No soportaría que cambiasen su manera de verme, no
soportaría que mi don se convirtiese en lo más atractivo de mí para ellos.
Me rompería en mil pedazos.
—Se aprovechaba de algo que puedo hacer —decido continuar,
valiéndome de todo mi arrojo—. Es algo que no sé de dónde viene ni por
qué lo tengo, pero… está en mi interior.
Jack se levanta despacio para acercarse a paso lento. Flyn está tenso,
juraría que no respira.
—Todo… La obsesión por mi cuidado, mis rutinas, mi alimentación, se
debía a lo mismo. Tenía que estar sana para que mis lágrimas fuesen puras;
ella se las llevaba en tarros de agua fresca a la ciudad.
—¿Tus… lágrimas? —pregunta Jack.
—Ella decía que curaban enfermedades. Yo debía creerla, aunque nunca
vi a nadie curarse.
—Hasta ahora —concluye Adara, mientras me toma de nuevo la mano
con un cariño que se expande por mi brazo hacia mi cuerpo entero.
El silencio se alza de nuevo en el salón.
—Espera… ¿Nos estáis diciendo que Zel te ha curado? —pregunta Gin,
recelosa.
—Me bebí un vaso de agua el día de vuestra visita; ella me pidió por
favor que lo hiciese. Y ahora mi sistema inmunológico funciona
perfectamente. Sí, eso es lo que estamos diciendo.
Me atrevo a elevar los ojos hacia Flyn y Jack, que están justo frente a
nosotras, y ambos me miran incrédulos y… hay brillo en sus miradas; hay
algo más intenso que no sé interpretar. De golpe noto una mole contra mí;
Raúl está alzándome en volandas, me estruja contra él mientras lloriquea y
ríe al mismo tiempo.
—¡Gracias, gracias! —exclama sin parar entre hipidos.
Me deja en el suelo y me toma de los hombros. Su cara, que colma mi
campo de visión, está roja y mojada por las lágrimas; jamás he visto a nadie
tan feliz. La felicidad rebosa en él, se expande, al igual que el amor. Su
emoción me abruma porque, por unos instantes, solo unos segundos, siento
que me traspasa y su energía se hace mía. Tomo aire por la impresión: he
estado enamorada de Adara, me he sentido eufórica, agradecida de una
forma brutal… solo por unos instantes. Me quedo paralizada cuando me
suelta y va hacia su mujer para alzarla en brazos como lo ha hecho
conmigo. Ella se ríe alto entre los besos de él; sé perfectamente cómo se
siente porque lo acabo de experimentar. Y es tan grande que casi me
revienta el pecho. Y tiene tantas vibraciones y colores distintos que me ha
sido imposible percibirlos todos.
De pronto me ahogo. Necesito salir de ahí.
Ese sentimiento maravilloso y abrumador no me pertenece ni lo hará
nunca. Esa certeza me aplasta y me deja hueca. Salgo del salón sin mirar
atrás, espero que nadie me siga, pero escucho pasos a mis espaldas.
—Zel… —La voz de Jack suena agitada pero precavida a mis espaldas.
Entro en mi dormitorio y espero que deduzca que necesito mi espacio; no
puedo enfrentarme a su mirada ahora. Pero no lo hace, entra en la
habitación detrás de mí y se detiene cuando yo lo hago.
—Zel —repite en un murmullo. Cierro los ojos y rezo para que se vaya
—, estás temblando.
Oigo cómo se aproxima y sus dedos rozan mi brazo, aspiro entre dientes
en reacción.
—¿Puedo estar sola? —musito.
—Claro —susurra—. Pero volveré a estar aquí en un rato, y si deseas que
me marche otra vez, lo haré. Pero regresaré más tarde, porque ya no estarás
más sola, quiero que lo sepas, Zel. Nadie va a abusar de ti nunca más, no lo
permitiré. Ninguno de nosotros lo hará.
Alzo los ojos para mirarlo ante el fervor de sus palabras; hay firmeza y
seriedad en sus bonitas facciones. Se me acelera el pulso hasta que noto un
pitido en los oídos. Entonces veo a Flyn apoyado en el quicio de la puerta,
en segundo plano, nos observa con gesto insondable. Durante unos
momentos intercambiamos miradas entre los tres; los latidos se me embalan
cada vez con más violencia.
—¿Le pediste a mi hermana que se bebiese un vaso de agua con tus
lágrimas? —su voz suena ronca, distinta.
Trago saliva despacio.
—Sí —asumo.
Él asiente con la cabeza, pensativo.
—¿Sabías que funcionaría?
—No, ya lo he dicho, nunca he visto a nadie curarse. —Me ha temblado
la garganta; su escrutinio está desestabilizándome (más de lo que estaba).
—¿Nunca nos has contado esto porque creías que actuaríamos como tu
madre? —Sigue apoyado en el vano de la puerta, con los brazos cruzados,
serio.
Aprieto los puños.
—Nunca os lo he contado porque quería que me aceptaseis por lo que
soy, no por mi don. Y, sí, tenía miedo —respondo sincera.
Asiente, comprensivo, y luego, de improviso, se adentra en el cuarto
directo a mí y contengo un gemido cuando me toma de la cara con ambas
manos y me mira a los ojos de cerca.
—Le has salvado la vida a mi hermana. Le… has salvado la vida —repite
con voz baja y profunda—. Tú has elegido hacerlo; tu don es una
herramienta.
Sus dedos se acoplan al hueco de mi mandíbula. Noto los temblores de
sus palmas y la emoción que rezuma me marea un poco. Noto su aliento en
la boca, casi se me van los ojos por el deseo. Y no soy consciente de mi
estado hasta que Flyn parpadea y me suelta. Agito con levedad la cabeza y
reprimo la respiración porque estoy resollando.
—Flyn tiene razón —opina Jack—. Podías haber elegido no hacerlo para
seguir ocultándolo, pero no fue así. ¿Y cómo no ibas a temer nuestra
reacción? Al fin y al cabo, somos ladrones y nos conoces poco, es normal
que no quisieras que lo supiésemos.
Los miro a ambos con el pecho hinchado; no me imaginaba en absoluto
estar manteniendo esta conversación tras revelarles la verdad. Mi
imaginación es vaga, apenas tengo referentes, y está claro que no los
conozco lo suficiente para prever sus comportamientos. Parecen excitados,
contenidos, protectores. Me siento diferente. El halo que proyectan, muy
parecido en ambos, me hace experimentar algo intenso que me asusta. Es
demasiado pronto, no puede ser.
—¿No estáis… molestos?
—¿Molestos por qué? —pregunta Flyn.
—Por no contaros que sabía el motivo por el que mi madre me tenía
encerrada. Por mentiros.
—No estamos molestos, Zel —musita Jack.
Veo cómo Flyn lo mira; el verde de sus ojos destella un sentimiento que
pretende ocultar.
—Rubita, solo tú podrías hacer esa pregunta. —Flyn recupera su sonrisa
socarrona—. Acabas de curar la enfermedad crónica de Adara y me
preguntas si estoy molesto.
Ambos ríen entre dientes. Yo me muerdo el labio con fuerza mientras
procuro amansar la fuerza de los sentimientos desconocidos que pugnan por
desgarrarme por dentro.
48
FLYN
Mis dos promesas indestructibles
JACK
Algo ha cambiado
ZEL
Calor en el centro del pecho
Los ojos de Gin son dos mares negros y brillantes que me miran de una
manera a la que estoy muy poco acostumbrada. Hay… ¿admiración?
¿Curiosidad? No puedo saberlo, pero me duele el estómago; no estoy
acostumbrada a tantas emociones. Nos hemos sentado en el sofá mientras
los chicos terminan de recoger.
—Sabía que eras especial, Zel, pero no llegaba a imaginar cuánto —me
dice y luego bebe de su copa de vino.
La mía está entera sobre la mesa; no he probado nada tan amargo nunca.
Flyn se ha reído de mí porque me ha pillado haciendo una mueca tras beber.
—No te mereces todo el dolor que te ha provocado esa mujer. No sabes
cuánto lamento que Flyn no te haya encontrado antes. —La sorpresa se
adueña de mi cara y ella sonríe con ternura—. Sé que te va a costar
adaptarte y sacar de tu cabeza las ideas horribles que te ha metido en ella.
Poco a poco, Zel, pero sí que me gustaría que me prometieses algo.
—¿El… qué? —Me cuesta hablar por la emoción.
—No le guardes más luto a su pérdida, no lo merece. Y tú necesitas
recuperar el tiempo perdido; termina de cumplir esos deseos de tu lista,
escribe muchos más y hazlos realidad. Te toca vivir, Zel.
Asiento con la cabeza conteniendo las lágrimas; sus palabras desprenden
un cariño que no puedo procesar; no sé qué hacer con él.
—Es que… siento que no sabría cómo hacerlo —admito.
—Sé que estos días han sido extraños. Verás, a Flyn no se le da bien lidiar
con las personas que están sufriendo y a Jack, aunque es de otra forma, le
ocurre más o menos lo mismo. Si los has visto distantes es porque han
creído que era lo que necesitabas… —Suspira profundamente y mira hacia
la cocina con media sonrisa—. Yo tengo a mi padre y, aunque tenemos una
relación peculiar, nos adoramos. Ellos lo han tenido más difícil en su
infancia, huyeron de algo horrible juntos. Lo digo porque, ahí donde los
ves, altísimos y esculturales, guardan mucho dentro y no siempre saben
lidiar con las emociones.
Lo que me cuenta Gin me sorprende y me retuerce el estómago. ¿Lo
pasaron mal en su infancia? ¿Tenemos más en común de lo que parece? Se
los ve tan seguros de sí mismos, parecen tan distantes y ajenos a veces…
No vacilan al actuar, como hago yo continuamente. De pronto, en mi mente,
son más humanos de lo que ya eran, y eso no mejora las cosas, aunque
debería hacerlo. No mejora porque estoy empezando a sentir algo
desconocido, que me tiene confusa y excitada a la par. Cada vez me es más
difícil tenerlos cerca sin agitarme, sin que se me dispare el pulso. Identifico
el deseo entre mis emociones, lo sé porque me fijo más en sus labios y en
sus cuellos, porque cada vez me es más urgente mirarlos a la cara, como si
retener sus rostros fuese crucial para irme a dormir y poder cerrar los ojos
con sus imágenes grabadas en la retina. ¿Es normal sentirme atraída por dos
chicos a la vez? En un momento me encuentro pensando en Jack, pero al
instante siguiente Flyn aparece en mi cabeza, y así todo el tiempo. Es muy
frustrante.
—Tengo curiosidad… ¿Flyn te ha agradecido lo de Adara? —Gin me
saca de mis cavilaciones.
—Hum… Sí, lo ha hecho.
—Es que parece que no se crea todo lo que nos habéis contado. Él
también necesita su tiempo para asimilar las cosas, ¿sabes? Resulta que es
mucho más difícil recibir las buenas noticias que las malas; estamos menos
acostumbrados. Además, él… se castiga mucho.
—¿A qué te refieres?
Gin se encoge de hombros y bebe de su vino.
—Maneja… oscuridad dentro de él. Tuvo… Bueno, tuvo que vivir con un
padre maltratador hasta los dieciséis. Vio cosas que nadie debería ver y se
puso mucho peso sobre los hombros a pesar de ser un crío. Supongo que
eso te hace ser algo autodestructivo y, lamentablemente, es algo de lo que
no se ha desprendido.
—¡Qué horrible! —Se me pone la piel de gallina al imaginar a Flyn de
niño siendo agredido o viendo cómo agredían a su madre o a su hermana.
—Y no sé si te has dado cuenta de que Jack evita el contacto físico; no
estaba acostumbrado a recibirlo. Aunque está haciendo alguna excepción
este fin de semana…
—¿De verdad? Yo tampoco estoy acostumbrada —confieso, asombrada.
Ella sonríe; parece que ya lo sepa todo a juzgar por su mirada.
—Te cuento todo esto para que nos conozcas un poco más, para que te
sientas segura con nosotros. No has dejado de estar inquieta esta noche, y te
entiendo, pero no tienes nada que temer, no de nosotros.
Me siento tan agradecida que no soy capaz de verbalizarlo, le sonrío con
todas mis ganas y ella me imita.
En ese momento los dos salen de la cocina y, al mirarlos esta vez, me da
un vuelco el corazón de una forma distinta. Ambos dirigen sus ojos hacia
mí; de pronto mis sentidos se ponen alerta y sus miradas me provocan una
agitación diferente, más placentera, menos insegura. Noto un calor intenso
en el centro del pecho.
51
ZEL
Querido deseo
JACK
Un huracán de pelo dorado
FLYN
Dos sueños que no me pertenecen y un desertor
ZEL
El deseo número catorce
Como temía, han seguido evitándome. Hemos jugado una partida a las
cartas y luego se han esfumado con excusas vagas, pero no me he rendido.
Después de ducharme, he sentido un aluvión de felicidad al escuchar el
piano: la Nana de Bella. Me siento eufórica al escucharla, porque no puedo
evitar pensar en que podría estar tocando para mí (al fin y al cabo, me he
declarado fan de Crepúsculo en las cenas). Sin embargo, puede que haya
sido precipitado salir del cuarto de baño con la toalla enrollada al cuerpo.
He sentido el bochorno al entrar en el salón, aunque Flyn no me ha mirado,
por descontado. No espera que aparezca, porque nunca lo hago. Por eso
pega un respingo y se le abren mucho los ojos cuando me ve sentarme a su
lado en la banqueta frente al instrumento. Una nota se le va, aunque la
retoma con facilidad. No dice nada, yo tampoco. Por fin estoy viendo sus
dedos largos volar sobre el teclado y es más alucinante de lo que imaginaba.
Solo logré verlo en el museo, pero no estaba tan cerca. Ahora el sol entra a
sus anchas en el salón, el lacado negro del piano resplandece y el sonido
perfecto y envolvente lo colma todo, abrazando mis sentidos. Mi piel no
regresa a su estado natural en toda la canción y se me hace raro no ver a
Flyn en su papel socarrón. Es serio cuando toca; de hecho, parece abducido
por el piano. La música traspasa sus brazos, su pecho, su boca
entreabierta… Sé que sabe que lo estoy mirando, pero, de alguna forma, no
me importa: estudio el tatuaje de las alas que hay en su cuello, la brújula
que se esparce hacia sus dedos (ha dejado sus anillos sobre la tapa del
instrumento) y veo que tiene una frase en otro idioma en las costillas, una
fina que se adapta a la curva de su costado. Es hermoso. Flyn es
dolorosamente hermoso; ya me di cuenta de su belleza cuando se coló en mi
habitación en la parcela, pero hay veces que debes mirar más de cerca, no
solo por fuera, sino por dentro. Para cuando acaba la canción, yo ya sé con
certeza que lo que siento por él es más fuerte de lo que he podido intuir en
la soledad de mi dormitorio.
El comedor se queda en silencio durante unos instantes después de que
Flyn aparte los dedos de las teclas y los deje caer en sus piernas.
—Rubita, ¿vas desnuda? —Su voz suena sosegada, casi musical.
—No, llevo una toalla. —Me he vuelto a poner roja. Él lanza una
carcajada suave—. Es increíble. En serio, Flyn.
—Me he dado cuenta de que te ha gustado, esta vez no has salido
corriendo despavorida —me recuerda.
Yo hago una mueca de culpabilidad.
—Poco a poco, morenito —digo con retintín.
Sus ojos se abren mucho y esboza una amplia sonrisa.
—¿Cómo has dicho? ¿Morenito? —Y se echa a reír.
—A ver si ahora eres el único que puede poner apodos —replico, y luego
me levanto porque en realidad me ha dado vergüenza llamarlo así.
Hago lo que puedo para saltar la banqueta sin que se me vea nada y me
tropiezo con el brazo del sillón que está justo detrás de mí. No me da
tiempo a pensar porque, de repente, al desestabilizarme, me choco contra
alguien que me rodea con sus brazos desde la espalda para agarrar la toalla.
Veo la fugaz expresión de susto de Flyn, frente a mí, y noto el olor de Jack,
que se ha inclinado sobre mí y me tiene abrazada para que la toalla no se
resbale de mi cuerpo, ya que el nudo de mi pecho se ha deshecho y solo la
sujetan sus manos. Llevo un pecho casi fuera, pero eso no es lo que me ha
desatado el pulso: Jack me aprieta contra sí; noto su mano en mi teta y sus
brazos en mis costillas, además de su aliento en mi oreja.
—¡Oh, joder! ¡Qué poco ha faltado, rubita! —La expresión socarrona de
Flyn ha regresado y sus risas se alzan en el salón.
Percibo la respiración irregular de Jack contra mi pelo, y me suelta no sin
antes asegurarse de que sujeto la toalla.
—Gracias —le digo, ardiendo del bochorno.
Él sonríe cuando se pone frente a mí; adoro sus hoyuelos, su olor, lo
segura que me he sentido con sus manos pegadas a mí. El calor aumenta
debido a mis pensamientos y siento la urgencia de irme de allí.
—Voy a ir a… vestirme —anuncio.
—Será mejor —responde Jack.
—En realidad no hay ninguna prisa —añade Flyn, todavía riendo.
Le frunzo el ceño antes de salir del salón.
FLYN
Una canción nueva y un reseteo
ZEL
Indomable
Gin tiene que salir esta tarde. Por cómo hablan, entiendo que tiene que ver
con el próximo robo. De hecho, han estado reunidos los tres, muy serios,
repasando el plan que tienen para este sábado. Estoy acostumbrada a no
meterme en los asuntos de los demás, sobre todo cuando no soy invitada y
más si todo lo que dicen suena peligroso, por eso me retiro y sigo cosiendo
el vestido para Gin.
Estoy sentada en una silla del comedor con la tela negra entre las manos
cuando viene a despedirse. Es la primera vez que nos deja solos y siento un
espasmo extraño en el estómago al escuchar cómo se cierra la puerta tras
ella. Al poco rato, entra Jack en el salón con su libreta entre las manos,
descalzo, despeinado, con su camiseta color tierra; parece concentrado y
por eso no dice nada cuando se sienta en la butaca revisando el contenido
del cuaderno con un boli en la otra mano. Nunca ha escrito fuera de su
dormitorio; me muerdo la lengua para no bombardearle a preguntas, pero
ardo en deseos de saber qué hace. Y entonces aparece Flyn, sin camiseta;
sus tatuajes se ven más negros y nítidos por el sol vespertino que campa a
su antojo gracias a las paredes de cristal. También va descalzo y deja su olor
cuando cruza frente a mí hacia el piano. Cierro los ojos unos instantes e
intento domar mis latidos y mi inquietud, que de repente es tan intensa que
no sé cómo actuar. Tampoco dice nada, solo empieza a tocar Edward leaves.
Y allí estamos los tres, en nuestras cosas, sin mediar palabra, y diciendo
tanto al mismo tiempo. La música se vuelve más nostálgica y desgarradora
conforme avanza. Puede que sea percepción mía por la situación, pero ya
no puedo concentrarme en coser. Quiero saber qué pasa por sus mentes, es
una necesidad vital. Observo la espalda desnuda de Flyn: sus omoplatos,
que se tensan al tocar; la larga curva de su columna; las puntas de su pelo
negro, algo más claras por el sol… Tomo aire despacio por la boca y lo
retengo al desviar la mirada hacia Jack; ha subido los pies descalzos al
asiento y apoya la libreta en sus piernas, algunos mechones se enredan en
sus pestañas y frunce el ceño de manera… sugerente. O quizá me lo parece
a mí.
Me entra un calor sofocante y me levanto de la silla sin pensarlo; en tres
zancadas he salido hacia el jardín. Cuando mis pies entran en contacto con
la humedad del césped, inspiro profundamente y dejo escapar un gemido
ahogado antes de sentarme en el suelo. Esto va a acabar conmigo, ¿cómo
puede ser tan violento? Me afecta demasiado, mucho más que cualquier
otra cosa. Cuando leía acerca del deseo y el amor, no podía intuir que sería
algo así, que eclipsaría todo lo demás ni que llegaría sin permiso, de
improviso. Recuerdo el momento en que hui de las emociones que me
produjo verlos cantar juntos en el museo, recuerdo que me dije que evitaría
acercarme a ellos más de la cuenta, que daba mucho miedo. Pero esa fiera
en su jaula se ha cargado los barrotes y está desgarrándome por dentro, ya
no puedo hacer nada. Es demasiado tarde.
El piano ha dejado de sonar dentro de la casa. Las cigarras y los pájaros
lo sustituyen y me concentro en el olor del cloro, del césped, de la tierra
mojada. Emito un sonidito ridículo cuando escucho a alguien sentarse a mi
lado; es Jack, que mira hacia el paisaje verde y las casitas que se ven más
allá de la valla del jardín. En ese momento huelo el tabaco y miro de
soslayo a Flyn, de pie en el porche con un cigarro en los labios.
—¿Cómo estás? —me pregunta Jack de forma distraída.
Observo su perfil; le ha salido una constelación de pecas claritas en la
nariz por el sol.
—Estoy bien. —La voz me ha salido susurrante, casi ronca—. Todo lo
bien que se puede estar en mi situación. Gracias por preguntar, Jack.
—No des las gracias por eso. —Sonríe sin mirarme. He deseado muchas
veces pasar la yema del dedo por el hueco que se le forma en la mejilla.
—Adara y Raúl están de viaje. —Flyn se ha acercado a la barandilla y se
apoya en ella al tiempo que expulsa el humo—. Es la primera vez que
viajan lejos, que no tienen que preocuparse por que sea un lugar adecuado
para la salud de mi hermana.
Vuelve a absorber el humo y mira hacia nosotros, nos mira a ambos;
puedo ver cómo brillan sus ojos.
—No sé cómo es posible, es una maldita locura. Pero es real, joder.
Rubita, ¿de dónde has salido?
—Eso me gustaría saber —respondo con un suspiro.
—Lo que está claro es que debemos andar con pies de plomo. Esa mujer
está forrada gracias a ti, así que buscará la fuente de sus ingresos y
probablemente tendrá herramientas suficientes para encontrarte —añade
Jack.
—Sí, seguro. Pero como tenga la valentía de acercarse, va a salir
escaldada. —La rabia que emplea en hablar de madre y la posibilidad de
que quiera llevarme de vuelta con ella me da un vuelco en el pecho.
Me siento protegida, a salvo. Las ganas de llorar me espolean y me
muerdo el labio para contenerlo.
—Bueno, estamos acostumbrados a escondernos; somos unos fugitivos
profesionales —dice Jack de buen humor.
Y luego me roza la pierna con los dedos sin querer. He notado un
pinchazo en esa zona, lo juro. Y, para colmo, Flyn apaga el cigarro y se
acerca para sentarse a mi otro lado. «Respira, Zel. Respira con calma».
Tengo a Flyn a mi izquierda y a Jack a mi derecha. Los dos tienen la misma
pose, han cruzado los tobillos con las piernas estiradas y se apoyan en las
manos contra el césped; seguro que no se han dado ni cuenta de ese detalle.
La sangre bulle en mis venas; voy a estallar.
—¿Qué escribías en el cuaderno, Jack? —La pregunta me ha salido sola
por la necesidad de acallar mis pensamientos.
Él carraspea y me sube un rubor agónico a la cara porque ha sido una
pregunta demasiado personal.
—A veces compongo. Son letras de canciones… —He percibido
inseguridad en su forma de hablar.
—¿De verdad? Eso es increíble. —Jack compone canciones, tiene
sentido. Me encanta.
—Es muy bueno, de esos que lo petarían en los conciertos —comenta
Flyn.
—No es verdad; tú eres mejor que yo. —Las mejillas de Jack adoptan un
tono bonito, le sienta bien ruborizarse.
—Ni de coña, Jack —replica Flyn.
Ambos se han movido a la vez, han flexionado las rodillas y están
arrancando trocitos de hierba. De nuevo noto la conexión entre ellos, los
une algo increíblemente potente.
—¿Cuánto tiempo hace que os conocéis? —Ya que me he lanzado a las
preguntas personales, ¿para qué parar?
—Cuatro años desde que vivimos juntos y alguno más en el que él no
sabía que yo existía —responde Jack.
—¡Eh! Sí que sabía que existías —replica.
—¿Ah, sí?
—Pues claro. Es difícil no ver a un chaval solitario pasear por la
urbanización a todas horas. Más de una vez estuve tentado a invitarte a
cenar o algo. Pero, ya sabes, mi casa no era un lugar agradable que
digamos.
—¿Te viste tentado a invitarme a cenar? —La sorpresa es evidente en su
tono.
—¿Lleváis viviendo juntos cuatro años y no habéis hablado de esto?
—No —responden al unísono.
Me entra la risa, no sé muy bien por qué, pero huye de mi interior sin
permiso.
—¿Qué te hace gracia? —gruñe Flyn.
Y resulta que la pregunta de Flyn incrementa mis ganas de reír; de
repente estoy llorando de risa, no me entiendo ni yo.
—Tengo un recuerdo vago de algo que os dije una vez; me parece que iba
borracha —empiezo a decir con dificultad entre ataques de risa—. Y lo
mantengo: hay algo que yo percibo y que parece que a vosotros se os
escapa.
—¿El qué? —La voz de Jack suena tensa a pesar de que su sonrisa es real
al verme en ese estado.
Me encojo de hombros.
—Ya lo averiguaréis.
—Ahora se hace la interesante. Eres impredecible, rubita —se queja Flyn.
—Bueno, yo podría decir lo mismo de vosotros.
Nos quedamos callados después de eso; he dejado de reír y los tres
miramos hacia el paisaje. Me doy cuenta en este momento de que sus
manos se apoyan cerca de las mías en el césped, de que si muevo los dedos
índices podría rozarlos. Dejo de respirar; es extraño porque me va el
corazón muy rápido y al mismo tiempo me siento reconfortada, como si
estuviese en casa en mitad de sus cuerpos. Me gustaría que se quedasen,
que me rozasen los dedos a propósito, que me contasen todo: sus años
malos, su dolor, sus anhelos. Querría ser valiente y apoyarme en ellos,
entrar en contacto con sus pieles, memorizar los tatuajes de Flyn y las pecas
de Jack, las curvas de sus labios, los colores de sus ojos. Querría decirles
que no puedo pensar en nada más, que estoy muerta de miedo, pero a la vez
es lo más excitante que he sentido en la vida. Me muero por preguntarles si
es normal, si ellos han sentido algo parecido alguna vez, si coinciden
conmigo y han sentido cosas muy fuertes por dos personas a la vez.
Seguro que no es normal. No lo he leído en ninguna parte ni tampoco lo
he visto desde que estoy en la ciudad. Todo lo que he podido ver han sido
parejas de dos; ni siquiera Gin me ha hablado de esa posibilidad.
—Flyn, tenemos trabajo. —Jack rompe el mutismo con un hilo de voz.
—Sí, vamos a ello.
Puede ser casualidad quizá, pero los dos acarician mis manos con sus
dedos cuando se incorporan, antes de separarse de mi lado.
57
JACK
La historia se repite
ZEL
FLYN
Un mar dentro de mí a punto de desbordarse
Ese glorioso «clic» tras las gotas de sudor en la frente, tras la tensión, la
adrenalina… es como un orgasmo. Un orgasmo brutal, de los buenos,
porque luego la puerta se abre y ahí está: toda la pasta, sobres con
información, cintas, pen drives, todo. Jack y yo nos sonreímos con las caras
rojas y perladas por la transpiración, nos reservamos las carcajadas y los
aullidos para más tarde. Lo metemos todo en la bolsa y salimos pitando.
Jack vuelve a activar el sistema de alarma antes de abrir la puerta y en ese
momento noto cómo alguien contacta por el sistema de comunicación que
lo conforma: unos diminutos auriculares en las orejas.
—Jack, Flyn, ¿estáis ahí? —Es Gin.
—Saliendo —respondo, pletórico—. Operación realizada con éxito.
Me encanta decir esa frase de película.
—¿Estáis bien? —En esta ocasión los dos notamos la alarma de su voz.
—¿Por qué no deberíamos estarlo? —responde Jack en susurros mientras
atravesamos el jardín al ras de los setos.
—¡Joder, Brune se ha largado de la fiesta! No sé cuánto tiempo hace de
eso. Me han drogado, acabo de despertarme en un cubículo del cuarto de
baño, me he vomitado encima.
Se detiene el puto mundo.
—¿Qué? Pero… ¿te han hecho daño?
—¡Olvidaos de mí! ¡Salid de esa casa ya! Si Brune no ha llegado, estará a
punto de hacerlo.
Jack se detiene de golpe y yo, que voy tras él, dirijo la atención hacia la
verja… abierta. Noto un latigazo de horror; ambos salimos corriendo e
inspeccionamos la calle solitaria.
—Zel —consigo decir con el pánico agarrado a mis pulmones mientras
los dos corremos hacia el coche.
Es Jack quien abre la puerta y nos encontramos con el vehículo vacío.
Logro escuchar un gemido sibilante de Jack antes de romper todas nuestras
normas y vocear:
—¡¿Zel?!
—¡Mierda, joder! ¡Mierda! —La estoy imaginando con ese hijo de puta y
se me revuelve el estómago de forma que casi echo la bilis por la boca.
—Sube al coche —me ordena Jack, lanzándose al volante.
Obedezco de inmediato, él acelera y salimos chirriando rueda.
—No deberíamos haberla traído, tenías razón. —Sus nudillos están
blancos de la fuerza con la que agarra el volante y tiene los brazos rígidos.
—Ya no podemos lamentarnos por eso. Tenemos que pensar a dónde
cojones la llevaría ese cabrón.
—Su coche está en el garaje; lo más seguro es que se hayan subido a un
taxi. —A Jack se le dan genial estas cosas.
—Sí, tiene sentido. Entonces vamos en búsqueda de un taxi.
—¿Tienes el arma cargada?
—Sí. —Nunca la hemos usado, pero en este instante soy consciente de
que no dudaría ni un segundo en disparar.
—¡Mierda, Flyn! ¿Por qué no hemos oído nada? —Me giro hacia él. Sus
ojos se han hundido, un tono escarlata los perfila; le ocurre cuando está
muy disgustado.
Aprieto los dientes con fuerza. Zel nos importa más de lo que queremos
admitir. Si le pasa algo, jamás nos lo perdonaríamos. Jamás lo
superaríamos, lo sé. Hemos pasado por cosas aterradoras y, sin embargo,
esto nos destrozaría.
Recorremos la ciudad de punta a punta, vigilamos varios taxis, pero
ninguno tiene a Zel dentro. Empezamos a preguntar a los taxistas por una
chica de pelo muy largo a pesar de que nos la jugamos demasiado y
ninguno la ha visto. Y, si lo han hecho, no nos lo dicen.
Conforme transcurren los minutos, la desesperación se hace dueña de
nuestros actos. Jack termina zarandeando a un taxista que le responde de
malos modos y yo lo aparto con dificultad.
—No vamos a encontrarla, Flyn —murmura en tono sombrío.
—Chicos, ¿alguna pista? —Gin nos vuelve a contactar por el pinganillo.
—Nada —digo y me restriego los ojos con fuerza.
—Llego en unos minutos.
Gin llega poco después, ojerosa, con la tez macilenta y el pelo
apelmazado. La abrazo en cuanto llega a mí.
—Lo siento muchísimo. No sé cómo ha podido pasar. Sentí un pinchazo,
pero no lo relacioné con la droga; debería haberlo imaginado…
—Ginebra, no es culpa tuya, joder. Te han drogado —replica Jack, que de
tanto revolverse el pelo va despeinado como un niño—. Pero ¿estás bien?
¿Te han… hecho algo?
—No, no. Nadie me ha hecho nada. Estoy bien. Ahora lo importante es
encontrar a Zel.
—¿Qué creéis que ha podido pasar?
—Ha pasado que ese hijo de puta ha llegado y ha visto a Zel y se la ha
llevado. —Me pongo enfermo mientras hablo, de nuevo me sube la bilis por
la garganta.
—Le dijiste que no saliese del coche… —apunta Jack.
—La rubita no es famosa por ser obediente. Quizá lo vio venir y salió
para… para que no entrase en la casa y nos pillase. —Por supuesto, eso es
lo que ha pasado.
Gin y Jack enmudecen ante la evidencia. Él emite un lamento gutural y se
lleva las manos a la cara. La impotencia se hace dueña de mí y de repente
necesito descargar mi rabia contra algo; ojalá tener la cara de Brune justo
delante.
—¡¡Joder!! —vocifero, desgañitándome.
Damos vueltas con el coche por la zona con tal de encontrar un indicio, lo
que sea que nos dé una pista. Pero no hay rastro de ella por ninguna parte.
Sé que los tres estamos pensando en qué podría estar haciéndole ese
malnacido a Zel mientras la buscamos; tiene antecedentes de acoso y
violación. ¡Mierda! Eso es lo que más nos tiene en un sinvivir.
—No sé por qué no la ha entrado en su casa cuando estabais allí, pero
volverá ahí, seguro —opina Gin.
Tiene razón, así que nos encaminamos de nuevo hacia la urbanización.
—¡Me cago en todo! —exclamo al ver cómo un taxi aparca frente a la
casa de ese tipo.
Brune baja del vehículo solo y se encamina hacia la verja. El taxi se va.
—¿Dónde está ella?
—Voy a bajar —anuncio.
—No, Flyn. —Gin, que va detrás, me pone una mano en el pecho—.
Tenemos en esa mochila todo lo que nos hace falta para joderle la vida. Si
nos ve las caras, si nos exponemos, podría salir airoso de todo, lo sabes.
—No sabemos dónde la tiene… —dice Jack con los dientes apretados.
—Vayamos detrás del taxi —apenas escucho a Gin; una furia roja se está
adueñando de mí—. El conductor sabrá algo, seguro.
Aprieto la manija de la puerta con tanta fuerza que siento un dolor
lacerante subirme por el brazo.
—Flyn, quieto, por favor. Jack, acelera, ve tras el taxi. Actuemos con la
cabeza fría. —Ninguno de los dos nos movemos; sé que él piensa como yo,
a pesar de que siempre ha sido más coherente en estos asuntos—. ¡Jack,
mierda!
Veo de refilón cómo las manos le tiemblan de la fuerza que emplea al
agarrar el volante y se le escapa un gruñido gutural antes de pisar el
acelerador. Vamos más deprisa de lo permitido, llamaremos la atención de
algún vecino (puede que los de la fiesta que hay cerca de la casa de Brune
hayan escuchado algo) y no nos conviene en absoluto, pero yo también
quiero alcanzar cuanto antes al taxista (o alejarme a toda prisa de la casa de
Brune para no bajar y partirle los huesos). Jack hace una maniobra
experimentada, adelanta al taxi y se atraviesa de tal forma que no le queda
más remedio que pegar un frenazo brusco. El hombre sale cabreado del
coche, y Jack y yo abrimos las puertas a la par.
—Acabas de dejar a un hombre en su casa. ¿Lo has visto con una chica
de pelo muy largo, descalza? —pregunta Jack, acelerado.
—¿Eh? —El hombre de mediana edad con el pelo plateado nos mira con
confusión, como si se debatiese entre el enfado y la sorpresa por la pregunta
—. Antes sí, iba con una muchacha joven muy peculiar, pero se han bajado.
—¿Dónde?
—Oigan, no sé de qué van cortándome el paso para avasallarme a
preguntas. Déjenme paso o llamo a la policía —despotrica, molesto.
—Ese hombre que iba en su coche es un estafador y un violador. —
Ginebra se mete entre medias de los dos y le cede de forma disimulada un
fajo de billetes—. Somos los buenos, aunque no lo parezcamos. Estamos
nerviosos porque la chica que describe es nuestra amiga y no sabemos si
está bien.
El hombre abre los ojos como platos al verse los billetes en la mano.
—¿Qué quieren? —dice, asustado.
—Queremos discreción y el nombre del lugar donde dejó al señor y a la
chica —responde Gin, diplomática—. Nuestro método de pillar a los malos
es poco ortodoxo, pero le aseguro que ese cabrón no hará daño a nadie más.
Solo tiene que olvidar que esto ha pasado.
El taxista asiente con la cabeza al tiempo que traga saliva.
—Los he dejado a la altura de los cines Delise. Me parece que la chica no
iba cómoda y se han bajado antes de tiempo. Luego el tipo me ha vuelto a
llamar, pero la chica ya no iba con él.
—¿Estaba en la misma zona cuando lo recogió?
—Unas calles más abajo, frente al centro comercial.
—Muchas gracias.
Gin, Jack y yo regresamos al coche enseguida y nos encaminamos con
prisa hacia la zona que nos ha indicado el hombre.
—Estaban en una zona muy transitada, es raro que la haya llevado allí —
comenta Gin.
—El taxista ha dicho que han bajado antes de tiempo; él tenía otro
destino en mente.
—Sí, pero está claro que no han logrado llegar. Lo ha recogido a unas
pocas calles de distancia —recalca ella.
Damos vueltas por la zona del centro comercial, incluso decidimos
bajarnos por si vemos algo que se nos escapa, y nos separamos por la zona
de los cines; me va a reventar el pecho de la presión. «Zel, Zel, ¿dónde
estás?». Me altero cada vez que veo una cabeza rubia entre la gente,
pregunto a un par de personas por ella, ninguna sabe nada. Me desespero;
un fluido parecido a la lava pugna por abrirse paso a través de mi garganta y
mis ojos a cada rato que pasa. Respiro con dificultad y me impulso para
echar a correr por la acera, es eso o gritar muy fuerte. O echarme a llorar.
No recuerdo cuándo fue la última vez que lloré de pura desesperación.
Sorteo la gente, horadando cada esquina, cada cara, cada puto comercio.
—Chicos, no podemos dejar más tiempo el coche solo. Os recuerdo que
hay una mochila llena de billetes —dice Gin por el pinganillo—. Lamento
decir esto, pero a cada minuto que pasamos aquí nos exponemos a que nos
den caza. A estas alturas, Brune ya se habrá dado cuenta del robo. Tenemos
que resolver el tema de la mochila con urgencia.
60
JACK
Las malditas ganas de abrazarte
ZEL
Soy una chica entre dos almas
JACK
El chico que, por fin, dejó de tener miedo
Soñoliento, abro los ojos; noto los párpados pesados. En mi mente acaece lo
ocurrido esta noche y siento la angustia trepar por mi pecho hasta que me
sitúo en la realidad y me encuentro unas piernas pálidas sobre mí. El
sentimiento de ansiedad se evapora, recuerdo que la hemos encontrado y
está… ¿está encima de mí? Parpadeo y miro atónito la curva de su cadera
justo frente a mis narices. Los pantalones cortos se le han subido por la
nalga y dejan ver sus bragas. Trago saliva con fuerza (más que nada porque
tengo la boca seca) y, con dos dedos, agarro la tela y la estiro hacia abajo
para taparle. Al girarme, me encuentro con los ojos de Flyn y compartimos
una mirada elocuente; Zel está dormida sobre nosotros por alguna razón que
nos tiene inmóviles como rocas. Flyn esboza una sonrisa calmada y cierra
los ojos para concentrarse, creo. Luego baja la mirada hacia ella y acerca la
mano despacio hacia su cara para retirarle el pelo con un cariño que me
provoca un chasquido entre los pulmones. Me parece que esta noche ambos
nos hemos dado cuenta de la fuerza de lo que sentimos por ella, al menos
yo no tengo duda alguna ya.
Y Zel se ha tumbado sobre nosotros; se… se ha dormido en nuestros
regazos. Aprieto la mandíbula para resistir el deseo de tocarla, de seguir las
líneas suaves de sus piernas de porcelana. Y veo de refilón cómo Flyn la
observa de cerca, está justo bajo su mirada, percibo su pecho subir y bajar
de manera irregular y luego alza la vista para encontrarse de nuevo
conmigo. De repente su cuerpo se mueve, ambos nos tensamos y nos
quedamos paralizados hasta que ella se coloca boca arriba.
—Lamento haberos preocupado —dice en un hilo de voz suave—. No
quería haceros sufrir.
Se me estruja el alma y Flyn y yo compartimos miradas culpables y
reconfortantes al mismo tiempo.
—Estás bien. Todos lo estamos, eso es lo importante —responde él en
tono aterciopelado.
—Si me seguís queriendo a vuestro lado, prometo que no cometeré
ninguna imprudencia más. Tengo mucho que aprender —dice con la vista
fija en el techo.
Esbozo una sonrisa y veo que Flyn reprime una.
—Está bien, rubita. Aceptamos el trato. ¿Verdad, Jack?
—Sí, claro. Es un buen trato —digo, y me permito posar la mano sobre su
rodilla con cuidado.
Veo cómo la piel se le pone de gallina y mis comisuras se ensanchan
todavía más.
—Estaréis agotados. —Se incorpora de forma aparatosa para no
molestarnos y luego se pone de pie frente a nosotros.
La miramos, sonrosada, con su nariz respingona, sus labios gruesos y su
pijama azul dos tallas más grandes que la suya. La necesidad de levantarme
y besarla me escuece en la lengua, en la piel, en el corazón.
Flyn y yo nos incorporamos casi a la vez. Los tres estamos muy cerca
entre nosotros, estamos groguis por el sueño y por la situación, que resulta
abrumadora. Nos encaminamos de forma errática hacia el pasillo,
rozándonos de vez en cuando. Zel se va hacia un extremo contrario al
nuestro.
—Jack, Flyn —nos llama. Ambos nos detenemos antes de encaminarnos
a nuestros respectivos dormitorios—. Tengo… tengo nostalgia. ¿Se dice así
cuando te duele el pecho por tener muchas ganas de estar con alguien? Es
que… creo que necesito dormir cerca de vosotros.
Sus palabras nos sorprenden tanto que hasta Flyn, que sabe mantenerse
impertérrito, exclama un casi inaudible sonido gutural.
—Y… ¿cuál es tu idea? —pregunta él con la voz afectada.
—No sé cómo serán vuestras camas; la mía es muy grande. —Cada
momento que pasa es más surrealista.
No puedo más que dejar escapar una risa nerviosa.
—Rubita, hay cuatro habitaciones en esta casa. ¿Pretendes que durmamos
apiñados como sardinas en lata?
Ella se encoge de hombros de forma adorable.
—¿Sí? —Flyn me dirige una mirada desconcertada, yo río entre dientes
—. Bueno, yo os esperaré, por si decidís venir.
Y luego se aleja hacia su habitación haciendo balancear su cabello sedoso
y dorado. Me rasco la cabeza de forma inquieta antes de atreverme a cruzar
los ojos con Flyn, que está perplejo. Noto que sus rasgos se vuelven más
intensos, más duros, al observarme en esta ocasión. Siento que se me estruja
la boca del estómago, un vértigo que te cagas. No decimos nada, no nos
atrevemos, y es raro que Flyn se quede sin palabras. Pero es que, ¡joder!,
aceptar la invitación de Zel conlleva dormir los tres juntos. Es una puta
locura. Una locura que necesito que se haga realidad; de repente siento que
eso es exactamente lo que llevo deseando desde que entendí que el dolor
que me provocaba que él mirase a Zel no era por celos. Ya he tomado una
decisión:
—¿Vienes? —le reto, y luego camino descalzo hacia la habitación de Zel.
63
FLYN
Un hombre desarmado, dos puntos débiles
Veo alejarse a Jack dos pasos de espaldas, con las mejillas del color de un
atardecer lleno de nubes semejantes a fuego atravesando el cielo, y se
adentra en la habitación en la que ella ha desaparecido hace unos segundos.
Aprieto los puños y me concentro en mi respiración.
Todo mi cuerpo desea ir tras ellos. Mis terminaciones nerviosas, mis
dedos, mi boca… tiemblan de anticipación. Pero mi parte racional me dice
que estaría cometiendo una estupidez que luego pagaré.
¿Cuántas veces me he prometido que no me acercaría nunca más a Jack?
¿Cuántas veces me he tenido que ir de casa para no derribar su puerta y
besarlo, besarlo con pura ansiedad?
Quiero a Jack en mi vida, me completa, lo necesito. No quiero cagarla
con él, no lo podría soportar. Él no lo sabe, pero mi seguridad en mí mismo
crece cuando estoy a su lado. Él no lo sabe, pero he cerrado los ojos
mientras me acuesto con otra gente para imaginarlo a él. No lo sabe, pero la
mayoría de las canciones que he escrito son suyas. Y luego viene Zel y
despedaza ese equilibrio. Me ciega, me deslumbra, me subyuga. Hace
tambalear mi fuerza de voluntad, mi raciocinio, mi estabilidad mental,
¡joder! ¿Qué mierda hago ahora? Estoy en una puta encrucijada entre lo que
debo hacer y lo que deseo hacer. En esto nunca me he dejado llevar, lo
calculo, lo planeo, como hacía con Daniela. Así es más fácil, más sencillo
de controlar. Con Jack y Zel no controlaría nada si entro en ese dormitorio.
He logrado mantenerme alejado estos días, ha sido una puta tortura china,
sobre todo cuando la rubita de repente hace cosas fuera de lugar como
enseñar una teta, desnudarse delante de nosotros o dormir en nuestras
piernas, pero es que estoy acostumbrado a ignorar mis necesidades y a
priorizar lo práctico.
Miro la puerta abierta con las extremidades rígidas. Este es el momento
exacto de mi vida en el que cualquier decisión que tome determinará lo que
ocurra de aquí en adelante, lo sé. Si los dejo solos… no quiero pensar lo que
podría ocurrir, el solo hecho de imaginarlo me perfora el pecho. Y si voy, si
me reúno con ellos, ya no habrá marcha atrás, ya no tendré nada que hacer.
¿Los pierdo tome la decisión que tome? ¿Por qué estoy tan acojonado? Sé
la respuesta, joder. Estoy aterrado porque expondré mi completa
vulnerabilidad al entrar ahí; lo haré con los órganos vitales al descubierto y
ellos podrán hacer lo que les dé la gana con ellos. Lo que les dé la real gana.
Tienen poder sobre mí, es algo que nunca le he concedido a nadie, algo por
lo que he luchado para que sea mío, solo mío; tomar las riendas de mi vida,
crecer, entrenar, ser mejor cada día para que a mi familia no le falte de nada
e intentar aminorar la cantidad de cretinos sin alma que tienen poder y no
deberían tenerlo en absoluto.
Me acerco despacio, solo para echar un vistazo. Solo quiero verlos. La
habitación está en una tenue penumbra, la persiana está a medio bajar y se
cuela la luz nocturna y una brisa suave; puedo advertir sus siluetas sobre la
cama; Zel está en medio del colchón y Jack se ha acostado a su lado, no se
mueven, hasta parece que ya se hayan dormido. La lánguida luz lunar
perfila la pierna que ella ha sacado por encima de la sábana y acentúa su
blancura inmaculada, la curva de su cadera parece de una suavidad que hace
que me piquen las yemas de los dedos del deseo; se ve sensual, como si lo
hiciese a propósito, como si supiese que la observo. También puedo ver el
perfil de Jack; el contraste de las sombras crea un relieve sobre sus labios
gruesos, esos que he querido morder como un melocotón jugoso incontables
veces. Vuelvo a apretar los puños hasta hacerme surcos en las palmas de las
manos y dejo caer la frente contra el vano de la puerta. «Mierda, Flyn, estás
acabado». Contengo el aliento en la garganta y doy un paso hacia dentro;
me detengo, aprieto los ojos hasta que veo lucecitas titilantes y luego me
desplazo despacio. Me siento al otro lado de Zel y luego me tumbo sobre la
sábana, con sumo cuidado, mirando hacia el techo.
64
ZEL
Un estallido extraordinario en mi pecho
FLYN
Un secreto a (tres) voces
ZEL
Las flores que nacen de las suelas
Doy brinquitos delante del espejo del baño mientras me peino. Mi interior
baila, jamás me había sentido así. Estoy diferente; no me puedo creer que
me haya atrevido a decir todo lo que les he dicho a Jack y a Flyn, y que los
haya besado, que hayamos compartido un momento tan íntimo. Ellos… me
corresponden, ¡me corresponden! Lo he sentido en cada fibra de mi cuerpo,
en mi piel. Ellos ansiaban que pasase tanto como yo. Me cuesta creerlo. Por
eso trato de ser precavida con mis emociones (aunque estén
descontroladas). ¿Y si no quieren que se repita? ¿Y si se arrepienten?
—Rubita —el corazón me hace una pirueta mortal y se me cae el peine de
la mano al lavabo. Flyn se hace visible en el vano de la puerta—, este
paquete es para ti.
—¿Para mí? —digo clavando los ojos en el envoltorio rectangular que
sostiene con ambas manos.
—Pensé que… en la feria era mejor que no fueses descalza —me lo pasa
y se rasca la cabeza con un carraspeo.
—Creo que te gustará —comenta Jack detrás de él.
Lo abro encima del mármol con las manos temblorosas y retiro la tapa de
la caja de cartón. Dentro hay unas zapatillas. Saco una para mirarla mejor;
es blanca y tiene flores cosidas como si naciesen de la suela.
—¡Madre mía!
—¿Te gustan? —la vacilación de Flyn me resulta enternecedora y me
apretuja el pecho.
—Son perfectas. ¡Me encantan!
Los dos ríen por lo bajo. Yo lanzo un gritito cuando me pruebo una y no
me hace daño en el pie (o puede que sea tan feliz que no lo note). Queda
demasiado bonita puesta.
—Prometo que estas no me las quitaré.
—Bueno, eso ya se verá —comenta Flyn con una ceja arqueada.
Les sonrío con todas mis ganas.
—¡¿Nos vamos o qué?! —apremia Gin desde el recibidor.
Flyn pone los ojos en blanco y Jack esboza una sonrisa torcida que
acentúa su hoyuelo izquierdo. Se me escapa el aliento entre los labios de las
ganas que tengo de volver a besarlos, pero ambos se mueven, obedeciendo
a Ginebra.
Y yo en lo único que puedo concentrarme es en que pensaron en
comprarme unas zapatillas que encajan con mi personalidad para ir a la
feria porque era uno de mis deseos. Me miro los pies con ambas puestas y
me entran unas absurdas ganas de llorar, o quizá no sean tan absurdas. Me
llevo las manos a los ojos y aprieto fuerte, pero no sirve de nada; cuando las
retiro están empapadas. Me sale un sonido extraño y asfixiado de la
garganta y el llanto se intensifica, así que decido cerrar la puerta del aseo
para que no me vean así.
Lloro porque me cuidan, lloro porque he besado a los dos chicos que
ocupan mi pecho con tanta fuerza que siento que voy a reventar. Lloro
porque no sé qué pasará a partir de ahora, porque tengo miedo de que se
acabe, de que esté sintiendo demasiado y, en cambio, para ellos no sea así.
Y hay algo más intenso a lo que no sé poner nombre, algo que presiona mis
costillas. Hay demasiado ruido en mi interior, ruido al que no estoy
acostumbrada y que no sé cómo manejar.
Respiro hondo frente al espejo y me seco las lágrimas con el dorso de las
manos. Esta es mi vida ahora, lo que estoy sintiendo es porque estoy
empezando a vivir.
Abro la puerta y camino decidida con mis zapatillas nuevas.
67
JACK
El amargo y dulce poso de la esperanza
La primera vez (y la única) que fui a la feria la recuerdo difusa, pero tengo
fogonazos de imágenes bastante claras siendo un niño medianamente
normal y feliz en un sitio parecido al que entramos Flyn, Zel, Gin, su amiga
y yo. Al parecer mis padres se levantaron lúcidos aquella mañana y los dos
quisieron acompañarme a la feria. ¡Aquello fue la bomba! ¿Mi padre y mi
madre conmigo en algún lugar divertido para mí? Sabía que era temporal y
que debía aprovecharlo. Estaba eufórico, comí azúcar hasta ponerme malo,
subí a todas las atracciones y jugué a disparar globos; gané dos peluches.
Puede que sea el único recuerdo bueno que tengo con ellos.
Pero la emoción es el triple de fuerte al atravesar la entrada a la feria tras
Flyn y Zel, que lo observa todo con fascinación. Las luces titilantes de las
atracciones, el aroma empalagoso que flota en el aire, niños corriendo y
chillando de un lado a otro, gente feliz sosteniendo piruletas o algodones de
azúcar y los gritos de la gente que se atreve a subir a las atracciones más
extremas. Aspira entre dientes cada dos por tres y abre mucho sus preciosos
ojos azules mientras paseamos.
—¿Nunca habías pisado la feria? —le pregunta Alba, una amiga habitual
de Ginebra (a la que ve cada ciertos meses, pues es el tipo de relación que
debemos llevar los tres con otra gente).
—¡No! Pero a partir de ahora vendré cada semana —decide ella,
pletórica.
—Siento ser un aguafiestas, rubita, pero la feria no está todo el año. Solo
dura un par de semanas —le informa Flyn, que revisa de vez en cuando sus
pies para comprobar que aún tenga las zapatillas puestas.
—¡Oh, no! Entonces habrá que aprovecharla al máximo —dice, trotando
delante de nosotros con su melena eterna balanceándose y destellando con
el sol.
Se me hace raro no ver sus pies desnudos, pero ella parece muy cómoda,
aunque ya se ha tropezado dos veces de camino.
—Está bien. Yo lo único que quiero es subir a la montaña rusa y vacilar al
feriante de los puestos de tiro con perdigones; que aunque esté amañado se
lo voy a explicar. —Lo miro con curiosidad; nunca había visto el espíritu de
niño de Flyn en todo su esplendor.
—Yo quiero subir a eso. —Zel señala la enorme noria que hay a lo lejos
—. Y comer algodón de azúcar y esa cosa roja que lleva esa chica en la
mano.
La muchacha, que va con su grupo de amigas adolescentes, se la queda
mirando porque la señala con el dedo sin cortarse un pelo y una emoción
infantil en la cara. Río entre dientes.
—Es una manzana bañada en caramelo —le digo inclinándome hacia
delante para acercarme a su oído.
Siento que un escalofrío le recorre el cuerpo y me es imposible borrar la
sonrisa de la cara. Así que, después de todos estos años bebiendo el aire por
donde Flyn pasa, resulta que tenía que llegar ella para completar la pieza de
un engranaje que no funcionaba, que estaba atascado. Es como si la
hubiésemos estado esperando durante todo este tiempo, como si supiésemos
que debíamos ser pacientes (y casi me muero en el intento). Quiero ser
cauto, ir con pies de plomo, pero es que miro a Flyn y le veo las mejillas del
color de las cerezas, los ojos verdes como hojas bañadas de azahar y un
humor distendido como nunca antes lo había visto. ¿Cómo no voy a guardar
esperanzas de que lo de esta mañana se repita?
—Rubita, yo en esos trastos me mareo —se queja él con la vista puesta
en la noria.
—No da vueltas tan rápido —observa Zel, haciendo un mohín.
—¡Uh, yo tengo vértigo! Ni noria ni montaña rusa; a mí esas cosas no me
gustan —nos recuerda Gin, de la mano de Alba.
A veces Ginebra me confunde, no sé si las amigas que tiene son solo
amigas o también ligues. Resulta que, aunque ella quiera mantenerse en el
lado de la amistad, tiene tanto carisma y ese halo irresistible que termina
haciendo que las demás le confiesen que sienten algo por ella. Se ha
quejado más de una vez de ello, para diversión de Flyn y mía.
—Eres una aburrida. —Flyn la empuja con camaradería con la cadera.
—De eso nada, es que no me gustan las cosas de críos pequeños.
—En la montaña rusa no puede subir nadie menor de uno cincuenta,
¿vale? Ahora que lo pienso, ¡la rubita no podrá montar!
—¡Eh! ¡Que yo mido uno cincuenta y siete!
Nos echamos a reír con ganas ante su gesto ceñudo.
—Vale, lo que vamos a hacer es separarnos. Alba y yo queríamos ir a
algunos chiringuitos de aquí al lado; os llamo cuando acabemos para ver
dónde estáis.
No sé si lo hace a propósito, pero sería muy de Gin apartarse para
dejarnos espacio si sospechase algo de lo que ocurre entre nosotros. Me
sube un bochorno sin sentido cuando nos dirige una mirada sugerente antes
de despedirse.
—Bueno… —suspira Flyn, y gira el cuerpo para mirarnos a Zel y a mí.
Hay una pausa de silencio, los tres esbozamos sonrisas tímidas a la vez;
supongo que estarán evocando como yo la escena sobre la cama de esta
misma mañana.
—¡Quien llegue el último a la noria hace tortitas para desayunar durante
un mes! —suelta Zel con cara pícara.
Y luego, sin darnos tiempo a reaccionar, sale escopeteada dejando una
estela dorada tras de sí. Flyn me mira y sé al instante, por su gesto
competitivo, que ha entrado en el juego. Los dos salimos pitando tras ella.
68
ZEL
Tres almas en suspensión
Los oigo venir detrás de mí y aprieto la energía que emplean mis piernas en
correr, pero es inútil competir con sus zancadas kilométricas. Se me escapa
la risa de una forma espontánea, es dueña de mí. Uno de ellos me agarra de
la cintura y me levanta; chillo y extiendo los brazos porque la noria está
justo delante.
—Lo siento, rubita, pero tendrás que hacer el desayuno durante seis
meses —la voz sofocada de Flyn atraviesa mi pelo.
—¡He dicho un mes! —intento decir sin que me flaquee la voz al sentirlo
tan cerca.
—¿Un mes? Jack, ¿tú has oído un mes?
Veo a Jack negar con la cabeza y encoger los hombros con una mueca.
—¡Sois unos embusteros!
—De eso nada —responde Jack con una sonrisa luminosa que potencia
mucho sus hoyuelos.
Los miro y me muerdo los labios en un acto inconsciente; algún día le
besaré ahí una y otra vez y memorizaré las pecas que salpican su nariz. Se
me encienden las orejas por mis pensamientos y miro mis despampanantes
zapatillas nuevas al encaminarnos hacia la cola de la atracción.
—¡Joder, esto es jodidamente alto! Yo no sé cómo me dejo embaucar por
vosotros…
—Yo no he abierto la boca —apunta Jack de buen humor.
—¡No me digáis que os asusta la noria y, en cambio, no os da miedo
vuestro trabajo!
—Bueno, mirándolo así…
—No tengo que subirme a una rueda de sesenta y cinco metros de altura
en nuestro trabajo. —Flyn va a sacar un cigarrillo, pero se detiene porque
avanzamos bastante en la cola—. ¡Joder, que casi nos toca!
Se me escapa una carcajada por lo último que dice, y él me sonríe con
cierto rencor.
—¿Te ríes de mí, rubita? Ya veremos cuando estemos ahí arriba, a ver
quién ríe el último.
—Flyn, todavía estás a tiempo de huir. Sin dignidad, pero bueno, lo
habrás intentado —le pincha Jack sin borrar esa sonrisa suya.
—¿Tú también, Jack? —se queja, como si le hubiese traicionado.
Compramos los tiques y me encuentro conteniendo el aliento por la
anticipación cuando nos ponemos a subir escaleras; estoy empezando a
ponerme nerviosa.
—Se supone que soy yo la nueva en la ciudad, deberíais ser vosotros
quienes me tranquilizaseis —protesto mientras avanzamos entre barandillas
de metal detrás de un grupo de gente.
—Sí, bueno, rubita, sentimos decepcionarte —me dice Flyn agachándose
a la altura de mi cara.
Cierro los ojos de forma involuntaria por ese gesto y porque su olor me
ha abrumado por unos segundos.
—Las norias son una atracción bastante segura; no hay casos que
conozcamos de accidentes provocados por norias, ¿te vale? —dice Jack,
detrás de mí.
—Me vale.
Se me sube el corazón a la garganta cuando un señor abre la puerta de una
de las cabinas flotantes y nos da paso. Tenemos que dar un pequeño salto
porque hay un hueco que da al vacío entre la tarima en la que estamos y la
cabina. Se me escapa un leve gritito al pasar, resulta que el trasto se
tambalea un poco, y el señor nos cierra cuando estamos los tres dentro. Me
siento en uno de los bancos que hay a los lados, Flyn se sienta enfrente y
Jack a mi lado.
Estamos los tres solos de nuevo y el corazón me late a toda velocidad.
Otra vez se alza un silencio a voces entre nosotros y me da la sensación de
que tenemos miles de cosas que decir, pero no nos atrevemos a
verbalizarlas. Estoy muerta de miedo, me ronda una pregunta por la mente
una y otra vez durante todo el día de la que necesito conocer la respuesta.
No es un buen lugar para hacerla porque, si necesito salir, tendré que saltar
al vacío. Aunque ya lo estoy haciendo:
—Lo que ha pasado esta noche y esta mañana en mi cuarto… ¿Os
arrepentís? —La voz me tiembla al final.
Flyn toma aire por la nariz y Jack se mueve un poco a mi lado, pero no
miro a ninguno por si duele demasiado.
—Yo no me arrepiento de nada —responde Jack con voz susurrante—.
Ha sido lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo.
Cierro los ojos ante el cristal y respiro con alivio. Entonces aproximo la
mano que tengo sobre el banquito hacia la suya; él deja escapar un leve
jadeo y cruza nuestros dedos.
—No sé si me arrepentiré en un futuro —comienza Flyn en tono suave—.
Pero no porque no lo desease, sino por si… por si algo sale mal. Sé que
dolerá el doble, sé que nunca me lo perdonaría porque me importáis
demasiado. Esto da un miedo que te cagas, joder…
Jack y yo lo miramos inmóviles; sé que dentro de él se desata la misma
tormenta, lo puedo percibir a través de su tacto. Flyn se atreve a
devolvernos la mirada y nos contempla con una vulnerabilidad palpable que
me atraviesa.
—Esta mañana hemos cruzado una línea y no pienso mirar atrás por
cobardía. Pero que sepáis que os he concedido el poder de destrozarme
como se os antoje; ya no tengo armas para defenderme de vosotros, las he
buscado y he fracasado.
La cabina se mueve por fin de un empujón brusco y pego un gritito al
tiempo que me agarro más fuerte a Jack; estamos ascendiendo.
—No lo entiendes, Flyn —murmura Jack—. Con nosotros no necesitas
armas ni escudos. Y creo que eso de que podemos destrozarte… Llevo
desangrándome cada puto día desde que te conozco y evitas mirarme —
confiesa con fervor—. No sirve de nada esquivar algo que en realidad
deseas. Es mejor atreverse con miedo que no dar nunca el paso y no saber
qué habría ocurrido.
Se me hincha el pecho y estoy tiritando de lo mucho que admiro a los dos
hombres que tengo cerca. Siento que estoy a años luz de ellos y que la
manera brutal y despiadada con la que crecen mis sentimientos por ellos es
imparable; esa fiera extraña para mí, ese animal salvaje, está dejándome en
carne viva por dentro.
Flyn baja la mirada tras el comentario de Jack, y veo cómo traga saliva.
Yo no sé qué decir, estamos en una situación retórica: ascendiendo sin parar
a una altura mortal sin posibilidad de escapar.
—Sí —musita Flyn tras una pausa—, supongo que tienes razón, Jack. He
sido un cagado. Y además… va a sonar a locos, pero ¿no tienes la sensación
de haber estado esperando algo todo este tiempo? —Su expresión intensa
hace más denso el aire.
Jack ensancha sus comisuras y se despeina el pelo.
—Sí, es raro, ¿verdad? He pensado lo mismo esta mañana —admite.
—¿De qué habláis? —me atrevo a decir.
—De ti —contestan al unísono.
Parpadeo varias veces de la impresión.
—A ver, yo no esperaba de forma consciente; no es que supiese que
faltabas tú. Eso de que soy un chamán que invoca lluvias y hace trucos es
mentira, por si te lo preguntabas —replica Flyn, explicándose con algo de
inquietud.
—Bueno, yo siempre te he esperado a ti, Flyn. Pero nunca me atreví a
actuar (no pensaba hacerlo) y tampoco esperaba que cambiases de un día
para otro. Es…, no sé, es muy raro.
—¿Me estabais esperando? —digo sin aliento.
Los dos me miran con expresiones indefensas y dudosas (ambos tienen
las mejillas del color de las flores de mis zapatillas), como si ellos mismos
se estuviesen sorprendiendo de admitir lo que están diciendo en voz alta.
—No lo sé, yo no creo en esas cosas —inquiere Flyn, que de repente
parece un poco frustrado.
—Bueno, tampoco creías que Zel hubiese curado a tu hermana y, ahí está,
de viaje, sana y feliz —replica Jack.
—Resulta que todo lo que tiene que ver contigo tiene un matiz místico,
rubita —dice con una risa nerviosa.
Los miro, atónita y paralizada; el pulso me golpea las sienes y me marea.
De repente sus miradas son esquivas, inseguras, como si temiesen a mi
reacción. Como si cualquier cosa que vaya a salir por mi boca fuera
trascendente. Las ganas de llorar me espolean de nuevo, de modo que cierro
los ojos y tomo aire despacio.
—No estoy acostumbrada a esto —digo en un hilo de voz, tragando el
nudo que pugna por vencerme—. Esta mañana os he pedido que estuvieseis
muy quietos antes de atreverme a acercarme a vosotros porque… he
descubierto que si algo es demasiado intenso, me desbordo, no sé
manejarlo. Llevo dieciocho años sin contacto humano; madre pocas veces
me abrazaba y era solo cuando estaba desesperada por algo de cariño. No
he sido importante para nadie nunca, no me han cuidado nunca de forma…
afectuosa y no sé si a veces actúo o reacciono de la forma correcta. Soy un
desastre, apenas sé nada de la vida, os puse en peligro…
—Ey, rubita, ¿estás intentando dejar de gustarnos? —me interrumpe,
sonriendo.
—Yo… solo os digo quién soy.
—Pero si eres trasparente, Zel —inquiere Jack con una cadencia cálida—.
Además, ya no hay nada que puedas decir para dejar de gustarme, si es lo
que intentas.
—Sí, creo que ya hace tiempo que no puedes decir nada que cambie eso
—apunta Flyn.
Me atrevo a mirarlos a los ojos y los tres intercambiamos miradas
colmadas de un anhelo nostálgico. Entonces, de golpe, nos detenemos: la
vuelta a la noria ha llegado a su fin.
69
FLYN
Una paleta de colores peculiar
JACK
A la de tres
ZEL
Nuestros auténticos nombres
FLYN
Una camiseta, tres cuerpos desnudos
Ninguno nos esperamos, una vez fuera del agua, que un señor furioso
aparezca agitando el puño y maldiciendo. Apenas me da tiempo a recuperar
algo de ropa del suelo antes de escalar la verja como no he escalado nunca
nada, a pesar de la preocupación de que Zel y Jack la salten a la misma
velocidad. Lo hacen, los dos aterrizan en la calle casi a la vez y salimos
escopeteados calle a través.
—¡Oh, joder, el oso! ¡No paréis! —les digo al tiempo que regreso como
un bólido, agarro el pelaje sedoso del peluche que había dejado contra la
pared y brinco de nuevo hacia ellos, que me han hecho caso omiso y
aguardan mi llegada mientras me meten prisa y dan saltos en el sitio.
Corremos sin parar, cruzando callejones desiertos a toda velocidad (con
los pies descalzos es doloroso que te cagas; no sé cómo lo hace la rubita),
hasta que Jack, que va delante, se detiene al cruzar una esquina para apoyar
la espalda en la pared y recuperar el aliento. Zel y yo aminoramos la marcha
hasta detenernos también entre jadeos sonoros. Me inclino hacia delante
con el oso y una prenda de ropa entre las piernas y me apoyo en las rodillas;
el corazón se me va a salir por la boca.
—¡Joder! —prorrumpe Jack entre resuellos.
Levanto la mirada y los miro: van desnudos y descalzos y no llevan nada
en las manos. Alzo la mía y miro lo que he logrado alcanzar del suelo: una
mísera camiseta. Y es de Jack. Miramos la prenda de ropa, el oso y luego
intercambiamos miradas asustadas. Zel se lleva las manos a la cara y sus
hombros empiezan a vibrar; al principio noto una punzada dolorosa en la
tripa porque creo que está llorando, pero no, está empezando a partirse de
risa. Sus carcajadas son flojas al principio, pero luego empieza a reír con
ganas. Yo la miro con ojos muy abiertos y me sorprendo riendo también. De
un momento a otro los tres nos estamos descojonando vivos en un callejón,
en pelotas, sin dinero, sin llaves ni zapatillas.
—Vale… ¿Qué narices hacemos? —pregunto tras inspirar hondo cuando
me repongo de las carcajadas.
—Ni puta idea —responde Jack, inquieto; se está abrazando el abdomen.
Lleva unos calzoncillos azul oscuro que le sientan como un guante.
—Toma, rubita, ponte esto —le paso la camiseta de Jack.
—¿Y vosotros? —Vacila antes de aceptar la prenda.
—Nosotros vamos a hacer una pasarela de Calvin Klein por la ciudad. Y
podemos turnarnos el oso para cubrirnos… ya sabes.
Jack expulsa el aire por la nariz cuando lo miro cubriéndome los
calzoncillos con el peluche.
—¡Joder! Nos lo hemos dejado todo allí; menos mal que nunca llevamos
la documentación encima.
—Eso habría sido un marrón grande —coincido.
—¿Y los móviles? ¿No os pueden descubrir con ellos? —apunta Zel, con
la camiseta todavía en la mano.
—No. Tienen huella de verificación y contraseñas chungas que pone
Jack; aunque los lleven a comisaría no podrán hacer nada —respondo,
orgulloso.
—No podemos hacer otra cosa que no sea pasearnos en bolas hasta
encontrar un medio de trasporte que nos lleve al piso. —Jack describe
nuestra situación; una que estamos asumiendo despacio.
—Pero tampoco tenemos dinero para pagar el transporte… —añade Zel.
Jack y yo nos miramos—. ¡Ah, no! De eso ni hablar; sé lo que estáis
pensando y no vamos a robar un coche.
Le doy el oso a Jack y agarro la camiseta de la mano de la rubita, la
arrugo entre las mías para introducirla en su pequeña cabeza húmeda; me
frunce el ceño, despeinada y adorable, y no puedo aguantarme: le beso la
nariz.
—Vamos a evitar cometer más delitos por esta noche —le prometo.
Ella boquea y se muerde el labio antes de meter los brazos por las
mangas; la camiseta granate de Jack (que huele a él de una forma brutal) le
hace de vestido.
—Podemos tomar un taxi —propone Jack—. Aunque tendremos que ir
hacia zonas más concurridas para pararlos. La otra opción algo menos…
bochornosa es el metro. Si esperamos un poco a que se haga tarde, a partir
de la media noche hay mucha menos afluencia de gente.
—Esa parece mejor opción que ir a buscar a Gin a los chiringuitos —digo
en voz alta a pesar de que suena absurdo.
—Ginebra se piró con Alba nada más despedirse de nosotros. Se huele
algo y lo sabes.
—Sí —carraspeo—. Es lista la jodida.
—¿Entonces…? —Zel empieza a dar saltitos nerviosos en el sitio.
—Entonces procuraremos llamar lo menos posible la atención de camino
al metro y rezaremos para que no esté hasta arriba de gente —aclara Jack.
—Bueno, ¿qué es lo peor que nos puede pasar? ¿Que nos detengan por
exhibicionismo? Hace mucho calor, no es raro ver a chicos sin camiseta por
ahí.
—Ya, pero en calzoncillos no recuerdo haber visto a nadie —gruñe él.
Hago un mohín.
—Se me ocurrirá algo si nos llaman la atención, vosotros tranquilos —le
digo, caminando hacia atrás—. Ahora disfrutemos de lo que queda del
mejor día de nuestras vidas, ¿no?
Zel ensancha las comisuras de sus labios carnosos y se coloca mejor el
pelo húmedo por encima de la camiseta.
—Ahora sabréis lo que es ir descalzos, como yo.
—Tiene su aquel —comenta Jack, torciendo la boca.
—¿Bromeas? Me he reventado los pies corriendo, no me creo que
vosotros no.
—Quejica —murmura ella.
—¿Quejica? ¡Ahora verás! —Alargo los brazos para agarrarla por la
cintura; creo que las ganas de tocarla todo el tiempo me pueden y busco
cualquier excusa. Ella lanza un gritito de sorpresa cuando la levanto un
poco del suelo, su cuello queda a la altura de mi boca y la beso ahí, ya no
puedo no hacerlo, huele a ella y a Jack, y la mezcla me vuelve loco.
Ella se estremece entre mis brazos y no se resiste ni le pide ayuda a Jack.
—¿No vas a rescatarla esta vez, Batman?
Jack me dirige una mirada intensa y esboza una sonrisa que me derrite las
neuronas.
—No te conviene que vaya; tienes mal perder. —¡Joder! Me encanta
cuando me reta.
—Tenéis que enseñarme a defenderme —inquiere Zel, a quien todavía
rodeo. En este momento posa sus brazos contra los míos, estrechando
nuestro contacto.
Dejo de respirar.
—Bueno, rubita, no exageres…
—No me refiero a defenderme de ti, bobo. Me refiero a saber pelear para
protegerme a mí y también a vosotros.
—¿Por qué nos pides eso? —le pregunta Jack.
Ella guarda silencio un momento en el que él se aproxima y le retira un
mechón de la mejilla con una caricia y, al bajar la mano, me roza el brazo a
propósito.
—¿Recordáis a Brune? —comienza. Veo el movimiento de la mandíbula
de Jack al apretarse; a mí también se me revuelve el estómago—. Intentó
arrastrarme con él, tenía ese alquitrán oscuro dentro del pecho, y yo no
sabía defenderme.
Me pongo malo y la aprieto más contra mí.
—Y entonces pasó algo… Yo, mis manos… Podía tocar ese alquitrán y
estrujarlo entre mis dedos. Puse las palmas contra su pecho y despedacé esa
masa viscosa, y entonces él me soltó.
—¿De qué hablas? —Jack es el reflejo de mi expresión.
La suelto despacio para poder mirarla bien a la cara.
—Me refiero a que modifiqué su energía de alguna manera. Igual que la
de los tipos del pub cuando empezaron a pelear con vosotros.
Me quedo noqueado con lo que está diciendo; se me da muy mal procesar
este tipo de cosas. Ni siquiera he asumido todavía que mi hermana esté
curada por beber sus lágrimas.
—No sabía si contároslo por si me tomabais por loca; incluso a mí me
cuesta creerlo cuando está ocurriendo. No sé… cómo lo hago. No sé
manejarlo. Y, debéis admitirlo, volveremos a meternos en problemas y me
gustaría saber pelear si no puedo recurrir a… esto que tengo.
Jack y yo digerimos con lentitud lo que nos cuenta.
—En el fondo siempre supe que la razón por la que se detuvo la pelea en
el pub fue por ti —admite Jack con voz sedosa—. Aunque no sabía cómo
algo así podía ser…
—Sí, yo también estuve muy confusa durante un tiempo, hasta que con
Brune ocurrió de nuevo. —Nos miramos, turbados—. No os miento cuando
os digo lo de vuestros colores; los siento por vuestra energía. He
descubierto que puedo saber si alguien es buena o mala persona así.
—¡Vaya! Eso nos vendría muy bien en nuestro trabajo —comento,
expulsando el aire de forma que me sale un ruido ahogado de la garganta.
—¿Os… doy miedo? —Su expresión se ensombrece y sus ojos enrojecen
un poco ante la idea.
—¿Miedo? —pregunto—. ¿Miedo de qué?
Ella se encoge de hombros.
—Soy diferente. Hago cosas que no son normales.
—Zel, tu diferencia es extraordinaria —le asegura Jack—. Eso es
exactamente lo que hizo que me volviese loco por ti.
Ella alza la mirada azul hacia él con sorpresa.
—¿Te sorprendes, rubita? Nos tienes en las pequeñas palmas de tus
manos. A mí me das miedo de formas muy distintas a las que imaginas —
aclaro.
—¿De verdad no… os parezco un bicho raro?
—A ver, todos somos un poco bichos raros… —admito.
En ese momento dos personas cruzan el callejón donde estamos y se nos
quedan mirando sin disimulo.
—¿Qué tal? —los saludo agitando una mano.
Veo de refilón cómo Jack se tapa sus partes con el oso de peluche. Ellos
apartan los ojos y siguen su camino.
—Creo que tendríamos que hacernos a la idea de ir caminando hacia el
metro.
Jack está incómodo, porque no suele quitarse la camiseta a menudo, como
hago yo. Y es algo que no me explico porque su abdomen, su pecho, sus
brazos y sus piernas (que he intentado adivinar centenares de veces bajo su
ropa) parecen moldeados por algún artista del siglo diecinueve.
Finalmente nos resignamos y nos ponemos a caminar sobre los
adoquines. Tengo los pies entumecidos y los gayumbos aún mojados, no es
nada cómodo. Jack se coloca a un lado y yo al otro de Zel; actuamos en
ademán protector casi sin darnos cuenta. Me gusta quiénes somos cuando
estamos juntos, me gusta cómo soy con ellos, y admitir eso es un paso muy
grande en mi intento de superar mi tendencia autodestructiva.
—Jack, ¿estás sangrando? —La alarma de Zel me tensa como un palo y
de inmediato repaso el cuerpo de Jack en busca de heridas.
Él expone la palma de su mano derecha, con la que no sostiene al oso. La
sangre emana de un corte fino pero alargado, sus dedos gotean.
—¡Bah! No es nada. Ha sido al saltar la verja —explica, ocultando su
mano.
—Déjame ver —le pide ella.
—No, en serio, no es nada…
—Jack —le insiste ella, cortándole el paso—. Por favor.
Él suspira profundamente y saca la mano para ofrecérsela. Ella la sostiene
del dorso para mirarla de más cerca.
—¿Me dejas intentar algo?
—Hum… Vale —musita él.
Zel cierra los ojos unos instantes, la miramos atentos y expectantes;
parece muy concentrada. Y, de repente, una lágrima brota de su ojo y luego
otra. Con rapidez, inclina la cabeza hacia la palma de la mano de Jack y
logra que alguna gota caiga a su herida.
—No sé qué pasará, quizá solo funcione si se bebe. —Se muestra
insegura hablando de su don, como si la incomodase.
—Sería brutal que el corte se curase en nuestras narices —opino.
—De momento no ocurre nada —dice él con la palma hacia arriba.
—No creo que sea inmediato… ¿Seguimos? —propone Zel, caminando
delante de nosotros.
Ambos nos apresuramos a colocarnos cerca de ella.
73
ZEL
Un paseo entretenido
ZEL
Piel contra piel
JACK
No puedo sacarme el corazón
Escucho los latidos de Zel contra mi oído. Abro los ojos y solo veo su piel
pálida en contraste con los rayos de sol. Su mano se posa en mi cuello, el
calor que desprende se expande por todo mi cuerpo, y también noto las
piernas de Flyn atrapadas entre las mías. Me atrevo a levantar un poco la
cabeza; nuestra imagen desde arriba debe de ser interesante de ver: tres
cuerpos desnudos con las sábanas arrugadas en las caderas, ella en medio,
de lado, Flyn tras ella acoplado a su cuerpo, agarrado a su cintura. Mi brazo
está debajo del de él, también rodeando a Zel.
Sonrío e inspiro hondo el aroma matinal. Sigue oliendo a ellos, a
nosotros, a nuestras transpiraciones y a nuestros perfumes, a nuestros
fluidos. Bajo mis párpados se suceden imágenes de anoche y mi sonrisa se
ensancha. No sabía que sería así, tan… carnal, tan sensual y natural. Miro
los labios de Zel a través de las pestañas y deseo besarla otra vez; estoy
impaciente por repetir lo de anoche. No pararía de besarlos y de hacerles el
amor todo el tiempo, me encerraría en esta habitación para siempre con
ellos. Tengo dieciocho años, aguantaría. Sería una buena forma de
compensar todos esos años perdidos en una casa vacía mientras me
convencía de que nadie me querría nunca.
Pero sé que quizá todo esto no es muy racional, así que procuro mantener
la cabeza fría y me muevo un poco para separarme de ellos. Debo seguir
con la investigación, estoy seguro de que ahora voy por el camino indicado
y estoy más cerca de descubrir algo.
En cuanto logro levantarme, Zel emite un sonidito adorable y abre sus
espectaculares ojos azules.
—¿Jack? —dice con voz adormilada.
—Shh… Seguid durmiendo —susurro, buscando mi ropa por el suelo.
—Vuelve —me pide, grogui.
Sonrío con ganas y me inclino para posar los labios sobre los suyos.
¡Mala idea, joder! Sabe demasiado bien; me recuerda a todo lo ocurrido la
noche anterior.
—Voy a seguir por donde me quedé; creo que podría encontrar algo. —
Me enfundo los pantalones y sigo buscando la parte de arriba con la mirada.
—Jack, vuelve —me ruega de nuevo.
—Rubita, él es un señor ocupado, ¿no lo ves? Tiene prisa por huir de sus
distracciones. —La voz ronca y relajada de Flyn es un bálsamo para mí.
—¿Quieres huir? —se queja ella.
—¿Qué? ¡Pues claro que no!
Flyn emite una risa queda distorsionada por el sueño.
—¿Sabéis qué? Me quedaría, pero si estoy más tiempo cerca de vosotros
después de lo de anoche, tendréis que atarme o…
—¿O qué? —me tienta Flyn, incorporándose.
Trago saliva con fuerza.
—Flyn… —le advierto.
Zel está sonriendo de tal forma que deslumbra.
Entonces se escucha un sonido fuera y los tres nos tensamos de repente.
Aguardamos un poco, pero no se oye nada más.
—Gin —murmura Flyn.
—¡Joder! —Y me pongo a buscar mi camiseta con más prisa.
Ellos se levantan de la cama para vestirse también.
—¡Madre mía, mi pelo! Creo que no lo he llevado tan enredado nunca —
protesta Zel, ya vestida, mientras intenta pasar los dedos entre su cabello
dorado.
—¿Qué harías anoche, rubita? —murmura Flyn con tono pícaro.
Ella se sonroja y yo sonrío con ganas; no puedo dejar de hacerlo.
Él abre la puerta con prudencia y se asoma al pasillo antes de abrir del
todo. Nos disponemos a salir cuando Ginebra aparece del cuarto de baño de
improvisto y nos pilla in fraganti, inmóviles como pasmarotes. Ella, que se
está cepillando los dientes, alterna su mirada entre los tres y se aguanta la
risa.
—Buenos días —dice con la boca llena de pasta de dientes.
—Buenos días, Gin —responde Zel al instante.
—Hola —decimos Flyn y yo al unísono.
Ginebra regresa al aseo reprimiendo la risa y nosotros nos miramos con
las caras ruborizadas antes de irnos a la ducha.
FLYN
Un vocalista, un bajo y una baterista
ZEL
Mi canción
1. Que alguien más que madre vea la ropa que diseño y coso.
2. Que algún desconocido me sonría.
3. Bañarme en el mar.
4. Comer helado y chocolate hasta sentirme llena.
5. Leer un libro actual.
6. Ir a una fiesta.
7. Subir a alguna atracción en un parque de atracciones.
8. Ver a alguien tocar un piano de verdad.
9. Ser amiga de alguien.
10. Bailar con ese alguien.
11. Que una persona me bese y que sea agradable.
12. Enamorarme (¿Para luego ser desdichada al regresar a casa y
saber que no voy a verle nunca más? Mejor: tener un amor
frustrado, como Jo de Mujercitas).
13. Mojarme bajo la lluvia.
14. Quiero gustar a Flyn y a Jack.
15. Volver a hacer el amor con Flyn y Jack. Que ellos deseen hacerlo
durante años.
Quién eres,
a quiénes amas,
cuánto daño eres capaz de soportar
FLYN
Un hombre y dos tentaciones
JACK
Lo único que deseo hacer
Es angustiante pensar que lo que siento quizá triplica lo que ellos sienten.
¿Cómo pueden aguantar? Yo no soporto estar tan cerca en el coche y no
tocarlos. A mí las muestras de afecto me cuestan, lo admito; no estoy
acostumbrado y soy torpe e inseguro. De hecho, la mayoría de veces me
siento violento con cualquier abrazo fortuito o caricia que no me espero; me
ha ocurrido con amigos, con la familia de Flyn e incluso con Ginebra. Pero
esto es distinto; lo necesito. Y aun así sigo sintiéndome incapaz, un negado.
¿Y si no desean lo mismo que yo? ¿Y si piensan que actúo con
desesperación? Moderar mis sentimientos me ha sido bastante fácil con
Flyn hasta el momento porque ignoraba lo que él sentía, porque creía que
nunca me miraría de esa manera.
Entramos al piso hablando de las nuevas zapatillas que hay que comprarle
a Zel, y también nos ha estado relatando los ingredientes de las tortitas de
camino.
—Pero ¿queréis hacerlas ahora? ¿Para cenar? —pregunta ella.
—¡Desayuno para cenar! —dice Flyn de buen humor.
Vamos directos a la cocina y empezamos a sacar de la despensa y los
armarios todo lo que nos ha descrito.
—Me muero de hambre —digo metiéndome un trozo de queso en la
boca.
—¿A que es fácil? Ahora la leche, sí, esa cantidad —le explica a Flyn.
Yo conecto la radio en el móvil en una emisora de música mientras
mastico. Y no decimos nada durante un rato, pero el silencio es agradable
en la cocina mientras reunimos ingredientes y preparamos la sartén.
—Yo… no os he agradecido lo suficiente lo que habéis hecho en el
escenario —empieza ella de repente—. La canción ha sido preciosa… No
sé qué decir para explicaros lo que he sentido. Solo… gracias.
Se me encoge el pecho y la necesidad de abrazarla aumenta hasta que me
duelen las articulaciones.
—Rubita, no tienes que dar las gracias por nada. ¿Sabes cuánto hacía que
no estaba inspirado para componer? Ni me acuerdo —empieza Flyn, y le
mancha la nariz con harina—. Y Jack me ha ayudado en varias estrofas;
hemos compuesto juntos por primera vez. Y no será la última, ¿verdad?
Sonrío con las orejas ardiendo y vierto la masa en la sartén.
—Ha estado bien —opino—. Creo que tener una buena motivación para
escribir es importante para crear algo nuevo, algo que valga la pena. Y
ahora la tenemos.
Zel me observa por encima de sus espesas pestañas y ensancha sus
comisuras con timidez.
—¿La volveréis a cantar algún día?
Flyn me mira y espira por la nariz. Veo profundidad en sus ojos verdes.
—Claro que sí —susurra.
—¿Cómo sonaría en el piano? Echo de menos oírte tocar. —Saca la
tortita recién hecha de la sartén para colocarla en un plato con destreza.
—Ahora vengo. —Flyn sale de la cocina tan rápido que nos deja
noqueados a los dos.
Al poco lo escuchamos trastear en el salón y salimos a ver qué hace. Está
colocando su piano electrónico a un lado de la sala. Es un instrumento
bastante grande, por eso solemos dejarlo en el coche si la estancia en el
nuevo piso no va a ser muy larga.
—¿Tienes un piano? —pregunta Zel, encantada.
—Vamos a ver cómo suena tu canción, huracán dorado. —Empieza a
mover los dedos sobre las teclas con menos habilidad que otras veces, pero
bastante acertado—. Maldita dulce inocencia, una chica sin zapatos que
juega a cruzar las aceras, que reta al tiempo y baila con las leyes, que
inunda todo en un mar azul.
Va directo al estribillo y se me estremece el cuerpo entero; nunca me
acostumbraré a su voz, y menos aún en la intimidad. Veo cómo ella está
agarrando su vestido entre los dedos, como le tiemblan ligeramente los
párpados. Esta vez no reprimo mis impulsos, me aproximo, cauto, y poso la
barbilla sobre su hombro para corear a Flyn en un hilo de voz:
—Maldita dulce inocencia, que usa las flores como lenguaje, que
sostiene nuestra vida y ni siquiera se la hemos dado. Ni siquiera se la
hemos dado.
Zel cierra los ojos y entreabre los labios.
—¿Por qué decís eso?
—¿El qué? —le pregunto, todavía murmurando.
—Que sostengo vuestra vida —repite y percibo temor en sus cuerdas
vocales.
Flyn y yo intercambiamos una mirada. Él se incorpora y se acerca a
nosotros; acaricia su cara con una mirada que nunca le había visto antes.
—No sé si eres consciente de lo que has hecho con nosotros, rubita —
dice con voz sedosa.
—¿Por qué? Yo… no sé cantar, yo no podría subirme a un escenario. Si
os intento ayudar en vuestro trabajo acabo metiéndoos en problemas y…
y… apenas sé cómo tocaros. No sé cuándo debo hacerlo ni si es adecuado.
Lo deseo todo el tiempo, todo… el tiempo, pero luego me pasa que las
emociones son tan fuertes que me ahogo. —Empieza a caminar por el salón
mientras los ojos se le enrojecen con la mirada fija en el suelo.
Y yo la miro inmóvil y maravillado.
—¿Acaso crees que yo tengo idea de lo que hago? —musito con la
garganta escocida por el nudo que crece en ella—. No hago más que
preguntarme si soy un maldito exagerado por querer encerrarme en esa
habitación con vosotros y no salir. Tampoco sé… cómo hacerlo, ni puta
idea. Y es gracioso porque me preguntaba exactamente lo mismo de camino
a casa: ¿sentirán lo mismo que yo?
Nos miramos entre los tres, formando un triángulo amplio que odio con
todas mis fuerzas porque, si fuera por mí, no existiría un mísero milímetro
entre sus pieles y la mía.
—Pues a mí no me miréis, porque seguís dándome terror. —La voz de
Flyn está teñida de un fervor abrasador—. Pero… es un miedo que me
gusta, aunque no sepa manejarlo. Merece la pena ese miedo; joder, si la
merece. Sí, Zel, sostienes nuestras vidas. Los dos sostenéis mi vida, creo
que ya os lo dije.
Trago saliva con fuerza.
—Entonces… el amor no tiene explicación —dice ella en un hilo de voz,
tan inocente con su descubrimiento que las ganas de besarla me pueden—.
Y… no nos acercamos más por miedo a que el otro nos rechace.
—Sí, creo que es exactamente eso —musita él.
—Pero no hay nada que temer, ¿no? En realidad actuamos así porque no
estamos acostumbrados a querer a alguien de esta forma.
—Ni a que alguien nos quiera —termino.
Nos seguimos observando desde la misma distancia y ella dibuja una
sonrisa suave que se nos contagia pronto. Flyn se muerde el labio y se
despeina el pelo con una mano.
—¿Sabéis qué? Que estoy harto de ser un cagado. Lo que más me apetece
es besaros hasta desgastarme los labios y volver a probar cada rincón de
vuestros cuerpos. No he podido quitarme de la mente la noche de ayer ni un
puto minuto y me estoy volviendo loco.
Esboza una mueca que denota fragilidad y yo dejo escapar un sonido
ahogado. El corazón me late con tanta furia que me duele el pecho.
Entonces, para mi sorpresa, soy el primero en moverme y buscar su boca; él
gime entre mis labios y me devuelve el beso con ansiedad. Eso me
trastorna, le atraigo tomándolo por la nuca y apretando con fuerza su
camiseta. He necesitado en tantas ocasiones tenerle así que… parece irreal.
Noto las menudas manos de Zel en mi cuello y se me eriza la piel. Muerdo
el labio inferior de Flyn antes de apartarme y buscarla a ella con
impaciencia; sus labios gruesos saben dulce. La tomo de la cintura para
estrecharla contra mí y veo que Flyn la besa por la mandíbula y el cuello.
Noto el alivio recorrerme cada terminación nerviosa, mis órganos están
revolucionados, la sangre se estrella contra las paredes de mis venas y el
aire no es suficiente, pero los estoy tocando, los estoy besando… y no
quiero hacer otra cosa.
80
ZEL
El principio del deseo número dieciséis
FLYN
Un baile de tres
Cuando los tengo desnudos a los dos, tan perfectos, deseando tocarme y
besarme, siento que no hago suficiente. Siento que no me queda aire en los
pulmones, que debería actuar con menos nerviosismo, pero no puedo. No
puedo. Gimo cuando Jack me toca el sexo y me besa la base de la garganta.
Zel lo besa a él mientras su menuda mano recorre mi torso de arriba abajo
haciendo que contraiga los músculos y me estremezca. Yo la toco a ella, la
busco, despacio, y ella emite un sonido ahogado cuando encuentro su zona
más húmeda y me concentro ahí con desesperación; gime fuerte contra la
boca de Jack y noto sus espasmos. ¡Joder, me voy a volver loco! Jack
acelera el ritmo de su mano alrededor de mi sexo y jadeo, sin aire, notando
una oleada de placer salvaje recorrerme el cuerpo. Le muerdo el lóbulo de
la oreja y me busca para besarme, le recibo con sed y el sabor a café me
inunda. Desde que sé que Jack tiene ese sabor, el desayuno de las mañanas
me sabe muchísimo mejor. Cada vez que saboree una taza o perciba el olor,
le evocaré tocándome de esa forma. Igual que el toque frutal de Zel, que me
eclipsa los sentidos cuando lamo su cuello y busco su boca con
impaciencia; ella me recuerda el sol, un jugo multifrutas y una ráfaga
fresca, como cuando la brisa marina azota tu pelo por las noches.
Me faltan manos para tocarlos; necesito estar en contacto con cada una de
sus extremidades, que giman de placer hasta que no aguanten más, que
suden, que se estremezcan hasta quedarse agotados. Y parece que piensan
igual, porque Zel me tumba y se pone a horcajadas sobre mí mientras Jack
acompaña sus movimientos y cubre sus pechos con ambas manos. La
imagen es tan brutal que emito un sonido desequilibrado antes de entrar en
ella y verla bailar sobre mí.
82
JACK
El cielo
Siento que podría estar en esta habitación toda la puta eternidad mientras
ellos estén así, desnudos y enredados en mi cuerpo.
No sé si es normal que me entren ganas de llorar, pero tanta intensidad
hace que se me humedezcan las córneas y me parece que me va a reventar
el puto pecho. Es demasiado fuerte, es… demasiado. Y lo mejor es que sé
que ellos sienten lo mismo, eso es lo que me inflama la garganta y los ojos.
Ambos buscan mi sexo mientras Zel se mueve sobre Flyn, y yo adoro ver
cómo se retuerce bajo su cuerpo. Lamo la nuez de su cuello y, cauto, deslizo
la mano entre sus sexos para saber cómo se siente, para sentirlos a ellos.
Ambos gimen más alto ante mi decisión y me miran con gestos intensos.
Entonces él se incorpora para besarme y nos movemos en sincronía. De
repente estoy en medio y tengo a Flyn detrás y a Zel delante. Él la sujeta a
través de mí y ella se pega a mi cuerpo, yo la sostengo y la beso como un
loco hasta que nuestros sexos se encuentran. Flyn acompaña nuestros
vaivenes mientras me besa el hombro. Gimo tan alto que apenas me
reconozco. Siento cada una de las partes del cuerpo de Flyn a mi espalda y
al mismo tiempo a Zel frente a mí, no tenía ni puta idea de lo que era el
cielo hasta este instante.
83
ZEL
Llévame a bailar como si el mundo se fuera a acabar
Somos insaciables.
Acabamos exhaustos, negándonos a separar nuestros cuerpos agotados y,
al rato, volvemos. No sé si hay un límite ni si es normal que no podamos
parar, solo sé que es lo único que deseo. Más. Besarlos, tocarlos, sentirlos
dentro de mí.
Siento que se me entumecen las extremidades, que me falta el aliento y,
aun así, regreso a ellos como si nunca fuese a tener bastante.
—¿Qué hora es? —pregunto con la voz un poco tocada.
Estamos tumbados en la cama. Jack apoya su cabeza en mi ombligo
mientras repasa con las yemas de los dedos la curva de mi rodilla y Flyn se
apoya en mi pecho mientras hace lo propio con mi pecho. Es este quien
levanta un poco la cabeza para mirar la hora en el móvil.
—Las cuatro de la madrugada —susurra.
Jack suspira contra la piel de mi sexo y se me eriza la piel.
Cambiamos de pose en varias ocasiones para estudiar nuestros cuerpos, lo
hacemos por inercia, de forma natural, mientras hablamos en voz baja.
Repaso las pecas de la nariz de Jack, comparo el largo de sus dedos con mi
mano, estudio los tatuajes de Flyn (que me cuenta que el que tiene en el
costado se lo hizo con su hermana y reza algo así como que no existe luz
sin oscuridad), analizo sus labios de cerca, rozo sus pechos… Y, mientras
ellos me estudian a mí, me recuerdan lo pequeña que soy en comparación
con lo largos que son ellos y nos encanta la diferencia. Me cuentan
anécdotas de cuando se fueron a vivir juntos, la primera vez que se besaron
por compartir el humo de un cigarrillo, las veces que Flyn se fue de casa
por no irrumpir en la habitación de Jack para besarlo… «¿Y por qué no lo
hiciste?», le digo. «Porque te estábamos esperando», responden al unísono.
Y los tres reímos ante la casualidad y luego nos besamos y hacemos el amor
de nuevo aunque estemos agotados; lo hacemos lento, saboreándonos,
memorizándonos.
—¿Cuándo empezaste a tocar el piano? —le pregunto a Flyn, apoyada en
su abdomen.
Él me acaricia el pelo mientras Jack regresa de la cocina con una botella
de agua fresca.
—A los seis años, Adara y yo empezamos a la vez. A mi madre le
encantaba la idea. De hecho, ella ya sabía tocar un poco y le apasionaba —
comienza con aire nostálgico—. Ese teclado que hay en el salón es el
mismo con el que empecé a practicar; hemos pasado muy buenos momentos
con él, sobre todo porque ensayábamos mientras mi padre no estaba en
casa. No podíamos tocar si él estaba.
—¡Cuánto lo siento! —murmuro, imaginando a un Flyn de niño
atemorizado.
—Eso no le impidió hacerse un portento —añade Jack, con las mejillas
todavía encendidas y el pelo revuelto.
Me tiembla el corazón al mirarlos tras todo lo que estamos haciendo; son
tan hermosos que quitan el aliento.
—Bueno, es que el piano ha sido una de mis formas de evadirme en
muchas ocasiones. La música me ha acompañado en los mejores momentos
de mi vida… ¿Os apetece que toque un poco ahora?
—¡Por favor! —contesto, pletórica.
Ellos emiten una risita ante mi reacción y los tres nos incorporamos de la
cama, buscamos alguna prenda por el suelo y recorremos la casa desnudos
hasta el salón. Flyn se pone unos pantalones cortos de chándal antes de
sentarse frente al piano, Jack hace lo mismo y yo me enfundo mis bragas y
la camiseta de tirantes de Flyn, la misma con la que ha cantado en el
concierto esta tarde.
—Intenta no salir corriendo despavorida esta vez —me advierte antes de
empezar a tocar una pieza que reconozco enseguida, Golden hour.
La misma que interpretaron en el museo, la primera vez que los miré
sabiendo que empezaba a sentir algo fuerte por ellos. Entonces ni podía
llegar a imaginar que pasaría una noche entera sin dormir por hacer el amor
una y otra vez de forma incansable con esos dos chicos.
Flyn empieza a entonar con su voz rasgada y sensual, y sonrío con todas
mis ganas.
—¿Desea bailar, señorita? —Jack me ofrece su mano con una expresión
entre graciosa y seductora.
Yo río entre dientes y le tomo de la mano sin pensarlo.
—Me encantaría —contesto como en las novelas que he leído.
La sonrisa con hoyuelos de Jack me deslumbra, me acerca a él con
destreza y posiciona nuestros cuerpos antes de que me empuje a
desplazarnos por la sala. Río de emoción y él me pasa por debajo de su
brazo, doy dos vueltas sobre mí misma y nos descubro bailando con relativa
habilidad. Jack se mueve de forma impresionante, es elegante y sensual. Y
de repente canta cuando es su turno, como en el museo, mientras Flyn sigue
tocando esa preciosa pieza. Jack suena más melódico, también rasga su voz,
pero no como Flyn. Parece que vaya unido a sus personalidades: tienen la
voz igual que su aspecto físico y su carácter; se me ponen los pelos de
punta.
Jack y yo nos desplazamos descalzos por el salón mientras Flyn nos
observa con una expresión sobrecogedora.
—¿Sabes qué, rubita? —Flyn se incorpora cuando acaba de tocar—. Que
creo que esta también se ha convertido en una de mis canciones favoritas.
—¿Sí? —pregunto con emoción.
—Mi ángel de luz, ella tiene un brillo en la piel, mi rayo radiante en la
noche… El tiempo se hace más lento en tu hora dorada —tararea la canción
mientras cuenta con los dedos—. Ahora que caigo, parece que hable de ti,
rubita.
—Eso mismo pensé yo la primera vez que la interpretamos en el museo
—dice Jack entre risitas.
—Sí, bueno, soy un poco lento, ¿vale? —Río con mariposas revoloteando
en mi estómago—. Y… oye, Jack, ¿por qué no sabía que bailas tan bien?
Eres hipnótico.
—Hay muchas cosas que no sabes de mí —responde, divertido.
—¿Ah, sí? Pues habrá que solucionarlo, ¿no?
—Bien, pero habrá que empezar por saber cómo te mueves tú —le reta
mientras pone música en los altavoces con su móvil.
—¡Ah, no! Yo no bailo.
Estiro de su muñeca para llevarle al centro del salón.
—Con nosotros, sí —le digo, entusiasmada—. Además, te he visto mover
un poco las caderas en el concierto.
—¿En serio? —pregunta él con sorpresa.
—Sí, Ginebra y yo no queríamos decirte nada para que no te dieses
cuenta y continuases haciéndolo, pero sí: mueves las caderas —confirma
Jack, y sube el volumen de forma que la música inunda la casa entera
(menos mal que el edificio en el que estamos es bastante nuevo y, según me
ha dicho él mismo, solo tenemos unos vecinos jóvenes en la cuarta planta).
—¡Me habéis dejado de piedra! —vocea.
Jack y yo reímos, pero la música cubre nuestras carcajadas.
—¡Vamos, Flyn! —empiezo a saltar y a moverme frente a él y me doy
cuenta de que me duelen un poco las extremidades y el sexo de tanto hacer
el amor; lo que me pone aún más feliz.
Jack me sigue y empieza a bailar de esa forma hipnótica que describe
Flyn. Este ríe y nos mira, resistiéndose. Buscamos su manos y nos
movemos alrededor de él, provocándole, hasta que conseguimos que mueva
las caderas como en el concierto. Nos reímos y aullamos de entusiasmo y a
él se le contagia.
Suena Berlín U5 de Zahara y Alizzz a todo volumen cuando Flyn
empieza a bailar como indica la canción y descubrimos que se mueve de
infarto. Lo miramos con las bocas abiertas y él ríe vergonzoso, como si nos
estuviese confesando un secreto bien guardado. Los tres empezamos a saltar
y a bailar por el salón. Flyn busca mi mano para bailar juntos, nuestros
cuerpos hacen eses el uno contra el otro, me empuja para que mi peso
recaiga sobre su mano y mi pelo barre el suelo al incorporarme. Pero el
mejor momento es cuando los dos se unen para bailar juntos, sus
extremidades largas se mueven en sincronía, como siempre ha sido, como si
pudiesen planear el movimiento del otro. Ríen mientras bailan y se
asombran de que les salga tan bien. Para mí no es ninguna sorpresa que se
compenetren tan bien, llevo viendo cómo se mueven a la vez todo este
tiempo.
Y mirándolos, viendo tanta elegancia y sensualidad, el toque cómico que
siempre acompaña a Flyn y el deje poético que deja Jack, el corazón se me
inunda y sé que estoy tan enamorada que me duele. Y da muchísimo miedo.
Pero aunque salga mal, aunque me dejen de querer a su lado, habrá valido
la pena. El amor vale la pena.
Dejamos de bailar para picar algo de la cocina y hacer un pícnic en mitad
del salón. Son las seis de la mañana y comemos tostadas con queso untado
y las tortitas con arándanos y sirope que antes hemos dejado a medias. La
luz naranja del amanecer nos saluda por las ventanas, proyectando estelas
rectangulares y cálidas por los muebles y nuestros cuerpos semidesnudos.
Reímos por nada y hablamos de trivialidades mientras comemos y nos
tocamos porque lo necesitamos y ya no tenemos motivos para no hacerlo.
Flyn se sienta de forma despreocupada frente al piano y toca teclas sueltas
mientras Jack y yo terminamos de comer fresas. Puedo ver su expresión
reflexiva antes de empezar a interpretar una pieza que me es tan familiar
que siento un pinchazo en el pecho. Pero no sé… ¡Qué raro! No recuerdo
cuál es, sin embargo, una nostalgia extraña me embarga.
—A million dreams —susurra Jack.
Flyn termina de tocar y se nos queda mirando con esa expresión
meditabunda. ¿Qué nos pasa con esta canción? Como si una necesidad
repentina le hubiese poseído, se levanta y viene hacia nosotros decidido, me
toma de la nuca y se apropia de mi boca. Entonces hacemos el amor por
última vez antes de que el día nos engulla y, extenuados, nos quedamos
dormidos en la cama, pegados, con el desayuno sobre la manta de colores
en el suelo del comedor, los pantalones deportivos, mis bragas y la camiseta
de Flyn por el pasillo y la sábana arrugada a nuestros pies.
84
JACK
No pararemos hasta encontrarlos
ZEL
Huir sin mirar atrás
FLYN
Una historia de corazones rotos
ZEL
Escondidos
ZEL
La voz de mi cabeza
Abro los ojos en la penumbra. Sus cuerpos cálidos todavía están adheridos a
mí, y eso es lo único que consigue paliar mi sensación de pánico; acabo de
tener una pesadilla muy extraña que apenas recuerdo, solo conservo la
angustia y estoy sudando. Me quedo unos instantes ahí, tratando de calmar
mis emociones, pero un desagradable presentimiento sigue anclado a mi
pecho. Me incorporo con cuidado de no despertarlos y me deslizo hacia
abajo para salir de la cama. Me restriego la cara húmeda y salgo al loft (que
incluye comedor y cocina) y aspiro entre dientes con fuerza al distinguir
una silueta en el sofá. Al principio pienso que es Gin o tal vez Marc, pero
en realidad sé que no es ninguno de ellos. Enciendo la luz y la veo. Es la
muchacha de pelo rapado plateado que se me quedó mirando en la
gasolinera.
—¿Cómo has entrado aquí? —le espeto con los pelos de punta.
—¿Crees que eres la única especial? —dice esbozando una sonrisa
triunfal.
Doy unos pasos atrás; hay algo que no va bien. No deprende ningún tipo
de energía, es como si no estuviese ahí.
—¿Quién eres?
Ella se incorpora con actitud segura y se acerca; yo me topo con la pared
al moverme hacia atrás.
—Eso no es importante, Rapunzel. Lo importante es que te hemos
encontrado. —Sonríe como una maníaca y luego… desaparece.
Parpadeo, confusa, aterrada. Se ha evaporado… ¡Ha desaparecido!
Pero… en realidad sí que está, no aquí, pero sí en mi cabeza. La noto, está
en un agujero de mi mente. Cuando la vi en la gasolinera ya lo presentí, allí
sí que pude notar su energía escalofriante, pero no hice caso a mi instinto.
«Lo importante es que te hemos encontrado». ¡Dios mío! Emito un sonido
ahogado de terror y me asusto al notar una mano en mi brazo.
—¿Zel? ¿Qué pasa? —Es Jack, a quien me lanzo a abrazar porque no sé
cómo deshacerme de esta sensación de horror que me está dominando.
—¡Tenemos que irnos! —Me sale la voz al fin, poco modulada y
quebrada.
—¿Qué? Zel, mírame. ¿Qué es lo que pasa?
Flyn se acerca como una exhalación y me toma de los brazos. También
escucho a Gin detrás de mí.
—Saben dónde estamos; vienen hacia aquí —les digo, temblando.
—¿Cómo puedes saberlo? —pregunta Flyn, no en tono escéptico, sino
intentando comprenderme.
—Solo lo sé; tendéis que creerme. Tenemos que irnos —urjo.
Flyn asiente y me suelta para entrar corriendo a la habitación. Jack y yo
hacemos lo mismo para vestirnos deprisa y recoger rápido nuestras cosas.
—¿Has notado algo? —pregunta Gin en el vano de la puerta.
—No solo lo he notado; la he visto y la he escuchado. Me ha llamado
Rapunzel, como madre —desvelo en tono sombrío.
Ella adopta una expresión de miedo y se aleja hacia su cuarto. En un
minuto estamos todos fuera, subimos las escaleras de la trampilla y
corremos hacia el piso superior. Si alguien piensa en Marc, no lo dice. De
todas formas, él no está el peligro si yo me voy lejos de aquí. Subimos al
nuevo coche que ha traído Jack, con Flyn al volante en esta ocasión, y
salimos pitando sin saber muy bien a dónde huir ni de quién.
—¿Quién era? ¿Quién te ha dicho eso? —pregunta Jack, que va de
copiloto.
—Era una chica adolescente; la vi en la gasolinera y me pareció
sospechosa. Creo que sentí su energía pesada. Pero… es como… como si
estuviese en mi cabeza…
—No te equivocas.
Se me eriza la piel de forma lacerante cuando la veo a mi lado en el
asiento trasero. Chillo y me aparto hacia la puerta, aterrorizada. Me dedica
una de sus sonrisas de suficiencia.
—¿Qué pasa? ¡Zel! ¿Qué pasa? —preguntan todos a la vez.
Yo no puedo responder, me he quedado paralizada y mi voz está atascada
en mi garganta. La miro con ojos desorbitados.
—Podéis correr cuanto queráis, pero yo siempre sabré dónde estás,
Rapunzel.
—¡No! —Y me tapo los ojos con las manos, presionándolos con fuerza.
—¡Zel! ¡¿Qué te pasa?! —Gin me agarra del brazo para hacerme
reaccionar.
—¡Está aquí y puede ver a dónde vamos mientras yo también pueda
verlo!
—Y eso no es lo único que puedo hacer…
La escucho en mi cabeza porque sigo con los ojos cerrados y, de pronto,
dejo de oír a Flyn, Jack y Gin. Por un instante, aunque abro los ojos, no veo
nada. Y, de pronto, cuando recupero mis sentidos y regreso al coche, una
luz cegadora nos ilumina desde el fondo de la carretera. No sé cómo ocurre,
solo sé que el pánico provoca que se distraigan y Flyn no tenga reflejos para
esquivar el camión que hace sonar con insistencia su bocina. Ese sonido
estridente es lo último que oímos antes del fortísimo impacto; salimos
despedidos y noto golpes por todo el cuerpo mientras el vehículo da
trompazos tan violentos que ni siquiera puedo gritar. Y, cuando se detiene,
cuando todo queda en una profunda quietud, veo a Gin inconsciente a mi
lado. Flyn y Jack tampoco se mueven.
—¡Flyn! ¡¡Jack!! —Me quito el cinturón para poder verlos.
Cuando me asomo se me escapa un grito agónico: hay sangre en sus
rostros y en sus cuellos; las ventanillas están rotas y los salpicaderos se han
apretujado hasta engullir sus cuerpos.
—¡¡Flyn!! ¡No, no, por favor! ¡¡Jack!! —chillo sin control sintiendo que
me voy a morir.
No puedo respirar, el dolor es tan intenso, tan inhumano, que no puedo
tomar aire. Y entonces oigo un eco; parece la voz de Jack, pero… no puede
ser. Me centro en ese sonido de fondo, trato de controlar el horror que me
domina.
Y abro los ojos.
—¡¡Zel!! ¡Oh, gracias a dios! —noto cómo me abraza.
La luz es muy intensa, como si hubiese amanecido.
—Rubita, ¿puedes oírnos? Dinos algo, por favor, llevas ida más de veinte
minutos.
Tomo aire profundamente y entra con facilidad a mis pulmones; enfoco la
vista para mirarlos. Están bien, sanos y salvos, y han detenido el coche en
un descampado al lado de la carretera. Me encuentro sentada con los pies en
la tierra y la puerta del coche abierta. El sol se asoma por el horizonte y veo
a Gin silueteada con la luz al fondo del descampado; parece estar hablando
por teléfono.
—He tenido… una pesadilla —digo, confusa.
—No, Zel, no estabas dormida. Tenías los ojos en blanco. Esa cosa, la
chica que nos dices, se está metiendo en tu cabeza —resuelve Jack.
—¡Ding, ding! Un punto para el guaperas de ojos bonitos. —Ya no me
sorprende que aparezca de pie tras ellos, la noto todo el tiempo.
—¡Eh, rubita! Eres más fuerte de lo que crees. ¡Joder, mira lo que hiciste
en el pub con esos tipos y con Brune! Esta es una puta cría; puedes con ella
—me dice Flyn, agarrando mi mano.
Estoy llorando y no me he dado ni cuenta. Flyn apoya la cabeza en mi
pecho y Jack está agachado entre mis piernas para mirarme a la cara.
—Pero ella no está aquí. Yo… no puedo hacer nada si no la puedo sentir.
—Claro que la puedes sentir; está en tu cabeza. Échala a patadas —me
pide Jack.
Cierro los ojos. Tienen razón, la puedo sentir todo el rato, lo que pasa es
que su energía, esa que noté en la gasolinera, pesada y pegajosa, es leve y,
si pretendo percibirla, es como intentar atrapar agua con los dedos. Pero,
aun así, se me moja la piel. Es casi inapreciable, casi. Busco ese foco de
energía, me centro en las respiraciones y el tacto de Flyn y Jack para
concentrarme mejor. Ahí está, puedo sentirlo.
—Por mí quedaos aquí perdiendo el tiempo cuanto queráis —la oigo en
las paredes de mi cráneo—. Si estáis quietos será más fácil, aunque menos
divertido.
Cuando abro los ojos ya no estoy en el coche. La estoy viendo a ella y la
imagen me impacta. Está frente a mí en una especie de sala aséptica y hay
un hombre con bata blanca inclinado hacia ella, sentado en un taburete. La
chica me devuelve una mirada atónita y lanza un grito ahogado.
—Ylona, debes relatarme todo lo que ves —le recuerda el hombre de la
bata.
Ella se incorpora de un salto de la camilla en la que se encuentra; lleva
pegados al cuerpo unos adhesivos blancos conectados a unos cables.
—¡No te muevas! —le reprende.
—¿Cómo…? —empieza ella.
Pero yo no quiero perder el tiempo, noto su energía por completo y siento
que puedo manejarla. La miro con determinación, alzo la mano y la llevo a
su pecho para estrujar esa masa viscosa, tan diferente pero tan parecida a la
de Brune. Entonces la estiro y la muevo hasta desgarrarla. Ella se
convulsiona y yo, de repente, tomo aire por la boca al regresar al coche,
frente a Jack y Flyn.
—¡¡Zel!! ¡Eh, pequeña! Estamos aquí. —La voz de Jack es un bálsamo
para mis oídos—. ¿Qué ha pasado?
Enfoco sus bellos rostros sumidos en la angustia.
—Ya no está. Ya no la siento; se ha ido.
89
ZEL
JACK
Ella es más rápida que nosotros
Hace un año creía que estaba enamorado de Flyn, pero en realidad lo que
sentía era ridículo en comparación a lo que me embarga ahora. Es brutal,
despiadado y me deja sin oxígeno. Me parece imposible mantener ese
sentimiento hacia dos personas, pero lo hago. Y se vuelve insoportable
cuando presiento que algo malo puede pasarles. Vamos directos hacia la
maldita boca del lobo. Vamos directos a dejar a Zel en manos del enemigo.
No puedo soportarlo.
—Hagámoslo. Vayamos a por tu hermana, tú y yo, como siempre hemos
hecho —le digo a Flyn.
Hemos parado a repostar tras media mañana de viaje. Quedan un par de
horas para mediodía y debemos darnos prisa, pero tenía que bajar del coche
con él para poder hablar en privado. Él esboza una sonrisa torcida y sé, por
su mirada, que estaba pensando lo mismo que yo.
—He trazado decenas de planes mentales y todos hacen aguas, ¿se te
ocurre algo?
—Hablar con Ginebra y que la retenga en algún sitio. Zel no va a dejar
que vayamos solos.
—Creo que Gin está con la rubita esta vez —murmura.
Entramos a la estación de servicio a pagar y finjo que compro algún
refresco para que las chicas no sospechen que tramamos algo.
—Ginebra debe de creer que, si las separamos, iremos directos al
matadero. Y puede que tenga razón —dice mientras salimos—. Pero
cualquier cosa es mejor que meter a la rubia en ese nido de serpientes. Solo
de pensarlo…
Adopta un gesto cansado y aprieta los puños. Nos detenemos por inercia
los dos a mitad de camino.
—Entonces tendremos que hacerlo de forma sucia, pero solo así nos
aseguraremos de que Zel esté a salvo.
—¿Qué hacéis? —Ginebra aparece por detrás.
Nosotros hacemos como si nada y seguimos hasta el coche, donde Zel
espera. Cuando los tres entramos, ella abre la puerta.
—Yo también tengo que ir al baño —anuncia.
—¿Dónde están las llaves? —pregunta Flyn, oteando el salpicadero.
En ese instante oímos cómo se activa el cierre de seguridad del coche y
miramos hacia fuera, hacia Zel, que está de pie mirándonos con gesto
atormentado y con las llaves en la mano.
—Lo siento mucho, tengo que hacerlo —dice, y su voz dulce suena
amortiguada.
Cuando somos conscientes de lo que pretende, echamos mano a la
manivela para abrir, pero estamos encerrados. Horado el control de mandos
y me doy cuenta de que el modelo de coche no tiene un sistema de
seguridad que nos permita abrir desde dentro. Me sube una sensación de
pánico y estiro una y otra y otra vez para intentar abrir la puerta.
—¡Zel, abre las puertas! —le ordena Flyn.
Ella niega con la cabeza y le cae una lágrima por su pálida mejilla.
—Tengo que resolverlo yo, sé que os harán daño si venís a defenderme
con vuestras armas. Al fin y al cabo, solo me quieren a mí.
—¡¡Zel, abre la maldita puerta!! —grito yo esta vez.
Posa la mano sobre el cristal de la ventanilla de Flyn.
—Os quiero muchísimo —y luego lanza la llave del coche, que se desliza
por debajo de los surtidores de combustible.
Gin, Flyn y yo la llamamos a voz en grito.
Y ella echa a correr.
Zel ha sido más rápida que nosotros, quizá siempre lo haya sido.
91
ZEL
Hasta dónde sería capaz de llegar
Durante los años que estuve encerrada, jamás se me pasó por la cabeza que
podría amar con tanta intensidad a alguien. Y no solo eso, amarlo hasta el
punto de que me importase más que mi propia vida.
Si vuelven a encerrarme para aprovecharse de mi don, al menos habré
vivido eso, y nadie, ni siquiera madre, podrá arrebatármelo. Habrá sido
fugaz, como aquella estrella de la que hablamos en casa de Adara (algo que
ahora parece tan lejano); fugaz pero siempre vivo dentro de mí.
Nunca he temblado tanto en mi vida, nunca he tenido tanto miedo; pero
sé que hago lo correcto. Mi corazón late desatado y aliviado por tener la
certeza de que ni Jack, ni Flyn ni Ginebra están en peligro. Soy consciente
de que, si yo no hubiese irrumpido en sus vidas, nunca tendrían que haberse
enfrentado a este tipo de cosas sobrenaturales.
Voy en el coche de una desconocida muy amable que ha accedido a
llevarme a la dirección que le he indicado, la que he podido memorizar
gracias al GPS del móvil de Jack.
—Es aquí, cariño —me dice la encantadora mujer.
Ha mencionado algo acerca de mis pies descalzos y mi pelo, pero su
energía es bonita y he agradecido poder concluir el viaje con alguien bueno.
—Muchas gracias. Aunque le viniese de paso, ha sido muy amable —le
digo, bajando del vehículo.
En cuanto su coche desaparece calle abajo, yo fijo la mirada en la fachada
de la casa. No parece verse nada sospechoso a través de las ventanas; no se
escucha ni un alma y la quietud de la calle da escalofríos. Me aproximo
despacio, apretando la tela de mi vestido violeta entre los dedos con fuerza,
atravieso la verja que da paso a la entrada y el sonido chirriante de las
bisagras me hace dar un respingo. Expulso el aire por la nariz, despacio, y
siento que me tambaleo un poco antes de alcanzar la puerta, que está
entreabierta.
Todo me grita que no pase, que huya, pero aun así la empujo con cuidado
y me asomo al interior. No se oye ni un alma, la casa está en una
imperturbable calma.
—¿Adara? —mi voz huye como una exhalación temblorosa de mi
garganta.
Me atrevo a pasar al recibidor y es entonces cuando noto una presencia
que me eriza el vello; ya conozco esa energía, la conozco muy bien:
—Hola, almendrita. —Su voz me atraviesa como una daga.
Aparece al final del pasillo y, conforme se acerca, la luz del mediodía que
traspasa las ventanas de las habitaciones la ilumina.
—Madre…
Estoy paralizada. Apenas respiro mientras observo su rostro, tan
avejentado y macilento que parece que hayan pasado muchos años desde
que me fui. Parpadeo de confusión; me marché con la imagen de una mujer
de mediana edad, bella, con la piel tersa, y tengo ante mí casi a una anciana.
—¿Te impacta mi aspecto, Rapunzel? Bueno, que una hija te abandone y
te traicione pasa factura a cualquiera —dice y se detiene a unos metros de
mí.
Me cuesta recuperar el habla y el miedo me deja inmóvil, pero aprieto los
dientes intentando encontrar el coraje que me ha traído hasta aquí.
—Me has engañado toda la vida… —murmuro, recuperando la movilidad
y la fuerza que sostenía mi actitud valiente—. Me hablabas de los
monstruos que había fuera, pero ya vivía con uno: tú.
—No tienes ni idea; estabas en un lugar seguro, cómodo. Ahora ya no
puedo hacer nada por ti…
—¿Un lugar seguro? ¡Decías que eras mi madre, que todo lo que hacías
era por mi bien, cuando solo te importaba mi don! No sé quién eres ni quién
soy yo, me has robado mi vida.
—¡Yo te di una casa donde vivir, una madre! Era lo mejor para ti, y no
sabes lo que has hecho al escaparte…
—Creo que puede hacerse una idea, llegados a este punto. —La voz
grave de un hombre se escucha a mi espalda y me giro de inmediato
ahogando un grito.
Es un hombre muy bien vestido y su mandíbula cuadrada proyecta un
halo peligroso, además de que su energía es tan oscura o más que la de
madre. No sé cómo no pude percibirla todos estos años, no sé cómo pude
estar tan ciega.
—Me presento. Soy Atlas. —Su expresión al mirarme, como si fuese un
objeto fascinante, me da escalofríos—. Tu madre tiene razón…
—No es mi madre —digo con un fiero tono de voz que apenas reconozco.
—Puede que no… —Se pasea con calma por el recibidor. Yo, en tensión,
no quito ojo a ninguno de los dos—. Podemos dejarnos ya de mentiras; se
ha descubierto el pastel, ¿no? Esa casa donde estabas era lo más parecido a
un hogar para ti, Rapunzel. Tenías una madre, una rutina… que nos dejaba
acceder a ti con facilidad. Ya habrás conocido a Ylona, ¿no? Entonces
sabrás que no eres la única con un don especial; pero ella, como muchos
otros, no tuvo la misma suerte que tú. Gothel… —señala a madre con la
cabeza— nos hizo una buena propuesta: cuidaría de tu salud y controlaría tu
poder con una retribución justa y, ¡ah!, no creo que la recuerdes así de
decrépita, porque tus lágrimas la mantenían joven y sana, como verás.
La miro con los ojos desorbitados e intercalo la mirada de uno a otro; el
terror se está adueñando de mis extremidades.
—Y por si te lo preguntas: no, el efecto sanador de tus lágrimas no es
temporal, es infalible. Todavía estamos investigando por qué el efecto
rejuvenecedor sí lo es; parece que se tiene que tomar de forma regular,
como una crema antiedad…
—¿Dónde están Adara y Raúl? —le interrumpo con los puños apretados.
—¡Oh! Eso, ¿y tu compañía? Creíamos que vendrías escoltada. —Su
actitud divertida me irrita.
—¿Dónde están? —Empiezo a sentir claustrofobia.
Madre y ese hombre están a mis costados; no tengo a donde huir, y… lo
noto; noto en sus energías pegajosas una amenaza que crece a cada
segundo. Pero también siento la fuerza de lo que hay en mi interior, de ese
poder desconocido que aún no sé controlar. Es entonces cuando percibo
más energías semejantes en la casa. Y la luz de otras dos: Adara y Raúl.
Estamos rodeados.
Hago amago de moverme, pero, en un parpadeo, Atlas está a mi lado y
noto un inesperado pinchazo en el cuello. Acaba de inyectarme algo con
una aguja.
—¡¿Qué me has hecho?! —exclamo, estrellándome contra la pared al
apartarme.
—Bueno, almendrita, tenemos que dormir tu don para estar más seguros
—responde madre—. Tú te lo tomabas cada mañana con el desayuno y tan
contenta.
—No… —exhalo, llevándome una mano al cuello—. No, ¡no!
—Esto te lo has buscado tú sola; ahora estarás en sus manos en vez de en
las mías. Te avisé, Rapunzel, pero no me escuchaste.
Los miro con el terror supurándome de la piel. Veo la silueta de dos
personas acercándose detrás del hombre e intento encontrar una salida, pero
me siento mareada e indefensa. Una de las personas que vienen es un chico
joven que me agarra del brazo, aunque me aparto con torpeza. Empiezan a
salir por la puerta delante de nosotros.
—¡Suéltame! —chillo, zarandeándome—. ¡No, por favor! ¡Suéltame!
Intento concentrarme en el calor luminoso que se condensa en mi pecho
cuando estoy en una situación peligrosa, pero lo noto muy débil, como si
estuviese escondido. Me tropiezo y hago presión contra el suelo con los pies
descalzos mientras el tipo me arrastra tras ellos; es demasiado fuerte,
aprieta sin piedad mi brazo. Me agarro a todo lo que encuentro por el
camino, al pilar del porche, a los setos de la entradita… pero no logro
sujetarme.
—Ha dicho que la sueltes. —La voz de Flyn corta el aire y estalla en mi
mente con un amor brutal pero también con horror.
Se sitúa al lado de la verja y encañona al tipo que me arrastra con una
pistola.
—No —digo tan bajo que apenas se oye.
—¡Aquí están los escoltas! —prorrumpe el hombre bien vestido. No
parece importarle en absoluto que Flyn tenga un arma.
—Soltadla —repite Flyn en tono salvaje, y se le escapa un gruñido
gutural.
—Creía que teníamos un trato, ¿no? Tu hermana y su esposo están sanos
y salvos. ¿Hueles la pasta con tomate? Están comiendo; entra si quieres
comprobarlo.
Flyn vacila, aunque no deja de apuntar con firmeza la cabeza de mi
raptor.
—No os la vais a llevar. —Jack, que está a su lado, alza la voz—. Zel no
es un experimento, es un ser humano. No vamos a dejar que le hagáis daño.
—¡Oh! No le haremos daño, no os equivoquéis. Tratamos a nuestros
chicos especiales como lo que son, de forma especial —responde Atlas.
—¿De forma especial te refieres a encerrarla sin conocer el mundo y
aprovecharos de ella? —responde Flyn, airado—. Suéltala de una puta vez
o no dudaré en disparar.
—Mira, chico, no queremos que la situación se complique más de lo
necesario. No sabíais dónde os metíais cuando os llevasteis a Rapunzel, lo
entiendo. Pero no os resistáis. Será mejor que entréis con vuestra familia,
sigáis con vuestra vida y la olvidéis.
A Flyn se le escapa una risa sarcástica. Los tres (él, Jack y Gin, que está
oculta detrás de los dos) tienen poses rígidas, en actitud de defensiva. Pero
sé que en apenas segundos cambiarán a la de ataque, y no puedo consentir
eso.
—Por favor, Flyn, Jack —les ruego con el habla rota—. No he podido ver
si Adara y Raúl están bien. Entrad, no pasa nada. Estaré… bien.
—Sigues sin entender nada, rubita —murmura Flyn con voz torturada.
Entonces gira el arma y dispara; el sonido atronador hace un eco
espeluznante en la calle. Está perforando las ruedas de un automóvil negro
donde, al parecer, nos íbamos a subir, porque madre iba directa hacia él.
Pronto noto el ambiente tenso y Atlas suena mucho más furibundo esta
vez:
—Bien, vosotros lo habéis querido. —Chasquea los dedos hacia el otro
chico, algo más joven que el que me sujeta—. Deshaz la visión.
El chico, que viste por entero de negro, hace un gesto con la mano y,
aunque aguardamos sin respiración, no ocurre nada.
—Me importa una mierda lo que podáis hacer. Si os la lleváis, os seguiré
hasta el puto fin del mundo. Y no soy alguien agradable a las malas —
amenaza Flyn.
—En ese caso, coincidimos en algo —responde el hombre.
—¿Flyn? —Adara acaba de abrir la puerta y está viendo la escena con
gesto de terror.
Eso es lo que Atlas le ha ordenado hacer: ahora la hermana de Flyn puede
ver todo lo que sucede a su alrededor.
—Adara, entra en casa y no salgáis —le ordena él.
—Me parece que ya nos habéis entretenido bastante. —Atlas se queja con
un humor oscuro y se coloca frente al cañón del arma—. Venga, dispara,
muchacho.
—¡¿Flyn?! —Adara sale a la entrada y Raúl va tras ella.
Cierro los ojos con fuerza. Puedo percibir la fina línea que separa la
tensión con el caos. Está a punto de ocurrir, ese hombre lo tiene todo
controlado, puedo ver cómo supura su energía pestilente, es peor a cada
instante, lo siento real. Y el chico, el que ha deshecho la visión, tiene poder,
puedo sentirlo como una vibración en mi pecho. Y van a usar todo eso
contra mi familia, contra Jack y Flyn. No puedo dejar que ocurra.
Veo cómo Jack se mueve con destreza, esquiva a Atlas con sorprendente
habilidad y embiste contra el chico que todavía me tiene atrapada del brazo.
Me suelta de inmediato y ambos caen al suelo.
Y todo estalla.
Flyn corre hacia mí, me toma de la mano y me lleva hacia Adara
estirándome tan rápido que casi vuelo detrás de él. De repente se detiene,
me suelta y mira hacia los lados, perdido.
—¡¿Zel?! —Me busca, pero no me ve.
—¿Flyn? Estoy justo aquí… —Vuelvo a agarrar fuerte su mano.
—¿Zel? ¡¡Adara!! —Me suelta, como si no me sintiese.
Se me desboca el corazón cuando mira a su alrededor, desesperado.
—¡Dios mío, no nos ve! —chilla su hermana, tomando su cara.
Pero tampoco lo siente, porque regresa furioso hacia mis raptores.
—¡¿Qué les habéis hecho?! ¡¿Dónde están?! —vocea fuera de sí.
Me fijo en el chico, que está concentrado con los ojos en blanco.
—Os presento a Reth, hermano de Ylona —dice Atlas con una sonrisa
suspicaz.
—Estaban a tu lado… Han desaparecido —responde Jack, consternado.
Mira hacia nuestra posición, pero solo ve a través de nosotras. Le sangra
una ceja; el chico que me retenía le habrá golpeado.
—¡Traedlas de vuelta! —Flyn encañona a Atlas.
En ese instante veo a más personas acercarse desde los flancos, todos
vestidos de negro. Parecen una tropa militar; así es como me imagino la
actitud de los soldados en los libros.
—Mira, chico, no me gusta que me hagan perder el tiempo. —Atlas da un
paso hacia el arma, sin inmutarse—. Voy a hacer lo que me propongo, antes
o después. Y si se da el caso de que ocurre después por errores cometidos
por el camino… suelo disgustarme bastante.
Las personas enfundadas en negro toman a madre de los brazos para
amordazarla; ella, con gesto de sorpresa, mira a Atlas. También atrapan a
Ginebra, que se resiste con cierta agilidad al principio, pero queda
inmovilizada al segundo intento. También van a por Jack y Flyn, que se
preparan para el ataque. Los esquivan con esa destreza que da la
experiencia y se inicia una pelea desigual.
Miro la escena con un horror paralizante, impotente, no sé qué debo
hacer. Adara abraza a Raúl mientras solloza entre gritos.
—¡Tengo que ir! —le dice él, aterrado.
—¡No sabes pelear, Raúl! —le ruega ella.
Cierro los ojos con fuerza de nuevo, necesito encontrar mi don, debe de
estar ahí. La droga que me hayan inyectado no puede ser más fuerte que yo.
No puede serlo. Abro los ojos al escuchar gritar a Jack; uno de esos tipos,
uno enorme, lo está agarrando del cuello y lo levanta del suelo, lo está
ahogando.
—¡¡No!! —grito desgarrándome la voz.
Entonces el enorme hombre lo suelta de golpe y Jack cae al suelo,
tratando de respirar con dificultad.
He sido yo. Me miro las manos y noto ese hormigueo entre ellos, noto el
calor luminoso en mi pecho; está débil, pero ahí está. En ese momento me
doy cuenta de que Reth, el chico con poder, está cegándolos, porque no ven
la amenaza que los rodea. Los tipos vestidos de negro pueden hacer con
ellos lo que quieran.
—Dejadlos en paz —digo entre dientes con la ira recorriéndome la
sangre.
Y me agacho para colocar las manos en la tierra, respiro hondo y abro los
ojos proyectando mi luz hacia afuera con la mayor potencia que me
permiten mis aturdidas extremidades. Siento que las energías frías e
imperturbables de las personas de negro se diluyen en sus cuerpos y
también la fuente más resistente de Reth, que al menos se aturde durante el
tiempo suficiente para liberarlos.
El ambiente cambia de repente y todos parecen confusos, desubicados. Yo
me incorporo y corro hacia Jack, que sigue tosiendo en el suelo.
—Zel, estás aquí —dice con la voz ronca, aturdido pero aliviado al
verme.
Flyn aparece a mi lado de inmediato y me toca la cara con ansiedad.
—¿Estás bien? —pregunta, asfixiado por el esfuerzo físico; también tiene
magulladuras en el rostro—. Te has esfumado delante de mí.
—He estado aquí todo el tiempo; ha sido él —señalo a Reth, que me mira
de forma penetrante.
Sabe que he sido yo quien lo ha interrumpido y no parece gustarle en
absoluto.
Entonces se escucha una carcajada siniestra que pone los pelos de punta.
Atlas se acerca a donde estamos; yo me levanto rápido y me coloco delante
de ellos.
—Te he metido en vena tres miligramos de un medicamento experimental
que afecta directamente a una zona del cerebro que produce tu maravillosa
habilidad; es el mismo que te hemos suministrado vía oral todos estos años.
Pero ahora ya no es suficiente, ahora tienes otras motivaciones, ¿eh? Es
extraordinario, realmente extraordinario. —Su felicidad me resulta
perturbadora.
Noto las manos de Jack y Flyn en mi espalda; ambos se colocan a mis
costados en ademán protector.
—Me encanta cuando mis teorías son correctas, ¿eh, Gothel? Te dije que
pisar el mundo exterior la haría más fuerte. No me he equivocado. Ha sido
un gran experimento.
—Atlas, no sabía que se escaparía, la previne de todo, hice todo lo
posible… —Madre parece estar rogando, histérica.
—Lo sé, lo sé, querida. Y nos has servido con mucho honor durante años,
pero ya no te necesitamos, me temo. Ahora solo la necesitas tú a ella para
que conserve tu juventud, ¿no es así?
—Puedo seguir siéndoos de ayuda, ¡puedo seguir siéndoos de ayuda! —
Se resiste cuando su captor saca algo de su bolsillo.
—Gracias por tus servicios, Gothel.
Y entonces el tipo le inyecta un líquido verduzco en el cuello y la voz
suplicante de madre queda atascada en su garganta antes de desvanecerse y
caer al suelo.
Ya no noto su energía, no está.
Sé que es mala persona, que me ha arruinado la vida, pero es madre… y
siento un dolor punzante en el pecho y de mi garganta brota un sonido
extraño y desconocido. Noto los brazos de Flyn y Jack a mis costados, que
me alzan y me envuelven contra ellos y es cuando soy consciente de que
tiemblo de forma espasmódica. Los busco con los brazos para mantenerlos
cerca de mí y notar sus respiraciones.
Atlas nos observa como si fuésemos lo más interesante que ha visto jamás
y eso me inquieta muchísimo.
—Me pregunto hasta dónde serías capaz de llegar, Rapunzel. ¿Lo
comprobamos?
92
ZEL
El final de todo
ZEL
Mi sol