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Este documento discute el uso terapéutico de la presentación de pacientes en el psicoanálisis. Describe cómo la presentación puede servir para precisar diagnósticos, orientar tratamientos, asignar valor a elementos cruciales, e incluso tener efectos terapéuticos inmediatos al darle nuevo significado a los síntomas del paciente. Varias anécdotas ilustran cómo intervenciones sutiles durante las presentaciones ayudaron a los pacientes a generar nuevas perspectivas sobre sus propias experiencias.
Este documento discute el uso terapéutico de la presentación de pacientes en el psicoanálisis. Describe cómo la presentación puede servir para precisar diagnósticos, orientar tratamientos, asignar valor a elementos cruciales, e incluso tener efectos terapéuticos inmediatos al darle nuevo significado a los síntomas del paciente. Varias anécdotas ilustran cómo intervenciones sutiles durante las presentaciones ayudaron a los pacientes a generar nuevas perspectivas sobre sus propias experiencias.
Este documento discute el uso terapéutico de la presentación de pacientes en el psicoanálisis. Describe cómo la presentación puede servir para precisar diagnósticos, orientar tratamientos, asignar valor a elementos cruciales, e incluso tener efectos terapéuticos inmediatos al darle nuevo significado a los síntomas del paciente. Varias anécdotas ilustran cómo intervenciones sutiles durante las presentaciones ayudaron a los pacientes a generar nuevas perspectivas sobre sus propias experiencias.
La presentación de enfermos tiene en el campo freudiano una larga
trayectoria. Fue una práctica que inauguró Lacan, atravesando, desde el psicoanálisis, una tradición que la psiquiatría francesa había sostenido como propedeútica y como modalidad del método semiológico desplegado en la discusión colectiva del diagnóstico diferencial. Esa implicación del psicoanálisis en la presentación de enfermos hizo de ésta una de las realizaciones más elaboradas de las proposiciones éticas del psicoanálisis. Se trata de un dispositivo de transmisión que hace de una clínica de la escucha y la demostración el eje de una contra-experiencia respecto de una semiología de la mirada objetivante y la mostración clasificatoria. Para nadie que participa de la experiencia es fácil estar a la altura de esta sorprendente “propuesta discursiva”; ni para el paciente, en general fuera de discurso; ni para el presentador que debe hacerla pasar a los participantes; ni para éstos que deben sensibilizarse al carácter de ese encuentro de modo tal que puedan asimilarlo como saber, y ponerlo al servicio del discurso analítico. Si se lo entiende así se comprenderá que, a distancia ya de su origen de contra-experiencia y afirmada en su aufhebung, se trata ahora de una verdadera experiencia interna al campo psicoanalítico. Por lo que el paciente nos enseña, por su alcance como marca en la formación de una escucha y por que puede ser la ocasión de un encuentro terapéutico. En esa tríada “ paciente - presentador – participantes”, todos se implican en un acontecimiento singular, irrepetible, que crea las condiciones de un lazo de lenguaje por el que puede circular una variedad de la verdad que quiere hacerse escuchar como tal. Es una escena jugada completamente en un contexto de mediación socializante, que pone al parletre en función del discurso analítico, que predispone al paciente en referencia al lazo social más elaborado y novedoso de la cultura de occidente y abre, en muchos casos, el camino para que pueda servirse de él. Se lo ve: cuanto más segura es su exclusión de todo discurso, más relevancia adquiere incidir como sujeto del lenguaje en la producción de un saber que también es instrumental, ya que, en muchas de las instituciones que ofrecen su espacio para este trabajo, se dan las condiciones para que el mismo paciente se beneficie del instrumento epistémico que hace producir. Precisamente en esto quisiera poner el acento, y para considerar el sesgo terapéutico que puede realizar este dispositivo conviene, en principio, tratar de enumerar las variedades del uso posible de lo que el paciente nos enseña en una presentación. Se entiende que si subrayamos esta dimensión de uso de lo que es producción del paciente en la presentación, estamos considerando un campo de intervención terapéutica contingente que podemos llamar tíquico (de tiké), para diferenciarlo del automatón que constituye, por estructura, una escena que necesariamente socializa el testimonio del paciente en relación al discurso analítico. Paso a enumerar algunas de esas contingencias, que se revelaron en nuestra experiencia de modo diverso: de algunas, mediatas, estábamos advertidos, o eran calculables deductivamente; en otras la sorpresa del hallazgo resultó en una intervención que podemos calificar de terapéutica en el tiempo lógico de la presentación misma. En primer lugar, en el sentido más tradicional, y por las consecuencias que tiene para los cuidados del paciente, la presentación puede ser la ocasión de una precisión diagnóstica al surgir, por las condiciones propias de la escena, detalles que hasta entonces no habían sido comunicados. Además, en la medida en que constituyen una apuesta al carácter no deficitario de las psicosis y a la lógica que les subyace, las presentaciones suelen facilitar una orientación en el tratamiento, en el sentido de dilucidar que vías son las más convenientes para compactar y eventualmente acotar la dispersión delirante; o en todo caso desalentar aquellas que impidan un saber hacer con la locura, con sus tormentos físicos, con su sufrimiento moral. También la presentación puede ser la ocasión de la asignación de valor “en acto” de un elemento que puede considerarse crucial para instalar una diferencia radical en la economía de goce del enfermo. Es decir subrayar en una producción de esa índole su destino operatorio puntual, aislable del resto de los enunciados y que conllevan un plus de valor terapéutico respecto del testimonio tomado en su conjunto. Voy a referirme a tres ocasiones en las que tomé parte, en las dos últimas escuchando a las pacientes, y en la que relato a continuación por medio de una intervención en cierto sentido impropia al dispositivo. En esta última presentación, llevada a cabo por Raúl Dresco, sólo dos grafos muy simples, que el paciente dibuja en la pizarra, son recortados del conjunto de su testimonio. Escandiendo al mismo, e interrumpiendo su deriva, se destacan esos grafos y se les da el valor de matemas, letras mínimas, económicas, cuasi anideicas, en oposición a la profusión delirante de un testimonio que reivindicaba la invención, por parte del paciente, de una nueva escuela psicoanalítica y su condición activa de terapeuta. Sus 27 analistas en los 34 años de tratamiento de este sujeto perteneciente a una familia de nuestra burguesía industrial, le sirvieron para alimentar, a favor de un sesgo antipsiquiátrico, un delirio que comprometía cada vez más su relación con los otros. “ Lo que dibuja es lo importante…, me quedo con esos grafos, los estudiaré”, es la formulación con la que se subraya esa oposición entre lo cernido, compacto, y económico de los grafos por un lado y la metonimia dispersante por el otro; asignándoles un valor correlativo a la perspectiva que abre la actualidad de su tratamiento. En otra presentación de enfermos, en este caso el de una mujer que describe sus tormentos en la trama de una psicosis de influencia, un exhaustivo trabajo de Beatriz Schlieper articula el caso con tres intervenciones que muy bien pueden considerarse que le dan a esta presentación un tono de consulta terapéutica. En la primera de esas intervenciones, la apertura de una brecha en lo monolítico de un neologismo, restituye una secuencia actuando sobre la dimensión gramatical del discurso, generando una ocasión para la emergencia de la función sujeto. En la otra se intenta detener la oscilación transitivista entre su ser y la multiplicidad de otros que la habitan, al indicarle una dirección posible que le permita un lazo más estable con el Otro; tomando su anhelo de poder ver a sus hijos expresado al comenzar la entrevista se le dice: “…volver a ver a sus hijos…, orientada por este deseo puede hacer las cosas que convengan para llegar a eso…”. En la tercera, se invierte la secuencia de una cadena significante y en la inversión se incluye un plus que instala un orden causal: dice la paciente “..todo lo veo terrible desde esta órbita, en vez de verlo más claro, más tranquilo, más conciso…”. Dice el analista: “…permítame invertir la cosa, primero conciso, cuanto más conciso más claro, más tranquilo, y menos terrible va a ser…”. Graciela Campanella, en un trabajo que presentó hace unos años y que llamó “Acerca del saldo clínico de una presentación de enfermos”, desarrolla los efectos de una presentación que tuve a mi cargo en el mismo hospital en que la autora trataba a la paciente. Lo que parecía más excéntrico en ella, el hecho de comer ladrillos desde hacía tres años, pudo ser retomado en su decir dándole un estatuto muy distinto al de la significación objetiva y estándar que ella reclamaba de la ciencia psicológica… Lo que dice Mariela en su terapia, en la sesión posterior a la presentación y que es llamado por ella misma “saldo propio”, es lo siguiente: “…me fui caminando a casa, siempre hago eso cuando estoy muy movilizada. Me sorprendió que el Sr. Basz, no se si es doctor o licenciado, haya entendido la ingesta de ladrillos como tema de alimento…; me preguntó si mi preocupación era por la supervivencia…” “Me hizo pensar que techarse y alimentarse son dos necesidades básicas, preocuparse por la supervivencia no es entonces tan patológico…; fue tan claro para mí, me dijo: Si los elementos los da usted y usted establece la relación, ¿porqué tiene que hacerla un profesional”. Más allá de lo que nos enseña la paciente, la autora entiende que en la presentación pudo ponerse “en consideración la relación del sujeto con su producción”. Mariela entiende que tuvo un “saldo propio”. La intervención que ella sitúa se establece en una temporalidad discursiva en la que dos significantes (alimento y techarse), referidos a un tercero (ladrillo), se articulan en su lógica discursiva separándola del patos delirante de su lucha por la supervivencia. La precipita a una implicación diferente con aquello que enuncia: allí donde ella se ofrece para que un saber constituído y preexistente venga a pronunciarse, obtiene una “elaboración de saber a su cuenta”. Captarse como preocupada por la supervivencia le produce un apaciguamiento; aquí la vía del trabajo simbólico amortigua lo enigmático vinculado al acto de comer ladrillos. La presentación de enfermos permite que un decir pueda escucharse como lo contrario de algo excéntrico: se trata justamente de hacerlo valer como un nuevo centro. Centro alrededor del cual se va a retomar el trabajo, no sólo bajo la modalidad de elaboraciones epistémicas y clínicas, sino que a veces, ese centro se recorta y se hace valer como tal en el interior mismo de la presentación. Se trata entonces de una asignación de valor en acto, asignación de valor que se quiere orientada al horizonte terapéutico trazado por el discurso analítico. Samuel Basz, 18 de Octubre de 2002. Referencias bibliográficas: J. A. Miller: Enseñanzas de la presentación de enfermos. Uno por Uno, N° 44, edit. Eolia. 1997. F. Grasser: El psicótico enseña. Uno por Uno, N° 42. Edit. Eolia, 1995. Varios: Les presentations de malades. Analytica. Vol. 37. Edit. Navarin,1984.