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Jornadas EOL 2002.

El psicoanálisis aplicado a la terapéutica en la


presentación de enfermos”.
Samuel Basz

La presentación de enfermos tiene en el campo freudiano una larga


trayectoria. Fue una práctica que inauguró Lacan, atravesando, desde el
psicoanálisis, una tradición que la psiquiatría francesa había sostenido como
propedeútica y como modalidad del método semiológico desplegado en la
discusión colectiva del diagnóstico diferencial.
Esa implicación del psicoanálisis en la presentación de enfermos hizo
de ésta una de las realizaciones más elaboradas de las proposiciones éticas
del psicoanálisis. Se trata de un dispositivo de transmisión que hace de una
clínica de la escucha y la demostración el eje de una contra-experiencia
respecto de una semiología de la mirada objetivante y la mostración
clasificatoria.
Para nadie que participa de la experiencia es fácil estar a la altura de
esta sorprendente “propuesta discursiva”; ni para el paciente, en general
fuera de discurso; ni para el presentador que debe hacerla pasar a los
participantes; ni para éstos que deben sensibilizarse al carácter de ese
encuentro de modo tal que puedan asimilarlo como saber, y ponerlo al
servicio del discurso analítico.
Si se lo entiende así se comprenderá que, a distancia ya de su origen
de contra-experiencia y afirmada en su aufhebung, se trata ahora de una
verdadera experiencia interna al campo psicoanalítico. Por lo que el
paciente nos enseña, por su alcance como marca en la formación de una
escucha y por que puede ser la ocasión de un encuentro terapéutico.
En esa tríada “ paciente - presentador – participantes”, todos se
implican en un acontecimiento singular, irrepetible, que crea las condiciones
de un lazo de lenguaje por el que puede circular una variedad de la verdad
que quiere hacerse escuchar como tal.
Es una escena jugada completamente en un contexto de mediación
socializante, que pone al parletre en función del discurso analítico, que
predispone al paciente en referencia al lazo social más elaborado y
novedoso de la cultura de occidente y abre, en muchos casos, el camino para
que pueda servirse de él.
Se lo ve: cuanto más segura es su exclusión de todo discurso, más
relevancia adquiere incidir como sujeto del lenguaje en la producción de un
saber que también es instrumental, ya que, en muchas de las instituciones
que ofrecen su espacio para este trabajo, se dan las condiciones para que el
mismo paciente se beneficie del instrumento epistémico que hace producir.
Precisamente en esto quisiera poner el acento, y para considerar el
sesgo terapéutico que puede realizar este dispositivo conviene, en principio,
tratar de enumerar las variedades del uso posible de lo que el paciente nos
enseña en una presentación. Se entiende que si subrayamos esta dimensión
de uso de lo que es producción del paciente en la presentación, estamos
considerando un campo de intervención terapéutica contingente que
podemos llamar tíquico (de tiké), para diferenciarlo del automatón que
constituye, por estructura, una escena que necesariamente socializa el
testimonio del paciente en relación al discurso analítico.
Paso a enumerar algunas de esas contingencias, que se revelaron en
nuestra experiencia de modo diverso: de algunas, mediatas, estábamos
advertidos, o eran calculables deductivamente; en otras la sorpresa del
hallazgo resultó en una intervención que podemos calificar de terapéutica en
el tiempo lógico de la presentación misma.
En primer lugar, en el sentido más tradicional, y por las
consecuencias que tiene para los cuidados del paciente, la presentación
puede ser la ocasión de una precisión diagnóstica al surgir, por las
condiciones propias de la escena, detalles que hasta entonces no habían sido
comunicados.
Además, en la medida en que constituyen una apuesta al carácter no
deficitario de las psicosis y a la lógica que les subyace, las presentaciones
suelen facilitar una orientación en el tratamiento, en el sentido de dilucidar
que vías son las más convenientes para compactar y eventualmente acotar la
dispersión delirante; o en todo caso desalentar aquellas que impidan un
saber hacer con la locura, con sus tormentos físicos, con su sufrimiento
moral.
También la presentación puede ser la ocasión de la asignación de
valor “en acto” de un elemento que puede considerarse crucial para instalar
una diferencia radical en la economía de goce del enfermo. Es decir
subrayar en una producción de esa índole su destino operatorio puntual,
aislable del resto de los enunciados y que conllevan un plus de valor
terapéutico respecto del testimonio tomado en su conjunto.
Voy a referirme a tres ocasiones en las que tomé parte, en las dos
últimas escuchando a las pacientes, y en la que relato a continuación por
medio de una intervención en cierto sentido impropia al dispositivo.
En esta última presentación, llevada a cabo por Raúl Dresco, sólo dos
grafos muy simples, que el paciente dibuja en la pizarra, son recortados del
conjunto de su testimonio. Escandiendo al mismo, e interrumpiendo su
deriva, se destacan esos grafos y se les da el valor de matemas, letras
mínimas, económicas, cuasi anideicas, en oposición a la profusión delirante
de un testimonio que reivindicaba la invención, por parte del paciente, de
una nueva escuela psicoanalítica y su condición activa de terapeuta.
Sus 27 analistas en los 34 años de tratamiento de este sujeto
perteneciente a una familia de nuestra burguesía industrial, le sirvieron para
alimentar, a favor de un sesgo antipsiquiátrico, un delirio que comprometía
cada vez más su relación con los otros.
“ Lo que dibuja es lo importante…, me quedo con esos grafos, los
estudiaré”, es la formulación con la que se subraya esa oposición entre lo
cernido, compacto, y económico de los grafos por un lado y la metonimia
dispersante por el otro; asignándoles un valor correlativo a la perspectiva
que abre la actualidad de su tratamiento.
En otra presentación de enfermos, en este caso el de una mujer que
describe sus tormentos en la trama de una psicosis de influencia, un
exhaustivo trabajo de Beatriz Schlieper articula el caso con tres
intervenciones que muy bien pueden considerarse que le dan a esta
presentación un tono de consulta terapéutica.
En la primera de esas intervenciones, la apertura de una brecha en lo
monolítico de un neologismo, restituye una secuencia actuando sobre la
dimensión gramatical del discurso, generando una ocasión para la
emergencia de la función sujeto.
En la otra se intenta detener la oscilación transitivista entre su ser y la
multiplicidad de otros que la habitan, al indicarle una dirección posible que
le permita un lazo más estable con el Otro; tomando su anhelo de poder ver
a sus hijos expresado al comenzar la entrevista se le dice: “…volver a ver a
sus hijos…, orientada por este deseo puede hacer las cosas que convengan
para llegar a eso…”.
En la tercera, se invierte la secuencia de una cadena significante y en
la inversión se incluye un plus que instala un orden causal: dice la paciente
“..todo lo veo terrible desde esta órbita, en vez de verlo más claro, más
tranquilo, más conciso…”. Dice el analista: “…permítame invertir la cosa,
primero conciso, cuanto más conciso más claro, más tranquilo, y menos
terrible va a ser…”.
Graciela Campanella, en un trabajo que presentó hace unos años y que
llamó “Acerca del saldo clínico de una presentación de enfermos”,
desarrolla los efectos de una presentación que tuve a mi cargo en el mismo
hospital en que la autora trataba a la paciente.
Lo que parecía más excéntrico en ella, el hecho de comer ladrillos
desde hacía tres años, pudo ser retomado en su decir dándole un estatuto
muy distinto al de la significación objetiva y estándar que ella reclamaba de
la ciencia psicológica…
Lo que dice Mariela en su terapia, en la sesión posterior a la
presentación y que es llamado por ella misma “saldo propio”, es lo
siguiente: “…me fui caminando a casa, siempre hago eso cuando estoy muy
movilizada. Me sorprendió que el Sr. Basz, no se si es doctor o licenciado,
haya entendido la ingesta de ladrillos como tema de alimento…; me
preguntó si mi preocupación era por la supervivencia…”
“Me hizo pensar que techarse y alimentarse son dos necesidades
básicas, preocuparse por la supervivencia no es entonces tan patológico…;
fue tan claro para mí, me dijo: Si los elementos los da usted y usted
establece la relación, ¿porqué tiene que hacerla un profesional”.
Más allá de lo que nos enseña la paciente, la autora entiende que en la
presentación pudo ponerse “en consideración la relación del sujeto con su
producción”. Mariela entiende que tuvo un “saldo propio”. La intervención
que ella sitúa se establece en una temporalidad discursiva en la que dos
significantes (alimento y techarse), referidos a un tercero (ladrillo), se
articulan en su lógica discursiva separándola del patos delirante de su lucha
por la supervivencia.
La precipita a una implicación diferente con aquello que enuncia: allí
donde ella se ofrece para que un saber constituído y preexistente venga a
pronunciarse, obtiene una “elaboración de saber a su cuenta”.
Captarse como preocupada por la supervivencia le produce un
apaciguamiento; aquí la vía del trabajo simbólico amortigua lo enigmático
vinculado al acto de comer ladrillos.
La presentación de enfermos permite que un decir pueda escucharse
como lo contrario de algo excéntrico: se trata justamente de hacerlo valer
como un nuevo centro.
Centro alrededor del cual se va a retomar el trabajo, no sólo bajo la
modalidad de elaboraciones epistémicas y clínicas, sino que a veces, ese
centro se recorta y se hace valer como tal en el interior mismo de la
presentación. Se trata entonces de una asignación de valor en acto,
asignación de valor que se quiere orientada al horizonte terapéutico trazado
por el discurso analítico.
Samuel Basz, 18 de Octubre de 2002.
Referencias bibliográficas:
J. A. Miller: Enseñanzas de la presentación de enfermos. Uno por
Uno, N° 44, edit. Eolia. 1997.
F. Grasser: El psicótico enseña. Uno por Uno, N° 42. Edit. Eolia,
1995.
Varios: Les presentations de malades. Analytica. Vol. 37. Edit.
Navarin,1984.

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