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Su compañera de toda la vida –Claire– había tomado la decisión de juntarlos en una cena
para anunciar la apertura del proceso. Tenía todo muy bien concatenado. Su objetivo era
simplemente observar cada uno de los movimientos de sus hijos –los hermanos
Salamanca–, seres competitivos, narcisistas y profundamente amantes de la buena vida.
Lo principal era oír sus argumentos y candidaturas inefables. La actitud debía permitir un
ojo clínico y cínico. Una observación participante, perspicaz, con esa sabiduría
mediterránea de los Baró heredada por línea paterna, y la analítica debía ser certera,
digna de sus rasgos alemanes maternos. La verdad que parecía la escena de un crimen
inglés, con un detective, un asesino y la culpa capital del mayordomo. Este no era el caso.
era simplemente una jornada para delegar los viñedos que por cuarenta años manejo la
matriarca.
El primero en llegar fue Diego –el mayor–, un hombre de cuarenta años, esbelto y
siempre preocupado de sus ya conocidos trajes color petróleo. Si bien muestra presencia y
lozanía, es un hombre inseguro, con algunas adicciones y quejumbroso producto de sus
constantes alzas de presión. Se dice que padece hipocondría. La última vez que cayó al
servicio de salud de la ciudad, el doctor develó que ninguno de los exámenes practicados
mostró indicadores patogénicos, y que, al practicar un procedimiento medicamentoso
placebo, mostró expresivas mejorías.
Pisándole los talones venía entrando Florencia –treinta años, la menor–, por jerarquía
familiar debía de tomar las riendas de la empresa, pero la verdad es que nadie confiaba en
ella. Era una candidata por derecho y no por mérito. Su interés emocional, siempre ha
sido la validación social. Terca, e impulsiva, intentaba generar una cercanía que hacía
presumir una animadversión controlada hacía su familia. –La verdad que no había
opciones para ella, a menos que algo sencillamente extraordinario e inesperado
sucediera. –Su mayor problema– su impertinencia, y al igual que Diego, su eterna
inestabilidad emocional.
Por último, estaba Sergio, –treinta y cinco años, el hermano del centro que venía llegando
de un viaje de estudios en Madrid–. En una familia como esta no podríamos hablar del
preferido. Siempre se cuenta que los preferidos son los débiles de la camada, pero aquí,
no hay nada de eso. \
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El único profesional efectivamente promovido. Se dice que Diego no alcanzó a terminar su
licenciatura, y que unos favores hacia el rector de la casa de estudios permitieron que
todo pareciera un éxito. En una antigua investigación por cohecho en la universidad,
brotaron varios casos de estudiantes con expedientes perdidos. Sergio era silencioso y
ensimismado. No estaba interesado en los negocios, ni mucho menos en los familiares.
Incluso, –desde antaño– cada vez que le expresaba a su madre que él estaba en la yugular
de la estética y la música, esta le contestaba:\
-La música tiene su alma en dirigir los sonidos para transformarlos en universos. La
estética maniobra la naturaleza de lo bello. En los viñedos, hay naturaleza, belleza, música
y estética.\\
-Algún día sabrás reconocerlo.
A media comida, Diego y Florencia mantenían una acalorada discusión de quién había
visitado más veces en el año la haciendo, –nunca le ha interesado a nadie ese detalle-,
más si demuestran que sus movimientos están tendenciosamente manipulados. Lo
acalorado paso a violento –unidireccionalmente violento–. Ella nunca ha logrado discutir
sin exasperarse, y tiene una facilidad para contar historias de manera grandilocuente,
donde siempre termina de vencedora –en esta cena eso podría ser perjudicial–. Diego
tenía la intención de calmar la reyerta, pero no iba a dejar que su hermana –por esta vez–
disfrutara de ese placer de quedar con la última palabra:
–Siempre soy yo –la única mujer– quien está preocupada por los padres.
–Nunca estaré por encima de ti hermana, siempre respetaré las decisiones de la madre–
Espetó Diego.
–Siempre has dicho que la madre no me toma en cuenta. ¡Estoy cansada! –le grito con los
ojos cerrados.
–Eres la única mujer entre nosotros tres. Nadie está por sobre de ti. Es momento de que
sea uno y trino. –Dijo el mayor con un tono poco mesurado, limitando cualquier intención
de continuar con la discusión.
En el salón se comenzaba el retiro de los platos, se rellenaban las copas del merlot noir
gran reserva preparadas para la ocasión y comenzaban a servir el postre de castañas en
almíbar con crema de nata. Los hermanos seguían enojados y a ratos volvían al pugilato
por quien estaba estaba más cerca del sillón de la madre. Siempre se ha notado el
intereses de ellos dos, por dirigir los viñedos –los dineros–, y verse influenciados por el
poder que representa el cargo en la industria del pueblo; reuniones con personas
poderosas, entrevistas en revista de papel couche, vida pública con un aroma a estrella de
rock y estatus. El mayordomo de la familia cree que Sergio es un buen candidato, pero él y
todos saben que -como dice Freud- no está interesado en fracasar para triunfar. Nunca le
ha gustado el vértigo, los cargos, ni mucho menos lo frívolo de un rol de poder–. Pero
Claire esta buscando que él conviva con esta escena, con lo simbólico de la búsqueda, y el
vacío. La madre –como le dicen aquí– busca en el idealismo de Sergio, la activación de la
genética, y que esta tirria por el poder lo entre mezcle con su visión social y política de
como merecemos el mundo. Don Juan –el patrón– sabe que todo esta milimétricamente
manipulado en esta cena –o escena–. Aquí no hay tres potenciales candidatos –ella lo dijo
antes también– Es un ardid para convencerlo a que continúe los designios de la viña,
mostrándole que dejar a uno de sus hermanos es el funeral del eterno descanso de la
empresa familiar… y eso nunca lo iba a aceptar.
Nadie emitía ruidos; nadie hablaba –era una función basada en el mito de medusa; te
podías convertir en piedra si la mirabas a los ojos–, nadie quería interrumpir a la madre, ni
mucho menos respirar. Suponían el contenido del mensaje, y aspiraban –en sus
personalidades– a quedarse en el mejor lugar de la carrera.
El silencio fue el plato principal de la noche. Duró tanto como una respiración
atormentada –fueron cinco minutos–, cada uno tenía sus deseos más profundos. Soñaban
con un nuevo amanecer. Con un espacio ritual superpuesto al mutismo selectivo de los
Salamanca – Baró. Nuevamente alzó la voz:
–Tu sabes que no puede ser otro más que Sergio, es la sangre que de la sangre. Eso lo
hace distinto y único. Solo él será visado por la asamblea.
–Todo está en su historia genética y es el único que puede llevar el bastión de la
“leyenda”. Debe aceptar, cueste lo que cueste. No podemos repetir el problemas de hace
cuarenta años atrás.
Pasmado, no supo que hacer o a donde ir. Un paso gracil lo llevó al salón principal. De
camino provocó la caída de una especie de mesa de arrimo. El sonido fue capturado por la
matriarca, quien al divisarlo supuso el resultado del proceso. Sabía que algo había
escuchado entre gallos y media noche, pero insistió en ese silencio tan expresivo. Ese
instinto materno, tan comercializado por la industria, la hacía afirmar que él no diría nada,
buscando el momento para reparar. Ella creía que después de la toda mentira , la verdad
se podría transformar en duda, y esa noche, eso estaba estrictamente prohibido. La tarea
debía ser resuelta. Sergio, -en una esquina-, se llenaba de dudas, ecos, y de horrores que
su historia comenzaba desocultar.
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-aletheia-. Exclamaba\
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El discurso inicial de Claire, debía mostrar certezas, sin antes dar presencia a la gran
costumbre con las siguientes palabras:\
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-La paternidad; el espejismo de la gran vigilante.\
La historia; Locusta y la configuración del elegido.
La preparación; El alma que todo lo ve.
II
El minutero del reloj provocó el ingreso de Florencia. Sin preámbulos, y mientras cerraba
la puerta, caminó hacia el sillón donde se permitió la primera intervención.
–Madre, no busques más donde no hay. Soy yo quien puede sucederte. Soy yo la única
mujer de esta familia que puede domar esa bestia. Sabes que no te arrepentirás.
–¿Eres crees capaz de hacerlo bien? –dijo ella, mientras Flor asentía temerosa mirando
fijamente el azul de sus ojos.
–¿Serías capaz de hacerlo mejor que yo?, –espetó.
–No quise decir eso mamá. Tú sabes que mis ganas vuelan a diez metros sobre mí.
–Primero; no me digas mamá. Y segundo; yo diría que es una debilidad. -añadió Claire.
–¡Madre! Sabes que Diego es un engreído e interesado. Alguien que en meses destruirá lo
que has construído. Y Sergio. ¡Bueno!, él es un caso aparte. Siempre silencioso. Nunca le
ha interesado el progreso familiar, ni mucho menos los viñedos. –Afirmó.
–Justamente por eso creo que es una debilidad. Porque se superpone a tu racionalidad. Te
hace poco hábil. –Sentenció la Madre al sonido de la alarma que preparaba el cierre de la
conversación. Y el ingreso del segundo convocado.
Con su traje petróleo hizo ingreso al salón de manera estoica. Y al contrario de la escena
anterior –o al menos eso quería aparentar– comenzó inseguro. Solicitó la venia para
tomar asiento, la que fue autorizada por la madre con un levantamiento de cejas y el
primero de los mensajes que abrieron el diálogo:
–Yo no estoy esperando nada mamá. Sólo quiero ayudar y sentirme útil. Siempre me he
sentido relegado y tratado como la purria de esta familia. –Manifestó con un discurso
pasivo (agresivo).
–No me digas mamá. Eso es para otro tipo de mujeres. Para ti soy la madre.
–No sé cuál es el problema que te diga así. ¡Pero, esta bien!, lo haremos a tu manera.
¿Crees que puedo ser útil para el futuro de Locusta?, ¿o nuevamente debo esperar?.
–Has tardado exactamente quince minutos en salir del personaje. –Afirmó Claire mientras
miraba su reloj de pulsera.
–En este momento te puede parecer un reproche. Pero a veces, la seguridad con la que te
desenvuelves en distintos contextos puede ser tu mejor aliado. Por cierto, para alguien
como yo, este tipo de intervenciones son predecibles. Pero detente. Soy tu madre, algo
conozco de tus pasos, y cada uno de tus deseos. Conozco tus temores, esos que incluso
aun no tienes la desdicha de mirar cara a cara. Eres un ser hedonista, ambicioso, y aún así
sigues siendo un hombre de fe. No sé si esto es lo que se necesitas.
–¿Tienes algo más que agregar Diego?, sabes que el reloj corre, y siempre esta en tu
contra, –Tic, tac, tic, tac, sonaba el reloj–.
–Sabes que Florencia es un revolver apuntando su propia sien. Que Sergio es un artista
aspiracional y social, terminará haciendo fundaciones y loterías. Y yo –tu hijo– me he
preparado durante años para tomar ese lugar. \
-No tengo nada más que agregar.
En paralelo, y segundos antes de dar por cerrada la charla, en la sala de espera se sintió el
sonido un fósforo prender, mientras el mayordomo murmuraba:
III
Sergio y la madre: La revelación. La negación. La búsqueda ritual para delegar en sus
hermanos.
IV
La historia: Asamblea internacional del fuego. La presentación. El objeto.
V
La iniciación. La preparación.