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Colegio Bautista

Temuco

LUNES 20: ““Ahora bien, se requiere de los administradores que cada uno sea hallado fiel” (1º
Corintios 4:2)

Se cuenta la historia de un herrero, en el Londres del 1900, quien ponía mucho cuidado y esmero en la
elaboración de una gran cadena que confeccionaba en un conocido taller. La gente se burlaba en la dedicación y
el uso de las medidas exactas y cantidad necesario de hierro para construir dicha cadena. El herrero no hizo caso
y continuó trabajando con mayor cuidado aún. Y así, eslabón tras eslabón, en lenta y ardua jornada, la cadena
por fin estuvo lista. Dicha obra, estaba destinada para un barco que debía recorrer largas distancias
La cadena permaneció enrollada y sin uso por muchos años en la cubierta del barco y más de alguno
pudo haber pensado que fue un esfuerzo inútil, para un elemento que no tenía mayor uso. Sin embargo, una
noche hubo una gran tormenta y el barco comenzó a ser arrastrado hacia un peligroso roquerío. Tiraron al mar
las anclas de estribor, pero se cortaron al poco tiempo. Después de una serie de maniobras, el capitán ordenó
soltar la poderosa cadena de babor, mientras todos estaban rogaban que la cadena resistiera la enorme tensión.
La cadena comenzó a descender en medio de un estrepitoso ruido y se hundió, en el tormentoso mar. Después de
unos largos minutos el barco se detuvo y se mantuvo firme con la preciosa carga de cientos de vidas que
dependía de aquella única cadena.
¿Qué hubiese pasado si el herrero no hubiera puesto todo el cuidado en la confección de cada eslabón de
esa cadena?. Seguramente, se hubiera cortado como las otras que no tuvieron la misma dedicación. Pero,
afortunadamente, él había puesto dedicación, responsabilidad y cuidado en su trabajo. Esta fue la razón por la
que soportó la prueba, sosteniendo el barco en lugar seguro hasta que terminó la tormenta y llegó un nuevo día.
En las pequeñas o grandes cosas, nosotros debemos dar lo mejor de cada uno y así ser hallados fieles.

MARTES 21: “Todos le veían, pero enseguida habló con ellos y les dijo: Tengan ánimo, yo soy. No
tengan miedo”. Marcos 6:50

Jesús debe haberse sentido muy cansado. Pidió a sus discípulos que subieran a la barca y quedó solo
porque quería orar. De pronto, en medio del mar, se levanta una gran tempestad que aterroriza a los discípulos
de Jesús. Sólo pueden clamar a Dios y esperar que la frágil nave resista al tormentoso mar. Es en esos momentos
que ocurre un milagro, un hecho que está fuera de toda lógica huma: Jesús camina sobre las aguas y va al
encuentro de los asustados discípulos diciéndoles: “Tengan ánimo, yo soy. No tengan miedo”. Luego, calmará la
tempestad. Cuando los apóstoles habían fracasado en su lucha contra la tormenta, aparece Jesús para traer la
solución, que menos esperaban, al terrible momento que estaban viviendo.
Siempre es así con los que hemos puesta nuestra confianza en el Señor: en los momentos críticos de
nuestra vida, Jesús aparece y pronuncia las palabras reconfortantes: “Tengan ánimo, yo soy. No tengan miedo”.
Cuando estemos fatigados por los vientos contrarios de la vida y creamos que ya no podemos más, no nos
desesperemos; confiemos en Él. Cuando estemos cansados, tristes, enfermos, decepcionados o preocupados;
miremos a Él y escuchemos su voz: “Tengan ánimo, yo soy. No tengan miedo”.
Él es nuestro Salvador y también nuestro Protector, no tenemos que luchar solos. Esperemos en Él y la
paz volverá a nosotros como la calma volvió a aquel grupo de hombres sencillos en medio del mar
embravecido.

MIÉRCOLES 22: “Todos sois hermanos” Mateo 23:8

León Tolstoy, gran escritor de obras como “La guerra y la Paz” o “Anna Karerina”, vivió en Rusia hace
más de cien años. Aunque tenía mucho dinero, sus amigos estaban entre los campesinos humildes y la gente
sencilla. Fue así que un día decidió renunciar a sus posesiones e ir a vivir, trabajar y escribir entre los pobres.
Cierta vez, durante un tiempo de hambruna que tuvieron que soportar, Tolstoy se encontró con un
mendigo en una aldea. Estaba sucio, tenía el pelo enmarañado y la ropa raída. El escritor lo miró; primero sintió
compasión, y luego amor. ¡Pobre hombre! (pensó Tolstoy). Tengo que hacer algo para ayudarle. Necesita
comida con urgencia. Buscó en sus bolsillos, pero no encontró ni una sola moneda. Tolstoy abrazó al mendigo y
le dio un beso en la mejilla. – “Le ruego que me disculpe, mi hermano (dijo Tolstoy), he buscado en todos los
bolsillos, pero no me ha quedado nada para darle”. Rodaron las lágrimas por las mejillas del anciano mendigo,
pero sus lágrimas no eran de tristeza o decepción. Sonriendo, señaló: - “Pero usted me llamó hermano y ese es
un regalo más maravilloso que usted pudo haberme dado”...
Ahora bien, ya que estamos celebrando el “Día de la Convivencia Escolar”, sería bueno que
reconozcamos que en nuestro interior queremos que alguien nos mire más allá de la vestimenta que llevamos, el
color de nuestra piel o el barrio donde vivimos: en el fondo queremos que vean nuestra humanidad, eso que nos
hace iguales unos del otro. Después de todo, los seres humanos, no somos mejores por el lugar donde se nace,
por los bienes que se tengan o por la educación que se ha recibido. Debemos reconocer que todos
experimentamos, en el fondo, un mismo deseos, un mismo anhelo y es el de sentirnos amados y aceptados,
sentirnos hermanos, encontrar un amigo que sea un hermano por elección.
Las Santas escrituras nos invitan a ver al otro como a nosotros mismos. De hecho, existe un versículo
que denominamos “La regla de oro” que nos llama a ver a los demás como iguales. La Palabra dirá: “Has con
otros lo que quieres que hagan contigo”. Éste es un buen lema, para hacer real este “Día de la Convivencia
Escolar” y los días que vendrán de aquí en adelante.

JUEVES 23: “No amemos de palabra ni de lengua, sino con obras y en verdad” 1 Juan 3:18

Cierta vez en una pequeña aldea de Rusia, un ladrón entró en el granero de un agricultor y le robó todo.
-“ He perdido todo lo que tenía. No me queda nada” , dijo el granjero a todos sus amigos de la aldea, y les
contó su desgracia. ¡Ayúdenme, por favor! – “Tú mismo tienes la culpa, le dijo un vecino, No debiste haber
presumido de las cosas que tienes en tu casa. Eso atrajo a los ladrones.” “Eso es verdad, señaló triste el granjero,
pero ahora necesito la ayuda de ustedes. ¡Ayúdenme, por favor!”. - “Debes tener más cuidado en el futuro y
cerrar con llave tu bodega. Debes poner barras de hierro en las ventanas y candados en las puertas, comentó otro
vecino. Así estarás preparado para cuando venga otro ladrón”. - “Sí, sí. Tengo que estar preparado, comentó
con lágrimas el granjero, pero ahora necesito la ayuda de ustedes para sobrevivir. ¡Ayúdenme, por favor!”.
- “Si yo estuviera en tu lugar, dijo un tercer amigo, tendría un perro guardián para que proteja la propiedad y
ahuyente a los ladrones. – “Es una buena idea, reconoció el granjero, ¿Pero dónde conseguiré el dinero para
comprar el perro?. No tengo nada. Les ruego que me ayuden”.
Y, según la historia, este infortunado granjero volvió a su casa esa noche y lloró más que nunca pues los
cuatro ruegos de ayuda, no fueron escuchados. Sus amigos le habían dado consejos, quizás buenos consejos,
pero ninguno estaba dispuesto a cambiar sus palabras en acciones. Nadie se metió la mano en los bolsillos y
acudió en su ayuda.
- “Soy el más miserable de todos los hombres “comentó el granjero”, porque no sólo no me han quitado las
cosas de valor que tenía, sino que he descubierto que tampoco tengo amigos, cuando realmente los necesito. Sin
amigos, ¿cómo podré sobrevivir en este crudo invierno?”
Muchas veces somos rápidos para dar consejos, pero lentos en ir con ayuda en medio de la necesidad.
Lo que una persona con problemas necesita no son sólo consejos, sino un amigo real que vaya en su ayuda; que
a veces será material y, otras muchas, la compañía silenciosa de un verdadero amigo.

VIERNES 24: “¿Y dónde están tus dioses que hiciste para ti? Levántense ellos, a ver si te podrán librar en el
tiempo de tu aflicción. . . . --Jeremías 2:28.

¿Alguna vez han notado cómo reaccionamos los seres humanos en medio de una situación que nos
produzca temor?. Puede ser que lo hayas percibido para el terremoto del 27 de febrero del 2015: Una gran
mayoría de personas se encomendaron a Dios, religiosos o no, buscando en Él su ayuda, en medio del pánico (o
al menos un gran susto) que dicho suceso nos generaba. Quienes habían ignorado a Dios, en gran parte de su
existencia, esa noche clamaron misericordia al Señor Todopoderoso.
También hay otras situaciones en que nos encomendamos al cielo como, por ejemplo, en las
turbulencias que sacuden el avión en pleno vuelo, al ir caminando solos una noche muy oscura o al entrar en una
sala de operaciones. Es decir, sólo en medio de la crisis nos acordamos del Señor, para después volver a nuestra
vida normal; donde sentimos que tenemos el control de nuestras vidas.
¿Cómo reaccionaríamos si nuestro pololo o polola se acordara de nosotros sólo para pedirnos ayuda en
una situación especial (o sacáramos de un aprieto) y después no se volviera a comunicar con nosotros hasta que
una nueva dificultad aparezca?: Seguramente lo mandaríamos, como dice mi tía, a “freír churros”. Desde esa
perspectiva, el Señor, en nuestra hora de angustia, podría decir: - “¿Por qué clamas a mí ahora? ¿Dónde están tus
ídolos, tus amigos o aquellos cantantes que tanto admiras? (como de hecho ocurrió, cuando la paciencia con el
pueblo de Israel se acabó, tal como decía el versículo al comienzo de esta reflexión). O podría señalar: ¿por qué
no buscas ayuda en Internet, en los juegos en línea, en tu dinero, o en tus propias fuerzas?”. ¡Qué bueno que
Dios no es así! Generosamente, siempre nos escucha y nos ofrece esperanza y ayuda en todo tiempo. Sin
embargo, ¿será siempre así?.

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