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Resumen de: LETTIERI, Alberto (2004): La civilización en debate.

Historia contemporánea: de
las revoluciones burguesas al neoliberalismo, Buenos Aires, Prometeo. Cap. 5: “La política y sus
transformaciones” (punto I: “La crisis de la política en 1870”).

En los tiempos modernos, la primera inquietud severa sobre la existencia de una crisis de la
política a nivel internacional se registró en la década de 1870;

La política que entró en crisis en la década de 1870 era básicamente la política notabilar. Esta
política era escasamente autónoma respecto de lo social, en la medida en que muchas de sus
reglas de juego, relaciones clientelares y lealtades no se fundaban en vínculos políticos, sino
sociales. Sus protagonistas eran los notables de las sociedades… Se trataba de personajes
representativos de las aristocracias regionales, del poder burgués, el poder religioso, las armas
y el mundo de la cultura.

Sus actores se destacaban por sus propias cualidades, y era el reconocimiento público de esa
capacidad individual la que los habilitaba para ser políticos… La base política de cada uno no
provenía de instancias propiamente políticas sino de lazos sociales. Los votantes de un
aristócrata o de un burgués eran sus pares, o a lo sumo –cuando se produjo la inclusión de las
clases medias dentro del padrón electoral– funcionarios y pequeños burgueses que dependían
de sus favores para mantener sus empleos o para obtener favores oficiales. Así, el capital
político de cada actor se desplegaba en dos niveles: su capacidad intelectual, y la posibilidad de
disponer de una clientela propia. Esta clientela se construía a partir de la manipulación de los
recursos del Estado, del prestigio social y la utilización de bienes y propiedades personales.

En toda la civilización occidental se formó una elite dirigente bastante estrecha, nucleada en
clubes y facciones políticos, que monopolizó la cultura, la prensa y la dirección del Estado y de
las oficinas estatales… Sin embargo, debido al carácter individualista que tenía la política de la
época, los agrupamientos políticos generalmente no eran duraderos: esto era así porque los
partidos no eran, en la mayoría de los casos, mucho más que un sello que definía a una alianza
entre notables, sin programa explícito ni bases fundacionales concretas, por lo que su
estabilidad dependía de las conveniencias individuales. El verdadero nervio de la política eran
las facciones y círculos políticos que manifestaban una vitalidad sorprendente, redefiniendo
permanentemente su sistema de lealtades con el fin de escalar posiciones políticas. Por esta
razón, las facciones, círculos e, incluso, la propia competencia entre partidos, recibían una
connotación invariablemente negativa, ya que se sostenía que estos nucleamientos “partían” y
faccionalizaban a la sociedad, desplazando el foco de la política de la búsqueda del bien común
a la consecución de intereses y ambiciones personales.

De este modo, la política notabilar desarrollada hasta la década de 1870 no puede definirse
como una política partidaria. Se trataba de una política facciosa que se desplegaba a lo largo de
diversos escenarios: el Parlamento, lógicamente, era el lugar de consagración de las decisiones
políticas, pero el proceso de toma de decisiones y de articulación de alianzas incluía muchos
escenarios cerrados –v.g., mansiones, tertulias, salones, teatros, estadios, etc.–, la plaza
pública, etc.

Esta forma de hacer política estalló en la década de 1870, cuando se registró la primera crisis
de la política moderna. El viejo sistema notabilar no parecía capaz de contener la presión social
que imponía el avance de los procesos de sindicalización y la circulación de las ideas socialistas,
anarquistas y sindicalistas entre los obreros… La situación era de extrema gravedad para la
estabilidad del sistema, y se consideró que la única alternativa posible a la utilización de la
represión permanente para acallar los reclamos obreros consistía en decretar una ampliación
de la base electoral.

Una vez que el sufragio universal comenzó a difundirse, a partir de la década de 1870, y
empezaron a aparecer los partidos de masas –que eran verdaderas organizaciones
burocráticas–, el problema que se planteaba la burguesía era cómo lograr retener el control de
la política en ese contexto de ampliación de sufragio y de aparición de nuevas organizaciones
políticas clasistas.

1)-Por esta razón, la dirigencia política vinculada con los intereses burgueses impulsó procesos
de imposición y regimentación de la población, de difusión de un imaginario de ideas, de un
panteón de próceres y de un conjunto de valores –es decir, los valores de la burguesía– a través
del sistema educativo, que se extendió considerablemente, hasta convertirse en obligatorio en
muchos casos.

2)-Pero si bien esto era muy importante, no era suficiente. La burguesía, además de apelar a
estas herramientas de control social, también debió reorganizarse políticamente. En tal
sentido, se volvió moneda corriente el ejercicio del fraude electoral, o bien la creación de
circunscripciones electorales totalmente antojadizas, por las cuales, pueblos con 200 personas
y ciudades de decenas de miles de habitantes elegían la misma cantidad de representantes.
Para esto resultaba indispensable mantener el control sobre el aparato político del Estado. Así
comenzaron a crearse los partidos burgueses, que intentaron arrastrar tras de sí a los votantes
de las clases medias.

3)-En este contexto, reapareció la discusión sobre una cuestión que había desvelado a los
liberales durante la primera mitad del siglo XIX. Su formulación era bastante sencilla: si en
cualquier sociedad había muchos más obreros y pobres que sectores medios y altos, era difícil
encontrar una razón por la cual los pobres en lugar de votar por otros pobres votasen por
quienes no eran pobres.

Sin embargo, la experiencia histórica demuestra que eso no ocurrió. ¿Qué era lo que hacía que
los pobres no votaran necesariamente por otros pobres, sino que lo hicieran –y todavía lo
hagan– por quienes defienden intereses muy distintos a los suyos? Las razones son diversas. Si
bien es cierto que una porción importante de obreros y proletarios efectivamente siguieron a
los partidos de masa. La manipulación de circunscripciones y el fraude electoral tuvieron un
papel esencial, pero no fueron las únicas herramientas que propiciaron el resultado pretendido
por la burguesía. En efecto, a partir de la década de 1860 se produjo una nueva –e inédita–
alianza entre el liberalismo y la Iglesia Católica.

Hasta mediados de siglo, el liberalismo había sido uno de los críticos más férreos de la Iglesia
Católica, al plantear que ésta vivía en el pasado, en la etapa medieval, que condenaba a las
sociedades al atraso, que sus dogmas estaban basados en la oscuridad, en la ignorancia, en la
negación de la racionali dad humana. Por estas razones se postulaba que la Iglesia era una
institución que había que liquidar necesariamente porque se oponía al progreso.

Sin embargo, una vez que empezaron a aparecer los partidos de masas de izquierda, los
políticos burgueses se dieron cuenta de que la mayor parte de los pobres también eran
religiosos. Por esta razón, a partir de la década de 1860 la burguesía buscó el respaldo de la
Iglesia Católica, que modificó su férrea posición anterior de censura al capitalismo, preocupada
gravemente también ante la perspectiva cierta de un proceso generalizado de emancipación
social que pusiera fin a sus tradicionales privilegios. Así, el papado pasó a plantear que si bien
el capitalismo era una forma de explotación del hombre por el hombre (tal como afirmaba
hasta entonces), había una forma de organización social posible todavía peor, el socialismo,
que hundía al hombre bajo la dictadura de la masa. Para combatir esta amenaza, la Iglesia
impulsó la formación de sindicatos católicos por toda Europa, destinados a cumplir un papel
muy destacado en la lucha contra la difusión del socialismo. En primer lugar, encuadraron a
porciones de obreros equivalentes a las que lograban movilizar los partidos clasistas. En
segundo lugar, cuando los sindicatos clasistas decretaban huelgas, los católicos proveían a los
patrones de esquiroles (rompehuelgas) para que ocuparan sus lugares sin detener la
producción.

Esta injerencia de la Iglesia, sumada a las estrategias educativas y a la aplicación de una exitosa
ingeniería electoral, permitieron garantizar que la burguesía, siendo numéricamente inferior a
las clases obreras y proletarias, mantuviera en todas partes el control político.

4)-La prensa:

Alrededor de 1870 se produjo un cambio trascendental: la prensa facciosa que expresaba los
intereses de un grupo político determinado empezó a ser progresivamente reemplazada por
otra prensa, compuesta esencialmente por los periódicos comerciales y la prensa partidaria.

-Los periódicos comerciales tenían dos fuentes de financiamiento principales: los avisos
comerciales y la venta de sus ejemplares. A través de sus anuncios, los anunciantes intentaban
influir en las decisiones de los consumidores, pero también en la de los editores de los
periódicos, condicionando la continuidad de la relación a la línea editorial adoptada por el
diario. En esa nueva prensa escribían figuras políticas de distintas facciones políticas, ubicadas
dentro del límite políticamente aceptable por editores y anunciantes burgueses. El periódico en
sí se convirtió, de este modo, en un espacio de discusión, de debate, mucho más relacionado
con la prensa actual que con los pasquines facciosos.

-Por su parte, los partidos de masas comenzaron a publicar su propia prensa. Los medios de
izquierda se sostenían con las suscripciones de los afiliados y allegados, y hacían mucho
hincapié en cuestiones teóricas y en la difusión de la doctrina partidaria respectiva. No eran
medios independientes, sino un apéndice más de la burocracia partidaria. Esta prensa tenía un
inconveniente: no alcanzaba a satisfacer la demanda de información de las masas, ya que se
consideraba, por definición, que el deporte y otras actividades a las que el pueblo le prestaba
mucha atención, eran distracciones organizadas por la burguesía y por ese motivo no había que
asignarle espacio en sus páginas, todo lo contrario de lo que hacía la prensa comercial, que
cada vez otorgaba mayor proporción a este tipo de eventos. Así, para leer comentarios y
novedades sobre partidos de fútbol, peleas de box, etc., los obreros debían adquirir la prensa
burguesa.

De este modo, los periódicos comerciales y partidarios de masas adquirieron un papel central
en la política y empezaron a influir como fuerzas de interés. Los periódicos comerciales tenían
una pretensión de neutralidad que los diferenciaba claramente de la prensa facciosa
precedente, como de la de los partidos de masas.

De miles a millones

A partir de 1870, surgieron partidos por todas partes que tenían inserción a nivel nacional, y
que para ello, debían contar con una burocracia que permitiera administrarlos adecuadamente.
La creación de burocracias partidarias demandó que las agrupaciones políticas de masas –más
allá de las contribuciones de sus afiliados– reclamaran la provisión de recursos de la tesorería
del Estado para financiarse. Para conseguir estos fondos, los partidos necesitaban ganar
elecciones o, al menos, obtener bancas legislativas que les permitieran negociar la entrega de
fondos públicos a cambio de votos.

los partidos de izquierda. Estos partidos, para poder mantenerse y financiarse, debían tener
mayorías en el aparato del Estado. Precisaban tener un papel protagónico en la sanción de
leyes, y para esto tenían que hacer acuerdos con otras fuerzas políticas para obtener, a su vez,
respaldo para votar las leyes que a ellos mismos les interesaban, o bien para obtener fondos
públicos. Como contrapartida, debían respaldar otras leyes que no necesariamente estaban
incluidas dentro de sus programas. Por esta razón, si bien llegando a la Primera Guerra Mundial
existían grandes diferencias entre el socialismo y los partidos burgueses, en muchos casos las
posiciones extremas se habían ido acercando cada vez más a un eje común, ya que ambos
tenían, al menos, un interés compartido –más allá de las declamaciones revolucionarias pour la
galerie–: la preservación del aparato del Estado, que era el que permitía que esos partidos
pudieran mantenerse y finan ciar a su burocracia. Para entonces, en todo Occidente los
partidos socialistas de masas habían sido cooptados por el sistema, ya que únicamente en ese
sistema podían mantener la gigantesca burocracia que habían desarrollado.

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