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La nieta del señor Linh

Philippe Claudel

Sang Diu
Teresa Dey

La mañana siempre vuelve,


Siempre vuelve con su luz,
Siempre hay un nuevo día,
Y un día serás madre tú.

Un anciano subió a un barco. Todas sus pertenencias se reducían a una vieja maleta y un
bebé muy arropado. Es el señor Linh, lo perdió todo y a todos los que ha amado. Por una
jugarreta del destino, resultó ser el único sobreviviente de un ataque extranjero a su
aldea, el arrozal se convirtió en un cráter, su hijo y su nuera quedaron carbonizados, junto
a ellos estaba Sang Diu, su nieta a quien acompañaba una muñeca, casi de su tamaño,
pero que había sido decapitada por un trozo de metralla. Esto sucedió en algún lugar de
Indochina. En aquella guerra en la que pensaban pelear mil años más.
Una conflagración en la que las dos naciones que intentaron ocupar Indochina
fueron derrotadas. En esa contienda perdieron la vida más de sesenta mil invasores y tres
millones de vietnamitas. Una guerra sucia, como lo son todas, en la que ambos bandos
luchaban “por la libertad”, sólo que los invasores defendían una libertad teórica y los
invadidos simplemente peleaban para que los dejaran vivir, cosechar, respirar, y unirse al
credo político que los líderes habían elegido. Más de medio millón de jóvenes
combatientes llegaron a la zona, con la consigna de defender a su país en medio de una
selva que dista de su hogar cerca de trece mil ochocientos kilómetros. Una guerra que
enloqueció a muchos, a otros los mutiló y a algunos los convirtió en drogadictos perdidos.
El señor Linh escuchó un estruendo y fue corriendo al arrozal donde trabajaban su
hijo y su nuera que cargaba a su pequeña de diez días de nacida. Pero el anciano sólo
encontró un enorme agujero y los cuerpos de sus familiares, también a Sang Diu «Mañana
dulce», “envuelta en sus pañales, con los ojos muy abiertos e ilesa”. El señor Linh recogió
a la niña y decidió irse para siempre por la niña.

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Sin embargo, la pequeña Sang Diu era una niña que nunca lloraba, nunca se
quejaba. El abuelo era torpe para lavarla y cambiarla. La familia de refugiados que vivía
en los camastros cercanos no dejaba de burlarse de él. Las madres querían ayudarlo, pero
él rechazaba toda ayuda y los niños vecinos se reían más del viejo.
El señor Linh no conocía la lengua del país que lo recibió, así que necesitaba una
intérprete, una especie de trabajadora social que conocía el idioma del señor Linh y ella le
recomendó que sacara la niña a pasear, a tomar el aire.
Así, con mucho miedo, el señor Linh se aventuró en las calles circundantes a su
refugio, aterrorizado por los autos, las aceras, ese mundo tan diferente a lo que él
conocía, esa ciudad extranjera. Tras dar una vuelta a la manzana, asustado y engarrotado
de frío, decidió sentarse en un banco en el pequeño parque que estaba frente al refugio,
desde luego que eternamente abrazado de Sang Diu. Allí llegó el señor Bark, un hombre
grande y gordo, viudo reciente, que no sabía qué hacer con su vida y recorría los espacios
que solía visitar con su mujer. El señor Bark fumaba y hablaba compulsivamente. Al señor
Bark le enterneció Sang Diu y se presentó, el abuelo no entendía una palabra, aunque sí
los gestos y por fin sonrió, le dio los buenos días en su lengua y Bark pensó que ese era el
nombre del anciano. Así comenzó una amistad entrañable, desde la incomprensión de las
palabras, el lenguaje corporal los hizo sentirse acompañados al punto de comunicarse en
sueños.
Al señor Linh lo tenían que trasladar del refugio temporal a uno más permanente,
cuando se dio cuenta, se negó a separarse de Sang Diu y se la llevó consigo, lo internaron
en una especie de asilo, le quitaron su ropa y le asignaron un cuarto. Ya no podía salir, no
podía reunirse con Bark. Ambos extrañaban sus rutinas diarias, el encuentro y la
compañía en ese banco del parque. Bark iba a diario, pensando que ese día su amigo iba a
volver; Linh por su parte no entendía bien donde estaba ni por qué no le devolvían su ropa
y ya no podía salir a caminar por las calles. Hasta una mañana en la que el abuelo se
escapó del asilo y salió con Sang Diu en busca de su amigo. Desde luego que se perdió en
la ciudad, tenía frío, caminó sin rumbo por horas, hasta que comenzó a reconocer el
paisaje, allí estaba la banca del parque, no tenía más que cruzar la avenida y vio a su

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amigo que se acababa de levantar para irse. Le gritó con enorme felicidad cruzó la calle
sin mirar a los lados. Allí estaba su amigo, la única persona con la que se había podido
comunicar a nivel humano.
El desenlace tiene un cariz mágico e inesperado, con el enorme señor Bark
estrechando la mano del anciano, quien fue víctima de una guerra que borró su aldea y lo
forzó a emigrar, llevando únicamente consigo a Sang Diu, la muñequita de su nieta, a la
que dedicaba todo su tiempo y toda su atención, como si fuera una niña. Su Sang Diu,
“silenciosa, tranquila y eterna, una hija del alba y de oriente. Su única nieta. La nieta del
señor Linh.”
Esta es una hermosa novela que sería imposible de narrar si los personajes
hubieran podido hablar la misma lengua, si uno de ellos no hubiera sido arrancado de un
mundo totalmente ajeno y trasplantado a otro universo. El señor Linh era un campesino
que nación en un lugar perdido entre la selva vietnamita, su cultura y su comprensión de
la vida no lo habían preparado para vivir en una ciudad lejana, en un país europeo, en una
lengua incomprensible. El encuentro con el señor Bark, quien seguía en pleno duelo por la
muerte de su mujer, fue posible porque ambos se sabían absolutamente solos en la vida.
Ese vacío propició la identificación y la imposibilidad de la comunicación explícita urdió la
trama de esta historia que se hibrida con el realismo mágico porque mezcla un escenario
terrible con la magia de la comunicación onírica y la pérdida de contacto con la realidad
demasiado atroz para que la psique pueda explicársela.

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