Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Érase una vez, en un pequeño pueblo, llamado Emeth, cercano al Rio Aundair, vivía
una elfa de despampanante belleza llamada Dalia. Sus pares creían estar por
encima de las demás razas y, dado que su pueblo sufrió las consecuencias de la
guerra civil de Khorvaire, decidieron aislarse del mundo.
La siguiente vez que se encontraron fue cuando él intentó cruzar el rio y casi se
ahoga, tuvo suerte de que la joven pasaba por allí a recoger agua. Lo llevo a su
casa, lo acostó en su propia cama y lo cuido dulcemente. Hubo un escándalo
enorme en la comunidad por dicha acción, Delia argumento por la seguridad del
humano, pero nadie la escucho. Lo consideraban una insensatez, digna de un
anciano senil, pero una voz destacó de entre todas. Doralice Ipanema, la mujer más
influyente del poblado y hermana de Delia, apoyo la propuesta de su familiar y dejo
en claro que, tras la recuperación del hombre se iría inmediatamente. Tras esa
declaración, el cura, quien representaba a esa gran mayoría de los que estaban en
contra, le dijo en tono de amenaza e intimidación - Si él representa una amenaza de
cualquier tipo en algún futuro para este pueblo, juro por todo los santos y dioses que
pagaras esta insolencia -
Y así pasaron los días, ella cuidándolo con la mayor de las delicadezas y dulzuras
que pudiese ofrecer. Delia le comentaba al aparente cuerpo inerte la curiosidad que
sentía por el mundo fuera de su pueblo, como ella veía la guerra y la paz, la poesía,
la vida. En uno de esos días, cuando volvía a su casa después de buscar agua, lo
vio sentado al borde de su cama, con expresión de dolor en su rostro. Antes de que
pudiese decir cualquier cosa, el hombre se disculpó.
Así transcurrió el tiempo, la joven iba al otro lado del rio y se encontraba con él.
Platicaban, reflexionaban, cantaban, fantaseaban con ese mundo ideal en donde, la
paz era reina y señora, donde no se sufría de la maldad de la vida. No paso mucho
tiempo para que Doralice se diera cuenta de las visitas que su hermana le hacía al
rio y fue a ver lo que pasaba. Lo vio todo y cuando cayó la noche, la confrontó. Fue
una discusión acalorada, pero al final acordaron que su relación se mantendría
oculta. Aunque no era por eso que la buscaba, en realidad le iba a decir algo que le
dañaría el resto de su vida, su tan amada madre, estaba muerta.
Su amado, espero y espero, durante días a que ella viniese a su lugar. Se preocupó,
barajó las peores posibilidades y fue corriendo hasta el pueblo, no le importaba si lo
veían, su amor era más fuerte. Cruzó el rio con desesperación y se dirigió a la casa.
Ahí la encontró, completamente deprimida, tirada en su cama sin hacer
absolutamente nada, parecía muerta. Se acercó, le tomo la mano con firmeza,
acercó sus labios a los de ella y le beso. Como si hubiera sido magia, ella salió de
ese trance lleno de tristeza y muerte para encontrarse con aquel que ama. Lloró de
alegría y entonces consolidaron su amor, ya no importaba lo que pensasen los
demás, ellos no sabían amar.
Con el descontento de todos, tuvieron que aceptar esta relación, no querían hacer
enojar a Doralice por lo implacable que era a la hora de reprender a cualquiera.
Incluso el cura tuvo que someterse a lo que él consideraba una humillación a sus
orígenes cuando ellos le propusieron casarse.
Así, en un día de noviembre, ellos oficialmente se casarón. Todo era alegría, hasta
que la enfermedad asoló a la risueña pareja, Delia la superó sin ningún problema, a
diferencia de Thomas. Se hallaba en un estado decadente, con ulceras saliendo de
su cuerpo de las cuales expulsaban sangre y pus con olor a muerte. No podía ver a
su amado de esta manera y entonces se propuso a irse para encontrar una cura al
padecimiento de su esposo.
Antes de irse, su enfermo esposo, le dijo en delirante agonía que el que nasca, viva
en un mundo feliz.