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Dalia Ipanema (Amor de Primavera)

Érase una vez, en un pequeño pueblo, llamado Emeth, cercano al Rio Aundair, vivía
una elfa de despampanante belleza llamada Dalia. Sus pares creían estar por
encima de las demás razas y, dado que su pueblo sufrió las consecuencias de la
guerra civil de Khorvaire, decidieron aislarse del mundo.

- La preservación de nuestro pueblo es lo que nos importa - Decía el sacerdote


Aleph, convencido que la superioridad de su etnia les sería suficiente para
mantenerse en su falsa unidad. Ella vivió la guerra durante su infancia y vio partir a
su padre a luchar, al finalizar la lucha no volvió. Eso forjo sus creencias, calmo su
corazón, abatido por la perdida, y abrazo la paz como solución a los problemas del
mundo. Para lograr conseguir esa dichosa paz, se dedicó al sacerdocio y estudió
hechicería. Era impresionante la velocidad con la que aprendió dichas disciplinas.

En el camino para lograr dominar dichas artes, conoció a Thomas Joubim y se


enamoró perdidamente de él. Su primer encuentro fue, sin embargo, un tanto
vergonzoso. Ella se encontraba bañando en el rio, tan sumida en sus pensamientos
que no se percató que Thomas la estaba observando cautelosamente. Sus
intenciones eran claras, admiraba el cuerpo desnudo de la muchacha, no desde lo
sexual, sino desde el punto de vista de un poeta; hallando belleza e inspiración para
plasmar en palabras lo visto. Aunque el placer le duro poco, cuando ella puso los
pies en la tierra y lo notó, produjo tal alarido que los hombres del poblado lo
escucharon y rápidamente se dirigieron al sitio. El poeta, viendo lo que se
aproximaba, huyo despavorido.

La siguiente vez que se encontraron fue cuando él intentó cruzar el rio y casi se
ahoga, tuvo suerte de que la joven pasaba por allí a recoger agua. Lo llevo a su
casa, lo acostó en su propia cama y lo cuido dulcemente. Hubo un escándalo
enorme en la comunidad por dicha acción, Delia argumento por la seguridad del
humano, pero nadie la escucho. Lo consideraban una insensatez, digna de un
anciano senil, pero una voz destacó de entre todas. Doralice Ipanema, la mujer más
influyente del poblado y hermana de Delia, apoyo la propuesta de su familiar y dejo
en claro que, tras la recuperación del hombre se iría inmediatamente. Tras esa
declaración, el cura, quien representaba a esa gran mayoría de los que estaban en
contra, le dijo en tono de amenaza e intimidación - Si él representa una amenaza de
cualquier tipo en algún futuro para este pueblo, juro por todo los santos y dioses que
pagaras esta insolencia -

Y así pasaron los días, ella cuidándolo con la mayor de las delicadezas y dulzuras
que pudiese ofrecer. Delia le comentaba al aparente cuerpo inerte la curiosidad que
sentía por el mundo fuera de su pueblo, como ella veía la guerra y la paz, la poesía,
la vida. En uno de esos días, cuando volvía a su casa después de buscar agua, lo
vio sentado al borde de su cama, con expresión de dolor en su rostro. Antes de que
pudiese decir cualquier cosa, el hombre se disculpó.

- Se que estuvo mal que me aprovechase de tu amabilidad de esta manera, quiero


que sepas que lo escuche todo... - Ella se encontraba impactada por el engaño y, en
consecuencia, quedo en absoluto silencio, esperando a que terminase para
recriminarle. Sin embargo, lo que siguió la dejo anonadada. - … Yo también quisiera
que el mundo fuera como me lo describes, de verdad lo creo. Aunque sea solo una
fantasía. De nuevo, una disculpa por haber jugado contigo de esta manera, no debí
hacerlo, pero tenía que, cuando vi tu apariencia por primera vez en el rio, fue como
si viese a un ángel, con la misma pureza y la misma santidad. No hay palabras para
describir lo que sentí en ese momento y cuando fingí estar inconsciente para
acercarme más a ti, no hubo cabida a la duda, eres el ser más hermoso que me
haya encontrado en todos mis viajes por la basta tierra. - En ese momento, su
corazón se estremeció, lo quería, lo amaba más que a todas las cosas. Sin
embargo, eso le duró poco, escucho a su hermana llegar a su casa, le pidió que se
fuera por la parte de atrás de la casa para evitar ser visto y que se volverían a
encontrar al otro lado del rio. Antes de que se fuera, él la besó con ardiente pasión y
se fue rápidamente.

Así transcurrió el tiempo, la joven iba al otro lado del rio y se encontraba con él.
Platicaban, reflexionaban, cantaban, fantaseaban con ese mundo ideal en donde, la
paz era reina y señora, donde no se sufría de la maldad de la vida. No paso mucho
tiempo para que Doralice se diera cuenta de las visitas que su hermana le hacía al
rio y fue a ver lo que pasaba. Lo vio todo y cuando cayó la noche, la confrontó. Fue
una discusión acalorada, pero al final acordaron que su relación se mantendría
oculta. Aunque no era por eso que la buscaba, en realidad le iba a decir algo que le
dañaría el resto de su vida, su tan amada madre, estaba muerta.

Su amado, espero y espero, durante días a que ella viniese a su lugar. Se preocupó,
barajó las peores posibilidades y fue corriendo hasta el pueblo, no le importaba si lo
veían, su amor era más fuerte. Cruzó el rio con desesperación y se dirigió a la casa.
Ahí la encontró, completamente deprimida, tirada en su cama sin hacer
absolutamente nada, parecía muerta. Se acercó, le tomo la mano con firmeza,
acercó sus labios a los de ella y le beso. Como si hubiera sido magia, ella salió de
ese trance lleno de tristeza y muerte para encontrarse con aquel que ama. Lloró de
alegría y entonces consolidaron su amor, ya no importaba lo que pensasen los
demás, ellos no sabían amar.

Con el descontento de todos, tuvieron que aceptar esta relación, no querían hacer
enojar a Doralice por lo implacable que era a la hora de reprender a cualquiera.
Incluso el cura tuvo que someterse a lo que él consideraba una humillación a sus
orígenes cuando ellos le propusieron casarse.

Así, en un día de noviembre, ellos oficialmente se casarón. Todo era alegría, hasta
que la enfermedad asoló a la risueña pareja, Delia la superó sin ningún problema, a
diferencia de Thomas. Se hallaba en un estado decadente, con ulceras saliendo de
su cuerpo de las cuales expulsaban sangre y pus con olor a muerte. No podía ver a
su amado de esta manera y entonces se propuso a irse para encontrar una cura al
padecimiento de su esposo.

Antes de irse, su enfermo esposo, le dijo en delirante agonía que el que nasca, viva
en un mundo feliz.

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