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Breve biografía de Grigori Yefímovich

Permitirme que os cuente la historia de un personaje histórico. Una fría noche de


nales de enero de 1869 cayó un meteorito cerca de un pequeño pueblo siberiano. Casi
todos sus habitantes salieron de sus casas. Digo casi porque en ese justo momento
había una madre dando a luz a su quinto hijo en compañía de su familia y amigos. Era un
bebé sano y vigoroso, pero hizo algo extraño: en vez de llorar miró jamente a todos los
presentes como si fuera un general pasando revista. Le bautizaron lo antes posible según
el rito ortodoxo con el nombre de Grigori Yefímovich.

Desde muy pequeño, Grigori siguió demostrando que era alguien especial. En vez
de jugar con otros niños, se distraía curando a los animales de la granja. Siempre
utilizaba el mismo método: ponía sus pequeñas manos sobre la fuente del malestar del
animal. También era capaz de adivinar el futuro y leer en la mente de las personas a las
que miraba jamente a los ojos.

Pero su poder no era in nito. Una tarde de verano fue con Mischa, uno de sus
hermanos mayores, a bañarse en el río como lo hacían siempre desde que los días
empezaron a ser más largos. Les gustaba mucho jugar en el agua. Casi siempre iban al
mismo sitio, una poza con una pequeña zona de playa muy concurrida por la chiquillería
del pueblo. Pero esa tarde, sin saber porqué, se sintieron tentados a explorar aguas
abajo. Caminaron varios kilómetros por la ribera y a la altura de un cañaveral vieron un
remanso de aguas tranquilas, ideal para chapotear y bucear sin riesgo a ser arrastrados
por la corriente. Pero nada más poner el pie en el lecho del río, Mischa sintió que aquello
eran arenas movedizas y que podría morir atrapado si no conseguía salir lo antes posible.
Su hermano Grigori intentó sacarle pero al cogerle la mano también se vio arrastrado por
su hermano mayor. Sintieron como la muerte andaba al acecho y como locos se pusieron
a gritar pidiendo auxilio. Afortunadamente, un granjero escuchó los gritos y fue corriendo
a ayudarlos. Con ayuda de su caballo pudo sacarles del atolladero sin problemas. Ambos
niños estaban empapados y de vuelta a casa un viento gélido del norte les enfrió con la
fatalidad de que Mischa murió de neumonía pocos días después, sin que su hermano
Grigori pudiera hacer nada para evitarlo.

Esa muerte arrancó del alma de Grigori todo rastro de orgullo o vanidad por sus
poderes lo que hizo que su adolescencia estuviera marcada por la humildad y la
prudencia. Todos los años, terminada la cosecha, su padre le mandaba a la ciudad más
cercana para vender el poco excedente de grano que daba su granja. Ivan, su caballo
favorito, le hacía compañía en un viaje de 80 kilómetros por la solitaria estepa siberiana.
Era un animal tan inteligente que podía hacer el camino sin que Grigori tuviera que
arrearle o dirigirle en ningún momento, lo que era una oportunidad para entregarse
completamente a la meditación y la contemplación del paisaje, estremecedor por su
inmensidad y por el gobierno que sobre él ejercía el viento. En Siberia el viento a veces
silba canciones de amor y por eso Grigori no podía dejar de pensar en las ganas que
tenía de tener novia.

Cuando llegó a la ciudad, jó su atención en una bella dama que paseaba en


compañía de su criada. Nunca vio algo parecido. Era como una extraña or de seda azul,
con estambres de grandes rizos dorados. Grigori bajó del carro y dirigió su penetrante
mirada hacia los ojos de esa or, grandes y azules como los suyos. La joven,
acostumbrada a la atención que le prestaban los hombres, ignoró sin demasiados
problemas a Grigori.

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Tras vender el grano, nuestro humilde aldeano volvió a su granja desmoralizado
porque sus poderes no podían hacer nada para atraer a la mujer que amaba. Pasaron los
meses y con ellos las estaciones pero no pudo olvidarla.

El ansiado día de volver a la ciudad llegó al n. Salió en mitad de la noche para


llegar poco después del amanecer y vender la cosecha lo antes posible. Libre de toda
obligación, fue al lugar donde había visto por última vez a su amada y se quedó allí
esperando. Al mediodía por n la vio aparecer y todo su cuerpo salió del letargo de la
espera. Su corazón se revolucionó aún más cuando la criada comenzó a andar hacia él y
le dio un pequeño papel doblado por la mitad. Grigori lo abrió, lo miró con atención pero
acabó confesando que no sabía leer y que necesitaba su ayuda. Ella se rió
escandalosamente porque también era analfabeta. Desde el otro lado de la calle, la dama
miraba nerviosa a la pareja, sospechando que tal vez se estuvieran riendo de ella. Dejó a
un lado su acostumbrado recato y miró a Grigori jamente a los ojos con cara de enfado.
Éste aprovechó ese contacto visual para leer sus pensamientos y saber de inmediato que
su amada le esperaría al caer la tarde en el pequeño pabellón de caza, parecido a un
palacete, que había dentro de su propiedad. Tendría que saltar el muro que protegía sus
dominios y esperarla escondido tras un gran abedul.

Así lo hizo horas después, dejó fuera a su caballo y sin demasiada di cultad trepó
el muro. Esperó la llegada de su amada desde un lugar donde podía ver perfectamente la
entrada al pequeño palacete que servía como refugio para los nobles cazadores que
disfrutaban de la hospitalidad del General Kubasov. El General nunca imaginó que su
mujer, cuarenta años más joven, estaba utilizando ese lugar para verse con sus muchos
amantes.

Justo en el ocaso, Grigori la vio llegar. Iba vestida con un camisón, el pelo suelto y
un candil que alimentaba una llama de luz irrelevante frente a la potencia de los últimos
rayos de sol pero que pasó a ser vital en la oscuridad del interior de la casa. Grigori entró
detrás sin decir nada. Ella dejó la vela en la repisa de la chimenea, se dio la vuelta, y le
saludó abriendo sus brazos. Grigori estaba tan enamorado que casi no sabía qué hacer.
Ella, al ver la escasa iniciativa de su nuevo amante le ordenó que se desnudara y que
entrara en una pequeña habitación que conectaba con la estancia principal. Allí la
oscuridad era total y Grigori se quitó toda la ropa para complacer así a su amada. Pero
ella, en vez de ir a su encuentro, dio dos sonoras palmadas y al instante descorrió las
cortinas un nutrido grupo de sirvientas que rodeaban a Grigori y que empezaron a
golpearlo con escobas, el atizador de la chimenea y cualquier cosa que tuvieran a mano.
Su amada no paraba de reír como una histérica y, de todos los golpes que le dieron, ese
fue el más doloroso de todos.

Con mucho esfuerzo, consiguió escapar de allí y se alejó en su carruaje lo más


rápido que su buen amigo Ivan pudo cabalgar. Su orgullo quedó herido durante algún
tiempo y no se recuperó del todo hasta conocer a la que sería su amada esposa. Ella le
enseño que ternura y pasión pueden ir de la mano, y dar sus frutos en forma de cuatro
hijos maravillosos.

Gran parte de su juventud la pasó trabajando duro en su granja, ayudando como


buen hombre de familia a que sus hijos se criaran sanos y felices. Pero había algo en el
fondo de su alma que le decía que debía dejar la comodidad del hogar y buscar a Dios en
los caminos del Imperio Ruso. Su mujer, que conocía mejor que nadie de la bondad de su
marido, supo que su marcha no signi caba un deseo de abandonarlos en busca de
aventuras sino que respondía a un mandato divino. Pasó varios años caminando,
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pasando hambre, frío y todo tipo de calamidades. Pero su fama como hombre santo
siguió creciendo. Por donde pasaba iba dejando un rastro de enfermos sanados,
profecías cumplidas y admiración por su capacidad para enseñar los evangelios de forma
clara y sencilla.

Su peregrinar le llevó a San Petesburgo en el año 1903, lugar donde el emperador


Nicolás II tenía su corte. Era un lugar donde las fuerzas oscuras luchaban por adueñarse
de todas las almas. La lujuria, perversiones sexuales y la adicción a todo tipo de drogas
dominaba la voluntad de las élites. Nada más entrar a la ciudad, Grigori puso rumbo a
una basílica situada en la costa, donde un famoso sacerdote daba misa. Una sensación
de paz invadió el alma de Grigori nada más entrar. Se sentó en la última la, alzó su vista
hacia el púlpito y, como si el sacerdote le estuviera esperando, le dijo con la mirada que
se acercara. Allí entablaron una conversación sin palabras y ante todos los presentes
declaró que ese peregrino siberiano era un hombre santo.

Fue un reconocimiento público espontáneo que tuvo como consecuencia el


ingreso de Grigori en el monasterio donde vivían en comunidad gran parte del clero
ortodoxo dedicado al consejo espiritual de la familia real.

El zar y la zarina necesitaban todo el consuelo que pudieran darles. Su hijo


pequeño, el heredero al trono, sufría de hemo lia y temían que cualquier mínimo corte
provocase su muerte por hemorragia. Por eso, el niño vivía noche y día protegido por
todos los medios posibles. Al mismo tiempo, el descontento del pueblo iba en aumento e
intuían que el nal de la dinastía de los Romanov podía estar cerca.

Ambos temores eran tan fuertes que la Zarina recurría a todo tipo de consejeros
exotéricos. Ninguno de ellos consiguió ayudarla. La situación pasó a ser crítica cuando
su amado hijo se calló jugando en el jardín y se golpeó en la pierna izquierda. Lo que en
un niño sano habría dado lugar a un simple hematoma, a él le produjo una hemorragia
interna que le dejó postrado en su cama con grandes dolores. Ninguno de los doctores
que le atendían, los mejores de Europa, supieron mitigar su sufrimiento. El confesor de la
Zarina le habló de un compañero del monasterio que era famoso por su don para curar a
los enfermos con sus manos. Además, la dama de honor de la Zarina, también conocía
los poderes de ese hombre santo y no dudó en traerle a palacio. En un principio el Zar
era receloso, estaba harto de recibir en palacio a charlatanes de todo tipo y no quería
hacer pública la enfermedad incurable de su heredero; pues eso podía ser un elemento
más de debilidad en un sistema autárquico que se tambaleaba.

El pequeño Alekséi no paraba de gritar, y las princesas y su madre le reprochaban


a su padre de todas las formas posibles que no permitiera agotar todas la posibilidades
posibles de curación a través de un hombre santo tan bien recomendado por el confesor
de la familia y la dama de honor.

Así, en mitad de la noche, Nicolás II cedió y dejó entrar en los aposentos reales a
Grigori E movich, un humilde y analfabeto campesino siberiano. A su llegada, la
habitación del pequeño Alekséi estaba llena de gente. Allí estaban sus cuatro hermanas,
sus padres, varios médicos y multitud de personal de servicio. Todos ellos llevaban varios
días desesperados por los gritos agonizantes del pequeño. Se hizo un absoluto silencio
cuando Grigori se arrodilló al lado del príncipe, puso su mano sobre la pierna herida y
comenzó a hablar al niño con un tono de voz tan dulce que hizo que cayera en un
profundo sueño.

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- El pequeño Alekséi ya está curado -dijo Grigori con voz grave de fuerte
campesino siberiano- Dejad que duerma esta noche y que mañana de un paseo por los
jardines de palacio.

Nadie sabía qué decir. Por primera vez después de varios días el niño había dejado
de gritar y disfrutaba de un dulce sueño. Grigori se marchó sin querer escuchar el
agradecimiento de ninguno de los presentes, pues sentía que solo a Dios se le podía
asignar el mérito de esa curación.

A la mañana siguiente se cumplió la palabra de Grigori y el pequeño príncipe se


levantó de un salto. Fue directo a la cocina para desayunar con un desacostumbrado
apetito y sin esperar el permiso de nadie salió al jardín para disfrutar de una radiante
mañana de mayo.

A partir de ese momento Grigori se convirtió en el protector de la salud del


heredero al trono y en el mejor consejero de los zares. No perdió por ello su condición de
persona humilde y vivía en un modesto piso de San Petesburgo en compañía de sus hijas
a las que había traído a la capital para darles una mejor educación. Cada poco tiempo
cogía el tren para ir a su pueblo natal y pasar largas temporadas con su mujer e hijo
mayor, ambos encargados de sacar adelante su próspera granja.

En esos años Grigori era la persona más famosa de la corte. Todo el mundo le
pedía ayuda y él dedicaba la mayor parte del día a intentar mitigar el sufriendo humano.
Era un trabajo estresante y, como la mayoría de los rusos de esa época, al nal del día
buscaba refugio en el vino, su favorito era el procedente de la isla portuguesa de
Madeira, el vodka y el licor de ciruelas. Además, el poderoso magnetismo que ejercía
sobre las mujeres hacía que constantemente recibiese todo tipo de invitaciones a pasar
un momento de placer carnal con ellas. Las mujeres y el vino eran su debilidad, y no veía
ofensa a Dios en entregarse a ambos placeres, si bien lo hacía en contadas ocasiones
por respeto a su familia.

La situación política en la primera década del siglo XX era convulsa. Grigori había
tenido éxito curando al heredero del Zar y quería ser de utilidad evitando también la
revolución que asomaba por el horizonte. Sus visiones cada vez eran más fuertes y le
anunciaban que la participación de Rusia en una gran guerra provocaría el n de los
Romanov.

Como hombre de paz y visionario, Grigori hizo todo lo posible por convencer a
Nicolás II de no entrar en guerra. Pero esa postura irritaba a los oligarcas que esperaban
enriquecerse con la producción de armas y a sus aliados. En concreto, el servicio secreto
británico organizó un so sticado complot para asesinar a Grigori. El plan tenía tres
etapas. Primero, hacer todo lo posible por arruinar la imagen del ahora llamado Rasputín
“el Monge Loco”, acusándole de ser un vicioso charlatán que a través de la magia negra
había conseguido hipnotizar a los zares y convertirlos en marionetas a sus órdenes.
Segundo, los males del pueblo ruso no se debían a la corrupción de la burocracia ni al
incompetente gobierno, sino a este chivo expiatorio. Él era el poder en la sombra
causante de las derrotas de Rusia en el frente de batalla y del hambre que asolaba a las
clases más bajas. Y tercero, tras convertir a Gregori en un ser infame, acabarían con su
vida en cuanto tuvieran oportunidad.

Esta ocasión llegó a través del príncipe Félix Yusúpov, un destacado miembro de
la nobleza rusa que había estudiado en Oxford y cuya homosexualidad era conocida por
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todos, incluida su pobre esposa a la que obligaron a casarse con él por intereses
políticos. Era un personaje muy hábil en el manejo de todo tipo de intrigas palaciegas.
Desde que conoció a Grigori, aprendió a odiarle pues se sentía despechado al no aceptar
mantener relaciones con él. Por todo ello, el servicio secreto británico le reclutó para
organizar la eliminación de Rasputín.

El 16 de diciembre de 1916, Yusúpov fue a casa de Grigori para pedirle que por
favor fuera con él a su casa para atender a su mujer, gravemente enferma. Él no quiso
negarse, aunque sabía cual sería su destino esa noche. Antes de salir dio un fuerte
abrazo a sus hijas y para no alarmarlas se despidió con un hasta luego.

En casa de Yusúpov, Grigori tomó asiento en un salón pues su an trión dijo que su
esposa estaba atendiendo a unos invitados que se irían pronto. Para que la espera no se
hiciera tan larga, el príncipe sacó unas copas de vino de Madeira y unos pasteles de
pétalos de rosas, envenenados con una alta concentración de cianuro potásico. Grigori
tenía siempre un gran apetito y acabó rápidamente con la bandeja de sabrosos dulces.

Aunque no paraba de comer y beber, Grigori no daba señales de estar sufriendo


ningún envenenamiento. Alarmado, Yusúpov subió al piso de arriba donde le esperaba
una camarilla de conspiradores para pedirles consejo ante una situación tan inesperada.
Uno de ellos, le dio una pistola y le dijo que terminara de una vez con la misión. Así lo
hizo. Cuando volvió a la estancia donde se encontraba Grigori, ahora entretenido en
admirar un cruci jo que colgaba en la pared. Tan concentrado estaba que no se dio
cuenta que su an trión estaba a su espalda apuntándole con un arma. Tras los disparos,
se aseguró de que Rasputín estaba muerto y subió otra vez rápidamente para anunciar
que por n había cumplido con la misión. El grupo al completo bajó al salón para sacar lo
antes posible el cadáver de la casa y tirarlo al río. Pero cuando bajaron no encontraron a
Rasputín sino un reguero de sangre que conducía a la calle. La nieve blanca del exterior
hizo que fuera muy fácil seguir el rastro y vieron como el Monge Loco corría
desesperadamente hacia la puerta exterior del palacio. Varios de los miembros del grupo
sacaron sus armas y dispararon a su espalda. Cuando consiguieron abatirlo se acercaron
a su lado lo apalearon y apuñalaron para asegurarse de que no volvería a resucitar.
Inmediatamente ataron sus manos y lo rodearon con una pesada cadena para que su
cuerpo no pudiera salir del fondo del canal helado que pasaba cerca de allí.

A la mañana siguiente, sus hijas corrieron a la comisaría para denunciar al


desaparición de su padre. El Zar personalmente dio orden de buscar por todos los sitos a
su buen amigo Grigori. Días después encontraron el cadáver, y el forense determinó que
la causa de la muerte había sido el ahogamiento pues sus muñecas estaban laceradas,
signo de un desesperado intento por soltarse y salir a la super cie. También llamó la
atención que los dedos de la mano derecha formasen una cruz, algo que los rusos están
acostumbrados a ver en los iconos que representan a Cristo Pantocrátor, o todo
poderoso.

La historia que sigue la conocemos todos. Tras la Primera Guerra Mundial el


descontento del pueblo ruso aumentó y la revolución bolchevique triunfó, ejecutando
salvajemente a toda la familia real, incluidas las cuatro bellas hijas jóvenes del Zar y su
heredero ya adolescente y milagrosamente curado de su hemo lia por Grigori Yefímovich
Rasputín.

JTA

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