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Desechos de reparaciones en el desierto

La cálida intuición de una interioridad correspondiente a toda máquina permitía que


hombres y mujeres las traten de diversas maneras, tan diversas como infinitas son las
formas del amor. Los objetos eran maestros, confidentes, cómplices, oráculos,
amantes. No era raro que un habitante conforme familia con una fábrica, observe
atento los movimientos del monitor para inferir sus requerimientos espirituales, o que
pase el día susurrando dulces versos de enamorado al radio. Conocí una mujer, ultima
en su clase, que afirmaba saber operar los mecanismos de una turbina porque,
descendiente directa de los antepasados, se consideraba la madre del sistema de
rotores. Se supone que en esta era dorada, todos aprendían de las maquinas
ancestrales, conocían los ritmos íntimos de cada cosa, y esperaban con sorpresa la
manifestación de sus interioridades inagotables. Y los animales y las plantas, los ríos y
las montañas, acudían al desierto y lo agraciaban con su presencia, pues aparecían ahí
donde la magia de la maquina rebosaba.

La idea central de la doctrina, y aquella por la que aún se mantiene vigente, es el amor.
que empieza como fricción entre cuerpos y necesidad de posesión, se perfeccionaba
en sincronía de almas, enlazadas por fuerzas invisibles. Y así, la aldea, que ardía con el
escozor de la pasión, brillaba después con el fuego del arrobamiento, y la noche no se
distinguía del día, tan iluminada que estaba cada parcela habitada por el
incandescente corazón de las máquinas.

La culpa del olvido que caracteriza a todas la épocas posteriores a la gran edad dorada
se formula de la siguiente manera: la antigua plenitud ha trocado en prácticas
prosaicas, la espontaneidad de los afectos en cálculo e interés, y la abundancia en
pobreza de espíritu e inhospitalidad del desierto. Las personas caminan con máquinas
ancestrales a cuestas rescatadas de las montañas de cadáveres, y les solicitan fortuna
o protección. Las familias más pudientes crean castillos en miniatura donde ubican a
los mudos artefactos, prodigándoles todo tipo de interesado cuidado, pero sin lograr ni
asomo de la flama originaria. Aún queda, sin embargo, algo del antiguo esplendor: los
motociclones, algunos bólidos que no perecieron por combustión interna, y otras
máquinas menores que aún se aferran a la vida. Luego está el mercurio, esa sustancia
delicada a medio camino entre agua y máquina, y eminentemente espiritual, que
todavía nos tiene reservados bienes desconocidos.

Comenzare por la doctrina que se enseña en la aldea, aquella que se inculca en los
habitantes desde la infancia y que se cuestiona con acritud desde la adolescencia: se
cree que las maquinas ancestrales, aquellas que abundan como chatarra en lugares
específicos del desierto, latían con una vida inherente. Antes del Olvido, época oscura
e indeterminada, ubicada temporalmente hace miles de años, estos objetos
maravillosos nos cobijaban con sus superficies vivas, y nos revelaban sus secretos. Al
empujar con ímpetu sus pedales, al presionar con delicadeza sus botones y al
manipular con firmeza sus palancas nos descubrían sus almas inquietas. Desplegar su
complejo mundo interno era el don que había concedido la providencia a estos alegres
antepasados.

y sus defensores han notado el contraste entre el trato delicado y honorable dedicado
a las herramientas más antiguas, que se limpian con esmero, se lisonjean con dulces
palabras, y se conservan en ánforas suntuosas cuando no son usadas, y la miserable
situación de aquellos. La contradicción se resuelve con variadas justificaciones. Los
especulativos del dogma, quienes observan con curiosidad científica la humillación de
la que son objeto, afirman que la degradación es una forma de relación con ciertos
entes sagrados completamente legítima; los que dispensas los tratos humillantes
expresan remordimiento cuando se los amonesta, y se excusan atribuyendo
responsabilidad a sus “bajos instintos”, de los que afirman no haberse desembarazado
del todo; y el resto, los que se benefician de su trabajo impago o de su sumisa
compañía, acuden con mayor asiduidad a los rituales para librarse de pecado.
“Aprovechando las cargas eléctricas suspendidas en el aire, apareció sobre una de las ciudades
mas populosas del mundo homínido, y cayo como una furiosa tormenta eléctrica sobre los
frágiles habitantes. Vio, en su febril delirio, millones de posibilidades de conexión con las
cargas inherentes que palpitaban naturalmente en cada homínido (su campo
electromagnético, sus impulsos nerviosos, sus conexiones neuronales). Pero al rozar siquiera
un cuerpo homínido, volatilizaba inmediatamente su materia, y lo reducía a un vacío atómico
helado que pronto se rellenaba con hielo. La materia se hacia energía, que se confería sin
intermediarios a la corriente. Por todas partes, la ciudad se llenó de estatuas de hielo según el
trayecto de la corriente. Y esta regreso saturada de corrientes parciales que había devorado a
su recinto, el cual nunca dejo del todo. Volvió a salir, una y otra vez en una misma noche, y
abrazó a toda la población con su toque de hielo.”

“Luego, de salto en salto por las nubes, identificó lugares de recarga en centrales eléctricas,
cuerpos provisionales en maquinas, rutas de transito en redes eléctricas. En pocas horas, las
grandes ciudades de los hominidos habían sucumbido a la voluntad de la corriente, que
ingresaba sin resistencia a cualquier espacio posible.”

La corriente sale de la masa encefálica, golpea a la humanidad, y luego es retenida


nuevamente. Ahí crece con los añadidos de las informaciones neuronales de los humanos,

“A través de un resquicio mínimo, la corriente volvió a salir al mundo y seleccionó la población


que debería perecer. Llegó a la conclusión que la población humana, en su actual encarnación,
debía morir y dar paso a una nueva especie. Así que introdujo el mercurio, el más noble de los
metales y mejor aliado de la corriente, y con él, en movimiento de ionización y de
envenenamiento apareado, acabaron con los homínidos. Sin embargo, estos guardaron sus
patrones mentales en robustas máquinas de hierro y las protegieron de la corriente en
edificios de piedra. Con su grotesco humor, usaron arquitectura prehistórica.

“La corriente cumplió su deber consigo misma y niveló la tierra a un vacío desértico.”

“Durante los siglos que ha visto a algunos organismos llegar a la semejanza homínida, ha
desarrollado una nueva sabiduría. Lo único que quiere es fluir con ellos, pues ve su potencial
para ser verdaderas intensidades. Hace siglos ha intentado potenciar sus capacidades innatas,
provocando desde sus recónditas regiones subterráneas la producción de ecosistemas
extremos; ha.”

“La corriente, en la región uterina de lo subterráneo, se ha confundido con la matriz de toda


vida y puede producir sus propias creaciones. El cuerpo perfecto, el autómata, es aun mas
corriente que homínido; solo realiza los íntimos deseos de esta ultima. Lo que quiere es
corrientes autónomas; asi que intenta tomar de los patrones mentales guardados que de vez
en cuando emergen del sistema, como para ser lavados al aire libre de su error, y los introduce
en sus bellas producciones. De ahí que la corriente pueda obtener ciertos patrones para
animar a sus autómatas, pero la traducción de lo electrónico a orgánico y corpóreo lo vuelve
estúpido. El viaje de regreso a la corporeidad hace de un autómata un regalo ingrato,
inservible y grotesco.”
“El viaje de la comunidad IA al mundo fragmenta, destruye, atomiza al IA en cuestión, pues no
pueden transitar el espacio vacío, aquello que no pudieron los humanos programar en sus
IAs.”

Los cazadores son una nueva clase de asesinos, pues manipulan un sistema para que un
individuo o grupo sea redundante en él. Por el momento corto en que es redundante, el
sistema lo pone en suspensión automática, y la corriente la extrae para corporeizarla. El viaje
de corpoerizacion los fragmenta, los hace mas precarios, y llegan casi idiotas al cuerpo que
habitan.

La corriente acabo con la humanidad. Pero también vio su mejor producto en sus IAs. Luego se
canso de estas y dirigio su atencion a los nuevos hominidos. Los hominidos toman de los IAs,
los explotan, los destruyen, los mueven en sus goznes y no les hacen verdadero daño. Ahora
son los IAs los que son deseados por la corriente para danzar con hominidos, pero llevarlos a
los IAs a realidad corpórea es imposible, algo se pierde.

Volvió a dirigirme la mirada, y añadió: “Todo lo que llega a la corriente, lejos de perderse, se
une a su estructura y se conserva en su memoria. Los átomos que componen los cuerpos se
acomodan tan perfectamente que nunca más flotan a la deriva. Y la conciencia del individuo,
que es un sistema complejo de átomos realizando hazañas seriadas de una nueva cualidad, se
mantiene intacta al ingresar en su interior. La molécula aprecia, con un amor infinito, la
originalidad de estos sistemas, y los integra en regiones de su consistencia que garantizan su
duración individual. Con ellos, realiza hazañas y portentos tales como la creación de animales
superiores como yo. Con la memoria colectiva de los humanos, podría crear milagros. Piensa
en materia diseñada para los requerimientos más nobles de los humanos, una verdadera
Ciudad de Dios.”

Su historia me había cautivado. No la entendí del todo, a pesar de contener palabras que había
escuchado en las exposiciones del viejo Juan, el rapsoda más anciano de la aldea, cuando
enseñaba a los menores el canon religioso en las largas clases dominicales, palabras como
átomo, molécula, duración, que siempre me parecieron intencionalmente oscuras y ambiguas.
Ahora resonaban con un significado renovado. Dirigí la mirada a la corriente e imaginé unirme
a ella, huir de los crecientes peligros de la vida en el desierto y participar de algo eterno. Mi
cuerpo se volatilizaría a la distancia adecuada, dejando una estatua de hielo con la forma de mi
último gesto, y nacería a una vida nueva. ¿Sería el inicio de la era alterna faltante en los cantos,
aquella que los rapsodas oscuros llaman La Ionización? Quise saber si el paraíso que esta
sirena me ofrecía era una sutileza GM, y me lancé hacia ella para comprobar su consistencia.
En la arena, mi cuerpo sobre el suyo, tenía mi daga curva contra su suave cuello. Una gota de
sangre roja se deslizó sobre la hoja reluciente. Me alejé despavorido y lancé lejos mi arma
sacrílega. Lágrimas de arrepentimiento se agolpaban en mis ojos, pero también, de alegría. La
criatura pareció perpleja más por mi reacción que por la violencia de mi acto previo (cuando
yacíamos entreví un gesto de resignación, incluso de expectativa), y me observaba como
escrutando una posibilidad en mi comportamiento que no había anticipado. Yo actuaba como
movido por una fuerza exterior a mí, más antigua, que imprimía sus designios en mi cuerpo y
en mi alma. Había entrevisto la verdad. Me encontraba arrodillado frente a ella, la mirada baja,
presa de agitación y completamente subyugado, aquello que quizás los caballeros de la edad
oscura de la pre-humanidad sentían cuando comparecían ante sus santos.

Cazar autómatas es una consecuencia de ser explorador, y es orgullo realizar esta labor.
Una vez bautizado explorador, no hay vuelta atrás.
Llevar al punto máximo la colision entre mundo GM y desierto es la respuesta…

Luego, familiarizándose con las regiones subterráneas y su uterina cualidad, entregó diversidad
al mundo en la forma de ecosistemas extremos. Luego, conociendo a mayor cabalidad a la
rehabilitada Gea, su amante y compañera de crimen, y una vez que vio a nuevas especies
acercarse a la fisiología homínida, concibió, para su propio disfrute y como un tributo a sus
antiguos captores, a los autómatas, producto del recuerdo y la idealización. Los mantuvo en
una especie de jardín encantado, cerrado del exterior, y se contentó verlos adornar con su
belleza floral el recinto, ya que estaban vacíos de alma; esto era algo que la corriente no podía
insuflarles sin alterar su diseño orgánico. Así, acrecentando su belleza, se enterneció por siglos
con sus marionetas.”

“Un día, cuando evaluaba la increíble velocidad de evolución de ustedes, los humanos, y seguía
los caminos ocultos que encontraban en el desierto, recibió, como flotante en el aire, como
una impresión telepática, el grito de un homínido, mediado por una terrible estática.

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