Está en la página 1de 4

Eddie

Estoy acá, frente al espejo, esperando a que Eddie aparezca. Eddie es


genial. Eddie es magnífico. Eddie es asombroso. No hay nadie como Eddie.
Eddie viene cuando estoy solo, porque quiere ser mi mejor amigo. Mi único
amigo. Eso me dijo una vez. Podemos ser amigos, dijo. Pero tuyo y de
nadie más. Me parece perfecto, Eddie, le respondí. Y él sonrió y su sonrisa
era blanca como la leche. Eddie tiene pantalones cortos, camisa, corbata y
el pelo blanco. Yo hablo con él a la tarde, cuando mamá va a la misa de las
siete y la casa queda a oscuras. Me paro frente al espejo del ropero y lo
llamo. Eddie, vení. Y él se acerca al espejo caminando raro.
Pero no es un espejo, el espejo. Es otra cosa. Es un espejo adosado a la
puerta del ropero de mi tía Catalina, pero no lo es. Parece, pero no. Se lo
pregunté a Eddie y me dijo: Sí, muy bien, has adivinado. No es un espejo.
Tiene ribetes dorados y una esquina carcomida por la negrura. Lo tenía la
tía en su habitación y cuando ella se murió lo subieron a la mía. Yo esa
noche me puse mi gorro de lana y me paré frente al espejo y enseguida me
di cuenta de que no era un espejo. Adentro estaba Eddie. Vino un día
caminando desde el fondo de mi pieza, como si estuviera lejísimo, y me
dijo: Hola. Al principio me dio miedo. Tenía el tamaño de un chico, pero
cara de viejo. Con el tiempo me di cuenta de que era bueno. Hay gente
buena y mala, y Eddie es bueno. Me comprende, me escucha. Entonces se
transformó en mi mejor amigo, y yo era feliz. Se lo iba a decir a mamá pero
es un secreto y, si lo digo, Eddie deja de visitarme. Él hizo que lo
prometiera y yo dije: te lo prometo, Eddie.
Ahora lo estoy esperando. Es temprano, todavía no amanece. Hace un
frío de locos y tengo la gorra puesta. Es martes. Tengo el uniforme azul del
colegio Iturraspe, los zapatos negros del colegio Iturraspe y la corbata azul
del colegio Iturraspe. Me puse colonia. Es martes, pero no cualquier martes.
Es un martes especial. Un martes que la gente va a recordar por mucho
tiempo. Mamá está en su pieza, roncando. Ella no lo entendería. Ella habla
con la Virgen. Ella baila con Jesús en el pecho. Ella duerme con el televisor
prendido, se queda dormida mirando Tinelli, y una vez me contó que el
fantasma de papá se le mete en la cama. Que la toca, que le babea la oreja.
Ella tiene el pelo largo y canoso. Reza mucho. Junta las manos y le pide a la
Virgen para que me ayude a no quedarme dormido en cualquier parte. Yo
me quedo dormido en cualquier parte y cuando me despierto me entero de
que hice algo feo. Mamá me hace rezar. Yo cierro los ojos y rezo por que se
mueran todos los chicos del segundo año turno mañana de la escuela
Iturraspe. Ruego a Santa María, Madre de Dios, a los ángeles, a los
arcángeles, que todos los chicos del primer año de la escuela Iturraspe
mueran retorcidos y con la lengua negra afuera de la boca.
Vos no sos una persona, me dijo Eddie, sos un ángel. ¿Un ángel? Eso es,
me dijo Eddie. Sos un ángel. No te podés andar mezclando con la gente
común. Sos perfecto, dijo Eddie. Yo no podía decirle a nadie que era un
ángel, pero desde ese día estaba feliz. No me importaba que me dijeran
Loquito, Enfermo, Pajero, Alzado. No me importaba que se rieran de mí, ni
que me acusaran de tirarme pedos en el medio de la clase, ni que me
ensuciaran la carpeta de semen, ni que me robaran la plata que mamá me
escondía en la mochila para poder comprarme mi Coca y mi pebete de
jamón y queso en el recreo de las diez y diez. No me importaba nada y
andaba feliz hasta que Eddie me dijo que debía mostrarles.
¿Qué tengo que mostrarles, Eddie?
Tus alas, dijo él. Tienen que verte como sos. Ahora podés convertirte.
Tu padre murió para que puedas convertirte.
Papá se murió y lo quemaron y mamá lo tiene en una urna, y reza por él.
Reza para que se porte bien en el cielo y no se tome el vino de la comunión.
Eddie dice que lo vio una vez: estaba sentado frente a una ventana que daba
a una pared de ladrillos, y lloraba. Eddie dice que no sabe por qué. A
muchas cosas de Eddie no las entiendo. A veces habla en otro idioma. A
veces me dice que lo busca la policía, y corre a esconderse. A veces llora,
también, porque sufre de una enfermedad de los huesos. Yo sufro una
enfermedad de la cabeza. Me apago y me prendo. En la fiesta de
cumpleaños de Laurita Minuja me quedé dormido y cuando desperté estaba
meado y cagado. Las chicas gritaban. Yo quise abrazarlas para que dejaran
de gritar, pero entonces mamá vino de alguna parte y me llevó a otro lugar.
Pero cuando esté del otro lado del espejo no voy a sufrir más
enfermedades. Voy a desplegar mis alas. Voy a ser feliz con Eddie y con
papá. Y cuando venga mamá también vamos a ser felices. Eddie me dijo: Te
lo aseguro. Te aseguro que tu sonrisa será blanca y todos vamos a ser
felices. Entonces me enseñó el lugar donde papá guardaba la caja de
zapatos. Yo abrí la caja y levanté la pistola y dije: no es una pistola. Parece
una pistola pero no lo es. Es una espada. Es la espada de fuego con la que el
ángel se revela. La que custodia el jardín donde está el árbol del bien y del
mal.
En unas horas, cuando sean las nueve y el profesor de Lengua esté
dando clases, voy a ponerme mi gorra, la que me convierte en el ángel, voy
a sacar el arma y voy a recitarles las palabras que los harán creer. Y si no
creen con las palabras creerán con los hechos. Alguien grita. Los otros se
levantan y corren. El profesor se esconde detrás del escritorio. Algunos
intentan salir por la puerta, pero es estrecha, como el camino de los que se
mantienen puros. Me acerco a José, veo sus ojos enloquecidos, le digo: Que
no suceda que la luz que hay en vos sea tinieblas, y blam. Me acerco a
Laurita, siempre perfecta, con su pelito bien arreglado y su boca llena de
veneno, le digo: Que el Señor te lleve a perseverar, blam blam. Me acerco a
Fernando, que llora y niega con la cabeza, le digo: Bienaventurado el que
halla la sabiduría, blam blam blam. Me acerco al profesor, me espera de
rodillas, Eddie sonríe a su lado. Te doy mi perdón, le digo. Blam, blam,
blam, blam. No debo tener miedo, falta poco. Debo mirar hacia arriba, las
luces que brillan como la sonrisa de Eddie, y en mi boca el gusto del aceite
del arma. Blam.
Él estará conmigo. Él me ayudará.
Ahora lo estoy esperando, parado frente al espejo.
Eddie, le digo. Estoy solo, vení.
Y él aparece, allá atrás. Camina raro porque tiene algo llamado polio.
Viene hasta donde estoy, rengueando, y veo su cara arrugada y sus ojitos
celestes y su sonrisa de leche. Veo la luz de su sonrisa y siento un calor en
el pecho. Hola, Eddie, le digo.
Hola.

También podría gustarte