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LAS CARTAS

Cartas sobre la crueldad

PRIMERA CARTA

París, 13 de septiembre de 1932 A JEAN PAULHAN

Querido amigo: No puedo aclararte minuciosamente mi manifiesto, lo que deformaría quizá mi


propósito. Todo cuanto puedo hacer por el momento es comentar mi título de Teatro de la
Crueldad y tratar de justificar su elección. No hay sadismo ni sangre en esta crueldad, al menos
no de manera exclusiva. No cultivo sistemáticamente el horror. La palabra crueldad debe ser
tomada en un sentido amplio, no en el sentido material que se le da habitualmente. Y
reivindico así el derecho de romper con el sentido usual del lenguaje, de quebrar de una buena
vez la armadura, de hacer saltar el collar de hierro, de regresar, en fin, a los orígenes
etimológicos del lenguaje, que con conceptos abstractos evoca elementos concretos. Cabe
muy bien imaginar una crueldad pura, sin desgarramiento carnal. Y filosóficamente hablan do,
¿qué es por otra parte la crueldad? Desde el punto de vista del espíritu, crueldad significa
rigor, aplicación y decisión implacable, determinación irreversible, absoluta. El determinismo
filosófico más corriente es, desde el punto de vista de nuestra existencia, una imagen de la
crueldad. Se da erróneamente a la palabra crueldad un sentido de rigor sangriento, de
investigación gratuita y desinteresada del mal físico. El Ras etíope que arrastra a los príncipes
vencidos y les impone la esclavitud, no lo hace por amor desesperado a la sangre. Crueldad no
es, en efecto, sinónimo de sangre vertida, de carne martiriza da, de enemigo crucificado. Esta
identificación de la crueldad con los suplicios es sólo un aspecto limitado de la cuestión. En el
ejercicio de la crueldad hay una especie de determinismo superior, a la que el mismo verdugo
supliciador se somete, y que está dispuesto a soportar llegado el momento. La crueldad es
ante todo lúcida, es una especie de dirección rígida, de sumisión a la necesidad. No hay
crueldad sin conciencia, sin una especie de aplicada conciencia. La conciencia es la que otorga
al ejercicio de todo acto de vida su color de sangre, su matiz cruel, pues se sobrentiende que la
vida es siempre la muer te de alguien.

SEGUNDA CARTA

París, 14 de noviembre de 1932 A JEAN PAULHAN.

Querido amigo: La crueldad no se sumó a mi pensamiento, siempre vivió en él, pero me faltaba
advertirlo conscientemente. Empleo la palabra crueldad en el sentido de apetito de vida, de
rigor cósmico y de necesidad implacable, en el sentido gnóstico de torbellino de vida que
devora las tinieblas, en el sentido de ese dolor, de ineluctable necesidad, fuera de la cual no
puede continuar la vida; el bien es deseado, es el resultado de un acto; el mal es permanente.
Cuando el dios escondido crea, obedece a la necesidad cruel de la creación, que él mismo se
ha impuesto, y no puede dejar de crear, o sea de admitir en

El centro del torbellino voluntario del bien un núcleo de mal cada vez más reducido, y cada vez
más consumido. Y el teatro, como creación continua, acción mágica total, obedece a esta
necesidad. Una pieza donde no interviniera esa voluntad, ese apetito de vida ciego y capaz de
pasar por encima de todo, visible en los gestos, en los actos, y en el aspecto trascendente de la
acción, sería una pieza inútil y malograda.

TERCERA CARTA
París, 16 de noviembre de 1932 A M. R. de R.

Querido amigo: Debo confesarle que no comprendo ni admito las objeciones hechas a mi
título. Pues creo que la creación y la vida misma sólo se definen por una especie de rigor, y por
lo tanto de crueldad fundamental, que lleva las cosas a su final ineluctable, a cualquier precio.
El esfuerzo es una crueldad, la existencia por el esfuerzo es una crueldad. Abandonando su
repo so y distendiéndose hasta alcanzar el ser, Brahma sufre, con un sufrimiento que tal vez
produce armónicos de alegría, pero que en el extremo último de la curva sólo puede
expresarse mediante una espantosa trituración. En el ardor de vida, en el apetito de vida, en el
irracional impulso de vida, hay una especie de maldad inicial: el deseo de Eros es crueldad en
cuanto se alimenta de contingencias; la muerte es crueldad, la resurrección es crueldad, la
transfiguración es crueldad, ya que en un mundo circular y cerrado no hay lugar para la
verdadera muerte, ya que toda ascensión es un desgarra miento, y el espacio cerrado se
alimenta de vidas, y toda vida más fuerte se abre paso a través de las otras, consumiéndolas
así en una matanza que es una transfiguración y un bien. En la manifestación del mundo y
metafísicamente hablando, el mal es la ley permanente, y el bien es un esfuerzo, y por ende
una crueldad que se suma a la otra. No comprender esto, es no comprender las ideas
metafísicas. Y no se me diga después que mi título parece limitado. Pues la crueldad endurece
las cosas, moldea los planos del mundo creado. El bien está siempre en la cara exterior, pero la
cara interior es el mal. Mal que eventualmente será reducido, pero sólo en el instante
supremo, cuan do todo aquello que fue forma se encuentre a pun to de retomar al caos.

Cartas Sobre el lenguaje

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