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INTRODUCCIONES

Descripción general del Opus Dei


1. Naturaleza y fines. 2. El espíritu. 3. Los fieles y sus compromisos. 4. Actividad. 5. Organiza-
ción y gobierno. 6. Algunos hitos históricos.

“El Opus Dei es una Prelatura personal compuesta a la vez de clérigos y laicos, para
realizar peculiares tareas pastorales bajo el régimen de su propio Prelado” (Statuta, 1 §
1), que se rige por el derecho común de los cánones 294-297 del Codex Iuris Canonici
(en adelante CIC) y por las normas de la Constitución Apostólica Ut sit, del 28 de no-
viembre de 1982. Esta configuración canónica corresponde al deseo del fundador, san
Josemaría, que desde los inicios de la Obra buscó un marco jurídico que se acomodara
plenamente al espíritu y a los modos apostólicos del Opus Dei. Una prelatura personal
está dotada de estatutos propios (c. 295 § 1 CIC), que, en el caso que nos interesa, se
denominan Codex iuris particularis seu Statuta Praelaturae Sanctae Crucis et Operis Dei
(Statuta). Han sido dados por la Santa Sede, y rigen la organización de la Prelatura y sus
relaciones con las Iglesias particulares y las Conferencias Episcopales de los lugares en
los que desempeña sus tareas pastorales. En cuanto estructura jerárquica erigida por la
Santa Sede, tiene como cabeza a un Prelado que es su Ordinario propio; es decir, goza
de jurisdicción ordinaria y propia que abarca los aspectos y personas –clérigos y laicos–,
que constituyen el ámbito de la misión específica de la Prelatura. La praxis seguida por
la Santa Sede en relación con la Prelatura del Opus Dei ha implicado la ordenación epis-
copal del Prelado.

1. Naturaleza y fines
El 2 de octubre de 1928, mientras estaba haciendo unos ejercicios espirituales en
Madrid, Josemaría Escrivá de Balaguer recibió de Dios un nuevo carisma para el bien de
la Iglesia. El Opus Dei, según sus palabras, nació “para contribuir a que esos cristianos,
insertos en el tejido de la sociedad civil –con su familia, sus amistades, su trabajo pro-
fesional, sus aspiraciones nobles–, comprendan que su vida, tal y como es, puede ser
ocasión de un encuentro con Cristo: es decir, que es un camino de santidad y de apos-
tolado. Cristo está presente en cualquier tarea humana honesta: la vida de un cristiano
corriente –que quizá a alguno parezca vulgar y mezquina– puede y debe ser una vida
santa y santificante” (CONV, 60). Con ocasión de una Misa que celebró en el Campus de
la Universidad de Navarra, en octubre de 1967, reafirmaba: “debéis comprender ahora
con una nueva claridad que Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles, mate-
riales, seculares de la vida humana: en un laboratorio, en el quirófano de un hospital, en
el cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar
de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día. Sabedlo
bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a
cada uno de vosotros descubrir” (CONV, 114).
El núcleo del mensaje del Opus Dei, tal como san Josemaría lo “vio” y lo entendió,
es la proclamación de la llamada a la santidad en medio de los quehaceres de la vida
ordinaria, vivida con naturalidad, sin estridencias, permaneciendo cada uno en su sitio.
Este programa hunde sus raíces en el Evangelio. Jesucristo nos invita: “Sed vosotros
perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48). Por eso, san Josemaría
decía del espíritu del Opus Dei que “es viejo como el Evangelio y como el Evangelio
nuevo” (CONV, 24). La santidad en las mil circunstancias diarias es un camino real, ac-
cesible a gente de todas las condiciones sociales, que ennoblece la vida del hombre y

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le traza una vía segura de encuentro con el Señor: “No hay otro camino, hijos míos: o
sabemos encontrar en nuestra vida ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca. Por
eso puedo deciros que necesita nuestra época devolver a la materia y a las situaciones
que parecen más vulgares su noble y original sentido, ponerlas al servicio del Reino de
Dios, espiritualizarlas, haciendo de ellas medio y ocasión de nuestro encuentro continuo
con Jesucristo” (CONV, 114).
La vida cristiana supone seguir a Cristo tan de cerca como le siguieron sus apósto-
les, procurar imitarle en la aceptación amorosa de la Voluntad de su Padre, que le llevó
a compartir las condiciones ordinarias de la existencia humana en los largos años de
Nazaret y, finalmente a entregar su vida por nosotros en la Cruz. Esta imitación supone
familiarizarse con la vida del Señor, que nos enseña cómo amar y servir a su Padre en
una entrega que hace referencia a todas las incidencias de la vida cotidiana. San Jose-
maría enseñó a meterse en las escenas del Evangelio para ser un personaje más; por
ejemplo, al referirse a la casa de Betania, el hogar de las hermanas de Lázaro, decía:
“os ensimismaréis como María, pendiente de las palabras de Jesús o, como Marta, os
atreveréis a manifestarle sinceramente vuestras inquietudes, hasta las más pequeñas”
(AD, 222). Vista así, “la vocación cristiana consiste en hacer endecasílabos de la prosa
de cada día” (CONV, 116), realizando lo normal y cotidiano con amor, atención al detalle
y al servicio, ofreciéndolo a Dios. De esa manera el cristiano llegará a ser contemplativo
en medio del mundo.
La misión del Opus Dei consiste en fomentar en sus fieles y en todos los que parti-
cipan en sus actividades apostólicas el deseo de vivir plenamente su vocación cristiana
en el mundo, sabiendo que Dios los llama allí donde se encuentran. De ese modo des-
cubrirán “la grandeza de la vida corriente” (título de una de las homilías recogidas en
Amigos de Dios) y aspirarán a hacer bien, con perfección humana, la labor profesional
y afrontarán con serenidad y presencia de Dios los afanes de cada día y, de esa forma,
podrán santificarse y contribuir con el ejemplo y con la palabra a “santificar a los demás”
(AD, 18), aspecto éste último decisivo, ya que la santidad no puede darse sin un afán
apostólico constante.
Desde el comienzo de su actividad fundacional, san Josemaría estuvo en estrecha
unión con la Jerarquía eclesiástica, concretamente, por lo que a los primeros años se
refiere, con el obispo de Madrid, al que tuvo siempre informado. Su hondo sentido teo-
lógico y jurídico le hacía percibir con claridad que la novedad que implicaba el Opus Dei
no tenía fácil acomodo en la legislación canónica entonces vigente, de modo que para
llegar a una solución jurídica adecuada sería necesario proceder mediante pasos suce-
sivos. De hecho, el itinerario jurídico fue largo: aprobación diocesana en 1941; erección
diocesana en 1943; aprobaciones pontificias en 1947 y 1950; y nuevo planteamiento de
la cuestión a fines de los años cincuenta y principios de los sesenta con vistas a adquirir
una configuración plenamente conforme a la naturaleza secular del Opus Dei. Fue lo que
acabó ocurriendo el 28 de noviembre de 1982 con la erección de la Obra como Prelatura
personal, momento que el fundador no pudo ver en la tierra, pero que había preparado
con su oración y con su trabajo. En esa nueva fecha quedó confirmada la aprobación de
la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz como asociación intrínsecamente unida al Opus
Dei, a la que pueden pertenecer sacerdotes incardinados en diversas diócesis, mante-
niendo la plena dependencia respecto del propio obispo diocesano.

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2. El espíritu
El Opus Dei tiene un espíritu específico, plenamente secular, que impulsa a hombres
y mujeres, solteros y casados, laicos y sacerdotes seculares, en unidad de vocación y
con los mismos medios ascéticos, a santificar las condiciones ordinarias de su vida en
el mundo, convirtiéndolas en medio y ocasión –más aún, en materia– de santidad y de
apostolado. Lo propio de los fieles del Opus Dei, repitió muchas veces el fundador, con-
siste en santificar la vida ordinaria, santificarse en la vida ordinaria y santificar a los de-
más con la vida ordinaria. No es por eso sorprendente que Juan Pablo II, el día siguiente
a su canonización, calificara a san Josemaría como “el santo de lo ordinario”.
Ese espíritu implica algunos rasgos característicos, de los que a continuación, y de
forma muy breve, enumeramos algunos:
– Un hondo sentido de la filiación divina que, con palabras del fundador, “llena toda
nuestra vida espiritual, porque nos enseña a tratar, a conocer, a amar a nuestro Pa-
dre del Cielo, y así colma de esperanza nuestra lucha interior, y nos da la sencillez
confiada de los hijos pequeños. Más aún: precisamente porque somos hijos de Dios,
esa realidad nos lleva también a contemplar con amor y con admiración todas las
cosas que han salido de las manos de Dios Padre Creador. Y de este modo somos
contemplativos en medio del mundo, amando al mundo” (ECP, 65).
– Vida contemplativa, es decir, de trato con Dios en medio del mundo y de los afanes
diarios. La vida contemplativa es un don de Dios, pero también gracia a la que el
alma se dispone con un plan de vida que implique orden, momentos de oración,
esfuerzo para purificar los sentidos, las potencias y las facultades. De esa forma, “la
oración se hace continua, como el latir del corazón, como el pulso” (ECP, 8), y llega
un momento en que la “vida interior –contemplativa, en mitad de la calle– toma oca-
sión y aliento de la misma vida externa, del trabajo de cada uno” (Carta 15-X-1948:
OIG, p. 267).
– Santificación del trabajo profesional. “El espíritu del Opus Dei recoge la realidad her-
mosísima (…) de que cualquier trabajo digno y noble en lo humano, puede convertir-
se en un quehacer divino” (CONV, 55); “vuestra vocación profesional, hijos míos, es
parte de vuestra vocación divina, porque Dios Nuestro Señor quiere que santifiquéis
la profesión, os santifiquéis en la profesión y santifiquéis a los demás con la profe-
sión. Esta ha sido mi enseñanza desde 1928” (Carta 6-V-1945, n. 16: AGP, serie A.3,
92-7-2).
– La consideración del matrimonio como vocación divina y la santificación de la vida
familiar. La mayoría de los fieles del Opus Dei “viven en el estado matrimonial y, para
ellos, el amor humano y los deberes conyugales son parte de la vocación divina. El
Opus Dei ha hecho del matrimonio un camino divino, una vocación (…). El matri-
monio está hecho para que los que lo contraen se santifiquen en él, y santifiquen a
través de él: para eso los cónyuges tienen una gracia especial, que confiere el sacra-
mento instituido por Jesucristo. Quien es llamado al estado matrimonial, encuentra
en ese estado –con la gracia de Dios– todo lo necesario para ser santo, para identi-
ficarse cada día más con Jesucristo, y para llevar hacia el Señor a las personas con
las que convive” (CONV, 91).
– Unidad de vida. Unir el trabajo y todas las demás actividades (u obligaciones) en el
esfuerzo por alcanzar la santidad y en el empeño apostólico contribuye a crear lo que
san Josemaría calificó como “unidad de vida”. “La santidad y el apostolado forman
una sola cosa con la vida de los socios de la Obra, y por eso el trabajo es el quicio

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de su vida espiritual. Su entrega a Dios se injerta en el trabajo” (CONV, 70). Oración,


familia, profesión, distracciones, apostolado, relaciones sociales, etc., llegan a ser
vasos comunicantes. Oración, trabajo y apostolado forman una unidad que tiene
como elemento unificador el amor de Dios y el espíritu de servicio a los demás.
– Secularidad, es decir, el modo de comportarse propio de quien vive en el mundo,
en las condiciones de la vida ordinaria, uno más entre los hombres, sus iguales. La
secularidad, tal y como la entiende el espíritu del Opus Dei, “no se queda en una tác-
tica pastoral o apostólica; es concretamente el lugar donde nos coloca el Señor, bien
metidos en su Corazón, para hacer su Obra, para santificar este mundo, en el que
compartimos las alegrías y las tristezas, los trabajos y las distracciones, las espe-
ranzas y las faenas cotidianas de los demás ciudadanos, nuestros iguales”; significa
por tanto “una connatural participación en lo más serio de la vida: en el trabajo bien
realizado, en el buen cumplimiento de las obligaciones familiares y sociales, en la
participación en los dolores de los hombres y en los esfuerzos por construir en paz y
de cara a Dios la ciudad terrena” (Del Portillo, Carta 28-XI-1982, n. 47: IJC, p. 445).
– Libertad personal en todas las cuestiones profesionales, sociales, culturales, políticas
y temporales en general. “Cada fiel de la Prelatura, dentro de los límites de la doctrina
católica en materia de fe y costumbres, goza de la misma plena libertad de la que
gozan los demás ciudadanos católicos” (Statuta, 88 § 3). Ese amor y defensa de la li-
bertad es una consecuencia de la mentalidad secular inherente al Opus Dei, que lleva
a cada fiel a formar rectamente su conciencia y a determinarse libremente y bajo su
responsabilidad. “El Opus Dei no interviene para nada en política; es absolutamente
ajeno a cualquier tendencia, grupo o régimen político, económico, cultural o ideológi-
co. Sus fines (…) son exclusivamente espirituales y apostólicos. (…) El respeto de la
libertad de sus socios es condición esencial de la vida misma del Opus Dei” (CONV,
28). En consecuencia “el pluralismo [en las cuestiones temporales] es querido y ama-
do, no sencillamente tolerado y en modo alguno dificultado” (CONV, 67).
– Amor a la Iglesia y al Romano Pontífice, característica fundacional que san Jose-
maría resumía en la jaculatoria Omnes cum Petro ad Iesum per Mariam! (“todos con
Pedro –el Papa– a Jesús por María”). Resaltaba así el carácter fuertemente eclesial
del Opus Dei, cuyo único deseo es “servir a la Iglesia, como Ella quiere ser servida,
dentro de la peculiar vocación que hemos recibido de Dios” (citado en IJC, p. 564).
Amor y servicio a la Iglesia que se traducen en el conocimiento y estudio del dogma
y de la moral católica, y en la adhesión al magisterio eclesiástico, para estar así en
condiciones de desempeñar la propia tarea de forma que contribuya a la santifica-
ción de los demás y a la difusión del espíritu cristiano. “Con nuestro trabajo laical y
secular –afirmaba el fundador–, contribuimos al servicio de cada diócesis, y a mejo-
rar la vida espiritual de los fieles. (…) Trabajamos en las diócesis en la misma direc-
ción que los Revmos. Ordinarios, y en las diócesis queda el fruto de nuestro trabajo”
(citado en IJC, p. 410).
– Amor vivo a Cristo y a Santa María. “Considerad conmigo esta maravilla del amor de
Dios: el Señor que sale al encuentro, que espera, que se coloca a la vera del camino,
para que no tengamos más remedio que verle (…). Cristo nos quiere con el cariño
inagotable que cabe en su Corazón de Dios” (ECP, 59). Y a ese amor debe corres-
ponder el cristiano con la meditación de la vida de Cristo, la participación en la santa
Misa, la devoción a la Eucaristía… Y el trato confiado con María Santísima, bajo cuyo
manto –gustaba recordar el fundador– “ha nacido y ha crecido” el Opus Dei.

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– Amor a la Cruz y espíritu de mortificación. “En la Pasión, la Cruz dejó de ser símbolo
de castigo para convertirse en señal de victoria. La Cruz es el emblema del Reden-
tor: in quo est salus, vita et resurrectio nostra: allí está nuestra salud, nuestra vida y
nuestra resurrección” (VC, II Estación). Por eso es propio del cristiano amar la Cruz,
aceptar con fe y visión sobrenatural el dolor y el sufrimiento que, de una forma u otra
se hacen presentes en toda vida humana, y practicar el espíritu de mortificación, que
san Josemaría sitúa no tanto en las grandes penitencias, cuanto en las pequeñas re-
nuncias que suelen pasar desapercibidas: “una sonrisa puede ser, a veces, la mejor
muestra del espíritu de penitencia” (F, 149); perseverar “en el trabajo comenzado:
cuando se hace con ilusión, y cuando resulta cuesta arriba” (F, 409), etc.
– Alegría. El que se deja conducir por el Espíritu Santo nota “el gozo y la paz, la paz
gozosa, el júbilo interior con la virtud humana de la alegría. Cuando imaginamos
que todo se hunde ante nuestros ojos, no se hunde nada, porque Tú eres, Señor, mi
fortaleza (Sal 42 [Vg 41], 2). (…) El Espíritu Santo, con el don de piedad, nos ayuda a
considerarnos con certeza hijos de Dios. Y los hijos de Dios, ¿por qué vamos a estar
tristes? La tristeza es la escoria del egoísmo; si queremos vivir para el Señor, no nos
faltará la alegría, aunque descubramos nuestros errores y nuestras miserias” (AD,
92). Una alegría y una paz que, lógicamente, tienden a manifestarse, comunicándose
a los demás; de ahí que san Josemaría dijera que los fieles del Opus Dei deben ser
“sembradores de paz y alegría” (ECP, 168).

3. Los fieles y sus compromisos


¿Quiénes pertenecen al Opus Dei? Contesta el mismo fundador: una gran variedad
de cristianos, “hombres y por mujeres –de diversas naciones, de diversas lenguas, de
diversas razas– que viven de su trabajo profesional, casados la mayor parte, solteros
muchos otros, que participan con sus conciudadanos en la grave tarea de hacer más
humana y más justa la sociedad temporal; en la noble lid de los afanes diarios, con per-
sonal responsabilidad repito, experimentando con los demás hombres, codo con codo,
éxitos y fracasos, tratando de cumplir sus deberes y de ejercitar sus derechos sociales
y cívicos. Y todo con naturalidad, como cualquier cristiano consciente, sin mentalidad
de selectos, fundidos en la masa de sus colegas, mientras procuran detectar los brillos
divinos que reverberan en las realidades más vulgares” (CONV, 119).
Todos los que se incorporan al Opus Dei lo hacen “movidos por la misma vocación
divina” (Statuta, 6). Esta llamada a la santidad en medio del mundo es igual para todos:
hombres y mujeres, casados y célibes, laicos y sacerdotes, jóvenes y ancianos… No
existen “clases” o “niveles” de entrega en el Opus Dei. Existen solamente diversos mo-
dos de vivir una misma vocación según las condiciones y circunstancias de cada uno:
solteros o casados, jóvenes o menos jóvenes, etc. Todos se comprometen por igual
a vivir con plenitud su vocación bautismal según el carisma del Opus Dei, asumiendo
con libertad personal y responsabilidad también personal las obligaciones que supone
su entrega en este camino de santidad en la Iglesia. En suma, la vocación al Opus Dei
es una concreción o determinación de la vocación cristiana: “hemos sido llamados a la
Obra, para dar doctrina [la enseñanza de la Iglesia] a todos los hombres, haciendo un
apostolado laical y secular, por medio y en el ejercicio del trabajo profesional de cada
uno, en las circunstancias personales y sociales en que se encuentra, precisamente en el
ámbito de esas actividades temporales, dejadas a la libre iniciativa de los hombres y a la
responsabilidad personal de los cristianos” (Carta 2-X-1939, n. 3: AGP, serie A.3, 91-5-2).

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La incorporación al Opus Dei se realiza por una declaración formal de un represen-


tante de la Prelatura y del interesado ante dos testigos (cfr. Statuta, 27). El interesado
manifiesta libremente su firme decisión de buscar la santidad con todas sus fuerzas y de
hacer apostolado según el espíritu del Opus Dei, y se compromete, por una parte, a per-
manecer bajo la jurisdicción del Prelado y de los que le asisten en el gobierno en lo que
se refiere al fin de la Prelatura y, por otra parte, a cumplir todos los deberes de su condi-
ción de fiel del Opus Dei y a observar las normas de la Prelatura en materia de espíritu y
de apostolado. Por su parte, la Prelatura se compromete a proporcionarle una formación
doctrinal, espiritual, ascética y apostólica continua, a facilitar la ayuda específica de los
sacerdotes de la Prelatura, y a cumplir las demás obligaciones derivadas de las normas
referidas a sus fieles (cfr. Le Tourneau, 2006, pp. 98-99).
El Opus Dei tiene carácter universal e internacional: su mensaje no conoce fronteras;
“No hay, pues, más que una raza: la raza de los hijos de Dios. No hay más que un color:
el color de los hijos de Dios. Y no hay más que una lengua: ésa que habla al corazón y
a la cabeza, sin ruido de palabras, pero dándonos a conocer a Dios y haciendo que nos
amemos los unos a los otros” (ECP, 106). Esto hace también que la Obra sea como una
gran familia: “Somos una familia de vínculo sobrenatural” (Carta 29-IX-1957, n. 76: OIG,
p. 296). Los fieles del Opus Dei tienen un numerador variadísimo y amplísimo –todas las
cuestiones opinables–, y un denominador común decisivo –la fe y el espíritu del Opus
Dei–. “Se han unido sólo para seguir un camino de santidad, bien definido, y colaborar
en determinadas obras de apostolado. Sus compromisos recíprocos excluyen cualquier
tipo de interés terreno, por el simple hecho de que en este campo (…) son libres, y por
tanto cada uno va por su propio camino, con finalidades e intereses distintos y en oca-
siones contrapuestos” (CONV, 67). Un pequeño porcentaje del total de los fieles célibes
de la Prelatura recibe la ordenación sacerdotal; ejercen su ministerio sacerdotal principal-
mente en servicio de los fieles de la Prelatura, sin detrimento de colaborar, de la manera
oportuna, con las necesidades de las iglesias locales en las que se encuentran. Todos
ellos forman parte, desde el momento de su ordenación, de la Sociedad Sacerdotal de
la Santa Cruz, a la que también pueden asociarse, como ya quedó dicho, los sacerdotes
diocesanos para recibir ayuda espiritual según el espíritu del Opus Dei y, por tanto, estí-
mulo en su vocación sacerdotal, amor a la diócesis, unión con el propio obispo, sentido
de fraternidad con los demás sacerdotes.

4. Actividad
“Dentro de la llamada universal a la santidad –escribía san Josemaría–, el miembro
del Opus Dei recibe además una llamada especial, para dedicarse libre y responsable-
mente, a buscar la santidad y hacer apostolado en medio del mundo, comprometiéndose
a vivir un espíritu específico y a recibir, a lo largo de toda su vida, una formación especí-
fica” (CONV, 61). En coherencia con esta realidad, la actividad fundamental del Opus Dei
consiste en ofrecer a sus fieles y a las otras personas que se acercan a su labor apostó-
lica los medios de los que precisa cada uno para santificarse y santificar a los demás; un
hondo conocimiento de la fe y de la moral católica y una ayuda espiritual que impulsa a
buscar la identificación con Cristo y a sentir la responsabilidad de darlo a conocer.
San Josemaría otorgaba la primacía al apostolado personal y más específicamente
al “apostolado de amistad y de confidencia” (CONV, 62), es decir, a la acción apostólica
que brota del interés sincero por el bien de cada persona, y se basa en el ejemplo y en
la palabra que abre nuevos horizontes de vida. “Vive tu vida ordinaria; trabaja donde
estás, procurando cumplir los deberes de tu estado, acabar bien la labor de tu profesión

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o de tu oficio, creciéndote, mejorando cada jornada. Sé leal, comprensivo con los de-
más y exigente contigo mismo. Sé mortificado y alegre. Ese será tu apostolado. Y, sin
que tú encuentres motivos, por tu pobre miseria, los que te rodean vendrán a ti, y con
una conversación natural, sencilla –a la salida del trabajo, en una reunión de familia, en
el autobús, en un paseo, en cualquier parte– charlaréis de inquietudes que están en el
alma de todos” (AD, 273). “Esas palabras, deslizadas tan a tiempo en el oído del amigo
que vacila; aquella conversación orientadora, que supiste provocar oportunamente; y el
consejo profesional, que mejora su labor universitaria; y la discreta indiscreción, que te
hace sugerirle insospechados horizontes de celo... Todo eso es «apostolado de la con-
fidencia»” (C, 973).
De este apostolado personal nace una pluralidad de iniciativas evangelizadoras pro-
movidas por los fieles del Opus Dei, los cooperadores –católicos o no– y otras gentes
deseosas de colaborar en la promoción humana, intelectual y espiritual de la persona.
El espíritu del Opus Dei sensibiliza y recuerda a todos la necesidad de ofrecer una res-
puesta cristiana a los problemas de nuestro mundo. Se trata de iniciativas de ciudadanos
responsables en aplicación de sus derechos en la sociedad humana y eclesial. La Prela-
tura, mediante acuerdos con los promotores, puede ofrecer ayuda espiritual y atención
sacerdotal, e incluso asumir la vivificación cristiana de la iniciativa, pero no interviene en
la dirección de estas actividades, que corresponde a los que las promueven y llevan a
cabo. Para que la Prelatura facilite esa ayuda, debe tratarse de iniciativas de claro interés
social y apostólico. Por lo demás, estas iniciativas se regulan a través del régimen legal y
fiscal de los respectivos países. Su financiación es la misma que la de otras instituciones
semejantes.

5. Organización y gobierno
Aun cuando el Opus Dei concede una importancia primaria y fundamental a la es-
pontaneidad apostólica de sus fieles, un mínimo de organización es necesario, más aún
tratándose de una circunscripción eclesiástica, es decir, de una parte de la organización
de la misma Iglesia. La finalidad peculiar de la Prelatura del Opus Dei –la promoción de
la santidad y el apostolado en medio del mundo– determina toda su organización: el im-
pulso, las actividades apostólicas, etc.
El Prelado, como ordinario propio de la Prelatura, y sus Vicarios, desempeñan su
cargo de gobierno con la cooperación de los correspondientes Consejos (a nivel interna-
cional o regional), formados en su mayoría por laicos. La Prelatura se distribuye en áreas
llamadas Regiones. Al frente de cada Región se encuentra un Vicario Regional con distin-
tos Consejos para las mujeres y los hombres. Algunas Regiones se subdividen, a su vez,
en Delegaciones con idéntica estructura. Finalmente, a nivel local existen los Centros de
la Prelatura, que organizan los medios de formación y la ayuda espiritual de los fieles de
la Prelatura de ese ámbito. El Prelado, o sus Vicarios, designan uno o varios sacerdotes
de su presbiterio para la atención pastoral de los Centros.
La labor del Opus Dei no va en detrimento de las diócesis en las que está presente,
sino que, al contrario, promueve y refuerza las orientaciones de los respectivos obispos.
En efecto, la potestad del Prelado no entra en colisión con la de los obispos diocesanos,
sino que facilita que los fieles laicos del Opus Dei, que siguen siendo fieles de sus corres-
pondientes diócesis al igual que los demás fieles, estén unidos al Obispo diocesano, de
modo que profundicen en el conocimiento de sus disposiciones y orientaciones para que
cada uno las lleve a la práctica en sus circunstancias familiares, profesionales y sociales.

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Los Estatutos de la Prelatura del Opus Dei establecen el modo de la armónica coor-
dinación de su labor con las diócesis en cuyo ámbito territorial se inserta. Entre otros
aspectos, no se inicia la labor del Opus Dei ni se procede a la erección canónica de un
Centro sin el consentimiento previo del obispo diocesano. Además, las autoridades re-
gionales de la Prelatura informan regularmente de esa labor a los obispos y mantienen
relaciones habituales con ellos, así como con los miembros y con los cargos directivos
en la Conferencia Episcopal.

6. Algunos hitos históricos


1928. 2 de octubre: San Josemaría recibe la inspiración divina para fundar el Opus
Dei.
1930. 14 de febrero: Mientras celebra la Misa, Dios le hace entender que en el Opus
Dei pueden ser admitidas también las mujeres.
1933. En Madrid se abre el primer Centro del Opus Dei, la Academia DYA, dirigida
especialmente a estudiantes, donde se imparten clases de Derecho y Arqui-
tectura. En 1934 se convierte en residencia universitaria.
1936. Guerra Civil española: la persecución religiosa obliga a san Josemaría a refu-
giarse en diversos lugares. El proyecto de extensión de la labor a otras ciuda-
des (concretamente Valencia y París) se ve frenado.
1937. El fundador, junto con algunos fieles del Opus Dei, cruza los Pirineos por An-
dorra, huyendo de la persecución religiosa. En 1938 fija su residencia en Bur-
gos, donde reanuda el trabajo apostólico.
1939. San Josemaría regresa a Madrid y comienza la expansión del Opus Dei por
otras ciudades de España.
1941. 19 de marzo: El obispo de Madrid, Mons. Leopoldo Eijo y Garay, concede la
primera aprobación diocesana del Opus Dei.
1943. 14 de febrero: De nuevo durante la Misa –como en 1930– Dios hace ver a san
Josemaría una solución jurídica que permitirá la ordenación sacerdotal de fie-
les laicos provenientes del Opus Dei: la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz.
1944. 25 de junio: El obispo de Madrid ordena a los tres primeros miembros del
Opus Dei que acceden al sacerdocio: Álvaro del Portillo, José María Hernán-
dez Garnica y José Luis Múzquiz.
1945. Acabada la Segunda Guerra Mundial, comienza la expansión fuera de España,
concretamente por Europa: Portugal, Italia y Gran Bretaña (1946), Francia e
Irlanda (1947), Alemania (1952), Suiza (1956), Austria (1957), Holanda (1959) y
Bélgica (1965).
1946. Josemaría Escrivá de Balaguer se traslada a vivir a Roma, donde fijará la sede
central del Opus Dei.
1947. 24 de febrero: La Santa Sede otorga la primera aprobación pontificia.
1948. Se prepara la expansión apostólica por América: México y Estados Unidos
(1949), Chile y Argentina (1950), Colombia y Venezuela (1951), Guatemala y
Perú (1953), Ecuador (1954), Uruguay (1956), Brasil y Canadá (1957), El Salva-
dor (1958), Costa Rica (1959), Paraguay (1962) y Puerto Rico (1969).

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1948. 29 de junio: El fundador erige el Colegio Romano de la Santa Cruz por el que
pasarán a partir de entonces numerosos fieles varones del Opus Dei, que reci-
ben una profunda formación en el espíritu del Opus Dei, al tiempo que realizan
estudios en diversos ateneos pontificios romanos.
1950. 16 de junio: Pío XII concede la aprobación definitiva del Opus Dei como ins-
tituto secular. Esta aprobación permite que sean admitidas en el Opus Dei
personas casadas y que se adscriban a la Sociedad Sacerdotal de la Santa
Cruz sacerdotes del clero diocesano.
1952. Creación en Pamplona (España) del Estudio General de Navarra, que luego se
convertirá en Universidad de Navarra.
1953. 12 de diciembre: Erección del Colegio Romano de Santa María, Centro dedi-
cado a proporcionar una intensa formación espiritual, teológica y apostólica a
mujeres del Opus Dei de todo el mundo.
1956. En el Congreso General celebrado en Einsiedeln se decide que el Consejo Ge-
neral –que hasta entonces, con autorización de la Santa Sede, se encontraba
en Madrid– se traslade a Roma.
1958. Comienza la expansión por Asia, África y Oceanía: Japón y Kenya (1958), Aus-
tralia (1963) y Filipinas (1964).
1963-1965. Se celebra el Concilio Vaticano II, cuyo desarrollo san Josemaría siguió
muy de cerca con su oración y colaboración, pues recibió a numerosos Padres
conciliares, y facilitó nombres de fieles del Opus Dei con los que se pudiera
contar si fuera necesario (de hecho, don Álvaro del Portillo desempeñó, como
perito, un papel destacado).
1965. 21 de noviembre: Pablo VI inaugura el Centro ELIS, una iniciativa para la for-
mación profesional de jóvenes en la periferia de Roma, con una parroquia
confiada por la Santa Sede al Opus Dei.
1969. Congreso General Especial del Opus Dei en Roma, con objeto de estudiar su
transformación en prelatura personal, figura jurídica prevista por el Concilio
Vaticano II y que parecía adecuada al fenómeno pastoral del Opus Dei.
1970. San Josemaría viaja por primera vez a América, concretamente a México, a
donde acude para rezar en el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe.
1972. Mons. Escrivá de Balaguer recorre España y Portugal en un viaje de cateque-
sis de dos meses de duración.
1974. Viaje de catequesis del fundador del Opus Dei a seis países de América del
Sur: Brasil, Argentina, Chile, Perú, Ecuador y Venezuela.
1975. Viaje de catequesis del fundador a Venezuela y Guatemala.
26 de junio: Josemaría Escrivá de Balaguer fallece en Roma. En ese momento
pertenecen al Opus Dei unas 60.000 personas de los cinco continentes.
A la muerte de san Josemaría es elegido como sucesor don Álvaro del Portillo, el
15 de septiembre de 1975. El 28 de noviembre de 1982 el Opus Dei es erigido como
prelatura personal y Álvaro del Portillo es nombrado su primer prelado; el 6 de enero de
1991 es ordenado obispo. Durante su mandato tuvo lugar la beatificación (17-V-1992) de
Josemaría Escrivá de Balaguer, realizada por Juan Pablo II.

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INTRODUCCIONES

En 1994 fallece en Roma Mons. Álvaro del Portillo. El 20 de abril de 1994 es nombra-
do prelado Mons. Javier Echevarría; es ordenado obispo el 6 de enero de 1995. El 6 de
octubre de 2002 Juan Pablo II procedió a la solemne ceremonia de canonización de san
Josemaría, en la plaza de San Pedro, en Roma.
Durante todos estos años ha proseguido la expansión internacional del Opus Dei:
Bolivia (1978), Congo, Costa de Marfil y Honduras (1980), Hong-Kong (1981), Singapur
y Trinidad-Tobago (1982), Suecia (1984), Taiwan (1985), Finlandia (1987), Camerún y Re-
pública Dominicana (1988), Macao, Nueva Zelanda y Polonia (1989), Hungría y Checo-
slovaquia (1990), Nicaragua (1992), India e Israel (1993), Lituania (1994), Estonia, Eslova-
quia, Líbano, Panamá y Uganda (1996), Kazakhstán (1997), Sudáfrica (1998), Croacia y
Eslovenia (2003), Letonia (2004), Rusia (2007), Indonesia (2008), Corea del Sur y Rumanía
(2009) y Sri Lanka (2011).

Bibliografía: Statuta Operis Dei o Codex iuris particularis seu Statuta Praelaturae Sanctae Crucis et
Operis Dei, en OIG, pp. 309-346 y en IJC, pp. 628-657; IJC, passim; OIG, passim; Peter Berglar,
Opus Dei. Vida y obra del fundador Josemaría Escrivá de Balaguer, Madrid, Rialp, 1984; Rafael
Gómez Pérez, El Opus Dei. Una explicación, Madrid, Rialp, 1992; Dominique Le Tourneau, El Opus
Dei, Barcelona, Oikos-Tau, 1986; Id., El Opus Dei. Informe sobre la realidad, Madrid, Rialp, 2006;
Vittorio Messori, Opus Dei. Una investigación, Barcelona, Ediciones Internacionales Universitarias,
1994; Beat Müller, Datos informativos sobre la Prelatura del Opus Dei, Oficina de Información de
la Prelatura del Opus Dei en España, Madrid, 2005; Giuseppe Romano, Chi, come, perché, Cinisello
Balsamo (Milano), San Paolo, 1994.

Dominique LE TOURNEAU

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