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PRESENTACIÓN:
Nunca como hoy se ha tenido una doctrina tal clara sobre el Presbiterio de la Iglesia
particular, como familia sacerdotal presidida por el obispo, abierta a la misión “ad
gentes”. Pero la situación actual, tal como aflora en la superficie, o como nos la
presentan algunos medios de comunicación social, deja entrever una gran escasez de
vocaciones sacerdotales, el envejecimiento y cansancio del clero, un Presbiterio que
para algunos está en ruinas y una Iglesia particular un tanto desorientada. No obstante,
si es verdad que hay una nueva situación histórica y socio-cultural, no es menos cierto
que existen nuevas gracias del Espíritu santo que, de ser aceptadas, auguran una gran
renovación espiritual y apostólica.
objetivo del ministerio del obispo en relación con sus sacerdotes y futuros sacerdotes.
Es la tarea de construir la comunión eclesial en su forma más concreta. La dimensión
eclesiológica tiene siempre un fundamento sacramental. El momento actual parece
privilegiado e irrepetible. El futuro de nuestros Presbiterios depende de la fidelidad a las
nuevas gracias del Espíritu Santo.2
La definición que da el decreto conciliar Christus Dominus es clara: "La diócesis es una
porción del Pueblo de Dios que se confía a un Obispo para que la apaciente con la
cooperación del Presbiterio, de forma que unida a su pastor y reunida por él en el Espí-
ritu Santo por el Evangelio y la Eucaristía, constituye una Iglesia particular, en la que
verdaderamente está y obra la Iglesia de Cristo, que es Una, Santa, Católica y
Apostólica" (ChD 11; cfr. en mismo texto en can. 369).
sus colaboradores. Cada una viene a ser el eco de la única Iglesia “universal” en un
lugar o situación, donde se celebra en oración la Eucaristía, se predica la palabra y se
construye la comunidad en la caridad, tomando como referencia la comunidad inicial de
Jerusalén (cfr. Hech 2,42ss; 4,32ss).
3
Carta a los obispos, de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sobre algunos
aspectos de la Iglesia considerada como comunión (18 mayo 1992), (Lib. Edit.
Vaticana, 1992), cap.IV, 15.
4
Toda institución eclesial, pero especialmente la Iglesia particular con sus realidades de
gracia, está llamada a ser “escuela de comunión”: “Hacer de la Iglesia la casa y la
escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio
que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las
profundas esperanzas del mundo” (NMi 43). La “comunión” es el "principio educativo
en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano... donde se construyen las
familias y las comunidades" (ibídem).
La Iglesia "está verdaderamente presente en todas las legítimas reuniones locales de los
fieles, que, unidos a sus pastores, reciben también el nombre de Iglesia en el Nuevo
Testamento (cfr. Hech 8,1; 14,22-23; 20,17)... En ellas se congregan los fieles por la
predicación del Evangelio de Cristo y se celebra el misterio de la Cena del Señor a fin
de que por el cuerpo y la sangre del Señor quede unida toda la fraternidad" (LG 26).
El concilio Vaticano II resume esta realidad de gracia recogiendo los aspectos más
importantes: “El Romano Pontífice, como sucesor de Pedro, es el principio y
fundamento perpetuo visible de unidad, así de los Obispos como de la multitud de los
fieles. Del mismo modo, cada Obispo es el principio y fundamento visible de unidad en
su propia Iglesia, formada a imagen de la Iglesia universal; y de todas las Iglesias
particulares queda integrada la una y única Iglesia católica. Por esto cada Obispo
representa a su Iglesia, tal como todos a una con el Papa, representan toda la Iglesia en
el vínculo de la paz, del amor y de la unidad... en cuanto miembros del Colegio
episcopal y como legítimos sucesores de los Apóstoles, todos deben tener aquella solici-
tud por la Iglesia universal que la institución y precepto de Cristo exigen... Por lo
demás, es cosa clara que gobernando bien sus propias Iglesias como porciones de la
Iglesia universal, contribuyen en gran manera al bien de todo el Cuerpo Místico, que es
también el cuerpo de todas las Iglesias” (LG 23; cfr. ChD 2).
Aunque la expresión bíblica y patrística “Presbiterio” estuvo en auge hasta los siglos IV-
V, el vocablo pasó posteriormente a significar el lugar de los celebrantes en torno al
altar. Pero la realidad (obispo con sus presbíteros, comunidad de presbíteros y diáconos
con su obispo, etc.) ha sido una constante histórica. El Vaticano II (SC 41; LG 28, ChD
28, PO 7-8) y su postconcilio (PDV, Pastores Gregis, Directorios) han recuperado el
vocablo y lo presentan más claramente en todos sus contenidos.4
Los datos de la Iglesia primitiva no se han perdido, aunque hay que reconocer un gran
vacío en la práctica concreta durante los siglos posteriores. Los presbíteros, en este
contexto de unidad y comunión eclesial, unidos al obispo, representan “el colegio de los
Apóstoles” (cfr. San Ignacio de Antioquía, Filadel. 8,1; Magn. 6,1; Trall. 3,1). Ignacio
de Antioquía también describe al obispo como centro visible de unidad en Cristo
(Filadel. 3,2); los diáconos sirven a Jesucristo, sometidos al obispo y presbíteros (Tral.
2,3). San Justino califica al obispo que celebra la Eucaristía, de “proestós”, como quien
preside junto a sus presbíteros (cfr. Apología, I, 65). El carisma propio de la
apostolicidad del obispo tiene significado espiritual y moral antes que administrativo.
Los presbíteros son propiamente “copresbíteros” (San Cipriano, Epist. 1, 1,1), por el
hecho de reunirse, convivir y concelebrar con el obispo (Epist. 49, 2, 1; 39, 5,2). Por
esto afirmará el concilio Vaticano II que “en cada una de las congregaciones de fieles,
ellos representan al obispo con quien están confiada y animosamente unidos” (LG 28; Cfr.
SC 42; LG 28; PO 7).
han sido constituidos por los Apóstoles y este encargo se ha “transmitido” así
(”tradición”) (cfr. Adv. Haer. IV, 26,1). San Cipriano (siglo III) habla del Presbiterio del
que forman parte los presbíteros como consejeros del obispo (cfr. Carta 49, 2; 52, 3).
En la Didascalia (de mediados del siglo III), el obispo preside la Eucaristía con sus
presbíteros (I, 160). El Presbiterio es el senado de la Iglesia (II, 28,4); los presbíteros
son consejeros del obispo (II, 34,3) y colaboran con él (II, 57,3-4). Se acentúa la
preeminencia del obispo, que luego se intentará contrarrestar por parte de los presbíteros
y diáconos (auque siempre en dependencia del obispo).5
Cuando se afianzó la conversión de los “paganos” (que eran los pobladores de los
sectores rurales o “pagos”), se crearon las “parroquias”, especialmente en torno a las
grandes ciudades, como Roma. Los presbíteros eran enviados a servir en esas
“comunidades” (“parroquias”), y vivían “compartiendo”, “conviviendo”, siempre en
relación con su obispo y su Presbiterio. En la celebración eucarística del obispo se
reservaba el “fermentum” para enviarlo a los presbíteros (por medio de acólitos) en
señal de comunión.
Desde el siglo VII, los obispos intervenían más en la política y en la sociedad civil (casi
como señores feudales); algunos asumían tareas políticas y económicas. Los resultados
5
A. VILELA, La condition collégiale des prêtres aux III siècle (Paris, Beauchesne,
1971). Según el concilio de Calcedonia, siglo V (canon 6), las ordenaciones “absolutas”
de obispo, presbítero o diácono, son inválidas; con lo cual se reafirma la necesaria
integración de los ministros ordenados en la Iglesia particular y en el Presbiterio. San
Jerónimo (siglo IV-V) dice que en Alejandría los presbíteros eran 12 (como los
Apóstoles). San Agustín (siglo IV-V) presenta la vida comunitaria de los presbíteros en
el Presbiterio y acentúa el sentido ministerial y pastoral como elemento básico de la
“Vida Apostólica” (es decir, según el estilo de los Apóstoles). En Oriente se acentúa más
lo sacral y cultual. San Gregorio Magno une los dos aspectos y tendrá gran influencia en
el medioevo. En las Constituciones de los Apóstoles (siglo IV) se describe el grupo de
los presbíteros aconsejando al obispo, del que dependen (VIII, 47).
7
Las Decretales pseudoisidorianas (mitad del siglo IX) indican la unidad de sacramento
del Orden entre obispo y presbíteros (con dos grados diferentes). Acentúan la
sacramentalidad. La reforma gregoriana enfatiza la oración litúrgica y la vida
evangélica, no siempre con influjo monástico. El concilio Lateranense IV (1215)
acentúa y programa el trabajo pastoral en la parroquia dirigida por el párroco como
pastor espiritual (confesarse con él y comulgar de él). El acento recae en la celebración
eucarística y tendrá continuidad hasta el concilio de Trento, sin descartar la importancia
de la predicación y de la dirección de la comunidad.
El canon 245 actual (CIC de 1983) urge a los futuros sacerdotes (durante su período de
formación en el Seminario) a prepararse para vivir la vida fraterna en el Presbiterio:
"Los alumnos... mediante la vida en común en el Seminario, y los vínculos de amistad y
compenetración con los demás, deben prepararse para una unión fraterna con el
Presbiterio diocesano, del cual serán miembros para el servicio de la Iglesia".6
En la Iglesia particular, los servicios (“ministerios”), ejercidos por los componentes del
Presbiterio, tienen, al mismo tiempo, sentido “sacerdotal”, profético y diaconal. Se
ofrece el sacrificio de Cristo, simultáneamente al servicio de la Palabra y al servicio de
construir la comunidad como “comunión” y “Cuerpo” de Cristo, que es unidad en la
caridad. El centro de toda la acción pastoral ministerial es el mismo Cristo como
Palabra, como pan ofrecido y comido (sacrificio y sacramento) y como vida nueva
participada de él y compartida con los hermanos. En los ministerios ejercidos por los
Apóstoles (según nos describe el libro de los Hechos) se funda armónicamente la misión
profética, sacerdotal y de caridad.
Los ministerios se equilibran y postulan entre sí, cuando se ejercen a partir de la caridad
pastoral. El sacerdote ministro, al apacentar la grey del Señor, “tiene como oficio la
caridad”.7
6
Con buena lógica, un seminarista se preguntará hoy: ¿dónde se vive este Presbiterio?
¿cuál es su proyecto de vida?...
7
SAN AGUSTÍN, In Ioannis Evangelium tractatus 123,5: CCL 36,678; citado en PDV
23: “sit amoris officium pascere dominicum gregem”. De este modo, “dispensa al
pueblo el sacramento y la palabra de Dios” (Epist. 21,3: PL 33,89).
8
Santo Tomás habla de servir al Cuerpo Eucarístico y al Cuerpo Místico de Cristo (cfr.
Suppl. q.40, a.4). El culto y lo sagrado no se oponen a los demás servicios proféticos y
hodegéticos, sino que dan pleno sentido a los mismos.
Desde el concilio Vaticano II se han ido recuperado paulatinamente los contenidos del
Presbiterio. La espiritualidad específica del sacerdote diocesano queda determinada por
la realidad de gracia del Presbiterio (cfr. PO 8; LG 28; PDV 31, 74-80; ChD 28; Puebla
663; Directorio 25-28). Es una "fraternidad sacramental" (PO 8), o "íntima fraternidad"
exigida por el sacramento el Orden (LG 28), signo eficaz de santificación y
evangelización. Por esto, el Presbiterio es "mysterium" y "realidad sobrenatural" (PDV
74), que matiza la espiritualidad de sus componentes, en el sentido de pertenecer a una
"familia sacerdotal" (ChD 28; PDV 74). Consecuentemente, la fraternidad del
Presbiterio es "lugar privilegiado", donde todo sacerdote (especialmente el diocesano o
"secular", por estar "incardinado"), puede "encontrar los medios específicos de
santificación y evangelización" (Directorio 27).
Cuando se vive esta fraternidad, pedida por el Señor en su oración sacerdotal (cfr. Jn
17,9ss), el Presbiterio es un signo eficaz de santificación y de evangelización para toda
la Iglesia y para toda la humanidad: “Que todos sean uno... para que el mundo crea que
tú me has enviado” (Jn 17,21.23). Entonces el Presbiterio es “un hecho evangelizador”
(Puebla 663).
Desde el inicio de la Iglesia, si se analizan bien los textos neotestamentarios y los escritos
subapostölicos (que hemos citado más arriba), se constata la íntima relación entre obispo,
presbíteros y diáconos, formando todos parte del único Presbiterio de la Iglesia particular.
La espiritualidad ministerial específica del obispo tiene como punto necesario de referencia
la gracia especial recibida en el sacramental del Orden. Esta gracia está relacionada con
la construcción de la realidad sobrenatural del Presbiterio. Se trata de la espiritualidad
de “Vida Apostólica”, que es común a quienes (en diverso grado) son sucesores de los
Apóstoles. Obispo y presbíteros (con los diáconos) forman una unidad inseparable.
"Todos los presbíteros, juntamente con los Obispos, participan de tal modo del mismo y
único sacerdocio y ministerio de Cristo, que la misma unidad de consagración y de
misión exige una comunión jerárquica con el Orden de los Obispos, unión que
manifiestan perfectamente a veces en la concelebración litúrgica, y unidos a los cuales
profesan que celebran la comunión eucarística. Por tanto, los Obispos, por el don del
Espíritu Santo, que se ha dado a los presbíteros en la Sagrada Ordenación, los tienen
como necesarios colaboradores y consejeros en el ministerio y función de enseñar, de
santificar y de apacentar la grey de Dios" (PO 7).
Como exigencia de estas realidades de gracia, el obispo, que preside el Presbiterio como
servicio de comunión, está llamado a cuidar de sus sacerdotes y diáconos como
miembros de una misma familia sacramental y ministerial. No sería exacto decir que
basta cuidar de ellos como quien cuida de un grupo especial de la Iglesia particular,
puesto que el obispo se realiza como tal, cuando vive su realidad de pertenecer a un
signo sacramental comunitario, juntamente con sus presbíteros y diáconos. Este encargo
es intrínseco al carisma episcopal y tiende a que los ministros ordenados puedan
desempeñar gozosa y generosamente el servicio de la comunión eclesial hacia dentro y
hacia fuera de la Iglesia particular. Es, pues, un encargo de dimensión eclesiológica y
sacramental, así como una prioridad pastoral.
“claustral”.
11
obispo... arreglará, según el Espíritu Santo le iluminare, todo lo dicho, y todo cuanto sea
oportuno y necesario, velando en sus frecuentes visitas de que siempre se guarde".10
La misma acción pastoral del obispo se realiza siempre “con la cooperación del
Presbiterio” (ChD 11). A partir de este contexto eclesial, queda patente que corresponde
a los obispos “promover la santidad de sus clérigos, de sus religiosos y seglares, según
la vocación peculiar de cada uno, y siéntanse obligados a dar ejemplo de santidad con la
caridad, humildad y sencillez de vida” (ChD 15).
Presbíteros y diáconos del Presbiterio de una Iglesia particular, forman la misma familia
sacerdotal del obispo. Por esto, la actuación del carisma episcopal se concreta en hacer
que todos los componentes del Presbiterio vivan generosamente su identidad
ministerial. Esta preocupación episcopal es preferente, a modo de prioridad espiritual y
pastoral, por encima del propio interés y de las ventajas personales.: “Traten siempre
con caridad especial a los sacerdotes, puesto que reciben parte de sus obligaciones y
cuidados y los realizan celosamente con el trabajo diario, considerándolos siempre
como hijos y amigos, y, por tanto, estén siempre dispuestos a oírlos, y tratando
confidencialmente con ellos, procuren promover la labor pastoral íntegra de toda la
diócesis. Vivan preocupados de su condición espiritual, intelectual y material, para que
ellos puedan vivir santa y piadosamente, cumpliendo su ministerio con fidelidad y
éxito” (ChD 16).11
La exhortación apostólica Pastores Gregis (2003) recoge las aportaciones del Sínodo
sobre el episcopado (2001), que tenía como título: “El obispo servidor del evangelio de
Jesucristo para la esperanza del mundo”. El directorio para el ministerio pastoral de los
obispos, Apostolorum Successores (2004) ofrece unas pistas para su aplicación concreta.
Los Lineamenta (así como el Instrumentum laboris previas al Sínodo episcopal de 2001
ya habían ofrecido unas aportaciones de grandes contenidos.
Los Lineamenta del Sínodo de 2001 describen la figura espiritual del obispo a partir de
la caridad del Buen Pastor (cfr. nn.86-97). Son líneas que quedarán más explicitadas en
el capítulo II de la exhortación Pastores Gregis y en el capitulo III del directorio
Apostolorum Successores. La relación espiritual del obispo con su Presbiterio queda
descrita así en los Lineamenta: "Junto con los sacerdotes de su Presbiterio, tiene que
recorrer los caminos específicos de espiritualidad en cuanto llamado a la santidad por el
nuevo título derivado del orden sagrado" (Lineamenta, n.89).12
10
Ses.23, can.18 de reforma: Concilium Tridentinum, IX, 628-630. He hecho notar un
cierto vacío histórico postconciliar respecto a este cuidado episcopal, en: La institución
de los Seminarios y la formación del clero, en: Trento, i tempi del Concilio, Società,
religione e cultura agli inizi dell'Europa moderna (Trento, 1995) 261-270.
11
Continúa el texto: "Por lo cual han de fomentar las instituciones y establecer
reuniones especiales, de las que los sacerdotes participen algunas veces, bien para
practicar algunos ejercicios espirituales más prolongados para la renovación de la vida,
o bien para adquirir un conocimiento más profundo de las disciplinas eclesiásticas,
sobre todo de la Sagrada Escritura y de la Teología, de las cuestiones sociales de mayor
importancia, de los nuevos métodos de acción pastoral" (ChD 16).
12
En el “cuestionario” final de los Lineamenta, se formulaban estas preguntas: "¿Cómo
vive el obispo su relación con el Presbiterio y con cada sacerdote, especialmente en la
12
Si los presbíteros son "colaboradores y consejeros necesarios" del obispo en todos los
ministerios (PO 7; cfr. CD 16, 28), ello implica también la corresponsabilidad en la
común espiritualidad sacerdotal. La relación familiar y pastoral enraíza en el mismo y
único sacramento del Orden: “En efecto, entre el Obispo y los presbíteros hay una
communio sacramentalis en virtud del sacerdocio ministerial o jerárquico, que es
participación en el único sacerdocio de Cristo y, por tanto, aunque en grado diferente, en
virtud del único ministerio eclesial ordenado y de la única misión apostólica... El
Obispo ha de tratar de comportarse siempre con sus sacerdotes como padre y hermano
que los quiere, escucha, acoge, corrige, conforta, pide su colaboración y hace todo lo
posible por su bienestar humano, espiritual, ministerial y económico” (Pastores Gregis
47).
No es una simple tarea administrativa (como ocurre en la sociedad civil), sino una
actuación que requiere “afecto especial del Obispo”, concretado en “acompañamiento
paternal y fraterno”, con el objetivo de “ayudarles a ser y actuar como sacerdotes al estilo
de Jesús” Por esto, “uno de los primeros deberes del Obispo diocesano es la atención
espiritual a su Presbiterio”. El gesto del presbítero de poner las manos en las manos del
obispo ordenante, incluye también que “el obispo se compromete a custodiar esas manos”
(Pastores Gregis 37).14
El respeto y afecto por parte de los presbíteros y diáconos hacia su obispo, dependerá,
en gran parte, de que el mismo obispo preste más interés a la actuación de su carisma en
el campo de la santificación y apostolado. Es siempre una interrelación que compromete
a todos.
Esta “relación entre el Obispo y el Presbiterio debe estar inspirada y alimentada por la
caridad y por una visión de fe”. No se trata de la relación de un mero gobernante con los
propios súbditos, sino más bien como un “padre y amigo”. Por esto hay que “favorecer
un clima de afecto y de confianza, de modo que sus presbíteros respondan con una
obediencia convencida, grata y segura”. Se trata de un “cuidado y atención hacia cada
uno de los presbíteros, porque todos los sacerdotes... son igualmente ministros al
servicio del Señor y miembros del mismo Presbiterio”. Esta actitud del obispo hará
posible “que cada uno dé lo mejor de sí y se entregue con generosidad” (n.76).
Esta relación paterna, fraterna y amigable del obispo con sus sacerdotes se concreta
también en el “deber de conocer a los presbíteros diocesanos, su carácter, sus
capacidades y aspiraciones, su nivel de vida espiritual, celo e ideales, el estado de salud
y las condiciones económicas, sus familias y todo lo que les incumbe”. Ésta es una de
las finalidades de la “visita pastoral, durante la cual se debe dar todo el tiempo necesario
a los encuentros personales, más que a las cuestiones de carácter administrativo o
burocrático”. Ello comporta una actitud de “sencilla familiaridad, que facilite el
diálogo”. También procurará “el mutuo conocimiento entre las diversas generaciones de
sacerdotes... de manera que todo el Presbiterio se sienta unido al Obispo y
verdaderamente corresponsable de la Iglesia particular” (n.77).
Si el obispo es "el gran sacerdote de su grey, de quien deriva y depende, en cierto modo,
la vida en Cristo de sus fieles" (SC 41), ello tendrá una aplicación peculiar respecto a
los presbíteros, tanto en el cuidado de su “continua formación”, como en su proceso de
“santidad” (PO 7). En esta relación ministerial respecto al Presbiterio, los obispos viven
su realidad de ser "principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias
particulares" (LG 23).
Pablo VI recordó estos deberes del ministerio episcopal respecto a sus presbíteros, al
inaugurar la Asamblea de Medellín desde la catedral de Bogotá: "Si un obispo
concentrase sus cuidados más asiduos, más inteligentes, más pacientes, más cordiales,
en formar, en asistir, en escuchar, en guiar, en instruir, en amonestar, en confortar a su
clero, habría empleado bien su tiempo, su corazón y su actividad".18
Benedicto XVI, con ocasión de su visita a Lourdes (2008), presentó un amplio resumen
de la preocupación del obispo por los sacerdotes de su Presbiterio: “Queridos Hermanos
en el Episcopado, os invito a seguir solícitos para ayudar a vuestros sacerdotes a vivir en
íntima unión con Cristo. Su vida espiritual es el fundamento de su vida apostólica.
Exhortadles con dulzura a la oración cotidiana y a la celebración digna de los
sacramentos, especialmente de la Eucaristía y la Reconciliación, como lo hacía San
Francisco de Sales con sus sacerdotes. Todo sacerdote debe poder sentirse dichoso de
servir a la Iglesia. A ejemplo del cura de Ars, hijo de vuestra tierra y patrono de todos
los párrocos del mundo, no dejéis de reiterar que un hombre no puede hacer nada más
grande que dar a los fieles el cuerpo y la sangre de Cristo, y perdonar los pecados.
Tratad de estar atentos a su formación humana, intelectual y espiritual, y a sus recursos
para vivir. Pese a la carga de vuestras gravosas ocupaciones, intentad encontraros con
17
Respecto al cuidado de los candidatos al sacerdocio, ver el capítulo IV del Directorio
Apostolorum Successores (cuando describe su actuación en el Seminario).
18
PABLO VI, Alocución en la inauguración de la II Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano (Catedral de Bogotá, 24 de agosto de 1968). Son los
mismos contenidos del Directorio Ecclesiae Imago sobre el ministerio pastoral de los
obispos: "El Obispo considera como un sacrosanto deber conocer a sus presbíteros
diocesanos, sus caracteres y capacidades, sus aspiraciones y tenor de vida espiritual, su
celo e ideales, su estado de salud y sus condiciones económicas, su familia y todo lo que
diga relación a ellos" (n. 111).
16
ellos regularmente, sabiéndolos acoger como hermanos y amigos (cfr. Lumen gentium,
28; Christus Dominus, 16). Los sacerdotes necesitan vuestro afecto, vuestro aliento y
solicitud. Estad a su lado y tened una atención especial con los que están en dificultad,
los enfermos o de edad avanzada (cfr. Christus Dominus, 16). No olvidéis que, como
dice el Concilio Vaticano II usando una espléndida expresión de san Ignacio de
Antioquía a los Magnesios, son «la corona espiritual del Obispo» (Lumen gentium,
41)”.19
La configuración ontológica del sacerdote con Cristo Sacerdote, Cabeza y Pastor, Siervo
y Esposo (cfr. PO 1-3; PDV 20-22.48), consiste en la participación en el ser de Cristo
como consagración por el Espíritu Santo (cfr. PDV 1, 10, 27, 33, 69). De ahí derivan
armónicamente las diversas dimensiones o perspectivas y puntos de vista de esta
realidad tan rica de contenidos: dimensión trinitaria, cristológica, pneumatológica,
eclesiológica, antropológica, sociológica... Lo “sacral” y “sacramental” no es, pues, algo
marginal ni paralelo; indica más bien lo permanente de otras derivaciones más
pastorales y espirituales. Hacer dicotomías en este campo, supone perder muchas
energías y desviar la atención hacia una polémica estéril.
Ahora bien, en cada presbítero y diácono miembro del Presbiterio (sobre todo si está
incardinado en él), estas realidades de gracia necesitan, para su recta comprensión y
realización, la actuación del carisma episcopal (cfr. PO 7; ChD 15-16; PDV 74, 79). El
obispo es el fundamento visible de la unidad en la Iglesia particular y en su Presbiterio
(LG 23; cfr. PO 7-8), y es él principalmente quien debe "fomentar la santidad de sus
19
BENEDICTO XVI, Discurso en el encuentro con la Conferencia Episcopal de Francia
(Lourdes, 14 septiembre 2008).
17
clérigos, de los religiosos y de los laicos, de acuerdo con la peculiar vocación de cada
uno" (ChD 15).
Por parte de los presbíteros y diáconos, habrá que tener en cuenta que la referencia
afectiva y efectiva respecto del obispo, es parte integrante de su propia espiritualidad:
"Ningún presbítero, por tanto, puede cumplir cabalmente su misión aislada o
individualmente, sino tan sólo uniendo sus fuerzas con otros presbíteros, bajo la
dirección de quienes están al frente de la Iglesia" (PO 7).
20
En la administración del sacramento de la confirmación, la misión o encargo recibido
del obispo es indispensable para su validez. La teología todavía no ha aclarado
suficientemente si el presbítero podría también ordenar, de modo análogo a como puede
confirmar como ministro extraordinario; pero hoy esta ordenación no sería válida.
Habría que estudiar mejor la realidad de los siglos primero y segundo, cuando obispos y
presbíteros formaban una unidad indisoluble, de la que luego se destacó (por referencia
a los Apóstoles y según la tradición apostólica) el episcopado monárquico. Esta
cuestión, teológicamente abierta, sirve par aclarar la unión sacramental y eclesial entre
obispos y sacerdotes ministros.
18
expresa de modo peculiar). La fisonomía espiritual y pastoral del sacerdote ministro está
en estrecha relación con la pertenencia responsable y vivencial a su propia Iglesia
particular. “Por ello, el presbítero encuentra, precisamente en su pertenencia y
dedicación a la Iglesia particular, una fuente de significados, de criterios de
discernimiento y de acción, que configuran tanto su misión pastoral como su vida
espiritual” (PDV 31).
No hay que olvidar que se trata de una “diocesaneidad” de la que participan todos los
bautizados, cada uno según su vocación específica y su modo de pertenecer a estar
insertado en la Iglesia particular. Pero los ministros ordenados (obispo, presbíteros y
diáconos) participan de esta diocesaneidad de un modo peculiar, especialmente si están
incardinados en la Iglesia local.24
El decreto conciliar Christus Dominus describe la actuación del obispo con los
sacerdotes de su Presbiterio, en términos que parecen trazar las pautas básicas de un
24
Sobre las líneas básicas de la espiritualidad del sacerdote diocesano, ver estudios en
colaboración: (Donald B. Gozzen edit.), The Spirituality of the Diocesan Priest
(Collegeville, Minn., Lit. Press, 1997); La spiritualità diocesana, il cammino nello Spirito
della Chiesa particolare (Roma, Edit. Velar, 2004) (Federazione Italiana Unione
Apostolica del Clero); Espiritualidad del presbítero diocesano secular (Madrid, EDICE,
1987); Espiritualidad del Clero Diocesano (Bogotá, OSLAM, 1986); Spiritualité des
pretres diocésains: Pretres Diocésains (mars-avril 1987) (número especial). Otros
estudios: F. ÁLVAREZ MARTÍNEZ, Espiritualidad del sacerdote diocesano.
Motivaciones y reflexiones sobre nuestra identidad: Seminarios 32, 1986, 407-458; A.
CATTANEO, Il presbitero della Chiesa particolare, Ius Ecclesiae 5 (1993) 497-529;
J. DELICADO, El sacerdote diocesano a la luz del Vaticano II (Madrid 1965); J.
ESQUERDA BIFET, Espiritualidad diocesana, en: La spiritualità diocesana, il cammino
nello Spirito della Chiesa particolare, o.c., pp.370-377; M. GARAY BURGOS,
Reflexión sobre algunos aspectos de la espiritualidad del clero diocesano: Stdium
Ovetense 22 (1994) 509-520; I. GÓMEZ VARELA, Espiritualidad del sacerdote
diocesano (Madrid, Edit. Espiritualidad,1988); J.J. MARTÍNEZ CEPEDA, En torno a la
espiritualidad del clero diocesano: Ephemerides Mexicanae 6 (1988) 81-98; M.
MORONTA, Configurados a Cristo. Manual de la Espiritualidad del Presbítero
Diocesano (Caracas, Edic. Trípode, 2003).
21
Se trata de establecer unas líneas básicas y prácticas (mejor si se ponen por escrito o en
“memoria” histórica), que alimenten la “íntima fraternidad” y que es “exigencia de la
comunión ordenación sagrada y de la comunión misión” (LG 28). Esta realidad fraterna
es indispensable para una pastoral de conjunto, que debe involucrar a todos los
componentes de la Iglesia particular (ministros ordenados, vida consagrada, laicado).
Uno de los mejores y urgentes servicios que puede prestar el obispo es hacer que los
presbíteros no se sientan solos, especialmente al constatar que están arropados por los
mismos lazos de familia espiritual y pastoral. Se trata de establecer una relación
sacramental (que es también jerárquica en sentido eclesial de familia con servicios
distintos y armónicos), a modo de búsqueda constante de una vivencia de la “comunión”
afectiva y efectiva. Cuando se vive de la fe, se desvanecen fácilmente todos los
prejuicios.
El proyecto de vida debe abarcar todas las áreas de la formación permanente, con
“programas capaces de sostener de una manera real y eficaz, el ministerio y la vida
espiritual de los sacerdotes" (PDV 3). Habrá que "programar y llevar a cabo un plan de
formación permanente, que responda de modo adecuado a la grandeza del don de Dios y
25
BENEDICTO XVI, Discurso en Aparecida, V CELAM, 13 mayo 2007).
22
Es difícil entender por qué este proyecto de vida, pedido por Juan Pablo II en 1992, no
es todavía una realidad en muchos Presbiterios. Una de las razones parece ser la falta de
un plan de pastoral operativo, que respete y vitalice el proyecto de vida sacerdotal.
Puede ser debido también a la falta de actuación del Consejo Presbiteral, que no se ha
planteado esta cuestión fundamental y urgente. En efecto, al Consejo Presbiteral
"compete, entre otras cosas, buscar los objetivos claros y distintamente definidos de los
diversos ministerios que se ejercen en la diócesis, proponer prioridades, indicar los
métodos de acción".26
Las líneas de actuación del Consejo Presbiteral podrían incluir la ayuda a la redacción
de un proyecto de vida: “El Consejo, además de facilitar el diálogo necesario entre el
Obispo y el Presbiterio, sirve para aumentar la fraternidad entre los diversos sectores del
clero de la diócesis. El Consejo hunde sus raíces en la realidad del Presbiterio y en la
función eclesial particular que compete a los presbíteros, en cuanto primeros
colaboradores del orden episcopal... Es también la sede idónea para dar una visión de
conjunto de la situación diocesana y para discernir lo que el Espíritu Santo suscita por
medio de personas o de grupos, para intercambiar pareceres y experiencias, para
determinar en fin, objetivos claros del ejercicio de los diversos ministerios diocesanos,
proponiendo prioridades y sugiriendo métodos”.27
La formación permanente del Clero y el mismo plan diocesano de pastoral, serían poco
consistentes si no existiera el proyecto de vida en el Presbiterio. Ello depende, en gran
parte del carisma episcopal, con el que han de colaborar fielmente todos los miembros
del mismo Presbiterio. Si no se diera esta actuación, quedaría sin afrontar la principal
actuación del carisma episcopal: la revitalización de su Presbiterio según el modelo de
la "Vida Apostólica" o "apostolica vivendi forma" (es decir: el seguimiento evangélico,
la vida comunitaria y la disponibilidad misionera). El mismo plan diocesano de
pastoral, en cualquiera de sus ofertas, no será efectivo si el Presbiterio no tuviera su
propio proyecto de vida sacerdotal.
Para un proyecto de vida se necesita exponer un ideario, señalar unos objetivos e indicar
unos medios (tal vez, también unas etapas). En realidad, se trataría de un proyecto de
formación permanente que abarque toda la vida sacerdotal, personal, social,
comunitaria.
Ideario:
Una propuesta algo más amplia sobre el ideario podría ser la siguiente, glosando las
ideas con expresiones asimilables según las culturas:
B) Misión sacerdotal:
Prolongamos la misma misión de Cristo, profética, cultual, pastoral (ver textos bíblicos
citados en: PO 4-6, 10-11; PDV cap.II). Es equilibrio y armonía de ministerios en torno
al misterio pascual de Cristo: anunciado, celebrado, vivido, comunicado (PO 4-6).
C) Comunión:
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Objetivos:
Los objetivos del proyecto podrían ser los mismos trazados por Pastores dabo vobis
para la formación permanente: objetivo humano, espiritual, intelectual y pastoral (PDV
71-72). Pero debe quedar claro que se trata de toda la vida sacerdotal en el Presbiterio y
no solo de un aspecto. Efectivamente, la formación permanente tiene esta finalidad:
"Debe ser más bien el mantener vivo un proceso general e integral de continua
maduración, mediante la profundización, tanto de los diversos aspectos de la formación
-humana, espiritual, intelectual y pastoral-, como de su específica orientación vital e
íntima, a partir de la caridad pastoral y en relación a ella" (PDV 71).
Medios:
Los medios podrían distribuirse por etapas sucesivas, pero especialmente deben estar
relacionados con la vida ministerial, siempre a un doble nivel: personal y comunitario.
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Como punto de referencia, podemos recordar los textos conciliares y postconciliares que
presentan medios concretos de vida y ministerio sacerdotal: medios comunes y
peculiares (además de los ministerios), Eucaristía celebrada y adorada, oración-
contemplación de la Palabra, reconciliación, liturgia de las horas, devoción mariana,
sacrificio, dirección espiritual, estudio, retiros y Ejercicios, formación en todos los
niveles (humano, espiritual, intelectual, pastoral), asociaciones, etc.
Entre estos medios o "momentos privilegiados", "hay que recordar también los
encuentros del Obispo con su Presbiterio", que pueden ser litúrgicos, pastorales,
espirituales, culturales, etc. Existen también "encuentros de espiritualidad sacerdotal":
convivencias, retiros, Ejercicios... Y hay también "encuentros de estudio y de reflexión
común", para adquirir una síntesis entre espiritualidad, cultura y acción pastoral, y así
poder responder "a los nuevos retos de la historia y a las nuevas llamadas que el Espíritu
dirige a la Iglesia" (PDV 80).
CONCLUSIÓN:
Las reflexiones del presente estudio son una invitación para poner en práctica el carisma
episcopal, promover la reflexión teológica sobre la actuación del carisma episcopal en la
vida de los sacerdotes y, de modo especial, suscitar en los presbíteros y diáconos el
amor filial y la dependencia espiritual respecto a su propio obispo. La afirmación
tradicional "nada sin el obispo" (San Ignacio de Antioquía y Didascalia) recobra toda su
hondura en esta perspectiva de comunión responsable. El Presbiterio lo construimos
entre todos, incluidos las personas consagradas y el laicado.
El futuro de los Seminarios diocesanos, con vocaciones propias, depende en gran parte
de esta actuación ministerial e ineludible del obispo, llamado a formar a sus futuros
colaboradores en las líneas básicas de la “Vida Apostólica”. Los formadores del
Seminario no pueden suplir totalmente al obispo (aunque sí deben colaborar
responsablemente con él) en esta tarea esencial de la espiritualidad específica. La
renovación de los Seminarios no puede consistir principalmente en el cambio de unas
estructuras materiales y organizativas, sino en el afianzamiento de la "Vida Apostólica",
puesta en práctica con el propio obispo, que convive siempre teológicamente con sus
presbíteros, como familia sacerdotal que comparte la misma suerte, también en los
aspectos humanos de economía (en el contexto de pobreza evangélica), de salud y de
ancianidad.
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En este campo, está llamada a prestar un gran servicio la Unión Apostólica, como
cauce e intercambio de experiencias de "Vida Apostólica" en los diversos Presbiterios.
Esta asociación es un servicio (existente ya desde el siglo XIX) para suscitar e
intercambiar experiencias de vida fraterna. Pablo VI recordada que queda siempre
“espacio operativo” para la Unión Apostólica (Discurso 23 marzo 1972). Las diversas
asociaciones, carismas, movimientos, etc., pueden ser una ayuda para vivir mejor las
realidades de gracia de la propia espiritualidad sacerdotal diocesana. Hay que reconocer
también y apreciar la gran ayuda de las diversas formas de vida consagrada, así como la
pertenencia a instituciones y asociaciones que se inspiran en carismas particulares. Todo
ello puede ayudar también al sacerdote diocesano, a modo de dirección espiritual o de
grupo de amigos; pero no puede suplantar la actuación del carisma episcopal.
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En la historia de la espiritualidad sacerdotal se puede encontrar la forma de vivir los
Presbiterios según San Agustín, San Eusebio de Vercelli, Santo Domingo, experiencias
"canonicales", etc. Cfr. Teología de la Espiritualidad Sacerdotal, o.c., cap. 13 (síntesis
histórica). También en: Historia de la espiritualidad sacerdotal (Burgos, Facultad de
Teología, 1985); corresponde al vol. 19 de "Teología del Sacerdocio"; Signos del Buen
Pastor (Bogotá, CELAM, 2002), cap.X.
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El ideario, los objetivos y los medios concretos, que hemos resumido en el apartado
cuarto, suponen una inserción y cercanía espiritual y pastoral por parte del obispo.
Muchas cuestiones de tipo más administrativo y de relaciones sociales, deben dejar paso
a la prioridad de atender más directamente a los colaboradores inmediatos, que forman
parte de una misma familia sacerdotal. El tiempo no debe condicionarse tanto a lo que
parece más urgente, inmediato o lucrativo, cuanto a lo más importante espiritualmente,
que es también prioridad pastoral. Muchas ventajas y privilegios humanos, que han sido
y siguen siendo una barrera, tienen que desaparecer, porque no corresponden a la
naturaleza de la Iglesia misterio de comunión para la misión.
El proyecto de vida sacerdotal hará que los componentes del Presbiterio se sientan más
realizados y potenciados para cumplir con el plan de pastoral de conjunto, que abarca
todas las vocaciones, todos los ministerios y todos los carismas. El plan de pastoral de
conjunto, según sus diversas ofertas, debe respetar la existencia y autonomía peculiar
del proyecto de vida sacerdotal en el Presbiterio. La misión universal, que es intrínseca
a toda Iglesia particular por su misma naturaleza, sólo será posible con un Presbiterio
que viva su realidad sacramental de comunión eclesial. El Presbiterio será entonces un
signo eficaz (“fraternidad sacramental”) de santificación y de evangelización.
Por propia experiencia, estoy convencido de que esta realidad de gracia del Presbiterio
(todavía en proceso de construcción), la han comprendido mejor (salvo excepción)
quienes tienen el carisma episcopal. El camino ha quedado abierto y la Iglesia del futuro
evaluará nuestra correspondencia a las nuevas gracias del Espíritu Santo. A mi parecer,
algunas orientaciones de Trento, sobre la actuación de los obispos en la formación
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