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EL MINISTERIO EPISCOPAL DE CONSTRUIR EN COMUNIÓN ECLESIAL EL


PROPIO PRESBITERIO DIOCESANO

PRESENTACIÓN:

Nunca como hoy se ha tenido una doctrina tal clara sobre el Presbiterio de la Iglesia
particular, como familia sacerdotal presidida por el obispo, abierta a la misión “ad
gentes”. Pero la situación actual, tal como aflora en la superficie, o como nos la
presentan algunos medios de comunicación social, deja entrever una gran escasez de
vocaciones sacerdotales, el envejecimiento y cansancio del clero, un Presbiterio que
para algunos está en ruinas y una Iglesia particular un tanto desorientada. No obstante,
si es verdad que hay una nueva situación histórica y socio-cultural, no es menos cierto
que existen nuevas gracias del Espíritu santo que, de ser aceptadas, auguran una gran
renovación espiritual y apostólica.

En realidad nos encontramos en un momento especial de gracia. Es el momento de la


actuación ministerial del obispo, que reclama y necesita la colaboración “intrínseca” de
los presbíteros y diáconos, la participación responsable y armónica de todos los fieles, la
aportación específica de la vida consagrada, la participación de asociaciones,
movimientos, comunidades y realidades eclesiales nuevas. Es el momento en que mejor
puede actuar el carisma episcopal, si se vive y aplica sin adornos, sin omisiones, sin
privilegios, sin paternalismo.

A raíz del concilio Vaticano II y de su postconcilio, tenemos al respecto una doctrina


clara y precisa. Nunca en la historia eclesial se ha tenido una doctrina tan clara y
explícita sobre el Presbiterio de la Iglesia particular y sobre la actuación del carisma
episcopal en esta realidad de gracia. Queda siempre mucho por hacer, tanto en la
profundización de la doctrina como en su puesta en práctica.

Escribo estas reflexiones desde la experiencia presbiteral de largos años de pastoral


sacerdotal y misionera, así como de docencia, retiros, cursos, publicaciones,
acompañamiento espiritual... No tengo el carisma episcopal y, por tanto, me falta esta
gracia para poder hablar con autoridad. Pero todos somos Iglesia “comunión de los
santos” y, con el obispo, los presbíteros del Presbiterio formamos una unidad
indisoluble, por el hecho de participar del mismo y único sacramento del Orden y de la
misma misión apostólica, aunque con distinción de grado y, por tanto, de gracias
especiales y complementarias.1

A pesar de todas las dificultades, se puede construir (o reconstruir) el Presbiterio como


fuente de vocaciones específicas para el sacerdocio diocesano, con repercusión positiva
en otras vocaciones, y como signo eclesial sacramental eficaz para la evangelización y
especialmente para la vida y ministerio sacerdotal. Esta construcción constituye el
1
Para el presente estudio me ha ayudado el testimonio personal de muchos obispos que
intentan aplicar seriamente los contenidos de los decretos conciliares Christus Dominus,
Presbyterorum Ordinis, Optatam Totius, así como de los documentos postconciliares:
exhortaciones apostólicas Pastores dabo vobis (PDV) de 1992 y Pastores Gregis de
2003, Directorio para el ministerio y vida de los Presbíteros (de 1994), Directorios para
el ministerio pastoral de los Obispos (Ecclesiae Imago de 1973 y Apostolorum
Successores de 2004), alocuciones del Papa durante las visitas “ad Limina”, etc.
2

objetivo del ministerio del obispo en relación con sus sacerdotes y futuros sacerdotes.
Es la tarea de construir la comunión eclesial en su forma más concreta. La dimensión
eclesiológica tiene siempre un fundamento sacramental. El momento actual parece
privilegiado e irrepetible. El futuro de nuestros Presbiterios depende de la fidelidad a las
nuevas gracias del Espíritu Santo.2

1. UN MOMENTO HISTÓRICO PRIVILEGIADO PARA CONSTRUIR EL


PRESBITERIO

Partimos de unas realidades de gracia: la Iglesia particular, el Presbiterio, el carisma


episcopal, el sacerdocio ministerial diocesano, tal como se presentan en los documentos
eclesiales actuales. Se trata siempre de realidades que ya existen desde el principio de la
Iglesia, pero que se han ido explicitando y profundizando según las nuevas luces del
Espíritu Santo. No sería bueno ni provechoso dedicar mucho tiempo sólo a la reflexión
teológica sobre este tema, si antes no se viviera lo que ya se tiene y se conoce.

A) La toma de conciencia actual de estar insertados en una Iglesia particular:

La definición que da el decreto conciliar Christus Dominus es clara: "La diócesis es una
porción del Pueblo de Dios que se confía a un Obispo para que la apaciente con la
cooperación del Presbiterio, de forma que unida a su pastor y reunida por él en el Espí-
ritu Santo por el Evangelio y la Eucaristía, constituye una Iglesia particular, en la que
verdaderamente está y obra la Iglesia de Cristo, que es Una, Santa, Católica y
Apostólica" (ChD 11; cfr. en mismo texto en can. 369).

La consecuencia a la que se llega en buena lógica es la siguiente: "La Iglesia universal


se encarna de hecho en las Iglesias particulares" (EN 62), ya que "en la cuales y desde
las cuales existe la Iglesia católica una y única" (can. 368). "En las Iglesias particulares
y a partir de ellas se constituye la Iglesia Católica una y única" (LG 23).

La Iglesia particular puede recibir distintos calificativos como términos jurídicos o


estructurales: diócesis, archidiócesis, vicariato, prelatura, prefectura, etc. Pero siempre
es la concretización, la presencialización, la "encarnación" y la imagen de la Iglesia
universal. Es presidida por un sucesor de los Apóstoles que es cabeza del Presbiterio, en
comunión con el sucesor de Pedro y con la Colegialidad Episcopal. Allí se concentra
una historia de gracia (casi siempre multisecular) y una herencia apostólica
(intercomunicable entre las diversas Iglesias particulares en comunión con el sucesor de
Pedro).

Se puede constatar en los escritos del Nuevo Testamento un conjunto de “Iglesias”


(comunidades cristianas, a modo de familia), animadas o presididas por los Apóstoles o
2
Inmediatamente antes del sínodo sobre el episcopado, escribí unas reflexiones sobre un
tema parecido: Espiritualidad sacerdotal en relación con el carisma episcopal: Burgense
40/1 (1999) 61-79. Ahora ya podemos disponer de los documentos derivados de ese
Sínodo (celebrado en 2001): Exhortación Apostólica Pastores Gregis (2003) Directorio
Apostoloraum Successores (2004). Algunas cuestiones básicas están todavía en fase
inicial de estreno, también y especialmente la construcción fraterna del Presbiterio. En
el presente estudio cito algunas publicaciones más actuales.
3

sus colaboradores. Cada una viene a ser el eco de la única Iglesia “universal” en un
lugar o situación, donde se celebra en oración la Eucaristía, se predica la palabra y se
construye la comunidad en la caridad, tomando como referencia la comunidad inicial de
Jerusalén (cfr. Hech 2,42ss; 4,32ss).

Las cartas de San Pablo hablan de Iglesias en determinados lugares o comunidades


(Corinto, Colosas, Filipo, Roma, Tesalónica, Éfeso...), donde el apóstol, a veces, va
dejando (o enviando) sus inmediatos colaboradores e incluso, a veces, habla
explícitamente del “Presbiterio”. La expresión “Iglesias” es similar a aquellas
comunidades del Asia Menor, que, según el Apocalipsis, el Espíritu .Santo examina
sobre su fidelidad y su amor (cfr. Apoc 2-3); de manera más desarrollada se encuentra
esta realidad eclesial en las cartas del San Clemente I (siglo I), San Ignacio de Antioquía
y San Policarpo (inicio del siglos II) y otros Padres subapostólicos.

Los términos actuales que definen o describen a la Iglesia particular (“concretización”,


“presencialización”, o "encarnación" e “imagen” de la Iglesia universal), indican el aquí
y ahora de lugar y espacio, así como los valores culturales, donde se comunican y
aplican los carismas del Espíritu. Es la "Iglesia de Dios", de que habla San Pablo (1Tes
2,14). Todo Iglesia particular o local se fundamenta sobre la "piedra", que es Cristo, y
sobre los Apóstoles (cfr. Ef 2,20). En esta Iglesia-familia todos somos "familiares de
Dios" (Ef 2,19).

Esta realidad neotestamentaria no es diversa de la descrita por el concilio Vaticano II.


La Iglesia es "comunión" de hermanos, con diversidad de carismas: "Así la Iglesia
aparece como un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo" (LG 4). La evolución histórica y la toma de conciencia ha sido
homogénea, siempre bajo la acción del mismo Espíritu Santo comunicado por Jesús
resucitado, desde las apariciones pascuales y Pentecostés, hasta nuestros días.

La misión “a todas las gentes” es connatural a la Iglesia particular: "Todo el misterio de


la Iglesia está contenido en cada Iglesia particular, con tal de que ésta no se aísle, sino
que permanezca en comunión con la Iglesia universal y, a su vez, se haga misionera"
(RMi 48). Así se llega a una consecuencia lógica: “Como la Iglesia particular debe
representar lo mejor que pueda a la Iglesia universal, conozca muy bien que ha sido
enviada también a aquellos que no creen en Cristo y que viven en el mismo territorio,
para servirles de orientación hacia Cristo con el testimonio de la vida de cada uno de los
fieles y de toda la comunidad” (AG 20).

La realidad de “comunión”, como reflejo de la vida trinitaria de Dios Amor, es la clave


para captar el misterio de la Iglesia, también en el hecho de ser guiada por un
Presbiterio (cuya cabeza es el obispo). "La edificación y salvaguardia de esta unidad, a
la que la diversidad confiere el carácter de comunión, es también tarea de todos en la
Iglesia, porque todos están llamados a construirla y respetarla cada día, sobre todo
mediante aquella caridad que es el vínculo de perfección (cfr. Col 3,14)".3

3
Carta a los obispos, de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sobre algunos
aspectos de la Iglesia considerada como comunión (18 mayo 1992), (Lib. Edit.
Vaticana, 1992), cap.IV, 15.
4

La Iglesia universal y particular son un misterio de comunión misionera, como afirma la


carta apostólica Novo millennio ineunte: “Otro aspecto importante en que será necesario
poner un decidido empeño programático, tanto en el ámbito de la Iglesia universal como
de la Iglesias particulares, es el de la comunión (koinonía), que encarna y manifiesta la
esencia misma del misterio de la Iglesia. La comunión es el fruto y la manifestación de
aquel amor que, surgiendo del corazón del eterno Padre, se derrama en nosotros a través
del Espíritu que Jesús nos da (cfr. Rom 5,5), para hacer de todos nosotros « un solo
corazón y una sola alma » (Hech 4,32)” (NMi 42).

Toda institución eclesial, pero especialmente la Iglesia particular con sus realidades de
gracia, está llamada a ser “escuela de comunión”: “Hacer de la Iglesia la casa y la
escuela de la comunión: éste es el gran desafío que tenemos ante nosotros en el milenio
que comienza, si queremos ser fieles al designio de Dios y responder también a las
profundas esperanzas del mundo” (NMi 43). La “comunión” es el "principio educativo
en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano... donde se construyen las
familias y las comunidades" (ibídem).

La Iglesia "está verdaderamente presente en todas las legítimas reuniones locales de los
fieles, que, unidos a sus pastores, reciben también el nombre de Iglesia en el Nuevo
Testamento (cfr. Hech 8,1; 14,22-23; 20,17)... En ellas se congregan los fieles por la
predicación del Evangelio de Cristo y se celebra el misterio de la Cena del Señor a fin
de que por el cuerpo y la sangre del Señor quede unida toda la fraternidad" (LG 26).

La Iglesia particular no es principalmente un hecho sociológico, sino propiamente una


historia de gracia y una herencia recibida de los Apóstoles, que verdaderamente se
inserta en circunstancias culturales e históricas. Esta realidad supone una comunión de
caridad con las demás Iglesias particulares (en la Colegialidad Episcopal). La Iglesia en
su realidad más profunda y universal, es la “caridad” universal que preside el obispo de
Roma, como sucesor de Pedro, custodio de una herencia apostólica recibida de Pedro y
Pablo, servidor de la “comunión” eclesial.

El concilio Vaticano II resume esta realidad de gracia recogiendo los aspectos más
importantes: “El Romano Pontífice, como sucesor de Pedro, es el principio y
fundamento perpetuo visible de unidad, así de los Obispos como de la multitud de los
fieles. Del mismo modo, cada Obispo es el principio y fundamento visible de unidad en
su propia Iglesia, formada a imagen de la Iglesia universal; y de todas las Iglesias
particulares queda integrada la una y única Iglesia católica. Por esto cada Obispo
representa a su Iglesia, tal como todos a una con el Papa, representan toda la Iglesia en
el vínculo de la paz, del amor y de la unidad... en cuanto miembros del Colegio
episcopal y como legítimos sucesores de los Apóstoles, todos deben tener aquella solici-
tud por la Iglesia universal que la institución y precepto de Cristo exigen... Por lo
demás, es cosa clara que gobernando bien sus propias Iglesias como porciones de la
Iglesia universal, contribuyen en gran manera al bien de todo el Cuerpo Místico, que es
también el cuerpo de todas las Iglesias” (LG 23; cfr. ChD 2).

Dentro de la Iglesia particular y universal se encuadran todas las comunidades sin


excepción: "Cada comunidad debe vivir unida a la Iglesia particular y universal...
comprometida en la irradiación misionera" (RMi 51). La fraternidad del Presbiterio es
una realidad y un servicio eficaz de comunión eclesial.
5

B) La toma de conciencia del Presbiterio como realidad de gracia vivida en comunión:

El misterio eucarístico, presidido por el Presbiterio con su obispo, expresa y construye


esta realidad eclesial, al servicio de toda la “comunión”: “En la Eucaristía, las Iglesias
particulares tienen el papel de hacer visible en la Iglesia universal su propia unidad y su
diversidad. Esta relación de amor fraterno deja entrever la comunión trinitaria” (Exhor
Apostólica Sacramentum Caritatis, nota 39 del n.15).

En el Presbiterio de las Iglesias particulares se realiza un servicio sacerdotal como signo


comunitario del Buen Pastor. La “Vida Apostólica” de los ministros ordenados tiene
lugar especialmente en el Presbiterio de la Iglesia particular. Todos los elementos de
esta realidad de gracia tienden a construir la fraternidad, es decir, el seguimiento
evangélico y la misión en comunión fraterna.

Aunque la expresión bíblica y patrística “Presbiterio” estuvo en auge hasta los siglos IV-
V, el vocablo pasó posteriormente a significar el lugar de los celebrantes en torno al
altar. Pero la realidad (obispo con sus presbíteros, comunidad de presbíteros y diáconos
con su obispo, etc.) ha sido una constante histórica. El Vaticano II (SC 41; LG 28, ChD
28, PO 7-8) y su postconcilio (PDV, Pastores Gregis, Directorios) han recuperado el
vocablo y lo presentan más claramente en todos sus contenidos.4

Los datos de la Iglesia primitiva no se han perdido, aunque hay que reconocer un gran
vacío en la práctica concreta durante los siglos posteriores. Los presbíteros, en este
contexto de unidad y comunión eclesial, unidos al obispo, representan “el colegio de los
Apóstoles” (cfr. San Ignacio de Antioquía, Filadel. 8,1; Magn. 6,1; Trall. 3,1). Ignacio
de Antioquía también describe al obispo como centro visible de unidad en Cristo
(Filadel. 3,2); los diáconos sirven a Jesucristo, sometidos al obispo y presbíteros (Tral.
2,3). San Justino califica al obispo que celebra la Eucaristía, de “proestós”, como quien
preside junto a sus presbíteros (cfr. Apología, I, 65). El carisma propio de la
apostolicidad del obispo tiene significado espiritual y moral antes que administrativo.

Los presbíteros son propiamente “copresbíteros” (San Cipriano, Epist. 1, 1,1), por el
hecho de reunirse, convivir y concelebrar con el obispo (Epist. 49, 2, 1; 39, 5,2). Por
esto afirmará el concilio Vaticano II que “en cada una de las congregaciones de fieles,
ellos representan al obispo con quien están confiada y animosamente unidos” (LG 28; Cfr.
SC 42; LG 28; PO 7).

La expresión “presbíteros” y “Presbiterio” (consejo de “ancianos”) es de tradición


cristiano-judaica. La expresión “obispo” (que “vigila”) es de tradición griega. A veces
son términos sinónimos: presbíteros-obispos. El Papa Clemente I se refiere a la
comunidad de Corinto, donde existe esta realidad como algo normal. En Ignacio de
Antioquía (Iglesias del Asia Menor), se usa 13 veces el término Presbiterio, indicando
sus componentes: obispo, presbíteros, diáconos, formando una armonía que se puede
comparar a la “lira”. En Policarpo (siglo II, carta a los de Filipos) y en la Traditio
Apostolica (siglo III), se distingue también claramente el episcopado monárquico, que
preside el Colegio presbiteral. Para Ireneo (final del siglo II), los obispos y presbíteros
4
Resumo los contenidos doctrinales y recojo bibliografía actual en: Espiritualidad
Sacerdotal, Servidores del Buen Pastor (Valencia, EDICEP, 2008), cap.V-VI. Ver otros
estudios en notas posteriores.
6

han sido constituidos por los Apóstoles y este encargo se ha “transmitido” así
(”tradición”) (cfr. Adv. Haer. IV, 26,1). San Cipriano (siglo III) habla del Presbiterio del
que forman parte los presbíteros como consejeros del obispo (cfr. Carta 49, 2; 52, 3).

En la Didascalia (de mediados del siglo III), el obispo preside la Eucaristía con sus
presbíteros (I, 160). El Presbiterio es el senado de la Iglesia (II, 28,4); los presbíteros
son consejeros del obispo (II, 34,3) y colaboran con él (II, 57,3-4). Se acentúa la
preeminencia del obispo, que luego se intentará contrarrestar por parte de los presbíteros
y diáconos (auque siempre en dependencia del obispo).5

Cuando se afianzó la conversión de los “paganos” (que eran los pobladores de los
sectores rurales o “pagos”), se crearon las “parroquias”, especialmente en torno a las
grandes ciudades, como Roma. Los presbíteros eran enviados a servir en esas
“comunidades” (“parroquias”), y vivían “compartiendo”, “conviviendo”, siempre en
relación con su obispo y su Presbiterio. En la celebración eucarística del obispo se
reservaba el “fermentum” para enviarlo a los presbíteros (por medio de acólitos) en
señal de comunión.

En los primeros siglos de la Iglesia era normal la concelebración, la sinodalidad


(reunión de consejo) y la imposición de manos en la ordenación por parte de todos los
sacerdotes. Al multiplicarse las parroquias en los sectores rurales, los presbíteros eran
enviados para presidir la Eucaristía y la comunidad; ordinariamente vivían en
comunidad. Venían a ser como un doblaje de la vida común con el obispo de la
“ciudad”. Existía, pues, casi como dos tipos de Presbiterio. Las comunidades de
presbíteros podían ser presididas por “arciprestes” o “archidiáconos”, siempre en
representación del obispo.

Parece que había dos acentos o tipos de comunidad en el Presbiterio: canonical y


monástico. La vida comunitaria del clero (rural) tuvo influjo cenobítico, pero esa vida
en común era propiamente un legado de la tradición apostólica. Los aspectos más
canonicales (es decir, según los “cánones”) o más “monacales”, podían ser
independientes o sencillamente como valores comunes (sin la distinción que suele
hacerse hoy). Pero es difícil deslindar estos dos aspectos en los Presbiterios de San
Martín de Tours, San Eusebio de Vercelli, San Cromacio de Aquileya, San Agustín, san
Ambrosio, San Juan Crisóstomo....

Desde el siglo VII, los obispos intervenían más en la política y en la sociedad civil (casi
como señores feudales); algunos asumían tareas políticas y económicas. Los resultados
5
A. VILELA, La condition collégiale des prêtres aux III siècle (Paris, Beauchesne,
1971). Según el concilio de Calcedonia, siglo V (canon 6), las ordenaciones “absolutas”
de obispo, presbítero o diácono, son inválidas; con lo cual se reafirma la necesaria
integración de los ministros ordenados en la Iglesia particular y en el Presbiterio. San
Jerónimo (siglo IV-V) dice que en Alejandría los presbíteros eran 12 (como los
Apóstoles). San Agustín (siglo IV-V) presenta la vida comunitaria de los presbíteros en
el Presbiterio y acentúa el sentido ministerial y pastoral como elemento básico de la
“Vida Apostólica” (es decir, según el estilo de los Apóstoles). En Oriente se acentúa más
lo sacral y cultual. San Gregorio Magno une los dos aspectos y tendrá gran influencia en
el medioevo. En las Constituciones de los Apóstoles (siglo IV) se describe el grupo de
los presbíteros aconsejando al obispo, del que dependen (VIII, 47).
7

negativos se intentaban paliar eligiendo a candidatos monjes para el episcopado. Hubo


mucha variedad de formas de Presbiterio. La llamada “Regla de San Agustín” (que
propiamente recogía la vida comunitaria de su Presbiterio) fue punto de referencia en
todo Occidente, hasta muy entrada la edad media.

Las Decretales pseudoisidorianas (mitad del siglo IX) indican la unidad de sacramento
del Orden entre obispo y presbíteros (con dos grados diferentes). Acentúan la
sacramentalidad. La reforma gregoriana enfatiza la oración litúrgica y la vida
evangélica, no siempre con influjo monástico. El concilio Lateranense IV (1215)
acentúa y programa el trabajo pastoral en la parroquia dirigida por el párroco como
pastor espiritual (confesarse con él y comulgar de él). El acento recae en la celebración
eucarística y tendrá continuidad hasta el concilio de Trento, sin descartar la importancia
de la predicación y de la dirección de la comunidad.

En la actualidad se parte de una eclesiología de comunión, viviendo la Iglesia particular


en sentido “pascual” (dejando de lado los privilegios históricos). Se quiere volver a la
sinodalidad y ministerialidad, pero con el estilo de la Vida Apostólica. Se quiere
recuperar el carácter colegial del Presbiterio, la pastoral compartida y participada, la
itinerancia en sentido de disponibilidad en cuanto a cargos, la audacia humilde y
decidida ante una sociedad que ridiculiza la Iglesia y el sacerdocio. Por esto se aspira a
compartir la fe vivida entre los presbíteros y entre todos los componentes del Pueblo de
Dios.

El canon 245 actual (CIC de 1983) urge a los futuros sacerdotes (durante su período de
formación en el Seminario) a prepararse para vivir la vida fraterna en el Presbiterio:
"Los alumnos... mediante la vida en común en el Seminario, y los vínculos de amistad y
compenetración con los demás, deben prepararse para una unión fraterna con el
Presbiterio diocesano, del cual serán miembros para el servicio de la Iglesia".6

En la Iglesia particular, los servicios (“ministerios”), ejercidos por los componentes del
Presbiterio, tienen, al mismo tiempo, sentido “sacerdotal”, profético y diaconal. Se
ofrece el sacrificio de Cristo, simultáneamente al servicio de la Palabra y al servicio de
construir la comunidad como “comunión” y “Cuerpo” de Cristo, que es unidad en la
caridad. El centro de toda la acción pastoral ministerial es el mismo Cristo como
Palabra, como pan ofrecido y comido (sacrificio y sacramento) y como vida nueva
participada de él y compartida con los hermanos. En los ministerios ejercidos por los
Apóstoles (según nos describe el libro de los Hechos) se funda armónicamente la misión
profética, sacerdotal y de caridad.

Los ministerios se equilibran y postulan entre sí, cuando se ejercen a partir de la caridad
pastoral. El sacerdote ministro, al apacentar la grey del Señor, “tiene como oficio la
caridad”.7

6
Con buena lógica, un seminarista se preguntará hoy: ¿dónde se vive este Presbiterio?
¿cuál es su proyecto de vida?...
7
SAN AGUSTÍN, In Ioannis Evangelium tractatus 123,5: CCL 36,678; citado en PDV
23: “sit amoris officium pascere dominicum gregem”. De este modo, “dispensa al
pueblo el sacramento y la palabra de Dios” (Epist. 21,3: PL 33,89).
8

Santo Tomás habla de servir al Cuerpo Eucarístico y al Cuerpo Místico de Cristo (cfr.
Suppl. q.40, a.4). El culto y lo sagrado no se oponen a los demás servicios proféticos y
hodegéticos, sino que dan pleno sentido a los mismos.

Desde el concilio Vaticano II se han ido recuperado paulatinamente los contenidos del
Presbiterio. La espiritualidad específica del sacerdote diocesano queda determinada por
la realidad de gracia del Presbiterio (cfr. PO 8; LG 28; PDV 31, 74-80; ChD 28; Puebla
663; Directorio 25-28). Es una "fraternidad sacramental" (PO 8), o "íntima fraternidad"
exigida por el sacramento el Orden (LG 28), signo eficaz de santificación y
evangelización. Por esto, el Presbiterio es "mysterium" y "realidad sobrenatural" (PDV
74), que matiza la espiritualidad de sus componentes, en el sentido de pertenecer a una
"familia sacerdotal" (ChD 28; PDV 74). Consecuentemente, la fraternidad del
Presbiterio es "lugar privilegiado", donde todo sacerdote (especialmente el diocesano o
"secular", por estar "incardinado"), puede "encontrar los medios específicos de
santificación y evangelización" (Directorio 27).

Cuando se vive esta fraternidad, pedida por el Señor en su oración sacerdotal (cfr. Jn
17,9ss), el Presbiterio es un signo eficaz de santificación y de evangelización para toda
la Iglesia y para toda la humanidad: “Que todos sean uno... para que el mundo crea que
tú me has enviado” (Jn 17,21.23). Entonces el Presbiterio es “un hecho evangelizador”
(Puebla 663).

La comunión del Presbiterio fundamenta la interrelación sacerdotal: “En virtud de la


común ordenación sagrada y de la común misión, los presbíteros todos se unen entre sí
en íntima fraternidad, que debe manifestarse en espontánea y gustosa ayuda mutua,
tanto espiritual como material, tanto pastoral como personal, en las reuniones, en la
comunión de vida de trabajo y de caridad” (LG 28).

La expresión conciliar “fraternidad sacramental” (PO 8) es inédita en la historia de la


Iglesia. Pero la realidad es la misma de la oración sacerdotal de Jesús (cfr. Jn 17,21,23).
En el contexto de la doctrina conciliar, hace patente y concreta la realidad de la misma
Iglesia como “sacramento” (signo transparente y portador de Cristo): “La Iglesia es en
Cristo como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la
unidad de todo el género humano” (LG 1). Así, pues, la definición descriptiva del
Presbiterio se encuadra en el contexto de una Iglesia que es “sacramento”, es decir,
misterio de comunión para la misión.

Esta “comunión” fraterna del Presbiterio es dialogal, responsable, solidaria, de


convivencia compartida en todos sus niveles. El decreto Presbyterorum Ordinis indica
esta interrelación entre todos los presbíteros, teniendo en cuenta su diversidad de
función, edad y situación circunstancial (dificultades, enfermedad, soledad), sin olvidar
su eventual inserción en grupos geográficos, funcionales o asociativos (cfr. PO 8).

Para construir la “verdadera familia” sacerdotal del Presbiterio en “comunión” (PDV


74), es necesario vivir la relación íntima con Cristo y el estilo apostólico del
seguimiento evangélico. A Cristo, cuando es profundamente amado, se le descubre
presente en medio de los hermanos (cfr. Mt 18,20; 28,20; Jn 17,21-23). La vivencia de
esta presencia “sacramental” (es decir, bajo “signos” eficaces de Iglesia), hace posible la
realidad eclesial de “un solo corazón y una sola alma” (Hech 4,32), también y
especialmente en el Presbiterio. Entonces el signo “sacramental” de la fraternidad en el
9

Presbiterio, se convierte en medio privilegiado y necesario para la propia santificación y


misión.

Estas realidades de gracia (Iglesia particular, Presbiterio) pueden matizarse inspirándose


en figuras sacerdotales de la historia o en carismas peculiares que el Espíritu Santo
concede continuamente a su Iglesia. Entonces se vive el Presbiterio diocesano a partir
de realidades complementarias de gracia, como puede ser una amistad, la dirección
espiritual, una asociación y también la pertenencia a una institución de vida consagrada
para el sacerdote ministro.8

2. EL CARISMA EPISCOPAL EN RELACIÓN CON LA VIDA Y MINISTERIO DE


LOS SACERDOTES DEL PRESBITERIO EN LA IGLESIA PARTICULAR

La paternidad espiritual del obispo deriva de una realidad sacramental: la imposición de


manos con la consagración del Espíritu Santo, por la que se recibe el carácter (para
ejercer válidamente los ministerios) y la gracia sacramental especial (para servir
santamente). Esta paternidad tendrá un significado especial respecto a quienes se han
incardinado en la Iglesia particular y pertenecen, de modo permanente, al Presbiterio:
"En la cura de las almas son los sacerdotes diocesanos los primeros, puesto que estando
incardinados o dedicados a una Iglesia particular, se consagran totalmente al servicio de
la misma, para apacentar una porción del rebaño del Señor; por lo cual constituyen un
Presbiterio y una familia, cuyo padre es el Obispo" (ChD 28).

La paternidad no significa paternalismo; en otros textos conciliares, al obispo se le


llama también hermano y amigo (PO 7). Esta paternidad en el Presbiterio deriva del
hecho de que el obispo es "la imagen viva de Dios Padre" (S. Ignacio de Antioquía, Ad
Trall. 3,1). La espiritualidad específica del sacerdote, particularmente del sacerdote
llamado "diocesano" o "secular", tiene una relación de dependencia directa respecto al
carisma del propio obispo.9
8
Algunos estudios actuales sobre el Presbiterio: AA.VV. (M. Tagliaferri, A. Torresin, L.
Bressan), Il Presbiterio nella storia, nella teologia, nelle Chiese particolari (Roma, UAC,
2008); A. CATTANEO, Il Presbiterio della Chiesa particolare (Milano, Edit. Giuffré
1993); D. COLETTI, L'importanza della condivisione della spiritualità sacerdotale
all'interno del presbiterio. Virtù e atteggiamenti da maturare nel Seminario: Seminarios
35 (1995) 287-302; J. ESQUERDA BIFET, Espiritualidad y vida comunitaria en el
Presbiterio: Burgense 14/1 (1973) 137-160, 15/1 (1974) 179-205; Teología de la
espiritualidad sacerdotal (Madrid, BAC, 1991) cap. 5; N. LÓPEZ, Episcopus cum
Presbyteris. Fundamenta collegialitatis in Ecclesia particulari: Burgense 6 (1965) 111-
135; A. MAGGIOLINI, A. CAELLI, L’unità del Presbiterio. Una spiritualità di
comunione per il clero (Roma, Città nuova, 2001); I. OÑATIBIA, Presbiterio, Colegio
Apostólico y apostolicidad del ministerio presbiteral: Teología del Sacerdocio 4 (1972)
71-109; L. RUBIO, F. CABEZAS, Presbiterio y comunidades sacerdotales: Seminario 37
(1969) 161-184; A. SUQUÍA, Relación del obispo con el Presbiterio: Lumen 15 (1966)
395-401. Ver otros datos históricos en la bibliografía cita en la nota 30.
9
El concilio Vaticano II, Pastores dabo vobis y el Directorio para los presbíteros
prefieren el término "diocesano" (cfr. LG 28 y 41; PO 8; PDV 2, 4, 17, 28, 31, 59, 68,
71, 74; Directorio 88-89). El Código de Derecho Canónico de 1983 usa el término
"clero secular" (can. 680), que indica más bien la diferenciación respecto al término
10

El carisma episcopal, recibido en el sacramento del Orden y relacionado con la misión


eclesial, apunta principalmente no a las cuestiones de administración, sino a la realidad
de gracia de cada súbdito y, de modo especial, de cada presbítero y diácono del
Presbiterio. “El obispo debe ser considerado como el gran sacerdote de su grey, de quien
deriva y depende, en cierto modo, la vida en Cristo de sus fieles. Por eso, conviene que
todos tengan en gran aprecio la vida litúrgica de la diócesis en torno al Obispo, sobre
todo en la Iglesia catedral... junto al único altar donde preside el Obispo, rodeado de su
Presbiterio y ministros” (SC 41).

Desde el inicio de la Iglesia, si se analizan bien los textos neotestamentarios y los escritos
subapostölicos (que hemos citado más arriba), se constata la íntima relación entre obispo,
presbíteros y diáconos, formando todos parte del único Presbiterio de la Iglesia particular.

La espiritualidad ministerial específica del obispo tiene como punto necesario de referencia
la gracia especial recibida en el sacramental del Orden. Esta gracia está relacionada con
la construcción de la realidad sobrenatural del Presbiterio. Se trata de la espiritualidad
de “Vida Apostólica”, que es común a quienes (en diverso grado) son sucesores de los
Apóstoles. Obispo y presbíteros (con los diáconos) forman una unidad inseparable.
"Todos los presbíteros, juntamente con los Obispos, participan de tal modo del mismo y
único sacerdocio y ministerio de Cristo, que la misma unidad de consagración y de
misión exige una comunión jerárquica con el Orden de los Obispos, unión que
manifiestan perfectamente a veces en la concelebración litúrgica, y unidos a los cuales
profesan que celebran la comunión eucarística. Por tanto, los Obispos, por el don del
Espíritu Santo, que se ha dado a los presbíteros en la Sagrada Ordenación, los tienen
como necesarios colaboradores y consejeros en el ministerio y función de enseñar, de
santificar y de apacentar la grey de Dios" (PO 7).

Como exigencia de estas realidades de gracia, el obispo, que preside el Presbiterio como
servicio de comunión, está llamado a cuidar de sus sacerdotes y diáconos como
miembros de una misma familia sacramental y ministerial. No sería exacto decir que
basta cuidar de ellos como quien cuida de un grupo especial de la Iglesia particular,
puesto que el obispo se realiza como tal, cuando vive su realidad de pertenecer a un
signo sacramental comunitario, juntamente con sus presbíteros y diáconos. Este encargo
es intrínseco al carisma episcopal y tiende a que los ministros ordenados puedan
desempeñar gozosa y generosamente el servicio de la comunión eclesial hacia dentro y
hacia fuera de la Iglesia particular. Es, pues, un encargo de dimensión eclesiológica y
sacramental, así como una prioridad pastoral.

Ya el decreto conciliar de Trento invitaba al obispo a asumir su propia responsabilidad


respecto a la formación de sus futuros sacerdotes: "Establece el santo Concilio que todas
las catedrales, metropolitanas e Iglesias mayores, tengan obligación de mantener y
educar religiosamente, e instruir en la disciplina eclesiástica, según las posibilidades y
extensión de las diócesis, cierto número de jóvenes de la misma ciudad y diócesis...
Cuide el obispo que asistan todos los días al sacrificio de la Misa, que confiesen a los
menos una vez al mes, que reciban, a juicio del confesor, el Cuerpo de nuestro Señor
Jesucristo, y que sirvan en la catedral y en otras Iglesias del pueblo los días festivos. El

“claustral”.
11

obispo... arreglará, según el Espíritu Santo le iluminare, todo lo dicho, y todo cuanto sea
oportuno y necesario, velando en sus frecuentes visitas de que siempre se guarde".10

La misma acción pastoral del obispo se realiza siempre “con la cooperación del
Presbiterio” (ChD 11). A partir de este contexto eclesial, queda patente que corresponde
a los obispos “promover la santidad de sus clérigos, de sus religiosos y seglares, según
la vocación peculiar de cada uno, y siéntanse obligados a dar ejemplo de santidad con la
caridad, humildad y sencillez de vida” (ChD 15).

Presbíteros y diáconos del Presbiterio de una Iglesia particular, forman la misma familia
sacerdotal del obispo. Por esto, la actuación del carisma episcopal se concreta en hacer
que todos los componentes del Presbiterio vivan generosamente su identidad
ministerial. Esta preocupación episcopal es preferente, a modo de prioridad espiritual y
pastoral, por encima del propio interés y de las ventajas personales.: “Traten siempre
con caridad especial a los sacerdotes, puesto que reciben parte de sus obligaciones y
cuidados y los realizan celosamente con el trabajo diario, considerándolos siempre
como hijos y amigos, y, por tanto, estén siempre dispuestos a oírlos, y tratando
confidencialmente con ellos, procuren promover la labor pastoral íntegra de toda la
diócesis. Vivan preocupados de su condición espiritual, intelectual y material, para que
ellos puedan vivir santa y piadosamente, cumpliendo su ministerio con fidelidad y
éxito” (ChD 16).11

La exhortación apostólica Pastores Gregis (2003) recoge las aportaciones del Sínodo
sobre el episcopado (2001), que tenía como título: “El obispo servidor del evangelio de
Jesucristo para la esperanza del mundo”. El directorio para el ministerio pastoral de los
obispos, Apostolorum Successores (2004) ofrece unas pistas para su aplicación concreta.
Los Lineamenta (así como el Instrumentum laboris previas al Sínodo episcopal de 2001
ya habían ofrecido unas aportaciones de grandes contenidos.

Los Lineamenta del Sínodo de 2001 describen la figura espiritual del obispo a partir de
la caridad del Buen Pastor (cfr. nn.86-97). Son líneas que quedarán más explicitadas en
el capítulo II de la exhortación Pastores Gregis y en el capitulo III del directorio
Apostolorum Successores. La relación espiritual del obispo con su Presbiterio queda
descrita así en los Lineamenta: "Junto con los sacerdotes de su Presbiterio, tiene que
recorrer los caminos específicos de espiritualidad en cuanto llamado a la santidad por el
nuevo título derivado del orden sagrado" (Lineamenta, n.89).12
10
Ses.23, can.18 de reforma: Concilium Tridentinum, IX, 628-630. He hecho notar un
cierto vacío histórico postconciliar respecto a este cuidado episcopal, en: La institución
de los Seminarios y la formación del clero, en: Trento, i tempi del Concilio, Società,
religione e cultura agli inizi dell'Europa moderna (Trento, 1995) 261-270.
11
Continúa el texto: "Por lo cual han de fomentar las instituciones y establecer
reuniones especiales, de las que los sacerdotes participen algunas veces, bien para
practicar algunos ejercicios espirituales más prolongados para la renovación de la vida,
o bien para adquirir un conocimiento más profundo de las disciplinas eclesiásticas,
sobre todo de la Sagrada Escritura y de la Teología, de las cuestiones sociales de mayor
importancia, de los nuevos métodos de acción pastoral" (ChD 16).
12
En el “cuestionario” final de los Lineamenta, se formulaban estas preguntas: "¿Cómo
vive el obispo su relación con el Presbiterio y con cada sacerdote, especialmente en la
12

El documento Instrumentum Laboris del mismo Sínodo (2001) tiene afirmaciones


parecidas: “Un acto necesario de la comunión es el de la unión sacramental del
Presbiterio en torno a su obispo. Según los textos más antiguos de la tradición, como los
de Ignacio de Antioquía, ello es parte esencial de la iglesia particular. Entre el obispo y
los presbíteros existe la «communio sacramentali» en el sacerdocio ministerial o
jerárquico, participación en el único sacerdocio de Cristo y por lo tanto, aunque en
grado diverso, en el único ministerio eclesial ordenado y en la única misión apostólica”
(n.86). “En virtud de este vínculo sacramental y jerárquico los presbíteros, necesarios
colaboradores y consejeros, asumen, según su grado, los oficios y la solicitud del obispo
y lo hacen presente en cada comunidad. La relación sacramental-jerárquica se traduce
en la búsqueda constante de una comunión real del obispo con los miembros de su
Presbiterio y confiere consistencia y significado a la actitud interior y exterior del
obispo hacia sus presbíteros” (n.87).13

Si los presbíteros son "colaboradores y consejeros necesarios" del obispo en todos los
ministerios (PO 7; cfr. CD 16, 28), ello implica también la corresponsabilidad en la
común espiritualidad sacerdotal. La relación familiar y pastoral enraíza en el mismo y
único sacramento del Orden: “En efecto, entre el Obispo y los presbíteros hay una
communio sacramentalis en virtud del sacerdocio ministerial o jerárquico, que es
participación en el único sacerdocio de Cristo y, por tanto, aunque en grado diferente, en
virtud del único ministerio eclesial ordenado y de la única misión apostólica... El
Obispo ha de tratar de comportarse siempre con sus sacerdotes como padre y hermano
que los quiere, escucha, acoge, corrige, conforta, pide su colaboración y hace todo lo
posible por su bienestar humano, espiritual, ministerial y económico” (Pastores Gregis
47).

No es una simple tarea administrativa (como ocurre en la sociedad civil), sino una
actuación que requiere “afecto especial del Obispo”, concretado en “acompañamiento
paternal y fraterno”, con el objetivo de “ayudarles a ser y actuar como sacerdotes al estilo
de Jesús” Por esto, “uno de los primeros deberes del Obispo diocesano es la atención
espiritual a su Presbiterio”. El gesto del presbítero de poner las manos en las manos del
obispo ordenante, incluye también que “el obispo se compromete a custodiar esas manos”
(Pastores Gregis 37).14

proclamación de la fe? ¿Cuáles deberían ser sus preocupaciones principales en este


campo?".
13
Se llega a la siguiente conclusión: “Además, al obispo incumbe en primer lugar la
responsabilidad de la santificación de sus presbíteros y de su formación permanente... Él
debe velar cotidianamente para que todos los presbíteros sepan y adviertan
concretamente que no están solos o abandonados, sino que son miembros y parte de un
único Presbiterio” (ibídem, n.88).
14
Continúa el texto, afirmando que “el presbítero puede esperar razonablemente una
muestra de especial cercanía de su Obispo”, concretamente cuando recibe un encargo
pastoral o cuando y, por edad o enfermedad, deja oficialmente los cargos encomendados
(ibídem). Ver también el Directorio anterior, Ecclesiae Imago, sobre el ministerio de los
obispos (22 de febrero de 1973), nn. 107-117 (Relación con el clero diocesano). "El
Obispo... sabe bien que su deber es dirigir su amor y su solicitud particular sobre todo
hacia los presbíteros y hacia los candidatos al ministerio sagrado" (n. 107; cita PO 7).
13

La peculiaridad de la espiritualidad episcopal está ligada esencialmente al hecho de ser


cabeza del Presbiterio y a la exigencia de orientar la gracia recibida hacia la
santificación de sus presbíteros. Los presbíteros y diáconos necesitan, para vivir su
propia espiritualidad específica, la actuación efectiva y afectiva del carisma episcopal.
La actuación del carisma episcopal es, pues, necesaria para que se realice la
construcción de la familia sacerdotal según el modelo de la “Vida Apostólica”.

El respeto y afecto por parte de los presbíteros y diáconos hacia su obispo, dependerá,
en gran parte, de que el mismo obispo preste más interés a la actuación de su carisma en
el campo de la santificación y apostolado. Es siempre una interrelación que compromete
a todos.

Aunque el obispo puede delegar muchas de sus funciones administrativas y cultuales,


ningún colaborador y ninguna institución asociativa puede suplir totalmente la
responsabilidad episcopal en el campo de la espiritualidad de sus ministros ordenados.
El hecho de que el presbítero represente siempre al obispo en su actuación ministerial
(cfr. SC 42; LG 28; PO 7), hace patente la necesidad de acudir al carisma episcopal, no
principalmente para las cuestiones administrativas y disciplinares, sino especialmente en
todo el contexto doctrinal, pastoral y espiritual, en vistas a una fidelidad mayor en el
orden de la gracia.15

Aunque en el ejercicio de todos los ministerios ha de manifestarse la estrecha relación


entre el obispos y sus presbíteros y diáconos, esta colaboración incluye una relación
familiar y espiritual. En las visitas "ad Limina", es frecuente que el Santo Padre
recuerde con insistencia a los obispos esta relación, invitándoles a ponerla en práctica.
Es fácil, en estas visitas, encontrar afirmaciones como la siguiente: "En todas estas
tareas, vuestros primeros y principales colaboradores en la predicación del Evangelio y
en la difusión de la buena nueva de la salvación son los sacerdotes... Esta paternidad
espiritual se expresa en un profundo vínculo de comunión entre vosotros y vuestros
sacerdotes, en vuestra disponibilidad en acogerlos y el apoyo que esperan y necesitan de
vosotros... El bienestar humano y espiritual de vuestros sacerdotes será el coronamiento
de vuestro ministerio episcopal... Compartir una vida sencilla alegra al Presbiterio y,
cuando va acompañada por la confianza mutua, facilita la obediencia voluntaria que
todo presbítero debe a su obispo".16

Los presbíteros y diáconos incardinados en la Iglesia particular necesitan la actuación


del carisma episcopal para aclarar y vivir, todos juntos, la espiritualidad específica del
sacerdote diocesano secular; se necesitarán encuentros peculiares para conseguir este
objetivo.
15
Durante los años de obispo dimisionario se podrá constatar (por la frecuencia y
autenticidad de las visitas recibidas) si la actuación episcopal anterior fue
principalmente administrativa o pastoral-espiritual.
16
JUAN PABLO II, Discurso a los miembros de la Conferencia Episcopal de
Zimbabwe (4 de septiembre de 1998): Osservatore Romano, español, 11 septiembre,
p.5. En realidad, los presbíteros son "colaboradores y consejeros necesarios" del obispo
en todos los ministerios (PO 7; cfr. CD 16, 28). Ver también el Directorio Ecclesiae
Imago sobre el ministerio de los obispos (22 de febrero de 1973), nn. 107-117.
14

El Directorio para el ministerio pastoral de los obispo, Apostolorum Successores (2004),


hace referencia frecuentemente a la relación de los obispos con su Presbiterio, cuando
califica la espiritualidad episcopal como “típicamente eclesial” (n.34), describe al
obispo como centro de unidad de la Iglesia particular (n.63) y analiza ampliamente su
relación con el Presbiterio (cap.IV; nn.75-83).

Precisamente por ser “fundamento y principio visible de unidad en la Iglesia particular”,


el obispo “debe promover y tutelar continuamente la comunión eclesial en el Presbiterio
diocesano, de modo que su ejemplo de dedicación, acogida, bondad, justicia y
comunión efectiva y afectiva con el Papa y sus hermanos en el Episcopado, una siempre
más los presbíteros entre ellos y con él, y ningún presbítero se sienta excluido de la
paternidad, fraternidad y amistad del Obispo” (n.63). Ello será en bien de todos los
miembros de la Iglesia particular.

Por el hecho de trabajar como “ministros de la misión apostólica”, “los presbíteros


diocesanos son los principales e insustituibles colaboradores del orden episcopal,
revestidos del único e idéntico sacerdocio ministerial, del que el Obispo posee la
plenitud”. Ello supone una imitación del cuidado de Cristo por sus Apóstoles: “Como
Jesús manifestó su amor a los Apóstoles, así también el Obispo, padre de la familia
presbiteral.. sabe que es su deber dirigir su amor y su atención particular hacia los
sacerdotes y los candidatos al sagrado ministerio”. Por esto, “guiado por una caridad
sincera e indefectible, el Obispo preocúpese de ayudar de todos los modos posibles a
sus sacerdotes, para que aprecien la sublime vocación sacerdotal, la vivan con
serenidad, la difundan en torno a ellos con gozo, desarrollen fielmente sus tareas y la
defiendan con decisión” (n.75).

Esta “relación entre el Obispo y el Presbiterio debe estar inspirada y alimentada por la
caridad y por una visión de fe”. No se trata de la relación de un mero gobernante con los
propios súbditos, sino más bien como un “padre y amigo”. Por esto hay que “favorecer
un clima de afecto y de confianza, de modo que sus presbíteros respondan con una
obediencia convencida, grata y segura”. Se trata de un “cuidado y atención hacia cada
uno de los presbíteros, porque todos los sacerdotes... son igualmente ministros al
servicio del Señor y miembros del mismo Presbiterio”. Esta actitud del obispo hará
posible “que cada uno dé lo mejor de sí y se entregue con generosidad” (n.76).

Esta relación paterna, fraterna y amigable del obispo con sus sacerdotes se concreta
también en el “deber de conocer a los presbíteros diocesanos, su carácter, sus
capacidades y aspiraciones, su nivel de vida espiritual, celo e ideales, el estado de salud
y las condiciones económicas, sus familias y todo lo que les incumbe”. Ésta es una de
las finalidades de la “visita pastoral, durante la cual se debe dar todo el tiempo necesario
a los encuentros personales, más que a las cuestiones de carácter administrativo o
burocrático”. Ello comporta una actitud de “sencilla familiaridad, que facilite el
diálogo”. También procurará “el mutuo conocimiento entre las diversas generaciones de
sacerdotes... de manera que todo el Presbiterio se sienta unido al Obispo y
verdaderamente corresponsable de la Iglesia particular” (n.77).

La actitud paterna y fraterna del obispo es necesaria también en el momento de conferir


cargos, evitando dañar “la vida interior” (n.78). Este cuidado paterno y pastoral se
concreta en el modo de ayudar a los presbíteros a relacionarse entre sí, también con los
15

religiosos y miembros de asociaciones sacerdotales (n.79). De modo especial habrá que


prestar atención a las necesidades humanas (n.80), dificultades de la vida y del
ministerio (n.81), vivencia del celibato sacerdotal (n.82), formación permanente
(n.83).17

Estos documentos postsinodales intentan aplicar la doctrina conciliar al respecto: "Por


esta comunión, pues, en el mismo sacerdocio y ministerio tengan los Obispos a sus
sacerdotes como hermanos y amigos, y preocúpense cordialmente, en la medida de sus
posibilidades, de su bien material y, sobre todo, espiritual. Porque sobre ellos recae
principalmente la grave responsabilidad de la santidad de sus sacerdotes; tengan, por
consiguiente, un cuidado exquisito en la continua formación de su Presbiterio.
Escúchenlos con gusto, consúltenles incluso y dialoguen con ellos sobre las necesidades
de la labor pastoral y del bien de la diócesis" (PO 7).

Si el obispo es "el gran sacerdote de su grey, de quien deriva y depende, en cierto modo,
la vida en Cristo de sus fieles" (SC 41), ello tendrá una aplicación peculiar respecto a
los presbíteros, tanto en el cuidado de su “continua formación”, como en su proceso de
“santidad” (PO 7). En esta relación ministerial respecto al Presbiterio, los obispos viven
su realidad de ser "principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias
particulares" (LG 23).

Pablo VI recordó estos deberes del ministerio episcopal respecto a sus presbíteros, al
inaugurar la Asamblea de Medellín desde la catedral de Bogotá: "Si un obispo
concentrase sus cuidados más asiduos, más inteligentes, más pacientes, más cordiales,
en formar, en asistir, en escuchar, en guiar, en instruir, en amonestar, en confortar a su
clero, habría empleado bien su tiempo, su corazón y su actividad".18

Benedicto XVI, con ocasión de su visita a Lourdes (2008), presentó un amplio resumen
de la preocupación del obispo por los sacerdotes de su Presbiterio: “Queridos Hermanos
en el Episcopado, os invito a seguir solícitos para ayudar a vuestros sacerdotes a vivir en
íntima unión con Cristo. Su vida espiritual es el fundamento de su vida apostólica.
Exhortadles con dulzura a la oración cotidiana y a la celebración digna de los
sacramentos, especialmente de la Eucaristía y la Reconciliación, como lo hacía San
Francisco de Sales con sus sacerdotes. Todo sacerdote debe poder sentirse dichoso de
servir a la Iglesia. A ejemplo del cura de Ars, hijo de vuestra tierra y patrono de todos
los párrocos del mundo, no dejéis de reiterar que un hombre no puede hacer nada más
grande que dar a los fieles el cuerpo y la sangre de Cristo, y perdonar los pecados.
Tratad de estar atentos a su formación humana, intelectual y espiritual, y a sus recursos
para vivir. Pese a la carga de vuestras gravosas ocupaciones, intentad encontraros con
17
Respecto al cuidado de los candidatos al sacerdocio, ver el capítulo IV del Directorio
Apostolorum Successores (cuando describe su actuación en el Seminario).
18
PABLO VI, Alocución en la inauguración de la II Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano (Catedral de Bogotá, 24 de agosto de 1968). Son los
mismos contenidos del Directorio Ecclesiae Imago sobre el ministerio pastoral de los
obispos: "El Obispo considera como un sacrosanto deber conocer a sus presbíteros
diocesanos, sus caracteres y capacidades, sus aspiraciones y tenor de vida espiritual, su
celo e ideales, su estado de salud y sus condiciones económicas, su familia y todo lo que
diga relación a ellos" (n. 111).
16

ellos regularmente, sabiéndolos acoger como hermanos y amigos (cfr. Lumen gentium,
28; Christus Dominus, 16). Los sacerdotes necesitan vuestro afecto, vuestro aliento y
solicitud. Estad a su lado y tened una atención especial con los que están en dificultad,
los enfermos o de edad avanzada (cfr. Christus Dominus, 16). No olvidéis que, como
dice el Concilio Vaticano II usando una espléndida expresión de san Ignacio de
Antioquía a los Magnesios, son «la corona espiritual del Obispo» (Lumen gentium,
41)”.19

3. LA COLABORACIÓN ESPECÍFICA DE LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS EN


LA CONSTRUCCIÓN DEL PRESBITERIO

En la construcción del Presbiterio se necesita la colaboración de todos: ministros


ordenados, laicado y vida consagrada. Pero la colaboración de los presbíteros y
diáconos es peculiar, por el hecho de estar incardinados, es decir, insertados de modo
permanente en las realidades de gracia de la Iglesia particular, con su Presbiterio y en
relación de dependencia espiritual y pastoral respecto al carisma episcopal.

Se puede hablar de una espiritualidad de Iglesia particular o de una espiritualidad


“diocesana” para todos, pero sin olvidar la “diocesaneidad” específica de los sacerdotes
y diáconos diocesanos incardinados. Todo fiel cristiano que “pertenece” a la Iglesia
particular, queda comprometido por ello mismo a participar en la construcción del
Presbiterio de la misma “diócesis”.

La configuración ontológica del sacerdote con Cristo Sacerdote, Cabeza y Pastor, Siervo
y Esposo (cfr. PO 1-3; PDV 20-22.48), consiste en la participación en el ser de Cristo
como consagración por el Espíritu Santo (cfr. PDV 1, 10, 27, 33, 69). De ahí derivan
armónicamente las diversas dimensiones o perspectivas y puntos de vista de esta
realidad tan rica de contenidos: dimensión trinitaria, cristológica, pneumatológica,
eclesiológica, antropológica, sociológica... Lo “sacral” y “sacramental” no es, pues, algo
marginal ni paralelo; indica más bien lo permanente de otras derivaciones más
pastorales y espirituales. Hacer dicotomías en este campo, supone perder muchas
energías y desviar la atención hacia una polémica estéril.

De estas realidades de gracia deriva la urgencia y posibilidad de una espiritualidad


evangélica (no necesariamente monacal, aunque ésta es también válida), según el estilo
de vida de los Apóstoles, como "signo personal y sacramental" de cómo amó el Buen
Pastor (PDV 16). Los "Apóstoles" y sus sucesores están llamados a vivir el seguimiento
evangélico radical, en comunión fraterna y con disponibilidad misionera (cfr. Mt 4,19ss;
19,27ss; Mc 3,14; PDV 15-16, 60). Así comparten esponsalmente la misma vida del
Señor (cfr. Mc 10,38; PDV 22, 29) y son signo de cómo amó él (cfr. Jn 17,10; PDV 49).

Ahora bien, en cada presbítero y diácono miembro del Presbiterio (sobre todo si está
incardinado en él), estas realidades de gracia necesitan, para su recta comprensión y
realización, la actuación del carisma episcopal (cfr. PO 7; ChD 15-16; PDV 74, 79). El
obispo es el fundamento visible de la unidad en la Iglesia particular y en su Presbiterio
(LG 23; cfr. PO 7-8), y es él principalmente quien debe "fomentar la santidad de sus
19
BENEDICTO XVI, Discurso en el encuentro con la Conferencia Episcopal de Francia
(Lourdes, 14 septiembre 2008).
17

clérigos, de los religiosos y de los laicos, de acuerdo con la peculiar vocación de cada
uno" (ChD 15).

Ningún ministerio apostólico (recibido por ordenación) queda aislado de la


sacramentalidad y ministerialidad de la Iglesia comunión misionera. Por esto, el
episcopado, presbiterado y diaconado, se armonizan en esta comunión eclesial, teniendo
en cuenta la presidencia ministerial y de caridad por parte del obispo que dirige y anima
el Presbiterio de la Iglesia particular. En efecto, el obispo es pastor propio, ordinario e
inmediato de su Iglesia particular, en comunión con el sucesor de Pedro y con la
Colegialidad episcopal, al servicio de la “comunión” local y universal. Los presbíteros y
diáconos cooperan más estrechamente con el obispo en la construcción de esta
comunión. El encargo más importante del ministerio del obispo consiste en cuidar de
que sus sacerdotes y diáconos (que forman una sola familia con él en el Presbiterio)
puedan desempeñar los servicios de comunión eclesial (ad intra y ad extra) en unión con
él, como primer responsable de la misión.

Por parte de los presbíteros y diáconos, habrá que tener en cuenta que la referencia
afectiva y efectiva respecto del obispo, es parte integrante de su propia espiritualidad:
"Ningún presbítero, por tanto, puede cumplir cabalmente su misión aislada o
individualmente, sino tan sólo uniendo sus fuerzas con otros presbíteros, bajo la
dirección de quienes están al frente de la Iglesia" (PO 7).

En el ejercicio de los ministerios, el presbítero representa siempre al obispo: "En cada


una de las congregaciones de fieles, ellos representan al Obispo con quien están
confiada y animosamente unidos, y toman sobre sí una parte de la carga y solicitud
pastoral y la ejercitan en el diario trabajo" (LG 28; cfr. SC 42; PO 7).20

Es importante observar la insistencia de los textos conciliares en la "comunión", como


partícipes del mismo sacerdocio y ministerio del obispo y, consecuentemente, de la
misma espiritualidad sacerdotal, salvando la diferencia en el grado sacramental y la
dependencia del carisma episcopal. Presbyterorum Ordinis afirma que la "obediencia
sacerdotal, ungida de espíritu de cooperación, se funda especialmente en la
participación misma del ministerio episcopal que se confiere a los presbíteros por el
Sacramento del Orden y por la misión canónica" (PO 7,b).

No solamente el “párroco”, sino todo presbítero, en su actuación sacerdotal y en la


comunidad confiada, es "un pastor que hace las veces del obispo" (SC 42; cfr. LG 28).
No se trata de competencias o de alternativas, sino de la realidad del Presbiterio, cuyos

20
En la administración del sacramento de la confirmación, la misión o encargo recibido
del obispo es indispensable para su validez. La teología todavía no ha aclarado
suficientemente si el presbítero podría también ordenar, de modo análogo a como puede
confirmar como ministro extraordinario; pero hoy esta ordenación no sería válida.
Habría que estudiar mejor la realidad de los siglos primero y segundo, cuando obispos y
presbíteros formaban una unidad indisoluble, de la que luego se destacó (por referencia
a los Apóstoles y según la tradición apostólica) el episcopado monárquico. Esta
cuestión, teológicamente abierta, sirve par aclarar la unión sacramental y eclesial entre
obispos y sacerdotes ministros.
18

miembros son siempre "colaboradores necesarios en el ministerio y oficio de enseñar,


santificar y apacentar al Pueblo de Dios" (PO 7).21

Los presbíteros (y diáconos) realizan su propia tarea pastoral y espiritual colaborando


con el obispo en la construcción del Presbiterio como comunión: "En los presbíteros de
la diócesis, aunque sean religiosos, el Obispo trata de infundir y hacer madurar la
conciencia de formar un único Presbiterio en la Iglesia, todos juntos con el Obispo y
unidos entre sí por el vínculo del sacramento del Orden, aunque sean diversas las tareas
que desempeñan" (Directorio Ecclesiae Imago, n.109).

En el nuevo Directorio para el ministerio pastoral de los obispos (Apostolorum


Successores, año 2004), se describen las relaciones entre los presbíteros en vistas a
construir el Presbiterio presidido por el obispo. El Directorio aprovecha los contenidos
conciliares y postconciliares sobre el Presbiterio (ya citados más arriba). “Todos los
presbíteros, en cuanto partícipes del único sacerdocio de Cristo y llamados a cooperar a
la misma obra, están entre ellos unidos por particulares vínculos de fraternidad”.
Precisamente en esta realidad de gracia se basa la instancia episcopal sobre “la vida en
común de los presbíteros, que responde a la forma colegial del ministerio sacramental y
retoma la tradición de la vida apostólica para una mayor fecundidad del ministerio; los
ministros se sentirán así apoyados en su compromiso sacerdotal y en el generoso
ejercicio del ministerio” (n.79). Esta fraternidad, alentada por el obispo y puesta en
práctica responsablemente por parte de todos, se extiendo a “todos los presbíteros, tanto
seculares como religiosos o pertenecientes a las Sociedades de vida apostólica, también
con aquéllos incardinados en otras diócesis, pues todos pertenecen al único orden
sacerdotal y ejercitan el propio ministerio para el bien de la Iglesia particular” (ibídem).
El Directorio sugiere medios prácticos, como son los diversos modos de encontrarse
para convivir y compartir la vida y el ministerio.22

El hecho de estar “incardinados” en una Iglesia particular es una realidad de gracia, a


modo de “desposorio” con la Iglesia, en un lugar y en unas circunstancias históricas y
culturales. Esta realidad tiene un profundo sentido pastoral y espiritual. Se pertenece
esponsalmente a la Iglesia, asumiendo sus responsabilidades espirituales y pastorales
(misioneras). Esta pertenencia esponsal se comparte con el propio obispo (quien la
21
El decreto ChD matiza que la labor del obispo es "con la cooperación de su
Presbiterio" (ChD n. 11). Respecto al obispo, que es "padre" de todo el Presbiterio (ChD
28), los presbíteros son también "hermanos y amigos suyos" (PO 7). Los lineamenta del
Sínodo de 2001 (sobre el episcopado), glosaban LG 28 y ChD 7 de este modo: "La
necesaria cooperación del Presbiterio está enraizada en el mismo evento sacramental".
Más adelante afirma: "Esta misma gracia (sacramental) une a los presbíteros a las
distintas funciones del ministerio episcopal... Sus necesarios colaboradores y
consejeros... asumen, según su grado, los oficios y la solicitud del obispo y la hacen
presente en cada comunidad" (Lineamenta n.31; cfr. LG 28; ver afirmaciones del
Instrumentum Laboris, citadas más arriba). Si el obispo cumple con su propia
responsabilidad respecto a lo demás miembros del Presbiterio, de ello se seguirá que
"todo el Presbiterio se sienta junto, con el Obispo, verdaderamente corresponsable de la
Iglesia particular" (Directorio Ecclesiae Imago, n. 111).
22
Se hace referencia a la utilidad de las asociaciones sacerdotales según los contenidos
de PO 8, can. 278, PDV 31, Directorio para el ministerio y vida de los presbíteros 66.
19

expresa de modo peculiar). La fisonomía espiritual y pastoral del sacerdote ministro está
en estrecha relación con la pertenencia responsable y vivencial a su propia Iglesia
particular. “Por ello, el presbítero encuentra, precisamente en su pertenencia y
dedicación a la Iglesia particular, una fuente de significados, de criterios de
discernimiento y de acción, que configuran tanto su misión pastoral como su vida
espiritual” (PDV 31).

Esta realidad de gracia comporta el cometido de construir el propio Presbiterio como


signo eclesial para bien de todo el pueblo de Dios (no se trata de privilegios, sino de
signos de comunión eclesial). La conciencia de pertenecer a una Iglesia particular
afianza un “vínculo a la vez jurídico, espiritual y pastoral”. De ahí nace “el amor
especial a la propia Iglesia”, como “objetivo vivo y permanente de la caridad pastoral
que debe acompañar la vida del sacerdote y que lo lleva a compartir la historia o
experiencia de vida de esta Iglesia particular en sus valores y debilidades, en sus
dificultades y esperanzas, y a trabajar en ella para su crecimiento” (PDV 74). Esta
conciencia llega también a comprender que “una exigencia imprescindible de la caridad
pastoral hacia la propia Iglesia particular y hacia su futuro ministerial es la solicitud del
sacerdote por dejar a alguien que tome su puesto en el servicio sacerdotal” (ibídem). El
Presbiterio del presente y del futuro se construye sembrando, con el propio testimonio
gozoso y generoso, la vocación sacerdotal.

Se trata de construir una fraternidad, que es emblemática de la comunión eclesial. “La


fisonomía del Presbiterio es, por tanto, la de una verdadera familia, cuyos vínculos no
provienen de carne y sangre, sino de la gracia del Orden: una gracia que asume y eleva las
relaciones humanas, psicológicas, afectivas, amistosas y espirituales entre los sacerdotes;
una gracia que se extiende, penetra, se revela y se concreta en las formas más variadas de
ayuda mutua, no sólo espirituales, sino también materiales” (PDV 74).

La pertenencia afectiva y efectiva a la Iglesia particular, por su propia naturaleza, se


abre a la comunión universal. “El sacerdote debe madurar en la conciencia de la
comunión que existe entre las diversas Iglesias particulares, una comunión enraizada en
su propio ser de Iglesias que viven en un lugar determinado la Iglesia única y universal
de Cristo” (PDV 74).

Cuando se trata de sacerdotes (o diáconos) de vida consagrada (como son los


religiosos), su modo específico de servir en la Iglesia particular, también en relación de
dependencia especial (al menos, pastoral) respecto al obispo, repercute en bien de la
misma Iglesia particular y forma parte de su historia de gracia. “También forman parte
del único Presbiterio, por razones diversas, los presbíteros religiosos residentes o que
trabajan en una Iglesia particular. Su presencia supone un enriquecimiento para todos los
sacerdotes y los diferentes carismas particulares que ellos viven, a la vez que son una
invitación para que los presbíteros crezcan en la comprensión del mismo sacerdocio,
contribuyen a estimular y acompañar la formación permanente de los sacerdotes” (PDV
74). 23
23
La exhortación apostólica Pastores dabo vobis añade: “El don de la vida religiosa, en la
comunidad diocesana, cuando va acompañado de sincera estima y justo respeto de las
particularidades de cada Instituto y de cada espiritualidad tradicional, amplía el horizonte
del testimonio cristiano y contribuye de diversa manera a enriquecer la espiritualidad
sacerdotal, sobre todo respecto a la correcta relación y recíproco influjo entre los valores
de la Iglesia particular y los de la universalidad del Pueblo de Dios” (PDV 74).
20

Mientras no actúe o no se deje actuar al carisma episcopal en la delineación práctica de


la espiritualidad sacerdotal en el Presbiterio, esta espiritualidad no pasará de ser una
aspiración pasajera o un ideal teórico. Presbíteros y obispos, por el hecho de ser
sucesores (en diverso grado) de los Apóstoles, están llamados a vivir conjuntamente el
mismo estilo de “Vida Apostólica” (cfr. PDV 15-16, 42, 60).

La doctrina conciliar y postconciliar del Vaticano II, recuperando una constante de la


tradición apostólica, insta al presbítero a poner en práctica sus exigencias sacerdotales,
teniendo en cuenta su dependencia respecto al propio obispo (cfr. LG 28; PO 7; ChD
28; PDV 74, 79). Pero esta dependencia efectiva y afectiva no será realidad sino en el
grado en que el obispo viva en las mismas condiciones ministeriales y materiales de sus
presbíteros, embarcado en la misma barca, para correr la misma suerte. Sin esta cercanía
familiar, espiritual, pastoral y económica (también por parte de los presbíteros y
diáconos), la actuación del carisma episcopal no sobrepasará las fronteras de la
disciplina y de la administración.

No hay que olvidar que se trata de una “diocesaneidad” de la que participan todos los
bautizados, cada uno según su vocación específica y su modo de pertenecer a estar
insertado en la Iglesia particular. Pero los ministros ordenados (obispo, presbíteros y
diáconos) participan de esta diocesaneidad de un modo peculiar, especialmente si están
incardinados en la Iglesia local.24

4. UN PROYECTO DE VIDA SACERDOTAL CON EL PROPIO OBISPO EN EL


PRESBITERIO

El decreto conciliar Christus Dominus describe la actuación del obispo con los
sacerdotes de su Presbiterio, en términos que parecen trazar las pautas básicas de un
24

Sobre las líneas básicas de la espiritualidad del sacerdote diocesano, ver estudios en
colaboración: (Donald B. Gozzen edit.), The Spirituality of the Diocesan Priest
(Collegeville, Minn., Lit. Press, 1997); La spiritualità diocesana, il cammino nello Spirito
della Chiesa particolare (Roma, Edit. Velar, 2004) (Federazione Italiana Unione
Apostolica del Clero); Espiritualidad del presbítero diocesano secular (Madrid, EDICE,
1987); Espiritualidad del Clero Diocesano (Bogotá, OSLAM, 1986); Spiritualité des
pretres diocésains: Pretres Diocésains (mars-avril 1987) (número especial). Otros
estudios: F. ÁLVAREZ MARTÍNEZ, Espiritualidad del sacerdote diocesano.
Motivaciones y reflexiones sobre nuestra identidad: Seminarios 32, 1986, 407-458; A.
CATTANEO, Il presbitero della Chiesa particolare, Ius Ecclesiae 5 (1993) 497-529;
J. DELICADO, El sacerdote diocesano a la luz del Vaticano II (Madrid 1965); J.
ESQUERDA BIFET, Espiritualidad diocesana, en: La spiritualità diocesana, il cammino
nello Spirito della Chiesa particolare, o.c., pp.370-377; M. GARAY BURGOS,
Reflexión sobre algunos aspectos de la espiritualidad del clero diocesano: Stdium
Ovetense 22 (1994) 509-520; I. GÓMEZ VARELA, Espiritualidad del sacerdote
diocesano (Madrid, Edit. Espiritualidad,1988); J.J. MARTÍNEZ CEPEDA, En torno a la
espiritualidad del clero diocesano: Ephemerides Mexicanae 6 (1988) 81-98; M.
MORONTA, Configurados a Cristo. Manual de la Espiritualidad del Presbítero
Diocesano (Caracas, Edic. Trípode, 2003).
21

proyecto de vida: “Vivan preocupados de su condición espiritual, intelectual y material,


para que ellos puedan vivir santa y piadosamente, cumpliendo su ministerio con
fidelidad y éxito" (ChD 16). Me parece ver en esta afirmación conciliar el fundamento
de la importante invitación de Pastores dabo vobis sobre el “proyecto de vida” (cfr.
PDV 79), que estudiamos en este apartado.

Se trata de establecer unas líneas básicas y prácticas (mejor si se ponen por escrito o en
“memoria” histórica), que alimenten la “íntima fraternidad” y que es “exigencia de la
comunión ordenación sagrada y de la comunión misión” (LG 28). Esta realidad fraterna
es indispensable para una pastoral de conjunto, que debe involucrar a todos los
componentes de la Iglesia particular (ministros ordenados, vida consagrada, laicado).

Uno de los mejores y urgentes servicios que puede prestar el obispo es hacer que los
presbíteros no se sientan solos, especialmente al constatar que están arropados por los
mismos lazos de familia espiritual y pastoral. Se trata de establecer una relación
sacramental (que es también jerárquica en sentido eclesial de familia con servicios
distintos y armónicos), a modo de búsqueda constante de una vivencia de la “comunión”
afectiva y efectiva. Cuando se vive de la fe, se desvanecen fácilmente todos los
prejuicios.

La tarea de ir creando en las comunidades eclesiales un discipulado misionero,


presupone la promoción de un discipulado sacerdotal en el Presbiterio. Así lo indicó
Benedicto XVI: “Los primeros promotores del discipulado y de la misión son aquellos
que han sido llamados «para estar con Jesús y ser enviados a predicar» (cfr. Mc 3, 14),
es decir, los sacerdotes. Ellos deben recibir, de manera preferencial, la atención y el
cuidado paterno de sus obispos, pues son los primeros agentes de una auténtica
renovación de la vida cristiana en el pueblo de Dios. A ellos les quiero dirigir una
palabra de afecto paterno, deseando que el Señor sea el lote de su heredad y su copa
(cfr. Sal 16, 5). Si el sacerdote tiene a Dios como fundamento y centro de su vida,
experimentará la alegría y la fecundidad de su vocación. El sacerdote debe ser ante todo
un «hombre de Dios» (1Tim 6, 11) que conoce a Dios directamente, que tiene una
profunda amistad personal con Jesús, que comparte con los demás los mismos
sentimientos de Cristo (cfr. Fil 2, 5). Sólo así el sacerdote será capaz de llevar a los
hombres a Dios, encarnado en Jesucristo, y de ser representante de su amor”.25

Pastores dabo vobis insta al obispo, con la colaboración de su Presbiterio, a elaborar un


proyecto de vida que abarque todas las realidades de vida y ministerio sacerdotal,
dejando espacio operativo, como es lógico, al plan diocesano de pastoral y al campo
propio de los carismas e instituciones eclesiales. El texto dice así: "Esta responsabilidad
lleva al Obispo, en comunión con el Presbiterio, a hacer un proyecto y establecer un
programa, capaces de estructurar la formación permanente no como un mero episodio,
sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrolla por etapas y tiene
modalidades precisas" (PDV 79).

El proyecto de vida debe abarcar todas las áreas de la formación permanente, con
“programas capaces de sostener de una manera real y eficaz, el ministerio y la vida
espiritual de los sacerdotes" (PDV 3). Habrá que "programar y llevar a cabo un plan de
formación permanente, que responda de modo adecuado a la grandeza del don de Dios y
25
BENEDICTO XVI, Discurso en Aparecida, V CELAM, 13 mayo 2007).
22

a la gravedad y exigencias de nuestro tiempo" (PDV n.78). En este campo "es


fundamental la responsabilidad del Obispo y, con él, la del Presbiterio" (PDV n.79).

De este modo, el sacerdote estará capacitado para "desempeñar su función en el espíritu


y según el estilo de vida de Jesús Buen Pastor" (PDV n.73) y podrá responder a "un
sígueme que acompaña toda la vida" (PDV n.70). "La existencia de un plan de
formación permanente significa que éste sea no sólo concebido o programado, sino
realizado" (Directorio para el ministerio y vida de los presbíteros, n.86).

Es difícil entender por qué este proyecto de vida, pedido por Juan Pablo II en 1992, no
es todavía una realidad en muchos Presbiterios. Una de las razones parece ser la falta de
un plan de pastoral operativo, que respete y vitalice el proyecto de vida sacerdotal.
Puede ser debido también a la falta de actuación del Consejo Presbiteral, que no se ha
planteado esta cuestión fundamental y urgente. En efecto, al Consejo Presbiteral
"compete, entre otras cosas, buscar los objetivos claros y distintamente definidos de los
diversos ministerios que se ejercen en la diócesis, proponer prioridades, indicar los
métodos de acción".26

Las líneas de actuación del Consejo Presbiteral podrían incluir la ayuda a la redacción
de un proyecto de vida: “El Consejo, además de facilitar el diálogo necesario entre el
Obispo y el Presbiterio, sirve para aumentar la fraternidad entre los diversos sectores del
clero de la diócesis. El Consejo hunde sus raíces en la realidad del Presbiterio y en la
función eclesial particular que compete a los presbíteros, en cuanto primeros
colaboradores del orden episcopal... Es también la sede idónea para dar una visión de
conjunto de la situación diocesana y para discernir lo que el Espíritu Santo suscita por
medio de personas o de grupos, para intercambiar pareceres y experiencias, para
determinar en fin, objetivos claros del ejercicio de los diversos ministerios diocesanos,
proponiendo prioridades y sugiriendo métodos”.27

La formación permanente del Clero y el mismo plan diocesano de pastoral, serían poco
consistentes si no existiera el proyecto de vida en el Presbiterio. Ello depende, en gran
parte del carisma episcopal, con el que han de colaborar fielmente todos los miembros
del mismo Presbiterio. Si no se diera esta actuación, quedaría sin afrontar la principal
actuación del carisma episcopal: la revitalización de su Presbiterio según el modelo de
la "Vida Apostólica" o "apostolica vivendi forma" (es decir: el seguimiento evangélico,
la vida comunitaria y la disponibilidad misionera). El mismo plan diocesano de
pastoral, en cualquiera de sus ofertas, no será efectivo si el Presbiterio no tuviera su
propio proyecto de vida sacerdotal.

La puesta en práctica de este proyecto de vida es un índice de la vitalidad del Presbiterio


y también de la recta actuación del carisma episcopal respecto a sus sacerdotes. La
carencia del proyecto también puede ser debida a la falta de entusiasmo por conocer y
vivir la espiritualidad específica del sacerdote diocesano. Durante siglos ha habido un
cierto vacío de la vida del Presbiterio, que será difícil rellenar. En muchos Seminarios y
26
Directorio Ecclesiae Imago sobre el ministerio pastoral de los obispos, 22 de febrero
de 1973, n. 202. Pero por su medio también "se fomenta la fraternidad en el Presbiterio
y el diálogo entre el obispo y los presbíteros" (ibídem).
27

Directorio Apostolorum Successores (2004), n.182.


23

centro de formación sacerdotal (y religiosa) no existen explicaciones adecuadas sobre la


espiritualidad sacerdotal específica, que incluye una íntima relación entre obispo,
Presbiterio e Iglesia particular.

Para un proyecto de vida se necesita exponer un ideario, señalar unos objetivos e indicar
unos medios (tal vez, también unas etapas). En realidad, se trataría de un proyecto de
formación permanente que abarque toda la vida sacerdotal, personal, social,
comunitaria.

Todo sacerdote o futuro sacerdote necesita constatar un Presbiterio real, estructurado


según un ideario definido, unos objetivos precisos y unos medios adecuados. La
doctrina conciliar y postconciliar sobre el sacerdocio ministerial ofrece material
suficiente para programar cada uno de estos apartados (ideario, objetivos, medios). Me
permito sugerir algunas pautas:

Ideario:

Un proyecto de vida necesita la base de un ideario, que hoy es relativamente fácil de


elaborar, a partir de las afirmaciones básicas de los documentos conciliares y
postconciliares. Consagración, misión y vivencia, resumen las realidades de gracia, que
constituyen la espiritualidad sacerdotal diocesana, y que atestiguan la identidad del
mismo sacerdote. Pero se necesita llevarlas a la práctica concreta en el contexto
ambiental del propio Presbiterio. Sin esta realidad de gracia, se continuará preguntando
inútilmente y de modo casi enfermizo sobre la identidad sacerdotal.

Este ideario de conceptos fundamentales, teniendo en cuenta las situaciones locales y


culturales, podría delinearse de este modo: a) configuración con Cristo o consagración
como participación en su ser sacerdotal; b) misión como prolongación del actuar
salvífico de Cristo a nivel local y universal; c) comunión eclesial que se concreta en
diversos niveles y especialmente en el Presbiterio; d) vivencia o espiritualidad propia de
quien comparte la misma vida de Cristo, al estilo de lo sApóstoles. Se intenta vivir en
armonía con lo que uno es hace. Bastarían unas afirmaciones clave redactadas de modo
sencillo.

Una propuesta algo más amplia sobre el ideario podría ser la siguiente, glosando las
ideas con expresiones asimilables según las culturas:

A) Configuración con Cristo o consagración:

Participamos en la misma consagración de Cristo (Cabeza y Pastor, Sacerdote y


Víctima, Siervo y Esposo (ver contenidos y citas bíblicas en: PO 1-13: PDV 20-22, 48).

B) Misión sacerdotal:

Prolongamos la misma misión de Cristo, profética, cultual, pastoral (ver textos bíblicos
citados en: PO 4-6, 10-11; PDV cap.II). Es equilibrio y armonía de ministerios en torno
al misterio pascual de Cristo: anunciado, celebrado, vivido, comunicado (PO 4-6).

C) Comunión:
24

Somos un signo sacramental de comunión en el Presbiterio de la Iglesia particular


siempre abierta (por su naturaleza) a la Iglesia universal, Iglesia misterio de comunión
misionera (ver contenidos y citas bíblicas en: LG 28; ChD 28; PO 7-9; PDV 31, 74-80).
Práctica de la viva fraterna: PO 8; PDV 17, 29, 44, 50, 74-81. Can. 278, 280.

D) Santidad y espiritualidad en el ejercicio del ministerio, según el estilo de vida


evangélica de los Apóstoles:

Nuestra santidad es de marcada línea ministerial (cfr. PO 12-14: "instrumentos vivos de


Cristo Sacerdote", "en el ministerio", "unidad de vida", "ascesis del pastor de almas").
Somos signo de la caridad pastoral de Cristo. Las virtudes concretas del Buen Pastor
(ver citas bíblicas en: PO 15-17; PDV 27-30).
Según el estilo de la "sucesión apostólica" como “sucesores de los Apóstoles” en
diverso grado: PDV 4-5, 15-16, 22, 24, 42, 46, 60.

Objetivos:

Los objetivos del proyecto podrían ser los mismos trazados por Pastores dabo vobis
para la formación permanente: objetivo humano, espiritual, intelectual y pastoral (PDV
71-72). Pero debe quedar claro que se trata de toda la vida sacerdotal en el Presbiterio y
no solo de un aspecto. Efectivamente, la formación permanente tiene esta finalidad:
"Debe ser más bien el mantener vivo un proceso general e integral de continua
maduración, mediante la profundización, tanto de los diversos aspectos de la formación
-humana, espiritual, intelectual y pastoral-, como de su específica orientación vital e
íntima, a partir de la caridad pastoral y en relación a ella" (PDV 71).

Los objetivos presentan aplicaciones específicas que deben interrelacionarse


armónicamente, a nivel personal y comunitario:

- humano: compartir, convivencia, amistad, colaboración, descanso, salud, deporte,


economía, previsión social...
- espiritual: oración, seguimiento evangélico, virtudes...
- intelectual: estudio, actualización, profundización...
- pastoral: ministerio, disponibilidad, dedicación, conocimiento de la realidad,
evaluación, compromisos, colaboración responsable en el plan diocesano de pastoral...

Medios:

Si el Presbiterio es una "fraternidad sacramental" (PO 8), un "mysterium" o "realidad


sobrenatural" (PDV 745), una "familia sacerdotal" (ChD 28; PDV 74) y "un hecho
evangelizador" (Puebla 663), todo ello indica que es el cauce normal o "el lugar
privilegiado" donde poder "encontrar los medios específicos de santificación y
evangelización" (Directorio 27). Pero, ¿cómo hacer efectivo este Presbiterio, donde los
presbíteros y diáconos puedan encontrar los medios necesarios para realizar la caridad
pastoral, el seguimiento evangélico al estilo de los Apóstoles, la fraternidad efectiva y
afectiva y la disponibilidad misionera?

Los medios podrían distribuirse por etapas sucesivas, pero especialmente deben estar
relacionados con la vida ministerial, siempre a un doble nivel: personal y comunitario.
25

Como punto de referencia, podemos recordar los textos conciliares y postconciliares que
presentan medios concretos de vida y ministerio sacerdotal: medios comunes y
peculiares (además de los ministerios), Eucaristía celebrada y adorada, oración-
contemplación de la Palabra, reconciliación, liturgia de las horas, devoción mariana,
sacrificio, dirección espiritual, estudio, retiros y Ejercicios, formación en todos los
niveles (humano, espiritual, intelectual, pastoral), asociaciones, etc.

- Medios de vida personal: contemplativa (oración, celebración litúrgica, estudio), de


seguimiento (entrega, renuncias, virtudes evangélicas, medios concretos), de misión
(disponibilidad, preparación, dedicación...) (cfr. PO 18).

- Medios de vida comunitaria: en el arciprestazgo (decanato, zona, vicaría), grupo de


revisión de vida, convivencia, amistad, solidariedad, ayuda mutua, dirección espiritual,
asociaciones, instituciones... Los documentos conciliares y postconciliares invitan a la
vida fraterna y comunitaria (cfr. PO 8; Can. 278, 280; PDV 17, 29, 44, 50, 60, 73-74,
76-77, 81; Directorio 28-29).

Si se trata de medios comunitarios, podrían encuadrarse en tres derivaciones:


encontrarse (por geografía, función, amistad, carisma); compartir (por revisión de vida,
lectura comentada del Evangelio...); ayudarse (perseverancia y generosidad en la
vocación, pastoral, estudio, problemas personales). Los medios que miran más al
ministerio son para reforzar la actuación en el campo profético, litúrgico y diaconal o de
servicios de caridad.

A nivel de Presbiterio, la vida comunitaria, según diversas posibilidades, es esencial


(como elemento básico de la "Vida Apostólica"). El Presbiterio debe ser siempre "una
verdadera familia", que "se concreta en las formas más variadas de ayuda mutua, no
sólo espirituales, sino también materiales". Y aunque esta fraternidad "no excluye a
nadie", no obstante "puede y debe tener sus preferencias" o modalidades (PDV 74).
Siempre es posible "la vida común o fraterna entre los sacerdotes" o, como dice el
concilio, "alguna manera de vida común" o de tipo asociativo (PO 8). Por esto "hay que
recordar las diversas formas de vida común entre los sacerdotes, siempre presentes en la
historia de la Iglesia, aunque con modalidades y compromisos diferentes" (PDV 81; cfr.
ChD 28; LG 28; PO 7-8; Directorio 29, 82, 88).

Entre estos medios o "momentos privilegiados", "hay que recordar también los
encuentros del Obispo con su Presbiterio", que pueden ser litúrgicos, pastorales,
espirituales, culturales, etc. Existen también "encuentros de espiritualidad sacerdotal":
convivencias, retiros, Ejercicios... Y hay también "encuentros de estudio y de reflexión
común", para adquirir una síntesis entre espiritualidad, cultura y acción pastoral, y así
poder responder "a los nuevos retos de la historia y a las nuevas llamadas que el Espíritu
dirige a la Iglesia" (PDV 80).

Sin un proyecto de vida personal, será prácticamente imposible el proyecto comunitario


del Presbiterio. Las alergias y los prejuicios desaparecen cuando personalmente cada
uno se propone: dedicar diariamente un tiempo determinado a la meditación de la
Palabra; reservar diariamente un momento de visita a Jesús en la Eucaristía (como
continuación de la celebración eucarística); tener periódicamente un encuentro fraterno
con otros sacerdotes para ayudarse mutuamente (reunirse para orar, compartir,
ayudarse); poner en práctica y animar las orientaciones del Obispo respecto al
26

Presbiterio (proyecto de vida o directorio, formación permanente, pastoral sacerdotal...);


recitar diariamente una oración mariana para ser fieles a todos estos compromisos.28

CONCLUSIÓN:

La atención del obispo a su Presbiterio es parte esencial de su carisma, en relación con


el mismo sacramento del Orden, con la misma Iglesia particular a la que sirve
esponsalmente, con el mismo estilo de Vida Apostólica a la que están llamados
conjuntamente obispos, presbíteros y diáconos.

Esta atención no es una actitud “clericalista” ni particularista, sino una dedicación


mayor al servicio de de todos los miembros de la Iglesia particular. La realidad
sacramental de los ministros ordenados está al servicio de toda la comunidad eclesial.
Potenciar la realidad del Presbiterio, como exigencia del sacramento del Orden y de la
sacramentalidad de la Iglesia, es poner las bases firmes de la evangelización local y
universal. El Presbiterio, a cuyo servicio está orientado el carisma episcopal, tiene como
objetivo la dedicación a la Iglesia particular en todas sus vocaciones, ministerios y
carismas.

Las reflexiones del presente estudio son una invitación para poner en práctica el carisma
episcopal, promover la reflexión teológica sobre la actuación del carisma episcopal en la
vida de los sacerdotes y, de modo especial, suscitar en los presbíteros y diáconos el
amor filial y la dependencia espiritual respecto a su propio obispo. La afirmación
tradicional "nada sin el obispo" (San Ignacio de Antioquía y Didascalia) recobra toda su
hondura en esta perspectiva de comunión responsable. El Presbiterio lo construimos
entre todos, incluidos las personas consagradas y el laicado.

La construcción del Presbiterio según la “Vida Apostólica” está ligada esencialmente a


la espiritualidad específica del clero diocesano (aunque la diocesaneidad corresponde
también a todos los fieles, en diversos modos y grados). Sin una mística sacerdotal del
Presbiterio diocesano, conocida y vivida gozosa y generosamente, difícilmente tendrá el
obispo vocaciones "propias" en su Seminario, así como clero diocesano suficiente y
disponible apostólicamente en su diócesis.

El conocimiento y vivencia de la propia espiritualidad diocesana específica tiende, por


su misma lógica interna, a estudiar los clásicos de espiritualidad de cualquier escuela,
para servir a las demás vocaciones y estados de vida que también forman parte de la
historia de gracia de la Iglesia particular (vida consagrada y laicado). Si no se buscara o
no se hallara apoyo explícito de parte del carisma episcopal (por no reconocerlo, por no
28
J. ESQUERDA BIFET, Ideario, objetivos y medios para un proyecto de vida sacerdotal
en el Presbiterio: Sacrum Ministerium 1(1995) 175-186; J.T. SÁNCHEZ, Los sacerdotes
protagonistas de la Evangelización, en: (Pontificia Comisión para América Latina),
Evangelizadores, Obispos, sacerdotes y diáconos, religiosos y religiosas, laicos (Lib.
Edit. Vaticana 1996) 101-110. Este último estudio propone: "Elaboración en cada
Presbiterio de un proyecto de vida que recoja las orientaciones concretas en los diversos
niveles de formación permanente: humana, espiritual, intelectual, pastoral, un programa
orgánico, sistemático, integral" (p.110). Ver también: Proposta di vita spirituale per i
presbiteri diocesani (Bologna, EDB, 2003).
27

amarlo o por no dejarlo actuar), difícilmente se encontraría solución a estas aspiraciones


hondas que el Espíritu Santo ha comunicado a los sacerdotes el día de la ordenación
sacerdotal, especialmente cuando se ordenan como incardinados (desposados) al
servicio de la Iglesia particular (en comunión responsable con la Iglesia universal) y
como miembros permanentes de la familia sacerdotal del Presbiterio.29

La doctrina conciliar y postconciliar del Vaticano II no es nueva, aunque su


explicitación o formulación concreta es una gracia nueva del Espíritu Santo a su Iglesia,
que enraíza en toda la tradición eclesial sobre la "Vida Apostólica" en el Presbiterio. El
obispo fue siempre (en línea de principio) el primer responsable y agente en la
construcción de esa vida sacerdotal al estilo de los Apóstoles: seguimiento evangélico,
fraternidad, disponibilidad misionera. La figura del obispo ha sido determinante en la
puesta en práctica o también en la decadencia de la vida sacerdotal en el Presbiterio.30

La Misa Crismal, vivida en esta perspectiva de construir el Presbiterio, es, para el


obispo, un motivo de esperanza, puesto que la concelebración de quienes han sido
ordenados para ser sus íntimos colaboradores, es signo eficaz de esa gracia de comunión
sacerdotal.

El futuro de los Seminarios diocesanos, con vocaciones propias, depende en gran parte
de esta actuación ministerial e ineludible del obispo, llamado a formar a sus futuros
colaboradores en las líneas básicas de la “Vida Apostólica”. Los formadores del
Seminario no pueden suplir totalmente al obispo (aunque sí deben colaborar
responsablemente con él) en esta tarea esencial de la espiritualidad específica. La
renovación de los Seminarios no puede consistir principalmente en el cambio de unas
estructuras materiales y organizativas, sino en el afianzamiento de la "Vida Apostólica",
puesta en práctica con el propio obispo, que convive siempre teológicamente con sus
presbíteros, como familia sacerdotal que comparte la misma suerte, también en los
aspectos humanos de economía (en el contexto de pobreza evangélica), de salud y de
ancianidad.

29
En este campo, está llamada a prestar un gran servicio la Unión Apostólica, como
cauce e intercambio de experiencias de "Vida Apostólica" en los diversos Presbiterios.
Esta asociación es un servicio (existente ya desde el siglo XIX) para suscitar e
intercambiar experiencias de vida fraterna. Pablo VI recordada que queda siempre
“espacio operativo” para la Unión Apostólica (Discurso 23 marzo 1972). Las diversas
asociaciones, carismas, movimientos, etc., pueden ser una ayuda para vivir mejor las
realidades de gracia de la propia espiritualidad sacerdotal diocesana. Hay que reconocer
también y apreciar la gran ayuda de las diversas formas de vida consagrada, así como la
pertenencia a instituciones y asociaciones que se inspiran en carismas particulares. Todo
ello puede ayudar también al sacerdote diocesano, a modo de dirección espiritual o de
grupo de amigos; pero no puede suplantar la actuación del carisma episcopal.
30
En la historia de la espiritualidad sacerdotal se puede encontrar la forma de vivir los
Presbiterios según San Agustín, San Eusebio de Vercelli, Santo Domingo, experiencias
"canonicales", etc. Cfr. Teología de la Espiritualidad Sacerdotal, o.c., cap. 13 (síntesis
histórica). También en: Historia de la espiritualidad sacerdotal (Burgos, Facultad de
Teología, 1985); corresponde al vol. 19 de "Teología del Sacerdocio"; Signos del Buen
Pastor (Bogotá, CELAM, 2002), cap.X.
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Sin la colaboración efectiva y afectiva de los mismos presbíteros y diáconos, el carisma


episcopal se encontraría en un “impasse”, que no podría ser suplantado por otras
instituciones, ni para elaborar el plan de pastoral diocesano ni para redactar y poner en
práctica el proyecto de vida sacerdotal en el Presbiterio. La espiritualidad específica del
carisma episcopal debe orientarse necesariamente a construir la propia familia
sacerdotal, no como un grupo entre tantos (aunque fuera privilegiado), sino como parte
integrante del mismo signo sacramental y eclesial. Esta atención especial a sus
inmediatos colaboradores, es en vistas a servir mejor a todos los estados de vida según
la propia vocación (laical, religiosa, sacerdotal).

La exención de la vida consagrada, por motivos históricos especiales (y eventualmente


de otras instituciones asociativas), no debe olvidar la actuación necesaria e
indispensable del sucesor de los Apóstoles en el ámbito de la Iglesia particular, respecto
a quienes, unidos estrechamente a él como cabeza del Presbiterio, imitan de modo
peculiar (según el carisma fundacional) la "apostolica vivendi forma", siguiendo el
mismo estilo de “Vida Apostólica” de que son garantes los obispos. Al mismo tiempo,
no sería posible, por parte de los presbíteros diocesanos, apreciar adecuadamente los
dones de la vida consagrada, si el Presbiterio no viviera también al estilo de los
Apóstoles.

El proyecto de vida sacerdotal en el Presbiterio es posible, especialmente si el obispo es


consecuente con su carisma específico de trazar y vivir con sus presbíteros y diáconos el
estilo evangélico de los Apóstoles. Aunque muchos pueden y deben ayudar en este
campo, nadie puede suplir la actuación del carisma episcopal cuando se trata de vivir la
espiritualidad y ministerialidad sacerdotal.

El ideario, los objetivos y los medios concretos, que hemos resumido en el apartado
cuarto, suponen una inserción y cercanía espiritual y pastoral por parte del obispo.
Muchas cuestiones de tipo más administrativo y de relaciones sociales, deben dejar paso
a la prioridad de atender más directamente a los colaboradores inmediatos, que forman
parte de una misma familia sacerdotal. El tiempo no debe condicionarse tanto a lo que
parece más urgente, inmediato o lucrativo, cuanto a lo más importante espiritualmente,
que es también prioridad pastoral. Muchas ventajas y privilegios humanos, que han sido
y siguen siendo una barrera, tienen que desaparecer, porque no corresponden a la
naturaleza de la Iglesia misterio de comunión para la misión.

El proyecto de vida sacerdotal hará que los componentes del Presbiterio se sientan más
realizados y potenciados para cumplir con el plan de pastoral de conjunto, que abarca
todas las vocaciones, todos los ministerios y todos los carismas. El plan de pastoral de
conjunto, según sus diversas ofertas, debe respetar la existencia y autonomía peculiar
del proyecto de vida sacerdotal en el Presbiterio. La misión universal, que es intrínseca
a toda Iglesia particular por su misma naturaleza, sólo será posible con un Presbiterio
que viva su realidad sacramental de comunión eclesial. El Presbiterio será entonces un
signo eficaz (“fraternidad sacramental”) de santificación y de evangelización.

Por propia experiencia, estoy convencido de que esta realidad de gracia del Presbiterio
(todavía en proceso de construcción), la han comprendido mejor (salvo excepción)
quienes tienen el carisma episcopal. El camino ha quedado abierto y la Iglesia del futuro
evaluará nuestra correspondencia a las nuevas gracias del Espíritu Santo. A mi parecer,
algunas orientaciones de Trento, sobre la actuación de los obispos en la formación
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sacerdotal, no fueron aplicadas suficientemente. ¿Sucederá algo parecido respecto a la


doctrina del concilio y postconcilio del Vaticano II sobre el Presbiterio?

El Presbiterio de la Iglesia particular forma parte esencial del “Cenáculo” de toda la


comunidad eclesial, como cuando, en el primer cenáculo de la Iglesia primitiva, estaba
presente María, con su presencia activa y materna (cfr. Hech 1,14), como "Madre del
sumo y eterno sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio" (PO 18).

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