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Bruno N D'andrea Vivir en El Espiritu de La Pneumatologia
Bruno N D'andrea Vivir en El Espiritu de La Pneumatologia
1. Introducción
Por qué hoy debemos explicar una y otra vez que el Cristianismo es una
experiencia de encuentro con una Persona en pura gratuidad. ¿Qué ha pasado todo este
tiempo? ¿Acaso creíamos en un cristianismo a fuerza de ideas, de comportamientos o de
compromisos? Lo cierto es que aún hoy necesitamos dar a conocer el Cristianismo
como experiencia de un don que viene de lo alto, como algo que nos es dado en la
historia personal y universal y a lo que se accede por un encuentro en clave dialógica y
gratuita. Como ha sostenido contundentemente Benedicto XVI: “No se comienza a ser
cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una
orientación decisiva”1. Se trata de una auténtica opción fundamental. De ella nace la
experiencia de la entrega cristiana al prójimo, pero ésta no se fundamenta en la sola
libertad del hombre sino en la iniciativa divina, es decir, la gracia del Dios que sale al
encuentro del hombre y suscita la misma posibilidad de optar por Él. Pero volvemos a la
pregunta que nos hacíamos ¿por qué debemos precisar una y otra vez que se es cristiano
por una experiencia que no tiene su última explicación en nuestras ideas o
comportamientos ni en nuestra misma libertad? Tal vez sea que estemos asistiendo a un
cambio de perspectiva en el seno mismo del Cristianismo: los fieles ya no se conforman
con meras ideas ni utopías, pretenden asentir a una fe que responda a los deseos más
profundos del corazón.
Pensamos que muchos de los inconvenientes actuales que impiden una adecuada
comprensión del Cristianismo se dan en el terreno de la antropología contemporánea.
“Cabe preguntarse si hoy el hombre puede tener una dificultad antropológica para
abrirse a esa experiencia de gratuidad radical y fundante”, parece ser que “estamos
sufriendo las consecuencias de la ruptura con una estructura antropológica que nos ha
1
Deus caritas est, 1.
2
Caritas in Veritate, 34.
sostenido durante siglos”3. El hombre y el creyente posmodernos parecen afectados por
una antropología desconcertada ante el desafío que plantea la incierta posmodernidad.
El Cristianismo como experiencia de gratuidad está llamado a hacer su aportación
fundamental a la sociedad.
2. “Nosotros no hemos oído siquiera decir que exista el Espíritu Santo” (Hch 19,
1): un problema con una larga historia
3
RUIZ LOZANO, P., “«Todo es gracia»: gratuidad en tiempos posmodernos”: Proyección 52 (2010) 175-
199, aquí 176-177.
4
ROVIRA-BELLOSO, J. M., “El don del Espíritu”: Estudios Trinitarios 14 (1980) 247-265, aquí 252.
5
Cf. Ibid., 252.
6
Cf. CONGAR, Y., El Espíritu Santo, Barcelona 1991, 91-200, especialmente 188-194.
7
SAN AGUSTÍN, De fide et symbolo, IX, 18-19.
8
Cf. Divinum illud munus, 2; 13.
concretamente, el discurso pneumatológico, sobre todo ateniéndonos a la situación
presente del hombre y el creyente contemporáneos.
9
Por “naturalismo científico” entendemos “la creencia académicamente refrendada de que la ciencia sola
puede llevarnos a los estratos más profundos y fundamentales del ser del mundo (…) en el mundo
intelectual de hoy, a excepción de algunas dispersas islas de disenso posmoderno, existe una creencia
ampliamente compartida de que la ciencia basta para explicar todo a fondo” (HAUGHT, J. F., Cristianismo
y ciencia. Hacia una teología de la naturaleza, Santander 2009, 28).
10
MELLONI, J., “El mundo espiritual en un mundo material”: Sal Terrae 97 (2009) 605-615, aquí 614.
11
Ibid., 615.
12
Cf. METZ, I. B., “Caro cardo salutis. Para una comprensión cristiana del cuerpo”: Selecciones de
teología 3 (1964) 53-58; en este artículo el autor ofrece una explicación sobre la dimensión corporal de la
salvación cristiana y por tanto la irrenunciable tarea de integrar lo material-corporal en la antropología
cristiana: “si los caminos de Dios acaban en carne, nuestros caminos de carne acaban en Dios” (53).
afirmación. “Los cristianos a pesar de que hacen profesión de fe ortodoxa en la
Trinidad, en la realización religiosa de su existencia son casi exclusivamente
«monoteístas». Podemos, por tanto, aventurar la conjetura de que si tuviéramos que
eliminar un día la doctrina de la Trinidad por haber descubierto que era falsa, la mayor
parte de la literatura religiosa quedaría casi inalterada (…) cabe la sospecha de que, si
no hubiera Trinidad, en el catecismo de la cabeza y el corazón (a diferencia del
catecismo impreso) la idea que tienen los cristianos de la encarnación no necesitaría
cambiar en absoluto”13. De todas formas, si al Dios trino lo consideramos olvidado, al
Espíritu no podemos más que considerarlo como el gran desconocido. Hans Urs von
Balthasar ha llegado a llamarlo el Desconocido más allá del Verbo14. El Espíritu de
Dios aparece ante nuestra mirada como “sujeto paradójico”15, que carece de rostro y que
no habla en las Escrituras, pero que a la vez hace hablar y actúa como un sujeto personal
y vivo en la historia según la revelación. Esto nos permite señalar otra verdad no menos
importante que el desconocimiento generalizado del Espíritu: se constata la necesidad y
la búsqueda de una experiencia del don de Dios en muchos movimientos y comunidades
cristianas, sobre todo después del Concilio Vaticano II, especialmente a partir del
movimiento de la renovación carismática. Esto equilibra nuestra anterior afirmación y
nos sirve de impulso a la hora de dar a conocer a los creyentes de hoy el don de Dios,
paradójicamente desconocido y añorado.
13
RAHNER, K., “El Dios trino como principio y fundamento trascendente de la historia de la salvación”,
en: MyS II/1, Madrid 1969, 361-362.
14
BALTHASAR, H. U, “El desconocido más allá del Verbo”, en: Spiritus Creator. Ensayos teológicos III,
Madrid 2004, 89-98: “el olvido del Espíritu en la existencia y teología cristianas no es en sentido puro y
simple, un olvido culpable, si bien, viceversa, tampoco debe eximirse totalmente de culpa. Los Padres, los
grandes escolásticos –santo Tomás en el tratado sobre la Trinidad, así como en el tratado sobre los dones
y los carismas, comentados por Juan de santo Tomás-, los místicos y los espirituales, con formación
teológica o no, no se olvidaron del Espíritu, mientras que para los hombres de hoy –mala señal…- se ha
alejado de su centro de interés” (98).
15
Cf. SESBÜE, B., Creer. Invitación a la fe católica para las mujeres y los hombres del siglo XXI, Madrid
2000, 450-454.
16
CODINA, V., “Lo pneumático en teología”, en: Teología y mundo contemporáneo. Homenaje a K.
Rahner, Madrid 1975, 115-132, aquí 116: “El Vaticano II ha representado un nuevo impulso en orden a
una teología más bíblica, más histórica, más pastoral y, consiguientemente, más pneumática. Pero la
actual situación muestra que la exégesis del Concilio se ha decantado más bien por la línea del homo
faber” (117).
17
MOLINA M., D., “…Lo que el Espíritu dice a las Iglesias”: Sal Terrae 97 (2009) 643-653, aquí 644.
la vida de los creyentes nos sigan resonando las palabras de Pablo VI como invitación a
la reflexión pneumatológica: “A la cristología y especialmente a la eclesiología del
Concilio debe suceder un estudio nuevo y un culto nuevo del Espíritu Santo, justamente
como necesario complemento de la doctrina conciliar”18.
Ante el panorama descrito, la pneumatología del don puede ser el lugar más
indicado para el conocimiento del Espíritu Santo, de modo que favorezca la experiencia
cristiana del don, y también ella misma se muestre como instancia crítica de la teología
dogmática que, como hemos dicho, muchas veces ha olvidado la riqueza de su
aportación.
Teología, fe, donación y don son los conceptos a los que hacemos referencia.
Evidentemente, no se trata de ofrecer un concepto original y novedoso sino de brindar
mayor claridad a la hora de presentar los aspectos que de cada uno de estos conceptos
queremos destacar en orden al tema que nos ocupa. En este sentido, la teología la
concebimos como “ciencia en el sentido de hermenéutica de un «don divino»”, en
palabras de O. González de Cardedal19. La teología tiene la tarea de dar a conocer el don
de Dios y su donación. Esto está en el núcleo del concepto de revelación que nos ha
ofrecido el Concilio Vaticano II20.
Con palabras de Juan Pablo II entendemos que “la fe, en su esencia más
profunda, es la apertura del corazón humano ante el don: ante la comunicación de Dios
por el Espíritu Santo”21. Sin la dimensión de apertura ante la revelación-donación de
Dios la fe no tiene consistencia propia. Podrá definirse de muchas formas pero en su
momento interno no puede carecer de esta dimensión constitutiva. Además esta
dimensión del acto de fe ilumina el concepto de teología antes brindado y señala el
punto de partida del oficio teológico: el don de la fe. En palabras agustinianas, creer
para entender y entender para creer: en el ejercicio de la teología lo primero es el don,
18
PABLO VI, Audiencia general del 6 de Junio de 1973, en: Enseñanzas al Pueblo de Dios, Città del
Vaticano 1973, 73-76, aquí 74.
19
GONZÁLEZ DE CARDEDAL, O., El quehacer de la teología, Salamanca 2008, 13: “La articulación de la fe
con los recursos de la razón crea la teología como «ciencia de la fe»; ciencia no en el sentido de las
ciencias experimentales, aun cuando incluya datos positivos, ni en el sentido de una disciplina
especulativa que procede de la pura reflexión sobre las estructuras constitutivas de lo humano, aun
cuando muestre la universalidad posible de la fe, sino ciencia en el sentido de hermenéutica de un «don
divino» y de un «dato» histórico divinos, que abren al hombre nuevas posibilidades cognoscitivas y
activas. La particularidad de unos hechos, la universalidad de la razón y la trascendencia de la
revelación, fundan la teología”.
20
DV 2.
21
JUAN PABLO II, Dominum et Vivificantem, 51b. Esta definición la consideramos en plena continuidad y
casi como un desarrollo del concepto de fe que ofrece el Concilio Vaticano II en la Constitución Dei
Verbum en los números cinco y seis. Especialmente el nº 5 atribuye un papel particular al Espíritu Santo
en el acto de fe: “Para profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios, que previene y ayuda, a los auxilios
internos del Espíritu Santo, el cual mueve el corazón y lo convierte a Dios, abre los ojos de la mente y da
«a todos la suavidad en el aceptar y creer la verdad». Y para que la inteligencia de la revelación sea más
profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones”.
la fe, luego la hermenéutica del don22. La fe es el punto de partida de una circularidad
fecunda que la tiene como protagonista junto a la razón. Esta ha sido la perspectiva o el
horizonte metodológico de la historia de la teología: fides quaerem intellectum23.
Por otro lado, este aspecto de la fe, apertura ante el don y la comunicación de
Dios, es clave para captar su relación con el concepto de donación. De este concepto o
categoría se ha escrito mucho tanto en filosofía como en teología. Sin embargo, aquí
sólo retenemos los consejos del fenomenólogo Jean-Luc Marion, para quien la categoría
de donación entendida como “el modo de fenomenalidad del fenómeno en tanto que él
se da de sí mismo y por sí mismo, bajo la figura de un acontecimiento irrepetible,
imprevisible e inconstituible”24, es clave para la fenomenología y altamente beneficioso
para la reflexión teológica. El fenomenólogo francés ha reflexionado sobre el uso de
este concepto en teología y sus potencialidades y ve en él un lugar de encuentro y un
espacio para el diálogo entre fenomenólogos y teólogos25. Para Marion lo revelado
puede ser comprendido bajo la luz de la categoría de donación: “los datos referidos por
la Revelación, en este caso la única Revelación judía y cristiana, deben leerse y tratarse
como fenómenos de pleno derecho, que obedecen a las mismas operaciones que los que
resultan de los datos del mundo: reducción a lo dado, carácter de evento, recepción por
el donado, resistencia, fenómenos saturados, progresividad de las transmutación de
darse en mostrarse, etc.”26.
22
Cf. SAN AGUSTÍN, Tratados sobre el Evangelio de Juan, XXXVI, 7; por otra parte, las siguientes
palabras nos recuerdan que la condición de posibilidad del quehacer teológico está en la fe teologal:
“Entendemos que la teología se desarrolla partiendo de la experiencia cristiana y se orienta a la
profundización de ésta. Experiencia de la fe: creemos en Jesucristo sin que, por otra parte, podamos dar
razones absolutamente determinantes para justificar esta fe; creemos porque se nos ha dado creer”
(LAFONT, G., La Sabiduría y la Profecía. Modelos teológicos, Salamanca 2007, 9).
23
SAN ANSELMO, Proslogion, I.
24
MARION, J-L., Acerca de la donación, Buenos Aires 2005, 11.
25
Siguiendo a Husserl, el fenomenólogo francés entiende que puede darse un punto de encuentro entre la
teología de la revelación y la fenomenología, lo cual supone que la distinción de los dominios, objetos y
métodos es absoluta, pero que puede aportar alguna luz una sobre la otra (cf. Ibid., Buenos Aires 2005,
55).
26
Ibid., 97.
27
Cf. GILBERT, P., “L´acte d`être: un don”: Science et Esprit 41 (1989) 265-286.
de ser o incluso de sujeto, como el que se sujeta y se retiene, para comprenderlo como
don y otorgamiento («Onto-dología»). El mejor pensamiento filosófico y teológico
contemporáneo avanzan en la dirección de fundar una ontología desde el primer
fundamento de lo real. No hay otro fundamento de lo creado que el fundamento del
increado creador”28.
Hoy más que nunca se ha revalorizado la actuación del Espíritu Santo en la vida
de la gracia después de un largo olvido del Espíritu. Es la razón por la que Congar
cuestionaba el enfoque de muchos estudios sobre la gracia: “incluso se ha presentado el
tratado de la gracia sin referencia al de la tri-unidad de Dios. ¿No es la gracia una
participación de la naturaleza divina? ¿Dónde está, pues, la referencia a las personas?
¿Se habla de la gracia increada que es el Espíritu Santo?”29. Durante mucho tiempo la
teología de la gracia ha versado más sobre la gracia creada que sobre la gracia
increada, es decir, Dios mismo –especialmente, el Espíritu Santo-, sin la cual hablar de
la primera no tendría ningún sentido. A su vez, la interpretación restrictiva del principio
según el cual toda actividad ad extra es común a las tres personas divinas hacía de la
doctrina de la inhabitación trinitaria en el alma del justo una obra común de todas ellas
si apreciar ningún tipo de distinción en la presencia y la actuación de las personas
divinas en la vida de los creyentes. Se perdía o se desvirtuaba con ello la gran riqueza de
los enunciados bíblicos que hablan de una particular presencia y actuación del Espíritu
en nosotros. Con lo dicho sólo hemos mencionado dos puntos que nos parecen claves a
la hora de comprender el desarrollo de la teología de la gracia. En este sentido, desde el
siglo XVIII nos encontramos con intentos de renovación en la teología católica.
“Muchos teólogos, concretamente los que tenían una forma de pensar histórica, p. ej.,
D. Petavius, L. Thomassin, C. Passaglia, Th. De Régnón, J. M. Sheeben, subrayaron
que las divinas personas toman posesión del hombre en gracia según su propia
peculiaridad personal”30. Esto respecto a la segunda aporía planteada en el seno de la
teología de la gracia. En referencia a la primera, la relación entre gracia creada e
increada, teólogos como Petavius y Sheeben también han puesto de relieve que el punto
de partida de la teología de la gracia debe ser la consideración de la gracia increada y
28
GONZÁLEZ DE CARDEDAL, O., La entraña del cristianismo, Salamanca 1997, 511.
29
CONGAR, Y., El Espíritu Santo, Barcelona 1991, 455.
30
SCHMAUS, M., “Espíritu Santo”, en: Sacramentum mundi II, Barcelona 1972, 824.
para luego hacer lugar a la reflexión sobre la gracia creada, es decir, que la gracia es
fundamentalmente Dios mismo dándose así mismo al hombre, es Dios en su forma de
actuar benevolente para con él: es relación amorosa de Tú a tú iniciada por Él; mientras
que por gracia creada entendemos los efectos que causa en el hombre dicha donación,
dicha relación. Por nuestra parte, veremos cómo la antropología teológica actual al
hablar de la gracia recoge los aportes de la pneumatología.
31
Basta con observar algunos tratados y estudios de cristología contemporáneos para constatar que la
filiación ocupa un lugar central en el anuncio y obra de Jesús, cf. KASPER, W., Jesús, el Cristo, Salamanca
1986; BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret. Desde el Bautismo a la Transfiguración, Madrid 2007; BÉJAR,
S., Dios en Jesús, Madrid 2008.
32
LADARIA, L. F., Teología del pecado original y de la gracia, Madrid 1993, 247. A su vez, para la
consideración de la relación entre pneumatología y teología de la gracia recomendamos todo el apartado
“El soplo de Dios en nuestras vidas personales” de CONGAR, El Espíritu..., 271-347.
33
Cf. SAN ATANASIO, Epístolas a Serapión, I, 24, 1; 24, 3; 29, 2.
34
Ibid., I, 30, 8
35
SAN BASILIO, Sobre el Espíritu Santo, XIX, 49.
Espíritu dado por Jesús, se une a éste para dirigirse al Padre”36. También nos hacemos
eco del credo de la Iglesia que confiesa al Espíritu como “Vivificante” que también
significa que es autor de la vida espiritual. A su vez, la voz reciente del magisterio
también ha avalado esta clave de comprensión de la vida de la gracia. Juan Pablo II ha
señalado claramente la función específica que desempeña el Espíritu Santo en la vida
espiritual y filial: “La filiación de la adopción divina nace en los hombres sobre la base
del misterio de la Encarnación, o sea, gracias a Cristo, el eterno Hijo. Pero el
nacimiento, o el nacer de nuevo, tiene lugar cuando Dios Padre «ha enviado a nuestros
corazones el Espíritu de su Hijo» (…) por tanto, aquella filiación divina, insertada en el
alma humana con la gracia santificante, es obra del Espíritu Santo”37.
Por último, señalamos las razones por la cual es posible pensar que el Espíritu
que es Persona-don lleve adelante la consumación de la vida filial de los creyentes. Para
ello, consideramos clave la dimensión pneumática de la cristología, de su sabia puede
extraer su argumentación la teología de la gracia. La presencia del Espíritu en Jesús es
patente si tenemos presente lo que hemos dicho sobre momentos cualitativamente
importantes de su existencia humana: encarnación, bautismo y resurrección. El Espíritu
Santo, como vimos permanece en Jesús de Nazaret durante toda su vida de forma
especial y única vinculándolo con el Padre en su relación eterna de filiación; lo unge en
su humanidad para el cumplimento de su misión y, a su vez, es dado por Jesús
Resucitado para ser vínculo de comunión de todos los creyentes con el Padre. Pero es
interesante observar que es en la Resurrección donde llega a plenitud la encarnación
porque la humanidad es totalmente asumida, ya que es totalmente penetrada por la
fuerza de Dios, es totalmente divinizada, entra en la gloria de Dios como la humanidad
de Hijo38. “Este Espíritu que ha guiado a Jesús en su vida humana, del que está lleno en
su resurrección, es el que es comunicado al creyente (…) Lo que nos da por tanto Jesús
no es algo ajeno a sí mismo; nos da como espíritu de filiación el Espíritu del Padre que
ha reposado sobre él, el Hijo”39. Aquí también se pone de relieve que la teología de la
gracia debe devolver su lugar primario a la consideración de la gracia increada, Dios
mismo en cuanto se da al hombre. Desde la gracia como participación en la relación de
filiación de Jesús con su Padre en virtud de la presencia y acción del Espíritu Santo, se
pone en evidencia la primacía de la gracia increada por encima de la gracia creada: la
filiación es don del Padre y del Hijo y si no hay presencia y acción del Espíritu en el
hombre no hay ningún efecto santificante ni divinizador posible. Las palabras de
Olegario González de Cardedal ponen en evidencia la dimensión pneumática de la vida
cristiana y, con esto, de la vida de hijos de Dios: “El Espíritu se convierte así en la
realidad clave del cristianismo. El hombre cristiano, en este sentido, es sin más el
hombre espiritual y la gracia es la gracia del Espíritu Santo, porque es la manera última
36
Ibid., 154.
37
JUAN PABLO II, Dominum et Vivificantem, 52b; en el mismo sentido, afirma que “se da así una
«adopción sobrenatural» de los hombres, de la que es origen el Espíritu Santo, amor y don. Como tal es
dado a los hombres. Y en la sobreabundancia del don increado, por medio del cual los hombres se hacen
partícipes de la vida divina (…) Hay por tanto un íntima dependencia causal entre el Espíritu que da la
vida, la gracia santificante y aquella múltiple vitalidad sobrenatural que surge en el hombre: entre el
Espíritu increado y el espíritu humano creado” (52c).
38
Cf. LADARIA, L. F., Teología…, 251.
39
Ibid., 252: “la presencia del Espíritu Santo en el creyente, según cuanto acabamos de decir, está
relacionada con la encarnación de Jesús, con la unción que ha recibido en el Jordán, con la plenitud de la
condición de Hijo y la «espiritualización» de la humanidad de Jesús en el momento de la resurrección”
(cf. Rom 1,4; 1Cor 15,45)”, 253.
y definitiva en la que Dios es con nosotros, hasta el último resquicio e intersticio de
nuestro ser. Ser cristiano es ser movido por el Espíritu, ser conformado por él con el
Hijo y por él tener acceso y poder orar al Padre. Ser movido, ser guiado y ser sostenido
por el Espíritu: eso es ser cristiano”40.
Por tanto, hay que afirmar que no hay posibilidad de participar en la vida filial
de Jesús si su Espíritu no actúa realmente en nosotros. No hay lugar a pelagianismos en
la obra que realiza el Espíritu en nosotros: tanto en su origen como en su culminación
está la experiencia del don. En definitiva, la pneumatología del don pone de manifiesto
críticamente el lugar que el Espíritu Santo debe ocupar en el tratado de gracia. Se trata
de reconocer la peculiaridad con la que el Espíritu de Dios actúa en nosotros, en nuestra
vida de hijos de Dios, según el testimonio de la Escritura y la tradición eclesial. Esto no
puede sernos indiferente. El Espíritu-Don nos hace vivir la experiencia del don de la
filiación; con su donación comienza un momento cualitativamente diferente en la
historia de la salvación. Comienza el tiempo de una humanidad nueva entendida como
recreación por la vida filial y espiritual.
Dos experiencias bíblicas servirán para ilustrar mejor nuestra reflexión final. La
experiencia de Babel (Gn 11,1-9), por un lado, es la experiencia de los hombres que
buscan alcanzar sus máximas aspiraciones, el deseo de grandeza, de comunión, de
universalidad, etc. Es experiencia del hombre puesto en pie de combate frente a la vida,
intentando alcanzar, por sus propios medios, la cima desde la cual desvelar todos sus
secretos y evadir cualquier posible limitación… Sin embargo, Babel también es
experiencia de fracaso, de reconocimiento de la ilusión de un hombre ilimitado e
incapaz de auto-rendención. Babel también es experiencia comunitaria de
fragmentación, desilusión y confusión. Babel es experiencia humana, muy humana.
40
GONZÁLEZ DE CARDEDAL, O., La entraña del cristianismo, Salamanca 1997, 863.
a la vida rendición sino compañía. Desde Pentecostés, inseparable del misterio de la
Pascua, la existencia cristiana es experiencia de gratuidad, encuentro en el don del
Espíritu.