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Prácticas funerarias y condiciones de vida prehispánicas muiscas en los Andes Orientales

de Colombia

Por: José V. Rodríguez C., Profesor Titular, Dpto. de Antropología

Introducción

Los chibchas de los Andes Orientales de Colombia, integrados según los cronistas del siglo
XVI por chitareros, guanes, laches y muiscas, ocupaban los territorios de los actuales
departamentos de Norte de Santander, Santander del Sur, Boyacá y Cundinamarca,
respectivamente. Compartían entre sí rasgos culturales, trajes y costumbres, la familia
lingüística Chibcha (Gamboa, 2013; Langebaek, 2019), una cosmovisión Andina y un origen
común a partir de cazadores recolectores de finales del Pleistoceno (15.000-10.000 años)
que procedían de Centroamérica (Rodríguez, 2011), por lo cual también comparten un ADN
mitocondrial (que se transmite por línea materna) expresado en una predominancia del
haplogrupo A2 (50-70%), seguido del B2 (15-30%), con menor frecuencia el C1 y muy raro
el D4, los cuatro haplogrupos mitocondriales predominantes entre indígenas americanos
(Casas et al., 2017; Melton, 2007).
Este territorio contiene evidencias de ocupaciones de cazadores recolectores muy
antiguas con fechas discutibles que se remontan a cerca de 20.000 años (Correal et al.,
2005; Pinto, 2003: 46), aunque las dataciones más aceptables se acercan a los 12.000 años
con presencia de megafauna como caballo americano y mastodonte (Correal, 1981). El
proceso de cambio de la sociedad producido por factores ambientales, sociales y de patrón
de ocupación, nos permite subdividir la etapa Precerámica en dos momentos: 1.
Precerámico Temprano (X-V milenios AP), cuyos sitios característicos serían los niveles
inferiores correspondientes al Pleistoceno Superior y Holoceno Temprano de Tequendama,
Sueva, Nemocón, Gachalá, Galindo, Checua y Potrero Alto (Correal y van der Hammen,
1977; Groot, 1992; Hurt et al., 1972; Orrantía, 1997; Pinto, 2003; Rivera, 1991; Triana et al.,
2018). 2. Precerámico Tardío, entre V-IV milenios AP, caracterizado por el desarrollo de la
horticultura de tubérculos de altura y registrado en Aguazuque y Vistahermosa (Cárdenas,
2002; Correal, 1990), Chía (Ardila, 1986) y en el piso de piedra inferior del corte No. 3 del
Parque Arqueológico de Facatativá (Rodríguez, ed., 2015).
En el Período Herrera (III-II milenios AP) se desarrolla la agricultura y la alfarería, la
sociedad se aglutina en torno a aldeas, crece demográficamente en comparación con el
Precerámico, construye observatorios astronómicos para poder regular los ciclos solares y
sistemas hidráulicos para el manejo de las aguas en los sistemas de cultivo, y establece el
intercambio de sal por productos de valles cálidos (Arguello ed., 2018; Boada, 2006; Groot,
2008; Langebaek, 1995, 2019; Rodríguez, ed., 2015; Silva, 2005).
Finalmente, la sociedad Muisca ubicada cronológicamente entre los siglos X-XVI d.
C. crece de manera significativa en tamaño y área ocupada, especialmente durante el
Muisca Tardío (siglos XIII-XVI d. C.), se densifica y se estratifica socialmente en torno a
caciques que detentan el poder en diferentes niveles de control político (Arguello ed., 2018;
Boada, 2006; Fajardo, 2018; Langebaek, 2019). El desarrollo de los grupos Chitarero (Norte

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de Santander), Guane (Mesa de los Santos) y Lache (Sierra Nevada del Cocuy) se conoce
más por las fuentes etnohistóricas (Aguado, Castellanos, Fernández de Oviedo, Simón) y en
menor medida por la arqueología debido a la escasez de investigaciones de campo
(Rodríguez, 2011).
Respecto a las causas del proceso de estratificación social y el surgimiento del poder
centralizado en cacicazgos, se han evaluado varias hipótesis, como el crecimiento
demográfico, la intensificación en la producción de la agricultura, el control de los recursos
(especialmente de la tierra y mano de obra como principales medios de producción) por
parte de familias poderosas, sin que se propongan hipótesis definitivas (Boada, 2006: 163).
En buena medida, esto obedece a la existencia de prejuicios deducidos de las fuentes
etnohistóricas que indican la presencia de caciques poderosos que sojuzgaban a grupos más
pequeños y que en el ámbito arqueológico se deduce a partir de la presencia de cerámica
decorada para festejos (jarras, cuencos, platos, copas, figuras antropomorfas) o de una
mayor concentración de las mejores porciones de venado, por lo cual, “el sustento empírico
[arqueológico] gracias al cual se habla de caciques que monopolizaban o controlaban la
producción o distribución de bienes es bastante débil” (Langebaek, 2019: 266).
En virtud de la permanente ritualidad que acompañaba a la sociedad chibcha
asociada a una profunda cosmovisión solar, en donde se festejaban diferentes eventos
sociales (nacimiento, bautizo, ingreso a una cohorte de edad determinada, la consagración
a un oficio y finalmente la muerte) y por la estratificación social existente, las prácticas
funerarias deben reflejar esa variación en el tiempo, el espacio y según el estatus ocupado
por cada individuo dentro de un grupo específico.
Mientras que los cronistas describían una gran diferenciación social entre los
entierros de los caciques que incluían la momificación de los cuerpos, el acompañamiento
con objetos suntuosos e inhumación en cuevas (Aguado, Fernández de Oviedo, Simón), en
comparación con el resto del pueblo que era enterrado en un pozo simple a cielo abierto,
las investigaciones arqueológicas no han podido ubicar esas grandes diferencias. Así, por
ejemplo, para la sabana de Bogotá se ha propuesto que no se aprecia una notoria inversión
de energía (acumulación de riqueza) ni en la construcción de las tumbas ni en el ajuar
funerario, y la diferenciación se basaba en la edad, sexo y el rango heredado, por lo cual no
se apoya la idea de una fuerte diferenciación sociopolítica, ni de control de recursos o
acumulación de riqueza como fuente de poder (Boada, 2000: 42).
Para Tunja (Cercado Grande de los Santuarios) tampoco se evidencia una gran
acumulación de bienes materiales, donde un pequeño grupo de mujeres se destaca por su
entierro en tumbas de pozo y cámara acompañadas de infantes inhumados en urnas
(Pradilla, 2001: 191). En Marín, Samacá (Boyacá), se describe un patrón similar al de Tunja
(Boada, 1987). En Sogamoso, de seis cementerios analizados por Eliécer Silva C. (1945),
destaca el No. 4 por poseer de manera exclusiva figuras antropomorfas en piedra,
pintaderas, instrumentos musicales y adornos personales orfebres (pectoral, nariguera).
Finalmente, en Tibanica, Soacha, uno de los cementerios más grandes excavados en la
sabana de Bogotá, tampoco se registra una gran acumulación de “riqueza”, y al contrario,
se plantea que “la jerarquización de los individuos en la sociedad muisca tardía no obedecía

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en todas partes a una lógica lineal, sino que era multidimensional” (Langebaek et al., 2015:
204).
Desde la perspectiva filogenética, las prácticas mortuorias indican por un lado, una
gran variedad en el ámbito temporal, desde los primeros habitantes del altiplano, cuyas
tumbas son de pozo simple, el cuerpo en posición lateral flexionado, acompañado de
huesos de animales, artefactos líticos y ocasionalmente de ocre (Correal y van der Hammen,
1977; Correal, 1990; Groot, 1992). Por otra parte, indican diferencias en el ámbito espacial,
pues mientras en el norte (Tunja, Sogamoso, Duitama) predominan las tumbas de pozo de
forma oval cubierto de una laja, ya sea de piedra, arcilla o argamasa de ceniza y el cuerpo
en posición sedente (Boada, 1987; Pradilla, 2001; Silva, 1947), en el sur (Bogotá), los
entierros son en tumbas de pozo rectangular, el cuerpo en posición dorsal extendido
(Boada, 2000). Estas diferencias han sido interpretadas como producto de diferentes
orígenes de los muiscas del norte y del sur (Rodríguez, 2011), cuyas diferencias se
manifestaron también en la lengua y otras costumbres (Simón, [1625]1981).
Excavar cementerios es muy costoso, requiere de grandes recursos y de un equipo
interdisciplinario que permita recuperar diferentes líneas de información acerca del patrón
mortuorio, la dieta, la salud-enfermedad, la demografía y su estructura biológica. Por otro
lado, Con el fin de obtener una visión multidimensional sobre la variación funeraria en el
altiplano Cundiboyacense y sus implicaciones sobre el cambio social, en este escrito se
analizan varios cementerios de Tunja, Bogotá y Sogamoso, desde una perspectiva integral
y multivariada.

La Arqueología funeraria o de la Muerte

Los muiscas pensaban que el mundo era inacabable, pues solamente moría el cuerpo y las
almas eran inmortales, resucitando y viviendo después de la misma manera que lo habían
hecho en este mundo. Cuando las almas salían del cuerpo, bajaban al centro de la tierra por
unos caminos y barrancas de tierra amarilla y negra, pasando primero un gran río en balsas
de telaraña –por eso no osaban matar a las arañas-. Allí cada quien tenía el lugar
predestinado, y al igual que aquí, poseían casas y labranzas a donde iban a descansar, tanto
los buenos como los malos, pues no hacían diferencia en esa calidad (Castellanos,
[1601]1997: 1156). Estas creencias se manifestaron en las prácticas funerarias, por lo que
colocaban múcuras con chicha, comida, metates y manos de moler usados en la molienda
del maíz, volantes de huso para hilar y otros artefactos empleados en vida por el difunto,
para que pudiera alimentarse durante el recorrido al inframundo y tuviera instrumentos
con que trabajar. La tumba (el pozo) por lo visto era una representación de la cueva del
inframundo; el entramado de las parihuelas o ataúd fungía como la barca de telaraña; a la
entrada del pozo se colocaba la tierra amarilla y en el fondo la tierra negra por donde el
difunto tenía que transitar al centro de la tierra. Tales manifestaciones funerarias se han
apreciado en los cementerios de Portalegre, Soacha (Botiva, 1988), Candelaria la Nueva
(Cifuentes y Moreno, 1987), de la hacienda El Carmen, Usme (Becerra, 2010) y de Tibanica,
Soacha (Langebaek et al., 2009).

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La perspectiva procesualista se impuso en los años 1970 en la arqueología
norteamericana lo que se denominó el enfoque Saxe-Binford (Binford, 1971) que consideró
el ritual funerario como condensador de conductas sociales altamente significativas,
condicionadas por dos factores. En primer lugar por la “persona social” del difunto, “un
compuesto de las identidades sociales mantenidas durante la vida y reconocidas como
apropiadas para considerarlas en la muerte”. Estas “identidades sociales” desempeñadas
por el muerto a lo largo de su vida corresponden a su paso por las distintas categorías de
división de la sociedad: sexo, edad, posición social, afiliación social, condiciones y
localización de la muerte. Dado que el referente del símbolo funerario es la “persona social”
del difunto, las diferentes “identidades sociales” que la definen deben tener una expresión
en forma de elementos o combinaciones de objetos dentro del contexto fúnebre. El
segundo factor que propone Binford como dimensión explicativa de la variabilidad fúnebre
es “la composición y tamaño de la unidad social que reconoce responsabilidades de estatus
con el fallecido”. El ritual en su forma final es la suma de comportamientos de un gran
número de personas articuladas con el difunto de diferentes maneras.
En resumen, Binford (1971) planteó que “la forma y estructura que caracterizan las
prácticas mortuorias de cualquier sociedad están condicionadas por la forma y complejidad
de las características organizacionales de la sociedad misma”. En las sociedades de
complejidad mínima las dimensiones de mayor relevancia en la diferenciación de estatus se
basan en las cualidades personales de los individuos implicados, como la edad, el sexo y las
capacidades diferenciales para la realización de tareas culturales. En los sistemas más
complejos, las posiciones de estatus son más abstractas.
A partir de estas premisas deducidas de fuentes etnográficas, los arqueólogos se
orientaron a delimitar la sociedad entre grupos de “ricos y pobres” según la inversión de
energía, suponiendo que las tumbas de los ricos poseen mayor número de elementos de
ajuar, mayor diversidad de objetos, elementos suntuosos como la orfebrería, además de
poseer las tumbas más profundas y complejas.
En lo concerniente a la Sabana de Bogotá, por ejemplo, en un análisis comparativo de
tres cementerios (Portalegre, La Candelaria, Las Delicias) se propone que “una mayor
inversión de energía en los entierros de adultos apoya el argumento de rango adquirido a
través de la vida del individuo en el asentamiento de Soacha” (Boada, 2000: 32). Para el
caso del Cercado Grande de los Santuarios, Tunja, en el análisis funerario de 62 tumbas se
llegó a plantear que “la imagen de los muiscas como una sociedad altamente jerarquizada
que se describe en el siglo XVI, con unas prácticas funerarias exclusivas y representativas de
una acumulación de riquezas en manos de “caciques y principales”, no se expresa en el
registro arqueológico” (Pradilla, 2001: 194). En Tibanica, Soacha, un cementerio con más de
600 tumbas, los resultados del análisis funerario multivariado sugiere que se “ponen en
duda la validez de identificar grupos de élite e inferir la naturaleza de su poder solo con base
en la exhibición conspicua de “riqueza” o su relación con festejos”, siendo más razonable
considerar que “las fiestas y la exhibición de “riqueza” pudieron servir como mecanismos a
través de los cuales se negociaba el control social por parte de una élite” (Langebaek et al.,
2015: 203).
En fin, lo que se deduce es que en los cementerios registrados hasta el momento en el
altiplano Cundiboyacense, no se aprecia una gran acumulación de “riqueza” (refiriéndose a
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objetos suntuosos como la orfebrería), las tumbas de los adultos son más grandes que las
de los infantiles, y que los festejos en donde se exhibían objetos suntuosos, tenían un
carácter de integración social, pues los sectores donde se registra cerámica más suntuosa
no convertía a sus portadores en los “más ricos” en términos de las costumbres funerarias.

Las condiciones de salud

La salud de las personas depende de una serie de factores ecológicos (los recursos y riesgos
del medio ambiente), sociales (del tipo de organización que puede agudizar con la
desigualdad o estabilizar los riesgos mediante la redistribución y desarrollo tecnológico) y
biológicos (el grado de inmunoresistencia a los diversos patógenos) (Martin et al., 2013;
Morán, 1993; Rodríguez, 2006). Para el caso de las sociedades del pasado, la
documentación de las condiciones de salud y su relación con el cambio ambiental y social
se apoya en el análisis integral de los restos óseos, dentales y momificados, cuya línea de
investigación se ha denominado Bioarqueología (Larsen, 2000). Estos análisis han podido
evidenciar que la sedentarización, la aglomeración en aldeas, la domesticación de animales
y el énfasis en productos vegetales agudizaron el impacto de las enfermedades infecciosas
(especialmente la treponematosis y tuberculosis) en el tránsito de la caza y recolección
hacia la agricultura, y la centralización del poder generó discriminaciones que afectaron a
los grupos más deprimidos (Cohen y Armelagos eds, 1985; Cohen y Crane-Krame eds., 2007;
Larsen et al., 2007; Steckel et al., 2002).
Las investigaciones paleoepidemiológicas han demostrado el importante papel
desempeñado por las enfermedades durante toda la historia de la humanidad,
especialmente en los momentos de convulsiones climáticas y sociales que han desatado
guerras, epidemias y muerte. Como afirmaban los sobrevivientes indígenas de
Mesoamérica ante el pavor del fantasma de la viruela: “Grande era la corrupción de los
muertos. Después de haber sucumbido nuestros padres y abuelos, la mitad de la gente huyó
hacia los campos. Los perros y buitres devoraban los cadáveres. La mortandad era terrible”
(Cook, 2005: 237).
En este sentido, la documentación de las condiciones de vida de grupos humanos
que ocuparon diferentes períodos (Precerámico, Formativo, Muisca Temprano, Muisca
tardío), en una región particular (para nuestro caso los Andes Orientales), con distintos
niveles de organización social, nos permitirá entender la influencia que pudieron tener
varios factores, entre ellos la densidad de población, el modo de vida lacustre, la carga
parasitaria en un entorno andino y los cambios sociales en la nutrición, salud y demografía.
Respecto a la nutrición, cabe destacar que las sociedades del altiplano
Cundiboyacense, desde su arribo a finales del Pleistoceno, dispusieron de una amplia
variedad de alimentos animales, en donde el curí por su gran disponibilidad se posicionó
como la fuente de carne preferida, tanto que se le llegó a domesticar desde hace diez
milenios (Pinto et al., 2006); también se aprovecharon de la carne, pieles y huesos del
venado, al igual que de otros animales, incluida megafauna local durante el Precerámico
Temprano, como del valle del Magdalena en los subsiguientes períodos (Boada, 2007;
Correal, 1981; Correal y van der Hammen, 1977, 2003; Enciso, 1996). Inclusive por su nivel

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de integración a su cosmovisión, algunos animales llegaron ser parte de los contextos
funerarios como ofrendas y de representaciones zoomorfas en la cerámica y orfebrería
(Legast, 1996; Pradilla et al., 1992).
Entre los productos vegetales se destacan los tubérculos de altura (achira,
arracacha, cubio, ibia, papa, ruba) que fueron domesticados ya durante el Precerámico
Tardío en el II milenio a. C. (Correal, 1990) y que constituyeron una fuente importante de la
alimentación nativa, considerados por los actuales campesinos boyacenses ”comida de
primera, comida de antigua, comida de indios” (López, 2019: 37), junto con la calabaza,
maíz, fríjol y otros productos (Morales y Vaughan, 2016; Morcote, 1996; Parra, 2001;
Pradilla, 2013), lo que brindaba una dieta bien balanceada y suficiente (Cárdenas, 1996,
2002; Rodríguez, 2006).
Sin embargo, a pesar de una nutrición balanceada, el modo y estilo de vida, las
ocupaciones en la agricultura, el procesamiento de los alimentos entre manos y piedras de
moler, el transporte de productos a largas distancias por tortuosos caminos, y las
enfermedades transmitidas por algunos animales, entre ellos el curí y los parásitos
intestinales, producían respectivamente enfermedades articulares degenerativas (EAD),
caries, periodontosis y desgaste dental, traumas en la columna vertebral, tuberculosis,
treponematosis, deficiencias de complejo B y anemia ferropénica (Rodríguez, 2006). Sin
embargo, a pesar de la diferenciación social existente entre grupos de élite y comuneros,
reflejada en el ajuar funerario y tipo de entierro, no existía una relación entre patologías,
alimentación, parentesco y jerarquización (Langebaek et al., 2015: 194).
La inclusión del análisis bioarqueológico (paleodieta, paleopatología y
paleodemografía) a la evaluación del cambio social en el altiplano Cundiboyacense, ha
permitido integrar el componente biológico relacionado con las condiciones de salud y la
diferenciación social en los períodos Herrera y Muisca (Boada, 2007; Langebaek et al., 2011,
2015). Sin embargo, aún carecemos de un análisis estadístico multivariado que permita
documentar la relación entre las variables bioantropológicas y sociales (a partir de la
variación funeraria del reciento, el cuerpo y el ajuar), en el tiempo y el espacio, para lo cual
se requiere de grandes recursos, tiempo y personal especializado.
El presente escrito pretende documentar la variación funeraria espacial entre los
muiscas del Norte (Tunja) y del Sur (Portalegre, La Candelaria, Las Delicias) con el fin de
abordar la problemática de los orígenes de la diversidad cultural en el altiplano
Cundiboyacense. Igualmente documentar la evolución de algunas enfermedades como la
treponematosis, la caries, la EAD y las lesiones traumáticas en relación con el cambio social.

Materiales y métodos

La muestra analizada está compuesta por cuatro sitios: Portalegre, Soacha, Cundinamarca
con 125 entierros (Botiva, 1988); Cercado Grande de los Santuarios, Tunja, con 62 tumbas
(Pradilla, 2001); La Candelaria, Bogotá, con 45 entierros (Cifuentes y Moreno, 1987); y Las
Delicias, Bogotá, con 11 contextos mortuorios (Enciso, 1990), para un total de 243 tumbas
y 36 variables analizadas (8748 registros). De los tres conjuntos de variables que se incluyen
en los análisis funerario (el recinto, el cuerpo y el ajuar), el cuerpo se redujo solamente al

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sexo, edad, deformación cefálica, orientación y posición, por cuanto los análisis
paleoapatológicos publicados hasta el momento no son completos (lesiones bucodentales,
craneales y postcraneales). Del recinto se tuvo en cuenta la forma (rectangular, oval),
volumen y tipo de construcción (con tapa de laja o sencilla). En lo concerniente al ajuar se
consideraron los elementos registrados dentro de las tumbas (cerámica, líticos, orfebrería,
huesos de animales y conchas marinas).
Con esta información se construyó una base de datos en el programa SPSS-26,
siendo sometida a análisis estadístico descriptivo (frecuencias, descriptivos), a una prueba
ANOVA Kruskal-Wallis para establecer si la distribución de las variables difiere de manera
significativa. Mediante la clasificación numérica de conglomerados jerárquicos (distancias
euclídeas al cuadrado, método de agrupación de Ward, estandarización mediante
puntuaciones Z) se definieron varios grupos de entierros, que por sus características
mortuorias se deben relacionar con distintos grupos sociales, y que hemos denominado
Especial (entierros dentro de viviendas), Infantil (pues predominan los individuos infantiles),
Bajo (sin ajuar), Medio (con poco ajuar) y Alto (con numeroso y muy particular ajuar). Para
analizar la relación entre las diferentes variables se aplicó una prueba de correlación de
Spearman. Finalmente, con la definición de grupos espaciales y sociales se analizó el grado
de dispersión mediante una prueba discriminante para establecer las variables más
diferenciadoras y los grupos más disímiles (distancias F Mahalanobis, calculadas según el
tamaño de la muestra, método de inclusión por pasos).

Tabla 1. Distribución de las variables funerarias por sitio


Variable/Sitio Portalegre Tunja La Las
Candelaria Delicias
No. de entierros (244) 126 62 45 11
Región Sur Norte Sur Sur
Grupo * Especial 3.2 0 0 0
Infantil 21.4 59.7 11.1 63.6
Bajo 39.1 32.3 68.9 36.4
Medio 19.0 8.1 15.6 0
Alto 18.3 4.4 0
Segmento* Norte 6.4 22.6 2.2 9.1
Sur 49.6 16.1 20.0 9.1
Este 40.0 6.5 68.9 81.8
Oeste 4.0 3.2 8.9 0
Sexo* Infantil 21.4 61.3 15.6 63.6
Femenino 48.4 27.4 42.2 27.3
Masculino 30.2 11.3 42.2 9.1
Edad* Uterino 1.6 0 0 0
Infantil I 15.1 48.4 17.8 45.5
Infantil II 4.8 12.9 0 0

7
Juvenil 6.3 0 9.1
Adulto Joven 23.0 25.8 77.8 18.2
Adulto Medio 48.4 12.9 4.4 18.2
Adulto Mayor 0.8 0 0 0
Deformación 7.1 9.7 0 0
Orientación* 0-45° 3.2 11.3 2.2 9.1
46-90° 15.9 9.7 60.0 54.5
91-135° 24.6 0 0 0
136-180° 34.1 6.5 20.0 0
181-225° 15.2 9.7 0 9.1
226-270° 3.2 0 0 0
271-315° 1.6 3.2 6.7 0
316-360° 2.4 8.1 0 0
No observable 0 51.6 11.1 27.3
Posición* Dorsal extendido 94.4 4.8 82.2 63.6
Lateral izquierdo 0.8 12.9 0 0
Lateral derecho 3.2 8.1 2.2 18.2
Ventral 0 27.4 6.7 0
Sedente 0.8 46.8 0 0
Desarticulado 0 0 0 18.2
Número* Individual 80.2 100 95.6 100
Dual 14.3 0 4.4
Varios 5.6 0 0 0
Forma* Rectangular 97.6 0 95.6 63.6
Oval 2.4 100 4.4 36.4
Laja* 38.4 41.9 13.3 0
Entierro en vivienda 7.1 0 0 0
Ocre 2.4 6.5 0 0
Mocasín* 12.7 0 11.1 0
Canastero* 3.2 0 11.1 0
Copa 0.8 0 4.4 0
Olla de dos asas 7.1 0 8.9 9.1
Cuenco 3.2 0 0 0
Jarra 0.8 0 0 0
Cántaro 4.0 0 0 0
Vasija* 7.9 25.8 0 0
Aguja de hueso 0.8 0 2.2 0
Cuenta de hueso 3.2 0 0 0
Hueso de animal* 1.6 30.6 0 0
Gancho de lanzadera 0.8 0 0 0
Punzón* 3.2 0 0 0

8
Volante de huso* 2.4 0 2.2 18.2
Artefacto de molienda* 0.8 22.6 0 0
Cuenta de collar* 7.1 17.7 6.7 36.4
Concha marina* 12.7 19.4 0 0
Orfebrería 4.0 0 2.2 0
Diferencia significativa a nivel 0.050 según la prueba Kruskal-Wallis (p<0.001)*

Al comparar los cuatro sitios analizados (Portalegre, Tunja, La Candelaria y Las Delicias)
mediante un análisis discriminante con el fin de determinar las variables más
diferenciadoras y los grupos más diferentes, se configura una matriz de estructuras que
clasifica correctamente el 82.7% de los casos originales, donde en la función 1 se incluyen
las variables forma de la tumba con el mayor valor (0.872), además de la presencia de ocre,
número de individuos y vasijas con un valor inferior a 0.100. En la función 2 se vinculan el
volumen (0.642), la orientación del esqueleto (0.507), la presencia de lajas como cubierta
de las tumbas (0.456) y la posición del cuerpo (-0.355). En el diagrama de dispersión se
aprecia que por la función 1 el grupo más distanciado es el de Tunja que corresponde a la
región Norte, bastante homogénea y muy separada de los del Sur (Portalegre, La Candelaria,
Las Delicias) que configuran mayor dispersión, especialmente La Candelaria y Las Delicias.

Figura 1. Diagrama de dispersión de las variables funerarias por sitio según dos funciones canónicas
discriminantes.

Con relación a la variación entre sitios arqueológicos, se aprecia que en el Norte


(Tunja) predominan los entierros en tumbas de forma oval, cubiertas con lajas o con una

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tapa de argamasa de ceniza; el cuerpo en posición sedente flexionado, cubierto con ocre,
ceniza o arcilla. Predominan los individuos menores de cinco años, orientados de tal manera
que difícilmente se puede observar hacia dónde se colocó la cabeza, aunque con
predominancia hacia el norte y oriente. Dentro del ajuar se destacan las vasijas, los huesos
de animales, especialmente de venado, las cuentas de collar y los artefactos de molienda.
No se registran elementos de concha marina ni orfebrería, tampoco mocasines, canasteros,
copas, cuencos, cántaros, volantes de huso, punzones ni ganchos de lanzadera (Tabla 1)
(Pradilla, 2001).
Cabe destacar que este patrón de enterramiento en tumbas de pozo de forma oval,
con tapa de laja o de argamasa de ceniza, el cuerpo en posición sedente, se registra desde
el período Herrera, como se ha reportado en Chucua, Duitama (Rodríguez, C., 1999), El
Venado, Samacá (Boada, 2007), en alrededores del Templo del Sol, Sogamoso (Rodríguez,
2011; Silva, 1968, 2005) y en la misma Tunja (Pradilla et al., 1992; Pradilla, 2001),
acompañados de cuencos de tamaño mediano con decoración incisa, orfebrería, restos de
animales (coatí), y los individuos con deformación fronto-occipital (Información personal de
la investigadora Helena Pradilla, 2009).
Respecto a la variación funeraria del Sur (Portalegre, La Candelaria, Las Delicias), en
estos tres sitios predominan las tumbas de pozo simple de forma rectangular, algunas con
tapa de laja, con el cuerpo en posición dorsal extendido, orientado hacia el sur u oriente,
de diversas edades y sexos, aunque con predominancia de mujeres adultas, con una gran
diversidad de objetos aunque con muy baja frecuencia, como ocre, mocasines, canasteros,
copas, ollas de dos asas, cuencos, jarras, cántaros, vasijas, agujas de hueso, cuentas de
hueso, huesos animales (en menor proporción que en Tunja), ganchos de lanzadera,
volantes de huso, artefactos de molienda, conchas marinas y piezas orfebres (Tabla 1)
(Botiva, 1988).

Figura 2. Diagrama de dispersión de las variables funerarias por grupo según dos funciones canónicas
discriminantes.

10
Prácticas funerarias y diferenciación social

A pesar de la prolija descripción de las costumbres mortuorias por parte de los cronistas,
donde se destacan los miembros de élite por su suntuosidad en el ajuar (que incluía
ostentosas piezas orfebres y piedras preciosas además de la momificación), son pocos los
contextos arqueológicos que atestigüen sobre ese nivel de ostentación, excluyendo un
conjunto funerario en la cueva de La Purnia, Mesa de los Santos, Santander, donde
efectivamente se registró una momia femenina, con deformación cefálica, junto a un telar
y varias vasijas con collares, rodeada de varios individuos sin momificación ni deformación
(Cifuentes, 1990; Rodríguez, 2011). En otros sitios como Sogamoso (Silva, 1968), Tunja
(Pradilla et al., 1992; Pradilla, 2001), Nueva Esperanza, Soacha (Arguello, ed., 2018),
Tibanica, Soacha (Langebaek., et al. 2011, 2015) y Sopó, Cundinamarca (Información
personal del arqueólogo Elkin Rodríguez, 2019) las tumbas más ostentosas descuellan por
la presencia de algunas piezas orfebres (tunjos), piedras preciosas (esmeraldas), figuras
antropomorfas, múcuras, copas decoradas y caracoles marinos dispuestos en ofrendatarios
(Langebaek, 2019: 120).
Mediante un análisis estadístico de clasificación numérica por conglomerados
jerárquicos, se destacan varios conjuntos que deben corresponder a grupos sociales
(Especial, Alto, Medio, Bajo, Infantil). Mediante un análisis discriminante que clasifica
correctamente el 83.1% de los grupos, se configuran dos funciones, en donde en la función
1 se incluyen la edad, el sexo, la articulación y los artefactos de molienda. En la función 2 se
vinculan los elementos de ajuar (vasijas, cántaros, cuencos, mocasines, copas, jarras,
huesos de animales, punzones, agujas de hueso, cuentas de collar), número de individuos,
forma de la tumba, el volumen y la ubicación espacial (sitio y área). Entre ellos se destacan
los niños, quienes fueron prodigados por una especial atención durante su entierro,
dispuestos en urnas funerarias en Tunja, acompañados de adornos personales. El grupo
Especial se destaca por su entierro dentro de plantas de vivienda, siendo el conjunto más
diferente por esta disposición particular y que se ubican solamente en Portalegre, Soacha.
En realidad, el grupo Alto se diferencia por poseer el mayor número y diversidad de piezas
de ajuar. Entretanto, las diferencias entre los grupos Medio y Bajo no son significativas, y
hay un subgrupo del conjunto Alto que se aproxima a estos últimos (Figura 2). Ni la
orfebrería, las conchas marinas, los artefactos de molienda, los volantes de huso, los
ganchos de lanzadera ni las cuentas de hueso presentan diferencias significativas entre los
grupos, como consecuencia de su baja presencia en los entierros de los cuatro sitios
analizados.

Los rituales funerarios según los cronistas

En cuanto a las prácticas fúnebres, los cronistas incluyen prolijas descripciones, pues los
conquistadores fueron los primeros saqueadores del país, y su avidez de oro les condujo a
excavar cuanta tumba localizaban. Fray Pedro Simón ([1625]1981, III: 327) relata que a los
muertos se les enterraba con sus “[...] comidas y bebidas, armas, vestidos y telas con que
hacer otros en rompiéndose aquellos con que los enterraban”. El oro del difunto no se

11
enterraba con el cuerpo, sino arriba, más hacia la superficie, conque lo cubrían con sólo una
cuarta de tierra encima, como se estilaba en la provincia de Tunja.
Se dice que esta riqueza era poca comparada con la de los caciques principales,
como posiblemente sucedió con el de Tunja, cuya riqueza se arrojó según la leyenda al pozo
de Donato (UPTC). Los miembros de baja jerarquía eran enterrados en los campos envueltos
solamente con una manta, sobre cuya sepultura plantaban un árbol para deslumbrar el
sitio. En el norte del altiplano, como en Samacá (Boada, 1987), Tunja (Pradilla et al., 1992;
Pradilla, 2001) y Sogamoso (Silva, 1945, 1968, 2005), los cuerpos se colocaban en posición
fetal sedente dentro de tumbas de forma oval con tapa, sea de laja o de argamasa de ceniza
y arcilla. En cambio, la mayoría de enterramientos excavados en el sur de la sabana de
Bogotá se caracterizan por ser de fosas rectangulares, con el cadáver en decúbito dorsal y
miembros extendidos (Botiva, 1988; Correal, 1974; Langebaek et al., 2011, 2015). El
cementerio de Usme, excavado recientemente, llama la atención sin embargo por la
complejidad de sus entierros, dado que presenta varias combinaciones en cuanto a forma
de las tumbas, orientación, posición y tipo de ajuar, lo que no encaja en el patrón sureño
de las prácticas funerarias (Becerra, 2010).
La práctica ritual más llamativa fue la momificación de los cuerpos de los personajes
principales, quizá porque ocupaban un lugar central en eventos importantes de la vida
religiosa, política, militar y hasta cotidiana de los chibchas. Los Yukpa de la Serranía de
Perijá, los chitareros de Santander, los guanes de la Mesa de los Santos, los laches de la
Sierra Nevada del Cocuy y los muiscas de Boyacá-Cundinamarca, practicaban la
momificación; los restos se hallan en diferentes museos de la región andina donde son
objeto de admiración y espanto. A los primeros conquistadores les llamó la atención la
presencia de cuerpos momificados que los indígenas de Bogotá portaban en andas durante
los enfrentamientos contra ellos, pertenecientes a ancestros que se habían destacado por
su valentía. Ello lo hacían con el fin de acrecentar los ánimos de los vivos e instarlos a no
desertar del campo de batalla, así como los muertos no pueden huir, pues sería una gran
vergüenza abandonar esos memorables huesos (Fernández de Oviedo, 1959, III: 126-127).
Las momias de estos personajes eran custodiadas en templos especiales, donde eran
colocadas sobre estantes junto a los adornos personales del difunto (plumas, poporo,
mochila para el hayo, calabazos, agujas de hueso, cofia de pelo humano o de algodón,
mantas pintadas). El proceso de momificación incluía la evacuación de las tripas e intestinos
y su reemplazo con resinas, como la mocoba, que se extraía de unos higuillos de leche
pegajosa. Posteriormente, el cuerpo era secado mediante ahumamiento sobre barbacoas.
La cavidad abdominal era rellenada con objetos preciosos como esmeraldas y tejuelos de
oro, según el caudal de cada uno, al igual que los ojos, nariz y boca. Finalmente el cuerpo
era envuelto con varias vueltas de mantas muy liadas entre sí (Epítome, 1544, en Tovar,
1995; Simón, 1981, III: 139, 406). Algunos personajes, posiblemente los caciques y su
parentela, eran inhumados en cuevas junto a “las mujeres y esclavos que más le querían,
porque ésta era la mayor demostración y fineza de amor que había entre ellos; pero dábanle
primero a los vivos un zumo de cierta yerba con que privados de sentidos, no conocían la
gravedad del hecho a que se ponían” (Simón, 1981, III: 407). Otros personajes, quizás
guerreros que se habían destacado, eran custodiados para ser exhibidos durante las

12
confrontaciones bélicas. En cuanto a los sacerdotes, eran reverenciados en los templos
dedicados al sol como el de Sogamoso.
Con la momificación, la gente pretendía preservar las cualidades espirituales y
orgánicas de los personajes destacados por su valentía (guerreros), o por su cargo religioso
(sacerdotes) o político (caciques), pensando que el alma sin cuerpo no se puede retener.
Estas momias podrían ser imágenes de los personajes muertos, entidades vivas que
empleaban los mismos espacios y recursos que los vivos, cuyas cualidades se quería
aprovechar. Como se ha afirmado para las momias Chinchorro de Chile, las más antiguas
del mundo, “la inmortalización se obtenía a través de la momificación, así el cuerpo y el
espíritu sobrevivían; en consecuencia, la momificación artificial proporcionó un lugar donde
el alma podía habitar, por lo tanto se consideraba a las momias como entidades vivas”
(Arriaza, 2003: 61-62).

Los muiscas de Tunja

En esta provincia de Tunja no se enterraba a los indios con sus objetos, sino que se los
colocaba sobre la sepultura, cubriéndolos con un poco de tierra. De este modo, los
españoles hallaron en la sepultura de una casa antigua y despoblada, que debió pertenecer
a algún señor principal, una mochila alargada de palma, cosida la boca con un hilo macizo
de oro, llena de tejuelos de oro, que venían a pesar todos dos mil libras de oro fino (Aguado,
1956, I: 290; Simón, 1981, III: 256). Se afirma que los señores principales eran enterrados
con sus criados y criadas vivos, además de sus comidas y bebidas, armas, vestidos y telas
por si se rompían aquellos con que los enterraban.
En los entierros se vestían mantas coloradas y se teñían los cabellos con bija, pues
el rojo era el color del luto; durante las exequias bebían chicha según la capacidad de
producción de maíz del difunto. Cuando el difunto era un cacique, hasta la sepultura
solamente asistían los sacerdotes, la cual habían abierto con anticipación en lugar secreto
desde el mismo momento en que el muerto había sido elegido como heredero. Unas eran
abiertas en bosques y espesuras, otras en sierras elevadas; en algunas oportunidades las
cubrían con las aguas de ríos o lagunas. Las tumbas eran muy profundas, y en la parte del
fondo colocaban al cacique sentado en un dúho, ornamentado con mantas y ricas joyas de
oro, con armas, brazaletes, petos, morriones, con la mochila terciada sobre los hombros
con el poporo y el hayo, y múcuras de chicha. Una vez cubierta la sepultura, colocaban
encima a tres o cuatro mujeres vivas de las más queridas, cubriéndolas con más tierra;
posteriormente iban los criados que mejor le servían, también vivos; finalmente iba la
última capa de tierra. Para que sus mujeres y siervos no sintieran la muerte, los
embriagaban con tabaco y hojas de borrachero que le agregaban a la chicha que les
ofrecían. Si la persona moría por herida de serpiente, le colocaban encima cruces para
señalar el sitio (Castellanos, 1997: 1163-1164).
En las excavaciones adelantadas en predios del Cercado Grande de los Santuarios
de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Tunja (UPTC) por el equipo de Helena Pradilla
y colaboradores, la mayoría de las tumbas son de pozo circular u oval, de 65-80 cm de
diámetro, con una cavidad que suele tener hasta 60 cm de profundidad, de forma cónica o

13
cilíndrica. También se hallan pequeñas fosas (semicámaras) y nichos. Encima de las tumbas
se observa una tapa hecha de laja de arenisca, o de arcilla endurecida. La posición
predominante es la sedente, con el cuerpo sentado con los miembros flexionados contra el
pecho, de manera que los pies y la cadera tocan al mismo tiempo el piso. Los
enterramientos extendidos son más comunes durante el período Herrera. El tipo de
entierro es directo, o en urnas (neonatos) asociadas a tumbas femeninas. El ajuar consiste
de collares (lidita, cuarzo, huesos de animales, conchas marinas, oro), vasijas (múcuras,
cuencos, copas), huesos de animales (venado, curí, caracoles, aves), líticos (manos, metates,
torteros) y esmeraldas. En cuanto a los recipientes, se hallan múcuras o vasijas de cuello
largo, con aplicaciones de figurinas antropomorfas sobre el cuello y de animales sobre el
cuerpo (especialmente ranas); también hay en menor proporción vasijas domésticas, sin
ninguna decoración, y cubiertas de carbón.
El enterramiento femenino N49/63 estaba asociado a una alcarraza con decoración
incisa en el asa. No existen diferencias por sexo –aunque las tumbas con estructuras dobles
suelen ser de mujeres asociadas a niños–, y a los niños se les recubre solamente con ocre.
Respecto a la temporalidad de los enterramientos, la autora menciona la existencia de
tumbas dentro del horizonte enterrado antiguo, y otras más recientes encima del mismo
(Pradilla, 2001; Pradilla et al., 1992).
En El Venado, municipio de Samacá, Boyacá, Ana M. Boada (2007) excavó 34
tumbas, de las cuales cinco corresponden al período Herrera Tardío, quince al Muisca
Temprano y quince al Muisca Tardío. Los recintos del primer período fueron construidos
dentro del área residencial, y son de pozo de forma oval o circular; los cuerpos estaban
dispuestos en posición sedente, especialmente en los pozos circulares, y fetal horizontal –
lado derecho, izquierdo o dorsal– en los ovales-. El ajuar hallado es muy escaso y consiste
en copas, cuencos, jarras, ollas, fragmentos de vasijas con carbón en su interior, metates,
cuentas de piedra verde, conchas, caracoles marinos y algunas cuentas de oro. Algunos de
los cuerpos tenían una cobertura de ceniza u ocre salpicado (Boada, 2007: 108).
Formas similares se han reportado en la vereda San Lorenzo Bajo (Chucua),
municipio de Duitama, en tumbas de pozo oval con cuerpos en posición sedente, con una
laja elaborada de argamasa de ceniza como tapa, y cuencos decorados con incisiones en
calidad de ajuar. Todos los cráneos presentaban deformación frontoccipital, y la fecha para
el sitio es de principios de nuestra era, es decir corresponden al período Herrera (Rodríguez,
C., 1997; Rodríguez, 2011).
Las tumbas del período Muisca Temprano presentan características similares a las
del período anterior. Entre tanto, las del período Tardío se diferencian en la medida en que
algunas presentan forma de pozo oval o circular, con una cámara donde yace el cuerpo
junto al ajuar funerario. La orientación de la cabeza es hacia el sureste, occidente y sur.
Algunos cuerpos evidencian huellas de emplasto de ceniza. El ajuar consiste de vasijas y
cuentas de collar con cuentas marinas. Al parecer, hay una tendencia hacia un mayor
reconocimiento del estatus de la mujer, a juzgar por la mayor cantidad de objetos en el
ajuar, señalando quizá una mayor participación de este género en la esfera económica
(Boada, 2007: 194).

14
Los muiscas de Bogotá

Según el tipo de muerte se consideraba la suerte del difunto, pues tenían por dichoso al que
moría de algún rayo o por otro accidente o muerte repentina, porque según la tradición
había pasado sin dolores esta vida. Ponían cruces sobre las tumbas de los muertos por
picaduras de serpientes ponzoñosas. Si la que moría era la mujer principal del cacique,
puesto que era ella la que mandaba y gobernaba en la casa, podía dejar medidas de
restricción para que su marido no se juntase con ninguna otra mujer, incluso por el término
de cinco años como lo establecía la norma. Para reducir el período de continencia, el marido
prodigaba a su mujer principal con buenos tratos y regalos durante el tiempo de casados y
en los últimos pasos de su vida (Simón, 1981, III: 406-407).
Eran varios los modos con que se enterraban los difuntos, porque a los caciques se
les momificaba, se les lloraba por seis días en sus casas, y luego se les enterraba en cuevas
preparadas de antemano, envolviéndolos en mantas finas, poniéndoles a la redonda
muchos bollos de maíz, múcuras con chicha, sus armas, y en la mano un pedazo o tiradera
hecha de oro, para recordar la que arrojó Bochica desde el arco del cielo para dar paso a las
aguas de este valle. En los ojos, nariz, orejas, boca y ombligo les ponían algunas esmeraldas
y tejuelos de oro, según los bienes de cada uno, y por el cuello les colocaban cuentas de
collar. Junto al cuerpo en la cueva disponían a las mujeres y siervos del cacique que más le
querían, lo cual era demostración de amor; a estos acompañantes les daban el zumo de
cierta yerba, con que los privaban para que no sintieran la muerte. Durante el sepelio los
dolientes lloraban, cantaban, tocaban fotutos, bebían chicha, comían bollos de maíz y
mascaban coca (Simón, 1981, III: 406-407).
El cronista Juan de Castellanos (1997: 1162) recogió una interesante tradición sobre
el entierro de Nemequene, muerto durante los enfrentamientos sostenidos con el Tunja,
antes de la llegada de los españoles. Se afirma que la sepultura era abierta desde el
momento en que el cacique era consagrado como heredero del zipazgo, y la ubicación de
esta solamente la conocían los xeques (sacerdotes). Algunas se excavaban en las espesuras
de los bosques, otras en las elevadas sierras, y unas terceras en sitios cubiertos
posteriormente con las aguas de algún río o laguna. Las tumbas eran profundas, y se
colocaba en la parte inferior al zipa sentado sobre un dúho, ornamentado con mantas, joyas
y armas, terciada la mochila del poporo y el hayo (coca); también se ponían vasijas con
chicha y otros mantenimientos. Una vez cubierto el cadáver con tierra, colocaban encima
los cuerpos de las mujeres más allegadas (que podían ser tres, cuatro o más), enterradas
supuestamente vivas, dormidas por los xeques con tabaco y borrachero. Se cubría con
tierra, y en la parte superior de la tumba se ubicaban otros cuerpos, esta vez de los siervos
más cercanos, enterrados también vivos, completando el relleno de la tumba.
La mayoría de tumbas excavadas en la sabana de Bogotá son de pozo de forma
rectangular, con los cuerpos extendidos en posición de decúbito dorsal; algunas poseen
tapas de laja (Correal, 1974). En el sitio Portalegre de Soacha, Cundinamarca, Álvaro Botiva
(1988) excavó un total de 130 tumbas y cuatro plantas de vivienda. La mayoría de tumbas
son de pozo rectangular simple, poco profundas; el 10% estaban cubiertas de lajas. Los
cuerpos se hallaban en posición de decúbito dorsal extendido, orientados

15
predominantemente hacia el sur y este, lo que ha sido interpretado como reflejo de la
división de este asentamiento en dos grupos sociales (Boada, 2000: 28). El ajuar estaba
compuesto por mocasines, cuencos, copas, jarras, ollas globulares de dos asas, cuentas de
collar de concha marina y algunos artefactos líticos (volantes de huso, manos de moler,
metates y un hacha). Los ganchos de lanzadera y las agujas de hueso parecen estar
asociados a los hombres, mientras que los volantes de huso lo estarían a las mujeres. Dos
esqueletos (Nos. 7 y 108) se hallaban en tumbas de pozo circular con los cuerpos
flexionados, quizá por haber tenido una manera de muerte particular. Llama la atención la
tumba colectiva No. 28, pues está integrada por una mujer mayor, un neonato y dos
individuos masculinos adultos muy robustos; uno de ellos (28B, el más corpulento) fue
recubierto con una sustancia resinosa, señalando la particularidad de su enterramiento. Por
su parte, el individuo No. 88, el de mayor edad de todo el asentamiento, adulto mayor, se
hallaba en toda la mitad de una planta de vivienda acompañado de un artefacto de hueso
animal.
Aprovechando que este cementerio es grande y dispone de buenos datos de la
excavación, se analizó desde la perspectiva de la arqueología funeraria. Para tal efecto, se
conformó una base de datos con 125 tumbas de las 130 excavadas en 1987 por Álvaro
Botiva (1988: 28, 29), tomando como base los informes de campo, los datos
bioantropológicos (Rodríguez, J. V., 1994) y la sistematización de Ana María Boada (2000).
Ésta se procesó mediante el programa estadístico SPSS versión 26, con el fin de obtener los
estadísticos descriptivos (frecuencias), pruebas no paramétricas (Kruskal-Wallis y
Kolmogorov-Smirnov) para afirmar la correspondencia entre distribuciones de las distintas
variables, y el análisis de correlación de Spearman (varía entre 0 y 1, p<0,01 como nivel de
significancia) para evaluar la relación entre los diferentes componentes de la arqueología
funeraria en lo que atañe a la tumba (tamaño, forma, lajas), cuerpo (sexo, edad,
deformación, orientación, posición, articulación, número de individuos, enterramientos
dentro de planta de vivienda) y ajuar (ocre, mocasín, canastero, copa, olla de dos asas,
cuenco, jarra, cántaro, vasija, aguja de hueso, cuentas de hueso, huesos animales, gancho
de lanzadera, punzón, volante de huso, artefacto de molienda, cuentas para collar, cuentas
de concha, orfebrería).
Estas pruebas orientan sobre las diferencias, pero no las explican, por cuanto el
comportamiento funerario es muy complejo y depende de la variación de distintos
componentes (cosmovisión, estatus social, sexo, edad, filiación étnica, manera de muerte),
por lo que se hace necesario aplicar el análisis estadístico multifactorial, que tiene la ventaja
de permitir la ordenación de los datos para establecer qué tipo de estructura emerge, sin
que sea necesario proponer hipótesis y modelos previos (Shennan, 1992: 245). El análisis
de conglomerados jerárquicos permite clasificar las diferentes tumbas según la totalidad de
variables (taxonomía numérica según medidas de similitud), mediante el método de
vinculación intergrupos, el intervalo de distancias euclídeas al cuadrado y la estandarización
mediante puntaciones Z, por estar en diferentes escalas (Shennan, 1992: 200). El análisis
discriminante, por su parte, es un procedimiento de disección (división) que ubica los casos
en cierto número de grupos, y construye un conjunto de variables (funciones canónicas
discriminantes) a partir de las variables originales que maximizan las diferencias entre los

16
distintos grupos (Shennan, 1992: 285). Se parte del principio de que los miembros de un
grupo tienen entre sí similitudes que no comparten con los no miembros (para el caso
nuestro, estos grupos corresponderían a divisiones sociales de la población objeto de
estudio). El análisis discriminante permite establecer cuál es el grupo que más difiere y qué
variables son las más discriminantes.
A diferencia del modelo procesualista (Binford, 1971) aplicado a Portalegre (Boada,
2000: 32) que parte del principio de que existe un isomorfismo entre la complejidad del
comportamiento mortuorio y la complejidad de la sociedad, basándose en la medición de
la inversión de energía, donde a mayor estatus debe corresponder un mayor tamaño de la
tumba, mayor número y categoría de los objetos, y mayor presencia de artefactos foráneos,
el análisis multifactorial no opera con supuestos, sino que deduce la disimilitud o
proximidad de los grupos y el nivel de importancia de las variables a partir de nuevas
funciones.
Este cementerio está integrado primordialmente por individuos adultos (72%),
mayoritariamente femeninos (48%), con tumbas de pozo simple de forma rectangular
(97,6%), cuerpos en posición de decúbito dorsal con los miembros extendidos (94,4%), y
orientación hacia el sur (49,6%) y este (40%). La población se distribuye en varios rangos,
entre los que el más frecuente es el rango bajo (37,6%), aunque el medio (21,6%) y el alto
(18,4%) tienen una significativa presencia; los niños (21,6%) ocupan un estatus especial, lo
que demuestra el singular cuidado que hacia ellos tenía la población. Menos del 10% de las
tumbas tenían ajuar, y ninguna tumba sobresale por características especiales (por su
tamaño y ajuar), lo que señala que en general este grupo no tenía una gran acumulación de
bienes exóticos y no gozaba de un estatus elevado dentro del conjunto de la sociedad
muisca, contrariamente a los que refirieron los cronistas del siglo XVI acerca de la existencia
de caciques con bienes suntuosos (orfebrería, piedras preciosas, caracoles marinos,
momificación, tumbas de grandes dimensiones con mucha gente enterrada junto al
cacique).
Mediante el análisis de conglomerados jerárquicos se establecieron cinco grandes
enjambres, entre los que el rango alto está constituido por las tumbas No. 7, 8, 21, 25, 27,
27A, 28B, 29, 31, 32, 35, 45, 50, 57, 58, 68, 83, 96, 115 y 124. Según el análisis discriminante,
estos grupos se diferencian según la presencia de ajuar, la edad (adultos), el sexo (el 65,2%
son mujeres), la deformación cefálica y el número de individuos enterrados conjuntamente;
estos factores están correlacionados significativamente con el volumen de la tumba
(p<0,01). Elementos tales como el ocre, canasteros, copas, cuencos, jarras, cántaros, agujas
de hueso, huesos de animales, ganchos de lanzadera y artefactos de molienda, son
exclusividad de este rango. Entre tanto, el rango bajo se caracteriza por no poseer ajuar.
Llama la atención que los mocasines constituyen un elemento relativamente popular, pues
se hallan en los estratos infantil (7,4%), bajo (10,6%), medio (11,1%), y particularmente en
el alto (26,1%). Lo mismo sucede con las cuentas de concha, por lo que no se les puede
considerar bienes exóticos.
El cuerpo de la tumba No. 108 ocupa un lugar singular (denominado grupo especial)
debido a que se halla en el interior de una planta de vivienda, desarticulado y en un pozo
de forma oval, por lo que se le puede considerar un ancestro de importancia para ser

17
colocado como ofrenda. En general, los individuos enterrados dentro de las viviendas son
niños o varones adultos, habitualmente sin ajuar funerario, orientados ya sea hacia el este
o el oeste, y en menor medida hacia el sur y norte. En el caso de los varones, podría tratarse
del dueño de la vivienda, cuyo deceso y posterior inhumación pondría fin al uso
habitacional, señalizándose el sitio mediante lajas sobre la tumba. En el caso de los niños,
sería una manera de ofrendar (no sacrificar) la casa con la energía renovadora y pura de los
niños.
Vale la pena destacar que el tamaño de la tumba medido mediante el volumen
depende significativamente de la edad, el sexo, el grupo social, la orientación y la presencia
de lajas sobre ella, por lo que no puede ser un indicativo de inversión de energía, como
suelen postular los procesualistas. Entre más grande sea la persona, mayor será el tamaño
de la tumba, sin importar su rango social, y para poder colocar las lajas hay que abrir aún
más los pozos.
El ocre, cuyo uso fue muy popular en los rituales mortuorios de los grupos de
cazadores recolectores y horticultores de la sabana de Bogotá (Correal, 1990), tiene escasa
presencia en Portalegre (2,4%), y se relaciona con el número de individuos, el grupo social
(en este caso alto), la deformación cefálica y la presencia de cántaros en el ajuar.
La idea de que la orientación de los cuerpos, con prevalencia de la sur (49,6%) y la
este (40%), podría corresponder a dos segmentos o mitades de la sociedad (Boada, 2000:
31), no tiene sustento en el análisis estadístico, pues no existen diferencias
estadísticamente significativas en la distribución de ninguna de las variables –exceptuando
la orientación-. Aquí se podría pensar en diferencias asociadas a la manera de muerte u otro
elemento de la cosmovisión. Llama la atención que los pocos individuos orientados hacia el
oeste son primordialmente masculinos, mientras que los orientados hacia el norte,
igualmente pocos, no poseen ajuar funerario.
Un análisis estadístico de los cementerios excavados en Las Delicias (cerca al río
Tunjuelito), Portalegre (Soacha) y Candelaria la Nueva (por la vía al Llano), evidencia que no
se aprecia una notoria inversión de energía, ni en la tumba ni en el ajuar funerario, a pesar
de la variabilidad entre individuos. La diferenciación social estuvo basada en la dimensión
de edad, sexo y rango heredado. No se apoya la tesis de una fuerte jerarquización
sociopolítica, ni la idea de control de recursos escasos o acumulación de riqueza como
fuente de poder (Boada, 2000: 42). Por el contrario, los hallazgos indican que algunos
caciques muiscas basaban su preeminencia en logros personales y en fuentes diferentes al
control de recursos.

Los muiscas de Sogamoso

El Sogamoso, supremo agorero y cabeza de los séké (sacerdotes), señalado por su gran
importancia religiosa entre los muiscas por encontrarse allí el denominado Templo del Sol,
principal centro religioso muisca, era reverenciado tanto por muiscas como por otros
grupos, a juzgar por los hallazgos de orfebrería Quimbaya, tumas de la Sierra Nevada de
Santa Marta y caracoles marinos (Silva, 1945, 1947, 2005). De acuerdo con el cronista Juan
de Castellanos [1601]1997: 1161), el Tunja recibió ayuda del Sogamoso en su lucha contra

18
el Bogotá con más de 12.000 hombres de guerra para enfrentar a Nemequene; de esta
manera, figuraría como aliado y no como sujeto al Tunja (Londoño, 1992:9). A Sogamoso se
sujetaban Betéitiva (que a veces tributaba al Tundama), Bombazá, Busbanzá, Coasá,
Cosquetivá, Cravo, Labranzagrande, Firavitoba, Gámeza, Gómeza, Pisba, Soacá, Tota y otros
pueblos (Falchetti y Plazas, 1973: 62; Ramírez y Sotomayor, 1989: 186). Hacia el norte se
pudo extender hasta Jericó, aunque en esta región no está clara la delimitación entre
muiscas y laches (Pérez, 2001).
En cuanto a las prácticas fúnebres, los cronistas incluyen prolijas descripciones, pues
los conquistadores fueron los primeros saqueadores del país, y su avidez de oro les condujo
a excavar cuanta tumba localizaban. Fray Pedro Simón (1981, III: 327) relata que a los
muertos se les enterraba con sus “[...] comidas y bebidas, armas, vestidos y telas con que
hacer otros en rompiéndose aquellos con que los enterraban”. El oro del difunto no se
enterraba con el cuerpo, sino arriba, más hacia la superficie, conque lo cubrían con sólo una
cuarta de tierra encima, como se estilaba en la provincia de Tunja.
Los enterramientos en los alrededores del Templo del Sol en Monquirá, Sogamoso,
Boyacá, son muy similares a los de Tunja y Samacá, y difieren significativamente de los de
la sabana de Bogotá, pues las tumbas son de forma oval o circular, con los cuerpos
flexionados, en posición sedente o de lado, con los miembros recogidos contra el pecho. La
diferencia con las primeras estriba en que la mayoría presenta una laja de piedra de forma
cuadrangular como tapa de la tumba. En seis cementerios, Eliécer Silva C. (1945, 1947,
1968) excavó en los años 1940 un total de 692 tumbas, en las que solamente un individuo
presentó posición extendida irregular.
El primer cementerio, localizado en la margen derecha de la quebrada Ombachita
(Morcá), contenía 75 tumbas, de las que el 55,4% presenta forma de pozo oval y el resto de
pozo de corte cilíndrico. En el segundo, con 236 tumbas, se observan las formas de pozo
circular (50%), oval (22%), de corte poco definido (18%) y de corte cilíndrico (8,9%). El tercer
cementerio, con 160 tumbas, presenta la misma tendencia, con un 48% de tumbas de corte
cilíndrico. Se destaca la denominada necrópolis No. 4, que es la más pequeña de las seis
estudiadas. Aquí se presenta un ajuar exclusivo consistente en estatuillas de piedra o
cerámica antropomorfas y zoomorfas, cabezas antropomorfas, pintaderas (sellos de
rodillos), instrumentos musicales (fotutos de caracol) y adornos personales (pectorales,
narigueras). La calidad y cantidad de objetos, incluidos los foráneos, indican el lugar
destacado que ocupaba esta necrópolis (Silva, 2005: 171). En el quinto cementerio, ubicado
a siete cuadras de Sogamoso, con 118 tumbas, predominan las posiciones sedente y lateral
(derecha o izquierda), y solamente un individuo presentaba posición extendida. En el sexto
cementerio, con 181 enterramientos, igualmente predomina la posición sedente y la forma
de pozo oval.
Alrededor del Templo del Sol existen varios enterramientos que fueron dejados in
situ por el profesor Eliécer Silva C. (1947, 2005), con el fin de ser excavados en la posteridad.
La mayoría de estas tumbas son de forma oval con laja de arenisca como tapa. Con el
propósito de recuperar material óseo sin alterar que permita caracterizar genéticamente
(Casas et al., 2017) a la población allí enterrada, y contextualizar cronológicamente los

19
hallazgos, se seleccionó una tumba de laja localizada en el kiosko No. 7, frente a la cafetería
del museo.
La tumba es de pozo, de forma oval, con las paredes reforzadas mediante
recubrimiento de arcilla, con laja de arenisca recubriéndola. La laja tiene un diámetro de 75
cm, un grosor de 17 cm, cubre completamente la tumba. La profundidad es de 65 cm .El
entierro es múltiple, con cinco cuerpos dispersos en su interior, cuatro de ellos
desarticulados, lo que estaría indicando que se trata de un enterramiento secundario. Se
trata de cinco individuos femeninos, cuatro de ellos adultos medios, uno joven. Los huesos
fueron dispuestos cuando se encontraban secos, sin partes blandas, por lo que se puede
inferir que se trata de un entierro secundario. Los cráneos se localizaban juntos, alineados,
mientras que los huesos largos se extendían por toda la tumba, inclusive se encontraron
adheridos a la laja.
Como ajuar se registraron dos tumas perforadas (cuentas de collar tubulares) de
coralina, de color naranja, posiblemente procedentes de la Sierra Nevada de Santa Marta;
un dije de roca metamórfica, posiblemente cataclasita de Suataga; un volante de huso de
lutita. La laja es de arenisca aplanada por fricción, de contenido silíceo con óxidos de hierro
(golpeada con hachas de piedra). La cerámica es del tipo Guatavita desgrasante tiestos
(GDT), típica del Muisca Tardío.
De los cinco cráneos se tomaron muestras de dientes M3 para análisis genético. Se
logró recuperar una muestra de carbón del contenido de la tumba que fue remitida para
datación radiocarbónica, obteniendo una fecha calibrada de 890 d. C., con un intervalo
entre 775-975 d. C. para un 95% de margen de confianza (Beta No. 425959), es decir, que
la tumba fue excavada a inicios del período Muisca Temprano.
En la tumba No. 1 del kiosko No. 7 cerca del Templo del Sol, el individuo E-05 es el
único enterrado de manera articulada (entierro primario), en posición lateral izquierda,
flexionado, con la cabeza orientada hacia el sur, en el fondo de la tumba, sobre el cual
reposaban los otros esqueletos (entierros secundarios), de manera intencional, ya sea
porque las mujeres de edad y el hombre fueran sus familiares cercanos, los cuales fueron
extraídos de otras tumbas para ser colocados finalmente en la tumba No. 1 junto a la joven,
objeto central de la ceremonia ritual..
Los restos prehispánicos de Sogamoso (Precerámico, Formativo y Muisca para 34
muestras) fueron sometidos a análisis de ADN mitocondrial, obteniendo un 41,4% de
haplogrupo A2ac, 24,1% de A2ad, 29,0% de B2d, 13,8% de C1b (entre ellas dos muestras de
Floresta, precerámicos) y solamente 3,4% de D4h3a, este último considerado un
haplogrupo característico de paleoamericanos (Casas et al., 2017).
El entierro del kiosko No.7 comparte rasgos con las tumbas excavadas en Sogamoso
(Silva, 1945, 1947, 1968, 2005), Duitama (Rodríguez C., 1999), Tunja (Pradilla, 2001; Pradilla
et al., 1992) y Samacá (Boada, 1987, 2007) en el Departamento de Boyacá para los períodos
Herrera y Muisca, en cuanto a la forma del pozo (oval en planta y cónica de perfil), el empleo
de lajas como tapa, y en la posición lateral flexionada. Sin embargo, es el primer reporte de
entierro colectivo intencional del período Muisca Temprano de cinco personajes en un
pequeño espacio que obligó a comprimir los cuerpos, combinando un entierro primario (E-
05) con secundarios (E-01, E-02, E-03, E-04) a la vez. Igualmente se reporta el caso de una

20
joven muy afectada por una enfermedad metabólica aguda que le produjo lesiones
poróticas en cráneo y epífisis de huesos largos, compatibles con escorbuto, lo cual debió
haber despertado sentimientos de compasión por parte de sus allegados, habiendo acudido
al acompañamiento de otros personajes para la otra vida.

La intensificación de la agricultura y la salud

La adopción e intensificación de la agricultura –del maíz para el caso de América– ha sido


interpretada como un proceso que afectó considerablemente las condiciones de vida de las
sociedades que se sedentarizaron y tuvieron un acelerado incremento poblacional, alterando
sus patrones alimentarios, la salud, la estructura demográfica y su organización social. El
análisis de los principales indicadores de salud (hiperostosis porótica, criba orbitaria,
defectos del esmalte, caries), demografía (esperanza de vida, mortalidad infantil,
fecundidad) y paleodieta (elementos traza, isótopos estables) de grupos que adoptaron la
agricultura, señala diferentes tendencias, tanto negativas (Alfonso et al., 2007; Cohen y
Armelagos, 1985; Pechenkina et al., 2007), como positivas (Benfer, 1990; Buikstra et al.,
1986), e inciertas, según el ecosistema estudiado (Danforth et al., 2007; Hutchinson et al.,
2007). Para la sabana de Bogotá se aprecia un incremento de las enfermedades infecciosas
(treponematosis, caries, TBC) y parasitarias (criba orbitaria, hiperostosis porótica), y un
descenso de la esperanza de vida y aumento de la mortalidad infantil, en un ambiente de
intensificación en el consumo de cereales (plantas C4) y crecimiento demográfico.
Los Andes Orientales de Colombia son buen ejemplo de la amplia y nutritiva variedad
de recursos alimentarios y del manejo milenario de plantas que condujo a la domesticación de
algunas raíces, mucho antes de la adopción del maíz hacia el I milenio a. C. La dieta de los
recolectores cazadores de esta región hasta el II milenio a. C. fue básicamente vegetariana,
casi en un 80%, especialmente de raíces de altura, sin que ello hubiera disminuido la calidad
de su salud (Cárdenas, 2002).
Al contrario, con el surgimiento de la agricultura se incrementa el consumo de proteína
animal, quizá por la inclusión de animales domésticos (curí) y de pescado. A pesar de estas
tendencias, se observa un cuadro de incremento de algunas enfermedades infecciosas como
la TBC, que posiblemente fue la mayor causa de morbi-mortalidad infantil en las poblaciones
chibchas; también de caries y pérdida de dientes. Igualmente, se aprecia un notable
incremento del tamaño poblacional, particularmente en el período Muisca Tardío, es decir,
desde el siglo XIII d. C. (Boada, 2006; Langebaek, 1995). Este cuadro estaría señalando que
gracias al conocimiento sobre el comportamiento de los vegetales los horticultores pudieron
adoptar el maíz como alimento calórico básico; una vez desarrollada la agricultura de cereales
y a la par la domesticación de animales, se habrían generado condiciones adecuadas para la
sedentarización y el crecimiento poblacional, sin menoscabo de la calidad dietaria, antes
mejorándola con mayor consumo de proteína. Sin embargo, se creó un nuevo medio
bacteriano propicio para las enfermedades infecciosas y bucodentales cuyos principales
vectores fueron los animales domésticos para el caso de la TBC –posiblemente el curí.
Hacia el III-II milenio a. C. se produjeron drásticos cambios en el patrón de
subsistencia, vinculándose mayor cantidad de vegetales en la dieta, lo que incidió a su vez

21
en la estructura demográfica y en la salud. Surgen enfermedades infecciosas, como la
treponematosis, posiblemente sífilis venérea, que afectaban también a los niños. El mayor
consumo de carbohidratos coadyuva a la aparición de caries.
Las primeras poblaciones agrícolas se vieron afectadas por una mayor ocurrencia de
caries, en comparación con cazadores recolectores, y con los propios agroalfareros tardíos.
La pérdida de piezas dentales obedece más a procesos infecciosos relacionados con la caries
que al desgaste; en algunos individuos puede alcanzar el 68,8%, y de caries el 28,6%, aunque
en promedio de 12,3% y 38,5%, respectivamente (Polanco et al., 1990, 1991, 1992;
Rodríguez, J. V., 2006). En El Venado, Samacá, las frecuencias de caries, pérdidas ante
mortem y lesiones periapicales alcanzan la cifra de 21,8%, 13,7% y 6,2%, respectivamente,
en el período Herrera Tardío, valores superiores a los reportados para el Herrera Temprano
(Boada, 2007: 112). Al parecer, durante este período el maíz se convirtió en el principal
proveedor de calorías, sintiéndose la gente atraída por la versatilidad culinaria de este
grano, útil para preparar mazamorras, mutes, arepas, bollos y hervidos.
Para el período Muisca Temprano las cifras para caries, pérdida de dientes y lesiones
periapicales varían entre indicadores elevados en El Venado (38,1%, 11,9% y 7,5%,
respectivamente), contra un registro de apenas 7,3% de caries en Funza. Ya para el período
Muisca Tardío las frecuencias descienden a 14,3%, 17,3% y 4,0%; en Portabelo, la frecuencia
de caries es de 14%.
Una vez estabilizada la agricultura e incorporados nuevos productos que permitían
no sobre depender del maíz, como la quínoa, fríjol, cucurbitáceas y otras, decreció la caries.
A su vez, el crecimiento demográfico por la posibilidad de generar excedentes agrícolas
propició la propagación de enfermedades infecciosas como la tuberculosis, que se convirtió
en la principal causa de mortalidad infantil. La esperanza de vida al nacer decrece con
relación a los cazadores recolectores, al igual que la mortalidad infantil para los primeros
10 años de edad.
Los indicadores de privación, como los defectos del esmalte, criba orbitaria e
hiperostosis porótica, que son muy bajos, indican que la parasitosis tuvo poca ocurrencia
en la población durante todos los períodos de su desarrollo.
Empero, los muiscas tenían varias prácticas culturales que limitaban el crecimiento
demográfico descontrolado, como la abstinencia sexual después del parto, pues "era ley
inviolable no llegar el marido a la mujer hasta muchos días después de haber parido" (Simón,
1981, III: 399).
Otra enfermedad infecciosa de transmisión venérea eran las bubas
(treponematosis), que afectaban particularmente a los inclinados a tener muchas mujeres,
y que producían tullimientos y dolores. Sin embargo, las curaban con plantas medicinales,
entre ellas la zarzaparrilla, y también reposando en tierra caliente donde había aguas
termales como las de la provincia de Tocaima (Gaspar de Puerto Alegre, 1571, en Tovar,
1987: 149).
La conquista española trajo consigo la disminución de la población nativa por causa
de las enfermedades, afectando la esperanza de vida al nacer y la mortalidad infantil,
especialmente de la población femenina, como se puede colegir por los indicadores
demográficos de Engativá y Fontibón de los siglos XVI-XVII (González, D. P., 2008), de la

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región de Tunebia en el siglo XVII (Pradilla, 1988) y de la provincia de Guane en 1734
(Lucena, 1974). Esto obedecía a que por la tradición católica se prohibían los sacrificios
infantiles, por lo que nacían muchos niños que constituían entre el 28-38% de la cohorte
entre 0-10 años de edad del total de la población, por lo que la esperanza de vida al nacer
(16,4 a 25,4 años) está midiendo la fecundidad del grupo y no la mortalidad. La población
infantil indígena era a su vez la más susceptible a las epidemias de enfermedades infecciosas
traídas por los españoles, como la ocurrida en el año de 1559 cuando surgió una pestilencia
de viruela y sarampión tan impactante que murieron muchos indígenas, especialmente de
la provincia de Vélez, la que se repitió en 1570 (Relación de 1560, Tovar, 1987: 86, 159).

Variación social de la salud

Los estudios arqueológicos apuntan a mostrar las principales tendencias de cambio


sociopolítico durante los diferentes períodos, y sus implicaciones para la salud de las gentes.
En el Herrera Temprano a finales del I milenio a. C., las características funerarias son muy
similares a las del Precerámico Tardío, con la diferencia de que en el ajuar la cerámica
importada del valle del Magdalena juega un papel importante; en cuanto a salud, los dos
períodos se diferencian por el incremento de caries. La diferenciación social es de tipo
horizontal y se centra en la obtención de bienes exóticos, como la cerámica (Rodríguez, J.
V., y Cifuentes, 2005:118). Para el Herrera Tardío a principios del I milenio d. C., el estatus
es adscrito como norma social establecida, y se fortalece mediante la organización de
fiestas y el prestigio de bienes esotéricos (Boada, 2007: 224); durante este período continúa
el incremento de la ocurrencia de caries, tendencia que se mantiene hasta el Muisca
Temprano (finales del I milenio d. C. al siglo XIII d. C.), y que declina en el Muisca Tardío
(siglos XIII-XVI d. C.).
Durante este último período se observan cambios significativos en la jerarquización
social, siendo más marcadas las diferencias sociales. La élite se distingue por el control de
recursos, la siembra y cosecha de las parcelas de los caciques por sus súbditos, la obtención
de presentes (tributos) como sal y artículos manufacturados, los servicios personales, la
construcción del cercado del cacique y los preparativos de las fiestas y guerras (Groot, 2008:
120). Igualmente, los caciques tienen como privilegio el control de los cotos de caza del
venado, el uso de mantas pintadas, el acceso a materiales exóticos provenientes de los
Llanos Orientales, los adornos orfebres, las reverencias proferidas por la servidumbre, la
momificación de sus cuerpos al morir y el entierro en sitios secretos (Simón, 1981).
A pesar de esta jerarquización, no se observa una marcada diferenciación en cuanto
a la salud en relación con el rango, aunque no se ha llevado a cabo un estudio integral como
el presentado para el Valle del Cauca, que permita contextualizar las condiciones de salud
en el ámbito del cambio social y ambiental. A juzgar por la presencia de momias afectadas
por tuberculosis y defectos del esmalte, se puede plantear que no existía una alta
jerarquización social en el consumo de alimentos, y que todo el mundo padecía de las
mismas enfermedades. Existía, en cambio, una mayor diferenciación sexual, pues las
mujeres eran el sector más afectado por un bajo consumo de proteína, con mayores
frecuencias de criba orbitaria, defectos del esmalte y menor esperanza de vida.

23
La variación ocupacional de la salud

Las poblaciones chibchas realizaban diferentes labores que se diferenciaban según el sexo,
edad, posición social y ubicación ecológica. En los oficios domésticos, las mujeres hilaban
continuamente, molían el maíz, lo mascaban para elaborar la chicha, hacían arepas,
cargaban el agua, barrían, y atendían las casas y la granjería (intercambio) (Zamora, 1980, I:
286).
En las labores agrícolas había que atender el sistema de canales de riego, y la
siembra y recolección de la cosecha. Esta red requería de constante mantenimiento para
sostener la productividad, como la rotación de los suelos, el empleo del policultivo, la
limpieza permanente de los canales y la fertilización de los camellones. Tal actividad exige
de cierto grado de centralización del poder para administrar la mano de obra necesaria, y
el esfuerzo de varias decenas de personas que tienen que enterrarse en el lodo frío para su
limpieza con cestos de fibra, lo que debió haber afectado las extremidades y columna de
los participantes. Igualmente, sembraban en tierra caliente, a donde bajaban en
temporadas para cultivar frutos propios de esa altitud, y regresarse una vez recogida la
cosecha a las partes altas donde vivían (Relación de Popayán y del Nuevo Reino 1559-1560,
en Patiño, 1983: 65).
En la producción de sal, las mujeres recogían el agua salada para hervirla en vasijas
de barro llamadas gachas o moyas, y permanecían dos días y medio y tres noches
revolviendo permanentemente el aguasal hasta que quedaba reducida a un pan que llegaba
a pesar entre 2 y 3 arrobas. En una semana se hacía solamente una hornada y cada india
cocía cuatro panes de sal. Los hombres salían a los arcabucos cercanos para acarrear leña
para los hornos (Groot, 2008: 93-95). Una vez cocida, algunos hombres se encargaban de
transportar esos pesados panes de sal hasta Tocaima (distante 14 leguas de Bogotá) o
Ibagué, y si allí no les daban lo que pedían, seguían hasta las minas de Mariquita para
canjearlos (Relación de Popayán y del Nuevo Reino 1559-1560; en Patiño, 1983: 65). Lo
mismo se hacía con las mantas de algodón que fabricaban en grandes cantidades, y a
cambio traían oro. Con la llegada de los españoles, los indígenas sufrieron mucho con este
excesivo trabajo, siendo una de las causas de su reducción, pues tenían que llegar inclusive
hasta la Gobernación de Popayán. El suizo Ernst Röthlisberger (1993: 199) comentaba a
finales del siglo XIX que la carga de leña podía tener unos 20 pies de largo y dos metros de
diámetro, la cual soportaban los indígenas durante horas enteras sin dar señales de
cansancio, y que un bogotano hizo pesar el haz que transportaba una indiecita de 14 años,
lo que arrojó la cifra de 175 libras.
La realización de ejercicios de fuerza sobre la columna vertebral puede ocasionar la
fractura del arco neural y una posterior degeneración de la articulación en la transición
lumbosacra; la separación completa a nivel del istmo situado entre el arco neural y el cuerpo
se denomina espondilólisis, y el deslizamiento de este último hacia adelante,
espondilolistesis (Etxeberria et al., 1997; Rodríguez, J. V., 2006). En su máxima expresión, la
espondilolistesis puede provocar una compresión en cola de caballo, así como de las raíces
nerviosas, ya que la degeneración del disco vertebral es completa y la inestabilidad del

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conjunto posibilita una movilidad exagerada de la articulación. Tales defectos se han
localizado en Portabelo, Soacha, en los individuos T-18 (mujer, 40-45 años), T-112 (mujer,
50-55 años) y T-25 (hombre, 25-30 años); en la colección Eliécer Silva Celis del Museo
Arqueológico de Sogamoso, el individuo Sog.mon.760028 (hombre maduro) presenta
fractura del arco neural de L5, con claros signos de adaptación por pseudoartrosis a nivel
del istmo entre las apófisis articulares. En T-18 se aprecia discopatía crónica en L5-S1, con
cambios artrósicos degenerativos.
El análisis de la columna vertebral de 83 individuos de Portalegre, Soacha (siglo XIII
d. C.) concluye que el 83% de los individuos y el 32% de los segmentos vertebrales están
afectados por problemas osteoarticulares (osteofitosis, labiación del contorno de los
cuerpos vertebrales, cambios en la superficie articular y eburnación), sin diferencias por
sexo, planteando que la población se incorporaba tempranamente a exigentes labores
físicas, posiblemente desde cerca de los 15 años de edad, y que ambos sexos soportaban
por igual los rigores del ejercicio físico (Rojas et al., 2008). A conclusiones similares se ha
llegado mediante el análisis de 60 individuos de Tibanica, Soacha, donde se amplía el
estudio a todos los segmentos del cuerpo, siendo las extremidades inferiores las más
afectadas, posiblemente por andar descalzos por caminos destapados y por las montañas
de los alrededores, en búsqueda de leña y animales de monte (Rojas, 2010).
La inmersión en profundas y frías aguas del mar, lagunas y ríos puede producir una
anomalía de compensación en el oído denominada torus auditivo consistente en la
formación de una protuberancia ósea que tapona el oído externo; habitualmente se
relaciona con pescadores de perlas y de mamíferos marinos. Un caso con estas
características fue hallado en el individuo No. 6300246 del Museo Arqueológico de
Sogamoso, por sumergirse en alguna laguna de agua fría, posiblemente la de Tota, que es
la más cercana.

Tendencias temporales en la salud

De acuerdo con el cuadro paleopatológico y paleodemográfico de los chibchas se puede


concluir que la salud de los indígenas era buena, y que se criaban sanos, aunque no llegaban
a viejos, pues la esperanza de vida al nacer estaba entre los 20 y los 30 años de edad. Sufrían
de enfermedades causadas por el transporte de cargas pesadas sobre sus hombros por
largos y tortuosos trechos. El procesamiento de los alimentos en manos y metates de piedra
prácticamente conducía a que se “comieran los dientes” por las partículas silíceas de esos
instrumentos, que se adhieren a la superficie oclusal, además que afectaba sus manos y
rodillas por la posición en cuclillas. El hacinamiento producido por el rigor del clima,
especialmente durante la época de lluvias, propiciaba la diseminación de enfermedades
contagiosas como la tuberculosis, quizá la principal causa de morbimortalidad infantil. A
pesar de los achaques, calenturas y dolencias por diferentes enfermedades, los chibchas
tenían numerosas plantas medicinales y chamanes que conocían sus propiedades con que
“sanan los pobres, sin llamar médico, ni haber menester boticas”, y con qué curaban hasta
las bubas y preservaban del cáncer, algo inimaginable para los europeos (Zamora, 1980, I:
137). No obstante, no tuvieron cura para las viruelas traídas por los conquistadores, que les

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produjeron innumerables muertes, cubriéndolos de horrorosas costras que se caían con
toda la carne (Zamora, 1980, I: 152). El único remedio fue el bautizo ante el Dios blanco que
les debía proteger ante esta nueva realidad.
Comparativamente con sus antepasados recolectores cazadores, los chibchas
obtuvieron mayores logros, si el éxito adaptativo de una población se mide por el éxito
reproductivo (Morán, 1993: 18); por el mejoramiento de la tecnología de apropiación de los
alimentos, con diversificación de las fuentes nutricionales mediante la agricultura, pesca e
intercambio comercial; y por el desarrollo de estrategias económicas para obtener
productos de varios pisos térmicos. Indudablemente que la sedentarización y el incremento
poblacional ocasionaron un aumento de la parasitosis y de las enfermedades infecciosas
como la TBC, y una mayor mortalidad infantil.
En consecuencia, la intensificación de la agricultura demandó mayor carga laboral,
con más enfermedades osteoarticulares de la columna vertebral; pero a cambio se obtuvo
una mayor y más variable fuente nutricional, lo que permitió alimentar más bocas, que a su
vez produjeron mayor impacto de las enfermedades infecciosas y mayores conflictos
bélicos por la competencia política.
Los permanentes conflictos intertribales condicionaron importantes aspectos de la
cultura y organización social prehispánica, como la construcción de empalizadas a manera de
fortalezas, la adecuación de depósitos de armas y víveres, la contratación de guerreros
especiales a manera de mercenarios (guechas), el fortalecimiento de un poder central militar
y político, la conservación de los cuerpos de los grandes señores para incentivar el valor de los
guerreros y los sacrificios humanos antes y después de los combates. Los muiscas, a pesar de
ser matrilineales, mantenían permanentes conflictos bélicos internos entre las distintas
confederaciones de Bacatá, Hunza, Sugamuxi y Duitama, y guerras externas con sus vecinos
caribes que los circundaban por el oeste y el sur, especialmente con los panches, colimas y
muzos que los habían desplazado de territorios ancestrales a punta de lanza. A juzgar por lo
que dicen los cronistas, los muiscas justificaban las confrontaciones bélicas ante sus dioses,
invocando sus favores con cantos al sol y la luna; practicaban la guerra de tierra arrasada con
los vencidos, quemando sus poblados, ultrajando a los jefes, exterminando a los varones,
apresando a los niños para sacrificarlos al sol –pues el sol consumía esa sangre– y cautivando
a las mujeres, como lo señala Fernández de Oviedo (1959: 126), expresando una gran crueldad
según el pensar de los europeos.
No todo era pacífico entre los chibchas, pues varias de estas comunidades se
enfrentaban entre sí durante las borracheras, golpeándose en la cabeza fuertemente con
sus propias armas, generando traumas craneoencefálicos. Estas peleas han sido
consideradas mecanismo de catarsis para evitar grandes conflictos entre sí, tal como se ha
reportado para muiscas, quimbayas, colimas, panches, patangoras, muzos y otros grupos
prehispánicos, y recientemente entre los yanomama del Brasil (Harris, 1986). Así, por
ejemplo, entre los patangoras se describe que “después que se emborrachan como gente
privada de juicio, se jactan de las ofensas que los unos contra los otros han hecho, así de
homicidios como de adulterios, y luego toman las armas en las manos, y como gente sin
juicio ni razón se matan los unos a los otros […]” (Aguado, 1956, II: 84). Entre los muzos,

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cuando esto sucedía, las mujeres corrían a halagarlos y a esconderles las armas para que no
se mataran, pues inclusive hasta en los bailes no soltaban los arcos y flechas.
Muy posiblemente la mayor causa de morbi-mortalidad entre los indígenas de
tierras cálidas fue de tipo parasitario, como se ha verificado entre los indígenas Yukpa de la
Serranía de Perijá (Venezuela), cuyas infecciones parasitarias han sido comprobadas
mediante análisis de heces fecales: Ascaris (31,3%), Necator (25%), Ameba coli (18.7%),
Tricocéfalos (14.3%), Giardias (6.2%), Estrongiloides (2.1%), Ameba histolítica (2.2%),
Quilomastix (2.1%), con un total de enfermedades infecciosas que alcanza el 91.5% (Díaz,
1976: 51).

Conclusiones

Como se colige de la descripción de las prácticas funerarias de los Andes Orientales, existe
un proceso de diferenciación temporal y espacial que debe estar relacionado con cambios
en la cosmovisión, en la manera como se concebía la vida y la muerte, y en diferentes
orígenes y condiciones ambientales. Durante el Precerámico Temprano (VIII-III milenios a.
C.) los enterramientos se realizan, tanto en abrigos rocosos (Tequendama, Gachalá, Sueva,
Nemocón, Chía), como en colinas estructurales frente a antiguas lagunas (Checua),
predominando las tumbas de pozo simple oval, la posición del cuerpo flexionada, el
recubrimiento del cuerpo con ocre, y el ajuar consistente en artefactos líticos y restos de
animales, especialmente de venado –el animal totémico por excelencia de estos cazadores
recolectores, pues brindaba buena parte de la ración de proteína animal. La existencia
durante tantos milenios de un mismo patrón mortuorio está señalando la presencia de
sepultureros que seguían una misma norma aprendida de generación en generación,
quienes se encargaban de los procedimientos funerarios de la comunidad, bajo una
cosmovisión muy similar, concibiendo la muerte como un retorno a la posición fetal del
nacimiento, y al ocre y al color rojo como señales del luto.
Durante el Precerámico Tardío (II milenio a. C.) se evidencian cambios sustanciales
en el patrón de subsistencia, que ahora se apoya en la horticultura de tubérculos de altura
y en la pesca, como también de la tecnología lítica, que incluye artefactos de molienda y
pesas para las redes. El crecimiento demográfico y la sedentarización condujeron a un
mayor contacto entre estos grupos con economía de amplio espectro, que fueron afectados
por enfermedades infecciosas que debieron causar preocupación y temor en sus portadores
por las consecuencias físicas y psicológicas de las mismas. Los enterramientos se realizan
cerca de los sitios de vivienda, asignándose un espacio reservado para estos rituales, que
eran organizados por chamanes, temidos y a su vez protegidos por la sociedad. La
manipulación de cadáveres contaminados por las enfermedades infecciosas como la
treponematosis debió afectar a los propios sepultureros.
Durante el I milenio a. C. se aprecia una transición que no fue ni homogénea ni
sincrónica, ya que algunos grupos cercanos a la laguna de La Herrera (de donde toma su
nombre este período) conservan sus prácticas funerarias heredadas de sus antepasados
cazadores-recolectores, pescadores y horticultores, y la cerámica foránea se convierte en

27
un bien exótico, apreciado, por lo que empieza a formar parte fundamental del ajuar. Hacia
la primera mitad del I milenio d. C. se fortalece el conocimiento astral, pues las sociedades
empiezan a depender en mayor medida de los cambios estacionales para orientarse en el
proceso de siembra y recolección de las cosechas, de ahí el desarrollo de observatorios
astronómicos, algunos excavados (Madrid), otros señalizados por columnas líticas (Villa de
Leyva). El gran astro solar es reverenciado por su capacidad de fertilizar los campos, y se
señalan lugares apropiados para su culto; igualmente, en los campos se colocan falos líticos
como símbolo de vitalidad. Durante este período se excavan tumbas más profundas, de
forma oval, el cuerpo en posición sedente, recordando el útero y la posición fetal, como si
con la muerte se quisiera retornar a la forma como surge la vida humana; es decir, se
considera que no se muere, sino que se disfruta de una vida en el más allá. La tapa de las
tumbas, ya sea de laja, arcilla o argamasa de ceniza, podría señalizar el temor por la salida
de los muertos de su tumba, cuyo deambular podría afectar el sueño de los vivos, de ahí la
intención de retenerlos bajo objetos pesados, y no por la simple y deleznable tierra.
Durante otro período de transición entre los siglos V y VIII d. C. se observan cambios
climáticos sustanciales relacionados quizá con erupciones volcánicas en la cordillera
Central, que generaron a su vez tiempos de crisis, afluencia de profetas y la popularización
de la religión plasmada en centros ceremoniales permanentes, tradición que fue continuada
y fortalecida en el periodo Muisca (800-1600 d. C.) por los ogques o jeques, sacerdotes que
custodiaban los templos dedicados al astro solar. A pesar del fortalecimiento del poder
sacerdotal, cuya sucesión fue institucionalizada, continuaron persistiendo chamanes en la
periferia del área muisca que preservaron prácticas antiguas. Durante este período se
observaron diferencias significativas en las prácticas funerarias del norte (Tunja, Sogamoso)
y del sur (Bogotá, Soacha), tanto por la forma de la tumba, posición y orientación de los
cuerpos, como en el ajuar. Igualmente se aprecia un proceso de acentuada jerarquización
social, según los cronistas, con enterramientos suntuosos para los caciques (momificación,
ajuares exóticos, entierros en sitios especiales), aunque no se ha evidenciado en los
cementerios excavados hasta el momento, que parecen corresponder a los estratos más
bajos. Sin embargo, en un abrigo rocoso de La Purnia, Mesa de los Santos, Santander, cerca
de una concentración de arte rupestre, se halló una momia con deformación cefálica junto
a mantas pintadas, un telar, objetos suntuosos y varios individuos alrededor, extendidos y
sin deformar. Este personaje sí podría corresponder a los descritos por los cronistas como
perteneciente a la alta jerarquía, los que, por ser escasos, son muy difíciles de hallar.

28
Tabla 2. Variables paleodemográficas

Esperanza de vida al nacer


Muestra N

Probabilidad de muerte
10-14 años

15-19 años

50-55 años

45-49 años
Cronología

Frecuencia

Frecuencia

Frecuencia

Frecuencia
0-10 años
Precerámico Temprano 48 VIII-III milenio a. C. 32,7 18,8 2,1 0 6,3 0,700
Precerámico Tardío 62 II milenio a. C. 31,8 9,7 1,6 3,2 4,8 0,725
Portalegre, Soacha 135 X-XVI d. C. 29,5 21,5 2,2 5,9 5,9 0,665

Candelaria, Bogotá 48 22,9 20,8 6,3 6,3 0,0 1,000


Tunja, UPTC 62 19,8 35,1 1,9 2,9 0 1,000
Sogamoso, MAS 119 32,7 6,7 0,0 3,4 2,5 0,750
Engativá masculino 407 1549 25,4 29,5 8,6 4,9 5,9 0,295
Engativá femenino 457 23,1 24,5 4,8 11,6 7,7 0,232
Fontibón masculino 504 1639 17,6 34,7 12,5 7,9 4,2 0.370
Fontibón femenino 444 16,4 36,5 13,5 7,2 2,5 0.181

29
Tabla 3. Patrones funerarios según los períodos culturales de los Andes Orientales.

PERÍODO CRONOLOGÍA AJUAR TIPO Y FORMA DE POSICIÓN JERARQUIZACIÓN


LAS TUMBAS ENTIERROS
Precerámico IX-IIII milenio Restos de animales Colectivos Lateral Ausente
Temprano a.C. Líticos, Ocre Oval, circular flexionado
Precerámico II milenio a.C. Restos de animales Colectivos Lateral Ausente
Tardío Líticos, Ocre Oval, circular flexionado
(Horticultores) Restos humanos
Restos de plantas
Herrera I milenio a. C.- Restos de animales Montículos Lateral Incipiente
Temprano II d.C. Líticos funerarios flexionado
Cerámica incisa colectivos
Herrera Tardío III-VIII d.C. Cerámica Individuales Lateral Presente
Orfebrería Oval, circular flexionado
Ocre Sedente
Extendido
Muisca IX-XIII d.C. Cerámica Oval, circular Flexionado Presente
Temprano Orfebrería sedente
norte Líticos pulidos
Muisca IX-XIII d. C. Cerámica Rectangular Extendido Presente
temprano sur Orfebrería
Líticos pulidos
Muisca Tardío XIII-XVI d. C. Cerámica Individuales Sedente (Tunja) Muy jerarquizada
norte Orfebrería Oval y circular con Lateral
Líticos pulidos cámara pequeña al flexionado
norte; (Sogamoso)
Muisca Tardío XIII-XVI d.C. Cerámica Rectangular Extendido Muy jerarquizada
sur Orfebrería
Líticos pulidos

30
Tabla 4.Indicadores paleopatológicos y paleodemográficos.
Lesiones dentales
Paleodieta Enfermedades Paleodemogr
(o/oo) infecciosas (%) afía

Pérdida dientes

Niños de 0-10 años


ante mortem (%)
13C (tubérculos)

Treponematosis
Período

Hipoplasia (%)

Esperanza de
vida al nacer
Tuberculosis

Hiperostosis
15N (carne)

Caries (%)

porótica

(%)
Precerámico -
Temprano Ausent Ausent
+8,1 -19,4 0,1 16.0 0 32,7 18,8
VIII-III milenio a. C. e e

Precerámico Tardío Ausent -


+8,8 -18,8 14,3 5,5 16,9 16,7 25,8 29,5
II milenio a. C. e
Herrera Temprano Ausent -
+9,0 -12,6 5,6 10,8 30,7 7,7 25,5 22,2
I milenio a. C. e
Herrera Tardío Ausent -
- - - 21,8 13,7 - - -
I milenio d. C. e
7,3- -
Muisca Temprano Present
- - - 38,1 11,9 6,3 - -
Siglos IX-XII d. C. e
12,0-- -
Muisca Tardío Present Present 17,3-
+10,5 -11,9 40,2 5,0 29,4 21,5
Siglos XIII-XVI d. C. e e 27,4
Tibanica (Langebaek Present Present 25.0
+9.7 -11.3 46.5 - 27.7 - -
et al., 2015) e e
Propagación de la sífilis por el
Reducción de la ingesta de proteína

Posible incremento por el deterioro

Engativá M
25,4 29,5
Siglo XVI
Engativá F
23,1 24,5
Siglo XVI
de la salud postconquista

Fontibón M
17,6 34,7
Siglo XVII
Dieta hipercalórica

Fontibón F
contacto europeo

16,4 36,5
Siglo XVII
Tunebia M
21,7 28,1
Siglo XVII
animal

Guane M
17,0 38,5
Siglo XVIII

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