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¿Por qué
San Juan no cuenta
los exorcismos
de Jesús?
De todos los milagros que hacia Jesús, los más llamativos fueron
los exorcismos, es decir, la curación de personas que parecían
tener un espíritu extraño en su interior.
L
os Evangelios han conservado seis de esos del endemoniado mudo (Mt 9.32-34) y del endemoniado
relatos: el del endemoniado de Cafarnaúm (Mc ciego y mudo (Mt 12.22).
1.23-28), del poseído de Gerasa (Mc 5.1-20), Además de éstos, hay en los Evangelios otras narracio-
de la hijita de una mujer sirofenicia (Mc 7.24-30), de un nes genéricas que muestran a Jesús curando endemoniados.
joven epiléptico “con un espíritu mudo” (Mc 9.14-27), Por ejemplo: “Al atardecer, cuando se puso el sol, le trajeron
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todos los enfermos y endemoniados... y Jesús sanó a muchos
enfermos y expulsó muchos demonios” (Mc 1.32-34); “Y
recorría toda Galilea predicando en sus sinagogas y expul-
sando los demonios” (Mc 1.39); “Los que estaban enfermos
se le echaban encima para tocarlo, y los espíritus inmundos,
al verlo, caían a sus pies” (Mc 3.10-12).
También las parábolas de Jesús hablan sobre los
exorcismos. Así, en cierta ocasión dijo a los escribas y
fariseos: “Cuando el espíritu inmundo sale del hombre,
anda vagando por lugares secos buscando reposo; como
no lo halla, dice: «volveré a mi casa de donde salí»; y
al llegar la encuentra desocupada, barrida y adornada;
entonces va y toma consigo otros siete espíritus peores
que él, entran y se instalan allí; y el final de aquel hombre
llega a ser peor que el principio. Así también sucederá a
esta generación malvada” (Mt 12.43-45).
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Y los más populares y difundidos eran sin duda los exor- mucho esmero, y donde era difícil encontrar endemonia-
cismos, más aún que la conversión del agua en vino, o la dos. Éstos se hallaban más bien en el interior del país.
resurrección de Lázaro, que sólo él cuenta y nadie más. Por eso Juan no tiene ocasión de contar exorcismos.
Por otra parte, vemos que María Magdalena es un perso- Pero si bien es cierto que el Evangelio de Juan sitúa a
naje importante en el Cuarto Evangelio. ¿Nunca se ente- Jesús casi siempre en Jerusalén, de los siete milagros que
ró Juan de la antigua tradición según la cual Jesús había éste cuenta, cuatro tienen lugar en Galilea: la conversión
expulsado de ella siete demonios? (Lc 8.2; Mc 16.9). del agua en vino (2.1-12), la curación del hijo de un fun-
Todo esto vuelve inaceptable la explicación de que cionario real (4.43-54), la multiplicación de los panes
Juan no conocía los exorcismos realizados por Jesús. (6.1-15) y la caminata de Jesús sobre las aguas (6.16-21).
Por lo tanto, podía haber contado también algún exor-
Ciudad sin endemoniados cismo hecho en Galilea.
Una segunda razón propuesta es que, mientras en los
otros tres Evangelios Jesús se pasa casi todo el tiempo en No creía en los espíritus
Galilea, en el Cuarto Evangelio Jesús está casi siempre en La tercera explicación que se ha dado a este enigma
Jerusalén, la Ciudad Santa, cuya pureza era cuidada con es que Juan, autor del Cuarto Evangelio, era un ex-sadu-
ceo convertido al cristianismo; y los saduceos formaban
Hay una cuarta explicación, un grupo religioso judío que no creía en demonios, ni en
espíritus, ni en ángeles (Mc 12.18; Hch 23.8). De modo
que es la más probable de que al convertirse al cristianismo, este ex-saduceo no
quiso contar los exorcismos de Jesús porque él no creía
todas. Según ésta, la razón en ellos.
Pero esta ingeniosa solución también queda desmen-
por la que Juan suprimió los tida por el mismo Evangelio, ya que Juan afirma cuatro
veces que los enemigos de Jesús lo consideraban a Él
exorcismos de su Evangelio endemoniado. Por ejemplo, cuando Jesús dice que Él y
Dios son una misma cosa, los judíos enojados exclaman:
es porque éstos le trajeron “Tienes un demonio” (7.20). Cuando Jesús comenta que
muchos problemas a Jesús. Él viene de Dios, repiten: “¿No decimos con razón que
estás endemoniado?” (8.48). Cuando Jesús dice que
quien lo escucha no morirá jamás, le contestan: “Ahora
estamos seguros de que tienes un demonio” (8.52). Y
al final de su discurso del Buen Pastor, muchos decían:
“Tiene un demonio y está loco; ¿por qué le escuchan?”
(10.20).
El evangelista Juan, pues, no niega la posibilidad de
la posesión demoníaca. Lo que ignora es que Jesús la
hubiera curado alguna vez. Pero ¿por qué? ¿Qué podero-
sa razón lo llevó a silenciar algo tan conocido y difundido
de la vida de Jesús?
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ocurriendo en el fondo de la historia: el Reino de Dios
estaba llegando a este mundo. Él mismo lo enseñó: “Si yo
Mucha gente, pues, malinter-
expulso los demonios por el Espíritu de Dios, es que ha
llegado a ustedes el Reino de Dios” (Mt 12.28).
pretó los exorcismos realizados
Los exorcismos, por lo tanto, revelaban mejor que por Jesús. Y así la intención de
ninguna otra acción de Jesús el cumplimiento de su
proyecto: un mundo donde no hubiera opresión, ni éstos, que era la de anunciar
sufrimientos, ni excluidos, y la reintegración social de
aquéllos a quienes la injusticia, las desigualdades y otras el fin de la opresión y de toda
tensiones sociales habían dejado al margen del sistema
imperante. exclusión social, quedó total-
Con un anillo en la nariz
mente desvirtuada.
Pero la curación de los endemoniados tenía un grave
problema: estaba ligada a la magia. En la época de Jesús
muchos judíos realizaban exorcismos, mediante ritos
mágicos y fórmulas esotéricas. Por ejemplo, solían acer-
car a la nariz del endemoniado un anillo envuelto en
hierbas, y después de pronunciar encantamientos secre-
tos, que se creían procedentes del rey Salomón, hacían
caer al enfermo al suelo, y decían que en ese momento
el demonio salía expulsado por los orificios nasales y se
introducía en una vasija o un plato lleno de agua. Eran
prácticas tan extravagantes y llamativas, que la gente
creía que sólo Satanás podía dar el poder para hacerlas.
Jesús, cuando empezó a realizar sus curaciones,
suprimió todos los ritos extraños de los exorcistas judíos,
y simplemente con una orden o una palabra curaba a los
endemoniados, mostrando así su superioridad sobre los
sanadores judíos. Pero a pesar de todo no pudo despejar
las sospechas que su actividad despertaba. Por eso vemos
que a veces su auditorio, en vez de alegrarse, se quedaba
asustado; como cuando curó al endemoniado de Gerasa
“y todos se llenaron de temor” (Mc 5.15). Otras veces,
confundiendo a Jesús con un mago poderoso, algunos
sanadores usaban su nombre como palabra mágica para
expulsar demonios; los discípulos un día se cruzaron con
uno de estos sanadores (Mc 9.38).
Al final Jesús no pudo evitar que sus enemigos ter-
minaran creyéndolo un mago, aliado de Satanás, y que lo
acusaran de expulsar espíritus con el poder de Beelzebul,
jefe de los demonios (Mc 3.22). Incluso le pusieron a
Jesús el humillante apodo de “Beelzebul” (Mt 10.25).
Magia importada de Egipto dió en Egipto las artes mágicas. Y hasta se encontró un
Mucha gente, pues, malinterpretó los exorcismos antiguo papiro griego de magia, con el nombre de “Jesús”
realizados por Jesús. Y así la intención de éstos, que era como fórmula mágica empleada en los exorcismos. Por
la de anunciar el fin de la opresión y de toda exclusión eso Justino, un cristiano mártir del siglo II, se lamentaba
social, quedó totalmente desvirtuada. de que “se atrevieron a llamar mago a Jesús”.
Después de su muerte, la idea de que Jesús había sido Así, la imagen de Jesús quedó irreparablemente daña-
un gran mago no desapareció; al contrario, se extendió da a causa de sus exorcismos.
por todas partes, a tal punto que los primeros cristianos
tuvieron que enfrentar la crítica de numerosos sectores Para eliminar las sospechas
que acusaban a Jesús de haber practicado la hechicería. Frente a estas circunstancias, es fácil comprender por
Así, Flavio Josefo, un famoso escritor judío del siglo I, qué el Cuarto Evangelio pensó que un Jesús exorcista no
comenta que Jesús era un “hacedor de obras extrañas”. El era lo mejor para presentar a sus lectores. Las acusacio-
Talmud, libro sagrado de los judíos, lo acusa de practicar nes de satanismo, hechicería y magia levantadas contra
la magia, instigar a la idolatría y engañar al pueblo. Celso, él, y también contra sus discípulos se habían instalado
un filósofo griego del siglo II, sostenía que Jesús apren- en la mente de muchos. Basta leer, por ejemplo, el libro
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Éfeso decidió abrir una escuela para enseñar la Palabra
de Dios, y durante dos años estuvo predicando; al escu-
charlo, mucha gente se convirtió, “y venían a confesar y
declarar sus prácticas; muchos de los que habían practi-
cado la magia trajeron sus libros y los quemaron delante
de todos; calcularon el precio de los libros, y vieron que
subía a 50.000 monedas de plata” (Hch 19.18-19).
Los libros que estos magos y hechiceros quemaron
eran rollos de pergaminos que contenían encantamien-
tos, conjuros y fórmulas para expulsar espíritus. Las
monedas a las que alude el texto eran probablemente
las dracmas de plata griegas; y una dracma de plata
equivalía aproximadamente al salario de un día de tra-
bajo. O sea que ¡50.000 sueldos de trabajo se hicieron
humo aquel día en la plaza de Éfeso! Esto nos da una
idea de cuán difundida estaban las prácticas mágicas
en aquella ciudad, y la enorme atracción que ejercían
en la gente.
Juan sabía que la magia es peli- En un ambiente así, excitado por la magia y seducido
por la brujería, la presentación de un Jesús exorcista lo
grosa. Tiene un gran parecido hubiera rebajado a la categoría de un mago, dañando así
su imagen de Hijo de Dios. Por eso, el autor del Cuarto
con la religión, pero es todo lo Evangelio prefirió prescindir de los exorcismos.
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