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Iglesia A/D Alfa Siloé Pastor Isaí Roca

Lección nº 31:
UN MILAGRO Y UN DESAFÍO (Primera Parte)
Juan 9: 1- 41

Jesús y un ciego de nacimiento


Juan 9: 1-5
Este es el único de los milagros que se nos narran en los evangelios en el que se dice que se trataba de
una dolencia de nacimiento. Cuando le vieron, aprovecharon la oportunidad para presentarle a Jesús un
problema que los judíos llevaban mucho tiempo discutiendo, y que sigue siendo enigmático. Los judíos
consideraban que el sufrimiento seguía al pecado como el efecto a la causa hasta tal punto que suponían
que tenía que haber habido algún pecado donde había sufrimiento. Así es que Le dirigieron a Jesús la
pregunta que consideraban clave: “Este hombre -Le dijeron- está ciego ¿Es su ceguera debida a su
propio pecado, o al de sus padres?”
¿Cómo podría ser debida a su propio pecado, si era ciego de nacimiento? Los teólogos judíos
proponían una de dos posibles respuestas a esa pregunta.
En tiempos de Jesús, los judíos creían en la preexistencia del alma. Realmente, esta idea la había tomado
de los griegos; entre otros, de Platón. Creían que todas las almas existían antes de la creación de la raza
humana en el huerto del Edén, o que estaban en el séptimo cielo o en una cierta cámara, esperando la
oportunidad para entrar en un cuerpo. Los griegos habían creído que esas almas eran buenas, y que era la
entrada en el cuerpo lo que las contaminaba; pero había algunos judíos que creían que las almas eran ya
buenas o malas antes del nacimiento. Por eso algunos judíos creían que la aflicción de una persona,
aunque fuera de nacimiento, podía venirle de un pecado que hubiera cometido antes de nacer.
La alternativa era que los males que se padecían desde el nacimiento los causaba el pecado de los
padres. La idea de que los niños heredan las consecuencias del pecado de sus padres está entretejida en
todo el Antiguo Testamento (Éxodo 20:5; 34:7; Números 14:18; Salmo 109:14; Isaías 65:6-7). Una de las
ideas características del Antiguo Testamento es que Dios siempre castiga los pecados de los
padres en los hijos. Cuando pecamos, ponemos en movimiento una cadena de consecuencias sin
fin.
En este pasaje encontramos dos grandes principios eternos.
a) Jesús no contesta directamente a la pregunta, ni trata de desarrollar o explicar la relación que
existe entre el pecado y el sufrimiento. Dice que la aflicción de aquel hombre le vino para que
hubiera una oportunidad de demostrar lo que Dios puede hacer. Para Juan, los milagros son
siempre una señal de la gloria y el poder de Dios. Los autores de los otros evangelios parece que
tenían otro punto de vista, y los veían como una demostración de la misericordia de Jesús; pero no
tenemos por qué verlo como una contradicción. En el fondo está la suprema verdad de que la gloria
de Dios se muestra en su compasión, y que Él no revela nunca su gloria más plenamente que
cuando revela su piedad.
Cualquier clase de sufrimiento es una oportunidad para que se muestre la gloria de Dios en
nuestras vidas. Jesús pasa a decir que Él y sus seguidores deben hacer la obra de Dios mientras haya
tiempo para hacerla. Dios ha dado a la humanidad el día para trabajar y la noche para descansar; cuando
se acaba el día, también se acaba el tiempo de trabajar. Para Jesús era verdad que tenía que darse prisa
con el trabajo que Dios le había confiado porque faltaba poco para la noche de la Cruz. Jesús dijo:
“Mientras esté en el mundo, Yo soy la luz del mundo”. Cuando Jesús dijo eso no quería decir que el
tiempo de su vida y obra eran limitados, sino que nuestra oportunidad de recibirle sí es limitada. Se refiere
a aprovechar por sus contemporáneos su presencia entre ellos… A toda persona le llega la oportunidad de
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aceptar a Cristo como su Salvador, su Maestro y su Señor; y, si no se aprovecha, puede que no vuelva a
presentarse.

El método para un Milagro


Juan 9: 6-12
Este es uno de los dos milagros en los que se nos dice que Jesús usó su saliva para efectuar una cura. El
otro es el del sordo y tartamudo (Marcos 7: 33). Esto nos parece extraño, desagradable y antihigiénico;
pero en el mundo antiguo era muy corriente. La saliva, especialmente la de alguna persona distinguida,
se creía que tenía propiedades curativas. El uso de la saliva era muy corriente en el mundo antiguo.
Hasta ahora, cuando nos quemamos un dedo, nos lo chupamos instintivamente…
El hecho es que Jesús usó los métodos y las costumbres de su tiempo. Era un médico inteligente que tenía
que ganarse la confianza de sus pacientes. No es que Él creyera esas cosas, sino que despertaba la
expectación haciendo lo que el paciente esperaría que hiciera un médico. Después de untar los ojos del
ciego con su saliva, Jesús le mandó a lavarse al estanque de Siloé. Era éste uno de los lugares más
conocidos de Jerusalén, que data de cuando Ezequías se dio cuenta de que Senaquerib estaba a punto de
invadir Palestina y decidió abrir un túnel o conducto en la roca sólida desde una fuente de agua en las
afueras hasta la ciudad (2 Crónicas 32:2-8, 30; Isaías 22:9-11; 2 Reyes 20:20).
El estanque o piscina de Siloé era el lugar de la ciudad al que confluía el túnel que traía el agua desde esa
fuente… Era un depósito de siete por diez metros. Así fue como obtuvo su nombre: lo llamaron Siloé (que,
como se ha dicho, quería decir enviado) porque el agua se enviaba por aquel conducto a la ciudad.
Jesús envió al hombre a lavarse en el estanque; y éste se lavó y recibió la vista. Después de curarse tuvo
algunas dificultades para convencer a la gente de la realidad de su curación; pero mantuvo con
toda firmeza su testimonio de que Jesús había sido el que había realizado el milagro.
Jesús sigue haciendo cosas que les parecen a los incrédulos demasiado maravillosas para ser
verdad.

Los prejuicios y la valentía del sanado


Juan 9: 13-16
Aquí surge el inevitable problema. Era un sábado el día en que Jesús hizo el barro y curó al ciego. No
cabía duda de que Jesús había quebrantado la ley del sábado que los escribas tenían tan sistematizada, y
de tres maneras diferentes. Al hacer el barro había sido culpable de trabajar en sábado, porque la cosa
más sencilla constituía un trabajo ese día… Uno no podía cortarse las uñas, ni el pelo de la cabeza o de la
barba. Estaba claro que a los ojos de una ley así, hacer barro era quebrantar el sábado. También estaba
prohibido curar en sábado. Se podía prestar atención médica solamente si la vida estaba en peligro; pero,
aun entonces, tenía que limitarse a mantener vivo al paciente o evitar que se empeorara, sin hacer nada
para mejorarle.
Y estaba establecido específicamente: “En cuanto a la saliva de la mañana, no se permite ni ponerla en los
párpados”…
Los fariseos eran el ejemplo típico de esas personas que, en cualquier generación, condenan a
todos los que tienen una idea de la religión distinta de la suya. Pensaban que la suya era la única
manera de servir a Dios. Pero había algunos entre ellos que pensaban de otro modo, y declaraban que
nadie que hiciera las cosas que hacía Jesús podía ser un pecador. Entonces llevaron al que había estado
ciego toda la vida, y le interrogaron. Cuando le preguntaron qué opinión tenía de Jesús, contestó sin la
menor vacilación: para él, Jesús era un profeta. En el Antiguo Testamento, a un profeta se le sometía a
prueba exigiéndole que realizara algún milagro. Entre otras cosas, este hombre era un valiente. Sabía
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muy bien lo que los fariseos pensaban de Jesús. Sabía muy bien que, si se ponía de su parte, le
excomulgarían. Pero dio su testimonio y adoptó su postura.

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