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LOS ANALES DEL

NEOLIBERALISMO MEXICANO

Gabriel Robledo Esparza

Centro de Estudios del Socialismo Científico

Parras, Coahuila

2000

Monterrey, N. L.

2018

1
Introducción
Primera parte
La democracia neoliberal.
Las elecciones del 6 de julio.
De la apariencia a la esencia.
La negación del neoliberalismo.
La insurrección de los indios.
El asesinato de Colosio.
La debacle económica.
La moralidad e inmoralidad del capitalismo mexicano.
El neoliberalismo y las escandalosa miseria moral del capitalismo mexicano.
México, una democracia "bárbara".
Segunda parte
La cúspide del neoliberalismo.
El Programa de gobierno de Salinas de Gortari
Acuerdo nacional para la ampliación de la vida democrática.
Acuerdo para la recuperación económica y la estabilidad
El arreglo de la deuda externa.
La sustitución de exportaciones.
El cambio estructural en el gobierno de Miguel de la Madrid.
El Programa Inmediato de Reordenación Económica.
La primera crisis económica del gobierno de De la Madrid.
Amenaza de una nueva crisis; otra vez la deuda externa al primer plano.
La enésima crisis de la economía mexicana.
Los programas económicos de choque.
Los primeros pasos de Salinas de Gortari.
La naturaleza de la deuda externa.
El arreglo de la deuda externa; Salinas emerge como líder internacional.
El cambio estructural.
La nueva division internacional del trabajo
La inserción de la economía mexicana en la economía internacional; el Tratado de Libre
Comercio.
El Tratado de Libre Comercio y la industria ligera norteamericana.
Amenaza de aborto del Tratado de Libre Comercio.
William Clinton hace suyo el Tratado de Libre Comercio.
Los intereses de clase existentes en torno al Tratado de Libre Comercio.
Acuerdo Nacional para el mejoramiento productivo del bienestar nacional.
Tercera parte.
Salinas de Gortari consolida su poder.
El papel del individuo en la historia.
El sometimiento del Sindicato Petrolero.
Una advertencia a los especuladores.
Salinas de Gortari se convierte en "el capo de todos los capos".
Salinas de Gortari asume el control del Sindicato Magisterial.
Cuarta parte.
Crítica del neoliberalismo.
Crítica del crecimiento económico.
Naturaleza del régimen económico que existe en nuestro país.
La acumulación de capital.
Acumulación sin cambios en la composición orgánica del capital.
Acumulación con cambios en la composición orgánica del capital
La centralización de capital.

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La acumulación en México durante el auge petrolero.
La acumulación se trueca en desacumulación.
Una nueva fase de la acumulación de capital en México.
Crítica de la relación de intercambio con el exterior.
Crítica de la deuda externa.
Crítica del cambio estructural y de la modernización.
Quinta Parte
La declinación de Salinas de Gortari.
La sucesión presidencial y la rebelión indígena en Chiapas.
Las causas de la rebelión indígena.
La historia de los pueblos indígenas a partir de la Conquista.
La encomienda.
La producción minera.
La producción agrícola y ganadera.
El Repartimiento y la Congrega.
La Iglesia en la Conquista y en la colonización.
El régimen feudal-colonial.
El surgimiento de los pequeños productores.
Las comunidades indígenas en la época del capitalismo.
La política del gobierno de Salinas de Gortari respecto de las comunidades indias.
La insurrección de los indios.
El asesinato de Colosio.
Sexta parte.
La crisis del neoliberalismo.
La economía mexicana durante el gobierno de Salinas de Gortari.
La base de sustentación del modelo neoliberal.
La negación del modelo neoliberal.
La rebelión indígena.
El asesinato de Colosio.
Las elecciones de Agosto.
El asesinato de Ruiz Massieu.
La crisis económica del neoliberalismo.
Las características específicas de la magna crisis del neoliberalismo.
El combate a la crisis.
La globalización de la crisis.
La ayuda del gobierno norteamericano para resolver la crisis mexicana.
La persistencia de la crisis.
Un programa de choque para resolver la crisis.
Un resumen.
Séptima parte
La crisis financiera internacional (Octubre de 1997-Diciembre de 1998)
La fase actual de existencia del capitalismo internacional.
La nueva relación entre metrópolis y neocolonias
El déficit comercial crónico.
El capital especulativo de corto plazo.
El retiro de capital financiero de corto plazo.
Dos casos típicos de déficit comercial.
Las primeras economías exportadoras.
Los elementos negatorios del modelo exportador.
La crisis financiera en los países asiáticos.
La base de sustentación del librecambio es el proteccionismo.
El perfeccionamiento del modelo exportador a través de su negación.
La vuelta al proteccionismo y al populismo.
Octava parteLa situación en México
El establecimiento del modelo exportador.

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La primera crisis del modelo exportador.
El proteccionismo global rescata al librecambio.
Los resultados de la crisis.
El sistema bancario: el eslabón más débil del sistema.
El Fobaproa, instrumento de salvación de la Banca.
La superación de la crisis.
La crisis de los países asiáticos.
La crisis endémica.
Una reedición de la crisis petrolera.
La crisis petrolera aviva la crisis interna.
Los alfileres que sostenían al sistema bancario se desclavan.
La crisis sin solución de continuidad.
La crisis: una política económica de Estado.
La crisis y la ley del valor.
Novena parte.
Las elecciones de Julio del 2000
Décima parte.
El 1º. de diciembre de Vicente Fox.
La naturaleza de la sociedad mexicana al iniciar Fox su mandato.
La recesión en la economía mundial.
La tragedia del 11 de Septiembre.
La economía mexicana en el año 2001.
Décima primera parte.
Las tribulaciones de la oligarquía mexicana.
Décima segunda parte.
Epílogo.

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Introducción

En la exposición que sigue tendremos como objeto de nuestras consideraciones al


neoliberalismo mexicano, esto es, al régimen económico-político establecido por la plutocracia
mexicana a partir del gobierno de Miguel de la Madrid; hemos pintado con colores muy vivos
sus características principales, por lo que de primera intención podría pensarse que todos los
problemas por los que atraviesa la sociedad mexicana tienen su causa en la constrictiva
dominación de la oligarquía. Tomemos en cuenta, sin embargo, que el "modelo neoliberal" es
tan sólo una de las formas que alternativamente adopta un contenido único, el régimen de
producción capitalista que existe en nuestro país. De esta suerte, la segunda forma que puede
tomar la economía, el estatismo y el populismo, que presupone la asunción al poder de los
empresarios medios, además de constituir una vulneración directa de la naturaleza humana y
de las condiciones de vida de los trabajadores, tiene sus propios excesos, su peculiar miseria
moral, su especial modo de generar la violencia, todo lo cual ya hemos descrito en otra parte a
propósito de los gobiernos de Luis Echeverría y José López Portillo.

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Primera parte

La democracia neoliberal.

Las elecciones del 6 de julio de 1997.

El domingo 6 de julio de 1997 se verificaron en todo el País varias elecciones simultáneas con
el fin de elegir Gobernador y Asamblea Legislativa del Distrito Federal, diputados federales,
senadores de la República, varios gobernadores de los Estados, algunas legislaturas locales y
decenas de Ayuntamientos. El resultado de los comicios a nivel nacional fue una rotunda e
inobjetable derrota del PRI.
Conforme, después de las ocho de la noche de ese día, empezaron a fluir los datos de las
"encuestas de salida" encargadas por algunos medios de comunicación y los mismos Partidos,
se fue configurando el escenario que la mayoría de los analistas, con base en las encuestas
realizadas a todo lo largo de las campañas de los candidatos, había considerado como el
probable resultado de las elecciones.
En efecto, pronto se confirmó el triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas en el Distrito Federal, de
Fernando Canales Clariond en Nuevo León, del candidato del PAN a la gubernatura en
Querétaro y de cientos de candidatos de la oposición (PRD-PAN) a diputados federales,
Senadores, diputados locales, Presidentes Municipales, etcétera, obtenido a costa de la derrota,
ignominiosa en algunos casos, de los respectivos candidatos del PRI.
El lunes 7 de julio el mapa político del país amaneció sensiblemente transformado y la
correlación de fuerzas entre los Partidos drásticamente alterada.
La oposición dominó entonces en los centros vitales de la nación, en los modernos emporios
económicos, en el mismo corazón político, intelectual y cultural del país, en tanto que,
paradójicamente, el PRI, abanderado de la modernidad, fue desplazado hacia las zonas y los
grupos sociales más atrasados, hacia esa masa amorfa de desheredados que forman su
clientela política, los millones de indígenas, campesinos y marginados urbanos que viven en
una miseria y una ignorancia aterradoras y cambian su voto por un mendrugo.
Los partidos opositores principales, PRD y PAN, conquistaron en esta jornada una porción muy
importante del poder político nacional, arrebatándoselo sin consideraciones al PRI; sin
embargo, este Partido conservó aún una cuota muy grande de poder que eventualmente le
permitiría maniobrar, como es su estilo clásico, para tratar de recuperar el terreno perdido o,
cuando menos, conservar el que entonces tenía.
Lo más característico de la jornada electoral de julio fue la composición resultante de la
Cámara de Diputados. El PRI obtuvo un poco menos de la mitad de los escaños, el PRD y el
PAN juntos y por partes casi iguales obtuvieron también un poco menos del 50% de las curules
y el resto se repartió entre pequeños Partidos de oposición. De esta suerte, sacar adelante una
legislación normal, suponiendo que las bancadas partidarias votasen como una unidad, sólo
podía lograrse por medio de cualquiera de las siguientes combinaciones: el voto del PRI más el
del PAN o el del PRD o el de los partidos pequeños; el voto del PAN, más el del PRD, más el de
los partidos pequeños; una legislación extraordinaria, es decir, una modificación
constitucional, o una legislación vetada por el Ejecutivo, por ejemplo, que requieren ser
aprobadas por una mayoría de 2/3, únicamente podía ser obtenida por las siguientes
combinaciones: el voto de la bancada del PRI más el de la del PAN o el de la del PRD, pero sólo
por ellas, porque la alianza de todos los partidos opositores apenas sí rebasaría el 50%.
Los asuntos que se podrían debatir en la Cámara de Diputados eran de varios tipos: aquellos
referentes a los fundamentos del modelo económico neoliberal, que fueron establecidos por
medio de una modificación constitucional y sólo de igual manera podían cambiarse, los que
atañían a aspectos operativos de dicho modelo, consignados en una ley secundaria que se

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aprueba por simple mayoría y, por último, los meramente accesorios y formales que también
estaban contenidos en leyes que son votadas por mayoría simple.
Es evidente que un cambio constitucional para demoler los pilares del modelo neoliberal no
habría salido nunca de la Cámara de Diputados; el único Partido interesado en promoverlo
habría sido el PRD y, en el mejor de los casos, habría contado con los Partidos pequeños como
sus aliados; pero en contra de sus propósitos se habrían alzado como un todo el PRI y el PAN,
quienes tienen entre sí una indestructible afinidad en lo que a los principios del libre mercado
se refiere.
Por otra parte, una modificación o adición constitucional para incorporar a la Carta Magna otro
principio fundamental del neoliberalismo sí habría contado con el voto calificado necesario,
pues las bancadas del PRI y el PAN se habrían aliado para sacarla adelante.
En las cuestiones operativas y que por la coyuntura que se vivía tenían una importancia muy
especial que las acercaba a las cuestiones de principio y en las que estaba en disputa el
predominio de la oligarquía (vgr. la ley de ingresos y el presupuesto de egresos, la legislación
bancaria, etcétera), las bancadas del PRI y del PAN seguramente negociarían el contenido de
las mismas excluyendo cualquier injerencia del PRD que pudiera afectar los bastiones
económicos de la oligarquía.
El PAN y el PRD compartían la intención de atacar todas las manifestaciones nefastas del
modelo económico neoliberal, sus repugnantes demasías (el primero de ellos, desentendiéndose
de la copaternidad sobre el mismo y considerando sus consecuencias necesarias como meros
excesos, y el segundo confundiendo la apariencia de aquel con su esencia); si lo que iba a
ventilar en la Cámara era un asunto de esta índole, peligrosamente cercano a los fundamentos
del predominio de la oligarquía (por ejemplo la reducción del IVA, los controles al gasto
gubernamental, los montos y los destinos de algunas partidas especiales, etcétera), la posición
del PRD, ya de por sí sumamente moderada, sería necesariamente atemperada por el PAN
(comprometido ideológicamente con el PRI), que sólo obsequiaría su voto si la belicosidad de la
propuesta fuese sensiblemente reducida, con lo que ésta se aproximaría a la posición del PRI,
que siempre constituirá la forma "químicamente pura" del modelo neoliberal.
Si lo que se pusiere a discusión fuese un asunto secundario y meramente formal (como el
formato del Informe Presidencial, la composición de las Comisiones Camarales, etcétera), el
acuerdo entre los partidos de oposición surgiría sin mayores contratiempos y el PRI, quizá
después de emitir unos cuantos gruñidos de desaprobación, los dejaría hacer libremente su
juego democrático-parlamentario.
Como se ve, los principios, los intereses y el grupo social oligárquico que representaba el PRI
quedaron totalmente protegidos en la nueva Cámara de Diputados; lo fundamental,
plenamente y lo importante, de tal forma que los cambios que aquí se diesen no pudieran
afectar lo esencial del modelo socio-económico neoliberal y todo esto lo garantizaba totalmente
la afinidad ideológica indestructible que existe entre el PRI y el PAN, Partidos que representan a
dos sectores de la plutocracia mexicana.
Si lo impensable hubiese sucedido, es decir, que fuera aprobada en la Cámara de Diputados
una reforma constitucional o un asunto importante contrarios a los intereses de la oligarquía
gobernante, ésta aún habría tenido muchos recursos para echarlos abajo: el voto del senado (el
PRI completó, después de la elección, una bancada de 77 senadores, y la oposición en forma
conjunta (PAN, PRD y varios partidos pequeñísimos) 51, lo cual quiere decir que el Partido
gobernante disponía de una mayoría simple y sólo necesitaba nueve votos de los senadores del
PAN o del PRD para tener los 2/3 de los votos, en caso de ser necesarios) y el de las
legislaturas de los Estados (con una o dos excepciones, totalmente príistas, el veto Presidencial
y, en última instancia, esa facultad meta-constitucional del Ejecutivo, cercana al golpe de
Estado, por la cual podría disolver las Cámaras Legislativas y sustituir a los miembros del
Poder Judicial, como así lo hiciera Fujimori en Perú.
Mucho se ha dicho que el gran triunfador de las jornadas de julio fue el PRD; así podría
pensarse de primera intención, si nos atenemos a los resultados nominales de las elecciones.
En efecto, en ellas el PRI perdió una gran cantidad de votos, el PAN tuvo un pequeño avance, o
al menos se mantuvo en los niveles anteriores, y el PRD logró un adelanto muy sustancial. Pero
si consideramos que este Partido se vio obligado, para poder entrar a la liza electoral, a

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moderar en un alto grado sus reivindicaciones -hasta qué inverosímil punto lo ha hecho nos lo
demuestra el recibimiento caluroso que la Bolsa de Valores dio al triunfo de Cuauhtémoc
Cárdenas en el D.F. y, en general, al sorprendente avance del PRD en todo el país- y que aún
estas desleídas demandas deberían pasar por una maquinaria legislativa que tiene garantizada
la intangibilidad de los fundamentos y las cuestiones importantes del sistema neoliberal, y que
como una condición inexcusable para su ingreso a la moderna vida democrática se impuso al
PRD la exigencia de romper todo vínculo, por débil que éste fuera, con las masas populares,
cuyo núcleo lo forman los obreros mexicanos, los supuestos triunfos del PRD constituyeron
una verdadera "victoria pírrica".
Los resultados del primero y segundo períodos de sesiones de la LIV Legislatura comprobaron
plenamente lo anteriormente expuesto. La alianza legislativa entre el PRD, el PAN y los Partidos
menores produjo sus frutos principales en lo referente al formato del Informe Presidencial y a
la composición de las Comisiones Legislativas; después de estos triunfos parlamentarios, el
Grupo de los cuatro, al que encabezaba un nuevo Júpiter Tonante, el perredista Porfirio Muñoz
Ledo, pareció adquirir la naturaleza de un verdadero poder, igual o superior que el Ejecutivo.
Sin embargo, la montaña había realmente parido un ratón: el verdadero y único poder
existente en el país, el de la oligarquía, encarnado en el gobierno y su partido, impuso, a través
del Senado, el rechazo a la ley votada por la Cámara de Diputados en la que se reducía del 15
al 12% la tasa del Impuesto al Valor Agregado y, posteriormente, mediante la cooperación de
su aliado natural, el PAN, al que hizo concesiones que no alteran el contenido fundamental de
esos instrumentos, obtuvo la aprobación de la legislación bancaria y de ingresos y egresos de
1998 y 1999 en los que se ratificaban flagrantemente los postulados neoliberales de la
oligarquía.
En los dos períodos de sesiones de la LIV Legislatura se aprecian suficientemente la naturaleza
y los alcances de la "democracia" de que se ufanan tirios y troyanos. Es una democracia
dirigida férreamente por el gobierno de la oligarquía, en la cual no se admite la más mínima
disidencia a los principios básicos del neoliberalismo, y en la que sólo se da una apariencia de
discusión y debate, a los que se integra a la oposición de centro-izquierda, con la condición de
que no rebase los límites que la propia clase dominante ha fijado. Se trata de una democracia
que se impone a través de su negación sistemática, y en la cual el PRD hace el poco edificante,
ridículo y risible papel de comparsa.
Estamos ya en la posibilidad de tener un primer acercamiento a la verdadera naturaleza de las
"históricas" jornadas de julio. Se trata de los primeros pasos para establecer un régimen
"democrático" acorde con las exigencias de los socios comerciales de México, en el cual diriman
civilizadamente sus diferencias la plutocracia y los empresarios medios, y que fueron dados
bajo la dirección del gobierno y su Partido, quienes diseñaron la Ley Electoral, dieron vida a ese
engendro del IFE plagado de "nulidades graves" (sus Consejeros fueron nombrados por el
Presidente de la República a través de la mayoría príista del Congreso), incorporaron a la vida
política al sector más reaccionario de la plutocracia, constituyendo así el cimiento inamovible
del neoliberalismo, y despojaron a la mediana burguesía de toda la radicalidad de sus
reivindicaciones y de sus formas de lucha populares, que era lo que la acercaba un tanto a los
intereses de las grandes masas de obreros y campesinos.

De la apariencia a la esencia.

Los resultados de las elecciones del 6 de julio fueron considerados por todos como un hecho
verdaderamente histórico, que daba un giro radical en el panorama político del país y señalaba
el inicio de su vida democrática. Ha sido, se dijo, un triunfo de la democracia.
Una vez que ha pasado el deslumbramiento provocado por los fuegos de artificio, es preciso
considerar más cautelosamente esas afirmaciones.
La contienda electoral del 6 de julio fue la expresión política de la disputa entablada desde
tiempo atrás entre las dos fuerzas económicas principales de este país: la plutocracia por un
lado, y los medianos y pequeños empresarios por el otro.

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Se trata de la conclusión de toda una fase de la historia moderna de México que se inicia con la
defección de importantes cuadros del PRI, encabezados por Cuauhtémoc Cárdenas, a
mediados de la década de los ochenta.
Anteriormente a esto, cohabitaban en un mismo Partido los representantes políticos de la
plutocracia y de los medianos y pequeños empresarios, formando al interior dos corrientes que
ascendían al poder alternativamente, de acuerdo con las exigencias de la base económica.
Esa fluida alternancia en el poder fue rota drásticamente cuando una moderna generación de
la plutocracia se adueñó del mismo de una manera excluyente, dejando fuera y sin la
posibilidad de alcanzarlo algún día a su hermana menor, la burguesía media y pequeña.
A partir de este momento, la representación política del segundo sector de los empresarios
mexicanos salió del PRI y se constituyó como una fuerza opositora independiente.
Desembarazada de su molesta compañera de viaje, la plutocracia pudo desarrollar libremente
todos los elementos de su política económica, denominada neoliberal, que no significa sino el
predominio económico y político de los grandes empresarios en alianza con el capital extranjero
y que se cifra en una monstruosa acumulación de capital en ese sector, en la consecuente
ruina de los empresarios medios y pequeños y en la agudización de las condiciones de
explotación y miseria de los trabajadores del campo y de la ciudad.
Todos los acontecimientos económico-políticos desde 1985 hasta el 6 de julio de 1997 tienen la
impronta de esta lucha entablada entre los dos sectores fundamentales de la economía
mexicana, en la cual involucraron, como peones de brega, a los trabajadores mexicanos.
Dueña de todos los resortes del control económico y político del país, la plutocracia llamó en su
auxilio a una vieja fuerza política, virtualmente en extinción, que conservaba en su ideología
los más acendrados principios de la libre empresa y que descendía directamente de la vieja
oligarquía Porfirista y emparentaba también en línea recta con los conservadores del siglo XIX.
La plutocracia revivió al panismo, que representaba al grupo más reaccionario de ese sector, y
le dio un lugar muy especial en su proyecto político, convirtiéndolo en su aliado, al que
obsequió alcaldías, diputaciones locales y federales e incluso gubernaturas.
La oposición surgida del PRI se nutrió de cientos de ex-militantes de ese Partido y de miles de
integrantes de los pequeños partidos y grupúsculos de izquierda, principalmente del antiguo
Partido Socialista Unificado de México (PSUM). Su estrategia para enfrentar la avasallante
acometida de la plutocracia contaba con dos vertientes: por una de ellas, se sometía a la
legalidad existente y, mientras promovía cambios en las leyes electorales, participaba en las
más diversas elecciones atenida a las reglas que aquella le imponía; por la otra, intentaba
hacer valer los supuestos triunfos con manifestaciones populares más o menos agresivas.
El gobierno priísta empleó, a su vez, una doble táctica frente al perredismo: mediante una
apabullante propaganda ideológica exaltó las virtudes del modelo neoliberal y en la misma
medida denostó al populismo y al estatismo, con lo cual obligó al PRD a ocultar las
tradicionales reivindicaciones radicales de la izquierda, por lo que quedó prácticamente
desarmado ideológicamente, y a centrar su acción político-electoral en meras cuestiones de
detalle; por otra parte, con una saña inaudita, reprimió inmisericordemente -cientos de
humildes perredistas fueron asesinados- cualquier "alteración del orden público" que los
militantes del PRD realizasen en la defensa de sus intereses. Durante la segunda mitad del
sexenio de Carlos Salinas de Gortari, el PRD era ya la fuerza política domesticada que hoy
conocemos, con la mirada fija sólo en las elecciones, cualesquiera que estas fueran.

La negación del neoliberalismo.

Al finalizar el año de 1993, la política neoliberal del gobierno salinista había alcanzado sin
contratiempos las principales metas que se había trazado; sin enemigo al frente, se preparaba
para avanzar hacia una fase superior de su dominación. Sin embargo, en la misma medida en
que había desarrollado los elementos de su camino ascendente, cultivó también los gérmenes
de su negación.

La insurrección de los indios.

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El primero de enero de 1994 se produjo el alzamiento de los indígenas zapatistas dirigidos por
los sobrevivientes de las guerrillas de los años setenta. Esta insurrección era uno de los
resultados más peculiares de la exacerbación de la explotación de los indígenas a que conduce
necesariamente el predominio del gran capital, y la resurrección de los guerrilleros constituía la
continuación necesaria de la dialéctica de la lucha de clases, también impulsada por la política
neoliberal que había sometido a su control a la pequeña burguesía urbana, por lo que sus
banderas tuvieron que ser tomadas por el sector más radical de la misma, los "heroicos"
guerrilleros.

El asesinato de Colosio.

En marzo de 1994 se produce el asesinato de Colosio, candidato oficial a la Presidencia de la


República. Su muerte fue también un resultado necesario de la dominación de la oligarquía
mexicana.
Tras el alzamiento de los indios en Chiapas, una densa atmósfera se cernió sobre la sociedad
mexicana.
El gobierno, su Partido y el sector de los capitalistas a quienes representaban, fueron presa de
un pánico mayúsculo: no sabían los verdaderos alcances del malestar indígena ni de la acción
"radical" de los guerrilleros a nivel nacional, desconocían, y por tanto les infundía un temor
irracional, el estado de ánimo de las grandes masas de campesinos y obreros, de los pequeños
y medianos productores, de los intelectuales, etcétera, todos ellos dañados grandemente por la
implacable política neoliberal del salinismo; los amedrentaba la más remota posibilidad de que
su edificio económico-político fuera rozado apenas por la menor reivindicación "populista y
estatista" y, de plano, no les quedaba sangre en el cuerpo ante la posibilidad de que un
movimiento con amplia base popular los despojara sin miramientos del poder.
Una casi imperceptible oposición dentro del propio gobierno y su Partido vio en la insurrección
indígena un probable estímulo para una "democratización" del neoliberalismo que limara sus
aristas más salientes y, como es lógico, depositó en el candidato priísta las esperanzas de este
cambio.
Por su parte, la intelectualidad pequeño burguesa de izquierda y los pequeños y medianos
empresarios saludaron con entusiasmo la rebelión indígena, ingenuamente esperanzados en
que, por no se sabe que arcano mecanismo, ese movimiento reblandeciera los cimientos de la
edificación salinista-neoliberal y ésta se desplomase aparatosamente, dejándoles de esa
manera libre el camino para que sobre sus ruinas levantaran su propio modelo económico-
político.
Las posibilidades de la autoría de lo que ridículamente se ha dado en llamar "magnicidio" de
Colosio son las siguientes: 1) un exaltado solitario de izquierda o de derecha que considerase,
en el primer caso, que Colosio sería el continuador de la política del salinismo, y en el segundo,
por el contrario, y en virtud del clima provocado por el levantamiento indígena, que aquel
encabezaría el derrocamiento del neoliberalismo y la restauración del "populismo" y del
"estatismo"; 2) un grupo radical de izquierda o derecha, por las mismas razones que en el caso
anterior; 3) el propio salinismo, que poseído por el pánico desatado por el comandante Marcos,
temiese que el mismo producto propagandístico que había creado para convertir el programa
de Solidaridad en una Beneficencia Pública Nacional que paliase los efectos del neoliberalismo
en su nueva etapa de existencia, el carismático Colosio, se transformara, empujado por los
vientos chiapanecos, en el enterrador de ese modelo económico; 4) la "izquierda" mexicana, que
tiene como núcleo integrador a la intelectualidad pequeño burguesa y su brazo político en el
PRD, porque estuviese convencida que Colosio sería a fin de cuentas, de una manera u otra, el
continuador del salinismo y que su muerte liberaría todas las fuerzas sociales hasta entonces
contenidas, llevándolas al derrocamiento del salinismo y a la conquista del poder. Esta última
posibilidad carecía por completo de elementos para su concreción: la intelectualidad pequeño
burguesa se encontraba, tras la insurrección chiapaneca, embelesada con los efluvios poéticos
de este "portentoso" movimiento social, y su extensión política, el PRD, caminaba extasiado
tras de la zanahoria electoral que el salinismo le había puesto por delante; ambos eran
constitucionalmente incapaces de cualquier otra cosa.

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Estas hipótesis se aplican a la muerte física de Colosio. Lo que no tiene discusión, es el tiro de
gracia que políticamente asestó el salinismo a Colosio.
Tras la muerte del candidato oficial a la Presidencia de la República, el salinismo despertó
súbitamente del pasmo en que lo había sumido la insurrección indígena; inmediatamente tomó
el mando de las acciones y, todavía caliente el cadáver de Colosio, designó como su sucesor a
su más pura antítesis, al desangelado y acartonado Dr. Ernesto Zedillo Ponce de León, quien
por su rigidez intelectual e ideológica y por su gris personalidad garantizaba plenamente que el
gobierno de la República no oiría el canto de las sirenas del "populismo" y del "estatismo" que
ya se escuchaba por todo el territorio nacional, y que las transformaciones nodales del
neoliberalismo serían mantenidas en su más acendrada esencia, cualesquiera que fueran los
efectos sociales que se produjeran, sin que nada ni nadie pudiera torcerlas.

La debacle económica.

En donde con más claridad y con más fuerza se manifestaron los elementos negatorios que el
propio neoliberalismo había engendrado en su interior, fue en la realidad económica nacional.
La economía de un país es una sustancia autónoma, cuyo movimiento lo rigen leyes
ineluctables que no pueden ser modificadas por los actores económicos; éstos, por su parte,
son sólo la personificación de las fuerzas indoblegables de la economía. La realidad económica
tiene dos niveles de existencia, su ser, que es lo que aparece al exterior, y su otro, que es la
negación de lo existente y que se va gestando subterráneamente hasta que surge intempestivo
a la superficie. La realidad económica prevaleciente -el modelo "neoliberal", por ejemplo- crea a
sus propios conductores y por necesidad los escoge entre los de entendimiento más romo,
aquellos que sólo pueden aprehender lo superficial y están intelectualmente incapacitados para
conocer el otro que debajo de ella se gesta y que, además, tienen que presentar aquella
cognición unilateral y epidérmica como una brillante hazaña intelectual realizada por una
mente portentosa -Carlos Salinas de Gortari, vgr.-; por un buen tiempo las acciones de los
timoneles de la economía coinciden con las necesidades de ésta, la cual expande así su ser; sin
embargo, en este devenir procrea los elementos de su negación, que cuando maduran
irrumpen violentamente en la superficie y echan por tierra la estructura económica y a los
supuestos artífices de la misma; toda su actividad se estrella entonces contra una fuerza
ingobernable que los zarandea inmisericordemente; por la misma dialéctica del movimiento
económico, una vez que la conmoción pasa y se inicia una nueva fase del desarrollo en la cual
ocupa ahora el proscenio lo que antes permanecía oculto, los maltrechos actores económicos se
asen trabajosamente al cuerpo económico y, un poco tiempo después, se encuentran ya en la
cúspide del mismo, proclamando cínicamente, a los cuatro vientos, que son los conductores del
proceso y que todo esto lo han logrado gracias a su innegable sabiduría -"la economía está
ahora manejada por un profesional", Ernesto Zedillo-.
La devaluación del peso mexicano frente al dólar en diciembre de 1994 fue el hecho que
desencadenó la erupción de los elementos económicos negatorios que habían madurado en el
seno de la economía neoliberal y sacó a la luz al otro de ésta; además de todos los efectos
económicos y políticos que esta crisis inesperada produjo, y que más adelante trataremos con
suficiente amplitud, nos interesa ahora saber lo que a causa de ella sucedió con la moral
pública y privada.

La moralidad e inmoralidad del capitalismo mexicano.

El fundamento último del régimen económico existente en nuestro país es el interés privado. El
interés privado del empresario (que en él es el hambre insaciable de ganancia) lo lleva a extraer
cantidades crecientes de trabajo excedente de los obreros –que no retribuye en forma alguna,
un despojo llano y simple- y a acumularlo como capital, entrar a saco al fondo de consumo de
los trabajadores, atentando así contra la reproducción de la fuente de plustrabajo, desposeer a
los demás capitalistas por medio de las implacables leyes del mercado, apropiarse lisa y
llanamente, sin ningún derecho, del capital acumulado por otros empresarios, etcétera; el
interés privado de los pequeños productores los conduce por el mismo camino que a sus

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hermanos mayores -la pequeña burguesía es una fuente inagotable de grandes capitalistas-; el
interés privado del obrero lo hace vender su fuerza de trabajo al capitalista con el fin de
obtener los bienes necesarios para su sostenimiento, intentar el incremento por cualquier
medio del salario que le paga el capitalista y reducir la cantidad y la intensidad del trabajo que
él proporciona, obtener bienes adicionales por cualquier otro medio distinto de la relación del
trabajo asalariado, hasta llegar a la apropiación sin derecho de los mismos. El interés privado
de todos los integrantes de la sociedad mexicana los incita al consumo creciente de bienes, los
cuales se obtienen por los medios legales o apropiándose de ellos sin ningún derecho. Un
producto necesario del régimen capitalista mexicano lo es una sobrepoblación obrera creciente,
un ejército de desocupados que se deben mantener con vida por cualquier medio: la precaria
solidaridad familiar, la beneficencia pública y privada y, en última instancia, la apropiación
ilegal de los bienes.
El régimen económico que existe en México se basa en la discordia entre todos los elementos de
la sociedad; la "guerra de todos contra todos" no es un resultado accidental del movimiento
económico, sino su fundamento más íntimo, la única forma que existe en el capitalismo de
producir y distribuir los bienes.
Existe en nuestro país una legislación que pretende mantener esa discordia dentro de límites
tolerables, que impidan que la guerra de todos contra todos desemboque en la recíproca
destrucción y en el socavamiento de las bases del régimen económico.
De manera espontánea, dada la tensión interna del régimen capitalista mexicano, todos los
actores que intervienen en el mismo realizan acciones que rebasan aquellos linderos impuestos
y una parte de ellos las efectúa de manera sistemática, como su medio de vida, dando lugar a
la formación de bandas que van desde las meramente artesanales hasta aquellas que tienen
una verdadera organización empresarial y que se dedican a la realización de las más variadas
acciones delictivas.
El aparato de justicia interviene para aplicar aquella legislación represiva sólo cuando las
acciones ilegales constituyen una seria amenaza para la estabilidad del sistema y no para
acabar con ellas, lo cual es imposible, sino para reducirlas a un mínimo "razonable".
El interés privado da impulso también a los funcionarios públicos para ingresar al servicio del
capital público -la parte del capital que se detrae del dominio privado y se utiliza para
mantener las condiciones generales de existencia del régimen capitalista- a cambio de un
salario; ese mismo interés privado los lleva a intentar apoderarse sin derecho de los recursos
públicos o a pedir por su trabajo una compensación ilegal a los particulares.
Cuando se entroniza en el poder el sector I de los empresarios, la llamada oligarquía o
plutocracia, ese motor interno del régimen capitalista, el interés privado, recibe un gigantesco
impulso. Esto fue, precisamente, lo que sucedió al tomar el gobierno del país los
representantes políticos de ese sector de la burguesía encabezados por Carlos Salinas de
Gortari.

El neoliberalismo y la escandalosa miseria moral del capitalismo mexicano.

Bajo el predominio de la plutocracia, el interés privado se desarrolla desmesuradamente, con lo


que se da un vuelo adicional a las más bajas pasiones de los individuos.
El hambre de trabajo excedente se transforma en una hambre insaciable de los capitalistas por
el plustrabajo de los obreros; esto se traduce en una redoblada explotación del trabajo
asalariado por el capital por medio de la extensión, intensificación y maquinización del trabajo,
en una descarada desposesión de una parte sustancial del fondo de consumo de la clase de los
trabajadores que se realiza inapelablemente a través de las condiciones generales que regulan
la relación entre el precio de los bienes y el monto del salario y en una repulsión masiva de
obreros desde la órbita de la producción hacia los receptáculos de la población sobrante.
La pasión por acumular deviene en un irrefrenable paroxismo de acumulación; los
movimientos del capital adquieren una velocidad vertiginosa, pasando la propiedad del mismo
aceleradamente de unas a otras manos y concentrándose y centralizándose en monstruosas
unidades que luego se desintegran para dar paso a otras mayores; los viejos imperios
económicos se desploman y en su lugar, de la nada, surgen otros que elevan a la cúspide a sus

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hasta entonces desconocidos poseedores. En su desmedido afán acumulatorio, los capitalistas
desarrollan una doble actividad: aquella que se encuentra dentro de los marcos legales y que
necesariamente desemboca en la expropiación del capital de sus hermanos de clase y de la
pequeña burguesía, y la otra, que se basa en la especulación, el fraude y la estafa por la cual
se apoderan sin miramientos del capital de los demás capitalistas y de los pequeños
productores. El proceso cristaliza en el establecimiento de una verdadera industria de la
especulación, el fraude y la estafa, actividades a la que se dedican exclusivamente una porción
de los capitalistas.
La exigencia imperiosa de acumular sin medida obliga a los empresarios a desarrollar una
acción tendiente a reducir al mínimo, utilizando sistemáticamente todos los resquicios legales
primero y después por medios ilegales, sobornando incluso a las autoridades correspondientes,
su contribución al fondo de capital social que administra el Estado; en la manifestación más
cruda de su voracidad por acumular, los empresarios, en contubernio con el gobierno, se
apropian ilícitamente de grandes porciones del capital social que se encuentra en manos del
Estado.
La insaciable avidez de los grandes empresarios por las ganancias determina que una parte de
ellos invierta marginalmente sus capitales en actividades ilícitas (vicio, prostitución,
narcotráfico, etcétera), otra porción aplique sistemáticamente un monto considerable de sus
fortunas a ese tipo de negocios y, por último, que se forme un grupo especial de empresarios
que dediquen todo su capital a valorizarse en esas ramas de la economía. Estos últimos
pertenecen por derecho propio al mundo del hampa y realizan sus actividades y dirimen sus
diferencias por medio de la violencia más sanguinaria.
Los pequeños productores reciben el embate de los grandes empresarios; a causa de ello, se
potencia su interés privado hasta el infinito, con lo que se da lugar a una situación idéntica a
la que hemos descrito en el caso de la plutocracia, en la cual los negocios ilícitos, extensión
necesaria de la actividad legal, se magnifican en grado extremo. Aquí también la violencia más
irracional sienta sus reales. El resultado último de la embestida de los grandes productores
sobre los pequeños es la ruina de una gran parte de estos últimos, la constitución de una
pequeña burguesía integrada al gran capital y el surgimiento, del seno de ésta, de nuevos
grandes empresarios que van a revitalizar a la oligarquía, tanto económica como moralmente.
El predominio económico-político de la plutocracia afecta sensiblemente a la clase de los
trabajadores. En primer lugar, polariza a sus componentes en dos sectores: el de una
aristocracia obrera, delgada capa de trabajadores ligada a las empresas de la oligarquía, y el
del grueso de los obreros que recibe todo el impacto de la acción depredadora de los grandes
empresarios y su gobierno. En segundo término, instaura una virulenta lucha interna en
ambos sectores de todos los obreros entre sí por los puestos, los salarios, las compensaciones,
etcétera, en un caso para conservar el empleo y el nivel de vida u obtener una mejora en éste y
en el otro para evitar descender por la pendiente del pauperismo. Esa confrontación de todos
contra todos rebasa inmediatamente los límites legales y se reviste de la violencia más
inaudita.
El resultado necesario del modelo de acumulación instaurado por la plutocracia es el aumento
vertiginoso de la población obrera sobrante; la enorme cantidad de desocupados que la política
neoliberal genera ejerce presión sobre la población ocupada, con lo cual potencia todos los
motivos para el avivamiento de la competencia entre sus integrantes y la tendencia intrínseca a
exceder los límites legales.
La población obrera sobrante se ve obligada por la política neoliberal a obtener sus medios de
vida principalmente por vías ilegales, a través de la comisión de la más variada índole de
delitos y empleando para ello la violencia más terrible; los desocupados se organizan en bandas
criminales que actúan por su cuenta o que se ponen al servicio de los empresarios del hampa
(narcotraficantes, etcétera).
La exaltación extrema del interés individual libera los sentidos de los individuos y establece el
principio del placer como el motor de su actividad; el consumo se rige por la asimilación
libidinal de los objetos. En la máxima desnaturalización de la sensibilidad humana, a la que
conduce necesariamente el régimen neoiberal, el individuo no sólo excita su sensoreidad a
través del consumo de un objeto, sino que lo hace también en gran medida mediante la

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estimulación directa, con sustancias específicas, de los centros nerviosos en los que se gesta la
sensación placentera.
La producción y distribución de esas sustancias se realiza en ramas económicas especiales: la
industria de la producción de alcohol en sus distintas variedades, que es legal, y la de la
elaboración de las sustancias enervantes como el opio, el hashis, la mariguana, la cocaína, las
anfetaminas, etcétera, que es ilegal.
Por una parte, el incremento inmoderado de las sustancias tóxicas atenta directamente contra
la salud de la población y hace crecer hasta niveles elevadísimos la violencia, que se torna
brutal.
Por la otra, la producción y distribución de las sustancias prohibidas hace crecer la rama más
frondosa de la delincuencia organizada, la industria del narcotráfico, la cual se convierte en el
centro motor de la violencia más sanguinaria jamás vivida en México.
En los órganos estatales encargados de la seguridad pública y de la procuración de justicia
(incluido el ejército), se forma un nutrido grupo de funcionarios y servidores públicos de todos
los niveles que tienen como ocupación única la protección, mediante un estipendio, de las
actividades ilícitas de los particulares, por lo que constituyen, en la práctica, una verdadera
extensión del hampa dentro del gobierno; además, ellos mismos, utilizando los medios que su
cargo les proporciona, se dedican a la realización de actividades ilegales.
Los órganos de la aplicación de la ley emiten la mayor parte de sus decisiones bajo el peso del
poder económico y en la fase álgida de la acumulación se establece un verdadero contubernio
entre aquellos y los grupos y bandas que sistemáticamente se dedican a actividades fuera de la
ley.
En suma, el régimen económico político que existe en nuestro país tiene normalmente en sí
mismo a su otro (ilegalidad, corrupción, violencia, etcétera) como un elemento que
necesariamente forma parte de su ser; en las épocas en que ejerce su dominación la oligarquía
mexicana, esos elementos cobran una fuerza descomunal, una potencia mayúscula que hace
crecer inconmensurablemente al otro de la organización capitalista hasta el punto en que
amenaza con literalmente ahogarla en el cieno.
Como lo expresamos en páginas anteriores, el régimen capitalista que existe en nuestro país
tiene como fundamento el interés privado de los individuos que lo integran; esto provoca
necesariamente una virtual guerra ininterrumpida de todos contra todos que se traduce en una
violencia generalizada en el cuerpo social. La implantación del poder de la plutocracia (en
nuestro caso del modelo económico-social neoliberal) agudiza aquel interés privado y lleva
hasta el extremo el odio y la violencia entre todos los integrantes de la sociedad. La violencia, el
odio, la corrupción, etcétera, únicamente podrán desaparecer de entre los miembros de la
sociedad humana cuando se elimine la causa que lo produce, es decir, el interés privado y esto
sólo puede suceder en una sociedad humanizada que, por lo pronto, está muy lejos de poder
implantarse en el mundo.
La virulencia de la lucha de todos contra todos en la sociedad capitalista mexicana está directa
y necesariamente ligada al modelo económico prevaleciente y a la fracción de la burguesía que
se encuentra en el poder. Bajo el dominio de la burguesía media, que preconiza el modelo
económico populista-estatista, la tensión mutua entre todos los miembros de la sociedad
disminuye radicalmente -pero, desde luego, no desaparece- porque se dedican grandes
recursos al impulso de la mediana y la pequeña empresa, lo que incrementa el empleo, se
propicia un salario real elevado y se dedica una gran cantidad de medios para el impulso al
desarrollo de los grupos marginados de la sociedad. Por el contrario, cuando ejerce el poder la
plutocracia dotada de su inevitable modelo económico "neoliberal", se da prioridad a la gran
empresa que es, por definición, repulsora de trabajadores, por lo que el empleo disminuye
drásticamente, se reduce el salario real y se cancela el apoyo a los grupos marginados
sustituyéndolo por la acción de una beneficencia pública cuya única finalidad es mantenerlos
con vida. En estas condiciones, el interés privado se magnifica ya sea por el impulso directo
que le imprime el clima de alta competencia que establece el modelo neoliberal o por la
represión de la satisfacción de las necesidades que es el resultado del desempleo y de la
contracción salarial.

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México, una democracia "bárbara".

Hasta el 31 de diciembre de 1993, la descomposición moral del régimen capitalista mexicano se


había desarrollado de una manera subterránea; la rebelión indígena, el asesinato de Colosio y
el desplome económico de diciembre de 1994 sacaron a la superficie aquella podredumbre que
roía el cuerpo de la sociedad mexicana.
De una manera sistemática se fue poniendo en evidencia la espantosa miseria moral e
intelectual de todos los actores de la vida económica, política y social del país, y así quedó
expuesta en toda su descarnada desnudez.
Los principales protagonistas de esa historia -la plutocracia y su gobierno- quedaron primero
aturdidos por la incredulidad y el asombro y luego adoptaron la cínica postura de trasladar la
culpa de todo al gobierno anterior y de postularse como víctimas inocentes de lo que sucedía y,
desde luego, como los insustituibles restauradores de la economía, la política y la moral del
régimen.
Entre las grandes masas de trabajadores y en las capas inferiores de la pequeña burguesía
urbana, un sordo descontento empezó a madurar al calor de los acontecimientos.
Las condiciones existentes en el país a partir del desplome económico de diciembre de 1994 -la
exposición flagrante de la putrefacción del régimen y de la miseria moral de sus conductores, la
descarada postura del gobierno y la clase social dominante frente a su evidente descomposición
y la creciente ira popular-, estaban hechas como por encargo para sustentar un poderoso
movimiento que culminase con la defenestración de un gobierno corrupto y cínico y su
reemplazo por un gobierno provisional, el enjuiciamiento ante tribunales populares de sus
líderes principales y la proscripción de los Partidos que constituían su basamento social; y todo
esto, no para establecer un nuevo régimen económico-social por medio de la violación de la
legalidad, sino únicamente para reducir a niveles tolerables para el propio capitalismo
mexicano los monstruosos excesos en que había incurrido el neoliberalismo criollo y,
precisamente, para restaurar la legalidad que sistemáticamente éste había ignorado.
La finalidad última de un movimiento así habría sido la sustitución del modelo económico-
social neoliberal por el modelo económico correspondiente a la pequeña y la mediana burguesía
mexicanas, al cual se denomina despectivamente populismo y estatismo.
Esta verdadera insurrección de las fuerzas populares habría puesto los cimientos para una
disminución radical de todas las enfermedades morales de la sociedad mexicana que se
centran en una descomunal violencia física, moral, social, política y económica que domina a la
sociedad mexicana.
Es evidente que la clase social que debería de haber encabezado ese movimiento reivindicatorio
era la burguesía media a través de sus representantes político-intelectuales, el PRD y la
intelectualidad pequeño burguesa de izquierda. Sus motivos para el enfrentamiento abierto a la
plutocracia eran tanto morales como económicos y políticos. La desorbitada acumulación de
capital en las industrias de la oligarquía condujo a la ruina a los medianos y pequeños
productores; la dominación política de los neoliberales mantuvo sistemáticamente fuera del
poder al PRD, la apabullante propaganda ideológica de los tecnócratas acalló las tesis de los
intelectuales de izquierda y los ilegales e inmorales excesos de la oligarquía se cebaron
especialmente en este sector de los empresarios mexicanos.
Pese a todo, la burguesía media, haciendo honor a su verdadera naturaleza de clase timorata y
cobarde, dejó pasar esta oportunidad de oro que la historia le presentaba. En los primeros días
posteriores a la insurrección indígena, y ante la posibilidad de que el gobierno de Carlos
Salinas de Gortari perpetrara un genocidio con los rebeldes, la burguesía media se echó a la
calle en la Ciudad de México y llevó tras de sí a miles de personas para manifestar su oposición
a esa salida de fuerza en el conflicto; este fue el último acto de masas a que apeló la izquierda
mexicana para enfrentar a la plutocracia. De ahí en adelante, y mientras cataclísmicas
convulsiones hacían presa de la sociedad mexicana, su actitud se redujo a contemplar
displicentemente la desintegración y reintegración sucesivas del edificio neoliberal, esperando
que en cada derrumbe el acaso llevara a sus manos las riendas del poder, regodearse con cada
exhibición pública de la miseria moral de la plutocracia y mantenerse dentro de los límites que
ésta le había fijado: la lucha electoral exclusivamente.

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Durante todo el período comprendido entre los primeros días de 1995 y el 6 de julio de 1997, el
esquema descrito en las líneas anteriores se reprodujo reiteradamente: la plutocracia retuvo
férreamente el poder y continuó aplicando sin vacilación alguna la política neoliberal, dando
lugar con ello a la magnificación del proceso de descomposición del cuerpo social; esta clase y
su gobierno siguieron adoptando sucesivamente las posiciones de asombro, cinismo y gallardía
reivindicatoria ante la catástrofe económica, política, social y moral por ellos mismos generada;
la burguesía media concentró todos sus esfuerzos en las contiendas electorales que se
presentaron; los trabajadores y las capas inferiores de la pequeña burguesía fueron pasando
del descontento y la indignación a una resignada contemplación del espectáculo tragicómico
que sin solución de continuidad escenificaba la plutocracia.
A lo largo de los tres últimos años del período considerado, la estrategia de la plutocracia se
cifró en evitar a toda costa el estallido popular que parecía ser la inevitable salida de la crisis
total del capitalismo mexicano; fue por ello que utilizó todo su poder para encaminar el
movimiento político de la sociedad mexicana por la vía electoral, senda por la cual llevó de la
mano a todas las fuerzas políticas del país.
Es precisamente este proceso al que grandilocuentemente se califica como democrático. Y sí lo
es, en realidad: una típica democracia burguesa que resuma sangre y cieno por todos sus
poros, un acuerdo vergonzoso entre la plutocracia y la burguesía media que tiene como
propósito y resultado mantener en pié a ese monstruo, lleno de pústulas por las que mana a
chorro lleno la podredumbre que surge de una fuente interna inagotable, que es la estructura
económico-político-social neoliberal, a la cual unos tratan de conservar en todo su actual
"esplendor" y los otros pretenden reformar con el fin de reducir sus vergonzosas demasías y, en
el largo plazo, formar, con el mismo cieno, otro modelo económico-político-social hermano
gemelo del que actualmente prevalece.
Los resultados de las elecciones de julio de 1997 pueden resumirse en los siguientes términos:
permitieron que la plutocracia y su gobierno, en lugar de haber sido despojados del poder,
sometidos a juicio y proscritos de la vida pública, conservaran el núcleo fundamental del poder
económico-político, que siguiera con vida, desarrollándose venturosamente, exhibiendo con
obscenidad todas sus excrecencias, ese Cuasimodo económico-social que es el modelo de
sociedad forjado por aquellos, que la burguesía media se despojara por completo de cualquier
pretensión radical, adquiriese una porción del poder que le permitiera, en un edificante juego
parlamentario, maquillar la epidermis del monstruo social neoliberal y, tal vez, en el muy largo
plazo, metamorfosearlo en el otro que contiene en sí mismo, en el neopopulismo, y que se
cercenara de tajo el ímpetu reivindicativo del proletariado y de las capas inferiores de la
pequeña burguesía, anulando por completo su espíritu de lucha, dejándolos reducidos a meros
observadores del denigrante espectáculo democrático-electoral montado por las clases
poseedoras o, en el mejor de los casos, a útiles comparsas del mismo.
No es nada fortuito el que todos los vicios y los males del modelo neoliberal se hayan
centuplicado inmediatamente después de las elecciones de julio; con la carta blanca que la
oposición le extendió al abandonar sus posiciones radicales, la plutocracia y su gobierno
pudieron seguir adelante con sus políticas económicas fundamentales y de esa manera dieron
un nuevo y mayúsculo empuje a todos los fenómenos disolventes que ya hemos considerado,
principalmente a la miseria, la violencia, el despojo y la corrupción. Atenido a sus principios
fundamentales, el gobierno neoliberal, empecinado en no abandonarlos en nada ni por nada,
prefirió incrementar los gastos en la beneficencia y la seguridad públicas mucho más allá de
los montos que hubieran sido necesarios para impulsar la pequeña y la mediana industria y el
desarrollo de los grupos marginados hasta el punto en que restituyeran la miseria y la violencia
a sus niveles mínimos, con el resultado previsible de hacer crecer inmoderadamente lo que se
trataba de eliminar.

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Segunda parte

La cúspide del neoliberalismo.

En lo que antecede hemos tenido la oportunidad de admirar la joya que corona al modelo
neoliberal: la miseria moral más escandalosa, antes jamás conocida por la sociedad mexicana,
que es la sustancia nutriente de la "democracia bárbara", de la que en esta etapa se colocan
los más fuertes cimientos en la sociedad mexicana, una democracia que, como hemos dicho,
rezuma podredumbre y cieno por todos sus poros.
En las páginas siguientes, consideraremos todo el proceso económico y político que dio lugar al
nacimiento y desarrollo del régimen de la plutocracia mexicana.
Aunque las bases del llamado modelo neoliberal se habían colocado desde el período de
gobierno de Miguel de la Madrid, sin embargo, no es sino hasta que sube al poder Salinas de
Gortari cuando aquel se implanta en toda su extensión.

El Programa de gobierno de Salinas de Gortari

Tres grandes acuerdos propuestos al pueblo de México constituyeron la columna vertebral del
programa de Salinas de Gortari para los seis años de su gobierno: Acuerdo nacional para la
ampliación de la vida democrática, Acuerdo nacional para la recuperación económica y la
estabilidad y Acuerdo nacional para el mejoramiento productivo del bienestar nacional.

Acuerdo nacional para la ampliación de la vida democrática.

El objetivo fundamental de este acuerdo era dar cauce legal a las nuevas corrientes políticas
que habían surgido en el país; para ello, Salinas de Gortari propuso la reforma del Código
Federal Electoral, pues reconoció que éste, tal como en ese entonces se encontraba, no
proporcionaba seguridad ni transparencia en los resultados electorales.
El gobierno mexicano y su partido político fueron, a partir de la década de los 30, la expresión
política de la totalidad del régimen económico existente en nuestro país; la base económica
estaba formada por dos sectores: el de las grandes empresas agrícolas, industriales y
comerciales propiedad de la oligarquía y el de las pequeñas y medianas empresas que
pertenecían a los empresarios "progresistas" o "nacionalistas", como ellos gustan de llamarse;
estos dos sectores se desenvolvían en un proceso de mutua complementación (se engendraban
uno al otro) y de recíproca oposición (la afirmación de uno se realizaba a través de la negación
del otro) y ambos tenían como fundamento la explotación del trabajo asalariado.
Los funcionarios públicos y los líderes partidistas debieron adoptar una doble naturaleza, una
tortuosa personalidad que servía igualmente a los intereses de uno y otro sector, alternada o
simultáneamente, según las circunstancias; en sus nobles pechos anidaban dos almas: la de la
llamada oligarquía y la de los "nacionalistas progresistas". Así, hemos visto en la historia
reciente de nuestro país a las condiciones económicas llevar a un hombre público a
desempeñarse como ejecutor implacable de una política antidemocrática y represiva en
beneficio de la oligarquía y convertirlo posteriormente en el abanderado de los intereses más
radicales de los liberales progresistas y, al contrario, al realizador de la política extremista de
éstos en el conductor del crecimiento desbordado de aquella.

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Esta doble naturaleza del gobierno y de su partido fue por largo tiempo la forma apropiada
para el adelanto económico y político de nuestro país; en los años anteriores al gobierno de
Salinas de Gortari, sin embargo, ella había consumido ya todas sus posibilidades y constituía
una valla para el libre juego entre los dos sectores de la economía mexicana. La vida política
del país era ya un verdadero nido de contradicciones e incongruencias, de indefiniciones e
irresponsabilidad, de tal suerte que, como en el caso de Salinas de Gortari, el coautor de la
política económica que se estrelló violentamente en repetidas ocasiones contra la realidad sin
lograr hacer mella siquiera en su epidermis, fue escogido para prolongar su intento por seis
años más.
La causa principal de esta situación era la misma que la de la crisis económica por la que
atravesaba la economía mexicana: la agonía de un "modelo" basado en la exportación de
materias primas y energéticos y lo largo y penoso del camino hacia otro sustentado en la
exportación de manufacturas. La extensa crisis de cambio hizo imposible la expedita
alternancia entre los dos sectores de la economía mexicana y la pequeña y mediana industria y
los trabajadores se vieron sometidos a una devastación a la cual no se le avizoraba el fin.
Imposibilitados de satisfacer sus necesidades más imperiosas dentro del gobierno y el partido
de los cuales hasta ahí habían formado parte, los liberales progresistas se separan de ellos
abruptamente buscando por una vía independiente y en oposición abierta y desafiante a la
oligarquía la plena realización de sus demandas.
En el proceso electoral, en el que participaron con un candidato propio a la Presidencia de la
República, fueron aglutinando en torno a sí a un grupo de partidos de izquierda, a distintas
organizaciones de masas, grupos sociales descontentos, etcétera, hasta llegar a las elecciones
de julio de 1988.
La nueva fuerza política que de aquí surgió fue la expresión abierta y franca del segundo sector
de la economía mexicana y englobó a las diferentes corrientes políticas que representaban a
sus distintos componentes: algunos sectores de los trabajadores rurales y urbanos, los
pequeños y medianos productores y una buena parte de la intelectualidad; su constitución
como fuerza independiente era el medio a través del cual la economía mexicana intentaba
recobrar la fluidez de las relaciones entre sus dos sectores fundamentales.
La superestructura política que correspondía a la base de la economía mexicana quedó
compuesta como sigue: Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional, que representaba al
segundo sector de la economía nacional; PRI, a la oligarquía mexicana; y PAN, a la parte más
radical de la propia oligarquía.
En el programa económico de Salinas de Gortari se daba, como veremos más adelante, el lugar
primordial a la exigencia impostergable de reanudar el crecimiento con estabilidad. Para lograr
lo primero era absolutamente necesario que la economía mexicana conquistase una nueva
posición en la economía internacional, pasando de ser un país exportador de materias primas a
otro que exportara productos manufacturados; la gigantesca transformación de la estructura
industrial interna que ello implicaba sólo podía ser obra de los grandes consorcios nacionales y
de las empresas transnacionales, los cuales también eran los únicos que podían colocar los
productos mexicanos en los mercados internacionales, sometidos a intensa competencia.
Alcanzar y mantener la estabilidad hacía necesario un ahondamiento de la política de
contracción del gasto público y, por tanto, una reducción considerable de las funciones del
estado mexicano, el cual se concretaría así solamente a mantener el marco general para que
fuese la inversión privada nacional y extranjera la que asumiera el papel de motor de la nueva
etapa de existencia de la economía nacional.
De esta manera, el crecimiento con estabilidad tendría como base necesaria el desarrollo
libérrimo (ante la abdicación por el Estado a una gran parte de sus funciones) del sector
económico de la oligarquía. Contrasta notablemente este "modelo" con el que se siguió en el
sexenio de López Portillo: durante la fase de auge de este período fue el Estado el que arrastró
tras de sí a la oligarquía a una orgía de inversión sin medida.
El crecimiento con estabilidad llevaría entonces, por fuerza, al desarrollo del sector económico
de la oligarquía nacional; y no a cualquier tipo de desarrollo, sino a uno de tan extraordinarias
dimensiones que hiciera posible el cambio cualitativo que se pretendía en la economía
nacional.

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Es evidente que en estas condiciones se produciría una superlativa concentración de capital y
la pequeña y mediana producción y los trabajadores mexicanos sufrirían nuevos y más
violentos embates de una oligarquía enseñoreada de las fuerzas económicas.
En las elecciones de 1988, la oposición cardenista había dado un buen sobresalto a los
representantes de la oligarquía que se aprestaban a tomar el poder en sus manos. La
realización del programa económico de Salinas requería que esa agresiva oposición fuese
reducida a su mínima expresión, para evitar que pudiera entorpecer o detener el proyecto
económico del sector I. Ante estas circunstancias, el gobierno salinista diseñó su política
electoral para el sexenio, la cual se cifraba en los siguientes puntos: 1o. pequeños y dosificados
cambios en la legislación y la práctica electorales para introducir una mínima apariencia de
democracia en el proceso de elección de los funcionarios públicos; de esta manera se creaba la
vía por la cual se obligaba a transitar a la oposición cardenista hacia el corazón de la
maquinaria electoral, que permanecía intangible, en donde quedaba a merced de las decisiones
gubernamentales; 2o. compra de los dirigentes de la oposición cardenista, infiltración de
agentes para producir en ella la división interna, ataque a los líderes sindicales que le
mostraban simpatía o le daban su apoyo, programas de "ayuda" a los grupos marginados con
el fin de sustraerlos de su influencia y, en última instancia, la represión violenta para ser
usada cuando la oposición de izquierda rebasase el marco que le había sido fijado por la ley,
todo esto con la finalidad de nulificar la corriente cardenista; 3o. virtual exhumación del
panismo, que constituye la oposición de derecha y, por tanto, una parte integrante de la
oligarquía, por el momento opuesta a ella por cuestiones circunstanciales, para insuflarle
nueva vida con el propósito de crear una fuerza política que, dando la impresión de ser una
verdadera oposición surgida de un proceso "democrático", enfrentara a la oposición de
izquierda y redujese sustancialmente su campo de acción.
Al fin, todas las expectativa de la "reforma electoral" salinista se cumplieron cabalmente a lo
largo del sexenio: la oposición de izquierda (sector II de los capitalistas mexicanos) fue
domesticada, sometida a las reglas del juego electoral definidas por el gobierno de I y recortada
sensiblemente su magnitud numérica y política; por otro lado, la "oposición" de derecha recibió
un fuerte impulso gubernamental, de tal suerte que creció en una forma vertiginosa, llegando
incluso a "ganar" varias gubernaturas estatales, múltiples escaños en el Congreso Federal y en
los Congresos Estatales, decenas de presidencias municipales, etcétera.
En el segundo año de gobierno de Salinas de Gortari, después de una breve exploración de la
posibilidad de dirigir el comercio exterior hacia la cuenca del pacífico, se decidió orientarlo en
su totalidad a los Estados Unidos, para lo cual se empezó a negociar un Tratado Comercial con
esa nación y con Canadá. Para que la opinión pública norteamericana pudiera aceptar lo que
sería una fusión comercial con nuestro país, era necesario acabar, entre otras cosas, con la
imagen de absoluta falta de democracia que México proyectaba ante el mundo; de esta
necesidad imperiosa surgió otro empuje poderoso de parte del gobierno para la oposición
panista que la llevó a niveles a los cuales ni en sus más ambiciosos sueños se había visto
llegar.

Acuerdo para la recuperación económica y la estabilidad

La propuesta principal que en materia económica hizo Salinas de Gortari al pueblo de México
fue la de concertar un acuerdo para la reanudación del crecimiento con estabilidad.
Conforme a ella, el crecimiento económico sería logrado por medio del aumento de las
exportaciones no petroleras (manufacturas principalmente) y la reactivación del mercado
interno; la estabilidad significaría la conservación del crecimiento de los precios (incluido el de
la fuerza de trabajo) en sus niveles mínimos.
Una vez que se hubiese logrado la recuperación, pero sólo entonces, se incrementarían el
empleo y el poder adquisitivo de los trabajadores.
Para lograr el crecimiento con estabilidad, según esta proposición, se requería de una
redefinición de las relaciones entre el Estado y los particulares, conforme a la cual aquel
reduciría su campo de acción (y con ello su inversión) a lo estrictamente necesario para
mantener las condiciones generales de existencia del régimen económico y los segundos

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tendrían a su disposición toda la esfera económica; la fuerza impelente de la economía
mexicana lo sería la inversión privada nacional y extranjera.

El arreglo de la deuda externa.

El crecimiento con estabilidad sólo era posible, conforme a la invitación del gobierno salinista,
si se reducían las transferencias de recursos al exterior por concepto de pago de los intereses y
el principal de la deuda externa. Por tanto, antes de atacar a fondo los problemas económicos
con el fin de alcanzar aquellas metas planteadas, era necesario el arreglo de la deuda externa
para reducir su monto y recalendarizar su pago, de tal manera que fuese menor la
transferencia neta de recursos al exterior y nuestra economía pudiera crecer de una manera
sostenida.
Y ya que la renegociación de la deuda externa sería un proceso largo y complicado, mientras
esto se lograba se "sugería" al pueblo de México un período de transición que abarcaría
tentativamente el primer semestre de 1989, durante el cual se deberían hacer esfuerzos
adicionales para evitar una recaída de la economía en la crisis, lo cual dificultaría la
negociación de la deuda externa.

La sustitución de exportaciones.

La transformación de la estructura industrial para convertir a nuestro país en exportador de


manufacturas era el centro de gravitación de la nueva estrategia propuesta por Carlos Salinas
de Gortari.
En los veinte años anteriores, una gran cantidad de países de los llamados subdesarrollados o
en vías de desarrollo (México entre ellos) habían madurado en tal forma que estaban ya a las
puertas de un gran cambio de su estructura productiva y de sus conexiones con la economía
mundial. Su modo de producción se basaba en la exportación de materias primas, energéticos
y en general de bienes no elaborados a cambio de los cuales recibían de los países
desarrollados productos manufacturados, tecnología y capital. En torno a este núcleo se formó
la industria nacional de esos países a través de la sustitución de importaciones de bienes de
consumo tradicionales principalmente. Este modo de producción llegó al término de sus
posibilidades y al mismo tiempo generó los gérmenes de una forma superior del régimen
económico. En primer lugar, habían surgido y se fortalecieron grandes consorcios industriales,
comerciales y financieros que pugnaban por salir de los estrechos marcos de la economía
basada en la exportación de bienes primarios y la sustitución de importaciones de bienes de
consumo tradicionales; sus recursos apuntaban ya hacia nuevas áreas como las de producción
de bienes de consumo que incorporan las tecnología de punta, maquinaria, equipo y tecnología
modernos y la exportación de bienes manufacturados. En segundo lugar, el enlace básico de
comercio exterior arriba señalado constituía ya una traba para el avance de las economías
nacionales porque, por una parte los mercados de materias primas y energéticos estaban
abarrotados de productores y en consecuencia los precios reales se encontraban siempre
abatidos; por otra, la producción de bienes primarios utiliza maquinaria, tecnología y mano de
obra de segundo y tercer órdenes, por lo que el valor agregado por estos conceptos es
sumamente bajo y, además, este patrón tecnológico de producción se impone necesariamente
al resto de las ramas productivas, manteniéndolas en el atraso.
Cada intento de las economías nacionales para dar ese gran salto adelante que consiste en el
establecimiento de una industria nacional que produzca bienes de consumo, maquinaria y
equipo de factura moderna que se anexen las tecnologías más recientes, se había visto
frustrado por el impedimento que representaba la vieja relación de intercambio con el mercado
mundial; esta pugna entre dos factores opuestos condujo fatalmente a las crisis periódicas en
que vivieron estos países durante los últimos años y que habían devenido en una honda crisis
sin solución de continuidad.
En nuestro país se dio, en una forma clásica, este proceso descrito. Durante el sexenio de
López Portillo, la oligarquía hizo el último y más grandioso esfuerzo para modificar la
estructura productiva del país basándose en la producción para el mercado mundial de un

20
producto no elaborado, en este caso el petróleo; el resultado es de sobra conocido: el país se
hundió en la más profunda crisis jamás vivida anteriormente.
Esta crisis puso claramente de relieve ante nuestros gobernantes la necesidad del cambio
estructural de la economía mexicana para llevarla a un nuevo acoplamiento con la economía
mundial y de esta manera hacerla ingresar plenamente a la modernización tecnológica.

El cambio estructural en el gobierno de Miguel de la Madrid.

El gobierno de Miguel de la Madrid colocó en su programa de gobierno estas exigencias de la


realidad económica inmediatamente detrás de las tareas del pago de la deuda y de la defensa
de la planta productiva y del nivel de vida de los trabajadores de los embates de la crisis. En
primer lugar, dio aliento a las exportaciones no petroleras: éstas crecieron en una buena
medida durante el sexenio, pero no como resultado de la transformación industrial, que no la
hubo, sino de la subvaluación de nuestra moneda, lo cual abarató nuestras mercancías en el
exterior; quiere esto decir que el auge de las exportaciones no petroleras se logró
principalmente con base en la vieja estructura industrial del país y sin cambiar en nada la
relación con la economía mundial, sino solamente trasladando el peso de las exportaciones
desde el petróleo hacia otros productos tradicionales; en el último año del sexenio, bajo la
vigencia del Pacto de Solidaridad Económica, la subvaluación de nuestra moneda se redujo
hasta casi desaparecer a causa del mantenimiento de la paridad cambiaria en un monto fijo,
por lo que también disminuyó el incentivo a las exportaciones no petroleras. En segundo lugar,
intentó seriamente cambiar la estructura productiva del país; hubo toda una cruzada a favor
de la "reconversión industrial", es decir, de la asociación a los procesos productivos de la
maquinaria y la tecnología modernos y se produjo un virtual desmantelamiento de la vieja
estructura industrial, requisito indispensable para el advenimiento de la modernidad
tecnológica, por medio de la apertura comercial al exterior que fue el resultado del ingreso de
nuestro país al GATT. Sin embargo, los intentos en este sentido toparon con dos
infranqueables barreras: la deuda externa, que absorbía los recursos necesarios para la
inversión en la modernización, y las crisis reiteradas que se presentaron a lo largo del sexenio
hasta desembocar en la crisis mayor de 1987.

El Programa Inmediato de Reordenación Económica.

En los dos primeros años de gobierno de Miguel de la Madrid la economía discurrió bajo los
lineamientos del PIRE (Programa Inmediato de Reordenación Económica). Este programa de
transición tenía como finalidad detener la marcha avasalladora de la crisis y sentar los
cimientos para el posterior cambio estructural y el crecimiento económico; sus bases de
sustentación eran: a) el arreglo logrado de la deuda externa para moderar los pagos por
concepto de capital e intereses y b) la estabilidad del mercado mundial del petróleo, recobrada
después del desplome de precios ocurrido en l982.
Actuando en el sentido en que la realidad económica lo exigía, en esos dos años el gobierno
logró detener el anterior acrecentamiento desordenado de sí mismo y de la oligarquía,
conservar la planta productiva sin que sufriera un grave daño, mantener con vida y en un alto
nivel de ocupación (dentro de las limitaciones impuestas por la crisis) a los trabajadores
mexicanos e incluso dar un modesto empuje a la industria ligera (pequeñas y medianas
empresas propiedad de los empresarios liberales); el gasto público, que constituyó la fuerza
motriz del crecimiento extremo registrado durante el sexenio de López Portillo, fue
drásticamente restringido y enfilado hacia las nuevas prioridades ya señaladas. Para 1984, el
gobierno creía tener el control de la economía en sus manos y se dispuso a afrontar nuevos
retos: decidió dar un mayúsculo ímpetu al crecimiento económico basado en las exportaciones
y promover el cambio estructural (reconversión industrial) incrementando para ello el gasto
público y liberalizando el crédito. Se inició así una pequeña etapa de auge económico que
abarcó el período comprendido entre finales de 1984 y principios de 1985.

La primera crisis económica del gobierno de De la Madrid.

21
Al tiempo que el gobierno "soltaba el freno" de la economía, en el mercado mundial se inició un
nuevo descenso del precio del petróleo. El exceso de demanda proveniente de la expansión del
gasto público y la mengua de los ingresos del exterior por la baja del precio del petróleo que
obligaba a ampliar el déficit presupuestal y a financiarlo con créditos internos, provocaron un
nuevo repunte de la inflación; el incremento de los precios dio lugar a una demanda inusitada
de moneda extranjera que, ante la caída de los ingresos de divisas, tomó proporciones
alarmantes y amenazó con agotar las reservas nacionales; el gobierno mexicano decidió
devaluar, con lo cual desencadenó la primera crisis de ese sexenio: la devaluación produjo una
inflación mucho mayor, desconfianza de los inversionistas, fuga de capitales, etcétera,
colocándose el país al borde de la quiebra.
El gobierno, puesto de rodillas por la embestida de las fuerzas económicas que él mismo había
desatado, hubo de tomar medidas de emergencia basadas en dos puntos esenciales:
acortamiento del gasto público en una gran magnitud (se despidieron incluso varios miles de
burócratas) y equilibrio de las finanzas por medio de la elevación de los precios de sus bienes y
servicios, lo que propició una nueva escalada inflacionaria.
Esta reaparición de la crisis ocasionó que la economía mexicana retornase casi al mismo lugar
de donde había partido al inicio del sexenio; todo lo que se había logrado en materia de
crecimiento y cambio estructural en el pequeño período de esplendor, e incluso una buena
parte de lo que se había hecho para la conservación de la planta productiva y del empleo,
fueron barridos por la fuerza destructora de la crisis; el Estado abandonó su política
expansionista y volvió al camino primitivo del PIRE.
Es de notarse que fue la propia acción del Estado, por intermedio del gasto público, la que
puso en marcha el mecanismo que ineluctablemente llevó a la economía mexicana de nueva
cuenta a la crisis.
El crecimiento económico y el cambio estructural fueron abortados a causa de: (a) una deuda
externa aún demasiado grande, que no dejaba suficientes recursos libres; (b) la dependencia de
la economía de los ingresos de divisas por las ventas de petróleo, las cuales, a su vez, estaban
sujetas a un mercado mundial impredecible para efectos prácticos (es decir, que seguía en pié
la relación primitiva de intercambio con la economía mundial); (c) lo reducido de los excedentes
que la propia economía mexicana podía generar aún en las mejores condiciones y, por lo tanto,
la falta de recursos externos cuantiosos que dieran la impulsión definitiva a la renovación
industrial y (d) la relación "perversa" entre el gobierno y la economía, conforme a la cual toda
acción del primero producía, después de un pequeño efecto positivo, una reacción violenta de
las fuerzas económicas.

Amenaza de una nueva crisis; otra vez la deuda externa al primer plano.

A lo largo de 1985 hubo una cierta estabilidad en el mercado petrolero que llevó un poco de
sosiego al gobierno de Miguel de la Madrid; sin embargo, durante el primer semestre de 1986
se produjo una caída vertical de los precios del petróleo en el mercado mundial que trajo otra
vez a primer plano todos los problemas de la economía mexicana.
Temeroso ante una situación cuyo desenlace funesto presentía (reducción de ingresos
petroleros, demanda excesiva de dólares, devaluación, inflación, fuga de capitales, etcétera), el
gobierno mexicano inició una campaña para convencer a la banca internacional de que los
males de su economía provenían de una deuda externa asfixiante, un mercado petrolero
errático y la falta de recursos frescos que ella se había negado sistemáticamente a
proporcionar.
El antaño cumplido deudor amenazaba ahora a sus acreedores con la moratoria y les advertía
que sólo iba a pagar con los recursos que excediesen un crecimiento determinado de su
economía.
Esta nueva postura del gobierno mexicano hizo venir a sus acreedores a la mesa de las
negociaciones. Se obtuvo con ellos un acuerdo por el cual se concedieron plazos más largos
para el pago de la deuda, tasas de interés más bajas, nuevos préstamos para la liquidación de
los intereses causados, préstamos de contingencia ligados a las variaciones del precio del

22
petróleo y recursos frescos para el apoyo a la transformación estructural de la industria
nacional.
Este acuerdo con la banca internacional no contemplaba un recorte del gasto público del
gobierno mexicano sino, más bien, tenía como propósito esencial permitir que éste se
mantuviera en los mismos niveles, e incluso aumentara, con el fin de inducir el crecimiento
económico. Es precisamente en esta época cuando nuestro gobierno, para defenderse de las
presiones de los organismos internacionales (FMI, etcétera) por medio de los cuales se
pretendía obligarlo a contraer su gasto, inventó y defendió los conceptos de superávit y déficit
primarios, que eran los que resultaban de la equiparación de ingresos y gastos
gubernamentales antes del pago del servicio de la deuda; en este sentido, nuestro país tenía
entonces un considerable "superávit primario" y no procedían por tanto las exigencias del FMI
y otros organismos financieros en el sentido de que México redujera su gasto público como
condición para recibir los voluminosos préstamos que se le habían prometido.
El acuerdo al que llegó nuestro país con la banca internacional se concretó en el segundo
semestre de 1986; en él se ponían bajo control 3 de los principales obstáculos para el
crecimiento y el cambio estructural de la economía mexicana: la deuda externa, los efectos de
los cambios en el precio internacional del petróleo y la falta de recursos frescos; sin embargo,
permanecía sin alterar el alto monto del gasto público que se escondía tras el eufemismo del
"superávit primario" y el Estado seguía considerándose a sí mismo como el promotor
indispensable del crecimiento económico.
El gobierno mexicano se vio de nuevo como el director del proceso económico y se propuso
llevarlo por la senda del crecimiento. Para ello puso en marcha un programa cuyos puntos
esenciales ya enumeramos en el capítulo anterior y que tenía como piedra de toque el impulso
a la bolsa de valores como fuente principal de financiamiento de la industria nacional;
comprendía, además de las tareas básicas de conservación de la planta productiva y del
empleo y del apoyo a la industria ligera, también el congelamiento de las reservas de moneda
extranjera, la apertura comercial al exterior, un aumento menor de los precios de los bienes y
servicios del estado que el de los de la generalidad de las mercancías y servicios, la
subvaluación de la moneda nacional frente al dólar y el fomento de las exportaciones no
petroleras.

La enésima crisis de la economía mexicana.

En primera instancia, estas medidas dieron los resultados queridos, pero al mismo tiempo
desarrollaron su negatividad y se transformaron en su contrario; la bolsa, precisamente pasó
de ser la fuente de financiamiento para el crecimiento de la industria a constituir el centro de
la especulación más descarada hasta que sobrevino inevitablemente su colapso. El crack de la
bolsa desencadenó una nueva crisis que presentó las mismas características tradicionales:
devaluación, inflación, fuga de capitales, recesión económica, etcétera.
Una vez más abortó el intento de iniciar la metamorfosis estructural de la economía; la
industria ligera propiedad de la burguesía liberal fue llevada a la quiebra económica e incluso
se vio afectada seriamente la política de conservación de la planta productiva y del empleo; las
condiciones de vida de los trabajadores descendieron en una gran proporción.
Y todo este movimiento tenía su origen, como ya lo hemos señalado, en el alto monto del gasto
público y en la insistencia del Estado en ser el propulsor del crecimiento económico.
La enésima crisis de la economía mexicana dejó al descubierto, una vez que todos los demás
elementos habían quedado bajo control, que el obstáculo principal para el crecimiento
económico lo constituían el gasto público excesivo y la participación del Estado en la economía.

Los programas económicos de choque.

El gobierno mexicano se vio ante la necesidad de imponer un programa económico de choque


con las siguientes características fundamentales: (a) corte radical del gasto público y
desincorporación de empresas no estratégicas ni prioritarias (este era el eje en torno al cual
giraba toda la política económica de choque), (b) despido de trabajadores estatales, (c)

23
reducción del salario real de los obreros mexicanos, (d) concertación con los demás sectores
sociales (porque en lo que respecta a los trabajadores era una imposición pura y simple) para
obtener su cooperación y mantener así la estabilidad de precios; (e) conservación del tipo de
cambio en un nivel fijo para de esta manera evitar las presiones inflacionarias provenientes del
encarecimiento de las importaciones. Como este programa de choque era muy vulnerable a los
ataques especulativos, las grandes reservas en moneda extranjera que se habían formado con
los préstamos y otros tipos de ingresos (repatriación de capitales, exportaciones, etcétera)
quedaron inmovilizados como tales para que la economía pudiese resistir cualquier acometida
de la especulación, por violenta que pudiera ser.
Durante todo el año de 1988 se aplicó con éxito el programa de choque; a lo largo de este
período el Estado mexicano fue tomando conciencia de lo que para él constituía un doloroso
hecho: que la única manera de que se realizara aquello que tanto anhelaba, el crecimiento
económico, era precisamente abandonando los intentos de hacerlo y dejando este trabajo al
libre juego de los poderes económicos.
Al asumir el poder Salinas de Gortari se encontró con que el propio movimiento económico
había puesto de relieve el meollo del problema y brindaba también los elementos de su
solución: para lograr el cambio estructural y el crecimiento económico con estabilidad era
absolutamente necesario que el Estado se acortase a su más mínima expresión, que
disminuyese su gasto a lo más indispensable y que sus funciones fuesen sólo aquellas que
mantuvieran las condiciones generales de existencia del régimen económico; por contrapartida,
el capital privado nacional y extranjero debería tomar en sus manos la dirección de la
economía del país en esta su nueva etapa de vida.

Los primeros pasos de Salinas de Gortari.

El gobierno de Salinas de Gortari recibió la economía en una situación estable; su primer


quehacer consistió en mantener la estabilidad, por lo que prolongó el Plan de Choque con sus
características fundamentales a todo lo largo del sexenio.
La última crisis puso en evidencia la parquedad, a pesar de su gran tamaño, de los recursos
obtenidos en la anterior negociación con la banca y los organismos financieros internacionales;
cuantiosos como eran, apenas sí alcanzaron para refinanciar la deuda, cubrir el descenso de
los precios del petróleo y garantizar bajo la forma de reservas la viabilidad del Plan de Choque,
por lo que no hubo después ya nada disponible para financiar el crecimiento económico;
además, quedó perfectamente claro que ese mecanismo llevaba indefectiblemente al aumento
geométrico de la deuda (era la aplicación estricta del Plan Baker: más deuda para pagar la
deuda), la que seguía pesando sobre la economía como una rueda de molino atada al cuello. La
segunda faena en importancia del gobierno de Salinas de Gortari consistía en la renegociación
de la deuda externa para reducirla en un gran volumen y así poder obtener recursos
verdaderamente frescos, es decir, que no constituyesen una nueva adición a la deuda
existente, que serían aplicados al crecimiento económico y al cambio estructural; es por eso
que fue desempolvada aquella postura agresiva de junio de 1986 que se sintetizaba en la frase:
sólo pagamos si crecemos.

La naturaleza de la deuda externa.

La deuda externa constituía un problema entre dos sectores de la economía mundial: los
países subdesarrollados y los países desarrollados.
La deuda externa fue el vehículo para llevar hasta sus últimas consecuencias la correlación
primitiva entre los países desarrollados y de menor desarrollo económico, la cual se basaba en
el intercambio de materias primas y energéticos por manufacturas, bienes de capital y
tecnología; al tiempo que producía las premisas para otra relación más alta, se convirtió en un
estorbo insuperable para establecerla: impidió la transformación industrial de los países
periféricos para llegar a ser proveedores de manufacturas para el mercado mundial y, al hacer
crecer excesivamente al capital financiero internacional, de tal manera que devino en capital

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usurario, obstaculizó la acción del capital comercial e industrial metropolitano en los países
subdesarrollados encaminada a establecer la nueva forma de intercambio.
La reducción de la deuda externa era, entonces, una necesidad imperiosa de la economía
internacional para dar el paso a un nuevo enlazamiento entre sus dos sectores: los países
altamente desarrollados y los países en vías de desarrollo; en tanto estos pasarían a ser
productores de manufacturas para el mercado mundial, aquellos se perfeccionarían en la
producción para ese mismo mercado de la maquinaria, equipo y tecnología más modernos y de
bienes de consumo altamente sofisticados. En la reducción de la deuda estaban interesados,
en primer lugar, los propios países deudores y, en segundo, el capital comercial e industrial de
los países acreedores, que tendrían así en aquellos vía libre para su expansión; el obstáculo
principal lo era el capital financiero internacional, la plutocracia de la plutocracia, que se
mostraba reacio a ver reducidas en lo más mínimo sus fabulosas ganancias usurarias.

El arreglo de la deuda externa; Salinas emerge como líder internacional.

El arreglo de la deuda externa de nuestro país se produjo en julio de 1989, al llegarse a un


acuerdo con los acreedores por el cual se reducía sensiblemente la deuda, se hacían más
cómodos los plazos de pago y se disminuían las tasas de interés.
Lo característico de todo esto es el papel que desde entonces empieza a desempeñar Salinas de
Gortari en los foros internacionales; literalmente es la mano de gato que le saca las castañas
del fuego a la plutocracia norteamericana. En este caso concreto fue utilizado por la oligarquía
norteamericana como marioneta amenazante (cuya fuerza provenía de su manipulador que se
escondía detrás del escenario, pero que sin embargo a propósito dejaba ver algo de sí con la
finalidad de que todos supieran quien era el que realmente hablaba) para obligar al capital
usurario internacional a reducir sus pretensiones y dejar libre el paso al capital financiero,
industrial y comercial internacionales, liderados por la plutocracia norteamericana, hacia la
nueva fase de la economía, cuyas características esenciales ya hemos enunciado.
El homúnculo fue insuflado por el capital internacional de una suma de virtudes que no eran
sino las mismas potencias de la plutocracia mundial concentradas ahora en su peón de brega;
en la superficie de las cosas aparecía como si Salinas de Gortari fuese el poseedor de una
capacidad innata que lo convertía en el dominador personal de las fuerzas oscuras de la
economía internacional. Más tarde veremos cómo, cuando el personero de la burguesía
internacional se acerca peligrosamente al fracaso en la gestión de los asuntos de sus
mandantes, éstos lo hacen bruscamente a un lado y toman en sus manos la conducción de
aquellos para llevarlos a feliz término; tal sucedió en la fase final de la aprobación del Tratado
de Libre Comercio, cuando todas las acciones del gobierno mexicano desembocaban
irremediablemente en el incremento geométrico de la oposición al mismo.

El cambio estructural.

Una vez alcanzado el arreglo de la deuda externa, quedó despejado el camino para que la
economía mexicana entrase de lleno a la realización del cambio estructural que la convertiría
en exportadora de manufacturas, lo cual requería su inserción en la nueva división
internacional del trabajo que se estaba gestando en el mercado mundial.
El capitalismo internacional, después de ajustar cuentas con su voraz hermano, el capital
especulativo internacional, al obligarlo a contenerse dentro de límites razonables a través de
arreglos de la deuda de los países de menor desarrollo económico, entró de lleno a la
estructuración del nuevo modelo económico cuyos gérmenes habían empezado a gestarse en la
fase previa. Llegaba a su fin la llamada sociedad del “bienestar” y empezaba la era del
capitalismo de consumo.

La nueva división internacional del trabajo

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El superlativo desarrollo de la industria productora de bienes y servicios de consumo que se
registró a partir de la década de los 80 del siglo pasado fomentó el establecimiento de una
nueva división internacional del trabajo.
En los países altamente desarrollados se produjo un cambio radical en su estructura
industrial; su antigua planta productiva se transformó para adaptarse a las exigencias de la
sociedad de consumo: con base en una modernísima tecnología, cuyo núcleo son los adelantos
de la cibernética y otras ramas afines, la producción de medios de producción destinados a la
industria de bienes de consumo y a la misma industria productora de bienes de producción
recibió un impulso poderosísimo; la ciencia y la tecnología tuvieron un imponente adelanto que
las condujo hasta niveles sorprendentes; la producción de bienes de consumo extremadamente
sofisticados recibió un fortísimo empuje.
Las empresas comerciales tuvieron también un cambio sustancial con el fin de adecuarse a las
nuevas circunstancias del consumo masivo y en una significativa metamorfosis las empresas
bancarias y financieras crearon nuevos y más complejos mecanismos crediticios, como los
créditos al consumo masivo, para financiar la transformación industrial, comercial y de
consumo emprendida.
Los países altamente desarrollados se especializaron en todas las nuevas funciones que hemos
reseñado y al mismo tiempo promovieron en los países menos desarrollados la producción para
la exportación de todas aquellas manufacturas, principalmente las de consumo, que
antiguamente producía la industria metropolitana.
La industria de los países de menor desarrollo experimentó también un cambio significativo: se
convirtió en productora de manufacturas, gran parte de las cuales son bienes de consumo,
destinadas al mercado metropolitano, para lo cual realizó una conversión industrial que
anulaba el anterior modelo de sustitución de importaciones.
También estos países se especializan en estas nuevas tareas y se establece una nueva relación
entre metrópolis y neocolonias.
En esta nueva relación, los países desarrollados proporcionan a los de menor desarrollo bienes
de producción, alta tecnología, recursos financieros, bienes de consumo sofisticados, etcétera y
éstos a su vez proveen a las metrópolis de los productos tradicionales (alimentos, materias
primas y energéticos) pero también, en un volumen creciente, de manufacturas de diversa
índole, entre las que destacan los bienes y servicios de consumo. Los extremos de esta relación
se dan un mutuo impulso ascendente.
La constitución de la nueva estructura industrial, comercial y de servicios, tanto en metrópolis
como en neocolonias, exigía el desmantelamiento total del modelo que había implantado la
“sociedad del bienestar”, el cual tenía su base en un crecimiento modesto del consumo,
siempre supeditado al de las ramas productoras de bienes de producción y bienes de consumo
de lujo, descansaba en la amplia intervención del Estado en la economía, como regulador e
incluso como productor, y mantenía el proteccionismo en las relaciones externas.
Surgió entonces lo que se ha denominado el “neoliberalismo”, es decir, la doctrina económico-
política que intentaba aniquilar el antiguo orden de cosas, para lo cual proponía la drástica
reducción de la intervención del Estado en la economía, la desregulación y el libre comercio.
Pertrechada con estas armas teórico-políticas, la oligarquía burguesa de todos los países,
comandada por la de Estados Unidos, se lanzó de lleno al establecimiento de la nueva forma de
organización económica.
Como primer paso para lograrlo, conquistó el poder o se hizo de los representantes políticos de
la burguesía media o nacionalista (vgr., en México, el Partido de la burguesía media o
nacionalista, el PRI, fue secuestrado por su ala derecha y entregado a la oligarquía burguesa
mexicana; tal es la significación que tiene el ascenso de Salinas de Gortari al poder y la salida
del PRI de la corriente encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas) y desde ahí impuso sus
directrices económico-políticas.
En metrópolis y neocolonias transformó radicalmente la antigua estructura industrial: obligó a
los empresarios a reconvertir sus industrias para adecuarlas al nuevo modelo industrial (desde
luego, aquellos que no lo hicieron, la gran mayoría, fueron sacados del mercado) y proporcionó
un gran impulso a las nuevas ramas productivas que la sociedad de consumo había generado.
Esta acción fue un golpe mortal para la fracción burguesa propietaria del sector industrial

26
desplazado, pues significó su ruina económica; igualmente, tuvo como efecto inmediato el
despido de cantidades masivas de trabajadores, que pasaron a engrosar el ejército industrial de
reserva.
Entregó a los empresarios privados las industrias estatales y los fondos de salud, de jubilación
y de retiro de los trabajadores.
Restringió a su mínima expresión los derechos laborales de los trabajadores.
Formó asociaciones regionales de países entre los cuales se redujeron y en última instancia se
eliminaron las protecciones arancelarias y de otros tipos y en general se negociaron acuerdos
de libre comercio de la más diversa índole. Se empezó a formar un mercado global dentro del
cual circulaban capitales y mercancías con una libertad casi absoluta.
El grupo de países formado por las grandes potencias capitalistas que habían participado en el
conflicto armado constituyó un primer sector del régimen capitalista resultante de la segunda
guerra mundial; a este grupo pertenecían los Estados Unidos, país que salió súper fortalecido
de la contienda y que era ahora la mayor potencia económica capitalista, y otros países, como
Alemania, Francia, Japón, etcétera, cuyas economías habían sido devastadas por la guerra.
Entre ellos se estableció una relación por la cual los Estados Unidos primero desarrollaron una
acción para impulsar la reconstrucción de los otros países del sector, luego apoyaron su
desarrollo económico y por último los integraron al grupo de las economías capitalistas más
desarrolladas, que tiene por extremos, por un lado a Norteamérica, cuya economía se
especializa en la producción de medios de producción, alta tecnología, la ciencia moderna,
bienes de consumo sofisticados, productos financieros, capital, etcétera, y por el otro a
Francia, Alemania, Japón, etcétera, que proporcionan al mercado norteamericano bienes de
consumo duradero y, también, bienes de producción de una tecnología inferior e incluso la
misma tecnología de segundo orden. Las dos partes de este sector se establecieron como los
extremos de una contradicción, los cuales se engendran y se niegan mutuamente.
Para finales de la década de 1970 esta relación había alcanzado su madurez.
En un mutuo impulso, la economía norteamericana creció por medio del apoyo a la
reconstrucción y el desarrollo de las economías de los otros países del sector. Sin embargo,
esta relación empezaba ya a convertirse en su contrario: las economías de los países europeos
y del Japón crecían a un ritmo vertiginoso, desbordando el mecanismo de mutua
complementación con la economía norteamericana, y se había generado ya una drástica
oposición en la cual el desarrollo de los países europeos y del Japón tenía su base en la
vulneración del desenvolvimiento de la economía norteamericana.
La metamorfosis radical de la economía norteamericana, el paso de la “sociedad del bienestar”
a la “sociedad de consumo”, que implicaba un cambio sustancial en el modelo industrial,
comercial y financiero del capitalismo norteamericano hacia lo que se ha dado en llamar la
“nueva economía”, se realizó, sin embargo, bajo la égida del sector I de la economía
norteamericana (la plutocracia norteamericana), que fue el que estuvo en el poder durante los
gobierno de Reagan y Bush padre, esto es, en el período comprendido entre 1981 y 1993.
La misma plutocracia norteamericana fue la que condujo el proceso señalado, que en esencia
se centraba en la estructuración de una industria productora de medios de producción,
tecnología y bienes de consumo sofisticados que tuviera su base en los adelantos tecnológicos
alcanzados por las industrias militar y espacial en la etapa anterior (cibernética, informática,
etcétera). Recordemos que el galardón más alto de la “nueva economía”, la red global, la web,
es un instrumento originalmente concebido y desarrollado con fines militares.
Al mismo tiempo, la plutocracia impulsó la transformación de las economías de los demás
países capitalistas con el fin de hacerlos ingresar en la nueva relación internacional.
Para entender mejor estos acontecimientos es necesario situarnos en la fase de desarrollo en
que el capitalismo internacional se encuentra actualmente.
El capitalismo internacional vive la moderna fase del neoimperialismo y del neocolonialismo.
En la etapa anterior, la relación fundamental entre metrópolis y colonias consistía en el
intercambio de materias primas y alimentos por bienes de capital y otras manufacturas. En las
colonias se formó una industria autóctona por medio de la sustitución de importaciones
mientras que las metrópolis se especializaron en la producción de medios de producción. En
ambos extremos era necesaria la protección de sus mercados; la difusión de la moderna

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tecnología hacia los países menos desarrollados se realizaba a través de las licencias a las
empresas de esas naciones para que en ellas se produjeran las mismas manufacturas que en
los países industriales y de las importaciones que realizaban de maquinaria, equipo y
tecnología.
En un proceso de mutua implicación, estas dos partes estructurales del capitalismo
internacional ascendieron hacia un punto superior de su desarrollo.
En esta nueva etapa, la relación fundamental de intercambio entre metrópolis y neocolonias es
aquélla por la cual los países de menor desarrollo económico producen manufacturas para un
mercado global y los países industriales los proveen de modernos medios de producción, alta
tecnología y financiamiento especializado.
Esta relación empieza a definirse en los países del sudeste asiático y produce en ellos un
crecimiento económico formidable; primero es Japón el que ingresa en esa dinámica y algunos
años después lo siguen los demás países de la región: Corea, Hong Kong, Tailandia, Indonesia,
Malasia, etcétera. En el caso de Japón, los Estados Unidos, mediante los programas Economic
Reconstruction in Occupied Areas (EROA-prog.), Government and Reflied in Occupied Areas
(GARIOA-aid) y el “Dodge Plan.”, le inyectan cantidades ingentes de capital para la restauración
de su economía de posguerra y lo convierten en un poderoso exportador de bienes de consumo
duradero; pronto su economía es capaz de producir también medios e instrumentos de
producción y entra en competencia en este terreno con los bienes norteamericanos de este tipo.
El capital manufacturero y bancario norteamericano se desplazan después hacia los demás
países asiáticos, en donde establecen una gigantesca joint venture con las grandes empresas de
esos países para convertirlas en exportadoras de manufacturas al mercado global. En los
Estados Unidos, las empresas de la plutocracia crecen vigorosamente en el marco de esta
alianza estratégica; centran su acción en el desarrollo de la producción de maquinaria y equipo
de alta tecnología, de la tecnología misma y del financiamiento destinados a las empresas
exportadoras de los países asiáticos; al mismo tiempo, se provoca la ruina de las empresas que
producen con métodos tradicionales las manufacturas tradicionales y se establece una nueva y
moderna producción de manufacturas de una tecnología sofisticada para el mercado global. En
los países asiáticos se impulsa el progreso de las empresas exportadoras de manufacturas al
tiempo que se lleva a la ruina a la industria que produce manufacturas para el mercado
interno. Una parte sustancial del financiamiento para la conversión y desarrollo de las
naciones asiáticas en y como exportadoras de mercancías la constituyen los recursos que va
liberando la ruina de la pequeña y la mediana industria y los que se obtienen por el saqueo
inclemente del fondo de consumo de los trabajadores.
Los Estados Unidos inician posteriormente un proceso de integración con los países de
América para llevarlos también a convertirse en exportadores de manufacturas.
Igualmente, los Estados Unidos se ven obligados a reconcentrarse aún más en sus tareas
especiales de producción de medios de producción, tecnología y manufacturas de punta.
Como la demanda mundial de manufacturas es sumamente alta, las empresas exportadoras
del sudeste asiático y las demás que se van incorporando obtienen enormes ganancias por sus
ventas al mercado global; una fuerte corriente de capital financiero de los países desarrollados,
principalmente de los Estados Unidos, fluye hacia ellos en volúmenes mayúsculos.
Las altas tasas de ganancia hacen crecer también las tasas de interés, lo que atrae
necesariamente al capital especulativo que es en su mayoría estadounidense; este capital
requiere para su inversión de varias condiciones: en primer lugar, tasas muy altas de interés,
en segundo, una total movilidad para poder desplazarse hacia donde aquéllas sean más
elevadas, en tercero, la garantía de su convertibilidad instantánea en la moneda mundial, el
dólar estadounidense.
Lo verdaderamente notable del neoliberalismo es la casi total libertad de movimiento del capital
y de las mercancías que propugna y establece en donde quiera que anida. Por este medio da
libre curso a las tendencias que se gestan en el capitalismo internacional.
El capitalismo de los países emergentes se caracteriza, en su nueva fase de existencia, por los
excesivamente bajos salarios de los trabajadores, la monstruosa cantidad de obreros que
expulsa del proceso productivo, el creciente desmantelamiento de las distintas trabas que el
nacionalismo puso al capital extranjero, la reducción o eliminación de aranceles, los apoyos de

28
diversa índole al capital extranjero para que ingrese a esas naciones (disminuciones y
exenciones de impuestos, donaciones de terrenos para sus instalaciones y otras jugosas
concesiones y prebendas), por la imperiosa necesidad, que surge impetuosa de las crisis
económicas reiteradas, de convertirse en exportador de mercancías y por el desarrollo de sus
bolsas de valores con el fin de capitalizar a sus empresas y a los gobiernos en esta nueva etapa
de su existencia.
El capitalismo metropolitano, por su parte, en su búsqueda incesante de menores costos y
tasas más altas de ganancia, abandona a su suerte a grandes sectores de la industria
manufacturera para dar impulso a las ramas de la “nueva economía”, destina capital para
invertir conjuntamente con el capital nacional en las industrias de los países emergentes que
se convierten en exportadoras de manufacturas, mediante inversiones directas traslada a esas
naciones plantas completas que producen en gran parte para la exportación, aunque también
para el mercado nacional, se convierte en un activo agente en la inversión en valores de
portafolio, públicos y privados y a corto, mediano y largo plazo de los países emergentes.
El mercado de trabajo de los países metropolitanos tiene dos características fundamentales. En
las ramas de la “nueva economía” existen salarios mucho más altos que la media, lo que
constituye un polo de atracción muy poderoso para los trabajadores de esos países. En las
ramas tradicionales (agricultura y manufacturas), en los servicios personales, etcétera, los
salarios son sensiblemente bajos, tanto que no interesan a los trabajadores autóctonos, pero
que, por el contrario, ejercen una gran fuerza atractiva sobre la población sobrante de los
países emergentes, por lo que se crea una corriente de inmigración imparable cada vez más
gruesa, permitida y alentada por las metrópolis, pero que, como veremos después, se convierte
en una enorme losa que pesa sobre la economía de esas naciones.
Todas estas características de los dos extremos del capitalismo internacional se desarrollan
plenamente a lo largo de varios años, hasta llegar al punto en que el neoliberalismo se
encuentra completamente constituido, en el lustro 2010-2015, y de cuya madurez es ejemplo
la relación económica que para esa época se ha forjado entre México y Estados Unidos.
Todos los elementos que han llevado al neoliberalismo a la cúspide empiezan ya a trocarse en
su contrario, como lo demuestran, sin lugar a dudas, los vientos de cambio que hoy (2017)
soplan sobre la relación México-Estados Unidos.
Salinas de Gortari convocó al capital privado nacional y extranjero para que se volcase con
todo su poderío económico a la realización de la exigencia fundamental de la economía
mexicana: la transformación de la estructura industrial del país para llevarla a una nueva
relación con la economía internacional.
Esa transmutación consistía fundamentalmente en la modernización de la agricultura, de la
producción de bienes para el consumo interno (básicos y duraderos), de la industria
productora de maquinaria y equipo y del sistema financiero nacional, formación de una
industria exportadora de manufacturas, establecimiento de un sector comercial especializado
en la venta de los productos nacionales en el extranjero y en la importación de los insumos,
maquinaria, equipo y tecnología modernos que la nueva fase de la industria nacional
demandase.
El cambio estructural se generalizó durante el sexenio de Salinas de Gortari y todo lo que
habían sido obstáculos para el crecimiento fueron ahora potentes resortes del mismo: las
exportaciones de productos manufacturados crecieron en una gran medida, proveyendo así de
divisas a la economía nacional, la inversión extranjera vino en apoyo del capital nacional,
principalmente en el campo de la industria productora de manufacturas de exportación y de
maquinaria y equipo, crecieron las inversiones extranjeras directas en plantas y empresas que
producen para la exportación (automotrices y de autopartes en primer lugar), de nuevo fluyó al
país, en una medida razonable y bajo nuevas condiciones y términos, el capital internacional
de préstamo y la bursatilización del capital de las empresas y de las obligaciones estatales
atrajo irresistiblemente al capital extranjero de corto plazo.
Como lo veremos más tarde, cuando el proceso de cambio estructural llegó a su culminación y
la economía nacional encontró su lugar en la economía mundial, se alcanzó por fin el anhelado
equilibrio entre ambos sectores, lo que significa que el resultado del intercambio fue un
superávit que proporcionó los recursos para el crecimiento acelerado de la nueva estructura

29
industrial; el régimen de producción existente en nuestro país acendró entonces sus
características esenciales y se elevó hacia un punto superior el proceso de depauperación del
proletariado mexicano. En este movimiento, nuestro país ingresó definitivamente a la nueva
relación entre países desarrollados y países de menor desarrollo característica de la moderna
estructura neocolonial del capitalismo internacional.
A lo largo de todo el período de crisis cíclicas que se iniciaron al finalizar el sexenio de Luis
Echeverría, se presentó lo siguiente: a causa del creciente carácter especulativo de la
economía, una gran parte del capital-dinero se fue separando del aparato productivo y engrosó
hasta llegar a la situación en que había un gran volumen del mismo en el sistema financiero
nacional y en el extranjero que estaba al acecho de cualquier circunstancia favorable para
lanzarse en masa a obtener ganancias fabulosas; la crisis propició también una enorme
concentración de capital en unos cuantos consorcios; por otro lado, la apertura comercial
iniciada desde las postrimerías del régimen de López Portillo y llevada a su máxima expresión
durante el sexenio de Miguel de la Madrid, produjo el desmantelamiento de buena parte de la
industria nacional arruinada por la competencia de los artículos extranjeros. Estas
circunstancias pusieron la base para la realización del programa propuesto por Salinas de
Gortari de crecimiento económico y cambio estructural: el capital necesario se encontraba en
su estado líquido, presto para invertirse, los capitales se habían concentrado enormemente y
elevaron hasta el infinito su potencia y el campo de acción se encontraba completamente
despejado para que la renovación empezase desde los propios cimientos; el capital extranjero
estaba piafando a las puertas del país esperando que le fueran abiertas para lanzarse en
estampida a apoyar y complementar al capital nacional en esta nueva etapa de su existencia.
Todas las condiciones estaban dadas para que después de la fase de transición y del arreglo de
la deuda el capital privado nacional y extranjero entrase de lleno a realizar lo que constituía la
exigencia más acuciante de la economía mexicana: el cambio estructural y el crecimiento
económico.
Dada la enormidad de los recursos que requería la modificación estructural, es evidente que
sólo la oligarquía (o plutocracia) podía tomar la dirección del movimiento económico y que su
capital se vería monstruosamente acrecentado durante todo el proceso; su liderazgo económico
la condujo necesariamente a la absoluta dominación política; el Estado se vio por completo
sometido a las exigencias del gran capital.
Este agrandamiento del sector económico de la oligarquía produjo necesariamente el
menoscabo de la pequeña y la mediana industria y el agravamiento de la miseria de los
trabajadores mexicanos.
Cuando se consiguió en su totalidad el cambio estructural y la economía discurría ya por el
camino del crecimiento con estabilidad, se formó también una nueva pequeña y mediana
industria más moderna, tributaria del gran capital, que entró con éste en una nueva forma de
oposición y el empobrecimiento de los trabajadores se realizó entoncesen mayor medida por
medio de los incrementos en la productividad y, paradójicamente, a través del aumento del
consumo.
El gobierno mexicano siguió desarrollando y profundizando las líneas fundamentales de su
política económica: estabilización, privatización de las empresas públicas que tuvo su punto
superior en la desnacionalización de la banca y privatización de la propiedad de la tierra,
captación de capital extranjero, apertura unilateral del mercado mexicano y búsqueda de la vía
más rápida de inserción de la economía mexicana en la internacional.
Las medidas para mantener la estabilidad dieron como resultado la traslación de enormes
recursos desde el fondo de consumo de los obreros y de acumulación de II hacia la plutocracia
nacional.
La privatización de las empresas públicas traspasó hacia el sector I bloques enteros del aparato
productivo y de servicios propiedad del Estado, que previamente ya habían sufrido un gran
adelgazamiento de sus nóminas y una relativa modernización de sus instalaciones y procesos
productivos, a precios inconmensurables con su verdadero valor; de esta manera, se
incrementó enormemente el capital de los grandes empresarios mexicanos.
El capital extranjero fluyó en torrente por diversas vías hacia la economía mexicana para
apoyar y complementar el capital de la plutocracia nacional; uno de los caminos más

30
transitados fue el de la bolsa de valores, que constituyó el polo de atracción, tanto del capital
nacional que en las diversas fases de la crisis había salido del país y que ahora retornaba a él,
como de cantidades enormes de capital extranjero que aprovechaba las mayúsculas ganancias
del papel bursátil producidas por la gran demanda de capital generada por el proceso de
acumulación del sector I de la economía mexicana y que además tenían un fuerte sustento en
los altos beneficios de las empresas que cotizaban en la bolsa (beneficios que eran por una
parte plusvalía de sus propios obreros y por otra recursos sustraídos al fondo de consumo de
la clase obrera en general y al fondo de acumulación del sector II); igualmente, el capital
extranjero ingresó al país a través de la colocación de valores de las empresas mexicanas en
algunas de las principales bolsas del mundo; también, el capital extranjero participó en la
economía mexicana en forma directa creando empresas de las que era único propietario o
asociándose con el capital nacional en diversas proporciones; por último, el capital extranjero
fue atraído a la economía mexicana a través de la emisión de valores gubernamentales tanto
normales como denominados en dólares.
En todos estos casos, el capital extranjero sirvió de sustentación a la política del sector I que,
como ya hemos visto, tenía su eje rector en el establecimiento de una industria de exportación.
A través de esta unión entre el capital extranjero y nacional, la economía norteamericana se
especializará, en términos generales, en la provisión de capital, bienes de capital, tecnología,
etcétera para el mercado regional; en tanto que la economía mexicana, además de sus
funciones tradicionales de proveedora de materias primas, alimentos, etcétera, ampliará su
campo de acción hacia la producción de manufacturas para ese mismo mercado. Dicho de otra
manera, se establecerá plenamente, entre ambos países, la relación neocolonial del moderno
imperialismo.

La inserción de la economía mexicana en la economía internacional. El Tratado de Libre


Comercio.

Las alianzas estratégicas entre empresas nacionales y norteamericanas principalmente y las


inversiones de capital extranjero de todo tipo se fueron incrementando sustancialmente a
partir del tercer año de gobierno de Salinas de Gortari; sin embargo, una generalización más
amplia y un funcionamiento íntegro de las mismas chocaba necesariamente contra las barreras
arancelarias que existían en el comercio entre los dos países.
Por otra parte, las industrias norteamericanas regresaban de un largo viaje durante el cual
habían creado dos monstruos económicos que amenazaban con dar término a su predominio
mundial. Después de la segunda guerra mundial, la plutocracia norteamericana se echó a
cuestas la tarea de reconstruir la economía de los países europeos y del Japón, devastada por
la guerra; se estructuró una concatenación tal en la que Norteamérica proporcionaba a esos
países capital, bienes de capital modernos, alta tecnología, bienes de consumo sofisticados,
etcétera y ellos desarrollaban su economía interna e incursionaban en la fabricación de
manufacturas de tecnología inferior para el mercado mundial, el norteamericano incluido, con
lo que presionaba a las exportaciones y las producciones internas de la industria ligera
estadounidense; la evolución necesaria de esta conexión llevó al capitalismo europeo y japonés
a desarrollarse también como productores de bienes de consumo sofisticados, bienes de capital
modernos y alta tecnología que entraron en competencia con los de los Estados Unidos; por
dos frentes se vio acosada la economía norteamericana por las producciones europeas y
japonesas: en el de la industria ligera, que entró en un estado de postración y ruina, y en el de
la gran industria propiedad de la oligarquía, que vio amenazada su preeminencia internacional.
Después de prohijar a esos poderosos competidores, con los que ahora tendría que enfrentarse
casi como a iguales, la plutocracia norteamericana buscó campos de inversión más
promisorios; volvió los ojos a la cuenca del pacífico en donde, tras un proceso muy similar al
anterior, a fin de cuentas engendró también a potentes rivales que inundaron el mercado
metropolitano con sus productos.
Agotados esos dos terrenos para la inversión rentable de la plutocracia norteamericana, ésta
dirigió sus afanes hacia su patio trasero, que hasta entonces sólo le había proveído de materias

31
primas y alimentos. Diseñó una política para integrar en una unidad económica a todo el
continente americano y dejarlo como su coto exclusivo de inversiones.
Desde luego que esa integración requería, para ser más rápida, expedita y profunda, de la
eliminación de las barreras arancelarias entre todos los países de América, es decir, de la
formación de una zona de libre comercio que permitiera el libre flujo de mercancías y servicios
dentro de ese enorme territorio. El primer paso fue el Tratado de Libre Comercio con Canadá; el
segundo sería el Tratado de Libre Comercio con México; y, el tercero, la inclusión de todos los
demás países latinoamericanos en el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica.
Al final del proceso, quedaría formada una región económica integrada por un país altamente
desarrollado, otro de mediano desarrollo económico y una cauda de países de menor desarrollo
económico, incluido en estos últimos México, entre los que se daría una división internacional
del trabajo como la que ya hemos señalado en líneas anteriores y que no es sino el
neocolonialismo sans phrase.
El personero que llevaría adelante el segundo de los trabajos requeridos por la plutocracia
norteamericana ya había sido elegido por ésta después de ver su notable desempeño en el
arreglo de la deuda externa: Carlos Salinas de Gortari sería el abanderado de los intereses de
las grandes corporaciones estadounidenses en este asunto particular, los cuales coincidían
plenamente con los del sector I de la economía mexicana representado fielmente por el
presidente mexicano.
A partir del 3er. año de gobierno de Salinas de Gortari, el grueso de los esfuerzos de su equipo
económico estuvo concentrado en la gestión del Tratado de Libre Comercio.

El Tratado de Libre Comercio y la industria ligera norteamericana.

En los Estados Unidos de Norteamérica, en los últimos años, todo un sector de la economía y
la política se había visto duramente golpeado por la política de globalización seguida por la
plutocracia norteamericana; tal sector está formado por la industria ligera norteamericana, las
pequeñas y medianas empresas, los sindicatos obreros, las minorías raciales, los grupos de
inmigrantes latinoamericanos y de otras regiones del planeta, etcétera. El gran capital
norteamericano había seguido la política de establecer asociaciones con los capitalistas de
diversos países y de invertir directamente en instalaciones en esos lugares con el propósito de
fabricar una cantidad ingente de manufacturas destinadas al mercado mundial, el
norteamericano incluido; de esta manera, tanto las exportaciones como las ventas internas de
determinados sectores de la industria manufacturera norteamericana se veían reducidas
drásticamente por la competencia que la propia oligarquía norteamericana les hacía a través de
sus socios comerciales del exterior. Por otro lado, para poder vender maquinaria, equipo y
tecnología de punta a los países desarrollados como Japón, Francia, Alemania, Inglaterra,
etcétera, el gran capital norteamericano tuvo que mantener, en reciprocidad, su mercado
abierto a las manufacturas de estas naciones, con el inevitable daño para el sector industrial
aludido. Debido a estas circunstancias, la industria ligera norteamericana había sido llevada
lenta pero seguramente a la ruina y con ello se había originado un drástico aumento del
desempleo, un gran deterioro de las condiciones de vida de amplias capas de la población y la
agudización de graves problemas sociales como la violencia, la drogadicción, la prostitución,
etcétera.
El Tratado de Libre Comercio con México tuvo como columna vertebral precisamente a ese tipo
de asociaciones (que de hecho ya se estaban estableciendo en un volumen nada despreciable) y
a las inversiones directas y de otro tipo por lo que cuando se hubo concretado ese Acuerdo
ellas se incrementaron inconmensurablemente; esto, desde luego, constituyó un duro golpe
para las ramas de la industria ligera norteamericana, a las cuales empujó definitivamente a la
quiebra, a la vez que aceleró el proceso de descomposición de la sociedad norteamericana al
provocar el menoscabo del nivel de vida de grandes capas de la población.
La sola posibilidad de establecer el TLC echó gasolina al fuego de la animadversión que ese
sector de la sociedad norteamericana tenía contra la oligarquía; tal resentimiento creció y se
convirtió en un odio reconcentrado en la medida en que se acercaba la fecha de la decisión
definitiva sobre el Acuerdo.

32
Amenaza de aborto del Tratado de Libre Comercio.

Carlos Salinas de Gortari, el Presidente Mexicano, inició los trabajos para la negociación del
Tratado durante la Presidencia de George Bush, representante nato de la plutocracia
norteamericana. En esa época, el segundo sector de la economía estadounidense, enardecido
ya por la agresión constante de que era objeto de parte de la oligarquía, no manifestaba aún
abiertamente su encono en contra de ésta, sino que más bien lo mantenía oculto, en una
existencia subterránea que se extendía y profundizaba aceleradamente.
El amplio acuerdo existente entre el mandante Bush y su mandatario Salinas propició que todo
marchara sobre ruedas y que el Tratado estuviese concluido en lo fundamental para noviembre
de 1992; su instrumentación definitiva y su entrada en vigor estaban planeadas para realizarse
durante el segundo mandato de Bush, el cual se consideraba un hecho consumado.
Pero en noviembre de 1992, el electorado norteamericano infligió una derrota histórica al
republicano George Bush y eligió como nuevo Presidente de Estados Unidos al demócrata
William Clinton. Este hecho cambió totalmente las perspectivas del gobierno mexicano respecto
de la aprobación del Tratado de Libre Comercio y lo obligó a rediseñar la estrategia para lograr
el Acuerdo en las nuevas condiciones.
El gobierno mexicano, que había festinado ya la conclusión de las negociaciones y la firma del
Tratado por los tres gobiernos involucrados y que sólo esperaba que se desahogasen los
trámites legislativos para su entrada en vigor, tuvo que ponerse a trabajar duro de nuevo e
iniciar una campaña para convencer a Clinton de las bondades de ese Acuerdo. Desde que
durante el proceso electoral norteamericano empezó a destacar fuertemente la candidatura de
Clinton, el gobierno mexicano realizó enormes esfuerzos para acercarse a él y obtener una
garantía de que en caso de llegar a la Presidencia apoyaría el Tratado que habían firmado los
republicanos; a duras penas lograron los cabilderos mexicanos una tibia declaración de
Clinton, hecha en último momento y sólo con el fin de satisfacer los deseos del ala derecha del
partido republicano, en la que, para no disgustar a la gran masa del electorado, que eran
contrarios al Tratado, otorgaba un nebuloso y titubeante apoyo para el mismo.

William Clinton hace suyo el Tratado de Libre Comercio.

Bill Clinton fue llevado a la Presidencia de los Estados Unidos no tanto por su carisma
personal ni por la excentricidad del electorado norteamericano, sino por el empuje de la fuerza
política, en aquel entonces apenas en formación, del segundo sector de la economía
norteamericana, el que tiene su núcleo fundamental en la industria ligera y que, después de
varios lustros de sometimiento a la plutocracia norteamericana, había iniciado su despertar.
Clinton era el representante típico del ala derecha del Partido Demócrata, es decir, de aquella
que únicamente mantiene diferencias de matiz con el Partido Republicano, que es el
instrumento político de las grandes empresas norteamericanas; es por ello que, al asumir el
poder, a fin de cuentas aceptó dar su apoyo al TLC, exigiendo únicamente que se negociaran
los acuerdos paralelos que constituían pequeñas concesiones a los grupos más radicales de su
partido y no alteraban la esencia del Acuerdo principal.
El gobierno mexicano, que altaneramente había declarado que no habría fuerza en el mundo
que lo obligara a reabrir el Tratado, servilmente obsequió los deseos de Clinton y aceptó
negociar varios puntos que, sin dañar en nada los intereses de la plutocracia norteamericana,
eran una mínima satisfacción de los intereses del 2o. sector de la economía norteamericana y
mexicana, pero que al mismo tiempo perjudicaban los intereses del 1er. sector de la economía
mexicana, sobre todo a su urgencia enfermiza de que el Tratado entrara en vigor lo más pronto
posible.
Esta despectiva condescendencia de Clinton hacia la fuerza que lo había llevado al poder,
avivó enormemente en ella la oposición a todas las fuertes supervivencias de la política
republicana en el gobierno demócrata, especialmente al Tratado de Libre Comercio, en el cual
se concentraba la amenaza de un empeoramiento de las condiciones económicas y sociales
para el sector de la sociedad norteamericana ya anteriormente muy dañado por la política de

33
globalización de la plutocracia norteamericana. La lucha en contra del TLC se hizo más
profunda e involucró a capas más amplias de la población estadounidense.
Ante esta situación, Clinton decidió, yendo a contrapelo de la fuerza política que lo había
llevado al poder, encabezar personalmente la defensa del TLC para lograr su aprobación en el
Congreso Norteamericano. Para ello tuvo que hacer bruscamente a un lado a quien hasta ahí lo
había representado en este asunto, pues ante la beligerancia de los opositores
norteamericanos, el gobierno de Salinas había caído en un estado de desesperación de tal
magnitud que lo llevó a una burda confrontación con el sector II de la economía
norteamericana cuyo resultado fue un incremento sensible de la oposición al Tratado de Libre
Comercio.
Echando mano a las más sucias maniobras y a los cabildeos más inmorales, Clinton presionó
fuertemente a los legisladores norteamericanos (en realidad los compró) para que emitieran su
voto en sentido aprobatorio. El 17 de noviembre, Clinton obtuvo una victoria pírrica, porque la
aprobación del Tratado de Libre Comercio enardeció aún más a sus opositores políticos dentro
del mismo partido demócrata y a la larga cultivó los elementos de una devastación más grande
del segundo sector de la economía estadounidense.

Los intereses de clase existentes en torno al Tratado de Libre Comercio.

Los conflictos que se generaron tanto en Estados Unidos como en Canadá y en México a
propósito del TLC no derivaban de la confrontación de principios opuestos, sino de intereses
contrarios. En los Estados Unidos, el sector de las grandes empresas presentaba el libre
comercio como un principio económico cuya observancia era el único medio para el adelanto de
la economía norteamericana y cuya violación constituía el camino seguro hacia el desastre
económico; en la prosaica realidad, era el instrumento para continuar con el modelo en el que
ese sector económico indudablemente crecía y creaba empleos bien remunerados, pero a costa
de aniquilar al otro sector de la economía norteamericana, provocando en él el desempleo y la
secuela de problemas sociales que éste trae consigo, y alentaba la producción, el empleo y el
aumento de los salarios en el sector de las grandes empresas de la economía mexicana, pero al
costo de generar la quiebra de las empresas de la industria ligera y de las pequeñas y
medianas empresas, con el consiguiente aumento en el desempleo y en el descenso del nivel de
vida de amplias capas de la población.
Por contrapartida, el proteccionismo era ponderado por el otro sector de la economía
norteamericana como un principio inamovible de la ciencia económica y el único camino
posible para el ascenso de la economía norteamericana. El interés que se encontraba detrás de
esa declaración académica era el del grupo de empresas norteamericanas lanzadas a la
bancarrota por el desarrollo desmedido que la plutocracia había tenido a través de la liberación
del comercio; ellas pretendían que se protegiera su mercado nacional de las manufacturas
extranjeras, que se redujera el crecimiento desmesurado de las industrias de la oligarquía y
que les fueran transferidos los bienes de capital sofisticados y la alta tecnología que ésta cedía
tan gustosamente a las empresas extranjeras, todo ello, naturalmente, con el propósito de
revertir el movimiento que las llevaba a la ruina e iniciar un proceso de crecimiento que para
ellos era la única garantía de la viabilidad de la economía norteamericana.
En nuestro país, también en la apariencia se dio una contienda de principios en torno al TLC,
pero al igual que en los Estados Unidos, se trataba, simple y llanamente, de un conflicto de
intereses entre dos sectores de los capitalistas mexicanos. El gobierno salinista y los grandes
capitalistas, tras el principio del libre cambio intentaban, por medio del Tratado de Libre
Comercio, impulsar aún más a las grandes industrias a través de la libre importación de bienes
de capital modernos y tecnología de punta con el fin de producir manufacturas para el
mercado regional, incluido el norteamericano, al que tendrían un libre acceso; esto implicaba,
desde luego, abrir plenamente el mercado nacional a las manufacturas norteamericanas; la
liberalización del comercio y el modelo económico basado en la gran industria de exportación,
que ya tenían vigencia en nuestro país y a los que el TLC daría un poderoso impulso, gestó un
proceso de devastación de la agricultura, la industria ligera y la pequeña y la mediana empresa
nacionales, el cual cobraría dimensiones catastróficas con la aprobación del Tratado; tras el

34
principio económico del proteccionismo, este sector de los capitalistas mexicanos pretendía
salvaguardar sus intereses: proteger el mercado nacional para sus manufacturas, reducir el
crecimiento exorbitante de las grandes empresas mexicanas exportadoras y hacerse llegar
también a sus industrias los bienes de capital modernos y la tecnología sofisticada
provenientes de los países desarrollados que eran entonces monopolio exclusivo de los grandes
capitalistas mexicanos, todo con el propósito de detener el proceso recesivo en que vivían y
propiciar su expansión como única garantía de la supervivencia de la economía mexicana.
El gobierno norteamericano y los grandes capitalistas norteamericanos tomaron por su cuenta
la lucha frontal en contra de los enemigos del TLC y obtuvieron al fin los votos necesarios para
su aprobación; en esta tarea no escatimaron esfuerzo alguno ni dejaron de emplear cuanta
arma estuvo a su alcance, por sucia que fuera. Los opositores al Tratado tuvieron que fortificar
sus líneas defensivas y desatar una nueva y más fuerte ofensiva, pero no pudieron evitar que
les fueran sustraídos los votos con que desde mucho tiempo atrás contaban en el Congreso en
contra del Tratado y fueron finalmente derrotados por la fuerza política de la Presidencia
norteamericana.
La decisión final fue el resultado de la evolución de la correlación de fuerzas en el período
inmediato anterior a la votación, conexión que se desvinculó de su base real, es decir, del
empuje emergente de la industria ligera norteamericana, para quedar sujeta a lo superficial y
accidental de las presiones políticas, los cabildeos, la compra y venta de los votos, etcétera.

Acuerdo Nacional para el mejoramiento productivo del bienestar nacional.

Otra de las líneas estratégicas de la política del gobierno de Salinas de Gortari fue el llamado
"Programa Nacional de Solidaridad" dirigido hacia los grupos "marginados" de la sociedad, es
decir, en lenguaje más crudo, hacia los receptáculos y las fuentes de la población sobrante. La
descomunal acumulación de capital puesta en marcha por el gobierno de Salinas de Gortari
hizo necesario que la elevada demanda de obreros que ella suscitó fuera cubierta con
trabajadores bien cebados y que tuvieran cierta calificación, y que las cantidades masivas de
trabajadores que, por otro lado, fueron repelidas por la industria mexicana encontrasen en las
órbitas hacia las que fueron lanzados condiciones que les permitieran cuando menos
mantenerse con vida y en el mejor de los casos en un estado óptimo para cuando fueran
llamados por el capital.
Es por eso que el gobierno de Salinas de Gortari llevó a la práctica un ambicioso plan de obras
y acciones destinado a conservar con vida a la población sobrante y eventualmente elevar en
alguna medida sus condiciones de vida y su capacitación, al que dedicó grandes recursos
provenientes de la reducción de la deuda externa y de la venta de paraestatales.
Esta especie de Beneficencia Pública ejercida por el gobierno con la interesada mira de
satisfacer las apremiantes necesidades del capital al permitir que éste pudiera libremente
contratar y despedir obreros conforme a sus prepotentes intereses, apenas sí fue un paliativo
momentáneo para la terrible miseria en que se vio sumida una sobrepoblación obrera,
incrementada mayúsculamente por la magna acumulación de capital que durante el gobierno
salinista tuvo lugar.

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Tercera parte.

Salinas de Gortari consolida su poder.

El papel del individuo en la historia.

Debemos ahora analizar otros factores: la inteligencia, capacidad, energía, etcétera que
nuestros gobernantes utilizan para concebir y realizar los programas de gobierno; es un lugar
común, un poco zarandeado por la realidad, que el "monarca" sexenal y toda su faraónica corte
han tenido la inteligencia, capacidad, etcétera, necesarias para haber logrado que aquel haya
sido electo por su antecesor para gobernar al país por seis años; después, su inteligencia,
capacidad, etcétera, continúan su camino ascendente, de tal manera que en un momento
determinado, con pié en esas facultades, descubre las verdaderas necesidades de la realidad
económica y política y la fórmula para satisfacerlas mediante el ejercicio de un control férreo y
personal sobre las fuerzas que la conforman; según este lugar común, también en un momento
determinado, y al igual que a los héroes griegos cuando querían perderlos, los dioses ciegan a
nuestros gobernantes, transforman sus cualidades en su contrario (la inteligencia en estulticia,
etcétera) y los hacen cometer toda clase de desatinos que llevan al desastre la realidad sobre
la que actúan y a ellos mismos los lanzan al fondo del abismo.
La verdad es muy otra: la realidad económica tiene sustantividad frente a los elementos
personales; en su movimiento independiente engendra los componentes materiales de su
transformación y los presenta ya acabados, palpables, evidentes, digeridos precisamente y casi
exclusivamente para la inteligencia superficial, por lo que para ésta aparece como una
revelación; al mismo tiempo, toma de donde encuentra las personas que han de conducir las
fuerzas que, con férrea necesidad, ya apuntan por sí mismas en un cierto sentido; el
instrumento, es decir, la persona que la misma realidad ha configurado para que represente un
determinado papel en el juego del movimiento económico, se considera a sí misma como el
sujeto, como el engendrador de todo el movimiento, la fuerza motriz, el demiurgo que primero
lo ha forjado en su cabeza y luego lo esculpe en la realidad; una vez que el movimiento
económico ha terminado esta parte de su obra, produce los elementos para una nueva etapa de
su existencia que maduran hasta hacerse palpables, evidentes, etcétera; cegados por los
dioses, los hombres públicos continúan realizando las mismas acciones que antes eran
plenamente efectivas y ahora se estrellan contra la nueva realidad económica, por lo que
producen los efectos contrarios a los que se proponen; de la misma manera que anteriormente
las fuerzas económicas dotaron de "inteligencia", "sabiduría", "decisión", "valentía", etcétera a
los elementos personales que destacaron como sus conductores, ahora los despojan de esas
virtudes, los adornan con sus opuestos: ignorancia, estulticia, cobardía, etcétera y se deshacen
de ellos lanzándolos inmisericordemente al fondo del abismo, en donde quedan intelectual y
moralmente aniquilados. De esta manera, reafirma la realidad económica su sustantividad
frente a quienes se han atrevido a ostentarse como sus progenitores.
Todos nuestros gobernantes han pasado, en mayor o menor medida, por este proceso
demoledor. De los últimos, recordemos la estrepitosa declinación, en medio de una grave crisis
económica y política, del gobierno de Luis Echeverría, el ocaso tragicómico de López Portillo y
las crisis continuas en que vivió inmerso el gobierno de Miguel de la Madrid.
Por lo que a la materia de nuestro análisis respecta, Salinas de Gortari fue investido por las
fuerzas económicas de aquellos atributos que hemos mencionado; su acción tuvo efectividad en
tanto estaba acorde con las apremiantes exigencias de la realidad.

36
Ante nuestros asombrados ojos se produjo el proceso de transposición de las necesidades y
exigencias de la realidad a las acciones iluminadas por el genio, la decisión y la valentía del
gobernante en turno: el homúnculo se transformó públicamente en hombre.
Antes de continuar con el estudio de esta interesante metamorfosis es necesario poner de
relieve su mecanismo fundamental: como ya hemos señalado, la realidad económica y política
produce a sus conductores, pero en forma unilateral, sólo para una fase específica de su
desenvolvimiento; por una inversión necesaria, que es el prerrequisito para su actividad, ellos
se consideran independientes de la realidad y teniendo en sí mismos, en su capacidad
intelectiva, en su voluntad, etcétera, el impulso para la transformación de aquella conforme a
un proyecto que surge exclusivamente de sus mentes y que se aplica a una materia exterior
completamente maleable; esa realidad engendra en sí misma su negación, que da paso a una
fase distinta de su existencia; la nueva realidad se rebela contra sus antiguos conductores que
se empecinan en actuar conforme a las anteriores circunstancias y los doblegan por la fuerza
para deshacerse de ellos u obligarlos a conducirse conforme lo exigen los nuevos tiempos.
Mordiendo el polvo, con la rodilla de su enemigo sobre la espalda, los antiguos guías de la
realidad económica empiezan, gracias a su indudable talento, a asimilar los cambios
registrados, entender las necesidades actuales y adecuar a ellas su pensamiento y su acción;
pero aquí se da otra vez el traspaso aludido: no bien el enemigo les ha permitido ponerse en
pié, cuando ya están propalando a los cuatro vientos, y creyéndoselo ellos mismos, que ha sido
en virtud de su profundo entendimiento, su gran valor y su indomable voluntad que han
podido liberarse del yugo atenazante de las fuerzas económicas y políticas, comprender su
nueva naturaleza y alzarse de nuevo como sus dominadores absolutos.
Salinas de Gortari también fue modelado como auriga por las propias fuerzas económicas:
frente a él pusieron ellas reiterada, machaconamente, incluso en forma de exigencia violenta
como la que lo tiró a tierra en aquella memorable crisis simultánea a su nominación como
candidato en 1987, los requerimientos imperiosos de la realidad: el mantenimiento de la
estabilidad económica, la reanudación del crecimiento con base en el capital privado nacional y
extranjero, la realización del cambio estructural y el arreglo en otros términos de la deuda
externa, todo lo cual, como es costumbre, fue de inmediato presentado como el producto de su
ágil intelecto, de su sensibilidad política y de otras prendas y virtudes cuya enumeración
obviamos.
Estas exigencias de la realidad económica fueron incorporadas por Salinas de Gortari a su
plataforma electoral y repetidas en el esbozo de programa de gobierno hecho el 1o. de
diciembre de 1989.
La crisis había ido gestando una fuerza que por definición permanecía oculta para la, por
necesidad, superficial mirada de Salinas de Gortari; los representantes políticos del sector II
habían decidido, en vista de la imposibilidad de satisfacer sus intereses dentro del gobierno y
partido oficiales, separarse de ellos y presentar sus reivindicaciones desde fuera, como
oposición legal; al hacer esto se constituyeron en el catalizador de un movimiento y polo de
atracción de grupos sociales heterogéneos que hasta ahí habían tenido una vida subterránea;
el seis de julio de 1988 salió a la superficie, incontenible, esa fuerza telúrica. De nuevo, a
menos de un año de distancia, Salinas de Gortari fue obligado a morder el polvo por un gigante
insospechado.
Este verdadero monstruo social estaba formado de la siguiente manera: el núcleo lo constituía
la tradicional fracción de "izquierda" que siempre había vivido dentro del gobierno y su partido
y ahí había representado los intereses del sector II de la economía nacional; en torno a él se
aglutinaron todos los partidos de izquierda incluidos los despojos del que antiguamente fuera
el Partido Comunista Mexicano, el Partido Mexicano Socialista, la mayoría de la intelectualidad
mexicana, un nutrido contingente de la pequeña burguesía urbana, incluso de sus capas más
altas, una porción muy numerosa del campesinado nacional y algunos sectores de los obreros
y otros trabajadores del país; atraídos por la enorme fuerza centrípeta de este movimiento,
grupos y sectores que tradicionalmente habían sido el soporte del gobierno mexicano y su
partido, flirtearon abiertamente con la oposición y le proporcionaron, en forma soterrada,
ayuda de la más diversa índole.

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El 6 de julio de 1988 Salinas de Gortari obtuvo una verdadera victoria pírrica. Sobre él, con la
rodilla sobre sus espaldas, se encontraba un nuevo enemigo, hasta ahora desconocido.
La oposición de izquierda conquistó en el proceso electoral una fuerza política casi igual que la
del gobierno y su partido y todo apuntaba hacia un aumento de la misma en la medida en que
la crisis se acentuara con el paso del tiempo.
El fortalecimiento de la oposición de izquierda despertó a la vida política a amplios sectores de
la población y dio así cauce a una disidencia que se había mantenido reprimida por largo
tiempo.
El corazón del proyecto de Salinas de Gortari, la estabilidad económica, y todas las distintas
políticas que en ella se sustentaban, eran amenazadas por la agresividad de la oposición liberal
que proponía un programa contrario y que no perdía ocasión para cuestionar e intentar la
paralización de las medidas que aquel emprendía y por un sordo movimiento de descontento
que pugnaba por manifestarse.
Así mismo, el gobierno de Salinas de Gortari se enfrentaba a la insurgencia dentro de sus
propias filas en las personas de algunos líderes obreros (instrumento necesario de control de la
clase obrera por el gobierno burgués) que veían descender sus canonjías por efecto de la crisis
y que aprovechaban las imperiosas necesidades de sus agremiados y la debilidad del gobierno
para reclamar a éste, airada y ensoberbecidamente, la restitución de sus privilegios y exigirle
amenazadoramente la realización de una determinada política económica; la incómoda posición
del gobierno, que fue el resultado de las elecciones de julio, y el grave deterioro de las
condiciones de vida de los trabajadores, animaron a los sectores más tradicionales de la
dirigencia obrera (CTM, etcétera) a llevar agua a su molino y, quizá más comedidamente que
otros, exigir y reclamar al nuevo gobierno determinadas reivindicaciones, haciendo veladas
amenazas para el caso de que no se le concedieran.
El desbocado crecimiento del sector I y la crisis posterior dieron como resultado el
enseñoramiento en la sociedad mexicana de un hambre insaciable de dinero y riqueza en
todas sus formas; la especulación y su complemento necesario, la corrupción, tomaron carta
de naturaleza en todas las esferas y a todos los niveles. Este terreno así abonado sirvió de
campo de cultivo para el narcotráfico que tomó un auge inusitado y pronto colocó a nuestro
país como uno de los primeros proveedores de estupefacientes para el mercado internacional;
el estado de absoluto decaimiento de la moral (burguesa, desde luego) en la sociedad y el
gobierno mexicanos hizo posible una completa fusión entre la industria y el comercio normales
y la producción y comercialización de los narcóticos y entre los empresarios privados dedicados
a actividades lícitas, las autoridades, principalmente las que tienen a su cargo la seguridad
pública, y los productores y vendedores de esas sustancias tóxicas; no había una frontera
definida entre esas actividades ni entre las personas que las realizaban. Como de aquí se
desprende, los narcotraficantes llegaron a acumular un gran poder económico y político y se
introdujeron hasta los más recónditos espacios de la organización civil y del estado; también
ellos se sumaron a las fuerzas que mantenían al nuevo gobierno maniatado y sin poder ejercer
a plenitud su poder económico y político.
Y aquí nos encontramos en el punto en que han madurado todos los elementos para que se
produzca la clásica transposición de las necesidades y exigencias de la realidad desde ésta
hacia sus protagonistas, en donde se convertirán en brillantes productos mentales que
después servirán como instrumentos para la transformación de la realidad en el sentido por
ella señalado.

El sometimiento del Sindicato Petrolero.

La realidad le fue mostrando a Salinas de Gortari, de una manera por demás evidente, el
camino que debería de seguir para desembarazarse de este nuevo y poderoso enemigo que
representaba un obstáculo para el feliz desarrollo de su programa económico.
Lo primero, lo más sencillo, deshacerse de esos bufones, tigres de papel, los dirigentes del
sindicato petrolero, quienes habían llegado demasiado lejos en la comedia que representaban,
con la anuencia del propio gobierno, de un sindicalismo crítico ante los actos de éste;
perfectamente conocía el gobierno la verdad acerca de la fuerza de estos líderes sindicales; ella

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provenía exclusivamente del apoyo que él les daba y se circunscribía a los asuntos internos del
organismo en donde siempre actuaron por cuenta y a nombre del gobierno para ejercer el
control sobre los trabajadores petroleros; nunca, ni por asomo, se había constituido el
sindicato petrolero, como se trató de hacer creer, en un estado dentro del estado, ni llegaron a
ser jamás una amenaza real para la estabilidad política del país. Sin embargo, para dar
nacimiento oficial a la inteligencia, la decisión y la valentía de Salinas de Gortari y magnificar
estas virtudes después de que habían sido prácticamente aniquiladas por la rebelión electoral
del 6 de julio, era necesario también convertir a esos pobres diablos en el summum de la
maldad, la corrupción, el poder hipertrofiado y la amenaza a las instituciones públicas; así, la
fuerza, la valentía y la decisión de Salinas de Gortari al derrocar a esa banda de delincuentes
comunes tendría que ser necesariamente superior a la del terrible dragón que él mismo había
inventado. Veamos pues de donde provienen, en este caso, las virtudes de Salinas de Gortari;
en primer lugar, la inteligencia, tan festinada, no es sino el resultado de la machacona
insistencia de la realidad que violentamente lo obligó a tomarla en cuenta y le mostró
claramente el camino a seguir; en segundo lugar, el valor y la determinación los desarrolló
frente a un tigre de papel que él mismo se encargó de fabricar, por lo que, aparte de no ser
propios, sino provenientes de aquellos a quienes despojó súbitamente de su poder delegado,
tampoco tenían la magnitud que se ha pretendido darles, pues corresponden exactamente a la
"valentía" y a la "determinación" de los truhanes que dirigían el sindicato petrolero. En suma,
la inteligencia de Salinas de Gortari fue la que a duras penas le metió en la cabeza la terca
realidad y sus virtudes fueron, por una comprensible transubstanciación, las mismas de las
que desposeyó a los pícaros líderes petroleros.
De qué manera no hubo en realidad una verdadera valentía política en este asunto, lo muestra
claramente el hecho de que una vez eliminados aquellos rufianes no se haya dejado en libertad
al gremio petrolero para que desde la base eligiera a sus líderes, aunque esto, desde luego, no
habría sido una acción revolucionaria, sino de la más pura esencia de la democracia burguesa,
porque la clase obrera mexicana tiene una conciencia burguesa y, por lo tanto, en esas
circunstancias, en el más grave de los casos, habría elegido dirigentes identificados plenamente
con el cardenismo que, como ya sabemos, era el representante político de un sector de la
burguesía; en verdad, sólo hubo un simple cambio de un administrador del gremio obrero por
otro que garantizase mejor los intereses del estado-patrón.

Una advertencia a los especuladores.

El caso del empresario financiero tuvo, todas las proporciones guardadas, la misma naturaleza
que el que acabamos de comentar. También el gobierno de De la Madrid y el propio Salinas de
Gortari desde ese gobierno dieron rienda suelta a la actividad bursátil y no hicieron el más
mínimo intento por detener su loca carrera, sino que la bolsa se desplomó por sí misma; la
especulación y la manipulación de la bolsa fueron actividades practicadas por igual por
empresarios privados y por funcionarios públicos; como sabemos, el resultado fue la ruina
súbita de una multitud de pequeños y medianos ahorradores que desde entonces quedaron
como enemigos de un sistema que tan duramente los había tratado y de un gobierno que los
había dejado abandonados a su suerte. Legorreta, como la Quina, detentaba un poder que el
propio gobierno le había dado y que era demasiado frágil, sobre todo si tomamos en cuenta que
la figura del especulador y manipulador de la bolsa es odiosa no solamente para la pequeña y
mediana burguesía, sino también para la burguesía industrial y para la misma burguesía
financiera, quienes ven en él un auténtico parásito que se nutre de la riqueza que otros
producen. Aquí también operó igual mecanismo que en el caso petrolero y Salinas de Gortari se
nutrió con una dosis más de poder e inteligencia proveniente de su nueva víctima. De la misma
manera que el derrocamiento de la Quina no tenía el propósito de propiciar la democratización
(en términos de la democracia burguesa) del sindicato petrolero, la consignación de Legorreta
no fue el preludio de una limpia a fondo de la corrupción y la especulación que son un "mal
necesario" del sistema financiero mexicano. Esta otra medida policiaca del gobierno de Salinas
de Gortari tuvo como finalidad rescatar la confianza de los pequeños y medianos ahorradores,
perdida en gran parte a causa del crack bursátil.

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Salinas de Gortari se convierte en "el capo de todos los capos".

Por lo que hace al empresario-narcotraficante o narco-empresario, su poder también nació y


creció al amparo y bajo la protección del Estado; su fuerza derivaba directamente de la
voluntad de éste. En este caso también funcionó el mecanismo previamente descrito: se
engrandecieron la maldad y el poder ilícito de este conspicuo miembro de la iniciativa privada y
en esa misma medida superlativa se transmutaron en las virtudes ya conocidas del Presidente
de México. Por lo demás, el narcotráfico, después de ser penalizados sus repugnantes excesos,
siguió existiendo y desarrollándose como parte inseparable que es del régimen capitalista
mexicano; es evidente que no existían ni la valentía ni la decisión políticas para acabar desde
sus raíces con este sucio negocio.

Salinas de Gortari asume el control del Sindicato Magisterial.

En el seno del magisterio nacional, desde varios años atrás, se había venido desarrollando un
movimiento disidente opuesto a la dirigencia sindical impuesta y sostenida por el gobierno; la
crisis de los últimos tiempos, que redujo a niveles bajísimos el salario real de los trabajadores
mexicanos y que hizo caer verticalmente sus niveles de vida, tuvo efectos especialmente graves
sobre el magisterio nacional y determinó que la disidencia creciera en número y aumentara su
acometividad; la cantidad de maestros opositores era ya mucho mayor que la de los adictos a la
dirigencia "charra" y, lo que es más importante, había hecho suya la sección sindical
correspondiente al Distrito Federal, el corazón político del país. El efecto catalizador de los
acontecimientos electorales de julio de 1988 y la misma actitud del gobierno en el caso del
sindicato petrolero, aceleraron el crecimiento y la combatividad del movimiento magisterial
independiente. A propósito de la revisión salarial anual, realizó una movilización que paralizó
virtualmente a todo el sistema educativo nacional y puso en pie de lucha a una fuerza de
dimensiones colosales. Salinas de Gortari, colocado contra la pared por esa potencia
avasalladora, tuvo que negociar y conceder la cabeza del líder vitalicio del Sindicato Magisterial
y un aumento salarial que puso en peligro el Pacto de Estabilidad; a cambio, obtuvo
inmediatamente el apaciguamiento de los ánimos de la disidencia magisterial y al mediano
plazo la esperanza de su apoyo para la política económica del gobierno.
Otra vez se puso en juego el mecanismo tantas veces señalado: una apremiante exigencia de la
realidad fue mostrada como un fino lance político de Salinas de Gortari para deshacerse de
quien era un obstáculo a sus propósitos de modernización de la democracia sindical y anular
una fuerza social que podía interferir en sus planes económicos. También aquí hubo de dotar a
sus oponentes (Jongitud y la CNTE) de una inteligencia y un poder inconmensurables, para de
esa manera ejercer en el derrocamiento de uno y en la domesticación del otro una capacidad y
unas virtudes suprahumanas. Pero Jongitud era otro tigre de papel y la CNTE, pese a la
aparatosidad de su movimiento, no iba, en sus reivindicaciones, más allá de una caricaturesca
democracia (en realidad, lo que buscaba era que se le reconociera un lugar igual que el de
Vanguardia Revolucionaria en el Sindicato Magisterial) y unas cuantas migajas salariales. Al
derribar al líder vitalicio y comprar a la disidencia, Salinas de Gortari logró establecer un
control absoluto sobre el magisterio nacional, por una parte directamente a través de los
nuevos líderes designados y por la otra por medio de la antigua disidencia; de esta manera,
eliminó un obstáculo más para desarrollar libremente su programa económico.
La dirigencia del resto del sindicalismo mexicano (CTM, principalmente), que durante la
campaña de Salinas de Gortari y en los primeros días de su gobierno había hecho muy
comedidas advertencias y lanzado veladas amenazas en contra de su programa económico y
que incluso había realizado un tímido esfuerzo de defender a la Quina en su irremisible caída,
no tuvo menos que someterse dócilmente al nuevo gobierno y entregar, como siempre, inermes
a los trabajadores mexicanos a la codicia de los capitalistas y su gobierno. Desde luego que
esto no tiene otro significado que el cambio de una inconfesable simpatía y un vergonzante y
pusilánime apoyo al Cardenismo (sector II de la economía nacional) hacia una entrega
descarada a los representantes del otro sector de la burguesía mexicana.

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En resumen, fue la implacable realidad la que hizo comprender a Salinas de Gortari cuáles
eran sus exigencias en el terreno político y la que lo obligó a hacer todo lo necesario para
satisfacerlas. Una vez cumplida esta tarea, quedó libre el camino para imponer a los
trabajadores mexicanos y al sector II de la economía, sin interferencia alguna, la política
económica del régimen.
Detrás de los fuegos de artificio con que se celebran los logros de Salinas de Gortari, nosotros
podemos vislumbrar la terrible realidad: un pequeño monstruo que se formó con toda la
miseria moral que le transmitieron sus víctimas políticas. Ya no fueron el cómico de carpa y su
patiño los que controlaron a los trabajadores petroleros, ni el cretino erigido en líder vitalicio
quien manejaba el sindicato magisterial; era Salinas de Gortari el que ahora había asumido
estas funciones y con ellas todas las características morales de quienes anteriormente las
realizaban. El narcotráfico era oficialmente una actividad clandestina, realizada por peligrosos
y escurridizos maleantes que vivían en un sub-mundo al que el gobierno no tenía acceso; con
la aprehensión de Félix Gallardo se puso en evidencia la íntima relación existente entre el
narcotráfico, el mundo de los negocios y el poder político; es por ello que, al no poder ni querer
terminar desde la raíz con ese escandaloso tráfico, Salinas de Gortari asumió la función y las
prendas morales del capo del narcotráfico.
Las acciones políticas de Salinas de Gortari tuvieron como resultado inmediato, ya que ese era
su propósito y tal el sentido de las exigencias de la realidad, el desmantelamiento de las
alianzas de partidos y grupos políticos que se habían tejido en torno a la figura de Cuauhtémoc
Cárdenas.
En el plano internacional, Salinas de Gortari obtuvo las cualidades intelectuales y morales
para desempeñarse a ese nivel no directamente de la realidad misma, sino a través de los
agentes de la plutocracia internacional, principalmente de Bush y Clinton, de cada uno a su
debido tiempo. Ya dotado Salinas de Gortari con esa notable personalidad de ejecutor de los
designios de la plutocracia internacional, se enfrentó en su nombre al agio internacional con el
fin de obtener un arreglo de la deuda externa mexicana y abrir así el camino a la solución de
ese problema común a todos los países en vías de desarrollo y, posteriormente, encabezó por
un largo tiempo la confrontación de la plutocracia norteamericana en contra del sector II de la
economía estadounidense para obligarlo a aceptar la formación de una región de libre comercio
entre Canadá, Estados Unidos y México, tarea esta última de la que fue relevado bruscamente
por el Presidente Clinton cuando la sustantividad de la economía norteamericana se manifestó
plenamente en el crecimiento acelerado de la oposición al Tratado del Libre Comercio y, por lo
tanto, la acción de Salinas fue por completo impotente.
La sustantividad de la realidad económica y política se puso de relieve dramáticamente para
Salinas de Gortari más de una vez durante su sexenio: a los pocos días de ser nominado como
candidato a la Presidencia de la República, se produjo el derrumbe de la Bolsa Mexicana de
Valores que arrastró al sistema económico mexicano al borde de la ruina y acabó de dar al
traste con el proyecto económico delamadriliano, del cual era coautor el propio Salinas de
Gortari; más tarde, en la elección de julio de 1988, una fuerza social ni siquiera sospechada, la
oposición cardenista, que era la representante del sector II de la economía mexicana, lo hizo
morder el polvo y lo obligó a apropiarse simple y llanamente del poder para lo cual hubo de
despojarse de los púdicos velos democráticos con que se había adornado; por último, en la fase
final del proceso aprobatorio del Tratado de Libre Comercio, la fuerza emergente del sector II de
la economía norteamericana lo sacó bruscamente de la escena internacional y lo colocó como
un simple espectador de un acontecimiento que tenía otros protagonistas y lo sumió en un
estado de terror sin fin que hizo brillar todas las miserias intelectuales y morales que adornan
a nuestra clase política y que en el caso de Salinas de Gortari también se manifestaron
plenamente.

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Cuarta parte.

Crítica del neoliberalismo.

En lo que antecede analizamos lo que ha sucedido con la esencia positiva del capitalismo
mexicano durante el sexenio de Salinas de Gortari. Hemos visto el despliegue de la relación
dialéctica entre los dos sectores de la economía mexicana durante ese período y hemos llegado
en nuestro análisis mucho más allá del punto a donde penetra la ciencia económica al uso. Sin
embargo, aún no hemos arribado al núcleo de ese régimen económico, a la esencia negativa,
que es el lugar en donde reside la verdad más profunda del capitalismo mexicano en esta fase
de su existencia.
Denominamos "crítica" precisamente a la labor intelectiva que debe conducirnos al
conocimiento de la esencia negativa del capitalismo mexicano, es decir, al de la depauperación
del proletariado nacional, que es el resultado último y el presupuesto fundamental de la
existencia y desarrollo del capitalismo y el germen del otro de este régimen social.

Crítica del crecimiento económico.

Naturaleza del régimen económico que existe en nuestro país

Los elementos para una definición científica del capitalismo mexicano, son los siguientes:
-División de la sociedad mexicana en dos clases sociales específicas: burguesía y proletariado.
-La burguesía es propietaria de los medios e instrumentos de producción y de vida; el
proletariado únicamente posee su fuerza de trabajo.
-La burguesía mantiene e incrementa su propiedad a través del consumo de la fuerza de
trabajo, que es una mercancía que adquiere en el mercado, y por medio de la venta de las
mercancías que son el producto de dicho consumo productivo.
-La propiedad de la burguesía es capital: riqueza que se incrementa por el intercambio con el
trabajo vivo.
-Este aumento se realiza porque en el proceso productivo el obrero produce un valor excedente
sobre el valor de sus medios de vida; ese valor excedente se lo apropia el capitalista sin
retribución alguna.
-El obrero produce ese valor excedente porque está sujeto a un sistema de esclavitud
asalariada que determina que su tiempo de trabajo se divida en dos partes: una, en la cual
repone el valor de los medios de vida para el trabajador y otra, en la cual produce un valor
excedente que se apropia el capitalista sin retribución y que es la materia del crecimiento de su
capital. Es un sistema de esclavitud porque la reposición del valor de sus medios de vida está
totalmente condicionada a que produzca trabajo excedente para el capitalista.
-El único móvil del capitalista es el hambre de trabajo excedente, un hambre insaciable.
-El proceso en el cual el capitalista consume la mercancía fuerza de trabajo con el fin de
valorizar su capital se caracteriza porque en él se emplean dos métodos específicos para
absorber trabajo excedente: la producción de plusvalía absoluta y la producción de plusvalía
relativa.
-La forma más desarrollada de estos métodos la encontramos en la producción fabril
maquinizada.
-La producción capitalista se basa en la explotación del trabajo asalariado, es decir, en la
exacción de trabajo excedente de los obreros.

42
-Como una forma de esclavitud, la exacción de trabajo excedente tiene su fundamento en la
violencia física y moral de la clase burguesa sobre el proletariado. La explotación del capital
sobre el trabajo es una explotación ejercida con violencia.
-La producción capitalista produce la depauperación creciente de los trabajadores.
-Esa depauperación se manifiesta en dos formas principales:
a) El desgaste inmoderado de la fuerza de trabajo en relación con los medios para su
reproducción diaria y la destrucción de las condiciones generales de reproducción de la fuerza
de trabajo. Reducción del salario, extensión de la jornada, absorción de trabajo infantil y
femenil, intensificación del trabajo, falta de vivienda, educación, medios para cuidar la salud,
etcétera. Miseria, hambre, hacinamiento, enfermedades, muerte prematura o una situación
interminable de enfermedad. Este empobrecimiento de los trabajadores es la base de la lucha
de clases que no salta los linderos del régimen de producción capitalista.
b) Desgaste desmedido de la fuerza de trabajo a causa de una geométricamente creciente
intensificación del trabajo provocada necesariamente por la progresiva maquinización de la
producción característica del régimen capitalista, erosión que tiene como fundamento
imprescindible un incremento del salario real, un mejoramiento de las condiciones de vivienda,
salud y educación, la restauración del hogar obrero, etcétera, y, en el caso de una capa
determinada del proletariado nacional, una satisfacción abundante de sus necesidades, la cual
implica un sustancial incremento del consumo. (En las naciones más desarrolladas, el sector
obrero que recibe altos ingresos, suficientes para aumentar considerablemente su consumo,
crece en términos absolutos y relativos; pero, al mismo tiempo, puesto que estos trabajadores
se concentran en las ramas de tecnología más moderna y por lo tanto abandonan los empleos
más sucios y rudos, se hace necesario importar trabajadores de los países de menos desarrollo
económico para que los desempeñen, a los cuales se sujeta a las condiciones de trabajo que
generan necesariamente hambre, enfermedades, muerte prematura, etcétera, es decir, la
miseria sans phrase. El consumo excesivo de amplios sectores del proletariado metropolitano
tiene como condición necesaria la miseria aterradora de millones de trabajadores inmigrantes.)
c) Desgaste y descomposición acelerados de todos los órganos y procesos orgánicos de los
trabajadores, los cuales reconocen su origen en los dos procesos descritos en a) y b). La
naturaleza biológica de los trabajadores con que se encuentra el capital cuando inicia su
proceso de vida, que ya es en sí, por el efecto de la acción de la propiedad privada en las fases
anteriores de su existencia, la negación de la naturaleza biológica de la especie, es sometida a
una situación de degeneración y descomposición aceleradas e irreversibles que constituye al
mismo tiempo un avance en la tendencia consustancial a la propiedad privada (y el capitalismo
es la etapa superior del desarrollo histórico de la propiedad privada) de negación de las
características humanas de la especie.
c) Desposesión por el capital y acumulación en su polo de todas las facultades físicas y
mentales de los trabajadores a través de los métodos de producción de plusvalía relativa cuya
forma superior es la producción maquinizada. Degeneración y descomposición de todos los
órganos y procesos orgánicos de los trabajadores. Aniquilación de las facultades naturales de
la especie en los obreros. La acumulación de capital es una concentración de las
características humanas de la especie que se han sustraído a su nervio vital que son los
trabajadores por medio de un proceso de anulación de su naturaleza biológica.
Desnaturalización y deshumanización de los trabajadores.

La acumulación de capital.

El hambre insaciable de los capitalistas de trabajo obrero excedente determina que la plusvalía
producida sea transformada en un nuevo capital que se destina a la absorción de más trabajo
obrero excedente.
La acumulación es la conversión del trabajo obrero excedente, de la plusvalía, en capital, es
decir, en medios e instrumentos de producción y fuerza de trabajo que se agregan al volumen
del capital en funciones.
La acumulación puede ser de dos tipos: acumulación sobre una base técnica determinada y
acumulación con cambios en la base técnica.

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Acumulación sin cambios en la composición orgánica del capital.

Con el primer tipo de acumulación se da un desarrollo extensivo del capital; la plusvalía


obtenida por el capital originario se desdobla en medios de producción y fuerza de trabajo; de
esta manera se eleva el número de obreros explotados y la cantidad de trabajo no retribuido
que se apropia el capital, el cual pasa a engrosar el fondo de acumulación para una nueva
ampliación del volumen del capital.
Bajo este primer tipo de acumulación aumentan la demanda de trabajo y el salario de los
obreros.
Estas dos circunstancias (aumento de la demanda de obreros y alza de los salarios) son
aparentemente las más favorables para el obrero. Pero esto es absolutamente falso por lo
siguiente: (1) el dar ocupación a un obrero significa, en el régimen capitalista, someterlo a las
torturas de la producción maquinizada que se traducen, como ya vimos, en la extenuación y
muerte prematura de los trabajadores y en la degeneración de sus cuerpos y de sus mentes, es
decir, en su depauperación creciente; (2) no por recibir un mayor salario el obrero deja de ser
asalariado y tampoco deja de engrandecer, con el trabajo que no le retribuye el capitalista,
aquella potencia extraña que le domina, el capital; si al aumentar el salario se mantienen fijos
la intensidad y la extensión del trabajo, no por ello mejora la situación del obrero, pues la
depauperación absoluta del mismo tiene su origen en la anulación de sus facultades físicas y
mentales por el empleo capitalista de la máquina; una mejor alimentación del trabajador sólo
reduciría la velocidad de ese proceso, pero nunca podría detenerlo; recordemos, además, que la
adición al salario tiene como finalidad específica sobrealimentar al obrero (cebarlo) y
acondicionarlo en general para que pueda trabajar más y producir más plusvalía, es decir, que
es la base de un acrecentamiento constante de la intensidad y la extensión del trabajo, de tal
manera que el desgaste de la fuerza de trabajo se vuelve inconmensurable con cualquier
mejora en la retribución de la misma, acelerándose así, por esta vía, el proceso de degeneración
progresiva del organismo de los trabajadores; por último, la extensión del régimen capitalista,
que es el presupuesto necesario de tal aumento del salario, incrementa gigantescamente la
masa de plusvalía que se apropian los capitalistas y que servirá, por medio de su acumulación,
para engrosar el capital en funciones y con ello potenciar la explotación de la clase obrera; esa
nueva masa de plusvalía capitalizada, además de reforzar las causas ya estudiadas que
vulneran las condiciones de vida de los trabajadores, tiene, al hacer cambiar la composición
orgánica del capital, efectos específicos sobre la misma, los que veremos en seguida.

Acumulación con cambios en la composición orgánica del capital.

El segundo tipo de acumulación se caracteriza por un cambio en la tecnología del aparato


productivo, de tal manera que la parte del nuevo capital que se invierte en medios e
instrumentos de producción (capital constante) es mayor que aquella que se destina a la
compra de fuerza de trabajo (capital variable).
En el régimen específicamente capitalista de producción los cambios en la productividad del
trabajo tienen como objeto acrecer la plusvalía extraída a los obreros para engrosar así el fondo
de acumulación de capital; a su vez, la acumulación de capital (inversión) tiene como finalidad
expresa aumentar la productividad del trabajo para obtener más plusvalía y un fondo de
acumulación más grande, y así sucesivamente.
El resultado del mutuo movimiento que se imprimen el régimen específicamente capitalista y la
acumulación es el cambio incesante en la composición técnica del capital por el cual el capital
variable va disminuyendo a medida que aumenta el capital constante.
Comparada con la acumulación sin cambios en la composición de capital, la acumulación que
se basa en el constante perfeccionamiento de la fuerza productiva social y que se traduce en el
aumento del capital constante a costa del variable da un empuje centuplicado al régimen
capitalista de producción y refuerza en la misma proporción la explotación sobre la clase
obrera; el capital, cuya razón de ser radica en la apropiación creciente de fuerza de trabajo sin
retribuir (es decir, en la explotación de la clase obrera), crece geométricamente al calor del

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aumento de la productividad del trabajo y, a su vez, provoca el incremento acelerado de la
misma; los medios de opresión sobre el trabajo vivo crecen desmesuradamente.
Lo que interesa señalar aquí suficientemente es el resultado principal de la acumulación
cuando hay cambios en la composición del capital: mientras el capital constante se agranda
continuamente, el capital variable se acorta en la misma proporción. Resultado que es
completamente distinto del de la acumulación sin cambio en la composición del capital, en
donde, veíamos, el capital variable crece junto con y en la misma proporción que el capital
constante.
La acumulación, al impulsar la concentración de los medios de producción y acrecer el número
de los capitales individuales, crea las premisas para la centralización (atracción de los capitales
entre sí) que es una forma superior del régimen capitalista en la cual se potencian hasta el
infinito la capacidad productiva del trabajo social, la acumulación de capital y, en
consecuencia, la explotación de la clase obrera.

La centralización de capital.

La centralización es la agrupación de los capitales ya existentes en una unidad mayor.


La centralización es una forma de multiplicar la productividad social del trabajo (y, por tanto,
de aumentar el capital constante a costa del variable) relativamente independiente del
incremento positivo de la magnitud del capital social; la concentración, que no es sino otra
forma de llamar a la acumulación, requiere de nuevo capital para desarrollarse; la
centralización, por el contrario, se realiza con solo cambiar la distribución del capital existente.
Por medio de la centralización, que es el resultado necesario de la acumulación, y ésta a su vez
del incremento de la productividad del trabajo, se socializan en gran escala los medios de
producción y se aplica, en gran escala también, la ciencia a la producción; este gigantesco
nuevo incremento de la productividad del trabajo que la centralización logra sin añadir nada al
capital en funciones es, a su tiempo, una palanca poderosa para otro aumento fabuloso de la
acumulación, la que desemboca necesariamente en una nueva centralización que es el punto
de partida de un nuevo ciclo del proceso. El resultado de todo esto es la transformación
acelerada de la composición del capital a una velocidad infinitamente superior a la que le
imprimía la simple acumulación.
La acumulación realiza su objetivo de hacer más grande la productividad del trabajo
introduciendo en la producción, a través de los capitales nuevos, los inventos y
descubrimientos modernos; de esta manera, junto a un aumento absoluto de la demanda de
obreros se registra un descenso relativo de la misma ya que ahora un capital determinado
necesita menos obreros que antes para ponerse en funciones, es decir, porque el nuevo capital
tiene una composición orgánica distinta, en la cual es mayor la magnitud del capital constante
que la del variable.
Los viejos capitales, al reproducirse, se renuevan introduciendo también los modernos inventos
y descubrimientos y cambiando por tanto su composición orgánica. Este cambio en su
composición se traduce necesariamente en la repulsión de una cierta cantidad de los obreros
que antes ocupaban, o sea, que se produce un descenso absoluto en la demanda de obreros.
Esta obra de la acumulación es completada y acelerada por la centralización; el incremento
gigantesco de la productividad que ésta trae consigo, al cambiar la composición del capital
existente, repele obreros en cantidades masivas, a la vez que sienta las premisas para que la
acumulación posterior se realice con base en una composición orgánica del capital
infinitamente más alta (crecimiento gigantesco del capital constante) con lo que se reduce
grandemente la demanda de obreros del nuevo capital.
El resultado necesario de este proceso es que el descenso absoluto de la demanda de obreros
es crecientemente mayor que su aumento absoluto; se forma así una sobrepoblación relativa o
ejército industrial de reserva.
Para absorber una determinada parte de los obreros que deja libre el antiguo capital renovado,
se requeriría una cantidad varias veces mayor de nuevo capital por obrero que bajo el tipo de
composición anterior; pero el nuevo capital, como vehículo que es para introducir los inventos
y perfeccionamientos más modernos, remonta necesariamente, hasta un punto muy alto, la

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tasa de composición alcanzada por el capital renovado, con lo que desciende, en la misma
proporción, su demanda de obreros. Los obreros repelidos por el antiguo capital renovado sólo
pueden ser ocupados si se lleva la acumulación a un altísimo nivel con lo que se prepara una
nueva y decisiva repulsión de obreros, no sólo de los antiguos capitales renovados, sino de los
que están en su primera fase de renovación.
Este saldo constante de obreros desocupados, producto necesario, como hemos visto a lo largo
de este apartado, del régimen capitalista de producción, es un "agradable" aguijón para los
capitalistas; éstos substituyen el móvil de la ganancia como el motor de su actividad con la
humanitaria tarea de proporcionar empleo a los millones de desocupados existentes en el país;
para lograrlo, tienen que acumular, es decir, poner en funciones nuevos capitales, que
incidentalmente producen ganancias, pero que fundamentalmente dan empleo a determinado
número de personas; la acumulación es, como hemos visto, la palanca decisiva para la
centralización y ambas son la base para el crecimiento geométrico de la productividad del
trabajo, lo que a su vez se traduce en un cambio de composición orgánica de todo el capital en
funciones que provoca una repulsión cada vez más voluminosa de obreros, mucho mayor que
su demanda; este nuevo saldo de obreros desocupados se convierte en una nueva fuente de
"torturas" para el capitalista que lo inducen de nuevo a acumular, subordinando su derecho a
obtener algunas ganancias al propósito social de crear nuevos empleos; como se ve, el capital
produce con una mano lo que con la otra se propone remediar. La producción capitalista lleva
necesariamente a la creación de una sobrepoblación relativa o ejército industrial de reserva
creciente; por tanto, nunca faltarán al capitalista motivos para demostrar su "humanitarismo".
Anteriormente vimos cómo el hambre insaciable de los capitalistas de trabajo obrero excedente
llevó al desarrollo de las formas de producción de plusvalía, las cuales son otros tantos
métodos de explotación de los trabajadores; por sí misma, la producción de plusvalía se
convierte en acumulación de capital; ésta provoca necesariamente un reforzamiento de los
métodos de producción de plusvalía -ya que es la fuente de que se nutre- y, en consecuencia,
una explotación redoblada de la clase obrera; la acumulación se transforma por sí misma en
centralización de capitales, la que a su vez es palanca para la creación de masas gigantescas
de plusvalía, lo que supone un desarrollo más alto de los métodos para su producción y, por
tanto, una explotación más despiadada de la clase obrera; las grandes masas de plusvalía que
provienen de la centralización constituyen la base para una acumulación mayor y ésta lo es
para una centralización más grande. De donde se desprende que con el progreso del
capitalismo y con la producción masiva de plusvalía, empeora en la misma medida la situación
de la clase obrera.
La acumulación y centralización no sólo producen una intensificación de las depredaciones del
capital sobre el trabajo derivadas directamente de los métodos de producción de plusvalía, sino
que también son fuente de una forma específica de explotación que viene a coronar toda la
obra anterior del capital: hacen cambiar constantemente la composición del capital
aumentando sin cesar el capital constante y disminuyendo en la misma proporción el capital
variable y provocando así un descenso absoluto constante de la demanda de trabajo y
formando una creciente sobrepoblación obrera o ejército industrial de reserva.
La acumulación capitalista tiende a producir una sobrepoblación obrera relativa o ejército
industrial de reserva que a su vez se convierte en una potente palanca de la acumulación
capitalista (y se convierte, por ejemplo en nuestro país, en un motivo esencial del capitalista
para acumular, pues éste se propone muy seriamente como meta acabar con la sobrepoblación
por medio de la acumulación de capital!). La forma de producir esa sobrepoblación,
independientemente del crecimiento natural de la población, es por medio de la mecánica que
se desprende de la esencia misma del régimen capitalista: reducción constante de la demanda
de obreros que sobrepasa con mucho el alza de la misma por efecto del aumento del capital
total.
Una vez creada esa sobrepoblación, el mismo régimen capitalista se encarga de mantenerla y
acrecentarla conforme a sus necesidades.
La creación de una sobrepoblación obrera creciente, producto necesario del ascenso fabuloso
de la productividad del trabajo, de la acumulación de cantidades cada vez mayores de capital y
del crecimiento astronómico de la riqueza social, es decir, del desarrollo del régimen capitalista,

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es el último eslabón que cierra constrictivamente las cadenas del capital sobre el trabajo. La
sobrepoblación obrera, de producto necesario de la acumulación se convierte en su condición
de existencia porque le es indispensable para sus ciclos alternativos de desenvolvimiento y en
una palanca de la misma, pues ejerce una presión incesante sobre el capital para que se
aumenten los empleos, es decir, para que se acumule; de esta manera, la sobrepoblación
refuerza inconmensurablemente las formas de producción de plusvalía centuplicando la
explotación de los obreros en activo que se deriva directamente de estas formas y que ya hemos
tenido oportunidad de analizar anteriormente. El ejército industrial de reserva remacha la
supeditación formal del obrero al capital, pues con la concurrencia de los obreros parados
mantiene a los obreros en activo férreamente adscritos a los dictados del capital. La existencia
de una sobrepoblación obrera cada vez más extensa, que se suma a la sobrepoblación que
ineluctablemente produce el capital por otra vía y en otras épocas y que va pasando, como
herencia, a sus fases posteriores, genera necesariamente la miseria, el hambre, las
enfermedades y la muerte de los trabajadores, reforzando así la producción de estos males que
son inherentes al capitalismo en todas sus manifestaciones de existencia. Por último, la
sobrepoblación obrera es la expresión más radical, rotunda y evidente por sí misma de la
naturaleza inhumana del régimen capitalista; en efecto, éste condena a una parte de sus
obreros a permanecer sin realizar ninguna clase de actividad, sin poner en obra, en forma
alguna, sus facultades naturales destruyendo así, en ellas y con ellas, en toda la sociedad,
hasta el más leve rastro de la naturaleza humana.
En términos generales, la acumulación con cambios en la composición orgánica del capital
global corresponde a las épocas de dominio del sector I de la economía de un país; y, por el
contrario, la acumulación sin cambios en la composición orgánica del capital, esto es, la que se
produce sobre una base técnica sin transformaciones sustanciales, está correlacionada con el
imperio del sector II (capitalistas medios).
Las dos formas de acumulación estudiadas se suponen y se engendran mutuamente, dando
como resultado el movimiento entre ellas, al final de cada uno de sus ciclos, un deterioro más
radical de las condiciones de vida de la clase obrera y una acumulación de capital cada vez
más voluminosa.
Todas estas circunstancias que concurren en la producción capitalista originan
necesariamente el desgaste, descomposición y degeneración de todos los órganos y funciones
orgánicas de los trabajadores, al tiempo que fortalecen férreamente su individualidad; de esta
manera, se niega radicalmente la naturaleza humana de los trabajadores, se anula su esencia
natural humana.
Pero al mismo tiempo que esa monstruosa negación de la esencia natural humana de los
trabajadores, el capitalismo produce los elementos de la reconstitución de la misma sobre una
base más alta.
En primer lugar, el individuo trabajador se encuentra aquí convertido absolutamente en fuerza
abstracta de trabajo, sin ningún contenido (no posee ningún instrumento propio ni tiene una
capacidad concreta determinada, únicamente la capacidad abstracta de servir al sistema de
maquinaria), es un simple apéndice del instrumento maquinizado capitalista. En la medida en
que la fuerza de trabajo cobra mayor abstracción, sólo puede funcionar como trabajo
cooperativo, cada vez más socializado
En segundo término, las capacidades y facultades concretas del individuo se han separado del
mismo e incorporado a un sistema de maquinaria, propiedad de los capitalistas, el cual
adquiere una dinámica propia de movimiento por la cual se constituye como una masa de
sistemas de maquinaria a la que ya sólo es posible utilizar mediante el trabajo abstracto
socializado. El instrumento individual se ha transformado en un instrumento colectivo.
Este grado supremo de abstracción de la fuerza de trabajo y la socialización que
necesariamente la acompañan, son la forma adecuada bajo la cual los trabajadores pueden
reivindicar la propiedad del sistema global de maquinaria, de la acumulación de fuerza de
trabajo de los obreros que es el instrumento colectivo de la especie útil para la transformación
de la naturaleza, el cual es detentado en propiedad privada por los capitalistas.
El trabajo y la producción capitalistas (producción de plusvalía relativa, producción de
plusvalía absoluta, acumulación, concentración y centralización de capital) tienen todas las

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características que Marx y sus seguidores les atribuyeron: en ellos se produce necesariamente
el despojo de las capacidades de los trabajadores y la anulación creciente de su naturaleza
humana, pero al mismo tiempo se crean los elementos de un régimen económico superior, el
socialismo, en el cual el proletariado, como fuerza de trabajo colectiva, ha de reivindicar la
propiedad del instrumento colectivo y proceder a la reconstitución de la naturaleza humana de
los trabajadores.

Crítica del crecimiento económico.

Es precisamente de acuerdo con estos antecedentes teóricos como se puede hacer una crítica
revolucionaria a la política económica de Salinas de Gortari.
El primer postulado de su programa de gobierno era el de la reanudación del crecimiento
económico.
El crecimiento económico significa un aumento en términos reales de la producción anual de
un país. La producción anual sólo puede hacerse mayor por medio de la inversión adicional de
capital (acumulación).
El crecimiento económico no es, pues, otra cosa que la acumulación de capital, cuyos nefastos
efectos para la clase obrera ya tuvimos oportunidad de estudiar.
A partir de una situación de crecimiento cero, el incremento de la producción se puede lograr
mediante la utilización de la capacidad ociosa de la planta productiva hasta llegar a su pleno
empleo y con la intensificación general del trabajo de los obreros hasta el punto en que
empiecen a presentarse rendimientos decrecientes; esto implicaría una inversión de capital
principalmente para el pago de la mayor cantidad de trabajo que necesariamente se
incorporaría a la producción, ya fuese que lo proporcionaran los mismos obreros ocupados o
que se tuvieran que ocupar más obreros, y para cubrir otros gastos variables (en materias
primas, insumos, servicios, etcétera) que por fuerza se generarían, así como para ampliar la
producción de tales materias primas, insumos, servicios, etcétera; la producción excedente así
lograda sería realmente mínima y provendría de una planta industrial que mantendría el
mismo nivel tecnológico y de una fuerza de trabajo que conservaría sus mismas habilidades y
capacidades.
El crecimiento económico se puede conseguir también, sin alterar el patrón tecnológico vigente,
con la ampliación de las instalaciones existentes, para lo cual sería necesario utilizar una
cantidad proporcional de trabajadores ; esto requeriría la inversión de una mayor cantidad de
capital en instalaciones, maquinaria, equipo y salarios y una inversión adicional para
proporcionar los bienes y servicios necesarios para aquella ampliación; la producción sería
mayor que en el caso anterior, pero después de un período de crecimiento sobre estas bases el
nivel tecnológico se volvería obsoleto, se convertiría en una traba para el crecimiento e incluso
ocasionaría la reducción del mismo (por ejemplo, por continuar con un tipo de exportaciones
que no sean remunerativas y no generen los ingresos necesarios para financiar las
importaciones que reclama el crecimiento). Estas dos formas de crecimiento corresponden a lo
que hemos llamado acumulación de capital sin cambios en su composición.
Por último, el crecimiento se puede conseguir a través de la sustitución de la planta productiva
por otra con una tecnología superior y de su ampliación con base en la nueva tecnología. Para
ello serían imprescindibles cantidades muy grandes de capital, principalmente para la
modernización y la ampliación de la planta productiva; el crecimiento económico que se
obtuviera en estas circunstancias sería sustancialmente alto y se mantendría por un período
más o menos largo, mientras llegaban a agotarse los efectos de la transformación tecnológica.
Esta tercera forma de crecimiento es lo mismo que denominamos acumulación con cambios en
la composición orgánica del capital.

La acumulación en México durante el auge petrolero.

En el pasado inmediato, el régimen capitalista mexicano, respondiendo a una alta demanda del
mercado mundial del petróleo, contrató con el capitalismo internacional un enorme volumen de

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créditos con el propósito de desarrollar la industria petrolera; la cesión de la propiedad de
capital-dinero (trabajo obrero excedente bajo su forma abstracta) a cambio del pago de un
interés (parte del trabajo excedente que el deudor succiona a sus obreros) y de la obligación de
reintegrar el principal al acreedor, es una operación normal entre capitalistas, ya sean
individuales o colectivos, que se utiliza para que el deudor, con esos recursos, establezca o
expanda una industria o una rama industrial y de esa manera, con el trabajo excedente que
saca de sus obreros, hacer suya la propiedad del capital-productivo; en el caso que nos ocupa
se calculó, con base en un precio en ascenso, que con los ingresos de la venta de una cantidad
creciente de petróleo, ingresos que no son otra cosa que trabajo obrero y que sólo se transmite
al producto o se reproduce por los obreros o ya sea producido en el proceso mismo de
producción, se podrían pagar los intereses y el principal de la deuda y tener todavía un
excedente sustancial para ser utilizado en la modernización y el crecimiento de la economía
nacional.
Mientras el precio del petróleo fue en ascenso, los planes del capitalismo mexicano se
cumplieron cabalmente y el auge económico permitió elevar en cierta medida los salarios y
proporcionar empleo a una mayor cantidad de obreros que provenían del ejército industrial de
reserva; de igual manera, fue posible que el Estado mexicano tuviera mayores ingresos y
pudiera así hacer más desembolsos en gasto social. Los empresarios privados y el Estado
destinaron el excedente que provino del mercado mundial para dar impulso a sus industrias,
las cuales volcaron su producción exclusivamente al mercado interno.
El éxito obtenido en sus planes económicos llevó al Estado mexicano a contratar más créditos
(en realidad se estableció un flujo ininterrumpido de recursos externos) para hacer crecer aún
más la industria petrolera y las demás industrias de su propiedad; los capitalistas nacionales,
embriagados por tanta riqueza, contrataron también sin medida créditos que la banca
internacional les concedió liberalmente, los cuales aplicaron al crecimiento desbordado de sus
industrias.

La acumulación se trueca en desacumulación.

Con la concurrencia de cientos de productores que hicieron crecer la oferta desmedidamente, el


mercado petrolero vio cubiertas sus necesidades presentes y futuras; como ineluctablemente
sucede en el mundo capitalista, el precio de una mercancía, después de haber alentado su
producción ilimitada y de saturar el mercado por un largo tiempo, se desploma
irremisiblemente; así sucedió con el precio del petróleo, que tras de llegar a la cima cayó
estrepitosamente.
En el interior de la economía mexicana, después de cierto crecimiento propiciado por el
excedente del comercio internacional y por los voluminosos créditos externos, se presenta un
proceso especulativo por el cual todos los recursos que entran a la economía no van ya a la
producción sino que alimentan a un sistema financiero basado exclusivamente en la
especulación, y por último salen del aparato financiero nacional hacia el exterior.
Al caer el precio del petróleo se redujeron drásticamente los ingresos del capitalismo mexicano;
un extremado endeudamiento que todavía conservaba la inercia que le había dado su anterior
crecimiento desorbitado, unos intereses cada vez más abultados y unas entradas en picada
dieron al traste con los planes de la burguesía mexicana y su gobierno. El capitalismo
mexicano había "planificado" todo bajo el irreal supuesto de que el precio del petróleo se iba a
mantener en la cumbre por un largo tiempo; por ello, el excedente ganado en el mercado
internacional fue utilizado para impulsar el crecimiento y la modernización de la producción
interna exclusivamente y de ésta en una gran proporción de aquella ligada de una manera más
o menos directa con la industria petrolera; al despeñarse el precio del petróleo y mermar
significativamente los ingresos por este concepto, no había en el país ningún tipo de
producción que pudiera sustituir ni en el corto ni en el mediano plazos a la de aquel energético
en el mercado internacional.
Las entradas por concepto de exportaciones petroleras se contrajeron de tal modo que fueron
insuficientes, primero para continuar financiando la expansión de la industria nacional,
segundo para cubrir los pagos de intereses y principal de la deuda externa de los capitalistas

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privados, tercero para hacer los pagos de interés y principal de la deuda externa de la industria
estatal y cuarto para liquidar los intereses y el principal de la deuda de la industria petrolera;
el total del débito exterior del capitalismo mexicano llegó a ser tan descomunal y la restricción
de ingresos de la industria petrolera tan considerable, que para seguir retribuyendo
puntualmente a los acreedores fue necesario detraer recursos de la acumulación normal, con
lo que el crecimiento económico se abatió a cero, e, incluso, deducir medios a la reproducción
simple, lo que significó una desacumulación real o crecimiento negativo (cierre de empresas o
reducción de su volumen de producción). La pérdida de las ganancias extraordinarias, la
tajante mengua de las ganancias normales y la desacumulación real obligaron a la burguesía y
al estado mexicanos a resarcirse mediante el desfalco del fondo de consumo del obrero por
medio de la baja del salario real y al despido de muchos trabajadores; el Estado vio
necesariamente menguados los recursos para el gasto social, lo que resultó en el
desmejoramiento de la situación (alimento, salud, educación, vivienda) de los trabajadores
mexicanos.
Como vemos, se trata de las relaciones entre un país capitalista y otros países capitalistas cuya
existencia descansa totalmente en la acumulación de capital y en la explotación del trabajo
asalariado; movidos por la fuerza ingobernable del mercado, unos capitalistas prestan a otros
capital (trabajo excedente de sus obreros o de los obreros de otros países adquirido por vía del
intercambio desigual) para que fomenten una rama específica de la industria, desde luego
sobre el soporte del trabajo asalariado; la acumulación se amplía en el país que recibe el
capital de préstamo, se acrecienta el trabajo excedente que arranca a sus obreros, de tal suerte
que de ahí cubre los intereses causados y parcialidades del capital recibido hasta que lo
solventa totalmente y queda bajo su propiedad la forma transfigurada del mismo, es decir, los
medios e instrumentos de producción adquiridos.
Fijemos nuestra atención en el hecho de que todo lo que está en juego es trabajo obrero
excedente que proviene de la explotación del trabajo asalariado, el cual después se acumula
para obtener más trabajo obrero excedente; el trabajo obrero excedente acumulado bajo la
forma de capital-dinero en un país se emplea para acrecer la acumulación en otro.
La acumulación de capital en nuestro país suscitada por el desarrollo con crédito externo de la
industria petrolera revistió todas las características que distinguimos en el modelo teórico
previamente estudiado y sus efectos sobre la clase obrera mexicana fueron los mismos que en
él descubrimos: un avance largo en el camino de su depauperación.
La irresistible fuerza del mercado condujo el proceso de acumulación con base en deuda
externa mucho más allá del linde que imponía la demanda de petróleo, no en el mediano sino
en el largo plazo, y tal cosa sucedió no únicamente en México, sino en todos los países
productores; esto dio como resultado, según ya vimos, el desplome del precio del petróleo y el
descenso de los ingresos por este concepto. Se presentó entonces en nuestro país lo siguiente:
primero, se detuvo la acumulación apoyada en el crédito externo, pero como éste seguía
llegando impetuosamente, al ya no poderse destinar al aparato productivo se convirtió en la
materia prima de la especulación que desembocó en el gasto como renta de los créditos
exteriores; segundo, después de que el capitalismo mexicano, literalmente enloquecido por la
"riqueza petrolera", gastó el último dólar del último préstamo, fue rudamente devuelto a la
realidad por las exigencias de los acreedores, quienes empezaron a solicitar el pago de sus
créditos; nuestros capitalistas despertaron a la prosaica existencia y se encontraron con que
los ingresos del petróleo eran insuficientes para saldar las obligaciones de la deuda externa por
lo que tuvieron que echar mano de todos los recursos a su alcance, viéndose en la imperiosa
necesidad de dejar de acumular (crecimiento cero) e incluso de robar medios a la reproducción
simple con lo que la economía mexicana entró en una franca pendiente de desacumulación
(crecimiento negativo, decrecimiento).
La desacumulación tiene efectos específicos sobre la suerte de la clase obrera que se suman a
aquellos que derivan de la esencia de la explotación capitalista. En primer lugar, puesto que la
acumulación ha originado la extensión excesiva de la planta industrial y de la producción, la
desacumulación implica la ociosidad de una parte de la planta productiva, el despido masivo
de obreros, la destrucción de una porción del capital físico y de la producción; en segundo
lugar, la desacumulación significa la pérdida de las ganancias extraordinarias, la disipación de

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las ganancias normales y hasta la evanescencia de una parte del capital de los capitalistas, lo
que los constriñe a resarcirse entrando a saco al fondo de consumo de la clase obrera por
medio de la elevación de los precios de los bienes de consumo necesario, la intensificación del
trabajo y el despido de una legión de trabajadores.
La desacumulación ha mordido en el nervio vital del régimen capitalista, la exacción de trabajo
obrero excedente, y la ha hecho descender hasta extremos peligrosos; la producción y
acumulación cada vez mayores de plusvalía, que son la razón de existir del régimen capitalista,
han sido lanzados a un abismo; el ánimo de los capitalistas mexicanos y de su gobierno
empieza a ser sobrecogido por la angustia y surge poderoso el imperioso reclamo: ¡debemos
volver a crecer!; el capitalismo mexicano brama por trabajo obrero excedente.

Una nueva fase de la acumulación de capital en México.

La desacumulación crónica en que se encontraba inmersa la economía mexicana y la aguda


obsolescencia de su planta industrial en relación con el nivel tecnológico del capitalismo
internacional, hicieron necesaria una acumulación del segundo tipo de las estudiadas en la
parte teórica de este trabajo; el capitalismo mexicano requería de una acumulación
monstruosa de capital que le permitiera transformar de raíz su estructura productiva para
modernizarla y que hiciera posible que la economía recuperase el nivel de la reproducción
simple y lo remontara para lanzarse a la reconquista de sus "niveles históricos de crecimiento".
Las cantidades descomunales de capital que el capitalismo mexicano demandaba sólo podían
provenir de los capitalistas extranjeros y de la oligarquía mexicana y su flujo al aparato
productivo estaba condicionado a la liberación de recursos entonces comprometidos en el pago
de la deuda externa.
La colosal acumulación y centralización de capital que se produjo en nuestro país al cumplirse
los propósitos del gobierno de Salinas de Gortari tuvo los consabidos efectos sobre la suerte de
los trabajadores mexicanos: la rápida y global modernización de la maquinaria y la tecnología
hizo avanzar velozmente el despojo por el capital de las capacidades productivas de los obreros
mexicanos, la extensión y la intensificación de su trabajo, la amalgama de los órganos y
funciones orgánicas de los trabajadores con la máquina y la repulsión de los trabajadores de la
órbita de la producción; la mayor acumulación hizo cambiar en una gran medida la
composición orgánica y técnica del capital con lo que dio lugar a una repulsión masiva de
obreros y permitió producir una mayor cantidad de plusvalía para una nueva acumulación que
devino en una centralización que hizo aumentar la explotación de los trabajadores ocupados e
incrementó necesariamente el ejército industrial de reserva que el capitalismo mexicano
mantiene como uno de los resultados y presupuestos de su existencia desde el siglo pasado; a
su vez, la expansión del ejército industrial de reserva, por su parte, hizo crecer el pauperismo
entre las filas de la clase obrera mexicana. La enormea acumulación de capital fue
directamente una monstruosa explotación y depauperación de los trabajadores asalariados del
país.
La desacumulación, la acumulación sin cambios en la composición orgánica y la acumulación
con cambios en la composición orgánica son fases que se suceden unas a otras en un
movimiento circular cuyo resultado es la creciente depauperación de los trabajadores
mexicanos, ya sea bajo la forma de un desgaste acelerado de su organismo, bajos salarios, falta
de vivienda, insalubridad, desnutrición, despotismo fabril, etcétera, de inseguridad laboral
porque las imperiosas necesidades del capital tan pronto atraen como repelen cantidades
masivas de obreros, de desocupación crónica porque el capital necesita y produce una
población obrera excedente, ya sea como ocupación, salarios más altos, vivienda, determinado
nivel de salud, educación, diversión, cultura, etcétera, que presuponen un progreso en la
maquinización de la producción con su secuela de desposesión de facultades productivas y de
extensión e intensificación del trabajo, lo que a su vez redunda en la más estrecha integración
del trabajador a la máquina, la descomposición más aguda de todos sus procesos orgánicos
físicos y mentales y el desgaste y la degeneración acelerados de sus organismos, o como un
consumo exagerado que tiene su origen en un aumento de la productividad del trabajo y que
radicaliza el proceso de descomposición y degeneración ya señalado.

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El crecimiento económico es, por tanto, la forma que adopta la acumulación de capital a nivel
global y tiene como presupuesto y consecuencia la explotación del trabajo asalariado y la
rápida depauperación de los trabajadores. La voluntad estatal de "volver a crecer a toda costa"
fue la expresión transfigurada del móvil fundamental del régimen capitalista mexicano: el
hambre insaciable de trabajo obrero excedente.

Crítica de la relación de intercambio con el exterior.

El instrumento que utilizó el gobierno de Salinas de Gortari para reanudar el crecimiento y


lograr la modernización de la planta productiva fue, como ya vimos, la transformación de la
relación de intercambio con el capitalismo internacional para convertir a nuestro país en un
exportador de mercancías.
El cambio de la relación con el capitalismo internacional con el propósito de transformar a
nuestro país en productor de manufacturas de exportación, no ha alterado para nada la
naturaleza de las partes intervinientes, las cuales continúan siendo países capitalistas cuya
economía tiene como sostén la explotación y depauperación del trabajo asalariado, la absorción
de trabajo obrero excedente y la acumulación de capital; el cambio en la forma material que
adoptan las mercancías que entre ellas se intercambian tiene como finalidad sustituir una
relación que se había convertido en un freno por otra que da libre curso a la acumulación en
ambas y que las hace acceder a un estadio tecnológico superior; la acumulación de capital que
se produce en estas nuevas condiciones provoca necesariamente la intensificación de la
explotación y la depauperación de los trabajadores de los dos sectores del capitalismo
internacional.

Crítica de la deuda externa.

La condición inexcusable para que la economía mexicana lograra crecer y cambiar


estructuralmente era el arreglo de la deuda externa.
El capital de préstamo de los países metropolitanos es plusvalía arrancada a los obreros de
esos países, plusvalía obtenida de los países periféricos a través de los intereses de los
préstamos concedidos a sus capitalistas y trabajo excedente de los obreros de la periferia
proveniente del intercambio desigual; ese capital es empleado por los capitalistas nacionales
para extraer plusvalía a los obreros autóctonos, de la cual una parte se utiliza para pagar los
intereses (materia prima de una nueva acumulación en los países metropolitanos) y el principal
de la deuda y otra para acumular por los capitalistas mexicanos. Esta es la relación normal
entre prestadores y prestatarios de capital y dentro de ella se logra impeler la acumulación en
un país con el apoyo de la acumulación de los capitalistas de otros países y viceversa. Esta
relación de mutua propulsión a la acumulación de capital que se dan los países de ambas
partes del sistema mundial del capitalismo, deviene necesariamente en una mayor
depauperación de sus trabajadores.
Ya analizamos cómo se produjo el endeudamiento de los capitalistas nacionales y de su Estado
en torno a la industria petrolera; confluyeron una necesidad imperiosa de un producto (alta
demanda en el mercado mundial del petróleo), el agotamiento de los mantos superficiales del
energético y una plétora de capital-dinero en las arcas de los países industriales. Acuciados por
la despótica ley de la oferta y la demanda, tras una señal del mercado (la subida escandalosa
de un precio en este caso), los agentes económicos fueron orientando sus recursos hacia la
industria petrolera, hasta que entraron en una carrera desbocada de inversión que la hizo
crecer, junto con un grupo de industrias tributarias, tanto en los países productores como en
los países industriales, mucho más allá de cualquier nivel al que pudiera llegar la demanda en
el más largo de los plazos posibles. El precio del petróleo se abatió y los ingresos petroleros se
desplomaron mientras que los países productores tuvieron que seguir pagando sus préstamos
aún a costa de sacrificar una parte de su capital productivo; la banca internacional se aprestó
a cobrar los créditos anteriormente concedidos y a fomentar el más atrayente de los negocios:
el financiamiento del servicio de la deuda, o lo que es lo mismo, la capitalización de los
intereses de un deudor insolvente.

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Hasta aquí todo ha transcurrido conforme a la lógica implacable del capital y, por lo tanto,
como sucede en las relaciones entre capitalistas privados, el deudor que ha invertido el dinero
del préstamo en un mal negocio debe pagarlo hasta con su carne, libra tras libra. El precio en
descenso del petróleo es el instrumento eficaz de que se vale la ley del valor para sacar de la
liza a los productores marginales; al final, la industria petrolera mundial tiene su punto de
equilibrio: una producción adecuada a la oferta, un precio que corresponde a esta igualdad, un
grupo de productores que producen la mayor cantidad de petróleo en las condiciones medias y
que perciben por tanto la ganancia media, una pequeña parte de productores que producen en
mejores condiciones y que tienen una ganancia superior a la media y otro grupo de
productores que producen en condiciones inferiores y reciben una ganancia inferior a la media.
Y en el fondo de esto ha tenido que inmovilizarse o destruirse simple y llanamente la fracción
del capital físico que excede a las necesidades de producción presentes.
Pero el Shiloquiano capital financiero, al reclamar el pago de sus créditos, va mucho más allá
que los simples efectos del mercado petrolero: arranca la carne viva de sus deudores, es decir,
les sustrae capital del fondo de reproducción simple, amenazando con dejarlos literalmente en
los huesos.
Entran entonces en conflicto un principio y varios hechos del sistema capitalista internacional.
El principio absoluto, piedra de toque de todo el sistema capitalista: la libre empresa, el libre
juego de las fuerzas del mercado conforme al cual el agente económico que yerra en sus
cálculos debe sufrir las consecuencias de ese error; de acuerdo con esto es indiscutible el
derecho que la banca internacional tiene a exigir el pago religioso de la deuda sean cuales
fueren los resultados que con ellos se produzcan. Los hechos: el cobro sin concesiones de la
deuda mantiene a los países deudores al borde de la cesación de pagos como único medio para
lograr una elemental sobrevivencia; la moratoria habría significado la ruptura drástica con el
capitalismo internacional y hubiera arrastrado a las economías nacionales a una recesión de
consecuencias incalculables; es por eso que aquella no fue declarada aunque ya se había
transpuesto en un sentido negativo, desde hacía mucho tiempo, el límite de la reproducción
simple de las economías de los países deudores. Por su parte, la banca internacional continuó
presionando para obtener el pago de la deuda aún corriendo el riesgo de una moratoria
generalizada de sus deudores, primero para mantener en pié aquel principio señalado, cuyo
abandono en un sólo caso habría sido un pésimo ejemplo que quitaría seguridad a sus
operaciones de préstamo y segundo, confiada en que los países deudores concederían primacía
a sus intereses futuros como miembros del sistema capitalista internacional, aún a costa de
sufrir transitoriamente un gran quebranto en el presente; sin embargo, en el ánimo de la banca
internacional empezaron a pesar otras consideraciones: la moratoria, hacia la que
peligrosamente se orillaba a los países deudores, habría terminado súbitamente con el
floreciente negocio del agio internacional, hecho más difícil la recuperación de los créditos y
tornado imposible la colocación futura de créditos en esos países. Por otro lado, los países
deudores son un mercado potencial o real para los productos y la tecnología de los capitalistas
industriales de las metrópolis y constituyen un campo muy vasto para la inversión directa de
los mismos; el pago de la deuda en los términos que se habían pactado originalmente, al
acarrear la ruina de los países deudores, significaría una seria pérdida de mercado y de
territorio de inversión para el capital industrial metropolitano; es por eso que éste desarrolló
una acción para convencer a la plutocracia financiera internacional de que cediese en alguna
medida en sus pretensiones.
Como ya vimos, ante una indicación del mercado, el capital acumulado como capital-dinero en
los países industriales va a los países de menor desarrollo, y ocasiona ahí una enorme
acumulación de capital; esta acumulación de capital, a su vez, produce una acumulación
mayor de capital-dinero en los países industriales. Pasado cierto punto, la complementación se
transmuta en negación; la simple acumulación se trueca, en los países periféricos, en una
sobrecogedora (para el ánimo de los capitalistas) desacumulación que retrotrae sus economía
muy por debajo de la reproducción simple y en los países industriales en una enorme
sobreacumulación de capital-dinero desvinculada por completo de y en oposición radical a la
producción industrial. En otro punto nodular, la desacumulación engendra la lucha de los
países deudores para combatir la causa directa de sus desdichas, es decir, la abultada deuda

53
externa y la acumulación excesiva del otro extremo produce la oposición activa de la burguesía
industrial para obligar al capital financiero a ceñirse a límites "normales" y permitir así la
restauración de la relación de mutuo engendramiento entre las dos partes del capitalismo
mundial en una nueva y superior fase de su existencia.
Claro se ve ahora que la "solución" al problema de la deuda estaba implícita en su propia
evolución; el capitalismo internacional necesariamente hubo de obligar a aquel de sus sectores
que se había levantado contra el todo a someterse al interés general: la reducción de la deuda
externa de los países en vías de desarrollo para que de esta manera pudiera reanudarse en
ellos la acumulación (crecimiento) sobre una base tecnológica superior, al tiempo que se daba
libre curso al capital metropolitano para "apoyar" esa acumulación y así impulsar su propio
proceso de acumulación.
Pero lo que nos interesa subrayar es lo siguiente: lo único que en lo que llevamos reseñado ha
movido a los capitalistas y sus gobiernos ha sido simple y llanamente la codicia de trabajo
excedente. Esta avidez llevó a los países productores de petróleo a endeudarse y a los países
industriales a conceder los créditos; ese apetito voraz causó después la desacumulación en un
lugar mientras en el otro generaba una acumulación hipertrofiada; y es esa misma ambición,
infinitamente exacerbada, la que después bramó por la disminución de la deuda externa para
poder volver a acumular. La explotación y depauperación de los trabajadores de ambos
elementos del sistema se intensifica y aumenta durante cada fase del capitalismo y en el
tránsito de una a otra; durante la desacumulación y al producirse el paso a la acumulación
desbocada se mantiene y se perfecciona constantemente la relación fundamental de extracción
de trabajo excedente de los trabajadores y se acentúan su explotación y depauperación. Por eso
la crítica revolucionaria no se detiene en las reivindicaciones burguesas como las de la
moratoria y otras, sino que prescribe la lucha de los trabajadores para terminar con el régimen
que en cualquiera de sus formas y en todas sus fases se finca en y produce la miseria física y
moral de los proletarios del mundo.
La moratoria, que era la reivindicación de los partidos de izquierda en México y otros países, no
significaba, desde esta perspectiva, sino ¡la exigencia de que cesase una forma de explotación
de la clase obrera para que fuera sustituida por otra más perfecta!

Crítica del cambio estructural y de la modernización.

Por último, el camino para lograr el crecimiento económico era, para Salinas de Gortari, el que
pasa por el cambio estructural y la modernización.
El cambio estructural y la modernización significaron una profunda transformación tecnológica
de la planta productiva (agrícola e industrial), del aparato comercial y de servicios y de la
actividad financiera para llevar al capitalismo mexicano lo más cercanamente posible al nivel
tecnológico existente en los países industriales. Una tecnología de orden superior implica un
adelanto en la maquinización, extensión e intensificación del trabajo y esto, como ya hemos
tenido oportunidad de ver, se traduce necesariamente en un gran empuje a la descomposición
de los sistemas y órganos de los trabajadores, en un avance en su deshumanización.
La modernización se extiende también a los patrones de consumo y de vida de los trabajadores
mexicanos; en las modernas sociedades industriales, el consumo masivo es una de sus
condiciones de existencia que tiene efectos específicos sobre las condiciones de vida de los
trabajadores: (1) en primer lugar, la asimilación de los objetos exteriores para satisfacer las
necesidades tiene un límite después del cual los órganos y funciones que entran en este
proceso sufren un desgaste inmoderado, imposible de reponer en forma alguna, que da como
resultado un aceleramiento de la degeneración y descomposición de los órganos y funciones
orgánicas fundamentales del ser humano; (2) en segundo lugar, el consumo masivo es un
punto de apoyo para una intensificación del trabajo elevada a la enésima potencia, lo cual,
como ya es para nosotros suficientemente conocido, se traduce en una depauperación más
radical del proletariado mexicano.

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Quinta Parte

La declinación de Salinas de Gortari.

La sucesión presidencial y la rebelión indígena en Chiapas.

La aprobación del Tratado de Libre Comercio vino a dar la puntilla a la burguesía liberal
mexicana, clase que a lo largo del sexenio de Salinas de Gortari había sido ignominiosamente
sometida a los designios de la plutocracia nacional y cuya beligerancia, que alcanzó el apogeo
en las elecciones de 1988, fue completamente domeñada, reducida a su mínima expresión.
Sin enemigo al frente, la oligarquía mexicana se preparaba para impulsar el modelo de
desarrollo al que se acababa de anexar su instrumento más poderoso, el Tratado de Libre
Comercio.
Aparentemente dueños de todos los resortes de la realidad económica, los integrantes del
equipo salinista habían razonado de la siguiente manera: la política económica neoliberal,
indispensable para sacar al país de la crisis y llevarlo de nuevo al camino del crecimiento
sostenido, tiene efectivamente un alto costo social a causa del descenso de los salarios reales,
la ruina de la agricultura y la pequeña y la mediana industria, el desempleo, el deterioro de las
condiciones de vida de amplias capas de la población, etcétera, que le eran consubstanciales;
sin embargo, era posible, mediante un inteligente y gran programa de asistencia social,
mantener dentro de límites manejables, sin que se llegara a los extremos de un estallido social,
el malestar, la inquietud y las protestas que esa situación económica generase; este
neoliberalismo aderezado con una Beneficencia Pública masiva fue bautizado como "liberalismo
social" y etiquetado como toda una doctrina económica y política que, desde luego, brotaba de
la mente prodigiosa del caudillo sexenal; conforme a sus previsiones, una vez que las
principales transformaciones políticas, económicas y sociales que exigía el modelo neoliberal
fueran realizadas y la economía del sector I transitase por una ancha calzada, conducida por
su propia inercia, el equipo salinista pasaría a fomentar, bajo su inflexible dirección, una
moderna agricultura, una pequeña y mediana industria modernas y tributarias de las grandes
empresas, un salario real en ascenso, ligado a los incrementos en la productividad, una
provisión inagotable de empleos remunerativos y un mejoramiento incontenible de las
condiciones de vida de la población en general; el "progreso" de hoy justificaría los sacrificios de
ayer y el "liberalismo social" adquiriría el carácter de una verdadera filosofía social.
Con la aprobación del Tratado de Libre Comercio se dio cima a la tarea histórica del salinismo
de crear la nueva estructura del sector I de la economía mexicana y ello sin que se registrara el
más leve brote de descontento popular; la ingeniería económica y social había sido aplicada
impecablemente. Una nueva etapa se abría ante la tecnocracia mexicana: ya que a su juicio
era sólo su inteligencia harvardiana la que había descubierto el secreto de la economía
mexicana, que no habían podido vislumbrar siquiera los populistas y estatistas, debería ser
ella misma la que siguiera conduciendo al país en las actuales circunstancias; su tarea
consistiría, por un lado, en mantener vigentes y profundizar todas las transformaciones
económicas realizadas durante el sexenio de Salinas de Gortari y, por el otro, guiar con mano
firme el proceso de reconstitución del sector II, para moldearlo de acuerdo con los intereses de I
y de elevación del nivel de vida de los trabajadores mexicanos por medio del mecanismo de la
remuneración ligada a los incrementos de la productividad y en general el de toda la población
por medio de una mayúscula Beneficencia Pública enmarcada en un monstruoso programa de
solidaridad.
Después de la aprobación del TLC estaban dadas todas las condiciones para el paso del equipo
salinista a una nueva fase de su dominación. Los cambios económicos se habían realizado en

55
sus aspectos fundamentales. La oposición cardenista y su aliado incondicional, la
intelectualidad de izquierda, fueron completamente domesticados, dirigida su lucha hacia
cuestiones formales de los procesos electorales y la democracia; de una manera vergonzante
abandonó la contienda por sus reivindicaciones clásicas, pues incluso en la batalla contra el
TLC, acuerdo que resumía todas las agresiones del sector I al II y que era el punto de partida
de una mayor vulneración de las condiciones de existencia de la burguesía liberal y la pequeña
burguesía, actuó sólo como coadyuvante del verdadero contendiente, es decir, de la burguesía
del sector II de la economía norteamericana; claudicante y temerosa ante la soberbia del grupo
salinista que llenaba completamente la escena ideológica, dejó en manos del azar el ajuste de
cuentas con su oponente; esperaba que el TLC no fuese aprobado en el Congreso
norteamericano y que de esta manera se desplomase por sí mismo el edificio económico
salinista y sus ruinas cayeran graciosamente en sus manos para construir con ellas su
desleído proyecto económico y, cuando sucede lo inevitable, es decir, cuando el TLC es
aprobado, pone sus esperanzas en una lejana justa electoral en la que, discutiéndose
únicamente cuestiones formales de la democracia, espera ingenuamente alcanzar el triunfo y
así imponer su modelo económico, al cual, la apabullante lógica neoliberal ha limado todas las
aristas potencialmente radicales; impotente y sumisa, esta clase social recibe el tiro de gracia
con el altanero reto que lanza el Secretario de Comercio al líder del sector II, Cuauhtémoc
Cárdenas, para debatir, post festum, sobre el TLC. El proletariado y los campesinos mexicanos,
aunque resentían a plenitud los terribles efectos de la "embestida neoliberal", continuaron
sometidos férreamente a la plutocracia a través del control organizativo e ideológico que ésta
ejerce sobre aquel (y que ha establecido precisamente al desalojar a los cardenistas de las
posiciones que aquí guardaban) y por medio de las migajas (parte de las cuales tiene que pagar
directamente con su trabajo) que le lanza el gobierno salinista en los paquetes de solidaridad.
Es en este punto superior de la dominación del sector I cuando se produce la nominación de
Colosio Murrieta como candidato del PRI a la Presidencia de la República.
Se trata, en realidad, de una doble designación: Colosio Murrieta es nombrado candidato a la
Presidencia tomando en cuenta que es quien, como titular de Sedesol y por medio de
Solidaridad, ha sabido mantener el descontento popular dentro de los límites y los cauces
legales, sin que ni por asomo se acerque al punto de desbordamiento y quien, por lo mismo, es
el que puede lograr la transformación de ese programa de Beneficencia Pública en un
verdadero impulso al sector II de la economía, manteniendo a éste, desde luego, como un
apéndice del sector I; por otro lado, al nominar a Colosio se designa también al equipo
económico que habrá de acompañarlo (la generación del cambio) y que, bajo la tutela de
Salinas, conducirá por otros 12 años, por lo menos (Gurría), la política económica por el
sendero neoliberal.
Es en este escenario en el que el 1o. de enero de 1994 se produce el alzamiento de los
indígenas chiapanecos encuadrados en el Ejército Zapatista de Liberación Nacional.

Las causas de la rebelión indígena.

La insurrección armada de los indígenas chiapanecos fue el resultado de la confluencia de dos


procesos sociales distintos. Por un lado, el desenlace necesario de la lucha de clases que se
había dirimido en los últimos años en la sociedad capitalista mexicana: de acuerdo a la
inexorable dialéctica que ya hemos estudiado en páginas anteriores, ante el sector I de la
economía mexicana, entronizado en el poder desde el sexenio de López Portillo, se alzó en
primer lugar la burguesía liberal personificada por el Frente Cardenista de Reconstrucción
Nacional y dio aquella memorable batalla que tuvo su cima en las elecciones de 1988;
avasallada por la plutocracia, la burguesía del sector II perdió su combatividad y, por tanto, la
iniciativa en la lucha de clases; ante su claudicación, tomó la bandera la pequeña burguesía
urbana, verdadera organizadora de la guerrilla chiapaneca. Por otro lado, la guerrilla indígena
era el producto necesario de una miseria estacionaria, con cinco siglos de existencia, a la que
las tribus autóctonas han sido condenadas por la propiedad privada y que el régimen
capitalista se ha encargado de agudizar durante todas sus fases de existencia, pero de una
manera más flagrante y cínica cuando gobierna el sector I.

56
Las reivindicaciones de la pequeña burguesía urbana, explícitas o no, son, por una parte, la
expresión de sus propios intereses de clase y, por otra, la manifestación de las necesidades de
la burguesía liberal cuando esta clase social abandona vergonzosamente la batalla por su
satisfacción; la acción de aquella, por tanto, no va más allá de los límites del régimen
capitalista y el resultado más radical de la misma no puede ser otro, en las condiciones
actuales del capitalismo mexicano, que el auxilio a la burguesía del sector II en su lucha por la
conquista del poder político.

La historia de los pueblos indígenas a partir de la Conquista.

La conquista de México fue el sometimiento, por la vía de las armas, de las tribus indígenas
asentadas en lo que hoy es la República mexicana a la dominación militar de la nación
española.
La forma de organización económico-política de los pueblos indígenas del centro del país era la
que se ha denominado "comunidad asiática"; mientras que los pueblos del centro del país se
encontraban en una fase de transición de la comunidad primitiva hacia una sociedad clasista,
los que habitaban en el norte de México vivían apenas en las primeras etapas de la comunidad
primitiva, en aquella en que las tribus son todavía cazadoras y recolectoras, no practican aún
la agricultura ni la ganadería y se encuentran en un estado de nomadismo o seminomadismo.
Los españoles, cuyo régimen económico se encontraba en la última fase del feudalismo y
proveía de oro y plata al mercado mundial, derrotaron militarmente a las tribus indígenas,
ocuparon el territorio en que estaban asentadas, establecieron la propiedad originaria del rey
de España sobre el mismo, destruyeron el poder político de los gobernantes nativos e
impusieron su propio gobierno; como primer acto económico de la nueva forma de
organización, despojaron a los pueblos autóctonos de los tesoros en metales preciosos que ellos
habían acumulado
.
La encomienda.

La primera relación económica que se estableció entre los conquistadores y los indios fue la
Encomienda. Esta consistía en el encargo por la corona española de los pueblos de indios a los
conquistadores para su evangelización, el cobro del tributo (que se reparte entre el
encomendero y la corona), y la utilización de la fuerza de trabajo indígena en servicios
personales.
Las comunidades indígenas mantienen la misma forma de organización económica y social
anterior a la conquista; el conquistador sólo se sobrepone a la capa superior de la sociedad
indígena.
Los conquistadores se alimentan de lo que los indios tributan; con trabajo indígena construyen
sus palacios, cultivan sus tierras y mantienen el servicio de sus casas. Con trabajo indígena se
derruye la vieja capital del Imperio Azteca y se levanta la ciudad de los conquistadores.
Por el derecho de conquista, el rey de España se convierte en el propietario originario de las
tierras de los vencidos; el rey transmite a los conquistadores y a las comunidades y pueblos de
indios la propiedad en un caso privada y en el otro comunal de las tierras. Se produce una
total recomposición de los asentamientos indígenas que por principio de cuentas son reducidos
a la más pequeña extensión territorial posible y además despojados de las tierras más feraces,
ambas cosas en favor de la propiedad privada de los españoles.
Los indígenas conservan su antigua forma de organización tribal y el mismo modo de
producción primitivo (asiático). La propiedad de la tierra ya no es como antaño originaria sino
derivada de la potestad del rey de los conquistadores. Por el derecho de conquista, los
españoles se apropian del trabajo excedente de las comunidades indias bajo la forma de tributo
en especie que sirve para alimentar a los españoles, de trabajo indígena para el cultivo de las
heredades de los conquistadores, la explotación de sus primeras minas y talleres, la
construcción de sus fincas y sus palacios citadinos, la destrucción de la ciudad indígena y el
levantamiento de la nueva Tenochtitlan. El trabajo excedente que representan los guerreros
indígenas también es utilizado para extender la conquista hacia el interior del país.

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La exacción de trabajo excedente de los indios se asemeja al sistema esclavista, pero aún no lo
es en toda su extensión; sin embargo, existen ya muchos elementos que apuntan hacia él y a él
conducirán ineluctablemente: en primer lugar, en la sociedad azteca existía con anterioridad a
la conquista una gran cantidad de esclavos; el conquistador, al sustituirse al grupo dominante
autóctono, adquiere por ese hecho el derecho de propiedad sobre los esclavos ya existentes; por
otro lado, el derecho de conquista engendra una tendencia muy poderosa de los
conquistadores a reducir a la esclavitud a la mayor cantidad posible de indígenas utilizando
como pretexto principal su condición de prisioneros de guerra en los casos en que las tribus no
se han sometido dócilmente a los españoles. Desde los primeros tiempos de la conquista existió
el esclavismo en la Nueva España y el trabajo que así se apropiaban los españoles era una gran
parte del total de trabajo extraído a los naturales del país.
Junto a la encomienda, forma principal de producción existente en los primeros años de la
colonia, se gesta una pequeña producción agrícola, ganadera, minera y artesanal que es
realizada por pequeños productores provenientes de los soldados de las tropas de conquista
que han recibido mercedes de tierras de la Corona Española.
Las clases sociales que se formaron en la primera etapa de la Colonia fueron las siguientes:
grandes propietarios de los tesoros en metales preciosos y joyas que habían sido expropiados a
los indígenas, de dilatadas extensiones de tierras y solares urbanos, de encomiendas de miles
de indios, etcétera; medianos y pequeños propietarios de metales preciosos y joyas, de tierras
de cultivo y solares en la ciudad y en algunos casos de encomiendas con unas cuantas decenas
de indios, de entre los que surgen los primeros pequeños productores agrícolas, ganaderos y
mineros, los dueños de los primeros talleres artesanales y los primeros comerciantes;
comunidades indígenas con su estructura interna de grupos sociales ya profundamente
alterada por la intervención de los conquistadores, quienes trastocaron todo el orden y la
jerarquía en aquellas, principalmente al desplazar a la antigua nobleza e imponer una nueva
casta superior completamente entregada a los españoles; una cantidad siempre mayor de
indígenas que, habiendo sido lanzados fuera de la comunidad por el cataclísmico movimiento
de reacomodo de los grupos sociales de la sociedad indígena o privados de la comunidad por la
violencia destructora de la conquista que barrió con la comunidad misma, son convertidos
inmediatamente al esclavismo por los conquistadores; esclavos indios, ya sea aquellos que
pertenecen a los mismos indígenas dentro de la comunidad o los que teniendo esa cualidad
anteriormente se los apropian los conquistadores por cualquier título, principalmente por el
derecho de conquista; los mestizos, grupo social resultante de la mezcla de sangre de los
españoles con los indígenas y que en esta época no tienen todavía un lugar específico en las
estructuras de clases de la sociedad novohispana.

La producción minera.

En la fase siguiente del período colonial se establece la relación económica fundamental entre
México y España, es decir, la exportación de metales preciosos. En consecuencia, se da un
amplio impulso a la minería, la cual se convierte en la principal actividad económica
novohispana. Esta rama de la producción se expande impetuosamente en unos pocos años,
evolucionando desde los primeros pequeños placeres del inicio de la colonia hasta las grandes
explotaciones mineras llamadas haciendas de beneficio que fueron establecidas por españoles
que se enriquecieron en la pequeña producción minera del período anterior, en la encomienda,
con las mercedes de tierras, en el comercio, etcétera
.
La producción agrícola y ganadera.

La continuación de la conquista hacia el sur y las lejanas tierras del norte y la gran actividad
minera que se había generado en el país, hacen que se eleve enormemente la demanda de
alimentos, vestidos y otras manufacturas; esto, a su vez, obliga a que se organicen el cultivo, la
ganadería y la producción artesanal en grandes unidades, en haciendas agrícolas y ganaderas
y en obrajes, porque sólo así se puede cubrir esa demanda desmedida; son también españoles
enriquecidos en el período previo quienes establecen tales unidades productivas.

58
Las enormes explotaciones mineras, las haciendas agrícolas y ganaderas y los obrajes
requieren de grandes cantidades de mano de obra, las cuales necesariamente se cubren con
fuerza de trabajo indígena. Una primera fuente la constituyen las comunidades indígenas
encomendadas a los españoles. Originalmente, los españoles sólo podían obtener de los
indígenas un tributo en especie o en servicios, pero sin poder disponer totalmente de su fuerza
de trabajo, ya que el resto pertenecía a la comunidad en donde se utilizaba de acuerdo con
prescripciones ancestrales; sin embargo, esta relación evolucionó rápidamente hacia una
apropiación de todo el tiempo de trabajo del indígena y su utilización por los españoles en sus
establecimientos, esto es, se transformó en una relación esclavista; de esta suerte, el
encomendero convirtió en sus esclavos a los indios encomendados y los destinó a trabajar ya
sea en sus propias minas, haciendas o talleres o, por un alquiler determinado, en los de otros
españoles.
Otra fuente de mano de obra lo fue la gran cantidad de esclavos existentes en manos de los
españoles, ya sea que provinieran de la misma comunidad india, en donde ya tenían esa
condición, o de su apropiación por el derecho de conquista.
Quedó así estructurado, en esta época de la Colonia, un régimen típicamente esclavista.
La forma de organización autóctona de los indios se ve, como ya dijimos, sometida a muchos
embates de parte de los conquistadores, de tal suerte que la llevan a una acelerada disolución
aunque sin llegar a su total extinción. La conversión de los indios en esclavos es, en esta
época, el factor principal de disolución de la comunidad indígena.
La mezcla de las razas continúa en este período dando lugar a un nuevo grupo étnico-social
que son los mestizos; éstos, liberados definitivamente del lazo con la comunidad, son personas
libres que pasan a ser trabajadores de los españoles y los criollos, aunque sin constituir
todavía la fuerza principal de trabajo, en formas más libres como el encasillamiento (peón
encasillado); además, muchos de sus miembros se convierten en medianos y pequeños
productores y comerciantes.

El Repartimiento y la Congrega.

El esclavismo fue la forma que adoptó el régimen económico de la Nueva España


inmediatamente después de la conquista. El hambre insaciable de riqueza de los
conquistadores, único móvil de sus acciones, los llevó a ejercer la más despiadada explotación
sobre los indígenas para extraerles cantidades inconmensurables de trabajo excedente. De esta
manera, la sobreexplotación de los esclavos indígenas y su separación de la comunidad, la cual
constituía la base de su existencia, produjeron entre ellos terribles enfermedades y una enorme
mortandad que hizo descender radicalmente la población indígena. Desde luego que esto era,
para los conquistadores, un hecho catastrófico porque iba en camino de extinción la única
fuerza de trabajo para la explotación de sus establecimientos. Una parte de los conquistadores,
encabezada por sacerdotes "humanistas", ante el temor de que se agote la materia prima de la
explotación colonial que son los indios, inician una cruzada, con apoyo de la corona, con el fin
de reducir los excesos de la esclavitud y buscar otras formas de explotación que no atenten
contra la vida de los indígenas. En esta etapa de alguna manera se aminoran los abusos más
flagrantes de la esclavitud, aunque sin terminar con ella; ésta continúa siendo el más
importante medio de extracción de trabajo indígena excedente. Además, se instituye una nueva
forma de trabajo que coexiste con la esclavitud y que consiste en la repartición de los indios
entre los establecimientos de los españoles (minas, haciendas y obrajes) para que trabajen en
ellos por un número determinado de días al año, por una retribución estipulada y después
retornen a sus comunidades de donde no volverán a salir sino hasta el siguiente año. También
se empleó el sistema de la congrega que era la reunión en un sitio (pueblo de indios) de todos
los nativos que los anteriores embates de los españoles habían despojado de tierras o aquellos
que, como en el norte, formaban tribus nómadas sin un asiento territorial específico.

La Iglesia en la Conquista y en la colonización.

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Con los conquistadores vinieron los primeros misioneros que hubo en Nueva España. Su labor
principal fue inculcar a los indios los principios de la religión cristiana, es decir, la explicación,
justificación y sanción ideológica de la propiedad privada y de la explotación del hombre por el
hombre. El adoctrinamiento de los indios por los sacerdotes católicos tuvo en Nueva España, y
no podía ser de otro modo, como propósito fundamental dotarlos de una ideología apropiada
(en sustitución de su antigua religión) que los hace aptos para entrar sumisamente en las
nuevas relaciones de producción basadas en la propiedad privada y la explotación que los
españoles iban implantando en los lugares que conquistaban. Los excesos de la conquista y de
la primera forma de producción establecida en Nueva España, esto es, de la esclavitud más
despiadada y sangrienta, dieron pie para que los misioneros sacaran a la luz sus más nobles
sentimientos "humanistas" y se opusieran a tales demasías en nombre de la conservación de la
vida y salud de los naturales, todo esto, desde luego, con el cristiano fin de que no se
extinguiera la mano de obra que era utilizada por los españoles para su sustento y
enriquecimiento. Sin embargo, aún esta interesada defensa era realizada en forma mezquina y
claudicante: muchas veces que ante sus súplicas lloriqueantes la corona decretó la abolición
de la esclavitud, de las encomiendas o de los repartimientos, los misioneros, asustados ante la
enormidad de lo que habían logrado, corrieron a aliarse con los encomenderos, los mineros y
los hacendados para oponerse a aquellas medidas que amenazaban con llevar a la ruina la
economía de la Colonia. Es curioso el caso, por ejemplo, de notable defensor de los indios que
hizo una ardiente denuncia de la feroz explotación a la que éstos eran sometidos por los
conquistadores, lo que le permitió brillar intensamente en la corte; cuando otro también ilustre
defensor, siguiendo el mismo camino, se convirtió en un astro de primera magnitud, el
primero, viendo amenazada su preeminencia, acusó al segundo de exagerar en sus denuncias
la explotación de los indios por los conquistadores con el único propósito de hacer llamear su
nombre en la corte!.
En suma, en esta primera etapa de la colonia la Iglesia tuvo como tarea principal someter
ideológicamente a los indios que anteriormente habían sido sojuzgados por las armas. La
iglesia actuó como el brazo espiritual de los conquistadores.
Cuando la colonización avanzó hacia el norte en donde los indios vivían en estado de
nomadismo y cuando en los lugares ya conquistados la violencia de los conquistadores al
despojarlos de sus tierras y someterlos a una esclavitud ignominiosa habían obligado a los
indios a refugiarse en cerros y montañas, los sacerdotes católicos, guiados por el amoroso
propósito de proporcionar mano de obra a los españoles, se dieron a la tarea de fundar
misiones, pueblos, etcétera, en donde congregaban a los indios dispersos; ahí les enseñaban la
doctrina cristiana, o lo que es lo mismo, los principios de la propiedad privada y de la sumisión
a la explotación y los conservaban a disposición de los hacendados, mineros, obrajeros,
etcétera, que por una mera casualidad tenían sus establecimientos en las cercanías de esos
poblados o posteriormente los asentaban precisamente en su vecindad. Ya sea abriendo
camino a los conquistadores o completando su obra en los lugares en que iban
estableciéndose, los sacerdotes católicos, al fundar misiones, villas o pueblos, cumplieron con
una de sus funciones terrenales más preciosas: reunir a los indios en forma organizada,
manteniéndolos a disposición de los españoles para llenar sus necesidades de mano de obra y
someterlos ideológicamente a través de la religión al nuevo modo de producción.
Una vez que en determinado territorio las nuevas relaciones de producción se consolidaban,
entonces la Iglesia pasaba a realizar tareas más elevadas. La educación de los hijos de los
españoles y de los mestizos de posición acomodada, la prestación regular de los servicios
religiosos a la población española y mestiza y a los indios conversos, etcétera, fueron los
trabajos primordiales de los sacerdotes después de la conquista y pacificación. Las nuevas
ocupaciones exigían cantidades muy grandes de sacerdotes, lo necesario para su vestido y
alimentación, casas habitación, templos, catedrales, conventos, colegios y en fin todo lo que la
vida espiritual de la Colonia demandaba. Con el propósito de obtener los voluminosos recursos
indispensables para llenar sus crecientes necesidades, las diversas órdenes, además de las
donaciones, dádivas, limosnas, diezmos, etcétera, que percibían, tuvieron que participar
directamente en el régimen de producción existente adquiriendo principalmente fincas
rústicas. Si recordamos que la primera forma de producción que se estableció en la Colonia fue

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el esclavismo y que éste empezó a evolucionar hacia un feudalismo específico, entonces la
Iglesia fue también una institución esclavista o propietaria feudal; en cualquier caso, una gran
parte de sus ingresos tuvo que ser cubierta por la explotación del trabajo ya sea esclavo o servil
que realizaban directamente en sus propiedades agrícolas.
En aquellos lejanos tiempos la Iglesia estaba dividida en dos bandos: uno lo constituían
quienes apoyaban y promovían la explotación despiadada de los indígenas sin importarles que
ella pudiera llegar a ocasionar la extinción de los mismos, y el otro los que defendían a los
indios de los excesos de los españoles procurando así la conservación de la mano de obra
indígena en condiciones óptimas para su aprovechamiento productivo. Como veremos más
adelante, esta misma división dentro de la Iglesia se repite a lo largo de la historia de nuestro
país, aunque en cada momento con un contenido distinto.

El régimen feudal-colonial.

El repartimiento de los indios entre los españoles para utilizarlos en sus establecimientos
mostró pronto sus grandes desventajas. El hacendado, minero u obrajero no podía contar con
la mano de obra necesaria en el momento preciso y en la cantidad exigida por la explotación; la
fuerza de trabajo estaba controlada por los oficiales de la corona y era la voluntad de éstos la
que determinaba a dónde, en qué cantidad y por cuánto tiempo los indios iban a trabajar con
los españoles; este sistema no podía ser la base de una organización económica estable y
segura como a la que aspiraban los dueños de la riqueza de la Nueva España.
El esclavismo agotó la fuerza de trabajo de los indígenas; el repartimiento, en aquel aspecto en
que se alejaba un poco del esclavismo, aunque tendía a conservar la comunidad que es la base
de la salud y productividad de los indios, tornaba el aprovechamiento de esa capacidad
productiva por los españoles en algo completamente fortuito. Era apremiante en aquellas
circunstancias encontrar una forma de asegurar la provisión sin interrupciones de mano de
obra suficiente y en tiempo oportuno.
Por otro lado, el mestizaje había avanzado en forma impresionante; las repetidas mezclas entre
españoles, indios y negros habían dado lugar a un grupo social específico que ya no tenía las
ataduras de la comunidad como sus antecesores indígenas.
Con todos estos elementos en su punto óptimo, se inicia un movimiento de enfeudamiento o
adscripción de los mestizos, que por definición ya no tenían lazos con la comunidad, y de los
indígenas que por alguna razón los habían roto, a la tierra perteneciente a los hacendados, a
los mineros y a los obrajeros; los peones acasillados (que así se les llamaba) y otros tipos de
trabajadores dependientes estaban obligados a prestar servicios a los propietarios a cambio del
derecho de vivir en sus dominios y explotar una pequeña parcela para satisfacer sus
necesidades. Esta relación aparece oculta porque formalmente el peón recibe un salario por su
trabajo; sin embargo, la verdad surge de una manera brutal en la esclavitud por deudas en que
a fin de cuentas caían todos los jornaleros. El régimen esclavista que se estableció en la Nueva
España se transformó a ojos vistas en un régimen típicamente feudal. El núcleo de esta nueva
forma de organización social lo es la hacienda casi autosuficiente.
La Colonia llega al punto más alto en la producción de metales preciosos; la minería se
estabiliza y su producto se reparte en forma proporcional entre el mercado interno y el mercado
metropolitano. La rama de producción minera pasa entonces a un segundo plano en
importancia; la demanda de mercancías generada por esta rama industrial se abate y toma un
nivel estable. La hacienda agrícola y ganadera queda como la base de la economía de la Nueva
España y en ella se establece la nueva forma de trabajo ya estudiada que consiste en la
concesión en usufructo de una parcela de tierra a los trabajadores (mestizos, indios, etcétera) a
cambio de prestaciones en trabajo para el cultivo de la finca cuyo producto en esta fase se
utiliza principalmente para cubrir las necesidades del propietario y sólo en un segundo plano
para colocarlo en el mercado y obtener un ingreso para gastar como renta. La hacienda se
convierte en una unidad casi completamente autosuficiente. Se produce el enfeudamiento
(adscripción a la tierra del hacendado) de los mestizos e indios. Paralelas a la hacienda feudal
existen la mediana y pequeña producción agrícola, las cuales, en la medida que utilizan trabajo
ajeno, lo hacen bajo el mismo sistema que los hacendados.

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La producción minera se coloca en un lugar secundario en la economía novohispana por las
razones expresadas en el anterior parágrafo. La producción minera de la colonia es realizada
por unos cuantos propietarios de grandes minas y haciendas de beneficio que adoptan también
la nueva forma del trabajo servil (peones acasillados y otros tipos de trabajadores
dependientes) y por una multitud de medianos y pequeños mineros que se valen del mismo
sistema para obtener fuerza de trabajo.
Al dejar de crecer desorbitadamente la demanda de artículos manufacturados, los obrajes
detienen su acelerada expansión y se estabiliza su producción. También en ellos se generaliza
el nuevo modo de garantizar la mano de obra, es decir, el acasillamiento de los jornaleros en
los propios terrenos del obraje. Hay también una mediana y pequeña producción de
manufacturas que se basa en el mismo método de proveerse de fuerza de trabajo. En las
ciudades y poblaciones más importantes se establece un verdadero sistema de gremios de
productores artesanales que cubre con su producción la demanda existente.
La relación fundamental de explotación se establece entre los propietarios privados y los
mestizos e indios no propietarios; el propietario privado concede en usufructo un pedazo de
tierra a quienes carecen de propiedad (los acasilla) y éstos a cambio tienen que realizar ciertas
prestaciones (cultivo de la finca señorial, trabajo en la mina o en el obraje, etcétera) en favor
del propietario.
Una relación secundaria pero definitoria de esta fase de la economía novohispana es la que se
establece entre el propietario privado de los talleres artesanales y sus oficiales ayudantes. El
propietario del taller acoge en su hogar a los trabajadores, les da techo y sustento y les enseña
el oficio a cambio de su trabajo; los oficiales y ayudantes viven en una situación de
servidumbre personal bajo la tutela del maestro artesano.
La organización tribal de los indios es aún, al principiar esta fase, proveedora directa de fuerza
de trabajo y fuente del mestizaje que enriquece los depósitos de mano de obra de donde se
nutren los propietarios privados para "encasillarlos" en sus establecimientos. Sin embargo, la
comunidad indígena va perdiendo inexorablemente estas dos funciones porque los mestizos se
reproducen ahora fuera de ella y su multiplicación está sujeta a una dinámica propia en los
lugares en que residen como peones acasillados. La comunidad va entrando en un estado de
estancamiento absoluto hasta que se convierte, al final de este período, en un cuerpo extraño
dentro de la organización económica y social de la colonia.

El surgimiento de los pequeños productores.

La forma de organización del trabajo que estuvo vigente durante el período anterior lo fue el del
peonaje acasillado. Hacendados, mineros, obrajeros y medianos y pequeños propietarios se
proveían de mano de obra concediendo a quienes accedían a trabajar para ellos un pedazo de
tierra en usufructo. Este sistema se aplicó en los talleres artesanales con las diferencias que su
propia naturaleza le imponían. La relación entre el propietario privado y el peón acasillado
(campesino-siervo) fue evolucionando: primero el peón tenía la obligación de trabajar en las
tierras del patrón y sólo después de ello lo hacía en la suya para complementar un salario que
era meramente simbólico; después logró que le permitieran trabajar todo el tiempo en el
pequeño pedazo de tierra que le habían asignado y pagar como contraprestación una renta en
especie; por último, al avanzar un grado más en su libertad respecto del dueño de las tierras,
consiguió que la renta en especie se transformara en renta en dinero. Sin embargo, la
propiedad de la tierra continuaba siendo del terrateniente, del minero o del obrajero.
En el proceso de transformación de la relación entre propietario y peón acasillado éste va
obteniendo más libertad para trabajar la tierra que tiene en usufructo y por tanto la hace
producir en una escala cada vez mayor. El paso de una a otra forma de renta significa un
incremento en la producción que al exceder los límites del consumo familiar tiene que lanzarse
al mercado.
De la masa de peones acasillados surge una multitud de pequeños productores de mercancías
que ensanchan el mercado en una gran medida y dan a éste un nuevo carácter, un mayor
dinamismo. Igual cosa sucede con los oficiales y ayudantes del maestro artesano quienes al

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calor de la transformación económica general se convierten también en pequeños productores
de mercancías.
De entre los nuevos pequeños productores de mercancías surge una nueva clase de pequeños
comerciantes muy activos que son el fermento de un nuevo régimen social.
Por su parte, la organización tribal ha dejado de ser ya definitivamente fuente de mano de obra
o pié de cría del mestizaje y sigue en su camino de decadencia, constituyendo un verdadero
anacronismo dentro del régimen capitalista naciente.
En resumen, la evolución de la comunidad indígena bajo la égida de la propiedad privada
instituida por los españoles fue la siguiente: los indios que vivían en sus comunidades y
aquellos que por cualquier concepto habían salido de ellas y vivían en las heredades de los
españoles, fueron la primera fuerza de trabajo utilizada por el régimen económico naciente bajo
la forma de una verdadera esclavitud; inmediatamente después de la conquista se inicia un
proceso de mezcla de las dos razas que da como resultado un nuevo grupo étnico-social, los
mestizos, quienes no tienen ya ningún lazo con la comunidad indígena y su número se
incrementa de una manera vertiginosa; en una segunda fase, debido a que el trabajo esclavo
produjo una enorme mortandad entre los indios, se instituyen el repartimiento y la congrega
como las formas en que una comunidad indígena reconstituida puede continuar
proporcionando mano de obra a los españoles; la cantidad de mestizos va siendo cada vez
mayor, aunque por el momento están fuera del régimen de producción, viviendo al margen de
él; posteriormente, los mestizos pasan a ser la fuente principal de la fuerza de trabajo en una
forma de organización económica típicamente feudal; el grupo mestizo adquiere una dinámica
de reproducción autónoma y se independiza por completo de la comunidad indígena; ésta ha
perdido por tanto sus dos funciones principales: la de proporcionar directamente fuerza de
trabajo a los españoles y la de procrear a la raza mestiza; la comunidad indígena queda como
un cuerpo extraño dentro del régimen de producción, sin tener en él ninguna función
económica, y en esa condición se reproduce incesantemente a lo largo de la historia posterior
de nuestro país.

Las comunidades indígenas en la época del capitalismo.

El régimen capitalista mexicano, heredero legítimo del régimen feudal-colonial, encuentra a las
comunidades indígenas ya en ese estado de postración a que nos referimos en el párrafo
anterior. La relación que se establece entre el capitalismo y las comunidades indígenas se basa
enteramente en la conservación de la organización tribal de las mismas, pues ningún interés
tiene para aquel su disolución ya que sus necesidades de mano de obra son cubiertas en
exceso por la gran masa de trabajadores urbanos y rurales que él mismo ha producido y que
provienen de la raza mestiza que se formó y consolidó durante la Colonia y además porque
hacerlo significaría un enorme esfuerzo y tendría un costo económico muy alto que no está
dispuesto a pagar por ningún motivo. El capitalismo mexicano condena sin apelación a los
pueblos indígenas a vivir en una forma de organización precapitalista y a la vez acosados por
todos los males que el capitalismo produce.
Esa relación del capitalismo mexicano con los pueblos indígenas, que ya determinamos en lo
fundamental, adquiere una forma específica de acuerdo al sector económico que se encuentre
en el poder.
Cuando predomina la oligarquía, sea ésta la que integraban los capitalistas terratenientes-
industriales del Porfiriato o los grandes capitalistas que gobernaron con Avila Camacho, Miguel
Alemán, Díaz Ordaz y López Portillo, se produce una vulneración drástica y violenta de las
condiciones de vida de las comunidades indias; como en esos períodos hay necesariamente una
reconstitución de las grandes propiedades agrícolas que trae como consecuencia el predominio
de los terratenientes, se suscitan entonces agresiones de éstos en contra de los pueblos
indígenas para despojarlos de las tierras y aguas que poseen, se forman guardias blancas con
el fin de obligarlos a dejar sus tierras y para acallar sus protestas, se acentúan en grado sumo
el despotismo sobre los indios y el desprecio de los ladinos y mestizos hacia ellos, se aniquilan
sin consideración alguna sus viejas culturas, se impone una autoridad entre los indígenas que
responde sólo a los intereses de los terratenientes, etcétera. Es evidente que estos ataques a la

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comunidad indígena lo que hacen es fortalecer en sus integrantes el arcaico lazo tribal y no, ni
mucho menos, disolverlo y llevar a sus miembros a incorporarse al moderno régimen de
explotación.
Cuando, por el contrario, como en las fases radicales de la revolución mexicana y bajo los
gobiernos de Lázaro Cárdenas, López Mateos y Luis Echeverría gobierna la burguesía liberal,
entonces se despliega una política indigenista que tiene como puntos nodales la restitución a
las comunidades indígenas de sus tierras y aguas (desde luego, aquellas a las que han sido
arrojados por un proceso de despojo que ya tiene cinco siglos y que no son, en modo alguno,
las que poseían originalmente), el desarrollo de sus producciones artesanales para colocarlas
en el mercado regional y nacional (por intermediarios que pertenecen a la burguesía liberal o a
la pequeña burguesía), el respeto y exaltación de sus tradiciones culturales (su idioma,
principalmente), el impulso al consumo de bienes manufacturados que, casualmente, son
producidos por la burguesía del sector II, la prestación en gran escala de los servicios de
educación (en español y en las lenguas autóctonas) y salud, la democratización, bajo la tutela
de la burguesía liberal, de las comunidades indias (lo que significa que se sustituyen los
dirigentes adictos a la oligarquía por otros que son incondicionales de la burguesía liberal),
etcétera. Es evidente que con todo esto se insufla vida a la comunidad indígena y se refuerza
su naturaleza de forma de organización precapitalista.
El capitalismo mexicano, en cualquiera de sus formas de manifestarse, condena
irremisiblemente a las comunidades indígenas, con las cuales tiene que convivir
necesariamente, a la más oprobiosa de las miserias, es decir, aquella que consiste en
mantenerla estancada en una forma profundamente degenerada, en una mera caricatura
(puesto que ni siquiera su esplendor prehispánico han conservado las tribus indias) de la
comunidad primitiva.

La política del gobierno de Salinas de Gortari respecto de las comunidades indias.

Como ya lo hemos repetido insistentemente, el régimen de Salinas de Gortari dio un gran


impulso al sector I de la economía mexicana, es decir, a aquel que es posesión indiscutida de la
plutocracia mexicana. La relación de este gobierno con las comunidades indígenas tuvo las
características que párrafos atrás señalamos como típicas de la dominación de la oligarquía;
para paliar en algo los efectos de esa política, esto es, para mantener con vida a la gran masa
de los pobladores indígenas, también hacia estos campos extendió su acción el programa de
Solidaridad; desde luego, éste fue aplicado con toda la prepotencia, despotismo, desprecio y
altanería consubstanciales a ese sector de la burguesía mexicana y, además, fue canalizado a
través de los gobernantes indígenas impuestos por la plutocracia.
Al llegar el quinto año de gobierno de Salinas de Gortari, las comunidades indígenas de nuestro
país habían sufrido una tan terrible agresión de la plutocracia y su gobierno que se
encontraban ya al borde del genocidio; se hizo más acuciante en ellas la necesidad de luchar
por sus reivindicaciones clásicas, es decir, aquellas cuya realización les permitiera conservarse
y desarrollarse venturosamente como tales organizaciones tribales, o lo que es lo mismo, llevar
a la práctica las reivindicaciones que la burguesía liberal tiene ya perfectamente delineadas
para las comunidades indígenas y que se engloban en la llamada "política indigenista".
La Iglesia mexicana también en la época moderna se vio escindida en dos corrientes
fundamentales: la de aquellos que constituyen el complemento espiritual del sector I de la
economía mexicana y la de quienes dan sustento religioso a las necesidades e intereses del
sector II, es decir, los sacerdotes de la teología de la liberación. Los clérigos "progresistas", que
habían surgido y se habían multiplicado en nuestro país durante el régimen de Luis
Echeverría, fueron desalojados sistemáticamente por la plutocracia de las raquíticas
posiciones que en ese tiempo conquistaron entre el proletariado, los campesinos y,
principalmente, los grupos marginados del campo y la ciudad, hasta obligarlos a refugiarse
entre las arcaicas comunidades indígenas, en donde sentaron sus reales. Ahí se encontraron
con los elementos de la pequeña burguesía urbana que hasta esos lugares habían sido también
llevados por la resaca de la lucha de clases y ambos se fundieron con las comunidades
indígenas más golpeadas por la política neoliberal del capitalismo, las cuales, desde luego, se

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encontraban en los sitios más recónditos e inaccesibles de la geografía nacional, y formaron las
guerrillas que el primero de enero de 1994 aparecieron a la luz pública bajo la denominación
de Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
Todas estas fuerzas sociales, todos estos antecedentes económicos y políticos dieron como
resultado, por necesidad, la rebelión indígena de Chiapas.

La insurrección de los indios.

La rebelión de los indígenas chiapanecos tiene en sí misma dimensiones muy pequeñas:


comprende a una pequeña parte de los habitantes de sólo tres ó cuatro municipios del Estado
de Chiapas; su formación militar es realmente muy rudimentaria; su potencia de fuego es, para
efectos prácticos, inexistente; su campo de acción, aunque relativamente inaccesible, es muy
estrecho y por completo separado del resto del territorio nacional, por lo que son imposibles los
amplios movimientos militares como no sea el repliegue al corazón de la selva y la única
posición alcanzable es el escondite en el que la guerrilla consume el tiempo en vanos ejercicios
militares. Además, sus reivindicaciones son también excesivamente parcas, pues sólo se
refieren a la situación de los indígenas y en lo particular a la de los de ese Estado y sus
exigencias giran en torno a la satisfacción de sus necesidades como organización tribal, por lo
que en última instancia, de conseguirlo, el resultado sería el fortalecimiento de la comunidad
indígena y, por tanto, la conservación y consolidación de ese estado varias veces centenario de
miseria escandalosa, de la miseria que consiste en vivir, en este tiempo, fuera del tiempo, en
una formación social que la historia universal superó hace miles de años. Encerrado en sí
mismo, el conflicto chiapaneco es, ni más ni menos, un asunto local y reducido.
Sin embargo, el primero de enero de 1994, al realizar una sola acción que únicamente con
mucho optimismo podemos calificar de militar y que consistió en "tomar" las cabeceras de tres
ó cuatro municipios que se encontraban sin guarnición, en mantenerse en posesión de las
mismas por dos días y en huir a la montaña en cuanto se presentó el ejército regular, el
autodenominado Ejército Zapatista de Liberación Nacional causó una verdadera conmoción en
el sistema económico y político nacional.
El gobierno de la plutocracia, sorprendido por los acontecimientos, entró en un estado de
"pasmo" que lo paralizó por dos días; repuesto de esa primera impresión, hizo los aprestos de
guerra y se lanzó al rescate de los municipios ocupados y, después de esto, inició una batida
de los insurrectos persiguiéndolos hasta obligarlos a ocultarse en las montañas cercanas.
Armada la máquina de guerra, se anunció entonces la implacable acometida para la derrota
final de los alzados.
Fue aquí, a punto de jalar el gatillo, cuando el gobierno del sector I tuvo la súbita revelación de
la enormidad de lo que estaba sucediendo.
La ingeniería neoliberal había producido una verdadera catástrofe económica en el terreno de
la burguesía del sector II, de la pequeña burguesía, del proletariado en su carácter de fuente de
trabajo excedente, de los campesinos y, desde luego, de las comunidades indígenas; esta
terrible situación se encontraba cubierta por un grueso revestimiento de justificación ideológica
cuya capa más exterior estaba constituida por el programa de solidaridad, la Beneficencia
Pública que lanzaba a los miserables las migajas necesarias para que se conservaran con vida
y no tuvieran la tentación de sublevarse contra tal estado de cosas. La rebelión chiapaneca
rompió en pedazos aquella envoltura protectora y mostró al mundo la aterradora realidad que
tras ella se escondía: la miseria más oprobiosa y más descarnada, la explotación más vil y
despiadada, aquellas que se ceban sobre esos "pobres seres disminuidos" que son los indígenas
mexicanos y que se cuentan por millones; deshecha aquella cobertura ideológica, también
quedó al desnudo, principalmente para sí mismo, el estado de postración del sector II de la
economía nacional, en el seno del cual una gran efervescencia empezó a manifestarse
amenazando con transformarse en una insurrección general contra el sector I; la guerra en
Chiapas era el preludio de una guerra civil de proporciones nacionales. Bajo esas
circunstancias, aplastar a la guerrilla chiapaneca era, ni más ni menos, igual que incitar a la
guerra franca y abierta a los opositores al gobierno oligárquico.

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La guerrilla chiapaneca está realmente integrada por una buena cantidad de indígenas, de tal
suerte que la aniquilación de aquella implica necesariamente el masacramiento de éstos, un
monstruoso genocidio; las comunidades indígenas son como el hijo incapacitado de la
burguesía liberal, al cual mantienen segregado en un lugar especial y sólo sacan en ocasiones
extraordinarias y para presentar algunos aspectos folklóricos suyos; los sentimientos de la
burguesía liberal y de la pequeña burguesía se mueven entre la repugnancia y la ternura hacia
esos seres discapacitados y su relación con ellos transita entre la generosidad de la "ayuda
humanitaria" (una Beneficencia Pública más profunda y extensa que la del sector I) y el cruel
olvido de su existencia; pero que nadie se atreva a tocar a "sus indios" porque entonces se
enardece su pecho con un noble odio reconcentrado contra los agresores. Si el gobierno de la
oligarquía hubiera decidido arrasar las poblaciones indígenas, la burguesía liberal y la pequeña
burguesía se habrían puesto inmediatamente en zafarrancho de combate.
La obsesiva intención del gobierno salinista de integrarse lo más rápido y lo más estrechamente
posible con la economía de Estados Unidos, lo llevó necesariamente a colocar a nuestro país en
un glamoroso escenario donde era acuciosamente observado por los capitalistas
norteamericanos y en general por la plutocracia internacional; la guerra en Chiapas echó por
tierra aquel frágil decorado exponiendo inmediatamente ante "la opinión pública internacional"
la espeluznante realidad existente en nuestro país: a lo largo y lo ancho de su geografía, sólo
unos pasos atrás de la modernidad que clamaba por incorporarse a la economía internacional,
existía un denso sub-mundo, hundido en la más espantosa de las miserias, una miseria que
no tiene nombre en la lengua actual, una miseria desmesurada, sin medida posible, porque
está miles de años atrás de la moderna miseria del proletariado industrial con la que tan bien
se aviene el capitalismo contemporáneo, la miseria y la explotación de los pueblos indígenas. La
buena imagen que nuestro país había ganado a pulso en los círculos económicos y financieros
internacionales durante los cinco años de gobierno de Salinas de Gortari se vio seriamente
empañada en los primeros días de enero de 1994. Si el presidente mexicano hubiese dispuesto
la destrucción de la fuerza militar zapatista, habría también dado lugar al hundimiento total
del capitalismo mexicano en una ciénaga de desprestigio global.
Uno de los pilares principales del modelo neoliberal lo era el ingreso fluido de cantidades
masivas de capital extranjero a la economía nacional; la entrada de recursos exteriores estaba
condicionada, además de por las altas tasas de ganancia prevalecientes en el país, por una
seguridad que sólo podía dársela a los capitales extranjeros una firme estabilidad económica y
política. Los acontecimientos de Chiapas hicieron trastabillar la firmeza de la economía
mexicana y pusieron nerviosos a los inversionistas externos, quienes realizaron aprestos para
retirar su dinero en cuanto las cosas empeoraran. La guerra civil que hubiera desatado el
aplastamiento de los indígenas habría ocasionado la salida a torrentes del capital extranjero.
La solución militar del problema chiapaneco implicaba, desde cualquier ángulo que se le
enfocara, el desastre, la ruina y la anonadación del modelo económico y político establecido por
el sector I de la economía mexicana y no sólo eso, sino una magna crisis de todo el sistema
capitalista mexicano que eventualmente podría desembocar en una guerra civil.
La realidad, que hasta ahí había aparecido ante los salinistas como una materia
completamente maleable que modelaban a su voluntad con sus manos de artífices, adquirió
súbitamente sustantividad y se impuso con una fuerza incontrastable determinando
férreamente todas sus acciones: quienes en el momento anterior eran los visionarios guías del
movimiento económico y político, en el instante siguiente se habían convertido en sus esclavos
ignominiosos. Salinas de Gortari, el hombre, había vuelto a sus orígenes: era de nuevo el
homúnculo de donde aquel había partido. Así, obligado por las circunstancias, el gobierno
mexicano decretó un cese unilateral del fuego, hizo votar al congreso una ley de amnistía y
llamó a quien unos días antes había sido desairado en sus aspiraciones de ser nominado
candidato a la Presidencia de la República, a Manuel Camacho Solís, líder de una hasta ese día
difusa corriente de izquierda dentro del partido oficial y el propio gobierno, para que fuera el
conductor de un proceso de pacificación mediante el diálogo, la concertación y las
negociaciones, hecho este último que nos da la medida exacta de cómo los acontecimientos
habían escapado ya del control del gobierno salinista.

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El discurso neoliberal fue súbitamente abandonado por el gobierno y su partido y un pesado
silencio se cernió sobre la política económica salinista; el candidato del PRI no pudo ya seguir
festinando los triunfos de la "generación del cambio", por lo que su campaña cayó en la
opacidad e indefinición, mientras que las de sus contendientes subieron de tono apoyadas en
los sucesos chiapanecos.
El gobierno mexicano se vio obligado a reconocer públicamente que algunas de sus políticas
"no habían funcionado" y ya antes de entrar en diálogo con los zapatistas realizó en el Estado
de Chiapas, concretamente en el sitio del conflicto, acciones económicas y políticas de claro
corte "populista" (tan aborrecidas por la tecnocracia neoliberal) con el fin de satisfacer en algo
las necesidades más inmediatas de los pueblos indígenas de la región, las cuales habían
quedado tan dramáticamente en evidencia en los primero días de enero: chorros de dinero de
las arcas federales, cientos de burócratas literalmente trasplantados desde sus oficinas
metropolitanas, decenas de programas desempolvados, cambios de gobernantes locales
realizados sobre la marcha, y todo esto corriendo de aquí hacia allá, sin ton ni son, en el más
puro estilo echeverrista, para tapar las vías de agua que se abrían sucesivamente en la
embarcación chiapaneca.
Al concretarse las pláticas de paz y llegarse a un primer acuerdo con los zapatistas, el gobierno
federal se comprometió a satisfacer una seria de peticiones de los insurrectos que no
expresaban sino las reivindicaciones tradicionales del sector II de la economía mexicana para
las comunidades indígenas; la plutocracia mexicana se veía obligada así a realizar las acciones
clásicas de sus enemigos mortales, la burguesía liberal y la pequeña burguesía mexicanas.
El candidato del partido oficial debió también, casi a la mitad de su campaña política, por un
lado alejarse del abrumador discurso neoliberal, expresando tibias críticas a algunos de los
aspectos de la política salinista y, por otro, acercarse a la retórica de la burguesía liberal
manifestando la necesidad de la corrección de ciertos excesos de la economía de mercado,
aunque sin llegar aún ni a desligarse totalmente del grupo salinista ni a identificarse
plenamente con la burguesía del sector II.
No es necesario extendernos sobre lo que es ya bastante conocido para nosotros: la terrible
miseria moral característica de nuestros gobernantes, la cual aflora tanto cuando en la cúspide
hacen gala de suficiencia, soberbia, arrogancia y despotismo, como cuando en su descenso
muestran abiertamente los más repugnantes aspectos de su personalidad: ignorancia,
incredulidad, temor, sumisión a la imperiosa realidad, abandono de sus antiguas
"convicciones" e impúdica adopción de las nuevas exigencias del movimiento económico y
político, hasta hacerlas aparecer de nuevo como el fruto de su asombrosa capacidad
intelectiva. Salinas y su equipo de gobierno revelaron ampliamente esta tortuosa dualidad de
sus pervertidas personalidades a lo largo de sus seis años de gobierno.
Como ya tuvimos oportunidad de señalar, la burguesía liberal, la pequeña burguesía y su
inseparable compañera, la intelectualidad pequeño burguesa de izquierda fueron sujetos por la
plutocracia mexicana a una vergonzosa sumisión económica, política, intelectual y moral
durante cinco de los seis años de gobierno de Salinas de Gortari.
La rebelión chiapaneca constituyó para estas clases sociales una sorpresa gozosa.
El acaso, personificado por los indígenas insurrectos, colocaba, de acuerdo a su imaginación
desbordada, súbita y gratuitamente, a su alcance la posibilidad de exigirle cuentas a la
plutocracia, deshacerse del abyecto sometimiento en que ésta las mantenía y, eventualmente,
arrebatarle el poder y realizar las transformaciones económicas contenidas en sus
reivindicaciones tradicionales; en pocas palabras, situaba a la nación en la antesala de la
"revolución social", tal y como a su juicio se había encontrado ya en épocas pasadas, por
ejemplo en 1968 cuando la pequeña burguesía urbana realizó aquella mascarada de su
rebelión o cuando la nacionalización de la banca, o cuando el sismo del 85. Nada podía ya ser
como antes; ¡un México nuevo había nacido en Chiapas!.
Sin embargo, la verdadera naturaleza de estas clases sociales se puso inmediatamente de
relieve en sus mezquinas realizaciones.
En lugar de aprovechar los acontecimientos de Chiapas para labrarse una personalidad propia,
fortalecida, desafiante de la oligarquía, dedicaron sus mejores esfuerzos a forjar y engrandecer
la imagen repugnante de su propia miseria intelectual y moral encarnada en el subcomandante

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Marcos, suma y compendio éste de todos los prejuicios, la ignorancia, la mediocridad, la
sensiblería y de toda la estulticia de la burguesía liberal y de la pequeña burguesía y a
enaltecer la personalidad de Camacho, figura que se destacó como el líder de una fracción
disidente del gobierno de la oligarquía también con el impulso del conflicto chiapaneco y tras
ellas permanecieron empequeñecidas, agazapadas, lanzando una andanada de dicterios
antineoliberales a las huestes salinistas, que por lo pronto habían quedado ideológicamente
inermes.
Aún habiendo sido despojada la plutocracia de la careta ideológica tras de la que se había
ocultado, la burguesía liberal y la pequeña burguesía no pudieron desembarazarse de la
compleja trama que aquella había establecido para conducir a éstas por el camino de la inocua
lucha electoral ni de la pequeñez en que había dejado sus reivindicaciones, pues su decantado
programa económico seguía reconociendo todos los prejuicios ideológicos que le habían sido
impuestos por la plutocracia: mercado libre, antiestatismo y antipopulismo; de esta suerte, no
fueron capaces de impulsar una confrontación con el gobierno salinista por sus
reivindicaciones más radicales y continuaron transitando por el camino electoral
exclusivamente.
Dando una irrefutable muestra del decaimiento moral que les es consubstancial, la burguesía
liberal, la pequeña burguesía y la intelectualidad pequeño burguesa de izquierda
desempolvaron su indigenismo que mantenían desde hacía mucho tiempo en el desván de las
cosas inservibles y se lo lanzaron a la cara a la plutocracia, reclamándole el olvido de los
grupos étnicos autóctonos y acusándola de ser la causante directa de la miseria y de la
explotación de los indígenas mexicanos y, desde luego, de sus propias tribulaciones; la
situación de miseria extrema de aquellas etnias, en la cual también tenían parte esencial la
burguesía liberal y la pequeña burguesía, fue indecente y suciamente utilizada por éstas para
sacar adelante sus sórdidos intereses de clases explotadoras en contra de sus hermanos del
sector I.
Aquí también hemos podido ver manifestados con todo su brillo la miseria moral e intelectual
de este sector de la clase dominante: timorata, cobarde, soñadora, sumisa, capaz de
desarrollar, sin ruborizarse siquiera, el sentimentalismo y la sensiblería pequeño burgueses
más risibles y el más egregio de los ridículos.
La insurrección chiapaneca, como expresión concentrada de las contradicciones del régimen
capitalista mexicano, a lo más que habría podido llevar, es, por una parte, al predominio del
sector II sobre el sector I, con lo cual el primero habría hecho prevalecer sus intereses
económicos y políticos -que la oligarquía se encargó de pulir convenientemente- por la "vía
democrática" -que previamente había sido pavimentada por el propio gobierno salinista- y por
otra, a la elevación de los problemas indígenas a la categoría de prioridad nacional, destinando
hacia ese sector de la sociedad mexicana todo el arsenal de programas, proyectos, etcétera que
desde hace tiempo tenía preparado la burguesía liberal y la pequeña burguesía y una cierta
cantidad de recursos que no rebasase los límites después de los cuales fueran puestos en
peligro la estabilidad macroeconómica, con tantos trabajos y sacrificios alcanzada. Los
indígenas mexicanos habrán sido así un elemento de ajuste entre los dos sectores
fundamentales de la economía mexicana y, por tanto, un factor en el perfeccionamiento de este
sistema económico de explotación desenfrenada.
El régimen capitalista es incapaz de resolver el problema indígena en nuestro país; como
hemos visto, su política hacia ellos siempre resulta en la conservación de la comunidad y por
tanto en el mantenimiento de su miseria ancestral. La acción más radical que en esa materia
podría realizar el capitalismo mexicano sería disolver la comunidad e introducir en su lugar el
régimen de explotación capitalista, pero esto supone la inversión, no rentable primero y luego
con tasas de ganancia muy inferiores a la media, de ingentes recursos que tendrían que ser
detraídos de los campos principales de acción del capital nacional y extranjero, es decir, de la
moderna planta industrial, de servicios, comercial y financiera, con lo que se llevaría a la ruina
a la economía nacional en su conjunto. Esta opción es simple y sencillamente imposible de
realizarse.
Las comunidades indígenas mexicanas continuarán sujetas por un muy largo tiempo a la
dialéctica que se da entre los dos sectores fundamentales de la economía mexicana y será

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quizá después de otros quinientos años, si es que el capitalismo mexicano alcanza esa longeva
edad, cuando se logre su total disolución y la incorporación de sus integrantes al civilizado
régimen de explotación capitalista.
Únicamente un régimen económico-político cuya finalidad sea reintegrar al ser humano su
naturaleza esencial, es el que puede volcar de una sola vez todos los recursos necesarios hacia
las comunidades indígenas para hacer que den el salto histórico desde la comunidad primitiva
hasta la moderna colectividad industrial.

El asesinato de Colosio.

La situación descrita en los parágrafos anteriores se mantuvo hasta la segunda quincena de


marzo: los neoliberales salinistas, desarmados ideológicamente, habían caído en una estado de
estupor que los maniataba y les impedía realizar una acción que no fuera defensiva ante los
acontecimientos que se habían suscitado desde principios de año; la oposición interna de
izquierda en el gobierno y su Partido, mediante la utilización del capital político que le
proporcionaba la rebelión chiapaneca, obligó al sector "duro" de los neoliberales a hacer una
serie de concesiones en el problema chiapaneco y en cuestiones electorales inmediatas de
carácter nacional y a negociar sobre aspectos de más largo plazo referentes a la política y la
economía nacionales, con lo que obtuvo de su candidato a la Presidencia de la República la
promesa de radicalizar un poco más sus posiciones mientras que aquella, en contrapartida,
obsequió la negativa de su líder, Camacho Solís, a participar como candidato independiente a
la Presidencia de la República en las elecciones de agosto, aunque manteniendo viva todavía
esa opción como garantía de que los términos del arreglo serían respetados, ya que era hasta el
mes de julio cuando su líder quedaría en definitiva inhabilitado legalmente para participar en
la justa electoral; la burguesía liberal, la pequeña burguesía y la intelectualidad pequeño
burguesa, mientras tanto, saboreaban con delectante expectación los traspiés de la burguesía
del sector I, pero sin mover un dedo para acelerar la caída de su estructura económica ni para
promover sus reivindicaciones tradicionales.
Lo que interesa analizar es la reacción que tienen todos estos grupos sociales ante el asesinato,
el 23 de marzo, de Luis Donaldo Colosio, candidato del PRI a la Presidencia de la República.
En una manifestación más de su miseria moral, de su extrema vileza, de la sucia forma de
conducirse, la facción "dura" del neoliberalismo utilizó el asesinato de Colosio para exacerbar
los peores sentimientos de las masas exaltando en ellas primero un desbordado sentimiento de
compasión por el sacrificado y luego un odio feroz contra los supuestos autores del atentado, a
quienes se identificaba como elementos pertenecientes a los grupos opuestos a la política
salinista, que en esta forma atacaban directamente al corazón del proyecto de continuidad del
Presidente, con el fin de hacerlo abortar. Apoyados en estas repugnantes maniobras, o, dicho
de otro modo, asentados sobre el aún tibio cadáver de Colosio, los salinistas iniciaron la
restauración de su maltrecha dominación sobre la sociedad mexicana: rompieron el pacto
acordado con los camachistas, reanudaron el discurso neoliberal que vergonzantemente
habían abandonado desde el 1o. de enero y volvieron a ejercer su pleno poder al designar al
sustituto de Colosio y virtual próximo Presidente de la República; para dejar bien claro que
habían retomado plenamente la conducción de los acontecimientos y que ahora por nada del
mundo permitirían ni siquiera las mínimas concesiones hechas por Colosio, nombraron como
candidato del PRI a la Presidencia de la República al más acendrado de los neoliberales
salinistas, que por esto mismo era el más obtuso, el más falto de luces y el más desangelado de
todos ellos, el que sistemáticamente había fracasado en cuanta tarea gubernamental le había
sido asignada, a excepción de aquellas cuyo contenido fundamental era el trato directo con los
empresarios, al discípulo predilecto de Salinas de Gortari, al Dr. Ernesto Zedillo Ponce de León.
La muerte de Colosio tuvo también resultados grotescamente cómicos: el mecanismo
fundamental de la transmisión sexenal del poder consiste en la conversión de un simple
mortal, de un homúnculo con sus miserias y sus defectos, en El Hombre que es la suma de las
virtudes y capacidades, que es el genio; de esta manera, a lo largo de la campaña electoral,
todas esas características se iban desprendiendo de su anterior usufructuario y se
corporizaban en Luis Donaldo Colosio, de tal suerte que la suma inteligencia, la acerada

69
voluntad, la notable valentía, el destacado humanismo encarnaban en sus rasgos físicos, en su
voz, en sus ademanes, etcétera. Al desaparecer Colosio físicamente, quedó en pié esa imagen
del superhombre, pero ya sin contenido alguno; Zedillo debió tomarla y colocarla sobre su
disminuida personalidad; no hubo, por tanto, nada más caricaturesco y risible, frente a la
galanura, la presencia, el magnetismo, la entonada voz y la florida oratoria, características con
que la mercadotecnia electoral había dotado a Colosio y que eran los atributos con que la
masa del pueblo identificaba ya a la genialidad, que la chillante voz, el ademán rígido y
descoyuntado, la expresión sosa, la pesadez escénica y el discurso balbuceante del Dr. Ernesto
Zedillo Ponce de León. Sin embargo, el equipo de relaciones públicas del nuevo candidato
trabajó a marchas forzadas en dos frentes: uno, en la eliminación hasta donde fuera posible -
no lo era mucho, por cierto- de los aspectos más notorios de los defectos de Zedillo y otro, ahí
donde ya no se podía mejorar nada, en dar a esas deficiencias el carácter de nuevas y más
rotundas manifestaciones de la apostura y la genialidad, tal y como anteriormente se le había
dado a la apariencia de Colosio, que alguien equiparó con la de un integrante de los clásicos
tríos que interpretan música romántica. Después del asesinato de Colosio, el salinismo (el
sector I de la burguesía mexicana) reasumió el poder, pero ahora como una mera caricatura del
pleno dominio que había ejercido durante los cinco años anteriores.
El grupo camachista, que constituía la izquierda dentro de los propios neoliberales, perdió, con
el asesinato de Colosio y el inevitable renacimiento del salinismo, todo el terreno ganado desde
el 1o. de enero con la insurrección indígena en Chiapas; el magnicidio ocasionó también su
muerte política.
El cardenismo continuó imperturbable, como si nada hubiera pasado, con la vista fija en el
objetivo que se le había designado: las elecciones de agosto de 1994.
La intelectualidad pequeño burguesa de izquierda, por su parte, después de que durante tres
meses había ejercitado su agudeza mental, su fina ironía y su mordacidad sin límites para
llenar de invectivas al salinismo y al neoliberalismo, a los cuales consideraba definitivamente
en bancarrota, estupefacta frente a los inesperados acontecimientos, pasó de nuevo a la
defensiva ante el resurgimiento apabullante del discurso ideológico neoliberal que se produjo
tras la muerte de Colosio.
El crimen de Colosio pudo haber sido el resultado de la acción de un loco suelto o de la conjura
de uno de los grupos económico-políticos que existen en nuestro país.
En el primer caso, podría tratarse de un fanático, ya sea de las ideas neoliberales y que
considerase que Colosio se desplazaba hacia la izquierda en el espectro político, o de las
doctrinas estatistas o populistas y que creyese que con Colosio continuaría imperando en el
país el descarnado neoliberalismo.
En el segundo caso, la burguesía liberal y la pequeña burguesía que se organizan en torno del
cardenismo no tenían ningún motivo para fraguar una acción de ese tipo, ya que, como hemos
visto, su única meta, que le fue trazada por los neoliberales, era competir en las elecciones
presidenciales de agosto y la muerte de Colosio no les habría dado ninguna ventaja en el
proceso electoral, sino, por el contrario, podría haberles causado un grave daño; por su parte,
el grupo camachista tampoco tenía ningún interés en conjurarse para asesinar a Colosio, ya
que en los tres primeros meses del año había impuesto ampliamente su condiciones a la
fracción derechista de los neoliberales y, además, seguía vigente hasta el mes de julio la
posibilidad de lanzar la candidatura de Camacho a la Presidencia de la República; la fracción
más radical de la pequeña burguesía, la que desde la clandestinidad propugna por el terror,
bien podría haber planeado y ejecutado el asesinato de Colosio, porque precisamente ese tipo
de acciones constituyen la forma específica en que realizan su lucha; por último, el grupo más
ortodoxo de los neoliberales era el que mayores beneficios podía obtener de la muerte de Luis
Donaldo Colosio: la reasunción del poder económico y político que desde el 1o. de enero se
escapaba a pasos agigantados de sus manos.

70
Sexta parte.

La crisis económica del neoliberalismo.

El mes de diciembre de 1994, ya bajo la presidencia de Zedillo, se inició la crisis económica del
neoliberalismo con un retiro masivo de capitales de corto plazo y la consecuente quiebra de las
finanzas internacionales del país; las causas de la misma fueron atribuidas al "error" de
diciembre, esto es, a la devaluación de la moneda nacional en los primeros días del gobierno
de Zedillo, y a la "equivocación" estratégica del sexenio salinista; su resultado fue una de las
más grandes recesiones de la historia moderna de México, con su secuela de descenso drástico
de las condiciones de vida de los mexicanos, desempleo masivo y una profunda crisis social
que se manifiesta en una descomposición intelectual y moral en todos los estratos de la
sociedad mexicana.
Sin embargo, la comprensión analítica de esta magna crisis se ha detenido en la superficie del
fenómeno; la fascinación y delectación que ha producido el descorrimiento del púdico velo que
la cubría, al permitirnos ver en vivos colores lo que antes era algo solamente sospechado: la
miseria intelectual y moral de nuestros gobernantes, tanto cuando están en la cúspide del
poder como cuando las circunstancias económicas los han convertido en verdaderos guiñapos,
la ausencia de una línea de demarcación y, aún más, la existencia de un vínculo necesario
entre el crimen y la política, las actividades ilícitas como el narcotráfico y la empresa privada,
la especulación y la inversión productiva, la explotación y la remuneración del trabajo
asalariado, la delincuencia y los órganos encargados de la impartición de justicia, la crasa
ignorancia y la ciencia, sobre todo en el terreno de la economía, y el cómplice desencanto de los
diversos grupos de izquierda y de la intelectualidad pequeño burguesa cuando, después de que
parecía ser que de esa exhibición de las miserias de esta sociedad iba a brotar una
transformación renovadora y sólo se producía un saludable olvido de las mismas, han
impedido que se aplique una verdadera capacidad intelectiva a la determinación de la esencia
de la crisis.
La caduca y obsoleta izquierda mexicana, carente de los más elementales conocimientos de la
ciencia social, habiendo olvidado desde hace mucho tiempo el principio fundamental de que el
Estado es un órgano de dominación de clase y el gobierno un mandatario de los intereses de
las clases poseedoras, esperaba estultamente que el gobierno de la plutocracia mexicana,
avergonzado y deshecho moral e intelectualmente por sus miserias, sus crímenes y sus
fracasos, le entregase mansamente los pedazos de la estructura económica, política y social
para que ellos la armasen a su gusto; pero nada de eso sucedió y la tecnocracia neoliberal,
apoyada en lo que es su verdadero y último sustento, es decir, la dictadura que a nombre y por
cuenta de la plutocracia ejerce sobre la sociedad mexicana, discretamente recogió los trozos de
su modelo económico-social y puso todo su empeño en restaurarlo, dejando una vez más a la
izquierda mexicana y a sus intelectuales con las manos vacías y la vista perdida en el infinito.
La ciencia económica quedó también completamente desacreditada con la recaída en la crisis
que tuvo lugar en los primeros meses de 1994. La teoría económica del neoliberalismo se había
alzado sobre los despojos de la corriente económica llamada despectivamente estatista,
proteccionistas, populista, etcétera, a la que aquella acusaba de ser la causante de la ruina y el
atraso económico del país, de la miseria de las masas, de los destructivos frenos y arranques
de la economía y de las recurrentes crisis; durante todo el sexenio de Salinas de Gortari se
estableció una férrea dictadura ideológica que anuló por completo la teoría económica estatista
y llenó la escena con los postulados del neoliberalismo presentándolos como la receta infalible
para lograr el ascenso económico, la modernización del país y el bienestar de las familias. Y he

71
aquí que después de seis largos años de imponerse sin trabas a la economía mexicana, la
doctrina neoliberal ve derrumbarse estrepitosamente su artilugio económico y produce
exactamente los mismos efectos que su enemigo ideológico, es decir, la ruina y el atraso
económico del país, los destructivos frenos y arranques de la economía, las incontrolables
crisis y la miseria más espantosa de los mexicanos. Las crisis pasadas y la de 1994
desacreditaron por completo al neoliberalismo y al estatismo como instrumentos del
conocimiento de la realidad económica de nuestro país. Esto no fue obstáculo para que,
cuando todo indicaba que la crisis había tocado fondo y se iniciaba ya un movimiento de
ascenso de la economía, la maltrecha doctrina neoliberal empezase literalmente a renacer de
sus cenizas y a intentar posesionarse nuevamente de la escena.
Para lograr un conocimiento de la esencia de las crisis es necesaria la utilización de un método
científico distinto de aquellos que ya han mostrado suficientemente su ineficacia.

La economía mexicana durante el gobierno de Salinas de Gortari.

El desarrollo de la economía mexicana durante el gobierno de Salinas de Gortari es un claro


ejemplo del dominio económico y político del sector I de la economía mexicana, de su
crecimiento desmandado y de la drástica negación del sector II.
Bajo la dirección del gobierno de Carlos Salinas de Gortari, la estructura de la economía
mexicana fue llevada a un altísimo grado de concentración de la riqueza en unos cuantos
grandes empresarios (sector I) que tuvo como contrapartida la ruina de la mediana, la pequeña
y la micro empresa y de la agricultura (sector II), y la progresiva miseria de los trabajadores
nacionales .
El capital que se había acumulado a lo largo de muchos años en las empresas de propiedad
estatal, le fue prácticamente regalado a los más poderosos grupos de capitalistas de la nación;
el capital bancario nacionalizado fue también entregado casi gratuitamente a los sectores más
fuertes de la iniciativa privada, constituyéndose así una nueva oligarquía financiera con su
necesario complemento que es el capital especulativo.
La economía nacional se vinculó al mercado internacional a través de la asociación de los
grandes capitalistas mexicanos con la plutocracia internacional, principalmente con la de los
Estados Unidos, creándose así un enorme mercado que se repartieron entre ellos; el capital
extranjero -los recursos de las transnacionales norteamericanas- fluyó a chorro lleno a la
economía mexicana, en parte para apoyar a las grandes empresas, en parte para establecer
empresas filiales de las extranjeras y en parte para especular con los valores gubernamentales
y privados; las puertas del mercado nacional se abrieron a las mercancías extranjeras, las
cuales literalmente lo inundaron, desplazando de él a las de origen nacional que eran
producidas por la mediana, pequeña y micro industria.
La integración de la economía nacional con la internacional reforzó el proceso anotado de
destrucción de la mediana, pequeña y micro empresa nacionales y de la agricultura, de
empobrecimiento de los trabajadores mexicanos, de explotación y sojuzgamiento de los grupos
indígenas y de aumento notable del desempleo.
Se constituyó un grupo social dominante integrado por el propio gobierno mexicano en
connivencia con el de los Estados Unidos, por los grandes capitalistas mexicanos y por la
plutocracia internacional, especialmente la norteamericana; todas las decisiones sobre la
economía y la política nacionales eran tomadas por esta élite e impuestas sin posibilidad de
apelación al pueblo de México.
El gobierno salinista instrumentó una descarada manipulación de las distintas corrientes
políticas del país para adecuarlas a su propósito principal de establecer el modelo económico
neoliberal: utilizó a su propio partido, reforzando para ello su anquilosada y antidemocrática
estructura, para sacar adelante sus intereses particulares, exhumó a la oposición de derecha,
con la que estaba plenamente identificado, y la integró a los diferentes niveles del gobierno de
la república y domesticó, mediante una equilibrada mezcla de látigo y azúcar, a la oposición de
izquierda despojándola de los ímpetus de lucha que en otras épocas había mostrado.
Con el fin de paliar en alguna medida la enorme miseria que el adelanto económico basado en
las grandes empresas generaba, el salinismo estableció un programa de ayuda a los

72
marginados que tenía tres aspectos fundamentales: se trataba de una monstruosa y
degradante beneficencia pública para mantener con vida a los mexicanos más pobres, de un
instrumento para tener una clientela electoral a disposición del partido oficial y de un medio
para acentuar la explotación de los trabajadores mexicanos, quienes después de quedar
exhaustos por la diaria jornada tenían todavía que desplegar un trabajo extraordinario, sin
retribución alguna, en la realización de obras y tareas comunales que en principio constituían
una obligación del Estado.
En una situación de franco contubernio, el gobierno salinista dejó extenderse impunemente e
integrarse al aparato estatal y a la estructura económica al narcotráfico, el que pasó a ser un
poder más entre los poderes existentes.
Toda esta situación reseñada llevó necesariamente a una terrible descomposición social de
alcances incalculables en todos los órdenes de la vida de los mexicanos:
-La especulación se enseñoreó de la economía;
-el narcotráfico se convirtió en toda una rama de la economía nacional;
-los narcotraficantes se infiltraron en el gobierno y en la iniciativa privada;
-la corrupción pública y privada se convirtió en la savia de la nación;
-la violencia se apoderó de las personas, de los grupos, de las Instituciones y del gobierno y se
convirtió en un estado sin solución de continuidad que dio como resultado los secuestros de
prominentes empresarios, los asesinatos del Cardenal Posadas, de Luis Donaldo Colosio y de
Francisco Ruiz Massieu, los incontables atracos, violaciones, asesinatos, etcétera, en perjuicio
de la población civil, en gran parte cometidos por los mismos encargados de la seguridad
pública;
-los problemas sociales como la drogadicción, el alcoholismo, la prostitución, el pandillerismo,
la delincuencia juvenil, etcétera, encontraron un rico caldo de cultivo en las condiciones
económicas producidas por el régimen de Salinas de Gortari;
-la justicia se convirtió descaradamente en una mercancía que se vendía al mejor postor;
-las masas trabajadoras ingresaron en una dinámica de superexplotación a través del
incremento de la productividad, vieron descender radicalmente sus condiciones de vida, de
salud, de educación, de vivienda, etcétera y muchos miles de ellos perdieron sus trabajos a
causa de la modernización de la planta productiva;
-la desconfianza se enseñoreó de todos los integrantes de la sociedad mexicana con lo que se
creó un enrarecido ambiente de suspicacias y reclamaciones mutuas.

La base de sustentación del modelo neoliberal.

El modelo económico neoliberal que se implantó en nuestro país durante el sexenio salinista
descansaba en un mecanismo específico de intercambio con el exterior. Los ingresos "sanos" de
divisas provenían de las inversiones directas de capital extranjero, del capital extranjero que se
asociaba con el capital mexicano, del capital extranjero que se invertía en una Bolsa
floreciente, de los préstamos de los bancos extranjeros y de las exportaciones de mercancías
nacionales; los egresos "sanos" estaban constituidos por las importaciones de bienes de capital,
servicios, tecnología y bienes de consumo necesarios para complementar la producción
nacional y propiciar una provechosa competencia que sirviese de muro de contención a la
inflación y alentase el cambio tecnológico de la industria nacional, las ganancias que los
inversionistas retiraban de la Bolsa y los pagos de intereses, regalías y suerte principal de los
capitales extranjeros invertidos directamente o a través de la banca; es evidente que, en
atención a que el país se encontraba en una larga fase de modernización que precisaba
grandes importaciones de bienes de capital, materias primas y auxiliares, tecnología y bienes
de consumo de lujo exigidos por la moderna tecnocracia y en un período de maduración de
proyectos industriales para la producción de artículos para la exportación, cuya productividad
plena se encontraba en un nebuloso futuro, hubo de presentarse necesariamente un
acentuado déficit entre ingresos y egresos "sanos".

Por otro lado, una de las condiciones necesarias para el funcionamiento del modelo económico
de la plutocracia, exigida inapelablemente por el capital extranjero para ingresar al país, era la

73
de la total apertura comercial; de esta suerte, al igual que en los años 80, hubo una verdadera
avalancha de importaciones de bienes de consumo que se agrandaba monstruosamente día
con día, la cual reclamaba cantidades ingentes de divisas; el déficit entre ingresos y egresos se
hacía constantemente más grande. Agotadas las fuentes "sanas" de divisas, las empresas
nacionales y el gobierno se vieron impelidos a utilizar otros medios de financiamiento que
representaban peligros potenciales: la emisión de papel comercial en la Bolsa Mexicana y en las
Bolsas extranjeras y de papeles gubernamentales denominados en dólares con el fin de atraer
al capital extranjero de corto plazo.
Las empresas mexicanas del sector I (las grandes empresas propiedad de la plutocracia
nacional) pudieron entrar triunfalmente en las bolsas porque se encontraban en un período de
desenfreno económico que se basaba en una inflexible contención salarial, un aumento
sostenido de la productividad, una casi gratuita capitalización por medio de la privatización de
las empresas públicas y un gran apalancamiento en el capital extranjero a través de las
"alianzas estratégicas"; el precio de sus acciones subía constantemente, por lo que había una
gran demanda de las mismas, la cual a su vez ejercía un efecto para llevar a esas acciones al
alza. Por su parte, el sector público, ya sin la pesada carga de la deuda externa -recordemos
que se había renegociado al principio del sexenio- y sin la de las empresas estatales
deficitarias, pudo dedicar una buena parte de sus ingresos al pago de intereses un tanto más
altos que otros mercados por los papeles que lanzaba a la circulación; con el propósito de hacer
más atractiva aún la inversión en papeles estatales, llevó al mercado los llamados "tesobonos",
que eran obligaciones denominadas en dólares.
Como un elemento fundamental de la política económica del salinismo, se determinó mantener
el tipo de cambio prácticamente fijo, con un deslizamiento diario que era inconmensurable con
la verdadera depreciación que sufría el peso medida por su real poder adquisitivo; la artificial
tasa de cambio servía a tres propósitos fundamentales del modelo económico implantado en
México: a) introducía un elemento de certidumbre para las operaciones que realizaban los
empresarios extranjeros que invertían conjuntamente con los empresarios mexicanos en las
"alianzas estratégicas" o por su cuenta y riesgo en filiales de empresas extranjeras o en papeles
comerciales de diversa indole etcétera, pues de esa manera podían planear todas sus
actividades al mediano y largo plazo sin considerar factores de incertidumbre como los cambios
en las tasas de cambio, se apreciaban, en la misma medida que lo hacía el peso, sus capitales,
ganancias, regalías, etcétera y los bajos precios de las importaciones le permitían reducir los
precios de sus exportaciones a niveles competitivos internacionalmente, b) la apreciación
implícita en el diferencial existente entre el deslizamiento del tipo de cambio del peso y el
descenso de su poder adquisitivo constituía el principal atractivo para los capitales extranjeros
de corto plazo, al cual se agregaban los altos intereses que se pagaban y las ganancias de una
bolsa en explosiva expansión y b) esa misma apreciación hacía más baratas las mercancías
extranjeras, lo que permitía su ingreso en masa a a la economía mexicana. Encontramos aquí
una flagrante contradicción entre la doctrina del libre cambio, que era el alma de la política
económica del salinismo, y uno de los medios utilizados para establecerlo: la sustracción de la
determinación del tipo de cambio al libre juego de las fuerzas del mercado y su fijación por un
acto de autoridad es la condición indispensable para que los capitales y las mercancías
extranjeras entren libremente a la economía mexicana y ésta pueda exportar sin trabas hacia
el mercado mundial.
La conservación del tipo de cambio de la moneda mexicana en un nivel relativamente fijo era
una condición ineludible para que todas las previsiones de la política económica del salinismo
se cumplieran al pié de la letra.
En esas circunstancias, el capital extranjero de corto plazo, preponderantemente
norteamericano, empezó a fluir en grandes cantidades hacia la Bolsa Mexicana, las Bolsas
extranjeras en donde se cotizaban los papeles comerciales de las empresas mexicanas y las
arcas del estado. Los recursos así obtenidos salían inmediatamente por la abertura constituida
por las importaciones que engrosaban geométricamente, con lo que las reservas
internacionales se mantenían constantemente en un nivel sumamente bajo.
Este mecanismo funcionaba sin tropiezos porque los inversionistas extranjeros mantenían sus
fondos invertidos en los papeles de empresas mexicanas en virtud de que su valor se

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incrementaba día a día y en los del Estado porque los intereses por éstos pagados eran
holgadamente más altos que los de los mercados extranjeros; sólo en una medida realmente
muy pequeña se presentaban retiros de capital extranjero de corto plazo, por lo que los
recursos internacionales podían gastarse alegremente sin que hubiese una exigencia al corto ni
al mediano plazo de reintegrarlos a sus dueños.

La negación del modelo neoliberal.

La rebelión indígena.

El primero de enero de 1994 surge intempestivamente a la superficie política el otro que el


neoliberalismo había estado cultivando en su seno; la rebelión chiapaneca era el resultado
necesario tanto de la lucha de clases que se había desplegado a lo largo de los últimos
veinticinco años como de la forma específica de explotación indígena que el sector I ejerció a lo
largo del sexenio salinista. La revolución indígena constituyó el anuncio de que el modelo
neoliberal había llegado a su punto superior y que se iniciaba su declinación inexorable.
Los inversionistas extranjeros observaban nerviosamente los acontecimientos, y aunque
algunos de ellos se retiraron asustados del mercado mexicano, la mayoría consideró que no
había aún motivos suficientes para salir del país pues pronto tuvieron el firme convencimiento
de las verdaderas dimensiones de la insurrección indígena y de la impotente rebelión dentro de
los límites de la "imaginación pura" de la pequeña burguesía que aquel movimiento había
suscitado.
La acumulación bajo el modelo neoliberal siguió en funcionamiento, creando al mismo tiempo
los elementos de su existencia y los de su negación, pero teniendo estos últimos aún una vida
subterránea que en la superficie se manifestaban como un necesario e inocuo déficit de la
balanza comercial cuya ampliación evidenciaba precisamente el venturoso auge económico.
Ya hemos tenido oportunidad de ver cómo el sorpresivo alzamiento indígena en Chiapas había
ocasionado en un primer momento un vago e impreciso cuestionamiento del modelo neoliberal
que hizo presa también del candidato oficial a la Presidencia de la República, quien se movía
indeciso entre su fidelidad a la doctrina del liberalismo social que él mismo había contribuido a
crear y la crítica a esa "filosofía" y el cambio de rumbo que las circunstancias parecían exigir.
El asesinato de Colosio puso fin a esta disyuntiva y reintegró el poder al grupo más ortodoxo
del salinismo; se evidenció así que las condiciones económicas no habían madurado aún para
el tránsito del poder político desde el sector I al II (integrado éste por la burguesía media y por
la pequeña burguesía) y que el sector I aún tenía un largo trecho por andar.

El asesinato de Colosio.

La muerte de Colosio hizo cimbrarse los soportes de la estructura económica neoliberal; una
corriente nerviosa se desplazó por las corredurías y casas de bolsa extranjeras y puso a los
inversionistas en alerta máxima y a un paso de la estampida hacia mercados más seguros. El
gobierno mexicano tuvo que realizar una enorme tarea de convencimiento ante los
inversionistas norteamericanos (Pedro Aspe viajó rápidamente a Nueva York a reunirse con
ellos para darles seguridades de que todo estaba bajo control y no había nada que temer) y
establecer una línea de defensa ante un eventual retiro masivo de fondos que incluyó el cierre
por un día de la Bolsa de Valores mexicana y el acuerdo de un millonario apoyo del gobierno
norteamericano para fortalecer el peso y desalentar una corrida en su contra.
La dimensión de las acciones del gobierno mexicano dejó en claro cuál era el verdadero
sustento del funcionamiento del modelo neoliberal, sin el cual éste se vendría abajo
irremisiblemente: una monstruosa cantidad de capital extranjero de corto plazo, altamente
volátil, que financiaba un voluminoso consumo de mercancías extranjeras y una buena parte
de las importaciones normales de la industria. Sin embargo, esta situación no causaba la
menor preocupación a los tecnócratas mexicanos quienes, por el contrario, consideraban como
una manifestación de su genio y de su dominio de las fuerzas del mercado internacional el

75
lograr, cada vez con mayores esfuerzos, que los huidizos capitalistas extranjeros mantuvieran
sus recursos en nuestro país y que incluso invirtiesen mayores cantidades de capital.
En ese convencimiento los afianzaba el hecho de que la parte medular de su programa
económico se estuviera cumpliendo religiosamente: la concentración y centralización de los
capitales nacionales, el ingreso de grandes cantidades de capital extranjero en sus diversas
formas (“alianzas estratégicas” con el capital nacional, inversiones directas en plantas fabriles,
inversiones en papeles comerciales, etcétera) y el incremento, sobre esta base, de las
exportaciones de manufacturas. Permanecía por completo fuera de su horizonte el hecho de
que las mismas condiciones y circunstancias que permitían el afortunado desenvolvimiento de
las políticas económicas fundamentales del salinismo fueran las que creaban los elementos
negatorios de las mismas, es decir, que el libre comercio, el cual había alcanzado su punto
superior con la aprobación del TLC, era lo mismo el camino por el cual ingresaba el capital
extranjero de mediano y largo plazo, que la vía por la que entraba al mercado financiero
mexicano el altamente volátil capital de corto plazo, especulativo por definición, y que el
aumento del primero, al fortalecer la economía en general, era la causa necesaria del
incremento del segundo, que acudía presuroso en grandes cantidades ante el llamado de las
altas tasas de ganancia y los altos intereses existentes en la economía mexicana; que
igualmente era el libre cambio el que propiciaba y hacía fluidas tanto las exportaciones de
manufacturas, las importaciones de bienes de capital y tecnología y las de bienes de consumo
complementarias de la producción nacional, puntos nodales de la estrategia neoliberal, como
las importaciones masivas e indiscriminadas de bienes de consumo de todo tipo, y que el
aumento de las primeras tenía como efecto ineludible el incremento desmesurado de las
segundas.
El capital internacional de corto plazo cumple una función específica y necesaria en el
comercio internacional: el financiamiento de los déficits comerciales en que incurren las
economías nacionales en los períodos de desfase entre sus egresos e ingresos "sanos"; es decir,
mientras maduran los proyectos de producción para el mercado internacional y empiezan a
recibirse las divisas por concepto de las ventas de estos productos en el exterior, ingresos con
los cuales se podrán pagar esos créditos y los intereses por ellos causados; de igual manera,
cumple con el cometido de igualar las cuotas de ganancia de las diversas economías nacionales
a las cuales impulsa alternativamente: así, cuando en una economía nacional hay
abarrotamiento de capital (un adelanto sostenido de un sector económico determinado) y por
esa causa los intereses reales descienden, en tanto que en otra economía nacional se inicia un
proceso de expansión con grandes expectativas que reclama cantidades muy grandes de capital
y en la que por tal razón los intereses se incrementan, el capital va de uno a otro país, dejando
huérfano el desenvolvimiento de uno por impulsar el de otro; y así sucesivamente. El capital
internacional de corto plazo posee, por estas razones, una alta movilidad y su único objetivo es
el de obtener las mayores ganancias en el menor tiempo posible; lo que guía sus
desplazamientos es la tasa de interés real (que debe ser lo más alta posible) y la posibilidad de
amortización (que debe ser instantánea).
El capital internacional de corto plazo está por completo desvinculado de la producción, por lo
que a las únicas señales que obedece son las del mercado de dinero; de esta manera, mientras
ese mercado no le de la señal de que, o las tasas de interés reales son inferiores a las de otros
lugares o la amortización del crédito se ve imposibilitada por el agotamiento de las reservas
internacionales, seguirá fluyendo hacia y acumulándose masivamente en esa economía
nacional, con lo que al final de cuentas provoca su auge exagerado. En esta última fase surge a
la superficie lo que constituye el otro del capital internacional de corto plazo, su carácter
especulativo, naturaleza suya que se empieza a manifestar en este punto y que más tarde se
magnificará llevando a la exacerbación de todos los elementos de la economía nacional.
Es propio de la estulticia de nuestros gobernantes el denunciar como una perversión de la
naturaleza de las fuerzas económicas lo que siendo consubstancial a éstas deja por el momento
de servir a los intereses de aquellos; así, como veremos posteriormente, después de que
nuestros "inteligentes" economistas harvardianos utilizaron a placer el carácter volátil y
especulativo del capital extranjero de corto plazo para atraerlo a la economía mexicana, en
cuanto éste, actuando de acuerdo a su naturaleza, se retira intempestivamente de ella, es

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denunciado como un elemento nocivo de las finanzas internacionales que debe ser sometido a
severas reglas para eliminar sus perniciosos efectos.

Las elecciones de Agosto.

Una vez que pasa la tormenta desatada por el asesinato de Colosio, y cuando ha sido
restaurada la dominación plena del salinismo, lo cual se expresa claramente en la nominación
de Zedillo como candidato del PRI a la Presidencia de la República, se hace imprescindible la
legitimación de todo esto en las elecciones de agosto; se trata de sacar de la liza definitivamente
a la oposición de izquierda representada por el PRD, que aún a su pesar ha constituido una
amenaza latente a partir de la rebelión indígena, dar una participación más amplia al hermano
gemelo del PRI, el PAN, en el ejercicio del poder y obtener el apoyo popular en las urnas para el
cuestionado modelo económico neoliberal.
El debate ante las cámaras televisivas entre los candidatos a la Presidencia de la República fue
precisamente el instrumento utilizado por el neoliberalismo salinista para cumplir con estos
propósitos; la oposición perredista cayó ingenuamente en la trampa que le tendieron el PRI y el
PAN y sucumbió víctima de la oratoria de plazuela y de las mañas de polemista marrullero de
Diego Fernández de Cevallos. Después de eso, el PRD se desplomó en las encuestas
descendiendo hasta un tercer lugar, luego de haber conservado el segundo durante toda la
campaña, con un porcentaje muy bajo en la preferencia de los electores.
Las elecciones de agosto resultaron de acuerdo con la estrategia diseñada por el salinismo: el
PRI ganó la Presidencia por una votación abrumadora y la mayoría de los escaños en las
Cámaras de Diputados y Senadores, en tanto que el PAN le siguió con un porcentaje muy alto
de votos, por lo que obtuvo una buena cantidad de lugares en el Congreso, y el PRD se
derrumbó estrepitosamente hasta casi igualarse con el PT, un partido presuntamente de
izquierda que por primera vez participaba en la contienda electoral.
El conflicto Chiapaneco había entrado en un largo impasse luego de la renuncia de Camacho
Solís, solicitada por Zedillo; el ejército federal mantuvo su posición de cerco a los insurrectos
zapatistas, pero sin avanzar hacia su territorio, y éstos se dedicaron a realizar una campaña
propagandística que culminó con la folklórica Convención de Aguascalientes, que fue la
reunión de la izquierda mexicana en la fiesta de la exaltación de su impotencia. Las pláticas
entre el gobierno federal y la guerrilla chiapaneca se habían roto desde el asesinato de Colosio
y no se reanudaron después; el conflicto quedó estacionado en el mismo punto al que había
llegado cuando se pactó el alto al fuego en enero de 1994.
Después de las elecciones de agosto, todo, a excepción de la insurrección chiapaneca, volvió al
estado en que se encontraba cuando Colosio fue nominado como Candidato del PRI a la
Presidencia de la República: el modelo económico salinista estaba en pié, vigoroso, sin enemigo
al frente y la nueva etapa del proyecto neoliberal contemplaba tanto la conservación de las
reformas ya realizadas y de las conquistas alcanzadas, como las transformaciones necesarias
para que aquellas produjeran sus efectos benéficos en las economías familiares, las cuales,
como había puesto en evidencia suficientemente la rebelión indígena, no habían aún recibido
los frutos del auge económico.
Zedillo, Presidente electo de México, se aprestaba a encabezar, bajo la tutela de Salinas de
Gortari, esta nueva y gloriosa etapa de la dominación neoliberal. Su programa de gobierno
contemplaba, por un lado una cierta separación entre el gobierno y el partido oficial, pues su
maridaje había sido escandaloso en los últimos tiempos, lo que implicaba una reforma del
partido gobernante y nuevas reglas en las relaciones entre éste y el titular del ejecutivo; por el
otro, ya que los últimos acontecimientos habían puesto de relieve la terrible corrupción y
descomposición existentes en los órganos de procuración de justicia del Estado, se intentaba
realizar una reforma de los mismos partiendo de la reestructuración de la Suprema Corte de
Justicia misma; en el terreno económico, la idea era promover la constitución de una nueva
pequeña y mediana industria tributaria de las grandes empresas exportadoras que se habían
formado durante el sexenio salinista, fortalecer el Programa de Solidaridad para convertirlo en
una monstruosa agencia de la Beneficencia Pública y elevar las condiciones de vida de los
trabajadores mediante la indexación de los salarios a una productividad que se suponía

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creciente geométricamente por efecto de la modernización y engrandecimiento de la industria.
En el exterior, Carlos Salinas de Gortari, desde la OMC, desbrozaría el camino para que México
se desplazase por el ancho campo del libre comercio internacional, obteniendo todas las
ventajas posibles de la posición primer mundista lograda por nuestro país.

El asesinato de Ruiz Massieu.

La reforma del PRI fue encomendada por Salinas de Gortari y Zedillo a Ruiz Massieu, ex-
cuñado del primero, y quien se perfilaba ya como el futuro secretario de gobernación del
gabinete Zedilllista. Como sucedió en el caso de Colosio, la sola intención de reformar al PRI
suscitó entre los mismos salinistas (la línea dura de ese grupo) el temor de que el proceso
pudiera salirse de control y convertirlo en un Partido contrario al programa económico-político
neoliberal, lo que habría puesto a éste al borde del fracaso; ese miedo determinó, junto con
factores personales de diversa índole, la planeación por parte de ese sector del salinismo de
una conjura para eliminar a quien atentaba contra la continuidad del neoliberalismo. Ruiz
Massieu fue asesinado a finales de septiembre de 1994.

La crisis económica del neoliberalismo.

El nuevo Presidente de la República tomó posesión el 1o. de diciembre de 1994, pero en


estricto rigor podemos decir que Ernesto Zedillo Ponce de León no pudo empezar a gobernar,
esto es, a aplicar el programa de gobierno que había delineado en los días anteriores a su toma
de posesión; las circunstancias económicas lo obligaron a realizar otras acciones
completamente distintas.
En los primeros días de diciembre, las nuevas autoridades hacendarias detectaron un retiro
sostenido de capitales de corto plazo, el que ocasionaba una inevitable demanda de dólares y
con ello una presión sobre las reservas internacionales del país; dos características
importantes tenía esta salida de capitales: 1) era el resultado de la certeza de las corredurías
extranjeras, instituciones que tienen todo un sofisticado sistema de estudios económicos, de
que el enorme déficit de la balanza comercial en el que había incurrido nuestro país, el cual
crecía en proporción geométrica, jamás podría ser cubierto por las exportaciones esperadas,
que sólo aumentaban, si acaso, en proporción aritmética; los inversionistas extranjeros
tuvieron la seguridad de que era prácticamente imposible que algún día México contara con los
recursos suficientes para amortizar todos los créditos de corto plazo, por lo que quienes
primero se percataron de ello se apresuraron a poner sus capitales a buen recaudo,
retirándolos del mercado mexicano; y 2) no se trataba del efecto de una desconfianza nacida de
acontecimientos políticos negativos, la cual se podría disipar, como ya se había hecho antes,
mostrando a los inversionistas extranjeros la verdadera naturaleza de los mismos y
convenciéndolos del control que sobre ellos se ejercía, sino de una que provenía del corazón
mismo de la estructura económica nacional.
Ante estas circunstancias, el 20 de diciembre de 1994 el gobierno federal decidió ampliar la
banda de fluctuación del tipo de cambio del dólar en N$ 0.53, lo que significaba una inmediata
devaluación del peso de 15% aproximadamente, ya que el Banco de México sólo intervendría en
el mercado de divisas si se brincaba el nuevo techo de la banda de flotación; esta devaluación
perjudicó directamente el bolsillo de los capitalistas extranjeros que habían comprado acciones
en la bolsa y papeles del estado no denominados en dólares y, además, fue la señal inequívoca
para todos los demás inversionistas extranjeros (los que habían comprado títulos estatales
denominados en dólares o papeles de las empresas emitidos en los mercados extranjeros) de
que el gobierno y las empresas mexicanas estaban absolutamente imposibilitados de cubrir sus
obligaciones en la divisa extranjera. La devaluación provoca entonces un verdadero pánico
financiero que se caracteriza por un mayor retiro de fondos por los capitalistas extranjeros, a
quienes se suman los capitalistas nacionales que se dedican a la especulación bursátil, la
caída de la bolsa, etcétera. Ante la perspectiva de un crack financiero de gran envergadura, el
gobierno mexicano deja, el 21 de diciembre de 1994, la fijación del tipo de cambio del dólar al
libre juego de las fuerzas del mercado. Se produce entonces una brusca devaluación que

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acelera aún más la salida del capital extranjero y nacional de corto plazo, mengua
dramáticamente las reservas internacionales, provoca la baja de la bolsa y el ascenso de las
tasas de interés: la crisis financiera se enseñorea de la economía mexicana. A partir de la
segunda devaluación de diciembre se inicia un proceso ininterrumpido de empeoramiento de
las condiciones financieras del país que no se detiene hasta tocar fondo en la primera semana
de marzo de 1995, cuando el tipo de cambio del dólar llega casi a los N$ 8.00, la bolsa
desciende a niveles ínfimos, los intereses se elevan hasta el 100% y las arcas de la nación
están prácticamente vacías.

Las características específicas de la magna crisis del neoliberalismo.

Aunque esta crisis financiera que vive el país no es sino una variante de las que ha sufrido en
los últimos años, especialmente de la de 1982, de la cual es una edición corregida y
aumentada, tiene sin embargo características específicas que la hacen particularmente
interesante. El gobierno neoliberal de Carlos Salinas de Gortari se justificó ideológicamente
diciendo que mediante la ciencia económica que ellos dominaban, la "generación del cambio"
había logrado por fin desentrañar cuál era el camino que la economía mexicana debería de
seguir para crecer ininterrumpidamente, modernizarse e insertarse en la economía
internacional hasta llegar a convertirse en un miembro más de la élite de los países
metropolitanos; ese conocimiento científico les daría la posibilidad de mantener bajo su control
todas las variables económicas y las condiciones políticas internas y externas con el fin de
conducir el proceso de cambio de la economía mexicana hacia su gran destino histórico. La
reforma económica y política por ellos propugnada crearía las condiciones para ese desarrollo
deseado por los mexicanos y al mismo tiempo permitiría desmantelar toda la estructura
proteccionista, estatista y populista que había sido la causa de la detención del progreso de la
economía mexicana, a la cual había sumido en una secuela interminable de crisis destructivas,
y de la miseria y atraso de la población. Y es precisamente cuando el proteccionismo, estatismo
y populismo han sido aniquilados y se han realizado plenamente todas las transformaciones
económicas del neoliberalismo (a las cuales remata el galardón del TLC) cuando se produce la
calamitosa crisis que es, punto por punto, idéntica a las que se habían presentado bajo los
gobiernos anteriores, pero de una profundidad y extensión mucho mayores. Los neoliberales
ven derrumbarse estrepitosamente su modelo económico, el cual produce exactamente los
mismos efectos que el estatismo: la ruina y el atraso económico del país, los devastadores
frenos y arranques de la economía, las incontrolables crisis y la miseria más terrible de los
trabajadores mexicanos. Las condiciones económicas se han sublevado una vez más contra
quienes se consideran sus certeros conductores y los han lanzado inmisericordemente a
reunirse, en el fondo del abismo, maltrechos y sollozantes, con sus antiguos enemigos, los
despreciables estatistas y populistas, azote del pueblo de México. Ciertamente que la realidad
había empezado a rebelarse en contra de sus presuntos conductores desde el 1o. de enero de
1994, con el alzamiento indígena chiapaneco, y continuó su insurrección a todo lo largo de
ese año, con lo cual redujo sensiblemente el grado de gobernabilidad política del país, pero la
economía continuaba aún bajo el dominio del gabinete económico de Salinas de Gortari; es por
eso que la crisis que se inicia el 19 de diciembre de 1995 toma completamente por sorpresa a
la tecnocracia harvardiana gobernante.
Esta nueva crisis de la economía mexicana tiene para nosotros dos enseñanzas fundamentales:
primero, que no son el proteccionismo ni el estatismo por un lado, ni el libre cambio por el
otro, los causantes del desastre económico en el régimen capitalista, sino que el origen del
mismo se encuentra en la necesaria evolución contradictoria de los dos sectores fundamentales
de la economía que lleva al crecimiento inmoderado de uno de ellos en detrimento del otro y
luego a la restauración violenta del equilibrio perdido, y así sucesivamente y, segundo, que
ambos, proteccionismo y libre cambio, son formas que adopta la política económica de una
misma economía capitalista, alternativamente, de acuerdo con las necesidades específicas de
su desenvolvimiento ascendente, que son adoptadas por el sector II de la economía y por el
sector I, respectivamente, los cuaes las llevan a la práctica cuando a su turno conquistan el
poder político.

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Ante la impensada crisis, el estupor primero y el pánico después hacen presa de Zedillo y su
equipo de gobierno; a partir de ese momento, cada una de las acciones que realizan con el fin
de someter a la economía a sus dictados se convierte en su contrario, en un acicate más para
una insurgencia más violenta de aquella.
Renuentes a aceptar la enormidad del problema que enfrentan, los gobernantes mexicanos dan
a la naciente crisis el tratamiento de un simple problema de caja. Aceptan que hubo un exceso
de importaciones y un endeudamiento excesivo, pero consideran que esto, además de poder ser
corregido fácilmente, no afecta para nada a la estructura económica fundamental, la cual tiene
una firmeza de roca gracias a las transformaciones neoliberales realizadas, ni a las líneas
principales de política económica (la filosofía del liberalismo social), las cuales deben de
mantenerse inalterables e incluso ampliarse y profundizarse.

El combate a la crisis.

El Acuerdo para la Emergencia Económica, primer programa del gobierno para enfrentar la
crisis, se sustentaba en dos puntos: uno, que con la devaluación se lograría revertir por un
largo tiempo el déficit de la balanza comercial, al convertirla en superavitaria mediante la
contracción de las importaciones y el impulso a las exportaciones y, dos, que la confianza de
los inversionistas extranjeros sería a fin de cuentas rescatada y cesaría el retiro de fondos del
mercado mexicano e incluso podría atraerse más capital foráneo; así, bajo la cobertura de un
hipotético tipo de cambio de N$ 4.50 por dólar, sería posible, de una manera ordenada, obtener
de las exportaciones los fondos para el pago de los capitales que quisiesen retirarse de la
circulación y para la constitución de una reserva que garantizase ese mismo pago a los que
decidieran continuar en el país. De ahí entonces el porqué de la tibieza, si podemos llamarla
así, de las medidas del Acuerdo para la emergencia económica: prácticamente no hubo
cambios en los precios de los bienes y servicios del gobierno, se intentó administrar el alza de
los precios de los bienes y servicios producidos por la empresa privada para que aumentaran
únicamente en la medida en que lo hiciesen los costos de producción, se autorizó un alza del
10% a los salarios mínimos; en suma, se pensó mantener la inflación en un nivel del 15 al 20%
durante 1995.
Pese al alto tipo de cambio que estableció el mercado al dejarse flotar libremente la moneda,
continuó incontenible la salida de capital extranjero, prosiguió el desplome de la bolsa, el dólar
casi duplicó su valor y se avizoraba entonces el agotamiento total de las reservas
internacionales.

La globalización de la crisis.

De la misma manera que la economía mexicana fue la punta de lanza para que el modelo
económico en ella implantado por la plutocracia estadounidense se difundiera entre todos los
países de latinoamérica, su despeñamiento por el abismo de la crisis fue la causa de que las
principales naciones sudamericanas se acercaran peligrosamente al borde del precipicio.
Como efecto de las tribulaciones de la economía mexicana se produce el llamado efecto
"tequila", que consiste en que el capital extranjero de corto plazo, que sospecha que también
los otros países latinoamericanos han fincado su economía en las mismas bases que México lo
hizo y que por tanto sus finanzas se encuentran en la misma frágil situación, empieza a
retirarse en grandes volúmenes de los mercados emergentes latinoamericanos con lo que se
presenta la muy real posibilidad de la quiebra de sus economías.
El gobierno mexicano cae técnicamente en insolvencia, aunque se muestre reacio a reconocerlo
así: no existen reservas para el pago de sus obligaciones a corto plazo en moneda extranjera y
no sólo eso, sino que no las hay siquiera para las importaciones más imperiosas.
El otrora orgulloso país, ejemplo de todas las naciones del mundo, que gracias a las
metamorfosis neoliberales de su economía empezaba a tener una firme estabilidad y un
impulso sostenido y se hallaba a un paso de ingresar al selecto grupo de países del primer
mundo, se ve en la imperiosa necesidad de declararse en quiebra y acudir, en vergonzante
súplica, ante los gobiernos "amigos" y los organismos internacionales para que le faciliten los

80
medios financieros con los cuales cubrir los pagos de las obligaciones que se venzan y de las
importaciones necesarias para mantener funcionando la planta productiva.
Es aquí cuando se valora en toda su magnitud la profundidad de la crisis financiera: la
economía mexicana necesita un apoyo de cuando menos 50,000 millones de dólares para hacer
frente a sus compromisos con el exterior. En caso de no obtenerse esos recursos, no quedaba
al país otra alternativa que la moratoria, la cesación de pagos a los acreedores extranjeros, lo
cual hubiera lanzado a la economía mexicana a una crisis recesiva de proporciones
mayúsculas, prácticamente ingobernable; además, habría provocado el retiro masivo de los
capitales extranjeros de los mercados latinoamericanos y llevado a estos países también a la
quiebra. Posteriormente, al cesar de golpe las importaciones de mercancías norteamericanas a
los países latinoamericanos y abarrotarse de capital el mercado estadounidense, habría
producido la bancarrota de la economía norteamericana y ésta entraría así en una crisis de la
envergadura de la de 1929.

La ayuda del gobierno norteamericano para resolver la crisis mexicana.

La Administración Clinton, que había ponderado la verdadera medida del problema, entró de
lleno a realizar el salvamento de la economía mexicana. Diseñó un paquete de ayuda financiera
en colaboración con organismos internacionales como el FMI y el BM. En un primer intento,
trató de obtener los fondos necesarios de partidas normales con la aprobación del Congreso
Estadounidense, pero al convencerse de que su proyecto no sería aprobado por los
congresistas norteamericanos, hizo uso de una facultad ejecutiva y comprometió las reservas
del tesoro norteamericano en el apoyo a la economía mexicana.
Como contrapartida a este verdaderamente inusitado hecho, que ponía una buena parte de las
reservas de los Estados Unidos a disposición de un país extranjero, el gobierno norteamericano
exigió muy amplias garantías e impuso condiciones muy duras. El pago de la deuda que se
contrajera sería asegurado con la factura petrolera de México y el flujo de los fondos estaría
condicionado a que nuestro país adoptara una "sana" política económica, cuya aplicación sería
celosamente vigilada por el FMI, la cual se concentraba en los siguientes puntos: reducción del
déficit en cuenta corriente, saneamiento de las finanzas públicas (reducir gastos y aumentar
ingresos corrientes), privatizaciones, reducción del financiamiento del Banco de México,
etcétera. El no cumplimiento de las condiciones impuestas acarrearía la cesación inmediata de
los flujos de estos créditos hacia nuestro país.
Es necesario detenernos aquí a analizar, así sea someramente, el papel del gobierno
estadounidense en el rescate de la economía mexicana. La estructura de la economía mexicana
establecida durante el gobierno salinista constituía la extensión de la estructura impuesta a la
economía norteamericana por la plutocracia de los Estado Unidos: establecimiento de una
división internacional del trabajo conforme a la cual los países ricos se desembarazarían de
grandes sectores productivos de manufacturas, los que serían transferidos a las economías
más atrasadas, para así ellos concentrarse en la producción de modernos y sofisticados medios
de producción, alta tecnología y bienes de consumo para proveerse a sí mismos y a aquellas
economías; la implantación de esta nueva relación entre metrópolis y neocolonias requiere de
una absoluta libertad en las relaciones económicas internacionales: libertad de comercio,
libertad de movimiento de capitales, etcétera. El gobierno de los Estados Unidos, al servicio
incondicional de la plutocracia norteamericana, concibió un ambicioso plan para integrar a
todas las economías del continente en una gran región económica, en la que los Estados
Unidos harían el papel de socio mayor y todos los demás países, Canadá incluido, el de socios
menores; se requería para ello la formación de un enorme mercado del que fuesen eliminados
en el menor tiempo posible la mayor parte de los obstáculos al libre flujo de mercancías y
capitales. Es así como la metrópoli mueve todos los resortes a su disposición para lograr que
los gobiernos latinoamericanos, a la cabeza de los cuales va gozoso el de México, realicen las
transformaciones internas que precisa su economía (el programa del neoliberalismo que se
había forjado detalladamente en las grandes universidades norteamericanas) para poder
fundirse con la economía norteamericana en esta nueva etapa de su existencia.

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El verdadero promotor de las reformas económicas tan cacareadas por el salinismo y aceptadas
como un hecho consumado por Zedillo no es otro que el gobierno estadounidense, el verdadero
artífice del modelo mexicano lo es la plutocracia norteamericana; Salinas y Zedillo son en esto
únicamente los mandatarios del poder imperial.
La severa crisis financiera en que se hundió la economía mexicana en los primeros meses de
1995 no sólo significaba la quiebra de la misma, sino que, además, amenazaba con extenderse
a los demás países latinoamericanos y llegar al centro mismo del imperio, a la economía de los
Estados Unidos, en donde habría provocado una crisis de tales dimensiones que arrastraría
hacia la ruina y el caos a toda la economía mundial. Los Estados Unidos vieron en la crisis
mexicana la posibilidad de la aniquilación a nivel internacional de su modelo económico, lo que
los obligó a realizar los mayores esfuerzos para rescatar a la economía de nuestro país.
En vista de que la economía mexicana es una simple extensión de la norteamericana, los
medios para la contención de la crisis tenían que venir, necesariamente, de los centros de
poder económico y político de los Estados Unidos; los gobernantes mexicanos prácticamente se
aposentaron en Washington durante los días más álgidos de la crisis para acordar con las
autoridades económicas de aquel país los pasos a seguir en el estado de emergencia, en tanto
que las medidas internas de política económica quedaron en suspenso, ya que su naturaleza
dependía totalmente de las decisiones de nuestro socio mayor.
Aquí es de notar cómo los más caros principios del librecambio, tan ardorosamente defendidos
por el salinismo y por Clinton, son inmediatamente abandonados y negados descaradamente
cuando ponen en peligro los sagrados intereses económicos: la devaluación es una medida
típicamente proteccionista, que encarece las importaciones y abarata las exportaciones e
introduce un poderoso factor de distorsión en el mercado, es la negación del libre cambio; la
concesión de volúmenes monstruosos de créditos internacionales para rescatar la economía de
un país que ha cometido graves errores financieros es un acto típicamente populista, contrario
absolutamente al liberalismo económico.

La persistencia de la crisis.

Ingenuamente, el gobierno de Zedillo esperaba que con el sólo anuncio de la obtención de los
voluminosos créditos se calmarían los mercados financieros. Creía así poder manejar el
problema como un desajuste transitorio cuya solución le permitiría volver al mismo camino
anterior. Sin embargo, las fuerzas del mercado se rebelaron contra el intento de ser sometidas
a la impotente voluntad del gobierno mexicano: la caída de la bolsa siguió adelante, el tipo de
cambio se elevó considerablemente llegando la devaluación del peso al 100 % y los intereses se
elevaron en una monstruosa proporción con el propósito de atraer a los renuentes capitales
extranjeros que seguían saliendo sin freno de la economía mexicana.
Ni los primeros préstamos, ni el Acuerdo para la emergencia económica, ni el anuncio del
colosal apoyo del gobierno norteamericano lograron calmar la angustia de los inversionistas
que bramaban por dinero internacional contante y sonante, por dólares.
Es entonces cuando se decide instrumentar definitivamente el apoyo del gobierno
estadounidense, el cual se otorga bajo condiciones férreas: embargo de la producción petrolera
como garantía del pago de los créditos y superávit de las finanzas públicas para evitar que los
recursos otorgados se vayan por la esclusa del gasto público.

Un programa de choque para resolver la crisis.

Una vez que el gobierno mexicano está ampliamente convencido de que el mercado financiero
no mejora un ápice ante las medidas tomadas y los anuncios de las que se aplicarían más
tarde, es decir, cuando está seguro de que los inversionistas extranjeros tienen la plena certeza
de que no les serán amortizados sus créditos, toma la determinación de recetar a la economía
mexicana un drástico programa de choque, al estilo de los administrados por el gobierno de
Miguel de La Madrid.
En una acción concertada, con una diferencia de pocos días, envía al Congreso de la Unión,
citado expresamente para ello, las provisiones legislativas por las cuales se legaliza el embargo

82
petrolero y un incremento del 50% al IVA, las cuales son aprobadas al viejo estilo príista;
además, se decreta administrativamente un incremento de los precios de los bienes y servicios
del Estado cercano al 40%, un severo recorte a los gastos estatales y un mayor impulso a las
privatizaciones.
La elevación de los precios de los bienes y servicios del Estado tuvieron como propósito dotar
de recursos sanos a las empresas y entidades del gobierno para eliminar los subsidios y
transferencias del sector central y permitir así el equilibrio e incluso el superávit fiscal; el
incremento al IVA perseguía la finalidad de dotar de recursos al gobierno central para realizar
sus funciones normales sin incurrir en déficit, y aún alcanzar un superávit relevante. Estas
medidas, combinadas con una reducción del gasto público, tenían como propósito
fundamental evitar que los dólares que entrasen a la economía mexicana, ya sea por los apoyos
financieros de la comunidad internacional o por las exportaciones, se gastasen en el
financiamiento del déficit gubernamental; se trataba de que, además, se pudiera destinar una
parte del superávit para convertirlo en reservas internacionales. Como contrapartida, su
finalidad esencial era que los recursos crediticios externos de emergencia se utilizasen
exclusivamente para el pago de la deuda de corto plazo a los inversionistas extranjeros. Sin
embargo, con esto sólo habría habido una conversión de la deuda a corto plazo en una deuda a
largo plazo y al final los recursos extranjeros se habrían evaporado de nuevo; el problema
únicamente se habría trasladado al futuro, en donde saldría de nuevo a la superficie con
ímpetu mayor.
Es por eso que la otra intención de las medidas de política económica contenidas en el
programa de choque era la reducción radical del consumo para lograr con ello la disminución
de las importaciones de bienes de consumo y la restricción de la producción interna en general
y de las importaciones generales, todo esto en adición a los efectos de la devaluación; se
trataba de lograr un descenso sostenido por un largo tiempo de las importaciones.
Por el lado del fomento, el programa de choque fue complementado con medidas de impulso a
las exportaciones, que sumaron sus efectos a la devaluación. Se pretendía obtener un
superávit extraordinario de la balanza comercial, aún a costa de frenar el crecimiento en 1995
(aproximadamente menos 2%), para hacer los primeros pagos de los créditos concedidos por el
gobierno de EEUU, los organismos internacionales y los gobiernos extranjeros.
La concertación con el gobierno de Estados Unidos, con otros gobiernos y con las instituciones
internacionales de los préstamos necesarios y el establecimiento del programa de choque
tenían como condición indispensable la determinación de la verdadera profundidad de la crisis;
ya anotamos anteriormente cómo el gobierno de Zedillo se mostraba reacio a reconocer que lo
que estaba pasando era algo más que una dificultad de caja y que su solución sólo iba a ser
posible con medidas radicales que alterarían notablemente el modelo económico tan
cuidadosamente forjado por Carlos Salinas de Gortari. Sin embargo, era absolutamente
necesario tener como antecedente una clara visión de lo que había sucedido para poder actuar
en el sentido correcto; así, se fue imponiendo al gobierno de Zedillo la convicción de que
durante el sexenio de Salinas la propia aplicación del programa neoliberal había creado una
serie de condiciones que minaban su viabilidad y que a fin de cuentas lo llevaron a su
estrepitoso fracaso. Pero este reconocimiento entraba inmediatamente en conflicto con un
sector del salinismo, Carlos Salinas incluido, que sostenía ardorosamente que el desastre de la
economía mexicana tenía su origen en el "error de diciembre", es decir, en las devaluaciones de
los días 20 y 21 de ese mes y con más vehemencia exponían su argumento cuanto más fuerza
perdía la candidatura de Salinas de Gortari a la dirección de la OMC por efecto de la imagen
negativa que la economía mexicana adquiría en el exterior debido a su crisis incontrolable, que
en los círculos económicos internacionales se atribuía sin eufemismos al ex-Presidente
mexicano. El salinismo adscrito directamente a la persona de Carlos Salinas de Gortari tenía
aún una gran influencia en amplios sectores del gobierno, del partido oficial, del empresariado
y de diversos grupos sociales, por lo que, para instrumentar exitosamente la política económica
de emergencia, que aunque no significaba la negación definitiva del modelo neoliberal si lo
cuestionaba fuertemente y lo ponía en entredicho, era absolutamente indispensable desterrar
de la sociedad mexicana el ascendiente de Carlos Salinas de Gortari. No sabemos si inspirado
directamente por el gobierno estadounidense, que estaba seriamente preocupado por la

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posibilidad del desplome económico mundial si México no arreglaba sus problemas, o por
propia decisión, el gobierno de Zedillo urdió una trama para eliminar a Salinas de Gortari de la
escena política nacional y, de paso, de los foros económicos internacionales: se acusó, con
debilísimos argumentos jurídicos, a Raúl Salinas de Gortari, hermano del ex-presidente, de ser
el autor intelectual de la muerte de Ruiz Massieu y, en una mascarada judicial de la peor
especie, se le detuvo e internó en el penal de alta seguridad en donde se encuentran recluidos
los más peligrosos criminales del país; este fue un golpe demoledor para Carlos Salinas de
Gortari que lo aniquiló por completo y lo hizo retornar a su naturaleza de homúnculo de donde
había partido al inicio de su sexenio. Las fuerzas económicas, antes a su servicio y ahora
personificadas por Ernesto Zedillo, destruyeron por completo la personalidad que había forjado
a lo largo de su gobierno y lo obligaron a mostrar la enorme miseria moral e intelectual que era
el contenido de su más íntima psicología.
Por su parte, con esta acción Zedillo empezó a adquirir, cubriendo su propia miseria intelectual
y moral, las dimensiones del hombre dominador de la realidad económica y política.
La implementación de la política económica de choque anunciada el 9 de marzo de 1995
constituía la más amplia garantía de que los capitales extranjeros de corto plazo serán
reintegrados totalmente, dólar sobre dólar, a los inversionistas norteamericanos; en
consonancia con ello, las corredurías estadounidenses, satisfechas ampliamente sus
exigencias, dejaron inmediatamente de presionar sobre el mercado financiero mexicano y se
inició un proceso de revaluación del peso y de ascenso de la bolsa.
Por otro lado, en el sector II de la economía se acentuó dramáticamente la devastación de las
empresas que lo forman y el proletariado mexicano fue objeto de una drástica reducción de su
nivel de vida, resultados ambos de las medidas de choque tomadas por el gobierno federal.
Se confirmó una vez más la naturaleza del capital, sustancia con vida propia que somete todo a
sus exigencias prepotentes de valorización incesante; en esta ocasión pasó abruptamente de
una sobreacumulación en el sector I que significaba enormes ganancias para los capitalistas de
ese sector y altos salarios para la burocracia privada y la aristocracia obrera, una lenta
desacumulación en II, un ligero incremento en algunas capas del proletariado de su salario en
proporción a los aumentos de la productividad, un descenso del salario real de amplias capas
de los trabajadores y un pequeño aunque sostenido crecimiento del desempleo, a una magna
desacumulación en I y II, un descenso agudo y generalizado de las condiciones de vida de la
burocracia privada, la aristocracia obrera, los trabajadores calificados, la gran masa de
trabajadores sin calificación, los trabajadores independientes, etcétera y un superlativo
incremento del desempleo.
Según es una inveterada costumbre de nuestros gobernantes, de la misma manera que en
otras épocas y ante circunstancias parecidas, cuando se encuentran completamente
derrotados, aniquilados intelectual y moralmente, y se han visto obligados a aceptar todas las
exigencias de la realidad económica y a actuar en el único sentido que ésta tercamente les
indica, en cuanto esa misma realidad empieza a moverse en la misma dirección que ella se ha
impuesto, proclaman que los acontecimientos obedecen a su férrea voluntad que está guiada
por una sapiencia infinita.

Un resumen.

Con todo lo expuesto tenemos a la mano los elementos necesarios para hacer un resumen del
desenvolvimiento de la economía mexicana durante el gobierno de Salinas de Gortari.
Hasta el 20 de diciembre de 1995 la situación fue la siguiente:
En el sector I de la economía mexicana hubo una gran acumulación de capital que produjo los
resultados tradicionales de concentración y centralización de la producción en gigantescas
empresas mercantiles, industriales y financieras.
-La acumulación en I tuvo como firme base de sustento la transferencia hacia ese sector de
grandes bloques productivos y de servicios propiedad del Estado, lo cual, siendo en sí mismo
una centralización mayúscula de capital, impulsó a la vez un proceso de concentración y
centralización mayor.

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-Esta acumulación tuvo como fundamento una nueva relación del capitalismo nacional con el
capitalismo internacional, en la cual la economía mexicana inició su conversión en productora
de manufacturas para el mercado global, en tanto que el capital metropolitano se concentró en
la producción de maquinaria, equipo, tecnología y bienes de consumo sofisticados para sí
mismo y para las economías nacionales menos desarrolladas, todo esto mediante el
apalancamiento en el capital extranjero, el cual fluyó al país a través de las alianzas
estratégicas entre las empresas extranjeras y las nacionales, la inversión directa y en papeles
bursátiles de largo y corto plazo y los préstamos comerciales de la banca internacional. Con
ello se dieron un mutuo impulso ascendente y se hizo más estrecha la fusión entre ambos.
Esta relación a que nos referimos es característica de la nueva fase de existencia del
imperialismo y de su complemento necesario, el neocolonialismo, a escala mundial.
-La acumulación en I tuvo su punto de apoyo en el capital extranjero, que ingresó a raudales al
país para complementar al capital nacional.
-La acumulación en I vivió una fase de mutua complementación con el capitalismo
internacional en la que hubo un intercambio equilibrado entre las importaciones de bienes de
capital, tecnología y bienes de consumo procedentes del exterior y los pagos de regalías,
intereses y principal de los capitales invertidos en el país, por un lado, y las exportaciones
mexicanas, dentro de las cuales tenían un peso cada vez mayor las manufacturas, y los
ingresos de capital por el otro. Este intercambio equilibrado tuvo como base de sustentación
un tipo de cambio alto y relativamente fijo.
-La acumulación en I se vio reforzada por la formación de una zona de libre comercio integrada
por los Estados Unidos, Canadá y México, ya que en virtud de la aprobación del TLC se inicia
un proceso de eliminación de barreras al libre tráfico, entre los tres países, de mercancías,
servicios y capital.
-La acumulación en I impulsó la formación de una mediana, pequeña y micro industria que le
proveía de materias primas, artículos semielaborados y el acabado a los bienes producidos por
aquel sector.
-La acumulación en I, apalancada por el capital extranjero, trajo consigo una rápida y
profunda modernización de la industria, el comercio, los servicios y las finanzas de ese sector y
de las ramas tributarias suyas; esto se tradujo en una mayor maquinización e intensificación
del trabajo en todas las empresas y, por tanto, en la potenciación de las formas de producción
de plusvalía absoluta y relativa que son otras tantas formas de vulneración de las condiciones
de vida de los obreros y de anulación de su naturaleza humana.
-La acumulación en I, a través de su medio específico de realizarse que es la mecanización e
intensificación constantemente en ascenso del trabajo, dio lugar a un cambio en la
composición orgánica del capital de ese sector por el cual se alteró la proporción entre el
capital constante y el variable, haciéndose mayor aquel en una gran medida y reduciéndose
éste en el mismo cuanto; se produjo así una repulsión masiva de trabajadores que fueron a
engrosar la sobrepoblación obrera que es uno de los resultados y de las condiciones necesarias
de existencia del capitalismo mexicano ; las nuevas inversiones de capital que se realizaron
bajo esa nueva composición orgánica no pudieron absorber más que una pequeñísima parte de
la sobrepoblación obrera, la cual fue tomada de aquellos depósitos que forman los trabajadores
más jóvenes y mejor capacitados.
-La centralización del capital en el sector I (alianzas, fusiones, compras, etcétera, que
concentraron el capital en unidades monstruosas), como medio radical que es de transformar
la composición orgánica del capital, produjo el efecto de incrementar aún más la repulsión de
obreros de la órbita productiva, con lo que se añadieron cientos de miles de trabajadores a la
sobrepoblación obrera existente.
-Las grandes movilizaciones de capital inherentes a su centralización en el sector I, sometieron
a los obreros del mismo a la tortura adicional de ver constantemente alteradas sus condiciones
de trabajo y de vida, de acuerdo con las variaciones en la propiedad del capital.
-Aunque sujetos a los movimientos migratorios del capital y pendiendo sobre ellos la amenaza
del despido, se formó una aristocracia obrera que recibía salarios mucho más altos que el resto
de los trabajadores, en algún modo ligados a su productividad ascendente, con lo cual

85
quedaron sometidos a la forma superior de explotación por el capital que se produce
precisamente a través de un nivel de vida en constante mejora.
-Los ingresos de la nueva pequeña burguesía tributaria del sector I fueron mayores también en
una gran medida, al tiempo que los propios capitalistas de I pudieron destinar una parte
considerable de sus ingresos para gastarlos como renta.
-Con la voluminosa acumulación en I se fomenta también de una manera desproporcionada la
rama que produce artículos de lujo.
En el sector II de la economía mexicana (mediana, pequeña y micro empresa) se produjo una
drástica reducción de la acumulación de capital, directamente proporcional a la
sobreacumulación realizada en I.
-La sobreacumulación en I y la centralización de capital que la presupone y la alimenta
absorbieron la mayor parte de los recursos internos para la acumulación y dejaron a
disposición del sector II una mínima porción de los mismos.
-De la misma manera, y por iguales razones, el sector I acaparó los recursos externos de
acumulación y con ello los detrajo de la acumulación en II.
-La inundación del mercado mexicano con mercancías extranjeras de consumo, que fue
provocada por la política de libre comercio del sector I, presupuesto y resultado ésta de su
modelo de acumulación, redujo drásticamente la demanda de los bienes de consumo
producidos por las empresas mexicanas del sector II; esto ocasionó primero graves daños a su
economía y después la ruina de la mayor parte de ellas: la acumulación en II se entorpeció,
más tarde se detuvo y finalmente revirtió a una franca desacumulación; en las pocas empresas
que quedaron en pié se registró una centralización enorme de capital que las llevó de hecho a
incorporarse al sector I y a dirigir su producción principalmente a la exportación.
-El descenso de la acumulación obligó a los capitalistas de II a ejercer plenamente los métodos
de extensión e intensificación del trabajo y disminución del salario para paliar en algo los
efectos de aquella reducción; de igual manera, hizo inevitable el que desocuparan a grandes
cantidades de trabajadores.
-El sector I llevó adelante una política de disminución de la inflación y de contención salarial;
esto produjo como resultado que la parte del fondo de consumo del obrero que se trasladaba al
fondo de acumulación del capital fuera creciendo a un ritmo cada vez menor, pero, desde
luego, sin dejar de aumentar; por otra parte, la apertura comercial hizo posible contener la
tendencia al alza de los precios, con lo cual la pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores
fue menor que en otras circunstancias, pero sin dejar de existir.
-El salario real de los trabajadores de II, en constante disminución, tuvo que distribuirse entre
los trabajadores en activo, que eran cada vez menos, y los trabajadores parados, cuyo número
aumentaba velozmente; el descenso del salario real de los trabajadores de II se incrementa en
la misma medida en que lo hace el desempleo.
-A través de la intensificación y extensión del trabajo, de la reducción del salario real y de la
repulsión en masa de trabajadores, actúa en los obreros del sector II la tendencia a la
depauperación que se caracteriza por la anulación de su naturaleza humana, por la
degeneración y descomposición de sus cuerpos y sus mentes.
En el Estado Mexicano hubo una extensa desincorporación de empresas, las cuales fueron
transferidas al sector privado; esas propiedades del Estado cambiaron de su forma material
(empresas) a su forma dinero. Los recursos normales del Estado y los obtenidos por las ventas
de las paraestatales fueron dirigidos en su totalidad al apoyo de la acumulación en I. Por otra
parte, el sector II de la economía mexicana fue dejado en el más cruel de los abandonos por el
Estado, y no sólo eso, sino que fue objeto de constantes agresiones que eran la necesaria
contrapartida del impulso dado por el gobierno mexicano al sector I.
-El Estado Mexicano redujo en gran medida una de sus funciones tradicionales, la explotación
de unidades productivas de distinta índole, la cual se basa en la explotación del trabajo
asalariado y en la absorción de trabajo obrero excedente, pues cedió la mayoría de sus
empresas a los capitalistas privados; conservó para sí, sin embargo, las empresas más grandes
y más rentables. Ya sin el lastre de un sinnúmero de empresas de todo tipo, el Estado pudo
concentrarse en el resto de sus funciones, todas encaminadas a hacer más expedito el camino
ascendente de I, y que también tienen como fundamento la explotación del trabajo y la

86
absorción de plusvalía producida por los trabajadores a su servicio. El Estado mexicano,
cuando adquiere o funda empresas de diversos giros o cuando se deshace de ellas y las
transmite al capital privado, lo hace siempre en función de los intereses del capitalismo
nacional considerado como un todo: en el primer caso, complementa la planta industrial del
país ya que produce aquello que por incosteable no interesa a la "iniciativa privada"; de esta
manera, hace posible que el proceso productivo se realice sin obstáculos y que los capitalistas
privados puedan efectuar su noble tarea de absorber trabajo obrero excedente sin graves
interrupciones; cuando cede sus empresas a los capitalistas privados, actúa así porque,
gracias a la anterior política "estatista" y "populista", los empresarios privados, sobre todo la
plutocracia, han podido acumular cantidades monstruosas de plusvalía que ahora aplican a la
compra de las empresas del Estado, las cuales, mediante la centralización, serán el punto de
apoyo para un mayor incremento de la exacción de trabajo excedente a los obreros mexicanos
que será acumulada como capital y una depauperación más radical y profunda de los mismos.
Esta fase que estudiamos del desenvolvimiento de la economía mexicana, que se caracteriza
por el predominio absoluto del sector I, se extiende hasta los primeros días de diciembre de
1995, cuando el Dr. Ernesto Zedillo Ponce de León ha iniciado su mandato sexenal. Durante
este período, a la par que se cumplen todas las expectativas del modelo neoliberal de
acumulación, se crean subterráneamente los elementos de su negación, los cuales surgen
intempestivamente a la superficie entre el 19 y 21 de diciembre y provocan una crisis cuyos
puntos más destacados ya hemos señalado anteriormente.
La causa más profunda de la crisis la encontramos en la dialéctica de la relación entre sector I
y sector II de la economía mexicana: la mutua complementación entre I y II ha dejado de
realizarse; el sector I se ha independizado completamente de II por lo que no engendra a éste
en sí mismo ni se produce a sí mismo en II: el sector I ha medrado desmedidamente y el
progreso de II declina irremisiblemente. Como ambos sectores son mutuamente
complementarios, mientras más discurren en sentido opuesto y en absoluta independencia uno
del otro, con más fuerza se atraen los dos sectores mencionados. Cuando su desvinculación
llega a un punto superior, la necesidad de restaurar la unidad alcanza su máxima intensidad y
se presenta la crisis que es el restablecimiento violento de la mutua complementariedad.
Si el sector I ha agotado todas sus posibilidades de avance, entonces la restauración de la
unidad lleva necesariamente a la ascensión al poder del sector II que así iniciará una fase de
predominio económico. Si esto no es así porque el sector I aún conserva un gran potencial,
entonces la reunión de los contrarios se realiza todavía bajo la égida de aquel y tiene como
propósito dar un impulso decisivo al progreso del mismo.
El sector I de la economía mexicana tenía amplias perspectivas de desenvolvimiento; por lo
tanto, el resultado de la crisis que vivió no fue el paso del predominio económico a II sino el
reafianzamiento de la dominación de I. La unidad que se logró entre I y II no se asentaba en el
progreso de este último sector, sino en el arreglo del desajuste de balanza de pagos que su
ruina había traído consigo. La devaluación y la recesión, que lograron equilibrar la balanza de
pagos, constituyeron el preludio de una nueva fase del predominio de I que, como de suyo se
comprende, implicaba la negación más decisiva de II.
La enésima crisis en que se hundió la economía mexicana a partir de los días 19 y 20 de
diciembre de 1995, produjo los siguientes resultados:
La crisis se manifestó mediante una brutal devaluación de la moneda nacional, un
renacimiento de la inflación y una recesión económica de gran magnitud.
En el sector I de la economía mexicana se presentó una reducción sustancial del ritmo de
acumulación.
-Continuó, aunque a un ritmo menor, la privatización de empresas estatales.
-Se conservó la nueva relación establecida con el capitalismo internacional de intercambio de
bienes manufacturados por bienes de capital, equipo y tecnología, alianzas estratégicas entre
las empresas transnacionales y las nacionales y flujo al país de capital extranjero bajo sus
diversas formas.
-Se redujo el monto de la inversión extranjera.
-Durante 1993 y 1994 el equilibrio de las cuentas internacionales se había roto y se presentó
entonces un déficit en la cuenta corriente en constante aumento que tenía su causa en el alto

87
nivel de importaciones de bienes de consumo, el cual se financió con capital extranjero de corto
plazo. Después de la crisis, el gobierno mexicano se vio obligado a restaurar el equilibrio de las
cuentas internacionales mediante la devaluación y la recesión que hicieron caer las
importaciones en una muy importante proporción.
-La mediana, pequeña y micro industria tributaria del sector I primero redujo su ritmo de
acumulación y después entró en un franco proceso de desacumulación que la acercó
peligrosamente a la ruina económica.
-El ritmo menor de acumulación en I y en sus empresas subsidiarias ocasionó una reducción
en los ingresos de los capitalistas que los obligó a disminuir sus gastos en artículos de lujo;
esto, a su vez, trajo como consecuencia una menor actividad en esta rama productiva con los
consecuentes efectos para sus obreros.
-Los capitalistas de I y de las empresas tributarias suyas se resarcieron de las pérdidas que les
ocasionó la crisis mediante la extensión e intensificación del trabajo y el despido masivo de
obreros. El salario de los trabajadores se vio seriamente reducido por aquellos tres factores y
también por el hecho de que por la devaluación subieron sustancialmente los precios internos.
En el sector II de la economía se recrudecieron todos los perniciosos efectos que ya había
tenido sobre sus empresas el anterior acrecentamiento excesivo de I.
-En las empresas del sector II la crisis se tradujo en una desacumulación real de proporciones
mayúsculas.
-Esta desacumulación real hubo de ser mitigada con un impulso grandísimo a los métodos de
extensión e intensificación del trabajo, disminución del salario y repulsión en masa de obreros;
a esto hay que agregar otro factor del descenso del salario: la devaluación que hizo subir los
precios en el mercado interior.
-A través de este empeoramiento de las condiciones de vida de todos los trabajadores
mexicanos siguió obrando la tendencia que los lleva aceleradamente hacia la completa
anulación de su naturaleza humana.
El Estado Mexicano fue cimbrado hasta sus cimientos por la crisis; los gobernantes mexicanos
se convirtieron súbitamente de conductores en víctimas de la sustancia económica y dejaron
ver, sin tapujos, el lado oscuro de sus personalidades, el homúnculo del que proceden y al que
vuelven irremisiblemente.
Además de lo que las fuerzas económicas en rebeldía habían hecho por sí mismas, el Estado
mexicano delineó, a instancias y al gusto del gobierno de la plutocracia estadounidense, un
programa económico de emergencia para superar la crisis.
Este programa tenía una sola meta: trasladar, mediante el incremento de los precios, recursos
del fondo de consumo de los trabajadores y de las clases medias hacia el Estado y de ahí a los
bolsillos de los capitalistas extranjeros que habían comprometido sus inversiones en la
especulación bursátil. La recesión, que ya avanzaba por sí misma, recibió entonces un empuje
poderosísimo, lo cual agravó los efectos nocivos sobre toda la economía nacional que ya
señalamos en líneas anteriores.

88
Séptima Parte

La crisis financiera internacional


(Octubre de 1997-Diciembre de 1998)

La crisis financiera internacional que se desarrolló a fines de 1997 y se continuó a lo largo de


1998 se caracteriza por el retiro masivo de capital financiero de corto plazo que se inicia en los
países Asiáticos: Tailandia, Filipinas, Malasia, Indonesia, Hong Kong, Corea del Sur y Japón,
se continúa en los mercados emergentes de Latinoamérica y se extiende hasta los países
altamente desarrollados.
Los resultados inminentes de este hecho fueron el derrumbe de las bolsas de valores y
presiones sobre las reservas internacionales que llevaron a la devaluación de las monedas
locales, y la causa inmediata del mismo fue un déficit en la cuenta corriente de los países
asiáticos y algunos latinoamericanos; los ingresos por exportaciones descendieron mientras las
importaciones se mantenían en el mismo nivel o incluso aumentaban.
Las causas subyacentes de la catástrofe económica lo fueron el exceso de exportaciones de
manufacturas de los países de menor desarrollo económico hacia el mercado global, el
consecuente descenso del precio de esos bienes y la necesaria reducción de los ingresos por
concepto de su venta en el exterior.
Es exactamente el mismo fenómeno que se había presentado dos décadas atrás con la
producción petrolera: baja producción, altos precios, incremento del número de productores,
aumento de la producción, sobresaturación del mercado, caída de los precios, descenso de los
ingresos, quiebra de las economías nacionales de los países productores, etcétera. Es decir, se
trata de otro bello ejemplo del funcionamiento de la ley del valor.

La fase actual de existencia del capitalismo internacional.

Para entender mejor estos acontecimientos es necesario situarnos en la fase de desarrollo en


que se encuentra actualmente el capitalismo internacional.
El capitalismo internacional vive la moderna fase del neoimperialismo y del neocolonialismo.
En la etapa anterior, la relación fundamental entre metrópolis y colonias consistía en el
intercambio de materias primas y alimentos por bienes de capital y otras manufacturas. En las
colonias se formó una industria autóctona por medio de la sustitución de importaciones
mientras que las metrópolis se especializaron en la producción de medios de producción. En
ambos extremos era necesaria la protección de sus mercados; la difusión de la moderna
tecnología hacia los países menos desarrollados se realizaba a través de las licencias a las
empresas de esas naciones para que en ellas se produjeran las mismas manufacturas que en
los países industriales y las importaciones que realizaban de maquinaria, equipo y tecnología.
En un proceso de mutua implicación, estas dos partes estructurales del capitalismo
internacional ascendieron hacia un punto superior de su desarrollo.

La nueva relación entre metrópolis y neocolonias.

La nueva relación de intercambio entre metrópolis y neocolonias se caracteriza porque a


través de ella los países de menor desarrollo económico se especializan en la producción de
manufacturas para el mercado global y los países industriales en la de modernos medios de
producción, alta tecnología y financiamiento especializado.
En el parágrafo denominado La nueva división internacional del trabajo, del apartado El cambio
estructural, contenido en la Segunda Parte de este trabajo, se ha dado una amplia descripción
de la naturaleza del nexo que se ha establecido entre metrópolis y neocolonias; a ella remitimos
a nuestros lectores.

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El déficit comercial crónico.

La naturaleza específica de la relación entre metrópoli y neocolonias da lugar en éstas a una


desproporción estructural muy acusada entre los ingresos por las exportaciones y los egresos
por las importaciones.
El punto de partida de todo el movimiento es una economía metropolitana pletórica de bienes
de consumo sofisticados, de capital dinero (que ha sido reintegrado a las bóvedas de la
plutocracia de los países desarrollados tras de financiar la última fase de expansión de la
industria petrolera) y de capital productivo que pugnan por saltar las fronteras de los países
industrializados hacia los de menor desarrollo económico y, por otro lado, unas economías que
han agotado el tipo de crecimiento basado en el intercambio de materias primas por bienes de
capital y en la sustitución de importaciones de manufacturas (lo que suponía la protección de
ambos entornos económicos).
Los dos extremos de la relación neocolonial se exigen acuciantemente, pero el proteccionismo
es la barrera que impide el libre intercambio entre ellos; braman a la par por el libre comercio.
En cuanto se van desmantelando las barreras defensivas de las economías (acuerdos de libre
comercio, etcétera), se inician dos procesos que tienen un ritmo diferente, el cual le da su
impronta a todo el movimiento. Al punto de abrirse las fronteras, el capital comercial
metropolitano irrumpe avasalladoramente inundando instantáneamente con sus mercancías
los mercados locales; pero, por otra parte, las industrias de los países neocoloniales toman un
largo, lento y penoso camino para su conversión en exportadores de mercancías, el cual
comprende tanto la derrota de la oposición interna de la industria tradicional como la de la
oposición ejercida por la industria tradicional de la metrópoli y la creación de un nuevo tipo de
industrias en las dos economías: en la metrópoli, una que se concentre en la producción de
medios de producción, tecnología de punta, desarrollo de productos y de mercados, etcétera, y
en las neocolonias, otra que se dedique únicamente a producir las mercancías para el mercado
metropolitano y global. Es a causa de este desfasamiento por lo que en los países de menor
desarrollo las importaciones crecen necesariamente a un ritmo mucho mayor que las
exportaciones.

El capital especulativo de corto plazo.

Para que, dadas estas condiciones, la nueva relación entre metrópolis y neocolonias siga
adelante sin tropiezos, es necesario que el exceso de las importaciones sobre las exportaciones
sea cubierto de alguna manera; el capital financiero internacional encuentra aquí una nueva
oportunidad de obtener altas ganancias y desarrolla la más frondosa de sus ramas, el capital
especulativo de corto plazo, cuya misión es cubrir los déficits de las cuentas corrientes de los
países neocoloniales.
Conforme se abren los mercados metropolitanos y, por tanto, crecen las exportaciones de los
países neocoloniales, entonces se incrementan las importaciones de bienes de consumo para
satisfacer la demanda de los sectores de altos ingresos y aumentan las importaciones de bienes
de capital con el fin de expandir la industria de exportación; ambos rubros se acrecientan
desmesuradamente. La necesidad del capital metropolitano especulativo también se hace
mayor y se toman todas las medidas posibles para atraerlo; pronto, este capital de corto plazo
se encuentra financiando no sólo el déficit normal, sino el que se genera por los nuevos excesos
en las importaciones de bienes de consumo y las mayores compras de bienes de capital que la
dilatación de las exportaciones requiere; de hecho, una buena parte de ese tipo de capital viene
a financiar una porción sustancial de la expansión de la industria exportadora. Lo que por su
naturaleza produce resultados al mediano y largo plazo queda por completo sujeto por un débil
hilo, a algo que es altamente volátil y puede desvincularse instantáneamente de él.
Se alcanza así un equilibrio sumamente inestable de las economías neocoloniales, las cuales,
como malabaristas, tienen que realizar los más variados y complicados juegos de manos con
todas las variables económicas para mantenerlo. El costo extraordinario que la economía
neocolonial tiene que pagar para conservar al capital especulativo en las arcas nacionales se

90
cubre con los recursos que va dejando libres la ruina de la pequeña y la mediana industria y
con el fondo de consumo de los trabajadores, el cual es reducido drástica y sustancialmente a
través de la política salarial.
Este equilibrio inestable tiene en sí mismo el germen de la crisis. Esta se presenta cuando el
capital de corto plazo se retira masiva e intempestivamente de los mercados nacionales para
refugiarse en las arcas de los países metropolitanos.

El retiro de capital financiero de corto plazo.

El capital especulativo abandona rápidamente los "mercados emergentes" cuando el déficit


comercial se eleva en tal medida que no hay ninguna posibilidad de que se cubra con las
exportaciones que las más optimistas previsiones esperan y por lo cual se pone en riesgo la
convertibilidad instantánea de aquel.
Como la mayor parte del capital especulativo que se encuentra invertido en los mercados
neocoloniales proviene de las Corredurías norteamericanas, principalmente de las asentadas
en Wall Street, los temores que suscitan los problemas económicos en un país se comunican
inmediatamente a todos los inversores, quienes inician el retiro de fondos aún de aquellos
países en los que no hay todavía una situación de emergencia; se producen los famosos efectos
de carácter internacional, como los denominados "tequila", "dragón", "samba", etcétera, los que,
partiendo de un determinado país, se extienden por todo el mundo y hacen temblar y
derrumbarse a los sistemas financieros de decenas de países.

Dos casos típicos de déficit comercial.

Los déficits extraordinarios de la balanza comercial se pueden presentar en dos períodos


especiales en los países neocoloniales exportadores: cuando están en la fase de crecimiento
acelerado y sus importaciones y exportaciones se incrementan, pero las primeras en una
medida descomunal, con lo que se provoca un déficit mayúsculo; o, cuando debido a la
concurrencia de varios países exportadores a un mismo mercado, las exportaciones
disminuyen su ritmo de crecimiento mientras las importaciones continúan con su aumento
acelerado dando lugar también a un déficit excesivo.
La crisis mexicana del 94, con su correspondiente efecto internacional denominado "efecto
tequila", tiene su origen precisamente en el primer tipo de déficit comercial arriba descrito; por
su parte, la crisis de las economías asiáticas iniciada en octubre-noviembre de 1997 reconoce
sus causas en un déficit ocasionado por la desaceleración de las exportaciones.

Las primeras economías exportadoras.

Las economías asiáticas fueron las primeras en integrarse, como naciones en vías de desarrollo
exportadoras de manufacturas, a la relación característica de la nueva fase de existencia del
imperialismo entre neocolonias y metrópolis.
Durante el período de su formación como tales y en el de su madurez, los elementos de su
nueva naturaleza tuvieron un desarrollo ascendente: las exportaciones crecieron
sistemáticamente, las importaciones tanto las de bienes de capital como la de bienes de
consumo también lo hicieron en una gran medida, se desarrolló el déficit estructural de la
balanza comercial, se atrajo al capital extranjero lo mismo en inversiones directas que en
inversiones de portafolio y se recibieron cantidades masivas de capital especulativo de corto
plazo.
En el otro extremo, en el terreno de los países altamente desarrollados, se dio un gran impulso
a las ramas productoras de bienes de producción de alta tecnología, de la propia tecnología de
punta y de bienes de consumo sofisticados, e igualmente a las altas finanzas y en especial al
capital de corto plazo que manejan las Corredurías para invertir en los mercados "emergentes".
Al llegar a un punto nodal de su desarrollo, los elementos propulsores de la nueva relación del
moderno imperialismo se convirtieron en su contrario, en los elementos de una negación franca
y catastrófica del mismo.

91
Los elementos negatorios del modelo exportador.

Las importaciones de bienes de consumo se incrementaron sin medida porque la propia


sustitución de exportaciones de los países neocoloniales dio lugar a la especialización de los
países metropolitanos en la producción masiva de bienes de consumo sofisticados; la
importación de bienes de producción de moderna tecnología y de la propia tecnología de punta
creció inmoderadamente porque la competencia entre los mismos tigres asiáticos exigía
aumentos voluminosos y en el menor tiempo posible de la producción de manufacturas para
conquistar y conservar los mercados metropolitanos; esta expansión de la estructura industrial
requirió del ingreso de cantidades ingentes de capital extranjero que en el mediano plazo dio
lugar a la salida de una gruesa corriente de recursos al exterior por concepto de dividendos,
regalías y amortizaciones; la brecha entre importaciones y exportaciones se hizo enormemente
grande y exigió por tanto altísimos volúmenes de capital de corto plazo por los que competían
los distintos países en los mercados metropolitanos mediante el ofrecimiento de elevados
intereses que hicieron más onerosos los costos de producción de las exportaciones; la feroz
competencia entre los países exportadores llevó la oferta mucho más allá de los límites que la
demanda imponía, por lo que provocó el estancamiento o la disminución de los precios e hizo
por tanto descender radicalmente sus ingresos; la creciente dependencia de las economías
asiáticas del volátil capital especulativo de corto plazo las obligó a constituir voluminosas
reservas en moneda extranjera (dólares) para poder cubrir los posibles retiros de aquellos
recursos, lo cual, como se comprende, constituía una carga más sobre la industria exportadora
de esas naciones.
Esta situación llegó al punto en el que el monto de las exportaciones esperadas en el mediano
plazo eran apenas sí una ínfima parte de los pagos que en ese mismo período tendrían que
realizarse por concepto de importaciones, de amortizaciones, dividendos, regalías e intereses de
las inversiones directas y de portafolio de capital extranjero y del retiro normal del capital
especulativo de corto plazo; los pagos inminentes del corto plazo se cubrían ya única y
exclusivamente con el capital especulativo de corto plazo que se lograba captar en un mercado
sumamente competido.

La crisis financiera en los países asiáticos.

Este precario equilibrio podía ser roto por el simple aleteo de una mosca. Cualquier pequeña
circunstancia, cualquier irrelevante hecho desencadenaron la crisis que se inició con el retiro
masivo del capital de corto plazo de las economías asiáticas.
Uno de los pilares del modelo exportador de los países asiáticos lo era el mantener el tipo de
cambio fijo en un punto de equilibrio que diera fluidez a todas las operaciones externas que
esas economías tenían que realizar. Ante los primeros ataques del capital especulativo, los
gobiernos asiáticos se mostraron reacios a modificar el tipo de cambio; tenían la esperanza de
que su firmeza desalentara a los especuladores, pero el resultado fue totalmente opuesto: se
incrementaron los retiros de capital extranjero de las Bolsas y en la misma medida creció la
demanda de dólares, la cual tuvo que llenarse con los recursos de las reservas.
Al vaciarse las arcas nacionales quedó al desnudo la terrible realidad: la total insolvencia de
esas economías para cumplir con sus compromisos internacionales; las necesidades de
moneda extranjera de cada país oscilaban entre los 20,000 y 50,000 millones de dólares, según
el caso concreto de que se tratara.

La base de sustentación del librecambio es el proteccionismo.

Era evidente que los países asiáticos por sí solos no podrían jamás resolver ese gravísimo
problema financiero en que se encontraban; se hizo absolutamente necesario recurrir a los
organismos internacionales en busca de apoyo.
Estos ofrecieron de inmediato su ayuda pero bajo condiciones muy severas en las que se
exigían cambios radicales en las políticas económicas de los países del Asia.

92
Estas naciones habían logrado transformarse en emporios exportadores y conservar algunos
elementos del anterior régimen económico, tales como el sistema bancario, la organización
empresarial (los "Cheabols" coreanos, vgr.), la política monetaria y cambiaria, etcétera. En
cierta manera, se trataba de resabios proteccionistas que hasta ahí habían servido de base
para la expansión librecambista.
Los organismos financieros regionales y mundiales, incapaces de comprender que era el propio
librecambio implantado en las naciones asiáticas el que traía su negación en sí mismo y el que
había producido, a través del desarrollonecesario del déficit comercial que le es consubstancial,
la dramática crisis de sus economías, exigió, como requisito previo para aprobar los préstamos
de emergencia que aquellas necesitaban desesperadamente, la abolición total de cualquier
residuo proteccionista que en ellas existiera.
La primera reacción de los gobiernos asiáticos fue el rechazo de estas exigencias; sin embargo,
ante las repetidas catástrofes financieras a que se vieron sometidas, pronto aceptaron tan
duras condiciones.
Los gobiernos asiáticos devaluaron sus monedas, implantaron un tipo de cambio flotante,
pusieron en marcha programas de reformas para su sistema financiero y bancario, los que
comprendían una mayor apertura para las inversiones extranjeras de portafolio y una
participación más grande de los bancos extranjeros en los mercados de dinero y capital,
reorganizaron el sistema empresarial, sobre todo redefiniendo la relación entre las grandes
empresas y el Estado con el propósito de eliminar el proteccionismo que hasta entonces había
existido, etcétera.
Todas las medidas que fueron impuestas a los gobiernos asiáticos constituyeron una
profundización del librecambio; fueron, por tanto, el punto de partida para un nuevo y potente
desarrollo del modelo exportador de esas economías que al mismo tiempo procrearía los
elementos de su negación, los cuales, tarde o temprano, saldrían a la superficie en una
inesperada erupción violenta. Muy propio de la estulticia burguesa es el considerar que las
disposiciones que fueron impuestas a las economías asiáticas eran el medio necesario para
evitar las crisis.
Esa estulticia, sin embargo, no fue obstáculo para que se tomasen medidas de orden práctico
en previsión de nuevas catástrofes financieras: en efecto, en los diversos foros económicos se
planteó la necesidad de incrementar sustancialmente los fondos de los organismos regionales
y globales destinados específicamente a apoyar a las naciones en desarrollo con problemas en
sus balanzas comerciales que amenacen transformarse en crisis incontrolables. El desarrollo
del librecambio requiere de un derroche demencial de recursos, los cuales deben de
permanecer inactivos en previsión de los desastres inherentes al funcionamiento de aquel
sistema económico. El libre cambio tiene un sólido punto de apoyo en la protección que le
prodigan los organismos financieros regionales e internacionales; de hecho, el librecambio sólo
existe porque el proteccionismo es su base de sustentación.

El perfeccionamiento del modelo exportador a través de su negación.

La crisis que a partir de octubre de 1997 se presentó en las economías del Asia fue una
negación del modelo exportador y, en igual medida, el medio para que el mismo se elevó a una
etapa superior de su desarrollo.
En los países industriales la crisis también se manifestó como una negación de su naturaleza
específica que al mismo tiempo colocó los cimientos para su elevación hacia una fase más alta
de su existencia.
La crisis financiera internacional fue, por una parte, un claro ejemplo del funcionamiento de la
vieja ley del valor aún en las circunstancias actuales y, por la otra, una forma necesaria que
adquierió la relación entre metrópolis y neocolonias en la fase actual de su existencia.
En ambas partes del sistema, mediante su mutuo engendramiento y negación, el capitalismo
ha perfeccionado sus características esenciales que lo definen como un régimen que anula la
naturaleza humana de los trabajadores.
Siendo las crisis como la financiera internacional potentes instrumentos para el desarrollo
ascendente de la nueva relación entre metrópolis y neocolonias, ésta alcanzará su punto

93
culminante cuando todos los países del tercer mundo se conviertan en exportadores de
manufacturas y se establezca entre ellos una feroz y demoledora competencia.
Sucederá entonces lo mismo que en la etapa anterior de esa relación, cuando se saturaron los
mercados de materias primas, alimentos y energéticos a causa de una enorme sobreproducción
ocasionada por la concurrencia de decenas de países productores; la quiebra de las economías
nacionales anunciará el tránsito de la relación metrópolis-neocolonias a una forma superior de
la que aquí sólo podemos adelantar algunos rasgos hipotéticos.

La vuelta al proteccionismo y al populismo.

Muy probablemente vivamos una nueva época proteccionista que podría iniciarse con la
configuración de dos o tres bloques de naciones que mantuvieran el libre comercio hacia su
interior pero que erigieran barreras comerciales entre ellos; posteriormente, cada país
protegería su propio mercado contra todos los demás. Posiblemente se establecería una nueva
forma, más moderna, del modelo de sustitución de importaciones: los países neocoloniales
producirían materias primas, alimentos, energéticos y manufacturas de segundo orden para
las economías metropolitanas y, para su propio mercado, bienes de consumo y de capital que
sustituirían en gran parte a las importaciones correspondientes y que se producirían bajo
permisos y licencias de los capitalistas metropolitanos; por su parte, las economías
metropolitanas se concentrarían aún más en la producción de medios de producción de alta
tecnología, de alta tecnología y de bienes de consumo aún más sofisticados; es evidente que
una relación de este tipo requeriría la protección de los mercados tanto de los países
neocoloniales como de las metrópolis. Ambas partes del sistema imperialista entrarían así a
una nueva y más elevada fase de su desarrollo.
La sustitución de importaciones requeriría por fuerza de un desarrollo hacia adentro de las
economías nacionales, de un renacimiento del "nacionalismo"; de la misma manera, implicaría
el crecimiento del sector II de las economías de esos países, lo que acarrearía necesariamente
una restauración del estatismo; y, por último, generaría la necesidad de elevar sustancial y
rápidamente el nivel de vida de los trabajadores y las capas medias con el fin de fortalecer su
capacidad productiva e incrementar el consumo, lo cual haría inevitable la vuelta del
"populismo".
Si así fuera, el librecambio, que se había levantado sobre las ruinas del proteccionismo y del
estatismo, aunque llevándolos en sí mismo como su otro, habrá creado las premisas para una
nueva y necesaria vuelta hacia el proteccionismo y el estatismo.

94
Octava Parte

La situación en México

El establecimiento del modelo exportador.

Nuestro país inició su constitución como país exportador del tipo de las economías asiáticas
durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari; en ese período se realizaron, bajo la bandera
del libre comercio, todas las transformaciones internas y las inserciones en la economía
internacional fundamentales para el establecimiento y desarrollo del modelo exportador.
El desenvolvimiento venturoso de la economía mexicana como entidad exportadora de
mercancías para el mercado global, que se presentaba como un indiscutible triunfo del
librecambio, engendró inmediatamente los elementos de su negación, tal y como ya lo vimos
para el modelo general analizado a propósito de la crisis financiera internacional (es decir, un
creciente déficit estructural de la cuenta corriente y el propio incremento de las exportaciones
mexicanas hacia el mercado global).

La primera crisis del modelo exportador.

La constitución de grandes empresas exportadoras de alguna forma asociadas al capital


extranjero, con la capacidad suficiente para competir en el mercado global, fue el propósito
expreso de la plutocracia mexicana y su gobierno durante el período considerado.
Este proceso atrajo enormes cantidades de capital nacional y, sobre todo, de capital extranjero.
El capital extranjero de mediano y largo plazo fue utilizado para ampliar en una medida
extraordinaria la planta productiva; el crecimiento económico que entonces se presentó fue un
incentivo para atraer también capital extranjero de corto plazo. Este se utilizó para financiar
en parte un incremento mayor de la planta industrial y en parte las cuantiosas importaciones
de bienes de consumo que la incorporación al mercado global imponía.
Mientras tanto, las exportaciones apenas sí empezaban a abrirse paso trabajosamente en un
mercado internacional sumamente competido.
Se presentó entonces, necesariamente, una desproporción entre las importaciones y las
exportaciones que produjo un enorme déficit en la balanza comercial del país.
El clímax de esta primera fase de existencia de México como país exportador lo fue la
severísima crisis financiera y productiva que se presentó en la economía nacional a fines de
1994.
El retiro del capital financiero internacional de corto plazo ocasionado por el enorme déficit
estructural de la balanza comercial, provocó el derrumbe incontenible de todo el sistema
económico mexicano y puso en peligro de quiebra a todas las economías latinoamericanas y a
la propia economía de los Estados Unidos.

El proteccionismo global rescata al librecambio.

La viabilidad de la economía de mercado en México y a escala internacional tuvo que ser


garantizada por la protección de los organismos financieros internacionales, de varios países
desarrollados europeos y del propio gobierno de los Estados Unidos, quienes juntos aportaron
los voluminosos recursos que se necesitaban para detener la caída libre de la economía
mexicana y volverla al cauce del crecimiento sostenido; el librecambio, el más caro principio del
neoliberalismo global, fue restaurado y se le dotó de un nuevo impulso por medio de acciones

95
típicamente proteccionistas, estatistas y populistas del gobierno mundial de la economía
internacional.
El gobierno mexicano transformó así la encarecida deuda a corto plazo que tenía con los
tenedores de Tesobonos en una deuda a largo plazo menos onerosa con los países y las
instituciones que habían venido en su auxilio a raíz de la debacle económica y financiera de
1994. De esta manera, se evitaba el tener que utilizar en saldar el déficit de la balanza
comercial los recursos internos que la economía necesitaba desesperadamente, pues aquel fue
liquidado con los recursos internacionales que se le facilitaron al país; por medio de este
mecanismo se eludió una caída más drástica de la economía mexicana y se puso un punto de
apoyo para su posterior recuperación.

Los resultados de la crisis.

Los resultados más relevantes de la crisis fueron: (a) el encarecimiento de las importaciones,
que aunque redujo de golpe el déficit comercial, también elevó el precio de la maquinaria y los
insumos importados, lo que afectó en mayor medida a las empresas no exportadoras; (b) el
precio más alto de la moneda extranjera, que perjudicó en gran medida a las empresas
endeudadas en dólares, principalmente a las no exportadoras; (c) el crecimiento explosivo de la
inflación, que redujo violentamente la demanda de los productos de la industria doméstica y
disminuyó tajantemente el salario real de los trabajadores; (d) el alza desmedida de la tasa de
interés, determinada con el fin de evitar que los inversionistas extranjeros retiraran sus
capitales, lo cuale provocó la elevación del costo de los créditos concedidos a los pequeños y
medianos productores por la banca nacional y el monstruoso incremento del principal por la
vía de la capitalización de los intereses; (e) la quiebra de una buena parte de las pequeñas y
medianas empresas; (f) la insolvencia de la mayor parte de los deudores, quienes se vieron
imposibilitados de pagar los créditos contraídos; (g) el crecimiento inconmensurable de la
cartera vencida de los bancos.

El sistema bancario: el eslabón más débil del sistema.

Las deudas que la crisis volvió enormes eran incobrables porque la capacidad de pago de los
deudores era nula y las garantías que las respaldaban no podían ser realizadas en una
economía deprimida, amén de que, en el período de auge, los banqueros habían aceptado
garantías notoriamente insuficientes para cubrir el monto de la deuda.
Dos opciones se abrieron para la economía mexicana en lo referente al problema de la cartera
vencida de los bancos. Por un lado, se podía dejar a su suerte al sistema bancario nacional,
con lo que la mayoría de los bancos habrían quebrado irremisiblemente al no poder recobrar
los créditos concedidos ni, por tanto, reintegrar su capital a los ahorradores; esto se traduciría
en la suspensión del ciclo del capital, pues no habría capital-dinero para la reanudación del
proceso productivo y la economía entraría en una fase depresiva de crecimiento negativo por
varios años. Por otro lado, era posible que el gobierno proporcionase a la banca dinero fresco a
cambio de los créditos por el momento incobrables; de esta manera, no se detendría el ciclo de
circulación del capital, se podría reanudar lo más pronto posible el proceso productivo y en un
tiempo breve la economía volvería a la senda del crecimiento. El nuevo auge económico que los
oráculos harvardianos preveían propiciaría las condiciones para que se reiniciara el pago de los
créditos o, en los casos más difíciles, se pudieran realizar en los mejores términos las garantías
de los créditos incobrables.

El Fobaproa, instrumento de salvación de la Banca.

Como el peligro más inminente lo constituía el retiro masivo del dinero de los ahorradores del
sistema bancario mexicano, entonces se diseñó un mecanismo para evitar esa catastrófica
posibilidad; el Fobaproa (Fondo Bancario de Protección al Ahorro, que es un organismo que
tiene como finalidad proporcionar recursos a los Bancos en problemas y cuyos fondos se
constituyen con aportaciones de todas las Instituciones Financieras) compró a los bancos su

96
cartera vencida y a cambio les dio pagarés a diez años avalados por el gobierno federal. Estos
pagarés fueron contabilizados como activos por los Bancos, por lo que los ahorradores
consideraron que sus capitales estaban así perfectamente garantizados y no tenía caso
sacarlos de las arcas de las instituciones de crédito.
El plan de los ingenieros de las finanzas contemplaba también que una vez que se hubiese
evitado la fuga de capitales de la Banca y una vez también que la recuperación se iniciara,
podría reanudarse el cobro de los créditos o la realización de las garantías y obtener de esa
manera los recursos suficientes para rescatar los pagarés emitidos antes de que el valor de
éstos hubiese llegado a límites insostenibles.

La superación de la crisis.

El gobierno mexicano, como es su inveterada costumbre, presentó el ascenso de la economía


nacional por el camino exportador como el resultado de la inteligencia portentosa y la voluntad
indoblegable del nuevo grupo en el poder, los tecnócratas harvardianos, quienes en heroica
lucha habían derrotado al proteccionismo, al populismo y al estatismo con el arma poderosa
del librecomercio; la debacle económica que se inició en 1994 fue catalogada como algo ajeno a
las acciones fundamentales de la tecnocracia neoliberal, sin relación alguna con los
fundamentos del modelo exportador, como un error personal, ya sea de Carlos Salinas de
Gortari o, ya en diciembre, de Ernesto Zedillo Ponce de León, en un asunto secundario.
Descartada la posibilidad de que la causa de la crisis se encontrase en la esencia misma del
modelo exportador, aquella se atribuyó a las reminiscencias que en la economía mexicana
había aún del populismo, estatismo y proteccionismo, con las que había que terminar
definitivamente para evitar caer de nuevo en el abismo.
Firmemente asentado en la paternal protección proporcionada por el gobierno de las finanzas
mundiales, el Estado mexicano desplegó sus esfuerzos para lograr primero superar la crisis y
después reiniciar el crecimiento económico mediante un nuevo y poderoso empuje al modo de
producción basado en la exportación de mercancías.
Con casi 100 mil millones de dólares respaldando sus acciones, la tecnocracia harvardiana,
tocando por nota la partitura que le había escrito el FMI, logró, en 1996 detener la caída
vertical de la economía mexicana y en 1997 reiniciar el crecimiento del PIB.
En esta nueva etapa de su existencia, el capitalismo mexicano entró de lleno a la liza
internacional e incrementó con las suyas la ya de por sí enorme cantidad de empresas que
concurrían al mercado mundial y entre las cuales se desarrollaba una competencia feroz.
1998 se presentaba para los aurigas de la economía mexicana como el año en que el
crecimiento se consolidaría definitivamente y alcanzaría un alto nivel, cercano al 6%.

Las crisis sexenales se transforman en crisis endémicas.

Las fuerzas ocultas de la economía internacional y los efectos retardados de la crisis de 1994
(que temporalmente se habían logrado reprimir, como la cartera vencida de los bancos), sin
embargo, conspiraban contra las nobles aspiraciones de la oligarquía mexicana y su gobierno
ilustrado.

La crisis de los países asiáticos.

A finales de 1997 se inició un proceso de grave deterioro de las economías de los países
asiáticos que se extendió hasta los primeros meses de 1998: desplome de las bolsas de valores,
retiro masivo del capital financiero internacional de corto plazo, brutal elevación de las tasas de
interés y devaluación de las monedas locales respecto del dólar.
La causa fundamental de esta magna crisis residía en un hecho demasiado simple y atenido en
todo a la vieja ley del valor descubierta por los economistas clásicos: el propio desarrollo
ascendente de las exportaciones de los países asiáticos había abarrotado los mercados hasta
niveles inconcebibles, lo que a su vez hizo descender los precios de sus manufacturas y con
ello, dramáticamente, los ingresos por las ventas en el exterior. Todo esto trajo como

97
consecuencia que los elementos del régimen económico que habían sido el motor del
desenvolvimiento desbordado del modelo exportador se convirtieran ahora en los factores de su
estrepitosa caída.
Las economías asiáticas entraron en un virtual estado de quiebra que las obligó, como a las
empresas individuales en las mismas circunstancias, a realizar sus inventarios a precios de
regalo, a lo que contribuyó sustancialmente la devaluación de las monedas locales, y a reducir
su crecimiento a niveles inferiores a 0.
La virulenta crisis asiática produjo de inmediato las siguientes consecuencias en la economía
internacional:
a) provocó el retiro de grandes volúmenes de capital extranjero de corto plazo de las bolsas de
valores del resto de los países emergentes y de los centros bursátiles más importantes de los
países desarrollados en cuyas bolsas se cotizaban también ingentes cantidades de valores de
los países del tercer mundo; esto se tradujo de inmediato en quebrantos de los sistemas
financieros, devaluaciones, etcétera, en algunas de las economías emergentes, lo que
anunciaba un inevitable descenso posterior en la actividad económica general, tanto en los
países de menor desarrollo como, por inducción, en los altamente desarrollados; las
expectativas de crecimiento fueron revisadas a la baja en todos los países latinoamericanos,
incluido México, y en la mayoría de los países desarrollados, entre ellos los Estados Unidos,
situándolas varias décimas de punto por debajo de las estimaciones previstas para este año;
b) trajo como consecuencia un mayor abarrotamiento de los mercados de manufacturas, otro
descenso sustancial de los precios de estos bienes y una reducción considerable de los ingresos
de los países que los producen; esto retroalimentó la crisis en los países asiáticos y agudizó
todos los problemas financieros y productivos que los agobiaban, con lo que se inició de nuevo
el ciclo de deterioro de la economía global;
c) el descenso de la actividad productiva en los países asiáticos dio lugar inevitablemente a una
disminución muy grande de la cantidad de petróleo demandada por sus industrias;
d) la contracción de la demanda de petróleo, frente a una oferta excesiva real y potencial, dio
paso a una tendencia incontenible a la baja de los precios del crudo;
e) los países productores de petróleo vieron impotentes cómo sus ingresos menguaban
dramáticamente.
El gobierno mexicano se encontraba saboreando las primeras mieles de la recuperación
económica y realizando las proyecciones más optimistas del futuro crecimiento de la economía,
cuando se inició la crisis asiática.
La primera reacción de los tecnócratas mexicanos ante este hecho se manifestó en una rotunda
negativa de que el derrumbe de la economía de los países asiáticos fuera a tener algún efecto
sobre las expectativas de la economía mexicana y en un ejercicio abrumador, tras el que se
vislumbraba un reprimido júbilo por las desgracias que se cebaban sobre el oriente, para
determinar las ventajas que esa misma situación brindaba a una economía conducida
prudente e inteligentemente por la intelligentzia harvardiana.
En estas circunstancias se inscribe la posición de Zedillo en el foro internacional que se realizó
a finales de 1997 en los Estados Unidos, en el cual lanzó a los países asiáticos la advertencia
de que, para sortear los males que los aquejaban, deberían tomar necesariamente las mismas
medidas que había aplicado México cuando la crisis de 1994 y, muy especialmente, salvar el
sistema bancario, tal y como él lo había hecho. El ministro chino que asistía a esta reunión
contestó directa e inmediatamente a Zedillo que, además de congratularse por su notable
capacidad para remontar la crisis, debería de agradecer al Sr. Clinton que le hubiera
proporcionado 50,000 millones de dólares que fueron la plataforma desde la cual pudo hacer
brillar su incuestionable inteligencia.
Temeroso de una "respuesta aguda" igual a la recibida en Estados Unidos, la participación de
Zedillo en la reunión de la OCDE en Davos fue más cauta, aunque el presidente mexicano no
resistió del todo la tentación de dar lecciones a los países asiáticos y presentar el modelo de
recuperación económica mexicano como la receta que aquellos deberían de aplicar punto por
punto a sus economías.

La crisis endémica.

98
A la par que se desarrollaba la tradicional reacción avestrúsica del gobierno mexicano, los
hechos se mantenían firmes en su evolución: las desgracias de los países asiáticos habían
arrastrado consigo a las economías de varios países latinoamericanos, entre ellas a la
mexicana, la cual a fines de 1997 y principios de 1998 sufrió un deterioro muy severo de la
bolsa de valores y del tipo de cambio. A querer y no, a despecho de toda la propaganda oficial
para ocultar la realidad, la crisis retornó a nuestro país a principios de 1998 en sus
características clásicas: retiro de capitales, devaluación, alza de intereses, inflación, etcétera. ¡Y
esto sucedía en el mismo momento en que se intentaba establecer la política neoliberal como
una política oficial del Estado Mexicano encaminada precisamente a evitar las recaídas en las
crisis cíclicas! El gobierno que hundió al país en la más grave crisis de los últimos 50 años -
recordemos que desde el punto de vista material el gobierno de Zedillo constituye la
continuación del gobierno de Salinas de Gortari- y que lo conduce ahora por la senda de la
crisis endémica, ¡es el que pretende elevar sus desatinos a la categoría de pilares inamovibles
de la economía mexicana!.
Aunque negándola en el discurso, el gobierno tuvo que enfrentar la crisis en los hechos: así, la
extensión "autónoma" del gobierno neoliberal zedillista, el Banco de México, en flagrantes
violaciones a los principios del librecambio, administró la devaluación participando en el
mercado cambiario y contuvo la inflación reduciendo el dinero en circulación.

Una reedición de la crisis petrolera.

Aún no se asimilaba totalmente por los actores económicos la recaída en la crisis, cuando un
nuevo elemento se vino a sumar a la profundización de la misma.
El resultado principal del boom petrolero de los años ochenta fue la expansión de la capacidad
instalada de los países petroleros mucho más allá de los límites que podría alcanzar la
demanda del crudo en el más largo plazo. Esto ocasionó una caída vertical del precio del crudo
que llevó a la quiebra a las finanzas de los productores. Ese precio se mantenía
constantemente deprimido a causa de la presión que sobre él ejercía la enorme capacidad
ociosa de la industria petrolera.
El capital financiero internacional, después de llevar la producción petrolera a los más altos
niveles, se reconcentró en las arcas de los países desarrollados al acecho de nuevas
oportunidades de inversión rentable.
La economía ascendente de los países asiáticos fue el imán que atrajo fatalmente al capital
financiero internacional que en torrente se volcó hacia esos lugares. Con el apoyo del capital
financiero internacional, la economía de los tigres de Asia se expandió en una medida
gigantesca y con el incremento de su producción aumentó sensiblemente la demanda del
energético por excelencia, el petróleo.
El precio del petróleo inició entonces un ascenso aunque férreamente limitado por el exceso de
capacidad instalada, la cual seguía siendo exorbitantemente mayor que la demanda.
Ese nivel relativamente alto del precio del petróleo, amenazado siempre por la posibilidad muy
real de ser obligado a bajar por la decisión de alguno o varios de los productores de
incrementar la extracción del crudo, se mantuvo mientras las economías asiáticas continuaron
su elevado ritmo de crecimiento.
Al presentarse el colapso de los países exportadores de Asia, se redujo drásticamente su
producción y por ende, automáticamente, la demanda de petróleo. El precio de este energético
empezó a descender, y la presión de la superabundante capacidad instalada que volvía muy
real la amenaza de un aumento incontrolado de la producción del crudo, hizo más aguda
aquella disminución.
Los planes económicos del gobierno zedillista se habían trazado teniendo como base un
determinado precio del petróleo que correspondía a las estimaciones que se hicieron de
acuerdo con las condiciones anteriores, cuando aún no se presentaba el problema asiático.
Al desplomarse el precio del petróleo a niveles muy inferiores al que había servido de referencia
para los planes del gobierno, se vinieron abajo también las proyecciones del gasto público, el
cual ya no podría tener, por ningún concepto, el monto que se había programado.

99
De nuevo con la rodilla del adversario -en este caso las fuerzas incontrolables del mercado-
sobre sus espaldas y mordiendo el polvo, la burocracia yale-harvardiana se vio obligada a
realizar dos recortes sucesivos en el gasto público por la cantidad global de veintiseismil
millones de pesos; desde luego que, en el colmo del cinismo y de la estulticia, lo que las
indoblegables condiciones económicas los habían obligado a hacer fue presentado como una
sabia acción previsora, producto de la inconmensurable inteligencia de nuestros gobernantes.
El gasto público tiene un efecto multiplicador sobre el resto de la economía nacional que es
mucho mayor ahora que la acción del Estado es más concentrada, menos difusa que en las
épocas del populismo y estatismo; su reducción, por tanto, induce una desaceleración del
crecimiento económico opuestamente proporcional a aquel efecto.

La crisis petrolera aviva la crisis interna.

El solo hecho de la disminución del precio del petróleo proporcionó un nuevo vigor a la crisis
que ya se había instalado en la economía mexicana: la bolsa aceleró su caída, la devaluación se
acentuó, los intereses cobraron nuevo ímpetu; el anuncio de los recortes presupuestales fue la
gasolina que también avivó este fuego financiero.
Las presiones que la crisis producía necesariamente sobre el tipo de cambio y el nivel de
precios fueron combatidas por el Banco de México por medio de la venta de divisas y el retiro
de dinero de la circulación, todo esto con la finalidad de mantener la inflación dentro de los
parámetros definidos en las proyecciones estatales para 1998.
Aunque no muy severas, estas medidas defensivas, sin embargo, contribuyeron a profundizar
la crisis: la moderación en el proceso devaluatorio dio pie a un incremento mayor del déficit en
la cuenta corriente, el cual constituye la causa estructural de la crisis, y la astringencia
monetaria fue un freno a la inversión y, en consecuencia, al crecimiento de la economía.
Ante la nueva fase de la crisis petrolera, nuestros bienaventurados economistas oficiales
recayeron en las mismas actitudes estólidas que habían tomado sus no muy lejanos
antecesores, los burócratas lópezportillistas y delamadrilianos, cuando también a ellos se les
vino encima el artificio económico que habían construido.
El ministro de energía mexicano, emulando a su homólogo del gobierno de De la Madrid, en la
cumbre de la ingenuidad e impulsado por la desesperación que ante las fuerzas incontrolables
del mercado había invadido al gobierno mexicano, trazó una estrategia para convencer a varios
países petroleros de reducir su producción hasta el límite de la verdadera demanda existente y
así llevar el precio al lugar que realmente le correspondía.
Ignorando, o haciendo caso omiso de la evidencia de que la capacidad instalada de los países
productores de petróleo era tan exorbitante en relación con la demanda que ejercía una enorme
presión a la baja sobre los precios por el sólo hecho de su existencia, en una acción peliculesca
que incluyó viajes secretos y entrevistas confidenciales con los encargados de las políticas
petroleras de una media docena de países, el ministro de energía mexicano logró concertar un
acuerdo con varios productores para reducir la extracción de petróleo en varios cientos de
miles de barriles diarios.
El mercado, tótem al que rinden un culto incondicional los tecnócratas mexicanos, se encargó
de poner las cosas en su lugar: el solo anuncio del acuerdo obtenido dio un mayor impulso a la
tendencia descendente de los precios del petróleo.
Los males nunca vienen solos, dice el adagio popular; efectivamente, esta nueva recaída de la
economía mexicana en la crisis acentuó lo que ya se desarrollaba a ojos vistas: la ruina del
mercado interno. Las optimistas cifras de la recuperación que alborozados presentaban los
economistas oficiales y privados ocultaba un hecho fundamental: el crecimiento económico se
concentraba únicamente en el sector exportador y tenía como su punto de apoyo a la quiebra
de las pequeñas y medianas empresas comerciales e industriales que atienden al mercado
interior.

Los alfileres que sostenían al sistema bancario se desclavan.

100
Cuando, a finales de 1997, el Doctor Zedillo daba cátedra en Estados Unidos y en Davós a los
países asiáticos de cómo resolver sus crisis económicas y ponía énfasis en el salvamento del
sistema financiero como el punto nodal de esa solución, ya en nuestro país empezaba a
deshacerse el artilugio que había inventado para lograr en nuestro caso ese mismo propósito.
Así, debido a las precarias condiciones económicas internas, los deudores de la banca aún
continuaban en estado de insolvencia y los intentos que se hicieron para rematar los bienes
dados en garantía constituyeron sonados fracasos. El mercado indicaba claramente que esa
deuda era incobrable y que, para efectos prácticos, si acaso se podría rescatar cuando mucho,
en el mejor de los casos, un 30% de su valor.
La reavivación de la crisis deterioró mucho más las condiciones del mercado interno y permitió
avizorar una caída mayor en el futuro inmediato.
En estas circunstancias, para efectos prácticos, las deudas a la Banca adquiridas por el
Gobierno Federal a través de Fobaproa eran absolutamente incobrables.
Las pésimas condiciones económicas por las que atravesaba el país habían obligado al gobierno
a reducir el monto del gasto público y se preveían mayores reducciones en el futuro; además,
los bancos habían empezado a resentir la falta de recursos derivada de aquella misma
situación y esto los obligó a volver los ojos hacia uno de sus activos que aún podían utilizar: los
pagarés extendidos por Fobaproa y garantizados por el gobierno federal.
Este se encontraba entonces ante dos hechos irreversibles: la desvalorización total de la deuda
comprada a los bancos y el crecimiento desmedido de los intereses de los pagarés de los que
era el obligado solidario. Previendo que en el corto plazo tuviera que dotar de verdadera
liquidez a los Bancos, y para evitar que los pagos de intereses de los pagarés siguieran
incrementándose inmoderadamente, ideó otro más de sus malabarismos económicos: convertir
en deuda pública el valor de los pagarés en manos de los banqueros.
Con este movimiento financiero, el Gobierno Federal pretendía establecer las bases para la
conversión de un rescate meramente nominal de la banca en el rescate real que las condiciones
económicas hacen imperioso: al ser transformado en deuda pública, el valor de los pagarés
emitidos por Fobaproa y garantizados por la Federación podrían documentarse en papeles
gubernamentales plenamente realizables en los mercados de dinero, cualidad que desde luego
aquellos no tenían, y los bancos gozarían entonces de plena libertad para negociarlos de
acuerdo con su necesidades de liquidez.
Al convertirse en deuda pública el valor de los pagarés en posesión de los bancos, se dio cima
al proceso de intercambio entre la banca y el gobierno federal del 30% del valor de la cartera
vencida de los bancos por el 100% del mismo; nos encontramos aquí con otro claro ejemplo de
cómo el librecambio tiene como su otro en sí mismo al proteccionismo, al estatismo y al
populismo: la más preciada joya del modelo neoliberal, el sistema financiero, tuvo que ser
rescatado de la crisis por medio de un execrable subsidio estatal; el librecambio sólo existe en la
medida en que tiene como fundamento al proteccionismo.
A final de cuentas, el rescate de la Banca es una cuestión de gasto público que se presenta
precisamente cuando la crisis económica se agudiza y, por lo tanto, los recursos públicos se
reducen sensiblemente; el gasto del gobierno para el rescate de la banca (cálculos muy
optimistas lo sitúan cerca de los 50,000 millones de dólares), detrajo voluminosos recursos del
gasto social y de la inversión estatal destinada al impulso del mercado interno.
La explosiva mezcla de la crisis asiática -que se extendió a Rusia y Brasil- y la crisis petrolera
determinaron un retiro aún más voluminoso de capital extranjero de las Bolsas de los países
emergentes, entre ellos México. En nuestro país, en agosto y septiembre de 1998 se produjo
una caída radical de la Bolsa de Valores, un incremento brutal en las tasas de interés y una
devaluación del peso de casi un 25%; esto acarreó necesariamente una severa reducción en la
actividad económica que se tradujo por fuerza en la quiebra de numerosas empresas y en una
moratoria generalizada de los pagos a la Banca nacional; un nuevo fardo de créditos
incobrables se aumentó a los que guardaba Fobaproa en su seno.

La crisis sin solución de continuidad.

101
La crisis económica, como de todo lo anterior se desprende, volvió a sentar sus reales en
nuestro país.
Las causas de la crisis que hasta el punto que llevamos en este recuento se han presentado en
el capitalismo mexicano son externas (crisis financiera en los mercados asiáticos y crisis
petrolera internacional) y se internalizaron necesariamente a través de las mismas conexiones
con la economía internacional que permitieron la abundancia petrolera lopezportillista y la
existencia y desarrollo del modelo neoliberal del capitalismo mexicano; pero también los
resabios internos de la crisis del 95, por sí mismos y por la dinámica que les imprimen los
acontecimientos externos, ejercieron una acción decisiva sobre los acontecimientos.
Por otro lado, la tecnocracia mexicana no fue tan ajena como pretende a la debacle económica
internacional. En primer lugar, la crisis mexicana del 95 tornó al capital extranjero de corto
plazo mucho más sensible a los problemas económicos de los países emergentes, de tal suerte
que ahora su estampida hacia el exterior era más rápida y obedecía a motivos insignificantes.
En segundo lugar, las exportaciones de México durante 1996 y 1997 contribuyeron a engrosar
las corrientes de mercancías hacia el mercado global, con lo que provocaron de esta manera su
abarrotamiento, el cual fue la causa última de la crisis financiera internacional.

La crisis: una política económica de Estado.

Es incomprensible que la tecnocracia mexicana haya iniciado, precisamente en eos tiempos


aciagos de crisis endémica, una campaña para obtener el consenso sobre unapolítica
económica de Estado, la que invariablemente debería de aplicar el gobierno, cualquiera que
fuese su filiación ideológica, con la finalidad de evitar las crisis recurrentes en la economía
nacional. Los puntos nodales de esa política serían: reducción del aparato estatal al mínimo
indispensable, inflación controlada y al mismo nivel que la de los países desarrollados,
reducción del déficit fiscal hasta acercarse lo más posible al equilibrio presupuestal, etcétera.
En esencia, la política económica de Estado que proponen los teóricos del régimen es la misma
que sirve de base de sustentación al modelo neoliberal que han implantado en el país; pero la
economía neoliberal es eso precisamente, un modelo, una forma que adopta un contenido
determinado. La misma pretensión, es decir, que sus postulados eran el único medio para el
funcionamiento de la economía mexicana, tenían también los populistas y estatistas que
propugnaban otro modelo o forma de la economía capitalista existente en nuestro país.
El Keynesianismo, que es el fundamento teórico del populismo, postulaba precisamente que la
forma económica basada en el libre mercado había llegado al extremo de inhibir el crecimiento
de toda la economía. La causa de esto se hacía residir en que se había reducido al mínimo "la
propensión marginal a consumir", esto es, que el consumo había descendido radicalmente
debido a que la producción y los ingresos se habían concentrado en una forma mayúscula en
las grandes empresas propiedad de la plutocracia que producían medios de producción y
bienes de consumo de lujo; pero al abatirse el consumo se estaba anulando también el
complemento necesario de la inversión y con ello su propia base de sustentación.
En su punto más alto, esta relación se polariza en grado extremo: por un lado, la acumulación
en las grandes empresas propiedad de la plutocracia ha llegado al nivel en el cual es imposible
seguir adelante, la tasa de ganancia desciende dramáticamente y se instala como eje de la
economía la especulación más desvergonzada; pero lo más característico de esto es que la clase
social dominante ha establecido como dogmas todos los intereses que gobiernan su acción y se
niega absoluta y tajantemente a realizar cualquier política contraria a aquellos y que signifique
una concesión al resto de los elementos de la economía, entre ellos a sus hermanos de clase los
capitalistas que producen bienes de consumo general, no se diga a los pequeños productores y
a los trabajadores.
Por otro lado, la sobreacumulación en la industria, el comercio y la banca de la plutocracia se
traduce en la ruina catastrófica de la industria que produce bienes de consumo generalizados,
del comercio de los mismos y de los pequeños productores, en la miseria creciente de amplias
capas de los trabajadores, el desempleo voluminoso y los graves problemas sociales que todo
esto trae consigo: vicio, prostitución, violencia, inseguridad, etcétera.

102
Ante la resistencia de la plutocracia para modificar su modelo de acumulación, el Estado toma
en sus manos el problema y desarrolla una política tendiente a derivar recursos desde donde
se han sobreacumulado hasta donde se resiente una disminución radical de los mismos. El
propósito de la acción estatal es revitalizar, mediante la "redistribución de la riqueza", la
totalidad del régimen económico, lo que incluye, evidentemente, la reanimación de la industria
de la plutocracia.

La crisis y la ley del valor.

Tanto la crisis financiera internacional como la crisis endémica de la economía mexicana


obedecieron en todo a las determinaciones de la ley del valor. En ellas obró el mecanismo
tradicional del régimen capitalista de producción que es guiado por una cuota general de
ganancia e implica la participación del capital bancario y financiero; este mecanismo a que
hacemos alusión ha funcionado desde las primeras etapas del capitalismo moderno, el cual
inicia su existencia con las famosas crisis de la economía inglesa a partir de 1847.

103
Novena Parte
Las elecciones de julio del 2000.
(Escrito en junio del 2000)

Las campañas políticas de los candidatos a Presidente de la República se encuentran en la


última fase de su desarrollo; dentro de poco menos de un mes, el próximo domingo 2 de julio,
se realizarán las elecciones constitucionales para elegir al titular del Poder Ejecutivo Federal
que gobernará durante el período 2000-2006.
La segunda semana de mayo se dieron a conocer los resultados de dos encuestas realizadas en
los días siguientes al debate en el que participaron los cinco contendientes; una de ellas,
realizada por Zogby por encargo de la agencia de noticias Reuters, concluyó que Vicente Fox,
candidato del PAN, se encontraba a la cabeza en las preferencias del electorado con un 46.3
por ciento de la intención del voto de los ciudadanos incluidos en la muestra, en tanto que
Francisco Labastida tenía a su favor el 41.6 por ciento de la misma; otra encuesta, realizada
por Pearsons, a pedido del PRI, llegó a conclusiones distintas: Labastida iba adelante con el
45% de la intención del voto y en segundo lugar se encontraba Fox con un 39%.
Posteriormente, el 17 de mayo, una encuesta patrocinada por GEA (Grupo de Economistas
Asociados), organización creada con el auspicio de cuatro partidos de oposición, obtuvo los
siguientes resultados: Fox, 43.6%, Labastida 38.6%, Cárdenas 16.4% y Otros 1.4%; el 20 de
Mayo, la encuesta de Alduncin y Asociados para El Universal y la Asociación de Editores de los
Estados dio los siguientes números: Fox 32.3%, Labastida 27.5%, Cárdenas 12.4%, Otros
2.8%, indecisos 25%.
Si, en un ejercicio poco ortodoxo, y con el fin de compensar las diferencias de metodología,
tamaño y composición de la muestra, etcétera, determinamos la media de los resultados de las
encuestas de Zogby, Pearsons, GEA y Alduncin, los números quedarían así: Fox 40.3% y
Labastida 38.17%, lo que constituye lo que se ha dado en llamar un “empate técnico” entre los
dos principales candidatos a la Presidencia de la República.
Pero este equilibrio de fuerzas que muestran las diferentes encuestas no es sino un momento
en la dinámica que mueve todo el proceso. En efecto, ya sea si consideramos la encuesta de
Zogby, la de Pearsons, la de GEA, la de Alducin, o la media de las mismas, sus resultados
constituyen sólo un punto en una línea de tendencia: un movimiento ascensional de las
preferencias del electorado nacional por la candidatura de Fox que se hace más rápido y más
sólido después del primer debate (una ganancia de entre 6 y 8 puntos porcentuales en sólo un
mes) y una dramática caída de las mismas dimensiones y en el mismo lapso de tiempo de las
simpatías por Francisco Labastida.
Lo que aquí se impone es, entonces, saber cuál es la verdadera naturaleza de las fuerzas
sociales que actualmente determinan las preferencias electorales de los ciudadanos; si lo que
se encuentra detrás de la ascensión de Fox y la caída de Labastida es una profunda motivación
social, no habrá nada que, en los próximos días, pueda detener ese proceso y, al contrario,
todo lo que se intente en ese sentido se trocará inevitablemente en su opuesto, en un impulso
más poderoso a la tendencia fundamental. Y, a la inversa, si sus causas son meramente
superficiales y circunstanciales, cualquier hecho irrelevante, cualquier pequeño detalle podrán
inclinar la balanza a favor de uno o del otro.
El Partido Revolucionario Institucional (PRI) es en la hora presente el representante en el
terreno político de la oligarquía mexicana; esta clase social es la propietaria de las grandes
empresas agrícolas, industriales, comerciales, bancarias, de servicios, etcétera, del país y a
partir del gobierno de De la Madrid inició su ascenso al poder y el establecimiento del modelo
de la economía de exportación en una alianza estratégica con la economía norteamericana.

104
En su labor de edificar una economía exportadora, la oligarquía y su gobierno realizaron una
serie de acciones políticas, económicas y sociales que pusieron en evidencia la verdadera
naturaleza explotadora y depredadora del capitalismo mexicano y al mismo tiempo la exaltaron
hasta niveles inconmensurables. El gobierno mexicano redujo drásticamente el salario real de
los trabajadores mexicanos y convirtió una parte sustancial del mismo en elemento de la
acumulación de capital de las grandes empresas; igualmente, mediante una monstruosa
acumulación de capital repulsora de trabajo, elevó a la enésima potencia el desempleo que ya
existía en la economía mexicana; también, llevó inmisericordemente a la ruina a la mediana y
la pequeña empresa; además, desmontó el sector social de la economía y transfirió sus activos,
a precios ridículos, a la oligarquía; y como resultado necesario de todo esto se incrementaron
la miseria y la pobreza de amplias capas de la población y nuestro país obtuvo así un alto
galardón: cuarenta millones de mexicanos, es decir, aproximadamente el cuarenta por ciento
de la población total del país, viven en una situación de extrema pobreza, tal como en ninguna
otra época de nuestra historia había sucedido. Y todo esto lo hicieron mediante el ejercicio de
una gran violencia ideológica, económica, política, moral, policíaca, militar y paramilitar sobre
la mayoría de la población mexicana.
En su punto culminante, las atropelladas acciones de la oligarquía y de su gobierno,
realizadas con el propósito de acelerar al máximo el establecimiento del modelo de economía
exportadora, provocaron la mayor crisis económica de que se tenga memoria, con lo cual se dio
un poderosísimo impulso adicional a todas las características perniciosas del neoliberalismo
autóctono (reducción del salario, aumento del desempleo, ruina de la pequeña y de la mediana
industria, hundimiento en el pantano de la miseria de casi la mitad de los habitantes de
México, etcétera).
Las transformaciones económicas y políticas efectuadas por la oligarquía y su gobierno
liberaron todos los demonios que dormitaban en el seno del capitalismo mexicano: la violencia
se desató, se generalizó y se institucionalizó, tanto en el ámbito de los ciudadanos como en el
del Estado; los problemas sociales como la prostitución, el alcoholismo, la drogadicción,
etcétera, cobraron un vuelo portentoso; la corrupción pública y privada alcanzó niveles
altísimos; el narcotráfico se convirtió en una extensión de la empresa privada y del poder
público; la sociedad mexicana se transformó en un cuerpo putrefacto, lleno de pústulas de las
cuales manaba incesantemente la podredumbre. En México toda inmoralidad pública y privada
tomó su asiento.
Estas aterradoras condiciones de vida a donde fue lanzada sin consideraciones la población
mexicana, dieron lugar a un profundo descontento que amenazaba con desbordarse y
enfrentarse abiertamente a quienes las habían producido.
La oligarquía, su gobierno y su partido político (el PRI), impasibles ante el desastre que habían
generado, reforzaron su dominio ideológico y organizativo sobre las masas y, sin que les
temblaran las manos, continuaron aplicando sin concesiones la política económica y social
neoliberal que, a estas alturas, constituía ya todo un genocidio.
En una verdadera contorsión ideológica, los adalides del neoliberalismo presentaron las
consecuencias de sus políticas devastadoras como siendo completamente ajenas a los cambios
por ellos introducidos en la economía, la política y la vida social de la nación; con un cinismo
abrumador, atribuyeron todos los males que actualmente padece la sociedad mexicana a
errores cometidos por uno de sus líderes más conspicuos, el anterior Presidente de la
República, al terco populismo que se empecinaba en librar y ganar batallas después de muerto,
a las ahora adversas condiciones económicas internacionales, a las fuerzas de la naturaleza,
etcétera. En su desvergüenza, llegaron al colmo de erigirse en los insustituibles redentores
cuya misión consistía precisamente en remediar los males que ellos mismos habían producido.
El reforzamiento de los medios de dominación ideológica, política y organizativa sobre la
población, el chantaje ideológico, económico y político, las amenazas francas o encubiertas, la
violencia física y moral, la desfachatez, la desvergüenza y el cinismo de la oligarquía, su
gobierno y su partido, lograron mantener el descontento popular dentro de límites muy
estrechos y bajo un estricto control; pero, al mismo tiempo, metido en esa camisa de fuerza, el
resentimiento de los mexicanos desarrolló una potencia interna mayúscula.

105
El dominio de la plutocracia llegó a su punto más elevado cuando en noviembre del año pasado
logró hacer participar a millones de ciudadanos en la mascarada tras de la que torpemente se
intentó encubrir la impúdica designación por Zedillo de su sucesor en la Presidencia de la
República.
A partir de entonces, lenta pero seguramente, la inconformidad fue en aumento, empezó a salir
de los cauces dentro de los cuales se le había mantenido y buscó nuevos caminos.
El Partido Acción Nacional es el representante político de la pequeña y mediana burguesías
tributarias de la oligarquía.
La relación entre estos dos sectores de la economía y la política nacionales es de unidad y
lucha.
Ambos están unidos económicamente, pues el desarrollo y crecimiento de uno de ellos implica
el del otro; la ideología que profesan es la misma: libre comercio, libre empresa, privatización
total del aparato productivo, reducción del Estado a sus funciones meramente regulatorias y de
beneficencia pública, predominio del capital sobre el trabajo, acumulación desenfrenada de
capital, congelación del nivel salarial, anulación de la lucha y la organización de los
trabajadores, inserción de la economía nacional en la economía mundial a través del desarrollo
de la primera como exportadora de mercancías, etcétera.
Los dos sectores mencionados están enfrentados uno al otro; al llegar a cierto punto, la mutua
complementación se convierte en negación recíproca, en la lucha entre ambos polos.
Durante las épocas en que el poder político está en manos de la burguesía nacionalista, los
representantes de la pequeña y mediana burguesías subordinadas de la oligarquía actúan
como oposición radical que presenta ante aquella las reivindicaciones más sentidas de este
sector económico (libre comercio, libre empresa, etcétera) y va así preparando el terreno para la
posterior ascensión al poder de la plutocracia. Una vez que ésta ejerce su dominación, actúa
decidida e implacablemente para imponer sus intereses, para lo cual realiza todas las
transformaciones económicas, políticas, sociales, constitucionales y legislativas que requiere su
modelo económico; en esta edificante tarea llama en su auxilio a sus hermanas menores y,
como recompensa por su labor previa de defensa ideológica de los postulados de la libre
empresa, les permite participar en el ejercicio del poder, aunque de una manera limitada y bajo
el estricto control suyo.
En la realización de sus acotadas tareas, la hermana menor de la plutocracia, en la persona de
su representante político que es el PAN, crece y se desarrolla, hasta que se considera con la
suficiente fuerza como para disputarle a ésta abiertamente el poder.
Es en esta especial situación, cuando la plutocracia ha realizado ya todo el trabajo sucio
necesario para imponer el modelo económico, político y social neoliberal, ejercido la más
sangrienta violencia sobre la población, removido gozosamente el cieno en el que se asienta el
régimen de producción capitalista que existe en nuestro país y con el que anega al pueblo de
México, producido todos los males económicos, políticos y sociales que necesariamente trae
consigo y adoptado por fuerza esa postura de cinismo, desfachatez y desvergüenza que ya
hemos descrito, por la que presentan las consecuencias de sus políticas devastadoras como
siendo completamente ajenas a los cambios por ellos introducidos en la economía, la política y
la vida social de la nación, y, cuando, por el otro lado, el Partido de las clases subordinadas a
la oligarquía ha participado en el proceso únicamente como una conciencia que muestra aquel
modelo en su forma ideológicamente pura, es en este momento, decíamos, que se presentan las
elecciones de julio del 2000 para Presidente de la República.
Aquel descontento de amplios grupos sociales, que veíamos salir del control ejercido por la
oligarquía, se encuentra ahora ante una fuerza política que tiene las manos limpias, pues no
ha participado en todo el quehacer inmundo que aquella ha desplegado con evidente
satisfacción y, por el contrario, ha permanecido como la conciencia moral que airadamente le
reprocha todos los excesos, toda la violencia, todos los vicios, toda la inmoralidad que ha
tenido que ejercer en su tarea de implantar el modelo neoliberal y se postula como la virtuosa
potencia que habrá de corregir todos los males de éste para dejarlo en su forma virginal; el
resentimiento social encuentra su cauce natural en el movimiento político encabezado por el
Partido Acción Nacional.

106
Si esta hipótesis era cierta, la tendencia observada en los últimos días de la campaña
presidencial, que nos mostraba la candidatura de Vicente Fox tomando una fuerza inusitada y
a la del candidato oficial Francisco Labastida declinando en la misma medida, tenía un
sustento social muy poderoso que permitía aventurar la conjetura de un muy probable triunfo
del primero en las elecciones de ese domingo 2 de julio.
Sin embargo, no debemos olvidar que lo que está aquí planteado es una lucha de clases, aún
que se trate de dos clases hermanas. La mayor de ellas, la oligarquía, ejerce una dictadura
económica, política y militar sobre las demás clases sociales y tiene bajo su mando todos los
resortes del control ideológico (que incluyen la propaganda en los medios) sobre la población; la
creciente fortaleza del PAN ha producido necesariamente una vigorosa y violenta reacción de la
plutocracia que, mediante el empleo en contra de su opositor de todos los instrumentos a su
disposición, pretende impedir lo que parece ser inexorable: su derrota en las próximas
elecciones de julio y se prepara, desde luego, para utilizar su abrumadora experiencia en el
ejercicio de la coacción moral y económica (el voto del miedo) con el fin de obligar a una gran
parte del electorado a emitir el voto a su favor. Ni que decir tenemos que la oligarquía y su
Partido también están perfectamente pertrechados para realizar la sucia labor de alterar los
resultados comiciales y hacerlos aparecer como favorables a sus intereses.
El probable desenlace del proceso electoral que está a punto de concluir se puede expresar en
los siguientes términos: si el impulso social que anima al electorado a encauzar como un apoyo
a la candidatura de Vicente Fox la ira general en contra del PRI-Gobierno es lo suficientemente
vigoroso, de tal suerte que pueda convertir todos los obstáculos que se presenten en puntos de
apoyo para un desarrollo más amplio y más profundo, entonces el candidato del PAN será
seguramente el ganador de la contienda; en el caso contrario, Francisco Labastida será el
nuevo Presidente de la República.
Cualquiera de los dos que sea el triunfador –y lo será por un margen de votos muy pequeño-,
inmediatamente después de las elecciones se abrirá un período de protestas y reclamaciones
por los resultados de los comicios, las cuales serán tanto más violentas cuanto menor sea la
diferencia de sufragios entre ambos candidatos.
Después de ello, una vez reconocido, mal que bien, el triunfo de alguno de los dos adversarios,
se entrará en una nueva fase en la que, establecida ya la verdadera fuerza de los partidos en
las Cámaras Legislativas, se realicen las necesarias negociaciones, alianzas, compromisos,
pactos, etcétera para iniciar la marcha de la nueva administración.
Traspuestos estos dos períodos, si el triunfador fue Francisco Labastida, nos encontraremos
ante la franca continuidad de las políticas neoliberales y, por tanto, con el reforzamiento de las
nefastas consecuencias que para la población mexicana necesariamente ellas producen; si
acaso, en un improbable reconocimiento de las nebulosas promesas de campaña, el gobierno
priísta de Labastida ensayaría unas tímidas acciones como paliativo a los terribles males del
neoliberalismo, pero, a fin de cuentas, ellas darían un nuevo gran impulso a las líneas
fundamentales del modelo neoliberal exportador, con lo que se potenciarían todos aquellos
efectos que le son consustanciales y cuyo aterrador rostro ya hemos mostrado en líneas
anteriores.
En el nada improbable caso de que el vencedor fuese Fox, en vista de que su triunfo estaría
completamente condicionado por la implacable denuncia que ha hecho de todas las trapacerías
de la oligarquía, de su gobierno y su partido y por el extendido y vigoroso malestar de la
población que se habría canalizado como votos por el PAN, casi seguramente se produciría un
enérgico movimiento gubernamental para limpiar los establos de Augías en que ha convertido a
nuestro país la tecnocracia neoliberal, el cual quizá tendría como eje un combate frontal contra
la corrupción, pero, todo esto sin tocar para nada los fundamentos del modelo económico
neoliberal, los cuales quedarían fuertemente asentados en la sociedad mexicana.
Una vez reducidos a su mínima expresión posible los excesos del neoliberalismo –en la medida
en que la resistencia de la oligarquía y su Partido lo permitiesen-, el gobierno panista tendría
por fuerza que dedicar su atención al desarrollo de la economía de exportación (el núcleo de la
política económica de Fox lo constituye la proposición de convertir a las medianas y pequeñas
empresas que representa en entidades exportadoras), lo cual daría un nuevo y pujante impulso
al mismo modelo neoliberal que necesariamente ha permanecido intangible, propiciando

107
también fatalmente un resurgimiento, con una potencia multiplicada, de los daños sociales que
le son inherentes.
La base social del panismo está formada fundamentalmente por aquella clase que
históricamente ha sido, en México y en el mundo, el sustento de las corrientes ideológicas y
políticas más reaccionarias; su naturaleza es violentamente pro clerical, antiprogresista,
antiobrera, anticomunista, homofóbica, machista, racista, fascista, etcétera. Su igual en
Alemania e Italia fue la ejecutora del más terrible genocidio que se ha cometido en la historia
de la humanidad: la eliminación, en nombre de la pureza racial, de millones de judíos durante
la segunda guerra mundial. Si Fox llegase a ganar la Presidencia, nada podría impedir que la
pequeña burguesía pro-fascista emergiera a la escena política nacional para intentar llevar a la
práctica sus distorsionados “principios” e, incluso, cobrar la factura que está pendiente desde
la rebelión cristera.
Al llegar a este punto, la plutocracia habría conseguido todos los propósitos que la crisis de
1994 le hizo concebir: conservar y perfeccionar a toda costa el modelo económico-político-social
neoliberal, evitar el surgimiento de un vigoroso y amenazante movimiento popular que, fuera
de los marcos institucionales, le exigiera cuentas por el genocidio cometido en contra de los
campesinos y trabajadores mexicanos y retener el poder, ya fuese en sus propias manos, en las
de su hermana menor o, en el peor de los casos, en las de las domesticadas pequeña y
mediana burguesías nacionalistas, cuyo representante político es el PRD. La vergonzante farsa,
pletórica de ridiculeces, extravagancias, bufonadas, ignominia, vileza, ruindad, torpeza,
indecencia y estulticia que ha sido la elección de Presidente de la República, punto culminante
de lo que se ha dado en llamar “proceso de democratización” de la vida política nacional, no es,
entonces, otra cosa sino el arreglo de cuentas entre la plutocracia y las clases sociales que son
tributarias suyas.
El régimen económico que existe en nuestro país es el capitalismo; su estructura fundamental
la integran dos sectores económicos: la plutocracia y sus adláteres que comprenden a los
capitalistas propietarios de las grandes empresas, la mayoría de las cuales se dedican a la
exportación, y de las medianas y pequeñas empresas que les son complementarias y la
burguesía y pequeña burguesía nacionalistas que están integrados por los capitalistas
propietarios de las medianas empresas que atienden el mercado interno y de las pequeñas
empresas subsidiarias. Ambos sectores económicos existen y se desarrollan a través de la
explotación del trabajo asalariado, el cual se los proporciona el tercer sector fundamental de la
economía mexicana, los trabajadores agrícolas y urbanos mexicanos.
De acuerdo con esto, la execrable farsa de la elección de Presidente de la República, joya que
corona el “proceso democratizador” tan caro a Ernesto Zedillo, sólo es el mecanismo mediante
el cual la oligarquía y su hermana menor dirimen la forma y el modo de realizar la explotación
del proletariado nacional dentro de los límites del modelo neoliberal.
Fuera de esta contienda, la burguesía y pequeña burguesía “nacionalistas”, cuyo representante
político, el PRD, ha sido encajonado por la oligarquía en la mascarada electoral, mantiene a su
vez e intenta desarrollar más ampliamente otra forma y modo específicos de la explotación de
la clase de los trabajadores mexicanos, los cuales en otras épocas recibieron los apelativos de
populistas y estatistas y que son el polo opuesto del neoliberalismo.
Base social de todo este andamiaje lo es la clase de los trabajadores mexicanos, que sin
conciencia ni organización propias es llevada a participar en las disputas de sus explotadores
como si fueran asuntos suyos, con lo cual contribuye a remachar los eslabones de la cadena de
su esclavitud asalariada.
Si consideramos que en el modo de producción capitalista tanto las ganancias del capital como
el salario de los trabajadores están constituidos por trabajo obrero excedente materializado y
que, por tanto, aquellos (ganancias y salario) son la fuente última de los impuestos que
recauda el gobierno mexicano, nos encontramos con que es el propio trabajo de los obreros y
campesinos mexicanos el que está financiado ese monstruoso dispendio que se ha hecho en los
órganos y procesos electorales; con su propio trabajo, sustraído de su ya de por sí reducido
fondo de consumo, los trabajadores mexicanos pagan la abominable bufonada mediante la cual
se decide quiénes y cómo seguirán ejerciendo sobre ellos la explotación más descarnada.

108
Décima parte
EL 1º. DE DICIEMBRE DE VICENTE FOX

El 1º de diciembre del 2001, la clase política mexicana y la intelectualidad que le proporciona


su justificación ideológica conmemoraron un acontecimiento significativo: el primer año de
gobierno de la antigua oposición panista. Cada uno de los actores políticos y sus ideólogos han
manifestado, a su manera, su posición ante este suceso, teniendo como eje rector la
comparación entre las promesas de campaña de Vicente Fox y las realizaciones alcanzadas en
el período considerado. Ante hechos abrumadores: el simple y llano incumplimiento de todos
los compromisos adquiridos con la ciudadanía durante la etapa electoral, el abandono de los
mismos y su sustitución por acciones y políticas absolutamente contrarias a ellos, etcétera, el
Partido desplazado del poder, el PRI, haciendo gala del extraordinario cinismo que siempre lo
ha caracterizado, denuncia airadamente al nuevo gobierno por su notoria ineptitud, y postula
en contrapartida lo bien que hubieran ellos hecho las cosas de haber continuado en el poder; el
PAN, por su parte, realiza una serie de bochornosas contorsiones dialécticas para justificar la
ineficacia del gobierno panista, ya sea engrandeciendo desmesuradamente las pocas y
pequeñas cosas que ha hecho en estos días de usufructo del poder o invocando los más
peregrinos pretextos para explicar el retardo de las acciones sustanciales de gobierno (vgr. la
inercia del antiguo régimen, etcétera); los promotores del “voto útil”, por otro lado, piden un
tiempo “razonable”, como el que transcurrió en Chile o en España, para que la “transición”
democrática, política y económica se “consolide”; por su parte, el gobierno foxista, en una
tragicómica contorsión dialéctica, presenta como el principal fruto de su actuación la
subsistencia, a pesar de la crisis global, de los “buenos indicadores macroeconómicos”, esto es,
de los fundamentos económicos que le dejara como herencia el neoliberalismo priísta y
atribuye los magros resultados, sobre todo en la esfera económica, a los efectos de la recesión
mundial.
En el fondo de las posiciones mantenidas por las diversas corrientes políticas e ideológicas late
el convencimiento de que, a fin de cuentas, todos los males del régimen económico y político
existentes en nuestro país pueden ser erradicados definitivamente a condición de que sea
precisamente el grupo que propone el remedio el que realice, sin obstáculos exteriores, las
acciones que a su juicio son necesarias para obtener este resultado. Según esto, entonces, de
algún modo, la miseria de 40 millones de mexicanos, el desempleo masivo, la mayúscula
violencia generalizada, el crimen organizado, el narcotráfico, la corrupción pública y privada,
los gravísimos problemas sociales como la drogadicción, el alcoholismo, la prostitución,
etcétera, la inseguridad pública, la industria del secuestro, etcétera, pueden ser suprimidos
dentro de los límites de esta forma de organización social a condición de que se apliquen las
medidas económicas y políticas correctas; este prejuicio es mantenido por las clases
poseedoras de nuestro país, sus representantes políticos y sus ideólogos.
Todos ellos sostienen la absurda pretensión de que la realidad económica es un objeto
maleable, sobre el cual pueden actuar a voluntad; ignoran que se trata de una sustancia con
vida propia que somete a su implacable dialéctica a los actores de la vida pública,
convirtiéndolos por fuerza en los portadores de las necesidades del régimen económico en una
fase determinada de su existencia, o, por el contrario, anulándolos completamente cuando se
oponen a sus exigencias imperiosas.
Existe en México una clase social específica que desde su nacimiento hasta la fase actual de su
evolución ha permanecido sin voz propia, sujeta al imperio económico, político e ideológico de
las clases dominantes (ya de una, ya de otra): el proletariado nacional. Es en atención a sus
intereses históricos que en lo que sigue presentamos un análisis de los primeros meses de
gobierno de Vicente Fox en el que tenemos como guía segura los principios del materialismo
histórico.

109
En el parágrafo Crítica del crecimiento económico. Naturaleza del régimen económico que existe
en nuestro país, del apartado Crítica del crecimiento económica de la Cuarta parte de este
trabajo denominada Crítica del neoliberalismo, hemos hecho una extensa caracterización de la
naturaleza del capitalismo mexicano. Remitimos a nuestros lectores al lugar señalado y
únicamente agregaremos a lo que ahí se expresa lo siguiente.
El capitalismo mexicano produce necesariamente, como una condición y un resultado
imprescindibles de su existencia, la miseria obrera en las formas anteriormente estudiadas:
simultánea y sucesivamente origina la miseria más atroz y espantosa que se deriva de la
insatisfacción de las necesidades elementales y del exceso de trabajo; igualmente, aquella que
se caracteriza por la aniquilación biológica del trabajador a causa de la intensificación del
trabajo y del cebamiento a que se le somete mediante una cierta satisfacción de sus
necesidades elementales para que produzca cantidades mayores de plusvalía; también, la que
consiste en elevar a la enésima potencia la extensión y la intensidad del trabajo y hacer crecer
paralelamente el consumo de los obreros más allá de los límites de la mera satisfacción de sus
necesidades elementales; la que padecen cientos de miles de trabajadores que forman el
ejército industrial de reserva, quienes viven precariamente de la solidaridad de los obreros en
activo o de la beneficencia pública o privada; la que se caracteriza por la degeneración y
descomposición de la naturaleza biológica de los trabajadores en relación con el estado en que
ella se encontraba al iniciarse el desarrollo capitalista en nuestro país; y la degeneración y
descomposición de la naturaleza humana de la especie, que es el contenido esencial de la
propiedad privada desde su nacimiento hasta la fase actual del capitalismo, en la que, a través
de la producción maquinizada, llega al punto más alto la deshumanización de los obreros.
La sobrepoblación obrera, resultado y condición necesaria del desarrollo capitalista, vive, por
definición, en un estado de miseria física extrema (hambre, insalubridad, enfermedades y
muerte); pero al mismo tiempo, puesto que por fuerza tiene que ser conservada con vida y sólo
puede serlo por medio de una detracción de recursos del fondo de consumo de los obreros en
activo, acentúa en una proporción enorme la propia miseria física de éstos; de igual manera, ya
que la multitud de obreros sin trabajo representan una competencia abrumadora para los
trabajadores empleados, la tiranía del capital se acentúa sobre éstos, al poder ejercer sin
cortapisas sus tendencias a la reducción del salario, extensión de la jornada, intensificación del
trabajo, despotismo fabril, violencia física y moral, etcétera, que son, todas, fuentes directas de
la miseria física de la clase obrera.
En la fase alta del ciclo económico, la tendencia al incremento del empleo y el salario tiene un
potente freno en la intensificación de la explotación de los trabajadores en activo y en la
enorme cantidad de desempleados que, brotando de los receptáculos en los que se ocultaban
en la fase anterior, aumentan enormemente la oferta de trabajadores. En el mejor de los casos,
en la etapa expansiva de la economía, lo que sucede es que una pequeña parte de la clase
obrera pasa de una forma a otra de explotación y depauperación, preparando con ello, en la
fase descendente del ciclo, una repulsión masiva de obreros que irán a colmar los depósitos de
sobrepoblación sobrante, dando con esto un nuevo impulso a la miseria física característica de
esta órbita de trabajadores y con ello a la de la totalidad de la clase obrera mexicana.
En los inicios del régimen capitalista, aproximadamente en los años cincuenta del siglo XIX,
unidos por su interés común, por el hambre insaciable de tierras para explotarlas mercantil y
capitalistamente, el terrateniente y el colono capitalista, honorables ancestros de nuestros
actuales empresarios, arremeten en contra de los campesinos libres, los peones acasillados, los
integrantes de las comunidades indígenas, de las comunidades de mestizos y de las
corporaciones religiosas para expulsarlos de las tierras señoriales o despojarlos de las tierras
que poseían por títulos antiquísimos; por su parte, el comerciante capitalista impulsa el
movimiento que culmina con el despojo de sus medios de producción y con la ruina del
maestro artesano y de sus oficiales; se forma así una masa de campesinos y artesanos
desposeídos de sus medios de producción, una parte de los cuales integran un primitivo
mercado que llena las necesidades de fuerza de trabajo de los capitalistas agrícolas,
principalmente, mientras que otra, dentro de la que están comprendidas las comunidades
indias (a las que el régimen feudal-colonial ya había condenado a la exclusión de esa forma de
organización social), quedan por completo fuera del proceso productivo, y forman una masa de

110
personas empobrecidas que se reproducen incesantemente en ese estado de depauperación y
cuya existencia se prolonga por las diversas fases de la evolución del capitalismo mexicano
hasta llegar a nuestros días, en los que las encontramos en ese mismo estado de postración en
que las puso el capital mercantil (vgr. las comunidades indígenas, que en la actualidad suman
diez millones de personas en extrema miseria y por completo separadas del ciclo productivo del
capital); la “edificante” tarea de los terratenientes y capitalistas de la fase mercantil del
capitalismo mexicano, es continuada a conciencia por los terratenientes capitalistas que se
forman a partir de 1880 y cuyo predominio concluye con la revolución de 1910 y por los dos
sectores capitalistas que se constituyen al término del movimiento revolucionario y que en lo
fundamental continúan existiendo en los días que corren, de tal suerte que conservan e
incrementan los enormes volúmenes de despojados y con ellos la miseria que necesariamente
les acompaña; estas masas de desposeídos, en parte herencia de las fases primitivas del
desarrollo capitalista en nuestro país, en parte legado de las primeras formas de la propiedad
privada que se establecieron inmediatamente después de la conquista y que en pleno siglo XXI
viven en ese estado varias veces centenario de miseria escandalosa, de la miseria que consiste
en vivir, en este tiempo, fuera del tiempo, en una formación social que la historia universal
superó hace miles de años, se suman a los millones de pobres que el capitalismo va creando y
conservando en sus relaciones internas como sobrepoblación obrera. La miseria física que
actualmente produce necesariamente el capitalismo mexicano se añade a aquella que proviene
de los primitivos modos de producción basados en la propiedad privada y de las etapas previas
del propio desarrollo capitalista, lo que da como resultado que más del 40 % de la actual
población de nuestro país se encuentre en un estado de miseria atroz.
El desarrollo capitalista de una empresa, una rama industrial, un sector económico, un país,
un grupo de países o de la totalidad del planeta se produce a través de las prescripciones de la
ley del valor; la demanda de un producto exige, a través del aumento de su precio, el
incremento de su producción; éste, a su vez, provoca un crecimiento de la inversión en la
empresa, rama, país, grupo de países o en la economía mundial que desemboca en una
monstruosa acumulación de capital y en una producción desmesurada de la mercancía o las
mercancías de que se trata; los precios descienden catastróficamente y con ellos la producción
y la inversión, llevando a la ruina a la empresa, rama, país, grupo de países o a la economía
mundial entera; los salarios y la ocupación se desploman drásticamente. Esta alternancia
necesaria entre períodos de acumulación y desacumulación que se da en todos los niveles del
régimen de producción capitalista tiene como resultado inevitable el agravamiento de todas las
condiciones de miseria en que se debate la población obrera y que ya hemos señalado
suficientemente. Ejemplos notorios de esta situación los tenemos en la actualidad en la
llamada crisis del petróleo que se desarrolló en la década del 80 del siglo pasado, en la crisis de
los países emergentes (efectos “tequila” y “tango”) que se produjo una década después, en la
crisis “asiática” que tuvo lugar en el último lustro del siglo anterior y en la “recesión”
generalizada de la economía mundial que se está produciendo ante nuestros asombrados ojos.
En nuestro país, manifestaciones recientes de este fenómeno han sido la profunda crisis de
1995 y la persistente recesión que se ha extendido desde principios del año 2001 hasta la
actualidad; la incidencia de estos dos acontecimientos sobre la miseria de la clase obrera y de
la población mexicana en general ha sido, necesariamente, en el sentido de incrementarla en
una medida extrema.
La miseria física más aterradora y las demás formas de depauperación de los trabajadores y
otros sectores de la población mexicana son, como ya vimos, un resultado necesario y una
condición forzosa del régimen económico capitalista que aquí existe; son su fundamento y su
esencia; crecen y se magnifican con el desarrollo del capitalismo mexicano.
Dos son las posiciones fundamentales que las clases dominantes mexicanas tienen frente a la
miseria y las otras formas de depauperación que ineluctablemente produce el régimen
capitalista que existe en nuestro país.
El sector II de la burguesía nacional (medianos y pequeños empresarios), propone una política
estatal que tenga como finalidad elevar sustancialmente los niveles de alimentación, vestido,
habitación, salud y educación de los 40 millones de pobres que existen en el país, de la
sobrepoblación obrera sobrante y de los trabajadores en activo (de éstos, en parte mediante un

111
aumento enorme del salario), establecer una infraestructura adecuada para la incorporación al
régimen capitalista de los 10 millones de indígenas, los millones de mestizos que viven en las
comunidades rurales y los millones de mexicanos que habitan en los miserables asentamientos
que rodean a las grandes ciudades y acrecentar en una medida enorme la inversión de capital
(público y privado) de baja composición orgánica con el fin de crear los empleos necesarios,
bien remunerados, para los 40 millones de pobres y los millones de mexicanos que forman la
población obrera sobrante.
El sector I de la burguesía mexicana (grandes empresas), por su parte también tiene una
política específica con respecto a la miseria que el régimen capitalista produce necesariamente.
En una de sus vertientes se encuentra la asistencia pública y privada, a la que se le asigna el
papel de paliar los más notables excesos de la depauperación de la población mexicana.
Para erradicar la pobreza y el desempleo, se plantea la creación, mediante el apoyo
gubernamental, de empresas microscópicas en las que una parte de los pobres y desempleados
participen como pequeñísimos empresarios y la otra como los obreros que trabajen para ellos.
Por otro lado, se propone un voluminoso incremento en la inversión privada del capital
nacional y extranjero (se trata de capital de alta composición orgánica) y el impulso a la
mediana y pequeña industria como medios para incrementar la ocupación.
El Producto Interno Bruto de una nación comprende el valor del capital constante (medios e
instrumentos de producción utilizados en el año), el valor del capital variable (sueldos y
salarios de la fuerza de trabajo empleada en el mismo período) y la plusvalía (trabajo excedente
producido, que en el proceso circulatorio se transfigura en la ganancia del capital). El capital
constante es en su totalidad fuerza de trabajo de los obreros materializada en la maquinaria, el
equipo, etcétera; el capital variable es también fuerza de trabajo de los obreros plasmada en
los bienes destinados a su propio consumo; y la plusvalía es trabajo obrero excedente que sin
retribución alguna se apropian los capitalistas. Los impuestos, de cualquier clase que sean,
constituyen una deducción de los sueldos y salarios o de la ganancia del capital; de donde
resulta que no son otra cosa sino trabajo obrero materializado.
Los impuestos (trabajo obrero materializado), los derechos, los aprovechamientos y las
ganancias de la explotación de las empresas estatales (también trabajo obrero materializado),
son los principales ingresos del Estado.
Estos ingresos son utilizados por el Estado para realizar los gastos inherentes a sus funciones;
sus actividades principales consisten en el mantenimiento y desarrollo del régimen de
producción capitalista. Por lo que es el propio trabajo obrero el que es utilizado por el Estado
de los capitalistas para conservar y expandir el régimen de esclavitud asalariada, de
producción de plusvalía, de acumulación de capital y de depauperación acelerada de los
trabajadores y de otros sectores de la población que le es característica.
El gasto público está destinado franca y explícitamente a promover la acumulación de capital,
ya sea aquella que se basa en el predominio de las grandes empresas y que implica por tanto el
deterioro de las medianas y pequeñas empresas y el impulso a una forma determinada de la
depauperación de los trabajadores o la otra, que fomenta a la mediana y la pequeña empresa y
que da lugar a otra forma específica de la depauperación de los obreros.
Un determinado porcentaje del Producto Interno Bruto se destina al gasto público de un país.
En México, en 1999, por ejemplo, el gasto público representó el 22.47% del Producto Interno
Bruto de ese año. De este monto sólo una pequeña parte se dedicó a lo que se denomina
“combate a la pobreza”, es decir, a las acciones gubernamentales dirigidas a reducir los excesos
más notorios y peligrosos para la estabilidad del régimen capitalista en la depauperación de los
trabajadores. Conforme al Presupuesto de Egresos para ese año, el gasto del gobierno
mexicano dirigido hacia el alivio de la pobreza extrema representó el 0.9 % del PIB, es decir,
apenas si el 4% del gasto neto gubernamental. (PIB para 1999 a precios corrientes:
4,583,762,250 miles de pesos (Fuente: INEGI); Gasto Neto total del gobierno mexicano según el
Presupuesto de Egresos para ese año: 1,030,256,300 miles de pesos (Fuente: CIDE); Gasto
“dirigido” 41,253,860 miles de pesos (Fuente: CIDE).)
La proporción del gasto público en el Producto Interno Bruto de un año está determinada por
muchos factores, pero en lo fundamental será mayor cuando se encuentre en el poder el sector
II de la economía (la mediana y pequeña burguesía) y menor en el caso de que gobierne el

112
sector I (la gran burguesía). La política de los gobiernos del sector II se cifra en un aumento en
el gasto público que se concentra en el gasto social (salud, educación, etcétera), en el de
infraestructura (caminos rurales, agua, drenaje, electricidad, etcétera), en aquel dirigido
específicamente al combate a la pobreza y en el apoyo a la pequeña y la mediana industria. Los
gobiernos del Sector I, por su parte, reducen drásticamente el gasto social, el de
infraestructura, el dirigido, y el de apoyo a la pequeña y la mediana industria, mientras
concentran toda su protección en la gran industria, por ejemplo, en nuestro país, en la de
exportación.
El nivel y la estructura del gasto público se determinan, entonces, por el resultado de la lucha
entre estos dos sectores de la economía de un país. Los excesos que el gobierno de uno de ellos
haya cometido se verán necesariamente compensados por la acción contraria del gobierno del
otro sector. De esta manera, al mediano y largo plazo se establecerá una media del gasto
público que será la que provea de los recursos necesarios para la conservación y expansión del
régimen de producción capitalista.
El gasto público que se destina al desarrollo social y al combate a la pobreza extrema es
también, al mediano y largo plazo, una magnitud media que cumple con la función de
mantener a los obreros en condiciones favorables de explotación, con una vida precaria a la
población obrera sobrante y en los límites tolerables para el organismo burgués a la población
que vive en la pobreza extrema.
Si los capitalistas de un país deciden gastar toda su ganancia como renta, entonces habrá un
proceso de reproducción simple: la producción del año actual, si todo lo demás permanece sin
cambio, será igual que la del año anterior, no habrá crecimiento económico.
Por el contrario, si los capitalistas destinan una parte de sus ganancias para invertirlas como
capital (medios e instrumentos de producción y fuerza de trabajo), entonces, al final del período
resultará una producción ampliada en un cierto porcentaje, el cual constituirá el crecimiento
porcentual del producto interno bruto.
Este incremento en la producción es, en parte, la ganancia del período anterior que se ha
capitalizado y cuyo valor reaparece en el producto anual, y en parte la nueva ganancia que los
capitalistas obtienen de la inversión como capital de una porción de sus ganancias anteriores;
la primera parte es ya, por su naturaleza, capital acumulado y como tal debe funcionar en el
período siguiente; la segunda es propiedad del capitalista y se agrega al total de la ganancia del
año.
La naturaleza del capital, su razón de ser, es la obtención de ganancia, pero no de la ganancia
aislada, esporádica, eventual, sino el logro sistemático de ganancia, y no de un monto fijo,
determinado, sino de una cantidad creciente, ilimitada, de ganancia.
Por lo tanto, el incremento del Producto Interno Bruto está fatalmente destinado a invertirse en
una parte como capital (constante y variable) que debe generar más ganancias, en otra, a
gastarse como renta para satisfacer las refinadas necesidades de los capitalistas y en otra más
a cubrir los gastos del Estado capitalista en las proporciones respectivas en que está dividido el
Producto Interno Bruto. Salvo circunstancias verdaderamente excepcionales, el incremento
anual del PIB únicamente proporcionará una parte muy pequeña de su volumen para los
gastos específicamente dirigidos al gasto social y al combate a la pobreza.
El crecimiento económico es una necesidad apremiante, impostergable del régimen capitalista
mexicano, exigido imperiosamente por la sed insaciable de los capitalistas de trabajo obrero
excedente, de plusvalía, de ganancia.
Como ya dejamos establecido, los recursos del Estado únicamente pueden tener su fuente, a
través de los impuestos, en deducciones del salario o de la ganancia; existiendo un nivel
impositivo determinado, elevarlo para dotar al Estado de mayores recursos implica
incrementar aquellas deducciones, lo cual a su vez genera necesariamente una oposición férrea
de clases y grupos sociales (obreros y pequeños y medianos empresarios en el caso de las
exacciones a los salarios y de los medianos y grandes empresarios en el de las sustracciones a
las ganancias) de tal manera que sólo a través de una enorme presión política y social es
posible que el gobierno logre algún aumento en los tributos.
El producto interno bruto de México en el año 1999 fue de aproximadamente 4,583 mil
millones de pesos; un punto porcentual de este volumen es de 45.83 mil millones de pesos.

113
Por cada punto porcentual de crecimiento económico, entonces, el producto interno bruto del
país se incrementaría al año siguiente en 45.83 mil millones de pesos, es decir, en una
centésima parte de su monto original (ascendiendo, por tanto, a 4,628.83.0 mil millones de
pesos si el crecimiento fuese de 1%, 4,674.66 mil si de 2% y así sucesivamente); un punto
porcentual de este volumen incrementado del PIB sería igual a 46.28 mil millones de pesos en
un caso, a 46.74 mil millones de pesos en el otro, etcétera.
Si suponemos que los esfuerzos del gobierno para fortalecer sus finanzas a través de un
aumento en los impuestos den como resultado un incremento en sus recursos del 10% del PIB
–una imposibilidad absoluta, porque esto implicaría elevar al doble la proporción actual de los
impuestos en el PIB-, entonces, en el caso de crecimiento cero de la economía, el gobierno
tendría mayores ingresos por un valor de 458.3 mil millones de pesos, en el de 1 %, 504.2 mil
millones de pesos y, como en los sueños de opio del foxismo, en el de 7%, 779.18 mil millones
de pesos.
La oprobiosa e inacabable pobreza de millones de personas en el mundo se ha convertido en el
objeto de una pretendida reflexión científica que, habiendo llegado al convencimiento de la
imposibilidad de terminar con aquella dentro de los límites del régimen capitalista, se contrae
únicamente a desarrollar los métodos para reducir sus excesos a la medida de las necesidades
de la conservación y desarrollo del régimen capitalista (evitar las hambrunas y las epidemias
generalizadas).
“...estudios hechos para Latinoamérica (Lustig, Székely y Scott, entre otros) sugieren que el
gasto para combatir la pobreza extrema requiere del 2 por ciento de gasto como proporción del
PIB. Actualmente, el programa dirigido hacia el alivio de la pobreza extrema representa el 0.9
por ciento del PIB, por lo que hace falta, de acuerdo a este criterio, 46,500 millones de pesos
adicionales (diez veces más que para el ramo 26, para el desarrollo social y productividad en
regiones de pobreza).” (CIDE)
En el caso arriba postulado del imposible incremento del 10% de los ingresos impositivos del
gobierno, al ser éstos hipotéticamente aplicados al gasto público, únicamente un 4% de los
mismos, es decir, 18.33 mil millones de pesos en el supuesto de crecimiento 0, 20.16 en el de
crecimiento del 1% y 31.16 en el del fantasioso crecimiento del 7% del PIB, podría ser utilizado
en el combate a la pobreza extrema, cuando los “teóricos” de la pobreza han determinado que
son necesarios 46.5 mil millones de pesos para el “alivio de la pobreza extrema.” En el más
descabellado de los escenarios, imposible de presentarse bajo ninguna circunstancia, es decir,
de un aumento del 10% de los ingresos tributarios y un crecimiento del 7% del PIB (en
realidad, el primer supuesto excluye totalmente al segundo), únicamente alcanzaría a cubrirse
el 67% del total de recursos adicionales requeridos para “aliviar la pobreza extrema”.
Como de todo lo anteriormente expuesto se desprende, el único objetivo del régimen capitalista
que existe en nuestro país lo constituyen la producción de plusvalía (trabajo excedente no
remunerado de los obreros) y su acumulación creciente como capital en manos de los
capitalistas, y el único móvil de éstos lo es la obtención de cantidades cada vez más
voluminosas de ganancias; la reproducción simple implica necesariamente un cierto monto de
ganancias para los capitalistas y la reproducción ampliada (crecimiento económico), la
utilización de sus ganancias como capital destinado a producir mayores ganancias. El
resultado necesario y condición inexcusable de la producción capitalista lo es la depauperación
de los trabajadores en las formas que ya hemos detallado más arriba, las que incluyen la
miseria física de carácter extremo y la que eufemísticamente se denomina “moderada”.
Constituyendo el centro de gravitación del régimen capitalista la propiedad privada de los
capitalistas y el móvil de la ganancia ilimitada, la acción del gobierno en relación con el
desarrollo social y la pobreza física únicamente puede lograr, en el largo plazo, y como efecto
del movimiento contradictorio de los dos sectores principales de la economía, un avance
meramente marginal en el desarrollo social y el mantenimiento de la pobreza en aquellos
límites que no afecten la estabilidad del régimen. En el caso de los llamados países
desarrollados, después de casi dos centurias de crecimiento económico, en los núcleos
tradicionales del proletariado se da un cierto incremento en el nivel de sus condiciones de vida,
al tiempo que, por contrapartida, se presenta un avance considerable en las otras formas de
depauperación que ya estudiamos; pero aún en estas sociedades, la miseria física extrema no

114
puede ser definitivamente erradicada del seno de sus propios trabajadores, pues siempre
queda una fracción de ellos inmersa en las más miserables condiciones de vida y, lo que es
más dramático, la atroz indigencia de las primeras épocas de existencia del régimen capitalista
en esos países revive en la mayúscula cantidad de trabajadores inmigrantes que son
incorporados necesariamente a las modernas economías para realizar las tareas más sucias y
degradantes, con lo que se mantiene intangible la misma proporción histórica de los pobres en
el total de la población, que es, en términos generales, en esas sociedades, del 40%. En nuestro
país, la cantidad de pobres representa también, aproximadamente, entre un 40 y un 50% de la
población total. (En el planeta, 1,200 millones de personas viven en la pobreza extrema).
La miseria (extrema y moderada) es un resultado necesario y una condición inexcusable del
régimen de producción capitalista que existe en nuestro país. Aún que fuera posible, que no lo
es, terminar con ese estado de cosas mediante la aplicación de cantidades voluminosas de
recursos, no hay, como lo hemos visto, en el producto anual de la economía mexicana ni una
sola partida de la cual se pudiera cubrir aunque fuera una milésima parte de aquellas
necesidades financieras.
Aunque el régimen capitalista mexicano no puede cumplir siquiera con los requerimientos
mínimos que exigen los “teóricos de la pobreza” para paliar un poco los extremos de la miseria
física de los trabajadores, sin embargo, en sus excesos retóricos se propone lo que es su
verdadera utopía: terminar definitivamente con la pobreza que desde tiempos ancestrales
atenaza a los mexicanos.
Los recursos necesarios para realizar todas las políticas que los dos sectores de la economía
proponen, cada uno a su tiempo, para acabar completamente con la pobreza que
ineluctablemente genera y magnifica el régimen de producción capitalista mexicano, son
realmente enormes, inconmensurables. En el año de 1999, conforme a datos proporcionados
por investigadores del CIDE, el 17% de la población mexicana se encontraba dentro de los
límites de la pobreza extrema y el 33% en los de la pobreza moderada; es decir, que el 50% de
la población mexicana pertenecía a la categoría de “pobres”. Esto significa tres cosas : (1) que
el otro 50% de la población mexicana se encontraba en una situación que va desde el bienestar
“moderado” hasta la opulencia, (2) que todos los recursos productivos existentes en la
economía mexicana estaban destinados precisamente a generar el bienestar de la mitad de la
población mexicana y (3) que haciendo una reducción al absurdo, es decir, suponiendo que la
producción capitalista no origina directa y fatalmente la miseria física de amplios sectores de la
población, para elevar las condiciones de vida del 50% de mexicanos pobres e igualarlas con
las del 50% que goza de los diversos grados de bienestar sería necesario invertir recursos
productivos extraordinarios por un monto igual que el de los que en ese momento se
utilizaban.
Es muy difícil precisar el monto de los recursos que participan en el proceso productivo de un
año, pero trataremos de darnos una idea aproximada del mismo.
Durante el año de 1998 (Censos de 1999), la suma de los Activos Fijos, la Depreciación de los
mismos, los Insumos totales y las Remuneraciones totales empleados en la Industria, el
Comercio, la Pesca y los sectores de Comunicaciones y Transportes tuvo un valor de 4,168.25
mil millones de pesos, equivalente al 91% del PIB de 1999. Faltaría agregar a este valor el de
los conceptos similares de las ramas de la agricultura y la ganadería y el de los activos públicos
como lo serían la infraestructura urbana y rural (centros de población, sistemas de dotación de
agua y drenaje, electricidad, carreteras, caminos, etcétera); estos rubros omitidos elevarían el
valor de los recursos productivos utilizados en la producción anual a una suma equivalente a
varias veces el producto interno bruto de ese mismo período de tiempo.
Digamos entonces que, conservadoramente, en la economía mexicana, en 1999, el capital
productivo total ascendió a una suma igual a 3 veces el PIB de ese mismo año, es decir, a
13,751.28 mil millones de pesos. Esto significa que para producir el bienestar de 50 millones
de mexicanos fue necesaria una inversión de 13,751.28 mil millones de pesos y que, por tanto,
para hacer pasar a los 50 millones restantes desde la pobreza (moderada y extrema) hasta el
bienestar y la opulencia es necesario realizar una inversión adicional de las mismas
dimensiones en capital productivo.

115
Ya vimos que en el escenario más favorable para los propósitos del gobierno burgués, el cual es
altamente improbable que se presente porque los supuestos que lo sustentan son mutuamente
excluyentes -un incremento del 10% del PIB en la recaudación fiscal y un 7% de crecimiento
económico anual-, únicamente podrían obtenerse recursos por la cantidad de 31.16 mil
millones de pesos anuales, notoriamente insuficientes para el atemperamiento de la pobreza
extrema de acuerdo con los cálculos de los “teóricos de la pobreza” y francamente irrisorios
para la erradicación total de la pobreza, a la que esos mismos teóricos han dado un plazo
perentorio de 40 años (¡exactamente!) y que por lo tanto demandaría recursos del orden de los
343.78 mil millones de pesos anuales, esto es, 11 veces más de lo que en el más optimista de
los cálculos del gobierno burgués podría obtenerse y que únicamente cubriría el 67% de los
recursos necesarios para mantener la pobreza extrema dentro de aquellos límites.
En la mejor de las situaciones posibles, esto es, con una recaudación fiscal del 20% del
producto interno bruto y un 7% de crecimiento anual, y presumiendo que los recursos
obtenidos del incremento tributario se apliquen íntegramente al gasto destinado a las políticas
diseñadas para terminar con la miseria de decenas de millones de mexicanos, al cabo de seis
años apenas si se habrían reunido 186.96 mil millones de pesos, el 1.4% del total requerido,
que habrían sido inyectados a la economía en minúsculas dosis anuales. Dicho de otro modo,
dadas todas aquellas circunstancias que aquí hemos considerado ¡serían necesarios 441 años
para lograr la erradicación de la miseria del pueblo mexicano!
Estas pequeñísimas dotaciones no causarían ningún efecto reductivo en la monstruosa miseria
en que se encuentra hundido el pueblo mexicano y, más bien, al ingresar en la economía del
país, alimentarían a una estructura que tiene como consecuencia ineluctable de su
funcionamiento el incremento de la miseria en todas y cada una de las formas ya analizadas. A
lo más que puede aspirar, con este volumen de recursos, una política de combate a la pobreza,
es a distribuir alimentos y medicinas entre los estratos más miserables de la sociedad para
evitar una hambruna generalizada y epidemias que amenacen la nutrición y la salud de la
sociedad en general.
Si es el sector II el que propugna un incremento en los tributos con el fin de desarrollar su
especial política antipobreza, los recursos tendrían que provenir necesariamente del fondo de
consumo de la clase obrera y del fondo de acumulación de los capitalistas de I; las detracciones
del fondo de consumo obrero podrían ser cubiertas, incluso con un superávit, en un primer
momento, con recursos del fondo de acumulación de los capitalistas de I. Pero llegaría el punto
(NB. Remitirse a la política económica del gobierno de Luis Echeverría) en que la disminución
de las ganancias de los capitalistas de I generaría la reacción política de éstos con el fin de
detener y luego revertir las medidas económicas y tributarias aplicadas por el sector II. Al final,
todo lo alcanzado se disiparía y si acaso quedaría un delgado sedimento que en nada afectaría
la tendencia general de depauperación de la clase obrera mexicana y de los demás sectores de
desposeídos de la sociedad mexicana. El incremento de recursos tributarios promovido por el
sector II toparía primero con la cerrada oposición del sector I de los capitalistas mexicanos y,
luego de haberse logrado en una pequeña medida, sería inmediatamente anulado por la
violenta reacción económica y política de I.
Si fuese el sector I el que promoviese un aumento en los tributos con el propósito de disponer
de medios para desarrollar la política en contra de la pobreza que a sus intereses conviene,
entonces los recursos tendrían que obtenerse del fondo de consumo obrero y del fondo de
acumulación del sector II; los límites del monto de esa recaudación serían también muy
concretos: la tasa de ganancia de los capitalistas de II y la necesidad de la reproducción de la
fuerza de trabajo a un cierto nivel que exige la creciente producción de plusvalía; la oposición
que necesariamente generaría en los sectores afectados una política fiscal de este tipo, en
primera instancia obligaría a dejarla disminuida a su más pequeña expresión. Después de que
dicha menguada política fuese aplicada por un cierto tiempo, suscitaría la reacción de los
sectores afectados que intentarían dejar sin efecto las medidas tributarias. Al final, como en el
caso anterior, los recursos obtenidos serían tan exiguos que se diluirían en el mar de la
depauperación de la población mexicana, sin alterarla para nada.
Si hacemos una reducción al absurdo y consideramos que se obtienen de la nada e
instantáneamente los enormes recursos que hipotéticamente serían necesarios para erradicar

116
la pobreza de la población mexicana (3 veces el valor del producto interno bruto del 2000) y
que se aplican de una sola vez sin provocar el desbarajuste total de la economía y su colapso,
lo que tendríamos al final sería un paraíso económico capitalista, en el cual coexistirían
millones de obreros bien cebados y saludables, una micro, pequeña y mediana industria
florecientes y una gran industria en constante proceso de expansión; en tal estado, que tendría
como su base la explotación irrefrenable del trabajo asalariado, actuaría ineluctablemente la
ley general de la depauperación capitalista que llevaría a su clímax el proceso de
descomposición y degeneración de todos los procesos biológicos naturales de los trabajadores,
de anulación implacable de su naturaleza humana.
Si proyectamos nuestras cifras a la economía mundial como un todo, encontramos lo siguiente:
la cantidad de habitantes del planeta que se encuentran en la “pobreza extrema” es de 1,200
millones; si suponemos que las proporciones dentro de la población mundial de los pobres de
solemnidad y los moderadamente pobres son las mismas que en la población mexicana,
entonces éstos últimos alcanzarían un monto de 2,329 millones, los cuales, sumados a los
extremadamente pobres nos darían un total de 3,529 millones de personas en el mundo
afectadas por los diversos grados de pobreza.
Si los recursos necesarios para hacer salir de la pobreza a cada millón de habitantes de la
tierra que se debaten en ella fueran del mismo volumen que los que se requieren en la
economía mexicana para el mismo fin según nuestros cálculos, el monto del capital productivo
adicional que se precisaría para erradicar la pobreza en el mundo sería del orden de los
970,565 mil millones de pesos, es decir 104,361 mil millones de dólares, de los cuales el
0.048%, 50 mil millones de dólares anuales, es la cantidad con la que sueña el grupo Zedillo le
sea transferida por los países ricos a los países pobres para el combate a la pobreza; es decir,
¡que se necesitaría de la generosidad de los capitalistas internacionales por un poco más de 2
milenios (2,087 años) para acabar definitivamente con la pobreza global!.
Al igual que en el caso de la economía mexicana, los teóricos de la pobreza global, liderados por
el ex-presidente mexicano Zedillo, consideran que el monto ideal de recursos que los países
ricos deben de ceder a los países pobres para impulsar en ellos el desarrollo económico debe
ser del 0.7% del PIB de los mismos.
De todo lo expuesto se concluye que la creciente depauperación de los trabajadores en todas
sus formas, en las que se incuye la miseria física extrema, es el resultado necesario y la
condición imprescindible de la existencia del capitalismo nacional e internacional.
Sobre esta base se levanta un andamiaje ideológico que invierte los términos de la relación.
Así, para los ideólogos del capitalismo y para los propios capitalistas, la miseria es una
herencia nefasta de regímenes económicos anteriores, y la única razón de existencia del
régimen capitalista (y, por tanto, de la producción de plusvalía, de la apropiación de la
ganancia, de la acumulación de capital, incluso de una acumulación desmedida, desbordada y
de la generación de la pobreza en todas sus formas) es precisamente ¡la supresión definitiva y
total de la pobreza!
El sector I de la economía internacional, el adalid de la llamada globalización, hace aparecer las
exigencias de su peculiar proceso de acumulación, esto es, el libre comercio, el equilibrio fiscal,
la privatización de la mayoría de las funciones públicas, las inversiones de capital extranjero,
las exportaciones, etcétera, como los instrumentos necesarios para la disminución primero y la
erradicación después de la pobreza; de igual forma, anatematiza al sector II y a sus ideólogos,
quienes propugnan políticas económicas opuestas a las suyas, acusándolos de ser los
generadores de la miseria de la población y de estar en contra de la misión histórica de los
empresarios de abolirla.
El sector II de la economía internacional, a su vez, postula que la protección arancelaria, el
déficit público, el fortalecimiento del sector público y el apoyo a la mediana, pequeña y micro
industria, que son las exigencias de su propio modelo de acumulación de capital, son los
medios necesarios para atenuar y eventualmente terminar con la pobreza. Acusa al sector I de
ser el causante, con sus políticas neoliberales y globalizadoras, de la miseria brutal en que
viven los trabajadores y otros sectores de la población y un obstáculo insalvable para que el
capital “democrático” cumpla con su tarea de llevar la prosperidad hasta los más recónditos
lugares del planeta.

117
Como en la economía interna de un país, en la economía internacional el sector económico
preponderante imprime su sello característico a la miseria que ineluctablemente origina, y
completa y pule la obra que en este sentido ha realizado el sector contrario; el mutuo impulso
que ambos sectores se dan deviene en una centuplicación de la explotación y depauperación de
los trabajadores. Las políticas de combate a la pobreza son aquí también una media sesgada
hacia los intereses del gran capital y su resultado es el mantenimiento de la miseria en
aquellos niveles que no obstaculicen el proceso global de acumulación.
La monstruosa miseria en la que viven miles de millones de seres humanos es también un
instrumento que la burguesía utiliza para realizar un proceso de catarsis.
Por una parte, mediante el ejercicio de la beneficencia privada, la burguesía acalla las voces de
su conciencia que le reclaman la violencia física y moral que ejerce sobre los trabajadores
dentro y fuera de la fábrica, la esclavitud a la que los somete, las exacciones al salario de sus
obreros, la extensión inmoderada de la jornada de trabajo, la intensificación desmedida del
trabajo, el despido arbitrario, la desocupación masiva, los incrementos drásticos en los precios
de los bienes de consumo obrero, etcétera; la filantropía para con los pobres de solemnidad
exime de responsabilidad al burgués por los atentados que cotidianamente comete contra los
trabajadores.
Por otra parte, también a través de su preocupación altruista por los desheredados, la
burguesía justifica el hedonismo de su consumo de lujo (fiestas de caridad, etcétera) y la
depravación de lo que son verdaderos vicios como el alcoholismo (no encontraremos un solo
club de servicio que no tenga al alcohol como único cohesionante de sus integrantes y que no
realice actividades de beneficencia con base en la ingestión de bebidas alcohólicas).
El propósito de la erradicación de la pobreza es también establecido por la ideología burguesa
como la tarea fundamental de la clase de los trabajadores; de esta manera, se sustituye su
tarea histórica de reapropiación de la naturaleza esencial de la especie humana mediante la
revolución proletaria, con la reivindicación burguesa del combate a la pobreza. Se reafirma así
el carácter del proletariado moderno de apéndice ideológico y político de la burguesía.
Es cierto, desde luego, que la miseria es una de las formas de la depauperación de los
trabajadores modernos, pero no la principal, no aquella que se manifiesta precisamente en el
núcleo de la producción fabril capitalista y que tiene como sujetos a obreros bien cebados.
Sin embargo, la miseria física es también una forma de la anulación de la esencia natural de la
especie humana, por lo que es asimismo una obligación del proletariado revolucionario su
erradicación definitiva de la sociedad humana.
En el seno del capitalismo moderno maduran los elementos de una forma superior de
organización de la sociedad humana. Las características fundamentales de ésta son la
producción y el consumo colectivos y la anulación definitiva de la individualidad de los
trabajadores; estas transformaciones radicales, por si solas, quitarán toda la base de
sustentación al proceso de depauperación, incluida la miseria física, la pobreza extrema y
“moderada”, deteniéndolo abruptamente y revirtiendo sus efectos para provocar ahora la
reconstitución de las características humanas de los trabajadores.
No es difícil saber de dónde se obtendrán los recursos económicos para esta transformación
revolucionaria: el establecimiento de la nueva sociedad implica el desmantelamiento de ramas
enteras de la producción capitalista, lo cual dejará libres los medios necesarios para la
rehumanización de la especie: la industria de la vivienda individual, la industria del transporte
privado, la industria de la diversión y el espectáculo, la industria del deporte, la industria de
los bienes de consumo de lujo, las industrias del alcohol y del tabaco, la industria de la
comunicación, la industria editorial, la totalidad de la rama económica del comercio, etcétera.
La sola sustracción de la producción a la “mano invisible del mercado” y su sometimiento al
comando racional de la sociedad, aportarán una cantidad fabulosa de recursos al proceso de
rehumanización de la especie, el que comprende también la abolición de la miseria física de la
sociedad moderna así como la integración al nuevo modo de producción de todos aquellos
numerosos grupos humanos como los indígenas mexicanos, las tribus africanas, etcétera, que
el capitalismo y los anteriores regímenes de la propiedad privada han mantenido aherrojados
en sus arcaicos modos de producción.

118
La naturaleza de la sociedad mexicana al iniciar Fox su mandato

En el artículo anterior habíamos hecho un recuento del desastre económico, político, social,
cultural, moral, etcétera que había provocado en la sociedad mexicana la política de
acumulación neoliberal establecida por la plutocracia mexicana y el gobierno priísta que la
representaba. Ahí mismo hicimos una caracterización de la naturaleza de la clase social que
era la base de sustentación del PAN y de su candidato a la Presidencia de la República, Vicente
Fox, a la que calificamos como una pequeña burguesía tributaria de la plutocracia neoliberal y
establecimos que en el caso de llegar al poder, la política económica de la oposición panista
tendría como ejes rectores la conservación y perfeccionamiento de los fundamentos del modelo
económico neoliberal, con un acento especial en el apoyo a la pequeña y la mediana industria.
También expresamos la idea de que el gobierno panista intentaría legitimarse mediante la
realización, al iniciar su mandato, de vigorosas acciones en los terrenos de la seguridad pública
(principalmente el combate al narcotráfico), la corrupción pública y privada y la extrema
pobreza y la desocupación en que se debatían millones de mexicanos.
Los recursos extraordinarios que se necesitarían para financiar sus actividades provendrían del
mayor crecimiento económico que se obtendría con la erradicación de la corrupción pública, el
perfeccionamiento de la estructura económica mediante una profundización en la apertura al
exterior y un crecimiento de las exportaciones y un ajuste fiscal para incorporar al régimen
tributario a la mayor cantidad posible de integrantes de la economía informal.
Más adelante, una vez que fuera echada a andar la maquinaria económica sobre las nuevas
bases propuestas, se atacarían las cuestiones fundamentales de una reforma fiscal, una
reforma laboral, una reforma energética, etcétera.

La recesión en la economía mundial.

A la par con la ascensión en México al poder de la pequeña burguesía neoliberal, se empezaron


a notar en la economía mundial los signos ominosos de una grave recesión.
La estructura económica internacional que se estableció en el mundo durante el último cuarto
del siglo pasado fue la siguiente: los países de menor desarrollo económico iniciaron su
transformación en exportadores de bienes manufacturados para el mercado mundial, incluido
el metropolitano; por su parte, los países desarrollados cedieron a los países de menor
desarrollo sus ramas productoras de bienes manufacturados y se concentraron en el adelanto
en la producción de bienes de producción, en el avance en la alta tecnología y en el apoyo
técnico y financiero a la industria exportadora de los países menos desarrollados. Esta
estructura implicaba necesariamente la eliminación de la protección a la vieja industria
manufacturera, tanto en las metrópolis como en las neocolonias, es decir, el establecimiento
del libre comercio; el resultado de este proceso fue la destrucción de la vieja industria
manufacturera en los dos extremos del sistema internacional del capitalismo, con el
consecuente incremento gigantesco de la desocupación y la miseria entre los trabajadores de
esos países.
Constituida en lo fundamental la nueva relación entre las dos partes del sistema internacional
del capitalismo, se inicia un largo período de crecimiento económico en ambos sectores, los
cuales se dan un mutuo impulso ascendente. Los ideólogos del capitalismo, que ven en cada
forma avanzada a la que éste llega la más perfecta y por tanto de vigencia eterna de
organización de la sociedad humana, decretan que se ha instaurado la “nueva economía”, la
cual, en un proceso ininterrumpido, llevará la prosperidad creciente a todos los rincones del
planeta.
Sin embargo, la terca realidad impone a la economía mundial los dictados de la ley del valor.
Decenas de países se convierten en exportadores de manufacturas y, desde luego, del mismo
tipo de manufacturas, con lo cual pronto saturan el mercado mundial. El exceso de oferta
ocasiona un descenso de los precios de los bienes de exportación, una reducción de los
ingresos de los países exportadores, la cesación de sus pagos internacionales, una dilapidación
demencial de recursos productivos y, como remate de todo esto, una crisis catastrófica que se
propaga rápidamente por todas las naciones de menor desarrollo económico. Así, en la década

119
del 90 se presenta la crisis de la economía mexicana, posteriormente la de la economía
argentina, después la de la economía rusa, más tarde la de los “tigres” del sudeste asiático y,
ya en este siglo, un nuevo episodio, más dramático, de la crisis argentina y la terrible amenaza
de la crisis japonesa, la cual, de presentarse, arrastraría al mundo al caos económico.
Bajo el impulso de la demanda de los países exportadores, se da en los países desarrollados
una sobreproducción de alta tecnología, maquinaria y equipo sofisticados, etcétera, sobre todo
en las ramas de la cibernética, la informática, las telecomunicaciones, la robótica, etcétera; la
misma circunstancia que se considera como la causa de un crecimiento sostenido e incesante,
prácticamente eterno, de la economía moderna, es decir, el perfeccionamiento constante de la
tecnología, que provoca un aumento continuo de la productividad, es precisamente la que da
lugar a la sobresaturación del mercado, a la drástica reducción de los ingresos de las
empresas, al descenso de sus ganancias, al despido masivo de obreros y empleados y, como
corolario de todo ello, a la reducción severa del crecimiento económico, que lleva a los países
industrializados a la temida recesión.
Lo que por un largo período de tiempo fue un mutuo impulso ascendente entre los países
desarrollados y los países exportadores, se trueca ahora en su contrario, un recíproco empuje
por el cual se llevan uno al otro a descensos constantes del crecimiento económico, acercando
con ello peligrosamente a la economía mundial a una crisis global de consecuencias
impredecibles.

La tragedia del 11 de Septiembre

Así las cosas, se produce el 11 de septiembre el atentado terrorista contra los principales
símbolos de la economía y el poderío militar del capitalismo norteamericano, las torres gemelas
de Nueva York y el Pentágono.
La agresión que sufre Estados Unidos por parte de Afganistán a través de la organización
terrorista Al Qaeda, y la genocida contestación de aquel país, no son otra cosa que el
enfrentamiento necesario entre dos sectores del capitalismo internacional que han llevado sus
diferencias al terreno de la violencia irracional, el argumento último de este régimen social.
El atentado del 11 de septiembre tiene efectos sobre la relación arriba señalada entre los países
metropolitanos y los países exportadores (neocoloniales) al hacer más acentuado el descenso en
sus tasas de crecimiento económico.

La economía mexicana en el año 2001.

En las dos últimas décadas del siglo pasado la economía mexicana se transformó en una
economía exportadora; se integró así a la nueva estructura del capitalismo mundial que hemos
definido en párrafos anteriores. En 1994 la economía mexicana tuvo su propia crisis derivada
de su concurrencia al mercado mundial; en el año del 2001, la recesión de la economía
metropolitana arrastró tras de sí a la economía mexicana, y la levó a una profunda recesión.
La desaceleración sufrida por la economía norteamericana redujo drásticamente el mercado
para las exportaciones mexicanas, con lo que se produjo en nuestro país el cierre de muchas
empresas de exportación, la disminución de la actividad en otras tantas y, como principal
consecuencia de ello, la pérdida de miles de empleos. Al final del año el crecimiento económico
se redujo a 0 y la ocupación se contrajo en varios cientos de miles de plazas. La depauperación
de los trabajadores y otros sectores de la población se hizo más intensa, en proporción directa
con la disminución de la actividad económica.
La política económica que el gobierno panista de Fox pretendía implantar en su primer año de
gobierno estaba basada en un supuesto fundamental: un crecimiento económico ascendente y
sostenido que le permitiría contar con los recursos fiscales necesarios para financiar los gastos
que se programasen (en seguridad, empleo, desarrollo social, combate a la pobreza, apoyo a la
pequeña y micro industria, etcétera); otra fuente de recursos estaba contemplada en la
aniquilación de la corrupción pública que, por un lado, proporcionaría directamente medios al
erario al hacer volver a las arcas públicas los recursos sustraídos por los funcionarios
deshonestos y, por otro, crearía un clima de seguridad para las inversiones nacionales y

120
extranjeras, las cuales aumentarían y con ellas crecería proporcionalmente el producto interno
bruto, lo cual,por tanto, acrecentaría también los recursos fiscales a disposición del gobierno.
En el último cuarto del año 2000, el crecimiento del Producto Interno Bruto total del país inició
bruscamente un marcado descenso, pasando del 7.1 % que alcanzó en el III trimestre, al 4.7 %
obtenido en el IV trimestre de ese mismo año; la tendencia descendente continuó durante el
año 2001, en el cual se observó un crecimiento del PIB nacional del 2.0 % en el I trimestre, del
0.1 % en el II, del –1.5 % en el III y del –1.6 % en el IV.
Los primeros meses de gobierno de Vicente Fox están marcados por una estrepitosa caída del
crecimiento del PIB nacional que, como es evidente, redujo a la nada su capacidad para
realizar los cambios que había prometido insistentemente al electorado; pero no sólo eso: el
descenso del PIB fue tan grande que impidió al nuevo gobierno continuar haciendo siquiera
aquello que de mala gana y obligado por las circunstancias había hecho el gobierno priísta de
Zedillo en los renglones de la seguridad, el empleo, el desarrollo social y el combate a la
pobreza. De noviembre del año 2000 a noviembre del 2001, las estadísticas registran una
pérdida de un mínimo de 346,043 empleos, lo que contrasta violentamente con la promesa
foxiana de campaña de generar cuando menos ¡un millón de empleos anuales!
Estas catastróficas condiciones económicas obligaron al gobierno de Fox a desarrollar un doble
discurso.
Por una parte, consumió una gran cantidad de su tiempo en explicar y justificar, mediante
ridículas y grotescas contorsiones dialécticas que lo volvieron objeto del cruel escarnio público,
el porqué no se ponían en marcha ninguna de las políticas prometidas a la población durante
el proceso electoral. Lo mismo acusó histéricamente de sus desventuras al anterior régimen
priísta que a las adversas condiciones económicas internacionales, tanto a los medios como a
la oposición parlamentaria, etcétera.
Por otro lado, inició una desesperada acción para obtener a toda costa los recursos que
angustiosamente necesitaba.
Ante lo apremiante de las circunstancias, abandonó su tibia propuesta fiscal que se reducía a
unas cuantas adecuaciones y al aumento del universo de los contribuyentes, para presentar
una agresiva “reforma fiscal” que tenía como único móvil un afán recaudatorio y que se basaba
en la extensión del impuesto al consumo a renglones como los alimentos y las medicinas; es
decir, que el gobierno que se jactaba de ser el que vendría a remediar los males del
neoliberalismo priísta, entre ellos la miseria extrema de las clases populares, proponía una
política fiscal cuyo efecto inmediato sería un incremento monstruoso del pauperismo entre la
población mexicana, y lo hacía animado solamente por la necesidad angustiosa de tener los
medios para “mejorar su imagen” ante la “opinión pública” con algunas acciones
espectaculares.
En las elecciones de julio del año 2000, si bien Fox ganó por un amplio margen a su oponente
del PRI, sin embargo, su partido no obtuvo la mayoría en el Congreso de la Unión; de esta
manera, la suma de los legisladores del PRI y del PRD en cada una de las Cámaras hacía una
cantidad mayor que los diputados y senadores del PAN; eventualmente, la oposición podría
votar unida y paralizar las iniciativas presidenciales.
En los cálculos del foxismo, las primeras actividades relumbrantes no requerirían de la
aprobación del Congreso, y su propia dinámica influiría para acelerar la descomposición del
PRI, la cual ya había empezado a darse con la ignominiosa derrota del 2 de julio; los mismos
venturosos cambios que el gobierno panista habría realizado provocarían la desintegración del
poder político de la oposición, con lo cual dejarían a aquel el camino libre para las posteriores
transformaciones radicales (reforma fiscal, reforma energética, reforma laboral, etcétera) que
constituían el verdadero y último propósito de la pequeña burguesía neoliberal.
La gravísima recesión económica del año 2001 echó abajo todos las alegres suposiciones
foxistas, pues debilitó y desacreditó al gobierno panista en la misma medida en que fortalecía a
la oposición priísta; así, cuando en el clímax de su desesperación por la falta de recursos aquel
presenta al Congreso su propuesta fiscal recaudatoria, es ignominiosamente derrotado y sólo
obtiene una farragosa adecuación que no le garantiza en forma alguna ningún medio
económico extraordinario.

121
Las catastróficas condiciones económicas del 2001 establecieron en nuestro país una
contrahecha democracia: un Presidente de la República maniatado por las indomables fuerzas
económicas, de las que en su campaña política se había declarado futuro firme conductor,
rehén de un Congreso dominado por la fuerza política cuya extinción o al menos su reducción
al mínimo era la condición necesaria para sacar adelante la legislación de excepción que se
proponía y un poder judicial que ahora estaba convertido en el cuidadoso vigilante de la
legalidad de los actos del ejecutivo.
Así, el 2 de diciembre del 2001, Vicente Fox y su partido el PAN, debieron celebrar, en un
fúnebre ambiente, la permanencia íntegra del mismo régimen económico, político y social, de la
misma podredumbre y la misma corrupción que un año antes se habían propuesto transformar
radicalmente.

122
Décima primera parte

Las tribulaciones de la oligarquia mexicana

El mundo vive, en los días que corren (2017-2018), un suceso que hasta hace muy poco tiempo
era impensable: el cuestionamiento del librecambio y la exaltación del proteccionismo. Este
acontecimiento no se produce en los cenáculos de los teóricos de la economía, sino en la
prosaica realidad: una poderosa fuerza económica y política está intentando, a escala global,
aniquilar el libre comercio e implantar en su lugar un nuevo proteccionismo.
En la economía norteamericana y en la del resto del mundo (muy bien representado en este
caso por México) se reducen rápidamente las posibilidades del modelo librecambista neoliberal
y sus elementos se convierten a pasos agigantados en su otro, en proteccionismo.
Esto no atenta para nada contra la esencia de los dos regímenes económicos (el metropolitano
y el emergente, ambos capitalistas), y aunque los neoliberales estén convencidos de que el
mundo se va a derrumbar si se abandona el libre cambio y se establece el proteccionismo, la
nueva relación que se gesta (en caso de llegar a concretarse) daría un gran impulso al
capitalismo en ambos extremos.

I
En los Estados Unidos, el abandono de la industria de transformación para privilegiar el
desarrollo de la actividad financiera y la industria de la moderna tecnología, el traslado de
industrias al exterior con la finalidad de beneficiarse de bajos salarios y enormes apoyos
gubernamentales, la indiscriminada entrada de inmigrantes (principalmente mexicanos) con el
propósito de sustituir a los trabajadores norteamericanos que se orientaban ahora hacia las
industrias de punta, se convirtieron en su contrario.
El sistema financiero y las grandes empresas fueron sometidos a severas regulaciones por la
administración de Obama, lo cual dio como resultado la contención de su desarrollo dentro de
límites muy estrechos, la industria de transformación, o fue desmantelada o redujo sus
instalaciones internas en la medida en que abría sus nuevas plantas en el extranjero, la
inmigración se convirtió, de ser un soporte, en una carga para la economía norteamericana
debido a los enormes gastos sociales que genera y por la competencia que hace a los
trabajadores "blancos".
Esto llevó a la economía norteamericana a una crisis cuyas manifestaciones apenas están
saliendo a la luz: un estancamiento de la intermediación financiera, una tasa más lenta de
crecimiento de la industria, un enorme déficit comercial -porque ahora tiene que importar todo
lo que antes producía-, una catástrofe en las pequeñas y medianas ciudades que antes
alojaban las instalaciones fabriles, un desempleo que aumenta en una gran medida y un
incremento de la pobreza que ya han llegado a afectar a grandes cantidades de obreros
"blancos"
Desde luego que el sector financiero también tuvo un desarrollo impresionante bajo el modelo
librecambista, auge que sufrió un tropiezo significativo con la crisis de 2008.
La crisis financiera internacional puso en evidencia los elementos negatorios del capitalismo
norteamericano. El desempleo y la pobreza flagelaron a todos los trabajadores y de ellos muy

123
especialmente a los trabajadores "blancos", los cuales ingresaron en masa a las legiones de
desempleados y pobres. Los vecindarios pobres de las ciudades y las ciudades pequeñas y
medianas entraron en un proceso de degradación acelerada. Ahí se agudizó la descomposición
social que ya tenía plena vigencia anteriormente y que ahora alcanzaba niveles altísimos.
Obama, al lado de las medidas necesarias para rescatar el sector financiero de su desplome en
caída libre, implementó varios programas que tenían la finalidad de atenuar los efectos
catastróficos de la crisis sobre los trabajadores y las capas medias de la población, pero ellos
estaban siempre sujetos a la camisa de fuerza presupuestal impuesta por los legisladores
republicanos, lacayos incondicionales de los causantes del desastre. Su acción se centró en la
inmigración y el sistema de salud, campos en los que prácticamente no pudo avanzar sino en
una medida francamente ridícula debido a la oposición republicana. Los graves problemas
económicos y sociales quedaron ocultos, pero siguiendo con un firme desarrollo subterráneo.
En México, en tanto, se producen los procesos complementarios de la economía
norteamericana.
Con la instauración plena del neoliberalismo en el sexenio de Salinas de Gortari, la economía
mexicana entró en una nueva fase de su desarrollo. Se estableció la dominación plena, abierta,
descarada de los grandes capitalistas mexicanos. Mediante el proceso de liberalización de la
economía se trasladaron sectores enteros del capital estatal hacia los capitalistas privados, lo
cual incrementó monstruosamente su fondo de acumulación.
Estos capitalistas, mayúsculamente enriquecidos, acudieron al llamado de sus colegas
estadounidenses y se dieron a la tarea de crear una industria productora de manufacturas que
suplirían las que el capital norteamericano había dejado de fabricar. Una buena parte de la
industria nacional se transforma entonces en exportadora de mercancías, la mayor porción de
la cual alimenta el mercado norteamericano.
El capital norteamericano asienta en nuestro país extensiones de sus factorías -instalaciones
que demandan mano de obra nacional, utilizan insumos producidos por empresas nacionales y
proporcionan grandes cantidades de moneda extranjera (divisas) a la economía nacional-. El
crecimiento que así se obtiene proporciona un fuerte impulso al mercado interno, lo cual, a su
vez, ejerce su benéfica influencia sobre el resto de la economía. La acumulación de capital en
ambo sectores (interno y externo) aumenta en un volumen gigantesco, de tal monto que hace a
un capitalista mexicano uno de los empresarios más ricos del mundo.
Para asombro de quienes cándidamente habían creído en la demagogia de los neoliberales
autóctonos, esta bonanza económica no se tradujo en el "bienestar" que supuestamente traería
consigo.
Se mantuvo e incrementó la cantidad de desempleados, la pobreza siguió atenazando al 40 por
ciento tradicional de la población, al que se añadieron anualmente nuevas oleadas; la miseria
extrema también creció en gran medida. Los cuantiosos ingresos petroleros, las abundantes
remesas de los trabajadores mexicanos y la alta recaudación de impuestos que era posible
gracias a la boyante economía, permitían al Estado mexicano realizar un gasto social dosificado
que mantenía la miseria endémica dentro de límites que se acercaban asintóticamente al
estallido social, pero sin que éste llegara a presentarse.
Lo que mejor expresa el beneficio que la relación descrita entre el capital norteamericano y el
nacional ha dejado a la economía mexicana es la desmesura de las reservas en divisas
acumuladas, las cuales alcanzaron el nivel de los 180 mil millones de dólares. Esta fuerza
obrera de trabajo excedente materializada en moneda extranjera permitió que la economía
mexicana se desempeñara sin altibajos ocasionados por los factores externos. El trabajo obrero
excedente arrancado a los trabajadores mexicanos se utiliza en un monto descomunal para
mantener la estabilidad del régimen que se basa en su explotación y depauperación crecientes.
El crecimiento económico que se produce en México bajo el imperio del modelo neoliberal
genera una pequeña burguesía tributaria del mediano y gran capital, distinta de la que había
existido en el período anterior, la cual, además de complementar económicamente al gran
capital, le proporciona los elementos políticos e ideológicos necesarios para el venturoso
desarrollo del régimen neoliberal.
El alto ingreso petrolero, sostenido por los elevados precios del crudo en el mercado
internacional, era uno de los más firmes puntales del crecimiento de la economía mexicana.

124
Desde mediados del 2014 se inició un descenso acelerado de la cotización del petróleo que la
llevó a situarse a menos de la mitad de la que tenía con anterioridad, nivel en el que se
mantiene actualmente. El descenso de ingresos entorpeció las funciones del Estado mexicano
como soporte del proceso de acumulación de capital, por lo que ésta empezó a registrar una
desaceleración significativa.
En ambos sectores de la economía internacional se han creado los elementos de su propia
negación. El libre comercio ha producido los gérmenes del proteccionismo.
Los neoliberales consideraban el régimen que habían engendrado como la forma de
organización económico-social plenamente racional, acorde con la naturaleza humana, y al
proteccionismo como una lamentable desviación del entendimiento. La humanidad había
encontrado por fin el régimen económico que correspondía totalmente a la naturaleza del
hombre: la historia había llegado a su fin.

II
Donald Trump, motivado por sus ambiciones políticas y dotado con la altanería propia del
sector más radical de la oligarquía -que una vez vencido el miedo a su total aniquilación
suscitado por la crisis financiera enfoca su odio visceral hacia quienes lo han rescatado-,
desvela todas las necesidades de la economía norteamericana, que hasta ahí habían tenido una
existencia subterránea, a las cuales engloba en su frase "Hacer a América grande de nuevo".
Se trata, en lo fundamental, de evitar que las empresas norteamericanas salgan de ese país y,
en su caso, lograr que las que han establecido en el extranjero parte de sus instalaciones ya no
continúen ampliándolas y que eventualmente las regresen totalmente a los Estados Unidos.
Esto no rompe ningún principio fundamental del capitalismo norteamericano, por lo contrario,
confirma plenamente su naturaleza esencial: los capitalistas estadounidenses promovieron
primero la extraterritorialidad de sus empresas porque así convenía a sus intereses; ahora, por
la misma razón, intentan repatriar sus industrias. De esta manera, al alcanzar sus propósitos
podrán fortalecer su mercado interno mediante la sustitución de importaciones.
En el otro extremo, en la economía mexicana, el descenso de la demanda extranjera y la
reducción y retracción del capital norteamericano vulnerarían los intereses de las industrias
exportadoras y harían bajar la demanda de insumos y mano de obra; la industria mexicana
entraría en una fase de recesión aguda.
La sola perspectiva de una situación tal hace presa a los capitalistas mexicanos y su gobierno
de un pánico de dimensiones mayúsculas. Interesadamente ignorantes de que Norteamérica es
un país imperialista y los países emergentes sus dependencias económicas, apelan a un
principio económico inviolable, superior a todo y manifestación de una razón cuasi-divina, para
exigir en su nombre que no se restablezca el odiado proteccionismo. Pregonan un sucio
nacionalismo para demandar la unidad de todos los mexicanos, explotadores y explotados, con
la finalidad de que la oligarquía norteamericana no afecte los intereses de la oligarquía
autóctona sumamente enriquecida por el neoliberalismo y que deje las cosas tal y como hoy se
encuentran.
En su defensa, la oligarquía mexicana recurre a un argumento que considera inobjetable: las
economías de los dos países son interdependientes y, en consecuencia, las exportaciones
mexicanas son indispensables para la economía norteamericana ¡pero precisamente la
sustitución de esas importaciones es el punto nodal de la política económica que impulsa
Trump!
Otra de las exigencias de la economía norteamericana, que Trump hizo suya, fue la de reducir
drásticamente la cantidad de inmigrantes. La política de Obama, aunque en buena parte
meramente retórica, consistía en proteger la inmigración y legalizar su estancia en el país con
la intención de garantizar mano de obra barata para el sector de la industria norteamericana
que de ella vivía; la enorme cantidad de inmigrantes que había ingresado al país constituía una
carga insostenible para la economía norteamericana y una competencia abrumadora para
todos los trabajadores locales, quienes eran desplazados en masa por la mano de obra
extranjera. De ser un complemento necesario de la economía se convirtió en un pesado lastre
que impedía su desarrollo ascendente.

125
La materialización de las reivindicaciones de Trump ocasionaría, por un lado, la revitalización
de la economía norteamericana, la cual encontraría un gran impulso a su crecimiento en la
industria de transformación repatriada y, por otro, el quebranto de la industria de exportación
mexicana, que se vería obligada a buscar su participación en otros mercados, hoy
completamente saturados con la producción de los países emergentes.
Igualmente, la realización de las “amenazas” de Trump prepararía el mercado de trabajo
estadounidense, desembarazado del peso muerto de la inmigración desmedida, para la nueva
fase de la evolución ascendente de la industria de transformación; por otra parte, privaría a la
economía mexicana de uno de sus pilares fundamentales, las remesas de dólares de los
inmigrantes mexicanos, y la presionaría con el tropel de inmigrantes expulsados que vendrían
a engrosar la masa de desempleados y pobres que ya existen en nuestro país, o que
icrementaría el gasto social en un monto astronómico.
El crecimiento de la economía norteamericana ocasionaría necesariamente el decrecimiento de
la economía mexicana, haría descender en una gran medida las ganancias de la oligarquía
nativa.
Se trata, a fin de cuentas, de un conflicto entre las clases poseedoras de los dos países, al cual
arrastran a los trabajadores y a las clases medias.

III
La relación económica entre los Estados Unidos y México es quizá la más característica del
capitalismo moderno entre un país desarrollado y una nación emergente.
Ambos son países en los que impera el régimen de producción capitalista, aunque éste
presente en ellos distinto grado de desarrollo.
El capitalismo que en ellos existe posee las características esenciales de ese régimen
económico. Su fundamento lo constituye la propiedad privada capitalista de los medios e
instrumentos de producción y la base de su funcionamiento es la relación trabajo asalariado-
capital, la cual se caracteriza por la exacción, por el capital, de trabajo excedente obrero, la
acumulación de capital, la depauperación creciente de los trabajadores en sus dos formas
características: en los sectores superiores del proletariado, que son remunerados con salarios
en alguna medida superiores a la media, a través de la absorción de trabajo obrero excedente,
la creciente mecanización e intensificación del trabajo, el consumo desbordado, la laxitud de la
relación laboral (atracción y repulsión de los trabajadores conforme a las necesidades diarias
del capital), el desempleo que tiene siempre un alto volumen inamovible en torno al cual se dan
cíclicamente pequeños aumentos y descensos mayores, el desgaste y descomposición de todo
sus órganos y procesos orgánicos debidos al trabajo capitalista; en las nutridas capas
inferiores de los trabajadores, que son remunerados con bajos salarios, a través del trabajo
capitalista que produce el desgaste acelerado de la fuerza de trabajo, hambre, enfermedades y
muerte prematura, en un entorno pletórico de mercancías de consumo que ejerce sobre ellos
un doble efecto: una torturante atracción imposible de materializarse y un desplazamiento de
las mercancías de consumo necesario por las mercancías superfluas, y, desde luego, el
desempleo y la profunda anulación de su naturaleza humana.
La relación entre estas dos partes de la economía internacional es de mutuo engendramiento y
negación. A través de una forma específica de los flujos de capital, mercancías y trabajo
primero se engendran una a la otra impulsando la acumulación de capital y la explotación del
trabajo en ambos sectores. Esa relación agota todas sus posibilidades y se produce el
crecimiento desbordado de uno de los contrarios que implica la vulneración del otro. Este, a su
tiempo se levanta en contra de su otro en una lucha por detener su avance y recobrar el
terreno perdido. Cuando logra su objetivo se restaura la relación de mutua complementación. Y
así sucesivamente.
La relación entre las economías norteamericana y mexicana se mueve de acuerdo con esa
dialéctica que hemos reseñado. El resultado final de cada fase de su relación es el paso del
régimen económico capitalista que en ambos existe a una etapa superior de su desarrollo, la
cual tiene como su centro un constante incremento de la acumulación de capital y una
acelerada depauperación de los trabajadores que se implican mutuamente.

126
IV
Trump pertenece por derecho propio a la oligarquía estadunidense: es un magnate de la
industria inmobiliaria que posee una fortuna multimillonaria. Su mérito consiste en haber
integrado en una unidad todas las reivindicaciones de esa clase social, incluso las más
radicales, y ligarlas con los intereses de una parte de la industria manufacturera, la pequeña
burguesía y la clase obrera norteamericana, considerada ésta como una propiedad del capital.
La fortaleza de Trump no se encuentra en sí mismo, sino en la robustez de las reivindicaciones
que ha logrado conjuntar. Tal es su vigor, que hicieron posible que este plutócrata ignorante y
burdo ganara una elección de estado, en la cual toda la potencia del gobierno de Obama y de
los medios de comunicación se utilizó para apoyar a la Sra. Hillary. Dejando aparte las
imperfecciones del sistema electoral norteamericano, el fracaso de Hillary es ignominioso
porque ni con el auxilio descarado de todo el aparato gubernamental y de la mayoría de los
medios pudo doblegar a un palurdo que en otras circunstancias habría sufrido una aplastante
derrota.
Las primeras acciones gubernamentales de Trump son absolutamente congruentes con sus
promesas de campaña y, por tanto, con las necesidades imperiosas de la economía
norteamericana que él ha puesto al descubierto. Las ha impuesto apoyado en la misma fuerza
que lo llevó a la presidencia.
Las relaciones entre Trump y sus aliados por un lado y la ahora oposición norteamericana por
el otro, constituyen una verdadera lucha de clases. La primera parte de este enfrentamiento se
escenificó en la arena electoral y ahora continúa desarrollándose en el terreno gubernamental,
entre el gobierno de Trump y la oposición que engloba a los demócratas, diversas
organizaciones civiles y a la mediana y pequeña burguesía urbana.
No es posible hacer un pronóstico del desenlace de esta enardecida lucha de clases.
Dependiendo de múltiples factores, puede ser el triunfo pleno de la oligarquía norteamericana,
un compromiso entre ambos beligerantes que permita la realización en alguna medida, pero no
en su totalidad, de las exigencias de la oligarquía, o, lo que es muy poco probable, la
restauración total de las políticas demócratas. Pero es indudable que el movimiento histórico
empuja en el sentido del neoproteccionismo.

V
El tsunami Trump ocasionó que las quietas aguas del régimen neoliberal mexicano fuesen
agitadas con furia y liberasen las colluvies asentadas en el lecho. Salió a flote entonces toda la
miseria moral e intelectual de la oligarquía mexicana, de sus sirvientes políticos, de sus lacayos
mediáticos, de las clases tributarias del gran capital, de los movimientos de izquierda, de la
pequeña burguesía y, desde luego, de una clase trabajadora vergonzosamente sometida por
completo a la burguesía y dotada de una ideología burguesa o pequeña burguesa.
Ante las primeras acometidas de Trump, el gobierno mexicano, poseído de un miedo cerval y
haciendo gala de una inopia mental inconmensurable, plenamente convencido de la naturaleza
cuasi-divina de la estructura económica internacional neoliberal, invitó al magnate, cuando
aún era candidato a la presidencia de los Estados Unidos, para que viniese a nuestro país, en
donde el Presidente le haría ver, con la luz de la razón y mediante su nunca desmentida
apostura intelectual, la verdad, por aquel desconocida, del carácter necesario, racional y…
eterno de la relación económica entre los dos países. Había que hacer comprender al ignorante
plutócrata los férreos principios de la ciencia económica en los que se asentaba la relación
bilateral, los cuales imponían que ésta continuase en la forma en que hasta ahí se había
desarrollado, haciendo quizá algunos ajustes que la larga vida del tratado de libre comercio
exigían, tal y como la Sra. Hillary propuso.
La astucia neoliberal, heredada por la clase política nacional del genio de la economía, Carlos
Salinas de Gortari, había diseñado una estrategia impecable para utilizar a su favor el
resultado de las elecciones norteamericanas, cualquiera que él fuese. La Sra. Clinton ya había
declarado que mantendría el TLC en caso de resultar triunfadora en la contienda. Por otro
lado, Donald Trump manifestó, desde las elecciones internas del partido republicano, en forma
agresiva, mediante insultos a los mexicanos, su oposición rotunda al TLC y su propósito de
hacer en él cambios sustanciales que beneficiasen a los Estados Unidos, sumamente

127
damnificado por ese acuerdo, y redujeran las excesivas ventajas que el tratado otorgaba a
México.
Se corrieron invitaciones para que los candidatos Clinton y Trump viniesen a México a
conversar con el presidente mexicano sobre la relación bilateral. Ya que la posición de la Sra.
Clinton estaba bien determinada y era favorable a los intereses mexicanos, entonces el acento
se puso en el viaje de Trump, para lo cual se desarrolló un intenso cabildeo encabezado por
Videgaray, el secretario de hacienda mexicano, quien se jactaba de una relación muy estrecha
con el yerno del candidato.
La exposición de sus reivindicaciones fundamentales en materia comercial y de inmigración la
había sazonado Trump con burdas amenazas –construcción de un muro fronterizo y su pago
por México- y estridentes insultos a la mexicanidad. El recibimiento de Trump candidato por
Peña Nieto Presidente fue considerado casi con unanimidad por las “fuerzas vivas” nacionales
como un insulto a todos los mexicanos, una ofensa a la dignidad de la patria, una traición a
México.
La reacción frente a las “bravuconadas” de Trump –ya vimos que éstas tienen una raíz social
muy profunda- se desplegaba en una doble vertiente.
El gobierno de la oligarquía, poseído de un pavor mayúsculo, agachada la cerviz frente a la
arrogancia imperial, postulaba la necesidad del diálogo “respetuoso”, mediante el cual se podía
convencer a Trump de las bondades del librecambio en general y de las ventajas para ambos
países de mantener la relación bilateral tal y como se encontraba en ese momento; se le
invitaría muy comedidamente a que abandonara su discurso belicoso y el carácter
proteccionista de sus propuestas.
Por otro lado, la propia oligarquía y su cohorte de seguidores exigían al gobierno mexicano que
tuviese una actitud firme y valerosa frente a Trump y le expresara claramente que nuestro país
–la oligarquía- no cedería ante las pretensiones proteccionistas y que, quizá con algunos
cambios modernizadores, el TLC debería ser mantenido en sus términos originales; conminaba
a su representante político a que demandase respeto a nuestra soberanía y a nuestros
connacionales en Estados Unidos; deberíamos tratar de igual a igual.
Gobierno y oligarquía, sin embargo, partían del mismo supuesto: la intangibilidad de la
estructura comercial existente entre México y los Estados Unidos, aquella que había
enriquecido obscenamente a la plutocracia mexicana y esclavizado, explotado y depauperado a
los trabajadores nacionales.
El campeón de oratoria priista y reconocido dialéctico estrelló sus argumentos contra la
tozudez de su huésped. No sólo no logró que Trump cambiara su modo de pensar, sino que le
dio la oportunidad de mostrar a sus electores el músculo que utilizaría en sus relaciones
internacionales, principalmente con México, país al que acusaba, con sólido fundamento, como
hemos visto, de ser el causante de buena parte de las desgracias de la economía
norteamericana; en resumen, Trump vino a dejar claramente establecido que, cuando fuese
Presidente de los Estados Unidos, construiría el muro fronterizo, el cual sería de una forma u
otra pagado por México, devolvería a su país a los inmigrantes mexicanos ilegales y negociaría
un tratado comercial en el que se acabasen las enormes e indebidas ventajas para la economía
mexicana y se estableciese un trato justo, compensatorio, para la economía norteamericana.
Este debut de Trump en el ámbito internacional mostró a sus partidarios que sus
reivindicaciones radicales no eran meras promesas de campaña, estentóreas baladronadas,
sino realidades que implementaría durante su gobierno, como ya se lo había hecho saber al
Presidente de México. Estas circunstancias dieron firmeza al apoyo de la parte del electorado
que ya se habían definido como adeptos suyos y sumó a su campaña a muchos millones más
de seguidores. La victoria de Trump se definió en Los Pinos.
El estadista Peña Nieto tiene un enorme parecido con el mago bisoño que siempre equivoca los
conjuros y por eso obtiene sistemáticamente los resultados opuestos a lo que se propone. La
convicción de Trump acerca de la justeza de sus reivindicaciones salió enormemente fortalecida
de su reunión con Peña Nieto y ellas fueron ahora proclamadas con más vigor y claridad ante
los electores estadounidenses.

128
El viaje de Trump desató una tormenta política en nuestro país que culminó con la destitución
de Videgaray, el artífice de la reunión. La popularidad del mandatario mexicano cayó a plomo
como resultado de la monumental pifia que había cometido.
Se abrió un compás de espera en la política mexicana mientras se conocían los resultados de
las elecciones norteamericanas.
Al triunfo de Trump, perdida totalmente la brújula, el Presidente mexicano designó a…
¡Videgaray! como secretario de relaciones exteriores, a quien le encomendó expresamente la
tarea de manejar las relaciones con el nuevo gobierno. No existe ni el más mínimo rastro de
racionalidad en esta nominación. El personaje que había comprometido al Presidente mexicano
en esa temeraria aventura que resultó en el fortalecimiento y triunfo de Trump y, por tanto, en
la inminente posibilidad de que se establecieran las políticas absolutamente contrarias a los
intereses de la oligarquía, lo cual pondría a la economía mexicana al borde del precipicio, es
traído de vuelta para que intente impedir, por la vía del diálogo y la diplomacia, con las armas
de la justicia y la razón, del respeto mutuo y el trato entre iguales, de la refulgente luz de la
ciencia económica, lo que ya parece inevitable, la agresión económica y política de Trump.
“Aprender haciendo” fue la divisa del nuevo canciller mexicano. Y en esta segunda lección
pretendía lograr los mismos objetivos, utilizando los mismos elementos, pero éstos ahora
sometidos a una mayor elaboración, por lo que colocó a un lado de su oficina, en “el cuarto de
al lado”, a toda la intelligentzia económica que había confeccionado, bajo la dirección acuciosa
del departamento de comercio del gobierno de Clinton, la primera versión del TLC; esta élite
pensante tenía la tarea de colaborar con el gobierno en su labor de forjar una estrategia –
inteligente, desde luego- para enfrentar a Trump presidente. Se trataba de formar un “think
tank” que perfeccionase todos los argumentos fundacionales del libre comercio, analizase
minuciosamente el articulado del Tratado e hiciera las propuestas de cambio que las nuevas
condiciones económicas del mundo exigían. Con todo eso en el Portafolio, armados con la
determinación patriótica –y también con la experiencia negociadora, igualmente impregnada de
patriotismo, que había logrado que el gobierno de Clinton impusiera al mexicano la estructura
industrial y comercial que la economía norteamericana requería en aquel entonces- de lograr
excelentes resultados para la economía mexicana, habrían de presentarse ante el gobierno de
Trump para, de una forma u otra, obtener una revisión del Tratado, o uno nuevo, que tuviese
beneficios para ambos países.
El gobierno mexicano se enfilaba, con una férrea necesidad, hacia la misma piedra.
El canciller mexicano, que empezaba ya a conocer el intríngulis de la diplomacia de altura,
aconsejó – “cultivó”, dicen los yucatecos- al Presidente tener un gesto de audacia y ser el primer
mandatario del mundo en comunicarse con el presidente Trump; Peña Nieto fue sometido a un
curso intensivo sobre los nuevos elementos acerca de la relación bilateral, elaborados por el
“think tank”, para que contase con todo un arsenal con el cual convencer a Trump de lo
erróneo, desde la perspectiva de la ciencia económica y del simple sentido común, de sus
pretensiones de abandonar el libre cambio y establecer el neoproteccionismo.
Trump recibió de mal modo la llamada telefónica incómoda -no era tan importante, advirtió
más tarde el magnate- y, desde luego, repitió a un Peña Nieto temeroso, balbuceante,
genuflexo, todos y cada uno de sus propósitos: la construcción del muro, el pago del mismo por
México, la expulsión de los indocumentados, la revisión del Tratado teniendo como eje rector
las necesidades de la economía norteamericana, etcétera.
El gobierno mexicano había tropezado por segunda vez con la misma piedra.
De la misma manera que en ocasión de la visita de Trump, después de la ingenua, por decir lo
menos, llamada telefónica se desató una ola de indignación contra el presidente mexicano que
hundió aún más la popularidad del mandatario.
Videgaray, el avispado consejero de Peña, sumamente motivado por los dos sonados fracasos
(dos errores equivalen a un acierto), concibe entonces un plan aún más osado e intrépido, en la
realización del cual embarcará de nuevo al candoroso presidente mexicano. La única forma de
convencer a Trump de la bondad de las posiciones mexicanas es una entrevista personal entre
los dos mandatarios. El arrojado canciller hace valer el supuesto derecho de picaporte que
posee en la administración Trump y concreta el encuentro presidencial, el cual se realizaría en
Washington. Era evidente que esta reunión se estaba tratando de imponer de una manera

129
burda, y aunque en principio Trump la aceptó, su decisión era no tenerla, como lo dejó
claramente establecido en el tweet del día anterior, en el cual expresó que si esa junta no tenía
como finalidad hacer prevalecer los intereses norteamericanos no había por qué efectuarla.
En vista del portazo en la nariz recibido, en una digna, valerosa y patriótica actitud, el
Presidente de México canceló lo que Trump ya había desdeñado, la reunión entre ambos
mandatarios.
El gobierno mexicano tropezó por tercera vez con la misma piedra.
En este punto se produce una inflexión en la percepción que el gobierno mexicano tiene de las
intenciones de Trump; después de tres fracasos consecutivos, llega a la conclusión de que nada
que se haga puede torcer las pretensiones del plutócrata. Por lo tanto, es necesario ahora
mostrar una actitud más agresiva, coincidente con la de la oligarquía. Se advierte que
únicamente habrá negociaciones si hay respeto para México, las actitudes amenazantes son
abandonadas y se mantienen intangibles los beneficios que para la economía mexicana se
derivan del Tratado actual. Se acepta la posibilidad de salir del TLC.
Un obsceno nacionalismo cobra vida entonces. Queda en el olvido la absoluta incapacidad del
gobierno mexicano y se le confiere, por parte de la oligarquía y sus adláteres, la representación
de la mexicanidad. Todos los mexicanos son coaccionados mediáticamente para que erijan al
presidente Peña –encarnación de la incompetencia- como el líder que represente sus intereses
en contra del gobierno norteamericano.
Desde luego que detrás del interés patriótico proclamado se ocultan los intereses de la
oligarquía: la conservación de la estructura económica que le ha permitido enriquecerse en forma
impúdica durante los últimos treinta años.
El gobierno mexicano, la oligarquía, la claque política (centro, derecha e izquierda) entraron
entonces en un nuevo terreno: la exploración de un posible rumbo alternativo de la economía
mexicana, ya que el actual había sido condenado a muerte, y la confección de un catálogo de
terribles consecuencias para la economía norteamericana -un castigo divino- en caso de que la
política proteccionista de Trump llegase a implementarse.
La economía mexicana había gozado, bajo el imperio del TLCAN, de una posición sumamente
excepcional. El territorio mexicano y el estadounidense eran prácticamente una extensión uno
del otro, formaban, de hecho, un solo territorio. Los movimientos de capital y mercancías
(fundamentalmente, el establecimiento de plantas norteamericanas en México y la exportación
de mercancías mexicanas a Estados Unidos) eran como inversiones hechas en el propio suelo
estadounidense y venta de mercancías en el mismo terreno mexicano. Esta situación le
proporcionaba a la economía mexicana un lugar preferente, en relación con todas las
economías emergentes, como destino de inversiones de capital norteamericano y fuente de
mercancías para la economía estadounidense. Pero, además, por esa misma razón, constituía
un lugar sumamente atractivo, mucho más que el resto de los países emergentes, para las
inversiones de los demás países desarrollados y sus importaciones de mercancías. Los flujos
de capital hacia México y de mercancías “mexicanas” hacia el resto del mundo adquirieron
entonces un ritmo de crecimiento geométrico y en la misma medida se incrementaron la
acumulación de capital de la oligarquía mexicana y la explotación que esta ejerce sobre los
trabajadores nacionales. Fue un período de enriquecimiento orgiástico de los capitalistas
mexicanos.
La intención decidida de Trump es terminar con esta singularidad de la economía mexicana. El
gobierno nacional y sus mandantes, la oligarquía mexicana, serían entonces lanzados al ancho
mundo, en donde todo lo que con el TLCAN eran ventajas, se convertirían en enormes
obstáculos. Las inversiones y los mercados tendrían que disputarse, en condiciones de franca
desventaja, a una jauría de naciones emergentes. La economía mexicana sufriría daños
severísimos y desde luego la sacaría bruscamente de esa zona de confort en la que ha vivido en
los últimos 30 años.
Sin abandonar del todo la línea de acción original, la oligarquía, su gobierno y todos sus
secuaces, quienes guardaban todavía una secreta esperanza de poder convencer al presidente
norteamericano, empezaron a especular sobre los temas de la inextricabilidad de las relaciones
entre ambos países, las grandes contribuciones que los mexicanos habían hecho a la economía
norteamericana, la calidad de los productos que México exportaba –lo hecho en México está

130
bien hecho-, las terribles, catastróficas consecuencias que para la economía estadounidense
tendría la realización de las políticas de Trump, etcétera y, en un tono ya más radical, las
acciones económicas y políticas que México podría realizar como represalia a las medidas
económicas proteccionistas de Trump.
Todos los argumentos esgrimidos se volvían inmediatamente, en cuanto se enfrentaban con la
simplista dialéctica trumpiana, en su contrario.
La relación bilateral específica, señoreada por el TLC, no era la expresión de un principio
económico inmutable y eterno, sino la imposición de los intereses de la economía
norteamericana en un período histórico determinado; la misma potencia que la había
establecido podía muy bien terminar con ella e implantar una nueva acorde con sus actuales
imperiosas necesidades. De igual manera que sometió a la oligarquía mexicana a su modelo
neoliberal, con la misma potestad puede ahora deshacerse de su socio privilegiado y echarlo
inerme al piélago de la economía internacional.
Los trabajadores mexicanos constituyeron, hasta un determinado momento, un factor
importante del próspero funcionamiento de la economía norteamericana; el engrosamiento sin
medida de la fuerza de trabajo mexicana la convirtió en una rueda de molino atada al cuello de
Norteamérica.
Los bajos salarios con que se remuneraba a los trabajadores mexicanos proporcionaron una
tasa más alta de ganancia al capital que los empleaba; por otro lado, presionaron a la baja a
todos los salarios, primero a los de los trabajadores sin calificación, y luego, conforme
ingresaban trabajadores mexicanos adiestrados, a los de los mismos obreros norteamericanos.
Los trabajadores mexicanos llenaron en primera instancia una gran demanda existente en el
sector agrícola y de servicios. La oferta de trabajo mexicano se extendió hacia otros sectores,
incluso al de la tecnología, y los oferentes se incrementaron, además de con la inmigración
ilegal, con las generaciones de indocumentados nacidos en Estados Unidos. El exceso de oferta
de trabajadores mexicanos se incrementaba constantemente.
El descenso de los salarios se extendió hasta a los de los trabajadores calificados
norteamericanos y el desempleo alcanzó incluso a amplios sectores de los trabajadores
“blancos”.
El exceso creciente de trabajadores que la inmigración mexicana producía en la economía
norteamericana provocó el engrosamiento constante del monto de la población desempleada y
en estado de pobreza, sobre todo el de la que vivía en la pobreza extrema. Los gastos sociales
necesarios para mantener a esta población con vida y paliar los efectos de descomposición
social y degradación urbana que necesariamente se presentaban, cubiertos con fondos
federales principalmente, se acrecentaron en una gran medida.
Los trabajadores mexicanos separan una parte de su ingreso para remitirlo a sus familiares en
México. El total de las remesas enviadas en 2016 alcanzaron un monto cercano a los 26,000
millones de dólares. Esta cantidad es sustraída al ciclo del capital en Estados Unidos, lo que
entorpece la reversión de esa parte de dinero del monto salarial a su forma de capital-dinero
para la reanudación del ciclo. Una cantidad igual se debe retraer de otras actividades para
cubrir el hueco financiero.
Cuando la oligarquía y sus aliados ponderan los beneficios para la economía norteamericana
del trabajo, en gran parte semi-esclavo, de los migrantes mexicanos, hipócritamente ocultan
que su verdadero interés radica en que las remesas constituyen uno de los pilares
fundamentales del proceso de acumulación de capital de la plutocracia mexicana, esto es, que
el trabajo de los mexicanos en el exterior es utilizado para sostener y llevar adelante el régimen
económico que tiene su fundamento en la explotación y depauperación de los trabajadores
mexicanos.
En la búsqueda de una forma de financiar la construcción del muro fronterizo, los
representantes republicanos analizaron diversas posibilidades; una de ellas era la imposición
de un gravamen a las remesas de los inmigrantes mexicanos.
Poseídos de una sagrada indignación, los interesados defensores de la inmigración mexicana
amenazan, como represalia, con fijar un impuesto a las ganancias de los capitalistas
estadounidenses que invierten en México. Si el impuesto a las ganancias no es meramente
simbólico, sino lo suficientemente alto, desalentará entonces las inversiones norteamericanas

131
en México, las cuales buscarían necesariamente otro destino, que bien podría ser el que quiere
Trump, su retorno al suelo patrio. México –el capitalismo mexicano- perdería por partida doble:
la reducción de las remesas y la pérdida de inversiones, en tanto que la economía
norteamericana tendría una doble ganancia: el impuesto sobre las remesas, que ingresaría a las
arcas públicas, y la repatriación de capitales.
La oligarquía y sus acólitos, cuando se vanaglorian del papel de los trabajadores mexicanos en
la economía norteamericana –en la que son explotados inmisericordemente-, dejan en la
sombra el hecho de que todos esos millones de asalariados fueron expulsados de la economía
mexicana precisamente por la plutocracia y su gobierno. Esta masa enorme de trabajadores
mexicanos debe, sin duda, ser cargada en la cuenta de los desempleados nacionales;
obviamente, las estadísticas oficiales no lo hacen.
El tremendismo económico hizo presa de los actores económicos y políticos mexicanos.
Auguraron la ruina de la economía norteamericana en el caso de que se rompiera la mutua
complementación existente entre México y los Estados Unidos.
Si, por ejemplo, un arancel a las exportaciones mexicanas fuese impuesto, se entorpecería
entonces el flujo de manufacturas a los Estados Unidos –aumentarían sus precios y se
perjudicaría así a los consumidores y los empresarios norteamericanos-. En caso de que el
tributo fuese muy alto, pondría al borde de la ruina a toda la economía norteamericana. Sin
embargo, desde la óptica trumpiana esta situación sería un poderoso incentivo para que los
empresarios norteamericanos sustituyesen las importaciones de mercancías.
Es realmente lastimosa la situación de la oligarquía mexicana. Muchas son, en verdad, sus
tribulaciones. En el caso de que Trump cumpla todo lo que ha prometido a sus electores, la
economía mexicana se irá a pique necesariamente; por otro lado, cualquier medida que nuestro
país tome en represalia por las agresiones imperiales, devendrá, a fin de cuentas, en el
establecimiento de las condiciones necesarias para la realización de las reivindicaciones de
Trump.
La burguesía mexicana y su gobierno han sido derribados violentamente al piso por el vendaval
Trump. Boca abajo, maniatados, con la rodilla imperial sobre la espalda, cada movimiento que
realizan para liberarse de esa oprobiosa sujeción resulta necesariamente en un reforzamiento
de la opresión que los atenaza.
Por lo pronto, han abandonado la cuestión del Tratado de Libre Comercio, dejándola en manos
de los norteamericanos, quienes, como debe ser, definirán los nuevos términos del acuerdo –
determinarán, por tanto, la nueva naturaleza del capitalismo mexicano-, y han centrado su
atención en lo que de manera inmediata han producido las órdenes ejecutivas de Trump.
Desde los primeros días del nuevo gobierno se estableció un endurecimiento de la política de
persecución y expulsión de indocumentados mexicanos. Toda la sensiblería patriotera
acumulada durante la fase anterior se volcó ahora en la hipócrita e interesada defensa de los
migrantes mexicanos; de hecho, a esto quedó reducida desde entonces la tarea del canciller
mexicano. Desde luego que el interés que en esto mueve al gobierno mexicano no es tanto uno
humanitario, la suerte de los indocumentados, sino el tratar de evitar que una deportación
masiva aumente la cantidad de desempleados y pobres en la economía mexicana y con ello los
gastos sociales para mantenerlos con vida.
Los últimos acontecimientos, marcados por los exabruptos violentos y la soberbia de Trump y
por la protesta débil y temerosa de aquellos a quienes ha agraviado, dejan al descubierto, para
que hasta los ciegos neoliberales lo puedan ver, la verdadera naturaleza del capitalismo
norteamericano, esto es, un brutal y descarnado imperialismo, como el romano, y la del
capitalismo dependiente (el mexicano, por ejemplo), un territorio anexo, como las provincias
romanas.

Monterrey, N. L., marzo de 2017

132
Décima segunda parte

EPILOGO

Nuestro país ha llegado al final de un largo viaje que se inició con el establecimiento de las
bases del neoliberalismo en el sexenio de De la Madrid, continuó con la edificación, por el
gobierno de Salinas de Gortari, de la estructura fundamental de esta forma específica del
régimen capitalista existente, siguió con la administración de las crisis inherentes a ese modelo
económico-político por el régimen zedillista, se prolongó con el desarrollo estable de la
economía y la política mexicanas, sobre las bases puestas anteriormente, a lo largo de las
presidencias de Fox y Calderón y tuvo su remate en el gobierno de Peña Nieto, durante el cual
se proporcionó la forma completa al régimen neoliberal mediante la implementación de la
reforma energética.
Al término de este extenso período, el neoliberalismo mexicano ha llegado a su plena madurez;
todas las posibilidades contenidas en su lejana aparición en la década de los años ochenta del
siglo pasado, se han realizado plenamente.
La economía nacional se convirtió definitivamente en una economía exportadora de
mercancías, preponderantemente al mercado norteamericano.
Las trabas y restricciones al capital extranjero fueron eliminadas totalmente.
El capital extranjero, principalmente el norteamericano, fluyó, por múltiples vías, en grandes
cantidades, a la economía mexicana.
Los territorios de Estados Unidos y de México se convirtieron en uno sólo para efectos de la
circulación de mercancías y el movimiento de capitales.
En la economía norteamericana se produjo una división entre la “nueva economía”, liderada
por la industria de la tecnología y por la de bienes de consumo (casas, automóviles, aparatos
electrónicos, consumibles tradicionales que incorporan las modernas tecnologías y nuevos
productos que responden a las necesidades desarrolladas por el consumo masivo) y la “vieja
economía”, integrada por los sectores de la agricultura, la manufactura y los servicios que son
intensivos de mano de obra y se basan en una tecnología de segundo orden.
Igualmente, cristalizó una separación entre, por un lado, las grandes empresas pertenecientes
a la plutocracia y, por el otro, las medianas y pequeñas empresas bajo el dominio de la
mediana y pequeña burguesía.
En el sector de las grandes empresas se da un proceso de acumulación desbocada de capital,
en tanto que en el otro sector se presenta una acumulación muy magra que se acerca
fatalmente a la franca desacumulación.
Se estableció una estructura salarial en la que los salarios del segundo sector son
sensiblemente más bajos que los del primero.
En la economía mexicana se formó un sector integrado por empresas nacionales asociadas con
el capital extranjero (principalmente, pero no solo, norteamericano) productoras de
manufacturas de exportación, empresas extranjeras (igualmente, en gran medida
estadounidenses, pero también de otras nacionalidades), extensiones locales de sus matrices,
en cuyas instalaciones se producen mercancías de exportación, empresas mexicanas asociadas
con el capital extranjero que producen insumos para las empresas nacionales y extranjeras
que orientan su producción al mercado exterior.
La economía mexicana se convirtió en un poderoso polo de atracción para el capital extranjero
de origen distinto que el norteamericano, el cual se aposentó en nuestro país con la finalidad
de producir aquí las mercancías que demandaba el mercado estadunidense.

133
Otro sector de la economía nacional mexicana se integró con las medianas y pequeñas
empresas nacionales, las cuales cuentan con una baja o nula participación del capital
extranjero y atienden principalmente el mercado interno.
Los salarios se caracterizan por ser muy elevados en el sector exportador y bastante bajos en el
sector interno.
Las diferencias salariales entre Estados Unidos y México son abismales. La media de los
salarios norteamericanos es muy superior a la media de los salarios que se pagan en México.
La economía mexicana genera un volumen muy alto de desempleo real, mucho mayor que el
que muestran las estadísticas oficiales. Del total de desempleados que la economía nacional
produce necesariamente, una parte, que es la única que recogen los números del gobierno
mexicano, se queda en el país, y otra, muy nutrida, emigra hacia los Estados Unidos, en donde
una porción es absorbida por el mercado de trabajo norteamericano y otra engruesa el ejército
industrial de reserva de ese país.
La emigración a Estados Unidos tiene los siguientes efectos en la economía mexicana: a)
reduce sensiblemente los gastos sociales del Estado destinados a mantener con vida a la
población sobrante –disminución que se integra con las erogaciones que deja de efectuar para
la población que emigra y aquellas que suplen las remesas, recursos estos que son utilizados
por los familiares de los migrantes para complementar sus míserables salarios o la mezquina
ayuda de la beneficencia estatal-; de esta manera, se eleva el monto del presupuesto que se
utiliza para apoyar el crecimiento del sector exportador, el cual ve así aumentar en una mayor
medida el volumen y la tasa de sus ganancias; b) las remesas proveen anualmente a la
economía mexicana de una cantidad enorme de moneda extranjera.
La emigración mexicana proporciona a la economía norteamericana una numerosa fuerza de
trabajo, la cual también se divide en empleados y desempleados; lo característico de esta
población trabajadora es que vende su fuerza de trabajo por salarios extremadamente bajos.
La fuerza de trabajo que proporcionan los migrantes mexicanos se concentra en aquellos
sectores de las ramas agrícolas y de servicios que son intensivas de mano de obra; sin
embargo, en su desenvolvimiento, se extiende hasta las demás ramas económicas, incluso a la
de la propia moderna tecnología.
En su forma acabada, todos los elementos de la relación entre México y Estados Unidos se
proporcionan un mutuo impulso ascendente.
El capital nacional que produce manufacturas de exportación crece con base en el capital
norteamericano.
El capital norteamericano se acrecienta mediante su asociación con el capital nacional que
produce para la exportación.
El capital norteamericano se incrementa a través de las inversiones directas, cuyos productos
son también para la exportación.
El capital nacional aumenta cuando provee a la economía de exportación de diversos insumos.
El capital norteamericano prospera gracias al empleo del trabajo de los migrantes.
Las mercancías de exportación producidas en México cubren una gran parte de la demanda
norteamericana de estos bienes. La demanda nacional de manufacturas es llenada en gran
medida con importaciones de los Estados Unidos.
El sector económico exportador mexicano y los sectores económicos norteamericanos
beneficiados por el trabajo de los migrantes y el desarrollo venturoso de sus instalaciones en
México progresan considerablemente en estas circunstancias.
La emigración mexicana proporciona fuerza de trabajo sumamente barata a un sector de la
economía norteamericana; una parte de sus ingresos son remitidos a sus familiares en México.
Se forma en nuestro país un fondo multimillonario de reservas en moneda extranjera con los
ingresos por exportaciones y las remesas de los trabajadores migratorios. Este repositorio es
una muralla infranqueable para las crisis cíclicas que habían sido características de la
economía mexicana en los años anteriores.
Todos los elementos de la relación económica entre Norteamérica y México que hemos
analizado están unidos por cadenas que parecen indestructibles. La ideología recoge esta férrea
vinculación real y la postula como la forma superior, de vigencia eterna, de las relaciones
económicas internacionales, la cual corresponde al tipo de organización económica natural-

134
humana del neoliberalismo, régimen económico que constituye el último destino de la sociedad
humana, el fin de la historia.
La oligarquía mexicana y la plutocracia norteamericana dotan a esa relación de un carácter
sagrado. Consideran que su existencia debe ser eterna y que quien atenta contra ella realiza
una acción nefanda, sacrílega.
Por otro lado, para los ideólogos de estos dos grupos económicos, el conocimiento de la
naturaleza de esta relación se obtiene como una revelación que sólo aquellos dotados de una
inteligencia superior pueden tener.
La oligarquía mexicana y la parte de la plutocracia norteamericana que se ha beneficiado con
la relación neoliberal viven, cuando ésta se ha consolidado definitivamente, en una cómoda
placidez, en una zona de confort en la que los movimientos económicos suceden felizmente
conforme a lo esperado. Todo se da con una asombrosa facilidad. La producción para la
exportación no requiere ninguna virtud emprendedora, sobre todo de la audacia competitiva,
pues a nuestros empresarios sólo les basta con ponerse a la sombra del capital extranjero, lo
cual les proporciona una fuente de recursos y mercado seguro adjuntos; la exportación de
mercancías es similar al traslado de bienes en el mismo territorio norteamericano; una parte
sustancial del capital extranjero viene con las inversiones directas y las asociaciones
estratégicas, sin necesidad de que nuestros empresarios participen en ningún competido
mercado de capitales; las inversiones de portafolio de capital extranjero llegan a la economía
mexicana atraídos por la fuerza gravitatorio de las grandes ganancias que proporciona una
economía floreciente, las desmesuradas facilidades fiscales que se les otorgan y la certeza de su
conversión prácticamente instantánea a dólares; la emigración fuente de fuerza de trabajo para
la economía norteamericana fluye con la misma regularidad con que la economía mexicana
genera población sobrante; el monto de las reservas en moneda extranjera se nutre
automáticamente, sin ninguna participación activa de nuestros empresarios, con los enormes
superávit de las balanzas comercial y de capital y los volúmenes inmensos de remesas que
anualmente envían los migrantes a sus familiares en México; los empresarios norteamericanos,
sin mover un dedo, con sólo que su gobierno sea interesadamente ciego y sordo ante la
avalancha migratoria, reciben regularmente oleadas de fuerza de trabajo casi gratuita y
semiesclava para sus empresas intensivas de mano de obra y, cuando los migrantes se
reproducen en su patria adoptiva, de trabajadores de una calificación más alta que son
utilizados por empresas de un nivel tecnológico superior, incluso las de la propia tecnología; las
empresas estadounidenses extienden sus instalaciones hasta México pues se desplazan por
una ancha calzada que está pavimentada con los salarios deprimidos, lo irrisorio de las
prestaciones sociales y la precariedad de las relaciones laborales de los trabajadores en México,
las exenciones fiscales, los incentivos de diversa índole (donación de terrenos, etcétera), esto es,
acondicionada por el estatismo y el populismo.
A todas las características de su tortuosa personalidad, las cuales ya hemos tenido la
oportunidad de admirar a lo largo de este trabajo, los empresarios suman, bajos ciertas
circunstancias, estas otras: displicencia, complacencia, comodidad, autosatisfacción,
morosidad intelectual, etcétera, que son todas un embotamiento de las proverbiales virtudes
empresariales: valor, audacia, temeridad, inteligencia, etcétera.
Así sucede con los empresarios mexicanos y norteamericanos unidos en la relación neoliberal a
la que nos hemos referido. Una vez que, subidos sobre los hombros del capital norteamericano,
los empresarios mexicanos han construido el edificio neoliberal, deciden descansar en sus
laureles y pasivamente dejan que sean las condiciones económicas, establecidas y mantenidas
por el capital norteamericano, las que obren en favor de sus intereses.
Todos los elementos que aquí hemos conceptuado como integrantes de la relación neoliberal
entre México y Estados Unidos tienen a su otro en sí mismos; su desarrollo es al mismo tiempo
el de los factores de su negación. El neoliberalismo es en sí mismo su otro, el
neoproteccionismo, y lo genera necesariamente, aunque en una primera fase de una manera
no explícita, sino subterránea.
La producción de manufacturas para su exportación al mercado norteamericano alcanza tal
volumen que conduce necesariamente a un creciente déficit de la balanza comercial de los
Estados Unidos respecto de las importaciones mexicanas; una fuerte corriente de dólares fluye

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de la economía norteamericana hacia México, en donde se atesora bajo la forma de reservas
internacionales.
Las inversiones en asociaciones estratégicas y directas de capital norteamericano llegan a un
punto en el cual provocan una severa desindustrialización en los Estados Unidos por la
emigración de las instalaciones y las empresas que las alimentan de diversos insumos;
igualmente, no se crean en la economía norteamericana los empleos correspondientes a esas
inversiones.
La fuerza de trabajo migrante, de entrada llena una necesidad de la economía norteamericana,
por lo que realmente complementa a la fuerza de trabajo estadounidense, la cual entonces se
traslada a ramas con trabajos mejor pagados; sin embargo, en la medida en que la inmigración
crece, sus oleadas desplazan más y más trabajadores norteamericanos, hasta llegar en su
avance a las propias industrias de la tecnología; la invasión migrante provoca el descenso de
los salarios y un aumento del desempleo para los trabajadores de la metrópoli.
La inmigración mexicana desbordada produce una sobrepoblación específica, en la cual se
cultivan la extrema miseria, la desocupación, los problemas sociales como la drogadicción y la
delincuencia, etcétera.
La inmigración incrementada es un vehículo de entrada para los carteles de la droga
mexicanos, los cuales conquistan un lugar preponderante al lado de la misma delincuencia
organizada norteamericana y al final se fusionan con ella.
La concurrencia de la delincuencia organizada mexicana origina necesariamente el aumento
dramático de la drogadicción, la delincuencia y la violencia entre la población joven
norteamericana.
Todas las consecuencias sociales que la inmigración mexicana genera en los Estados Unidos:
miseria, desempleo, drogadicción, violencia, inseguridad, descomposición social, etcétera,
superan con creces cualquier beneficio que para la economía norteamericana pudiera tener el
empleo de su trabajo semi-esclavo; los gastos sociales que los gobiernos federal y locales
estadunidenses tienen que hacer para intentar paliar, que no erradicar, los males que provoca
la inmigración son cada vez mayores y tienen una efectividad decreciente.
Las remisiones de los inmigrantes mexicanos son una parte creciente del capital productivo de
la economía norteamericana que no retorna al ciclo de la circulación general; es una detracción
de capital que tiene que ser repuesta con recursos nuevos en un monto que crece año con año;
es una verdadera sangría para la economía estadounidense.
En la economía mexicana, la hipertrofia del sector exportador ocasiona necesariamente el bajo
desarrollo o de plano el estancamiento e incluso el retroceso del sector interno.
La política establecida por la oligarquía norteamericana de sustituir la producción interna de
bienes de consumo con importaciones produce una severa desindustrialización, la cual provoca
un daño directo al sector II de la economía norteamericana –quiebras de empresas, desempleo,
etcétera-, y un efecto negativo general -degeneración de las ciudades industriales, aumento de
la miseria, la drogadicción, la violencia, etcétera-; también da origen a un enorme déficit
comercial que constituye un grave trastorno para la economía en general, la “nueva economía”
incluida. El reemplazo de la mano de obra nativa con la fuerza de trabajo de los migrantes
desemboca, necesariamente, en un desempleo rampante entre los trabajadores
norteamericanos, en un descenso de sus salarios y de sus condiciones de vida y en el
incremento de los problemas sociales concomitantes.
El crecimiento desmandado de la economía mexicana bajo la dirección de la oligarquía
neoliberal tiene como resultados fundamentales para los trabajadores el aumento centuplicado
del desempleo, el drástico descenso del salario real, la reducción tajante de las prestaciones
sociales, el descenso catastrófico del nivel de sus condiciones de vida, etcétera. En la misma
medida, la voluntad neoliberal de la oligarquía se ha acrisolado y su férrea decisión de
incrementar sin medida, a toda costa, sus ganancias se acentúa en grado extremo. Esta
volición acendrada se manifiesta en toda la violencia, incluso criminal, utilizada por los
gobiernos neoliberales, especialmente el de Salinas de Gortari, contra sus hermanos de clase,
los empresarios del sector II, los trabajadores agrícolas e industriales, diversos grupos sociales
marginados y empobrecidos, la intelectualidad pequeño burguesa, etcétera, con la finalidad de
imponer a estas clases y grupos sociales, sin apelación, las particularidades que el modelo de

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acumulación de capital propugnado por el sector I exige. Actuando en ese sentido, la oligarquía
neoliberal repele instintivamente cualquier cambio a la estructura económica que ha
construido, así sea la más pequeña, incluso sólo nominal, concesión a las clases y grupos bajo
su dominación. En la fase superior de su existencia, el neoliberalismo mexicano ejerce
plenamente su dictadura económica e ideológica sobre la población mexicana.
En los parágrafos La moralidad e inmoralidad del capitalismo mexicano y El neoliberalismo y la
escandalosa miseria moral del capitalismo mexicano, contenidos en la Primera parte de este
trabajo, en el apartado La democracia neoliberal, hemos develado la relación inextricable que
existe entre el régimen capitalista y la delincuencia.
El núcleo de ese vínculo es el crimen de lesa humanidad que el capitalismo comete en contra
del trabajo asalariado en el proceso de trabajo.
El acto fundamental del proceso de producción capitalista es la exacción por el capitalista de
trabajo excedente de los trabajadores. El capitalista adelanta al trabajador un salario en el que
se materializa cierta cantidad de trabajo; al final del proceso productivo el obrero produce un
valor superior al que el capitalista le ha anticipado. El remanente del valor se lo apropia el
capitalista sin retribución alguna para el trabajador. Se trata de un verdadero despojo, de un
delito puro y simple el que cometen los capitalistas en contra de los obreros en el proceso
productivo capitalista. Toda la riqueza del régimen capitalista está formada por plusvalía que
ha sido arrancada a los trabajadores sin compensación alguna y se acumula en manos de los
capitalistas.
Mediante los métodos de producción de plusvalía absoluta y relativa y la acumulación de
capital produce la extensión inmoderada de la jornada de trabajo, el descenso catastrófico del
salario real, la intensificación desmedida del trabajo y del consumo, la maquinización creciente
del trabajo, todo lo cual se traduce, para los trabajadores, en hambre, enfermedades, muerte
prematura, falta de vivienda, desempleo, en general en una miseria abrumadora, y,
simultáneamente, en la total anulación de las características humanas de los trabajadores, en
el desgaste y degeneración de todos sus órganos y procesos orgánicos, en la pérdida irremisible
de su humanidad (carácter colectivo).
La relación trabajo asalariado-capital es instaurada, mantenida y desarrollada a través de la
violencia física y moral más atroz ejercida por los capitalistas en forma individual y como clase.
En la sociedad de consumo se establece la plena propiedad privada del individuo sobre sí
mismo; por un lado se pone como el yo absoluto, y por el otro, erige como la necesidad
absoluta al placer exacerbado. Esta naturaleza es la que provoca la repulsión recíproca entre
los individuos y el desarrollo de todas las ramas económicas destinadas a la satisfacción de la
necesidad placentera, tales como las industrias del entretenimiento, las bebidas alcohólicas,
los estupefacientes, la prostitución, etcétera.
En la cúspide del neoliberalismo mexicano, la cual se alcanza en el sexenio de Peña Nieto,
todas las características de la forma superior de la relación capitalismo-delincuencia que
estudiamos en el Apartado La democracia neoliberal llegan también al punto más alto de su
desenvolvimiento.
El crimen organizado ha crecido exponencialmente durante los sexenios de Fox, Calderón y
Peña Nieto.
El ejército criminal se ha incrementado hasta integrar a una buena parte de la población
mexicana, su potencia de fuego aumentó en una gran medida, la violencia que utiliza en sus
acciones criminales se ha vuelto excesivamente sanguinaria y su capacidad económica es
ahora muchas veces mayor que hace 18 años. El campo de acción de los carteles mexicanos se
ha extendido más allá de nuestras fronteras; pobladas ramas de los mismos se extienden a
Estados Unidos, Sudamérica, Europa, etcétera.
El entrelazamiento del crimen organizado con las empresas privadas mexicanas y el Estado
mexicano es mucho más amplio y estrecho que anteriormente; la subsistencia y desarrollo de
la economía privada tiene en estos tiempos un nexo más fuerte que nunca con la economía de
los carteles criminales; lo mismo sucede entre el Estado y la delincuencia organizada.
Los funcionarios públicos, además, detraen, abierta y cínicamente, cantidades grandísimas –
como en ninguna otra época- de recursos de los presupuestos públicos y los incorporan a su
propiedad privada.

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En suma, las empresas privadas y su Estado, esto es, la economía neoliberal, tienen en sí
mismos a su otro, el crimen y la delincuencia, y en él se convierten necesariamente; el
neoliberalismo y la delincuencia organizada son los extremos de una contradicción que se
generan y se niegan recíprocamente.
En la cumbre del régimen neoliberal todos los elementos positivos que lo constituyen alcanzan
la cúspide de su desarrollo; pero al mismo tiempo, su carácter negativo adquiere una fuerza
poderosa, aunque su existencia se mantiene en parte oculta, subterránea.
El crimen organizado crece en tal forma que se convierte en una pesada carga que se
incrementa sin medida y entorpece de una manera cada vez más decisiva el desempeño de la
economía neoliberal.
La oligarquía neoliberal centra sus acciones económicas y políticas en mantener bajo control la
negatividad que ella misma engendra; el núcleo de su actividad consiste en no hacer ninguna
concesión económica ni política al sector II de la economía ni a los diversos grupos sociales que
lo integran. Utiliza toda la fuerza económica, política e ideológica que posee para reforzar las
cadenas con las que mantiene aherrojado al “pueblo” mexicano.
Por ejemplo, a cualquiera se le ocurre que para combatir con eficacia al crimen organizado –el
otro yo del régimen neoliberal- y reducirlo sensiblemente, tan sólo bastaría con cambiar el
modelo de acumulación actualmente existente por uno que cree empleos en forma masiva; de
esta manera se cegaría, cuando menos en parte, la fuente de la que se nutre la delincuencia,
esto es, el desempleo mayúsculo que necesariamente produce el neoliberalismo. Pero esto
requeriría, necesariamente, trasladar grandes recursos desde el sector exportador y sus
adláteres hacia las empresas que cubren el mercado interno. Ese desplazamiento de medios
traería como consecuencia un notable descenso de la acumulación en el sector exportador, esto
es, la caída a plomo de sus ganancias y del crecimiento de su capital, cuando no una franca
desacumulación.
El régimen neoliberal no puede lanzarse a fondo en el combate al crimen organizado por 1) su
propia naturaleza criminal, 2) la imbricación de la delincuencia con la economía neoliberal, que
hace imposible la separación de una de la otra, pues tal desprendimiento ocasionaría
ineluctablemente la ruina económica del neoliberalismo; 3) la imposibilidad absoluta de romper
su rigidez ideológica para cambiar el modelo de acumulación, única forma de reducir
radicalmente la criminalidad.
La negatividad que engendra la economía neoliberal ha producido un difuso movimiento social
opositor que en sus orígenes fue conducido por Cuahutémoc Cárdenas y en la actualidad
reconoce como su líder a Andrés Manuel López Obrador.
Esta corriente representa los intereses de un sector de la burguesía mexicana y de la pequeña
burguesía tributaria suya.
Sometida económica, política e ideológicamente, la clase de los trabajadores marcha en este
proceso bajo la dirección y control férreos de la burguesía; no tiene intereses propios, sino los
que la clase dominante le confiere como parte indiferenciada del “pueblo”.
La alianza de clases opositora ha sido sometida por la oligarquía neoliberal a un proceso de
decantación por el cual fue despojada de todos sus rasgos peligrosos, aquellos que amenazan
la dominación de la burguesía neoliberal, sobre todo lo que se refiere a la radicalidad de sus
reivindicaciones y a la manifestación pública de las mismas, a sus formas de lucha,
haciéndolas descender desde las combativas manifestaciones masivas a la inane lucha
electoral, desde luego organizada y dirigida por la propia oligarquía.
Metida a la camisa de fuerza de la democracia neoliberal, reducidas sus reivindicaciones de tal
manera que tienen diferencias sólo de detalle respecto de las de la oligarquía y limada
convenientemente su agresividad política, la oposición antineoliberal se dispone de nueva
cuenta a conquistar el poder en las elecciones que se realizarán el primer domingo de julio de
2018.
La izquierda antineoliberal ha construido una nueva amplia base social, distinta de la que tuvo
en sus intentos anteriores de acceso al poder, unida por desleídas reivindicaciones que son
comunes a todos sus integrantes, pero conservando las diferencias que los intereses
encontrados de los distintos grupos imponen.

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Este extenso pero difuminado fundamento quizá le permita a la izquierda mexicana hacerse del
anhelado poder político, pero bajo las siguientes condiciones.
La gran fuerza electoral que ha adquirido la izquierda mexicana ha generado una vigorosa
oposición de la oligarquía neoliberal; esta clase está dispuesta a evitar por todos los medios,
legales e ilegales, el triunfo del candidato opositor.
Si éste supera tal obstáculo y es declarado triunfador, entonces se presentan dos situaciones
posibles: que su partido logre o no la mayoría en las cámaras legislativas. En el primer caso,
podrá sacar adelante, sin contratiempos, su programa de gobierno, el cual contiene, como ya
sabemos, únicamente inocuas reivindicaciones “populistas”, aún así conceptuadas por la
oligarquía como “socialistas”; en el segundo, encontrará un firme obstáculo que solamente
podrá salvar mediante negociaciones con la oligarquía, en las cuales tendrá que hacer
concesiones que adelgazarán aún más sus propuestas originales. Si la fuerza de la oligarquía
es lo suficientemente grande en las cámaras legislativas, podría incluso intentar una
impugnación constitucional del mandato de López Obrador.
En el mejor de los casos, que sería aquel en el que el gobierno “populista” terminase su
mandato, habría entonces creado las premisas para una vuelta al poder de una oligarquía
encolerizada que entonces cobrará con creces la osadía del populismo.
Por lo que respecta al otro extremo de la relación económica, a la economía norteamericana, el
dialéctico Trump, en su campaña y en su primer año de gobierno puso suficientemente de
relieve los elementos negativos para la economía estadounidense de la conexión económica
entre los dos países.

Bibliografía

Robledo Esparza, Gabriel, El desarrollo del capitalismo mexicano, Biblioteca Marxista, Sisifo
Ediciones, Mexico, 2007.
Robledo Esparza, Gabriel, La crisis financiera internacional, Biblioteca Marxista, Sisifo
Ediciones, Mexico, 2013.

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