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Encabezado: [TÍTULO ABREVIADO DE HASTA 50 CARACTERES] 1

Einstein y Leibniz

Paul Andres Chica Feria

Universidad de Cartagena

Calculo Diferencial

30/03/2023
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Introduccion

Estos dos genios del siglo xx , fueron actores de la revolucion cientifica que

dio lugar al siglo de las luces, por una parte tenemos al inventor de el calculo

diferencial , un metodo excepcional para resolver problemas de geometria y fisica, y

por otra parte al revolucionaria de la fisica teorica ,que gracias a su cuestionamiento

de los postulados existentes , demostro conceptos relevantes y nuevos para

muchos , en el siguiente ensayo se describira distintos aspectos de sus vidas , su

participacion en la sociedad y la persona detrás de aquellos destellos de genialidad

que le mostraron a la humanidad el camino de la ilustracion


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Einstein y Leibniz

Leibniz:

Leibniz (1646-1716) fue el último de los hombres universales del Renacimiento y el

primer ilustrado del Siglo de las Luces. Como tantos otros sabios europeos antes que él. al

terminar los estudios universitarios declinó aceptar un puesto académico para entrar al

servicio de un príncipe. Pensaba que así le resultaría más fácil aplicar sus esquemas

reformistas a la promoción de una sociedad universal, libre y pacífica. Las contribuciones de

Leibniz se extienden por los campos del derecho, la política y la religión, no menos que por

los de la historia, la lingüística, las matemáticas, la física, la filosofía y la teología. A pesar de

semejante dispersión, las contribuciones a cualquiera de estos campos serían suficientes para

asegurarle un puesto preferente en la historia del pensamiento. Por ejemplo, en el campo de

las matemáticas inventó independientemente de Newton el cálculo diferencial, un

instrumento poderoso para resolver con elegancia problemas de geometría y de física. En este

último terreno desarrolló una filosofía de la materia activa y estableció diversos principios

sobre la vis viva, como la convertibilidad de la energía cinética y potencial o su conservación

en los choques. (a pesar de la pérdida aparente en el caso de choques inelásticos). Otra

aportación fértil fue la deducción de las leyes de la óptica, pues con ello demostró la utilidad

de los principios estacionarios en física, los cuales Euler, Lagrange y Hamilton aplicaron más

tarde con buenos resultados. Algunos de los principios generales de Leibniz, incluidos el

principio de continuidad (del que había hecho uso para refutar las reglas cartesianas para el

choque), el principio de razón suficiente y, sobre todo, la distinción entre proposiciones

necesarias y contingentes (es decir, entre verdades de razón y verdades de hecho), ejercieron

influencia en la metodología científica. Así, esta última distinción proporcionó una base firme

para la combinación de la teoría y la experimentación, mientras que el principio de razón

suficiente permitió dar explicaciones científicas en términos de causación física y, al mismo


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tiempo, en términos de los principios teleológicos que había aplicado en óptica. Entre sus

aportaciones a la ciencia y la tecnología, y no en último lugar, se encuentran la invención y el

perfeccionamiento, a lo largo de más de cuarenta años, de una máquina aritmética y la

creación (de hecho) de la Academia de Ciencias de Berlín, de la cual fue el primer presidente.

Una vez hubo finalizado sus estudios universitarios, Leibniz declinó la oferta de un puesto de

profesor titular, y prefirió entrar al servicio de un poderoso príncipe. Pues sólo así podría

cumplir el objetivo de aplicar utilitariamente sus aportaciones al desarrollo de la ciencia y la

tecnología, en beneficio de una sociedad cristiana universal capaz de vivir en paz y armonía.

Su primer nombramiento al servicio del elector de Maguncia le llevó a París, donde habría

permanecido de habérsele presentado la oportunidad de ejercer su influencia como miembro

remunerado de la Academia Real de Ciencias. Los académicos, sin embargo, no quisieron

nombrar a otro extranjero (además de Huygens y Cassini) y Leibniz aceptó reluctante la

Leibniz - Una biografía www.librosmaravillosos.com Eric J. Aiton 6 Preparado por Patricio

Barros invitación de entrar al servicio del príncipe gobernante de Hannover, donde había de

permanecer el resto de su vida, con la excepción de algunos periodos pasados en Berlín y

Viena. En las Cortes de Hannover, Celle, Wolfenbüttel, Berlín y Viena mantuvo encuentros

con los principales hombres de estado, diplomáticos y generales, y mantuvo además una

estrecha amistad con algunos príncipes y princesas, en particular con Antonio Ulrico de

Wolfenbüttel, Sofía, duquesa de Hannover, y su hija Sofía Carlota, reina de Prusia. En sus

últimos años, cuando estos tres amigos habían muerto y él había perdido el favor del último

príncipe de Hannover a cuyo servicio estuvo, Jorge I de Inglaterra, la disputa con Newton por

la prioridad en la invención del cálculo se encontraba en su momento más álgido. A pesar de

las críticas y los problemas, sin embargo, nunca perdió su optimismo, de tal forma que su

secretario, Eckhart, pudo escribir a su muerte que siempre había hablado bien de todo el

mundo y procurado hacer lo óptimo. Leibniz falleció en Hannover en 1716: para entonces,


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estaba tan fuera del favor en la Corte que ni Jorge I (quien se encontraba cerca de Hannover

en ese momento) ni ningún otro cortesano, más que su secretario personal, asistieron al

funeral. Aun cuando Leibniz era miembro vitalicio de la Royal Society y de la Academia

Prusiana de las Ciencias, ninguna de las dos entidades consideró conveniente honrar su

memoria.

Su tumba permaneció en el anonimato hasta que Leibniz fue exaltado

por Fontenelle ante la Academia de Ciencias de Francia, la cual lo había admitido como

miembro extranjero en 1700. La exaltación se redactó a petición de la duquesa de Orleans,

nieta de la electora Sofía.


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Einstein:

La vida y obra de Einstein reflejan el trastorno de las certidumbres sociales y los absolutos

morales que caracterizó la atmósfera modernista de comienzos del siglo XX. Flotaba en el

aire un imaginativo inconformismo; Picasso, Joyce, Freud, Stravinski, Schonberg y otros

rompían los límites convencionales. Y asimismo formaba parte de esa atmósfera una

concepción del universo en la que el espacio y el tiempo y las propiedades de las partículas

parecían basados en los caprichos de la observación. Einstein, sin embargo, no era un

auténtico relativista, aunque fuera así como muchos lo interpretaran, incluyendo algunos

cuyo desdén estaba teñido de antisemitismo. Por debajo de todas sus teorías, incluida la

relatividad, subyacía la búsqueda de constantes, certezas y absolutos. Einstein creía que

existía una realidad armónica tras las leyes del universo y que el objetivo de la ciencia era

descubrirla. Su búsqueda se inició en 1895, cuando a los dieciséis años de edad trató de

imaginar qué sentiría alguien que viajara con un rayo de luz. Una década despues de eso,

arrebató a la naturaleza su gloria suprema con una de las teorías más hermosas de toda la

ciencia, la teoría de la relatividad general. Como en el caso de la relatividad especial, su

pensamiento había evolucionado a través de experimentos mentales. «Imagine que se

encuentra en un ascensor completamente cerrado que es objeto de una aceleración a través

del espacio», conjeturaba en uno de ellos; «los efectos que sentiría resultarían indistinguibles

de la experiencia de la gravedad». La gravedad, imaginó, era una deformación del espacio y

el tiempo, e ideó unas ecuaciones que describían cómo la dinámica de esta curvatura se

deriva de la interacción entre materia, movimiento y energía. Ello puede describirse mediante

otro experimento mental. Imagine que se hace rodar, por ejemplo, una bola de bolera sobre la

superficie bidimensional de una cama elástica. Una vez que esta se haya detenido, haremos

rodar unas cuantas bolas de billar. Estas últimas se moverán hacia la bola de bolera no porque
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esta ejerza alguna atracción misteriosa, sino debido al modo en que hace curvarse el tejido de

la cama elástica. Ahora imagine que eso mismo sucede en la superficie tetradimensional del

espacio-tiempo. Es cierto que imaginar esto último no nos resulta nada fácil, pero

precisamente por eso nosotros no somos Einstein y él sí. El punto medio exacto de su carrera

tuvo lugar una década después de eso, en 1925, y resultó ser asimismo un punto de inflexión.

La revolución cuántica que Einstein había ayudado a iniciar se estaba transformando en una

nueva mecánica que se basaba en incertidumbres y probabilidades. Ese año hizo sus últimas

grandes contribuciones a la mecánica cuántica, pero al mismo tiempo empezó a oponerse a

ella. Einstein pasaría las tres décadas siguientes, hasta finalizar con unas cuantas ecuaciones

garabateadas en su lecho de muerte en 1955, criticando tenazmente lo que él consideraba el

carácter incompleto de la mecánica cuántica, al tiempo que trataba de incorporar esta a una

teoría del campo unificado. Tanto durante sus treinta años de revolucionario como durante

sus treinta posteriores de opositor, Einstein se mantuvo constante en su voluntad de ser un

solitario serenamente divertido con un confortable inconformismo. De pensamiento

independiente, se dejaba arrastrar por una imaginación que rompía los límites del saber

convencional. Era una oveja negra, un rebelde reverente, y se guiaba por la fe —llevada con

ligereza y con cierto guiño— en un Dios que no jugaba a los dados dejando que las cosas

acontecieran por casualidad. El 16 de abril de 1955, Albert Einstein experimentó una

hemorragia interna causada por la ruptura de un aneurisma de la aorta abdominal, que

anteriormente había sido reforzada quirúrgicamente por el doctor Rudolph Nissen en 1948.

Einstein rechazó la cirugía, diciendo: «Quiero irme cuando quiero. Es de mal gusto prolongar

artificialmente la vida. He hecho mi parte, es hora de irse. Yo lo haré con elegancia». Murió

en el Hospital de Princeton a primera hora del 18 de abril de 1955 a la edad de setenta y seis

años.42 En la mesilla quedaba el borrador del discurso por el séptimo aniversario de la


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independencia de Israel, que jamás llegaría a pronunciar, y que empezaba así: «Hoy les hablo

no como ciudadano estadounidense, ni tampoco como judío, sino como ser humano».

Conclusion:

Estos dos personajes del siglo xx fueron el simbolo de la ciencia exacta , dando

grandes avances en el aspecto social,politico,cultural y cientifico de su pais ,logrando asi una

esfera de conocimientos amplios para aquellos que interactuaron en el ambiente de desarrollo

de sus ideas cientificas.

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