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ENSAYO DEL SEXTO

AUTOR: JOSE MARIA ARGUEDAS


José María Arguedas, poseía un estilo antiguo y su obra
implica lo poético, lo social y cultural, proponiendo
nuevos enfoques en una Nación donde hay mucha
diversidad pero a la vez hay hostilidades y
discriminaciones entre unos y otros. Tal vez, el mestizaje
para Arguedas, estuvo por encima de todo porque
buscaba que haya una igualdad entre todas las gentes del
Perú, y que no exista esa desigualdad que hasta nuestros
días permanece donde unos salen más beneficiados que
otros a costa del sacrificio de la mayoría.
Sabemos que José María Arguedas era una persona
mestiza, que vivió en dos mundos diferentes, pero
siempre le dio mayor interés al mundo andino debido a
que era el más desvalorizado. Sus obras narrativas serían
una apuesta por el diálogo.
José María Arguedas tuvo una mirada profunda a la
literatura ya que en sus obras, plasma todo sus
sentimientos y todo lo que vivió en sus tiempos. Para él
nuestro país el Perú engloba una infinidad de culturas y
lenguas. Inspirándose en ello con el propósito de cambiar
al país a través de la literatura.
Pues muchas personas no tenemos aún claro que todos
somos iguales, que todos somos peruanos, que tenemos
un mismo pasado histórico y glorioso que marcó el
destino de nuestro país. Por ello nosotros debemos
sentirnos orgullosos de ser peruanos y valorar lo que
tenemos. Por estos y otros motivos debemos valorar la
importancia literaria de José María Arguedas, y el
presente ensayo fue elaborado con ese propósito.

FUNDAMENTOS
En la obra El Sexto, cuenta las experiencias de Gabriel
durante su prisión en la conocida cárcel limeña. La
fetidez, el aspecto sombrío, el envilecimiento de la
persona son las notas primeras que diseñan la forma de la
cárcel y su mundo cerrado. Gabriel ingresa en ella a causa
de su actividad como líder estudiantil: al hacerlo, tiene la
impresión de haber penetrado en una ciudad turbulenta y
desconocida. Los personajes que encuentra (criminales,
maleantes, degenerados, presos políticos y estudiantes),
su conducta, los hechos insólitos convertidos en norma
carcelaria, la estratificación del penal –especie de jaula
rectangular dividida en tres pisos horizontales– en donde
se distribuyen, de abajo hacia arriba: vagos y asesinos,
maleantes no avezados, y detenidos políticos; la noche y
la mañana contempladas desde la celda, todo esto, por
fin, en frente de Gabriel, y al mismo tiempo en su
entorno, lo impele a buscar perspectivas –íntimas y
externas– para ordenar la secuencia de figuras disformes
que lo cercan.
Esa realidad –que no es paisaje natural– cosificada en el
volumen oscuro de la cárcel, lo incita al recuerdo de la
infancia serrana, bajo el sol brillante que fustiga el campo.
La lluvia menuda, el cielo descolorido le recuerdan que la
cárcel está en Lima; el ruido de los automóviles, la torre
de la iglesia cercana, no obstante su proximidad, le
recortan el espacio y lo insertan en el paisaje de la
prisión, crucero principal de la ciudad moderna. El Sexto,
erguido y voluminoso, se le asemeja un monstruo que
tritura a sus huéspedes imperturbablemente. En diálogo
con Cámac, su compañero de celda, sindicalista minero,
intuitivo y serrano como él, Gabriel aprende las más
claras lecciones sobre la cárcel y la vida. Cámac tenía un
ojo enfermo que le supuraba sin pausa; pero por el sano
irradiaba una luz convincente, de tenaz rebeldía. La
opacidad y el fulgor de sus ojos impresionan a Gabriel y
trasuntan la lucidez y el desvarío de las pláticas;
entretanto, el monstruo cosificado adquiere otra
significación: en él se apretuja la estructura humana y
económica del Perú contemporáneo, sólo que,
paradójicamente, el sector popular ocupa el nivel más
alto, cual si se hubiese invertido la pirámide social.
Gabriel ensambla su análisis con las desordenadas
observaciones de Cámac, y reconoce que le confieren
razón al minero; mas, aparte el acuerdo conceptual,
percibe que una fuerza emotiva, lo aproxima a éste y
otros hombres de distintos credos, y que en cambio lo
separa del frío sustento analítico que caracteriza a los
dirigentes de los partidos organizados en el penal. En la
tabulación de las costumbres carcelarias, de la conducta
de los reclusos, y de las amistades y los odios, entra en
juego un conjunto de apreciaciones y sentimientos
pertinazmente serranos. Las tres figuras capitales:
Gabriel, Cámac, Juan, son de origen andino. La intuición y
el sentimiento, la reminiscencia y la furia despojada de
doctrina, hermanan a estos hombres en su percepción del
país como secuencia de espacios (sierra-costa), y como
espacio con profundidad, en el prisma de base
rectangular que es el Sexto y todo el Perú.
La vida carcelaria debería ser entonces una experiencia
compartida, mas, puesto que en ella se revelan igual que
al microscopio los vicios y virtudes del país, Gabriel
descubre que el suyo, como el problema de los otros
políticos, no es un caso personal, no es un caso de
conciencia, y sin embargo está anegado de
individualismo. "La soledad no se goza; la soledad se
sufre": junto a la escoria humana, en El Sexto se hallan los
seres más idealistas del país; sin embargo, la discrepancia
en las cuestiones prácticas aleja a los hombres más que
las ideas, y lo que distingue a la persona, –para Gabriel
¡intelectual!– no son las teorías, sino la conducta. Frente
al monstruo cosificado, los hombres se autodefinen y
desunen, a pesar de haber comprendido el secreto de la
cárcel y de la sociedad.
Después de oír las opiniones de Cámac sobre el estado
del Perú y el remedio de su crisis, Gabriel comenta: "Aun
en la cárcel me parecían temerarias esas palabras".
"Tenía 23 meses de secuestro en el penal y había
recuperado allí el hábito de la libertad". No se había
juzgado con tan punzante amargura a nuestros regímenes
dictatoriales; en ellos, la cárcel, negación de la persona,
disforme reflejo de la sociedad, le ofrece al hombre lo
que la vida ciudadana le arrebata: la libertad de
comprender y de expresarse; le promete, en fin, el sueño
de un nuevo país. Y aunque sólo sea en el plano
simbólico, esta realidad se desborda del prisma, y
expande e incorpora las secciones parciales del territorio
en un nuevo "todo" ideal. Ese ideal habita en el Sexto; en
ese sentido uno de los reclusos dirá "Esta es nuestra
casa…".

CONCLUSIÓN
Gabriel ingresa en ella a causa de su actividad como líder
estudiantil: al hacerlo, tiene la impresión de haber
penetrado en una ciudad turbulenta y desconocida. Los
personajes que encuentra (criminales, maleantes,
degenerados, presos políticos y estudiantes), su
conducta, los hechos insólitos convertidos en norma
carcelaria, la estratificación del penal.
Las tres figuras capitales: Gabriel, Cámac, Juan, son de
origen andino. La intuición y el sentimiento, la
reminiscencia y la furia despojada de doctrina, hermanan
a estos hombres en su percepción del país como
secuencia de espacios (sierra-costa), y como espacio con
profundidad, en el prisma de base rectangular que es el
Sexto y todo el Perú.
En El Sexto se hallan los seres más idealistas del país; sin
embargo, la discrepancia en las cuestiones prácticas aleja
a los hombres más que las ideas, y lo que distingue a la
persona, –para Gabriel ¡intelectual!– no son las teorías,
sino la conducta. Frente al monstruo cosificado, los
hombres se autodefinen y desunen, a pesar de haber
comprendido el secreto de la cárcel y de la sociedad.
Arguedas define a "El Sexto" como una escuela del vicio,
pero a la vez como una escuela de generosidad. Y es que
en ese lugar el escritor encontró lo peor que la sociedad
ha parido pero a la vez la esperanza de quienes luchaban
por cambiarla, sufriendo no solo la privación de la
libertad sino torturas y sufrimientos. Al margen de las
menudas disputas doctrinarias que se dan entre los
presos políticos, existe ideales comunes que en
determinados momentos hermana a todos ellos: la lucha
contra una dictadura totalitaria y el deseo por implantar
en el país la justicia social.

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