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Francisco Franco Bahamonde

(El Ferrol, 1892 – Madrid, 1975) Militar y dictador español. Tras


participar en el fallido golpe de Estado del 18 de julio de 1936 y
liderar la victoria de las fuerzas sublevadas contra la Segunda
República en la subsiguiente Guerra Civil (1936-1939), instauró una
dictadura con reminiscencias fascistoides que perduró hasta su
muerte y que daría nombre a todo un periodo de la historia moderna
de España: el franquismo (1939-1975).

Nacido en una familia de clase media de tradición marinera,


Francisco Franco eligió la carrera militar, terminando en 1910 sus
estudios en la Academia de Infantería de Toledo. Ascendió
rápidamente en el escalafón por méritos de guerra, aprovechando la
situación bélica de Marruecos, en donde permaneció destinado
entre 1912 y 1926, con breves interrupciones: en 1923 era ya jefe
de la Legión, y en 1926 se convirtió en el general más joven de
Europa.
La brillante carrera de Francisco Franco continuó bajo distintos
regímenes políticos: con la dictadura de Miguel Primo de Rivera
(1923-1930) llegó a dirigir la Academia General Militar de Zaragoza
(1928); con la Segunda República (1931-1936) participó en la
represión de la Revolución de Asturias (1934), fue comandante en
jefe del ejército español en Marruecos (1935) y jefe del Estado
Mayor Central (1936). El gobierno del Frente Popular lo alejó a la
Comandancia de Canarias, puesto que ocupaba al estallar la
Guerra Civil española.
De ideas conservadoras, Franco valoraba sobre todo el orden y la
autoridad. Desconfiaba del régimen parlamentario, del liberalismo y
de la democracia, a los que creía causantes de la «decadencia» de
España en el siglo XX; su postura era representativa del grupo de
militares «africanistas» que veían en el ejército la quintaesencia del
patriotismo y la garantía de la unidad nacional.
Por tales razones Franco se sumó, aunque a última hora, a la
conspiración preparada por varios militares para sublevarse contra
la República en julio de 1936. El «Alzamiento Nacional» (eufemismo
propagandístico con el que los generales insurgentes bautizaron el
golpe de Estado) comenzó el día 17 de julio en la península y el 18
de julio en África, donde se hallaba Franco, razón por la que el
régimen identificó más tarde esta última fecha como su momento
fundacional.

El fracaso de la tentativa golpista en la capital y en buena parte del


territorio nacional dio lugar a la Guerra Civil española, que duraría
tres años (1936-1939) y llevaría a Franco al poder. Tras pasar el
estrecho de Gibraltar al frente del ejército de África, Franco avanzó
por la península hacia el norte. El 1 de octubre de 1936, sus
compañeros de armas, reunidos en una Junta de Defensa Nacional
en Burgos, le eligieron jefe político y militar del bando sublevado.

Franco dirigió la guerra con criterios conservadores, muy alejados


de la guerra rápida que propugnaban las doctrinas estratégicas
modernas. La unidad impuesta en su bando contrastaba con los
enfrentamientos que desangraban al bando leal a la República; la
disciplina y la profesionalidad de sus fuerzas, con la politización y el
voluntarismo de los milicianos republicanos. La ayuda militar que
prestaron la Alemania nazi y la Italia fascista también contribuyó a la
victoria final de Franco (1 de abril de 1939).

Terminada la Guerra Civil, Franco impuso en España un régimen de


nuevo cuño, inicialmente alineado con el nazismo de Hitler y el
fascismo de Mussolini, que eran sus aliados e inspiradores. A pesar
de ello, no comprometió del todo a España en la Segunda Guerra
Mundial (1939-1945), pues, dada la debilidad en que se encontraba
el país, no consiguió de Hitler las desmesuradas compensaciones
que pretendía por su apoyo (entrevista de Hendaya); tan sólo envió
tropas voluntarias a combatir junto a los alemanes contra la Unión
Soviética (la División Azul). Finalizada la conflagración mundial con
la derrota de las fuerzas del Eje, aliadas de Franco, su régimen
sufrió un cierto aislamiento diplomático, pero consiguió sostenerse,
rentabilizando su anticomunismo radical en el contexto de la
«guerra fría».
En lo político, Franco instauró desde el principio una dictadura
personal de carácter autoritario, sin una ideología definida más allá
de su carácter confesional (católico integrista), unitario y centralista
(contra toda autonomía regional o reconocimiento de peculiaridades
culturales) y claramente reaccionario y conservador (los partidos y
los sindicatos de clase fueron prohibidos). Copió de sus modelos
fascistas la idea de una jefatura carismática unipersonal (con el
apelativo de «Caudillo»), de un partido único (el Movimiento
Nacional) y de un vago corporativismo (sindicatos verticales). La
represión de la oposición fue feroz (con unos sesenta mil
ejecutados sólo entre 1939 y 1945, continuando las ejecuciones
políticas hasta 1975).

En lo económico, optó por una política de autarquía que hundió a


España en el estancamiento y el atraso, en contraste con la
recuperación que vivía el resto de Europa; sin embargo, la
necesidad de homologarse con los países occidentales y de
reforzar la alianza con Estados Unidos le llevó a una progresiva
liberalización económica a partir del Plan de Estabilización de 1959.
Los años sesenta (con los «planes de desarrollo» y la influencia
política del Opus Dei, ultraconservadora congregación católica)
fueron de rápido crecimiento económico, industrialización, apertura
y urbanización. Las mejoras materiales facilitaron el mantenimiento
de Franco en el poder, a pesar del creciente anacronismo de su
régimen; pero también produjeron cambios sociales que hicieron
inviable su continuidad una vez muerto el general.

Desde 1969 Francisco Franco había institucionalizado como


sucesor al príncipe Juan Carlos I, nieto del último rey de España
(Alfonso XIII); tal previsión sucesoria se cumplió tras la muerte de
Franco el 20 de noviembre de 1975, pero no fue acompañada de
una continuidad política, ya que, sin romper con la legalidad vigente,
el nuevo monarca promovió una transición pacífica a la democracia.
Adolf Hitler
(Braunau, Bohemia, 1889 – Berlín, 1945) Máximo dirigente de la
Alemania nazi. Tras ser nombrado canciller en 1933, liquidó las
instituciones democráticas de la república e instauró una dictadura
de partido único (el partido nazi, apócope de Partido
Nacionalsocialista), desde la que reprimió brutalmente toda
oposición e impulsó un formidable aparato propagandístico al
servicio de sus ideas: superioridad de la raza aria, exaltación
nacionalista y pangermánica, militarismo revanchista,
anticomunismo y antisemitismo.
La doctrina del «espacio vital» y el ideal pangermánico de unir los
pueblos de lengua alemana lo llevarían a un agresivo
expansionismo; en apoyo de su política beligerante, Hitler rearmó
Alemania y reorganizó y modernizó su ejército hasta convertirlo en
una maquinaria temible. Francia y Gran Bretaña consintieron la
anexión de Austria y la ocupación de Checoslovaquia, pero la
invasión alemana de Polonia desencadenó finalmente la Segunda
Guerra Mundial (1939-45), cuya primera fase dio a Hitler el control
de toda Europa, excepto Gran Bretaña. La fallida invasión de Rusia
y la intervención de Estados Unidos invirtió el curso de la contienda;
pese a la inevitable derrota, Hitler rechazó toda negociación,
arrastró a Alemania a una desesperada resistencia y se suicidó en
su búnker pocos días antes de la caída de Verlín.

Hijo de un aduanero austriaco, su infancia transcurrió en Linz y su


juventud en Viena. La formación de Adolf Hitler fue escasa y
autodidacta, pues apenas recibió educación. En Viena (1907-13)
fracasó en su vocación de pintor, malvivió como vagabundo y vio
crecer sus prejuicios racistas ante el espectáculo de una ciudad
cosmopolita, cuya vitalidad intelectual y multicultural le era por
completo incomprensible. De esa época data su conversión al
nacionalismo germánico y al antisemitismo.

En 1913 Adolf Hitler huyó del Imperio Austro-Húngaro para no


prestar servicio militar; se refugió en Múnich y se enroló en el
ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial (1914-18). La
derrota le hizo pasar a la política, enarbolando un ideario de
reacción nacionalista, marcado por el rechazo al nuevo régimen
democrático de la República de Weimar, a cuyos políticos acusaba
de haber traicionado a Alemania aceptando las humillantes
condiciones de paz del Tratado de Versalles (1919).

De vuelta a Múnich, Hitler ingresó en un pequeño partido


ultraderechista, del que pronto se convertiría en dirigente principal,
rebautizándolo como Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores
Alemanes (NSDAP). Dicho partido se declaraba nacionalista,
antisemita, anticomunista, antiliberal, antidemócrata, antipacifista y
anticapitalista, aunque este último componente revolucionario de
carácter social quedaría pronto en el olvido; tal abigarrado
conglomerado ideológico, fundamentalmente negativo, se
alimentaba de los temores de las clases medias alemanas ante las
incertidumbres del mundo moderno. Influido por el fascismo de
Mussolini, este movimiento, adverso tanto a lo existente como a
toda tendencia de progreso, representaba la respuesta reaccionaria
a la crisis del Estado liberal que la guerra había acelerado.

Hitler hacia 1933

Sin embargo, Hitler tardaría en hacer oír su propaganda. En 1923


fracasó en un primer intento de tomar el poder desde Múnich,
apoyándose en las milicias armadas de Ludendorff («Putsch de la
Cervecería»). Fue detenido, juzgado y encarcelado, aunque tan
sólo pasó en la cárcel nueve meses, tiempo que aprovechó para
plasmar sus ideas políticas extremistas en un libro que tituló Mi
lucha y que diseñaba las grandes líneas de su actuación posterior.

A partir de 1925, ya puesto en libertad, Hitler reconstituyó el Partido


Nacionalsocialista expulsando a los posibles rivales y se rodeó de
un grupo de colaboradores fieles como Goering, Himmler y
Goebbels. La profunda crisis económica desatada desde 1929 y las
dificultades políticas de la República de Weimar le proporcionaron
una audiencia creciente entre las legiones de parados y
descontentos dispuestos a escuchar su propaganda demagógica,
envuelta en una parafernalia de desfiles, banderas, himnos y
uniformes.

El Tercer Reich

Combinando hábilmente la lucha política legal con el uso ilegítimo


de la violencia en las calles, los nacionalsocialistas o nazis fueron
ganando peso electoral hasta que Hitler (que nunca había obtenido
mayoría) fue nombrado jefe del gobierno por el presidente
Hindenburg en 1933. Desde la Cancillería, Hitler destruyó el
régimen constitucional y lo sustituyó por una dictadura de partido
único basada en su poder personal. Se iniciaba así el llamado
Tercer Reich (el Tercer Imperio alemán, tras el Sacro Imperio del
medievo y el Imperio de 1871, desaparecido con la Primer Guerra
Mundial), que no fue sino un régimen totalitario basado en un
nacionalismo exacerbado y en la exaltación de una superioridad
racial sin fundamento científico alguno (basado en estereotipos que
contrastaban con la ridícula figura del propio Hitler).

Adolf Hitler

Tras la muerte de Hindenburg, Hitler se proclamó Führer o


«caudillo» de Alemania y sometió al ejército a un juramento de
fidelidad. La sangrienta represión contra los disidentes culminó en la
purga de las propias filas nazis durante la «Noche de los Cuchillos
Largos» (1934) y la instauración de un control policial total de la
sociedad, mientras que la persecución contra los judíos, iniciada
con las racistas Leyes de Núremberg (1935) y con el pogromo
conocido como la «Noche de los Cristales Rotos» (1938),
conduciría al exterminio sistemático de los judíos europeos a partir
de 1939 (la «Solución Final»).
La política internacional de Hitler fue la clave de su prometida
reconstitución de Alemania, basada en desviar la atención de los
conflictos internos hacia una acción exterior agresiva. Se alineó con
la dictadura fascista italiana, con la que intervino en auxilio de
Franco en la Guerra Civil española (1936-39), ensayo general para
la posterior contienda mundial; y completó sus alianzas con la
incorporación del Japón en una alianza antisoviética (Pacto
Antikomintern, 1936) hasta formar el Eje Berlín-Roma-Tokyo (1937).

Militarista convencido, Hitler empezó por rearmar al país para hacer


respetar sus demandas por la fuerza (restauración del servicio
militar obligatorio en 1935, remilitarización de Renania en 1936);
con ello reactivó la industria alemana, redujo el paro y
prácticamente superó la depresión económica que le había llevado
al poder.

Mussolini y Hitler (Múnich, 1940)

Luego, apoyándose en el ideal pangermanista, reclamó la unión de


todos los territorios de habla alemana: primero se retiró de la
Sociedad de Naciones, rechazando sus métodos de arbitraje
pacífico (1933); tras el asesinato del presidente austriaco Dollfuss
(1934), forzó el Anschluss o anexión de Austria (1938); a
continuación reivindicó la región checa de los Sudetes y, tras
engañar a la diplomacia occidental prometiendo no tener más
ambiciones (Conferencia de Múnich, 1938), ocupó el resto de
Checoslovaquia, la dividió en dos y la sometió a un protectorado;
aún se permitió arrebatar a Lituania el territorio de Memel (1939).

La Segunda Guerra Mundial

Cuando el conflicto en torno a la ciudad libre de Danzig le llevó a


invadir Polonia, Francia y Gran Bretaña reaccionaron y estalló la
Segunda Guerra Mundial (1939-45). Adolf Hitler había preparado
sus fuerzas para esta gran confrontación, que según él habría de
permitir la expansión de Alemania hasta lograr la hegemonía
mundial (Protocolo Hossbach, 1937); en previsión del estallido
bélico había reforzado su alianza con Italia (Pacto de Acero, 1939)
y, sobre todo, había concluido un Pacto de no agresión con la Unión
Soviética (1939), acordando con Stalin el reparto de Polonia.

El moderno ejército que había preparado obtuvo brillantes victorias


en todos los frentes durante los dos primeros años de la guerra,
haciendo a Hitler dueño de casi toda Europa mediante una «guerra
relámpago»: ocupó Dinamarca, Noruega, Holanda, Bélgica,
Luxemburgo, Francia, Yugoslavia y Grecia (mientras que Italia,
España, Hungría, Rumania, Bulgaria y Finlandia eran sus aliadas, y
países como Suecia y Suiza declaraban una neutralidad benévola).

Sólo la Gran Bretaña de Churchill resistió el intento de invasión


(batalla aérea de Inglaterra, 1940); pero la suerte de Hitler empezó
a cambiar cuando lanzó la invasión de Rusia (1941), respondiendo
tanto a un ideal anticomunista básico en el nazismo como al
proyecto de arrebatar a la «inferior» raza eslava del este el
«espacio vital» que soñaba para engrandecer a Alemania. A partir
de la batalla de Stalingrado (1943), el curso de la guerra se invirtió,
y las fuerzas soviéticas comenzaron una contraofensiva que no se
detendría hasta tomar Berlín en 1945; simultáneamente, se reabrió
el frente occidental con el aporte masivo en hombres y armas
procedente de Estados Unidos (involucrados en la guerra desde
1941), que permitió el desembarco de Normandía (1944).

Derrotado y fracasados todos sus proyectos, Hitler vio cómo


empezaban a abandonarle sus colaboradores mientras la propia
Alemania era acosada por los ejércitos aliados; en su limitada visión
del mundo no había sitio para el compromiso o la rendición, de
manera que arrastró a su país hasta la catástrofe. Después de
haber sacudido al mundo con su sueño de hegemonía mundial de la
«raza» alemana, provocando una guerra total a escala planetaria y
un genocidio sin precedentes en los campos de concentración,
Hitler se suicidó en el búnker de la Cancillería donde se había
refugiado, pocos días después de la entrada de los rusos en Berlín.

Benito Mussolini
(Dovia di Predappio, Italia, 1883 – Giulino de Mezzegra, id., 1945)
Líder político italiano que instauró el régimen fascista en Italia
(1922-1943).

Benito Mussolini

Después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), la crisis de las


democracias liberales, agravada por el crac económico de 1929,
favoreció un fenómeno que caracterizaría a la Europa de
entreguerras: el auge de los totalitarismos. Su primera
manifestación fue el fascismo, denominación que procede de los
fasci di combattimento creados en 1919 por Benito Mussolini, quien
se hizo con el poder en 1922 e impuso una dictadura de partido
único. El régimen fascista italiano se convertiría en el principal
aliado de Adolf Hitler en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), y
corrió su misma suerte tras la derrota.

Biografía

Hijo de una familia humilde (su padre era herrero y su madre


maestra de escuela), Benito Mussolini cursó estudios de magisterio,
a cuyo término fue profesor durante períodos nunca demasiado
largos, pues combinaba la actividad docente con continuos viajes.
Pronto tuvo problemas con las autoridades: fue expulsado de Suiza
y Austria, donde había iniciado contactos con sectores próximos al
movimiento irredentista.
En su primera afiliación política, sin embargo, Mussolini se acercó al
Partido Socialista Italiano, atraído por su ala más radical. Del
socialismo, más que sus postulados reformadores, le sedujo la
vertiente revolucionaria. En 1910 fue nombrado secretario de la
federación provincial de Forlì y poco después se convirtió en editor
del semanario La Lotta di Classe (La lucha de clases). La victoria
del ala radical sobre la reformista en el congreso socialista de
Reggio nell’Emilia, celebrado en 1912, le proporcionó mayor
protagonismo en el seno de la formación política, que aprovechó
para hacerse cargo del periódico milanés Avanti, órgano oficial del
partido. Aun así, sus opiniones acerca de los enfrentamientos
armados de la «semana roja» de 1914 motivaron cierta inquietud
entre sus compañeros de filas, atemorizados por su radicalismo.

La división entre Mussolini y los socialistas se acrecentó con la


proclama de neutralidad que lanzó el partido contra la entrada de
Italia en la Primera Guerra Mundial en agosto de 1914. Mussolini,
que había sido uno de los opositores más radicales a la guerra de
Libia y a la participación de Italia en la Gran Guerra, cambió
súbitamente de opinión y defendió abiertamente una postura
belicista, lo que le valió la expulsión del Partido Socialista. En
noviembre del mismo año fundó el periódico Il Popolo d’Italia, de
tendencia ultranacionalista. Sobre la vacilaciones del parlamento
italiano respecto a la entrada en la guerra, llegó a escribir que
“hubiera sido necesario fusilar a una media docena de diputados”
para dar un ejemplo “saludable” a los demás. En septiembre de
1915 se enroló voluntariamente, y sirvió en el ejército hasta que fue
herido en combate en febrero de 1917.

Los fasci di combattimento y la Marcha sobre Roma

Finalizada la contienda, y pese a formar parte de la alianza


vencedora, Italia se vio relegada a la irrelevancia en las
negociaciones de los tratados de paz, que no otorgaron al país los
territorios reclamados al Imperio austrohúngaro. Benito Mussolini
quiso capitalizar el sentimiento de insatisfacción que se apoderó de
la sociedad italiana haciendo un llamamiento a la lucha contra los
partidos de izquierdas, a los que señaló como culpables de tal
descalabro. En 1919 creó los fasci di combattimento, escuadras o
grupos armados de agitación que actuaban casi con total impunidad
contra militantes de izquierda y que fueron el germen del futuro
Partido Nacional Fascista, fundado por el mismo Mussolini en
noviembre de 1921.

En un contexto marcado por la frustración colectiva tras los inútiles


sacrificios de la Gran Guerra, por el descrédito general del régimen
parlamentario, por la crisis económica y la elevada conflictividad
social (el creciente desarrollo del movimiento obrero y campesino,
con ocupaciones de fábricas y tierras, inquietaba a las clases
acomodadas, temerosas de la revolución social), los fascistas
alzaron la voz contra la democracia y la lucha de clases, que a su
juicio debilitaban y dividían a la nación. Opuestos frontalmente al
liberalismo y al marxismo, propugnaron la solidaridad nacional y la
acción colectiva en torno a la figura de un líder carismático, y se
presentaron como defensores de los valores de la patria, la ley y el
orden, enfrentándose violentamente a la izquierda italiana.

Mussolini en la Marcha sobre Roma (1922)

Mussolini consiguió ganarse el favor de los grandes propietarios y


salir elegido diputado en las elecciones de mayo de 1921, si bien su
partido obtuvo tan sólo treinta y cinco de los quinientos escaños que
conformaban la cámara. La impotencia del gobierno para reconducir
la situación en que se encontraba el país y la disolución del
Parlamento allanaron el camino para la denominada Marcha sobre
Roma, iniciada el 22 de octubre de 1922. El 28 de octubre de 1922,
en una acción coordinada, cuarenta mil fascistas confluyeron sobre
la capital desde diferentes puntos de Italia. El primer ministro, Luigi
Facta, declaró el estadio de sitio para hacer frente a la amenaza
que se cernía sobre la capital, y ante la negativa del rey Víctor
Manuel III a firmar el decreto, presentó la dimisión.
El 29 de octubre, presionado por los acontecimientos, el rey hubo
de firmar el nombramiento de Benito Mussolini como primer
ministro. El líder fascista, que desde hacía algún tiempo había
renunciado a su feroz republicanismo, reconociendo el papel de la
monarquía, formó un gobierno de coalición el 30 de octubre, el
mismo día en que los camisas negras, como eran llamados los
fascistas por el color de su uniforme, hacían su entrada triunfal en
Roma. Amparándose en una calculada imagen de moderación,
Mussolini consiguió el apoyo parlamentario de una débil cámara
que el 25 de noviembre le otorgó, de forma provisional, poderes de
emergencia con el objeto de restaurar el orden, obteniendo a
cambio el fingido compromiso de Mussolini de respetar el sistema
parlamentario.

Mussolini en el poder

El fascismo había llegado al poder con el apoyo de los ambientes


conservadores, principalmente del latifundismo agrícola, y se
reforzó gracias a su capacidad de presentarse como el núcleo
central de un bloque de orden conservador, capaz de defender a la
burguesía nacional de los peligros democráticos representados,
sobre todo, por los socialistas, con su facción comunista. Con la
reunión, por primera vez en diciembre de 1922, del Gran Consejo
Fascista, se inició el fortalecimiento del partido, que pronto dejaría
atrás su extremo anticlericalismo con gestos de acercamiento hacia
el catolicismo y la Santa Sede, al mismo tiempo que aumentaba la
represión política.

El unevo gobierno encontró en los “escuadristas” (las Milicias


Voluntarias para la Seguridad Nacional) una fuerza que impuso por
la violencia y el terrorismo sus posiciones en la campaña para las
elecciones de abril de 1924, en las que el Partido Nacional Fascista
obtuvo el 69 por ciento de los votos emitidos. A partir de ese
momento, la violencia política fue en aumento, y gradualmente
(aunque con mayor ímpetu tras el asesinato del diputado socialista
Giacomo Matteotti en 1924) Benito Mussolini se erigió como único
poder, aniquiló cualquier forma de oposición y acabó por
transformar su gobierno en un régimen dictatorial; tras ser
ilegalizadas en 1925 todas las fuerzas políticas a excepción del
Partido Nacional Fascista, el proceso de fascistización del Estado
culminó con las leyes de Defensa de noviembre de 1926.

A falta de una ideología coherente, el fascismo desarrolló una


retórica que insistía en una serie de motivos: el nacionalismo y el
culto al poder, a la jerarquía y a la personalidad del Duce (‘Líder’ o
‘Jefe’, título adoptado por Mussolini en 1924); el militarismo y el
expansionismo colonialista (con más de un siglo de retraso); la
xenofobia y la exaltación de un pasado glorioso remontado al
Imperio romano y a la romanidad como idea civilizadora.

El Duce en actos propagandísticos


(Milán, 1930, y Roma, 1936, tras la conquista de Abisinia)

Suprimidos el derecho de huelga y los sindicatos y patronales,


patronos y obreros hubieron de incorporarse a las organizaciones
corporativas creadas por el gobierno. El régimen impuso una
estructura social de corporaciones que anulaba los derechos
individuales y que otorgaba al Estado todo el control; trabajo, vida
económica y ocio estaban regulados por el gobierno, a lo que se
unía la paramilitarización de la sociedad, los actos propagandísticos
de masas, el control de los medios de comunicación y la educación
de los niños bajo un credo fascista. Pero tampoco en el tejido
productivo se dieron cambios de fondo; el poder económico se
mantuvo en manos de quienes ya lo poseían antes de la Primera
Guerra Mundial, y el corporativismo quedó reducido a una ideología
de fachada.
Apoyado por un amplio sector de la población y con la baza a su
favor de aquel eficaz aparato propagandístico, el régimen fascista
realizó fuertes inversiones en infraestructuras. Pero en líneas
generales el fascismo, matizado en lo económico por un fuerte
intervencionismo estatal y una tendencia a la autarquía que se
acentuó tras el crac del 29, fue incapaz de proporcionar a lo largo
de las décadas de 1920 y 1930 el pretendido y proclamado
progreso material, en aras del cual demandaba a los italianos el
sacrifico de la libertad individual.

Sí supo, en cambio, sustituirlo por una generalizada euforia


psicológica, en la que el pueblo italiano se vio imbuido por la
convicción de que su país experimentaba un nuevo resurgir
nacional. En apoyo de tal sentimiento, y tratando de aportar triunfos
sensacionales en política exterior con los que magnetizar a los
italianos, Benito Mussolini recuperó viejos proyectos expansionistas,
como la conquista de Abisinia (1935-1936) y la anexión de Albania
(1939). Abisinia (la actual Etiopía) era considerada por el Duce
como una zona natural de expansión y nexo lógico entre las
colonias italianas de Eritrea y Somalia; la pasividad de Francia e
Inglaterra ante la invasión creó un mal precedente.

La Segunda Guerra Mundial

Tras la llegada al poder de Adolf Hitler en Alemania, Mussolini fue


acercándose al nazismo; de hecho, el dirigente nazi se había
inspirado en sus ideas, y ambos líderes se admiraban mutuamente.
Tras un primer tratado de amistad en 1936, la alianza entre Roma y
Berlín quedó firmemente establecida en el Pacto de Acero (1939).
Hitler y Mussolini brindaron abiertamente apoyo militar al general
Francisco Franco en la Guerra Civil Española (1936-1939), preludio
de la conflagración mundial. La agresiva política expansionista de
Hitler provocó finalmente la reacción de franceses y británicos, que
declararon la guerra a Alemania tras la ocupación de Polonia.
Mussolini y Hitler (Múnich, 1940)

Estallaba así la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), y tras las


primeras victorias alemanas, que juzgó definitivas, Mussolini validó
su pacto con Hitler y declaró la guerra a los aliados (junio de 1940).
Sin embargo, el fracaso del poco preparado ejército italiano en
Grecia, Libia y África oriental, así como el posterior avance de las
tropas aliadas (que el 10 de julio de 1943 habían iniciado un
imparable desembarco en la isla de Sicilia, con el propósito de
invadir Italia), llevaron al Gran Consejo Fascista a destituir a
Mussolini (25 de julio de 1943). Al día siguiente Víctor Manuel III
ordenó su detención y encarcelamiento. Dos meses después el
nuevo primer ministro, Pietro Badoglio, firmaba un armisticio con los
aliados.

Liberado por paracaidistas alemanes (12 de septiembre de 1943),


todavía creó Mussolini una república fascista en los territorios
controlados por Alemania en el norte de Italia (la República de Salò,
así llamada por la ciudad en que el gobierno tenía su sede). En los
juicios de Verona, Mussolini hizo condenar y ejecutar a aquellos
miembros del Gran Consejo Fascista que habían promovido su
destitución, entre ellos su propio yerno, Galeazzo Ciano. El avance
final de los aliados le obligó a emprender la huida hacia Suiza;
intentó cruzar la frontera disfrazado de oficial alemán, pero fue
descubierto en Dongo por miembros de la Resistencia (27 de abril
de 1945), y al día siguiente fue fusilado con su compañera Clara
Petacci; sus cadáveres fueron expuestos para escarnio público en
la plaza Loreto de Milán.

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