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HORACIO CABEZAS CARCACHE

Etapas en la Organización Territorial y Administrativa


El proceso de organización política de las provincias que surgieron con la conquista de los señoríos
indígenas del área centroamericana se caracterizó por los cambios constantes, así en el poder
central como en las instancias políticas intermedias (alcaldías mayores y corregimientos). La causa
fundamental de tal fenómeno, como se verá más adelante, se concentró en la disputa entre la
Corona y los colonos por el control de las riquezas del área, básicamente agropecuarias. En tal
contexto, la Corona española eliminó a mediados del siglo XVI el poder omnímodo de los primeros
adelantados y gobernadores, y centralizó las funciones de gobierno. Sin embargo, las acciones de
hecho de los colonos obligaron al Consejo de Indias a introducir cambios sustanciales en la
organización del poder político, lo cual se efectuó en dos ocasiones más durante el mismo siglo. No
obstante, la permanente contradicción Corona-colonos no permitió la constitución de un poder
político central en el área. Es más, los mismos puestos políticos intermedios contribuyeron a
debilitar dicho poder central y a mantener el regionalismo durante todo el período colonial.

Para una mejor comprensión del tema se analizará primero la evolución del poder político central y
después la de las instituciones políticas intermedias, conocidas también como `justicias mayores'.

Primeros Gobernadores
La conquista de la región centroamericana se llevó a cabo por encargo de Hernán Cortés y Pedrarias
Dávila, Gobernadores de Nueva España y Tierra Firme (Panamá) respectivamente, ya que el único
proyecto que contó con autorización directa de la Corona (el de Gil González Dávila) fracasó. De este
modo, Pedro de Alvarado y Cristóbal de Olid, con el título de tenientes de gobernador para actuar
en nombre de Hernán Cortés, realizaron la conquista de los señoríos indígenas de la parte norte de
Centro América, es decir, lo que es actualmente Guatemala, El Salvador y Honduras. Algo similar
sucedió en la parte sur (Nicoya, Nicaragua), que fue controlada por gente de Pedrarias Dávila. Pedro
de Alvarado, en ejercicio del mandato que le había dado Cortés, conquistó Utatlán, Iximché, Atitlán,
Escuintla, Guazacapán y Taxisco, y en los tres años iniciales de su gobierno nombró los primeros
alcaldes y regidores.

El poder de los primeros tenientes de gobernador en el área centroamericana fue extraordinario,


casi absoluto. Repartían tierras e indígenas, disponían de la vida de sus gobernados, juzgaban,
ponían y quitaban alcaldes y regidores, según les convenía. Esto último aconteció, por ejemplo, en
1525, cuando los pobladores de Santiago de Guatemala se opusieron a que Pedro de Alvarado
despoblara la naciente ciudad para ir a Honduras a luchar contra Cristóbal de Olid, que había
traicionado a Hernán Cortés. En esta ocasión, en efecto, Alvarado quitó los `oficios' (cargos) a los
miembros del Cabildo, a quienes trató `muy mal de palabras y de hecho'.

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En Guatemala, los primeros gobernadores fueron Pedro de Alvarado, doña Beatriz de la Cueva, y
conjuntamente Francisco de la Cueva y el Obispo Francisco Marroquín. Durante el período de
Alvarado hubo dos jueces visitadores, Francisco de Orduña y Alonso de Maldonado, que gobernaron
interinamente.

Gobernación de Pedro de Alvarado (1527-1541)


Los tenientes de gobernador del área centroamericana buscaron, desde el primer momento, su
independencia y autonomía. Algunos encontraron la muerte cruenta, como sucedió a Cristóbal de
Olid en Honduras y a Francisco Hernández de Córdoba en Nicaragua. Pedro de Alvarado supo utilizar
astutamente las riquezas arrebatadas a los indígenas para lograr una relativa autonomía política
respecto de la Audiencia de México. Francisco de los Cobos y el Duque de Albuquerque, sus
protectores en España, supieron, en efecto, manejar sus caudales, a fin de gestionar y conseguir que
el Rey le otorgara, en diciembre de 1527, el título de Adelantado, Gobernador y Capitán General de
Guatemala (ver Ilustración 22). Recibió así la potestad de ejercer funciones específicas, de decidir
en juicios criminales y civiles, de dictar ordenanzas generales, expulsar personas del distrito,
representar a la persona del Rey y, ante todo, repartir tierras e indígenas. Sin embargo, debía dar
cuenta de sus actos a la Audiencia de México.

En todas las colonias hispanoamericanas el poder político de los gobernadores sufrió, desde el
primer momento, la oposición y rechazo de la mayoría de conquistadores y pobladores, pues
aquéllos se preocupaban de sus intereses particulares y de los de sus allegados, y descuidaban la
suerte de la gran mayoría de los vecinos. Entre las gobernaciones que se establecieron a raíz de la
Conquista, la de Pedro de Alvarado fue de las más notorias por sus múltiples excesos, los cuales
dieron lugar a que los españoles de su jurisdicción elevaran graves acusaciones en su contra ante la
Audiencia de México y ante la misma Corte española.

Las acusaciones no siempre cayeron en el vacío, como sucedió en 1529, cuando Pedro de Alvarado
tuvo que defenderse con firmeza ante la Audiencia de México, por una serie de cargos que le
formularon sectores adversos a su antiguo jefe Hernán Cortés. Por entonces llegó a Guatemala
Francisco de Orduña con la calidad de Juez de Residencia encargado de levantar un proceso a Jorge
de Alvarado. Este fungía como Teniente de Gobernador y un sector de los vecinos le acusaba de
cohecho, favoritismo y acaparamiento de los mejores pueblos de indios. Orduña quitó la `vara de
justicia' al acusado y a los concejales, declaró nulo y sin ningún valor todo lo hecho por dicha
administración, despojó a los acusados de tierras e indígenas y entregó todo ello a quienes
adversaban a los Alvarado. Orduña asimismo prohibió que los vecinos salieran a buscar oro, bajo
gravísimas penas; abofeteó a uno de los alcaldes en plena sala capitular, y finalmente nombró a los
sustitutos de éstos y de los regidores.

Pedrarias Dávila, Gobernador de Nicaragua, tratando de sacar provecho de aquella crisis política,
mandó en 1530 fuerzas que llegaron hasta San Salvador, con la intención de arrebatar territorios a
la gobernación guatemalteca. Afortunadamente para Pedro de Alvarado, al tiempo de conocer lo
que acontecía en sus dominios, se enteraba también de que las autoridades de la Audiencia de la
Nueva España lo liberaban de los cargos que se le habían formulado. En esta Audiencia se habían
recibido noticias de que Hernán Cortés volvía a México con sus poderes plenamente restituidos y

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podía tomar algún tipo de represalias a su retorno. Alvarado regresó en forma rápida a Guatemala
y aquí hizo valer las provisiones que le extendió la Audiencia mexicana, en las cuales estaba inserto
el despacho de su nombramiento de Gobernador y Capitán General, librado por el Rey. El
Adelantado recobró el poder político pleno, en tanto el Juez de Residencia huía de la ciudad. Con
cierto tacto político, Pedro de Alvarado dictó de inmediato órdenes a fin de imponer silencio a todos
aquellos que tuvieran desavenencias, y amenazó `con pena de muerte a cualquiera que las
removiese, por escrito o de palabra, en juicio o fuera de él'. Asimismo, para hacer sentir su poder,
quitó como cura párroco al Padre Juan Godínez y nombró en su lugar al Presbítero Francisco
Marroquín, pese a que la institución canónica de dicho curato correspondía al obispado mexicano.
Procedió después a expulsar de su dominio a las fuerzas de Pedrarias Dávila y a consolidar la
gobernación. Para todo ello emitió las correspondientes ordenanzas. En éstas se establecían penas
para los españoles que salieran más de dos leguas de la ciudad. Se prohibía asimismo que los
españoles vivieran en sus pueblos de encomienda y en sus estancias, que maltrataran de obra o de
palabra a los indios, sacaran esclavos y tamemes (cargadores) fuera de la gobernación, se
entrometieran en los mercados o tiánguez de los nativos y les tomaran por la fuerza sus
mercaderías.

Alvarado procuró igualmente la defensa de sus límites jurisdiccionales y para ello mandó a fundar
el poblado de San Miguel de la Frontera, a orillas del Río Lempa, y estableció allí una guarnición con
un fuerte contingente de indios y españoles (ver Ilustración 25). Esto último preocupó a los vecinos
de León (Nicaragua), entre quienes se temía que Alvarado extendiera sus dominios hasta aquella
gobernación, en ese momento acéfala por la muerte de Pedrarias Dávila. Los vecinos de León
recurrieron apresuradamente ante el Rey para solicitarle que no se permitiera al conquistador de
Guatemala cumplir aquellas supuestas intenciones.

Pedro de Alvarado, sin embargo, no estaba verdaderamente interesado en la Gobernación de


Guatemala, a no ser como un lugar adecuado para organizar expediciones a otras regiones; y para
estos propósitos contaba con la abundante población indígena y las materias primas que facilitaban
la construcción de embarcaciones. El Adelantado se convirtió así en el primer violador de las normas
establecidas por él mismo. En efecto, comenzó a preparar y realizó seguidamente la expedición al
Perú, para la cual, sin contar con la autorización real, esclavizó y sacó de Guatemala (entre 1533 y
1535) una cantidad (que podía parecer exagerada) de unos 6,000 indígenas. Este hecho irregular
costó a Alvarado un nuevo Juicio de Residencia, que la Corona encargó a Alonso de Maldonado. Este
tenía la misión de `informar del recaudo que había habido en la hacienda real y cómo habían sido
tratados y catequizados los indios naturales de Guatemala y cómo habían estado proveídas las cosas
de la gobernación así en lo espiritual como en lo temporal'.

Alvarado no esperó el Juicio de Residencia y prefirió aprovechar la solicitud de ayuda formulada por
algunos vecinos de Honduras para resolver ciertos problemas internos. Salió de Guatemala, en
efecto, pero con la intención de dirigirse a España, donde esperaba resolver una vez más algunos
asuntos relacionados con las riquezas que ya había acumulado. Al Ayuntamiento de Santiago
escribió `que iba a negociar en la corte con sus servicios y no con dinero'; aunque en realidad lo hizo
con el apoyo de sus poderosos protectores. Al llegar a Honduras en mayo de 1536 hizo renunciar a
Andrés de Cerezeda y tomó posesión de dicha gobernación. Nombró oficiales de justicia y fundó los
poblados de Gracias a Dios y San Pedro Sula (ver Ilustración 25). También hizo repartimientos de

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tierra e indígenas entre los vecinos, y tuvo el cuidado de reservar para sí los mejores pueblos. Luego
emprendió viaje a España.

La ausencia de Alvarado permitió que hubiera en Guatemala una mejoría temporal para los
indígenas, según lo patentiza el Memorial de Sololá.

También durante este período el Gobernador interino, Alonso de Maldonado, apoyó el proyecto de
conquista pacífica de la Verapaz, ideado por Fray Bartolomé de Las Casas. Con tal fin, Maldonado
ordenó a los españoles no interferir durante cinco años en aquellas regiones que dejó en poder
exclusivo de los frailes dominicos.

Pedro de Alvarado logró sus propósitos en la Corte y consiguió en 1538 que se le confirmara
nuevamente en la Gobernación de Guatemala, por un período de siete años. Retornó en 1539 con
grandes poderes, casado en segundas nupcias con doña Beatriz de la Cueva. Trajo además 20
doncellas, reducidas a simples objetos comerciales, pues se refiere a ellas como `...mercadería que
no me quedará en la tienda nada, pagándomela bien, que de otra manera excusado es hablar de
ello'. A su regreso se detuvo temporalmente en Honduras, donde entró en arreglos con el
Adelantado Francisco de Montejo, pues éste, durante la estancia de Alvarado en España, se había
apoderado de la región y había abolido los repartimientos de indios que aquél había hecho. Como
producto de la negociación, Montejo aceptó desistir de `la gobernación de Honduras en favor de
don Pedro, mediante la cesión que éste le hacía de la de Chiapas, de la encomienda de Suchimilco,
en la Nueva España, y del compromiso que contraía de pagar dos mil pesos que Montejo debía a
algunas personas'.

El retorno de Alvarado significó nuevamente el recrudecimiento de la esclavitud y de la explotación


brutal de los indios guatemaltecos, pues llegó con el nuevo proyecto de una expedición hacia el
Archipiélago de las Molucas. Un mes antes de hacerse a la vela, en respuesta a una solicitud del
Cabildo, Tonatiuh, como lo llamaban los nativos, hizo ahorcar al rey cakchiquel, el Ahpopzotzil Cahí
Imox, y también a Quiyavit Caok. Antes de salir de Guatemala nombró a Francisco de la Cueva, primo
hermano de su esposa Beatriz, para que administrara sus dominios con la calidad de Teniente de
Gobernador.

Gobernación de Doña Beatriz de la Cueva (1541)


Pedro de Alvarado no pudo llevar a cabo la expedición al Lejano Oriente, pues mientras se preparaba
para zarpar en las costas de Jalisco, el Gobernador de Nueva Galicia (México) le solicitó ayuda para
combatir un alzamiento de cerca de 10,000 indígenas que se habían atrincherado en un peñón. En
la refriega fue arrastrado cuesta abajo por el caballo de otro español que había perdido el equilibrio,
y sufrió golpes de consideración que le ocasionaron la muerte. Así desapareció el conquistador y
primer Gobernador de Guatemala, de quien el historiador guatemalteco Ernesto Chinchilla Aguilar
hizo la semblanza siguiente:

Fue entre los capitanes españoles de la conquista del Nuevo Mundo, un personaje audaz y
aventurero, valiente hasta la temeridad, duro y cruel, brillante cortesano y ducho en cosas de hacer
y deshacer ante los reyes, siempre presente en la mayor rudeza de las batallas, infatigable en la
lucha de abrirse paso, por mar y tierra, a través de las desconocidas y solemnes maravillas del Nuevo

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Continente, cuyas tierras holló, en Cuba, México, Guatemala, El Salvador, Honduras y el Perú, en tan
desmedida proporción de acciones que señalan el carácter ambicioso, rapaz y temerario de su
persona y de su siglo.

El Cabildo de la ciudad de Guatemala, informado de la muerte de Pedro de Alvarado, hizo caso omiso
de la orden que le transmitió el Virrey de Nueva España:

...y pues él le dejó por su teniente de gobernador [a Francisco de la Cueva], por la confianza que de
él tenía y no menos tengo yo de su persona, y hasta que Su Majestad otra cosa sea servido de
proveer le tendréis y obedeceréis, Señores, por tal Gobernador.

El Cabildo procedió por cuenta y autoridad propia en contra de lo que se le había ordenado y
nombró como Gobernadora a doña Beatriz de la Cueva. José Milla considera que el Cabildo actuó
coaccionado por la misma doña Beatriz, y dice que ésta aceptó y firmó el acta con la expresión `la
sin ventura Doña Beatriz'. En su primer acto de gobierno, `la sin ventura' nombró a Francisco de la
Cueva como Teniente de Gobernador, pero se reservó la exclusividad en la provisión de
repartimientos de indios a los españoles. La Gobernadora duró sólo dos días en el desempeño de su
cargo, pues murió trágicamente con parte de su servidumbre en la inundación de la ciudad de
Santiago, el 11 de septiembre de 1541.

Gobernación de Francisco de la Cueva y del Obispo Francisco Marroquín (1541-1542)


Nuevamente el Ayuntamiento guatemalteco dio muestras de autonomía al designar a quien debía
reemplazar a doña Beatriz, pues desoyó una vez más lo mandado por el Virrey de México y nombró
para ejercer conjuntamente el cargo de Gobernador a Francisco de la Cueva y al Obispo Francisco
Marroquín. Este último `no quería admitir el cargo, pero hubo de acceder a las insistencias de los
capitulares y del vecindario que comprendían la conveniencia de que tan respetable sujeto tuviese
parte en el gobierno en tan críticas circunstancias'. A estos gobernadores correspondió enfrentar la
crisis derivada de la inundación, decidir el sitio de la nueva ciudad y hacer los correspondientes
repartimientos de solares y tierras.

Durante el año de su gobierno conjunto (1541-1542), las relaciones entre el Obispo Marroquín y
Francisco de la Cueva no fueron armoniosas. En efecto, Marroquín se quejaba, en una de sus cartas
al monarca, de la conducta del segundo, a quien consideraba `no cuidadoso en la justicia, no de
notable ejemplo, nada amigo de buenos'. Y en otra, el Obispo agregaba: `...tiene tan bien de comer
que el adelantado [Alvarado] nunca tuvo tanto'.

Sin embargo, el Virrey de Nueva España no aceptó lo actuado por el Cabildo guatemalteco y envió
nuevamente a Alonso de Maldonado para gobernar interinamente la Provincia de Guatemala,
mientras el Rey otorgaba el cargo en propiedad. Se encargó al funcionario llevar a cabo el Juicio de
Residencia post mortem sobre la conducta más reciente de Alvarado y se le mandó no permitir
insubordinación alguna.

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Audiencia de los Confines (1542-1564)
Durante las décadas de 1530 y 1540 la Corona española, presionada por algunos frailes dominicos,
con Bartolomé de Las Casas a la cabeza, y motivada por fuertes intereses económicos, impulsó
profundas transformaciones económicas y políticas. Por ejemplo, limitó el poder de los adelantados
y encomenderos, quienes hasta entonces habían logrado dejar a la Corona sólo una mínima
participación en el despojo colonial. Por otra parte, al promulgar en noviembre de 1542 las Leyes
Nuevas, conocidas también como Ordenanzas de Barcelona, la Corona creó el basamento jurídico
del orden institucional de la Colonia. En dichas leyes se establecieron las líneas fundamentales para
el uso y explotación de la mano de obra indígena, y se definió la estructura jurídico-política, así como
los principios de Derecho Procesal que debían observarse en la administración de la justicia.

Las Leyes Nuevas produjeron una cierta reorganización socioeconómica. Por medio de ellas se
prohibió hacer esclavos a los naturales y se ordenó la libertad de los que había hasta la fecha; se
suprimió la condición de los tamemes, o sea los indios obligados a conducir cargamentos sobre sus
espaldas; se recomendó a las audiencias reducir los repartimientos de indios dados en cantidades
excesivas, y se instruyó a los gobernadores para encomendarlos mediante nuevas provisiones. Por
otro lado, se suprimió el poder incontrolado de los gobernadores (al menos de iure); se concentró
en las audiencias el conjunto de las funciones de gobierno y justicia, tanto en lo civil como en lo
criminal, y se determinaron las atribuciones y procedimientos pertinentes. Las audiencias, en efecto,
se reconocieron como tribunales superiores de justicia, ante los cuales se podían apelar asuntos que
no excedieran de 10,000 pesos, pero además se les dieron, de modo preferente, funciones de
cuerpos colegiados de gobierno, con funciones políticas, legislativas, administrativas, militares,
económicas y religiosas.

El proceso de institucionalización del orden colonial no resultó fácil en la mayoría de las colonias,
pues se encontró la resistencia de adelantados, gobernadores y principalmente encomenderos, que
temían que dichas medidas les llevarían a la ruina. La reacción desembocó en disturbios sangrientos
en el Perú, Nicaragua y Chiapas. De éstos el más terrible fue el que tuvo lugar en León (Nicaragua),
donde los hijos del Gobernador Rodrigo de Contreras asesinaron al Obispo Antonio de Valdivieso,
porque a éste se le consideraba como promotor de los cambios jurídicos recién aprobados por la
Corona en favor de los indios y en contra de los encomenderos. Las Leyes Nuevas, sin duda alguna,
disminuyeron no sólo de iure sino también de facto el poder omnímodo que hasta entonces habían
tenido los gobernadores. Mandaron que los oficiales reales fuesen despojados de los indios que
tenían en encomienda; prohibieron definitivamente la esclavitud de los indígenas y que se les
utilizara como cargadores, a no ser en casos extraordinarios; y eliminaron la posibilidad de sacarlos
de sus tierras, so pena de muerte para los responsables.

A mediados del siglo XVI existían motivos suficientes para reorganizar el poder político en las
colonias hispanoamericanas, lo cual quizás era más necesario en lo que actualmente es la región
centroamericana, como bien lo indica Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán:

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...las conquistas habían terminado, las fundaciones de las villas y las ciudades se habían establecido,
aumentándose las vecindades, y que los repartimientos de indios siendo numerosos y de provecho,
ocasionaban pleitos y disturbios y sinsabores, multiplicando sentimientos y grandes quejas contra
el Gobernador, en quien estaba conferida la facultad de encomendar los indios, y que además de
estos motivos, los gobernadores de las provincias contendían entre sí mismos sobre la posesión de
las provincias...

En relación con el Reino de Guatemala, las Leyes Nuevas u Ordenanzas de Barcelona trataron de
resolver la anarquía interna de las provincias y las contiendas entre las principales personalidades y
autoridades de las gobernaciones de Guatemala, Honduras y Nicaragua, para lo cual determinaron
el establecimiento de:

...una Audiencia Real en los confines de Guatemala y Nicaragua, en que haya cuatro oidores
letrados, y el uno de ellos sea Presidente, como por Nos fuere ordenado; y al presente mandamos
que presida el licenciado Maldonado que es oidor de la Audiencia que reside en México; y que esta
Audiencia tenga a su cargo la gobernación de las dichas provincias y sus adherentes, en las cuales
no ha de haber gobernadores, si por Nos otra cosa no fuere ordenado.

El territorio sobre el que la Audiencia de los Confines tenía jurisdicción comprendió al principio
desde Yucatán, Chiapas y Soconusco por el norte, hasta Tierra Firme (Panamá) por el sur, pero a
mediados de siglo la Provincia de Yucatán pasó a México y Panamá a la Audiencia de Lima (ver
Ilustración 25).

La selección y nombramiento de las primeras autoridades de la Audiencia de los Confines fue otro
de los logros de Bartolomé de Las Casas. Sabía éste, en efecto, lo difícil que era hacer realidad lo
mandado en las Leyes Nuevas, debido a los profundos intereses económicos que los encomenderos
estaban prestos a defender. Afortunadamente, para entonces habían muerto ya los conquistadores
Pedro de Alvarado y Pedrarias Dávila y sólo quedaba Francisco de Montejo en la Gobernación de
Honduras. El primer Presidente, Alonso de Maldonado (1544-1548), sin embargo, no respondió a
las expectativas de Fray Bartolomé de Las Casas. Aquél no ejecutó lo mandado en las leyes y fue
muy benigno en el Juicio de Residencia seguido post mortem contra Pedro de Alvarado. Es más, a
fines de 1544 escribió a la Corona opinando `que las Leyes Nuevas parecían demasiado severas y
que la Audiencia se había detenido en aplicarlas, a la espera de instrucciones de España y en vista
de lo que estaba ocurriendo en Perú y México'.

En efecto, Alonso de Maldonado, Presidente de la Audiencia, ya no era el mismo que había conocido
Las Casas en el tiempo de su proyecto de conquista pacífica en 1536 (supra, Gobernación de Pedro
de Alvarado). Esta vez actuó en otra forma, como lo hace ver Cerrato:

...la culpa de todo esto corresponde al Presidente, porque los oidores dicen que como él era el
presidente y un hombre experimentado en la tierra y además viejo, ellos no harían sino seguir su
ejemplo. Y como él tenía indios de encomienda -como también los tenían su suegro [Montejo], sus
cuñados y su hermanonada se podía ordenar en favor de los indios; todo ello causa mucho daño a
la reforma que ha deseado introducir...

Agrega Cerrato, al referirse a los oidores que trabajaron con Maldonado:

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¿Cómo pueden ser liberados los esclavos indios cuando el mismo oidor tiene 200 ó 300 esclavos?
¿Y cómo puede ser erradicado el servicio personal cuando el oidor tiene 50 indios en su casa,
acarreando agua, leña, forraje y otras cosas? ¿Y cómo pueden suprimirse los tamemes por un oidor
que tiene 800 de ellos en las minas, y cuando aun sus perros son cargados por tamemes?

Sin embargo, Bernal Díaz del Castillo, síndico por entonces del Ayuntamiento de Santiago de
Guatemala y representante de los intereses de los encomenderos, especialmente de los de pueblos
cacaoteros de Sonsonate y Suchitepéquez, opinó que Maldonado había sido un buen juez.

Dadas las circunstancias, Fray Bartolomé de Las Casas hizo sentir de nuevo su influencia ante la
Corona y logró la sustitución de Maldonado por Alonso López de Cerrato, que gobernó de 1548 a
1555. Historiadores contemporáneos de diversas escuelas concuerdan en señalar la rectitud y
energía de Cerrato en lo referente a la liberación de los esclavos y la organización de la nueva
sociedad. Julio C. Pinto Soria, en cambio, sigue a Marcel Bataillon al afirmar que Severo Martínez
Peláez cae en la simple apología de Cerrato, pues olvida que este último en realidad se valía `...de
cualquier argucia, una de ellas, la manipulación de los caciques indígenas, para crear frente a la
Metrópoli la imagen de un funcionario modelo y así lograr su nombramiento a perpetuidad que le
permita seguir enriqueciéndose a costa del pillaje colonial'.

La verdad es que durante la gobernación de Alonso López de Cerrato disminuyeron los tributos, se
liberaron los esclavos indios, fueron separados los naborías de sus amos y se disminuyó el uso de
tamemes. El Memorial de Sololá, asimismo, dice de Cerrato:

...durante este año [1549] llegó el Señor Presidente Cerrado [sic], cuando todavía estaba aquí el
Señor Licenciado Pedro Ramírez. Cuando llegó condenó a los castellanos, rebajó los impuestos a la
mitad, suspendió los trabajos forzados e hizo que los castellanos pagaran a los hombres grandes y
pequeños. El señor Cerrado alivió verdaderamente los sufrimientos del pueblo. Yo mismo lo vi ¡oh
hijos míos!

El Presidente Cerrato consiguió otras cosas importantes como las siguientes: la unificación política
de todas las provincias, al haber hecho que Francisco de Montejo, Gobernador de Yucatán, dejara
de persistir en sus pretensiones sobre Honduras y Chiapas; la liberación de los indios que tenía en
encomienda María de Peñalosa, hija de Pedrarias Dávila y madre de los hermanos Contreras,
asesinos del Obispo Antonio de Valdivieso; la expulsión de muchos clérigos inmorales que actuaban
mancomunados con los encomenderos en la explotación de los indios; la condena oficial (en su
calidad de Presidente de la Audiencia) de los excesos de los oidores; el traslado de la sede de la
Audiencia a la ciudad de Santiago de Guatemala, que se había establecido en la ciudad de Gracias a
Dios (Honduras) para defender los intereses de Alonso de Maldonado, de su pariente político
Francisco de Montejo y de los oidores. Sin embargo, también el Presidente Cerrato incurrió en
abusos de poder y nepotismo, al asignar a sus hermanos, primos, hijos y nietos las mejores
encomiendas en las zonas cacaoteras de Soconusco e Izalco.

Después de Cerrato presidieron la Audiencia, entre 1555 y 1564, Antonio Rodríguez de Quezada,
Pedro Ramírez de Quiñónez y Juan Núñez de Landecho (ver Cuadro 2). En este período los españoles
y las autoridades de la Audiencia se concertaron para explotar más fácilmente a los indígenas. Se
autorizó en tal sentido el incremento de los tributos en los rubros de cacao, bálsamo y zarzaparrilla,
y se permitió la transformación de muchos pueblos realengos a pueblos de encomienda. Los excesos

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del último de los presidentes citados fueron tales, que hasta el cronista Fuentes y Guzmán,
apologista de los encomenderos, se expresa duramente de él: `...con una política de Machiavelo,
hizo su nombre memorable, obrando en todo como un ministro del infierno pues sus acciones
irregulares, siendo causa nociva a los ejemplos, produjo efectos formidables'. En efecto, el
Presidente Núñez de Landecho propició el soborno, aceptó ser lisonjeado, y manejó a su antojo la
Real Hacienda, lo cual aprovecharon hábilmente los encomenderos, quienes con regalos y lisonjas
consiguieron que el Presidente ordenara el incremento de los tributos, con los consiguientes
agravios mayores y vejaciones para los indios de los pueblos de encomienda, no así de los realengos.

El fenómeno tiene su explicación. La encomienda estaba en su apogeo. Los encomenderos llegaron


a proponer a la Corona el pago de 200,000 ducados a cambio de obtener las encomiendas por tres
vidas, en una época en que sólo reportaban, según lo tasado, 138,000 ducados. La presión que
ejercieron por medio de sus procuradores produjo el desaparecimiento del gobierno colegiado de
los miembros de la Audiencia y la concentración del poder político en la persona del Presidente
Landecho. Por medio de cédula real se dispuso lo siguiente:

Habemos acordado, que vos solo tengáis la gobernación y proveáis los repartimientos que se
hubieren de encomendar y los otros oficios que se hubieren de proveer así como lo ha hecho hasta
aquí toda esa Audiencia: por ende por la presente vos damos poder y facultad para que vos solo
tengáis la gobernación así y como la tiene el nuestro virrey de la Nueva España.

Al enterarse la Corona del comportamiento anómalo de Juan Núñez de Landecho ordenó que éste
fuera destituido, encarcelado y sometido a un Juicio de Residencia, que debería extenderse a los
oidores y alcaldes mayores y seis corregidores. El sector de los encomenderos no abandonó a
Landecho. En nombre de ellos, por ejemplo, Francisco de la Cueva, Bernal Díaz del Castillo, Francisco
del Valle Marroquín y otros escribieron a la Corona en términos laudatorios sobre el Gobernador.
Sin embargo, esto no le libró de ser condenado.

Supresión de la Audiencia (1564-1570)


Con la creación de la Audiencia de los Confines, la Corona española había considerado como objetivo
principal destruir el gran poder de los primeros gobernadores y capitanes de la Conquista, y al
mismo tiempo organizar la economía colonial de modo que favoreciera preferentemente los
intereses reales. La Audiencia de los Confines en la década de 1560 era, sin embargo, de menor
importancia económica que la de Tierra Firme (Panamá), por donde transitaban hacia España el oro
y la plata del Perú. Por esa razón, y además por los abusos del Presidente Landecho, la Corona
ordenó que la Audiencia se trasladara, en 1563, a la ciudad de Panamá. Con ello se rompió la unidad
política del área, pues las provincias de Nicaragua y Honduras quedaron adscritas a la Audiencia de
Panamá, mientras que las de Guatemala, Chiapas, Soconusco y Verapaz quedaron bajo la
jurisdicción de la Audiencia de México. Francisco Briceño fue nombrado Gobernador de todas estas
últimas.

El traslado, sin embargo, perjudicó los intereses de la Corona, y sobre todo los de los indígenas, ya
que éstos no tenían un lugar cercano hacia el cual pudieran canalizar su oposición y protestas ante
los abusos de los encomenderos y de las autoridades civiles y eclesiásticas. Mientras gobernaba

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Francisco Briceño, el Obispo Bernardino Villalpando se asoció y confabuló con los encomenderos.
La emprendió contra los frailes dominicos y franciscanos, a quienes les quitó sus curatos,
principalmente en los pueblos cacaoteros, y colocó en su lugar a clérigos inescrupulosos. La actitud
del Obispo hizo que los indígenas de Totonicapán y Quezaltenango, poseedores también de muchas
estancias de cacao en la Costa Sur, `puestos en armas con vara y flecha', resistieran `tumultuados al
promotor fiscal, [a] un alguacil eclesiástico, al notario y otros allegados, clérigos y seculares'.
Alarmada la Corona por tales acontecimientos, en 1567 emitió una real cédula en la cual se decía al
Gobernador Briceño lo siguiente:

A nos se ha hecho relación que a causa del poco cuidado que Don Bernardino de Villalpando, obispo
de esa provincia tiene de castigar los delitos y excesos que los clérigos de ese obispado cometen, e
haciendo malos tratamientos a los indios naturales y otras personas, de que se siguen graves
inconvenientes y daños en escándalo y mal ejemplo de los pueblos... y hace otros malos
tratamientos a los religiosos de las órdenes, quitando a los de la de San Francisco los pueblos de
nuestra real Corona... y que asimismo tiene en su casa ciertas mujeres que no son sus hermanas ni
primas, y que la una de ellas es de edad de 18 años y poco honesta...

Ciertamente, la Iglesia, a pesar de ser una institución que según el Patronato Real debía garantizar
los intereses de la Corona, en la práctica no hacía tal cosa, pues con frecuencia dominaba en ella el
interés personal de los jerarcas, como fue evidente durante los obispados de Bernardino Villalpando
y Fray Gómez Fernández de Córdoba.

La ausencia de un tribunal superior cercano, en el cual los vecinos pudieran iniciar sus acciones
judiciales contra el Gobernador y sobre todo denunciar los abusos de los encomenderos, hizo que
el Ayuntamiento y los frailes dominicos, abogando por intereses muy distintos y hasta en pugna,
solicitaran a la Corona la reinstalación de la Audiencia en Santiago de Guatemala. En estas
circunstancias fue significativa la intervención de Fray Bartolomé de Las Casas que, con sus 90 años
a cuestas, promovió personalmente en 1566 el restablecimiento de la Audiencia en Guatemala, en
pro de las necesidades de los indígenas según lo dejaba ver.

Seis años duró la situación de inestabilidad, es decir, hasta 1568, cuando la Corona decidió recobrar
el control y ordenó el restablecimiento de la Audiencia en la ciudad de Santiago de Guatemala, pero
esto se llevó a cabo hasta en 1570.

Audiencia de Guatemala
El restablecimiento de la Audiencia se justificó por el interés de la Corona en poner fin a la anarquía
que se había desatado en el área. Tal anarquía había llegado a corromper no sólo a las autoridades
del Ayuntamiento sino hasta al mismo obispado, por la poca capacidad política del Gobernador para
imponer el orden. El inicio del nuevo período se caracterizó consecuentemente por las disputas
entre la Audiencia y el Ayuntamiento, y entre éste y el nuevo obispado. Era, en efecto, la época en
que se había intensificado la explotación del cacao, generadora de la corrupción del poder
administrativo, y la Corona trataba de disminuir la hegemonía alcanzada por algunos
encomenderos, como antaño lo había hecho con los adelantados y gobernadores, mediante una
cuidadosa selección del Presidente de la Audiencia y del Obispo de Guatemala. Los nombrados, por

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cierto, entraron en conflicto con el Ayuntamiento de Santiago, institución que representaba los
intereses de los principales encomenderos.

Para conseguir sus propósitos, la Corona decidió una vez más concentrar el gobierno de la región en
el Presidente, y dejó a la Audiencia sólo las funciones de tribunal superior de justicia. Por ello se
adjudicaron al Presidente las funciones de proveer encomiendas, de asignar repartimientos de
indios, y de nombrar funcionarios intermedios (alcaldes mayores y corregidores), con excepción de
los que la Corona se había reservado, como los jueces repartidores, oficiales reales, y jueces de
visitas. La Corona también se reservó la potestad de confirmar a los alcaldes ordinarios de las
ciudades.

La Audiencia quedó como tribunal superior para resolver las causas políticas, económicas, civiles,
criminales y religiosas, mediante la aplicación de mecanismos procesales casuísticos que para el
efecto había dictado la Corona. Los miembros de la Audiencia no podían abogar por otros, ni obtener
granjerías agropecuarias, ni proveer cargos a sus familiares (fenómeno usual durante el período de
la Audiencia de los Confines, principalmente con Alonso de Maldonado y Alonso López de Cerrato),
ni enviar jueces pesquisidores, a no ser que fuera más allá de cinco leguas de la sede. Tampoco
podían prender a una mujer por amancebamiento con clérigo o fraile. Debían, por otro lado,
determinar los pleitos de la Real Hacienda en primer lugar y resolver en primera instancia los hechos
criminales acaecidos a cinco leguas a la redonda.

El poder político de la Audiencia, durante el resto del siglo XVI y durante el siglo XVII no tuvo un
carácter consistente, pues en dicho período se pueden distinguir tres etapas: los gobiernos
reformistas (1570-1626), los gobiernos de fuerza (1626-1678) y los gobiernos inestables (1678-
1701).

Los Gobiernos Reformistas (1570-1626)


Con el restablecimiento de la Audiencia se inició un período de gobiernos reformistas que incidieron
en la reorganización política de la región, y a la vez se emprendieron con interés propio actividades
agrícolas, urbanísticas y comerciales. Sus primeros tres Presidentes, Antonio González, Pedro de
Villalobos y García de Valverde (ver Cuadro 2) tuvieron que enfrentarse a las tradicionales
manifestaciones del poder político que habían adquirido los encomenderos de la región cacaotera
de los izalcos. Efectivamente, se había iniciado un conflicto entre los comerciantes de cacao que
controlaban el Cabildo de Sonsonate, en cuya jurisdicción estaban los izalcos, y los encomenderos
de dicha región que controlaban el Ayuntamiento de Santiago y el Corregimiento del Valle. La
Audiencia se pronunció en favor de los comerciantes y dispuso que los alcaldes ordinarios de
Sonsonate eran las únicas autoridades con jurisdicción sobre la rica región cacaotera de los izalcos,
en contra de lo que reclamaba el Ayuntamiento de Santiago para sus alcaldes ordinarios y para el
Corregidor del Valle. La disputa se prolongó desde 1570 hasta 1582, debido a las apelaciones de los
encomenderos. La Corona ordenó cerrar el caso y deshacer el feudo de los Guzmán, líder principal
de los encomenderos. De paso se ordenó también, en 1572, la supresión del Corregimiento del Valle,
una de las causas de los problemas, aunque después el Presidente Alonso Criado de Castilla trató
de beneficiar a un familiar, por lo cual se le llamó la atención y se ordenó la eliminación definitiva
del Corregimiento en 1604.

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El reformismo que caracterizó este período fue producto no sólo del auge de la actividad añilera y
cacaotera en las últimas décadas del siglo XVI (con sus consecuentes efectos en cuanto a la tenencia
de la tierra, relaciones laborales y actividad comercial) sino, sobre todo, del interés real por tener
un mayor dominio político en la región y, consecuentemente, un mayor ingreso monetario.

La Corona y los presidentes supieron aprovechar las implicaciones de la actividad añilera para
proveerse de abundantes fondos. Felipe II, en efecto, involucrado en numerosas guerras contra
ingleses, franceses y turcos, requería de grandes recursos económicos y por ello impulsó todo un
conjunto de medidas fiscales en las colonias indianas, entre las cuales sobresale la que se conoció
con el nombre de `composición real'. Por medio de esta institución se obligaba a quienes se habían
apoderado ilícitamente de tierras de indígenas o baldías a iniciar trámites de titulación y a pagar por
ellas una moderada cantidad de dinero, según la calidad y extensión de las mismas.

Se inició así todo un proceso de legalización del latifundio en formación, con el consecuente
incremento de litigios y alegatos presentados por los indígenas ante la Audiencia con el fin de
defender sus propiedades de los arrebatos, principalmente de los añileros y de las órdenes
religiosas.

Los gobiernos reformistas también pretendieron intervenir en el campo de las relaciones laborales,
y para ello recibieron gran apoyo de la jerarquía eclesiástica. De esta manera, por ejemplo, el Obispo
Gómez Fernández de Córdoba (1574-1598) procedió a quitar los curatos a los clérigos para
entregarlos a los frailes, y más tarde Fray Juan Ramírez de Arellano (1601-1609) la emprendió contra
el repartimiento y el maltrato a los indios, así como contra la corrupción de corregidores y alcaldes
mayores. Los presidentes, por su lado, impulsaron a los jueces visitadores de obrajes añileros, con
el propósito de acabar con los abusos y de hacer cumplir las numerosas disposiciones laborales. En
la práctica, sin embargo, siguieron los excesos, y el repartimiento de indios se convirtió en el
principal mecanismo de enriquecimiento de los presidentes de la Audiencia. Thomas Gage,
dominico inglés radicado en Guatemala en esa época, señala que si bien el sueldo de los presidentes
era de 12,000 ducados, ganaban dos veces más con los regalos, tráfico y entradas provenientes del
repartimiento.

Los gobiernos bajo análisis impulsaron obras materiales que favorecieron el desarrollo económico.
Ejemplos de tales obras son el puente de Los Esclavos, terminado en 1592; la apertura del puerto
de Santo Tomás de Castilla (1604), para facilitar el comercio con la metrópoli; la plantación de
nopaleras en 1617, para la producción de la grana o cochinilla, con lo cual se buscaba sustituir la
decreciente actividad cacaotera, pero el proyecto no prosperó satisfactoriamente; y la fundación de
una villa (1611) al suroeste de Escuintla, destinada a mestizos y personas de color, la cual recibió el
nombre de La Gomera.

Los Gobiernos de Fuerza (1626-1678)


El desarrollo económico de la región entró en una profunda y acelerada decadencia a finales de la
segunda década del siglo XVII, y el tráfico comercial con la Península quedó reducido a llegadas
esporádicas de barcos. En efecto, el sistema español de flotas comenzó a dar signos de grandes

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tensiones y de un colapso potencial después de 1630. La metrópoli experimentaba dificultades
crecientes para mantener abiertas sus rutas de navegación, en parte por las actividades de los
piratas y de las naves extranjeras hostiles en tiempos de guerra. En consecuencia, en 1633 la Corona
decidió retirar los navíos de guerra del área centroamericana y el comercio quedó reducido, a partir
de entonces, al arribo ocasional de algún barco. Consecuentemente, decreció la producción añilera,
pues no resultaba razonable producir más allá de la cantidad que se podía comercializar y exportar.

Los efectos políticos de la recesión económica se manifestaron ante todo en las relaciones de
trabajo y en una oscilante actitud intervencionista y de laissez faire del gobierno. Los dueños de
obrajes añileros buscaron mantener su nivel de ingreso económico aumentando la explotación de
los indios. Con este fin, en 1630 pretendieron sobornar a la Corona al ofrecerle `contribuir con
40,000 pesos al tesoro real si se terminaba con el sistema de visitas y se rescindían las prohibiciones
contra el empleo de indígenas'. Ante los resultados negativos de su gestión, los añileros tuvieron
que seguir pagando multas y sobornos a los funcionarios. Murdo MacLeod, por su parte, considera
que estos años se caracterizaron por una disminución del maltrato dado a los indígenas. No se debe
olvidar que fue durante este período, específicamente en 1663, que la Audiencia solicitó la
supresión del repartimiento, sin que prosperara tal petición debido a la extraordinaria presión
ejercida ante la Corona por el Ayuntamiento y las órdenes religiosas. Esto último contradice lo que
afirma MacLeod.

El repartimiento era el principal medio de adquirir fortunas de las autoridades coloniales. El


Presidente Martín Carlos de Mencos (1659-1668) informó al Rey que obtenía de los repartimientos
entre 3,000 y 4,000 pesos, cuando en realidad eran entre 5,000 y 6,000. Todo ello redundó en un
aumento de la burocracia gubernamental y en la constante rotación en los cargos públicos, medios
empleados por los presidentes para facilitar el enriquecimiento de sus familiares y amigos.

Por otra parte, el período se caracterizó por todo un conjunto de medidas defensivas adoptadas
para enfrentar la amenaza de los piratas. En efecto, España estaba en guerra con Francia y Holanda,
lo que aprovechaban los piratas holandeses e ingleses para asolar las posesiones coloniales
españolas. Esto llevó a la Corona a establecer una armada en las Antillas, la que debía ser sostenida
por las colonias que iban a resultar directa o indirectamente beneficiadas. El Ayuntamiento de
Santiago se comprometió a entregar durante 15 años 4,000 ducados anuales, pero en 1636 la
Corona exigió con efecto inmediato, además de tal contribución, que se pagara un nuevo impuesto
de exportación, al cual se dio el nombre de `barlovento' (por referencia a la región donde operaría
la armada). El impuesto consistía en cuatro reales por cada cajón de tinta añil, dos en el caso de una
carga de cacao, dos por la arroba de grana silvestre, un real si se trataba de un cuero de ganado
vacuno, un real por cada `petaca' de brea o de tabaco y sobre cada arroba de zarzaparrilla.

La realidad era que la piratería se estaba haciendo sentir en el área costera de ambos océanos y
también en algunas ciudades del interior como Granada y León en Nicaragua. Según explicaba Gage
refiriéndose al año 1637, el tránsito comercial se hacía por la vía del Río San Juan (Nicaragua) porque
los comerciantes de Guatemala temían mandar sus efectos por el Golfo de Honduras, donde habían
sido asaltados varias veces por piratas holandeses en la ruta a La Habana. Se consideraba más seguro
usar las fragatas de Cartagena, cuyo pasaje no había sido tan interrumpido por los holandeses como
el otro.

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La Armada de Barlovento, sin embargo, no fue suficiente. Había necesidad de fortalecer
militarmente las costas de la región, por los numerosos ataques y saqueos en Honduras, Nicaragua
y Costa Rica. Los ingleses habían incursionado desde finales del siglo XVI en Belice y el Atlántico
nicaragüense, de donde extraían palo de campeche y caoba. En consecuencia, los intereses
económicos exigieron a las autoridades atender la protección de los principales sitios por donde se
realizaba el comercio exterior, y así procedieron a fortificar los castillos de San Felipe en Guatemala
(1651) y de la Inmaculada Concepción en Nicaragua (1675).

La inestabilidad económica, causada por la inseguridad en el área, contribuyó a acentuar la


corrupción entre los gobernantes, pues éstos no sólo vivían del cohecho y el soborno, sino se habían
convertido ellos mismos en los más grandes contrabandistas. El Presidente Martín Carlos de
Mencos, por ejemplo, fue acusado del contrabando hacia Holanda de 800 cajas de añil y ocho barras
de plata. A pesar de que se le comprobó el delito, la Corona lo perdonó por sus `meritorios servicios
públicos'. Otro caso fue el del Fiscal de la Audiencia, Pedro de Miranda Santillana, sentenciado a
presidio en 1670 y recluido en el Castillo de San Felipe, donde murió. El delito sancionado en este
caso fue el de tratos y contratos con los enemigos del Rey. A los vicios señalados deben sumarse los
de la `baratería' y `derramas'. Consistía el primero en engaños en operaciones de compraventa, y el
segundo en forzar a los indígenas a comprar mercancías. Todo ello lo hacían presidentes y oidores
valiéndose de funcionarios intermedios, como alcaldes mayores y corregidores.

Inestabilidad Gubernamental (1678-1701)


A fines del siglo XVII se inició en el Reino de Guatemala una recuperación de la economía, gracias al
incremento de la actividad comercial en torno a productos como añil, cueros y sebo, cuyo comercio
se había generalizado por medio del contrabando con los ingleses y los holandeses. Esto último hizo
que disminuyeran los asaltos de piratas y corsarios. Las autoridades coloniales disimulaban el
problema, ya que el contrabando era otra de sus principales fuentes de enriquecimiento.

El resurgimiento económico significó a la vez el despojo y la acumulación de tierras, el


recrudecimiento de la explotación del trabajo indígena, el contrabando descarado y la revitalización
de las actividades misioneras. En tal contexto los gobiernos centrales tuvieron que afrontar no sólo
la reafirmación del poder de latifundistas y nuevos comerciantes, sino especialmente el nuevo
esquema de las contradicciones socioeconómicas. Se vieron obligados a enfrentar también a los
criollos, que luchaban por una mayor participación en los puestos políticos y religiosos. Fuentes y
Guzmán, a finales del siglo XVII, fue uno de los más importantes críticos de la situación en la cual los
recién llegados, dedicados al comercio exterior, desplazaban de los puestos principales de poder a
los descendientes de los conquistadores.

En estas circunstancias, durante el período aludido hubo mucha inestabilidad política, conflictos
entre las mismas autoridades de la Audiencia, división interna de la aristocracia, etcétera. El fin del
siglo XVII se caracterizó por un notorio conflicto entre Audiencia y Ayuntamiento, empeñados una
y otro en obtener un mejor control y beneficio de la floreciente economía.

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El auge económico, por otro lado, permitió que los llamados a la limosna formulados por los frailes
tuvieran eco, y se pudieran así mejorar los hospitales (1684). Paralelamente a ello, empero, resurgió
el interés de ampliar el control de la tierra y la mano de obra, aunque esto último se planteó como
una nueva cruzada evangelizadora. En tales circunstancias se proyectó la conquista del Itzá y El
Lacandón (1695-1696) desde tres sitios a la vez (Verapaz, Huehuetenango y Chiapas), lo que dio
origen a la reducción de nuevos poblados (Nuestra Señora de los Dolores, y Betlén, por ejemplo),
donde se exigió a los moradores, en calidad de tributo, grana, vainilla, cacao, achiote, cera y miel.
Las extorsiones sufridas por éstas y otras poblaciones a manos de frailes y autoridades asentados
en Chiapas, Huehuetenango y Verapaz fueron de tal magnitud que los motines aumentaron en
número e intensidad hasta desembocar en la rebelión de los zendales a principios del siglo XVIII.

Justicias Mayores
La institucionalización del poder colonial a mediados del siglo XVI tenía como objetivo principal
hacer llegar al real fisco las riquezas que generaba el trabajo indígena. Al mismo tiempo se reunificó
el poder central y los familiares de los adelantados fueron despojados de los numerosos pueblos de
indios que se les habían adjudicado, los cuales pasaron a ser realengos, es decir, a tributar en favor
del Rey. Con ello surgió la necesidad de administrar más directamente a dichos pueblos, a fin de
asegurar el pago del tributo.

La Audiencia, creada a propósito, no pudo alcanzar el objetivo enunciado anteriormente, durante


el período del Presidente Maldonado. En el gobierno de Alonso López de Cerrato (1548-1555) se
procedió a crear la estructura política que permitiera la institucionalización del poder. En tal
contexto deben verse la reducción de indios a pueblos, la elección de Cabildos y sobre todo el
establecimiento de los órganos políticos intermedios (corregimientos y alcaldías mayores), entre el
poder central (la Audiencia) y los pueblos de indios. El objetivo central de todas estas instituciones
era el de controlar mejor los tributos que debían pagar los indígenas, ya fuera a la Corona o a los
encomenderos. Además se les dio la función de velar por la instrucción de los naturales en la fe
cristiana y la de administrar justicia, lo que en la práctica jamás cumplieron, ya que, por el contrario,
se dedicaron a promover sus propios intereses.

Los corregimientos y alcaldías mayores se diferenciaban al momento de su creación, pues los


primeros fueron establecidos para administrar pueblos realengos, mientras las segundas estaban
destinadas a pueblos de encomienda y villas de españoles; en menos de una década, sin embargo,
tal distinción empezó a desaparecer. En la década de 1570, al restablecerse de iure la Audiencia de
Guatemala, los corregimientos y alcaldías mayores fueron puestos bajo la autoridad de las
gobernaciones, creadas nuevamente para regir mejor las distintas provincias (ver Ilustración 26).

En esta época, las presiones de los conquistadores y sus hijos ante la Corona habían sido fuertes e
insistentes y, sumadas a las arbitrariedades y abusos de los presidentes y oidores, crearon las
condiciones para que muchos pueblos realengos (principalmente los de las regiones cacaoteras)
volvieran a ser encomendados. De este modo desapareció la diferencia original, pues los pueblos
de encomienda empezaron a ser administrados indistintamente por corregimientos, alcaldías
mayores y gobernaciones. Es más, ni siquiera la jerarquía señalada a estas últimas se guardó en la
práctica. Carlos Molina, historiador nicaragüense, dice al respecto:

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... porque si los gobernadores por ser de provincias más dilatadas y principales, se los reservó desde
un principio su majestad, también a los alcaldes mayores y corregidores en su momento y
circunstancia. Asimismo, la variedad de salarios no pudo dar pie a una diferencia sustancial entre
estos oficios, pues esta materia no obedeció a regla alguna sino a la realidad de cada provincia.
Alcaldías mayores hubo que tuvieran más elevado salario que algunas gobernaciones. Y
corregimientos que, aun teniéndolo menor, en razón de los llamados `emolumentos', se estimaron
como más fructíferos que ciertas alcaldías.

En consecuencia, las funciones de los cargos mencionados se ampliaron en el último cuarto del siglo
XVI. Entonces ya podían `conocer civil y criminalmente de todo lo que se ofreciere en sus distritos,
así entre españoles, como entre españoles e indios, e indios con indios'. Además debían supervisar
los gastos de las cajas de comunidad, y elaborar en forma periódica balanzas de los pagos efectuados
por doctrinas, visitas, besamanos, etcétera.

La potestad para nombrar a dichos funcionarios correspondía por lo general a los presidentes de la
Audiencia, pero la Corona fue reservándose el derecho de hacer algunos nombramientos a medida
que se fue dando cuenta de las riquezas potenciales que significaba el venderlos al mejor postor. En
1569, por ejemplo, la Corona se reservó las gobernaciones de Honduras, Costa Rica y Soconusco, y
las alcaldías mayores de San Salvador, Ciudad Real, Tegucigalpa, Sonsonate, Verapaz y
Suchitepéquez. Sin embargo, cuando dichos cargos estaban desocupados, el Presidente los daba
interinamente a sus allegados y les facilitaba a la vez informaciones sobre otros candidatos en
condiciones de hacer mejores ofrecimientos y con posibilidades de optar al puesto en plenitud. En
los años finales de la recesión económica del siglo XVII, la Corona ordenó la supresión de buen
número de corregimientos (ver Cuadro 3). García Peláez considera que esto fue a consecuencia del
descenso de la población indígena.

La estructuración política intermedia montada por el Presidente Alonso López de Cerrato tenía en
su base a los pueblos de indios, regidos éstos por sus principales, o sea la prolongación de las clases
dominantes de los señoríos indígenas prehispánicos. Entre esos principales se elegía a los miembros
del Cabildo y a los ayudantes del cura (sacristán, cofrades, teopantlacas, etcétera), a cuya cabeza
estaba el Gobernador de indios. El reconocimiento y mantenimiento de parte de la estructura del
poder prehispánico fue, en el Reino de Guatemala, uno de los medios más importantes en manos
de los españoles para controlar a la población indígena. Los justicias mayores y curas doctrineros
ejercieron sobre aquellos representantes del poder tradicional las presiones más inauditas, a fin de
lograr no sólo que los pueblos pagaran el tributo y cumplieran con la entrega semanal de indios de
repartimiento, sino especialmente a efecto de garantizar otros trabajos a los cuales los indios no
estaban obligados. Este era el caso del repartimiento de los hilados (imposición que se hacía recaer
en las indias para transformar el algodón en hilaza y tejidos) y el pago de derramas (distribución de
prendas o instrumentos de trabajo entre los indios a precios elevados, para pagarlos después de
cierto tiempo con cacao, gallinas u otros productos de la tierra que se valoraban a precios
rebajados). En el Memorial de Sololá los autores refieren con asombro cómo sus principales fueron
azotados en distintas ocasiones por los corregidores a causa del tributo.

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Los gobernadores, corregidores y alcaldes mayores actuaron casi siempre en forma injusta, como lo
expresó el Obispo Juan Ramírez de Arellano en 1603:

Todos los demás de ellos (autoridades) no sirven sino de robarles sus haciendas, comerles sus
gallinas, criar y engordar caballos sin pagar a los indios lo que gastan... Con la vara se atreven más
osadamente a agraviar a los indios, azotándoles, despojándoles sus comunidades, llevándoles por
vía de derecho y salarios sus haciendas y siendo disimuladamente ladrones autorizados con la vara
de Su Majestad... Los alcaldes mayores y corregidores cuando visitan los pueblos no pagan la comida
ni asientan por escrito lo que han gastado a los indios, siendo mucho más lo que ellos gastan de una
vez cuando visitan que lo que el clérigo o fraile gasta en todo el año cuando va a adoctrinar y a
sacramentar a los indios de los pueblos. Los alcaldes mayores y corregidores en sus distritos tratan
y contratan, siendo públicos mercaderes, comprando más barato las cosas de los indios que los otros
españoles, y tornándoselas a revender como regatones a mucho más precio de lo que las
compraron. Los gobernadores indios y alcaldes ordinarios de los pueblos son vejadísimos de los
alcaldes mayores y corregidores, porque en no cumpliendo alguno de sus mandamientos, por un
indio que falte del repartimiento envían luego sus alguaciles para que los traigan presos.

A la labor de control de los pueblos de indios contribuyeron igualmente muchos sacerdotes seglares
y regulares, como se señala en la Relación de las Provincias de la Verapaz, escrita a fines del siglo
XVI, donde se describe el poder político en manos de los religiosos y el maltrato que éstos daban a
los indígenas. Significativo, asimismo, es el cuadro que presenta Gage acerca de la influencia que los
frailes ejercían sobre los gobernadores indígenas, quienes no hacían nada sin el visto bueno del cura.
Gage comenta con estoicismo: `... a esta situación han llegado estos pobres desgraciados, a causa
de los frailes y las justicias que los gobiernan'.

La organización político-administrativa de la Audiencia de Guatemala a fines del siglo XVII, pese a


las evidentes contradicciones en la lucha por el control del poder (entre las autoridades venidas de
España y los comerciantes y terratenientes), funcionaba eficazmente para garantizar el
enriquecimiento de la aristocracia colonial. Sin embargo, estaba muy lejos de hacer cumplir, aunque
fuera en mínima parte, las leyes aprobadas para el buen gobierno de estas regiones.

Organización Militar
El poder militar no fue, como pudiera creerse, de lo más sobresaliente en los primeros dos siglos de
vida colonial. Ciertamente fue muy significativo en el proceso de conquista, pero en la segunda
mitad del siglo XVI su importancia empezó a decaer y cedió lugar a las fuerzas políticas y religiosas.
En la segunda parte de la centuria siguiente, sin embargo, de nuevo se hicieron evidentes (aunque
sin los bríos necesarios) la organización y acciones militares para la defensa y consolidación del
poder colonial.

El Ejército Conquistador
El proceso de conquista de los señoríos guatemaltecos comprendió básicamente acciones militares
de ocupación y avasallamiento. Las tropas que llevaron a cabo tales empresas venían integradas por

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un cuerpo de infantería de 300 hombres, uno de caballería de 120 y unos pocos artilleros. Traían
también un cuerpo numeroso de indios auxiliares mexicanos y tlaxcaltecas. Pedro de Alvarado, con
el grado de Teniente de Capitán General que le otorgó Hernán Cortés, traía el mando general.

Las tropas invasoras, a pesar de formar parte de un ejército que operaba en nombre de la Corona
hispana, no respondían exactamente a los intereses de ésta, ya que sus integrantes no percibían
una `soldada', o sea, un sueldo; antes bien, aportaban sus propios medios y recursos para la guerra.
Esta fue la razón principal que explica una escasa y deficiente disciplina militar. No obstante, los
expedicionarios tenían conocimientos generales de carácter militar: antes del combate hacían
`alardes' (especie de paradas militares) al son de caja, pífano y clarín, y ya en el combate distribuían
los distintos cuerpos en `tercios', comandados unos por capitanes y los otros por cabos.

Al autorizar la Corona la Gobernación de Guatemala (1527), otorgó a Pedro de Alvarado


simultáneamente el poder político y el militar, este último con el grado de Adelantado y Capitán
General. Así se empezó a institucionalizar el poder colonial en la región. Se mandó entonces que los
encomenderos mantuvieran gentes y armas: el que tuviera 2,000 indios de repartimiento, debía
tener dos gentes de a caballo con ballestas, escopetas y saetas; el que tuviera 1,000, uno de a
caballo; el que tuviera 500, una ballesta y saetas o escopeta, su espada y daga. Todos estaban
obligados además a limpiar sus armas cada tres meses. Los distintivos propios del poder político y
militar de los hispanos, la `vara' alta para la gobernación y la `xineta' (lanza corta con el hierro dorado
y una borla por guarnición) para el mando militar, empezaron a difundirse en el área.

El Mantenimiento del Orden Urbano


Al mismo tiempo que se completaba la conquista de los naturales, se procedió a crear las
condiciones para que los castellanos vivieran `en policía', es decir, en orden, respetando las normas
establecidas. Por tal razón se responsabilizó al Ayuntamiento de la tranquilidad y sosiego de los
vecinos, y el mismo creó los cargos de alguacil mayor y alcaldes de la Santa Hermandad. El primero
de dichos cargos apareció en 1525 y emitió sus primeras ordenanzas en 1529. Sus funciones estaban
encaminadas al mantenimiento del orden público (policía) y a ejecutar las penas y castigos dictados
por los alcaldes ordinarios (régimen carcelario).

A medida que crecía la ciudad, se fueron nombrando auxiliares y se organizaron rondas nocturnas
para atender las numerosas y graves acciones delictivas cometidas por los vecinos españoles. En
1555 la Audiencia autorizó también al Ayuntamiento de Santiago de Guatemala la creación y
nombramiento de los alcaldes de la Santa Hermandad. García Peláez indica que fue para `perseguir
e castigar los malhechores, robadores, forzadores y salteadores de caminos, por haber mucha gente
perdida que anda vagando por esta tierra de los del Perú y de la Nueva España'. En la autorización
se mandaba, sin embargo, que los citados alcaldes no entendieran de los delitos de los indios, mas
la realidad indica que, ya personalmente, ya por medio de ayudantes, conocidos éstos como
`cuadrilleros', los alcaldes abusaron constantemente de los naturales. El cargo perduró hasta 1683.

En los pueblos de indios, los gobernadores y justicias eran los encargados directos de guardar el
orden y ejercer las funciones policíacas, pero no tuvieron mayor autonomía ya que actuaban bajo
presiones de los curas doctrineros, los encomenderos y las autoridades españolas. La

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documentación colonial muestra las múltiples vejaciones y abusos cometidos por las autoridades
en contra de los indígenas, contra quienes se ordenaba el castigo del azote aun por faltas leves.

Los encomenderos y funcionarios crearon cuerpos de seguridad con gente de color, a veces por
cuenta y beneficio propios, en contravención de las disposiciones reales que prohibían a los negros
la portación de armas. Aquellos españoles argumentaban que tomaban tales medidas por temor a
los indios, a los españoles menos afortunados, a los negros cimarrones que merodeaban por la ruta
del Golfo y asaltaban a las caravanas, y también para obligar a los indios a trabajar.

Formación de Milicias
Con la consolidación progresiva del poder colonial, los encomenderos fueron asumiendo actitudes
aristocráticas y descuidando por completo sus obligaciones militares. De este modo, cuando se hacía
necesario organizar una fuerza defensiva, los encomenderos desaparecían. En 1558 el único aspecto
castrense permanente era la sala de armas, con unas pocas bocas de fuego y armas blancas.
Probablemente las medidas aprobadas por la Corona en las Leyes Nuevas, emitidas la década
anterior, por las cuales se reducía el poder de los gobernadores a la esfera política y religiosa,
incidieron en el descuido y debilitamiento de la organización militar. La Corona, empero, decidió en
1572 restablecer el cargo de Capitán General en la persona del Presidente y Gobernador, pero no
por ello resurgió la organización militar. Situación semejante encontró en 1625 el dominico Gage,
pues relata que no había vigilancia para la defensa de los puertos y que los navíos ingleses y
holandeses entraban sin mayor dificultad por el Golfo Dulce y se instalaban en las riberas sin
oposición, porque la gente en su mayoría huía hacia los bosques, `confiando más en sus pies que en
sus manos y armas'. Desde 1611 la Corona había tratado de fortalecer las actividades castrenses en
el Reino de Guatemala, y nombró para ello un presidente de capa y espada, Antonio Peraza de Ayala,
Conde de la Gomera, entendido en asuntos militares, y con el encargo específico de contener los
avances de piratas sobre el área. Pero los presidentes optaron por enriquecerse y abandonaron las
tareas encaminadas a la defensa del poder colonial.

Los ataques de piratas y corsarios, que aumentaron en el último cuarto del siglo XVII por las guerras
entre España y Francia e Inglaterra, por un lado, y por el otro la pervivencia de señoríos indígenas
sin reducir en distintas partes del Reino (Petén Itzá, Taguzgalpa, Tologalpa, Chontales), obligaron a
la formación de ejércitos. En la primera mitad del siglo XVII se organizaron, ocasionalmente, algunas
tropas, integradas por miembros de los gremios artesanales, pero como tal tipo de reclutamiento
encontró oposición y además era difícil conseguir el número necesario de soldados cuando la
ocasión lo demandaba, la Audiencia decidió reclutar gente sin oficio o sin trabajo, entre mulatos,
negros y blancos pobres, a efecto de repeler los ataques de piratas o hacer `entradas' en las zonas
sin conquistar. En 1643, sin embargo, se ordenó un reclutamiento general en todo el Reino, el cual
no se podía evadir so pena de la vida, y se movilizó a todos los españoles y castas comprendidos
entre los 16 y 60 años, pues se temía que los piratas, que se habían apoderado de Trujillo,
penetraran al interior del territorio y acabaran con el poder hispano en el Reino de Guatemala.

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Fueron realmente las acciones de piratas y corsarios (ver Cuadro 4) las que obligaron a las
autoridades coloniales a organizar, en 1671, milicias fijas (permanentes) y batallones de gente parda
en la ciudad de Santiago de Guatemala. Pero no se permitió que los naturales ingresaran en ellas,
algo contradictorio en la práctica, pues las compañías de flecheros constituyeron, durante todo el
período colonial, un sector importante en la movilización de tropas. La Corona desaprobó aquella
decisión, pero no por ello fueron desmovilizadas dichas tropas de pardos; más bien fueron
acrecentadas constantemente hasta constituir el cuerpo principal de las fuerzas armadas del Reino.
En 1679, el batallón de la ciudad de Santiago estaba compuesto por las compañías de los barrios El
Tortuguero, San Sebastián, San Jerónimo y San Francisco, cada una al mando de un sargento. Un
capitán, por lo regular español, tenía el mando del batallón. Sin embargo, muchos pardos fueron
también distinguidos con tal jerarquía por sus méritos. La sala de armas empezó a abastecerse mejor
en este período, y alrededor de 1681 contaba con 1,357 bocas de fuego, entre mosquetes,
arcabuces y escopetas.

Los ataques de los piratas obligaron a conformar igualmente milicias de mulatos en las alcaldías
mayores, corregimientos y ciudades del Reino. Las milicias de San Miguel, Sonsonate, San Vicente y
Granada fueron importantes, pero una que se destacó fue la de Chiquimula, que acudía a la defensa
de las baterías del Motagua, Omoa, Trujillo, Castillo de San Felipe y Bodegas del Golfo, a fin de
rechazar a los piratas cuando fuera necesario. Los soldados `fijos' (permanentes) formaban una
parte de tales milicias, pero la mayoría la constituían las `reservas'. En 1685 se crearon también las
milicias de españoles-americanos en la ciudad de Santiago, las cuales integraron en su conjunto la
llamada Compañía de Vizcaínos y Montañeses, con unidades destacadas, como la Escuadra de los
Guzmanes.

Las milicias, además de servir para repeler ataques de piratas, se emplearon en las últimas décadas
del siglo XVII para llevar a cabo la conquista del Itzá y Lacandón. Hay al respecto abundantes datos
sobre la organización, desplazamiento y enfrentamientos militares en las jornadas
correspondientes.

Con el establecimiento de batallones fijos (permanentes), la estructuración jerárquica del mando


militar se fue consolidando. El comandante en jefe de todas las tropas del Reino era el capitán
general, que presidía a la vez la junta de guerra. En las provincias, la conducción de las tropas corría
a cargo de los tenientes de capitán general, que en lo político fungían como gobernadores, alcaldes
mayores o corregidores. El mando continuaba en forma descendente en los sargentos mayores, una
especie de dirigente `político' en los ejércitos modernos, que ejercían asimismo las funciones de
fiscales. La conducción de cuerpos o compañías integradas era atribución del maestre de campo,
mientras que los capitanes (hubo de `dragones', es decir, de caballería, y también de infantería) eran
los responsables directos de las compañías. A continuación seguía el alférez, oficial que llevaba la
bandera en la infantería y el estandarte en la caballería. Las compañías estaban conformadas por
escuadras, conducidas cada una por un cabo.

A fines del siglo XVII el armamento, tanto de la caballería como de la infantería, no era muy diferente
del que habían traído los primeros conquistadores, a no ser en su valor monetario. Las principales
armas seguían siendo `blancas' en su mayor parte (ballesta, puñal, daga, alabarda, espada, pica,
chuzo, lanza). Las de fuego eran los arcabuces, las escopetas, algunas culebrinas y bombardas. En la
artillería se notaba cierto progreso, pues se contaba con algunas baterías de cañones y `pedreras'

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para defender los puertos. A mediados del siglo XVI una lanza costaba un peso de oro, un puñal tres,
una espada ocho, una ballesta 21 y una escopeta 100. A fines del siglo XVII las escopetas y arcabuces
tenían un valor marcadamente inferior, pues costaban nueve y siete pesos respectivamente.

Al mismo tiempo que se formaron las milicias, se procedió a la fortificación y artillamiento de


algunas regiones. Se amplió, por ejemplo, el aparato defensivo del Golfo Dulce. La prístina torre
circular, construida en 1586, fue mejorada y guarnecida con 32 mosquetes en 1605, para proteger
el recién inaugurado sitio de atracamiento de Santo Tomás de Castilla, el cual supuestamente
sustituiría a Puerto Caballos y Trujillo. Por esta razón especial fue objeto de ampliación y fortificación
a partir de 1685. Para el éxito de tal empresa, los vecinos de Santiago de Guatemala prometieron
dar 6,000 pesos, el grupo de los eclesiásticos prometió 1,000, y el obispo y los comerciantes un
cuartillo sobre cada libra de añil, mientras durara la construcción. Los vecinos del Perú prometieron
asimismo 8,000 pesos. La empresa fue una realidad y la fortaleza llegó a tener cuatro baluartes: el
de Nuestra Señora de la Regla que contó con tres piezas de artillería y un falconete; el de San Felipe
(llamado también `torreón'), con siete piezas y un falconete; el de Nuestra Señora de la Concepción
(`brocal'), dos piezas, un falconete y un `pedrero'; y el de San Jorge, tres piezas, un falconete y dos
pedreros.

Durante el siglo XVII las autoridades coloniales prestaron atención a la defensa de la Provincia de
Nicaragua, en especial a la vía por el Río San Juan, ya que por allí se transportaba buena parte del
añil hacia Portobelo y Cartagena, y se recibía igualmente buen número de mercancías de España,
especialmente vino y aceite. Para ello construyeron los castillos de San Carlos y el de la Inmaculada
Concepción.

Para la defensa del Reino se emplearon no sólo medidas castrenses (organización de milicias,
edificación de fuertes, etcétera) sino también políticas, como aconteció en 1649. En este año las
autoridades coloniales ordenaron confinar en el interior del país a todos los vecinos de origen
portugués, porque se temía una invasión de corsarios de dicha nacionalidad y se pensaba que los
vecinos portugueses, algunos de ellos ricos propietarios, podían favorecer el triunfo de dichos
corsarios.

Conclusiones
El proceso de institucionalización política de Guatemala, durante los primeros dos siglos de vida
colonial, pasó por los momentos siguientes: 1) el de los primeros gobernadores (1524-1541); 2) el
de la Audiencia de los Confines (1542-1564); 3) el de la supresión de la Audiencia (1564-1570); y 4)
el de la Audiencia de Guatemala.

Durante el primero se llevó a cabo la Conquista y se produjeron frecuentes disputas entre la Corona
y los capitanes que habían conquistado la región, hasta que la primera logró reducirles el poder
omnímodo y sujetarlos a las normas y procedimientos que ella dictaba. Durante el segundo se
sustituyó la esclavitud indígena por un sistema de servidumbre basado en la encomienda y
repartimiento, se instituyó el tribunal de la Audiencia con jurisdicción desde Chiapas hasta Costa
Rica, se comenzó la reducción de los indios a poblados, y se crearon los cargos de corregidores y
alcaldes mayores. Este período fue el que vino a caracterizar definitivamente el sistema político

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colonial. Durante el segundo se dio una división del Reino de Guatemala entre las audiencias de
Nueva España y Panamá, con el propósito de evitar el enseñoramiento de las autoridades civiles y
eclesiásticas. Finalmente, a partir de 1564 se estableció en forma definitiva la Audiencia de
Guatemala y la Corona asumió un mayor control económico y político sobre la región.

Para un mejor control de los naturales, la Corona ordenó la creación de Cabildos indígenas, con una
organización interna semejante a la de los Ayuntamientos españoles. Esta nueva institución se fue
estableciendo simultáneamente con el proceso de reducción de los naturales a poblados, iniciado
en la segunda mitad del siglo XVI. El Cabildo indígena estaba integrado por indios principales del
pueblo que, a su vez, eran sus propios electores. Estaban sujetos al cura doctrinero para los aspectos
religiosos, y para lo restante al alcalde mayor o corregidor. Objetivos fundamentales de la reducción
a poblados fueron el control de los naturales para que trabajaran y tributaran a favor de los
españoles y pudieran ser catequizados.

La situación política imperante a finales del siglo XVI se caracterizó por mucha inestabilidad. En
efecto, el incremento de la actividad comercial, especialmente del añil, provocó profundas
contradicciones entre el Ayuntamiento y la Audiencia, ya que terratenientes y comerciantes,
representados en el primero, exigían mayor participación política y otorgamiento de cargos como
corregidores y gobernadores.

Durante el primer siglo de vida colonial no hubo propiamente ejército, sino que cuando era
necesario organizar alguna fuerza armada, los encomenderos eran los obligados a proporcionar
gente y armas. Sin embargo, durante el último cuarto del siglo XVII, por los continuos ataques de
piratas y corsarios, se nombró presidentes de `capa y espada' y se empezó a formar cuerpos de
milicias, principalmente con gente proveniente de la población negra y mulata, la que optaba por
ese tipo de actividad para no tener que pagar impuestos. Para el mantenimiento del orden urbano,
existían los cargos de alguaciles mayores y alcaldes de la Santa Hermandad

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