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Noches de Pasion - Sandy Steen
Noches de Pasion - Sandy Steen
Sandy Steen
Capítulo 1
— ¿Estas nerviosa?
— ¿Lo parezco? —preguntó Samantha Collins a su amiga y colega, Connie
Tyler.
—No.
Sam sonrió y se acomodó el cuello de su mejor traje de negocios.
—Mostrar confianza es ganar media batalla. Ya sabes el dicho...
—Que no te vean sudar —dijeron al unísono.
—Entre tú y yo —le dijo Sam a Connie—; tengo miedo de que le echen un
vistazo al presupuesto y decidan darme una patada en el trasero.
—Ni lo sueñes. ¿Crees que Anderson va soltar a la empleada que le hace quedar
mejor? No puede negarte el ascenso, especialmente con la fusión a la vuelta de la
esquina.
—Sexo —replicó Sam.
— ¿Cómo?
—Mi sexo juega en mi contra. No olvides que Anderson es un miembro
fundador del club de los muchachos.
—Cierto. Y normalmente diría que eso hunde su cociente intelectual por debajo
de sesenta, pero es lo bastante listo como para saber que eres muy buena con los
números y no se atreverá a tratarte como a un bombón. Tu capacidad ha salvado esta
empresa más de una vez.
—No soy la única a tener en cuenta.
—No, solo eres la única lo bastante generosa como para conceder una
oportunidad a los otros candidatos.
Sam echó un vistazo a su reloj y después a la puerta de la oficina de Wendall
Anderson. Anderson no era únicamente vicepresidente adjunto del Frontier
Financial Bank and Trust, sino su supervisor y el hombre que dirigiría su revisión
semestral.
—Me tengo que ir. Deséame suerte —y se encaminó a su oficina.
Cuando volvió, cuarenta y cinco minutos más tarde, Connie la saludó
asomando la cabeza desde el cubículo.
— ¿Y bien?
— Un día espero que ese hombre se lleve su merecido.
— ¿Cómo, por ejemplo?
—Una muerte lenta y dolorosa. Connie se quedó boquiabierta.
—En fin, mantén la cabeza alta. Las cosas podrían ir peor. Además, hoy
cobramos.
Cuatro horas más tarde, Sam descubrió cuan cierto es que las cosas pueden ir
peor. Reunió el ánimo suficiente y respondió la llamada de la oficina. Le bastó un
comentario de Connie para descubrir que las cosas definitivamente se habían puesto
peor.
—Malas noticias —dijo Connie en cuanto Sam levantó el móvil.
— ¿Cómo de malas?
—Tú, yo y la mitad de la plantilla despedidas. ¿Es lo bastante malo para ti?
—Dime que bromeas.
—Ya querría poder decirlo. Pero ese comentario tuyo de la patada en el trasero
resultó ser profético. En masa, Sam. Toda la oficina está conmocionada.
— ¿Estás segura?
—He visto tu nombre en la lista con mis propios ojos —aseguró Connie—.Y es
una lista muy larga, debo añadir. Los muy bastardos ni siquiera tuvieron la decencia
de ser discretos. En media hora la noticia llegó desde el centro a la oficina y, para
entonces, ya estaban recogiendo informes. Ni siquiera nos dan las dos semanas para
encontrar otro trabajo. ¿Qué se ha hecho del concepto de las hojitas rosas
disimuladas en los sobres de la paga?
—Transferencias —dijo Sam—. Estamos en el siglo XXI.
—Malditos ordenadores.
—Maldícelos todo lo que quieras, pero tendrás que usarlos para enviar tu
curriculum por correo electrónico. Además, no se trata de tecnología, sino de
avaricia.
—Ahí tienes razón —dijo Connie— y ese imbécil de Anderson ni siquiera tuvo
valor para entregar personalmente los informes. Se lo encargó a un pelele de
personal. Todos sabíamos que la fusión barrería algunos empleos, pero nada
comparable a esto. Apostaría a que hoy han echado a un treinta por ciento de los
empleados de Dallas y hay rumores de que no se ha acabado —Connie suspiró y
preguntó—: ¿Tú estás bien? Vuelves aquí, ¿verdad?
Sam se frotó su sien derecha, devastada por un dolor de cabeza.
—No creo .Tuve un pinchazo nada más salir de la oficina y después el contacto
empezó a darme problemas cuando me detuve a repostar gasolina en Lewisville.
— ¿Otra vez? Van tres veces en los últimos quince días.
—Sí. Tenía intención de arreglarlo el fin de semana y hacerle una revisión, pero
ahora...
Sam se quedó mirando la bolsa de comida basura que acababa de comprar
cuando sonó su móvil. De repente, la comida no le importaba.
—En cualquier caso esto me obliga a resolver este asunto antes de las tres.
—Maldición. Eso te va a meter de cabeza en el atasco de los viernes por la tarde.
—Mal final para un día perfecto, ¿no? Mejor espero y ordenaré mis notas en la
oficina cuando disminuya el tráfico.
—Ya no hay prisa. Solo te queda limpiar tu mesa. De hecho, si estuviera en tu
lugar, pasaría de la tasación y me largaría a casa.
—No me tientes.
—Seguro que al cliente no le importa.
—Quizá no, pero eso no lo salvaría ni a él ni a mí. Además, hasta que se me
notifique oficialmente, todavía trabajo para el Frontier Financial Bank and Trust.
—Sabía que dirías algo así. Leal a lo que sea, ¿verdad? Lástima que no se le
haya pegado a Anderson algo de esa ética empresarial tuya. Me gustaría ser un
hombre y encontrármelo en un callejón oscuro...
—No merece ese esfuerzo —dijo Sam. Hubo un largo suspiro.
—No te preocupes por mí —dijo Connie al fin—. Darme de bruces con el paro
me pone de mal humor. Pero, por Dios, hagas lo que hagas, no digas «las cosas
pueden ir peor».
A pesar de la situación, Sam no pudo evitar una sonrisa;
— ¿Cuáles son tus planes? —dijo.
—Peinar los anuncios, patearme las agencias. Con todo, creo que lo tengo mejor
que tú. Solo soy una secretaria. Tú eres casi directiva. Y siempre me quedan papá y
mamá para respaldarme —Connie suspiró de nuevo largamente—. Lo siento, Sam.
Ha sido muy desconsiderado por mi parte mencionar a mi familia cuando tú no
tienes a nadie.
—Está bien.
—Me gustaría que al menos tuvieras a alguien a tu lado. Un hombre guapo que
te haga olvidar todo lo demás.
—Ya somos dos para eso.
—Bien —insistió Connie—, puestos a soñar, mejor soñar en grande ¿no? No
hace daño a nadie.
—A nadie en absoluto. Recuerda eso. Connie se echó a reír.
—Lo haré. Cuando tengamos trabajo, quedaremos para almorzar.
—Claro.
Era una mentira piadosa, pero Sam, honestamente, no sabía quién la necesitaba
más, si ella o Connie.
—Bueno, cuídate, ¿vale?
—Gracias. Tú también.
que quería hacer en lugar de en lo que debería hacer. La habían educado para ser una
buena chica. Tal vez era este el momento de ampliar su educación, abrir sus alas y
averiguar cómo era eso de volar. Tal vez era el momento de salir a buscar... ¿Cómo lo
había dicho Connie? Un hombre guapo que le hiciera olvidarse de todo.
Dios era testigo de que no había habido nadie así en los últimos ocho meses e
incluso, para ser absolutamente honestos, su último novio, Cal, no había sido el
hombre adecuado para ella. Era atractivo, listo, bien vestido y con éxito, todo lo que
ella creía que buscaba en un hombre. Pero habían estado juntos durante poco más de
seis meses y en todo ese tiempo no podía recordar que los dos se hubieran divertido
de verdad.
A Cal le gustaban las películas francesas, estaba obsesionado con el chocolate y
solo bebía vodka ruso que rechazaba si no estaba realmente frío y servido en vasos
de cristal tallados a mano. Sam casi nunca bebía nada más fuerte que el vino que
usaba para sus recetas favoritas. Él no era el hombre ideal y no le llevó mucho
tiempo descubrirlo en cuanto la dejó.
Ni siquiera podía decir que fuera un gran amante. No es que ella tuviera
muchos elementos de comparación. Había hecho el amor con la abultada cifra de dos
hombres. Cal no había sido el hombre adecuado para ella, pero en algún lugar este
estaba esperando, y sería guapo, excitante y besaría bien, por añadidura.
Otro talento que le faltaba a Cal. Sí, eso era indispensable. Quería un besador
que la dejara sin aliento y le erizara todo el vello del cuerpo. Más valía que el macho
divertido, excitante y que besara como un dios se pusiera en guardia porque ella lo
estaba buscando.
De repente, la idea de buscar al mejor besador del siglo se alió con su
inesperada libertad y de ahí surgió un plan con posibilidades reales. Necesitaba
aventuras y, por primera vez en su vida, se sentía lo bastante libre como para
disfrutarlas. Era hora... No, ya era hora, de que volara. Hora de encontrar su hombre
ideal, si esa quimera existía. Sam tenía la corazonada de que estaba ahí, esperándola.
Tenía que estar. Había leído en alguna parte que los sueños eran expresiones de
deseos reprimidos. Si eso era cierto, había un tipo que iba a tener más suerte de la
nunca imaginó en sus sueños más salvajes.
Echó un vistazo a la carpeta tirada en el asiento a su lado. Primero debía acabar
el trabajo que le daría su última paga, así que encendió el coche y se dirigió por la
FM407 a Copper Canyon, Texas, a su cita. De nuevo se preguntó si el destino habría
tomado cartas en su futuro.
Ryder miró el cielo mientras atravesaba el corral acercaba al establo. Allí se paró
y miró fijamente las palabras Rancho Copper Canyon escritas con cuerda sobre la
puerta. Se preguntó cuántas veces había pasado bajo esas letras. Miles. Tal vez un
millón. Pero la gran pregunta era cuánto tiempo más podría hacerlo; si Frontier Bank
and Trust se salía con la suya, no mucho más tiempo.
Era apenas media mañana y a estas horas los músculos de sus hombros
parecían una congregación de nudos. Si ahora la tensión era de ese calibre, cuando
llegara el tasador le iba a machacar la cabeza. Ryder no podía deshacerse del
resentimiento que lo corroía, contra sí mismo pero también contra el banco y sus
intereses abusivos.
Había pasado el último año, y gastado todos sus ahorros, dedicado a convertir
la herencia de su familia en un lugar de recreo similar a South Fork y Beaumont
Ranch. Copper Canyon ofrecía restaurante, rodeos, paseos panorámicos, todo para
las reuniones de negocios y las celebraciones de empresa. Y estaba a un paso de
lograrlo. Las reservas se sucedían de forma regular y tenía dos contratos para grupos
bastante grandes como para permitirle pagar el plazo de la hipoteca. Pero nada de
eso importaba ahora.
Había hablado con el encargado del préstamo hasta perder el aliento. Casi llegó
a arrodillarse ante él y suplicar por un aplazamiento. Todo para nada. Frontier
Financial estaba a punto de fusionarse con un inmenso conglomerado de bancos y a
la nueva dirección no le interesaba Ryder más allá de cuánto dinero debía. Ahora.
Todo esto había llegado a su fin hacía dos días y desde entonces había intentado sin
éxito obtener nueva financiación.
No es que no supiera manejar el dinero o no le gustara el trabajo duro. Podía ser
un vaquero, pero no era un paleto cuando se metió en el negocio. Y aunque su
educación le hubiera servido de poco en Harvard tenía talento para encontrar a la
persona adecuada que completara lo que él no sabía. Mientras trabajó de especialista
cinematográfico escuchó, aprendió y después contrató al mejor manager del gremio.
Después, tras diez años de trabajar duro y de seguir sensatos consejos financieros,
cometió el mayor, no, mejor dicho, los dos mayores errores de su vida.
Se enamoró. Después dejó que el amor lo volviera sordo, bobo y ciego ante la
verdad.
Alicia era lista, rápida, a la vez la contable y la mujer de sus sueños. Se convirtió
en su amante, su ayudante y, con el tiempo, en su socia. Si pensaba hacer de ella una
parte permanente de su vida, ¿qué más natural que convertirla en parte de su
negocio? Empezó por casualidad, tomando llamadas de su agente; después ella
comenzó a llevar su agenda.
Confiaba tanto en ella que no dudó un segundo cuando se ofreció a llevar
también sus cuentas. Estaba tan loco por ella que no vio la posibilidad del desastre
hasta que fue demasiado tarde. Entonces una mañana se levantó y descubrió que ella
y su dinero, se habían marchado. Lo único que lo salvaba de quedar totalmente
arruinado eran unos bonos que tenía en un banco de Texas y que su padre le había
animado a comprar al principio de su carrera.
Había ocurrido hace poco más de un año y Ryder se preguntaba a menudo
cuánto habría tardado en recuperarse de la pérdida de su amor y de los ahorros de su
vida si su padre no hubiera muerto justo entonces. El rancho y la gente que lo
poblaba se convirtieron en su responsabilidad. Así que hizo lo único que podía hacer.
Dejó el trabajo de especialista y se trasladó a Texas, donde descubrió que las finanzas
de su padre estaban también en bastante mal estado.
Sam observaba a los dos hombres que se acercaban. Uno de ellos era alto, con
una figura delgada y esbelta y parecía tener cincuenta y muchos. Mechones de
cabello blanco emergían debajo de un sombrero vaquero manchado de sudor que
parecía tan viejo como el hombre. El otro hombre...
—Madre mía— suspiró. El otro hombre era alto, ancho de hombros, salido
directamente de sus sueños.
Treinta y tantos, adivinó; la edad ideal, y en buena forma. Fantástico. Vaqueros
gastados, caderas y muslos musculosos y una desvaída camiseta verde con el
logotipo de los tractores John Deere y las palabras Nada corre como un Deere que le
cruzaban el pecho y servían solo para enfatizar su musculatura. La palabra «poder»
acudió a su mente, no solo por su complexión. Había algo en la forma de caminar, la
forma en que sostenía la cabeza. Avanzaba hacia ella como una ola.
Cuidado con lo que deseas, pensó. Una extraña mezcla de excitación y miedo la
recorría a medida que él se acercaba. Cuándo un hombre mejor que cualquier amante
de ensueño aparece de repente, ¿qué se hace? Estrechar su mano, desmayarte o
arrojarte en sus brazos. Contrólate, se recordó Sam. Es un cliente, no un ligue.
Llegaron hasta ella y se detuvieron. El mayor saludó con un gesto.
—En...—tenía que esforzarse para apartar la mirada de la aparición.
—¿El señor Wells? Soy Samantha Collins, del Frontier Finantial Bank and Trust.
—Y yo soy Ryder Wells —dijo el hombre joven, quitándose la gorra y
ofreciéndole su mano.
— ¡Oh! Lo siento —tomó su mano, con la intención de darle un rápido apretón.
No salió del todo así. Pero, cuando una se encuentra cara a cara con un sueño,
nunca sale. Sam no estaba segura de lo que esperaba, pero no era nada parecido.
Aunque nunca la había atropellado un tren comprendió de repente lo que se debía
de sentir. Y eso solo con el contacto de una mano de Ryder Wells en la suya y una
mirada.
Sam bajo la vista y retiró su mano.
—Encantada de conocerlo.
—Lo mismo digo.
No era un sueño, pensó, sino la realidad. Una realidad atrozmente bella. Lo
bastante bella como para estar en las páginas de GQ, pero más adecuada a las
páginas de Jinetes Americanos. Pelo oscuro. Aspecto rustico y saludable. Y unos ojos
azules asesinos. Y aunque no era el primer hombre atrozmente bello que había
conocido, no podía recordar haber tenido nunca una reacción tan violenta ante un
perfecto desconocido. Tan física. Su piel temblaba. Pero eso no era nada comparado
con la manera en que el resto de su cuerpo estaba respondiendo. ¿Qué le estaba
ocurriendo? El pulso se le encabritaba. Su respiración se acortaba. La cabeza le daba
vueltas y sus piernas se comportaban como si los huesos fueran de goma. Y todas
estas sensaciones las causaba Ryder Wells. Parecía como si él emitiera una extraña
onda ultrasónica que la llamaba, inaudible a oídos humanos, pero tan afinada con su
cuerpo que este vibraba en cada célula, sacudiendo sus cimientos. Era terrorífico.
Y sobrecogedor.
Así como su corazón se desbocaba, también lo hacía su mente, ante el
pensamiento de que se encontraba ante un hombre que podría... No, que estaba
haciendo que lo olvidara todo, excepto a él. Pero no podía evitar recordar a la vez
que estaba a punto de entregarle lo más parecido a una orden de cierre.
El temblor de su brazo y de otras partes de su cuerpo dificultaba la
concentración
—Estoy segura de que esto no le resulta fácil, así que trataré de hacerlo lo más
breve e indoloro posible.
—Se lo agradezco.
También le agradecía la forma en que miraba, olía y, sin duda, la forma en que
rellenaba la blusa. Si había pensado que en la distancia tenía buen aspecto, de cerca
se le hacía la boca agua. Era endemoniadamente sexy. Y, lo mejor de todo era que no
parecía saberlo. Lo que, en su receta, la hacía más sexy aún. En ese momento ella
atrapó un mechón de su pelo que la brisa había soltado y lo colocó en su lugar. El
movimiento estiró la seda sobre sus pechos justo lo suficiente para que él imaginara
la línea de su sostén y... ¿Era esa sombra uno de sus pezones? La excitación, caliente
y dura, lo golpeó como un puñetazo en la mandíbula. Se olvidó de los préstamos y
las tasaciones. Se olvidó de todo excepto del hecho de que quería desabrochar su
blusa y ver por sí mismo qué había bajo la seda y los encajes.
— ¿Vamos...? —Sam intentó tragar saliva y descubrió que su boca estaba seca
como el polvo— ¿Echamos un vistazo a la... propiedad?
— ¿Qué?
Su mirada era tan intensa, tan... caliente, que daba miedo. Y derretía.
—Sí... vaya con mi capataz, él le mostrará todo. Porque él no estaba demasiado
seguro de poder caminar, y menos aún de contestar preguntas.
—Como quiera.
Lo sorprendería saber lo que realmente deseaba Él mismo estaba algo
sorprendido ante las imágenes eróticas que burbujeaban en su mente como disparos
de flash.
—La veré antes de que se vaya.
—Cotton West, señora —se anunció el otro hombre—. Encantado de conocerla.
Forzándose a separar su mirada del agradable rostro de Ryder, Sam se volvió
hacia el capataz.
—Encantada de conocerlo, señor West. Y gracias.
—Llámeme Cotton —alzó su sombrero y mostró una cabeza cana como el
algodón—Todo el mundo lo hace.
—Gracias.
Agradecida, siguió al capataz.
Ryder los observó mientras se alejaban hacia el establo y se preguntó si habría
perdido la cabeza. Había reaccionado ante Samantha Collins como un semental ante
el primer olor de la yegua en celo. ¿Qué demonios le ocurría, encelándose con la
tasadora? Debía de ser cosa suya porque, hasta donde había podido ver, no había
absolutamente nada equivocado en ella. Ese cuerpo. Y esa cara. De acuerdo, en la
cara se había fijado poco, pero era hermosa. Su piel avergonzaba al satén. Su cabello
suplicaba ser acariciado. En lugar de estar atrapado en la nuca con un pasador
debiera estar libre, bailar alrededor de sus hombros. O mejor aún, desparramado
sobre la almohada, enredado en sus manos...
Ryder se pasó las manos por la cara. Tenía que controlarse. Ya tenía bastantes
problemas en su cuenta sin necesidad de hacer el bobo por una mujer. Pero se torturó
a sí mismo con una última mirada al atrayente vaivén de las caderas de Samantha
Collins y a sus largas piernas mientras esta paseaba con Cotton. Fue duro, pero
finalmente Ryder se las arregló para apartar su mirada y alejarse.
—Bien, señorita Collins —dijo Cotton cuando se acercaban al establo—.
Supongo que querrá echar un vistazo.
—Sí, es señorita, y sí, me gustaría ver las mejoras que se han realizado desde la
última tasación.
El capataz sonrió, se tocó el ala del sombrero y le ofreció su brazo.
—Bien, puede preguntar al viejo Cotton. Le contaré todo lo que desee saber.
Cuarenta y cinco minutos después Sam tenía una página y media de
anotaciones, fotografías de la propiedad y una excelente idea de lo que Ryder Wells
había intentado hacer con su rancho. Los pabellones se habían diseñado para
acomodar grupos de un tamaño entre cincuenta hasta tres o cuatrocientas personas.
La casa principal se reservaba para vivienda de Ryder y una pequeña cabaña de un
dormitorio en la parte de atrás alojaba a Cotton y a su mujer.
Había un dormitorio comunal para seis de los ochos trabajadores fijos, cuatro
dormitorios más lo bastante grandes como para seis u ocho personas que quisieran
quedarse una noche y un pequeño ruedo al aire libre para los rodeos. Junto al corral
estaba la construcción principal, llamada la Suite Río Grande, un edificio de quince
mil pies cuadrados dotado de un kiosco de música, cocina completa y un amplio
patio. Había tenido ideas muy buenas, pero, por desgracia, parecía que la realización
no había tenido tanto éxito, aunque no sabía todavía decir por qué. Cotton terminó
de enseñarle el último elemento de su lista: una pareja de vacas cuernilargas de raza
cruzada a punto de parir.
—Gracias por su tiempo, Cotton. Estoy segura de que tiene cosas mejores que
hacer de niñera.
—No me importa en absoluto, señorita Collins —sonrió con timidez—. Para un
tipo maduro de sesenta años es un acontecimiento en toda regla el pasar la tarde con
una dama de bandera.
Se detuvieron ante el corral en el que algunos jóvenes trabajaban con caballos.
— ¿Son trabajadores?
—Esto... no. Solo una pandilla de chicos del instituto. Vienen dos o tres veces
por semana para ganar puntos ante Ryder. Supongo que se creen especialistas.
— ¿Especialistas?
—Sí, señora. Eso era lo que Ryder hacía antes — señaló con un gesto la
carpeta— ¿No viene eso en sus papeles?
—No.
—Pues, sí. Pasó diez años como especialista en Hollywood. Era bastante bueno.
Hizo películas con todas las estrellas, con gente como Rocky no sé qué y Arnold
como se llame.
—Schwarzenegger.
—Ese mismo —relataba con orgullo—. Sí señor, vivía a lo grande, a lo alto y
bien. Siempre mandaba fotos de él y sus colegas desde todo el mundo. Coches de
carrera que conducía como nadie. Y rodeado de lo que se llama «gente guapa» —
guiñó un ojo—. La mayoría, mujeres. Supongo que les gusta estar cerca de hombres
peligrosos.
Sam no tenía ninguna duda de ello. Había estado lo bastante cerca del hombre
como para testificar que irradiaba una poderosa mezcla de peligro y atractivo sexual.
—Supongo que todavía se dedicaría a eso si su padre no hubiera muerto el año
pasado.
—Siento mucho oír eso.
—Sí. Fue duro. Le prometió a su padre en su lecho de muerte que se quedaría y
trabajaría en el rancho eso es exactamente lo que ha hecho. Volvió a casa, y lo hizo lo
mejor que pudo. No es idiota, téngalo en cuenta, pero hay que admitir que llevar la
contabilidad y tratar con los banqueros y cosas así no es su especialidad. Pero ese
chico se ha dejado la piel trabajando para que su padre estuviera orgulloso.
—Eso se puede ver.
—Ha tenido su ración de mala suerte, claro. Por supuesto, esa mujer que se
largó con casi todo su dinero no ayudó mucho.
— ¿Una mujer?
—Ocurrió antes de que él volviera. Imagino que ella solo lo quería por el dinero
—Cotton sacudió la cabeza—. Los hombres no piensan con claridad cuando tienen
cerca una mujer bonita. En cualquier caso, ella lo desplumó. Se lo llevó todo menos
las muelas de oro. Y eso lo ha fortalecido —dijo—.A nadie le gusta pasarlo bien tanto
como a Ryder, pero no se arruga ante la responsabilidad, eso que ha ganado.
Cotton hundió las manos en sus bolsillos y bajó la vista a sus botas. Cuando
levantó la cabeza, aclaró su garganta.
—Esto último estaba de más y lo siento, señorita Collins. No es culpa suya. Solo
está haciendo su trabajo.
—Hacer mi trabajo no me evita sentir lo que ocurre aquí.
—No me interprete mal. Ryder no desea compasión. Sabía a lo que se
arriesgaba cuando empezó la partida. Se ha encontrado con un par de escollos, eso es
todo. La mayoría no es ni siquiera culpa suya. Si no hubiéramos tenido la primavera
más lluviosa de los últimos tiempos probablemente no estaríamos teniendo esta
conversación. Tuvimos dos cancelaciones por culpa de la lluvia. Es una maldita
vergüenza, eso es lo que es.
— ¿Desde cuando posee la familia del señor Wells la tierra?
—El abuelo de Ryder la compró antes de la Segunda Guerra Mundial. Empezó
con unos cuantos caballos y algo de ganado. Era cuando todavía quedaban vaqueros
auténticos y se necesitaban buenos caballos de faena.
Sam depositó su carpeta en la valla, colocó la cámara encima y miró por encima
del corral. El aire, aún húmedo por las recientes lluvias, transportaba los efluvios del
caballo, el jinete y el polvo. Para su sorpresa descubrió que le agradaba el olor.
Bastaba algo de imaginación para conjurar la imagen de los vaqueros doblegando
con sus espuelas a los caballos. Imágenes de noches primaverales, cielos estrellados y
un tranquilizador sentido de arraigo. El ser capaz de relatar la historia de tu familia,
saber que procedes de una estirpe sólida y que siempre tendrás un lugar al que
llamar hogar le parecía Sam el mejor de los mundos posibles.
—En estas circunstancias puede sonar extraño, pero lo envidio.
Cotton pareció algo desconcertado, pero preguntó:
— ¿Alguna pregunta más, señorita?
—No, gracias. Creo que tengo todo lo que necesitó. Gracias, Cotton.
—Ha sido un placer, desde luego. Espere aquí e iré a buscar a Ryder.
Y se alejó.
Una parte ella deseaba marcharse sin volver a ver a Ryder Wells. La excitaba y
la ponía nerviosa a la vez, y no estaba segura de cómo lidiar con eso. «Sé una
profesional», se decía a sí misma. «Fría, oficial, incluso altiva». Pero momentos
después, cuando él salió de la casa junto a Cotton y caminó hacia ella, supo que no
sería fácil parecer altiva ante Ryder Wells. Ese hombre proclamaba el sexo y el poder
en cada paso que daba.
—Señorita Collins...
—Señor Wells...
—Si antes le parecí descortés —hundió sus manos en los bolsillos traseros—
quisiera disculparme.
—Está bien. Si sirve de algo, me gustaría que las circunstancias fueran distintas.
—Es muy amable al decir eso —y sonrió.
Dios, pensó. Tenía una de esas sonrisas con las que una mujer se tropieza
escasas veces en su vida y recuerda siempre. Lenta como la brisa del sur, firme como
el sol naciente y lo más sexy que se puede soñar. No pudo hacer otra cosa que
quedarse mirando fijamente su boca.
—Bien —dijo él—. No quería dejarla pensando que estaba enojado con usted.
—Gracias.
—Después de todo, usted no tiene nada que ver con que me negaran el
aplazamiento.
—No me he dado cuenta de que estuviera pidiéndolo.
—Ryder y yo solemos venir aquí y tomarnos una cerveza a estas horas. Ya sabe,
para despejarse —chasqueó sus dedos— ¿Quiere beber algo? ¿Cerveza?
—No suelo beber.
—Bueno, yo tampoco suelo servir mesas. Solo ayudo a veces cuando se junta
mucha gente. ¿Un zumo de fruta o algo así? Para devolverle el color a sus mejillas.
Sam apenas se había dado cuenta de que se había ido cuando ya estaba de
vuelta.
—Aquí tiene, señorita. Esto le sentará bien. No tenemos zumos.
— ¿Qué es?
—Un Bloody Mary. Guardamos una botella en la nevera. Es zumo de tomate
con un poco de alcohol. Bébalo. Le hará sentir mejor.
Sam se llevó el vaso a los labios, probó la sal del borde del vaso un segundo
antes de que el picante líquido golpeara su garganta. Lo tragó y tosió.
— ¿Demasiado picante?
—Tal vez un poco —asintió.
—Puedo buscarle otra cosa...
—No, no —para entonces el líquido había golpeado su estómago e iba directo a
su sangre casi virgen—.Está bien.
De hecho, estaba mejor que bien. Era cálido, muy agradable. Empezaba a
sentirse mejor y tomó otro trago.
—Ahora quédese aquí sentada mientras cazo a Ryder.
—Por favor, no quiero que lo moleste. ¿No hay un garaje al que pueda llamar?
—Probablemente. Pero Ryder es el único que cuida de los coches y los camiones
y cosas así —le dio unos golpecitos en el hombro y se alejó—. Estoy de vuelta en
nada.
A Sam no le dio siquiera tiempo de protestar. Qué demonios, decidió.
Probablemente no le importaría ayudarla con tal de librarse de ella. Bebió un largo
sorbo del Bloody Mary, que sabía cada vez mejor. Sabía que no se estaba
emborrachando, pero se notaba mucho más relajada. Con un suspiro se arrellanó
cómodamente en su silla. Sí, mucho más relajada. Hasta había perdido la prisa por
volver a la oficina para ordenar sus notas.
No pensaba ignorar sus obligaciones, pero ¿qué prisa tenía en limpiar su mesa?
De hecho, cuanto más pensaba en ello, menos ansiedad y más alivio sentía. Le
recordaba a aquella ráfaga de libertad que solía experimentar la última hora del
último día de clase. Deliciosa.
Por supuesto, tendría que encontrar otro empleo. Pero, por primera vez en
mucho tiempo, la tensión que siempre pensó que acompañaría a la carrera por el
éxito se desvanecía. Incluso podía sentir cómo se relajaban los nudos de sus
músculos. Quizá este contratiempo no fuera necesariamente negativo. Dios sabía que
no había tenido vacaciones desde hacía siglos. Tal vez el destino se había apoderado
de su futuro. Tal vez era el momento de volver a tasar su vida.
Si no se lanzaba de cabeza al mundo implacable de las grandes empresas podría
sobrevivir. Además de sus ahorros, poseía un pedazo de tierra a las afueras de
McKinney. Cinco acres sin cultivar por los que había pagado religiosamente cada
mes durante un período de seis años y que se habían revalorizado regularmente. De
hecho, había recibido varias llamadas de constructores con ofertas de compra que
superaban ampliamente lo que le había costado, pero se había negado a vender.
Algún día construiría allí la casa de sus sueños.
Pero ese era el futuro lejano. Ahora mismo, con o sin trabajo, con o sin coche,
Sam se dio cuenta de que necesitaba tiempo para sí misma. Vacaciones. Diversión.
Llevó su mano a la nuca, deshizo el moño que aprisionaba su cabello y lo dejó tan
libre como se sentía ella. Tenía que haber abandonado ya las precauciones. Sabía lo
que quería hacer. Lo que debía hacer. Desmelenarse. Hacerse un tatuaje. Echar una
cana al aire.
Sam se incorporó en la silla. ¿Por qué no? Era una mujer sana, sin compromisos
y con un cuerpo razonablemente bueno. ¿Por qué no echar esa cana? Pero no con
cualquiera. Lo que necesitaba era un hombre como Ryder Wells. No, lo que
necesitaba era a Ryder Wells. En cuanto se formó en su cabeza, Sam supo que era
una buena idea. Él era exactamente lo que necesitaba y, a no ser que sus hormonas
hubieran acabado con su materia gris, ella era exactamente lo que él necesitaba. Más
exactamente, su habilidad con los números. Un acuerdo de negocios.
Estaba dentro de sus competencias, en parte debido al sistema sobrecargado y
desorganizado de Frontier, el retrasar la tasación. Incluso hacerla desaparecer. Como
poco eso le daría a él un poco de tiempo. Cada uno tenía algo que el otro necesitaba,
¿por qué no hacer un trato? Retrasar la tasación a cambio de una aventura. Su
cerebro a cambio de su cama. Él quería un mago de las finanzas y ella quería un
hombre.
Abracadabra.
Capitulo 2
La última persona a la que Ryder esperaba ver era a Samantha Collins. Se había
sentido aliviado al pensar que se había marchado. Y ahora seguía allí, tan tentadora
como antes.
— ¿Qué pasa aquí?
—Su coche se ha estropeado —Mamie señaló a su marido—.Y éste le ha estado
comiendo la oreja.
—Vieja loca, hace un momento estabas toda furiosa porque...
—Vale, vale —Ryder estaba acostumbrado a los partidos verbales entre Mamie
y Cotton y sabía que a menudo se desmadraban—. Echaré un vistazo al coche.
—Quizá haya un problema.
Hasta entonces Ryder había evitado mirar directamente a Sam. Ahora deseaba
no haberlo hecho. Su pelo estaba suelto y la brisa lo había rizado. Parecía tranquila,
adormilada e increíblemente sexy.
— ¿Qué problema?
—Me avergüenza confesar que me he dejado las llaves dentro. .
Ryder apartó la mirada.
—Probablemente porque la hice enfadar —la miró de nuevo—. Lo siento. Otra
vez.
—Yo también. Nunca debí... Ryder extendió su mano.
— ¿Qué le parece si lo dejamos en empate?
—Bien por mí —Sam sonrió al decir esto.
—Vamos a echar un vistazo —dijo él.
Y los dos se dirigieron al coche.
Treinta minutos, una percha y varios cables sueltos después, Ryder sacó la
cabeza de los bajos del coche.
—Creo que tendrá que cambiar el contacto.
—Eso me temía. De hecho, estaba pensando en llevarlo a arreglar el fin de
semana, pero resulta que el banco ha despedido a un montón de gente hoy,
incluyéndome a mí, así que deseché la idea. Pero ahora... —suspiró— parece que no
tengo otra opción.
—Siento lo de su empleo.
—Bueno —dijo Sam con una mueca—, en cualquier caso, apestaba, ¿no?
Ella tenía sentido común. Le gustaba. Ante su sorpresa, descubrió que
Samantha Collins le caía bien. Alguien que pierde el trabajo, se le estropea el coche el
mismo día y conserva el sentido del humor, ganaba muchos puntos ante él. Su
poderosa y tenía que confesarlo, algo amenazadora reacción física ante ella no le
había dejado mucho tiempo para pensar en algo tan corriente como si le caía o no
bien. Aquello también era desconcertante.
—Dadas las circunstancias, ¿no cree que podría intentar llamarme por mi
nombre de pila?
—De acuerdo, Ryder.
Él se quedó mirándola, sin estar del todo seguro de si intentaba burlarse de él o
estaba simplemente chalada. Finalmente decidió que estaba chalada y que la mejor
manera de manejarla sería seguirle la corriente hasta que consiguiera que se fuera de
allí. Esbozó una sonrisa.
—Bueno, es una oferta muy tentadora y me halaga pero...
—Estoy hablando en serio.
—Solo por discutir, ¿qué le hace pensar que yo podría aceptar un trato así?
—Porque me necesita. Este rancho es todo lo que tiene y está desesperado por
conservarlo. Y no lo culpo por ello.
Todo su humor se desvaneció. Ella empezaba a pisar terreno peligroso, a
meterse en sus asuntos. Se puso tenso y se separó del coche.
—Escuche, señorita Collins...
—Sam. Todos me llaman Sam.
—Bien, Sam, lo que necesito o no necesito no es asunto suyo. No vaya a pensar
que porque tiene los detalles del préstamo...
—Sé por qué necesitó el préstamo. Cotton me contó lo que ocurrió... cuando
estaba en California.
—Cotton habla demasiado.
A pesar de que los nervios le bailaban en el estómago como agua fría sobre un
hierro candente, Sam sonrió.
—Es posible, pero eso río cambia los hechos. Mire, es sencillo, de veras. Usted
necesita a alguien con cabeza para los números y que sepa cómo funciona el
mercado. Tengo dos licenciaturas en Administración de Empresas y en Contabilidad,
experiencia en préstamos y seguros. Puede parecer que presumo, pero se me dan
bien las cuentas. Muy bien. No soy únicamente una tasadora. Mi jefe me encargó esto
porque lo necesitaba con urgencia. También tengo buenas relaciones con el capital.
No millones, pero sí lo que necesita. Y hay algo más. Puede que consiga suspender la
tasación y sé con certeza que puedo retrasarla. Sin ella, todo el proceso se estancará.
Por primera vez había conseguido captar toda su atención. Pensó que, después
de todo, quizá no estuviera chalada.
— ¿Cómo sé que puede hacer lo que dice?
—Puede comprobarlo.
Él reflexionó un momento y movió la cabeza.
—Es una locura. Además, no me entusiasma la idea de que una mujer se mezcle
en mis asuntos.
Pero quien se sobresaltó fue Ryder. Y el beso resultó ser todo menos sencillo.
Había besado en sus tiempos a un montón de mujeres, pero nunca había sentido una
ola tal de calor. Antes de que pudiera respirar de nuevo, el calor le había invadido
todo el cuerpo. Como si lo hubiera golpeado un rayo. Sí, definitivamente era
electricidad. De hecho, megavatios.
Y podría jurar que la tierra se había movido. Algo estaba temblando, pondría la
mano en el fuego. Tardo un par de segundos en darse cuenta de que lo que temblaba
era él. Para entonces ya no le importaba. Movía su lengua hacia dentro y hacia fuera
dentro de su boca con un ritmo lento e hipnótico que buscaba más prolongar el
placer que excitar.
Saborearla, más que satisfacer la espiral de necesidad que ascendía por su
cuerpo. Sus manos lo inducían a tocarla, acariciarla por todas partes. Cuando su
lengua se tropezó con la suya, ella gimió, devolviéndole todo el placer. Entonces
suspiró y se disolvió contra él. Esa señal de aceptación por su parte hizo que
finalmente sonara la alarma en su cabeza. Moqueado y algo desorientado se separó
de ella para mirarla.
— ¡Guau! —susurró Sam.
—Y que lo diga.
— ¿Y bien? —Preguntó ella, tratando de tranquilizar su corazón desbocado—.
¿He aprobado?
—Con matrícula.
— ¿Entonces?
Él respiró profundamente y se movió lo justo para que pudiera circular el aire
entre sus cuerpos. La razón le insistía en que había todo tipo de inconvenientes, pero
sus hormonas no escuchaban.
—Lo estoy pensando.
Y lo estaba pensando. Pensaba en el tiempo que había pasado desde que estuvo
con una mujer por última vez. Pensaba en los dos juntos, haciendo cosas con las que
ella probablemente ni había soñado. En ese pequeño gemido necesitado en su
garganta cuando la besaba. No le faltaba mucho para fantasear sobre cómo se
curvaría ella debajo de él en el éxtasis de un clímax salvaje. Ya estaba bastante
excitado.
Y pensaba en aceptar su oferta...
—Un momento —dijo, por su bien tanto como por el de ella—. Mi conciencia no
me permite esto. Estoy aprovechándome de ti.
—No lo haces.
—Sí —insistió él—, lo haría. No te ofendas, pero las posibilidades de que
puedas hacer algo eficaz para parar la venta son muy escasas, sí no inexistentes.
Decir esas palabras en alto le clavaba un cuchillo en el corazón.
— ¿Así que rindes el rancho?
—No —insistió, ignorando su dolor, centrándose en su decisión—. No hasta
que no tenga otra opción. Ya te dije que tengo algunas cartas en la manga.
Cierto o no, tenía que decirlo, tenía que convencerse él mismo de la posibilidad
de que existieran los milagros.
—No crees que yo sea capaz.
—Quiero creerlo —suspiró—. No sabes cuánto deseo, necesito creerlo.
—Pues hazlo —tras una pausa, añadió—: Soy buena en mi trabajo, Ryder.
Puede que no sepa mucho de... —casi dijo «hombres» pero decidió que era darle más
información de la que necesitaba— aventuras, pero sé manejar los números. No
puedo prometer milagros, pero al menos te compraré algún tiempo extra. Respecto a
lo demás, tendrás que tener fe en ello.
Fe.
Algo que faltaba últimamente en Copper Canyon. Y ahí estaba una mujer
ofreciéndole justamente eso. En su interior hormigueaban las antiguas dudas y los
viejos dolores. No, no podía rendirse. Sabía que se aferraba a unos juncos, pero eso
era todo lo que tenía. Probablemente había una docena de razones en contra de
aceptar el trato. Solo había una para decir sí.
Esperanza.
Ella le ofrecía esperanza. Una luz, por pequeña que fuera, al final de un túnel
que parecía irremediablemente oscuro. No podía rechazar esa esperanza.
El hecho de que él tuviera tan poco que ofrecerle a cambio lo avergonzó por un
momento. Aceptar era egoísta, lo sabía, pero la verdad es que no tenía nada más. La
esperanza de que ella pudiera ser capaz de ayudarlo con el dinero era demasiado
frágil como para apoyarse en ella, pero descubrió que era exactamente lo que estaba
haciendo. Si funcionaba, si, por alguna casualidad, esta mujer podía fabricar un
milagro, el encontraría, se prometió a sí mismo, una forma de compensarla.
— ¿Cuándo quieres empezar?
Sam pasó por un momento de ansiedad que superó enseguida. Había tomado
una decisión y pretendía llegar hasta el final.
— ¿Que tal mañana?
— ¿Y exactamente cómo has planificado esto? ¿Vas a ir y venir desde tu casa al
rancho? Ella se detuvo un momento a pensarlo.
—Ahora que lo dices, no sería muy práctico, ¿no? Tienes apartamentos libres,
¿verdad?
—Sí, y dormitorios libres en la casa o...
— ¿O?
—Hay una cama de matrimonio en mi dormitorio. Se acercaban a la cuestión. Si
iba a cambiar de idea, este era el momento. Lo mismo para él.
—Creo que tomaré la habitación libre —dijo ella tras un momento de reflexión.
—Es la última oportunidad de retirarse —le dijo Ryder.
—Eso va por los dos.
—Tú primero.
Sam respiró profundamente, mental y físicamente. Lo quería. Podía hacerlo.
Como respuesta se acercó, presionó su cuerpo contra el de Ryder y lo besó. Un
segundo más tarde tuvo que agarrarse a sus hombros para no desmoronarse. Sus
rodillas no la soportaban, quizá nunca mas lo harían. Pero ¿qué importancia tenían
las rodillas si los dedos de los pies se estremecían? ¿Qué importaba nada cuando el
mundo a su alrededor de ella y dentro de ella explotaba? El único pensamiento
consistente que pudo procesar fue que todos los tópicos que había leído o escuchado
sobre los besos apasionados eran absolutamente ciertos. La tierra desaparecía bajo
sus pies. A su alrededor explotaban fuegos artificiales.
Todo su cuerpo se encendió con un fuego maravilloso y caníbal. Y, ¿cómo era
posible sentir a la vez los pies firmemente anclados en la tierra y la cabeza en las
nubes? Todos los músculos de su cuerpo se inutilizaron. Pero no tanto como para
evitar que pasara los brazos alrededor de su cuello, la atrajera hacia sí y profundizara
en el beso. De haber estado más sobria tal vez la hubiera escandalizado estar en un
sitio donde cualquiera podía verlos, pero no era así. Lo único de lo que tenía
consciencia era de cuánto deseaba tocarlo, hundir los dedos en su cabello, deslizar
sus manos por los pétreos músculos de su pecho. Su pecho desnudo. Gimió.
Aquel pequeño sonido atravesó a Ryder como un balazo. No había pretendido
nada más que un beso cortés, pero la intención se había ido al infierno en bandeja en
cuanto ella lo tocó. Respondiendo al puro instinto, deslizó la mano hasta su nuca y
colocó su boca en el ángulo perfecto para tomar completamente posesión de ella.
Satisfecho una vez hecho eso, deslizó una mano hasta el final de su espalda, la otra
hasta su cadera, atrayendo su cuerpo. Ryder se olvidó de que eran unos
desconocidos, se olvido de quién era él y de quién era ella.
Lo olvidó todo excepto su sabor, y su necesidad de tocarla. Sus manos se
deslizaron hacia arriba, acariciaron la blanda plenitud de su pecho mientras él hacía
el amor con su boca. Incluso a través de la delgada blusa de seda sintió cómo sus
pezones se endurecían instantáneamente.
Ella se colgó del cuello de su camisa, apretándose contra su mano. Tan
receptiva. Tan ardiente. Tan preparada...
Puso punto final al beso por pura precaución, no fuera que se incendiara si no
lo hacía.
—Hemos hecho un trato —dijo él, y confió en no arder hasta las cenizas antes
de que ella hiciera el milagro de los números.
Capitulo 3
— ¿Para una semana? He visto mujeres que traen diez veces más para dos
noches de estancia.
—Yo viajo ligera.
No quería que él supiera que había pasado casi toda la mañana decidiendo qué
ropa traer y el mediodía haciéndose la manicura, pedicura y en la peluquería. Y
desde luego no quería que supiera que por el camino se había parado en el centro
comercial Stonebriar para comprar loción para el cuerpo y un perfume nuevo y que
después se había pasado por Victoria's Secret.
Teniendo en cuenta que estaba en paro se había gastado una cantidad
considerable, pero le pareció un gasto necesario. Y un placer culpable. Aunque sentía
pasión por las cremas perfumadas y los aceites corporales, nunca se había permitido
una ropa interior tan sensual en toda su vida. Debía reconocer que se sentía
extravagantemente mala, pero bien. Y era importante proveerse de nuevos objetos
para su nueva vida, la que empezaba en ese momento con Ryder.
—Cielo, si esos vaqueros son un ejemplo, tengo que decir que eliges
estupendamente la ropa.
Sam sonrió. Se había puesto una camiseta y sus vaqueros favoritos. Eran lo
bastantes anchos como para ser cómodos, pero lo bastante estrechos como para
resaltar su trasero y destacar sus piernas.
—Gracias.
Él agarró la maleta del asiento y atrapó la sutil fragancia de su perfume, ligero y
sugerente. Cuando cerró la puerta ella estaba de pie a su lado, lo bastante cerca como
para recostarse en él y respirar profundo. Su cara estaba a centímetros de la suya.
—Hueles estupendamente. Se retiró, mirándola con sus matadores ojos azules.
— ¿Preparada?
Ella sabía que la pregunta tenía doble sentido. Se había preguntado lo mismo al
menos una docena de veces en las últimas horas. Pero a pesar de que reconocía sentir
un miedo no despreciable, la respuesta siempre había sido la misma, un «sí» sin
condiciones.
—Absolutamente —dijo ella con una voz clara, firme y exenta de dudas
mientras él la conducía al interior.
La cocina desprendía el aroma más delicioso del mundo.
—No sabía cuándo llegarías, así que Mamie ha preparado pollo frito y ensalada
de patatas —alguien llamó a la puerta trasera—. No me sorprende.
— ¿Quién es?
—A menos que me equivoque, una pareja de entrometidos bienintencionados.
Abrió la puerta para dejar paso a Cotton y Mamie.
—Venga, adentro.
—Imaginé que querría un poco de tarta de manzana para acompañar al pollo.
Tenía razón. Después fue mejor. Mucho mejor. Sam no estaba segura de poder
soportarlo. Pero no solo lo hizo sino que suplicó más. Ryder la satisfizo con gusto.
Sus manos eran mágicas y se multiplicaban. Sus labios marcaban a fuego todo lo que
tocaban. Y tocaban por todas partes. En lugares que ella no sabía que fueran tan
sensibles, tan dispuestos.
La comisura de su boca. Solo el labio inferior. El dulce punto del valle de sus
senos, perfecto para su lengua. La curva de su cintura segundos después de que él
tirara de su camisón y lo dejara caer al suelo. Y el terreno suave justo debajo del
ombligo donde él plantó besos hambrientos, abiertos y suaves que la hicieron tiritar.
La hicieron gemir.
—No... No es justo —susurró, con una voz ronca de ansiedad, una ansiedad tan
inmensa que le cortaba la respiración.
— ¿Qué?
Él proseguía por su oreja, su cuello.
—Tienes... tienes demasiada ropa encima.
—No hay problema.
Casi desgarró su camiseta. Antes de que hubiera acabado de quitarse los
vaqueros, ella se abalanzó sobre él. Lo besó en la boca, después se trasladó a su
cuello, sus hombros y mordisqueó su carne. Cuanto más lo tocaba, lo saboreaba, más
agresiva se volvía, llevada por un impulso primario que amenazaba su salud mental,
que no podía detener.
Ryder luchó con la tela que se le resistía, rabiando por liberarse, loco por estar
piel contra piel con ella. Cuando se libró de los vaqueros la tumbó sobre la cama y la
besó como si ya estuviera dentro de ella. Sólida y profundamente.
Ella contuvo la respiración, esperando, anhelando que él llenara su cuerpo de la
misma manera que llenaba su boca. En lugar de ello, él pareció respirar
profundamente y ralentizar. Sus manos vagaron por ella, comenzando por los
hombros y después por sus pechos, caderas y muslos. Palpó, acarició todo su cuerpo
hasta los tobillos, después el interior de sus muslos. Como un explorador trazó el
mapa de su cuerpo, familiarizándose con cada pulgada. La curva de sus caderas, la
colina de sus senos, la llanura de su tripa. Hasta que ella exclamó, aferrada a las
sábanas, con su cuerpo retorcido de deseo.
—Por favor, por favor.
Pero él no estaba preparado aún para darle todo lo que necesitaba. No supo
nunca de dónde sacó el control, la fuerza. Solo sabía que una vez que estuviera
dentro de ella no habría más fuerza, ni más control, solo ardiente, profundo e infinito
placer.
Apenas capaz de contenerse, cubrió con su mano su ardiente núcleo y después
deslizó un dedo dentro de los suaves y húmeros pliegues de carne entre sus piernas.
Ella alzó sus caderas y gritó mientras el primer orgasmo la recorría.
—Por favor, por favor, Ryder. Te quiero... te quiero dentro de mí.
—No lo dejes.
¿Dejar de tocarla? ¿Dejar de desearla? No sabría si sería capaz de hacer ninguna
de las dos cosas.
—Tu piel es tan increíblemente suave —dijo, saboreando la plenitud, la
delicada textura de su carne—.Tan suave.
Ella suspiró e instintivamente frotó las caderas contra su pierna.
—Me gustaría poder decir que son mis genes, pero como no lo sé, tengo que
confesar que siento pasión por las cremas y las sales de baño.
Él retiró un mechón de sus rizos pelirrojos de su hombro y lo besó.
—No hay crema en el mercado que pueda conseguir una piel así —enlazó su
mano con la suya, se la llevó a los labios, la giró y besó el interior de su muñeca—.Y
no noto sabor a sales. Noto tu sabor. Dulce, salada....—lamió la punta de su dedo
índice—...sexy.
Ella notaba aún la necesidad latente en su cuerpo; se incorporó sobre un codo,
se inclinó hacia delante y pasó la lengua por su pezón.
—Y tú sabes —lo miró—... ardiente, duro.
Aprovechándose de su incitante postura, él franqueó el espacio entre sus
cuerpos y halló su carne húmeda y mullida, lista para ser explorada por sus dedos.
Ella cerró los ojos, dejó caer la cabeza hacia atrás y se meció contra su mano,
abandonándose a su deseo, a él.
—No entiendo de ardores, pero sin duda estás preparada.
Se puso protección y en un solo movimiento rápido se hundió en ella.
Ella soltó una exclamación ahogada. Sus ojos se desorbitaron, había fuego en
ellos. Con un gemido se aferró a su hombro y comenzó a moverse. Meneando sus
caderas respondió a cada uno de sus empujones. Temblorosa y sudorosa solo podía
pensar en una cosa: más.
Él extendió la mano sobre sus sedosos pliegues, hundiendo las puntas de los
dedos en la carne y cavó más fuerte, más rápido. Ella se arqueó, tomándolo por
completo, agradeciendo la fuerza emergente e infinita que la poseía. Prosiguieron
más rápido, más fuerte y más ardientemente hasta que se vieron consumidos por un
remolino candente, poderoso y después cayeron juntos en un tembloroso vacío.
Sam se despertó con la brillante luz del día oyendo a Ryder tararear mientras se
dirigía a la cocina. Como un felino satisfecho se estiró larga y perezosamente,
saboreando los restos del placer. Pensó que no había quedado músculo por usar, o
centímetro de piel que no se hubiera estremecido.
Su boca, pasó la lengua por los labios, estaba aún machacada de los besos de
Ryder. Y lo cierto era que, si él entrara ahora mismo en la habitación, lo desearía
tanto como la noche pasada. Nunca se había sentido tan deliciosamente malvada, tan
gloriosamente satisfecha, en toda su vida. A esto sí podría acostumbrarse. Podría
incluso hacerse adicta. El sexo nunca había sido tan absorbente, tan obsesivo, tan...
No existían palabras para describirlo, o para describir sus sentimientos. Lo
único que sabía con certeza era que se sentía completa, satisfecha y más cercana a
Ryder de lo que había estado de nadie en su vida. Era un trato, pensó, no un
romance, y no estaba segura de que fuera bueno, pero no podía hacer nada al
respecto. Simplemente era así. Además, demasiada reflexión o análisis sobre lo que
había ocurrido la noche anterior, estropearía sus planes. Tenía que planificar el día.
Lo habían engañado una vez y, por mucho que odiara reconocerlo, Sam era ardiente,
pero él no estaba dispuesto a quemarse por segunda vez.
Aliviado por volver a tener de nuevo los pies en la tierra, Ryder fue al establo,
donde encontró a Cotton. Tras una breve conversación sobre las tareas del día, volvió
a la casa para ver qué tal le iba a Sam.
— ¿Quién te lleva las cuentas? —preguntó ella en cuanto él atravesó la puerta.
—Este que te habla.
—Espero que no te ofendas —dijo ella, tras reflexionar un momento— si te digo
que es lo primero que hay que cambiar.
—No me ofendo, pero ¿por qué? Soy mano de obra barata.
—Sí, pero probablemente te lleva mucho tiempo.
—Demasiado. Probablemente porque lo detesto y me empantano.
—Exactamente. Sé que parece que te pido que gastes dinero cuando de lo que
se trata es de ahorrarlo, pero tu tiempo y talento son más útiles en el rancho que en la
oficina. Sé que no quieres cederle a nadie toda la parte financiera, pero creo que el
salario de un contable compensaría por las molestias. Además, te dejaría más tiempo
y cabeza para buscar clientes potenciales, lo que significaría más dinero. Tú eres un
comercial demasiado valioso como para entretenerte contando judías.
—No lo había pensado de esa manera.
—Lo siguiente es revisar los horarios de los empleados, las facturas del
material. Ah, y quisiera una lista de tus proveedores —dijo, anotando furiosamente
cosas mientras hablaba.
— ¿Por alguna razón?
—Yo diría que has estado usando a los mismos durante mucho tiempo, ¿no?
—A la mayoría.
—No hay nada malo en ello. Pero existe la posibilidad de que investigando un
poco podamos encontrar nuevos. Para un cliente con buenas recomendaciones —
añadió rápidamente—.Y, lo más importante, que puedan mejorar los precios.
—Hay proveedores que han servido a Copper Canyon desde que mi padre
llevaba el negocio. Son amigos.
Habían llegado al primer bache de la carretera que conducía a un negocio
viable y seguro. De cómo lo afrontara Ryder dependía saber cuánta ayuda estaba
dispuesto a aceptar.
— ¿Sus negocios son una afición?
—Pues, no.
—Pues el tuyo tampoco —lo miró directamente a los ojos—. Ryder, yo solo
puedo darte información y consejos. No estás obligado a aceptar todo lo que digo y
cumplirlo.
— ¿Pero?
—Pero tienes que estar dispuesto a contemplar tu situación más objetivamente
que antes y estar dispuesto a implantar algunos cambios, o más te vale llamar ahora
mismo a tu abogado y pedirle algunos consejos sobre cómo afrontar la quiebra. Así
de sencillo.
—Tienes razón.
Ahora veía claro lo acertada que estaba. Se centraba en cosas sencillas, pero
sencillas o no, él nunca había pensado en ellas.
—Estoy dispuesto. He vacilado un momento, pero no volverá a pasar.
—Si, sí que pasará. Pero te prometo que no será grave. Y si te hace sentir mejor,
por muchas opciones que maneje, tus actuales proveedores tendrán la ocasión de
igualar cualquier oferta. Solo tienes que repetirte a ti mismo que se trata de un
negocio. Esos chicos serán los mejores amigos del mundo, pero no te van a pagar las
facturas.
—Ya lo pillo.
—Por supuesto, hay otro camino que debemos explorar, además de la
reorganización, y es la entrada de nuevo capital.
— ¿Te refieres a otro préstamo?
—No necesariamente. Pensaba más bien en una inversión. Alguien dispuesto
a...
— ¿Un socio?
—Bueno, quizá...
—Olvídalo —dijo él, secamente.
—Pero ¿por qué? Mientras se esté seguro de que la persona es honrada y
puedas conservar el control...
—Exactamente. Los socios son un riesgo. No se puede contar con que sigan
siendo honrados, aunque lo parezcan al principio. Y el control no me permitirá
quedarme en la propiedad si deciden desplumarme —sacudió la cabeza—. No me
fío. Prefiero prenderme fuego antes de meter a un socio.
Claramente se trataba de un verdadero problema. Su voz, su lenguaje corporal,
incluso la forma en que se oscurecieron sus ojos, le decían que no solo era un asunto
importante, sino espinoso.
—Puesto que obviamente tienes problemas de confianza, debo suponer que has
tenido una mala experiencia con un socio.
—Exacto. Probablemente esta conversación no tendría lugar, de hecho, nunca
habrías venido, si no hubiera confiado en un... —respiró profundamente—... un
socio.
— ¿Tenías un socio en el rancho?
—No entiendo.
—Es sábado por la noche, niña. El momento de la partida de póquer.
— ¿Póquer?
—Claro. Cuando oscurezca se congregará una pandilla de vaqueros en el salón
grande y jugarán hasta caer rendidos o arruinados, lo que ocurra antes. Es lo que
sucede en Copper Canyon los sábados por la noche. Se le habrá pasado a Ryder.
—Sí, será eso.
—Realmente, se juegan centavos. Ryder no soportaría ver a nadie perder hasta
la camisa. Pero revientan la máquina de discos y se lo pasan en grande, créeme.
Sam sonrió.
—Hubiera creído que los hombres irían a la ciudad, donde encontrarían
mejores atracciones, por no hablar de mujeres.
—Bueno, sí cumplen su parte de ello, seguro. Pero el padre de Ryder organizó
esos juegos hace años porque se hartó de perder trabajadores por el alcohol y las
peleas. Para no tener que pasarse el domingo pagando fianzas para que pudieran
trabajar.
—Ya veo.
Mamie leyó correctamente la expresión de su cara.
—Oh, no. No vayas a pensar que tu hombre prefiere estar con una panda de
vaqueros con pelos en las piernas en vez de contigo. No me sorprendería si tras un
par de manos se vuelve derechito a casa.
Se acercó a Sam y en voz más baja le dijo:
—Entre tú y yo y la puerta, he estado muy preocupada por Ryder. No es sano
que un hombre esté mucho tiempo sin una mujer, sin la mujer adecuada, que lo haga
sentirse hombre, si me entiendes.
—Sí, creo que sí —dijo Sam, reprimiendo la sonrisa cuando se dio cuenta de que
Mamie hablaba en serio.
—Ya sé que mi opinión no es, como dicen ahora, «políticamente correcta». Pero
ha sido correcta para mí y para ese idiota con el que estoy casada va a hacer cuarenta
y cinco años ya.
Cruzó las manos sobre su pecho y asintió.
—Ya saben lo que dicen. Si no está roto, no lo arregles.
—Sensato consejo.
Mamie la miró como intentando averiguar si Sam se limitaba a ser cortés.
—Quien me vea hablar así —dijo—... Probablemente tu mamá te dio los
mismos consejos cuando eras niña.
—La verdad es que —Sam apartó la mirada—, nunca conocí a mi madre. Crecí
en un orfanato católico.
—Pobrecita niña.
—Y el consejo que me dieron sobre los hombres ni fue tan sencillo ni tan
sensato. Me gusta más tu versión.
El elogio provocó una ancha sonrisa de la anciana.
—Me gustaste desde que te vi. ¿Qué tal si me ayudas a hacer el pastel?
—No soy muy buena cocinera, pero aprendo rápido. Si estás preparada, yo
también.
Cuando Ryder volvió se las encontró en la cocina. Sam estaba cubierta de
harina hasta los codos, en la frente y en la pechera de la camiseta. Mamie estaba
ligeramente más limpia. Y ambas reían como dos viejas amigas.
— ¿Las señoras han estado dándole al vino de cocinar? —preguntó.
Sam se giró rápidamente al sonido de su voz, jadeando de tanto reír, y verlo no
la ayudó. Cuando la señaló con el dedo su corazón casi dejó de latir.
—Ven aquí —dijo él.
Él le quitó una mancha de cacao de la mejilla y pensó que estaba muy guapa,
con los ojos brillantes y sin aliento de tanto reír. Y sexy. Siempre sexy.
—Hay algo que olvidé decirte.
— ¿La partida de póquer? —Mamie me lo dijo.
—Y no solo he dicho eso —se burló Mamie, mientras introducía dos moldes
untados de mantequilla en el horno ante de abandonar la habitación.... y dejarlos
solos.
—No sé si quiero saberlo —dijo Ryder, observando a Mamie mientras se
alejaba. Luego se volvió hacia Sam—. Siento no habértelo dicho esta mañana, pero...
—Está bien. Los dos teníamos otras cosas en la cabeza.
Ryder se quedó mirando su boca, deseando besarla. Deseando hacer mucho
más que eso. La planificación del tiempo, recordó, era esencial.
— ¿Sabes? Voy a suspender la partida de esta noche.
—No lo harás. A los hombres les gusta. Es su diversión y no sería justo que la
suspendieras.
—Mamie sí que ha estado hablando, ¿eh?
—Además, nunca he visto una partida de póquer. ¿Puedo mirar?
—No sé si seré capaz de concentrarme contigo en la habitación, pero si quieres
puedes mirar.
—Pero tú sabes jugar y puedes enseñarme, ¿verdad?
—Cierto.
—Bien. Aunque supongo que no será difícil. Es cuestión de recordar números.
Sabes que se me dan bien los números. E insisto en que juguemos de verdad.
Capitulo 4
Mamie insistió en que cenaran todos juntos antes de la partida de póquer, así
que los cuatro compartieron los restos del pollo de la víspera, a los que ella añadió
ensalada de macarrones y mazorcas de maíz recién recogidas del jardín. Todos
rieron, bromearon y Mamie y Cotton contaron historias de cuando Ryder era
pequeño. Fue el tipo de comida con el que Sam había soñado desde que era niña.
Ryder, Cotton y Mamie habían formado una familia improvisada, no le daban
importancia y no tenían ni idea del tesoro extraordinario que suponía una sencilla
comida en familia. Y aunque solo los conocía desde hacía veinticuatro horas se sentía
acogida entre ellos.
Sam no quería que terminara. No solo porque le gustaban Mamie y Cotton y
disfrutaba su compañía, sino porque sentía una ligera aprensión ante la idea de
unirse a la partida de póquer, a algo que, según Mamie, era una tradición en Copper
Canyon. Era un poco como ir a conocer a la familia del novio, aunque, por supuesto,
Ryder no era su novio. Pero ¿y si los hombres la consideraban una intrusa o no les
caía bien? ¿Haría eso que Ryder cancelara el trato?
Cuando llegaron al salón, la cerveza estaba fría, en la máquina de discos sonaba
Trisha Yearwood y la partida estaba en su apogeo con un ruido terrible. Al menos
seis de los trabajadores del rancho estaban allí presentes, incluyendo a un hombre
con su mujer y dos niños. Mamie saludó a la mujer que estaba sentada con los niños
ante una enorme pantalla de televisión al otro lado de la habitación.
—Ya era hora de que aparecierais —gritó uno de los hombres.
— ¿Tanta prisa tienes en perder tu dinero? —preguntó Cotton mientras se
sentaba en la mesa, que albergaba fácilmente a diez personas.
—Prisa para agarrar el tuyo —contestó el vaquero ante las risas de todos.
Ryder señaló al hombre que repartía las cartas.
—Juegan al estilo de Texas —le dijo a Sam.
— ¿Es una clase de póquer?
Uno de los hombres la oyó preguntar.
—La única a la que merece la pena jugar —declaró.
—Junto al póquer de cinco ases —apuntó otro.
—Jefe, ¿por qué no se sienta? —preguntó el que repartía.
— ¿Para qué quieres hacer eso? Solo conseguirás que otra te gane. No tiene
mucho que aprender, señorita —le dijo el hombre mientras iba hacia la nevera—. Es
un jugador pésimo.
—Recuérdame que lo descuente del sueldo — bromeó Ryder.
—Sin problemas. Ya me lo compensaré con una mano que te gane.
—Quizá debiera enseñarme él —se burló Sam. Ryder advirtió al vaquero con
una mirada.
—Sobre mi cadáver. Bien, como decía cuando nos interrumpieron —continuó
Ryder—, el estilo de Texas utiliza apuestas forzadas. El jugador a la izquierda del
que reparte empieza y después el hombre que está a su lado.
— ¿Forzadas?
—Quiere decir que deben apostar incluso antes de repartir las cartas.
— ¿Por qué hacerlo si no saben qué cartas tienen?
—Yo no hago las reglas, cariño. Solo te las explico.
—En otras palabras, no lo sabes.
—Tú lo has dicho—intervino Cotton.
—Amén —añadió alguien.
— ¿Eh? ¿Por qué no os calláis y atendéis al juego? —les respondió Ryder.
La lección sobre el estilo Texas fije de mal en peor a partir de ahí. Mientras
Ryder trataba de explicarle las reglas, sus empleados se burlaban a coro de sus
esfuerzos. Pero todo dentro de unos límites agradables. Y lo mejor, al menos para
Sam, era que Ryder no se separó de ella.
Mientras hablaba le sostenía la mano, o le pasaba el brazo por la cintura o se lo
colgaba del hombro. Cuando un joven vaquero llamado Scooter le ofreció a Ryder su
sitio, a ella ya no le interesaba demasiado el juego. Le bastaba estar al lado de Ryder.
Él continuó dándole instrucciones mientras jugaban, pero, sumándole las chanzas
que caían de todas partes, se volvía cada vez más complejo. Como habitualmente
todo lo que implicaba números la fascinaba, decidió no luchar contra la confusión y
aguardar una lección privada. Poco tiempo después vio cómo se acercaba Mamie con
el pastel de chocolate. Aliviada tocó a Ryder en el brazo.
—Voy a ayudar a Mamie, ¿vale?
— ¿Lo pasas bien? —preguntó Mamie cuando Sam llegó junto a ella.
—Maravillosamente. Gracias por incluirme. Mamie la miró a los ojos.
—Creo que soy yo quien debe agradecértelo.
—Dios mío, ¿el qué?
—Solo estar aquí. No he visto a Ryder tan tranquilo en años. Le haces bien.
Puede que sea el orgullo quien habla, pero no hay muchos mejores que él, niña.
—Oh, Mamie, no quiero que pienses que hay algo... permanente entre nosotros.
Quiero decir, solo somos...
—Si vas a decir buenos amigos ahórrate el aliento. Nadie mira a un amigo de la
forma en que Ryder te mira. Y tú tampoco lo miras exactamente como a un hermano.
¿Tengo o no razón?
Por primera vez desde que había pactado con Ryder, Sam se ruborizó. Una
parte de ella deseaba dejar las cosas claras, pero otra parte no deseaba enfrentarse a
la desaprobación de Mamie.
—Tienes razón. Mamie sonrió.
Sam señaló el pastel. No quería que la conversación fuera más allá.
— ¿Necesitas ayuda con eso?
—Claro. Los niños probablemente querrán un trozo grande.
Cortó dos pedazos y se los pasó a Sam.
Ryder lo estaba pasando fatal para mantener la concentración. Le gustaba el
póquer, pero no podía compararse con el placer de contemplar a Sam, su forma de
hablar, de caminar. Especialmente de caminar. Contemplar sus movimientos era
como observar cómo la brisa agita un sauce llorón en una noche de verano. Lento,
sensual. De hecho, todo en ella era sensual. Su sonrisa, su voz. Dios, su voz,
especialmente cuando susurraba o gemía.
Cuando pasó a su lado para llevar el pastel a los niños le sonrió y él no pudo
evitar volver la cabeza para tener una vista completa de su trasero enfundado en
aquellos vaqueros que le sentaban tan bien. De repente, sus propios vaqueros le
resultaron incómodamente apretados. Con solo mirarla lo único en lo que podía
pensar era en llevársela a la cama de nuevo.
—Aquí tenéis —Sam le alargó el plato a los niños y se volvió para presentarse a
la madre.
—Soy Sam Collins.
— ¿Sam?
—Diminutivo de Samantha.
— ¡Ah! Yo soy Rosemary Booker —la mujer le dio la mano—. Ese alto es Tom,
mi otra mitad.
Señaló a un hombre que jugaba al billar con el joven que había cedido el sitio en
la mesa a Ryder.
—Encantada de conocerla. Tiene unos niños preciosos —le dijo Sam.
—Gracias. Hoy los ves con sus mejores modales. Normalmente son
ingobernables.
— ¿Qué edad tienen?
—Evie tiene seis, Tom júnior ocho.
Mamie se le unió cuando empezaba a sonar una sensual canción de Faith Hill
en la máquina. Tom Booker llegó desde la mesa de billar, tomó a su mujer de la mano
y la llevó a un lugar donde podían bailar. El joven vaquero, Scooter, se sentó junto a
Sam y Mamie.
Ryder había visto por el rabillo del ojo a Sam y Rosemary Booker hablando.
Unos momentos después volvió a mirar y ella estaba entre los brazos de Scooter
Tompkins, bailando. Y Scooter la sostenía disfrutando cada segundo. ¿Qué demonios
pasaba allí? ¿Si tenían que bailar por qué no bailaban una cuadrilla en lugar de un
agarrado? ¿Y qué creía Scooter que hacía con la mano sobre la cadera de Sam?
— ¡Eh! —Dijo uno de los jugadores—. ¿Juegas a las cartas o las estrangulas?
Ryder bajó la vista y descubrió que estaba retorciendo las cartas.
— ¿Qué? Voy.
Arrojó algunos centavos a la mesa sin ni siquiera mirarlos.
—Demasiado para mi sangre —anunció el siguiente jugador.
Ryder volvió a mirar. Seguían bailando y Scooter seguía sosteniéndola
demasiado cerca. Entonces, para su descanso, la música terminó y Sam volvió con
Mamie y los niños. Eso estaba mejor, decidió, e intentó fijarse más en el juego. Lo
achacó al hecho de haber estado tanto tiempo célibe y a que la noche pasada había
sido una de las más increíbles de su vida. Era normal que solo pudiera pensar en el
sexo. Y también era normal que no le gustara la idea de que otro hombre se acercara
a la mujer que a él le gustaba.
La mano terminó y, cuando acababan de repartir otra, Mamie se acercó y le
puso la mano a Cotton en el hombro.
— ¿Qué? ¿Ganas? —le preguntó.
—Como siempre, dulzura. ¿No estás contenta? — le dijo él sonriendo.
Ryder miró hacia atrás.
— ¿Dónde está Sam?
—Se ha ido con Scooter y los niños a ver los nuevos cachorros.
— ¿Sola?
—Con Scooter, ya te lo he dicho. El juego llegó hasta Ryder.
—Paso —dijo, levantándose de la mesa.
Ryder se percató con tristeza de que Mamie y Cotton se intercambiaban
miradas y sonrisas mientras él franqueaba las puertas y se dirigía a toda prisa hacia
el establo.
Mientras caminaba Ryder se decía que todo era inocente. No era propio de
Scooter el llevársela al establo para trabajársela. Los niños Booker estaban con ellos y
gritarían. Además, no era asunto suyo. Ella era una mujer adulta. Podía hacer lo que
quisiera. Todo lo que había entre ellos era un trato de negocios. Nada más. Era libre
de hablar con quien eligiera. Scooter era un chico majo. Un poco arrogante, quizá,
pero a ella no le podía interesar de verdad. Solo era un niño.
Sí, con cuerpo de hombre y redaños suficientes para usarlo. Ryder aceleró el
paso. En el establo, Evie Booker escaló el exterior del pesebre y se inclinó.
— ¡Mirad! —graznó, viendo los nuevos cachorros acostados junto a su madre,
una perra grande, de ojos tiernos, que parecía el resultado de una desventura
amorosa entre un caniche y un labrador.
Sam agarró a la niña por el bolsillo de atrás.
—Cuidado. Te puedes caer.
— ¿Queréis abrazar a uno?—preguntó Scooter.
Ante el coro de: « ¿puedo?, ¿puedo?, ¿podemos?», abrió la cerca y le habló
dulcemente a la madre.
—Hola, Molly. Solo queremos echar un vistazo a un par de tus bebés.
Suavemente escogió a los dos cachorros más grandes y puso uno en el regazo
de Evie mientras le alargaba el otro a Tom júnior. Después se agachó, recogió al más
pequeño y se lo entregó a Sam.
—Dios mío —se sorprendió ella—. Nunca había visto un cachorro en mi vida, y
menos aún tenido uno en las manos.
Acarició la diminuta cabeza y, para delicia suya, el cachorro emitió un pequeño
sonido y lamió su dedo. Sam rió y lo sostuvo a la altura de su mejilla.
—Eres tan suave, tan dulce...
—Abrió los ojos ayer —dijo Scooter.
Evie y Tom estaban absortos con sus cachorros y protestaron cuando Scooter les
dijo que debían devolvérselos a su madre.
—Se está inquietando —les dijo, tomando los cachorros.
—Tú también, enano.
Fue a agarrar el cachorro de Sam, pero cuando tiró de él, las uñas del perro se
enredaron en su pelo.
—Espera —Sam trató de desenredarse y solo consiguió empeorarlo. Se apoyó
contra la puerta del cobertizo.
—Aguanta —dijo Scooter y se acercó para ayudar.
En ese momento Ryder entró en el establo y lo único que vio fue a Sam
sonriendo y a Scooter frente a ella con las manos en su pelo.
— ¿Qué demonios pasa aquí? Al oír su voz los niños se sobresaltaron como si
creyeran que se habían metido en un lío.
—Solo estábamos viendo los cachorros —explicó Evie
—Scooter dijo que podíamos —apuntó Tom júnior.
—Claro que sí —Ryder .trató de calmar su voz. No tenía sentido hacer que los
niños pensaran que estaban haciendo algo malo.
—Es mejor que volváis al salón ahora. Scooter os llevará.
—Claro, jefe —dijo Scooter por encima de sus hombros, con las manos aún en el
pelo de Sam—. Un segundo. Ya está. Ya eres una mujer libre.
—Gracias —ella rió, mientras observaba a Scooter devolver el cachorro.
Ryder sabía que estaba siendo poco razonable, que no tenía ningún sentido,
pero eso no alteraba el hecho de que necesitara cada libra de fuerza de voluntad a su
alcance para no agarrar al joven vaquero, arrojarlo contra la valla y reducirlo a una
masa informe. Para evitar que eso ocurriera se limitó a asentir cuando Scooter pasó a
su lado, recogió a los niños y salió del establo.
Todavía sonriendo, Sam lo mito
—Los cachorros son tan ricos. Yo...
—Tú no eres libre.
— ¿Disculpa?
—No al menos mientras estés en mi rancho, en mi cama.
Ella vio por primera vez la expresión fiera y sombría en su cara.
— ¿De qué estás hablando?
—Scooter y tú.
—Yo y...
—Te puso las manos encima.
— ¿Las manos? Las uñas del perrito se enredaron en... —de repente se dio
cuenta de que la fiereza y la negrura estaban dirigidas a ella—. ¿Creías que
estábamos...? ¿Que pasaba algo?
— ¿Y no era así?
—No.
Durante el espacio de un latido se sintió halagada, pero la mirada en sus ojos no
denotaba halago. Era rabia.
Él se acercó a ella y se detuvo a la distancia de un brazo.
—Yo sé lo que vi.
—El perrito...
— ¡Me importa un carajo el perrito!
Verla con Scooter, solo pensar en ella con otro hombre había despertado algo
que dormía en su interior. Algo oscuro y terrible que no podía entender ni controlar
Lleno de rabia, acometió contra ella.
—Esto es ridículo. Solo intentaba ayudarme a desenredar las uñas del cachorro
de mi pelo.
¿Ridículo? Fue como añadir un leño más a un fuego ya crepitante. Dio un paso
adelante y ella retrocedió otro. La puerta del establo se encontraba a escasos
centímetros de su espalda.
Sam se apresuró y tuvo que correr para poder mantener el paso de Ryder, que
avanzaba a grandes zancadas. El resto de la tarde pudo sentir la mirada intensa sobre
ella, pero cada vez que se volvía hacia él, el apartaba la vista. No podía entender qué
había salido mal, pero estaba segura de que había ocurrido algo. Fuera cual fuera el
problema, Sam se prometió a sí misma que encontraría una solución antes de
acostarse. Cuando llegó la hora de retirarse a descansar, se dieron las buenas noches
y caminaron hacia la casa.
Sam estaba a punto de preguntar que había ocurrido en el establo, pero
entonces Ryder la besó con ternura. La pasión salvaje de la que había hecho gala en el
cobertizo había desaparecido como el humo.
—Será mejor que te acuestes. Tengo que arreglar un par de asuntos antes de
que llegue mañana la delegación de la compañía —indicó Ryder—. Pero no hay
razón para que tú te quedes levantada y pierdas horas de sueño.
—Creía que el plazo era hasta pasado mañana.
—Sí, pero tengo un millón de cosas pendientes de las que ocuparme.
—A lo mejor puedo echarte una mano —se ofreció Sam.
—No —negó con la cabeza—, no vale la pena.
— ¿Estás seguro?
—Totalmente seguro.
Sam vaciló un momento mientras sopesaba la idea de sacar a relucir lo ocurrido
en el establo esa tarde. Quizá no fuera el mejor momento. Ryder tenía un montón de
asuntos en la cabeza, después de todo. Y era importante satisfacer plenamente a cada
cliente si pretendía que el rancho funcionara. Todo eso ya suponía suficiente tensión
para que ella le añadiera una presión adicional. Decidió que sería mejor esperar al
día siguiente.
—De acuerdo —dijo y dio medio vuelta.
— ¡Sam!
— ¿Sí?
—Dulces sueños. Sonrió y se alejó por el pasillo.
Al llegar a la puerta de la habitación de invitados la asaltaron nuevas dudas.
¿Dónde se suponía que debía dormir esa noche? Después de unos instantes entró en
su habitación y cerró la puerta. Ryder escuchó la puerta al cerrarse y supo que Sam
había entrado en su habitación, pero no en la de él. Puede que fuera lo más sensato,
al menos esa noche. Nunca se había considerado un hombre celoso, pero no cabía
duda de que se había comportado como tal.
Las mujeres estaban en el mundo para divertirse con ellas, pasarlo en grande y
disfrutar en la cama. Y si bien esa actitud podría valerle el calificativo de «campeón
entre los cerdos machistas», nunca había utilizado una posición de poder con una
mujer. Nunca antes en toda su vida había tratado mal a una mujer y, hasta esa misma
noche, habría llamado mentiroso a cualquier hombre que lo hubiera acusado de algo
semejante. Pero algo había saltado en su interior cuando había entrado en el establo y
había descubierto a Sam con Scooter. Un anhelo primitivo de reivindicación se había
despertado: el temor a perder algo valioso, y eso le había hecho perder los estribos.
Una sola mirada a Sam había bastado para...
Los viejos recuerdos inundaron su memoria. Una sola mirada a Sam le había
bastado para ver a otra persona. No se había dado cuenta, pero ella sí. Recordó las
palabras de Sam. Hasta entonces, preso de los celos, no había caído en la cuenta. Pero
eso no justificaba en ningún caso que hubiera reaccionado de un modo tan violento.
No mantenía con Sam una relación que viniera de atrás. Ni siquiera se había juntado
por una mutua atracción. Solo se trataba de sexo. Maravilloso, pero nada más que
sexo.
Entonces, ¿por qué sentía la imperiosa necesidad de ir a buscarla, arrodillarse
frente a ella e implorarle su perdón? ¿Y por qué el hecho de que Sam lo perdonara se
había vuelto tan importante para él? Todo estaba yendo muy deprisa y no tenía la
menor idea de hacia dónde se dirigían. Solo sabía que, tanto si había acuerdo como si
no, tenía que disculpar se con ella por lo que había ocurrido esa noche. Y después
tenía que buscar la forma de que todo volviera a la normalidad antes de que su
desmedida reacción lo hubiera estropeado todo.
Sam se despertó sola mucho antes de que sonara la alarma. Estaba decidida. La
pelota estaba en su lado de la pista y estaba dispuesta a jugar. Esa mañana, a lo largo
del día, hablaría con Ryder y averiguaría lo ocurrido en el establo la tarde anterior.
Tenía que conocer la respuesta, fuera la que fuera. Incluso si significaba el final de su
trato. Por mucho que no lo deseara, ¿cómo podría mantener vigente el acuerdo vista
la situación? Y, desde luego, ella no deseaba romper el trato. Quería seguir adelante a
toda costa, algo que solo había comprendido cuando había atisbado la posibilidad de
una ruptura. Sam se levantó, se duchó, se vistió y fue a la cocina. Estaba vacía.
Encontró a Ryder en el establo. Estaba cepillando uno de los potros que
servirían para que montasen los niños. Se quedó un momento en el umbral de la
puerta, observándolo. Tenía una figura impresionante. Adoraba su cuerpo, esculpido
con detalle, músculo a músculo.
Adoraba la manera que tenía de moverse y sus manos... fuertes y poderosas.
Cepillaba con esmero el pelo del caballo hasta que el animal se estremeció de gusto
ante las constantes caricias de Ryder. Sam también sabía cómo se sentía una persona
al sentir aquellas manos sobre su piel. En ese momento comprendió que no estaba
preparada para prescindir de Ryder y confió en que ese paso no llegara nunca.
—Buenos días —saludó y avanzó hacia él.
—Hola.
— ¿Quién es tu amigo? —preguntó mientras señalaba al potro.
—Este es Príncipe —dejó de cepillar y palmoteo al animal en la cabeza—.
Saluda a la señorita, Príncipe.
—Muy bonito —aseguró Sam—. Seguro que a los niños les encanta.
hubiera cruzado en su camino. Miró a Sam un buen rato mientras sus ojos pasaban
de la perplejidad inicial a la aceptación. Al final sonrió y sus ojos brillaron.
—Bueno, es un trabajo duro —dijo—. Pero alguien tendrá que hacerlo.
—Gracias —suspiró Sam aliviada—. ¿Ryder?
— ¿Sí?
—Eres más que suficiente. Él miró el suelo, sacudió la cabeza y dirigió a Sam
una sonrisa cautivadora.
—Eres una caja de sorpresas, ¿lo sabías?
—Solo quería que supieras cual es mi posición.
—Preciosa, después de esto no volveré a cuestionarte —asintió Ryder.
Satisfecha de que todo hubiera vuelto a la normalidad, Sam ayudó a Ryder a
cepillar a Príncipe y después prosiguieron el trabajo con dos potros más.
— ¿Todo está listo para los invitados de esta tarde? —preguntó Sam al
terminar.
—La mayor parte, sí —dijo Ryder—. Dependerá de cuánta gente quiera montar.
No tenemos demasiada gente. ¿Tú sabes montar?
— ¿Yo? ¿Montar a caballo? Bueno, Ryder, me encantaría ayudar pero hace
mucho que no lo hago —aseguró Sam—. Sería más práctico que no contaras
conmigo. No soportaría ponerte en un aprieto delante de tus invitados.
—Dejaré que te libres por esta vez, pero no puedes conocer los entresijos del
funcionamiento de un rancho si siempre vas a pie —dijo Ryder—. Mañana por la
mañana tomarás unas para refrescar la memoria.
—De acuerdo —Sam tendió la mano a Ryder—. Tenemos otro trato.
Ryder aceptó la mano de Sam, pero entonces tiró de ella hacia un rincón oscuro
del establo y la besó. No fue la clase de beso apasionado y fulgurante de la noche
anterior, pero de alguna forma había resultado igual de perturbador en el ánimo de
Sam. Un beso tierno, dulce y profundo que indicaba un cambio y que aventuraba
promesas que ninguno de los dos se habría atrevido a expresar con palabras.
Bastante después de que hubiera oscurecido, una vez que todos los invitados se
habían marchado y se habían completado las tareas de limpieza, Ryder y Sam
arrastraron sus cuerpos hasta la casa. Sam se dejó caer en la primera silla que vio.
— ¿Cómo es posible que algo que en apariencia resulta tan divertido pueda
destrozarte hasta el último músculo de tu cuerpo? ¿Cómo puedes soportar una paliza
semejante más de una vez a la semana?
—Te acostumbras a todo —dijo Ryder con una sonrisa.
—Soy una debilucha —dijo Sam—. Incluso Cotton resiste más que yo.
—Vamos, no seas tan dura contigo misma —dijo Ryder que, situado tras ella,
empezó a darle un suave masaje en los hombros.
— ¡Oh, Dios mío! Es una maravilla —suspiró Sam—. ¿Podrías quedarte ahí de
pie y seguir con el masaje durante las próximas dos horas?
—Tengo una idea mejor —se inclinó y la besó en el cuello—. ¿Qué te parece si
vamos a mi habitación, nos damos una ducha caliente y después te tumbas en mi
cama para un masaje completo?
Sam se giró lentamente y lo miró a los ojos.
— ¿Juntos? —Ryder se limitó a ladear la cabeza algo sorprendido—. ¿Quieres
que nos duchemos juntos?
—A mí me parece una idea fantástica —contestó Ryder, que la tomó de la
mano.
—A ver si lo he entendido —repitió Sam—. Primero una ducha...
—Tú me frotas la espalda y después yo te la froto a ti... para empezar.
—Y después me das un masaje.
—De la cabeza a los pies —aseguró Ryder—. Por delante y por detrás.
— ¿Y después? —bromeó ella.
—Después —apuntó Ryder mientras la besaba en los labios con leves pellizcos
—creo que podemos empezar el curso para comprobar qué tal montas.
Capitulo 5
corrido su secretaria—. No sé cómo me las voy a arreglar sin ella. Era mi brazo
derecho.
—Señorita Collins...
— ¿Sí?
Sam apenas pudo reprimir una sonrisa cuando vio al señor Anderson sacar un
pañuelo del bolsillo para secarse las manos empapadas en sudor. Era una pequeña
victoria en su haber.
—Lo lamento, pero también la han despedido a usted —dijo al fin Anderson.
— ¡Oh! —suspiró Sam con la mano sobre la garganta y los ojos muy abiertos—.
Entiendo.
—Pensé que le habría llegado la noticia a través de los corrillos. La verdad es
que no esperaba verla por aquí esta mañana —respiró hondo y guardó el pañuelo—.
Pero ya que ha venido resultaría de gran ayuda que le dedicara unos minutos a
terminar ese tema de la tasación.
Sam no podía creer lo que acababa de escuchar. Era un hombre demasiado
estúpido para que ella se molestara siquiera en vengarse de él. Pero no lo descartó
del todo.
—Bajo las circunstancias actuales me llevará un poco más de tiempo del que
sería deseable, señor Anderson. Pero me llevaré mis notas manuscritas, que no
resultan muy legibles, y las pasaré a máquina —empezó a guardar un montón de
documentos que tenía sobre la mesa de su despacho—. Por cierto, quizás le interese
saber que ya hay un comprador interesado en la propiedad del señor Wells y, por lo
que me ha dicho, está dispuesto a pagar una buena suma. Si me disculpa, tengo que
ir a buscar unas cajas de cartón.
No se sintió en absoluto culpable por haber mentido acerca de ese inexistente
comprador. Quería que Anderson sudara un poco ante la perspectiva. Con relación a
sus notas, Sam no se las entregaría hasta que se congelase el mismo infierno. Saldrían
de su despacho igual que habían entrado, guardadas en su maletín. Pasarían días o
incluso semanas antes de que Anderson se preocupara por buscarlas. Y aún pasarían
varios días más hasta que se diera por vencido y decidiera asignar el asunto a otra
persona. Si tenía en cuenta la cantidad de trabajo acumulado que había, amén de los
errores humanos, Sam confiaba en que Ryder tendría tiempo más que suficiente para
salvar su rancho antes de que el banco lo reclamara. Esa idea la hizo sonreír.
Además, había logrado fastidiar el día de Anderson de buena mañana. Ese
pensamiento bastó para alegrarle el día.
Una hora más tarde había vaciado su despacho y se había alejado de allí en
dirección a Copper Canyon. Todavía le resultaba extraño que los dos sentimientos
que la embargaban ante la idea de perder su trabajo fueran el alivio y la libertad.
Había vivido tan volcada en sus tareas que no había comprendido que el trabajo la
había sometido por completo.
Había anulado su vida privada. Unos pocos días alejada de la presión y de la
lucha constante habían servido para que recobrase la salud, tanto física como mental,
que había perdido años atrás. La obsesión por el éxito que la había acompañado
desde que había abandonado el orfanato parecía que se había neutralizado. Un mes
atrás habría sentido pánico ante una situación similar. Incluso una semana antes
habría caído presa de la angustia y no habría podido pensar en otra cosa que no fuera
el trabajo. Ahora solo deseaba descansar junto a Ryder Wells en su rancho de Copper
Canyon.
Sam se pasó toda la tarde trabajando. El despacho de Ryder había quedado a su
entera disposición, mientras él entregaba un caballo perdieron a un ranchero de la
comarca. Al final de la jornada laboral había recibido tres pujas, por fax o por correo
electrónico, de tres nuevos candidatos. Si Ryder decidía mantener la puja podría
reportarle más de doscientos dólares al cabo del mes. No era mucho, pero cualquier
ayuda era bienvenida. Y era tan solo el principio. Todavía no había empezado a
buscar un nuevo proveedor de carne, que era una de las cuentas de mayor gasto.
Sam pretendía recortar gastos en las facturas de suministros, en publicidad y en
personal. Tenía que reconocer que no deseaba abordar el tema del control de gasto.
Pero, aunque no sería fácil, sabía que tenía que enfrentarse a ello. De pronto se
acordó de Rosemary Booker y sus dos niños. El hecho de confraternizar con los
empleados de Ryder seguramente no había sido una buena idea, pero, una vez que
había ocurrido, no podía permanecer distante y ajena. Una voz interior le recordó
que no debía perder la objetividad, pero sentía que ya era demasiado tarde.
Sam abandonó el despacho poco antes del ocaso, satisfecha del trabajo
realizado. No encontró ni a Mamie ni a Ryder por ninguna parte, así que fue directa
al corral. Los chicos ya habían regresado del instituto y practicaban caídas desde lo
alto del caballo, simulando que habían recibido un disparo. Sam sonrió. Era una
versión adulta de los enfrentamientos entre indios y vaqueros. Cotton observaba los
juegos de los chicos desde su sitio favorito.
—Hola —saludó Sam mientras se acercaba.
—Hola, Sam. No te he visto en todo el día.
—He estado ocupada buscando la manera de ahorrar un poco de dinero a
Ryder.
—Estaba seguro que lo harías bien —dijo con una sonrisa—. Entonces, ¿crees
que podremos quedarnos aquí?
—No es tan sencillo. Apenas he hecho un remiendo. Si te soy sincera —dijo
Sam—, lo que más me preocupa es el tiempo. No sé si tendremos suficiente.
—Tú solo tienes que hacer todo lo que esté en tu mano. Es lo único que se te
puede pedir —señaló Cotton.
—la verdad es que necesitamos un inversor, pero...
—Sí. Estoy seguro que Ryder dio al traste con la idea nada más mencionarla.
—Sí, en efecto.
—No quiere saber nada de socios—apuntó Cotton—. Incluso nos rechazó a
Mamie y a mí.
— ¿A vosotros?
—Hace menos de seis meses que Mamie y yo le ofrecimos nuestra ayuda. Le
dijimos que podía disponer de nuestros ahorros a voluntad. Tendrías que haberlo
visto. Se puso hecho una furia, igual que un toro salvaje. Dijo que preferiría estar
enterrado bajo tierra antes que utilizar nuestro dinero. ¡Demonios! —Exclamó
Cotton—, ¿acaso no se da cuenta que es como un hijo para nosotros?
—Yo creo que sí lo sabe, Cotton —señaló Sam—. Pero le resulta difícil la idea de
aceptar que parte de este rancho pase a manos de otras personas, incluso de aquellas
a las que quiere y aprecia.
—Sí, supongo. Es testarudo como una mula, pero es algo que le viene de
familia. Su padre y su abuelo estaban cortados por el mismo patrón.
—Reconozco que no me sorprende lo más mínimo —dijo Sam y ambos rieron.
Uno de los jinetes descabalgó de su caballo con una pirueta a menos de dos
metros de donde se encontraban. El joven se quitó el sombrero y se inclinó ante Sam.
Al tiempo que ella sonreía y aplaudía, el chico montó de nuevo su caballo y se alejó
al galope para reunirse con sus amigos.
—Es muy bueno —señaló Cotton.
—Ya lo creo. De hecho, es el mejor. Todos los chicos admiran a Ryder, pero Ellis
siente auténtica devoción por él. Hace cerca de un año que viene al rancho con
regularidad. Dice que quiere ser especialista.
— ¿Crees que lo logrará?
—Ryder dice que tiene talento y mucha cabeza. Y Dios sabe que ha trabajado
duro. Se graduará con matrícula a finales de este mes en el instituto. Dice que irá a
una escuela de especialistas tan pronto como reúna el dinero.
—No tenía idea de que existiera esa clase de escuelas —confesó Sam.
—Supongo que sí.
— ¿Ryder se formó en uno de esos centros?
—No. Aprendió a las bravas. Se juntó con un tipo de ese mundo que le enseñó
el oficio.
—La verdad es que Ryder no suele hablar de su pasado y de lo que hacía antes
de hacerse cargo del rancho —dijo Sam.
—Bueno, supongo que ya tiene bastante con pensar en el futuro para además
ocuparse de recordar el pasado —apuntó Cotton.
—Por cierto, ¿dónde está?
—La última vez que lo vi estaba a merced de Mamie en la cocina. Creo que
había prometido que arreglaría la lavadora y ya han pasado seis meses desde
entonces.
—Supongo que eso le ha dado en qué pensar — sonrió Sam.
Ryder sabía que Cotton lo había visto y podía leer la mente de su viejo amigo.
El viejo capataz no dejaba de darle vueltas a la idea de que Ryder aceptara a una
mujer tan fantástica antes de que otro se le adelantara. En apenas tres días, Mamie y
Cotton habían aceptado a Sam como un miembro más de la familia. Eso molestaba a
Ryder. Sam y él no eran amantes. Al menos, no formaban una pareja tradicional. Y
no deseaba que la relación se volviera demasiado... hogareña. No deseaba ninguna
clase de intimidad, salvo aquella que implicaba a Sam en su cama. Ese era el trato y
así confiaba en que seguiría siendo.
Sacudió la cabeza. Nunca antes había conocido a una mujer como ella. Era
honesta, directa, astuta como un lince y no se amilanaba ante nada. No era como la
clase de mujeres que había conocido en el pasado. Y era drásticamente opuesta a
Alicia. Era una cuestión de confianza. ¿Acaso no era eso lo que había dicho Sam? Se
había mantenido fiel a unos principios a lo largo de casi un año. Así se había
protegido de posibles errores. Siempre que se trataba de las mujeres había mantenido
la mente despejada, la cartera cerrada y el corazón escondido. Quizá por eso todavía
se preguntaba qué le había llevado a permitir que Sam inspeccionara sus libros de
cuentas y metiera las narices en su negocio.
La realidad era que, aparte del sexo, se sentía a gusto con ella. Al principio, la
mera presencia de Sam en su propiedad lo había molestado, pero habría sentido lo
mismo hacia cualquier empleado que hubiera aparecido para tasar el rancho. Pero
había algo en Sam que inspiraba confianza. Mientras reflexionaba sobre esa cuestión
no experimentó la ansiedad que habría esperado.
—Está bien para ser una chica de ciudad —dijo Mamie, que apareció tras él.
— ¿Eso crees?
—Sí. Además es muy atractiva. Y yo diría que sabe lo que hace.
—Es mucho más lista que yo, según parece.
—Bueno, eso no es muy difícil —señaló Mamie con una sonrisa burlona.
—Vaya, gracias.
—Me refiero en lo que concierne a las mujeres. Puedes resultar encantador,
pero tienes un pésimo gusto a la hora de elegir —Mamie alcanzó la cafetera y llenó
dos tazas—. Nunca te quedas con la que te conviene.
— ¿Ahora te has convertido en una experta en ese tema?
—No —dijo tras una pausa—. Pero tienes tendencia a liarte con aquellas
mujeres que mienten y engañan para conseguir lo que quieren. Pero será mejor que
te andes con ojo con esta chica. Ella es un valor seguro.
Ryder pensó en esas palabras mientras Mamie se alejaba. Era una mujer muy
sexy, desde luego. Pero, por el momento, era todo lo que quería de ella. Ya casi había
terminado la reparación que Mamie le había pedido. Unos minutos más tarde se
reunió con Cotton en el exterior.
—Vaya, aquí viene el jefe —dijo Cotton—.Ya era hora de que aparecieras para
ayudarme a descargar ese remolque.
— ¿Por qué crees que he aparcado aquí? Tan solo deseo... —Ryder terminó de
abrir la camisa de Sana— una pequeña prueba.
A continuación, deslizó la lengua sobre la piel suave de sus pechos antes de
regresar sobre sus labios entreabiertos.
El deseo se expandió a través del cuerpo de Sam como un reguero de pólvora.
Nunca había conocido nada semejante al furor que despertaba en ella Ryder cada vez
que la acariciaba. Claro que nunca había conocido a un hombre como él. Hacía que se
sintiera sexy, tierna y poderosa al mismo tiempo. Era una mezcla embriagadora de la
que nunca se saciaba.
Ryder se inclinó para besarla en el cuello y en el lóbulo de la oreja.
— ¿Alguna vez has hecho el amor en el asiento trasero de un coche? —preguntó
Ryder con voz gutural.
—Esto es una camioneta y... —se quedó sin aliento cuando Ryder le bajó el
sujetador y atrapó uno de sus pezones entre los dientes—. ¡Ryder!
Se movió para acercarse a él, pero el sonido de unas voces la detuvo. Los chicos
que habían estado divirtiéndose con los caballos poco antes venían caminando hacia
la camioneta.
— ¡Maldita sea! —Gruñó Ryder mientras ambos trataban de recuperar la
compostura—. Si nos ven aquí seguro que se paran para charlar.
Sam regresó al asiento del copiloto mientras se abrochaba los botones a toda
prisa. Se apartó el pelo de la cara y procuró recuperar una expresión de normalidad.
Ambos se quedaron sentados, muy quietos. Esperaban que los chicos los
reconocieran, pero los muchachos estaban tan enfrascados en sus asuntos que
pasaron a su lado sin notar su presencia.
Hasta que no pasaron de largo Sam no advirtió que había estado conteniendo la
respiración. Antes de que Ryder volviera a la carga, levantó una mano para detener
su acometida.
— ¡Oh, no! —dijo—. Estoy dispuesta a arriesgar mucho, pero en ningún caso
voy a convertirme en el cotilleo favorito de los chicos del instituto.
—Eres una aguafiestas —rió Ryder.
—Creo que deberíamos soltar el remolque y regresar a casa.
—En ese caso, tendrás que concederme un minuto, encanto. Ahora mismo no
podría dar tres pasos seguidos —Sam se sonrojó por primera vez desde que se
habían conocido—. Así que, para despejarme, ¿por qué no me cuentas qué has
ideado para ayudarme a reducir gastos?
Sam le comentó sus planes acerca de la publicidad y la idea de contactar con un
nuevo proveedor de carne. Mientras ella hablaba, Ryder se limitaba a escuchar. Cada
minuto que pasaba era más consciente de que había subestimado el compromiso que
Sam había adquirido para ayudarlo. Tenía en la cabeza un plan perfectamente
estudiado, incluidos los plazos y las posibles alternativas. Después de la explicación,
Ryder estaba listo para desenganchar el remolque.
esa certeza, pero estaba seguro. Aminoró el paso a medida que los recuerdos salían a
la luz lentamente.
—Mi madre murió de cáncer cuando yo tenía cuatro años, igual que tu tía.
Sam advirtió que Ryder había aminorado la marcha aún más. Tenía la vista
sobre el horizonte. Parecía que estuviera decidiendo si debía dar rienda suelta a sus
recuerdos. Sam estimó más prudente guardar silencio y esperar.
—Tenía un hermano mayor —dijo finalmente con la voz tan metálica como una
vieja bisagra oxidada por el tiempo—. Doce años mayor. Mis padres creían que ya no
podrían tener más hijos, pero entonces llegué yo. Cliff, mi hermano, se mató en un
rodeo cuando yo todavía estaba en la escuela primaria.
Hubo un largo silencio antes de que Ryder retomara la palabra.
—Era jinete de toros salvajes. Y muy bueno. Estaba compitiendo en un rodeo
menor en Tyler, al aire libre. La noche anterior había llovido torrencialmente. Al
sonar la bocina, Cliff montó al animal. El toro no dejaba de brincar y saltar. Entonces
resbaló, Cliff cayó al suelo y el toro cayó sobre él. Murió pocas horas después.
—Tú lo viste —señaló Sam, que había comprendido por la forma en que lo
había relatado que Ryder había presenciado la escena.
—Estaba totalmente cubierto de barro. Yo...yo no pude reconocer su cara
cuando lo metieron en la ambulancia. Y ya no me dejaron verlo —Ryder respiró
hondo, estremecido por el recuerdo—.Algunas veces, si llueve...
— ¡Oh, Ryder! Lo siento, lo siento mucho.
—Es...
—No digas que está bien —tomó su mano de un modo instintivo—. No puede
estar bien. Tú apenas eras un crío y seguramente adorabas a tu hermano. Y perderlo
de un modo tan terrible tuvo que resultar muy doloroso. Y seguro que todavía lo es.
Ryder la miró sorprendido de que ella pudiera comprender lo que sentía. Sam
se preguntó si Ryder habría compartido alguna vez su dolor con su familia.
—Cotton me llevó al hospital aquella noche — añadió en lo que pareció ser una
conclusión.
Hasta cierto punto, eso explicaba todo. Desde entonces, nada había sido igual.
La relación con su padre había cambiado por completo. Art Wells no le había dado la
espalda a su hijo pequeño, pero se había retraído de una forma incomprensible. De
ese modo, Cotton West se había convertido en un segundo padre para él.
Ryder volvió a tomar aire. Se sentía purificado. No había hablado de su pasado
en años y, por muy doloroso que resultase, ya iba siendo hora de librarse de esos
recuerdos. Resultaba de gran ayuda tener el apoyo de Sam y su mano entrelazada.
—Cliff había ayudado a mi padre con el rancho desde la cuna. Yo siempre sentí
miedo de no ser más que un segundón. Conseguí el trabajo por incomparecencia y
nunca he estado a la altura.
—Pero te encanta este sitio.
—Sí, es cierto. Pero me costó muchos años regresar aquí. Cliff había dejado una
huella muy profunda en este lugar. Y yo odiaba la idea de convertirme en la imagen
que mi padre deseaba de mí. Así que, cada vez que me proponía que me hiciera
cargo de esto, yo me negaba con más fuerza. Nunca pensé que pudiera estar a la
altura de mi hermano, así que decidí que mi única alternativa era marcharme.
—Y te convertiste en un especialista. Ryder asintió, agradecido por dejar atrás
recuerdos tan íntimos.
—He pasado algunos de los mejores años de mi vida saltando desde los tejados,
recibiendo disparos, envuelto en llamas y afrontando los retos más difíciles.
— ¿Y eso era divertido?
—Ya lo creo.
—A mí me daría pavor.
—Precisamente por eso es tan divertido.
— ¿Lo echas de menos?
—Si te soy sincero, sí. A veces echo de menos un poco de acción, la adrenalina.
Pero por nada del mundo deseo volver a Los Angeles ni tener relación con nada de
allí. Ahora Texas es mi hogar —se detuvieron frente a la puerta de atrás—. Me llevó
algún tiempo comprender lo que esto significa para mí. Pero estoy dispuesto a luchar
sin desmayo para defender mi propiedad.
—Tenemos una oportunidad para eso, Ryder. Y voy a hacer todo lo posible
para que ocurra —apuntó Sam.
—Gracias —Ryder no soltó la mano de Sam cuando ella hizo ademán de entrar
en la casa—. ¿Sabes? Nuestro trato empezó de un modo algo apresurado y caótico.
Pero me alegro de que aparecieras, se estropeara tu coche y de que quisieras echar
una cana al aire.
—Yo también me alegro.
Entraron en la cocina justo cuando Mamie sacaba del horno un estofado recién
hecho.
—Ya era hora de que aparecierais. Sam, la salsa de la carne ya está lista, hay
judías en la cazuela y el pan se está haciendo. Seguro que puedes ocuparte de todo.
Yo tengo que arreglarme para ir al bingo —señaló Mamie con una amplia sonrisa—.
Solo consigo que ese viejo con el que me casé me lleve a la ciudad una vez al mes.
Tengo que aprovecharme mientras dure.
—Espero que lo pases bien —dijo Sam.
—Esa es mi intención —recalcó Mamie mientras se quitaba el delantal y se
alejaba hacia su habitación.
— ¿Tienes hambre? —preguntó Sam una vez a solas.
—La verdad es que sí. ¿Necesitas ayuda?
—Ya has oído a Mamie. Tan solo resta por hacer puré las patatas cocidas.
Mientras me encargo, ¿por qué no vas al despacho y echas un vistazo a las ofertas de
las que te he hablado? —sugirió Sam.
—Es una buena idea.
Cuarenta y cinco minutos más tarde habían terminado de cenar y estaban
disfrutando de un reconfortante café.
— ¿Sabes lo que he pensado? —Dijo Sam mientras se frotaba la nuca—. Creo
que dejaré el tema de las subvenciones para mañana. Una vez haya limpiado y
recogido la cocina, voy a darme un baño bien largo.
—Adelante —ofreció Ryder—.Yo me haré cargo de esto.
— ¿Estás seguro?
—Oye, soy perfectamente capaz de envolver las sobras en plástico y fregar unos
cuantos platos sucios —dijo Ryder—. ¿Cómo crees que he sobrevivido todos estos
años?
— ¿Y las amigas?
—Bueno —sonrió con malicia—, no te negaré que he recibido alguna ayuda
ocasional.
—No necesitas ofrecerte dos veces —aceptó Sam—. Gracias.
—Pero asegúrate de que no terminas con todo el agua caliente —gritó mientras
ella desaparecía por el pasillo.
Sam vertió generosamente las sales de baño que había comprado sobre la
bañera, llena hasta el borde de agua caliente. Encendió unas cuantas velas, se recogió
el pelo con una pinza en lo alto de la cabeza, se desnudó y entró en el agua. Gimió de
puro deleite mientras se hundía en el agua jabonosa hasta la barbilla.
Pensó en su propio placer mientras aspiraba el aroma del vapor de agua. Había
experimentado ese mismo placer a lo largo de todo el día, incluido su paso por el
banco. Sentía que se había arrancado un gran peso que llevaba sobre los hombros. Su
paso era más ligero y su cabeza estaba más despejada. No sentía remordimientos, y
menos con respecto a Ryder.
Pensó en la conversación que habían mantenido y en cómo sus vidas habían
seguido un camino paralelo, repletas de dolor y miseria. Siempre había considerado
a las personas con una familia muy afortunadas, bendecidas con un regalo divino. Su
mayor desconsuelo siempre había sido carecer de una. Nunca había pensado que
podría resultar igual de doloroso decepcionar a la familia. O, todavía peor, no
apreciarlos hasta que fuera demasiado tarde. Estaba segura de que a Ryder no le
había resultado fácil hablar de su pasado. Se sentía especial porque la hubiera
elegido a ella para compartir sus confidencias. Aquello iba más allá de un simple
trató.
Una vez más estaba fantaseando. Tomó en la cuenca de sus manos unas cuantas
burbujas, las acercó a la cara y sopló. Las burbujas volaron por el aire y
desaparecieron igual que su esperanza de que hubiera entre ella y Ryder algo más
que su peculiar negocio. Tenía que mantenerse fiel a ese trato y olvidar todas sus
románticas fantasías. Los negocios eran los negocios.
— ¿Vas a quedarte ahí dentro toda la noche?
—Me has asustado —dijo Sam al escuchar la voz de Ryder—. ¿Cuánto tiempo
llevas ahí?
—Un par de minutos. Solo me estaba regalando la vista, encanto.
La verdad era que se había duchado a toda prisa y llevaba varios minutos
observándola. Había intentado anunciar su presencia. Pero al verla tumbada en la
bañera, iluminada por las velas, cubierta de burbujas, había perdido el habla. Era
como verla por primera vez.
La misma sensación en las entrañas lo había obligado a permanecer en silencio,
mirándola, deseándola tanto como la primera vez. Pero algo había cambiado. En el
pasado no habría dudado en entrar en el cuarto de baño, sacarla de la bañera, llevarla
hasta la cama y hacerle el amor cubierta de burbujas hasta que ambos hubieran
perdido el sentido. Pero esa noche algo así no habría bastado. Algo había cambiado
después de que le hubiera hablado de su hermano. No sabía qué era, pero había algo
distinto. Él había cambiado. Puede que fuera la compasión y el reconocimiento que
había visto en sus ojos. La empatia desprovista de piedad. O puede que...
Podía buscar alternativas todo el día, pero la verdad era que sabía
perfectamente en qué momento se había producido el cambio y por qué. La mano de
Sam había tocado la suya y eso había bastado para que ella supiera todo el dolor que
había sentido a lo largo de su vida. Y cuánto seguía sufriendo. Hacía mucho tiempo
que no había sentido una conexión tan profunda con nadie. Eso lo asustó, pero no
quería rechazar esa sensación. Lo único que sabía era que deseaba algo más que
simple sexo esa noche.
—Bien —preguntó Sam al ver que Ryder no se movía—. ¿Vas a darme una
toalla o vas a quedarte ahí para ver cómo me seco?
—Es muy tentador —tendió una toalla a Sam—. Pero tengo una idea mejor.
— ¿En serio?
—Ponte ese camisón tan sugerente. Después toma un albornoz y unas
zapatillas.
—Pero...
—Y ven a mi habitación. Tengo una sorpresa. La cara de Sam se iluminó como
la de un niño en Navidad.
— ¿Una sorpresa? ¿De qué se trata?
—No voy a decírtelo —Ryder dio media vuelta y salió del baño.
— ¿Ryder? ¡Ryder Wells, será mejor que vuelvas enseguida! —gritó Sam.
Capitulo 6
Una vez abierta la camisa, se la quitó y la tiró sobre un montón que había en la
cama. Sam soltó el aire lentamente mientras admiraba la anchura de sus hombros y
su torso imponente. Sentía un deseo incontrolable de acariciarlo con las yemas de sus
dedos.
—Eres muy apuesto, ¿lo sabías?
—Si tú lo dices —sonrió Ryder, que se echó para atrás al ver cómo ella extendía
la mano para tocarlo—. No vas a disfrutar del premio gordo hasta que no te lo ganes.
—Ten por seguro que pagarás por esto —dijo con la mirada afilada.
—Promesas y más promesas.
—Veo la camisa —dijo y se quitó el albornoz, que dejó junto a la camisa—.Y
subo la apuesta.
Entonces se levantó, alcanzó con las manos el dobladillo del camisón y empezó
a subirlo lentamente a lo largo de su cuerpo.
Ryder contuvo la respiración a medida que la seda natural se deslizaba sobre
sus piernas. El tejido siguió ascendiendo sobre su piel hasta revelar las braguitas
negras más escasas que Ryder había visto en su vida. Después su vista recorrió la
cintura, las costillas hasta mostrar un sujetador negro de encaje que apenas tapaba
nada. Sam dobló cuidadosamente el camisón y lo colocó sobre el albornoz. Era, sin
ningún género de dudas, la mujer más maravillosa que había contemplado jamás.
— ¿Eso es lo que te pones cuando quieres equilibrar el juego?
— ¿Te gusta? —preguntó mientras giraba sobre sí misma.
— ¿Estás loca? —Soltó una carcajada—. ¡Me encanta!
—Eso mismo pensé yo.
—El único sitio en que ese conjunto luciría más que sobre tu cuerpo es apilado
sobre este montón de ropa —dijo Ryder y señaló el camisón.
—Ya veremos.
Sam se estiró sobre la cama, de cara a Ryder, apoyada sobre los codos. Repartió
una nueva carta a cada uno, a cara descubierta. Se echó un poco hacia delante para
estudiar más a fondo su jugada. De ese modo proporcionó a Ryder una vista
inigualable de sus pechos, que apenas quedaban ocultos por el sostén. Se retiró de
nuevo un poco mientras musitaba algo entre dientes.
Se llevó las cartas a la cara y golpeó el borde superior de una de sus cartas con
su labio inferior. Levantó la vista para asegurarse de que Ryder estaba babeando. Y
así era.
— ¿Por qué no subes la apuesta con tus pantalones? —sugirió—. Si es que
tienes una buena mano, desde luego.
Ryder sabía que ella estaba intentando hacerle perder el control y estaba a
punto de conseguirlo. La certeza de que lo único que tenía que hacer era echarse
hacia delante, desembarazarse de una lencería casi inexistente y poseerla en su
plenitud estaba poniendo a prueba sus propios límites.
Sam lo miró a los ojos, de un azul tan profundo que la dejaba sin aliento, y
sintió que había entrado en una nueva dimensión de la realidad. Una dimensión más
afín a los corazones que a los cuerpos. Deseaba a Ryder, pero en ese instante
comprendió que lo deseaba todo de él. Y que del mismo modo deseaba entregarle su
vida entera. No solo el cuerpo, sino también su corazón, su cabeza, su alma. Quería
hacerle el amor, que él la amara...
Porque estaba enamorada de él.
Era una declaración así de sencilla. Cuatro palabras sencillas que habían
trastocado su mundo, totalmente vuelto del revés... pero sobre el que se cernía una
nube. Por mucho que amar a Ryder fuera maravilloso, nunca sería algo recíproco. A
él solo le interesaba el trato. Y era a corto plazo.
Ryder advirtió que la expresión en la mirada de Sam había dado paso a algo
que no podía discernir. El deseo seguía ahí, pero era más profundo. Sentía que estaba
viendo cómo florecía ante sus ojos un capullo para convertirse en la flor más
deslumbrante, tan gloriosa que no había palabras para describirlo. Pero también se
advertía una cierta tristeza. Se sentía apabullado ante tanta belleza, curioso ante esa
tristeza y totalmente fascinado por aquella mujer.
—Ryder —suspiró, llena de deseo, anhelando expresar lo que no se atrevía a
decir.
Quizá fuera su mirada o la forma en que había dicho su nombre, pero lo que
había comenzado como una broma se había convertido en algo muy serio. Reconoció
el mismo sentimiento que había experimentado cuando, con la mano de Sam entre
las suyas, había revelado las heridas del pasado. Pero ahora era todavía más intenso.
Deseaba hacer el amor con ella. Si se hubiera parado a pensar en ello solo un
momento, seguramente habría sentido pánico. Pero no quería pensar en nada. Solo la
deseaba a ella. Más de lo nunca había deseado en el mundo.
Todavía estaba tumbado sobre ella. Se inclinó y la besó con ternura en los
labios. No había ninguna necesidad de apresurarse. Y actuó en consecuencia,
amándola a lo largo de la noche con toda la dulzura de la que fue capaz.
Sam se sentó frente a la pantalla del ordenador. Había pasado así la última hora
mientras trataba de asimilar el hecho de que estaba enamorada de Ryder. Era algo
sorprendente, perturbador y asombroso a un tiempo. Tan perturbador que apenas
había podido abrir la boca durante el desayuno. Y tan asombroso que lo único que
deseaba era gozar de ese pensamiento, de esa sensación. Pero también era desastroso
y lo sabía. Solo los locos se enamoraban tan deprisa. Su única ventaja era que Ryder
no lo sabía. Y no podía saberlo. Además, no había razón para que lo supiera. A fin de
cuentas no estaba interesado en su corazón. Tenían un negocio entre manos. Pero
¿cómo podría aguantar el tipo hasta el final? ¿Y cómo podría limitarse a acostarse
con él sin que sus sentimientos trascendieran? ¿Y si él lo adivinaba en virtud de su
comportamiento en la cama, sus caricias y sus besos? ¿Y si la obligaba a enfrentarse a
la realidad? Todo eran preguntas sin respuesta que martilleaban su cabeza sin cesar
una y otra vez.
El hecho era que tan solo existía una salida posible. En unos pocos días
abandonaría el rancho de Copper Canyon, a Ryder, y todo habría acabado. ¿Qué
había sido de su renovado interés por vivir la vida como una aventurera? Al fin y al
cabo, todo el trato había sido idea suya. Y si ahora estaba emocionalmente
involucrada, la culpa era tan solo suya.
—Tengo que mantenerme centrada —se dijo mientras miraba la pantalla del
ordenador—. Eso es lo que tengo que hacer.
—Hola —dijo Cotton desde la puerta.
—Hola —replicó Sam, aliviada ante la presencia del viejo capataz—. ¿Qué hay?
—Ryder me envía con un mensaje. Había prometido a los chicos que les
enseñaría algunos trucos para las caídas. Quería saber si te apetecía verlo en acción.
—Desde luego —afirmó Sam—. ¿Ahora?
—Sí, señorita.
Agradecida por la distracción, salieron juntos de la casa y caminaron hasta la
furgoneta. Poco después llegaron al coso de arena que utilizaban en el rancho para
entretener a los invitados con un rodeo a pequeña escala. Ryder ya había instalado
una plataforma en uno de los extremos del coso para anunciar las atracciones.
También había instalado una colchoneta de aire justo debajo. Ryder y otros dos
chicos estaban de pie junto a la bolsa de aire. Levantó la mano y saludó a Sam al
verla bajar del camión. Vestía con vaqueros, botas de montar y una camiseta. Sin
embargo, su aspecto era diferente. Sam pensó que era demasiado atractivo para no
ser pecado. Devolvió el saludo a Ryder y procuró no pensar en lo mucho que lo
amaba.
—Ahora verás algo espectacular —dijo Cotton—. Ryder hace que parezca fácil
caer desde esa plataforma de madera.
— ¿Y no es peligroso? —preguntó Sam mientras medía la altura mentalmente.
—Supongo que sí —dijo Cotton—. Pero lo ha hecho infinidad de veces y nunca
se ha hecho ni un solo rasguño.
— ¿Y qué pasa con los chicos? ¿Qué ocurrirá sí alguno sale herido?
—Ryder ya ha pensado en eso —dijo Cotton y se rascó la cabeza—. Ha hecho
que los chicos firmaran un papel en el que libraban a Ryder de toda responsabilidad
si les ocurre algo. Además, esos chicos han aprendido a caerse de un caballo. Seguro
que esto es pan comido para ellos.
—Ya entiendo.
Sam estaba mirando fijamente a Ryder, que estaba dando instrucciones a uno
de los chicos. Se subió a lo más alto de la valla que rodeaba el coso de arena y saltó
repetidas veces, aterrizando siempre sobre la bolsa de aire sin ningún problema. El
chico lo intentó y salió airoso al tercer intento. Después llamó al segundo de los
chicos. Bilis se acercó y logró el objetivo al primer intento. Durante diez minutos los
chicos continuaron la práctica, saltando y cayendo sobre el colchón de aire. Una vez
que Ryder pareció satisfecho les permitió subir a lo alto de la plataforma. Hizo el
primer salto y rodó sobre el colchón de aire sin problemas haciendo gala de su
habilidad.
Sam aplaudió los intentos de los chicos y pensó en la paciencia que desarrollaba
Ryder con ellos. Se fijó en cómo explicaba cada paso, siempre remarcando la
seguridad, hasta que se aseguraba que todos los chicos habían comprendido
perfectamente sus instrucciones. Era un gran maestro. Conocía a los chicos y había
trabajado con ellos durante un tiempo pero eso no le quitaba mérito. Era
suficientemente bueno para enseñar a... cualquiera.
A cualquiera que tuviera dinero suficiente para pagar sus clases.
De pronto se formó una idea en su cabeza. Era tan simple y tan obvia que no
comprendía cómo no se le había ocurrido a nadie hasta entonces. Y, si funcionaba, la
solución a todos los problemas estaba al alcance de la mano. Excitada y ansiosa por
comprobar si su idea tenía salida, no pudo esperar ni un instante antes de regresar a
su ordenador para estudiar las posibilidades.
—Cotton, siento mucho aguarte la fiesta —dijo Sam—. Pero acabo de recordar
que tengo un asunto pendiente que no puede esperar. ¿Podrías llevarme de vuelta al
rancho?
—Llévate la camioneta —señaló Cotton—.Yo volveré con Ryder y los chicos.
—Gracias, Cotton. Muchas gracias —dijo con la mejor de sus sonrisas.
Diez minutos más tarde estaba navegando por la red en busca de toda clase de
informaciones acerca de escuelas, localizaciones y posibilidades de financiación. Se
pasó con eso el resto de la mañana, comió en el despacho y trabajó hasta que Mamie
la obligó a tomarse un descanso. Después de más de cuatro horas de intensa
búsqueda, tenía que admitir que tenía los ojos cansados y mucha tensión muscular
acumulada en el cuello y en los hombros.
Pero había valido la pena. Todo lo que había encontrado la animaba cada vez
más a la hora de proponer que el Rancho de Copper Canyon se convirtiera en una
escuela para especialistas. Pero todavía tenía mucho trabajo por delante antes de
presentar la idea a Ryder. Por un lado estaba el tema económico. Haría falta una
buena suma para todo lo que se necesitaba, pero gracias a la experiencia y al
prestigio de Ryder sería factible. Mucho más factible que conseguir una segunda
hipoteca sobre un rancho que hacía agua por todas partes.
¿Cómo no se le había ocurrido antes? ¿Y cómo no se le había ocurrido a Ryder?
Entonces se le ocurrió que tal vez sí lo había sopesado. Puede que hubiera
rechazado la idea porque no quisiera seguir metido en ese mundo. La excitación que
había sentido se desvaneció. Una escuela de especialistas parecía una buena idea,
pero quizá Ryder no pensara igual. Solo había una forma de averiguarlo. Esa misma
noche, después de la cena, expondría ante Ryder su plan. Si no le gustaba la idea,
asunto zanjado. Pero si lo atraía esa posibilidad, tenía un montón de notas y números
que mostrarle.
Sam no quería emocionarse más de la cuenta con su idea, pero era difícil calmar
la ansiedad. Deseaba ayudar a Ryder con todas sus fuerzas y la escuela parecía un
plan perfecto para solucionar todos sus problemas. Estaba casi segura de que era la
única solución posible. No quedaba tiempo para emprender otro tipo de operación.
El único problema era la publicidad. Se requería mucho dinero para una campaña a
gran escala.
Quizá podrían solicitar un nuevo crédito, más pequeño, para cubrir solo los
gastos de publicidad. Pero era bastante dudoso. Y puesto que él había vetado a los
inversores estaba trabajando en desventaja. Ryder lo sabía. No había aceptado el
trato a ciegas. Quizá estuviera desesperado, pero era consciente de su situación. Y
Sam también lo era. Pero para ella la realidad había cambiado su rumbo
drásticamente la noche pasada. Su perspectiva había cambiado. No era lo mismo
trabajar para un hombre al que respetaba y por el que se sentía atraída que hacerlo
por el hombre al que amaba. ¿Acaso el amor no consistía en buscar siempre lo mejor
para el ser amado, incluso si eso te dejaba fuera? Si eso la hacía parecer una completa
estúpida, así sería.
Convencida de que había hecho todo lo que estaba en su mano, imprimió la
información que había encontrado y guardó las hojas en una carpeta. Si a Ryder le
gustaba la idea, lo único negativo sería que ella no estaría presente para verlo. Y eso
resultaba más doloroso de lo que habría imaginado pocos días atrás. Pero entonces
no había estado enamorada. Sam suspiró y dejó la carpeta en la esquina de la mesa.
Después fue hasta la cocina, atraída por el intenso olor de las galletas recién hechas.
—Desde luego sabes cómo convencer a una chica para que olvide el trabajo —
apuntó Sam al entrar en la cocina.
—Ya era hora de que salieras de ese despacho — tendió hacia ella un plato con
galletas de chocolate recién horneadas—.Toma una galleta. Son buenas para lo que te
pasa.
—Están buenas, y punto —dijo Sam y tomó dos.
—He dejado la cena preparada para Ryder y tú. Hay una ensalada en la nevera,
dos filetes y patatas envueltas en papel de aluminio listas para el horno.
— ¡Oh, Mamie! Podría haberme encargado de todo —suspiró Sam—.Trabajas
demasiado.
—No seas estúpida —replicó Mamie—. El trabajo nunca hace daño. ¡Fíjate en ti!
— ¿Cotton y tú no vais a cenar con nosotros?
—Hay baile en el Centro Cultural —dijo mientras meneaba la cabeza.
— ¿Y cómo vas a convencer al cabezota de tu marido para que te lleve al baile?
—Yo nunca convencería a Cotton ni por amor ni por dinero. Es él quien me
lleva a mí. Hace años que lo hace.
Sam confiaba en que ellos estarían presentes para compartir la noticia si a Ryder
le gustaba su idea. O quizá necesitaba una cara amiga en el caso de que Ryder
rechazara su oferta.
— ¿Y no habría por ahí otro par de chuletas para que cenarais con nosotros?
También necesitáis alimentaros —dijo Sam.
—Es muy amable por tu parte, cariño. Pero esta noche habrá suficiente pollo
frito en el baile para alimentar a un caballo. Te diría que me acompañaras, pero el
único baile que le gusta a tu hombre es rascarse el ombligo.
Sam sonrió con cierta pena al pensar en que Ryder fuera realmente su hombre.
— ¿A qué viene esa sonrisa tan tristona?
—No es nada —dijo con falsa indiferencia.
— ¿Qué ocurre? —Preguntó Mamie—. ¿Acaso no crees que sea tu hombre?
—Yo nunca he dicho nada sobre eso —dijo Sam, sorprendida ante la perspicacia
de Mamie, que había leído su mente.
—No hace falta. Está tan claro como el agua.
— ¿Resulta tan obvio? —preguntó Sam, preocupada ante la idea de que Ryder
lo notara.
—Solo si el tipo se fija.
— ¿Y crees que Ryder... se ha fijado?
—Bueno, supongo que es igual que cualquier otro hombre desde Adán. A todos
les cuesta un poco entender que el paraíso no vale la pena si no se puede compartir
con una mujer. Quizá Ryder sea un poco más lento a la hora de reconocer sus
propios sentimientos —Mamie hizo una pausa y sonrió—. Estoy segura de que
nunca sospechó que la mujer adecuada llamaría a su puerta.
— ¿Qué te hace pensar que soy la mujer adecuada? —preguntó con el corazón
en vilo.
—La manera en que te mira...
—Ah, eso. No es ningún secreto que me desea.
—Tendría que estar muerto para no sentirse atraído. Pero me refiero al modo en
que te mira cuando tú no estás mirando.
— ¿Y cómo me mira?
—Bueno, te aseguro que hay algo más que simple lujuria. Y lo he visto mirar
con deseo en muchas ocasiones —añadió Mamie.
—No irás a decirle nada, ¿verdad?
—No será necesario —Mamie rió—. Lo comprenderá por sí solo. Quizá le
cueste un poco. El chico es testarudo como un mulo. Solo tienes que quedarte a su
lado.
—Gracias, Mamie.
—De nada, preciosa. Ahora tengo que prepararme. A mi marido le dará algo si
llegamos tarde — apuntó Mamie.
Momentos después de que Mamie se fuera, Sam vio a Ryder avanzar hacia la
casa. Entró por la puerta de la cocina y avanzó directo hacia ella.
—Hola, encanto —saludó mientras la tomaba en sus brazos y la besaba.
Sam sentía que se derretía entre sus brazos y lo adoraba cada vez más.
—Hola a ti también.
—Gracias por venir a ver a los chicos esta mañana. Estaban encantados al poder
contar con público. Y la verdad es que yo también me sentí halagado.
—Estuviste sensacional con ellos.
—Sí —soltó una carcajada—.Y por eso ahora me acosan sin cesar para que les
enseñe algunas técnicas para conducir.
— ¿Y lo harías?
— ¿Estás loca? —fue hasta el fregadero para lavarse—. Necesitas un coche con
un motor muy potente y una carrocería acostumbrada a los golpes. Un coche de esa
clase no se encuentra por aquí con facilidad.
Sam había planeado esperar hasta después de la cena, pero al presentarse la
oportunidad decidió no desaprovecharla.
— ¿Esos coches especiales son muy caros?
—La verdad es que no —Ryder se encogió de hombros—. Quizá podría
conseguirse uno por menos de quinientos dólares. La chapa no sería un problema. Lo
más importante es mantener el motor en perfecto estado.
—Pero si dispusieras de ese coche tendrías suficiente terreno para construir una
pista de pruebas, ¿verdad?
—Sí. ¿Por qué?
—Ryder —dijo Sam, decidida a soltar la bomba—. Cuando te hiciste cargo del
rancho, ¿pensaste en alguna otra alternativa además de convertirlo en un centro para
turistas?
—Ya estaba funcionando cuando me hice cargo de la propiedad tras la muerte
de mi padre —dijo mientras se secaba las manos—. ¿Adonde quieres ir a parar?
—Una escuela para especialistas.
— ¿Una qué?
—Una escuela para especialistas. La idea se me ha ocurrido esta mañana,
mientras te veía ensayar caídas con los chicos. Me pareció tan obvio que pensé que
quizá ya lo habías sopesado y habías rechazado esa posibilidad.
— ¿Quieres que convierta el rancho en una escuela para especialistas? —repitió
anonadado.
—Sí. Y no tengo en mente tan solo las películas. Hay un montón de parques
temáticos por todo el país que requieren el trabajo de especialistas para representar
escenas de acción. Tienes terreno suficiente para montar una escuela. Y desde luego
cuentas con experiencia sobrada para dar clases.
—Me avergüenza reconocer que no se me había ocurrido.
— ¿La idea te parece bien? —Preguntó Sam mientras le hervía la sangre ante la
reacción positiva de Ryder—. ¿Es algo que te gustaría hacer?
Ryder advirtió la chispa de esperanza que se adivinaba en la mirada de Sam.
— ¿Si me gusta? Sam, es una idea fantástica.
—Espera un momento —dijo Sam mientras refrenaba su gozo, consciente de
que también debía advertir a Ryder de las complicaciones—. Comprenderás que no
es tan fácil como agitar una varita mágica. He estado estudiando el terreno y creo
que tenemos una posibilidad...
Ryder la abrazó con fuerza y empezó a girar hasta que ella empezó a marearse.
—Mi inteligente, atractiva —la besó— y maravillosa Sam. Lo has conseguido.
Has encontrado la solución.
—Ryder—dijo aferrada a su camisa cuando volvió a tocar suelo—, es tan solo
una idea. No quiero que te sientas decepcionado si no...
—Si no funciona, lo sé. Pero funcionará, Sam. Puedo sentirlo. Tengo buenas
vibraciones —volvió a besarla repetidas veces—. Eres un genio. Mi encantadora
hacedora de milagros.
Sam, embargada por la emoción de sentirse entre sus brazos y oír tantos
halagos, no perdía de vista que tenía que mantenerse centrada. Si seguía besándola
de aquella manera, olvidaría los detalles de la operación y hasta su propio nombre.
—Quizá no opines lo mismo cuando sepas todo lo que nos queda por hacer.
—El trabajo duro nunca me ha asustado —indicó Ryder con una sonrisa.
—No se trata tan solo de eso. Tendrás que cambiar todo el rancho, tu forma de
vida. ¿Estás preparado para afrontar tantos cambios?
—Sam, tú cambiaste mi vida desde que te presentaste aquí. Y hasta ahora todo
ha mejorado. Me dijiste que se te daban bien los números. Encanto, eres la reina de la
contabilidad. Enséñame lo que has encontrado hasta ahora. Trabajaremos en ello.
—De acuerdo. Espera aquí.
Sam corrió al despacho, agarró a la carrera la carpeta que contenía toda la
información y regresó a la cocina. Ryder dispuso dos sillas y Sam extendió los
papeles sobre la mesa de madera.
—Está bien. Empecemos a trabajar. Durante la siguiente hora Sam bombardeó a
Ryder con toda clase de preguntas acerca del trabajo de especialista. Cada pregunta
encendía la pasión de Ryder, que se animaba cada vez más. Resultaba obvio que
había amado profundamente su trabajo. Sam rezó para que tuvieran suerte y él
pudiera volver a disfrutar con el trabajo que tantas satisfacciones le había reportado.
Y así podría permanecer ligado a su tierra, a sus raíces y a su herencia.
—He impreso información de tres escuelas diferentes —dijo Sam—. Necesito
que lo leas y anotes todo lo que se te ocurra acerca de los programas y los requisitos.
—Eso está hecho.
—Pero esto solo es la punta del iceberg, Ryder. No voy a mentir al respecto.
Necesitaremos mucho dinero.
—El equipamiento ya supondrá una buena suma —señaló Ryder.
—Y los seguros.
— ¿Crees que puedo solicitar otro crédito?
—No estoy segura, Ryder. Tienes buenas referencias, pero quizá no sea
suficiente. Y por el momento tendrás que seguir ejerciendo de anfitrión para
invitados mientras trabajas para montar la escuela.
— ¿De cuánto dinero calculas que estamos hablando?
—La verdad es que no lo sé. Esa es una de las razones por las que no quiero que
albergues muchas esperanzas con este proyecto —admitió Sam.
—No debes preocuparte por eso —se inclinó hacia ella y tomó sus manos entre
las suyas—. Has visto una salida estás luchando por ella. Es algo que aprecio
sinceramente, más de lo que puedo expresar. Sea cual sea el resultado, tenemos que
ir hasta el final.
—Me alegra saber que piensas así. Puedo preparar un plan de trabajo, pero
gran parte de la información tiene que salir de ti. Antes de que salga a buscar el
dinero necesito una lista con el equipamiento que se necesitaría, las obras que habría
que acometer en la finca y otras sugerencias. Quizá podríamos recaudar dinero a
través de los organismos oficiales. Podríamos solicitar ayuda a la Fundación de
Ayuda a las Artes. No es muy seguro, pero quizá funcione.
—Y será gracias a ti.
—Ya te dije que haría todo lo que estuviera en mi mano para ayudar.
—Sí —Ryder levantó la vista y volvió a bajar los ojos un segundo después—.
Con respecto a nuestro trato, ya sé que en principio tenías pensado que solo
necesitarías una semana o dos para demorar la tasación y reorganizar las cosas. Ese
fue el trato y no pienso incumplirlo si es lo que quieres, pero...
Se puso en pie, caminó hasta la encimera, se volvió y encaró a Sam.
—Bueno, esta idea que has tenido es muy buena. Pero tienes razón. Implica
mucho trabajo. Demasiado para una sola persona y...—respiró hondo—. Lo que
intento decir, a pesar de mi torpeza, es que me gustaría que te quedaras, Sam. ¿Lo
harás?
El corazón de Sam estuvo a punto de escapar de su encierro hasta que
comprendió que Ryder tan solo había hablado de trabajo. Sabía que estaba loca por
no permanecer fiel a su acuerdo inicial. Si se marchaba se evitaría mucho dolor. Pero
la realidad es que el dolor sería el mismo tanto si se marchaba antes como después.
—Un trato es un trato —dijo con aire despreocupado, aunque quería llorar.
—No se trata tan solo de un acuerdo.
—Pero acabas de decir...
—He dicho que soy muy torpe a la hora de expresarme y así es —avanzó hasta
la mesa y miró a los ojos a Sam—. Quédate a mi lado, Sam. Tanto si hay trato como si
no. Por favor.
Si Ryder no se lo hubiera pedido por favor quizá habría podido evitar la
tentación. Quizá habría podido marcharse. Pero se estaba engañando si creía que
podía alejarse de él sin más. Había sido una locura enamorarse de él. ¿Qué podía
pasar si decidía quedarse a un lado?
Capitulo 7
—Claro que puedo esperar. Además, tienes razón. Hacen falta al menos tres
hombres para controlar a Silbato. ¿Necesitaréis dos manos más?
—Eso nunca viene mal. Eso maldito toro vino a este mundo enfadado y seguro
que encerrarlo en un remolque no ha dulcificado su carácter.
Uno de los hombres de la cuadrilla avisó que se acercaba un camión con un
remolque por la carretera. En el momento en que el camión echó el freno de mano, el
toro mostró su enojo con una sacudida tremenda. Pesaba casi una tonelada. Herb
Roberts asomó la cabeza por la ventanilla del camión.
— ¿Dónde quieres que lo deje? —preguntó.
—En el redil que hay detrás del establo —respondió Cotton.
El camión levantó una nube de polvo mientras se dirigía hacia el sitio indicado.
Cotton, Ryder y dos hombres más siguieron su estela. Llegaron al redil y Herb
Roberts ya estaba tratando de quitar al toro las correas de sujeción que lo habían
mantenido atado a una barra de hierro del remolque para la propia seguridad del
animal. Para entonces, el enfado de Silbato se había convertido en verdadera furia.
Uno de los hombres abrió la compuerta del remolque y extendió una rampa.
Pero el toro no parecía muy dispuesto a colaborar. Uno de los hombres se aproximó
al animal por fuera del remolque para intentar que no se enganchara los cuernos con
las rendijas del remolque. La cabeza del animal estaba libre, pero no parecía entender
que podía salir de su encierro si reculaba un poco. No dejaba de mover la cabeza de
un lado a otro, golpeando las paredes del remolque. La frustración del animal y de
los hombres crecía por momentos. Y también los bramidos y las injurias de los
empleados.
— ¡Maldito animal! —gritó uno de los hombres— .Va a hacerse daño si sigue
así.
— ¡Vas a costarme una factura del veterinario! — dijo Ryder y dio un paso al
frente.
Trató de empujar al animal sin herirlo, pero Silbato no hacía más que bramar y
resoplar. Sin embargo, se negaba a recular.
—Va a conseguir hacer pedazos el remolque y volcarlo —dijo uno de los
vaqueros.
— ¡Es el mismísimo demonio! —apuntó Cotton, que saltó dentro del remolque,
agarró la cola del animal y tiró con todas sus fuerzas.
El toro se movió un poco, pero no hacia atrás. Lo hizo hacia un lado y sacó una
de las patas fuera de la rampa. Cotton, que no le había soltado la cola, subió la rampa
y trató de subir al animal de nuevo.
El animal se había escorado de un modo peligroso. Entonces, los otros cuatro
hombres se apresuraron a un tiempo para entrar en acción. Tan pronto como había
perdido el equilibrio, el toro recuperó la vertical y lanzó todo su peso hacia el lado
opuesto del remolque. Cotton quedó entonces atrapado entre la pared del remolque
y casi una tonelada de toro salvaje.
Ryder no podía moverse más deprisa. De pronto sintió que los brazos y las
piernas le pesaban como si fueran plomo.
— ¡Cotton, sal de ahí! —gritó asustado, presa del pánico.
Ryder saltó al remolque. Hundió el hombro contra el costado del animal. Con el
rabillo del ojo vio el cuerpo de Cotton desplomarse al tiempo que uno de los
hombres lo sacaba del remolque. Se aseguró que el animal quedaba dentro y cerró la
puerta del remolque de un portazo. El hombre que había sacado a Cotton del
remolque lo había medio arrastrado hasta un árbol cercano. Miró a Ryder.
—Creo que tiene un par de costillas rotas —dijo el hombre.
Ryder se arrodilló junto a Cotton y le quitó el sombrero para asegurarse que no
se había herido en la cabeza.
— ¿Qué haces con mi sombrero? —preguntó Cotton.
—Solo quiero comprobar que tu cabeza no tiene ningún chichón nuevo —dijo
Ryder, a quien le temblaban las manos.
— ¡Demonios! No ha sido más que un golpe de viento. Deja que me levante.
Pero cuando el viejo capataz trató de ponerse en pie exhaló un quejido de dolor
y apenas pudo respirar.
— ¿Dónde crees que vas? No te muevas de ahí.
—No tienes que gritarme —protestó Cotton—. Quizá me haya roto un par de
costillas, pero mis oídos están perfectamente.
—No vas a mover ni un músculo hasta que lleguen los médicos y te examinen
—indicó Ryder—. ¿Lo has comprendido, Cotton West?
—La mitad del condado te ha escuchado.
Finalmente, Ryder recuperó la calma y respiró profundamente. Pero no se sintió
más aliviado. La idea de perder a Cotton lo había aterrado. ¿Cómo podría mirar a la
cara a Mamie si le hubiera ocurrido algo irreversible? ¿Cómo habría podido seguir
adelante sin la única familia que le quedaba? Una vez que la adrenalina disminuyó,
se sintió tan débil que tuvo que apoyarse en la valla para no caer.
Era toda una declaración de lo mucho que confiaba en ella que Ryder le
entregará las llaves de la camioneta sin rechistar. Tres horas más tarde salía Cotton
del hospital de Lewisville, vendado y de muy mal humor.
—He entrado aquí con problemas respiratorios y juro que salgo de este maldito
sitio peor de lo que estaba —dijo Cotton entre gruñidos mientras Ryder lo ayudaba a
subir a la camioneta.
— ¡Deja de echar pestes! —Dijo Mamie—. Los médicos tenían que vendarte
para que tus costillas se recuperen lo antes posible. Espero que esos tranquilizantes
que te ha mandado el médico hagan efecto pronto. Estoy harta de escuchar tus quejas
y...
Cotton apoyó la cabeza sobre el respaldo del asiento y cayó en un profundo
sueño. Mamie suspiró aliviada y agradecida. En ese momento, su voz se quebró y las
lágrimas afloraron a sus mejillas. Sam la tomó de la mano, y Mamie la consoló con
unos golpecitos sobre la palma.
—Estaré bien —dijo Mamie—. Pero necesitaba desahogarme y no quería llorar
delante de él. Me asusté mucho cuando lo vi sentado, totalmente pálido. No tenía ni
idea de lo que había pasado.
—Ya lo sé —dijo Sam.
—Fue culpa mía —intervino Ryder—.Tendría que haberme situado en la puerta
del remolque, junto a la rampa de bajada.
—Eso no tiene ningún sentido. ¿Cómo podías saber lo 1ue pensaba hacer ese
animal? Los toros son tan impredecibles como el clima de Texas. No ha sido culpa
tuya.
—No importa...
—Ryder —dijo Mamie con voz firme—. Estabas tan asustado como yo. Sé
perfectamente lo mucho que quieres a este viejo... —apartó un mechón de pelo cano
de la frente de Cotton—. Bueno, más o menos lo mismo que yo. Si hubieras tenido la
menor idea de lo que iba a ocurrir, te habrías puesto en su lugar. Así que no
hablemos más de culpabilidades. Además, mañana por la mañana volverá a ser el
mismo y nos sacará de quicio con sus quejas.
Se quedaron callados el resto del camino hasta el rancho. A pesar de las
palabras de Mamie, Sam podía adivinar la preocupación marcada en la expresión de
Ryder. Y el sentimiento de culpabilidad en su mirada. Todavía se sentía
conmocionada por lo que había ocurrido. Cotton y Mamie habían ocupado un lugar
tan preeminente en su vida en tan poco tiempo que no podía asumir la idea de que
les ocurriese algo sin que le diese un vuelco el corazón.
A pesar de sus discusiones, estaban hechos el uno para el otro. Y eran la única
familia de Ryder. Comprendió entonces que siempre los consideraría,
independientemente de lo que pasara entre ella y Ryder, como la familia que nunca
había tenido. Y abandonarlos a ellos resultaría casi tan doloroso como alejarse de
Ryder. Casi.
—No ha sido... nada —acertó a replicar Sam, desconcertada ante el cambio tan
abrupto en la actitud de Ryder.
No lo habría creído si no lo hubiera visto con sus propios ojos. Lo miró
fijamente. Tan pronto había confesado que la necesitaba entre suspiros como había
agradecido su ayuda con una fórmula protocolaria.
—Ryder...
—Creo que iré a echar un vistazo a ese maldito toro —dijo y se alejó un poco
más de Sam—. Si Mamie llama...
—Descuida. Iré a buscarte.
—Gracias —y desapareció por la puerta.
Sam se quedó mirando la puerta. ¿Qué demonios habría pasado para que su
comportamiento hubiera pasado de un extremo al otro en apenas unos segundos?
Buscó una justificación para su conducta, pero no encontró ninguna. Tan solo
recordaba que había confesado que la necesitaba. ¿Sería cierto?
Puede que no hubiera sido más que un momento de debilidad. Muchos
hombres tienen dificultades para afrontar ciertas emociones y mucho más para
expresarlas. Puede que hubiera sentido aquellas palabras como una deplorable
muestra de debilidad y que lo lamentara. Pero no había ocultado sus sentimientos
cuando Cotton había resultado herido. Se había mostrado visiblemente preocupado y
todos lo habían visto. Por otro lado, cuando ella había llegado al lugar de accidente,
se habían mantenido estrechamente unidos. Quizá fuera su manera de manejar el
miedo.
Meneó la cabeza. Tenía que admitir que, pese a los momentos de intimidad que
había vivido junto a él, no conocía a Ryder demasiado bien. Sabía que lo satisfacía
sexualmente, pero apenas había recibido algunas señales de lo que lo molestaba.
Puede que esa fuera la respuesta que buscaba. Todo lo que había ocurrido en el día
había sido muy personal y había rebasado con creces los límites de su acuerdo.
Puede que sintiera que ella se había entrometido más de la cuenta. Pero eso no tenía
demasiado sentido. La realidad era que tan solo estaba siendo una testigo.
Frustrada, se mesó los cabellos. No le serviría de nada especular. Tan solo una
persona podría responder a sus preguntas. Y estaba dispuesta a manejar la situación
de la única forma en que le habían enseñado a hacer las cosas. Directamente.
Ryder observó cómo se alejaba y tuvo que esforzarse para no salir tras ella a la
carrera para disculparse por la pobre excusa que había ideado. Había vuelto a herirla
y era lo último que habría deseado.
— ¡Oh, no!
—Quizá parezca algo excesivo. Supongo que para la gente de la ciudad no
resulta fácil entender ese apego hacia la tierra. Pero es nuestra vida y lo que nos da
esperanzas.
—Lo entiendo mejor de lo que piensas, Cotton. Trabajé durante cinco largos
años para conseguir cinco acres de tierra. Es la única propiedad que he tenido en
toda mi vida. Siempre que paseo entre los árboles siento que estoy en otro mundo,
un lugar especial al que estoy conectada. Algún día me construiré una casa de
ensueño en esa tierra y viviré allí para siempre.
—Entonces entiendes a lo que me refiero y...
Alguien llamó a la puerta con los nudillos. Sam se levantó para atender la
llamada. Abrió la puerta y se encontró con Ryder, que traía un plato con comida.
—Entra —dijo Cotton.
Mamie entró en la sala al tiempo que Ryder entraba en la casa. Sam cerró la
puerta.
—Me he encontrado con Tom Booker y me ha dado esto de parte de su mujer —
ofreció la bandeja a Mamie—. Dice que puedes congelarlo si lo prefieres.
—Es muy amable por su parte —agradeció Mamie—. ¿Ya has cenado? Solo
tengo un poco de sopa, pero…
—No, Mamie, gracias —dijo Ryder—. Pero ya que estamos todos aquí, me
gustaría comentaros una cosa, siempre que estés en condiciones, Cotton.
—Estoy tan sano como ese maldito toro —gruñó Cotton.
—Está bien —sonrió Ryder—. Sentaos y os contaré la idea que se le ha ocurrido
Sam. Creo que es la respuesta a todos nuestros problemas.
Durante la siguiente hora y cuarto discutieron la idea entre los cuatro.
Surgieron preguntas nuevas que se añadieron a las que ya habían formulado Sam y
Ryder.
— ¿Quién se va a encargar de dar las clases? — preguntó Cotton—.Tú no
puedes hacerte cargo de todo.
—Muchos de nuestros hombres podrían ayudar. Cualquiera de ellos esta
capacitado para dar clases de equitación. La mayoría han participado en rodeos. Y sé
que otro de los hombres que hemos contratado recientemente practica motocross los
fines de semana. Y puedes creerme si te digo que conozco a suficiente gente en el
negocio que estaría encantada de aceptar una oferta así a cambio de un sueldo fijo.
No tendré ningún problema para encontrar instructores.
Al cabo de un tiempo, todos aceptaron que se trataba de una idea sólida que
tenía futuro. El único obstáculo era el dinero.
—Sam está trabajando en eso —dijo Ryder—. Puede que nada de esto salga
adelante, pero existe una buena probabilidad. Pero os necesito a los dos. Y quiero que
me digáis sinceramente qué os parece la idea.
Capitulo 8
Podía adivinar que Ryder también estaba nervioso. Agarraba el volante con tanta
fuerza que tenía los nudillos blancos.
Y no había abierto la boca en un buen trecho. No tenía mucho sentido hablar de
nada en ese momento. Si no conseguía la prórroga sería el fin de Copper Canyon.
Ryder aparcó en el garaje del edificio que albergaba las oficinas del banco.
—Hemos llegado un poco pronto —dijo.
—Eso indica puntualidad —matizó Sam— y siempre da buena impresión.
Ryder bajó del camión y Sam se movió hasta ocupar el asiento del conductor.
—No olvides ese vestido —recordó Ryder.
—No lo olvidaré. Ryder —se inclinó fuera de la ventanilla y lo besó en la boca—
. Buena suerte.
—Gracias.
Mientras lo veía alejarse hacia las escaleras que llevaban al vestíbulo, Sam rezó
para que toda la suerte del mundo estuviera de su lado.
Diez minutos más tarde aparcó la furgoneta en su plaza de garaje. Una vez en
su apartamento, cerró la puerta, dejó las llaves sobre la mesa y, de pronto, se detuvo.
Algo no estaba en su sitio. Aparentemente todo estaba en orden. Era su misma casa,
pero tenía la sensación de encontrarse en la casa de otra persona. Era un sentimiento
ridículo que achacó al hecho de haber pasado unos cuantos días fuera de su casa.
Pero eso mismo ocurría en vacaciones. ¿Por qué sentía que el apartamento le
dispensaba un recibimiento tan frío? ¿Acaso era ese el sentimiento de pertenencia
que siempre había experimentado en aquel lugar?
Entonces comprendió por qué el apartamento le resultaba tan ajeno. Ella ya no
pertenecía a ese lugar. No encajaba allí. Su sitio estaba en un rancho a bastantes
kilómetros de distancia, en Lewisville, junto a Ryder. Aquel era su hogar.
Sam se sentó en una silla. La noche en que Ryder le había enseñado a jugar al
póquer había comprendido que lo amaba. Eso ya no suponía una revelación para
ella. Se trataba de lo que ese amor había provocado en su existencia. Había cambiado
por completo su vida de un modo que ella nunca habría anticipado.
El apartamento parecía distinto porque ella había cambiado. Volvió a mirar a su
alrededor y encontró que los muebles, la decoración, todo había perdido el brillo y se
había convertido en algo muy frío. Se asustó terriblemente al pensar que habría
vivido en aquel lugar tan desprovisto de calidez durante un montón de años si su
coche no se hubiera estropeado en el momento justo en el lugar ideal. O si no hubiera
perdido su trabajo o Ryder no hubiera estado en apuros. Un montón de
condicionales que no podían derribar dos verdades como puños. Amaba
desesperadamente a Ryder, incluso si no era correspondida, y había descubierto una
parte de su personalidad que había permanecido oculta durante muchos años. Tan
solo deseaba lo que cualquier otra persona. Amar y ser amada.
Necesitaba desesperadamente a Ryder, una familia y el rancho. Por ese mismo
orden pero ¿alguna vez hallaría consuelo a sus peticiones? El plazo de su trato estaba
— ¿Eso crees?
—Desde luego. Ha habido decisiones que se han alargado durante semanas —
apostilló Sam—. Seguramente les ha gustado el proyecto. O bien...
—Sí —interrumpió Ryder al adivinar la preocupación en sus ojos—. Esa
posibilidad me va a tener en vela toda la noche.
—Ya te he dicho esta mañana que tienes que ser positivo —Sam sujetó su
mano—.Ya sé que puede resultar muy inocente, pero creo que las buenas vibraciones
traen resultados positivos, ¿de acuerdo?
—No sé lo que haría sin ti, Sam —le acarició la mejilla—. ¿Has elegido el
vestido?
—Sí.
—Bien. ¿Qué te parece si vamos a casa, nos cambiamos, y salimos a tomar algo
por la ciudad? —propuso Ryder.
—Me parece una idea estupenda.
Dos horas más tarde estaban sentados en una mesa de un restaurante famoso
por sus carnes a la parrilla. Sam había pedido una trucha y Ryder el chuletón más
grande que habían visto sus ojos en mucho tiempo. También había pedido una
margarita, pero Sam había declinado la oferta.
— ¿Quieres probar mi margarita? —ofreció Ryder.
—Está bien, solo un sorbo —pero enseguida arrugó la nariz—. Creo que seguiré
con mi té helado, si no te importa.
—Por si se me ha olvidado mencionarlo, estás preciosa esta noche —dijo
Ryder—.Y desde luego me gusta mucho ese vestido.
La verdad era que casi había perdido el habla cuando había visto a Sam entrar
en la cocina. Una sola mirada a Sam embutida en aquel vestido era más que
suficiente para encender su cuerpo. Acentuaba cada curva de su increíble figura y le
recordaba lo mucho que la deseaba. Pero ahora debía dejar a un lado el sexo y hablar
con sinceridad. Tenía que convencer a Sam de que era una buena idea que se
quedará a trabajar con él antes de ir más lejos.
—Gracias. Sentí el impulso de comprármelo hace un par de meses, pero no
había tenido el valor de estrenarlo hasta hoy.
— ¿Por qué?
—Mamie dice que resulta peligroso.
—Y tiene razón —sonrió Ryder—.Te mereces esto y mucho más.
—Vas a conseguir que me ponga colorada.
—La verdad es... que he estado pensando acerca de nosotros... nuestro acuerdo.
— ¿Y qué has pensado?
—Había pensado si estarías dispuesta a cambiar los términos del trato.
—No estoy segura de entender lo que quieres decir —apuntó Sam con el
corazón en vilo, incapaz de discernir de qué lado se inclinaría la balanza.
—Ya sabes en qué consistía nuestro trato. Ahora tengo un porvenir, gracias a ti.
—Eso fue lo que...
—Sí, ya lo sé —interrumpió Ryder—. ¿Has pensado en lo que vas a hacer a
partir de ahora, Sam?
—Un poco —mintió Sam, que intuyó que se acercaba el final y luchó para que
no le temblara todo el cuerpo.
—Necesitarás un trabajo, desde luego —aventuró Ryder, que estaba tan
nervioso que no podía mirarla a los ojos.
—Sí. Y ahora que lo mencionas...
—Desde luego, eres una mujer tan brillante que podrías encontrar un trabajo en
cualquier parte.
—Gracias, pero...
—Quiero decir que, si encontraras un trabajo que realmente te gustara —
continuó él—, el salario no sería un problema, ¿verdad?
— ¿Quieres decir un trabajo en un nuevo negocio? —Apuntó Sam, que había
caído en la cuenta que estaban rondando el mismo pastel—. ¿Una escuela de
especialistas, por ejemplo?
—Exactamente. Y estaba pensando...—de pronto se detuvo mientras trataba de
asimilar las palabras de Sam—.¿Sam?
— ¿Sí?
—Acabas de decir... Bueno, ya sé que no tengo derecho a preguntarte esto. Pero
¿te gustaría trabajar conmigo, Sam? ¿Me ayudarías a poner en pie el proyecto? No
podría pagarte demasiado, pero...
—Eso no me importa.
—...quizá podríamos alcanzar algún tipo de acuerdo...
— ¡Ryder!
—... quizá unas bonificaciones...
— ¡Ryder! —repitió Sam.
— ¿Qué?
—Mi respuesta es sí.
— ¿Sí?
—Sí. Yo te lo habría pedido si tú no me lo hubieras ofrecido. Quiero quedarme
y trabajar a tu lado. Quiero formar parte de este proyecto.
Sam lo miró a los ojos y pensó que quizá fuera a lamentar muchas cosas. Pero
nunca lamentaría amar a Ryder.
Los días siguientes fueron los más felices que Sam podía recordar. Durante el
día trabajaba codo con codo junto a Ryder en el proyecto. Y por las noches... No
había palabras para describir las noches. Todo había cambiado. Sentía que hasta
Ryder la tocaba de un modo distinto. Sus relaciones se habían dulcificado, eran más
íntimas, más cariñosas, más satisfactorias. Era como un sueño y la felicidad se le
escapaba por cada poro de su piel.
Mamie miró a su mando mientras apuraba su café antes de salir por la puerta
para ir a trabajar. Después miró a Sam, que se había unido a ellos poco antes.
—He estado siguiendo vuestros pasos estos dos últimos días —anunció
Mamie—.Y algo ha cambiado entre Ryder y tú. No se trata tan solo de vuestra
relación laboral.
Sam sabía que Mamie la apreciaba, pero también sabía que su lealtad siempre
estaría del lado de Ryder. Levantó los hombros con aparente indiferencia.
—No sé a lo que te refieres...
—Quiero decir que es más fuerte de lo que pensaba. Te has enamorado de él. Y
no es algo repentino, ¿verdad?
— ¿Qué quieres decir con eso?
—Estás completamente loca por él, y no lo niegues. Estoy segura. Ya te dije que
podía leerlo en tu cara. Pero no sabía que fuera tan serio.
—No es serio...
—Lo es para ti y tienes miedo de que él no sienta lo mismo, ¿me equivoco?
—Tú ganas —admitió Sam con un suspiro—. Estoy colada por él y preocupada.
—No creo que tengas motivos para preocuparte.
— ¿Por qué? ¿Es que Ryder ha dicho algo?
—No. Pero ya te he dicho que he notado algo diferente en Ryder. Está más
calmado. Yo diría que ha encontrado lo que andaba buscando. Creo que está
enamorado de ti.
— ¡Oh, Mamie! ¿Lo crees realmente?
—Sí.
—Lo quiero con toda mi alma —dijo Sam, sentada en una silla, los brazos
cruzados—. Me duele tan solo mirarlo. Es mi primer pensamiento al despertar y el
último antes de cerrar los ojos. Es mi sueño, Mamie. Lo quiero con todo mi corazón.
—Sí, recuerdo ese sentimiento —suspiró Mamie—. Es como si el Cielo y el
Infierno anduvieran revueltos.
—Exactamente —sonrió Sam.
—Supongo que por eso decidiste quedarte.
—Ahora nada logrará apartarme de su lado — afirmó Sam.
Capitulo 9
aparcado detrás del cobertizo. Se estaba marchando. Ryder fue hasta la cocina.
Cotton y Mamie estaban allí.
—Se ha marchado —dijo Cotton.
—Ya lo he visto.
— ¿Has visto que estaba llorando?
Ryder sabía que había sido injusto, y deseaba recuperarla, pero era demasiado
tarde. Se sentía traicionado.
—Ha dicho que mandaría a alguien para llevarse el resto de sus cosas.
—De acuerdo. Me voy a mi despacho.
—No tan deprisa —indicó Mamie—. Quiero saber lo que le has dicho.
— ¿No te lo ha contado?
— ¡Demonios, no! Estaba demasiado destrozada para articular una palabra.
— ¿No te ha contado que ha buscado un socio inversor? Y sabía perfectamente
que era lo único que yo no quería. Seguramente ese tipo confiaría en que yo fracasara
para quedarse con mi parte.
— ¿Y le has dicho eso?
—Palabra por palabra —resopló Ryder.
— ¿Te has molestado en preguntar quién era ese inversor fantasma?
—Eso no tiene importancia.
—Ella es la propietaria de esos terrenos, Ryder —dijo Cortón—. Ella es el
inversor.
Mamie salió de la cocina y Cotton la siguió poco después. Ryder se quedó solo,
consciente de que su vida estaba hecha pedazos y de que era el único culpable. Se
había comportado como un perfecto imbécil. Y había sido un desagradecido. Y su
actitud seguramente lo había llevado a perder a Sam. Había estado tan ocupado
sintiendo lástima por sí mismo que había volcado su rabia sobre la primera persona
que había visto. Una persona que no lo merecía. Se sentía enfermo. ¿Cómo había
podido ser tan cruel?
Emprendió el camino hacia la camioneta. Había pasado toda su vida intentando
encajar en un marco que no le correspondía. Siempre había vivido sojuzgado por el
terrible recuerdo de su padre y su hermano. Pero él era diferente. Sam lo había
comprendido desde un principio. Pero él había estado ciego. Solo deseaba que su
necedad no le hubiera costado la mujer que amaba. Sabía lo que tenía que hacer.
Tenía que suplicar el perdón y solicitar una segunda oportunidad. Y estaba dispuesto
a hacerlo el tiempo que fuera necesario.
Capitulo 10
—Vas a dejarte los ojos si sigues mirando esa maldita pantalla de ordenador —
dijo Mamie con las manos en la cintura—. Además, ya casi ha anochecido. ¿No
puedes prescindir de los números para comer?
—Solo quiero asegurarme que no he cometido errores. Este informe es muy
importante —Sam se estiró sobre la silla—. Pero tengo hambre. ¿Qué has preparado?
—Pollo frito.
—Voy a engordar más que un animal de granja.
Gracias a las tierras de Mckinney habían podido renegociar el préstamo y ya se
habían matriculado los primeros cinco alumnos.
Podían admitir hasta un número de veintitrés y estaban considerando la
posibilidad de ofrecer cursillos intensivos para principiantes. Poco a poco se estaban
abriendo paso, aunque todavía estaban lejos de optimizar resultados. Sam sonrió y
deslizó el dedo sobre la alianza que Ryder había colocado en su dedo el día de su
boda. Ya había pasado un año.
—Socios —musitó, orgullosa de lo que estaban acometiendo.
— ¿Sam? —llamó Ryder desde la cocina.
—Enseguida voy.
Se levantó, fue hasta la cocina y fue recibida por toda su familia.
— ¡Sorpresa!
Ryder, Cotton y Mamie estaban alrededor de la mesa, dispuesta con la vajilla de
porcelana. Había cuatro copas de vino y una tarta con una sola vela encendida.
— ¿Qué es todo esto?
—Una celebración, preciosa —Ryder la tomó por la cintura y la besó—.
Brindemos por el trabajo duro y la familia. Y por mi mujer.
—Un momento —dijo Sam tras beber un sorbo—. Esto no es vino. Es
zarzaparrilla.
—Las mujeres embarazadas no deberían consumir alcohol —dijo Ryder.
— ¿Cómo lo has sabido? —preguntó Sam.
—Soy una persona mucho más despierta desde que entraste a formar parte de
mi vida —reconoció Ryder.
—El médico de guardia llamó —señaló Cotton—. Habías olvidado las
vitaminas preparto en la consulta.
Sam estaba demasiado ocupada mirando al hombre que amaba, el futuro padre
de su bebé.
— ¿Sorprendido?
—Encantado. Es una noticia maravillosa, igual que tú —y la besó con ternura—
.Te quiero mucho, Sam. No podría imaginar cómo habría sido mi vida sin ti. Y ahora
vamos a tener un hijo...
—Puede que sea una niña.
—No hay problema. Me encanta la idea de tener una hija. Y más si se parece a
su madre —dijo y levantó en volandas a su esposa.
Mamie hizo una señal a Cotton y los dos se desvanecieron por la puerta trasera
sin hacer ruido. Sam miró a Ryder a los ojos. Sentía el corazón henchido de felicidad
y gozo.
— ¿Quién habría pensado que un simple trato nos iba a llevar tan lejos?
—No sé si fue simple trato o no, pero tú has sido el mejor negocio que he hecho
en toda mi vida —y Ryder selló sus palabras con un beso.
Fin