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Noches de Pasión

Sandy Steen

Noches de Pasión (16.09.2002)


Título Original: One hot number (2002)
Editorial: Harlequin Ibérica
Sello / Colección: Oro 33
Género: Contemporáneo
Protagonistas: Ryder Wells y Samantha Collins
Argumento:
Samantha Collins era una contable decidida a romper con la monotonía de su
existencia de una vez por todas. Hacía demasiado tiempo que nadie se fijaba en
ella y ya era hora de cambiar... La nueva Sam iba a aceptar riesgos y daría la
bienvenida a todo lo que le deparara el futuro. Por eso cuando conoció al duro
Ryder Wells se apresuró a lanzarse a su cama...
Ryder Wells iba a salvar su rancho de la ruina aunque eso significara tener que
hacer un pacto con el diablo. Sin embargo, no esperaba encontrarse con una
mujer tan sexy como Samantha y que además le ofreciera algo que no podría
rechazar. Estaba dispuesta a prestarle todos sus conocimientos financieros a
cambio de una maravillosa semana de pasión...
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Capítulo 1

— ¿Estas nerviosa?
— ¿Lo parezco? —preguntó Samantha Collins a su amiga y colega, Connie
Tyler.
—No.
Sam sonrió y se acomodó el cuello de su mejor traje de negocios.
—Mostrar confianza es ganar media batalla. Ya sabes el dicho...
—Que no te vean sudar —dijeron al unísono.
—Entre tú y yo —le dijo Sam a Connie—; tengo miedo de que le echen un
vistazo al presupuesto y decidan darme una patada en el trasero.
—Ni lo sueñes. ¿Crees que Anderson va soltar a la empleada que le hace quedar
mejor? No puede negarte el ascenso, especialmente con la fusión a la vuelta de la
esquina.
—Sexo —replicó Sam.
— ¿Cómo?
—Mi sexo juega en mi contra. No olvides que Anderson es un miembro
fundador del club de los muchachos.
—Cierto. Y normalmente diría que eso hunde su cociente intelectual por debajo
de sesenta, pero es lo bastante listo como para saber que eres muy buena con los
números y no se atreverá a tratarte como a un bombón. Tu capacidad ha salvado esta
empresa más de una vez.
—No soy la única a tener en cuenta.
—No, solo eres la única lo bastante generosa como para conceder una
oportunidad a los otros candidatos.
Sam echó un vistazo a su reloj y después a la puerta de la oficina de Wendall
Anderson. Anderson no era únicamente vicepresidente adjunto del Frontier
Financial Bank and Trust, sino su supervisor y el hombre que dirigiría su revisión
semestral.
—Me tengo que ir. Deséame suerte —y se encaminó a su oficina.
Cuando volvió, cuarenta y cinco minutos más tarde, Connie la saludó
asomando la cabeza desde el cubículo.
— ¿Y bien?
— Un día espero que ese hombre se lleve su merecido.
— ¿Cómo, por ejemplo?
—Una muerte lenta y dolorosa. Connie se quedó boquiabierta.

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— ¿No lo has conseguido?


—Bueno, tengo algo, pero desde luego no es el ascenso. De hecho, no habrá
ascensos hasta después de la fusión. Incluso me enseñó una orden interna que decía
eso, lo que quiere decir que ha estado jugando conmigo hasta que acabara el
presupuesto.
— ¿Y el presupuesto? ¿No le gustó?
—Sí, claro que sí. Esto te va encantar: Anderson me ha dicho que los otros
vicepresidentes elogiaron mucho todo lo que él ha debido trabajar para hacer su
informe.
— ¿Cómo? Ese traidor, artero inútil...
—Por mí no te reprimas.
—...bastardo. ¿El tipo no solo se apropia de tu trabajo sino que encima presume
de ello?
Por un instante, Sam cerró los ojos como para borrar la imagen de su jefe
rebuznando como un asno mientras parloteaba sobre su éxito.
— ¿Es que llevo la palabra «idiota» escrita en la frente? —le preguntó a su
amiga—. Confié en él cuando me dijo que valoraba mi trabajo, que el departamento
no funcionaría sin mí, que era la estrella de su equipo.
—Cualquiera que sepa contar hasta diez sabe que eres el cerebro del
departamento. Y, por supuesto, las tripas.
—Eso no me consigue una placa en mi puerta. ¿Qué estoy diciendo? Ni siquiera
tengo puerta. Solo tengo un cubículo y montañas de trabajo, el mío además del suyo
—señaló a la oficina de Anderson—. Debería haberme imaginado que algo raro se
cocía cuando empezó a hablarme del ascenso.
—Dios, lo siento mucho. De todos lo que estamos aquí, tú te mereces menos que
nadie este trato. Nadie trabaja más que tú, Sam.
—Todavía no has oído lo mejor. Quiere que yo personalmente vuelva a tasar
una propiedad en Lewisville. Un asunto que corre prisa. Muy importante, bla, bla...
El archivo Copper Canyon. El préstamo expira dentro de veinte o treinta días y
quiere una nueva tasación. Parece que el banco ya tiene un comprador potencial, así
que quiere que vaya para allá enseguida.
— ¿Hoy?
—Di mejor ahora.
Connie pensó un momento.
—Si hay tanta prisa no me extrañaría que el potencial comprador fuera un
conocido de nuestro cobarde líder.
—Ni a mí.
Connie se encogió de hombros y sonrió.

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—En fin, mantén la cabeza alta. Las cosas podrían ir peor. Además, hoy
cobramos.
Cuatro horas más tarde, Sam descubrió cuan cierto es que las cosas pueden ir
peor. Reunió el ánimo suficiente y respondió la llamada de la oficina. Le bastó un
comentario de Connie para descubrir que las cosas definitivamente se habían puesto
peor.
—Malas noticias —dijo Connie en cuanto Sam levantó el móvil.
— ¿Cómo de malas?
—Tú, yo y la mitad de la plantilla despedidas. ¿Es lo bastante malo para ti?
—Dime que bromeas.
—Ya querría poder decirlo. Pero ese comentario tuyo de la patada en el trasero
resultó ser profético. En masa, Sam. Toda la oficina está conmocionada.
— ¿Estás segura?
—He visto tu nombre en la lista con mis propios ojos —aseguró Connie—.Y es
una lista muy larga, debo añadir. Los muy bastardos ni siquiera tuvieron la decencia
de ser discretos. En media hora la noticia llegó desde el centro a la oficina y, para
entonces, ya estaban recogiendo informes. Ni siquiera nos dan las dos semanas para
encontrar otro trabajo. ¿Qué se ha hecho del concepto de las hojitas rosas
disimuladas en los sobres de la paga?
—Transferencias —dijo Sam—. Estamos en el siglo XXI.
—Malditos ordenadores.
—Maldícelos todo lo que quieras, pero tendrás que usarlos para enviar tu
curriculum por correo electrónico. Además, no se trata de tecnología, sino de
avaricia.

—Ahí tienes razón —dijo Connie— y ese imbécil de Anderson ni siquiera tuvo
valor para entregar personalmente los informes. Se lo encargó a un pelele de
personal. Todos sabíamos que la fusión barrería algunos empleos, pero nada
comparable a esto. Apostaría a que hoy han echado a un treinta por ciento de los
empleados de Dallas y hay rumores de que no se ha acabado —Connie suspiró y
preguntó—: ¿Tú estás bien? Vuelves aquí, ¿verdad?
Sam se frotó su sien derecha, devastada por un dolor de cabeza.
—No creo .Tuve un pinchazo nada más salir de la oficina y después el contacto
empezó a darme problemas cuando me detuve a repostar gasolina en Lewisville.
— ¿Otra vez? Van tres veces en los últimos quince días.
—Sí. Tenía intención de arreglarlo el fin de semana y hacerle una revisión, pero
ahora...
Sam se quedó mirando la bolsa de comida basura que acababa de comprar
cuando sonó su móvil. De repente, la comida no le importaba.

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—En cualquier caso esto me obliga a resolver este asunto antes de las tres.
—Maldición. Eso te va a meter de cabeza en el atasco de los viernes por la tarde.
—Mal final para un día perfecto, ¿no? Mejor espero y ordenaré mis notas en la
oficina cuando disminuya el tráfico.
—Ya no hay prisa. Solo te queda limpiar tu mesa. De hecho, si estuviera en tu
lugar, pasaría de la tasación y me largaría a casa.
—No me tientes.
—Seguro que al cliente no le importa.
—Quizá no, pero eso no lo salvaría ni a él ni a mí. Además, hasta que se me
notifique oficialmente, todavía trabajo para el Frontier Financial Bank and Trust.
—Sabía que dirías algo así. Leal a lo que sea, ¿verdad? Lástima que no se le
haya pegado a Anderson algo de esa ética empresarial tuya. Me gustaría ser un
hombre y encontrármelo en un callejón oscuro...
—No merece ese esfuerzo —dijo Sam. Hubo un largo suspiro.
—No te preocupes por mí —dijo Connie al fin—. Darme de bruces con el paro
me pone de mal humor. Pero, por Dios, hagas lo que hagas, no digas «las cosas
pueden ir peor».
A pesar de la situación, Sam no pudo evitar una sonrisa;
— ¿Cuáles son tus planes? —dijo.
—Peinar los anuncios, patearme las agencias. Con todo, creo que lo tengo mejor
que tú. Solo soy una secretaria. Tú eres casi directiva. Y siempre me quedan papá y
mamá para respaldarme —Connie suspiró de nuevo largamente—. Lo siento, Sam.
Ha sido muy desconsiderado por mi parte mencionar a mi familia cuando tú no
tienes a nadie.
—Está bien.
—Me gustaría que al menos tuvieras a alguien a tu lado. Un hombre guapo que
te haga olvidar todo lo demás.
—Ya somos dos para eso.
—Bien —insistió Connie—, puestos a soñar, mejor soñar en grande ¿no? No
hace daño a nadie.
—A nadie en absoluto. Recuerda eso. Connie se echó a reír.
—Lo haré. Cuando tengamos trabajo, quedaremos para almorzar.
—Claro.
Era una mentira piadosa, pero Sam, honestamente, no sabía quién la necesitaba
más, si ella o Connie.
—Bueno, cuídate, ¿vale?
—Gracias. Tú también.

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Sam pulsó el botón de finalizar llamada y contempló el teléfono unos


momentos antes de darse cuenta de que estaba conteniendo la respiración. «Respira»,
se dijo. Dentro. Fuera. Respira profundo. Había perdido su empleo. No era el fin del
mundo.
—No cedas al pánico y estarás mejor —susurró.
Para su sorpresa el pánico era menor de lo esperado. Durante un mes, ella y el
resto de los empleados de su oficina de North Park habían estado esperando los
despidos que todos sabían inevitables. No, no estaba aterrada; estaba simplemente
furiosa como una hidra.
Durante cinco años había trabajado y librado una dura batalla hasta la cumbre
contra la mentalidad del club de los muchachos y creía que por fin estaba viendo la
luz al final del túnel. Ahora la devolvían a la casilla de salida. Quizá no a la de salida,
pero no se podía negar que era un retroceso.
Pero Sam no era del tipo de los que estropean sus manos en algo que no se
puede cambiar. Podría tardar un tiempo en encontrar un empleo, pero mientras tanto
podría hacer trabajos ocasionales.
Su cuenta de ahorros estaba bien provista y le aseguraba que no pasaría hambre
durante una temporada. Tenía una buena formación, experiencia y, sobre todo,
tenacidad. Una vez tomada una decisión, seguiría adelante. Bien es cierto que sería
estupendo tener algo en qué apoyarse, o alguien. Pero los huérfanos no tienen el lujo
de una familia y ella había trabajado demasiado tiempo y muy duramente como para
recrearse en la autocompasión.
Sam echó un vistazo a la hamburguesa que había comprado segundos antes de
la llamada de Connie y se dio cuenta de que realmente no tenía hambre. Pero las
viejas costumbres, especialmente las que proceden de la pobreza y la autosuficiencia,
nunca mueren. Tomó la hamburguesa y le dio un bocado. Estaba fría. Suspiró, arrojó
la hamburguesa a la bolsa de papel y decidió dejar las patatas fritas para más tarde.
No desperdicies y no te faltará lo suficiente. Esa era una de las muchas
reprimendas grabadas en ella desde su educación de orfanato católico. La rígida
disciplina que de niña aborrecía tanto venía al pelo en días como este. Como todas
las otras ocasiones en las que se requería orgullo y sacrificio. Había sido toda su vida
una chica responsable. Una buena chica.
El trabajo y la responsabilidad eran los pilares de su vida. Solo más tarde
empezó a gestarse una tibia rebeldía en su espíritu. Tanto trabajo y tan poca
diversión estaban a punto de convertirla en una chica aburrida. Su vida parecía
limitada, comprimida, en fin, aburrida. No es que pretendiera arrojar sus
inhibiciones al viento y desmelenarse. Pero un poco de salvajismo nunca había hecho
daño a nadie, ¿verdad?
Y ahora se había liberado, aunque temporalmente, del trabajo y la
responsabilidad. Habría quien diría que se trataba de una coincidencia y lo dejaría
pasar. Pero Sam no. No creía en las coincidencias. Todo ocurría por una razón. Y no
podía dejar de reconocer que necesitaba un cambio, necesitaba libertad y, de repente,
se le ofrecía en bandeja de plata. Tal vez fuera el momento de empezar a pensar en lo

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que quería hacer en lugar de en lo que debería hacer. La habían educado para ser una
buena chica. Tal vez era este el momento de ampliar su educación, abrir sus alas y
averiguar cómo era eso de volar. Tal vez era el momento de salir a buscar... ¿Cómo lo
había dicho Connie? Un hombre guapo que le hiciera olvidarse de todo.
Dios era testigo de que no había habido nadie así en los últimos ocho meses e
incluso, para ser absolutamente honestos, su último novio, Cal, no había sido el
hombre adecuado para ella. Era atractivo, listo, bien vestido y con éxito, todo lo que
ella creía que buscaba en un hombre. Pero habían estado juntos durante poco más de
seis meses y en todo ese tiempo no podía recordar que los dos se hubieran divertido
de verdad.
A Cal le gustaban las películas francesas, estaba obsesionado con el chocolate y
solo bebía vodka ruso que rechazaba si no estaba realmente frío y servido en vasos
de cristal tallados a mano. Sam casi nunca bebía nada más fuerte que el vino que
usaba para sus recetas favoritas. Él no era el hombre ideal y no le llevó mucho
tiempo descubrirlo en cuanto la dejó.
Ni siquiera podía decir que fuera un gran amante. No es que ella tuviera
muchos elementos de comparación. Había hecho el amor con la abultada cifra de dos
hombres. Cal no había sido el hombre adecuado para ella, pero en algún lugar este
estaba esperando, y sería guapo, excitante y besaría bien, por añadidura.
Otro talento que le faltaba a Cal. Sí, eso era indispensable. Quería un besador
que la dejara sin aliento y le erizara todo el vello del cuerpo. Más valía que el macho
divertido, excitante y que besara como un dios se pusiera en guardia porque ella lo
estaba buscando.
De repente, la idea de buscar al mejor besador del siglo se alió con su
inesperada libertad y de ahí surgió un plan con posibilidades reales. Necesitaba
aventuras y, por primera vez en su vida, se sentía lo bastante libre como para
disfrutarlas. Era hora... No, ya era hora, de que volara. Hora de encontrar su hombre
ideal, si esa quimera existía. Sam tenía la corazonada de que estaba ahí, esperándola.
Tenía que estar. Había leído en alguna parte que los sueños eran expresiones de
deseos reprimidos. Si eso era cierto, había un tipo que iba a tener más suerte de la
nunca imaginó en sus sueños más salvajes.
Echó un vistazo a la carpeta tirada en el asiento a su lado. Primero debía acabar
el trabajo que le daría su última paga, así que encendió el coche y se dirigió por la
FM407 a Copper Canyon, Texas, a su cita. De nuevo se preguntó si el destino habría
tomado cartas en su futuro.

Ryder miró el cielo mientras atravesaba el corral acercaba al establo. Allí se paró
y miró fijamente las palabras Rancho Copper Canyon escritas con cuerda sobre la
puerta. Se preguntó cuántas veces había pasado bajo esas letras. Miles. Tal vez un
millón. Pero la gran pregunta era cuánto tiempo más podría hacerlo; si Frontier Bank
and Trust se salía con la suya, no mucho más tiempo.

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Era apenas media mañana y a estas horas los músculos de sus hombros
parecían una congregación de nudos. Si ahora la tensión era de ese calibre, cuando
llegara el tasador le iba a machacar la cabeza. Ryder no podía deshacerse del
resentimiento que lo corroía, contra sí mismo pero también contra el banco y sus
intereses abusivos.
Había pasado el último año, y gastado todos sus ahorros, dedicado a convertir
la herencia de su familia en un lugar de recreo similar a South Fork y Beaumont
Ranch. Copper Canyon ofrecía restaurante, rodeos, paseos panorámicos, todo para
las reuniones de negocios y las celebraciones de empresa. Y estaba a un paso de
lograrlo. Las reservas se sucedían de forma regular y tenía dos contratos para grupos
bastante grandes como para permitirle pagar el plazo de la hipoteca. Pero nada de
eso importaba ahora.
Había hablado con el encargado del préstamo hasta perder el aliento. Casi llegó
a arrodillarse ante él y suplicar por un aplazamiento. Todo para nada. Frontier
Financial estaba a punto de fusionarse con un inmenso conglomerado de bancos y a
la nueva dirección no le interesaba Ryder más allá de cuánto dinero debía. Ahora.
Todo esto había llegado a su fin hacía dos días y desde entonces había intentado sin
éxito obtener nueva financiación.
No es que no supiera manejar el dinero o no le gustara el trabajo duro. Podía ser
un vaquero, pero no era un paleto cuando se metió en el negocio. Y aunque su
educación le hubiera servido de poco en Harvard tenía talento para encontrar a la
persona adecuada que completara lo que él no sabía. Mientras trabajó de especialista
cinematográfico escuchó, aprendió y después contrató al mejor manager del gremio.
Después, tras diez años de trabajar duro y de seguir sensatos consejos financieros,
cometió el mayor, no, mejor dicho, los dos mayores errores de su vida.
Se enamoró. Después dejó que el amor lo volviera sordo, bobo y ciego ante la
verdad.
Alicia era lista, rápida, a la vez la contable y la mujer de sus sueños. Se convirtió
en su amante, su ayudante y, con el tiempo, en su socia. Si pensaba hacer de ella una
parte permanente de su vida, ¿qué más natural que convertirla en parte de su
negocio? Empezó por casualidad, tomando llamadas de su agente; después ella
comenzó a llevar su agenda.
Confiaba tanto en ella que no dudó un segundo cuando se ofreció a llevar
también sus cuentas. Estaba tan loco por ella que no vio la posibilidad del desastre
hasta que fue demasiado tarde. Entonces una mañana se levantó y descubrió que ella
y su dinero, se habían marchado. Lo único que lo salvaba de quedar totalmente
arruinado eran unos bonos que tenía en un banco de Texas y que su padre le había
animado a comprar al principio de su carrera.
Había ocurrido hace poco más de un año y Ryder se preguntaba a menudo
cuánto habría tardado en recuperarse de la pérdida de su amor y de los ahorros de su
vida si su padre no hubiera muerto justo entonces. El rancho y la gente que lo
poblaba se convirtieron en su responsabilidad. Así que hizo lo único que podía hacer.
Dejó el trabajo de especialista y se trasladó a Texas, donde descubrió que las finanzas
de su padre estaban también en bastante mal estado.

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Mediante su antiguo administrador, Ryder encontró a un gran banquero y,


creyó, un gran banco: el Frontier Financial. Entonces el banquero se jubiló, un mes de
lluvia continua canceló la mayoría de las salidas y el banco entró en una fusión.
Ryder podía lanzar la cuerda, camelar a los clientes y salir airoso de cualquier
riña, pero odiaba el aspecto tedioso, monótono, numérico del negocio. Esa fue la
razón del «desastre Alicia». Ahora se había vuelto más cuidadoso.
No volvió a dejar la cuestión del dinero completamente en manos de alguien,
pero seguía necesitando alguien con cabeza para los negocios, alguien en quien
poder confiar. Aprendió por las malas que esa gente no crece en los árboles.
Y ahora parecía que se le había agotado el tiempo y el talento. Odiaba admitirlo,
pero había llegado al límite de sus fuerzas. A falta de un milagro se enfrentaba al
cierre o a la venta. Estaba desesperado y haría cualquier cosa para conservar el
rancho, incluyendo un pacto con el diablo.
Cotton West, el capataz del rancho desde hacía más de veinte años, miraba a
Ryder mientras amontonaba el heno cuando Ryder irrumpió en el establo, agarró
una horquilla y emprendió la misma tarea sin decir una palabra. Tras una hora de
dura labor, Cotton paró, se apoyó en su horquilla y miró a Ryder.
— ¿Quieres hablar de ello? ¿Sacarlo del cuerpo?
— ¿Hablar de qué?
—Estás retorcido como un reloj de ocho días. Si no haces algo van a saltarte los
plomos.
—No sé de qué me hablas.
—Y un cuerno no sabes. Vas por ahí con una cara de resentido más grande que
el estadio de Texas, como si desafiaras a cualquiera a quitártela.
— ¿Y qué? —Espetó Ryder—. Si perder todo lo que uno posee no da derecho a
estar irritable, no sé qué puede hacerlo. Ahora mismo me vendría muy bien una
pelea a puñetazos al viejo estilo.
—Claro que tienes derecho a estar irritable. Nadie dice que no. Pero no te va a
servir de nada gritar y pegar al hombre que mande en el banco. Lo único que te falta
es pasar una noche en la cárcel.
—No voy a pegar a nadie.
Cotton reflexionó un momento, después se ajustó los pantalones.
—Así que el elegido soy yo.
Ryder sonrió por primera vez en mucho tiempo.
—Oh, no, tú no podrías pagarte la fianza. Además —bromeó—, si hay que ir a
la cárcel mejor que sea por una buena pelea por culpa de una mala mujer.
—Así se habla —respondió sonriendo Cotton.
—Que Mamie no te oiga hablar así. Nos clavaría en la puerta del establo.
—Seguro que sí. No es poco celosa esa mujer mía.

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—No sin razón.


—Sabes de sobra que no he zascandileado en años.
—Gracias a la plancha de hierro de Mamie. Cotton se rascó la calva permanente
de su cráneo.
—Esa mujer tiene malas ideas, es cierto. Pasaron algunos minutos antes de que
añadiera:
— ¿Estás seguro sobre lo del puñetazo? Pero antes de que Ryder pudiera
responder, Cotton levantó la mano.
—Espera.
Fue hasta la puerta del establo y señaló un Sedan azul que se acercaba por la
carretera que conducía a la Suite Río Grande, la mayor instalación del rancho,
situada entre el establo y la casa principal.
—Tenemos compañía.
Ryder clavó su horquilla en un montón de heno, se secó el sudor del rostro con
la manga de su camiseta y recuperó su gastada gorra de béisbol del poste de una
valla cercana.
—Será el tasador.
—Pues los banqueros de hoy en día los fabrican con piernas mucho más bonitas
—anunció Cotton mientras Ryder lo adelantaba y después se detenía.
Una mujer salió del coche azul. Una mujer muy atractiva, decidió. No podía ser
el tasador. La idea de que el hombre que esperaba pudiera ser una mujer no se le
había pasado por la cabeza. Y si lo hubiera hecho, no sería como la mujer que estaba
ante sus ojos.
Cotton tenía razón. Los nuevos banqueros tenían mejores piernas. Ella trataba
de parecer profesional, pero la forma en que rellenaba su blusa sastre y la manera en
que su falda corta y estrecha mostraba esas impresionantes y largas piernas lo hacían
imposible. También fallaba en los zapatos. Tacones de casi siete centímetros, pensó. Y
pelirroja. Sus favoritas. Tomada en conjunto era el envoltorio más sexy que había
visto en mucho tiempo. Y Ryder conocía lo sexy en todos sus sabores rubio, castaño y
pelirrojo.
Puede que no estuviera muy informado de los puntos más delicados de las altas
finanzas, pero sabía trabajarse a una mujer. Era un don, decía su abuela, y le advertía
que algún día sería su ruina. Nunca pudo imaginarse lo acertada que estaba. Aunque
apreciaba a una mujer sabrosa; había aprendido por las malas que era mejor no
relajarse.
Cotton le dio un coscorrón.
—Es todo un espectáculo, ¿verdad?
—No está mal.
Mal, demonio, Cotton acertaba de pleno. Definitivamente era un espectáculo. Y
mientras su cuerpo lo empujaba a tomarla, su juicio le aconsejaba calma. Esa mujer

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no parecía un conejito dispuesto a pasarlo bien. Y él no era un despreocupado


vaquero buscando camelarla para un revolcón de una noche. No es que la idea no
fuera interesante, pensó, admirando las impresionantes piernas de la mujer
banquero. Los revolcones de una noche eran estupendos, a su entender. Menos líos.
Menos control de pérdidas. Ah, si las cosas fuesen diferentes... pero no lo eran. Es
cierto que últimamente había estado ignorando sus necesidades físicas, pero no era el
mejor momento para dejar gobernar al cuerpo.
—Oye —Cotton le palmeó las costillas—, ¿por qué no te enfundas tu mejor
sonrisa, desempolvas los trucos que usas con las damas y...?
— ¿Con ella?
—Es una mujer, ¿no? Muéstrate resplandeciente y tal vez se olvide de esa
tasación.
— ¿Estás loco? —Ryder sacudió la cabeza—. Probablemente esté casada, tenga
tres hijos y una lata de Mace en su bolso. Además —estiró los hombros—, estoy
cansado de servilismos. Esta última semana he suplicado más que respirado y, ¿de
qué me ha servido?
—Es tu orgullo quien habla. No tienes nada que perder. Incluso si no se olvida
del informe quizá puede arreglar un plazo de un día o dos hasta que puedas hablar
con los tipos del dinero.
De acuerdo, era orgullo, y Ryder sabía que probablemente lo lamentaría, pero
no podía decidirse a suplicar de nuevo. Miró a la mujer y lo que vio le recordó al
pasado y a una lección duramente aprendida acerca de no confiar en las mujeres.
—Camélala tú. Tengo mejores formas de pasar el tiempo.
—Ella no quiere hablar conmigo.
—Puede estar seguro de que conmigo no va a hablar. Vamos para allá,
preséntate y es toda tuya —dijo Ryder. Se ajustó la gorra a la cabeza, bajó la visera y
se dirigió hacia la tasadora.

Sam observaba a los dos hombres que se acercaban. Uno de ellos era alto, con
una figura delgada y esbelta y parecía tener cincuenta y muchos. Mechones de
cabello blanco emergían debajo de un sombrero vaquero manchado de sudor que
parecía tan viejo como el hombre. El otro hombre...
—Madre mía— suspiró. El otro hombre era alto, ancho de hombros, salido
directamente de sus sueños.
Treinta y tantos, adivinó; la edad ideal, y en buena forma. Fantástico. Vaqueros
gastados, caderas y muslos musculosos y una desvaída camiseta verde con el
logotipo de los tractores John Deere y las palabras Nada corre como un Deere que le
cruzaban el pecho y servían solo para enfatizar su musculatura. La palabra «poder»
acudió a su mente, no solo por su complexión. Había algo en la forma de caminar, la
forma en que sostenía la cabeza. Avanzaba hacia ella como una ola.

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Cuidado con lo que deseas, pensó. Una extraña mezcla de excitación y miedo la
recorría a medida que él se acercaba. Cuándo un hombre mejor que cualquier amante
de ensueño aparece de repente, ¿qué se hace? Estrechar su mano, desmayarte o
arrojarte en sus brazos. Contrólate, se recordó Sam. Es un cliente, no un ligue.
Llegaron hasta ella y se detuvieron. El mayor saludó con un gesto.
—En...—tenía que esforzarse para apartar la mirada de la aparición.
—¿El señor Wells? Soy Samantha Collins, del Frontier Finantial Bank and Trust.
—Y yo soy Ryder Wells —dijo el hombre joven, quitándose la gorra y
ofreciéndole su mano.
— ¡Oh! Lo siento —tomó su mano, con la intención de darle un rápido apretón.
No salió del todo así. Pero, cuando una se encuentra cara a cara con un sueño,
nunca sale. Sam no estaba segura de lo que esperaba, pero no era nada parecido.
Aunque nunca la había atropellado un tren comprendió de repente lo que se debía
de sentir. Y eso solo con el contacto de una mano de Ryder Wells en la suya y una
mirada.
Sam bajo la vista y retiró su mano.
—Encantada de conocerlo.
—Lo mismo digo.
No era un sueño, pensó, sino la realidad. Una realidad atrozmente bella. Lo
bastante bella como para estar en las páginas de GQ, pero más adecuada a las
páginas de Jinetes Americanos. Pelo oscuro. Aspecto rustico y saludable. Y unos ojos
azules asesinos. Y aunque no era el primer hombre atrozmente bello que había
conocido, no podía recordar haber tenido nunca una reacción tan violenta ante un
perfecto desconocido. Tan física. Su piel temblaba. Pero eso no era nada comparado
con la manera en que el resto de su cuerpo estaba respondiendo. ¿Qué le estaba
ocurriendo? El pulso se le encabritaba. Su respiración se acortaba. La cabeza le daba
vueltas y sus piernas se comportaban como si los huesos fueran de goma. Y todas
estas sensaciones las causaba Ryder Wells. Parecía como si él emitiera una extraña
onda ultrasónica que la llamaba, inaudible a oídos humanos, pero tan afinada con su
cuerpo que este vibraba en cada célula, sacudiendo sus cimientos. Era terrorífico.
Y sobrecogedor.
Así como su corazón se desbocaba, también lo hacía su mente, ante el
pensamiento de que se encontraba ante un hombre que podría... No, que estaba
haciendo que lo olvidara todo, excepto a él. Pero no podía evitar recordar a la vez
que estaba a punto de entregarle lo más parecido a una orden de cierre.
El temblor de su brazo y de otras partes de su cuerpo dificultaba la
concentración
—Estoy segura de que esto no le resulta fácil, así que trataré de hacerlo lo más
breve e indoloro posible.
—Se lo agradezco.

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También le agradecía la forma en que miraba, olía y, sin duda, la forma en que
rellenaba la blusa. Si había pensado que en la distancia tenía buen aspecto, de cerca
se le hacía la boca agua. Era endemoniadamente sexy. Y, lo mejor de todo era que no
parecía saberlo. Lo que, en su receta, la hacía más sexy aún. En ese momento ella
atrapó un mechón de su pelo que la brisa había soltado y lo colocó en su lugar. El
movimiento estiró la seda sobre sus pechos justo lo suficiente para que él imaginara
la línea de su sostén y... ¿Era esa sombra uno de sus pezones? La excitación, caliente
y dura, lo golpeó como un puñetazo en la mandíbula. Se olvidó de los préstamos y
las tasaciones. Se olvidó de todo excepto del hecho de que quería desabrochar su
blusa y ver por sí mismo qué había bajo la seda y los encajes.
— ¿Vamos...? —Sam intentó tragar saliva y descubrió que su boca estaba seca
como el polvo— ¿Echamos un vistazo a la... propiedad?
— ¿Qué?
Su mirada era tan intensa, tan... caliente, que daba miedo. Y derretía.
—Sí... vaya con mi capataz, él le mostrará todo. Porque él no estaba demasiado
seguro de poder caminar, y menos aún de contestar preguntas.
—Como quiera.
Lo sorprendería saber lo que realmente deseaba Él mismo estaba algo
sorprendido ante las imágenes eróticas que burbujeaban en su mente como disparos
de flash.
—La veré antes de que se vaya.
—Cotton West, señora —se anunció el otro hombre—. Encantado de conocerla.
Forzándose a separar su mirada del agradable rostro de Ryder, Sam se volvió
hacia el capataz.
—Encantada de conocerlo, señor West. Y gracias.
—Llámeme Cotton —alzó su sombrero y mostró una cabeza cana como el
algodón—Todo el mundo lo hace.
—Gracias.
Agradecida, siguió al capataz.
Ryder los observó mientras se alejaban hacia el establo y se preguntó si habría
perdido la cabeza. Había reaccionado ante Samantha Collins como un semental ante
el primer olor de la yegua en celo. ¿Qué demonios le ocurría, encelándose con la
tasadora? Debía de ser cosa suya porque, hasta donde había podido ver, no había
absolutamente nada equivocado en ella. Ese cuerpo. Y esa cara. De acuerdo, en la
cara se había fijado poco, pero era hermosa. Su piel avergonzaba al satén. Su cabello
suplicaba ser acariciado. En lugar de estar atrapado en la nuca con un pasador
debiera estar libre, bailar alrededor de sus hombros. O mejor aún, desparramado
sobre la almohada, enredado en sus manos...
Ryder se pasó las manos por la cara. Tenía que controlarse. Ya tenía bastantes
problemas en su cuenta sin necesidad de hacer el bobo por una mujer. Pero se torturó

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a sí mismo con una última mirada al atrayente vaivén de las caderas de Samantha
Collins y a sus largas piernas mientras esta paseaba con Cotton. Fue duro, pero
finalmente Ryder se las arregló para apartar su mirada y alejarse.
—Bien, señorita Collins —dijo Cotton cuando se acercaban al establo—.
Supongo que querrá echar un vistazo.
—Sí, es señorita, y sí, me gustaría ver las mejoras que se han realizado desde la
última tasación.
El capataz sonrió, se tocó el ala del sombrero y le ofreció su brazo.
—Bien, puede preguntar al viejo Cotton. Le contaré todo lo que desee saber.
Cuarenta y cinco minutos después Sam tenía una página y media de
anotaciones, fotografías de la propiedad y una excelente idea de lo que Ryder Wells
había intentado hacer con su rancho. Los pabellones se habían diseñado para
acomodar grupos de un tamaño entre cincuenta hasta tres o cuatrocientas personas.
La casa principal se reservaba para vivienda de Ryder y una pequeña cabaña de un
dormitorio en la parte de atrás alojaba a Cotton y a su mujer.
Había un dormitorio comunal para seis de los ochos trabajadores fijos, cuatro
dormitorios más lo bastante grandes como para seis u ocho personas que quisieran
quedarse una noche y un pequeño ruedo al aire libre para los rodeos. Junto al corral
estaba la construcción principal, llamada la Suite Río Grande, un edificio de quince
mil pies cuadrados dotado de un kiosco de música, cocina completa y un amplio
patio. Había tenido ideas muy buenas, pero, por desgracia, parecía que la realización
no había tenido tanto éxito, aunque no sabía todavía decir por qué. Cotton terminó
de enseñarle el último elemento de su lista: una pareja de vacas cuernilargas de raza
cruzada a punto de parir.
—Gracias por su tiempo, Cotton. Estoy segura de que tiene cosas mejores que
hacer de niñera.
—No me importa en absoluto, señorita Collins —sonrió con timidez—. Para un
tipo maduro de sesenta años es un acontecimiento en toda regla el pasar la tarde con
una dama de bandera.
Se detuvieron ante el corral en el que algunos jóvenes trabajaban con caballos.
— ¿Son trabajadores?
—Esto... no. Solo una pandilla de chicos del instituto. Vienen dos o tres veces
por semana para ganar puntos ante Ryder. Supongo que se creen especialistas.
— ¿Especialistas?
—Sí, señora. Eso era lo que Ryder hacía antes — señaló con un gesto la
carpeta— ¿No viene eso en sus papeles?
—No.
—Pues, sí. Pasó diez años como especialista en Hollywood. Era bastante bueno.
Hizo películas con todas las estrellas, con gente como Rocky no sé qué y Arnold
como se llame.

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—Schwarzenegger.
—Ese mismo —relataba con orgullo—. Sí señor, vivía a lo grande, a lo alto y
bien. Siempre mandaba fotos de él y sus colegas desde todo el mundo. Coches de
carrera que conducía como nadie. Y rodeado de lo que se llama «gente guapa» —
guiñó un ojo—. La mayoría, mujeres. Supongo que les gusta estar cerca de hombres
peligrosos.
Sam no tenía ninguna duda de ello. Había estado lo bastante cerca del hombre
como para testificar que irradiaba una poderosa mezcla de peligro y atractivo sexual.
—Supongo que todavía se dedicaría a eso si su padre no hubiera muerto el año
pasado.
—Siento mucho oír eso.
—Sí. Fue duro. Le prometió a su padre en su lecho de muerte que se quedaría y
trabajaría en el rancho eso es exactamente lo que ha hecho. Volvió a casa, y lo hizo lo
mejor que pudo. No es idiota, téngalo en cuenta, pero hay que admitir que llevar la
contabilidad y tratar con los banqueros y cosas así no es su especialidad. Pero ese
chico se ha dejado la piel trabajando para que su padre estuviera orgulloso.
—Eso se puede ver.
—Ha tenido su ración de mala suerte, claro. Por supuesto, esa mujer que se
largó con casi todo su dinero no ayudó mucho.
— ¿Una mujer?
—Ocurrió antes de que él volviera. Imagino que ella solo lo quería por el dinero
—Cotton sacudió la cabeza—. Los hombres no piensan con claridad cuando tienen
cerca una mujer bonita. En cualquier caso, ella lo desplumó. Se lo llevó todo menos
las muelas de oro. Y eso lo ha fortalecido —dijo—.A nadie le gusta pasarlo bien tanto
como a Ryder, pero no se arruga ante la responsabilidad, eso que ha ganado.
Cotton hundió las manos en sus bolsillos y bajó la vista a sus botas. Cuando
levantó la cabeza, aclaró su garganta.
—Esto último estaba de más y lo siento, señorita Collins. No es culpa suya. Solo
está haciendo su trabajo.
—Hacer mi trabajo no me evita sentir lo que ocurre aquí.
—No me interprete mal. Ryder no desea compasión. Sabía a lo que se
arriesgaba cuando empezó la partida. Se ha encontrado con un par de escollos, eso es
todo. La mayoría no es ni siquiera culpa suya. Si no hubiéramos tenido la primavera
más lluviosa de los últimos tiempos probablemente no estaríamos teniendo esta
conversación. Tuvimos dos cancelaciones por culpa de la lluvia. Es una maldita
vergüenza, eso es lo que es.
— ¿Desde cuando posee la familia del señor Wells la tierra?
—El abuelo de Ryder la compró antes de la Segunda Guerra Mundial. Empezó
con unos cuantos caballos y algo de ganado. Era cuando todavía quedaban vaqueros
auténticos y se necesitaban buenos caballos de faena.

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Sam depositó su carpeta en la valla, colocó la cámara encima y miró por encima
del corral. El aire, aún húmedo por las recientes lluvias, transportaba los efluvios del
caballo, el jinete y el polvo. Para su sorpresa descubrió que le agradaba el olor.
Bastaba algo de imaginación para conjurar la imagen de los vaqueros doblegando
con sus espuelas a los caballos. Imágenes de noches primaverales, cielos estrellados y
un tranquilizador sentido de arraigo. El ser capaz de relatar la historia de tu familia,
saber que procedes de una estirpe sólida y que siempre tendrás un lugar al que
llamar hogar le parecía Sam el mejor de los mundos posibles.
—En estas circunstancias puede sonar extraño, pero lo envidio.
Cotton pareció algo desconcertado, pero preguntó:
— ¿Alguna pregunta más, señorita?
—No, gracias. Creo que tengo todo lo que necesitó. Gracias, Cotton.

—Ha sido un placer, desde luego. Espere aquí e iré a buscar a Ryder.
Y se alejó.
Una parte ella deseaba marcharse sin volver a ver a Ryder Wells. La excitaba y
la ponía nerviosa a la vez, y no estaba segura de cómo lidiar con eso. «Sé una
profesional», se decía a sí misma. «Fría, oficial, incluso altiva». Pero momentos
después, cuando él salió de la casa junto a Cotton y caminó hacia ella, supo que no
sería fácil parecer altiva ante Ryder Wells. Ese hombre proclamaba el sexo y el poder
en cada paso que daba.
—Señorita Collins...
—Señor Wells...
—Si antes le parecí descortés —hundió sus manos en los bolsillos traseros—
quisiera disculparme.
—Está bien. Si sirve de algo, me gustaría que las circunstancias fueran distintas.
—Es muy amable al decir eso —y sonrió.
Dios, pensó. Tenía una de esas sonrisas con las que una mujer se tropieza
escasas veces en su vida y recuerda siempre. Lenta como la brisa del sur, firme como
el sol naciente y lo más sexy que se puede soñar. No pudo hacer otra cosa que
quedarse mirando fijamente su boca.
—Bien —dijo él—. No quería dejarla pensando que estaba enojado con usted.
—Gracias.
—Después de todo, usted no tiene nada que ver con que me negaran el
aplazamiento.
—No me he dado cuenta de que estuviera pidiéndolo.

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Ryder asintió brevemente, sin tener demasiadas esperanzas visto el modo en


que ella actuaba. Ni siquiera lo miraba a los ojos.
—Tengo posibilidad de encontrar capital adicional, pero probablemente pasen
varias semanas antes de que pueda reunirlo.
«Por si acaso», pensó tristemente.
—Dadas las circunstancias, es natural que esté resentido.

— ¿Resentido? —la sonrisa desapareció. Estaba punto de perder el rancho y no


podía más—. ¿Y si lo llamamos «cabreado», simplemente? Usted no tendría que estar
aquí si sus jefes hubieran sido comprensivos con el aplazamiento. No estoy acabado,
bien sabe Dios, ni necesito su compasión, señorita Collins. Lo que necesito es un
mago de las finanzas. Un hechicero que pueda convertir las deudas en crédito, las
pérdidas en ganancias. Y no me importaría hacer un pacto con el diablo para
conseguirlo.
El arrebato no estaba justificado, pero, demonios ella lo desconcertaba y eso no
le hacía ninguna gracia.
—Ya le he dicho que no me di cuenta...
—Por lo que a mí respecta puede volver y decirle a esos hijos de perra para los
que trabaja que pueden tasar esto hasta la saciedad y que no me importa un carajo.
Esta es la tierra de los Wells y lo seguirá siendo.
De nuevo sabía que estaba siendo poco razonable, pero no podía parar. Cada
día la realidad de perder el rancho se acercaba más. Y la desesperación también. El
miedo de que probablemente tuviera que vender para pagar sus deudas se alojaba en
las esquinas oscuras de su mente como un animal que espera para devorar a su
presa. Tenía que encontrar una manera, cualquier manea de salvar el rancho.
—No emplee ese tono de voz, señor Wells.
—Sí, lo sé —sus manos se convirtieron en puños y luchó para controlar la rabia
que siempre amenazaba con poseerlo cada vez que se enfrentaba a la pérdida de algo
que amaba. Y el rancho se había instalado en su corazón. —Solo es una empleada
haciendo su trabajo. Pues debo decirle, señorita, que su trabajo apesta. Ella lo miró.
—Realmente, una vez que se decide, consigue ser un perfecto idiota. ¿Siempre
se disculpa y acto seguido vuelve a insultar?
Él parpadeó, demasiado sorprendido como para contestar.
—Déjeme decirle algo, señor Wells —continuó—. Mi trabajo puede que apeste,
pero su actitud también. Si trata así a sus huéspedes, no me extraña que su negocio se
hunda.
Y, de esta manera, se volvió sobre sus tacones y se dirigió a su coche.
— ¡Maldita sea! —murmuró Ryder, avergonzado de sí mismo—. ¡Señorita
Collins!

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Sam lo interrumpió con un movimiento de su mano y continuó caminando. Sin


mirar atrás entró en el coche y cerró la puerta de un portazo. Por el rabillo del ojo le
pareció verlo salir disparado hacia el establo. Metió la llave y la giró.
Nada. Ni un sonido. Ni siquiera un pequeño bufido por respuesta.
—No, ahora no —lo intentó de nuevo. Y de nuevo. Nada. Bombeó el acelerador,
sabiendo que era inútil—. ¡Por favor, por favor!
Pero el coche no arrancó. Sam salió y trató de buscar al capataz con la mirada.
Todo lo que ella sabía sobre coches podría grabarse en la cabeza de un alfiler, pero se
mataría antes de pedir ayuda a Ryder Wells.
Ni él se ofrecería después de su estallido. No veía a Cotton por ningún lado.
Tendría que llamar al taller y enfrentarse a una factura abultadísima. Resignada, se
volvió para abrir la puerta.... y entonces se dio cuenta de que se había dejado dentro
tanto el móvil como las llaves.
Iba a ser sin duda el peor día de su vida. De pura frustración, Sam eligió para
vengarse a la ingrata e inútil masa de acero. La golpeó repetidamente hasta acabar
con una hermosa carrera en su último par bueno de medias.
Cotton la encontró apoyada contra el coche y sacudiendo la cabeza.
— ¿Está bien, señorita Collins? Ella levantó la vista.
—Odio este coche —un mechón de sus cabellos se había soltado y le colgaba
sobre un ojo. Sopló para apartarlo, pero volvió a caer—. ¿Me haría el favor de hacerlo
estallar?
—Bueno —sonrió Cotton—, veamos qué problema tiene antes de ponernos tan
drásticos.
—Es el arranque —le dijo—.Ya he tenido problemas con él.
Cotton se rascó la cabeza, lo que hizo que el sombrero se le ladeara.
—No sé mucho de coches, pero Ryder...
—No, él no.
—Se le dan bastante bien....
—Créame, soy la última persona a la que el señor Wells querría ayudar en este
momento. Me temo que le dije algunas cosas improcedentes.
—Bueno, ¿es miembro de esas asociaciones de conductores que le llevan a uno
el coche al taller?
Ella negó con la cabeza. Cotton le puso la mano en el hombro.
—Bueno, no se preocupe. Venga con el viejo Cotton y ya se nos ocurrirá algo.
La condujo hasta el patio de la Suite Río Grande y la sentó en una de las mesas
de cristal bajo una gran sombrilla.
—Aquí. ¿No se siente mejor?
—Gracias.

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—Ryder y yo solemos venir aquí y tomarnos una cerveza a estas horas. Ya sabe,
para despejarse —chasqueó sus dedos— ¿Quiere beber algo? ¿Cerveza?
—No suelo beber.
—Bueno, yo tampoco suelo servir mesas. Solo ayudo a veces cuando se junta
mucha gente. ¿Un zumo de fruta o algo así? Para devolverle el color a sus mejillas.
Sam apenas se había dado cuenta de que se había ido cuando ya estaba de
vuelta.
—Aquí tiene, señorita. Esto le sentará bien. No tenemos zumos.
— ¿Qué es?
—Un Bloody Mary. Guardamos una botella en la nevera. Es zumo de tomate
con un poco de alcohol. Bébalo. Le hará sentir mejor.
Sam se llevó el vaso a los labios, probó la sal del borde del vaso un segundo
antes de que el picante líquido golpeara su garganta. Lo tragó y tosió.
— ¿Demasiado picante?
—Tal vez un poco —asintió.
—Puedo buscarle otra cosa...
—No, no —para entonces el líquido había golpeado su estómago e iba directo a
su sangre casi virgen—.Está bien.
De hecho, estaba mejor que bien. Era cálido, muy agradable. Empezaba a
sentirse mejor y tomó otro trago.
—Ahora quédese aquí sentada mientras cazo a Ryder.
—Por favor, no quiero que lo moleste. ¿No hay un garaje al que pueda llamar?
—Probablemente. Pero Ryder es el único que cuida de los coches y los camiones
y cosas así —le dio unos golpecitos en el hombro y se alejó—. Estoy de vuelta en
nada.
A Sam no le dio siquiera tiempo de protestar. Qué demonios, decidió.
Probablemente no le importaría ayudarla con tal de librarse de ella. Bebió un largo
sorbo del Bloody Mary, que sabía cada vez mejor. Sabía que no se estaba
emborrachando, pero se notaba mucho más relajada. Con un suspiro se arrellanó
cómodamente en su silla. Sí, mucho más relajada. Hasta había perdido la prisa por
volver a la oficina para ordenar sus notas.
No pensaba ignorar sus obligaciones, pero ¿qué prisa tenía en limpiar su mesa?
De hecho, cuanto más pensaba en ello, menos ansiedad y más alivio sentía. Le
recordaba a aquella ráfaga de libertad que solía experimentar la última hora del
último día de clase. Deliciosa.
Por supuesto, tendría que encontrar otro empleo. Pero, por primera vez en
mucho tiempo, la tensión que siempre pensó que acompañaría a la carrera por el
éxito se desvanecía. Incluso podía sentir cómo se relajaban los nudos de sus
músculos. Quizá este contratiempo no fuera necesariamente negativo. Dios sabía que

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no había tenido vacaciones desde hacía siglos. Tal vez el destino se había apoderado
de su futuro. Tal vez era el momento de volver a tasar su vida.
Si no se lanzaba de cabeza al mundo implacable de las grandes empresas podría
sobrevivir. Además de sus ahorros, poseía un pedazo de tierra a las afueras de
McKinney. Cinco acres sin cultivar por los que había pagado religiosamente cada
mes durante un período de seis años y que se habían revalorizado regularmente. De
hecho, había recibido varias llamadas de constructores con ofertas de compra que
superaban ampliamente lo que le había costado, pero se había negado a vender.
Algún día construiría allí la casa de sus sueños.
Pero ese era el futuro lejano. Ahora mismo, con o sin trabajo, con o sin coche,
Sam se dio cuenta de que necesitaba tiempo para sí misma. Vacaciones. Diversión.
Llevó su mano a la nuca, deshizo el moño que aprisionaba su cabello y lo dejó tan
libre como se sentía ella. Tenía que haber abandonado ya las precauciones. Sabía lo
que quería hacer. Lo que debía hacer. Desmelenarse. Hacerse un tatuaje. Echar una
cana al aire.
Sam se incorporó en la silla. ¿Por qué no? Era una mujer sana, sin compromisos
y con un cuerpo razonablemente bueno. ¿Por qué no echar esa cana? Pero no con
cualquiera. Lo que necesitaba era un hombre como Ryder Wells. No, lo que
necesitaba era a Ryder Wells. En cuanto se formó en su cabeza, Sam supo que era
una buena idea. Él era exactamente lo que necesitaba y, a no ser que sus hormonas
hubieran acabado con su materia gris, ella era exactamente lo que él necesitaba. Más
exactamente, su habilidad con los números. Un acuerdo de negocios.
Estaba dentro de sus competencias, en parte debido al sistema sobrecargado y
desorganizado de Frontier, el retrasar la tasación. Incluso hacerla desaparecer. Como
poco eso le daría a él un poco de tiempo. Cada uno tenía algo que el otro necesitaba,
¿por qué no hacer un trato? Retrasar la tasación a cambio de una aventura. Su
cerebro a cambio de su cama. Él quería un mago de las finanzas y ella quería un
hombre.
Abracadabra.

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Capitulo 2

—Es la cosa más absurda y desquiciada...—se dijo a sí misma.


Pero no podía dejar de pensar en ello. Y las imágenes eróticas más deliciosas
encantaban su mente. Ella, desnuda y enlazada a Ryder, sus cuerpos resbaladizos de
sudor y sexo. Los dos juntos en una cama, envueltos el uno en el otro, ansiosos y
desatados por la pasión. Sexo. Salvaje y ardiente...
Estaba perdiendo el juicio ¿verdad? Nunca había hecho algo así en su vida. Lo
había pensado, pero no era más que una fantasía. Cosas de sueños. Ahora estaba
pensado en una aventura calculada. Sonaba tan obsceno, tan lascivo. La verdad es
que era más que lascivo. Era puramente descarado y, encima, calculado.
Un trato de negocios.
Estuvo a punto de echarse a reír en alto ante la locura de acostarse con un
hombre al que ni siquiera llamaba por su nombre de pila. Y él probablemente
reaccionaría de la misma manera si es que ella llegaba a estar tan enferma como para
proponérselo. ¿Y por qué no? Era ridículo. Como poco, le parecería acostarse con el
enemigo. No querría que ella metiera las narices en sus asuntos y, por tanto, no
habría razón alguna por la que la quisiera en su cama.
Todo eso era cierto, pero palidecía ante la idea de hacer realidad sus fantasías.
Y, por mucho que intentaba alejar el pensamiento, este persistía.
Mientras pensaba en ello, tuvo que admitir que su idea tenía algunos fallos,
empezando por si sería capaz de cumplir con su parte del trato. Pero la idea tenía
también su mérito. Era incluso lógica, en una lógica absurda y retorcida. Ella conocía
al menos a media docena de personas con dinero y ganas de invertir en el negocio de
Ryder y, desde luego, tenía la experiencia suficiente, aunque necesitara algún consejo
legal, como para cerrar un trato así.
No sería fácil, por otra parte, conseguir que él confiara en sus habilidades tras
su experiencia con la novia avariciosa. Pero ella no quería ser su novia y el dinero no
cambiaría de manos. De forma realista, un trato entre ellos dos era una situación
beneficiosa para ambos. Tenía sentido. Funcionaría. Por su parte no sería muy
distinto que entrar en un bar, elegir a un hombre, montar el número e irse a casa con
él. No es que lo hubiera hecho alguna vez, pero sabía que muchas mujeres lo hacían.
Era poco ortodoxo, algo chalado y muy atrevido. Pero ¿qué podía perder ella?
Lo peor que podía decir Ryder era «no». Pero ¿y si no lo decía? ¿Y si le gustaba la
idea? ¿Acaso no había dicho que estaba dispuesto a hacer un pacto con el demonio
para conseguir sus deseos? ¿Cuánto más desesperado puede estar un hombre?
Sam no era el demonio, pero había algo definitivamente pecaminoso en su plan,
y si algo iba mal el infierno sería la recompensa. Pero si las reglas se dejaban claras
desde el principio, ¿qué podía ir mal? Después de todo, no estaba pidiendo un anillo
de compromiso ni que entregara su alma a cambio. Únicamente su cuerpo. Ni

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siquiera pedía algo romántico. Bueno, pensó, un poco de romanticismo no estaría


mal, pero no rompería el trato por eso. De acuerdo que no tenía una gran experiencia
sexual, pero si creía en lo que dicen los medios de comunicación y las novelas la
mayoría de los hombres no dejarían pasar un trato así. Pero ¿lo haría Ryder?
En este caso la presentación tenía su importancia y, por supuesto, ayudaría el
que él la encontrara atractiva, deseable. Entonces recordó su mirada cuando se
encontraron, la forma en que sus ojos despedían fuego y decidió que mejor olvidar
ese aspecto. La clave era la desesperación de Ryder. ¿Hasta qué punto deseaba
ayuda?
Cotton entró en el patio y ahuyentó sus pensamientos.
—No encuentro a Ryder por ninguna parte — anunció—. Pero no se preocupe.
He mandado a uno de los chicos a buscarlo.
Se dio cuenta de que su vaso estaba prácticamente vacío y posó una mano en su
hombro.
—Tómeselo con calma. No querría que me odiara por la mañana.
—No, ese es mi trabajo —dijo una voz tras Cotton.
Sam levantó la vista y, tras la delgada silueta de Cotton, vio a una mujer mayor
y diminuta, de pelo entrecano recogido sobre su cabeza, manos en la cadera y una
mirada torva.
—Mamie, cariño —exclamó Cotton, apartando su mano de Sam—.Ven que te
presente a la señorita Collins. Viene del banco.
—Un cuerno, el banco —gruñó Mamie West, acercándose.
—Estaba a punto de marcharse y se le ha estropeado el coche.
—Pues que llame a un mecánico.
—No, cariño. Solo estoy siendo hospitalario mientras uno de los chicos va a
buscar a Ryder.
—Solo recuerda que eres un hombre casado.
Sam casi se atraganta con la bebida ante la sugerencia. Pero, en cierto sentido,
era bonito. Se levantó y ofreció su mano.
—Soy Samantha Collins, señora West, y me temo que estoy siendo un estorbo.
Su marido ha tenido la amabilidad de hacerme compañía mientras esperábamos al
señor Wells.
— ¿Qué le pasa a su coche? —preguntó Mamie.
—El muy idiota está tan muerto como un pomo de puerta.
La conversación era tan vulgar, tan cotidiana, que le hizo darse cuenta de que
sus fantasías acerca de ofrecerse a Ryder eran solo eso, fantasías. Todavía daba
vueltas en su cabeza a su locura transitoria cuando Ryder entró al patio por la puerta
de la Suite Río Grande. Fue mirarlo un momento y solo pudo pensar en el momento
adecuado para proponérselo.

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La última persona a la que Ryder esperaba ver era a Samantha Collins. Se había
sentido aliviado al pensar que se había marchado. Y ahora seguía allí, tan tentadora
como antes.
— ¿Qué pasa aquí?
—Su coche se ha estropeado —Mamie señaló a su marido—.Y éste le ha estado
comiendo la oreja.
—Vieja loca, hace un momento estabas toda furiosa porque...
—Vale, vale —Ryder estaba acostumbrado a los partidos verbales entre Mamie
y Cotton y sabía que a menudo se desmadraban—. Echaré un vistazo al coche.
—Quizá haya un problema.
Hasta entonces Ryder había evitado mirar directamente a Sam. Ahora deseaba
no haberlo hecho. Su pelo estaba suelto y la brisa lo había rizado. Parecía tranquila,
adormilada e increíblemente sexy.
— ¿Qué problema?
—Me avergüenza confesar que me he dejado las llaves dentro. .
Ryder apartó la mirada.
—Probablemente porque la hice enfadar —la miró de nuevo—. Lo siento. Otra
vez.
—Yo también. Nunca debí... Ryder extendió su mano.
— ¿Qué le parece si lo dejamos en empate?
—Bien por mí —Sam sonrió al decir esto.
—Vamos a echar un vistazo —dijo él.
Y los dos se dirigieron al coche.
Treinta minutos, una percha y varios cables sueltos después, Ryder sacó la
cabeza de los bajos del coche.
—Creo que tendrá que cambiar el contacto.
—Eso me temía. De hecho, estaba pensando en llevarlo a arreglar el fin de
semana, pero resulta que el banco ha despedido a un montón de gente hoy,
incluyéndome a mí, así que deseché la idea. Pero ahora... —suspiró— parece que no
tengo otra opción.
—Siento lo de su empleo.
—Bueno —dijo Sam con una mueca—, en cualquier caso, apestaba, ¿no?
Ella tenía sentido común. Le gustaba. Ante su sorpresa, descubrió que
Samantha Collins le caía bien. Alguien que pierde el trabajo, se le estropea el coche el
mismo día y conserva el sentido del humor, ganaba muchos puntos ante él. Su
poderosa y tenía que confesarlo, algo amenazadora reacción física ante ella no le
había dejado mucho tiempo para pensar en algo tan corriente como si le caía o no
bien. Aquello también era desconcertante.

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Desde que volvió de Texas había tenido mucho cuidado en no implicarse


emocionalmente con una mujer. Cuando conocía a alguna, se limitaba al terreno
estrictamente físico, y, en sus términos, Samantha Collins era diferente. Y a la vez que
ella le gustaba, no estaba seguro de que la diferencia le gustara.
—Parece que ha tenido un día comparable al mío.
—Diría que eso es quedarse corto. Él sacó un pañuelo del bolsillo de atrás y se
frotó las manos.
—Bien, y ahora, ¿qué?
Esa era la pregunta de los sesenta y cuatro mil dólares. Podría olvidarse de sus
ideas salvajes sobre salvajes encuentros sexuales y volver a ser una buena chica. Solo
tendría que sonreír agradablemente y decir algo vulgar como: «Gracias, me las
arreglaré», pero no quería decir eso. Ni hacer eso. No oyó redoblar los tambores ni
resonar la fanfarria, pero Sam sintió de todas formas la importancia del momento.
Quedarse o irse. Sí o no. Y cuando su corazón le susurró «Adelante», escuchó y
obedeció.
—Puede que dependa de usted —dijo ella, repentinamente calmada, centrada.
—No la entiendo —dijo él, sacudiendo la cabeza.
—Me gustaría proponerle un trato.
— ¿Un trato?
—Sí, un asunto de negocios —casi dijo «satisfactorio», pero le pareció
excesivo— beneficioso para ambos. Creo... No, estoy segura de que puedo ayudarlo
con sus problemas de liquidez.
—Señorita Collins...
—Sé que parece presuntuoso, pero es cierto. Puedo ayudarlo a evitar un cierre
prematuro, incluso conseguirle capital nuevo. Y, lo más importante, puedo posponer
la tasación.
Todo este asunto era una locura, pero atrapó su atención. Se apoyó contra el
coche, cruzó las piernas y los brazos.
—Solo por curiosidad, ¿por qué iba a hacer eso?
—Esa es mi parte del trato.
—Y mi parte... ¿cuál sería? Era el momento de la verdad.
—Sexo.
— ¿Disculpe?
—Su parte del trato sería tener relaciones sexuales conmigo. Durante una
semana. Tal vez dos —dijo ella, decidida a cubrir su apuesta.
Como se podía suponer, él se echó a reír.
— ¿Cuántos Bloody Martes se ha tomado?
—Solo uno. No estoy borracha y no bromeo, señor Wells.

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—Dadas las circunstancias, ¿no cree que podría intentar llamarme por mi
nombre de pila?
—De acuerdo, Ryder.
Él se quedó mirándola, sin estar del todo seguro de si intentaba burlarse de él o
estaba simplemente chalada. Finalmente decidió que estaba chalada y que la mejor
manera de manejarla sería seguirle la corriente hasta que consiguiera que se fuera de
allí. Esbozó una sonrisa.
—Bueno, es una oferta muy tentadora y me halaga pero...
—Estoy hablando en serio.
—Solo por discutir, ¿qué le hace pensar que yo podría aceptar un trato así?
—Porque me necesita. Este rancho es todo lo que tiene y está desesperado por
conservarlo. Y no lo culpo por ello.
Todo su humor se desvaneció. Ella empezaba a pisar terreno peligroso, a
meterse en sus asuntos. Se puso tenso y se separó del coche.
—Escuche, señorita Collins...
—Sam. Todos me llaman Sam.
—Bien, Sam, lo que necesito o no necesito no es asunto suyo. No vaya a pensar
que porque tiene los detalles del préstamo...
—Sé por qué necesitó el préstamo. Cotton me contó lo que ocurrió... cuando
estaba en California.
—Cotton habla demasiado.
A pesar de que los nervios le bailaban en el estómago como agua fría sobre un
hierro candente, Sam sonrió.
—Es posible, pero eso río cambia los hechos. Mire, es sencillo, de veras. Usted
necesita a alguien con cabeza para los números y que sepa cómo funciona el
mercado. Tengo dos licenciaturas en Administración de Empresas y en Contabilidad,
experiencia en préstamos y seguros. Puede parecer que presumo, pero se me dan
bien las cuentas. Muy bien. No soy únicamente una tasadora. Mi jefe me encargó esto
porque lo necesitaba con urgencia. También tengo buenas relaciones con el capital.
No millones, pero sí lo que necesita. Y hay algo más. Puede que consiga suspender la
tasación y sé con certeza que puedo retrasarla. Sin ella, todo el proceso se estancará.
Por primera vez había conseguido captar toda su atención. Pensó que, después
de todo, quizá no estuviera chalada.
— ¿Cómo sé que puede hacer lo que dice?
—Puede comprobarlo.
Él reflexionó un momento y movió la cabeza.
—Es una locura. Además, no me entusiasma la idea de que una mujer se mezcle
en mis asuntos.

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—Eso lo entiendo, pero...


—No confío en la mayoría de las mujeres en lo que se refiere al dinero.
—Bueno, no soy la mayoría de las mujeres.
—Es una forma de hablar.
—Y no le estoy proponiendo que me confíe sus asuntos. Espero que supervise
todo lo que haga.
—Que quede claro —le dijo—. No pienso ni remotamente aceptar esta oferta
absurda.
Pero lo cierto es que era exactamente lo que estaba pensando. Parte de él no
confiaba en ella —o en cualquier otra mujer— cuando se trataba de dinero. Pero no le
quedaban opciones. Estaba absolutamente desesperado.
—Lo que no entiendo es cómo podría retrasar la tasación. Ni siquiera trabaja ya
para el banco.
—Técnicamente todavía lo hago. Ha sido mi asistente quien me ha comunicado
el despido, pero aún no he sido oficialmente informada. Lo que quiere decir que el
lunes por la mañana debo presentarme en la oficina.
— ¿No hoy?
— ¿Cómo? —dijo ella señalando el coche.
—De acuerdo, así que se presenta el lunes. Y...
—Hasta ahora solo he tomado notas, pero no he mecanografiado la tasación ni
la he difundido. Dada la confusión que habrá en la oficina, incluso si quieren que
termine el trabajo, sería sencillo archivarlo mal o colocarlo en el mazo de papeles
equivocado. Pasarían días, tal vez semanas antes de que lo encuentren y
probablemente se lo encargarían de nuevo a otra persona, lo que lo retrasaría aún
más. Por supuesto, no puedo garantizar que ocurra así, pero estoy casi segura.
—No es tan idiota como suena —dijo ella, viéndolo aún dubitativo—. No tengo
familia. Soy huérfana, así que no tiene que preocuparse de un marido celoso o de un
padre con escopeta. Necesito...quiero una aventura salvaje.
— ¿Por qué?
—Porque sí.
—La gente no va por ahí decidiendo tener una aventura salvaje un día
cualquiera. Debe haber una razón.
—Lo quiero, eso es todo.
— ¿Por qué?
— ¿Por qué me acosa?
—Porque quiero saber. Y no la acoso.
—Sí lo hace.
—Solo dígamelo.

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—Porque... nunca tuve una, ¿vale? —espetó, sintiéndose acorralada—. Porque


estoy harta y cansada de ser una buena chica y perderme toda la diversión, ¿vale? Y
porque quiero saber lo que ese entregarse a la pasión una y otra vez. ¿De acuerdo?
—Bien —dijo él, aparentemente satisfecho con la respuesta.
—Estoy dispuesta a intercambiar mi experiencia para conseguir lo que quiero y
devolveré todo lo bueno que reciba. Yo tengo habilidades que usted necesita y usted
tiene habilidades que yo... Bien, digamos simplemente que creo que es un trato justo.
— ¿Habilidades?
—Sí. Y el dinero no cambia de manos. Ahora que lo había dicho todo sintió de
repente una sorprendente tranquilidad.
—Y como es un asunto estrictamente de negocios no tiene que preocuparse por
que quiera flores y paseos a la luz de la luna. Lo único que espero es...
—Mi actuación en la cama.
—Pues... sí.
— ¿Y qué le hace pensar que estoy cualificado para conducirla en la cabalgada
salvaje que busca?
—Uh... He oído decir que solía ser una especie de galán.
— ¿Eso le dijo Cotton?
Ella asintió.
—Bueno, le gusta alardear. Sam frunció el ceño.
— ¿Así que no es verdad? ¿No fue a todos esos lugares, con todas aquellas
mujeres?
Él se dio cuenta de que podría terminar inmediatamente con esa insensatez.
Solo tenía que convencerla de que había escogido al hombre equivocado. Y podría
hacerlo. Pero no quería. Podría considerarse perverso, pero quería ver si ella iba a
seguir adelante.
—Me ha tocado mi parte. Y no me quejo, debo añadir.
Pudo ver el alivio pintado en su cara y no pudo evitar una pequeña broma.
—Claro que normalmente soy yo quien elige la caza y no estoy seguro de cómo
va a funcionar esto. Y existe la posibilidad de que no le guste lo que vea. ¿O no se le
ha ocurrido que podríamos ponernos a ello y yo no pudiera...?
— ¿Le ha pasado alguna vez? He oído que a los hombres los preocupa, así que
si es un problema...
—No —ahora le tocaba el turno a él de fruncir el ceño—. ¡Cielos, no!
Ella sonrió, tranquilizada.
—Entonces no hay nada de qué preocuparse. Usaremos condones, por
supuesto, así que no habrá que ocuparse de la protección.
—Veo que ha pensado en todo.

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—Espero que sí. ¿Está sano, verdad?


—Como un toro. ¿Y usted?
—Totalmente.
Él volvió a apoyarse en el coche y la estudió, por supuesto que no iba a aceptar
la oferta, pero tenía valor, había que admitirlo. A pesar de todo, dudaba mucho de
que ella llegara hasta el final de su plan. De hecho, tenía una manera infalible de
probarlo.
Sam se ponía más y más nerviosa cuanto más fijamente miraba él.
— ¿En qué piensa?
—Estoy pensando que tal vez debiéramos hacer una prueba.
— ¿Una prueba?
—Sí, para ver si somos compatibles. Sexualmente hablando.
Sus ojos se abrieron como platos.
— ¿Quiere decir... ahora?
—Tranquila, Sam. Me refiero a un beso.
No pudo evitar una sonrisa ante su mirada alelada.
— ¿Creía que iba a arrojarla al asiento trasero del coche y saltar encima?
—Pues, yo...
—Solo un beso —dijo, moviéndose despacio para no sobresaltarla. Deslizó los
brazos alrededor de su cintura—. Un sencillo beso.

Pero quien se sobresaltó fue Ryder. Y el beso resultó ser todo menos sencillo.
Había besado en sus tiempos a un montón de mujeres, pero nunca había sentido una
ola tal de calor. Antes de que pudiera respirar de nuevo, el calor le había invadido
todo el cuerpo. Como si lo hubiera golpeado un rayo. Sí, definitivamente era
electricidad. De hecho, megavatios.
Y podría jurar que la tierra se había movido. Algo estaba temblando, pondría la
mano en el fuego. Tardo un par de segundos en darse cuenta de que lo que temblaba
era él. Para entonces ya no le importaba. Movía su lengua hacia dentro y hacia fuera
dentro de su boca con un ritmo lento e hipnótico que buscaba más prolongar el
placer que excitar.
Saborearla, más que satisfacer la espiral de necesidad que ascendía por su
cuerpo. Sus manos lo inducían a tocarla, acariciarla por todas partes. Cuando su
lengua se tropezó con la suya, ella gimió, devolviéndole todo el placer. Entonces
suspiró y se disolvió contra él. Esa señal de aceptación por su parte hizo que
finalmente sonara la alarma en su cabeza. Moqueado y algo desorientado se separó
de ella para mirarla.
— ¡Guau! —susurró Sam.

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—Y que lo diga.
— ¿Y bien? —Preguntó ella, tratando de tranquilizar su corazón desbocado—.
¿He aprobado?
—Con matrícula.
— ¿Entonces?
Él respiró profundamente y se movió lo justo para que pudiera circular el aire
entre sus cuerpos. La razón le insistía en que había todo tipo de inconvenientes, pero
sus hormonas no escuchaban.
—Lo estoy pensando.
Y lo estaba pensando. Pensaba en el tiempo que había pasado desde que estuvo
con una mujer por última vez. Pensaba en los dos juntos, haciendo cosas con las que
ella probablemente ni había soñado. En ese pequeño gemido necesitado en su
garganta cuando la besaba. No le faltaba mucho para fantasear sobre cómo se
curvaría ella debajo de él en el éxtasis de un clímax salvaje. Ya estaba bastante
excitado.
Y pensaba en aceptar su oferta...
—Un momento —dijo, por su bien tanto como por el de ella—. Mi conciencia no
me permite esto. Estoy aprovechándome de ti.
—No lo haces.
—Sí —insistió él—, lo haría. No te ofendas, pero las posibilidades de que
puedas hacer algo eficaz para parar la venta son muy escasas, sí no inexistentes.
Decir esas palabras en alto le clavaba un cuchillo en el corazón.
— ¿Así que rindes el rancho?
—No —insistió, ignorando su dolor, centrándose en su decisión—. No hasta
que no tenga otra opción. Ya te dije que tengo algunas cartas en la manga.
Cierto o no, tenía que decirlo, tenía que convencerse él mismo de la posibilidad
de que existieran los milagros.
—No crees que yo sea capaz.
—Quiero creerlo —suspiró—. No sabes cuánto deseo, necesito creerlo.
—Pues hazlo —tras una pausa, añadió—: Soy buena en mi trabajo, Ryder.
Puede que no sepa mucho de... —casi dijo «hombres» pero decidió que era darle más
información de la que necesitaba— aventuras, pero sé manejar los números. No
puedo prometer milagros, pero al menos te compraré algún tiempo extra. Respecto a
lo demás, tendrás que tener fe en ello.
Fe.
Algo que faltaba últimamente en Copper Canyon. Y ahí estaba una mujer
ofreciéndole justamente eso. En su interior hormigueaban las antiguas dudas y los
viejos dolores. No, no podía rendirse. Sabía que se aferraba a unos juncos, pero eso

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era todo lo que tenía. Probablemente había una docena de razones en contra de
aceptar el trato. Solo había una para decir sí.
Esperanza.
Ella le ofrecía esperanza. Una luz, por pequeña que fuera, al final de un túnel
que parecía irremediablemente oscuro. No podía rechazar esa esperanza.
El hecho de que él tuviera tan poco que ofrecerle a cambio lo avergonzó por un
momento. Aceptar era egoísta, lo sabía, pero la verdad es que no tenía nada más. La
esperanza de que ella pudiera ser capaz de ayudarlo con el dinero era demasiado
frágil como para apoyarse en ella, pero descubrió que era exactamente lo que estaba
haciendo. Si funcionaba, si, por alguna casualidad, esta mujer podía fabricar un
milagro, el encontraría, se prometió a sí mismo, una forma de compensarla.
— ¿Cuándo quieres empezar?
Sam pasó por un momento de ansiedad que superó enseguida. Había tomado
una decisión y pretendía llegar hasta el final.
— ¿Que tal mañana?
— ¿Y exactamente cómo has planificado esto? ¿Vas a ir y venir desde tu casa al
rancho? Ella se detuvo un momento a pensarlo.
—Ahora que lo dices, no sería muy práctico, ¿no? Tienes apartamentos libres,
¿verdad?
—Sí, y dormitorios libres en la casa o...
— ¿O?
—Hay una cama de matrimonio en mi dormitorio. Se acercaban a la cuestión. Si
iba a cambiar de idea, este era el momento. Lo mismo para él.
—Creo que tomaré la habitación libre —dijo ella tras un momento de reflexión.
—Es la última oportunidad de retirarse —le dijo Ryder.
—Eso va por los dos.
—Tú primero.
Sam respiró profundamente, mental y físicamente. Lo quería. Podía hacerlo.
Como respuesta se acercó, presionó su cuerpo contra el de Ryder y lo besó. Un
segundo más tarde tuvo que agarrarse a sus hombros para no desmoronarse. Sus
rodillas no la soportaban, quizá nunca mas lo harían. Pero ¿qué importancia tenían
las rodillas si los dedos de los pies se estremecían? ¿Qué importaba nada cuando el
mundo a su alrededor de ella y dentro de ella explotaba? El único pensamiento
consistente que pudo procesar fue que todos los tópicos que había leído o escuchado
sobre los besos apasionados eran absolutamente ciertos. La tierra desaparecía bajo
sus pies. A su alrededor explotaban fuegos artificiales.
Todo su cuerpo se encendió con un fuego maravilloso y caníbal. Y, ¿cómo era
posible sentir a la vez los pies firmemente anclados en la tierra y la cabeza en las
nubes? Todos los músculos de su cuerpo se inutilizaron. Pero no tanto como para
evitar que pasara los brazos alrededor de su cuello, la atrajera hacia sí y profundizara

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en el beso. De haber estado más sobria tal vez la hubiera escandalizado estar en un
sitio donde cualquiera podía verlos, pero no era así. Lo único de lo que tenía
consciencia era de cuánto deseaba tocarlo, hundir los dedos en su cabello, deslizar
sus manos por los pétreos músculos de su pecho. Su pecho desnudo. Gimió.
Aquel pequeño sonido atravesó a Ryder como un balazo. No había pretendido
nada más que un beso cortés, pero la intención se había ido al infierno en bandeja en
cuanto ella lo tocó. Respondiendo al puro instinto, deslizó la mano hasta su nuca y
colocó su boca en el ángulo perfecto para tomar completamente posesión de ella.
Satisfecho una vez hecho eso, deslizó una mano hasta el final de su espalda, la otra
hasta su cadera, atrayendo su cuerpo. Ryder se olvidó de que eran unos
desconocidos, se olvido de quién era él y de quién era ella.
Lo olvidó todo excepto su sabor, y su necesidad de tocarla. Sus manos se
deslizaron hacia arriba, acariciaron la blanda plenitud de su pecho mientras él hacía
el amor con su boca. Incluso a través de la delgada blusa de seda sintió cómo sus
pezones se endurecían instantáneamente.
Ella se colgó del cuello de su camisa, apretándose contra su mano. Tan
receptiva. Tan ardiente. Tan preparada...
Puso punto final al beso por pura precaución, no fuera que se incendiara si no
lo hacía.
—Hemos hecho un trato —dijo él, y confió en no arder hasta las cenizas antes
de que ella hiciera el milagro de los números.

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Capitulo 3

— ¿Dónde demonios está el camión? —dijo Cotton cuando entró en la cocina


por la puerta trasera a primera hora de la mañana siguiente.
Ryder se encontraba en el mostrador sirviéndose una taza de café.
—Se lo he prestado a la señorita Collins. Sam lo traerá de vuelta hoy y se
quedará aquí una temporada.
— ¿Te has vuelto loco?
—Posiblemente —farfulló Ryder.
—Solo porque no tenga trabajo no es razón para adoptarla como a un cachorro
perdido.
—No lo hago. Entiende de negocios y tiene algunos contactos con dinero.
Durante la semana que viene, más o menos, estará aquí día y noche comprobándolo
todo, aconsejándonos...
— ¿Día y noche?
—Ya me has oído.
Cotton sonrió cada vez más abiertamente hasta que soltó una carcajada.
—Vale. Ya lo pillo. Si esa es la historia que quieres contar, de acuerdo. Y no te
preocupes. Me aseguraré de que Mamie no ventile demasiado su lengua.
—Cotton, escucha...—Ryder se detuvo, considerando que tal vez era mejor
dejar que Cotton pensara que la presencia de Sam se debía solo a un romance. Es lo
que cualquiera pensaría, independientemente de la verdad.
— ¿Qué? —preguntó Cotton.
—No... No lo saques de quicio, ¿vale? Que una mujer se quede aquí una
temporada no es el romance del siglo, ¿de acuerdo?
—Claro, pero tienes que admitir que es un principio. Y, si me preguntas, te diré
que ya era hora.
—De acuerdo. Pero no te emociones y lo hagas más de lo que es.
Cotton alargó un dedo e hizo un guiño de complicidad.
—Ya sabía yo que te interesaba por la forma en que la mirabas de arriba abajo.
Voy a decírselo a Mamie.
— ¿Decir qué a Mamie? —dijo su mujer, entrando por la puerta trasera.
—Ryder se ha agenciado una chica.
—No es cierto.
—Es la banquera. Y se va a quedar aquí. Mamie se volvió hacia Ryder.

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— ¿Es eso cierto?


—Es cierto.
—Pues...—Mamie puso las manos en sus amplias caderas—...ya era maldita la
hora.
—Justo lo que yo he dicho.
Ryder miró a las dos personas que eran como de su familia y sintió una
punzada de culpa. Sabía cuánto se preocupaban por él y cómo querían verlo
felizmente casado y establecido. Pero no se trataba de eso y odiaba chafarles la
alegría.
—Solo es temporal, chicos. No os emocionéis, ¿vale?
Ambos asintieron, a pesar de que a Mamie le brillaban aún los ojos.
— ¿Cuándo llega?
—Esta tarde.
A medida que pasaba el día, Ryder se iba poniendo más y más nervioso. En
parte esperaba que Sam llamara para decir que había cambiado de opinión y que
podía pasar a recoger el camión. Se dio cuenta de lo que le dolería recibir esa
llamada. Apoyado contra la valla del corral miraba la carretera desierta. Anticipaba
la noche que vendría, los besos y el resto.
Besar a una mujer era uno de sus pasatiempos favoritos y siempre se había
impuesto como un deber de caballero y amante potencial besar, especialmente en los
primeros besos, lo más agradablemente que permitiera la ley. A lo largo de los años
había convertido su habilidad en una dulce especialidad, procurando ser siempre el
que llevara las riendas porque así le gustaba. Viejas heridas aparte, le seguía
gustando.
Pero en cuanto sus labios rozaron los de Sam había perdido el control.
Quizá ella no se hubiera dado cuenta; de hecho, estaba seguro de que no, pero
él lo sabía. Trató de decirse que su impetuosa reacción se debía al hecho de no haber
estado con una mujer en mucho tiempo. Y a que el rancho se había llevado toda su
fuerza y energía. Pero fuera cual fuera la razón que se diera, lo cierto es que se sentía
algo... inseguro ante la idea de consumar este trato.
Y eso no le gustaba. Inseguridad no estaba en su vocabulario. Qué demonios, él
había saltado en paracaídas, conducido a toda velocidad por carreteras difíciles,
saltado de rascacielos y ejecutado un millón de acciones arriesgadas. Hacer el amor
era tan arriesgado como caerse de un tronco.
Oyó el sonido de su camión que se acercaba y respiro aliviado. Antes de que
ella tuviera tiempo de apagar el motor, se plantó de un salto a su lado.
— ¿Necesitas ayuda? —preguntó, abriéndole la puerta.
—Solo llevo una maleta.
Apagó el motor, tomó su bolso y una bolsa de plástico.

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— ¿Para una semana? He visto mujeres que traen diez veces más para dos
noches de estancia.
—Yo viajo ligera.
No quería que él supiera que había pasado casi toda la mañana decidiendo qué
ropa traer y el mediodía haciéndose la manicura, pedicura y en la peluquería. Y
desde luego no quería que supiera que por el camino se había parado en el centro
comercial Stonebriar para comprar loción para el cuerpo y un perfume nuevo y que
después se había pasado por Victoria's Secret.
Teniendo en cuenta que estaba en paro se había gastado una cantidad
considerable, pero le pareció un gasto necesario. Y un placer culpable. Aunque sentía
pasión por las cremas perfumadas y los aceites corporales, nunca se había permitido
una ropa interior tan sensual en toda su vida. Debía reconocer que se sentía
extravagantemente mala, pero bien. Y era importante proveerse de nuevos objetos
para su nueva vida, la que empezaba en ese momento con Ryder.
—Cielo, si esos vaqueros son un ejemplo, tengo que decir que eliges
estupendamente la ropa.
Sam sonrió. Se había puesto una camiseta y sus vaqueros favoritos. Eran lo
bastantes anchos como para ser cómodos, pero lo bastante estrechos como para
resaltar su trasero y destacar sus piernas.
—Gracias.
Él agarró la maleta del asiento y atrapó la sutil fragancia de su perfume, ligero y
sugerente. Cuando cerró la puerta ella estaba de pie a su lado, lo bastante cerca como
para recostarse en él y respirar profundo. Su cara estaba a centímetros de la suya.
—Hueles estupendamente. Se retiró, mirándola con sus matadores ojos azules.
— ¿Preparada?
Ella sabía que la pregunta tenía doble sentido. Se había preguntado lo mismo al
menos una docena de veces en las últimas horas. Pero a pesar de que reconocía sentir
un miedo no despreciable, la respuesta siempre había sido la misma, un «sí» sin
condiciones.
—Absolutamente —dijo ella con una voz clara, firme y exenta de dudas
mientras él la conducía al interior.
La cocina desprendía el aroma más delicioso del mundo.
—No sabía cuándo llegarías, así que Mamie ha preparado pollo frito y ensalada
de patatas —alguien llamó a la puerta trasera—. No me sorprende.
— ¿Quién es?
—A menos que me equivoque, una pareja de entrometidos bienintencionados.
Abrió la puerta para dejar paso a Cotton y Mamie.
—Venga, adentro.
—Imaginé que querría un poco de tarta de manzana para acompañar al pollo.

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Mamie hablaba a Ryder pero se fijaba en Sam.


—No hay nada mejor que la tarta de manzana caliente —dijo Cotton.
—Y los amigos fisgones.
—Solo queríamos darle la bienvenida adecuada. Por cierto —Mamie le dijo a
Sam—, disculpe por lo de ayer.
— ¿Por qué?
—Ya sabe. Por pensar que Cotton y usted...
—Está bien. Entiendo que quiera atar corto a un hombre como Cotton —
bromeó Sam.
—En fin, no vale mucho, pero es mío.
—Habla como si fuera un toro de raza —se quejó Cotton. Pero Sam notó cómo
se ruborizaba.
—Gracias por la tarta —dijo Ryder—. Ya sé que os levantáis pronto, así que no
quiero entreteneros. Cotton guiñó el ojo a su mujer.
— ¿Dirías que es una indirecta?
—Nunca fue muy sutil, ¿verdad? Pocos segundos después, Sam y Ryder se
encontraron solo de nuevo.
—Son muy agradables —dijo Sam.
—Son fisgones como demonios, pero lo más parecido a una familia que tengo. Y
he de admitir que Mamie hace la mejor tarta de manzana del condado. ¿Tienes
hambre?
Su mano descendió automáticamente hasta su estómago, pero para calmar los
nervios que bailaban dentro y el temblor de sus manos.
—No mucha.
—Bueno, entonces te enseñaré la habitación de invitados.
El dormitorio era pequeño, pero ordenado y algo femenino con un papel rosa
desvaído. La colcha de la antigua cama parecía de la misma época que el papel y
estaba tejida a mano. No era exactamente el estilo moderno e impersonal al que
estaba acostumbrada. De hecho ella solía evitar los adornos y flores descaradamente
femeninos, pero la habitación le pareció extrañamente acogedora. Se preguntó si
habría sido alguna vez la habitación de su madre o de su abuela.
—Ponte cómoda —dijo Ryder desde el umbral—. Voy a darme una ducha
rápida. Después, si has cambiado de opinión, podemos comer. Si no, podríamos ir
paseando hasta el estanque. He encargado un crepúsculo inolvidable.
—No tienes por qué hacerlo.
— ¿Qué?
—No tienes que llevarme a dar un paseo al atardecer. Hablaba en serio cuando
dije que no necesitaba rosas y luz de luna.

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Él la contempló allí de pie, toda curvas y necesidad, su pulso latiendo en la


garganta como las alas de un pájaro inquieto, sus manos temblando.
—Quiero decir que no debes pensar que es necesario....
—No es necesario —se acercó a ella, hundió una mano en su cabello y le
acarició la nuca—, es un placer. Y esta noche se trata de placer.
Su tacto, su promesa, la hizo estremecer, tensarse y desear todo aquello que
implicaba la palabra «placer».
—Tranquila —dijo él, dejando que sus manos resbalaran por sus hombros en
una caricia casual antes de retirarse.
—Vuelvo en un minuto.
¿Un minuto? Necesitaría más de una hora para controlar el temblor que se
había apoderado de su cuerpo. Solo un pequeño toque y se le derretían las rodillas.
Solo Dios sabía qué pasaría cuando se quitaran la ropa. Sam cerró los ojos, suspiró
anticipando el momento. De repente, su falta de experiencia parecía inmensa. «Esta
noche se trata de placer», le había prometido. Era lo que ella había querido, lo que
había negociado, ¿no era así? Sí, pensó. Eso le dio valor y la hizo sentirse más
relajada. Sí, eso era lo que quería.
Cuando él salió del baño y se metió en su habitación oyó como Sam
canturreaba. Evidentemente había seguido su consejo y se había relajado. Sonrío y
sintió él también ganas de canturrear. Un cuarto de hora más tarde cerró la puerta de
su dormitorio y atravesó el pasillo. Llamó a la puerta y se la encontró abierta.
—Creo que...
Lo que fuera que estuviera en su cerebro se desvaneció completamente. Ella
estaba de pie ante la ventana, los últimos rayos del día desprendían oro de su piel y
no llevaba puesto más que un camisón turquesa. Sabía esto último porque la prenda
tenía un corte en un lado, que dejaba ver su larga pierna desnuda y su cadera. Y el
cuello bajaba casi hasta su ombligo, ofreciéndole una vista espectacular de sus
pechos apenas cubiertos por la seda que poco dejaba a la imaginación. No pudo
hacer otra cosa que quedarse pasmado.
Mientras, Sam se había deshecho de los últimos nervios y echado su
imaginación a volar, dejando que el deseo se asentara y tomara posesión de su
cuerpo. Deliberadamente se apartó de la ventana y se le acercó.
—He decidido que mañana habrá otra puesta de sol. No estarás decepcionado,
¿verdad?
El corazón de Ryder se estrelló contra su caja torácica como si sé hubiera tirado
en paracaídas con veinte cámaras rodando un plano de un millón de dólares. Su
respiración se hizo irregular. Finalmente recuperó la voz y el aliento.
—Cielo, estoy muchas cosas ahora mismo, pero «decepcionado» no es una de
ellas. Sonriendo, ella se acercó aún más.
—Eso está bien.

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Si le había encontrado guapo por la tarde bajo el sol cegador, ahora


sencillamente estaba matador, con el pelo ligeramente húmedo de la ducha y sus
anchos hombros prácticamente ocupando todo el quicio de la puerta. Y sus ojos
azules, oscuros como el cielo de medianoche, su intensa mirada, tan ardiente que casi
podía sentir el calor. Tenía razón sobre él. Había nacido para hacer que las mujeres se
olvidaran de todo excepto de él.
—Hay cosas sobre mí que debes saber.
— ¿Cuales?
—No bromeo y no finjo.
—Ya me lo imaginé ayer —sonrió Ryder.
—Creo que eso va por los dos. Quiero decir...
—Sé lo que quieres decir.
Cualquiera que oyera su conversación hubiera pensado que discutían sobre su
personalidad, pero ellos sabían que no era así. Su conversación tenía un solo tema y
este era «sexo».
—Eso está bien.
Ella se acercó hasta colocarse delante de él, lo bastante cerca para que si se
inclinaba unos centímetros sus senos tocaran su pecho. Quería hacer eso. Se moría
por hacerlo.
— ¿Sabes lo que más recuerdo de ayer? —Se lo dijo sin esperar respuesta—.
Besarte. Y pensaba, en realidad fantaseaba, lo bueno que sería esta noche.
—Ya somos dos.
Entonces, superando los últimos nervios, ella hizo lo que anhelaba. Se inclinó
sobre él hasta que sus cuerpos se rozaron.
—Bésame, Ryder.
Era una invitación sellada y enviada en mano que él aceptó gustosamente con
su personal acuse de recibo. A pesar de que se moría por atraerla hacia él y devorar
su boca, no lo hizo. Solo Dios sabe dónde encontró la fuerza para resistir el impulso,
pero alargó la mano y recorrió la forma de su boca con la punta del dedo. Una vez.
Dos veces. Oyó cómo ella retenía la respiración, sintió su escalofrío y cómo se
endurecían sus pezones.
Acarició su cuello como había hecho antes y entonces, todavía sin abrazarla, se
inclinó y besó primero una esquina de su boca, después la otra. Con la otra mano
sostuvo su cabeza, abriéndose paso hasta su cuello y allí se recreó besando la
delicada piel de su mandíbula, bajando por la garganta hasta el punto donde el pulso
le latía con violencia. Y continuó alzando su cabello para saborear la base del cráneo.
Besándola y saboreando su dulce sabor.
Su boca ardía en cada beso y se inflamaba cada vez más. Cada centímetro de su
cuerpo se tensaba, vibraba de ansiedad mientras él retiraba el tirante de su camisón
de su hombro y después depositaba besos desperdigados desde ese punto hasta el

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lóbulo de su oreja y vuelta, después a lo largo de su clavícula. Ella se aferró a su


camiseta, tratando de acercarlo más, necesitando su cercanía.
—Ryder —suspiró—. Bésame.
Su respuesta fue un reguero de besos blandos y seductores a lo largo de la
incitante línea de sus senos. Y cuando él deslizó su lengua por el borde de encaje de
su atrevido camisón, ella gimió.
—Bésame —musitó.
Ya no iba a esperar una respuesta, sino que tomó el asunto, y su cara, en sus
manos. Él levantó la cabeza y afrontó su mirada. La intensidad de esta era
abrasadora. Aterradora. Exigente. Excitante. Todo en ella respondía. Quería la
emoción, la exigencia, la excitación. Lo quería en la misma medida en que lo quería a
él, totalmente. Completamente.
—Ahora —exigió ella—. Bésame.
Una diminuta sonrisa de triunfo se balanceaba en la comisura de su boca
mientras accedía a su petición urgente. La instaló entre sus brazos mientras su boca
tomaba completa e inexorable posesión de la suya. La besó larga y fuertemente,
tomando todo lo que le ofrecía, profundizando en el beso. Vagamente recordó sus
intenciones de tomarla lenta y gentilmente la primera vez, pero no dio resultado. No
había dado resultado desde el momento en que la vio a contraluz, dispuesta,
esperando. La próxima vez, se prometió a sí mismo. Si es que llegaba vivo.
Sam se puso de puntillas, enlazó los brazos alrededor de su cuello, curvó su
espina dorsal para acercarse lo más posible. No era suficiente. Quería, necesitaba
estar más cerca. Deslizó las manos por su espalda hasta sus caderas fuertes y
estrechas y metió las manos en sus bolsillos para empujarlo hacia ella. Frotó las
caderas contra su erección y gimió.
Él decidió que ese sonido sería probablemente la causa de su muerte, pero no le
importaba ya. Todavía besándola, Ryder colocó las manos en sus caderas y la
condujo hasta la cama hasta que notó que sus piernas tocaban el borde. Solo entonces
dejó de besarla para retirar el otro tirante y bajarle el camisón hasta la cintura.
Era perfecta. Sin un defecto. Cuando tomó sus pechos en sus grandes manos
rugosas estos se derramaron sobre sus palmas, maduros y suaves, con pezones rojo
oscuro que se destacaban sobre la tersa y cremosa piel. Cubrió ambos pechos,
frotando sus pulgares arriba y abajo sobre los pezones.
— ¡Oh! —exclamó ella.
— ¿Duele?
— ¡No! —ella colocó las manos sobre la suya, animándolo a proseguir sus
caricias—. Es tan....tan.... bueno.
—Aguanta, cielo —dijo Ryder con una sonrisa—. Va a ser mucho mejor.
— ¿Lo prometes?
—Oh, sí. Y nunca prometo nada que no pueda cumplir.

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Tenía razón. Después fue mejor. Mucho mejor. Sam no estaba segura de poder
soportarlo. Pero no solo lo hizo sino que suplicó más. Ryder la satisfizo con gusto.
Sus manos eran mágicas y se multiplicaban. Sus labios marcaban a fuego todo lo que
tocaban. Y tocaban por todas partes. En lugares que ella no sabía que fueran tan
sensibles, tan dispuestos.
La comisura de su boca. Solo el labio inferior. El dulce punto del valle de sus
senos, perfecto para su lengua. La curva de su cintura segundos después de que él
tirara de su camisón y lo dejara caer al suelo. Y el terreno suave justo debajo del
ombligo donde él plantó besos hambrientos, abiertos y suaves que la hicieron tiritar.
La hicieron gemir.
—No... No es justo —susurró, con una voz ronca de ansiedad, una ansiedad tan
inmensa que le cortaba la respiración.
— ¿Qué?
Él proseguía por su oreja, su cuello.
—Tienes... tienes demasiada ropa encima.
—No hay problema.
Casi desgarró su camiseta. Antes de que hubiera acabado de quitarse los
vaqueros, ella se abalanzó sobre él. Lo besó en la boca, después se trasladó a su
cuello, sus hombros y mordisqueó su carne. Cuanto más lo tocaba, lo saboreaba, más
agresiva se volvía, llevada por un impulso primario que amenazaba su salud mental,
que no podía detener.
Ryder luchó con la tela que se le resistía, rabiando por liberarse, loco por estar
piel contra piel con ella. Cuando se libró de los vaqueros la tumbó sobre la cama y la
besó como si ya estuviera dentro de ella. Sólida y profundamente.
Ella contuvo la respiración, esperando, anhelando que él llenara su cuerpo de la
misma manera que llenaba su boca. En lugar de ello, él pareció respirar
profundamente y ralentizar. Sus manos vagaron por ella, comenzando por los
hombros y después por sus pechos, caderas y muslos. Palpó, acarició todo su cuerpo
hasta los tobillos, después el interior de sus muslos. Como un explorador trazó el
mapa de su cuerpo, familiarizándose con cada pulgada. La curva de sus caderas, la
colina de sus senos, la llanura de su tripa. Hasta que ella exclamó, aferrada a las
sábanas, con su cuerpo retorcido de deseo.
—Por favor, por favor.
Pero él no estaba preparado aún para darle todo lo que necesitaba. No supo
nunca de dónde sacó el control, la fuerza. Solo sabía que una vez que estuviera
dentro de ella no habría más fuerza, ni más control, solo ardiente, profundo e infinito
placer.
Apenas capaz de contenerse, cubrió con su mano su ardiente núcleo y después
deslizó un dedo dentro de los suaves y húmeros pliegues de carne entre sus piernas.
Ella alzó sus caderas y gritó mientras el primer orgasmo la recorría.
—Por favor, por favor, Ryder. Te quiero... te quiero dentro de mí.

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—Dentro de poco, cielo. Un poco más.


—Más —repitió ella, anulada por el deseo. Y más consiguió.
Él deslizó dos dedos dentro de ella, girando el pulgar contra su botón, lo retiró
y repitió el movimiento hasta que ella se retorció contra su mano. Volvió a tener un
orgasmo, un alivio tembloroso y febril. Se aferró a él cuando lo sintió retirarse, ir
hacia un lado de la cama.
—No —gimió.
—Protección, cielo.
Abrió un cajón de la mesilla, sacó un paquete envuelto en aluminio, lo rasgó y
cubrió su erección.
—Eres tan ardiente —se colocó a su lado—. Me vuelves tan loco que por poco
se me olvida.
Esta vez, cuando ella alargó su mano, estaba allí. La cubrió, deslizó las dos
manos bajo sus caderas y se enterró en ella hasta lo más hondo. Y el mundo giró
sobre sí mismo y se estremeció.
Él cavó dentro de ella, profunda, duramente y sin descanso. Ella elevó sus
caderas para encontrarse con él, bombeó salvajemente hasta que la culminación la
atravesó como un rayo. Ryder perdía el control a cada empujón. Trató de contenerse,
de mantener el control, pero era inútil. Estaba perdido, incapaz de hacer otra cosa
que no fuera dejarse llevar hasta la culminación, hacia un placer tan intenso que
creyó que lo haría explotar. Y eso hizo, derramándose interminable, gloriosamente
dentro de ella.
Tras lo que le pareció un montón de tiempo, Ryder se retiró y cubrió sus
cuerpos con la colcha. Ella remoloneó y se encogió bajo él como un gatito
somnoliento. Incapaz de resistirse, él dejó correr su mano por la curva de su cadera y
muslos abajo.
—Ummm, eso sienta muy bien.
Ella se estiró, desplegando su cuerpo en un arco tentador y después pasó su
esbelta pierna sobre su musculoso y tenso muslo.

—No lo dejes.
¿Dejar de tocarla? ¿Dejar de desearla? No sabría si sería capaz de hacer ninguna
de las dos cosas.
—Tu piel es tan increíblemente suave —dijo, saboreando la plenitud, la
delicada textura de su carne—.Tan suave.
Ella suspiró e instintivamente frotó las caderas contra su pierna.

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—Me gustaría poder decir que son mis genes, pero como no lo sé, tengo que
confesar que siento pasión por las cremas y las sales de baño.
Él retiró un mechón de sus rizos pelirrojos de su hombro y lo besó.
—No hay crema en el mercado que pueda conseguir una piel así —enlazó su
mano con la suya, se la llevó a los labios, la giró y besó el interior de su muñeca—.Y
no noto sabor a sales. Noto tu sabor. Dulce, salada....—lamió la punta de su dedo
índice—...sexy.
Ella notaba aún la necesidad latente en su cuerpo; se incorporó sobre un codo,
se inclinó hacia delante y pasó la lengua por su pezón.
—Y tú sabes —lo miró—... ardiente, duro.
Aprovechándose de su incitante postura, él franqueó el espacio entre sus
cuerpos y halló su carne húmeda y mullida, lista para ser explorada por sus dedos.
Ella cerró los ojos, dejó caer la cabeza hacia atrás y se meció contra su mano,
abandonándose a su deseo, a él.
—No entiendo de ardores, pero sin duda estás preparada.
Se puso protección y en un solo movimiento rápido se hundió en ella.
Ella soltó una exclamación ahogada. Sus ojos se desorbitaron, había fuego en
ellos. Con un gemido se aferró a su hombro y comenzó a moverse. Meneando sus
caderas respondió a cada uno de sus empujones. Temblorosa y sudorosa solo podía
pensar en una cosa: más.
Él extendió la mano sobre sus sedosos pliegues, hundiendo las puntas de los
dedos en la carne y cavó más fuerte, más rápido. Ella se arqueó, tomándolo por
completo, agradeciendo la fuerza emergente e infinita que la poseía. Prosiguieron
más rápido, más fuerte y más ardientemente hasta que se vieron consumidos por un
remolino candente, poderoso y después cayeron juntos en un tembloroso vacío.

Sam se despertó con la brillante luz del día oyendo a Ryder tararear mientras se
dirigía a la cocina. Como un felino satisfecho se estiró larga y perezosamente,
saboreando los restos del placer. Pensó que no había quedado músculo por usar, o
centímetro de piel que no se hubiera estremecido.
Su boca, pasó la lengua por los labios, estaba aún machacada de los besos de
Ryder. Y lo cierto era que, si él entrara ahora mismo en la habitación, lo desearía
tanto como la noche pasada. Nunca se había sentido tan deliciosamente malvada, tan
gloriosamente satisfecha, en toda su vida. A esto sí podría acostumbrarse. Podría
incluso hacerse adicta. El sexo nunca había sido tan absorbente, tan obsesivo, tan...
No existían palabras para describirlo, o para describir sus sentimientos. Lo
único que sabía con certeza era que se sentía completa, satisfecha y más cercana a
Ryder de lo que había estado de nadie en su vida. Era un trato, pensó, no un
romance, y no estaba segura de que fuera bueno, pero no podía hacer nada al
respecto. Simplemente era así. Además, demasiada reflexión o análisis sobre lo que
había ocurrido la noche anterior, estropearía sus planes. Tenía que planificar el día.

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Sam arrojó a un lado la manta, balanceó sus piernas en el borde de la cama y


echó un vistazo a su cuerpo. No había dormido desnuda en toda su vida, ni siquiera
con un amante. Ante las primeras chispas de culpabilidad, procedentes de años y
años de regañinas, cerró esa puerta de su mente, con llave. Esto hubiera dejado
estupefactas a las monjas del orfanato, pero la verdad es que ella estaba disfrutando
de cada segundo de su tiempo con Ryder. Adorando cada segundo. La seguridad la
invadió. Sí, tema que planificar el día.
Para poder tener su noche.
Cuando acabó de ducharse, se puso unos vaqueros y una camiseta y bajó a la
cocina. Ryder estaba sentado a la mesa tomándose un café.
—Buenos días —dijo suavemente, apenas levantando la vista.
—Buenas —Sam deseaba atravesar la habitación, tomarlo en sus brazos y
besarlo, pero decidió que mejor no. Le daba desdeñosamente la espalda y pensó que
no le gustaría. Después de todo, lo que tenían era un trato.
—Deberías haberme despertado.
—Dormías profundamente y no tuve corazón.
—Ya.
Suspiró y él notó cómo se le aceleraba la circulación. Aquello no podía seguir
así. No podía ser que cada vez que estuvieran en la misma habitación tuviera que
luchar contra el impulso de quitarle la ropa y tomarla de nuevo. En cuanto había
entrado en la cocina había deseado arrastrarla de nuevo al dormitorio. Solo había
podido controlarse evitando mirarla a la cara sexy y suavizada por el sueño. No
estaba muy seguro de lo que ella quería sacar del trato y no quería asustarla.
— ¿Café? —señaló una taza vacía.
—Gracias. Mañana debería poner el despertador.
—Eso podría funcionar.
Sam se sirvió una taza de café, dudando si debía o no seguir su ejemplo, actuar
como si nada hubiera ocurrido entre ellos, u obedecer a su naturaleza mucho más
directa. La naturaleza venció. Con la taza en la mano, se giró hacia él.
—Así que no vamos a hablar de ello, ¿no?
— ¿De ello?
—De tú y yo. De anoche y el sexo más ardiente del planeta.
Él sonrió por primera vez.
—Estaba esperando tu reacción. Dijiste que era estrictamente un negocio, así
que pensé que querrías apartarlo de tu mente, concentrarte en hoy.
— ¿Puedes tú hacer eso?
—Tendría que estar muerto para olvidarme de lo de anoche.
Ella se acercó sonriendo.

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—Pero quizá tengas razón en lo de concentrarse.


— ¿Cómo?
—Para ser honrada, no puedo asegurarte que las cosas que hicimos anoche no
se paseen por mis pensamientos a lo largo del día, pero creo que podré trabajar un
poco a pesar de todo.
Pasó la mano por su brazo, notando los músculos tensos bajo sus dedos.
—Por supuesto, trabajaré tanto como tú ayer para cumplir mi parte del trato.
—Muchas gracias, señora. Nuestra intención fue complacerla —bromeó
mientras guiñaba un ojo.
—Créeme, diste en el blanco.
— ¿Sabes? No creo que ayer dijeras la verdad. Sí que bromeas.
—Solo cuando es inofensivo.
Los interrumpieron unos golpes en la puerta.
—Buenas —dijo Mamie, entrando por la puerta un segundo después—. ¿Tenéis
hambre?
—Estoy hambrienta —replicó Sam, pensando que Mamie había entrado por la
puerta en el mejor momento. La atmósfera en la cocina empezaba a caldearse
demasiado.
Tras el desayuno Ryder llevó a Sam a su oficina y le enseñó los archivos, el
sistema de facturación y el ordenador.
—Tengo que hacer unas cosas con Cotton. Si necesitas algo, dame un grito.
Mamie sabe dónde está casi todo, pero yo no estaré lejos.
—De acuerdo.
Ryder salió, respirando profundamente. Después hundió sus manos en los
bolsillos mientras esperaba. Y pensó en Sam.
No lo entendía. No lograba comprender cómo una mujer como Sam seguía por
ahí suelta. Era... «Alucinante» era la única palabra que lograba articular. Esa
alucinante, preciosa mujer había aparecido en su puerta y le había pedido sexo. No lo
entendía. ¿Los hombres de Dallas estaban demasiado ocupados o eran demasiado
estúpidos como para no reconocer un diamante bajo sus narices? En fin, ellos se lo
perdían y, definitivamente, él ganaba. La noche pasada había sido una de las más
sorprendentes de su vida. Totalmente sorprendente. Ryder cerró los ojos,
recreándose en los recuerdos. Dios, cuánto lo había echado de menos...
Sus ojos se abrieron. Sí, había echado de menos esa cercanía que solo un
hombre y una mujer pueden compartir. Y había echado de menos despertarse con el
tacto y el sabor de una mujer cálida y acogedora. Pero no olvidaba que esa cercanía
tenía un precio. Y no estaba demasiado seguro de estar dispuesto a pagarlo. Si no
tenía cuidado podía volver a encontrarse sin nada. Aunque su intelecto y su instinto
le decían que Sam no era en absoluto como Alicia, su corazón no estaba tan seguro.

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Lo habían engañado una vez y, por mucho que odiara reconocerlo, Sam era ardiente,
pero él no estaba dispuesto a quemarse por segunda vez.
Aliviado por volver a tener de nuevo los pies en la tierra, Ryder fue al establo,
donde encontró a Cotton. Tras una breve conversación sobre las tareas del día, volvió
a la casa para ver qué tal le iba a Sam.
— ¿Quién te lleva las cuentas? —preguntó ella en cuanto él atravesó la puerta.
—Este que te habla.
—Espero que no te ofendas —dijo ella, tras reflexionar un momento— si te digo
que es lo primero que hay que cambiar.
—No me ofendo, pero ¿por qué? Soy mano de obra barata.
—Sí, pero probablemente te lleva mucho tiempo.
—Demasiado. Probablemente porque lo detesto y me empantano.
—Exactamente. Sé que parece que te pido que gastes dinero cuando de lo que
se trata es de ahorrarlo, pero tu tiempo y talento son más útiles en el rancho que en la
oficina. Sé que no quieres cederle a nadie toda la parte financiera, pero creo que el
salario de un contable compensaría por las molestias. Además, te dejaría más tiempo
y cabeza para buscar clientes potenciales, lo que significaría más dinero. Tú eres un
comercial demasiado valioso como para entretenerte contando judías.
—No lo había pensado de esa manera.
—Lo siguiente es revisar los horarios de los empleados, las facturas del
material. Ah, y quisiera una lista de tus proveedores —dijo, anotando furiosamente
cosas mientras hablaba.
— ¿Por alguna razón?
—Yo diría que has estado usando a los mismos durante mucho tiempo, ¿no?
—A la mayoría.
—No hay nada malo en ello. Pero existe la posibilidad de que investigando un
poco podamos encontrar nuevos. Para un cliente con buenas recomendaciones —
añadió rápidamente—.Y, lo más importante, que puedan mejorar los precios.
—Hay proveedores que han servido a Copper Canyon desde que mi padre
llevaba el negocio. Son amigos.
Habían llegado al primer bache de la carretera que conducía a un negocio
viable y seguro. De cómo lo afrontara Ryder dependía saber cuánta ayuda estaba
dispuesto a aceptar.
— ¿Sus negocios son una afición?
—Pues, no.
—Pues el tuyo tampoco —lo miró directamente a los ojos—. Ryder, yo solo
puedo darte información y consejos. No estás obligado a aceptar todo lo que digo y
cumplirlo.

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— ¿Pero?
—Pero tienes que estar dispuesto a contemplar tu situación más objetivamente
que antes y estar dispuesto a implantar algunos cambios, o más te vale llamar ahora
mismo a tu abogado y pedirle algunos consejos sobre cómo afrontar la quiebra. Así
de sencillo.
—Tienes razón.
Ahora veía claro lo acertada que estaba. Se centraba en cosas sencillas, pero
sencillas o no, él nunca había pensado en ellas.
—Estoy dispuesto. He vacilado un momento, pero no volverá a pasar.
—Si, sí que pasará. Pero te prometo que no será grave. Y si te hace sentir mejor,
por muchas opciones que maneje, tus actuales proveedores tendrán la ocasión de
igualar cualquier oferta. Solo tienes que repetirte a ti mismo que se trata de un
negocio. Esos chicos serán los mejores amigos del mundo, pero no te van a pagar las
facturas.
—Ya lo pillo.
—Por supuesto, hay otro camino que debemos explorar, además de la
reorganización, y es la entrada de nuevo capital.
— ¿Te refieres a otro préstamo?
—No necesariamente. Pensaba más bien en una inversión. Alguien dispuesto
a...
— ¿Un socio?
—Bueno, quizá...
—Olvídalo —dijo él, secamente.
—Pero ¿por qué? Mientras se esté seguro de que la persona es honrada y
puedas conservar el control...
—Exactamente. Los socios son un riesgo. No se puede contar con que sigan
siendo honrados, aunque lo parezcan al principio. Y el control no me permitirá
quedarme en la propiedad si deciden desplumarme —sacudió la cabeza—. No me
fío. Prefiero prenderme fuego antes de meter a un socio.
Claramente se trataba de un verdadero problema. Su voz, su lenguaje corporal,
incluso la forma en que se oscurecieron sus ojos, le decían que no solo era un asunto
importante, sino espinoso.
—Puesto que obviamente tienes problemas de confianza, debo suponer que has
tenido una mala experiencia con un socio.
—Exacto. Probablemente esta conversación no tendría lugar, de hecho, nunca
habrías venido, si no hubiera confiado en un... —respiró profundamente—... un
socio.
— ¿Tenías un socio en el rancho?

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—No. Cuando estaba en California —tras un instante, añadió—: Una mujer.


Estoy seguro de que Cotton te informó del resto,
—No en detalle —admitió ella.
—Bueno, Alicia era lo bastante lista como para asegurarse de ser siempre ella la
que trataba con mi agente, como para convencerme de aceptar riesgos, trabajos muy
bien pagados. Decía que era bueno para mi carrera. Cuanto más grandes las
acrobacias, más me hacía un nombre en la profesión. No sabía que ella no solamente
presumía de llevar mis asuntos y me esquilmaba los beneficios, sino que además se
acostaba con otro, hasta que fue demasiado tarde.
—No me extraña que no te guste la idea de que una mujer lleve tus asuntos. Lo
siento, Ryder.
—Bueno, en fin —se levantó de la silla y recorrió de arriba abajo la habitación
un par de veces como si intentara borrarla de su memoria. Ella esperó a que él
hablara primero.
—Así que, por favor, olvidémonos de un socio para Copper Canyon, ¿vale?
—Vale —dijo ella, y, decidida a cambiar de tema—. ¿Por qué no me cuentas qué
programas informáticos usas para las operaciones cotidianas?
Poco a poco la tensión disminuyó y trabajaron tranquilamente las tres horas
siguientes, la mayor parte del tiempo recopilando la información que Sam debía
revisar. Cuanto más hablaban, cuanto más reorganizaba y maximizaba su situación
actual, más crecía ella ante sus ojos. Mejor opinión tenía él de sus habilidades. Ella no
se ofendía. Esperaba que él tuviera dudas. Pero ella necesitaba que él confiara en ella
para poder trabajar.
Hicieron una pausa para el almuerzo, sándwich de atún, fruta y las patatas
fritas caseras de Mamie. Sam se dio cuenta de que, al igual que en el desayuno,
Mamie cocinaba, limpiaba y se dejaba ver poco, y se preguntó si sería lo normal o era
porque había un invitado. No deseaba alterar la rutina, pero debía reconocer que le
agradaba la sensación de que ella y Ryder se encontraban solos en la casa. Tras el
almuerzo, Sam volvió a la revisión de proveedores y horarios. Ryder salió para
comprobar que todo estuviera preparado para el grupo que llegaría al día siguiente.
Sobre las tres de la tarde, ella se tomó un pequeño descanso para beber un vaso de té
helado. Tenía la sensación de estar librando una dura batalla contra un mar de
papeles cuando Mamie entro por la puerta trasera.
—Hola —dijo Mamie cuando Sam entró en la cocina. Sobre el mostrador había
varias bolsas de verdura y una caja de cervezas.
— ¿Son para el grupo de mañana? —preguntó Sam.
—Cielos, no. Son para esta noche. Tengo que hornear un pastel de chocolate o
me la cargaré. Normalmente estas cosas van a la cocina grande, pero el camión de la
carne acaba de llegar y estará atestada.
— ¿Qué se cuece esta noche? ¿Otra función? Mamie se echó a reír.
—Si a hombres, cerveza y póquer lo llamas función.

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—No entiendo.
—Es sábado por la noche, niña. El momento de la partida de póquer.
— ¿Póquer?
—Claro. Cuando oscurezca se congregará una pandilla de vaqueros en el salón
grande y jugarán hasta caer rendidos o arruinados, lo que ocurra antes. Es lo que
sucede en Copper Canyon los sábados por la noche. Se le habrá pasado a Ryder.
—Sí, será eso.
—Realmente, se juegan centavos. Ryder no soportaría ver a nadie perder hasta
la camisa. Pero revientan la máquina de discos y se lo pasan en grande, créeme.
Sam sonrió.
—Hubiera creído que los hombres irían a la ciudad, donde encontrarían
mejores atracciones, por no hablar de mujeres.
—Bueno, sí cumplen su parte de ello, seguro. Pero el padre de Ryder organizó
esos juegos hace años porque se hartó de perder trabajadores por el alcohol y las
peleas. Para no tener que pasarse el domingo pagando fianzas para que pudieran
trabajar.
—Ya veo.
Mamie leyó correctamente la expresión de su cara.
—Oh, no. No vayas a pensar que tu hombre prefiere estar con una panda de
vaqueros con pelos en las piernas en vez de contigo. No me sorprendería si tras un
par de manos se vuelve derechito a casa.
Se acercó a Sam y en voz más baja le dijo:
—Entre tú y yo y la puerta, he estado muy preocupada por Ryder. No es sano
que un hombre esté mucho tiempo sin una mujer, sin la mujer adecuada, que lo haga
sentirse hombre, si me entiendes.
—Sí, creo que sí —dijo Sam, reprimiendo la sonrisa cuando se dio cuenta de que
Mamie hablaba en serio.
—Ya sé que mi opinión no es, como dicen ahora, «políticamente correcta». Pero
ha sido correcta para mí y para ese idiota con el que estoy casada va a hacer cuarenta
y cinco años ya.
Cruzó las manos sobre su pecho y asintió.
—Ya saben lo que dicen. Si no está roto, no lo arregles.
—Sensato consejo.
Mamie la miró como intentando averiguar si Sam se limitaba a ser cortés.
—Quien me vea hablar así —dijo—... Probablemente tu mamá te dio los
mismos consejos cuando eras niña.
—La verdad es que —Sam apartó la mirada—, nunca conocí a mi madre. Crecí
en un orfanato católico.

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—Pobrecita niña.
—Y el consejo que me dieron sobre los hombres ni fue tan sencillo ni tan
sensato. Me gusta más tu versión.
El elogio provocó una ancha sonrisa de la anciana.
—Me gustaste desde que te vi. ¿Qué tal si me ayudas a hacer el pastel?
—No soy muy buena cocinera, pero aprendo rápido. Si estás preparada, yo
también.
Cuando Ryder volvió se las encontró en la cocina. Sam estaba cubierta de
harina hasta los codos, en la frente y en la pechera de la camiseta. Mamie estaba
ligeramente más limpia. Y ambas reían como dos viejas amigas.
— ¿Las señoras han estado dándole al vino de cocinar? —preguntó.
Sam se giró rápidamente al sonido de su voz, jadeando de tanto reír, y verlo no
la ayudó. Cuando la señaló con el dedo su corazón casi dejó de latir.
—Ven aquí —dijo él.
Él le quitó una mancha de cacao de la mejilla y pensó que estaba muy guapa,
con los ojos brillantes y sin aliento de tanto reír. Y sexy. Siempre sexy.
—Hay algo que olvidé decirte.
— ¿La partida de póquer? —Mamie me lo dijo.
—Y no solo he dicho eso —se burló Mamie, mientras introducía dos moldes
untados de mantequilla en el horno ante de abandonar la habitación.... y dejarlos
solos.
—No sé si quiero saberlo —dijo Ryder, observando a Mamie mientras se
alejaba. Luego se volvió hacia Sam—. Siento no habértelo dicho esta mañana, pero...
—Está bien. Los dos teníamos otras cosas en la cabeza.
Ryder se quedó mirando su boca, deseando besarla. Deseando hacer mucho
más que eso. La planificación del tiempo, recordó, era esencial.
— ¿Sabes? Voy a suspender la partida de esta noche.
—No lo harás. A los hombres les gusta. Es su diversión y no sería justo que la
suspendieras.
—Mamie sí que ha estado hablando, ¿eh?
—Además, nunca he visto una partida de póquer. ¿Puedo mirar?
—No sé si seré capaz de concentrarme contigo en la habitación, pero si quieres
puedes mirar.
—Pero tú sabes jugar y puedes enseñarme, ¿verdad?
—Cierto.
—Bien. Aunque supongo que no será difícil. Es cuestión de recordar números.
Sabes que se me dan bien los números. E insisto en que juguemos de verdad.

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Ella le hacía el efecto de un trago doble de alcohol de alta gradación, directo al


cerebro. No podía resistir estar tan cerca y no tocarla, así que colocó una mano en su
cadera y la atrajo hacia sí.
—En cualquier momento, cariño. Me encantará quitarte el dinero.
Ella jugueteó con el faldón de su camisa vaquera.
—No estaba pensando en jugarnos el dinero.
— ¿Cerillas?
—Creo que no me he explicado bien. Apretó las caderas contra su pierna y le
gustó sentir que él respondía.
—Ryder, ¿me enseñarás a jugar al strip póquer?

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Capitulo 4

Mamie insistió en que cenaran todos juntos antes de la partida de póquer, así
que los cuatro compartieron los restos del pollo de la víspera, a los que ella añadió
ensalada de macarrones y mazorcas de maíz recién recogidas del jardín. Todos
rieron, bromearon y Mamie y Cotton contaron historias de cuando Ryder era
pequeño. Fue el tipo de comida con el que Sam había soñado desde que era niña.
Ryder, Cotton y Mamie habían formado una familia improvisada, no le daban
importancia y no tenían ni idea del tesoro extraordinario que suponía una sencilla
comida en familia. Y aunque solo los conocía desde hacía veinticuatro horas se sentía
acogida entre ellos.
Sam no quería que terminara. No solo porque le gustaban Mamie y Cotton y
disfrutaba su compañía, sino porque sentía una ligera aprensión ante la idea de
unirse a la partida de póquer, a algo que, según Mamie, era una tradición en Copper
Canyon. Era un poco como ir a conocer a la familia del novio, aunque, por supuesto,
Ryder no era su novio. Pero ¿y si los hombres la consideraban una intrusa o no les
caía bien? ¿Haría eso que Ryder cancelara el trato?
Cuando llegaron al salón, la cerveza estaba fría, en la máquina de discos sonaba
Trisha Yearwood y la partida estaba en su apogeo con un ruido terrible. Al menos
seis de los trabajadores del rancho estaban allí presentes, incluyendo a un hombre
con su mujer y dos niños. Mamie saludó a la mujer que estaba sentada con los niños
ante una enorme pantalla de televisión al otro lado de la habitación.
—Ya era hora de que aparecierais —gritó uno de los hombres.
— ¿Tanta prisa tienes en perder tu dinero? —preguntó Cotton mientras se
sentaba en la mesa, que albergaba fácilmente a diez personas.
—Prisa para agarrar el tuyo —contestó el vaquero ante las risas de todos.
Ryder señaló al hombre que repartía las cartas.
—Juegan al estilo de Texas —le dijo a Sam.
— ¿Es una clase de póquer?
Uno de los hombres la oyó preguntar.
—La única a la que merece la pena jugar —declaró.
—Junto al póquer de cinco ases —apuntó otro.
—Jefe, ¿por qué no se sienta? —preguntó el que repartía.

—Ahora me pongo a ello. Le estoy explicando a la señorita Collins cómo se


juega.
De manera casual le paso el brazo por la cintura. Uno de los hombres se levantó
de la mesa.

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— ¿Para qué quieres hacer eso? Solo conseguirás que otra te gane. No tiene
mucho que aprender, señorita —le dijo el hombre mientras iba hacia la nevera—. Es
un jugador pésimo.
—Recuérdame que lo descuente del sueldo — bromeó Ryder.
—Sin problemas. Ya me lo compensaré con una mano que te gane.
—Quizá debiera enseñarme él —se burló Sam. Ryder advirtió al vaquero con
una mirada.
—Sobre mi cadáver. Bien, como decía cuando nos interrumpieron —continuó
Ryder—, el estilo de Texas utiliza apuestas forzadas. El jugador a la izquierda del
que reparte empieza y después el hombre que está a su lado.
— ¿Forzadas?
—Quiere decir que deben apostar incluso antes de repartir las cartas.
— ¿Por qué hacerlo si no saben qué cartas tienen?
—Yo no hago las reglas, cariño. Solo te las explico.
—En otras palabras, no lo sabes.
—Tú lo has dicho—intervino Cotton.
—Amén —añadió alguien.
— ¿Eh? ¿Por qué no os calláis y atendéis al juego? —les respondió Ryder.
La lección sobre el estilo Texas fije de mal en peor a partir de ahí. Mientras
Ryder trataba de explicarle las reglas, sus empleados se burlaban a coro de sus
esfuerzos. Pero todo dentro de unos límites agradables. Y lo mejor, al menos para
Sam, era que Ryder no se separó de ella.
Mientras hablaba le sostenía la mano, o le pasaba el brazo por la cintura o se lo
colgaba del hombro. Cuando un joven vaquero llamado Scooter le ofreció a Ryder su
sitio, a ella ya no le interesaba demasiado el juego. Le bastaba estar al lado de Ryder.
Él continuó dándole instrucciones mientras jugaban, pero, sumándole las chanzas
que caían de todas partes, se volvía cada vez más complejo. Como habitualmente
todo lo que implicaba números la fascinaba, decidió no luchar contra la confusión y
aguardar una lección privada. Poco tiempo después vio cómo se acercaba Mamie con
el pastel de chocolate. Aliviada tocó a Ryder en el brazo.
—Voy a ayudar a Mamie, ¿vale?
— ¿Lo pasas bien? —preguntó Mamie cuando Sam llegó junto a ella.
—Maravillosamente. Gracias por incluirme. Mamie la miró a los ojos.
—Creo que soy yo quien debe agradecértelo.
—Dios mío, ¿el qué?
—Solo estar aquí. No he visto a Ryder tan tranquilo en años. Le haces bien.
Puede que sea el orgullo quien habla, pero no hay muchos mejores que él, niña.

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—Oh, Mamie, no quiero que pienses que hay algo... permanente entre nosotros.
Quiero decir, solo somos...
—Si vas a decir buenos amigos ahórrate el aliento. Nadie mira a un amigo de la
forma en que Ryder te mira. Y tú tampoco lo miras exactamente como a un hermano.
¿Tengo o no razón?
Por primera vez desde que había pactado con Ryder, Sam se ruborizó. Una
parte de ella deseaba dejar las cosas claras, pero otra parte no deseaba enfrentarse a
la desaprobación de Mamie.
—Tienes razón. Mamie sonrió.
Sam señaló el pastel. No quería que la conversación fuera más allá.
— ¿Necesitas ayuda con eso?
—Claro. Los niños probablemente querrán un trozo grande.
Cortó dos pedazos y se los pasó a Sam.
Ryder lo estaba pasando fatal para mantener la concentración. Le gustaba el
póquer, pero no podía compararse con el placer de contemplar a Sam, su forma de
hablar, de caminar. Especialmente de caminar. Contemplar sus movimientos era
como observar cómo la brisa agita un sauce llorón en una noche de verano. Lento,
sensual. De hecho, todo en ella era sensual. Su sonrisa, su voz. Dios, su voz,
especialmente cuando susurraba o gemía.
Cuando pasó a su lado para llevar el pastel a los niños le sonrió y él no pudo
evitar volver la cabeza para tener una vista completa de su trasero enfundado en
aquellos vaqueros que le sentaban tan bien. De repente, sus propios vaqueros le
resultaron incómodamente apretados. Con solo mirarla lo único en lo que podía
pensar era en llevársela a la cama de nuevo.
—Aquí tenéis —Sam le alargó el plato a los niños y se volvió para presentarse a
la madre.
—Soy Sam Collins.
— ¿Sam?
—Diminutivo de Samantha.
— ¡Ah! Yo soy Rosemary Booker —la mujer le dio la mano—. Ese alto es Tom,
mi otra mitad.
Señaló a un hombre que jugaba al billar con el joven que había cedido el sitio en
la mesa a Ryder.
—Encantada de conocerla. Tiene unos niños preciosos —le dijo Sam.
—Gracias. Hoy los ves con sus mejores modales. Normalmente son
ingobernables.
— ¿Qué edad tienen?
—Evie tiene seis, Tom júnior ocho.

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Mamie se le unió cuando empezaba a sonar una sensual canción de Faith Hill
en la máquina. Tom Booker llegó desde la mesa de billar, tomó a su mujer de la mano
y la llevó a un lugar donde podían bailar. El joven vaquero, Scooter, se sentó junto a
Sam y Mamie.
Ryder había visto por el rabillo del ojo a Sam y Rosemary Booker hablando.
Unos momentos después volvió a mirar y ella estaba entre los brazos de Scooter
Tompkins, bailando. Y Scooter la sostenía disfrutando cada segundo. ¿Qué demonios
pasaba allí? ¿Si tenían que bailar por qué no bailaban una cuadrilla en lugar de un
agarrado? ¿Y qué creía Scooter que hacía con la mano sobre la cadera de Sam?
— ¡Eh! —Dijo uno de los jugadores—. ¿Juegas a las cartas o las estrangulas?
Ryder bajó la vista y descubrió que estaba retorciendo las cartas.
— ¿Qué? Voy.
Arrojó algunos centavos a la mesa sin ni siquiera mirarlos.
—Demasiado para mi sangre —anunció el siguiente jugador.
Ryder volvió a mirar. Seguían bailando y Scooter seguía sosteniéndola
demasiado cerca. Entonces, para su descanso, la música terminó y Sam volvió con
Mamie y los niños. Eso estaba mejor, decidió, e intentó fijarse más en el juego. Lo
achacó al hecho de haber estado tanto tiempo célibe y a que la noche pasada había
sido una de las más increíbles de su vida. Era normal que solo pudiera pensar en el
sexo. Y también era normal que no le gustara la idea de que otro hombre se acercara
a la mujer que a él le gustaba.
La mano terminó y, cuando acababan de repartir otra, Mamie se acercó y le
puso la mano a Cotton en el hombro.
— ¿Qué? ¿Ganas? —le preguntó.
—Como siempre, dulzura. ¿No estás contenta? — le dijo él sonriendo.
Ryder miró hacia atrás.
— ¿Dónde está Sam?
—Se ha ido con Scooter y los niños a ver los nuevos cachorros.
— ¿Sola?
—Con Scooter, ya te lo he dicho. El juego llegó hasta Ryder.
—Paso —dijo, levantándose de la mesa.
Ryder se percató con tristeza de que Mamie y Cotton se intercambiaban
miradas y sonrisas mientras él franqueaba las puertas y se dirigía a toda prisa hacia
el establo.
Mientras caminaba Ryder se decía que todo era inocente. No era propio de
Scooter el llevársela al establo para trabajársela. Los niños Booker estaban con ellos y
gritarían. Además, no era asunto suyo. Ella era una mujer adulta. Podía hacer lo que
quisiera. Todo lo que había entre ellos era un trato de negocios. Nada más. Era libre

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de hablar con quien eligiera. Scooter era un chico majo. Un poco arrogante, quizá,
pero a ella no le podía interesar de verdad. Solo era un niño.
Sí, con cuerpo de hombre y redaños suficientes para usarlo. Ryder aceleró el
paso. En el establo, Evie Booker escaló el exterior del pesebre y se inclinó.
— ¡Mirad! —graznó, viendo los nuevos cachorros acostados junto a su madre,
una perra grande, de ojos tiernos, que parecía el resultado de una desventura
amorosa entre un caniche y un labrador.
Sam agarró a la niña por el bolsillo de atrás.
—Cuidado. Te puedes caer.
— ¿Queréis abrazar a uno?—preguntó Scooter.
Ante el coro de: « ¿puedo?, ¿puedo?, ¿podemos?», abrió la cerca y le habló
dulcemente a la madre.
—Hola, Molly. Solo queremos echar un vistazo a un par de tus bebés.
Suavemente escogió a los dos cachorros más grandes y puso uno en el regazo
de Evie mientras le alargaba el otro a Tom júnior. Después se agachó, recogió al más
pequeño y se lo entregó a Sam.
—Dios mío —se sorprendió ella—. Nunca había visto un cachorro en mi vida, y
menos aún tenido uno en las manos.
Acarició la diminuta cabeza y, para delicia suya, el cachorro emitió un pequeño
sonido y lamió su dedo. Sam rió y lo sostuvo a la altura de su mejilla.
—Eres tan suave, tan dulce...
—Abrió los ojos ayer —dijo Scooter.
Evie y Tom estaban absortos con sus cachorros y protestaron cuando Scooter les
dijo que debían devolvérselos a su madre.
—Se está inquietando —les dijo, tomando los cachorros.
—Tú también, enano.
Fue a agarrar el cachorro de Sam, pero cuando tiró de él, las uñas del perro se
enredaron en su pelo.
—Espera —Sam trató de desenredarse y solo consiguió empeorarlo. Se apoyó
contra la puerta del cobertizo.
—Aguanta —dijo Scooter y se acercó para ayudar.
En ese momento Ryder entró en el establo y lo único que vio fue a Sam
sonriendo y a Scooter frente a ella con las manos en su pelo.
— ¿Qué demonios pasa aquí? Al oír su voz los niños se sobresaltaron como si
creyeran que se habían metido en un lío.
—Solo estábamos viendo los cachorros —explicó Evie
—Scooter dijo que podíamos —apuntó Tom júnior.

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—Claro que sí —Ryder .trató de calmar su voz. No tenía sentido hacer que los
niños pensaran que estaban haciendo algo malo.
—Es mejor que volváis al salón ahora. Scooter os llevará.
—Claro, jefe —dijo Scooter por encima de sus hombros, con las manos aún en el
pelo de Sam—. Un segundo. Ya está. Ya eres una mujer libre.
—Gracias —ella rió, mientras observaba a Scooter devolver el cachorro.
Ryder sabía que estaba siendo poco razonable, que no tenía ningún sentido,
pero eso no alteraba el hecho de que necesitara cada libra de fuerza de voluntad a su
alcance para no agarrar al joven vaquero, arrojarlo contra la valla y reducirlo a una
masa informe. Para evitar que eso ocurriera se limitó a asentir cuando Scooter pasó a
su lado, recogió a los niños y salió del establo.
Todavía sonriendo, Sam lo mito
—Los cachorros son tan ricos. Yo...
—Tú no eres libre.
— ¿Disculpa?
—No al menos mientras estés en mi rancho, en mi cama.
Ella vio por primera vez la expresión fiera y sombría en su cara.
— ¿De qué estás hablando?
—Scooter y tú.
—Yo y...
—Te puso las manos encima.
— ¿Las manos? Las uñas del perrito se enredaron en... —de repente se dio
cuenta de que la fiereza y la negrura estaban dirigidas a ella—. ¿Creías que
estábamos...? ¿Que pasaba algo?
— ¿Y no era así?
—No.
Durante el espacio de un latido se sintió halagada, pero la mirada en sus ojos no
denotaba halago. Era rabia.
Él se acercó a ella y se detuvo a la distancia de un brazo.
—Yo sé lo que vi.
—El perrito...
— ¡Me importa un carajo el perrito!
Verla con Scooter, solo pensar en ella con otro hombre había despertado algo
que dormía en su interior. Algo oscuro y terrible que no podía entender ni controlar
Lleno de rabia, acometió contra ella.
—Esto es ridículo. Solo intentaba ayudarme a desenredar las uñas del cachorro
de mi pelo.

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¿Ridículo? Fue como añadir un leño más a un fuego ya crepitante. Dio un paso
adelante y ella retrocedió otro. La puerta del establo se encontraba a escasos
centímetros de su espalda.

—El trato es conmigo, no con mis empleados. Si no te basta un solo hombre —


sus sollozos lo detuvieron y debieran haberlo hecho callar, pero era demasiado tarde.
—Este es mi rancho y jugamos con mis reglas.
Ella tenía bastante sentido común como para darse cuenta de que estaba
iracundo, pero no sabía cómo reaccionar. Así que hizo lo que estaba acostumbrada.
Defender su terreno. Estiró los hombros y fijó su mirada en él.
—Tu rancho. Tus reglas. Tú... —hundió un dedo en su pecho— vuelves a
comportarte como un idiota. Trato o no trato, no tienes derecho...
Ahogó un grito de sorpresa cuando él la agarró, la empujó hacia atrás y la
atrapó entre la puerta y su cuerpo.
—Tú estabas ayer más que dispuesta a darme el derecho. Todos los derechos.
Todo. ¿O no? —la sacudió—. ¿O no?
De repente todo estaba claro. Estaba enfadado con otra mujer, no con ella. Era
una víctima de su pasado. Debería haber tenido miedo, pero algo en su voz,
desesperación casi, la conmovió y la volvió valiente.
—Ryder. No tienes por qué preocuparte. Yo no soy ella.
Su expresión cambió instantáneamente y parpadeó.
—Sam.
—Sí.
—Sam —jadeó y la estrechó en sus brazos. Trató de suavizar el abrazo, pero no
pudo.
Pero ella notaba que él no necesitaba suavidad. La necesitaba a ella. En ese
momento, el fuego se traspasó a su cuerpo, encendiéndola, desafiándola a
enfrentarse a la necesidad, llama contra llama.
—Sí —asintió mientras lo besaba y mordisqueaba su labio inferior.
A pesar de que sus labios se aferraban a la boca de Sam sabía que debía aplacar
el deseo que lo consumía por dentro. Pero el fuego era como un implacable río de
lava que recorría todo su cuerpo y lo abrasaba hasta hacerle perder el control. Y ella
estaba en el epicentro de ese volcán. Un cúmulo de sentimientos contradictorios se
mezclaba en su cabeza y experimentaba sensaciones nuevas que podía identificar.
Solo sabía que ella le pertenecía. Deseaba mostrar al resto del mundo que era su
chica. Y por encima de todo quería que ella lo supiera y lo aceptara.
El beso estaba resultando muy cálido, lleno de deseo y casi violento por
momentos. Si bien Sam se había mostrado reacia segundos antes, ahora su cuerpo era
tan moldeable como la cera caliente y se acoplaba a su cuerpo sin dificultad.

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Sus dedos le enmarañaban el pelo, lo sujetaban con fuerza y lo atraían hacia


ella. La pasión se desató igual que un animal salvaje cuando Ryder le levantó la
camiseta, metió las manos por debajo y sostuvo sus pechos como fruta madura.
Sin molestarse en desabrocharle el sujetador se inclinó sobre el pecho y
comenzó a succionar con fuerza. Se sentía poseído por una fuerza irracional.
Tenía que hacerla suya a cualquier precio en ese mismo instante. Solo cuando
levantó la cabeza para confesarlo comprendió lo cerca que había estado de cometer
una locura. Ella lo miró. Respiraba con dificultad y sus labios estaban hinchados a
causa de sus besos. Todavía llevaba la camiseta levantada y los pechos desnudos
seguían húmedos después del acoso al que los había sometido.
—Quiero...—balbució Ryder, que estaba confuso y no sabía qué decir.
—Sí, por favor. Sí —replicó ella, totalmente entregada.
—Sam, yo... —la tomó por las manos y sacudió la cabeza para desembarazarse
del deseo que nublaba su capacidad de pensar—. Espera un momento.
Ella le devolvió una mirada llena de perplejidad. Pero la confusión que Ryder
adivinó en sus ojos no tenía punto de comparación con el caos que reinaba en su
cabeza. Nunca antes se había visto impelido de una forma tan brutal por el deseo de
hacer suya a una mujer. Nunca antes había tratado a una mujer del modo en que se
había portado con Sam. Y para colmo ella casi se lo había permitido. Trató de buscar
algo que tuviera cierta lógica para detener aquel torrente.
—No podemos —señaló al fin—.Al menos, no en el establo.
—Pero...
—Es probable que envíen a alguien a buscarnos en cualquier momento —dijo, y
esbozó una sonrisa que no pasó de ser una mueca.
— ¡Vaya! —contestó Sam, que aún no había recobrado el aliento.
—Lo...lamento. Creo que he perdido el control y he dejado esto fuera
demasiado lejos.
—No te preocupes —replicó Sam—.Lo entiendo.
Pero la realidad era que no lo comprendía. ¿Cómo había podido dominar el
deseo con tanta frialdad? Todo su cuerpo todavía seguía inflamado. ¿Acaso él no
sentía lo mismo que ella? Ryder apartó la manos para alejar la excitación de su mente
y comprendió que estaban temblando.
—Será mejor que te arregles el... —señaló con la cabeza el pecho de Sam.
—Lo siento —se volvió sin comprender del todo por qué se había disculpado.
Después de ponerse el sujetador y meterse la camiseta por dentro del pantalón,
se volvió hacia él. Ryder se había alejado y no la estaba mirando.
—Será mejor que volvamos —dijo, con las manos en los bolsillos, mientras se
encaminaba hacia la puerta.

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Sam se apresuró y tuvo que correr para poder mantener el paso de Ryder, que
avanzaba a grandes zancadas. El resto de la tarde pudo sentir la mirada intensa sobre
ella, pero cada vez que se volvía hacia él, el apartaba la vista. No podía entender qué
había salido mal, pero estaba segura de que había ocurrido algo. Fuera cual fuera el
problema, Sam se prometió a sí misma que encontraría una solución antes de
acostarse. Cuando llegó la hora de retirarse a descansar, se dieron las buenas noches
y caminaron hacia la casa.
Sam estaba a punto de preguntar que había ocurrido en el establo, pero
entonces Ryder la besó con ternura. La pasión salvaje de la que había hecho gala en el
cobertizo había desaparecido como el humo.
—Será mejor que te acuestes. Tengo que arreglar un par de asuntos antes de
que llegue mañana la delegación de la compañía —indicó Ryder—. Pero no hay
razón para que tú te quedes levantada y pierdas horas de sueño.
—Creía que el plazo era hasta pasado mañana.
—Sí, pero tengo un millón de cosas pendientes de las que ocuparme.
—A lo mejor puedo echarte una mano —se ofreció Sam.
—No —negó con la cabeza—, no vale la pena.
— ¿Estás seguro?
—Totalmente seguro.
Sam vaciló un momento mientras sopesaba la idea de sacar a relucir lo ocurrido
en el establo esa tarde. Quizá no fuera el mejor momento. Ryder tenía un montón de
asuntos en la cabeza, después de todo. Y era importante satisfacer plenamente a cada
cliente si pretendía que el rancho funcionara. Todo eso ya suponía suficiente tensión
para que ella le añadiera una presión adicional. Decidió que sería mejor esperar al
día siguiente.
—De acuerdo —dijo y dio medio vuelta.
— ¡Sam!
— ¿Sí?
—Dulces sueños. Sonrió y se alejó por el pasillo.
Al llegar a la puerta de la habitación de invitados la asaltaron nuevas dudas.
¿Dónde se suponía que debía dormir esa noche? Después de unos instantes entró en
su habitación y cerró la puerta. Ryder escuchó la puerta al cerrarse y supo que Sam
había entrado en su habitación, pero no en la de él. Puede que fuera lo más sensato,
al menos esa noche. Nunca se había considerado un hombre celoso, pero no cabía
duda de que se había comportado como tal.
Las mujeres estaban en el mundo para divertirse con ellas, pasarlo en grande y
disfrutar en la cama. Y si bien esa actitud podría valerle el calificativo de «campeón
entre los cerdos machistas», nunca había utilizado una posición de poder con una
mujer. Nunca antes en toda su vida había tratado mal a una mujer y, hasta esa misma
noche, habría llamado mentiroso a cualquier hombre que lo hubiera acusado de algo

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semejante. Pero algo había saltado en su interior cuando había entrado en el establo y
había descubierto a Sam con Scooter. Un anhelo primitivo de reivindicación se había
despertado: el temor a perder algo valioso, y eso le había hecho perder los estribos.
Una sola mirada a Sam había bastado para...
Los viejos recuerdos inundaron su memoria. Una sola mirada a Sam le había
bastado para ver a otra persona. No se había dado cuenta, pero ella sí. Recordó las
palabras de Sam. Hasta entonces, preso de los celos, no había caído en la cuenta. Pero
eso no justificaba en ningún caso que hubiera reaccionado de un modo tan violento.
No mantenía con Sam una relación que viniera de atrás. Ni siquiera se había juntado
por una mutua atracción. Solo se trataba de sexo. Maravilloso, pero nada más que
sexo.
Entonces, ¿por qué sentía la imperiosa necesidad de ir a buscarla, arrodillarse
frente a ella e implorarle su perdón? ¿Y por qué el hecho de que Sam lo perdonara se
había vuelto tan importante para él? Todo estaba yendo muy deprisa y no tenía la
menor idea de hacia dónde se dirigían. Solo sabía que, tanto si había acuerdo como si
no, tenía que disculpar se con ella por lo que había ocurrido esa noche. Y después
tenía que buscar la forma de que todo volviera a la normalidad antes de que su
desmedida reacción lo hubiera estropeado todo.

Sam se despertó sola mucho antes de que sonara la alarma. Estaba decidida. La
pelota estaba en su lado de la pista y estaba dispuesta a jugar. Esa mañana, a lo largo
del día, hablaría con Ryder y averiguaría lo ocurrido en el establo la tarde anterior.
Tenía que conocer la respuesta, fuera la que fuera. Incluso si significaba el final de su
trato. Por mucho que no lo deseara, ¿cómo podría mantener vigente el acuerdo vista
la situación? Y, desde luego, ella no deseaba romper el trato. Quería seguir adelante a
toda costa, algo que solo había comprendido cuando había atisbado la posibilidad de
una ruptura. Sam se levantó, se duchó, se vistió y fue a la cocina. Estaba vacía.
Encontró a Ryder en el establo. Estaba cepillando uno de los potros que
servirían para que montasen los niños. Se quedó un momento en el umbral de la
puerta, observándolo. Tenía una figura impresionante. Adoraba su cuerpo, esculpido
con detalle, músculo a músculo.
Adoraba la manera que tenía de moverse y sus manos... fuertes y poderosas.
Cepillaba con esmero el pelo del caballo hasta que el animal se estremeció de gusto
ante las constantes caricias de Ryder. Sam también sabía cómo se sentía una persona
al sentir aquellas manos sobre su piel. En ese momento comprendió que no estaba
preparada para prescindir de Ryder y confió en que ese paso no llegara nunca.
—Buenos días —saludó y avanzó hacia él.
—Hola.
— ¿Quién es tu amigo? —preguntó mientras señalaba al potro.
—Este es Príncipe —dejó de cepillar y palmoteo al animal en la cabeza—.
Saluda a la señorita, Príncipe.
—Muy bonito —aseguró Sam—. Seguro que a los niños les encanta.

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—Sí —asintió, y se quedó de pie sin saber qué hacer.


—Ryder...
—Antes de que sigas, Sam, quiero que sepas que me he pasado casi toda la
noche en vela y buena parte de la mañana buscando la forma de disculparme —se
adelantó—. Pero solo se me ocurren dos palabras. Lo siento.
—Bueno, está bien.
—No, no lo está. Tú tenías razón. Me comporté como un perfecto imbécil. Si
hubiera descubierto a otro hombre tratando a una mujer del modo en que yo te traté
a ti, lo habría arrastrado fuera del establo y lo habría golpeado sin desmayo. Menos
mal que Cotton no lo presenció. De lo contrario, me habría tenido que sacudir —dio
un paso adelante hacia Sam—. Permití que una vieja herida me dominara.
—Ya lo sé.
—Sí, lo viste de primera mano y quiero darte las gracias por mostrarte tan
comprensiva.
—Es humano, Ryder.
—Quizá, pero eso no justificaba de ninguna manera mi comportamiento. No
volverá a ocurrir. Tienes mi palabra.
Aliviada al comprobar que la situación se había equilibrado de nuevo, se metió
las manos en los bolsillos y empezó a balancearse levemente sobre sus tacones.
—Es una lástima —dijo Sam, y le dirigió una mirada picara a través de sus
pestañas.
— ¿Qué?
—He dicho que es una lástima —repitió—. Olvidas que mi reacción no fue
precisamente la de levantar las manos para pedir auxilio y alejarme a la carrera.
—No habrías podido —dijo él—.Te tenía maniatada. Y eso a las mujeres no les
gusta.
—Eso depende del hombre —se acercó a él—. Reconozco que me sentí algo...
sorprendida. Pero ya no soy una niña, Ryder. No tienes que tomar ninguna decisión
en mi nombre.
— ¿Te hice daño? —preguntó y acercó su mano enguantada al brazo de Sam.
—No. Y la verdad es que nunca temí que pudieras hacerme daño —añadió
Sam—. Relájate, Ryder.
El alivio en la mirada de Ryder casi le dieron ganas de gritar a Sam. Podía
advertir cómo la intensidad disminuía lentamente.
— ¿Comprendes a lo que me refiero? —Continuó Sam—. Sí, estabas furioso. Yo
estaba asombrada, y excitada. Y si eso provoca que me comporte de un modo
descarado y desvergonzado, tendrás que asumirlo.
Ryder estaba visiblemente sorprendido. No tenía la menor idea de que
existieran mujeres como Sam, pero se sentía enormemente agradecido de que ella se

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hubiera cruzado en su camino. Miró a Sam un buen rato mientras sus ojos pasaban
de la perplejidad inicial a la aceptación. Al final sonrió y sus ojos brillaron.
—Bueno, es un trabajo duro —dijo—. Pero alguien tendrá que hacerlo.
—Gracias —suspiró Sam aliviada—. ¿Ryder?
— ¿Sí?
—Eres más que suficiente. Él miró el suelo, sacudió la cabeza y dirigió a Sam
una sonrisa cautivadora.
—Eres una caja de sorpresas, ¿lo sabías?
—Solo quería que supieras cual es mi posición.
—Preciosa, después de esto no volveré a cuestionarte —asintió Ryder.
Satisfecha de que todo hubiera vuelto a la normalidad, Sam ayudó a Ryder a
cepillar a Príncipe y después prosiguieron el trabajo con dos potros más.
— ¿Todo está listo para los invitados de esta tarde? —preguntó Sam al
terminar.
—La mayor parte, sí —dijo Ryder—. Dependerá de cuánta gente quiera montar.
No tenemos demasiada gente. ¿Tú sabes montar?
— ¿Yo? ¿Montar a caballo? Bueno, Ryder, me encantaría ayudar pero hace
mucho que no lo hago —aseguró Sam—. Sería más práctico que no contaras
conmigo. No soportaría ponerte en un aprieto delante de tus invitados.
—Dejaré que te libres por esta vez, pero no puedes conocer los entresijos del
funcionamiento de un rancho si siempre vas a pie —dijo Ryder—. Mañana por la
mañana tomarás unas para refrescar la memoria.
—De acuerdo —Sam tendió la mano a Ryder—. Tenemos otro trato.
Ryder aceptó la mano de Sam, pero entonces tiró de ella hacia un rincón oscuro
del establo y la besó. No fue la clase de beso apasionado y fulgurante de la noche
anterior, pero de alguna forma había resultado igual de perturbador en el ánimo de
Sam. Un beso tierno, dulce y profundo que indicaba un cambio y que aventuraba
promesas que ninguno de los dos se habría atrevido a expresar con palabras.

Bastante después de que hubiera oscurecido, una vez que todos los invitados se
habían marchado y se habían completado las tareas de limpieza, Ryder y Sam
arrastraron sus cuerpos hasta la casa. Sam se dejó caer en la primera silla que vio.
— ¿Cómo es posible que algo que en apariencia resulta tan divertido pueda
destrozarte hasta el último músculo de tu cuerpo? ¿Cómo puedes soportar una paliza
semejante más de una vez a la semana?
—Te acostumbras a todo —dijo Ryder con una sonrisa.
—Soy una debilucha —dijo Sam—. Incluso Cotton resiste más que yo.

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—Vamos, no seas tan dura contigo misma —dijo Ryder que, situado tras ella,
empezó a darle un suave masaje en los hombros.
— ¡Oh, Dios mío! Es una maravilla —suspiró Sam—. ¿Podrías quedarte ahí de
pie y seguir con el masaje durante las próximas dos horas?
—Tengo una idea mejor —se inclinó y la besó en el cuello—. ¿Qué te parece si
vamos a mi habitación, nos damos una ducha caliente y después te tumbas en mi
cama para un masaje completo?
Sam se giró lentamente y lo miró a los ojos.
— ¿Juntos? —Ryder se limitó a ladear la cabeza algo sorprendido—. ¿Quieres
que nos duchemos juntos?
—A mí me parece una idea fantástica —contestó Ryder, que la tomó de la
mano.
—A ver si lo he entendido —repitió Sam—. Primero una ducha...
—Tú me frotas la espalda y después yo te la froto a ti... para empezar.
—Y después me das un masaje.
—De la cabeza a los pies —aseguró Ryder—. Por delante y por detrás.
— ¿Y después? —bromeó ella.
—Después —apuntó Ryder mientras la besaba en los labios con leves pellizcos
—creo que podemos empezar el curso para comprobar qué tal montas.

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Capitulo 5

El lunes por la mañana, Sam condujo su coche hasta Dallas y se dirigió a su


antigua oficina. Fue directa al despacho de Personal, se embolsó su última paga y
después preguntó a uno de los conserjes si le podía facilitar algunas cajas para
guardar sus efectos personales y un carrito para llevarlo todo hasta su coche.
Acababa de sacar sus anotaciones acerca de la tasación de la propiedad de Copper
Canyon cuando Wendall Anderson cruzó por delante de su puerta. Se detuvo,
obviamente sorprendido al verla.
— ¡Vaya, señorita Collins! —balbució sin mucho aplomo—. Estaba usted fuera
el pasado viernes por la tarde, ¿verdad?
—Sí, señor —asintió Sam.
Podría haber sacado de dudas al señor Anderson e informarlo de que estaba al
corriente de los despidos, pero decidió tomarse una pequeña revancha. Además, su
superior estaba tan nervioso que no dejaba de sudar. Sam estaba disfrutando ese
momento.
—Usted me pidió que procediera con urgencia en ese tema de la tasación y...
— ¡Ah, sí! Ahora lo recuerdo. Bueno, el caso es... La verdad es que había
asumido que ya la habrían informado —dijo y tragó saliva.
— ¿Informarme acerca de qué?
—Bueno, la compañía... Desde luego, usted estaba al tanto de la fusión.
—Sí, señor.
—Bueno, desafortunadamente, se ha hecho necesario proceder a ciertos recortes
en la plantilla —continuó Anderson.
Miró a Sam de un modo muy directo, confiado en que ella captaría el mensaje y
le ahorraría el mal trago de ir al meollo de la cuestión. Y de pronto Sam comprendió
que esa pequeña venganza no resultaría suficiente para satisfacer la ofensa. Deseaba
resarcirse en toda regla. Cualquier persona que tuviera en su mano el poder de
alterar el devenir de otras vidas merecía al menos el apuro de enfrentarse cara a cara
con su víctima. No iba a permitir que el señor Anderson se librara tan fácilmente.
—Eso es terrible —asintió Sam—. ¿Los recortes han afectado a mucha gente?
—Bueno... unos cuantos empleados, sí.

— ¿Connie ha sido una de las damnificadas?


—Sí, creo que sí.
—Me ha parecido extraño no verla en su mesa. Suele ser muy puntual — Sam
sacudió la cabeza en un gesto de sincera pesadumbre por el destino que había

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corrido su secretaria—. No sé cómo me las voy a arreglar sin ella. Era mi brazo
derecho.
—Señorita Collins...
— ¿Sí?
Sam apenas pudo reprimir una sonrisa cuando vio al señor Anderson sacar un
pañuelo del bolsillo para secarse las manos empapadas en sudor. Era una pequeña
victoria en su haber.
—Lo lamento, pero también la han despedido a usted —dijo al fin Anderson.
— ¡Oh! —suspiró Sam con la mano sobre la garganta y los ojos muy abiertos—.
Entiendo.
—Pensé que le habría llegado la noticia a través de los corrillos. La verdad es
que no esperaba verla por aquí esta mañana —respiró hondo y guardó el pañuelo—.
Pero ya que ha venido resultaría de gran ayuda que le dedicara unos minutos a
terminar ese tema de la tasación.
Sam no podía creer lo que acababa de escuchar. Era un hombre demasiado
estúpido para que ella se molestara siquiera en vengarse de él. Pero no lo descartó
del todo.
—Bajo las circunstancias actuales me llevará un poco más de tiempo del que
sería deseable, señor Anderson. Pero me llevaré mis notas manuscritas, que no
resultan muy legibles, y las pasaré a máquina —empezó a guardar un montón de
documentos que tenía sobre la mesa de su despacho—. Por cierto, quizás le interese
saber que ya hay un comprador interesado en la propiedad del señor Wells y, por lo
que me ha dicho, está dispuesto a pagar una buena suma. Si me disculpa, tengo que
ir a buscar unas cajas de cartón.
No se sintió en absoluto culpable por haber mentido acerca de ese inexistente
comprador. Quería que Anderson sudara un poco ante la perspectiva. Con relación a
sus notas, Sam no se las entregaría hasta que se congelase el mismo infierno. Saldrían
de su despacho igual que habían entrado, guardadas en su maletín. Pasarían días o
incluso semanas antes de que Anderson se preocupara por buscarlas. Y aún pasarían
varios días más hasta que se diera por vencido y decidiera asignar el asunto a otra
persona. Si tenía en cuenta la cantidad de trabajo acumulado que había, amén de los
errores humanos, Sam confiaba en que Ryder tendría tiempo más que suficiente para
salvar su rancho antes de que el banco lo reclamara. Esa idea la hizo sonreír.
Además, había logrado fastidiar el día de Anderson de buena mañana. Ese
pensamiento bastó para alegrarle el día.
Una hora más tarde había vaciado su despacho y se había alejado de allí en
dirección a Copper Canyon. Todavía le resultaba extraño que los dos sentimientos
que la embargaban ante la idea de perder su trabajo fueran el alivio y la libertad.
Había vivido tan volcada en sus tareas que no había comprendido que el trabajo la
había sometido por completo.
Había anulado su vida privada. Unos pocos días alejada de la presión y de la
lucha constante habían servido para que recobrase la salud, tanto física como mental,

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que había perdido años atrás. La obsesión por el éxito que la había acompañado
desde que había abandonado el orfanato parecía que se había neutralizado. Un mes
atrás habría sentido pánico ante una situación similar. Incluso una semana antes
habría caído presa de la angustia y no habría podido pensar en otra cosa que no fuera
el trabajo. Ahora solo deseaba descansar junto a Ryder Wells en su rancho de Copper
Canyon.
Sam se pasó toda la tarde trabajando. El despacho de Ryder había quedado a su
entera disposición, mientras él entregaba un caballo perdieron a un ranchero de la
comarca. Al final de la jornada laboral había recibido tres pujas, por fax o por correo
electrónico, de tres nuevos candidatos. Si Ryder decidía mantener la puja podría
reportarle más de doscientos dólares al cabo del mes. No era mucho, pero cualquier
ayuda era bienvenida. Y era tan solo el principio. Todavía no había empezado a
buscar un nuevo proveedor de carne, que era una de las cuentas de mayor gasto.
Sam pretendía recortar gastos en las facturas de suministros, en publicidad y en
personal. Tenía que reconocer que no deseaba abordar el tema del control de gasto.
Pero, aunque no sería fácil, sabía que tenía que enfrentarse a ello. De pronto se
acordó de Rosemary Booker y sus dos niños. El hecho de confraternizar con los
empleados de Ryder seguramente no había sido una buena idea, pero, una vez que
había ocurrido, no podía permanecer distante y ajena. Una voz interior le recordó
que no debía perder la objetividad, pero sentía que ya era demasiado tarde.
Sam abandonó el despacho poco antes del ocaso, satisfecha del trabajo
realizado. No encontró ni a Mamie ni a Ryder por ninguna parte, así que fue directa
al corral. Los chicos ya habían regresado del instituto y practicaban caídas desde lo
alto del caballo, simulando que habían recibido un disparo. Sam sonrió. Era una
versión adulta de los enfrentamientos entre indios y vaqueros. Cotton observaba los
juegos de los chicos desde su sitio favorito.
—Hola —saludó Sam mientras se acercaba.
—Hola, Sam. No te he visto en todo el día.
—He estado ocupada buscando la manera de ahorrar un poco de dinero a
Ryder.
—Estaba seguro que lo harías bien —dijo con una sonrisa—. Entonces, ¿crees
que podremos quedarnos aquí?
—No es tan sencillo. Apenas he hecho un remiendo. Si te soy sincera —dijo
Sam—, lo que más me preocupa es el tiempo. No sé si tendremos suficiente.
—Tú solo tienes que hacer todo lo que esté en tu mano. Es lo único que se te
puede pedir —señaló Cotton.
—la verdad es que necesitamos un inversor, pero...
—Sí. Estoy seguro que Ryder dio al traste con la idea nada más mencionarla.
—Sí, en efecto.
—No quiere saber nada de socios—apuntó Cotton—. Incluso nos rechazó a
Mamie y a mí.

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— ¿A vosotros?
—Hace menos de seis meses que Mamie y yo le ofrecimos nuestra ayuda. Le
dijimos que podía disponer de nuestros ahorros a voluntad. Tendrías que haberlo
visto. Se puso hecho una furia, igual que un toro salvaje. Dijo que preferiría estar
enterrado bajo tierra antes que utilizar nuestro dinero. ¡Demonios! —Exclamó
Cotton—, ¿acaso no se da cuenta que es como un hijo para nosotros?
—Yo creo que sí lo sabe, Cotton —señaló Sam—. Pero le resulta difícil la idea de
aceptar que parte de este rancho pase a manos de otras personas, incluso de aquellas
a las que quiere y aprecia.
—Sí, supongo. Es testarudo como una mula, pero es algo que le viene de
familia. Su padre y su abuelo estaban cortados por el mismo patrón.
—Reconozco que no me sorprende lo más mínimo —dijo Sam y ambos rieron.
Uno de los jinetes descabalgó de su caballo con una pirueta a menos de dos
metros de donde se encontraban. El joven se quitó el sombrero y se inclinó ante Sam.
Al tiempo que ella sonreía y aplaudía, el chico montó de nuevo su caballo y se alejó
al galope para reunirse con sus amigos.
—Es muy bueno —señaló Cotton.
—Ya lo creo. De hecho, es el mejor. Todos los chicos admiran a Ryder, pero Ellis
siente auténtica devoción por él. Hace cerca de un año que viene al rancho con
regularidad. Dice que quiere ser especialista.
— ¿Crees que lo logrará?
—Ryder dice que tiene talento y mucha cabeza. Y Dios sabe que ha trabajado
duro. Se graduará con matrícula a finales de este mes en el instituto. Dice que irá a
una escuela de especialistas tan pronto como reúna el dinero.
—No tenía idea de que existiera esa clase de escuelas —confesó Sam.
—Supongo que sí.
— ¿Ryder se formó en uno de esos centros?
—No. Aprendió a las bravas. Se juntó con un tipo de ese mundo que le enseñó
el oficio.
—La verdad es que Ryder no suele hablar de su pasado y de lo que hacía antes
de hacerse cargo del rancho —dijo Sam.
—Bueno, supongo que ya tiene bastante con pensar en el futuro para además
ocuparse de recordar el pasado —apuntó Cotton.
—Por cierto, ¿dónde está?
—La última vez que lo vi estaba a merced de Mamie en la cocina. Creo que
había prometido que arreglaría la lavadora y ya han pasado seis meses desde
entonces.
—Supongo que eso le ha dado en qué pensar — sonrió Sam.

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Ryder sabía que Cotton lo había visto y podía leer la mente de su viejo amigo.
El viejo capataz no dejaba de darle vueltas a la idea de que Ryder aceptara a una
mujer tan fantástica antes de que otro se le adelantara. En apenas tres días, Mamie y
Cotton habían aceptado a Sam como un miembro más de la familia. Eso molestaba a
Ryder. Sam y él no eran amantes. Al menos, no formaban una pareja tradicional. Y
no deseaba que la relación se volviera demasiado... hogareña. No deseaba ninguna
clase de intimidad, salvo aquella que implicaba a Sam en su cama. Ese era el trato y
así confiaba en que seguiría siendo.
Sacudió la cabeza. Nunca antes había conocido a una mujer como ella. Era
honesta, directa, astuta como un lince y no se amilanaba ante nada. No era como la
clase de mujeres que había conocido en el pasado. Y era drásticamente opuesta a
Alicia. Era una cuestión de confianza. ¿Acaso no era eso lo que había dicho Sam? Se
había mantenido fiel a unos principios a lo largo de casi un año. Así se había
protegido de posibles errores. Siempre que se trataba de las mujeres había mantenido
la mente despejada, la cartera cerrada y el corazón escondido. Quizá por eso todavía
se preguntaba qué le había llevado a permitir que Sam inspeccionara sus libros de
cuentas y metiera las narices en su negocio.
La realidad era que, aparte del sexo, se sentía a gusto con ella. Al principio, la
mera presencia de Sam en su propiedad lo había molestado, pero habría sentido lo
mismo hacia cualquier empleado que hubiera aparecido para tasar el rancho. Pero
había algo en Sam que inspiraba confianza. Mientras reflexionaba sobre esa cuestión
no experimentó la ansiedad que habría esperado.
—Está bien para ser una chica de ciudad —dijo Mamie, que apareció tras él.
— ¿Eso crees?
—Sí. Además es muy atractiva. Y yo diría que sabe lo que hace.
—Es mucho más lista que yo, según parece.
—Bueno, eso no es muy difícil —señaló Mamie con una sonrisa burlona.
—Vaya, gracias.
—Me refiero en lo que concierne a las mujeres. Puedes resultar encantador,
pero tienes un pésimo gusto a la hora de elegir —Mamie alcanzó la cafetera y llenó
dos tazas—. Nunca te quedas con la que te conviene.
— ¿Ahora te has convertido en una experta en ese tema?
—No —dijo tras una pausa—. Pero tienes tendencia a liarte con aquellas
mujeres que mienten y engañan para conseguir lo que quieren. Pero será mejor que
te andes con ojo con esta chica. Ella es un valor seguro.
Ryder pensó en esas palabras mientras Mamie se alejaba. Era una mujer muy
sexy, desde luego. Pero, por el momento, era todo lo que quería de ella. Ya casi había
terminado la reparación que Mamie le había pedido. Unos minutos más tarde se
reunió con Cotton en el exterior.
—Vaya, aquí viene el jefe —dijo Cotton—.Ya era hora de que aparecieras para
ayudarme a descargar ese remolque.

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Señaló un remolque cargado de balas de heno enganchado a la camioneta de


Ryder.
— ¿Qué es esto? —bromeó Ryder—. ¿Una huelga de brazos caídos?
—En efecto. Me he pasado el día sentado en una mecedora. ¿No es cierto, Sam?
—Absolutamente.
—Bien, puesto que estás tan descansado, supongo que acompañarás a Mamie
esta noche al bingo —sugirió Ryder.
—Había olvidado que era esta noche —gruñó Cotton desganado—. ¿Os
gustaría acompañarnos, chicos?
—Bueno, la verdad...
Sam apartó la vista. No estaba especialmente interesada en el plan, pero no
quería herir los sentimientos de Cotton o de Mamie.
—Prometí a Sam que le enseñaría a jugar al póquer —señaló Ryder.
—Es cierto —dijo Sam y levantó la cabeza—.Y nunca prometes nada que no
puedas cumplir, ¿verdad?
La mirada intensa de Ryder penetró en ella como el sol de julio al mediodía.
—Así es. ¿Quieres acompañarme al establo mientras descargo el heno?
—Claro —se despidió de Cotton con la mano y subió a la camioneta—. Nos
hemos librado por los pelos.
—Tienes suerte de que piense rápido.
—Ya que mencionas eso, existe una buena posibilidad de que haya encontrado
la forma de ahorrarte algo de dinero.
—Continúa.
—De momento solo he rascado la superficie. Aún nos queda un largo camino
por recorrer —señaló Sam—. ¿Qué estás haciendo?
Ryder pasó de largo junto a la puerta del establo, lo rodeó hasta detenerse en la
parte trasera del edificio y apagó el motor.
—Algo en lo que llevo pensando todo el día — dijo.
— ¿Y de qué se trata?
—Acércate.
—De acuerdo —Sam se movió en el asiento hacia él—.Y ahora qué...
Ryder la tomó por la cintura hasta apoyarla contra su regazo y la besó antes de
que Sam pudiera terminar su frase. Y continuó besándola hasta que ella se quedó sin
respiración, incapaz de pensar en nada. Al sentir cómo la mano de Ryder comenzaba
a desabrocharle los botones de la camisa, Sam intentó protestar.
—Alguien podría vernos —musitó.

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— ¿Por qué crees que he aparcado aquí? Tan solo deseo... —Ryder terminó de
abrir la camisa de Sana— una pequeña prueba.
A continuación, deslizó la lengua sobre la piel suave de sus pechos antes de
regresar sobre sus labios entreabiertos.
El deseo se expandió a través del cuerpo de Sam como un reguero de pólvora.
Nunca había conocido nada semejante al furor que despertaba en ella Ryder cada vez
que la acariciaba. Claro que nunca había conocido a un hombre como él. Hacía que se
sintiera sexy, tierna y poderosa al mismo tiempo. Era una mezcla embriagadora de la
que nunca se saciaba.
Ryder se inclinó para besarla en el cuello y en el lóbulo de la oreja.
— ¿Alguna vez has hecho el amor en el asiento trasero de un coche? —preguntó
Ryder con voz gutural.
—Esto es una camioneta y... —se quedó sin aliento cuando Ryder le bajó el
sujetador y atrapó uno de sus pezones entre los dientes—. ¡Ryder!
Se movió para acercarse a él, pero el sonido de unas voces la detuvo. Los chicos
que habían estado divirtiéndose con los caballos poco antes venían caminando hacia
la camioneta.
— ¡Maldita sea! —Gruñó Ryder mientras ambos trataban de recuperar la
compostura—. Si nos ven aquí seguro que se paran para charlar.
Sam regresó al asiento del copiloto mientras se abrochaba los botones a toda
prisa. Se apartó el pelo de la cara y procuró recuperar una expresión de normalidad.
Ambos se quedaron sentados, muy quietos. Esperaban que los chicos los
reconocieran, pero los muchachos estaban tan enfrascados en sus asuntos que
pasaron a su lado sin notar su presencia.
Hasta que no pasaron de largo Sam no advirtió que había estado conteniendo la
respiración. Antes de que Ryder volviera a la carga, levantó una mano para detener
su acometida.
— ¡Oh, no! —dijo—. Estoy dispuesta a arriesgar mucho, pero en ningún caso
voy a convertirme en el cotilleo favorito de los chicos del instituto.
—Eres una aguafiestas —rió Ryder.
—Creo que deberíamos soltar el remolque y regresar a casa.
—En ese caso, tendrás que concederme un minuto, encanto. Ahora mismo no
podría dar tres pasos seguidos —Sam se sonrojó por primera vez desde que se
habían conocido—. Así que, para despejarme, ¿por qué no me cuentas qué has
ideado para ayudarme a reducir gastos?
Sam le comentó sus planes acerca de la publicidad y la idea de contactar con un
nuevo proveedor de carne. Mientras ella hablaba, Ryder se limitaba a escuchar. Cada
minuto que pasaba era más consciente de que había subestimado el compromiso que
Sam había adquirido para ayudarlo. Tenía en la cabeza un plan perfectamente
estudiado, incluidos los plazos y las posibles alternativas. Después de la explicación,
Ryder estaba listo para desenganchar el remolque.

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—Tengo que conectarme a Internet después de la cena para buscar afirmación


acerca de subvenciones —dijo Sam camino de la casa.
— ¿Subvenciones?
—Claro. Hay mucho dinero disponible si se sabe buscar en los lugares
indicados. Mi tercer, no, mi cuarto trabajo consistió en trabajar en la universidad. Me
hacía cargo de las becas y los préstamos a los estudiantes.
— ¿Y qué hiciste antes de eso?
—Déjame pensar. En primer lugar, con quince años, trabajé de canguro para
una familia con dos crios. Me ocupaba de todo excepto de la cocina. Después fui
cajera en una panadería mientras estudiaba. Y por último trabajé como modelo en mi
primer año de universidad. Pero duré muy poco.
— ¿Fuiste modelo?
—Todo fue bien hasta que el profesor me dijo que tenía que posar desnuda.
—Sabía que eres la bomba —dijo Ryder riendo.
—Ni que decir tiene que las hermanas del orfanato se encargaron de que fuera
el trabajo que menos me ha durado en la vida.
— ¿Puedo preguntarte qué le ocurrió a tu familia? Bueno, si te molesta hablar
de ello...
—No, está bien. Me dijeron que mis padres se mataron en un accidente de
coche antes de que yo cumpliera un año. La hermana de mi madre se ocupó de mí un
par de años, pero entonces le diagnosticaron un cáncer. No había nadie más, así que
ella arregló todo para que me admitieran en un orfanato católico de San Antonio.
Creo que mi padre fue hijo único. Nunca he tenido noticias de ningún familiar.
—Debió de ser muy duro.
—No se puede echar de menos lo que no se ha conocido —señaló ella con
indiferencia.
Eso había sido verdad hasta pocos días atrás. Una inesperada punzada de
soledad se infiltró en su ánimo ante la idea de que, antes o después, tendría que
marcharse del rancho. Apartó la idea de su cabeza.
— ¿Y tú? Cotton me contó que tu padre falleció el año pasado.
Sam omitió mencionar a su madre, ya que Cotton tampoco había hablado de
ella. Puede que lo hubiera abandonado o que fuera un tema tabú en la familia.
—No acostumbro a hablar de mi familia.
—Perdóname. No quería ser una entrometida.
—No te preocupes, Sam. Supongo que no hablo de ellos porque procuro no
pensar en ellos más de lo imprescindible —confesó Ryder.
Bucear en su pasado siempre le había resultado muy doloroso, pero de algún
modo parecía sensato abrir su corazón a Sam. No se paró a preguntarse el porqué de

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esa certeza, pero estaba seguro. Aminoró el paso a medida que los recuerdos salían a
la luz lentamente.
—Mi madre murió de cáncer cuando yo tenía cuatro años, igual que tu tía.
Sam advirtió que Ryder había aminorado la marcha aún más. Tenía la vista
sobre el horizonte. Parecía que estuviera decidiendo si debía dar rienda suelta a sus
recuerdos. Sam estimó más prudente guardar silencio y esperar.
—Tenía un hermano mayor —dijo finalmente con la voz tan metálica como una
vieja bisagra oxidada por el tiempo—. Doce años mayor. Mis padres creían que ya no
podrían tener más hijos, pero entonces llegué yo. Cliff, mi hermano, se mató en un
rodeo cuando yo todavía estaba en la escuela primaria.
Hubo un largo silencio antes de que Ryder retomara la palabra.
—Era jinete de toros salvajes. Y muy bueno. Estaba compitiendo en un rodeo
menor en Tyler, al aire libre. La noche anterior había llovido torrencialmente. Al
sonar la bocina, Cliff montó al animal. El toro no dejaba de brincar y saltar. Entonces
resbaló, Cliff cayó al suelo y el toro cayó sobre él. Murió pocas horas después.
—Tú lo viste —señaló Sam, que había comprendido por la forma en que lo
había relatado que Ryder había presenciado la escena.
—Estaba totalmente cubierto de barro. Yo...yo no pude reconocer su cara
cuando lo metieron en la ambulancia. Y ya no me dejaron verlo —Ryder respiró
hondo, estremecido por el recuerdo—.Algunas veces, si llueve...
— ¡Oh, Ryder! Lo siento, lo siento mucho.
—Es...
—No digas que está bien —tomó su mano de un modo instintivo—. No puede
estar bien. Tú apenas eras un crío y seguramente adorabas a tu hermano. Y perderlo
de un modo tan terrible tuvo que resultar muy doloroso. Y seguro que todavía lo es.
Ryder la miró sorprendido de que ella pudiera comprender lo que sentía. Sam
se preguntó si Ryder habría compartido alguna vez su dolor con su familia.
—Cotton me llevó al hospital aquella noche — añadió en lo que pareció ser una
conclusión.
Hasta cierto punto, eso explicaba todo. Desde entonces, nada había sido igual.
La relación con su padre había cambiado por completo. Art Wells no le había dado la
espalda a su hijo pequeño, pero se había retraído de una forma incomprensible. De
ese modo, Cotton West se había convertido en un segundo padre para él.
Ryder volvió a tomar aire. Se sentía purificado. No había hablado de su pasado
en años y, por muy doloroso que resultase, ya iba siendo hora de librarse de esos
recuerdos. Resultaba de gran ayuda tener el apoyo de Sam y su mano entrelazada.
—Cliff había ayudado a mi padre con el rancho desde la cuna. Yo siempre sentí
miedo de no ser más que un segundón. Conseguí el trabajo por incomparecencia y
nunca he estado a la altura.
—Pero te encanta este sitio.

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—Sí, es cierto. Pero me costó muchos años regresar aquí. Cliff había dejado una
huella muy profunda en este lugar. Y yo odiaba la idea de convertirme en la imagen
que mi padre deseaba de mí. Así que, cada vez que me proponía que me hiciera
cargo de esto, yo me negaba con más fuerza. Nunca pensé que pudiera estar a la
altura de mi hermano, así que decidí que mi única alternativa era marcharme.
—Y te convertiste en un especialista. Ryder asintió, agradecido por dejar atrás
recuerdos tan íntimos.
—He pasado algunos de los mejores años de mi vida saltando desde los tejados,
recibiendo disparos, envuelto en llamas y afrontando los retos más difíciles.
— ¿Y eso era divertido?
—Ya lo creo.
—A mí me daría pavor.
—Precisamente por eso es tan divertido.
— ¿Lo echas de menos?
—Si te soy sincero, sí. A veces echo de menos un poco de acción, la adrenalina.
Pero por nada del mundo deseo volver a Los Angeles ni tener relación con nada de
allí. Ahora Texas es mi hogar —se detuvieron frente a la puerta de atrás—. Me llevó
algún tiempo comprender lo que esto significa para mí. Pero estoy dispuesto a luchar
sin desmayo para defender mi propiedad.
—Tenemos una oportunidad para eso, Ryder. Y voy a hacer todo lo posible
para que ocurra —apuntó Sam.
—Gracias —Ryder no soltó la mano de Sam cuando ella hizo ademán de entrar
en la casa—. ¿Sabes? Nuestro trato empezó de un modo algo apresurado y caótico.
Pero me alegro de que aparecieras, se estropeara tu coche y de que quisieras echar
una cana al aire.
—Yo también me alegro.
Entraron en la cocina justo cuando Mamie sacaba del horno un estofado recién
hecho.
—Ya era hora de que aparecierais. Sam, la salsa de la carne ya está lista, hay
judías en la cazuela y el pan se está haciendo. Seguro que puedes ocuparte de todo.
Yo tengo que arreglarme para ir al bingo —señaló Mamie con una amplia sonrisa—.
Solo consigo que ese viejo con el que me casé me lleve a la ciudad una vez al mes.
Tengo que aprovecharme mientras dure.
—Espero que lo pases bien —dijo Sam.
—Esa es mi intención —recalcó Mamie mientras se quitaba el delantal y se
alejaba hacia su habitación.
— ¿Tienes hambre? —preguntó Sam una vez a solas.
—La verdad es que sí. ¿Necesitas ayuda?

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—Ya has oído a Mamie. Tan solo resta por hacer puré las patatas cocidas.
Mientras me encargo, ¿por qué no vas al despacho y echas un vistazo a las ofertas de
las que te he hablado? —sugirió Sam.
—Es una buena idea.
Cuarenta y cinco minutos más tarde habían terminado de cenar y estaban
disfrutando de un reconfortante café.
— ¿Sabes lo que he pensado? —Dijo Sam mientras se frotaba la nuca—. Creo
que dejaré el tema de las subvenciones para mañana. Una vez haya limpiado y
recogido la cocina, voy a darme un baño bien largo.
—Adelante —ofreció Ryder—.Yo me haré cargo de esto.
— ¿Estás seguro?
—Oye, soy perfectamente capaz de envolver las sobras en plástico y fregar unos
cuantos platos sucios —dijo Ryder—. ¿Cómo crees que he sobrevivido todos estos
años?
— ¿Y las amigas?
—Bueno —sonrió con malicia—, no te negaré que he recibido alguna ayuda
ocasional.
—No necesitas ofrecerte dos veces —aceptó Sam—. Gracias.
—Pero asegúrate de que no terminas con todo el agua caliente —gritó mientras
ella desaparecía por el pasillo.

Sam vertió generosamente las sales de baño que había comprado sobre la
bañera, llena hasta el borde de agua caliente. Encendió unas cuantas velas, se recogió
el pelo con una pinza en lo alto de la cabeza, se desnudó y entró en el agua. Gimió de
puro deleite mientras se hundía en el agua jabonosa hasta la barbilla.
Pensó en su propio placer mientras aspiraba el aroma del vapor de agua. Había
experimentado ese mismo placer a lo largo de todo el día, incluido su paso por el
banco. Sentía que se había arrancado un gran peso que llevaba sobre los hombros. Su
paso era más ligero y su cabeza estaba más despejada. No sentía remordimientos, y
menos con respecto a Ryder.
Pensó en la conversación que habían mantenido y en cómo sus vidas habían
seguido un camino paralelo, repletas de dolor y miseria. Siempre había considerado
a las personas con una familia muy afortunadas, bendecidas con un regalo divino. Su
mayor desconsuelo siempre había sido carecer de una. Nunca había pensado que
podría resultar igual de doloroso decepcionar a la familia. O, todavía peor, no
apreciarlos hasta que fuera demasiado tarde. Estaba segura de que a Ryder no le
había resultado fácil hablar de su pasado. Se sentía especial porque la hubiera
elegido a ella para compartir sus confidencias. Aquello iba más allá de un simple
trató.

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Una vez más estaba fantaseando. Tomó en la cuenca de sus manos unas cuantas
burbujas, las acercó a la cara y sopló. Las burbujas volaron por el aire y
desaparecieron igual que su esperanza de que hubiera entre ella y Ryder algo más
que su peculiar negocio. Tenía que mantenerse fiel a ese trato y olvidar todas sus
románticas fantasías. Los negocios eran los negocios.
— ¿Vas a quedarte ahí dentro toda la noche?
—Me has asustado —dijo Sam al escuchar la voz de Ryder—. ¿Cuánto tiempo
llevas ahí?
—Un par de minutos. Solo me estaba regalando la vista, encanto.
La verdad era que se había duchado a toda prisa y llevaba varios minutos
observándola. Había intentado anunciar su presencia. Pero al verla tumbada en la
bañera, iluminada por las velas, cubierta de burbujas, había perdido el habla. Era
como verla por primera vez.
La misma sensación en las entrañas lo había obligado a permanecer en silencio,
mirándola, deseándola tanto como la primera vez. Pero algo había cambiado. En el
pasado no habría dudado en entrar en el cuarto de baño, sacarla de la bañera, llevarla
hasta la cama y hacerle el amor cubierta de burbujas hasta que ambos hubieran
perdido el sentido. Pero esa noche algo así no habría bastado. Algo había cambiado
después de que le hubiera hablado de su hermano. No sabía qué era, pero había algo
distinto. Él había cambiado. Puede que fuera la compasión y el reconocimiento que
había visto en sus ojos. La empatia desprovista de piedad. O puede que...
Podía buscar alternativas todo el día, pero la verdad era que sabía
perfectamente en qué momento se había producido el cambio y por qué. La mano de
Sam había tocado la suya y eso había bastado para que ella supiera todo el dolor que
había sentido a lo largo de su vida. Y cuánto seguía sufriendo. Hacía mucho tiempo
que no había sentido una conexión tan profunda con nadie. Eso lo asustó, pero no
quería rechazar esa sensación. Lo único que sabía era que deseaba algo más que
simple sexo esa noche.
—Bien —preguntó Sam al ver que Ryder no se movía—. ¿Vas a darme una
toalla o vas a quedarte ahí para ver cómo me seco?
—Es muy tentador —tendió una toalla a Sam—. Pero tengo una idea mejor.
— ¿En serio?
—Ponte ese camisón tan sugerente. Después toma un albornoz y unas
zapatillas.
—Pero...
—Y ven a mi habitación. Tengo una sorpresa. La cara de Sam se iluminó como
la de un niño en Navidad.
— ¿Una sorpresa? ¿De qué se trata?
—No voy a decírtelo —Ryder dio media vuelta y salió del baño.
— ¿Ryder? ¡Ryder Wells, será mejor que vuelvas enseguida! —gritó Sam.

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Al ver que no regresaba, Sam salió de la bañera y se secó de mala gana.


Acababa de meter la cabeza por la abertura del camisón. Estaba a punto de salir tras
sus pasos, pero entonces se detuvo y cambió de idea. Sería una lástima estropear la
sorpresa. Se puso el albornoz, abrochó el cinturón con fuerza alrededor de la cintura,
se calzó las zapatillas y se encaminó tranquilamente a la habitación de Ryder. Pero se
quedó de piedra al llegar al umbral de la puerta del dormitorio.
Ryder estaba tumbado en la cama de matrimonio, apoyado sobre un codo,
completamente vestido y con un mazo de cartas en la mano.
—Tú dijiste que querías aprender a jugar al póquer —dijo mientras cortaba la
baraja.
— ¿Esta es mi sorpresa? —Ryder asintió—. Pero yo creía que íbamos a....
—Sí, ya sé lo que pensabas —interrumpió Ryder—. Pero ¿quieres aprender o
no?
—Desde luego —asintió Sam.
—Puesto que me siento generoso esta noche, te concedo tres minutos para que
te vistas con todo lo que encuentres para equilibrar las cosas.

—Muy generoso por tu parte. ¿Cuándo empiezan mis tres minutos?


—Ahora —indicó con la vista fija en el reloj.
Entre risas furtivas, Sam corrió a su habitación, abrió un cajón y revolvió entre
sus cosas hasta que encontró lo que estaba buscando. Regresó a la habitación de
Ryder justo en el instante en que expiraban sus tres minutos.
—Lista —dijo sin aliento.
—No veo que lleves nada distinto a como ibas antes—apuntó Ryder.
—Por el momento —asintió ella ante la mirada triunfal de él—.Y no lo verás a
no ser que me ganes.
—Puedes estar segura de que tengo la intención de ganar, no te engañes.
—Entonces reparte cartas —dijo Sam y se sentó en la cama.
—No tan deprisa, preciosa. Primero tienes que aprender las reglas.
—Soy toda tuya —dijo y se inclinó hacia delante, revelando el camisón e
insinuando las curvas ocultas bajo la tela.
—Pienso tomarte la palabra —aseguró Ryder.
—Esto va a ser divertido. ¿Vamos a jugar al estilo de Texas?
Sam tenía el mismo brillo en la mirada que un chiquillo en la mañana de Reyes.
—Este es un curso avanzado. Empezaremos con la versión más tradicional del
juego. Hay un solo comodín en la baraja y los ases pueden utilizarse al principio o al
final de una escalera. ¿Sabes lo que es una escalera real?

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—Sí —asintió después de un momento—. Las cinco cartas consecutivas y del


mismo color, entre el as y el cinco. O entre el diez y el as.
—Exacto. Después tenemos el trío, las dobles parejas, etc.
— ¿Y qué utilizaremos para apostar?
—La ropa, los zapatos... cualquier cosa que llevemos encima.
— ¡Vamos a jugar! —dijo Sam con una sonrisa y se frotó las manos.

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Capitulo 6

— ¿Vas a verla o quieres subir?


—No me presiones. ¿Cuál es la apuesta?
—Mi bota derecha y la hebilla del cinturón.
—Sigo pensando que separar la hebilla del cinturón no es justo —dijo Sam y
volvió a mirar sus cartas.
— ¿Acaso he protestado cuando te has apostado primero un pendiente y
después el otro? ¿Qué piensas hacer?
—Voy a ver tu bota y además apuesto mi otra zapatilla.
—Lo veo.
—Dobles parejas —dijo Sam con una sonrisa y mostró orgullosa su jugada.
—Lo siento, encanto —Ryder enseñó su mano— .Tengo un trío. Hasta ahora
has perdido ambos pendientes, las zapatillas y tu reloj. Parece que el albornoz será lo
próximo.
—Eso será si ganas.
— ¿Si gano? —esbozó una sonrisa.
Habían jugado tres manos para practicar y Sam había ganado en dos ocasiones.
Pero las cosas habían cambiado cuando habían empezado a jugar en serio. Hasta el
momento, Ryder solo había perdido una mano y se había quitado una bota. Sin
embargo a Sam apenas le quedaba nada para apostar.
— ¿Seguro que no estás haciendo trampas? — preguntó.
—Cielo, me hieres en lo más profundo al decir eso. No es más que la suerte del
principiante. Aunque esperaba algo más de una mujer que maneja tan bien los
números —señaló Ryder.
Sam barajó las cartas, repartió dos cartas a cada uno, una de ellas levantada.
—Apuesto mi camisa —dijo Ryder.
—Quítatela —indicó Sam, que había decidido cambiar las tornas del juego.
— ¿Cómo?
—Ya me has oído. ¡Quítatela! He pensado que deberíamos poner nuestras
apuestas sobre la mesa... sobre la cama.
Sin perder nunca el contacto visual, Ryder se incorporó lentamente y empezó a
desabrocharse la camisa.
— ¿Estás segura de que quieres seguir adelante? —Se quitó otro botón—. Esto
significa que tú también tendrás que pagar el precio.
—Ya lo sé.

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Una vez abierta la camisa, se la quitó y la tiró sobre un montón que había en la
cama. Sam soltó el aire lentamente mientras admiraba la anchura de sus hombros y
su torso imponente. Sentía un deseo incontrolable de acariciarlo con las yemas de sus
dedos.
—Eres muy apuesto, ¿lo sabías?
—Si tú lo dices —sonrió Ryder, que se echó para atrás al ver cómo ella extendía
la mano para tocarlo—. No vas a disfrutar del premio gordo hasta que no te lo ganes.
—Ten por seguro que pagarás por esto —dijo con la mirada afilada.
—Promesas y más promesas.
—Veo la camisa —dijo y se quitó el albornoz, que dejó junto a la camisa—.Y
subo la apuesta.
Entonces se levantó, alcanzó con las manos el dobladillo del camisón y empezó
a subirlo lentamente a lo largo de su cuerpo.
Ryder contuvo la respiración a medida que la seda natural se deslizaba sobre
sus piernas. El tejido siguió ascendiendo sobre su piel hasta revelar las braguitas
negras más escasas que Ryder había visto en su vida. Después su vista recorrió la
cintura, las costillas hasta mostrar un sujetador negro de encaje que apenas tapaba
nada. Sam dobló cuidadosamente el camisón y lo colocó sobre el albornoz. Era, sin
ningún género de dudas, la mujer más maravillosa que había contemplado jamás.
— ¿Eso es lo que te pones cuando quieres equilibrar el juego?
— ¿Te gusta? —preguntó mientras giraba sobre sí misma.
— ¿Estás loca? —Soltó una carcajada—. ¡Me encanta!
—Eso mismo pensé yo.
—El único sitio en que ese conjunto luciría más que sobre tu cuerpo es apilado
sobre este montón de ropa —dijo Ryder y señaló el camisón.
—Ya veremos.
Sam se estiró sobre la cama, de cara a Ryder, apoyada sobre los codos. Repartió
una nueva carta a cada uno, a cara descubierta. Se echó un poco hacia delante para
estudiar más a fondo su jugada. De ese modo proporcionó a Ryder una vista
inigualable de sus pechos, que apenas quedaban ocultos por el sostén. Se retiró de
nuevo un poco mientras musitaba algo entre dientes.
Se llevó las cartas a la cara y golpeó el borde superior de una de sus cartas con
su labio inferior. Levantó la vista para asegurarse de que Ryder estaba babeando. Y
así era.
— ¿Por qué no subes la apuesta con tus pantalones? —sugirió—. Si es que
tienes una buena mano, desde luego.
Ryder sabía que ella estaba intentando hacerle perder el control y estaba a
punto de conseguirlo. La certeza de que lo único que tenía que hacer era echarse
hacia delante, desembarazarse de una lencería casi inexistente y poseerla en su
plenitud estaba poniendo a prueba sus propios límites.

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—Cariño, si me quito los pantalones el juego habrá terminado.


— ¿Crees que eso me distraería y me haría olvidar que tengo una mano
ganadora?
—Estoy seguro.
Sam se apartó un mechón de pelo de la cara y arqueó un poco la espalda para
facilitar el movimiento.
—Estás muy seguro de ti mismo, ¿verdad?
—Bastante seguro —dijo Ryder.
Sam estaba disfrutando de lo lindo con el juego. Sabía que era una cuestión de
tiempo que uno de los dos rompiera la baraja y se abalanzara sobre el otro. Pero le
gustaba la sensación de portarse como una chica mala y quería apurar su ventaja
hasta el final.
—Así pues —dijo Sam con un largo suspiro, los pechos apenas retenidos por el
tejido de encaje negro—, supongo que tendré que subir la apuesta.
La mirada de Ryder era como una llama de un azul intenso que recorría todo su
cuerpo de arriba abajo.
—Ya lo has levantado todo.
—Sí. Parece que el ambiente se ha caldeado.
—Y la temperatura está subiendo por momentos —apuntó Ryder.

Al principio su juego lo había sorprendido. Pero la broma ya había llegado


demasiado lejos. Deseaba concluir, tenerla bajo su cuerpo, suplicando por él. Lo
único que le impedía actuar en consecuencia y poseerla era la convicción de que ella
estaba disfrutando enormemente con todo aquello.
—Veamos —dijo Sam y deslizó su dedo sobre uno de los tirantes de su
sujetador hasta soltarlo—. ¿Qué podría apostar?
La mano viajó hasta la frontera de su tanga y jugó con el elástico que marcaba
apenas su piel. Metió el dedo bajo el elástico, pero detuvo el movimiento.
—Puede que no —rectificó de pronto—. Creo que debería...
—Se acabó —exclamó Ryder y las cartas volaron por el aire.
— ¡Eh! —protestó Sam mientras rodaban sobre la cama, riendo. Apoyó las
manos sobre sus hombros como si quisiera apartarlo—. Estaba a punto de ganar esta
mano.
—Estabas a punto de volverme completamente loco.
— ¡Devuélveme mis cartas! Giraron de nuevo hasta que Sam quedó atrapada
bajo el cuerpo de Ryder.
—No —y a medida que aumentaban las risas, la broma terminaba—. ¿Qué vas
a hacer ahora?

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Sam lo miró a los ojos, de un azul tan profundo que la dejaba sin aliento, y
sintió que había entrado en una nueva dimensión de la realidad. Una dimensión más
afín a los corazones que a los cuerpos. Deseaba a Ryder, pero en ese instante
comprendió que lo deseaba todo de él. Y que del mismo modo deseaba entregarle su
vida entera. No solo el cuerpo, sino también su corazón, su cabeza, su alma. Quería
hacerle el amor, que él la amara...
Porque estaba enamorada de él.
Era una declaración así de sencilla. Cuatro palabras sencillas que habían
trastocado su mundo, totalmente vuelto del revés... pero sobre el que se cernía una
nube. Por mucho que amar a Ryder fuera maravilloso, nunca sería algo recíproco. A
él solo le interesaba el trato. Y era a corto plazo.
Ryder advirtió que la expresión en la mirada de Sam había dado paso a algo
que no podía discernir. El deseo seguía ahí, pero era más profundo. Sentía que estaba
viendo cómo florecía ante sus ojos un capullo para convertirse en la flor más
deslumbrante, tan gloriosa que no había palabras para describirlo. Pero también se
advertía una cierta tristeza. Se sentía apabullado ante tanta belleza, curioso ante esa
tristeza y totalmente fascinado por aquella mujer.
—Ryder —suspiró, llena de deseo, anhelando expresar lo que no se atrevía a
decir.
Quizá fuera su mirada o la forma en que había dicho su nombre, pero lo que
había comenzado como una broma se había convertido en algo muy serio. Reconoció
el mismo sentimiento que había experimentado cuando, con la mano de Sam entre
las suyas, había revelado las heridas del pasado. Pero ahora era todavía más intenso.
Deseaba hacer el amor con ella. Si se hubiera parado a pensar en ello solo un
momento, seguramente habría sentido pánico. Pero no quería pensar en nada. Solo la
deseaba a ella. Más de lo nunca había deseado en el mundo.
Todavía estaba tumbado sobre ella. Se inclinó y la besó con ternura en los
labios. No había ninguna necesidad de apresurarse. Y actuó en consecuencia,
amándola a lo largo de la noche con toda la dulzura de la que fue capaz.

Sam se sentó frente a la pantalla del ordenador. Había pasado así la última hora
mientras trataba de asimilar el hecho de que estaba enamorada de Ryder. Era algo
sorprendente, perturbador y asombroso a un tiempo. Tan perturbador que apenas
había podido abrir la boca durante el desayuno. Y tan asombroso que lo único que
deseaba era gozar de ese pensamiento, de esa sensación. Pero también era desastroso
y lo sabía. Solo los locos se enamoraban tan deprisa. Su única ventaja era que Ryder
no lo sabía. Y no podía saberlo. Además, no había razón para que lo supiera. A fin de
cuentas no estaba interesado en su corazón. Tenían un negocio entre manos. Pero
¿cómo podría aguantar el tipo hasta el final? ¿Y cómo podría limitarse a acostarse
con él sin que sus sentimientos trascendieran? ¿Y si él lo adivinaba en virtud de su
comportamiento en la cama, sus caricias y sus besos? ¿Y si la obligaba a enfrentarse a
la realidad? Todo eran preguntas sin respuesta que martilleaban su cabeza sin cesar
una y otra vez.

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El hecho era que tan solo existía una salida posible. En unos pocos días
abandonaría el rancho de Copper Canyon, a Ryder, y todo habría acabado. ¿Qué
había sido de su renovado interés por vivir la vida como una aventurera? Al fin y al
cabo, todo el trato había sido idea suya. Y si ahora estaba emocionalmente
involucrada, la culpa era tan solo suya.
—Tengo que mantenerme centrada —se dijo mientras miraba la pantalla del
ordenador—. Eso es lo que tengo que hacer.
—Hola —dijo Cotton desde la puerta.
—Hola —replicó Sam, aliviada ante la presencia del viejo capataz—. ¿Qué hay?
—Ryder me envía con un mensaje. Había prometido a los chicos que les
enseñaría algunos trucos para las caídas. Quería saber si te apetecía verlo en acción.
—Desde luego —afirmó Sam—. ¿Ahora?
—Sí, señorita.
Agradecida por la distracción, salieron juntos de la casa y caminaron hasta la
furgoneta. Poco después llegaron al coso de arena que utilizaban en el rancho para
entretener a los invitados con un rodeo a pequeña escala. Ryder ya había instalado
una plataforma en uno de los extremos del coso para anunciar las atracciones.
También había instalado una colchoneta de aire justo debajo. Ryder y otros dos
chicos estaban de pie junto a la bolsa de aire. Levantó la mano y saludó a Sam al
verla bajar del camión. Vestía con vaqueros, botas de montar y una camiseta. Sin
embargo, su aspecto era diferente. Sam pensó que era demasiado atractivo para no
ser pecado. Devolvió el saludo a Ryder y procuró no pensar en lo mucho que lo
amaba.
—Ahora verás algo espectacular —dijo Cotton—. Ryder hace que parezca fácil
caer desde esa plataforma de madera.
— ¿Y no es peligroso? —preguntó Sam mientras medía la altura mentalmente.
—Supongo que sí —dijo Cotton—. Pero lo ha hecho infinidad de veces y nunca
se ha hecho ni un solo rasguño.
— ¿Y qué pasa con los chicos? ¿Qué ocurrirá sí alguno sale herido?
—Ryder ya ha pensado en eso —dijo Cotton y se rascó la cabeza—. Ha hecho
que los chicos firmaran un papel en el que libraban a Ryder de toda responsabilidad
si les ocurre algo. Además, esos chicos han aprendido a caerse de un caballo. Seguro
que esto es pan comido para ellos.
—Ya entiendo.
Sam estaba mirando fijamente a Ryder, que estaba dando instrucciones a uno
de los chicos. Se subió a lo más alto de la valla que rodeaba el coso de arena y saltó
repetidas veces, aterrizando siempre sobre la bolsa de aire sin ningún problema. El
chico lo intentó y salió airoso al tercer intento. Después llamó al segundo de los
chicos. Bilis se acercó y logró el objetivo al primer intento. Durante diez minutos los
chicos continuaron la práctica, saltando y cayendo sobre el colchón de aire. Una vez
que Ryder pareció satisfecho les permitió subir a lo alto de la plataforma. Hizo el

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primer salto y rodó sobre el colchón de aire sin problemas haciendo gala de su
habilidad.
Sam aplaudió los intentos de los chicos y pensó en la paciencia que desarrollaba
Ryder con ellos. Se fijó en cómo explicaba cada paso, siempre remarcando la
seguridad, hasta que se aseguraba que todos los chicos habían comprendido
perfectamente sus instrucciones. Era un gran maestro. Conocía a los chicos y había
trabajado con ellos durante un tiempo pero eso no le quitaba mérito. Era
suficientemente bueno para enseñar a... cualquiera.
A cualquiera que tuviera dinero suficiente para pagar sus clases.
De pronto se formó una idea en su cabeza. Era tan simple y tan obvia que no
comprendía cómo no se le había ocurrido a nadie hasta entonces. Y, si funcionaba, la
solución a todos los problemas estaba al alcance de la mano. Excitada y ansiosa por
comprobar si su idea tenía salida, no pudo esperar ni un instante antes de regresar a
su ordenador para estudiar las posibilidades.
—Cotton, siento mucho aguarte la fiesta —dijo Sam—. Pero acabo de recordar
que tengo un asunto pendiente que no puede esperar. ¿Podrías llevarme de vuelta al
rancho?
—Llévate la camioneta —señaló Cotton—.Yo volveré con Ryder y los chicos.
—Gracias, Cotton. Muchas gracias —dijo con la mejor de sus sonrisas.
Diez minutos más tarde estaba navegando por la red en busca de toda clase de
informaciones acerca de escuelas, localizaciones y posibilidades de financiación. Se
pasó con eso el resto de la mañana, comió en el despacho y trabajó hasta que Mamie
la obligó a tomarse un descanso. Después de más de cuatro horas de intensa
búsqueda, tenía que admitir que tenía los ojos cansados y mucha tensión muscular
acumulada en el cuello y en los hombros.
Pero había valido la pena. Todo lo que había encontrado la animaba cada vez
más a la hora de proponer que el Rancho de Copper Canyon se convirtiera en una
escuela para especialistas. Pero todavía tenía mucho trabajo por delante antes de
presentar la idea a Ryder. Por un lado estaba el tema económico. Haría falta una
buena suma para todo lo que se necesitaba, pero gracias a la experiencia y al
prestigio de Ryder sería factible. Mucho más factible que conseguir una segunda
hipoteca sobre un rancho que hacía agua por todas partes.
¿Cómo no se le había ocurrido antes? ¿Y cómo no se le había ocurrido a Ryder?
Entonces se le ocurrió que tal vez sí lo había sopesado. Puede que hubiera
rechazado la idea porque no quisiera seguir metido en ese mundo. La excitación que
había sentido se desvaneció. Una escuela de especialistas parecía una buena idea,
pero quizá Ryder no pensara igual. Solo había una forma de averiguarlo. Esa misma
noche, después de la cena, expondría ante Ryder su plan. Si no le gustaba la idea,
asunto zanjado. Pero si lo atraía esa posibilidad, tenía un montón de notas y números
que mostrarle.
Sam no quería emocionarse más de la cuenta con su idea, pero era difícil calmar
la ansiedad. Deseaba ayudar a Ryder con todas sus fuerzas y la escuela parecía un

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plan perfecto para solucionar todos sus problemas. Estaba casi segura de que era la
única solución posible. No quedaba tiempo para emprender otro tipo de operación.
El único problema era la publicidad. Se requería mucho dinero para una campaña a
gran escala.

Quizá podrían solicitar un nuevo crédito, más pequeño, para cubrir solo los
gastos de publicidad. Pero era bastante dudoso. Y puesto que él había vetado a los
inversores estaba trabajando en desventaja. Ryder lo sabía. No había aceptado el
trato a ciegas. Quizá estuviera desesperado, pero era consciente de su situación. Y
Sam también lo era. Pero para ella la realidad había cambiado su rumbo
drásticamente la noche pasada. Su perspectiva había cambiado. No era lo mismo
trabajar para un hombre al que respetaba y por el que se sentía atraída que hacerlo
por el hombre al que amaba. ¿Acaso el amor no consistía en buscar siempre lo mejor
para el ser amado, incluso si eso te dejaba fuera? Si eso la hacía parecer una completa
estúpida, así sería.
Convencida de que había hecho todo lo que estaba en su mano, imprimió la
información que había encontrado y guardó las hojas en una carpeta. Si a Ryder le
gustaba la idea, lo único negativo sería que ella no estaría presente para verlo. Y eso
resultaba más doloroso de lo que habría imaginado pocos días atrás. Pero entonces
no había estado enamorada. Sam suspiró y dejó la carpeta en la esquina de la mesa.
Después fue hasta la cocina, atraída por el intenso olor de las galletas recién hechas.
—Desde luego sabes cómo convencer a una chica para que olvide el trabajo —
apuntó Sam al entrar en la cocina.
—Ya era hora de que salieras de ese despacho — tendió hacia ella un plato con
galletas de chocolate recién horneadas—.Toma una galleta. Son buenas para lo que te
pasa.
—Están buenas, y punto —dijo Sam y tomó dos.
—He dejado la cena preparada para Ryder y tú. Hay una ensalada en la nevera,
dos filetes y patatas envueltas en papel de aluminio listas para el horno.
— ¡Oh, Mamie! Podría haberme encargado de todo —suspiró Sam—.Trabajas
demasiado.
—No seas estúpida —replicó Mamie—. El trabajo nunca hace daño. ¡Fíjate en ti!
— ¿Cotton y tú no vais a cenar con nosotros?
—Hay baile en el Centro Cultural —dijo mientras meneaba la cabeza.
— ¿Y cómo vas a convencer al cabezota de tu marido para que te lleve al baile?
—Yo nunca convencería a Cotton ni por amor ni por dinero. Es él quien me
lleva a mí. Hace años que lo hace.

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Sam confiaba en que ellos estarían presentes para compartir la noticia si a Ryder
le gustaba su idea. O quizá necesitaba una cara amiga en el caso de que Ryder
rechazara su oferta.
— ¿Y no habría por ahí otro par de chuletas para que cenarais con nosotros?
También necesitáis alimentaros —dijo Sam.
—Es muy amable por tu parte, cariño. Pero esta noche habrá suficiente pollo
frito en el baile para alimentar a un caballo. Te diría que me acompañaras, pero el
único baile que le gusta a tu hombre es rascarse el ombligo.
Sam sonrió con cierta pena al pensar en que Ryder fuera realmente su hombre.
— ¿A qué viene esa sonrisa tan tristona?
—No es nada —dijo con falsa indiferencia.
— ¿Qué ocurre? —Preguntó Mamie—. ¿Acaso no crees que sea tu hombre?
—Yo nunca he dicho nada sobre eso —dijo Sam, sorprendida ante la perspicacia
de Mamie, que había leído su mente.
—No hace falta. Está tan claro como el agua.
— ¿Resulta tan obvio? —preguntó Sam, preocupada ante la idea de que Ryder
lo notara.
—Solo si el tipo se fija.
— ¿Y crees que Ryder... se ha fijado?
—Bueno, supongo que es igual que cualquier otro hombre desde Adán. A todos
les cuesta un poco entender que el paraíso no vale la pena si no se puede compartir
con una mujer. Quizá Ryder sea un poco más lento a la hora de reconocer sus
propios sentimientos —Mamie hizo una pausa y sonrió—. Estoy segura de que
nunca sospechó que la mujer adecuada llamaría a su puerta.
— ¿Qué te hace pensar que soy la mujer adecuada? —preguntó con el corazón
en vilo.
—La manera en que te mira...
—Ah, eso. No es ningún secreto que me desea.
—Tendría que estar muerto para no sentirse atraído. Pero me refiero al modo en
que te mira cuando tú no estás mirando.
— ¿Y cómo me mira?
—Bueno, te aseguro que hay algo más que simple lujuria. Y lo he visto mirar
con deseo en muchas ocasiones —añadió Mamie.
—No irás a decirle nada, ¿verdad?
—No será necesario —Mamie rió—. Lo comprenderá por sí solo. Quizá le
cueste un poco. El chico es testarudo como un mulo. Solo tienes que quedarte a su
lado.
—Gracias, Mamie.

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—De nada, preciosa. Ahora tengo que prepararme. A mi marido le dará algo si
llegamos tarde — apuntó Mamie.
Momentos después de que Mamie se fuera, Sam vio a Ryder avanzar hacia la
casa. Entró por la puerta de la cocina y avanzó directo hacia ella.
—Hola, encanto —saludó mientras la tomaba en sus brazos y la besaba.
Sam sentía que se derretía entre sus brazos y lo adoraba cada vez más.
—Hola a ti también.
—Gracias por venir a ver a los chicos esta mañana. Estaban encantados al poder
contar con público. Y la verdad es que yo también me sentí halagado.
—Estuviste sensacional con ellos.
—Sí —soltó una carcajada—.Y por eso ahora me acosan sin cesar para que les
enseñe algunas técnicas para conducir.
— ¿Y lo harías?
— ¿Estás loca? —fue hasta el fregadero para lavarse—. Necesitas un coche con
un motor muy potente y una carrocería acostumbrada a los golpes. Un coche de esa
clase no se encuentra por aquí con facilidad.
Sam había planeado esperar hasta después de la cena, pero al presentarse la
oportunidad decidió no desaprovecharla.
— ¿Esos coches especiales son muy caros?
—La verdad es que no —Ryder se encogió de hombros—. Quizá podría
conseguirse uno por menos de quinientos dólares. La chapa no sería un problema. Lo
más importante es mantener el motor en perfecto estado.
—Pero si dispusieras de ese coche tendrías suficiente terreno para construir una
pista de pruebas, ¿verdad?
—Sí. ¿Por qué?
—Ryder —dijo Sam, decidida a soltar la bomba—. Cuando te hiciste cargo del
rancho, ¿pensaste en alguna otra alternativa además de convertirlo en un centro para
turistas?
—Ya estaba funcionando cuando me hice cargo de la propiedad tras la muerte
de mi padre —dijo mientras se secaba las manos—. ¿Adonde quieres ir a parar?
—Una escuela para especialistas.
— ¿Una qué?
—Una escuela para especialistas. La idea se me ha ocurrido esta mañana,
mientras te veía ensayar caídas con los chicos. Me pareció tan obvio que pensé que
quizá ya lo habías sopesado y habías rechazado esa posibilidad.
— ¿Quieres que convierta el rancho en una escuela para especialistas? —repitió
anonadado.

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—Sí. Y no tengo en mente tan solo las películas. Hay un montón de parques
temáticos por todo el país que requieren el trabajo de especialistas para representar
escenas de acción. Tienes terreno suficiente para montar una escuela. Y desde luego
cuentas con experiencia sobrada para dar clases.
—Me avergüenza reconocer que no se me había ocurrido.
— ¿La idea te parece bien? —Preguntó Sam mientras le hervía la sangre ante la
reacción positiva de Ryder—. ¿Es algo que te gustaría hacer?
Ryder advirtió la chispa de esperanza que se adivinaba en la mirada de Sam.
— ¿Si me gusta? Sam, es una idea fantástica.
—Espera un momento —dijo Sam mientras refrenaba su gozo, consciente de
que también debía advertir a Ryder de las complicaciones—. Comprenderás que no
es tan fácil como agitar una varita mágica. He estado estudiando el terreno y creo
que tenemos una posibilidad...
Ryder la abrazó con fuerza y empezó a girar hasta que ella empezó a marearse.
—Mi inteligente, atractiva —la besó— y maravillosa Sam. Lo has conseguido.
Has encontrado la solución.
—Ryder—dijo aferrada a su camisa cuando volvió a tocar suelo—, es tan solo
una idea. No quiero que te sientas decepcionado si no...
—Si no funciona, lo sé. Pero funcionará, Sam. Puedo sentirlo. Tengo buenas
vibraciones —volvió a besarla repetidas veces—. Eres un genio. Mi encantadora
hacedora de milagros.
Sam, embargada por la emoción de sentirse entre sus brazos y oír tantos
halagos, no perdía de vista que tenía que mantenerse centrada. Si seguía besándola
de aquella manera, olvidaría los detalles de la operación y hasta su propio nombre.

—Quizá no opines lo mismo cuando sepas todo lo que nos queda por hacer.
—El trabajo duro nunca me ha asustado —indicó Ryder con una sonrisa.
—No se trata tan solo de eso. Tendrás que cambiar todo el rancho, tu forma de
vida. ¿Estás preparado para afrontar tantos cambios?
—Sam, tú cambiaste mi vida desde que te presentaste aquí. Y hasta ahora todo
ha mejorado. Me dijiste que se te daban bien los números. Encanto, eres la reina de la
contabilidad. Enséñame lo que has encontrado hasta ahora. Trabajaremos en ello.
—De acuerdo. Espera aquí.
Sam corrió al despacho, agarró a la carrera la carpeta que contenía toda la
información y regresó a la cocina. Ryder dispuso dos sillas y Sam extendió los
papeles sobre la mesa de madera.
—Está bien. Empecemos a trabajar. Durante la siguiente hora Sam bombardeó a
Ryder con toda clase de preguntas acerca del trabajo de especialista. Cada pregunta
encendía la pasión de Ryder, que se animaba cada vez más. Resultaba obvio que

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había amado profundamente su trabajo. Sam rezó para que tuvieran suerte y él
pudiera volver a disfrutar con el trabajo que tantas satisfacciones le había reportado.
Y así podría permanecer ligado a su tierra, a sus raíces y a su herencia.
—He impreso información de tres escuelas diferentes —dijo Sam—. Necesito
que lo leas y anotes todo lo que se te ocurra acerca de los programas y los requisitos.
—Eso está hecho.
—Pero esto solo es la punta del iceberg, Ryder. No voy a mentir al respecto.
Necesitaremos mucho dinero.
—El equipamiento ya supondrá una buena suma —señaló Ryder.
—Y los seguros.
— ¿Crees que puedo solicitar otro crédito?
—No estoy segura, Ryder. Tienes buenas referencias, pero quizá no sea
suficiente. Y por el momento tendrás que seguir ejerciendo de anfitrión para
invitados mientras trabajas para montar la escuela.
— ¿De cuánto dinero calculas que estamos hablando?
—La verdad es que no lo sé. Esa es una de las razones por las que no quiero que
albergues muchas esperanzas con este proyecto —admitió Sam.

—No debes preocuparte por eso —se inclinó hacia ella y tomó sus manos entre
las suyas—. Has visto una salida estás luchando por ella. Es algo que aprecio
sinceramente, más de lo que puedo expresar. Sea cual sea el resultado, tenemos que
ir hasta el final.
—Me alegra saber que piensas así. Puedo preparar un plan de trabajo, pero
gran parte de la información tiene que salir de ti. Antes de que salga a buscar el
dinero necesito una lista con el equipamiento que se necesitaría, las obras que habría
que acometer en la finca y otras sugerencias. Quizá podríamos recaudar dinero a
través de los organismos oficiales. Podríamos solicitar ayuda a la Fundación de
Ayuda a las Artes. No es muy seguro, pero quizá funcione.
—Y será gracias a ti.
—Ya te dije que haría todo lo que estuviera en mi mano para ayudar.
—Sí —Ryder levantó la vista y volvió a bajar los ojos un segundo después—.
Con respecto a nuestro trato, ya sé que en principio tenías pensado que solo
necesitarías una semana o dos para demorar la tasación y reorganizar las cosas. Ese
fue el trato y no pienso incumplirlo si es lo que quieres, pero...
Se puso en pie, caminó hasta la encimera, se volvió y encaró a Sam.
—Bueno, esta idea que has tenido es muy buena. Pero tienes razón. Implica
mucho trabajo. Demasiado para una sola persona y...—respiró hondo—. Lo que

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intento decir, a pesar de mi torpeza, es que me gustaría que te quedaras, Sam. ¿Lo
harás?
El corazón de Sam estuvo a punto de escapar de su encierro hasta que
comprendió que Ryder tan solo había hablado de trabajo. Sabía que estaba loca por
no permanecer fiel a su acuerdo inicial. Si se marchaba se evitaría mucho dolor. Pero
la realidad es que el dolor sería el mismo tanto si se marchaba antes como después.
—Un trato es un trato —dijo con aire despreocupado, aunque quería llorar.
—No se trata tan solo de un acuerdo.
—Pero acabas de decir...
—He dicho que soy muy torpe a la hora de expresarme y así es —avanzó hasta
la mesa y miró a los ojos a Sam—. Quédate a mi lado, Sam. Tanto si hay trato como si
no. Por favor.
Si Ryder no se lo hubiera pedido por favor quizá habría podido evitar la
tentación. Quizá habría podido marcharse. Pero se estaba engañando si creía que
podía alejarse de él sin más. Había sido una locura enamorarse de él. ¿Qué podía
pasar si decidía quedarse a un lado?

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Capitulo 7

El mundo se había convertido en un lugar mucho más luminoso para Ryder


desde que había hablado con Sam la noche anterior. Decidió que el aire tenía un olor
más dulce mientras se encaminaba al corral. La realidad era que todo se había vuelto
mucho más agradable desde que Sam había aparecido en su vida. Y no estaba
pensando únicamente en el sexo, si bien había resultado algo espectacular. Había
comprendido que Sam le gustaba.
Y eso era importante para Ryder. En el pasado había disfrutado con la
compañía de muchas mujeres, e incluso había llegado a amar a un par. Sam le
gustaba. Le gustaba su franqueza, su risa espontánea y ligera. Era una mujer
inteligente, divertida y muy atractiva. Una mente brillante para los números y un
cuerpo para el deseo. La mujer ideal que había buscado a lo largo de su vida. Estaba
hecha para él, tanto en la cama como fuera de ella. No sabía muy cómo actuar, pero
se sentía bien. Y eso era lo más importante. Quizá Samantha Collins no hubiera
aparecido al galope montada sobre un corcel blanco, pero no cabía duda que había
llegado en el momento oportuno para salvar el día, el rancho... y al vaquero.
Era extraño que Ryder no hubiera caído en la cuenta de que necesitada ser
rescatado hasta que Sam apareció en su vida con su peculiar oferta, su cautivadora
sonrisa y su innegable astucia para los negocios. Era lo mejor que le había pasado
desde... antes de conocer a Alicia. Nunca habría creído que diría algo así, pero era
cierto. Sam le había advertido que no debía hacerse ilusiones, pero no podía evitar
pensar en el milagro. Estaban lejos de lograr sus objetivos. La nube en la que andaba
subido desde que Sam le anunciara su idea de transformar el rancho en una escuela
de especialistas no estaba tan alta para que no pudiera ver el suelo que pisaba. Pero
era la primera vez en mucho tiempo que podía encarar el futuro con esperanza. No
podía esperar a compartir la noticia con Cotton y Mamie.
— ¡Vaya, muchacho! Resplandeces como el sol al mediodía —dijo Cotton al
verlo entrar.
— ¡Cotton, viejo amigo! Todavía no sabes lo mejor —Ryder palmeó al hombre
en la espalda—. Vamos a buscar a tu encantadora esposa. Quisiera tener una
agradable charla con vosotros mientras saboreamos una taza de café.
— ¿Estás enfermo o qué?
—Nunca me he sentido mejor.
— ¿Estás seguro? Hablas como un loco. Ryder se rió con ganas. La locura le
sentaba de maravilla y deseaba extenderla.
—No, pero tengo que hablar con vosotros — dijo—. Es importante.
— ¿Puedes esperar media hora? Comprometí a mis dos manos para ayudar a
los hombres a sujetar a Silbato. Herb Roberts llamó y dijo que lo traería esta mañana.
Seguro que está al caer —apuntó Cotton.

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—Claro que puedo esperar. Además, tienes razón. Hacen falta al menos tres
hombres para controlar a Silbato. ¿Necesitaréis dos manos más?
—Eso nunca viene mal. Eso maldito toro vino a este mundo enfadado y seguro
que encerrarlo en un remolque no ha dulcificado su carácter.
Uno de los hombres de la cuadrilla avisó que se acercaba un camión con un
remolque por la carretera. En el momento en que el camión echó el freno de mano, el
toro mostró su enojo con una sacudida tremenda. Pesaba casi una tonelada. Herb
Roberts asomó la cabeza por la ventanilla del camión.
— ¿Dónde quieres que lo deje? —preguntó.
—En el redil que hay detrás del establo —respondió Cotton.
El camión levantó una nube de polvo mientras se dirigía hacia el sitio indicado.
Cotton, Ryder y dos hombres más siguieron su estela. Llegaron al redil y Herb
Roberts ya estaba tratando de quitar al toro las correas de sujeción que lo habían
mantenido atado a una barra de hierro del remolque para la propia seguridad del
animal. Para entonces, el enfado de Silbato se había convertido en verdadera furia.
Uno de los hombres abrió la compuerta del remolque y extendió una rampa.
Pero el toro no parecía muy dispuesto a colaborar. Uno de los hombres se aproximó
al animal por fuera del remolque para intentar que no se enganchara los cuernos con
las rendijas del remolque. La cabeza del animal estaba libre, pero no parecía entender
que podía salir de su encierro si reculaba un poco. No dejaba de mover la cabeza de
un lado a otro, golpeando las paredes del remolque. La frustración del animal y de
los hombres crecía por momentos. Y también los bramidos y las injurias de los
empleados.
— ¡Maldito animal! —gritó uno de los hombres— .Va a hacerse daño si sigue
así.
— ¡Vas a costarme una factura del veterinario! — dijo Ryder y dio un paso al
frente.
Trató de empujar al animal sin herirlo, pero Silbato no hacía más que bramar y
resoplar. Sin embargo, se negaba a recular.
—Va a conseguir hacer pedazos el remolque y volcarlo —dijo uno de los
vaqueros.
— ¡Es el mismísimo demonio! —apuntó Cotton, que saltó dentro del remolque,
agarró la cola del animal y tiró con todas sus fuerzas.
El toro se movió un poco, pero no hacia atrás. Lo hizo hacia un lado y sacó una
de las patas fuera de la rampa. Cotton, que no le había soltado la cola, subió la rampa
y trató de subir al animal de nuevo.
El animal se había escorado de un modo peligroso. Entonces, los otros cuatro
hombres se apresuraron a un tiempo para entrar en acción. Tan pronto como había
perdido el equilibrio, el toro recuperó la vertical y lanzó todo su peso hacia el lado
opuesto del remolque. Cotton quedó entonces atrapado entre la pared del remolque
y casi una tonelada de toro salvaje.

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Ryder no podía moverse más deprisa. De pronto sintió que los brazos y las
piernas le pesaban como si fueran plomo.
— ¡Cotton, sal de ahí! —gritó asustado, presa del pánico.
Ryder saltó al remolque. Hundió el hombro contra el costado del animal. Con el
rabillo del ojo vio el cuerpo de Cotton desplomarse al tiempo que uno de los
hombres lo sacaba del remolque. Se aseguró que el animal quedaba dentro y cerró la
puerta del remolque de un portazo. El hombre que había sacado a Cotton del
remolque lo había medio arrastrado hasta un árbol cercano. Miró a Ryder.
—Creo que tiene un par de costillas rotas —dijo el hombre.
Ryder se arrodilló junto a Cotton y le quitó el sombrero para asegurarse que no
se había herido en la cabeza.
— ¿Qué haces con mi sombrero? —preguntó Cotton.
—Solo quiero comprobar que tu cabeza no tiene ningún chichón nuevo —dijo
Ryder, a quien le temblaban las manos.
— ¡Demonios! No ha sido más que un golpe de viento. Deja que me levante.
Pero cuando el viejo capataz trató de ponerse en pie exhaló un quejido de dolor
y apenas pudo respirar.
— ¿Dónde crees que vas? No te muevas de ahí.
—No tienes que gritarme —protestó Cotton—. Quizá me haya roto un par de
costillas, pero mis oídos están perfectamente.
—No vas a mover ni un músculo hasta que lleguen los médicos y te examinen
—indicó Ryder—. ¿Lo has comprendido, Cotton West?
—La mitad del condado te ha escuchado.
Finalmente, Ryder recuperó la calma y respiró profundamente. Pero no se sintió
más aliviado. La idea de perder a Cotton lo había aterrado. ¿Cómo podría mirar a la
cara a Mamie si le hubiera ocurrido algo irreversible? ¿Cómo habría podido seguir
adelante sin la única familia que le quedaba? Una vez que la adrenalina disminuyó,
se sintió tan débil que tuvo que apoyarse en la valla para no caer.

Un momento después regresó el vaquero que había acudido a la casa para


avisar a una ambulancia. Sam estaba con él. Se quedó parada cuando llegó a la altura
de Ryder y Cotton.
— ¡Dios mío! —exclamó y paseó la mirada de uno a otro—. ¿Estáis los dos
heridos?
—Seguro que has pensado que era él quien había resultado herido a tenor de
cómo gritaba —espetó Cotton.
—Solo lo he hecho porque eres demasiado testarudo para reconocer que estabas
malherido —replicó Ryder.
—Ya te he dicho...

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—Ya me has dicho. Siempre me estás diciendo...


— ¡Ya está bien! —Intervino Sam—. Los dos sois tan testarudos como mulas de
carga. Y, además, estáis tan pálidos que parecéis fantasmas.
Mamie, que había escuchado al toro y había visto a Sam y al vaquero correr en
dirección al establo, salió de su casa para ver qué había ocurrido. Otros hombres
habían escuchado los gritos de Ryder y se había formado un corro. Mamie se acercó
al grupo de hombres.
—A santo de qué viene este tumulto... ¡Cotton! —se acercó a él—. ¡Dios mío!
—Vamos, no montes una escena, mujer —dijo Cotton—. No estoy muerto.
— ¿Qué ha pasado? —preguntó Mamie con lágrimas en los ojos.
Antes de que pudiera contestar, los hombres relataron los hechos de una forma
un tanto atropellada. Pero Mamie sacó en claro los datos principales. Seguramente se
trataba de algunas costillas rotas y la ayuda médica ya estaba de camino.
Mientras continuaban las explicaciones, Sam se acercó a Ryder.
Nadie pareció darse cuenta de la respuesta automática de sus cuerpos ante ese
acercamiento. Ambos se pasaron el brazo por la cintura. Sam apoyó la cabeza sobre
su hombro y suspiró. Ryder frotó la barbilla contra la frente de Sam. Seguían en la
misma posición cuando llegaron los médicos, cinco minutos más tarde.
—Está bien, chicos —dijeron dos de los enfermeros mientras sacaban una
camilla de la ambulancia—.Apartaos y dejadlo respirar.
Mientras los chicos dejaban paso a la camilla, Sam levantó la vista hacia Ryder.
La mirada de Ryder casi le partió el corazón. Apretó la mano sobre su cintura, pero él
no pareció acusar la presión. En apenas unos minutos, que se habían hecho eternos
para todos, habían certificado que Cotton se había roto varias costillas. Necesita ser
trasladado al hospital de inmediato.
— ¿No puede curarme aquí? —protestó el capataz.
—No, señor —replicó el enfermero—.Tenemos que trasladarlo.
—No seas pesado, Cotton. Deja que hagan su trabajo.
—No estaba siendo pesado —dijo Cotton a su mujer.
— ¡Claro que sí! Ahora, obedece y sube a la ambulancia.
A regañadientes, Cotton permitió que los enfermeros lo ayudaran a llegar hasta
la ambulancia. Pero no sin antes instruir a cuatro de los empleados acerca del mejor
modo para manejar a Silbato sin herirlo.
—Iré detrás de ti —le aseguró Mamie.
—Iremos todos —añadió Sam. Nada más arrancar la ambulancia, Ryder, Sam y
Mamie fueron corriendo hasta la camioneta. Pero cuando Ryder sacó las llaves de
contacto, Sam levantó la mano.
—Será mejor que conduzca —señaló.

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Era toda una declaración de lo mucho que confiaba en ella que Ryder le
entregará las llaves de la camioneta sin rechistar. Tres horas más tarde salía Cotton
del hospital de Lewisville, vendado y de muy mal humor.
—He entrado aquí con problemas respiratorios y juro que salgo de este maldito
sitio peor de lo que estaba —dijo Cotton entre gruñidos mientras Ryder lo ayudaba a
subir a la camioneta.
— ¡Deja de echar pestes! —Dijo Mamie—. Los médicos tenían que vendarte
para que tus costillas se recuperen lo antes posible. Espero que esos tranquilizantes
que te ha mandado el médico hagan efecto pronto. Estoy harta de escuchar tus quejas
y...
Cotton apoyó la cabeza sobre el respaldo del asiento y cayó en un profundo
sueño. Mamie suspiró aliviada y agradecida. En ese momento, su voz se quebró y las
lágrimas afloraron a sus mejillas. Sam la tomó de la mano, y Mamie la consoló con
unos golpecitos sobre la palma.
—Estaré bien —dijo Mamie—. Pero necesitaba desahogarme y no quería llorar
delante de él. Me asusté mucho cuando lo vi sentado, totalmente pálido. No tenía ni
idea de lo que había pasado.
—Ya lo sé —dijo Sam.
—Fue culpa mía —intervino Ryder—.Tendría que haberme situado en la puerta
del remolque, junto a la rampa de bajada.

—Eso no tiene ningún sentido. ¿Cómo podías saber lo 1ue pensaba hacer ese
animal? Los toros son tan impredecibles como el clima de Texas. No ha sido culpa
tuya.
—No importa...
—Ryder —dijo Mamie con voz firme—. Estabas tan asustado como yo. Sé
perfectamente lo mucho que quieres a este viejo... —apartó un mechón de pelo cano
de la frente de Cotton—. Bueno, más o menos lo mismo que yo. Si hubieras tenido la
menor idea de lo que iba a ocurrir, te habrías puesto en su lugar. Así que no
hablemos más de culpabilidades. Además, mañana por la mañana volverá a ser el
mismo y nos sacará de quicio con sus quejas.
Se quedaron callados el resto del camino hasta el rancho. A pesar de las
palabras de Mamie, Sam podía adivinar la preocupación marcada en la expresión de
Ryder. Y el sentimiento de culpabilidad en su mirada. Todavía se sentía
conmocionada por lo que había ocurrido. Cotton y Mamie habían ocupado un lugar
tan preeminente en su vida en tan poco tiempo que no podía asumir la idea de que
les ocurriese algo sin que le diese un vuelco el corazón.
A pesar de sus discusiones, estaban hechos el uno para el otro. Y eran la única
familia de Ryder. Comprendió entonces que siempre los consideraría,
independientemente de lo que pasara entre ella y Ryder, como la familia que nunca
había tenido. Y abandonarlos a ellos resultaría casi tan doloroso como alejarse de
Ryder. Casi.

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Cotton seguía adormilado cuando llegaron al rancho. Lo acostaron en su cama.


Todos los hombres se acercaron por casa de su capataz en cuanto vieron la camioneta
de Ryder aparcada junto a la entrada. Seguramente Tom Booker había avisado a su
mujer. Rosemary estaba esperándolos, ansiosa por echar una mano.
—Bueno —señaló Mamie al salir al encuentro de los amigos que esperaban en
el salón—. Está cómodamente instalado y, gracias a Dios, fuera de combate durante
unas horas.
Todos respiraron aliviados ante la noticia. Los chicos permanecieron diez
minutos en la casa y, poco a poco, regresaron a sus tareas. Mamie les aseguró que se
encontraba bien, que Cotton estaba fuera de peligro y que podían volver a sus
trabajos. Rosemary se ofreció para preparar algo de comer y Tom prometió que se
haría cargo de las tareas de Cotton hasta que estuviera totalmente recuperado. Sam y
Ryder, que prometieron regresar en un par de horas, se dirigieron a la casa principal.
— ¿Qué hora es? —preguntó Ryder.
—Son casi las dos —dijo Sam—. Nos hemos saltado el almuerzo.
Ryder se quedó de pie, una mano apoyada en la cadera y la otra sobre el
respaldo de la silla, la cabeza baja, de espaldas a Sam.
— ¿Quieres que prepare algo de comer? —sugirió Sam.
Ryder negó con la cabeza. Ella se acercó a él y puso una mano sobre su hombro.
Ese simple contacto despertó en él un deseo voraz e incontrolable que inundó todo
su ser. Los recuerdos acudieron a su cabeza. Las horas pasadas en el hospital trajeron
a su mente la muerte de su hermano, el sufrimiento de su madre. Esperó el
sentimiento de terrible soledad que siempre lo asolaba en esos momentos, pero no
vino. La presencia de Sam lo había alejado. Y comprendió que la necesitaba junto a
él. No se trataba de su cuerpo ni de su corazón. Necesitaba todo su ser, su esencia.
Esa necesidad se hizo tan elocuente que borró todo lo demás.
—Sam —suspiró, y tan solo la mención de su nombre fue como un bálsamo
para su malherido corazón. Ella lo rodeó con sus brazos y se apretó contra su cuerpo
todo lo que pudo.
—Estoy aquí —dijo Sam.
—Yo... te necesito.
Ryder no había caído en la cuenta de que había hablado en voz alta. Y hasta ese
momento no había comprendido el alcance de su necesidad. Estaba asustado. Ese
miedo era todavía más profundo que la idea de perder a Cotton. No quería depender
de Sam de aquella forma. Por un momento, cruzó por su mente la sospecha de que se
había enamorado de ella. Pero se sentía demasiado confuso para analizar esa idea
remota. Podía aceptar que necesitara a Sam. Pero el amor era otra cosa...
—Gracias —dijo y se soltó—. Gracias por todo lo que has hecho. Te lo
agradezco.

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—No ha sido... nada —acertó a replicar Sam, desconcertada ante el cambio tan
abrupto en la actitud de Ryder.
No lo habría creído si no lo hubiera visto con sus propios ojos. Lo miró
fijamente. Tan pronto había confesado que la necesitaba entre suspiros como había
agradecido su ayuda con una fórmula protocolaria.
—Ryder...
—Creo que iré a echar un vistazo a ese maldito toro —dijo y se alejó un poco
más de Sam—. Si Mamie llama...
—Descuida. Iré a buscarte.
—Gracias —y desapareció por la puerta.
Sam se quedó mirando la puerta. ¿Qué demonios habría pasado para que su
comportamiento hubiera pasado de un extremo al otro en apenas unos segundos?
Buscó una justificación para su conducta, pero no encontró ninguna. Tan solo
recordaba que había confesado que la necesitaba. ¿Sería cierto?
Puede que no hubiera sido más que un momento de debilidad. Muchos
hombres tienen dificultades para afrontar ciertas emociones y mucho más para
expresarlas. Puede que hubiera sentido aquellas palabras como una deplorable
muestra de debilidad y que lo lamentara. Pero no había ocultado sus sentimientos
cuando Cotton había resultado herido. Se había mostrado visiblemente preocupado y
todos lo habían visto. Por otro lado, cuando ella había llegado al lugar de accidente,
se habían mantenido estrechamente unidos. Quizá fuera su manera de manejar el
miedo.
Meneó la cabeza. Tenía que admitir que, pese a los momentos de intimidad que
había vivido junto a él, no conocía a Ryder demasiado bien. Sabía que lo satisfacía
sexualmente, pero apenas había recibido algunas señales de lo que lo molestaba.
Puede que esa fuera la respuesta que buscaba. Todo lo que había ocurrido en el día
había sido muy personal y había rebasado con creces los límites de su acuerdo.
Puede que sintiera que ella se había entrometido más de la cuenta. Pero eso no tenía
demasiado sentido. La realidad era que tan solo estaba siendo una testigo.
Frustrada, se mesó los cabellos. No le serviría de nada especular. Tan solo una
persona podría responder a sus preguntas. Y estaba dispuesta a manejar la situación
de la única forma en que le habían enseñado a hacer las cosas. Directamente.

Después de abandonar la casa, Ryder se encaminó hacia el redil que estaba


detrás de los establos. En parte, tal y como le había dicho a Sam, quería comprobar el
estado del toro. Pero también necesitaba poner en claro sus pensamientos. Y eso no
era tarea fácil. No dejaba de pensar en el modo en que Sam lo había mirado cuando
él la había apartado. Parecía que la hubiera herido.
Había estado tan asustado que había sido una suerte que no hubiera salido
huyendo como una ciervo en época de veda. Quizá tendría que disculparse con ella.
¿Y qué podría decir? Había compartido más intimidad con ella que con ninguna otra
mujer que hubiera conocido. El asunto era que se sentía más a gusto mientras su

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relación se ceñía al aspecto puramente físico. No había nada de malo en eso y no


tenía motivos para cambiar.
— ¿Ryder?
Se volvió y encontró a Sam a poco más de un metro.
— ¿Es que Mamie me necesita?
—No, yo...—ahora que estaba cara a cara con él, había perdido parte de su
aplomo—. Me estaba preguntando si he hecho o he dicho algo inconveniente.
—No, claro que no —dijo Ryder, consciente del rumbo de la conversación.
—Parecías molesto cuando te fuiste y pensé que...
—No, no has hecho nada malo. Si he sido algo brusco, lo lamento. Hoy te has
portado muy bien. Has apoyado mucho a Mamie en el hospital.
—Tú también estabas ahí.
—Sí, es cierto. Pero creo que las mujeres se sienten más acompañadas por otra
mujer en situaciones como esa. En todo caso has estado al quite y te lo agradezco. En
especial si tenemos en cuenta que casi somos unos desconocidos para ti. Seguro que
no esperabas que todo este caos formaría parte de tu trato.
¿Unos desconocidos? No podía creer que Ryder le hubiera dicho algo
semejante. Quizá no conociera a Cotton hacía demasiado tiempo, pero no era en
absoluto un extraño para ella. Y tampoco Mamie. Y estaba harta de que siempre
sacara a relucir el famoso trato. Todo eso significaba mucho para ella. Entonces
advirtió que había encontrado la respuesta que buscaba. Puede que ellos significaran
mucho para ella, pero eso no suponía que el sentimiento fuera recíproco.
—No, supongo que no lo esperaba.
—No te preocupes —Ryder sonrió—. Cotton se pondrá bien y mañana todo
habrá vuelto a la normalidad. Además, tú y yo tenemos mucho trabajo por delante si
queremos diseñar un buen plan para la escuela de especialistas.
Una vez mas estaba hablando de negocios. Tendría que sentirse muy feliz ante
el hecho de que todo volviera a la normalidad. Eso lo haría todo más fácil. Entonces,
¿por qué tenía tantas ganas de echarse a llorar? ¿Por qué sentía que algo maravilloso
acababa de escapársele de entre los dedos?
—Sí, la escuela —dijo Sam—. Casi lo había olvidado con todo lo que ha pasado.
—Ni siquiera he tenido la oportunidad de contarle tu idea a Cotton, ¿sabes?
—Me gustará conocer su opinión —dijo, deseosa de alejarse de él lo más
posible—. Creo que voy a volver a la casa y me prepararé un bocadillo. ¿Estás seguro
que no quieres que te prepare uno?
—Gracias. Estoy bien.
—De acuerdo —asintió Sam—.Te veré más tarde.
—Sí.

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Ryder observó cómo se alejaba y tuvo que esforzarse para no salir tras ella a la
carrera para disculparse por la pobre excusa que había ideado. Había vuelto a herirla
y era lo último que habría deseado.

Sam no miró atrás. Caminó directamente hasta el despacho y se pasó el resto


del día trabajando. Era la única forma que podía alejar de su cabeza su conversación
con Ryder. Había dejado claro que tan solo le interesaba su cuerpo. No podía esperar
alcanzar la felicidad tan solo porque se hubiera enamorado de él. Si se había dejado
llevar por sus sentimientos y sus románticas ideas, Ryder le había puesto las cosas
claras esa tarde. No habría podido expresarlo con más claridad. Así que estaba
dispuesta a mantenerse alejada.
Y después, ¿qué? ¿Podría mantenerse fiel al trato sin perder la cabeza? Siempre
le quedaba la opción de marcharse. Podría decir que las cosas no marchaban bien,
que el rancho no tenía salvación y huir. Pero no era la solución. Se había involucrado
en el tema de un modo consciente y no tenía sentido perder los estribos. La única
promesa que le había hecho Ryder era que tendría una experiencia sexual
inolvidable. Y había cumplido esa parte a rajatabla.
Ya había sufrido demasiados contratiempos en su vida. Estaba acostumbrada y
lo superaría. Se le daba bien encarar la realidad. Y la realidad era que amaba a Ryder
y él no la correspondía. Solo quería ceñirse al trato. Quizá otra mujer se habría
marchado, pero Sam sabía que en el mundo había muy poca diversión y afecto. Si tan
solo podía recibir eso, lo aceptaría.

— ¡Apártate, mujer! No necesito una manta.


—Tienes un poco de fiebre —dijo Mamie.
Sam, que había acudido para visitar a Cotton, presenció la riña y no pudo
reprimir una sonrisa. Cotton la vio y reprimió su lenguaje.
—Ya veo que te sientes mucho mejor —apuntó Sam.
—Confiaba en que disfrutaríamos de un poco de paz —indicó Mamie—, pero
ya has visto que sigue igual que siempre, tal y como había previsto.
— ¿Acaso lo querrías si no fuera como es? —Sam guió un ojo a Cotton.
—Voy a prepararte un poco de sopa —suspiró Mamie—. Sam ha venido a
visitarte. Procura ser amable y no la aburras con las tareas del rancho.
—Estupendo —gruñó—. Solo porque me he echado un sueñecito a media tarde
se cree con derecho a tratarme como un inválido. Ya casi ha oscurecido. Imaginaba
que Ryder se pasaría a verme.
—La última vez que lo he visto había ido a comprobar el estado de ese toro.
— ¿Tienes idea si los muchachos han arreglado la valla junto al Shetland
Arena?

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—No deberías hablar de trabajo. Se supone que tienes que descansar.


—Me he roto las costillas, no la cabeza. Mañana por la mañana estaré al pie del
cañón.
—Ryder insistió en que te tomaras al menos otro día libre.
—Se cree que dirige este rancho, pero está muy equivocado —Cotton miró los
ojos de Sam, que reflejaban una honda preocupación—. ¿Se encuentra bien?
—Estaba preocupado por ti, igual que todos los demás.
—No. Me refiero a que no...
— ¿No, qué?
— ¿Ha mencionado algo de su familia? —preguntó Cotton con cautela después
de una pausa.
—Me ha hablado de Cliff, de su madre y...
—Me alegro —Cotton lanzó un suspiro de alivio—. Quizá ese incidente con el
toro le recordó a su hermano Cliff.
—Vaya, Cotton, no se me había ocurrido.
—Sí, bueno, no suele hablar de ellos a menudo. Pero sé que el recuerdo le ronda
por la cabeza de cuando en cuando.
—Estaba un poco distante —apuntó Sam, contenta al encontrar una justificación
nueva para la actitud de Ryder que no tenía que ver con ella.
—Se ha ido a caminar en solitario, ¿me equivoco? —Sam le dio la razón—. Se le
pasará pronto. No es de los que sienten lástima por su vida.
—No, no lo creo.
—No, desde luego. Además tiene que dirigir un rancho. Es demasiado
importante. Sé que las cosas no van a resultar fáciles, pero no va a dar su brazo a
torcer bajo ninguna circunstancia. Me alegro de que estés aquí para ayudarlo —se
inclinó un poco hacia delante y habló en voz baja—.Ya sé que no es asunto mío pero
¿qué tal va todo?
—Estamos...—Sam prefirió no mencionar nada de su idea hasta que Ryder no
se lo contara— trabajando en la solución.
—Ryder puede disponer de mis ahorros. Y tú también —dijo Cotton.
—Gracias —dijo Sam—.Tengo que admitir que llevar un rancho es mucho más
duro de lo que había imaginado.
—Es un trabajo duro, pero se lleva en la sangre. Cliff lo supo desde el día en
que nació. Ryder tardó un poco más en comprenderlo, pero ahora lo sabe. Y te
aseguro que lo que siente por este lugar es tan profundo como lo que sentía su
hermano. Quizá sea todavía más fuerte. Pude verlo en sus ojos durante el funeral de
su padre. Está aferrado a esta tierra. Si pierde el rancho, temo que pueda perder el
norte. Quizá decida regresar a ese trabajo suyo y arriesgar su vida un día tras otro
hasta consiga que lo maten.

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— ¡Oh, no!
—Quizá parezca algo excesivo. Supongo que para la gente de la ciudad no
resulta fácil entender ese apego hacia la tierra. Pero es nuestra vida y lo que nos da
esperanzas.
—Lo entiendo mejor de lo que piensas, Cotton. Trabajé durante cinco largos
años para conseguir cinco acres de tierra. Es la única propiedad que he tenido en
toda mi vida. Siempre que paseo entre los árboles siento que estoy en otro mundo,
un lugar especial al que estoy conectada. Algún día me construiré una casa de
ensueño en esa tierra y viviré allí para siempre.
—Entonces entiendes a lo que me refiero y...
Alguien llamó a la puerta con los nudillos. Sam se levantó para atender la
llamada. Abrió la puerta y se encontró con Ryder, que traía un plato con comida.
—Entra —dijo Cotton.
Mamie entró en la sala al tiempo que Ryder entraba en la casa. Sam cerró la
puerta.
—Me he encontrado con Tom Booker y me ha dado esto de parte de su mujer —
ofreció la bandeja a Mamie—. Dice que puedes congelarlo si lo prefieres.
—Es muy amable por su parte —agradeció Mamie—. ¿Ya has cenado? Solo
tengo un poco de sopa, pero…
—No, Mamie, gracias —dijo Ryder—. Pero ya que estamos todos aquí, me
gustaría comentaros una cosa, siempre que estés en condiciones, Cotton.
—Estoy tan sano como ese maldito toro —gruñó Cotton.
—Está bien —sonrió Ryder—. Sentaos y os contaré la idea que se le ha ocurrido
Sam. Creo que es la respuesta a todos nuestros problemas.
Durante la siguiente hora y cuarto discutieron la idea entre los cuatro.
Surgieron preguntas nuevas que se añadieron a las que ya habían formulado Sam y
Ryder.
— ¿Quién se va a encargar de dar las clases? — preguntó Cotton—.Tú no
puedes hacerte cargo de todo.
—Muchos de nuestros hombres podrían ayudar. Cualquiera de ellos esta
capacitado para dar clases de equitación. La mayoría han participado en rodeos. Y sé
que otro de los hombres que hemos contratado recientemente practica motocross los
fines de semana. Y puedes creerme si te digo que conozco a suficiente gente en el
negocio que estaría encantada de aceptar una oferta así a cambio de un sueldo fijo.
No tendré ningún problema para encontrar instructores.
Al cabo de un tiempo, todos aceptaron que se trataba de una idea sólida que
tenía futuro. El único obstáculo era el dinero.
—Sam está trabajando en eso —dijo Ryder—. Puede que nada de esto salga
adelante, pero existe una buena probabilidad. Pero os necesito a los dos. Y quiero que
me digáis sinceramente qué os parece la idea.

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—Ni siquiera tienes que preguntarnos —señaló Mamie—. Si tú eres feliz,


nosotros también. Estamos contigo, pase lo que pase.
—Puedes darlo por hecho —certificó Cotton.
Después de fregar los cacharros, Sam y Ryder se fueron a la casa principal.
Ryder se dejó caer en el sofá del salón.
—Ha sido un día de locos —dijo.
—Creo que es la mejor definición posible —añadió Sam con una sonrisa y se
dejó caer a su lado.
—Creo que a Cotton le ha hecho mucha ilusión la idea, ¿no te parece? Está
deseando empezar a trabajar en ello.
—No sé si Mamie se lo va a permitir con dos costillas rotas.
—No tardarán mucho en curarse —aseguró Ryder—.Yo mismo he pasado por
eso en más de una ocasión.
— ¿Muchas veces?
— ¿Qué?
— ¿Has sufrido muchas heridas cuándo trabajabas como especialista?
—Supongo que recibí mi parte. Algunas costillas rotas, la nariz en un par de
ocasiones, distensiones musculares, la clavícula y esto —señaló la cicatriz que había
llamado la atención a Sam la primera noche que habían hecho el amor
— ¿Qué ocurrió?

—Una pelea en un bar. El otro especialista y yo estábamos luchando. Sacó un


cuchillo y me atacó al cuello, tal y como habíamos ensayado. Había otra pareja
peleando a nuestro lado. Uno de ellos perdió el equilibrio y empujó a mi colega —se
estremeció con el recuerdo—.Afortunadamente el cuchillo era de mentira.
Ella extendió la mano y deslizó los dedos sobre la piel arrugada en el cuello.
Ryder le sujetó la mano y no la soltó.
—Pero valió la pena tan solo por esta caricia.
Fue lo más natural del mundo para ella posar sus labios sobre la herida y
después continuar la senda que llevaba a su boca. Ese beso era como el regreso al
hogar. Por mucho que la hubiera herido anteriormente, ese beso suponía el perdón.
La tensión acumulada del día se desvaneció y dio paso a otro tipo de tensión. Una
para la que conocía el remedio.
—Nunca hemos dado ese paseo al atardecer — dijo después de besarla.
—No quisiera repetirme, pero mañana habrá un nuevo atardecer —dijo Sam.
—Entonces, ¿olvidamos el paseo?
—Llévame a tu habitación —sugirió Sam.

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Capitulo 8

—Impresionante —suspiró Sam.


Ryder, como era su costumbre, se había despertado antes de que sonara la
alarma, había besado a Sam y entonces habían hecho el amor con calma. Ahora
jugaba con un mechón de su pelo mientras ella miraba el amanecer por encima de su
hombro.
—Gracias.
—Me refería al amanecer —concretó Sam.
— ¡Oh! —fingió una cuchillada en el corazón y cayó de espaldas sobre la
cama—. Me has herido mortalmente.
—Tu ego puede soportar un golpe directo.
— ¿En serio?
—Absolutamente, y tienes una voluntad de hierro.
—Espero que estés en lo cierto —suspiró y la atrajo hacia sí—.Voy a necesitarla
hoy.
El regocijo desapareció. Sam sabía que se estaba refiriendo a la cita que tenía esa
tarde con el vicepresidente del banco para presentarle el proyecto de reconversión
del rancho. Sam apoyó su mano sobre el pecho de Ryder, sintió los latidos de su
corazón en las yemas de sus dedos. Pensó en lo mucho que lo amaba y hasta qué
punto deseaba verlo feliz. Y sabía que toda su felicidad estaba ligada a ese rancho.
—Seguro que lo harás bien —lo animó.
—No tengo más remedio. Es mi última oportunidad, Sam.
Los últimos cuatro días habían trabajado sin desmayo para elaborar un plan de
trabajo y una propuesta que dejara a los banqueros sin habla. Ryder había reunido
todo su patrimonio, incluidas las acciones, unas tierras de baldío en Danton, bonos
del Estado y los contratos de arrendamiento que habían reportado beneficios a su
familia durante los últimos cuarenta años. Había liquidado casi todo excepto esos
contratos, que estaban en manos de un especialista en Bolsa que trataba de
venderlos. Sería suficiente para cubrir los gastos, pero no serviría de nada si el banco
no le concedía una prórroga. Ryder había hecho algo que nunca habría soñado.
Había contactado con algunas personalidades de Hollywood para que lo avalaran.
Eso había requerido una importante dosis de humildad. Pero Sam lo había
convencido. Era lo menos que podía hacer.
—En caso de que no lo haya mencionado antes, te estoy muy agradecido por
todo lo que has hecho, esto habría sido posible sin tu ayuda.
—Gracias, pero todavía no hemos llegado a la meta. Incluso con las deudas
cubiertas podrían decidir denegarte la ayuda y...

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—Me da la impresión de que esperas que rechacen la petición.


—Oh, Ryder, lo siento. No quiero ser pájaro de mal agüero. La verdad es que no
creo que te denieguen la prórroga. Has pagado los atrasos, has reorganizado todo y
tienes un proyecto maravilloso que anticipa muchos beneficios —sonrió—.
Perdóname. Creo que estaba volcando mis inseguridades sobre ti. Es algo
automático. He crecido y me he criado en un ambiente muy conservador. Nunca he
pensado mucho en mí misma. Siempre he puesto a los otros por delante. Mi lema era
ahorrar y no prestar. ¿Qué crees que me hizo ser una contable en vez de intentar algo
más atrevido como...?
— ¿Especialista en un rodeo?
—Exacto.
—Podrías haberme engañado —se giró hacia ella de modo que sus cuerpos
quedaron enfrentados—. El día que te vi en la puerta de mi casa pensé que eras una
belleza con muchas agallas.
—No es cierto. Pensaste que era una desequilibrada.
—Sí, pero una desequilibrada increíblemente sexy y con una proposición fuera
de lo común —reconoció Ryder.
— ¿Así que me encontraste sexy? —lo miró con una sonrisa provocadora.
—Todavía lo pienso —atrapó uno de sus pechos en la mano y empezó a
acariciar el pezón con el dedo gordo. Sam se estremeció—. ¿Ves a lo que me refiero?
La forma en que respondes a mis caricias es lo más sexy que he visto en mi vida.
—Siento que...
— ¿Qué?
—No sé si sabré explicarlo, pero algo ocurre cada vez que me tocas —dijo Sam
y sacudió la cabeza—. Nunca me ha alcanzado un rayo, pero la sensación tiene que
ser muy parecida. Es una especie de despertar sexual. A veces tengo la impresión de
que puedo sentir la corriente eléctrica a través de mi sangre hasta cada una de mis
extremidades. Y se repite cada vez. Hemos practicado el sexo hace apenas una hora.
Ha sido algo maravilloso. Y ahora, al acariciarme, yo...
Emitió un jadeó al sentir la mano de Ryder mientras bajaba por su espalda hasta
cubrir su sexo bajo su palma.
— ¿Qué ibas a decir?
—No puedo recordar nada cuando haces eso.
— ¿Qué? ¿Esto? —lentamente, de un modo deliberado, se acercó a ella—. ¿O
esto?
Bajó la cabeza y atrapó un pezón en el interior de su boca. Ella volvió a jadear,
arqueó la espalda y todo su cuerpo vibró y se estremeció al unísono.
—Te deseo—suspiró.

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Tenía razón en su comparación con el rayo. Y pronto el calor se hizo


insoportable. Solo podía pensar en el deseo. Sam lo agarró del pelo para besarlo, pero
él rechazó el acoso de su amante. No quería precipitarse. Habían disfrutado de un
encuentro lleno de ternura apenas una hora antes y Ryder quería repetirlo. Deseaba
sentir cómo ella se derretía bajo su peso, abrumada por el deseo. Deseaba jugar con la
temperatura de su cuerpo hasta alcanzar un clímax perfecto, verla estremecer,
escuchar sus gemidos de placer y asistir a la consecución satisfactoria de sus anhelos.
Al mismo tiempo, deseaba poseerla de un modo febril, brutal. No era fácil
negar la furia que recorría su cuerpo y que lo animaba a comportarse como un
depredador salvaje. En un intento para demorar el placer introdujo su lengua entre
los labios entreabiertos de Sam, pero no llegó a besarla del todo. Decidido a no
dejarse llevar por las prisas, se entretuvo mordisqueando el labio inferior de Sam
antes de volver a besarla con ternura.
—Ryder —susurró Sam, los ojos cerrados por la pasión.
—Despacio, cariño —dijo Ryder, a punto de perder el control.
—No. Por favor.
—Sam...
—Estás intentando ser dulce y amable —señaló Sam, con la mirada despejada y
los ojos negros como el azabache—. No lo hagas.
Eso terminó con la paciencia de Ryder. Perdió todo el control que le restaba. Se
puso un preservativo y la penetró sin más miramientos. El primer orgasmo le llegó
de improviso y dejó a Sam sin sentido, mareada. Pero no hasta el punto de no estar
preparada para un segundo asalto. Se apretó contra él y lo acompañó en cada
embestida, adecuando su cuerpo a la cadencia de las caderas de Ryder.
Él nunca la había visto así. Estaba en un estado salvaje, febril, combativo. Era
una gata caliente en celo que buscaba un compañero de juegos. Comprendió que
necesitaba todo y se entregó a ella a fondo. Rodó sobre la cama y se apoyó sobre la
espalda. Permitió que ella actuara según su patrón.
Las manos en las caderas, no tardó en notar cómo ella acompasaba el ritmo de
su cuerpo a las sacudidas de él, una tras otra, hasta que arqueó el cuerpo, echó la
cabeza hacia atrás y mostró la plenitud alcanzada a través de un gemido largo y
sostenido. Finalmente le llegó el turno a Ryder. Tenía cada músculo en tensión, cada
nervio preparado y una sacudida final precedió su particular clímax. Unos segundos
después Sam se desmayó sobre su cuerpo, semi inconsciente, y sus cuerpos rodaron
hacia un lado de la cama.
Permanecieron así unos minutos hasta que su respiración recuperó el ritmo
normal y sus cuerpos se calmaron. Al cabo de un momento, Sam levantó una mano y
la posó sobre el torso sudoroso de Ryder.
—Ya sé que habíamos decidido que no sería una buena idea que te acompañara
al banco pero ¿cómo te sentirías si te llevara en el coche y esperase fuera? Siempre
que reúna las fuerzas suficientes, claro.

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—Tengo una idea mejor —propuso Ryder—. ¿A qué distancia queda tu


apartamento de la sucursal del banco?
—Quince minutos en coche.
—En vez de esperarme, podrías acercarte y elegir tu mejor vestido. Solo en el
caso de que tengamos algo de celebrar más tarde.
—Es una gran idea. Y estoy segura que saldrá bien. Puedo sentirlo.
—Ojala no te equivoques.
—Tienes que pensar en positivo. Claro que tengo razón. Y esto va a ser algo
grande. Dentro de poco todo el mundo coincidirá en afirmar que la escuela para
especialistas de Copper Canyon es la mejor del mundo. Y te concederán un montón
de premios.
—Creo que estás yendo un poco lejos, ¿no te parece?
—Es posible —admitió Sam—, pero soñar no está prohibido. Y si estás
dispuesto a soñar, será mejor que lo hagas a lo grande.
—Esa es una buena filosofía, encanto.
—Será mejor que me meta en la ducha —dijo tras mirar la hora y besarlo—.
Todavía tenemos cosas que hacer antes de marcharnos.
Se levantó de la cama y se encaminó hacia el cuarto de baño. Se detuvo en el
umbral, se volvió hacia él, le lanzó un beso y cerró la puerta. Ryder pensó que hacer
el amor con Sam se había convertido en lo más natural del mundo. Y lo más
apropiado. Pero ¿es que estaban haciendo el amor?
Sin la menor vacilación, Ryder admitió que la respuesta era claramente
afirmativa.
Una aseveración terrorífica. Tomó aire. Pensó que era algo que podía tolerar. Y
también podía aceptar que le importaba Sam. Lo pasaban muy bien juntos y se
compenetraban estupendamente en el trabajo. Era una mujer emprendedora y
generosa, pero eso no significaba que estuviera perdidamente enamorado de ella. El
amor no entraba en sus planes. Al menos mientras no hubiera solucionado sus
problemas con el rancho.
Se incorporó sobre un codo y escuchó el agua de la ducha. Pero admitió que, si
alguna vez abría la puerta al amor, sería para recibir a una mujer muy parecida a
Sam. Una mujer que lo hiciera reír, que amara el rancho y a su familia. Alguien igual
de cálida y entregada. E igual de atractiva. No cabía duda de que era toda una mujer,
en más de un sentido. Con una sonrisa de oreja a oreja, Ryder volvió a tenderse sobre
la cama. Sam era todo eso y mucho más. No le cabía duda de que era un hombre con
suerte. Solo deseaba que esta no lo abandonara de pronto.

Sam sintió los nervios aferrados a su estómago desde que salieron de


Lewisville. Mientras Ryder adelantaba a todos los coches por la carretera, ella no
dejaba de decirse que debía guardar la calma. Obtendría la prórroga y todo iría bien.

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Podía adivinar que Ryder también estaba nervioso. Agarraba el volante con tanta
fuerza que tenía los nudillos blancos.
Y no había abierto la boca en un buen trecho. No tenía mucho sentido hablar de
nada en ese momento. Si no conseguía la prórroga sería el fin de Copper Canyon.
Ryder aparcó en el garaje del edificio que albergaba las oficinas del banco.
—Hemos llegado un poco pronto —dijo.
—Eso indica puntualidad —matizó Sam— y siempre da buena impresión.
Ryder bajó del camión y Sam se movió hasta ocupar el asiento del conductor.
—No olvides ese vestido —recordó Ryder.
—No lo olvidaré. Ryder —se inclinó fuera de la ventanilla y lo besó en la boca—
. Buena suerte.
—Gracias.
Mientras lo veía alejarse hacia las escaleras que llevaban al vestíbulo, Sam rezó
para que toda la suerte del mundo estuviera de su lado.
Diez minutos más tarde aparcó la furgoneta en su plaza de garaje. Una vez en
su apartamento, cerró la puerta, dejó las llaves sobre la mesa y, de pronto, se detuvo.
Algo no estaba en su sitio. Aparentemente todo estaba en orden. Era su misma casa,
pero tenía la sensación de encontrarse en la casa de otra persona. Era un sentimiento
ridículo que achacó al hecho de haber pasado unos cuantos días fuera de su casa.
Pero eso mismo ocurría en vacaciones. ¿Por qué sentía que el apartamento le
dispensaba un recibimiento tan frío? ¿Acaso era ese el sentimiento de pertenencia
que siempre había experimentado en aquel lugar?
Entonces comprendió por qué el apartamento le resultaba tan ajeno. Ella ya no
pertenecía a ese lugar. No encajaba allí. Su sitio estaba en un rancho a bastantes
kilómetros de distancia, en Lewisville, junto a Ryder. Aquel era su hogar.
Sam se sentó en una silla. La noche en que Ryder le había enseñado a jugar al
póquer había comprendido que lo amaba. Eso ya no suponía una revelación para
ella. Se trataba de lo que ese amor había provocado en su existencia. Había cambiado
por completo su vida de un modo que ella nunca habría anticipado.
El apartamento parecía distinto porque ella había cambiado. Volvió a mirar a su
alrededor y encontró que los muebles, la decoración, todo había perdido el brillo y se
había convertido en algo muy frío. Se asustó terriblemente al pensar que habría
vivido en aquel lugar tan desprovisto de calidez durante un montón de años si su
coche no se hubiera estropeado en el momento justo en el lugar ideal. O si no hubiera
perdido su trabajo o Ryder no hubiera estado en apuros. Un montón de
condicionales que no podían derribar dos verdades como puños. Amaba
desesperadamente a Ryder, incluso si no era correspondida, y había descubierto una
parte de su personalidad que había permanecido oculta durante muchos años. Tan
solo deseaba lo que cualquier otra persona. Amar y ser amada.
Necesitaba desesperadamente a Ryder, una familia y el rancho. Por ese mismo
orden pero ¿alguna vez hallaría consuelo a sus peticiones? El plazo de su trato estaba

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a punto de expirar. Ambos lo sabían, si bien ninguno lo había mencionado. No podía


soportar la idea de despedirse de Ryder. Si tan solo pudiera quedarse junto a él una
vez concluida su relación profesional... él le había pedido que se quedara unos pocos
días más. Pero no era suficiente para Sam. Ella deseaba una vida entera para amarlo,
para vivir con él, para trabajar a su lado...
Quizá esa fuera la respuesta a sus plegarias. Una vez conseguida la prórroga
habría mucho trabajo por delante. Necesitaría ayuda. ¿Cómo no se le habría ocurrido
antes? Ryder necesitaría ayuda y ella necesitaba un trabajo. Pero, ¿y si la rechazaba?
¿Y si recibía de buen grado la noticia de que el plazo de su trato ya había expirado? Y
si le pidiera que se quedara tan solo para trabajar, ¿podría aceptarlo?
No estaba segura porque nunca antes había experimentado el verdadero amor.
Si perdía a Ryder se le rompería el corazón. Y sentiría un dolor tan profundo que ni
siquiera podía imaginar nada comparable. Pero por primera vez había vivido con
plenitud. Había sido ella misma. No tan solo una pobre niña huérfana, una mujer
trabajadora luchando por un puesto en la pirámide del poder o una mujer
enamorada. Había sido todo eso y mucho más. Y quería compartir todas sus facetas
con Ryder. Tan solo deseaba una oportunidad.

Sentado en el vestíbulo del banco, mientras aguardaba a que Sam pasara a


buscarlo, repasó mentalmente la reunión que acababa de tener. Los dos empleados
del banco habían escuchado su proposición y, aparentemente, habían aceptado.
Habían planteado una serie de cuestiones muy pertinentes que había respondido
satisfactoriamente. Le habían asegurado que estudiarían su propuesta con
detenimiento y le darían una respuesta esa misma semana. En apenas tres días
tendría la solución al dilema. Estaba convencido de que la respuesta sería positiva. La
única certeza era que su vida cambiaría en tres días. ¿A mejor o a peor?
Había comprendido que el futuro carecía de sentido si Sam no estaba junto a él.
Había sido un loco por no haberse dado cuenta antes. Estaba enamorado de ella.
Se había mentido a sí mismo al pensar que si alguna vez le abría las puertas al
amor sería para aceptar a una mujer muy parecida a Sam. ¿Cómo podía estar tan
ciego? No había ninguna otra mujer que fuera como Sam. Echó la vista atrás y supo
que se había enamorado de ella el día en que Cotton había resultado herido.
Entonces no había tenido el valor de encajarlo. Y se había comportado como un
imbécil. La mujer ideal le había caído del cielo y no la había sabido reconocer. Y Sam
era una auténtica joya. Adoraba todo de su persona. Y confiaba plenamente en ella.
Había habido momentos en su vida en los que no había creído posible confiar en la
palabra de una mujer, pero Sam había cambiado su punto de vista. ¿Y qué sentiría
ella?
Era cierto que se había entregado en cuerpo y alma cada vez que habían hecho
el amor, pero eso no significaba que lo amara. Nunca había manifestado el menor
deseo por algo diferente al sexo. Quizá lo hubiera insinuado en sus relaciones, pero
no era normal que la mujer empleara el sexo. Esa era la táctica de los hombres. Las
mujeres siempre buscaban la estabilidad, pero Sam no había hecho la menor
referencia a ese respecto. Sin embargo se había entregado él de una forma total,

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absoluta. Ryder no era un experto en el universo femenino, pero había mantenido


muchas relaciones con un montón de mujeres y sabía que no se entregaban de ese
modo si no sentían algo.
Su instinto le había asegurado que no se trataba tan solo de sexo. ¿Acaso no se
había quedado cuando él se lo había pedido? ¿No se había involucrado con su
familia y su trabajo? Quizá no lo quisiera todavía, pero estaba seguro de que llegaría
a amarlo con el tiempo. La verdad era que ni siquiera estaba muy seguro de sus
propios sentimientos, pero sí estaba seguro de que lo que sentía era real.
No tenía que hacer una gran esfuerzo para imaginar una vida en común con
Sam, trabajar a su lado e incluso criar sus propios hijos. Había trabajado tan duro
desde la muerte de su padre que ni siquiera se había permitido soñar con esa
posibilidad. Pero siempre había albergado esa esperanza. Y Sam había encendido ese
deseo apagado. No podía dejarla escapar. Tenía que ganar el tiempo suficiente para
hacerla ver que estaban hechos el uno para el otro. Pero ¿cómo lo haría? La forma
más directa habría sido confesar que la amaba, pero estaba seguro de que ella no lo
creería. Nunca le había hecho la menor insinuación al respecto. Abordar de pronto el
tema del matrimonio y la idea de trabajar juntos parecería una jugada comercial más
que nada.
¿Qué podía hacer? Quería que ella formara parte de su vida, pero no podía
proponérselo de sopetón. Tenía que ganarse a Sam con mucho tacto. Puede que
tuviera que invertir los términos. A lo mejor podía proponerle en primer lugar el
trabajo y más adelante, ganada su confianza, pedirle que se casara con él. Puede que
no fuera una idea muy brillante, pero no se le ocurría nada mejor.
Una vez que la escuela estuviera lista para echar a andar, le propondría a Sam
que lo ayudara con las labores administrativas. Ella, mejor que nadie, estaba al tanto
de todo. Por primera vez, Ryder sintió que tenía un futuro digno que ofrecer a la
mujer que amaba. ¿Y si ella rechazaba el trabajo? No podría aceptar un «no» por
respuesta. Tendría que convencerla a cualquier precio porque la necesitaba
desesperadamente a su lado. Era la persona más importante de su vida. Esa noche le
propondría que se quedara durante la cena. Era una apuesta a una carta y estaba
dispuesto a jugar fuerte. Reconoció su camión acercándose hacia el banco. La
realidad era que lo estaba apostando todo
—Me da miedo preguntar cómo ha ido la reunión —dijo Sam y se apartó del
asiento del conductor.
—Creo que ha ido bien —replicó—. Bueno, no lo sé. Todavía estoy temblando...
— ¿Les ha gustado el proyecto?
—Sí, Creo que sí. Me han hecho un montón de preguntas. Únicamente han
puesto la pega del dinero. Creo que es su mayor preocupación.
—He tenido los dedos cruzados todo el tiempo —replicó Sam, muy
emocionada——. ¿Han dicho cuándo te notificarían su decisión?
—Dentro de tres días —dijo Ryder.
—Eso es muy pronto.

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— ¿Eso crees?
—Desde luego. Ha habido decisiones que se han alargado durante semanas —
apostilló Sam—. Seguramente les ha gustado el proyecto. O bien...
—Sí —interrumpió Ryder al adivinar la preocupación en sus ojos—. Esa
posibilidad me va a tener en vela toda la noche.
—Ya te he dicho esta mañana que tienes que ser positivo —Sam sujetó su
mano—.Ya sé que puede resultar muy inocente, pero creo que las buenas vibraciones
traen resultados positivos, ¿de acuerdo?
—No sé lo que haría sin ti, Sam —le acarició la mejilla—. ¿Has elegido el
vestido?
—Sí.
—Bien. ¿Qué te parece si vamos a casa, nos cambiamos, y salimos a tomar algo
por la ciudad? —propuso Ryder.
—Me parece una idea estupenda.
Dos horas más tarde estaban sentados en una mesa de un restaurante famoso
por sus carnes a la parrilla. Sam había pedido una trucha y Ryder el chuletón más
grande que habían visto sus ojos en mucho tiempo. También había pedido una
margarita, pero Sam había declinado la oferta.
— ¿Quieres probar mi margarita? —ofreció Ryder.
—Está bien, solo un sorbo —pero enseguida arrugó la nariz—. Creo que seguiré
con mi té helado, si no te importa.
—Por si se me ha olvidado mencionarlo, estás preciosa esta noche —dijo
Ryder—.Y desde luego me gusta mucho ese vestido.
La verdad era que casi había perdido el habla cuando había visto a Sam entrar
en la cocina. Una sola mirada a Sam embutida en aquel vestido era más que
suficiente para encender su cuerpo. Acentuaba cada curva de su increíble figura y le
recordaba lo mucho que la deseaba. Pero ahora debía dejar a un lado el sexo y hablar
con sinceridad. Tenía que convencer a Sam de que era una buena idea que se
quedará a trabajar con él antes de ir más lejos.
—Gracias. Sentí el impulso de comprármelo hace un par de meses, pero no
había tenido el valor de estrenarlo hasta hoy.
— ¿Por qué?
—Mamie dice que resulta peligroso.
—Y tiene razón —sonrió Ryder—.Te mereces esto y mucho más.
—Vas a conseguir que me ponga colorada.
—La verdad es... que he estado pensando acerca de nosotros... nuestro acuerdo.
— ¿Y qué has pensado?
—Había pensado si estarías dispuesta a cambiar los términos del trato.

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—No estoy segura de entender lo que quieres decir —apuntó Sam con el
corazón en vilo, incapaz de discernir de qué lado se inclinaría la balanza.
—Ya sabes en qué consistía nuestro trato. Ahora tengo un porvenir, gracias a ti.
—Eso fue lo que...
—Sí, ya lo sé —interrumpió Ryder—. ¿Has pensado en lo que vas a hacer a
partir de ahora, Sam?
—Un poco —mintió Sam, que intuyó que se acercaba el final y luchó para que
no le temblara todo el cuerpo.
—Necesitarás un trabajo, desde luego —aventuró Ryder, que estaba tan
nervioso que no podía mirarla a los ojos.
—Sí. Y ahora que lo mencionas...
—Desde luego, eres una mujer tan brillante que podrías encontrar un trabajo en
cualquier parte.
—Gracias, pero...
—Quiero decir que, si encontraras un trabajo que realmente te gustara —
continuó él—, el salario no sería un problema, ¿verdad?
— ¿Quieres decir un trabajo en un nuevo negocio? —Apuntó Sam, que había
caído en la cuenta que estaban rondando el mismo pastel—. ¿Una escuela de
especialistas, por ejemplo?
—Exactamente. Y estaba pensando...—de pronto se detuvo mientras trataba de
asimilar las palabras de Sam—.¿Sam?
— ¿Sí?
—Acabas de decir... Bueno, ya sé que no tengo derecho a preguntarte esto. Pero
¿te gustaría trabajar conmigo, Sam? ¿Me ayudarías a poner en pie el proyecto? No
podría pagarte demasiado, pero...
—Eso no me importa.
—...quizá podríamos alcanzar algún tipo de acuerdo...
— ¡Ryder!
—... quizá unas bonificaciones...
— ¡Ryder! —repitió Sam.
— ¿Qué?
—Mi respuesta es sí.
— ¿Sí?
—Sí. Yo te lo habría pedido si tú no me lo hubieras ofrecido. Quiero quedarme
y trabajar a tu lado. Quiero formar parte de este proyecto.
Sam lo miró a los ojos y pensó que quizá fuera a lamentar muchas cosas. Pero
nunca lamentaría amar a Ryder.

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Los días siguientes fueron los más felices que Sam podía recordar. Durante el
día trabajaba codo con codo junto a Ryder en el proyecto. Y por las noches... No
había palabras para describir las noches. Todo había cambiado. Sentía que hasta
Ryder la tocaba de un modo distinto. Sus relaciones se habían dulcificado, eran más
íntimas, más cariñosas, más satisfactorias. Era como un sueño y la felicidad se le
escapaba por cada poro de su piel.
Mamie miró a su mando mientras apuraba su café antes de salir por la puerta
para ir a trabajar. Después miró a Sam, que se había unido a ellos poco antes.
—He estado siguiendo vuestros pasos estos dos últimos días —anunció
Mamie—.Y algo ha cambiado entre Ryder y tú. No se trata tan solo de vuestra
relación laboral.
Sam sabía que Mamie la apreciaba, pero también sabía que su lealtad siempre
estaría del lado de Ryder. Levantó los hombros con aparente indiferencia.
—No sé a lo que te refieres...
—Quiero decir que es más fuerte de lo que pensaba. Te has enamorado de él. Y
no es algo repentino, ¿verdad?
— ¿Qué quieres decir con eso?
—Estás completamente loca por él, y no lo niegues. Estoy segura. Ya te dije que
podía leerlo en tu cara. Pero no sabía que fuera tan serio.
—No es serio...
—Lo es para ti y tienes miedo de que él no sienta lo mismo, ¿me equivoco?
—Tú ganas —admitió Sam con un suspiro—. Estoy colada por él y preocupada.
—No creo que tengas motivos para preocuparte.
— ¿Por qué? ¿Es que Ryder ha dicho algo?
—No. Pero ya te he dicho que he notado algo diferente en Ryder. Está más
calmado. Yo diría que ha encontrado lo que andaba buscando. Creo que está
enamorado de ti.
— ¡Oh, Mamie! ¿Lo crees realmente?
—Sí.
—Lo quiero con toda mi alma —dijo Sam, sentada en una silla, los brazos
cruzados—. Me duele tan solo mirarlo. Es mi primer pensamiento al despertar y el
último antes de cerrar los ojos. Es mi sueño, Mamie. Lo quiero con todo mi corazón.
—Sí, recuerdo ese sentimiento —suspiró Mamie—. Es como si el Cielo y el
Infierno anduvieran revueltos.
—Exactamente —sonrió Sam.
—Supongo que por eso decidiste quedarte.
—Ahora nada logrará apartarme de su lado — afirmó Sam.

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Ryder trabajaba en el establo como si le fuera la vida en ello. Quería alejar de su


cabeza el sentimiento que lo atenazaba. Y no era otro que el miedo. Cada minuto era
una agonía mientras aguardaba que sonara el teléfono con una noticia que decidiría
su futuro. Estaba satisfecho porque no había confesado a Sam lo que sentía por ella,
aunque deseaba hacerlo. Cada segundo que pasaba estaba más convencido de que el
banco había rechazado su proyecto. Y sabía que ninguna mujer aceptaría a un
hombre sin ningún futuro. Quizá en las novelas y en las películas se pudiera vivir
solo del amor, pero la dura realidad era muy diferente. Si perdía el rancho no tendría
nada que ofrecer a Sam. Y era demasiado orgulloso para declarar su amor con las
manos vacías. En ese instante Cotton entró en el establo.
—Vas a arrancar el pelo a ese caballo si lo cepillas con tanta fuerza.
—Solo procuro mantenerme ocupado.
—Y por qué no te ocupas de...
—Una llamada de teléfono —anunció Sam desde la puerta del establo—. Es del
banco. ¿Prefieres hablar desde el despacho?
—Sí. ¡No! Espera, voy contigo.
—Siguen a la espera —dijo Mamie, que estaba hecha un manojo de nervios.
Ryder vaciló un momento y se dirigió a su despacho. Sam frenó la urgencia de
acompañarlo.
—Lleva un montón de tiempo encerrado —dijo Cotton después de diez
minutos.
—Eso es una buena señal, ¿verdad? —preguntó Mamie.
—Desde luego —afirmó Sam—. Seguramente están discutiendo los términos
de...
Ryder entró en la habitación y se paró junto a la puerta. Se quedó ahí parado, en
silencio. Sam aguantó la respiración.
—No ha habido suerte —dijo, cruzó la sala hasta la puerta de la calle y se alejó a
grandes zancadas.

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Capitulo 9

Los tres permanecieron callados, sin poder reaccionar.


— ¡Dios mío! —suspiró Sam al cabo de un momento.
— ¡Malditos bastardos estúpidos! —gritó Cotton y tiró el sombrero al suelo—.
¿Acaso esos idiotas no saben reconocer un buen negocio?
— ¡Cotton! —Mamie trató de sosegar a si marido—. Todos pensamos igual que
tú. Pero esos hombres de los bancos solo están interesados en el dinero.
—Tiene razón —apuntó Sam con lágrimas en los ojos—. No es nada personal.
Se limitarán a archivar el asunto y no tendrán remordimientos esta noche.
—Pues no es justo —dijo Cotton.
—Tengo que ir junto a él —dijo Sam, que apenas se sostenía en pie.
—Déjalo —sugirió Mamie—.Ahora mismo su orgullo le impediría hablar.
Sam se sentó de nuevo. No se le ocurría nada sensato que decir. ¿Cómo podía
animarlo en una situación así?
—Supongo que no le quedará más remedio que vender parte de su rancho para
pagar los intereses del crédito —apuntó Mamie—.Y es lo último que desearía hacer.
Tienes que convencerlo para que acepte nuestro dinero. Esta también es nuestra casa.
Hemos vivido en esta tierra casi toda nuestra vida y moriremos aquí.
—No aceptó nuestro dinero antes y no lo aceptará ahora —señaló Cotton.
—Ahora las cosas han cambiado. La situación es desesperada.
—Eso no es suficiente —replicó Cotton.
— ¿En qué estás pensando? —preguntó Mamie a Sam.
—Estaba reflexionando acerca de una posibilidad remota. Quizá el banco acepte
si solicitamos una cantidad menor. Ryder me dijo que el día de la reunión ellos
parecían muy preocupados por el dinero que debían desembolsar.
— ¿Crees que aceptarían?
—Quizá, si la reducción es significativa.
—Pero todavía no tendríamos suficiente. ¿De dónde sacaríamos el resto?
—Quizá yo pueda conseguir ese dinero.
— ¿Tú? —dijeron al unísono Mamie y Cotton, perplejos.
—Tengo unas tierras que...
—Un momento, chica —dijo Cotton—. Estás hablando de esos cinco acres de
tierra...
—Sí.

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—Olvídalo. Ryder jamás permitiría que te deshicieras de tu sueño.


—Pero no tengo que vender esa tierra. Podría pasar a manos del banco. Y no
hay razón para que no lo acepten. El terreno es mío.
—Es un hombre muy orgulloso. No lo aceptará.
— ¿De qué estáis hablando vosotros dos? —preguntó Mamie.
—Ya te lo contaré.
—Tengo que llamar al banco —dijo Sam—.Y después tengo que encontrar a
Ryder.
Ryder estaba apoyado en la valla de uno de los rediles, con la mirada perdida.
Todo había acabado. No sabía cómo afrontar el futuro que lo aguardaba a la vuelta
de la esquina. Se sentía como un animal salvaje, herido en lo más profundo. Todo era
confusión en su cabeza y su corazón era un volcán a punto de estallar.
— ¿Ryder?
Se estremeció al escuchar la voz de Sam. No la había oído. No sabía si sentirse
agradecido por su presencia o no. Deseaba abrazarla con todas sus fuerzas y, al
mismo tiempo, alejarla de su lado.
—No voy a preguntarte si estás bien. Sé que no lo estás.
—Se me pasará —dijo sin mucha convicción.
—Sé lo mucho que este sitio significa para ti. Y aunque no lo creas, también ha
llegado a significar mucho para mí en tan poco tiempo. He sido más feliz y me he
sentido más segura aquí que en ningún otro sitio. Me has permitido compartir tu
sueño. Por eso he hecho algo para ayudarte a no perderlo.
—Sam...
—Quizá esta no sea la forma en que te hubiera gustado, pero es una forma de
conservar esto. Por favor, escúchame. Después de que te marcharas he llamado al
banco. He preguntado si estarían dispuestos a reconsiderar el proyecto si bajamos la
cantidad de dinero y les ofrecíamos otros bienes a cambio. Se han mostrado
dispuestos a darnos una segunda oportunidad.
—No voy a seguir con esto, Sam. Además, el banco tiene todos mis bienes. No
existe ninguna otra propiedad que se les pueda ofrecer.
—Cotton y Mamie quieren hacerte un préstamo para reducir el crédito. Y no
van a aceptar un «no» por respuesta. Quieren pasar el resto de sus vidas en este
lugar. Así que será mejor que aceptes su oferta.
—Es muy generoso por su parte, pero...
—Con relación al otro bien, conozco a alguien que posee cinco acres de terreno
cerca de McKinney. Y está deseando invertir...
— ¡No!
—Pero, Ryder, eso no te comprometería a nada. El tasador me dijo que esas
tierras se estaban cotizando muy alto y que se podría sacar más de medio millón.

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—No puedo creer lo que estoy oyendo —dijo Ryder.


—Pero he llamado al banco y...
—Te has encargado de renegociar los términos a tu manera —dijo antes de que
pudiera medir las consecuencias de sus palabras.
—Pero...yo solo quería...
— ¿Qué es exactamente lo que querías?
—Quería ayudarte —dijo aparentando calma, atónita ante su reacción.
—Ya te dije que no deseaba un socio. Pero tú has dado el paso sin consultarme.
—Tenía miedo de que te negaras.
—Así que decidiste ocultármelo y seguir adelante, ¿no es eso?
—Sí, pero...
— ¿Acaso no importa lo que yo opine?
—Claro que importa.
— ¿Y por qué lo has hecho, Sam? ¿Por qué harías algo así?
—Lo siento. Tendría que habértelo consultado. Pero tenía tanta fe en ti y en tu
suelo que actué sin pensar —admitió Sam.
—Si tengo que compartirlo con un socio, ya no es enteramente mío. ¿Y si
fracasara?
—Pero eso no ocurrirá.
— ¿Cómo lo sabes?
—Porque te amo —espetó Sam de pronto casi sin querer—.Te quiero. Y aunque
te parezca una locura, creo que te he querido desde el primer momento. Y
precisamente porque te amo te comprendo. Comprendo la necesidad que sientes de
no defraudar la memoria de tu padre y tu hermano.
— ¿Intentas decirme que todo esto es solo por amor?
—Esa es la verdad.
—No será la forma de comprarte un hogar y una familia, ¿verdad, Sam?
—Lo he hecho porque te quiero —insistió Sam a pesar de la acusación—.Y
porque, en el fondo, albergaba la esperanza de que tú también me amaras. Es cierto
que deseo una familia, un hogar y toda la felicidad que la vida me ha negado hasta
que te conocí. Pero ya veo que no quieres mi ayuda. No te preocupes, Ryder. Me
atendré a nuestro trato y me apartaré de tu camino. Está claro que no quiere ningún
socio.
Ryder vio cómo Sam se alejaba a través del césped hasta la casa. Sentía que le
habían desgarrado el corazón. Una hora antes había estado seguro de querer
compartir toda su vida junto a Sam y ahora... Miró su propiedad y se sintió enfermo.
Toda su vida se había ido al infierno en unos minutos. De pronto escuchó un
portazo. Provenía de la cocina. Vio a Sam con una bolsa, dirigiéndose hacia su coche,

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aparcado detrás del cobertizo. Se estaba marchando. Ryder fue hasta la cocina.
Cotton y Mamie estaban allí.
—Se ha marchado —dijo Cotton.
—Ya lo he visto.
— ¿Has visto que estaba llorando?
Ryder sabía que había sido injusto, y deseaba recuperarla, pero era demasiado
tarde. Se sentía traicionado.
—Ha dicho que mandaría a alguien para llevarse el resto de sus cosas.
—De acuerdo. Me voy a mi despacho.
—No tan deprisa —indicó Mamie—. Quiero saber lo que le has dicho.
— ¿No te lo ha contado?
— ¡Demonios, no! Estaba demasiado destrozada para articular una palabra.
— ¿No te ha contado que ha buscado un socio inversor? Y sabía perfectamente
que era lo único que yo no quería. Seguramente ese tipo confiaría en que yo fracasara
para quedarse con mi parte.
— ¿Y le has dicho eso?
—Palabra por palabra —resopló Ryder.
— ¿Te has molestado en preguntar quién era ese inversor fantasma?
—Eso no tiene importancia.
—Ella es la propietaria de esos terrenos, Ryder —dijo Cortón—. Ella es el
inversor.
Mamie salió de la cocina y Cotton la siguió poco después. Ryder se quedó solo,
consciente de que su vida estaba hecha pedazos y de que era el único culpable. Se
había comportado como un perfecto imbécil. Y había sido un desagradecido. Y su
actitud seguramente lo había llevado a perder a Sam. Había estado tan ocupado
sintiendo lástima por sí mismo que había volcado su rabia sobre la primera persona
que había visto. Una persona que no lo merecía. Se sentía enfermo. ¿Cómo había
podido ser tan cruel?
Emprendió el camino hacia la camioneta. Había pasado toda su vida intentando
encajar en un marco que no le correspondía. Siempre había vivido sojuzgado por el
terrible recuerdo de su padre y su hermano. Pero él era diferente. Sam lo había
comprendido desde un principio. Pero él había estado ciego. Solo deseaba que su
necedad no le hubiera costado la mujer que amaba. Sabía lo que tenía que hacer.
Tenía que suplicar el perdón y solicitar una segunda oportunidad. Y estaba dispuesto
a hacerlo el tiempo que fuera necesario.

Sam no había elegido ninguna dirección cuando había abandonado


precipitadamente la casa. Solo había querido estar a solas. Sencillamente había
caminado hacia su coche de un modo fortuito. ¿Acaso había sopesado la idea de

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marcharse? Habría tenido su lógica, pero no hubiera funcionado a largo plazo.


Habría seguido amando a Ryder en cualquier parte del mundo. Y no tenía sentido
intentarlo. En el fondo de su corazón sabía que no deseaba intentarlo. Nunca podría
dejar de querer a Ryder.
Toda su vida había cambiado en el momento de conocerlo. Sabía que las
palabras de Ryder habían sido fruto del dolor y la frustración. Ella había soportado el
mismo fardo durante muchos años. Pero estaba dispuesta a luchar por lo que quería.
Y estaba dispuesta a que Ryder también luchara, contra viento y marea. Lo haría
entrar en razón para que viera que lo que habían tenido era demasiado precioso para
perderlo. Regresó a la casa y se encaró con Ryder.
— ¡Sam, creía que te habías marchado!
—Antes quiero decirte lo que tengo en la cabeza. Será mejor que me escuches
detenidamente, Ryder Wells. No voy a permitir que te salgas con la tuya.
—Adelante. Estaba demasiado ciego para comprender cuánto te amo hasta que
fue demasiado tarde. Merezco todo lo que me pase.
—Tienes mucho valor al decir que... ¿qué?
— ¿Qué?
— ¿Qué es lo que has dicho?
—He dicho que merezco...
—Antes de eso.
—No creo que quieras escucharlo.
— ¿Has dicho que me amas?
—No te culparía si me lo echas en cara...
— ¡Ryder!
— ¿Qué?
—Quiero que lo digas —y contuvo la respiración.
—Te quiero, Sam. Más de lo nunca hubiera creído que fuera posible. Tanto que
me asusta.
— ¿Por qué tienes miedo? —preguntó aliviada—. Yo también estoy asustada.
— ¿Tú?
—Tenía miedo de enamorarme de ti —dijo con una sonrisa—. Creo que lo más
juicioso que he hecho en mi vida fue cerrar ese pacto contigo.
—Ya te dije que tenías agallas.
— ¿Y por qué estabas asustado? —Porque puedes leer mi pensamiento. Sabías
que me estaba volviendo loco a causa del recuerdo de mi padre y mi hermano.
Siempre me había sentido un fraude porque no había sido como ellos. Y tú me lo has
hecho ver. Tienes razón al reprocharme que tengo valor para echarte en casa lo que
me atrevía a reconocer.

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—No era eso lo que iba a decir.


— ¿Y que era?
—Iba a decir que hacía falta valor para abandonar el rancho. O para claudicar
frente a nuestra relación. Ya sé que tienes buenas razones para no confiar en las
mujeres ni en los socios, pero yo no formo parte de tu pasado. Quiero ser tu futuro. Y
no vas a librarte de mí tan fácilmente.
— ¿Me lo prometes?
—De hecho —dijo y lo rodeó con los brazos—, no tengo la menor intención de
alejarme ni un solo centímetro hasta que te convenza de lo mucho que te quiero.
—No tienes que convencerme —la abrazó con fuerza—.Te necesito, Sam. Y te
quiero. ¿Crees que podrás perdonarme?
—Ya lo he hecho.
—Hay otra cosa —dijo Ryder.
—Lo que sea.
—Estoy buscando un socio interesado en una escuela de especialistas para
juntarse con un vaquero testarudo. ¿Conoces a alguien que pudiera estar interesado
en un compromiso de por vida?
—Creo que puedo ponerte en contacto con la persona ideal... si el trato es justo
—murmuró Sam y lo rozó con los labios.

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Capitulo 10

—Vas a dejarte los ojos si sigues mirando esa maldita pantalla de ordenador —
dijo Mamie con las manos en la cintura—. Además, ya casi ha anochecido. ¿No
puedes prescindir de los números para comer?
—Solo quiero asegurarme que no he cometido errores. Este informe es muy
importante —Sam se estiró sobre la silla—. Pero tengo hambre. ¿Qué has preparado?
—Pollo frito.
—Voy a engordar más que un animal de granja.
Gracias a las tierras de Mckinney habían podido renegociar el préstamo y ya se
habían matriculado los primeros cinco alumnos.
Podían admitir hasta un número de veintitrés y estaban considerando la
posibilidad de ofrecer cursillos intensivos para principiantes. Poco a poco se estaban
abriendo paso, aunque todavía estaban lejos de optimizar resultados. Sam sonrió y
deslizó el dedo sobre la alianza que Ryder había colocado en su dedo el día de su
boda. Ya había pasado un año.
—Socios —musitó, orgullosa de lo que estaban acometiendo.
— ¿Sam? —llamó Ryder desde la cocina.
—Enseguida voy.
Se levantó, fue hasta la cocina y fue recibida por toda su familia.
— ¡Sorpresa!
Ryder, Cotton y Mamie estaban alrededor de la mesa, dispuesta con la vajilla de
porcelana. Había cuatro copas de vino y una tarta con una sola vela encendida.
— ¿Qué es todo esto?
—Una celebración, preciosa —Ryder la tomó por la cintura y la besó—.
Brindemos por el trabajo duro y la familia. Y por mi mujer.
—Un momento —dijo Sam tras beber un sorbo—. Esto no es vino. Es
zarzaparrilla.
—Las mujeres embarazadas no deberían consumir alcohol —dijo Ryder.
— ¿Cómo lo has sabido? —preguntó Sam.
—Soy una persona mucho más despierta desde que entraste a formar parte de
mi vida —reconoció Ryder.
—El médico de guardia llamó —señaló Cotton—. Habías olvidado las
vitaminas preparto en la consulta.
Sam estaba demasiado ocupada mirando al hombre que amaba, el futuro padre
de su bebé.

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— ¿Sorprendido?
—Encantado. Es una noticia maravillosa, igual que tú —y la besó con ternura—
.Te quiero mucho, Sam. No podría imaginar cómo habría sido mi vida sin ti. Y ahora
vamos a tener un hijo...
—Puede que sea una niña.
—No hay problema. Me encanta la idea de tener una hija. Y más si se parece a
su madre —dijo y levantó en volandas a su esposa.
Mamie hizo una señal a Cotton y los dos se desvanecieron por la puerta trasera
sin hacer ruido. Sam miró a Ryder a los ojos. Sentía el corazón henchido de felicidad
y gozo.
— ¿Quién habría pensado que un simple trato nos iba a llevar tan lejos?
—No sé si fue simple trato o no, pero tú has sido el mejor negocio que he hecho
en toda mi vida —y Ryder selló sus palabras con un beso.

Fin

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