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FACULTAD DE PSICOLOGÍA
TESIS DE LICENCIATURA
Estudiante
Nombre y apellido: Florencia Pilar Melik Galeano
Dni: 39208742
Tutora
Nombre y apellido: Ana Kristy Wiener Sosa
Dni: 94361701
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Área general de conocimiento
Planteo problema
¿Cuál es la articulación que subyace entre el sueño y la escritura desde una postura
psicoanalítica?
¿En qué sentido es posible afirmar el sueño como narrativa?
¿Qué es lo que se escribe de la narrativa dentro del sueño como formación del
inconsciente en un análisis?
¿Qué lugar ocupa el registro de lo real en los sueños?
Hipótesis
Objetivo general
Inadagar los modos en los que se relacionan los conceptos de sueño y escritura
desde una perspectiva psicoanalítica.
Objetivos específicos
2
● Definir el sueño a partir de Freud: en qué sentido afirma al sueño como
cumplimiento de deseo.
Del significante para ser leído, por un lado, y la letra, por el otro. Es decir, del pasaje que va
del sueño como la vía regia de esas elucubraciones de saber (defensa del inconsciente) frente al
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goce, a un real que se da a ver como un relámpago, un puro destello fuera de sentido, o lo que
podemos decir como esa sutileza del sueño que arma un “entre” el deseo y el goce. “Entre centro y
ausencia, entre saber y goce…”, ese litoral que vira a un literal en el mismo instante (Bordón, 2018,
p. 12).
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Por otra parte Pontalis (1978) trabaja el sueño-objeto, al que se refiere como
un objeto evanescente. A su vez diferencia el trabajo del sueño del relato, lo que en
el presente trabajo se señalará como la narrativa del sueño, del sueño mismo,
siendo el primero la serie de transformaciones que operan y el segundo el sueño
puesto en palabras, como producto terminado.
Tizio (2018) considera la dimensión del relato del sueño: “El sueño relatado
incluye la posición del sujeto en presente y de ello habla en el desciframiento
secundario bajo transferencia.” (p. 7). Se sostendrá como hipótesis de trabajo que
no hay escritura del sueño posible sin la narrativa que lo sostiene. Esa narrativa
requiere de su construcción en análisis, es decir, de la escucha y la lectura, tanto del
analizante como del analista, que propician un lugar para la escritura. A este
respecto refiere Wiener Sosa (2018):
En efecto, el objeto a ocupando el lugar del semblante en el discurso analítico tiene por
función interrogar el estatuto del fantasma, dado que el sujeto está en frente de (del objeto). Y en
este movimiento se va construyendo la letra. Pues interrogar al fantasma, escribirlo -dado que es una
construcción en análisis- supone determinar la posición del sujeto con respecto al objeto que es
causa (p. 161).
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En última instancia, se recupera la siguiente pregunta: “¿Qué es lo que
retiene el deseo del lado de la escritura en lo que lo constituye como escritura
misma? Pues el deseo, creo yo, se escribe…” (Dufourmantelle, 2019, p. 188)
Marco Teórico
El marco teórico de la presente tesis encuentra sus bases en los dos autores
fundamentales del psicoanálisis. Por un lado, Freud (1900-1901) a partir de la
escritura de La interpretación de los sueños establece que “el sueño es un acto
psíquico de pleno derecho; su fuerza impulsora es, en todos los casos, un deseo por
cumplir;” (p. 505). Cuando Freud define el sueño lo que inaugura no es la práctica
de leer los sueños, puesto que la lectura y el relato de los sueños datan de tiempos
antiguos. El gesto freudiano es la puesta en el centro del deseo. El deseo como
impulso, como causa, como fuerza fundamental, necesaria e indestructible. La
invención de Freud con respecto a los sueños es inaugurar un sujeto del sueño:
darle lugar a la neurosis, al acto psíquico que es para el sujeto jugarse su deseo. La
interpretación de los sueños consiste en la búsqueda de elemento tras elemento,
siguiendo los caminos de la condensación y el desplazamiento, a través de la
asociación libre, hasta dar con el significado del sueño.
Veinte años más tarde, tras la Primera Guerra Mundial, Freud escribe Más
allá del principio del placer, texto con el cual inaugura un nuevo campo del saber,
debido a que considera acorde a su experiencia clínica que no todo impulso
psíquico se moviliza en función del imperio del placer. A partir de este texto aparece
la repetición y lo que el autor detecta es que lo que se repite es el trauma. El trauma
se actualiza en sueños y aquello que aparentaba ser un cumplimiento de deseo
regido por el principio de placer genera angustia y displacer. Bajo este nuevo
descubrimiento, surge necesariamente la pregunta acerca de si el sueño continúa
siendo un cumplimiento de deseo o qué tipo de deseo es el que se cumple en los
sueños.
Hacia el final de la Interpretación de los sueños el autor deja asentado un
cierre, un punto imposible, que denomina ombligo del sueño, y caracteriza de
imposible de conocer:
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Aún en los sueños mejor interpretados es preciso a menudo dejar un lugar en sombras,
porque en la interpretación se observa que de ahí arranca una madeja de pensamientos oníricos que
no se dejan desenredar, pero que tampoco han hecho otras contribuciones al contenido del sueño.
Entonces ese es el ombligo del sueño, el lugar en que él se asienta en lo no conocido (Freud,
1900-1901, p. 519).
Por su parte, Lacan (1964), el segundo autor fundamental del marco teórico,
retoma la siguiente pregunta: “¿Cómo puede el sueño, portador del deseo del
sujeto, producir lo que hace surgir repetidamente al trauma -si no su propio rostro, al
menos la pantalla que nos indica que todavía está detrás?” (p. 63). Lacan define al
sueño como cubrimiento de lo real. En el sueño adviene el sujeto en tanto lo hace
en relación con lo real. El sueño vela lo real, lo cubre. En Lacan, no se va en busca
del significado del sueño: se leen los significantes. En esa asociación significante,
en el entre, es donde se produce un sujeto (S1 — S2), y es un sujeto que se muestra
barrado en tanto el sueño da lugar al objeto causa de deseo, al objeto a.
Lacan se posiciona con respecto al ombligo del sueño y lo asocia a la
represión primordial. El ombligo es ese punto de cierre que es lo no-reconocido. Es
un punto en el que el conocimiento del sueño es imposible y es, a la vez, aquello
que impulsa el sueño. El ombligo supone una metáfora, es la marca en el sueño de
la exclusión del origen (Tizio, 2018), es un nudo, no un agujero, y ahí adonde se
cierra, lo señala.
En función de comentar la relación que sostienen sueño y escritura, se
tomarán los desarrollos de Freud y Lacan para pensar por un lado, al sueño como
una narrativa, en tanto se lleva adelante el trabajo del sueño, el trabajo que el sueño
hace en torno a un agujero y que supone un lector debido a que se narra, se
escucha y se lee en análisis, y por otro lado, al sueño en relación con la escritura,
pensada a partir de las conceptualizaciones de Lacan de la letra como borde, como
litura, entre saber y goce. Ahí adónde se construye el sueño como una narrativa en
el relato analítico y vela un real, inaugura una dialéctica. En tanto algo se sostiene
velado, a la vez se muestra, y la escritura puede buscarse donde algo del sueño se
invierte, se rompe, tras la lectura en análisis: ahí adonde cae el semblante. Esa
ruptura de semblante, que se da a partir de la lectura de los significantes, escribe la
letra -lo que se escribe es el borde del agujero de lo real-. Por lo tanto, se sostendrá
la escritura en íntima relación con el procedimiento de lectura: no puede haber
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narrativa de sueño, ni puede haber escritura a partir del sueño, sin un Otro que
puede ser Otro y uno mismo en la posición de analizante, que escuche y lea.
Metodología
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Introducción
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1. Breve genealogía del sueño
(Nietzsche, F., 1878, como se citó en Marinelli, L., Mayer, A., 2011)
10
A partir de Aristóteles el sueño se convierte en una producción narrativa del
alma. Aristóteles definió al sueño como “la actividad anímica del durmiente en
cuanto duerme” (Freud, 1989, p. 30), de ahí que Freud lea este acontecimiento
como el momento en el que el sueño se convierte en objeto de la psicología.
Artabanos, el viejo intérprete de sueños de los persas, afirmaba que las
imágenes del sueño contenían las pasiones de la vigilia. En Grecia, según relata
Freud (1989), existían oráculos oníricos a los que los enfermos acudían en busca de
curación. En los templos de Apolo o de Esculapio los enfermos eran sometidos a
ceremonias de purificación lustral, masajes, sahumerios, y así entraban en estado
de exaltación. Los recostaban sobre la piel de un carnero sacrificado para la ocasión
y los enfermos dormían y soñaban remedios que se les presentaban o símbolos e
imágenes que eran interpretadas por los sacerdotes. En la Antigüedad tardía,
Artemidoro Daldiano fue la máxima autoridad en términos de análisis de sueños, en
el año II d.c. escribió el libro más antiguo que se conoce que llevó el mismo nombre
que el proyecto freudiano, El tratado de Ὀνειροκριτικὰ -La Interpretación de los
sueños-.
Desde San Agustín el sueño se encuentra ligado a la autobiografía, y en el
año 1215 se vuelve obligatoria la confesión anual de los sueños de los fieles en el IV
concilio de Latrán, en Roma. Así se arma la figura del sueño expiatorio, e introduce
la responsabilidad en el relato del sueño.
En concordancia con lo anterior, Descartes recurría a sus sueños para dar
cuenta de sus descubrimientos. En la primera meditación el sueño es una amenaza,
es la duda en tanto desplaza las percepciones de la realidad y de sí mismo. A la
altura de la última meditación el autor descarta como irrisorias las meditaciones
anteriores y establece que, enlazando el sueño a la memoria y a las demás
actividades de la vida, encuentra una clara diferencia entre sueño y vigilia
(Descartes, 1963, p.120). A diferencia de Caillois, a quien es posible enmarcar en la
tradición racionalista, que sostiene hasta el final que “no podemos tener la certeza,
cuando no soñamos, de no confundir a la inversa la realidad con los sueños…”
(Callois, R., 1956, p. 1).
La indagación biológica acerca de las causas o propósitos del sueño,
inaugura la búsqueda de la fuente estimuladora, que la consideración científica
circunscribe a la teoría de la ilusión y al poder de la impresión objetiva (Freud,
1989). En los desarrollos de la etiología del sueño también aparecen los estímulos
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sensoriales internos, si bien Freud ignora de dónde surge ese interés por vez
primera. Las fuentes de las imágenes oníricas, al no poder someterse a una
observación y experimentación objetiva, quedan relegadas frente a las fuentes de
estímulo externo. A su vez, diferentes médicos descubren que ciertas
perturbaciones de los órganos internos podían ser fuente esencial de las
representaciones oníricas, provocando sueños de angustia. En este punto retornan
a concepciones medievales de causa-efecto, como las que pueden observarse en el
Libro de los sueños de Gerolamo Cardano, antes mencionado, salvando las
distancias de las herramientas de medición de las distintas épocas.
Schopenhauer1 argumentó que el efecto ensordecedor de las impresiones
diurnas se silencia por la noche, y las impresiones que surgen del interior
encuentran su espacio para la atención del intelecto, que transforma esos estímulos
en figuras que ocupan tiempo y espacio, siguiendo el hilo de la causalidad, y de esa
manera se origina el sueño. A partir de esta formalización, que fue seguida por
muchos otros autores, se admitió en el campo científico la teoría del estímulo
corporal para la interpretación de los sueños, cuya intención era dilucidar los
estímulos orgánicos causantes del sueño. Sin embargo, Freud (1989) sostiene:
“tampoco la teoría del estímulo corporal pudo eliminar la aparente arbitrariedad con
que son seleccionadas las imágenes oníricas que han de suscitarse” (p. 64). Acorde
a su lectura, la psiquiatría de su época desconfiaba de la psiquis, sobrevalorando
los estímulos externos, y les asustaba considerar en la formación del sueño a la vida
anímica, como si ese gesto fuera a retrotraer la ciencia a la filosofía de la naturaleza
y la metafísica del alma. Las obras de los filósofos -Fitche el joven, Du Prel,
Cicerón-, sostienen el valor psíquico del sueño, alineados a las intuiciones, a los
saberes populares, mientras que el modo de pensar establecido en las ciencias
naturales, en los autores de la medicina de la época, lo desestima.
A lo largo de la historia de las conceptualizaciones del sueño se dividieron las
aguas entre quienes extendían las exigencias morales a la vida onírica -dice
Hildebrandt (1875, p. 54) “…el imperativo categórico de Kant se ha pegado tanto a
1
El autor hizo honor a la cosmovisión hindú sosteniendo un “idealismo” tanto onírico como en
relación al arte. Hizo referencia a la verdad del sueño en relación a la verdad del poeta, acerca de lo
cual establece: “Es por ello que se puede sostener que un gran poeta (por ejemplo, Shakespeare) es
un individuo que despierto puede lograr lo que los otros realizan en el sueño.” (Marinelli, L., Mayer,
A., 2011, p. 262).
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nuestros talones como acompañante inseparable que ni aún mientras dormimos nos
separamos de él '' .- y quienes lo disociaban. Platón opinaba “que los mejores son
aquellos a quienes sólo en sueños se les ocurre lo que otros hacen despiertos”
(Freud, 1989, p. 90), y uno de sus dichos iba así: “que el virtuoso se contenta con
soñar lo que el malvado hace realmente” (Freud, 1976, p. 607). La Santa
Inquisición, en un tratado de 1631 de Caesar Careña, se posicionó frente a las
herejías del sueño con el modus operandi de investigar la vida de esa persona, a
partir de entender que en el sueño aparece lo que nos ocupa en la vida diurna
(Freud, 1989).
Hildebrandt se presenta como un claro antecedente de la teoría freudiana en
el sentido del deseo, como aquello que impulsa el alma del hombre. En el sentido
del deseo reprimido, dice Freud (1989) “que durante el dormir cesa algo que,
operando a modo de inhibición, nos impedía reparar en la existencia de aquella
moción” (p. 94). Otro antecedente se encuentra en Davidson quien dice que “las
discontinuidades de las representaciones tiene su fundamento en la ley de la
asociación, sólo que esta conexión suele producirse en el alma de manera muy
oscura…” (Freud, 1989, p. 85). El sueño como inteligencia acorde a los desarrollos
de Dufourmantelle (2020) puede encontrarse en el Marqués d’Hervey (1867) citado
por Maury (1878) quien no distingue entre el pensamiento ordinario y el
pensamiento del durmiente, adjudicándole a este una inteligencia y afirma haber
adquirido el gran poder de controlar a voluntad el acontecer de sus sueños.
A la teoría dominante del sueño como proceso corporal, Freud señala que
Robert despliega la primera teoría contrapuesta que sedujo por su carácter
funcional. El autor cree que “la impulsión para soñar reside en el alma misma, en su
sobrecarga que pide aligerarse” (Freud, 1989, p. 103), y que el sueño es un hecho
somático, pero que tiene lugar en el aparato de la actividad anímica, y su función es
“preservar a ese aparato de la hipertensión…” (p. 103). Incluso Freud señala que
Delage tras la pregunta “¿con qué soñamos?” responde soñamos con una
reproducción no conocida, con un souvenir inconscient, y juzga que aquello se
sueña por no tramitado, lo psíquicamente sofocado en la vida diurna, en el sueño,
pasa a primer plano. Sin embargo su teoría vuelve a replegarse a la teoría
dominante tras no otorgarle autonomía a la actividad psíquica.
Comienzan a instalarse teorías que refieren específicamente a la actividad
psíquica. Una función útil del sueño puede rastrearse en la teoría que desarrollan
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“los viejos autores de psicología” (Freud, 1989, p. 105), quienes consideran
rendimientos psíquicos particulares en el sueño. Novalis, en esta línea, escribe:
También Freud (1989) considera del libro de Scherner como “el intento más
vasto y original por explicar el sueño desde una actividad particular de la psique”,
así como también tiene un “entusiasmo casi orgiástico por su objeto” (p. 106). Al
autor lo han llamado místico por el uso de términos como fantasía para hablar de la
actividad del alma, o como figuración de imágenes en otras, proceso que denomina
la actividad simbolizadora de la fantasía. Scherner no se interesa por una función
útil del sueñol, es una teoría construida a partir de sus impresiones personales que
Freud (1989) juzga de carácter arbitrario y apresurado. Considera importante la
teoría de Scherner en tanto “esos intentos ocultan algo real, aunque haya sido
reconocido de manera nebulosa y no posea el carácter de universalidad al que debe
aspirar una teoría del sueño” ( Freud, 1989, p. 109).
Para finalizar esta breve y posible genealogía de los sueños, resulta
interesante señalar que el estudio del vínculo entre el sueño y la locura, entre los
modos de representación del sueño y los modos de la psicosis, que lleva adelante
Griesinger (1861), retomado por Radestock (1879), impulsó el descubrimiento de la
idea paradigmática del cumplimiento de deseo, a partir de la cual Freud apuntalará
su teoría psicológica del sueño. En la Traumdeutung retoma la afirmación de Kant
según la cual “el loco es un soñador que se pasea” (Allouch, 2011). El gran hallazgo
de Freud no fue decir que los sueños tienen sentido interpretable sino haber hecho
del sueño la vía regia del inconsciente, y como dice Dufourmantelle (2020) “lo ha
alojado como una pequeña granada en el corazón del dispositivo de la razón, eso
que nadie había osado antes que él.” (p. 39).
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Según la perspectiva freudiana el sueño es un “fenómeno psíquico de pleno
derecho” (Freud, 1989, p. 142), un cumplimiento de deseo. Es decir que durante el
sueño la fuerza pulsionante del inconsciente conduce a ello. La pulsión, como
aquello que rige el aparato psíquico, es guiada por el principio de placer e impulsa al
sueño, en un intento de revivir la experiencia de satisfacción2. Eso que pulsa para
que reaparezca la percepción de satisfacción y cancele el estímulo externo, es la
tendencia del sueño hacia el cumplimiento de deseo (Freud, 1989).
La identidad perceptiva por la vía regrediente del aparato psíquico es lo que
lleva a la satisfacción alucinatoria de la pulsión, a través de la cual se retiene el
objeto deseado. Bajo este modo de satisfacción la necesidad perdura y el punto de
llegada es inviable. El camino regrediente se inhibe y la identidad perceptiva debe
reconducirse al mundo exterior, este proceso de re actualización no es más que “un
rodeo para el cumpliento de deseo” (Freud, 1989, p. 558). El corto camino
regrediente por el cual el sueño cumple el deseo “no ha hecho sino conservarnos un
testimonio del modo de trabajo primario de nuestro aparato psíquico, que se
abandonó por inadecuado” (p. 559). El autor establece tres fases del sueño: el
refuerzo de los restos diurnos preconscientes por el inconsciente, la consecuente
producción del deseo onírico -una fantasía que cumple un deseo-, y la percepción
alucinatoria, la regresión, que se impone. Es una regresión tópica (Freud, 1915).
El contenido del sueño está sobredeterminado y provisto de un sentido
interpretable que es esquivo y de eso se trata el trabajo de interpretación: es el
trabajo de errar hasta dar con un sentido posible, una vez desplegados los múltiples
absurdos de las representaciones oníricas producidos por la censura psíquica. En
cuanto al campo del recuerdo del sueño Freud (1989) se pregunta “¿nuestro
recuerdo, que tanto descuida del sueño, ¿no falsea lo que ha retenido?” (p. 70). Se
trata de los procedimientos por los cuales el sueño se falsea a sí mismo. Freud
(1989) sigue:
2
La pulsión es de carácter plástico e huidizo, como señaló Freud en Tres ensayos de la teoría
sexual, no tiene objeto predeterminado y modifica su meta en tanto pueda satisfacerse.
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El sueño atraviesa una desfiguración y se nos presenta ajeno a nosotros
mismos, acorde al procedimiento de figuración de los pensamientos, que se
trasponen en imágenes, de manera tal que las representaciones-palabra se
reconducen a las representaciones-cosa que les corresponden. Freud (1915)
denominó este procedimiento miramiento por la figurabilidad. El sueño como un
rebús conserva ese sentido, quiere decir acertijo en figuras. En este punto se
encuentra la interpretación del soñante que será sometida a una lectura en la
dirección de una cura.
El contenido del sueño nos es dado, por así decir, en una pictografía, cada uno de cuyos
signos ha de transferirse al lenguaje de los pensamientos del sueño. Equivocaríamos
manifiestamente el camino si quisiésemos leer esos Minos según su valor figura en lugar de hacerlo
según su referencia significante (Freud, 1989, p. 285).
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displacentero de los sueños. Si el cumplimiento de deseo trae consigo una
repugnancia, un propósito represivo, se disfraza hasta hacerse irreconocible. El
sueño se desfigura a partir de diferentes procedimientos y es según Freud “un
reflejo en extremo incompleto y lagunoso” (p. 289). El sueño se resiste al
significado, lo esquiva. La condensación y el desplazamiento son las leyes del
inconsciente que Freud descubrió y que serán retomadas como metáfora y
metonimia de acuerdo a la obra de Lacan. De ambos procesos Freud (1989) dice:
17
deseado es figurado en una escena. Freud a su vez sostiene que el cumplimiento
de deseo podría darse en la necesidad de descanso, después de días de cuidar a
su hijo enfermo, lo sueña vivo como si el sueño estuviera permitiéndole dormir y no
despertar al fuego en la habitación contigua. Esta interpretación satisface al autor
nada más que por un momento, y retoma el sueño concluyendo que hay una
opacidad -en todos los sueños- de la que la psicología no puede saber.
A raíz de este análisis, el concepto de Ombligo del sueño aparece como una
forma de nombrar este punto que no puede conocerse. Sería un nudo, un cierre, un
punto:
Aún en los sueños mejor interpretados es preciso a menudo dejar un lugar en sombras,
porque en la interpretación se observa que de ahí arranca una madeja de pensamientos oníricos que
no se dejan desenredar, pero que tampoco han hecho otras contribuciones al contenido del sueño.
Entonces ese es el ombligo del sueño, el lugar en que él se asienta en lo no conocido. (Freud, 1976,
p. 519).
Este punto ciego evidencia que hay una imposibilidad de esclarecer el sueño
como hecho psíquico, puesto que explicar significa reconducir a lo conocido. Para el
autor, el ombligo del sueño es una resistencia que parte de la censura -“Todo lo que
perturba la prosecución del trabajo (analítico) es una resistencia”. (Freud, 1976, p.
511)-. Se resiste a ser trasladado a la conciencia, es de una potencia que no se
agota en las operaciones de condensación y desplazamiento. Del ombligo, Freud
(1976) también dice que “esta parte del sueño arrancada al olvido es en todos los
casos la más importante; lleva por el camino más corto a la solución del sueño y por
eso fue la más sometida a la resistencia.” (p. 513).
La idea de resistencia implica que eso podría ser interpretable, en el caso de
que fuera posible acceder a ello, es decir, implica que eso podría acceder al orden
del sentido. Para Freud ese punto es una madeja de pensamientos oníricos que no
se dejan desenredar. A diferencia de lo que cree Lacan, quien argumenta que si ese
ombligo se resistiera a algo sería al orden del sentido mismo. “Porque la expresión
resistencia del sujeto implica en demasía un yo supuesto” (Lacan, 1964, p. 76). No
hay interpretación posible, por lo tanto, no sería una resistencia. El ombligo del
sueño pertenece al orden de lo real.
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Lo que inaugura el reconocimiento del ombligo del sueño en la teoría
psicoanalítica es la posibilidad de un imposible, la noción de que no sólo hay una
dimensión del sueño que no puede ser conocida, que no se inserta en los
procedimientos de trabajo onírico, no sólo que el sueño, de por sí, no tiene un
origen, sino también que hay una dimensión del sujeto que es real y permanece
incognoscible. Es por esta razón que Lacan llama a Freud, en el seminario Los no
incautos yerran, incauto de lo real, debido a que eso que leyó como nudo fue un real
del que Freud fue incauto. Lacan se atreve a definir que para Freud hay un real y es
lo oculto.
Marcel Ritter lo convoca a Lacan a responder acerca de si el ombligo del
sueño es lo real pulsional3. Lacan responde que el ombligo del sueño es un real que
se puede señalar como agujero, del cual se tiene la marca por haber nacido ser
hablante. También dice que es la represión primordial. Aclara que se puede
comparar el ombligo del sueño con lo real en términos de lo decible por el
procedimiento de metáfora. El ombligo del sueño es un nudo, un cierre, un punto.
Nada dista más de un punto que un agujero. Puede sí, dice el autor, generarse “la
identificación del agujero a un punto anudado.” (Lacan, 1976, p. 2).
Ritter retoma la idea de madeja u ovillo de pensamientos oníricos que no
alcanzamos a desenredar. Pero en el agujero no hay pensamientos, no es un punto
interpretable en el que, como creyó Freud, se encontraba la clave del sueño. Podría
encontrarse algún tipo de clave, pero hay que asentar que en el agujero no hay
sujeto. Sí puede haber un sujeto que se produzca como efecto del acto de lo real,
como respuesta, un sujeto barrado.
En su respuesta, Lacan (1976) dice:
Creo que es eso ante lo cual Freud se detiene en su momento como ombligo del sueño, ya
que es ese respecto que emplea el término Unerkannt, no reconocido, creo que es eso de lo que se
trata. Es lo que llama, lo que designa expresamente en otra parte, lo Urverdrangt, lo reprimido
primordial (eso se ha traducido como se pudo). Creo que es en el destino de lo reprimido primordial,
a saber, de eso que se especifica por no poder ser dicho en caso alguno, cualquiera sea la
aproximación, por estar, si puede decirse, en la raíz del lenguaje, que podemos dar la mejor
figuración de aquello de lo que se trata. (p. 2).
3
Vale aclarar que no hay tipos de real. Lo real es lo real, en la teoría de Lacan se presenta como un
agujero. La categorización real pulsional es de Marcel Ritter.
19
Por lo tanto, el ombligo del sueño podría pensarse como lo real únicamente
en tanto lo real es aquello que en la pulsión cumple la función de agujero, de falta.
Ese agujero será lo que Lacan llamará la no relación sexual, la castración. La
audacia de Freud radica en señalar en el sueño mismo la marca que llevamos por
ser hablantes. El ombligo funciona como huella, como cicatriz, como estigma, es un
orificio en el nivel de lo real, que se cerró en el registro simbólico, en un cuerpo que
se sostiene formando imágenes en un registro imaginario. Y es una manera de
entender la relación del sujeto al inconsciente: “a saber, que hay cosas que en su
inconsciente están cerradas para siempre, de modo que no nos queda sino
designarlo como un agujero, no reconocido, Unerkannt…” (Lacan, 1976, p. 5).
4
La Tyche para Aristóteles es la buena suerte y a esa suerte hay que buscarla, hay que tener
deliberación. Lacan lo traduce como el encuentro con lo real, un encuentro fallido y también un
encuentro verdaderamente único. Quién va en busca de ese encuentro es alguien que elige. Para
Lacan la buena suerte es la pérdida del objeto.
20
imágenes -en representaciones-cosa y representaciones-palabra5-. El deseo está
regido por la ley significante. En lo que se articula en el sueño descubrimos algo que
es, algo que es en relación con lo que llama la “aventura primordial” (Lacan, 1957, p.
278), algo reprimido a lo que se le da primacía de sentido en lo que se articula. El
deseo -que es deseo del deseo del Otro- se expresa a través de la máscara de lo
que le proporciona material al sueño. A su vez, el deseo ya está modelado por las
condiciones de la demanda; el deseo está alienado a la demanda. El autor se
esfuerza por exacerbar la diferencia entre el anhelo freudiano y lo que él llama
deseo, que se distancia de la necesidad.
En ese encuentro adviene el sujeto y no se trata del yo. Freud articula la frase
Wo es dar, solo Icc werden. Lacan (1964) la traduce de la siguiente manera: “El
sujeto está allí para dar consigo mismo, donde eso estaba -me adelanto-, lo real. Allí
donde eso estaba, el Ich -el sujeto, no la psicología- el sujeto ha de advenir.” (p. 53).
El sujeto adviene en el sueño ahí donde adviene lo real, porque de lo que se trata es
de la pérdida fundamental del objeto. Frente a ese encuentro fallido con el objeto en
el sueño, que está perdido, el sujeto se divide, se barra, el sujeto sale al encuentro
de su deseo en tanto la causa de deseo se inaugura a partir de la falta.
El autor retoma el sueño Padre, ¿no ves que me abraso? (Freud, 1976), que
es paradigmático en tanto traduce la identidad de lo que está pasando en la realidad
y parece poco indicado para confirmar la tesis freudiana del sueño como realización
de un deseo. Podría pensarse, por ejemplo, que el sueño satisface la necesidad de
seguir durmiendo. O que en el sueño padre e hijo se reencuentran por última vez.
Freud interpreta el cumplimiento de deseo en el anhelo del padre porque su hijo siga
con vida. Lacan (1969-1970) afirma que en este sueño el deseo se presentifica
justamente en la pérdida del objeto, una pérdida representada en su punto más
cruel, la pérdida de un hijo para un padre. El autor concluye que sólo en el sueño
puede darse este encuentro verdaderamente único. Esta Tyche. El encuentro entre
5
En Lo inconsciente (1976) Freud trabaja la representación-cosa ligada al sistema inconsciente y la
representación-palabra ligada al sistema preconsciente. En Complemento metapsicológico a la
doctrina de los sueños, en el trabajo del sueño las representaciones-palabra pueden recibir el mismo
tratamiento que las representaciones-cosa. Cuando son restos diurnos actuales, frescos, y no
pensamientos. La condensación y el desplazamiento aplican sus influencias sobre estos objetos del
sueño. De esta manera podría pensarse el tratamiento de la palabra en el sueño como material del
trabajo de sueño.
21
padre e hijo introduce una hiancia, desgarra la trama de la apariencia. Es la lógica
de la pérdida del objeto, para que el sujeto se vuelva causa: hay un sujeto que se
afirma como tal en la pérdida del objeto. El deseo se cumple en tanto el objeto se
pierde y funciona como causa y el trauma se subjetiviza en el objeto a como objeto
perdido. Al padre le toca el duelo.
Lo real pulsa en el sueño y el sueño dispone al sujeto a ese encuentro fallido.
El sujeto sostiene en el sueño una relación dialéctica con lo real, una conversación.
Lo real no puede conocerse, no puede asirse, pero el sujeto en el sueño puede
señalar su borde. A las imágenes en el sueño las caracteriza el hecho de que
muestran y a su vez, que hay algo que mira, una mirada6 que está elidida en la
vigilia (Lacan, 1964). Eso que muestra y de lo que nada puede decirse está ligado al
objeto a. En esto consiste el trabajo analítico; el más allá de la castración es el
objeto a.
En la medida en que la mirada, en tanto objeto a, puede llegar a simbolizar la falta central
expresada en el fenómeno de la castración, y en que, por su índole propia, es un objeto a reducido a
una función puntiforme, evanescente, deja al sujeto en la ignorancia de lo que está más allá de la
apariencia… (Lacan, 1964, p. 84).
Si hay de todos modos algo que Freud vuelve patente, es que del
inconsciente resulta que el deseo del hombre es el infierno y que es el único medio para comprender
algo.
(Lacan, 1976, p. 7).
¿No irá Freud demasiado lejos al sostener que todo sueño cumple un
deseo?
(Eckstein, E., 1900, p. 3)
22
atravesamiento de la angustia que supone para el sujeto la pérdida del objeto. El
objeto, en análisis, es un punto de fijación imaginario que brinda satisfacción a una
pulsión.
Lacan sugiere en un primer momento, en el seminario La ética del
psicoanálisis, que la sublimación y el objeto deben buscarse en una función
imaginaria. El mecanismo de sublimación es un tratamiento de la pulsión que crea
esos objetos de satisfacción. Son objetos socialmente aceptados, últiles, es una
elaboración imaginaria que viene al lugar de otra cosa. Una elaboración imaginaria
del fantasma. Sin embargo la sublimación no se reduce a una función imaginaria.
El objeto, el significante, se modela a imagen de la cosa. El objeto creado se
crea en torno a un punto, la trama del discurso también. Los objetos que se crean
en la sublimación son los elementos imaginarios del fantasma que recubren el punto
del Das Ding. Lacan (1998) define el Das Ding, o la Cosa, como
“fuera-del-significado” (p.72) o “como aquello que de lo real primordial padece del
significante” (p. 148). El Das Ding es ese interior excluído, lo real último de la
organización psíquica que está más allá de la articulación significante. El campo del
Das Ding es un campo más allá del bien y del mal. Es una búsqueda que Lacan
(1998) denomina como “antipsíquica” (p. 150) en el sentido en el que está más allá
del principio de placer. Lo que encontramos en el núcleo del principio de placer es
un más allá, que retorna de manera incesante y hostil7.
El autor explica también que la sublimación se encuentra en la diferencia
entre la Cosa y el objeto y eleva el objeto a la altura de la Cosa. El objeto se busca
en las vías del significante y dista de la Cosa, que está velada y representada por
los nuevos hallazgos del objeto. El autor dice que “la Cosa solo se nos presenta en
la medida en que hace palabra” (Lacan, 1998, p. 73), en la medida en que acierta8
7
El objeto en tanto que hostil, para Freud (1989), sólo se señala a nivel de la conciencia en la medida
en que el dolor hace brotar un grito del sujeto. El grito es el signo que le confiere su peso a ese algo
que en caso contrario permanecería oscuro e inconsciente (Lacan, 1959-1960, p. 44-45). Aquello que
se presenta hostil es la otredad absoluta del sujeto.
8
A modo de anexo literario es posible tomar del glosario de Alan Pauls (2018) una definición del
acierto:
23
en la palabra. El sueño mismo es una producción que puede figurar en imágenes a
partir de una función similar a lo que el autor describe en la sublimación. Cabe la
pregunta de qué objetos son creados en el sueño que representan la Cosa, o podría
pensarse: que representan, figuran, cubren, lo real.
Allouch (2011) detecta que en el texto Complemento de 1915, Freud “hace de
la regresión tópica una condición previa para la puesta en marcha de las
intervenciones del proceso primario, condensación y desplazamiento” (p. 98). Este
procedimiento también guía la formación del sueño, lo orienta hacia una
determinada figurabilidad. La figuración tiene la función de regresión a la Cosa.
Allouch (2011), tras la pregunta que hace de si se trataría de regresar a la Cosa en
sí misma o si se trata de una percepción de la Cosa, responde que Freud esquiva la
respuesta apelando a la alucinación9. Según Allouch el deseo onírico de Freud es
un deseo alucinado. No distingue entre alucinación verbal y onirismo y ese aspecto
de su desarrollo produce que la orientación que la Traumdeuntung tiene a un hecho
de escritura caiga en la satisfacción de ese deseo alucinado, debido a que
reintroduce aquello que la escritura descartaría, la figuración del objeto, la imagen.
Lacan resuelve este aspecto separando el anhelo del deseo. La imagen de la
escritura. El dispositivo que Freud monta de examen de realidad pierde sentido en
tanto hay un abismo entre la imagen y la Cosa que no es tenido en cuenta. Esta
mímesis haría de la imagen la Cosa, o al contrario, la imagen llevaría en sí la Cosa.
En el punto en el que Freud ubica una alucinación -la regresión alucinatoria equivale
a la regresión a la cosa- Allouch (2011) propone que Lacan ubica un término
simbólico, es decir, para la presencia de la Cosa se requeriría su ausencia. Puede
pensarse que lacan pone en este lugar lo real, la otredad, el exterior íntimo, el Das
Ding. De esta manera, podría pensarse que la estructura del sueño, el deseo
indestructible que se pasea, y que es siempre el mismo, está en relación con cierto
saber, que es lo que aporta valor al sueño. La escritura del sueño aparece como
posible en la obra de Lacan.
¿acertar a qué? ¿En el centro de qué blanco dan las lecturas que se jactan de poner la bala donde
ponen el ojo? No en el sentido, en todo caso, en la medida en que el sentido nunca es un punto
quieto -la presa que una mira telescópica congela por el mero hecho de apuntarle- sino un rastro o
una sombra, algo que no existe antes, ni siquiera en el antes del deseo del cazador, algo que nace y
se hace y deshace en el encuentro entre un texto y un deseo de leer (p. 13).
9
La alucinación Freud la define como “percepción sin objeto” (Allouch, 2011, p. 100).
24
4: El sueño como un asunto de lectura y escritura
La escritura de los sueños puede pensarse en por lo menos dos sentidos: por
un lado, el texto del sueño, su trama, eso que en este trabajo es posible denominar
la narrativa del sueño, y por el otro lado, el sueño como eso que escribe. Estos
modos se diferencian en el procedimiento y en el campo de incidencia. Mientras que
la narrativa del sueño se circunscribe al relato, en un registro simbólico-imaginario,
lo que se piensa como la escritura del sueño responde a una escritura del registro
de lo real, lo que con Lacan podríamos denominar la escritura de la letra.
Para que el sueño exista tiene que haber un otro que escuche, que lea. No
hay sueño sin lector. Un otro que incluso puede ser uno mismo10, un sujeto que
deviene analizante, que se plega a las leyes del significante (metáfora y metonimia).
El sueño para ser interpretado requiere de un lector, de quien escucha, de quien
paga por ser leído, de un analizante y un analista. “...un proceso que en todo
momento incluye al lector como el otro” (Marinelli, L. Mayer, A. 2011, p.30).
Según Vappereau (2019) leer es reinventar el texto. Es aquel que lee, aquel
que oye, el que hace el texto. A su vez, define al psicoanálisis como una práctica de
la lectura y la escritura que produce en transferencia un sujeto y construye un
objeto. El analizante se produce y recupera el sueño a medida que narra en
transferencia. El autor establece que esa es la promesa de un análisis, la
10
En el libro Soñar con Freud, La interpretación de los sueños y la historia del movimiento
psicoanalítico, los autores Lydia Marinelli y Andreas Mayer hacen un recorrido del impacto de la
publicación de la obra en la Viena de esa época y relatan la incidencia del procedimiento de
autoanálisis freudiano y sus complicaciones. Podría pensarse que Freud, en ese “autoanálisis”, se
posiciona como sujeto que se lee a sí mismo.
25
construcción del objeto en la escucha y lectura del analista, siendo que el analizante
tiene que también aprender a leer su transferencia.
Por otra parte Fernández (2020) se ocupa de la lectura en psicoanálisis y se
refiere específicamente a la trasliteración como operación de lectura que habilita
leer un texto con otro texto. En tanto un sueño es narrado construye un relato de sí
que no es uno sólo; en cada nueva narración se produce un texto nuevo. Esta
aseveración difiere de aquello que dice Lacan (1957-58) acerca de que “no hay
ningún texto de sueño, salvo aparentemente” (p. 278). Habría que preguntarse
acerca de esa multiplicidad de textos. Hay texto en la apariencia del fantasma y el
texto del fantasma es uno y es siempre el mismo, pueden cambiar las palabras,
puede haber diferentes configuraciones, pero la materialidad significante del texto
del fantasma es siempre la misma y es de lo que el analizante habla en análisis. Lo
que el fantasma textualiza es una posición en la que el sujeto es gozado.
26
sólo con posteridad sobre el contenido del sueño ya formado” (Freud, 1989, p. 648).
La acción de la narrativa del sueño consiste en ordenar los elementos, de manera
tal que se conforme la trama del sueño y se arme una composición onírica. Es el
trabajo de enhebrar en los significantes, que surgen en la asociación en análisis,
una historia, un síntoma, lo que pueda ser enhebrado. El motor incesante, que
impulsa y motiva ese trabajo de narrativa podría pensarse que es, en palabras de
Freud, el ombligo del sueño.
En el trabajo de interpretación del sueño -eso que hace al valor del sueño en
un psicoanálisis- se puede armar un sentido como ficción del fantasma que vela el
horror de la castración. Lacan (1959-1960) entiende lo ficticio como una
característica del placer, desmintiendo la idea de la ficción como lo engañoso sino
estableciéndolo como aquello que llamamos estrictamente lo simbólico. Lo simbólico
se presenta “en la búsqueda que encara el principio de placer del retorno de un
signo, es posible ubicar el inconsciente estructurado como un lenguaje en la función
de lo simbólico” (p. 22). La narrativa del sueño es soportada por una ficción y la
ficción del fantasma soporta el objeto que el sujeto se presta a ser. En concordancia
con esta idea, Wiener Sosa (2018) desarrolla la relación entre ficción y deseo:
El deseo del que se trata sólo es soportado por una ficción, una escena fantasmática. La
construcción de la frase del fantasma es un recurso que perfora el lugar sufriente del síntoma porque
la ficción se refiere al lugar que el sujeto ocupa en su lazo al Otro y al otro. Por ello la ficción, o lo que
es lo mismo, la verdad que miente, es el lugar donde se juega lo que atañe al deseo: el fantasma
vela y señala la castración y es el saber sobre esta verdad hacia donde el discurso analítico se dirige
(p. 60).
27
deseo como respuesta al deseo -a la falta- del Otro. Tanto el sueño como el
fantasma son leídos en análisis, así como el sueño se lee en su relato y se le otorga
interpretación en el marco de un análisis, de la ficción del fantasma también se tiene
noticia cuando se escribe en el recorrido de un análisis (Wiener Sosa, 2018).
Lo que sabemos del relato del sueño es que es fragmentado, la significación
muta y se transforma a partir de la asociación de los significantes que aparecen a la
hora de reconstruir la escena onírica. El texto del sueño, el texto del relato, es el
sueño que se relata en análisis. Del texto del sueño Lacan (1964) dice:
Esta exigencia de una consistencia definida de los detalles de su relato, significa que la
realización del significante nunca podrá ser lo suficientemente cuidadosa en su memorización como
para llegar a designar la primacía de la significancia como tal. Por tanto, desarrollarla variando sus
significaciones, es apartarse de ella, en apariencia. (p. 69).
No sería más que porque el sueño, principio del inconsciente –eso es lo que dice Freud–, el
lapsus e incluso el chiste se definen por lo legible. Un sueño, uno lo hace, no sabe por qué y luego,
retroactivamente, eso se lee; un lapsus igual, y todo lo que Freud dice del chiste es bien notorio como
estando ligado a esa economía que es la escritura, economía en relación a la palabra (p. 190).
28
4.2: El sueño como escritura de la letra.
29
Wiener Sosa (2018) refiere a este tema y dice “que es por vía de la palabra, de la
puesta en acto de la dimensión de la palabra, que se llega a algo del orden de lo
escrito” (p. 162).
La escritura como marca, como inscripción, implica la entrada de lo real y no
se reduce a ser un reflejo de las palabras, un instrumento, a ser simple
representación, sino que tiene una función estructural en la constitución del sujeto
(Savio, 2019). Asimismo en el seminario De un discurso que no fuera del semblante
es posible encontrar la escritura asociada al rasgo unario como sostén de goce. El
goce se muestra en el fantasma -somos gozados en el fantasma-. El objeto del
fantasma es una respuesta a cómo somos gozados, hay un saber sobre el goce del
Otro que cae como destitución de saber en la escritura de la letra. El sueño incide
en el punto en el que lo simbólico no puede operativizar lo real, representarlo. A
través de la narrativa que se arma en análisis, a través del goce que cifra en el
cuerpo, el sueño puede escribir el borde de eso que no cesa de no escribirse.
En el seminario Los no incautos yerran, Lacan (1973-1974) se extiende en la
relación entre sueño y goce. La operación del cifrado en el sueño está hecha para el
goce. Lo que quiere decir que el sueño se cifra en torno a un Lustgewinn, al placer.
En el cifrado del goce puede verse el cifrado del sueño, y el cifrado del sueño hay
que buscarlo en la metáfora, en la metonimia, y además, en “toda clase de
pequeñas manipulaciones que extienden la cosa en lo imaginario” (p.53). Que
aparezca el goce en la partida que se libra en el sueño es indicio de que ese cifrado
contiene algo del registro de lo real. El inconsciente cifra goce donde no lo hay. “El
goce es una instancia negativa” (p. 11), dice Lacan en el Seminario Aún… No sirve
para nada. El goce pierde al sujeto, está positivizado en el fantasma y de lo que se
trata la interpretación es del descifrado, de la destitución de saber, es un trabajo de
pérdida de goce. El goce es el único sentido posible para la interpretación y es a su
mayor obstáculo.
30
Conclusiones
31
la par de las palabras de Wiener Sosa (2018) “La verdad es un no saber que puede
ser escrito como borde.” (p. 20), y en conjunto con lo que define Dufourmantelle
(2012): “En un sentido, el sueño es contiguo al pasaje al acto, está destinado a
sacar a la luz el trauma, (…), al igual que el trauma, el sueño elabora una figura en
el lugar de lo irrepresentable; crea un guión que hace cuerpo con la verdad.”(p. 23).
En el recorrido de un análisis la letra se va definiendo, la entrada de lo real
se presentifica. El recorrido de un análisis es el recorrido de una destitución de
saber, de una negativización del goce, de una cada vez mayor claridad en relación a
ese real que aparece, sino en actos, en sueños. Cuando algo de eso real aparece
en sueños la interpretación aprende a leer de otra manera, ya no es la interpretación
únicamente de un significante, es una interpretación en algún punto, menos
necesaria, debido a que esa letra le muestra algo del síntoma al sujeto analizante.
Un real, una verdad, una letra, guían el devenir de los sueños del neurótico y el
recorrido del análisis.
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