En un lejano país vivía un zapatero bueno y compasivo que
tenía tres hijos. Un día, paso un caminante harapiento y misterioso; quería comprar unos zapatos, pero no tenía bastante dinero. El zapatero se los regaló. El caminante, agradecido, le dijo: -Cómo has sido tan bondadoso conmigo, te haré un regalo. Y sacó de su zurrón un hueso de melocotón. -Plántalo – añadió. Y de pronto, desapareció. En aquel mismo país, vivía un rey glotón: los duraznos se volvían loco; tanto que prometió la mano de su hija al joven que le trajese duraznos en invierno. El zapatero había plantado aquel hueso, y de él había nacido un árbol gigantesco que daba frutos todo el año. Así que su hijo mayor quiso probar suerte: llenó un cesto de duraznos, y pasito a pasito, se fue a palacio. Por el camino, encontró a una anciana que le preguntó qué llevaba dentro del cesto. -Grillos llevo, entrometida- contestó huraño. -Bien – respondió ella-, grillos encontrarás. Y el joven siguió su camino. Y he aquí que llegó ante el rey, destapó el cesto Y salieron los grillos disparados. Enfurecido, el rey le dio una buena tunda de palos. El joven volvió a casa hecho un desastre. El hijo segundo también quiso probar suerte y le ocurrió lo mismo: salió bien escarmentado. Entonces, Pedrito, el más pequeño, convencido de que lo conseguiría, pidió a su padre que le dejara ir. Y he aquí a Pedrito, con su cesto, pasito a pasito, hacia palacio. Encontró a la anciana y, cuando le pregunto que llevaba en el cesto, el contesto que duraznos para el rey, y le regalo unos cuantos. Ella le miro agradecida y le hizo un regalo: - Mira –le dijo-, toma esta flauta; cuando te encuentres en peligro, no debes preocuparte: tocas (ti,tu,tu,ti) y ¡ya está! Pedrito llevo los duraznos al rey; este no quería recibirlo, pero al sentir el aroma de la fruta, dio un salto, le cogió el cesto y en un plis plas se los comió a todos. Y pedrito se quedó plantado esperando… El rey miro al joven de reojo y le propuso; -Si quieres la mano de mi hija, tendrás que cuidar doce conejos durante tres días y devolverlos cada noche sin que falte ninguno. El joven cargo el saco de conejos. Al llegar al bosque, lo abrió y ¡zas!, los conejos se escaparon corriendo. Al atardecer (ti,tu,tu,ti) ; Pedrito toco su flauta, los metió en el saco y, silbando, llego a palacio. Pasaron los tres días y Pedrito llegaba siempre con todos los conejos. El rey estaba que echaba humo por las orejas. Le ponía más pruebas pero él las resolvía todas. Hasta que un día, el rey le llamo… -Pedrito- Le dijo-, has ganado. Has superado todas las pruebas, y eso quiere decir que has conseguido la mano de mi hija y que serás un buen monarca cuando yo muera. Y dominado por su obsesión, añadió : -Pero, ¡quiero duraznos!, ¡quiero duraznos! - Le aseguro, majestad, que tendrá tantos como quiera- prometió Pedrito. El rey llamo a su hija y le dijo: - Hija , aquí tienes al joven más sabio del mundo : - ¡ha resuelto todas las pruebas! - Y celebraron la boda, con música y fiesta, mientras el rey se atiborraba de duraznos.