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Monica McCarty El Cazador

Àriel x
afectada por una mirada! Su pecho se apretó por segunda vez e hizo que sus
pensamientos vagaran fuera de ella. Su hermana gemela estaba más segura sin ella.
Pero odiaba no poder verla y decirle que todo estaba bien. Esperaba que pronto pudiera.
La guerra no podría durar siempre... ¿verdad?
-No entiendo. Creo que os expliqué que no había motivo para que vinierais.
Ella ya entregó la misiva. ¿Por qué el obispo los enviaba después de ella? Lamberton
nunca había mostrado tal falta de fe en ella antes. No necesitaba una escolta; Solo haría
que interfiriera en sus planes. -¿Había algo más?
La sonrisa no tuvo efecto en él. Su cara era tan impenetrable como el acero que ocultaba
sus cejas y nariz. Ella frunció el ceño. Tenía que admitir que tenía curiosidad por ver la
totalidad de su cara. Tenía una boca y mandíbula agradable.
Ella se detuvo sorprendida, preguntándose qué en la perdición estaba pensando.
-Te llevaré devuelta a Berwick. No tienes que preocuparte por tu amiga. MacLean lo
hará, estará a salvo de regreso a la abadía. Se asegurará de que todo –y todos- llegue a
su destino.
El hombre no era experto en significados ocultos como su amigo, pero Genna lo
comprendía lo suficientemente bien. Aparentemente, MacLean tomaría la misiva que le
había dejado a su contacto en la Abadía y se la daría directamente a Bruce.
-Sois muy amable. Aunque aprecio vuestra valiente oferta, no es necesario. Por qué no
vamos todos de regreso a la abadía, así tú y tu amigo podéis ver que todo llega sin
problemas.
Ella se volvió para irse, pero él la detuvo con esa voz profunda y lenta que a pesar de la
brusquedad de sus palabras parecía filtrarse a través de ella como un cálido caramelo.
-No era una oferta, hermana.
El hombre era como una roca. ¡Totalmente inamovible! Sintió como su mal humor salía
a la luz pero lo aprisionó hacia abajo. Su sonrisa esta vez era un poco forzada:- No es
necesario...
-Sí, lo es -Hizo un gesto con la cabeza hacia su amigo, y MacLean se acercó a ella:-
Lleva a la niña a la abadía y luego asegúrate que nuestro amigo recibe el mensaje –
añadió en Gaélico:- Yo me ocuparé de nuestra pequeña guerrera santa.
Lo bueno es que tenía mucha experiencia fingiendo que no entendía. Pero aun así su
comentario logró crisparla. ¡Pequeña guerrera santa! Él la hizo sonar como un bairn que
solo estaba jugando.
-Hermana -MacLean dijo, extendiendo su mano a Marguerite.
La muchacha miró hacia atrás y hacia adelante entre Genna y MacLean. Genna se
apretó contra su brazo, no queriendo alejarse de ella. Pero sabía que Marguerite
necesitaba volver a atender sus pulmones, y como estaba claro que iba a tomar un poco
más de tiempo para razonar con este hombre enfurecido, tuvo que dejar que se
marchara.
-Está bien –dijo- id con él. Yo iré pronto.
-Despídete, hermana -le ordenó Lamont detrás de ella.

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