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.:�-��IIF·tguras d e .
Estanislao Antelo, prologuista de la obra, resume los hallazgos de De La­

jonquiere del si iente modo:
"• Para De Lajonquiere la infancia es cosa de adultos, especie de �
saludable invención. Por otro lado, no existe nada parecido a la desapari­ · . .

ción de la infancia, aunque sí existe la renuncia adulta a intervenir en la

1i iio infantil
educación de los nifios.
• El psicoanálisis aplicado a la educación puede virar fácilmente en
ortopedia o en profilaxis. Tampoco existe algo parecido a una pedagogía
psicoanalítica. En lugar de cultivar "aplicaciones", como si fueran inyec­
ciones, quizás sea más útil expandir las fronieras y concentrarse en la
"educación primordial".
• La hermenéutica psico-socio-lógica vive de lo que dice querer solu­
cionar. Pero existen otros caminos para quien se aburre con los solilo­
quios. El psicoanálisis podría trabajar con la pedagogía para darle lugar
en la teoría a aquellos rasgos de la personalidad de los enseñantes que
.1 .

. .

.1 Leandro de Lajonquiere
atrapan a los destinatarios.
•Probablemente, enseñar y aprender no sean dos fases de una misma

í
moneda. E l dilema entre enseñar, o esperar que los niñ&s se desarrollen,
es un falsó dilema, y la búsqueda de puntos intermedios, una solución de
compromiso. El autor afirma que existe una neurosis pedagógica. Los

1
pedagogos, anotamos.
Educación es el nombre de la operación milenaria que conecta a los
l

viejos con los nuevos. Sin esa relación, no hay humanidad. Por lo tanto,
educar no es ni estimular, ni desarrollar. [... ]
• Es imposible saber de antemano cuáles son los efectos de la interven­
ción educativa. Para que eso que llamamos educación tenga lugar es
preciso que los viejos enseñen y se abstengan, se comprometan y se reti­
l '.

ren, estén presentes y se esfumen, sepan e ignoren, ocupen su lugar y lo


desocupen.
[...] Tál vez el ejemplo sea el del niño que acierta a leer, entre las líneas de
la educación dispensada, que vale la pena correr el riesgo de lanzarse a
ser otro.

/1$1/
·:; Nueva Visión
Psicología
Contemporánea
Lajonquiére, Leandro de·
Figuras de lo infantil. El psicoanálisis en la vida cotidiana con los
niños- 1• ed..- Buenos Aires: Nueva Visión, 2011

2813 p.; 19x13 cm.

Traducción de Ada Solari

I.S.B.N. 978-950-602-624-0

1. Psicología infantil. l. Solari, Ada (trad.) 11. Titulo


CDD 155.4

Traducción del portugués de Ada Solari . Para Tiinia, minha mulher, por la dulzura
del amor.

· Sófia, ma puce, la más extraña y familiar de


las cri aturas.

Toda reproducción total o parciat.de est& obra


por cualquier sistema -incluyendo el fotocopia­
do- que no haya sido expresamente autorizada ,_

por el editor constituye una infracción a los y.•


'

derechos del autor y será reprimida con penas


de hasta seis años de prisión (artículo 62 de la ley
11�723 y artículo 172 del Código Penal).

©2011 por Ediciones Nueva Visión SAIC. Tucumán 37 48, (C1189AAV)


Buenos Aires, República Argentina. Queda hecho el depósito que
marca la ley 11.723. Impreso en la Argentina 1 Printed in Argentina
educación dispensada, que vale la pena correr el riesgo de INTRODUCCIÓN
lanzarse a ser otro. '

En fln, un libro que pone a circular flguras de lo infantil,


no puede no ser leído por los adultos de turno. Que lo
disfruten.

Estanislao Antelo

Cuando el siglo xxr.estaba por comenzar, ya se perfllaba


cierto sentimiento de que la infancia estaba llegando a su
fln. No pocos ensayos, incluso en los pasados años noventa,
se ocuparon de analizar esa flgura que ganaba espacio en la
vida cotidiana. En el Brasil, en particular, circuló el estu­
dio del neoyorquino Neil Postman titulado La desaparición
de la infancia. El libro se difundió con rapidez en los campos
de las ciencias de la educación y de las psicologías, ambos
ya sumergi<fos en el debate en torno de la sanción del
Estatuto Legal de la Infancia y de la Adolescencia. En la
Argentina, de modo similar, ese lugar fue ocupado por la
perspicaz reflexión de los colegas Ignacio Lewkowicz y
Cristina Corea, quienes en el título de su obra dieron cabida
a esa incesante inquietud: ¿Se acabó la infancia? En Fran­
cia, donde la producción editorial nacional es verdadera­
mente prodigiosa, el trabajo anglosajón no es conocido. Sin
embargo, vinieron a la luz obras similares. Entre otros, el
demógrafo Louis Roussel-que ya había publicado una obra
tituladaLa famille incertaine- lanzó al ruedo del debate
L'enfance oubliée; por otro lado, el politólogo Paul Aries
publicó Déni d'enfance.
Desde años antes ya sabíamos que la infancia no había
---····--

14 15
_existido siempre, como s_e su12oní�'- bajo la _Elisma forma Como solemos decir en el Brasil, las pérdidas se socializan
inerCia(sfnoqueera eil._�e_alici�<! el_¡:_e�llJt�do d_�J._lJ-na inven­ �p..re. Desdehaée añós·conócéñioscóñí:ü..ü]?éra-ra�ili�ti;.-
ción patilatl.ña deTa-V!da social q:rte se pr:<'Jtendía moderna. Ción entre ;mufos, y <<menor:es». Tenemos la tendencia a ver
Por·ottifparfe, no creo haber encontrado núi:tca nadie, en cOn.búenos ojos que los primeros se liberen de la infancia pa­
particular en el ámbito de la educación en los tres países, raliacerse pronto grandesyJleigar.aserfan exitosos, síño
que de:;conociese la lúcida y pionera tesis de Philippe Aries más,Que SUS Ilro.pio_s_paures, mientriisguelossegundos SOn
acerca de los cambios en la vida adulta junto a los niños en co� son por padecer, preciSamente, la desaparición de la
el transcurso de los tiempos modernos. infancia.
· ·· ··------ · · ·- ···----

Pasábamos así a vislumbrar, en las puertas de este nuevo Ahora bien, el joven siglo XXI ya da pruebas de su vigor
siglo, que la infancia que supimos inventar podría, ahora, inventivo. La naturalización violenta de la infancia, a tra­
desaparecer. Se pensó, en efecto, que la vida de todos los vés del imperio del tecnocientificismo médico-psico-peda­
días daba sobradas pruebas de que los niños ya no eran como gógico, el pan nuestro de cada día, dio lugar, en las últimas
los de antaño. Los niños, ya sea parl'l su felicidad o para su déca-das, a un fantasma singgla:r:_gue trasciende toda divi­
desgracia, no eran más co.mJJJ.!lJ:Ór:dáhamº-s haber sido ñó­ sión social: El-Ni11o. Ese ser natural, dotado de derechos y
sótrós. Y eso sólo podía obedecer al hecho de que la infancia nece-sidades educativas más o menos especiales, pero que
esta en vías de extinción. siempre reclaman ser satisfechas, pasó a ser un parámetro
Esª-_novedad fin de siglo pasó a ser a veces festejada, a comportamental omnipresente en la vida junto a esos seres
_
ve;� rechazada, y porlo-tanto-aal.entar una nüevaf&ma pequeños, que tenemos el hábito, hasta ahora, de llamar
de prófécciói1 de lamfaneia: Por un laclo;-operaba -y aúli «niñOS».
opera-- la fantasía de que sería positivo que los niños se A la luz de El-Ni71o, todos los niños de carne y hueso, sin
liberasen pronto de los atavismos de la infancia, de los distinción, pasaron a estar en riesgo de no ser respetados en
cuales ni siquiera tendrían ya necesidad, dado el hecho de algún aspecto, sea en el interior de las familias, sea en las
que llegan al mundo cada vez más sagaces e inteligentes, si escuelas. Una sospecha generalizada se abatió sobre todos
bien un poco más maleducados y menos angelicales de lo los adultos. Así, si bien antes nosotros, los adultos, podría­
que, supuestamente, habríamos sido nosotros de pequeños. mos ser acusados por no cumplir a la altura de las cir­
Ror-otro lado, se renovaba la ide_ª-_de que los niños sufren cunstancias el deber de proteger a la infancia y al niño, hoy
cJIIt.n.@- S§Llos privaae E0nfan.cia y q11e, por lo..tañro;--si caemos instantáneamente bajo la sospecha de simplemente
protegiésemos-a-la-illiancia estaríamos ase_gúrando Uña estar amenazando algún aspecto del buen desarrollo de El­
b�uenaa--- --- •- AJ.. l..' ,-€SH1-·-�uea es mas que secular y
e ucacwrr.n:uora-c>lBFl '
Niño.
dio lugar alSistema de la supuesta protección de la infancia Esa nueva criatura, El-Ni11o, resulta ser nada menos que
ya desde fines del siglo XIX. Sólo que ella no se presenta hoy un derivado del imperio de la ilusión (psico)pedagógica que
del mismo modo que antes, aun cuando, previsiblemente, la:: me dediqué a analizar hace unañécada:C�e.Ó_gü"EJ'El:Ñ{fl:o
división de clases siempre reserva la peor parte del devenir acabó lievalliéOñsTgOia-propTa
iO fig;i"r�-de la infancia, pen­
histórico a los niños de las familias llamadas populares. sada como una edad naturai de la vida, que unas veces

16 17
queremos ver desaparecer lo más rápido posible Y otras, No tengo dudas de que los tiempos modernos, como lo ha
preservar en su integridad existencial. En cierto modo, por señalado Philippe Aries, son consustanciales a la produc­
estar fuera de los tiempos, El-Niíío ya no tiene nada que ver ción de un sentimiento nuevo con relación a los niños. Tampoco
con la infaRcia. Parece haber realizado aquello mismo que, dudo, como muchos de mis colegas lo afirman, de que esa forma
ya grancle8,ñ'os intriga y llamamos infancia. En efecto, pa­ de vivir junto a ellos está en vías 'de extinción. Lgs_ formas
rece que la infancia, aun cuando pueda llegar a estar históricas de vida son, en efecto, eso mismo: históricas.
ausente en los niños diferer1tes de hoy, habría ganado un ' Sin embargo, 1oque-tii.Tvez mrs colegas no vean con tanta
carácter inmutable en El-Niíío. facilidad es el hecho de que ningún niño posee una infancia
El fantasma de El-Niiio tiene el poder de reconfortamos que deba ser trascendida o protegida. Precisamente, lo que
momentáneamente. Hoy estaríamos tan verdaderamente el psicoanálisis me permite lanzar al ruedo del debate e�,la
preocupados por nuestros niños que ello s�ría _una �rueba ide�de gu� sólo llD «adulto!..PJ:ted��infancia, pero una
de cuánto han evolucionado nuestras cone1encras. Sm em­ infanci<¡. perdiq!),. · ---

bargo, el fantasma pronto nos persigue, pues hace recaer Esta idea, lejos de librarnos del deber de educar a un nillo,
sobre nosotros la sospecha de que somos los agentes de por el contario, nos implica en él como sujetos deseantes.
algún sufrimiento infantil. En un i'nter:�o_§:�.-'!�apar,...;;:-�e­ Hoy, El-Niño funciona como acreedor de una especie de
mos en la inhibición_dlUIQ..Qgl,Jl;rrl!UU nmo con el pror:osrto virtuosismo pedagógico. El problema es que terminamos
de no correr riesg�s. o bien actuamos eso� ��o que _teme­ quedando ciegos. No vemos que es en ese altar donde final­
mos par¡¡Jleg�J:Lª-'!Í,� e�p�cip�?:'!!.���de lo re�, �ncluso a mente inmolamos a un niño como ofrenda en medio de los
darle la muerte, como informan a d.!::o!EIOl.os perr()_clicosy los pequeños detalles de la vida cotidiana. El-Niiio -una su­
téfenoticieros. puesta nueva hada madrina- revela ser, como el Mino­
T5onsíñ:Ceridad, no sé si hay hoy más o menos casos del tauro, una criatura devoradora.
llamado maltrato infantil de los que había antes. Creo que El-Niño tiene doble faz. Por un lado, el ideal imaginario
esa eventual contabilidad no debe entretener nuestro es- .
de-n:íño;'p orel otro, el niño res:lduOO:eTmáltrafO:'Es en ele'n
píritu. . . que, supuestamente aaül.wS,nosqÜeremosYer:' Queremos
i'
Se trata más bien de interrogarnos acerca de esa msis- ¡ encontrar o bien al niño que no fuimos, pero que suponemos
tencia adulta que, en la huella del nuevo sentimiento en ¡ que fue el esperado por nuestros padres, o bien al niño
torno de la desaparición de la infancia, dio vida a esta nueva �·
maltratado, rechazado por ellos por no haber estado a la
criatura: El-Niiio. Pregunto: ¿No tenemos ya suficiente con f altura, siempre inconmensurable para un ser bajito que
ocuparnos de los niños de carne y hueso?_¿Para qué, .enton­ ¡
mira el mundo desde abajo.
ces hacer de aquel niño ideal con ma�scula el obJeto de ¡ El-Nillo es heredero de lo infantil freudiano. Ya sea de
;
nu �tr�:;:-�elos? ¿O será, prec � nte, que alucinamos [ una forma-O-de otra. sé'fratas�mpx�deia�ensj_ó.n d�J
con El-Niiio para, de ese modo, desvmcula rnos de nuestra ahí en el amor y en la «espera victimari�>_h_�!_sta que_JCapá
deuda con la educación de esos seres pequeños que llegaron N�l nos venga a socorrer. Ahora bien, él es un heredero que
al mundo después de nosotros? desconoce su condición de tal. Precisamente, El-Nillo está des-

18 19
provisto de toda marca de deseo, del deseo sexual e infantil. - era consustancial con una forma de lidiar con el hecho de
'
Tal vez allí resida su canto de sirenas. que el mundo siempre está fuera de su punto justo y, por lo
El-Niño es una coartada para desconocer que alguna vez tanto, con la necesaria implicación de la vida en lapolis.
fuimos seres-pequeños. Por ello mismo, en él invertimos Reco.rdeJilOs.q:gg_fue la modernización de la vida junto a
nuestras energías y desvelos. los niños -el sueño de la infancia moderna lo que acabó con
La Modernidad inventó lentamente un sentimiento de el anal:fábetismo, dio vacaciones pagas y acceso a la salud y
infanda o, si se prefiere, una forma de dirigirnos a los niños, encúadró, entre otras aroitraríeífades� -la del pater-fami­
de educarlos. Dicha educación, como cualquier otra edu­ lias así como hizo. existir y desar;üüó-otrac1Iatí.irii;lam­
cación que se precie, entraña un dispositivo simbólico ins­ bié� en vías ae exfinci0ll,quérespoñd.1a'arno:ñil5i'8'été
tituyente de aquello que en este libro llamo una infancia Estácfojl�lll<ln.est.a_.r-sociaL
. .. - ... ·--·�-· ··- ...·.......... ··-�-

trifásica. Las coordenadas de ese tiempo posibilitan la Ahoi·a bien, curiosam;;te, hoy estamos siempre alertas
simbolización del ruido que siempre produce la llegada de ante los riesgos que entraña la desaparición de la infancia,
un niño al mundo. En otras palabras, fue lo que los tiempos mientras que aceptamos de buen grado tirar al niño junto
modernos inventaron como forma de metaforizar el resto con el agua sucia de la bañadera, de ese baño que el Estado
del (des)encuentro inevitable entre un «adulto» y un niño. de bienestar se eihpeñó en instalar -por cierto en las lati­
Pero la metáfora nunca es total y siempre entraña un resi­ tudes donde dicho Estado floreció, pero que ahora está
duo. Este resto -lo infantil- permanece en el «adulto» y hace siendo desmontado- en cada hogar y en cada escuela.
de él un simple viejo.1 El agotamiento o la deflación de los dispositivos insti­
En ese sentido, no es casual que Sigmund Freud recogiera tuyentes del antiguo tiempo de infancia, como he dicho hace
lo infantil que los tiempos modernos, a pesar de su insisten­ algún tiempo, torna imposible la metáfora de aquello que
cia, no podían simbolizar sin resto. Su gesto dio lugar a la resta en nuestra1víaa junto a los niños. Tal vez la historia
inven-ción del psicoanálisis. llegue a colocar alguna otra forma en su lugar. ¿Por qué no?
El estilo moderno con que los viejos trataban a los niños Aun cuando hubo intelectuales que profetizaron el fin de la
1 El término viejo no se usa comúnmente en el Brasil para referirse a
historia, tras la caída de la Cortina de Hierro, no me parece
una persona, a diferencia de Jo que ocurre en Fmncia y en la Argentina, que estemos dando nuestro último suspiro.
donde se lo usa sin ninguna connotación peyorativa. En Francia, es una La cuestión es que en la vida llamada humana nada es
expresión de afecto llamar a un amigo mayor mon vieu.'Y:, así como en la natural. Pero esto tampoco significa que todo se trate de un
Argentina es demostración de gran proximidad afectiva llamar a Jos
simple Botox social.
propios padres vieja y viejo. En este libro usaré ex professo el término
viejo, en Jugar del habitual adulto, para poner de relieve la asimetría de
Los niños de hoy son tan diferentes de nosotros como
la relación entre un niño y una persona mayor. Los términos niño y adulto nosotros lo fuimos respecto de nuestros padres y éstos, a su
connotan la ilusión de proporcionalidad típica de la psicología del desa­ vez, respecto de nuestros abuelos. Y como los niños llegan
rrollo, que aquí intento precisamente refutar. El nilio y el viejo no son después que nosotros, se familiarizan más rápido con lo que
susceptibles de ser agrupados, sumados, restados, divididos, etc. Son in­
nos parece ser el último grito de la moda. Por lo tanto, no es
conmensurables, y así exponen lo real del devenir temporal. La cuestión
será retomada con mayor detalle en la última parte de este libro. el caso de creer que exista una inteligencia superior por el

20 21
!
hecho de que un niño aun pequeño -como mi hija de 4 1 restablecer la venta como esclavos de los hijos por prute del

¡
años- sea capaz de hacer funcionar el DVD, a diferencia pater familias, etcétera. Es preciso acordar en que tal supues­
del paquidermo tecnológico de su padre. No se trata de la ta única salida del impasse social actual es de hecho imposible ·

desaparición de la infancia, ni mucho menos de un objeto o que, si se prefiere, requiere poderes divinos.
de preocupación. Otros comportamientos infantiles, no
«tan infantiles» y para nada motivo de celebración, menos ¡ Sin embargo, creo que todo es más simple. Ninguna nueva
forma simbólica de lidiar con lo real -que surge una y otra
aun son la marca del fin de la infancia, sino, -por el ¡ vez con la llegada de un nuevo niño- verá la luz si rechaza­
contrario, son el desdichado y triste efecto de nuestra í<1 mos la deuda simbólica con los padres de la modernización
renuncia a implicarnos en la educación de un niño con que nos trajo hasta aquí. Se trata, pues, de profundizar en
nombre y apellido. lo que tiene de distintivo el proyecto de modernización de la
Toda forma histórica es un precipitado del modo en que li­ vida cotidiana para no retroceder an.J&_e_¡;<Le:n� gue..p.o
diamos con lo real. No hay ni mejores, ni peores, a pesar de que deja de no inscribi!§§.;._¿gQJllo hace:r:_�f_g_yivi.I to�os jl!n..to_s
.
algunos creen que evolucionamos y otros que retrocedemos en sm matarnos unos a los otros?
términos de familia, tradición y propiedad. No tengo dudas de 'Setr�ta d� que nuestro compromiso con lapolis posibilite
que estamos viviendo un momento singular. Tal vez, como �
que o���]?._gx_�n tal.Yf?1!1ª¡;_lib��ade� que faltan.
siempre, un momento de pasaje. ¿Pero quién puede darnos ga­ ¿Cuales? ¿Algo muy rebuscado? ¡Para nada! Simplemente,
rantías de que estamos prontos a inclinarnos por la pendiente me permito citar tan sólo algunas que efectivamente la
de una «buena» dirección? No debemos olvidar que la luz al historia ya dio muestras de que son totalmente factibles en
final del túnel también puede ser un tren a contramano. la Tierra: la libertad de no morir de h runbre, la libertad de
Dejando de lado la sabiduría divina y la impostura tener un empleo y la libertad de mapdar a nuestros hijos a
tecnocientificista sobre el Bien, es mejor no quedar esperan­ una escuela que tenga libros, baños limpios y en la que se
do a que llegue lo peor. Creo que vivimos, sí, un momento sirva una merienda tan sencilla como saludable. Simple­
delicado. No se trata de que estemos en una era social sin mente, se trata de las libertades sin las cuales estamos
metáfora paterna, como muchos psicoanalistas alertaron condenados a ser como retrata el bello film de Ettore Scola
en los años noventa, en la huella de la observación lacaniana (1976) Brutti, sporchi e cattivi [Feos, sucios y malos].
acerc·a de la declinación de la imago social del padre, al
***
mismo tiempo en que -otros intelectuales llamaban la aten­
ción respecto de la desaparición de la infancia. Es curioso,
pero la extinción de ambas criaturas -la imago social del Hace casi dos décadas que, semana tras semana, en la
padre y la infancia- era juzgada, en el parecer de unos Universidad de San Pablo, dirijo la palabra a jóvenes -o
cuantos, como si formara parte de un proceso histórico ineluc­ no tan jóvenes- aspirantes al ejercicio de la docencia.
table. La única salida que le quedaría a la «humanidad>> era, Discurro, sin seguir un guión predeterminado, sobre la
por lo tanto, detener el devenir temporal y, por ejemplo, no invención del psicoanálisis por parte de Freud y sobre
divorciarse más, no elegir mujeres para puestos públicos, sus conceptos fundamentales. Intento -una y otra vez-

22 23
pensar las condiciones de posibilidad de una educación sus manos recupera algunas de las ideas presentadas en
que vaya más allá de todo virtuosismo pedagógico. esta última década ante un público variado y desarrolladas
Cada tanto, me detengo para escribir o, tal vez deba decir, parcialmente en algunos papers. Esos temas -las referen­
para continuar escribiendo sentado frente a la hoy impres­ cias de Freud a la pedagogía y a la educación, la constitu­
cindible pantalla de la laptop, eso mismo que la maestría de ción del sujeto, las condiciones de posibilidad de una educa­
la palabra no deja de no escribir en las clases a despecho de las ción- han sido aquí reelaborados a posteriori a partir de la
contingencias de la enseñanza universitaria. Una vez que última problemática que me ocupó -el debate sobre el fin de
esos escritos se han publicado, algunas de sus ideas o de sus la infancia- en el contexto de mi estadía en París.
simples palabras insisten en volver a las clases exigiendo En estos años de trabajo, que de cierto modo la publica­
que se les preste una nueva atención. No retrocedo. Y, sin ción de este libro concluye, fue de fundamental importancia
embargo, me veo nuevamente obligado a volver a la compu­ contar con el reconocimiento de los organismos brasileños
tadora con el vano intento de librarme de ellas de una vez de fomento a la investigación, a través del financiamiento de
jlor todas (sic). proyectos y de la concesión de becas: Fapesp (Fundación de
Así fue que en 1999 publiqué, primero en el Brasil y Apoyo a la Investigación del Estado de San Pablo) (Auxilio
después en la Argentina (2000), Infancia e ilusión (psico)­ Temático 03/09687-7), CNPq (Consejo Nacional de Desarro­
pedagógica, lo que creía ser la tesis, el hilo de la madeja de llo Científico y Tecnológico) (Becas Pq: 305.725/04, 302.716/
mis primeros años de enseñanza en la universidad brasile­ 05 y 300.935/08) y finalmente Capes (Coordinación de Per­
ña. Por cierto, tras haberlo publicado y haber pensado que feccionamiento de Personal de Nivel Superior) (BEX 0888/
de ese modo me libraba de él, el hilo de esos años aún me 09-5).
sigue enredando. Por otro lado, también fue decisivo contar con la colabo­
A continuación, también tuve la oportunidad de dirigir ración y la estima de no pocos colegas que hicieron posible
la palabra a otros públicos, no necesariamente de habla el pasaje por diversas fronteras, entre ellos, Alejandra
portuguesa, lo que no dejó de tener sus consecuencias. En Birgin, Claudine Blanchard-Laville, Bernard Pechberty,
estas últimas décadas, por ejemplo, he trabajado en la Estanislao Antelo, Eric Plaisance, Jean-Jacques Rassial,
Argentina, entre otros lugares y con especial regularidad, José Sérgio Fonseca de Carvalho, Liliana Campaguo, Maria
en FLACSO, en la Universidad Nacional del Comahue, en Cristina Kupfer, Maria Cecília Cortez C. de Souza, Marie­
la Universidad Nacional de La Pampa y en la Universidad Claude Fourment-Aptekman, María del Carmen Porto,
Nacional de Mar del Plata. También tuve la oportunidad de Mercedes Minnicelli, Mireille Cifali Bega, Perla Zelmano­
hacerlo en Francia como profesor e investigador extranjero vich, Rinaldo Voltolini, Sandra Bertoldi y Silvia Serra. Por
en la Université París Nord, en la Université París Ouest último, la amistad y la generosidad intelectual de Laurence
Nanterre La Défense, así como en el frío invierno de 2010 en Gavarini y Robert Lévy también hicieron lo suyo.
el Departamento de Ciencias de la Educación de la Univer­
¡:'
sité Vincennes-Saint-Denis.
Por lo tanto, el libro que hoy -estimado lect01� tiene en París, invierno de 2009-2010

24 25
.!
·¡ IV

1
SOBRE
UNA DEGRADACIÓN GENERAL
DE LA VIDA CON LOS NIÑOS
¡·
1
VIEJOS NIÑOS,
NUEVOS INFANTICIDIOS

En los últimos años, ha surgido entre nosotros una serie de


ideas singulares en lo que concierne a la vida junto a los
niños.
Decimos, por ejemplo, que los niños de hoy son más
inteligentes y rápidos que los de antes, que saben lo que
quieren, que tienen opiniones propias. Esto se daría de tal
modo que solemos conjeturar acerca de si en efecto se trata
de niños o, en otras palabras, de si su manera de ser conti­

1
1
núa respondiendo a aquella que, hasta un tiempo atrás,
entendíamos por infancia, esa misma infancia que parece­
ría estar en vías de extinción porque, ahora, los niños
l estarían llegando al mundo ya grandes.

:\. A causa de eso, pensamos que deberíamos «adaptar» y


«modernizar» nuestra forma de recibirlos en el mundo -la

rl
', 1
propia educación-, pues aquello que más o menos podemos
saber por haber sido alguna vez niños no sólo ya no es
parámetro de nada, sino que además debe ser dejado a un
lado, precisamente, por «ser algo del pasado», del mundo de
antes.
Por otro lado, damos por descontado que ahora, por fin,
«amamos a nuestros niños,, y que la mejor prueba de ello es
que les pedimos sus opiniones, incentivamos su participa-

203
ción en varios asuntos de la vida cotidiana y, en particular, En otras palabras, el ideario actual en torno del fin de la
en la escuela. Llegamos incluso a reconocerles por ley a esos infancia expresa un deseo bifásico como todo deseo: desea­
«niños diferentes de hoy» una serie de derechos como, por mos tanto el fin de la infancia como su perpetuidad.
ejemplo en el Brasil, a los menores de 12 años, el derecho a Ambas posturas son tributarias de una misma ilusión:
jugar y a impugnar los criterios de evaluación escolar.1 El-Niíio, es decir, la creencia en que habría un niño natural
Más aun, a diferencia de lo que sucedía antes, estamos por fuera de los tiempos. El ser de esa soñada criatura
siempre atentos para denunciar el mínimo maltrato que los habría reabsorbido la infancia y, por lo tanto, ésta se vuelve
niños lleguen a sufrir y para evitar, en particular, cual­ pasible de desaparecer históricamente, ya sea a causa de
quier situación de abuso sexual. Pensamos, también, que una mutación del propio ser de El-Niño, ya sea por el hecho
esa mayor conciencia y conocimiento acerca de los peligros de que los adultos no respetan ese ser de El-Niño.
que pueden llegar a correr nos obligan a tolerar, en silencio, De ese modo, a veces con el espíritu tranquilo en virtud de
los hábitos, los intereses e incluso los gustos singulares y nuestras conquistas humanitarias, a veces angustiados por
muy nuevos de esos nuevos niños de hoy. los peligros que acechan en cada esquina, creemos viajar en
En suma, pensamos que la infancia y su tiempo vaJ:ían el tiempo montados sobre una línea evolutiva que iría desde
por dos series de razones: o bien la infancia puede estar en la oscura y reconocida tolerancia al infanticidio medieval
vías de extinción o, tal vez, sea más corta para los niños hasta el reconocimiento legal de los llaJnados intereses de
diferentes de hoy. Pero también un niño puede llegar a El-Niño, gracias al amor iluminado por saberes especia­
quedar sin infancia si es objeto de una mala educación, la cual lizados.
puede ir desde los maltratos y los abusos hasta la más" mínima No tengo dudas de que los tiempos cambian. Sin embargo,
«falta de respeto» a la supuesta norma del desarrollo natural. me permito dudar de que el rumbo de la vida junto a los
Oscilamos, pues, entre dos posturas en principio contra­ niños cambie en una dirección tan clara y distinta como se
dictorias. Por un lado, consideramos que la supuesta desa­ piensa en la actualidad. Más aun, creo que el hecho de no
parición de la infancia es una buena nueva que confirma lo poner en duda tal línea evolutiva es indicativo de que algo
vetustos que somos nosotros. Por consiguiente, nos senti­ no anda bien en nuestro mundo cotidiano.
mos en la obligación de «adecuar», tanto como sea posible, la Dudar de la evolución de nuestros hábitos y costumbres no
educación a la última novedad de la realidad de los niños ya significa que esté convencido de lo contrario, es decir, de que la
no tan infantiles. Por otro lado, creemos también que los línea de la historia sea la de una degradación. En este caso, ya
niños corren el riesgo de quedar sin infancia por «Culpa de no iríaJnos rumbo a la felicidad terrenal o celestial, sino hacia
los adultos» y, por lo tanto, nos comprometemos con la un mundo disoluto aquí en la Tierra o en el infierno astral.
protección de la supuesta integridad inocente y psiconatu­ Simplemente creo que la familia, la tradición y la propiedad,
ral de un ser-infantil atemporal. al igual que otras producciones humanas, como por ejemplo la
educación, están tomadas por el tiempo y por ello no sólo están
1 Cf. Principio Séptimo de la Declaración de los Derechos del Niño Y siempre fuera de foco, sino que taJnbién se presentan en so-
·

artículo 53 del Estatuto del Niño y del Adolescente. Ley 8.069 dell3 de ciedad según el último grito de la moda.
julio de 1990, República Federativa del Brasil.

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En suma: ¡ni evolución, ni degradación en la serie de los fieste bajo la forma de la indignación frente al mínimo
tiempos! Tan sólo se trata de creaciones o figuras históricas peligro, lo que llama mi atención.
de vida que siempre dicen algo acerca de la forma en que nos ¿Hasta qué punto -tranquilos de espíritu- rechazamos la
soñamos a nosotros mismos como siempre otros y, por lo posibilidad de que el infanticidio esté aún presente entre
tanto, también del modo en que soñamos la «relación» de nosotros? Los niños de hoy no mueren asfixiados por causa
constante amodio -ha'inamorationJ con esos seres pequeños de un «descuido", como podía sucederles a los bebés premo­
llamados niños, productos de ese malentendido que habita dernos en el lecho parental, pero ello no impide que las
la vida sexual llamada adulta y que insiste con que hagamos páginas policiales de los diarios no nos informen acerca de
todo tipo de familias? un sinnúmero de viejas y nuevas maneras de matarlos.
Por otro lado, esto no quiere decir que todo termine siendo Me refiero a un infanticidio al que tal vez se pueda califi­
siempre lo mismo. Si hay algo que parece caracterizar a los car de simbólico.
tiempos actuales, no creo que sea -como podría pensarse- el En la actualidad, el mundo de los viejos peca por cierta
hecho de que la cantidad de maltratos, entre otras malda­ omisión en relación con los pequeños ahora «largados» espi­
des de la vida social, haya aumentado o disminuido con ritualmente. Y esa omisión va más allá de las apariencias
relación al pasado. Semejante contabilidad que esgrimen en sentido contrario. No olvidemos que a menudo el niño
los partidarios de la línea evolutiva, ya sea ascendente, ya termina siendo «largado», olvidado, incluso por la propia
sea descendente, es imposible desde el punto de vista máquina burocrática y judicial que proclama proteger los
fáctico. Lo que debería llamar nuestra atención es el derechos «de El-Niño».
hecho de que se insista tanto en ella. A propósito, es La profusión de controles por parte de los agentes es­
tirando del hilo de ella misma como podremos llegar a la pecializados en la protección de la infancia y de la familia
marca de nuestro tiempo. Precisamente, creo que hoy no son más. que iniciativas disciplinarias de aquello que
nuestro espíritu se reconforta con facilidad por conside­ Laurence Gavarini y Fran�oise Petitot -en La fabrique de
rarse «esclarecido» en cuanto al tema de la «infancia» y l'enfant maltraité: Un nouueau regard sur l'enfant et la
por ser capaz de promulgar leyes que garanticen, por famille (1998)- llamaron la «policía de los fantasmas».
ejemplo, incluso el derecho de los niños a los juegos. Es La insistencia actual en la bondad democrática y en el
ese conformismo espiritual, aun cuando a veces se mani- amor de los adultos, promotora de un sinnúmero de dere­
chos de El-Niño, lejos de ser indicativa del reconocimiento
2 Lacan reúne los términos hai:n y énamoration: odio y amor. de la necesaria implicación adulta en la vida en la polis con
3 Tomo cierta distancia de la tesis actualmente en boga, incluso en el estos seres pequeños que llegan al mundo después de noso­
campo psicoanalítico, sobre las ,,nuevas subjetividades» o la •mueva tros, creo que indica, por el contrario, nuestra negativa a
economía psíquica•}. No sé bien en qué sentido se debe entender la
mentada «nO\redad•>. Por otro lado,y eso sí creo que es decisivo,la idea de
mantener abierto el interrogante que siempre se instala:
novedad es rápidamente absorbida en la fantasía acerca de la linealidad ¿Cómo llegar a estar seguros de algo y hablar de eso con un
histórica en última instancia siempre de cuño teleológico. Sin embargo, niño?
O:
si ccesta os siempre solos y en la misma)•, entonces, nuestro compromiso Este interrogante es la otra cara de la imposibilidad de
en la vicla en la polis junto a los niños permanece inalterado.

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establecer una proporción entre pequeños y viejos, es decir, 2
una proporción entre las generaciones. No se quiere saber LA INFANCIA ES UNO DE LOS NOMBRES
nada con respecto a esa imposibilidad. Sin embargo, hoy, DE NUESTRA EXTRANJERIDAD
nuestra negativa a saber algo acerca de la diferencia entre
las generaciones se da de una manera un tanto cínica, pues
aparece camuflada por la exacerbada preocupación por la
igualdad de géneros y por divagaciones psicopedagógicas.
Al negarnos a dar testimonio· de la falta de proporción
entre los sexos y las generaciones que habitan el campo del
lenguaje y de la palabra, no podemos menos que -en las
palabras de Freud- educar a los niños como sí los estuvié­
semos enviando a una expedición polar, vestidos con ropa
de verano y equipados con mapas de los lagos italianos. Que, Cierta vez, en 2003, cuando estaba dictando un seminario
entonces, en la educación el tiro salga por la culata es algo en la. Universidad de Brasilia,' alguien comentó que le
que no debería espantarnos. había formulado la siguiente pregunta a un niño: «¿Qué es
la infancia?». El niño, de unos diez años, respondió: «La
infancia es aquello de lo que hablan los adultos cuando
recuerdan· que fueron niños». En 2004, en la Universidad

Nacional del Comahue,' a las puertas de la Patagonia
¡\" argentina, una de las personas que asistía al curso de
il
¡¡ posgrado que yo dictaba relató que, al no resistirse a hacer
¡¡
la misma pregunta que yo había comentado la víspera, obtu­
]j
1! vo la siguiente respuesta de su hija, de aproximadamente ocho

\1
1'
años: «Ésa no es una pregunta que se le haga a un niñon.
Considero que ambos episodios son ilustrativos. Las
'i' respuestas de los niños permiten destacar, entre otros, los
1 . siguientes elementos:

1 4 Fui invitado por Ines Maria Marques Zanforlim Pires de Almeida,


profesora de la Facultad de Educación de la Uulversidad de Brasilia, a
quien agradezco en esta oportunidad.
5 En un curso organizado en la ciudad de Viedma, en la Argentina, por

la Escuela de Psicopedagogía, de la Universidad Nacional del Comahue,


que dirigía en aquella época la profesora Sandra Bertoldi, a quien doy mi
agradecimiento. Agradezco también a la profesora Soledad Vercelino
haber posibilitado la lectura del libro Atardeceres de Noé Jitrik.

208 209
• Los niños niegan poseer aquello que, según suponen los rición del sentimiento de infancia o directamente áe la
adultos, tienen: el «saber sobre» la infancia. infancia, a veces calificada como moderna, a veces como
• Los niños señalan, al contrario de lo que se imagina, que simple infancia.
son los adultos los que poseen ese saber. Mientras que el 1 Ahora bien, si vuelvo a recordar en esta oportunidad ese
primer niño afirma que es al adulto el que hacer existir a la debate histórico y sociológico -que da cuenta de la his­
infancia en su habla y, por lo tanto, posee un saber acerca de toricidad de las formas subjetivas- es para señalar la falta
ella, la segunda niña califica a la pregunta como inadecua­ de connaturalidad entre lo que se entiende por infancia -sea
da para los menores, aludiendo a la posibilidad de caracte­ ésta lo que fuere- y, por otro lado, los niños. Más aun, lo hago
ri-zarla como una pregunta que única y exclusivamente con el fin de considerar que él enmascara el hecho de que
debería ser hecha a los adultos. ningún niño posee una infancia, pues, paradójicamente,
• La infancia es del orden de un relato adulto, de acuerdo sólo un adulto «puede>> tener una infancia, en tanto que
con lo que señala el primer niño. infancia perdida.
• La pregunta adulta presupone la existencia de un nexo La infancia no es un mal necesario, ni una condición
connatural entre «Ser niño» y la infancia. próxima a lo &nimal, ni un simple pecado, ni menos aun una
fuente de errores, como sostiene la tradición inaugurada
Se ha tornado un hábito intelectual hacer referencia a la por Platón, recuperada por San Agustín y remozada por
polémica abierta por el ya clásico trabajo de Philippe Aries Descartes. Tampoco es un precipitado de sinceridades o de
sobre el surgimiento del «sentimiento de infancia».6 Si la bondades naturales. Precisamente, no se trata de invertir
infancia es una invención social, con fecha de aparición más una vez más el platonismo en la senda que ya había abierto
o menos precisa, se entiende que entre los niños y la infancia Jean-Jacques Rousseau. Se trata, sí, de pensar la infancia
no haya una relación natural y dada para siempre. Por otro más allá del registro habitual de edad natural de la vida o
lado, otras investigaciones se han dirigido a recordar esa de humanidad preformada, pasible de padecer repre-senta­
falta de connaturalidad, pero no para señalar la «inven­ ciones sociales diversas, según la época y la geografía, ya
ción» de la infancia sino, por el contrario, su posible desapa­ sea para ser preservada, ya sea para superarla.
rición. Es lo que sentencia, por ejemplo, el norteamericano El psicoanálisis subvierte, y tal vez sólo él lo permita, el
Neil Postman,7 debido a la utilización masiva de los medios paradigma inherente a las clásicas psicologias del desarrollo,
elec-trónicos de comurucación como el telégrafo, primero, Y que reducen el devenir infantil al progreso más o menos
la televisión, un tiempo después, que habrían desplazado el ineluctable de un saber natural.
lugar de la escritura y sus secretos en nuestras V1"das. 8 La materia prima para la producción de la infancia es el
Son numerosas las tesis acerca del origen y de los factores infans: cría sapiens, privada de habla y tanto humanamen­
responsables tanto por el surgimiento como por la desapa- te indeterminada como imposibilitada de ser animal. En
suma, infans es el nombre de una indeterminación biológica
6 L'enfant et la vie familia/e sous l'Ancien Regime (1973). muda.
'The disappearance of childhood (1982).
El hecho de que no hemos sido siempre hablantes, de que
' Más adelante retomo esta cuestión.

210 211
hemos atravesado la condición de infans, hace de la infancia ción sobre la cría sapiens de un sujeto como rea-lidad
una experiencia singular, propia de la cría sapiens y ajena asintótica9 o efecto de un cálculo diferencial en el discurso.10
a las máquinas y a los animales. La cría sapiens es lanzada · La infancia es objeto de inflexiones múltiples e histó­
al lenguaje, pero aun así tiene que ser capturada por él, ricas. El hecho de que tratemos todas las infancias produ­
tiene que ser sujetada. Pero la captura no es total, y eso en cidas como si fuesen La infancia en singular es prueba del
dos sentidos. Por un lado, el lenguaje es capaz de armar carácter universal y natural soñado para la infancia mo­
circuitos neuronales, pero no trasmuta la naturaleza orgá­ derna. Tal vez sea por eso que toda diferencia es con­
nica de la célula en la «materialidad sutil» del lenguaje -al siderada ya sea como invención de La Infancia, ya sea como
decir de Lacan-; por otro lado, se instala una diferencia en su desaparición.
el seno del lenguaje, bajo la forma de quiasmo, entre lengua
***
y habla.
Sobre la indeterminación del infans la educación insti­
tuye un tiempo de infancia como una especie de cuaren-tena Un niño está en brazos de su madre y, aunque no sea el inicio
más o menos prolongada, a veces en bloque, a veces según absoluto de casi nada, pues la historia ya estaba en curso,
proporciones diversas, de acuerdo con la historia, la geogra­ allí se instala la posibilidad de una diferencia entre un
fía, la clase social, etc. del mundo adulto del trabajo, de la antes y un después. Ahora, esa señora junto a un señor,
· política y del sexo. también de turno, se enfrentan con el hecho de aceptar, o no,
La demanda educativa produce una infancia trifásica: 1) ser los padres de ese pequeño que llega al mundo siempre
la infancia como tiempo de espera; 2) la infancia como un más o menos extranjero con relación a aquellos que lo
conjunto de operaciones lingüísticas o realidad psíquica; habitan desde hace tiempo. Los bebés duermen de día, son
3) lo real de la infancia o suplemento infantil que, escin­ más sociables por las noches, lloran por cosas que los gran­
diendo la realidad psíquica producida, abre el conjunto de des no entienden, hacen todo tipo de muecas, hablan una
operaciones a la sobredeterminación. Ese resto infantil no lengua que no parece fácil de entender, entre otras cosas
cesa de no inscribirse y, por lo tanto, relanza sobre sí mismo medio raras para una vida adulta cotidiana y familiar.
el proceso instituyente de una infancia singular en una Que un niño sea recibido en el seno familiar como si fuese
historia. un extranjero no es equivalente a que lo sea como si fuese un
La infancia no es una sustancia psíquica prelingüística. extraterrestre o un salvaje.
Es -para retomar la tesis de Giorgio Agamben ( 1978)- la Freud (1919) afirmaba que la extranjeridad puede ser
propia experiencia de la trascendencia del lenguaje. inquietante al implicar el inesperado retorno de algo que
Ningún niño puede tener una infancia, como solemos alguna vez fue familiar.
decir a la ligera. Paradójicamente, sólo se puede «tener» una
infancia como perdida en el apres coup del agotamiento del 9 Asíntota: tangente a una curva en un punto infinito.
tiempo de infancia . La infancia, en ese sentido, es efecto de Recordemos aquí el razonamiento lacaniano en torno de la raíz
to

cuadrada menos uno, en el Seminario sobre La identificación, en el año


la expropiación que opera el lenguaje mediante la produc- académico 1961-1962.
·

212 213
La llegada del recién nacido a un mundo adulto, que ya se En suma, tanto el salvaje como el extraterrestre son tra­
ha hecho familiar, se reviste de una inquietante extranje­ tados de un modo diferente que a un extranjero, pues se supone
ridad, pues da cabida al retorno inesperado de la condición -Con mayor o menor simpatía, dependiendo de los humores­
infantil, a la que supuestamente han superado los adultos que éste tiene cosas de Otro Mundo para contamos.
de turno. El niño puede ser acogido como testimonio de la Los padres le hablan a su bebé con la expectativa de que
castración del mundo adulto -de la castración del Otro- y, aprehenda la lengua (materna) y, de ese modo, pueda contar
de ese modo, se abre la posibilidad de instalar un proceso de sobre esas cosas de Otro Mundo, llegando así los tres a ser
familiari:�ación del recién llegado. Pero el nacimiento del menos extranjeros entre sí y, por lo tanto, más familiares.
niño puede, a contramano de lafamilimidad, dar lugar a las Como ya he señalado, una madre supone que el pequeño
figuras disjuntas de la extraterritorialidad y la salvajería. recién llegado al mundo tiene su misma iniciativa comuni­
En éstas, el carácter inquietante de la extranjeridad infan­ cativa, así como su misma inteligencia para el diálogo;11 el
til se desliza hasta convertirse en una extrañeza imposible padre de la criatura también comparte -por medio de la
de reconocer o metaforizar. identificación- esa doble suposición.
Entre el individuo considerado como un salvaje Y aquel ¿Qué es lo que los padres esperan saber de la boca del
que se tiene por civilizado se busca mantener una buena niño? Como se suele decir, los niños, los borrachos y los locos
distancia. Si se lo considera un buen-salvaje, entonces se siempre dicen la verdad. ¿Pero de qué verdad se trata?
querrá estudiarlo de manera minuciosa y científica para, Porque no se trata de aquella que se transmite a través de
de ese modo, conocer la exacta medida de la diferencia que enunciados científicos...
hay entre ambos y, así, borrar el extraño misterio que anima Pues bien, los padres esperan que el niño diga aquello que
a uno y angustia al otro. Recordemos la trampa pedagógica a ellos los inquieta extranjeramente. Y lo que inquieta al
que constituyó la educación de Víctor de Aveyron. adulto no es más que el hecho de haber sido alguna vez niño
Abara bien, cuando se trata de un mal-salvaje, el civiliza­ y, por lo tanto, de no haber sido el niño de los sueños de sus
do intentará librarse de la temeraria extrañeza organizan­
11
do una campaña de exterminio. Recordemos, entre otros, el La llamada fobia a los e:ttranjeros indica que los anfitriones saben que
exterminio de los indios en la «conquista del desierto» en la los recién llegados poseen, en última instancia, todo para llegar ser familia­
res. Nada querernos saber con respecto a esa tenue diferencia entre los
Argentina y en el oeste de los Estados Unidos, o de los serta­
núembros de una familia (nacional)-familiares, pe1·o no clones-. La solución
nejas de Canudos en el Brasil. que no pocas veces se encuentra es, precisamente, mantenerlos �<bien extran­
En contrapartida, no queremos saber nada acerca del jeros.. , como en el primer día que llegaron, para así poder <<comprobar" que
extraterrestre, sólo queremos mantenerlo a una distancia ni siquiera pueden llegar a parecerse a.uno de•mosotros mismosn. Creo que la
misma operación de exclusión recae sobre los pobres y los niños que pasan
perfecta que, al mismo tiempo, nos permita adorarlo, soñar­
su vida en las calles del Brasil. Ocupan en el imagin21-io el lugar de resto de
lo y huir de él en caso de que se le acuna acercarse un poco toda operación de familiarización, que dejó vacante la esclavitud de la época
más a nosotros. Recordemos la famosa serie norteamerica­ imperial. La división del sistema escolar en el Brasil entre sistema privado
na «Los invasores», que se exhibió en la Argentina en la y sistema público de enseñanza tiene como único objetivo sellar la distinción

década de 1970. no familiarizable entre unos y otros. La creciente p1-ivatización de la escuela


argentina apunta a lo núsmo, a contrapelo de la ley 1420.

215
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vez primerizos, como se dice, el pequeño es extranjero .por
propios padres, pues si lo hubiese sido, obviamente, el
traer consigo el peso de la castración.
adulto no estaría allí -como también se dice- para contar
Los padres que lo reciben esperan saber de eso que el niño
esa historia. Ese otro que no (se) fue es objeto de represión ·

recuerda, así como no quieren saber nada de aquello que


· y de retorno y, así, se vuelve nuestro extraño-familiar. Es lo
reconocen como extrañamente familiar. Del estilo de la re­
infantil que nos habita, para siempre.
Ese otro esperado que no fuimos se fue para retornar con presión del deseo incestuoso en cuestión dependerá la eco­
nomía del amor adulto porque, precisamente, cuando él no
el nuevo bebé, a pesar de que éste eventualmente llegue,
opera, el niño pasa a encarnar el objeto del deseo incestuoso
como dice el refrán, con un pan bajo el brazo. Ese otro repri­
mido es el perverso polimorfo del que Freud habló, entrega­
o, si se prefiere, se convierte en el objeto de la pasión del
do a las fantasías o teorías sexuales infantiles que, al no niño, como señala Laurence Gavarini (2001).
Por consiguiente, la llegada de un pequeño ser implica
querer saber nada acerca de la castración, realizan un deseo
siempre una reacomodación del mundo de sus padres, pues
incestuoso. Todo niño conquista su llamado desarrollo toman­
·do distancia de ese otro compañero de ruta, apelando12 por un
instala una diferencia extranjero/familiar que, hecha ten­
sión temporal, causa el <<devenir adulto».
padre que, por el hecho mismo de operar la castración, es tanto
Todo adulto, cuando se dirige a un niño, le demanda que
amado .como objeto de un parricidio fantasmado.'3
deje atrás la condición extranjera de infans, ser privado de
El deseo sexual e infantil retorna y encarna en el bebé
palabra. No hay vestigios históricos de que las culturas no
de la generación siguiente. Sin ese deseo no habría amor
hayan colocado a los niños en una cierta cuarentena del
por el recién llegado en el sentido de que es la materia
mundo adulto del sexo, de la política y del trabajo y, por lo
prima re-primida de la cual está hecho el amor adulto. El
tanto, de que los adultos no hayan simbolizado para sí
bebé es erogenizado por ese deseo incestuoso reprimido/
mismos y también para los niños la diferencia real o la falta
retornado en el seno del Otro materno. La producción de
un sujeto del deseo entraña la represión de esa misma de proporción entre las generaciones.
Mientras da tiempo al tiempo, el adulto educa a un niño
seducción primera. Para ello, es convocado un padre,
apostando en el despliegue de la diferencia puesta en el
pero también recae sobre él, a medida que asoma como el
origen, como acabamos de mostrar, por la simple llegada de
agente del deseo producido, el poder vacante de la seduc­
ción que, a su vez, motiva el parricidio, el sentimiento de
un infans. Esa apertura, ese juego de cintura para la dis­
culpabilidad y la deuda sim-bólica con la generación ponibilidad metafórica de un viejo produce un tiempo que
ha de ser donado como tiempo de espera al pequeño-ser
anterior.
Como vemos, todo niño que llega al mundo lo hace trayen­ recién llegado.
El niño, tomado por este dispositivo temporal, siempre
do un sobrepeso. Además de todo el anecdotario de los
pierde el punto de vista del adulto, es decir, el deseo en
desencuen tras entre un bebé recién llegado y sus padres, tal
cuestión en la demanda educativa. Por esa razón, pasa a
12 También se puede decir que el niño fantasea a un padre respecto del
suponer que hay en el adulto un <<saber hacer con la vida",
cual debe lidiar con sus apelaciones. un savoir vivre. Más aun, desea ese supuesto saber y, de ese
13 Cf. el capítulo «Hacerse niño(a)...

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modo, a veces de mentira 14 y otras no tanto, reclama entrar aquel que no puede no lanzarse a la imposibilidad de hablar
en un mundo que siempre ya es viejo para él. Es por eso en su propio nombre, es decir, en el nombre im/propio1s del
mismo, además, que los seres pequeños están siempre inte­ deseo que lo habita y hace falta. Esa posición implica que
resados en participar del mundo adulto.15 Por el contrario, tanto el niño que fue para los otros, como aquel que no fue,
si éste no fuera recorrido de una u otra manera por el deseo, pero era esperado, sean objeto de represión psíquica. El su­
a los niños no les interesaría explorarlo.16 jeto no sabe sobre ese ser para Otro y, por lo tanto, nunca
No obstante, cuando por fin le llega el turno, el niño de antes llega a ser el adulto desanollado, no dividido y normal que
-ahora grande- se enfrenta con el hecho de que el punto de anhelan las psicologías y las psicotécnicas de autoayuda. El
vista atribuido a los adultos en la amora de la vida no era tan llamado adulto es simplemente un ser viejo infantil.
sabio como suponía y que el tiempo de espera, que la cuarente­ Para que un viejo advenga en el lugar de un pequeño ser
na educativa fab1icó, era simplemente para ser vivido, experi­ es necesario, por lo tanto, que aquel otro, que ya está allí
men-tado más allá de cualquier virtuosismo pedagógico. viejo, tome como metáfora el inevitable desencuentro con
La introducción de un bebé en una historia en curso ins­ ese pequeño ser en el mundo. Cuando el infans deja de serlo,
taura una tensión en el campo del discurso entre el lado de pues ahora habla como una persona vieja, la infancia pasa
allá, el del infans, y el lado de acá, el del viejo. Ambos a existir como perdida, haciéndose presencia de una ausen­
términos no son puntos de una línea genético-evolutiva cia en un mundo que es en sí siempre viejo.
rumbo a una razón más o menos iluminada, sino que son De ese modo, una infancia sólo existe en cuanto perdida,
posiciones en el discurso en relación con el deseo, con la desconocida, reprimida, motivo por el cual no deja de no
palabra Otra, con la enunciación, testimonio de la castra­ esc1ibirse, de no inscribirse, de insistir, pulsar, en «noso­
ción en el Otro. tros». Ella insiste como diferencia temporal -enigma- ha­
Ser adulto es, paradójicamente, no Ser. «Está adulto»17 ciéndonos extraños al presente, extranjeros en relación con
«nosotros mismos».
I-1 Los niños siempre jugaron, juegany jugarán sin necesidad de que los

autorice ninguna declaración positiva. Los niños inventan!crean ingenio­


Cuando un ser viejo se encuentra con un niño, se mira en
samente para inventar un juego,incluso cuando los adultos les prohl.Den él como si fuese un espejo. Lo mira a los ojos, y así pretende
hacerlo Hn ciertas circunstancias. El juego, como cualquier otra produc­ que de la profundidad de esa mirada retorne la propia
ción infantil, posiciona al niño en relación con el fantasma adulto. Si el imagen al revés, es decir, espera verse no sujeto a la castra­
niño no juega es porque, en efecto, no puede psíquicamente hacerlo y de
ción, espera retroceder en el tiempo para gozar -hasta la
esa posición, lamentableménte, ninguna declaración de principios y
derechos lo removerá. última gota- aquello que restó de la infancia «perdida": lo
t>l Cuando juegan, los niños fantasean con que son bomberos, médicos,
16 Impropio corno no pti.vativo, pero también como algo no apropiado
mamá,papá, etc. Por otro lado, los niños corren tras todas esas cosas de
la vida cotidiana que usamos e insistimos en dejar fuera de su alcance. para el consumo porque está turbio. Sobre elllamado nombrepropio recae
" La llamada apatía de niños y jóvenes es el retorno en lo real del una especie de copropiedad: más de uno hemos recibido un «mismo"
anonimato del deseo adulto. nombre y, por lo tanto, no es tan privativo como se piensa. Por otro lado,
14 Una cosa es <testar.. en una posición y otra diferente es «ser��. Tanto el nombre que recibimos está sucio,está embebido por el deseo en cuestión
en portugués como en español es posible hacer la diferencia entre •<ser•• y en el acto mismo de la nonlinación. Dar un nombre a alguien no deja de
•<estar», no así en la lengua francesa. ser el ejercicio de una violencia simbólica.

218 219
infantil. Precisamente, el adulto invierte narcisísticamen­ 3
te en el niño con la esperanza, siempre vana, de agotar ese EXTRAÑOS NIÑOS
infantil que no deja de no retornar para, finalmente, saber EXTRAÑOS
todo sobre «SU» infancia y, de ese modo, ser un adulto de
«verdad verdadera» -como dicen los niños-, y no simple­
mente una persona grande y vieja.
El saber-no-sabido depositado en la cuenta del niño hace de
él un extranjero de quien queremos escuchar sus historias
de otro mundo. Sólo que eso es de hecho imposible, pues
pretendemos que nos cuente acerca de ese extranjero que
habita en nosotros mismos.
De eso19 sólo podemos saber en parte y en la medida en
que, por un lado, los niños, permaneciendo siempre un poco Educar es transmitir marcas simbólicas20 que le posibiliten
extraños, nos devuelvan en la vida el hecho de ser siempre al pequeño sujeto gozar de un lugar de enunciación en el
extranjeros a nosotros mismos y, por otro, que demos acogi­ campo de la palabra y del lenguaje, a partir del cual pueda
da a eso. No obstante, el malentendido entre las generacio­ lanzarse a las empresas imposibles del deseo. El despliegue
nes derivado de la falta de proporción no impide el famoso de una educación, de una filiación simbólica de humani­
diálogo. Por el contrario, lo alimenta, en cuanto vuelve zación y familiari.zación presupone que el adulto reciba al niño
posible el acontecimiento, la experiencia, de una educación. como si fuese un extranjero, pasible de volverse más o menos
familiar, pero nunca totalmente familiar o idéntico: un clon.21
Una educación es de hecho posible más allá de su propia
imposibilidad,"también en germen en los sueños de los gran­
des. Todos nosotros, los pequeños de antes, entramos en la
travesía a medida que invertimos la demanda educativa,
20
Esta formulación mia se ha vuelto casi clásica y ha sido retomada
por varios colegas en diferentes países. Sin embargo, últimamente me he
aventurado a pensar que no hay, de hecho, transmisión corriente de
marcas. Educar es mostrar una parte de las marcas renacidas en aquel
que está en la posición de educador, como efecto de respuesta a la
convocatoria recibida de la generación anterior a adquirir una herencia
en· vías de transmisión. Pronto desarrollaré este nuevo planteo en otro
ensayo. Por el lnomento, el lector puede volver al capítulo ¿Por qué los
salvajes no hablan? y reton1ar el razonamiento sobre la transmisión del
lenguaje.
Hl 21 Recuérdese que los clones o replicantes del cine no tienen familia, es
La grafía remite a la referencia al inconsciente.
decir, no son extrañamente familiares entre sí.

220 221
cavando cada uno de nosotros un lugar para sí en el sueño seres pequeños quedan a merced de la falta de oportunidad
de los otros. de ser diferentes de la manera en que se supone y desea que
Freud solía llamar la atención hacia la imposibilidad que sean. La suposición de la excepcionalidad lanza a1 niño
habita el campo de la educación, del psicoanálisis y de la hacia afuera del lazo social -donde lo familiar y lo extran­
política. Decía que se trataba de profesiones en que los re­ jero son lados de una misma cinta de Moebius- y así pasa a
sultados siempre estarán más allá o más acá ele lo esperado; encarnar a El-Niíio fantasmado.
de lo soñado. Se trata de formas simbólicas ele lazo social La educación de un salvaje y la de un extraterrestre son,
marcadas a fuego por un resto, una diferencia, la que recrea a priori, hechos de difícil acontecimiento. Se trata de con­
una y otra vez la extrañeza entre los personajes. tradicciones en sus propios términos. Una educación sólo
Los niños logran usufructuar de una educación, a pesar puede· ocurrir si en el (des)encuentro con un niño, los adul­
de la :imposibilidad de la Educación, en la precisa medida de tos se permiten enfrentarse con el retorno de la (im)propia
la infantil y extranjera extrañeza que guarden para sí, aun extrañeza infantil de sí mismos, que tiene sus raíces en la
cuando se hayan vuelto más o menos familiares a otros, en falta de proporción o diferencia sexual, como hemos visto
un mundo siempre viejo, donde todo lo que es familiar es un con anterioridad. Tanto el salvaje como el extraterrestre
poco extraJ.1o y todo lo que es extranjero nos es también algo son figuraciones de la imposibilidad de dar acogida al
familiar. retorno de la diferencia. Ambos son el revés de la supuesta
Pero a veces, y de eso estamos seguros, una educación mismidad del «nosotros mismos». Ni uno ni el otro pueden
no puede avanzar en su despliegue y entra en un impasse habitar el mismo mundo del sujeto que se engaña con ser
sin salida cuando el niño comienza a tener dificultades o idéntico a sí mismo .
a entrar en dificultades en el proceso de filiación simbó­ La sutil agudeza de Fran¡:oise Dolto ya nos había llamado
lica o familiarización. No casualmente, en ese momento, la atención hacia el hecho de que las expresiones «hablar del
deja de dirigirse a los otros -al Otro- como un «niño con niño" y «hablar con un niño» no son equivalentes. El hablar
nombre y apellido» y comienza a vagar con una etiqueta de las necesidades y los intereses del niño es un habla de
colgada en la que se anotan todas «sus necesidades» más especialista.
o menos especiales o gustos e intereses dignos de otro Los especialistas creen saber, gracias a sus elucubracio­
planeta. Corre, entonces, el riesgo de quedar a merced de nes científicas de ocasión, acerca de las necesidades y los
la corriente, sin rumbo alguno, sin poética ni gracia. En intereses «del niño» o de un niño genérico. En nombre de ese
suma, corre el riesgo de quedar al margen, o lanzado a la saber genérico, hablan de El-Niño a otros, al Otro. Cuando
deriva. le dirigen la palabra a un niño, inevitablemente lo hacen en
Una educación se vuelve de difícil acontecimiento -re­ nombre de ese saber sin nombre propio, el saber de El-Niño.
petimos- cuando al adulto le resulta imposible desplegar el Por lo tanto, los especialistas no hablan con un niño singu­
(des)encuentro con un niño, esto, el retorno de lo infantil. lar con nombre y apellido. El «hablar con un niño» está en
Esa imposibilidad adulta puede dar lugar a diversas supo­ función del reconocimiento, por parte del viejo, del propio
siciones de excepcionalidad infantil. De esa manera, los compromiso subjetivo en una educación, es decir, de cómo es

222 223
perlaborado22 aquel extranjero al «SÍ mismo adulto» que el plenitud, es decir, de desplazarse y condensarse en otras
(des)encuentro con el pequeño ser realimenta. de modo de instalar en el horizonte la pregunta: ¿Qué m �
La supuesta extranjeridad del bebé -digamos- es la otra quiere ése que me habla de ese modo? Esa pregunta sin
cara de una posible educación. La familiaridad buscada y respuesta conclusiva es indicativa del deseo en cuestión en
producida deriva de una extranjeridad que reclama para sí el acto educativo, un acto de habla en el interior del campo
una educación como complemento, en última instancia, de la palabra y del lenguaje capaz de enlazar un devenir
siempre imposible. Los tres términos -extranjero, educa­ adulto sin fin.
ción y familia- mantienen entre sí una relación borromea­
na, de modo que la lógica educativa -su amarre- es siempre ***

del orden de lo suplementario. Pero salvajería, educación y


familia son registros que nunca se entrecruzan. Por su La tesis de que los niños de hoy son diferentes, más inte­
parte, la extraterritorialidad tampoco forma un nudo bo­ ligentes, más rápidos que lo que fuimos nosotros en su
rromeo con familia y educación. Del extraterrestre espe­ momento, no es nueva. Es curioso constatar cómo, a lo largo
ramos poder escapar, es decir, m�tener siempre una dis­ de la historia, los viejos de turno siempre atribuyeron los
tancia a prueba de todo contacto. El llega a confundirse con mismos atributos a los pequeños recién llegados. No nece­
el mal salvaje. Mientras que el buen salvaje es mantenido sitamos ir muy lejos, pues basta con preguntarles a nues­
vivo para observarlo de manera científica, el mal salvaje tros padres y abuelos para comprobar que cada uno de ellos
debe ser eliminado en lo real. Y el extraterrestre, por le atribuyó lo mismo a la joven generación.
definición, no puede ser eliminado. Tal vez lo que lo El pequeño-ser no puede menos que aparecer marcado
defina sea, precisamente, la preservación de una distan­ por la diferencia. De un modo o de otro, siempre aparece
cia de otro mundo que, al mismo tiempo nos permite diferente a como los viejos se ven a sí mismos. Un niño de hoy
adorarlo en su superioridad o inferioridad, mantenién­ es tan diferente de nosotros como también lo fuimos noso­
donos a salvo de su radical in/familiaridad.23 tros -y lo seguimos siendo- de nuestros padres. La solida­
La educación para un sujeto implica dirigirle la palabra ridad moebiana entre lo extranjero y lo familiar se renueva
a un niño, hablar con él. En la educación, las palabras va­ una y otra vez, a no ser -por cierto- que cortemos la cinta.
cías entran por un oído y salen por el otro, como se suele Que hoy se insista tanto en la supuesta diferencia de los
decir ' sin hacer diferencia
-
o dejar marca alguna. La que niños es algo llamativo. Esa insistencia los hace «tan... pero
cuenta es la palabra con posibilidad de encontrar su propia .
tan diferentes» y, de ese modo, indica un deslizamiento en
cómo el adulto le dirige la palabra a un niño. La «gran... pero
22 Vocablo freudiano específico. Cf. Laplanche y Pontalis, 1977: 284.
23 ¿En qué medida no pocas iniciativas de educación a distancia, a
tan gran diferencia de hoy» no hace del niño un extranjero
través de teleconferencias, no están tomadas por esa lógica? El receptor en vías de familiarización, sino que hace de él un salvaje o
de la emisión infe11or v radicalmente in-familiar, está a una distancia un extraterrestre. Y, en efecto, no pocos adultos se valen de
� �
a prueba de c alquier c ntacto disruptivo de la palabra. En efecto, tanto esos términos para referirse a los niños.
el receptor como el emisor quedan «blindados» ante la palabra Y su
Si los niños nos parecen salvajes y extraterrestres, enton-
maestría.

224
225

ces, hay algo que no está funcionand� bien. Una iferencia pedagógicas y culturales de sesgo apocalíptico, condenadas
sólo puede dar lugar a más de lo nnsmo, es de�I� , a otra de antemano a todo tipo de fracaso escolar, pero también
diferencia que renueva la dialéctica extraño-familiar. Aho­ lanzadas hasta el mismo exterminio.
ra bien, los pequeños detalles de la vida cotidiaJ?-a actual en Las figuras del niño salvaje y del niño de otro mundo, aun
.
compañía de los niños no logran reciclar la diferencia, el cuando no sean privativas de los tiempos contemporáneos,
resto infantil que la llegada de un ser pequeño reproduce y, pueblan el imaginario actual. Constituyen el retorno en lo
de ese modo, la figura del extranjero dispuesto a transfo�­ real de la extranjeridad y, por lo tanto, son indicio de una
marse en un familiar más acaba por ceder el lugar al salvaJe falla en la metáfora educativa que debería desplegar la
o al extraterrestre. diferencia entre las generaciones. No se trata de nuevas
Me parece que hoy no amamos � odiamo� a nuestros subjetividades infantiles o de nuevos niños que han de ser
niños ni más ni menos que en otras epocas. 8Implemen e, � celebrados, si no combatidos. Se trata de figuras fuera del
ellos, como siempre, son objetos condensadores de amodw. tiempo discursivo; tal vez, por eso mismo, esos niños quedan
Los odiamos porque dicen la verdad acerca de la . falta e � literalmente lanzados a la calle. Ni el salvaje, ni el extra­
proporción sexual y de la transitoried�d de la eXIsten�I-a. terrestre pueden llegar a tener una infancia en cuanto
-
Los amamos porque la vida en compania de ellos tamb1en perdida; es decir, nunca llegan a ser viejos en una polis.
nos ofrece más de una coartada para insistir en que nada Pretender adaptar la educación a los niños «tan diferen­
queremos saber acerca de esas verdades. tes de hoy» es un mal presagio. No hay educación posible si
No obstante si insist imos en declarar tanto nuestro el pequeño-ser está marcado a fuego por la salvajería o la
amor es porqu la amalgama amodio nos resulta intolera­
� extraterritorialidad. Por ello, si los niños quedan al mar­
ble. Cortando la cinta de Moebius, separamos uno de otro gen, es porque simplemente los dejamos de lado cuando
y así fabricamos una de las versiones de El-Niño objeto de renun-ciamos al acto de educar. Los dejamos de lado para no
(com)pasión. saber nada dé ellos, de eso «mismo» que nos hace extraños a
. .


El amor-puro da lugar al niño genénco, especie e bue�- nosotros mismos.

salvaje o de niño-muerto desprovi� to �e odo lo :ruantll, La renuncia de los «adultos» al acto de educar es una
como aquel del que habla el tecnocienüficismo � sicope a­� forma de infanticidio. La renuncia a dirigirle, en nombre
gógico, siempre en riesgo de llegar a perder su moce_nc1a. propio, la palabra a un niño no es un gesto que pueda ser
Ese mismo extremo de la pasión tiene en la pedofiha su buscado o evitado de manera voluntaria. No obstante, pare­
versión no inhibida: e(adulto aétúa el deseo sexual e infan­ ce que hoy es una moneda más corriente de lo que estamos
til que ha de ser reprimido y, así, ma�da al c�� rno la dispuestos a reconocer. Así como el valor de una moneda
diferencia entre las generaciones, la propia expres10n de la está en función de una serie de otras magnitudes del
interdicción del incesto. quehacer económico, la renuncia a la educación también l o
Por su parte, el odio-puro insufla el oscuro reverso de la está, pero en función de una serie de pequeños detalles d e
versión de El-Niño dando lugar a las figuras del mal sal­ nuestra vida cotidiana.
�·T
vaje y del extrate estre, cultivadas por elucubraciones La propensión al infanticidio simbólico no es una conde-

226 227
ncia de un gesto :na­
na de los dioses, ni tampoco la consecue
4
lo sea es, para nn, la
léfico de algún tirano de turno. Que así
EL SUEÑO DE LA MODERNIDAD,
s el único derecho
marca de que no se les reconozca a los niño
LA INFANCIA Y LA ESCUELA
educación.
que cuenta: el derecho a reclamar una .
defender un su�ple
Para que los seres-pequeños puedan
mos darnos el tiem­
lugar en el mundo, en una historia , debe
detall�s, nuestra
po necesario para que, en sus pequeños
extranJero al pre­
vida cotidiana tenga algo extraño , algo
lo que pasa por la
sente a la realidad, al mercado, a
los hábitos los que
telev sión. Francoise Dolto decía: «no son
i interior» (199 4b:
necesitamos ca�biar, sino nuestra actit
ud
dar tiempo al t�empo
134 ). Debemos darnos el tiempo para
y viceversa. Ese es El hombre se sueña a sí mismo de modo de inventarse
de que el extranjero reviva lo familiar,
pequeños de hoy siempre como Otro. En los tiempos modernos, el hombre
nuestro deber al menos hasta que los
; z que haga posible pasó a relacionarse consigo mismo, con su extranjeridad y
logren conqui tar para sí un poco de veje
con los otros -esto es, a vivir lafalta de proporción en la vida
tener una infancia perdida.
sexual y entre Zas generaciones- de una nueva manera.
Aquello que siempre resta y hace falta en sus sueños dejó de
ser acreditado a un paraíso perdido en el pasado para, por
el contrario, ser buscado en este mundo de hombres. Se
lanzó así a la búsqueda, precipitándose hacia adelante, aun
sabiendo que eso siempre falta al encuentro, pues eso siem­
pre está en otro lugar en éste, nuestro único mundo y, de ese
modo, se fue haciendo moderno mientras secularizaba la
vida en lapolis. Aquello que el hombre comenzó a esperar
para el mañana aquí en la Tierra-y que fue llamado utopía._
fue esculpiendo, poco a poco, el rostro de una infancia radi­
calmente otra.
La insatisfacción pulsional -el malestar en la cultura-,
antes planteada en referencia a un pasado vivido en compa­
ñía de los dioses, pasó en la modernidad a insuflar la idea
de un futuro diferente, aquí mismo, en la Tierra. 'La gesta­
ción de un futuro anhelado como diferente entraña una
retrospectiva: el gesto de hacer una y otra vez el inventario

229
228
rucción a comprometerse en el ámbito público, haciendo uso de la
del pasado, de <<pasar a limpio» la tradición. Esa const
a otra
de <<verdades históricas», como diría Freud, implic palabra que los desnaturalizaba en cuanto ciudadanos:
iment ar un ciudadanos iguales en la responsabilidad de sostener la
relación con lo vivido, que hace posible exper
presente nuevo, es decir, experimentar otro sentido que no esté polis que los veía nacer, ciudadanos fraternos en la orfan­
dife­
conten:ido en el pasado. El gesto retrospectivo cava una dad de origen que los lanzaba a la fundación de un nuevo
que .
rencia en la serie temporal de los deven:ires pasados, lo relato histórico.
un
produce una historia y un resto temporal que ha de llegar, El sueño moderno resumió una nueva manera de que el
tiempo más allá de la historia, es decir, «lo histórico». hombre se interrogase sobre lo imposible que atraviesa su
El niño, al llegar al mundo después de los adulto s, rápi­ relación con sus semejantes, sobre nuestra propia extranje­
damente se hace depositario imaginario de esa diferencia ridad o, si se prefiere, sobre la imposibilidad de la relación
temporal. Así, la diferencia moderna entre pasado e histo­ del sujeto al Otro. Y fue por eso que, antes que nada, se
ria dio impulso a la invención de una infancia también enterró al Antiguo Régimen en el salón público y generali­
moderna. zado.25 Y es por eso también que el fantasma burocrático
La infancia moderna, esa especie de sueño que el hombre inherente al totalitarismo intenta suturar la palabra, el
pasó a soñar para sí, es un punto en una trama contradic­ inconsciente, lo infantil y, de ese modo, abolir «lo histórico»
n
toria de ilusiones y, por lo tanto, encierra en sí una tensió en la historia, o reabsorber lo extranjero en las profecías de
dificil de resolver. Ella pasó a ser el punto de fuga en el lo mismo. En suma, el espíritu moderno implicó otra figu­
horizonte de los sueño s, donde se tocan de modo asintótico ración histórica de la idea de padre.
deseo y narcisismo. O en otras palabras, parafraseando los En la modernidad, el adulto comenzó a esperar que el
no
comentarios de Han:nah Arendt sobre el registro moder niño llegase a disfrutar en el futuro de ese otro mundo. La
de los acontecimientos pasados, la infanc ia fue el precipita­ diferencia niño/viejo -la diferencia más allá de toda propor­
do de la inmortalidad terrena a la que aspiraba la Edad ción entre las· generaciones- se convirtió en un objeto de
Moderna. singular tensión psíquica y social, tal vez bajo una forma
El hombre moderno terminó entregándose al sueño de.un que nunca antes se viera en la historia de los hombres.
­
mundo diferente, de una sociedad secularizada o <<desen
e de ***
cantada», como dijo Max Weber, pero no por eso carent
sueños, n:i de pesadillªs.24 Se entregó al sueño de un mundo La llamada escuela republicana fue la figuración discursi­
en el que imperase la libertad, la igualdad y la fraternidad. va más acabada de la infancia llamada moderna. Ella fue

Fueron muchos los que, con insistencia, soñaron, disput
de la , que así se
ron y reivindicaron esa figuración utopía 25 En varios ensayos psicoanalíticos sobre e l lazo social en la moder­
.
perfiló como la propia invención del espacio democrático nidad, se insiste en el carácter inaugural -pero regresivo desde el punto

Los hombres pasaron a considerarse libres, se autorizaron de vista de su desarrollo- del regicidio. Ahora bien, es la liberación de la
palabra y no el regicidio lo que marca a fuego los tiempos modernos

24Como recordó Gaya en uno de sus cuacb.·os de la ..serie negra)•, e l sueño prendidos en torno de una nueva idea depadre. Cf. mi ensayoPsicanálise,
de la razón produce sus monstruos. modernidade e fraternidade, en Kehl, 2000.

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reivindicada como un derecho, a pesar del deseo de algunos
que siempre quisieron -y aún quieren- que los derechos Por otra parte, la escuela también implica una máxima
fueran -y aún sean- privilegio de unos pocos. ¿Por qué? ¿Por d i�erenciaci ?n adulto/niño y, paradójicamente, una nega­
. �e la m1sma. La escuela nació como un lugar otro, no
cwn
qué nuestros antepasados inmigrantes, por ejemplo, reivin­ .
dicaron a la escuela para su descendencia? Porque todos fam1har, donde los niños -ahora alumnos- son interpela­
intuyeron que ella tenía, en aquella época, la llave de acceso d �s para que respondan como si fuesen los adultos que
a la infancia y que ésta era, a su vez, la llave que daba acce­ aun no son.
so a otro mundo, aquí mismo, en la Tierra. El folklore escolar de antes se reducía a la fórmula:
La escuela incorporó la tensión narcisismo/deseo inserta «¡Niño, haga de cuenta que es un adulto!». La legalidad
en la infancia y, por consiguiente -además de haber expre­ escolar, al mismo tiempo que reconocía la diferencia adulto/
sado, como toda institución, un proyecto de moralización «a niño, también la negaba, pues interpelaba al niño en un
la Durkheim» (Fernandes, 1994)-, también funcionó como lugar que ya no era familiar, en un lugar distante de lo in­
una máquina movida por el deseo, poseedora de gran fuerza fantil. El mundo que la escuela enseña a los niños está -o
subjetivante. La tensión asimétrica entre la familia nuclear debería estar- escolarizado, pasteurizado, porque no es el
y la escuela, ambas articuladas en torno de la asimetría otro mundo adulto de verdad verdadera, como suelen decir
adulto/uiño, contenía la posibilidad de operar la recupe­ !os niños. El maestro, el profesor, aparece ante los ojos
ración metafórica del resto excedente de la institución de mfanti�es como el embajador de ese otro mundo, en el que
esa misma infancia. Así, el cruzamiento entre las dos asi­ deben mtroducir a los niños según una dosificación y un
metrías hacía posible diferir el suplemento del propio tiempo escolares.
proceso instituyente del tiempo de la infancia de la época. La escuela llamaba al orden a sus alumnos valiéndose de
El escenario escolar llamado tradicional26 gira en torno la siguiente pregunta retórica: «¿Dónde pien�a que está?». 27
de una paradójica demanda dirigida a los niños. Implica, Es decir: «¡Atención! El señor (o la señorita) no está en su
por una parte, una dialéctica entre el lado «niño» y «Su casa, está en un escenario público, en otro escenario -la Es­
psicología infantil», reprimidos a la intimidad privada del cu�la-, donde no se deben mostrar los infantílismos, ¡deben
hogar, y el lado «alumno» que asiste a la escuela y, por lo deJarlos en la casa!». Es exactamente esa división del mun­
tanto, pasa a estar bajo la mirada pública. do �r: dos escenari�s -escuela y casa familiar- la que
.
pos1bll:ta la denegaczón de la demanda adulta. La escuela,
" Cada imagina rio pedagógico fabricá a posteriori su •escuela
en real1dad, no les pedía a los niños que fuesen adultos sino
tradiciona l» que debe ser superada. Más allá del impresionismo que �an sólo que parecieran serlo. Y esto, aunque parezda un
caracteriza a l cuadro de la llamada escuela tradicional hoy en día, uso Juego tonto, es sumamente importante, pues allí se dirimen
la expresión para observar que aquello que hace la diferencia en e l las oportunidades de que el niño se encamine en la demanda
discurrir pedagógico es e l voto •<tradicionah• d e preservar <calgo» de
adulta, en particular la escolar (cf. Lajonquiere, 1999: 119-
nuestro mundo de la disruptiva llegada de los seres-pequeños. En
cierto sentido, hace cien años la escuela pretendía preservar la Repú­
128). En otras palabras, es como si el niño escuchase:
blica; hoy, se pretende preservar una supuesta felicidad infantil
inherente al ser natural del niño (sic). " Debo este recuerdo a Estanislao Antelo, quien lo citó en una mesa
de debates en la que participamos ambos.

232
233
aunquEl no sea algo malo ser como soy, parece que vale la extranjero -siempre Otro- y se presentan ante la mirada
pena intentar ser diferente. Y así termina por preguntarse: de los pequeños como seres asépticos no movidos por e l
«Si es eso sólo lo que me están pidiendo, ¿por qué no deseo.
intentarlo?••. Las extranjeridades advienen a los adultos2s por el hecho
Desafortunadamente, hoy en dia, la desaparición de la de tener una infancia perdida, pero no toda. Cuando las
distinción entre lo escolar (extraño y público) y lo familiar, extranjeridades resultan de una rememoración del pasado,
en la senda del vaciamiento de la diferencia entre lo público cargan las marcas de la excentricidad del tiempo, abriendo
y lo privado, implica una demanda que no se deniega a sí la posibilidad para que el niño, a quien el adulto dirige s u
misma y, por lo tanto, condena a los niños a responder en lo palabra, vislumbre u n horizonte más allá del estado pre­
real del acto. La confusa sustancia amorfa familia/escuela sente o futuro de los mercados, del imperio gozoso de la
-resultado no sólo del imperialismo de la escuela particu­ moda, del desarrollo psicológico «integral» y de otras reali­
lar, sino también del psicologismo cotidiano- les pide a los dades que los supuestos adultos suelen invocar para ade­
ni-ños que sean normales y felices, es decir que sean allí cuar a los niños a sus votos seudocientíficos.
donde es fantasmado El-Niiío. Los adultos de hoy pretenden que la infancia no (les) haga
La confusión actual de los escenarios hace que la deman­ extraña falta en el mundo y, a partir de esa especie de no
da escolar pierda su espíritu de «hacer de cuenta». Instala lugar en una genealogía, pretenden lograr la hazaña de que
en el horizonte la posibilidad de que los infantilismos sean los niños sean simplemente niños y, por añadidura, felices.
extirpados por una serie de profesionales dedicados a la Un adulto puede estar dispuesto a dialogar sobre todo con
«protección de la infancia», que ven todo, saben todo, expli­ un niño, en un intento por ser más democrático que sus
can todo, comprenden todo. Tal vez haya que considerar que antecesores, pero siempre habrá un punto que se escapará.
las diferentes formas de «renegar de la escuela» por parte de Ese punto no. puede ser compartido porque al adulto se le
los niños y los jóvenes sean, en efecto, los únicos posibles escapa aquello que ese niño representa inconscientemente
com-probantes de la falta frente a una demanda perversa de para él, así como su infancia se perdió en el mismo instante
anulación: «para ser amado en el altar de El-Niño debes en que pasó a tenerla. Eso que escapa, resta, hace suplencia
dejar despojarte de tu propio ser». Aquí reside, precisamen­ que inviaviliza toda proporción y, por lo tanto, huye de
te, la :razón de la profecía autorrealizadora del, así llamado, cualquier ajuste política o pedagógicamente correcto de las
fracaso escolar. relaciones cotidianas.

Hoy, a medida que la demanda de los adultos apunta al Todos los días, los especialistas de El-Niño nos aconsejan

montaje de una vida cotidiana de relaciones adecuada s, que ajustemos nuestra vida junto con los niños a los «nue­
vos» tiempos. Nos orientan acerca de cómo hacer para estar
se sitúa a la educación de los niños en el registro de la
convencidos de algo y para que podamos hablar de eso con
complementariedad. Así pues, los adultos aparecen ante
los ojos infantiles como individuos movidos por nece­ un niño. Sin embargo, esas iniciativas impiden que se

sidades claras y distintas, que no se mueven en la vida 28No hay que con:fundir con los estereotipos extravagantes caracterís­
como embajadores animados por un espíritu siempre ticos de la locura.

1 234
235
opere un despliegue fructífero de la diferencia entre las Quino, sabe que el mundo siempre está enfermo y con fiebre.
gene-raciones. Desafortunadamente, esos consejos final­ Pero lo importante es saber que, aun cuando no haya oculTi­
mente van a contrapelo de una institucionalización renova­ do lo peor, no deja de haber consecuencias para nuestros
da del tiempo de la infancia con el que podría contar un ser­ niños.
pequeño. La infancia, a pesar de ser sólida como la humani­ · Hoy, el dispositivo instituyente de infancias -el quias­
dad que supimos conseguir, puede desvanecerse en el aire. mo entre las asimetrías escuela/familia y adulto/niño­
'1
,,
Para que eso ocurra, debería estallar por los aires el funcio­ sufre un desarreglo que implica la imposibilidad de
1
namiento discursivo que hace de toda cría sapiens. un reciclar el resto de producción de la propia infancia. En
candidato a viejo. Sería el caso límite de un mundo de clo­ el grado de colapso de ese funcionamiento se juega, para
nes. De un mundo en el que se nos habría extirpado defini­ un niño con nombre y apellido, la diferencia entre el
tivamente la posibilidad de vivir recuerdos o de ser pertur­ malestar inherente al tiempo de la infancia y el sufri­
bados por reminiscencias de lo que no ocurrió, pero que aun · miento psíquico de quien pierde toda referencia simbóli­
así no dejan de insistir sobre nosotros -para retomar el ca en su travesía de un lado al otro en el campo de la
término que usó Freud en sus conferencias en la Clark palabra y del lenguaje, en un vano intento por convertir
University-, es decir, por deseos fantasmados. lo real en ideal.
L a ficción científica de Farenheit 451 -la obra de Ray
Bradbury y a partir de la cual Fran�ois Truffaut hizo un
film bellísimo en 1966- pone en escena una vida social
tomada por el rechazo del deseo y obsesionada por la
quema de libros. Como la lectura libera el juego de la
palabra, los libros deben ser quemados para así quemar
la palabra. La literatura, la poesía, la palabra y su mismo
juego ficcional alteran la realidad de todos los días por­
que introducen la extranjeridad en l a realidad a la que los
personajes del film deben estar adaptados con normali­
dad. La «realidad», la inercia del día a día, es transmiti­
da una y otra vez en las TV omnipresentes. Entretanto, la
felicidad que muestra la pantalla no logra silenciar el
retorno, en lo real, de una serie de suicidios y del impasse
de una vida melancólica. La luz de la felicidad televisiva
les quita a los espectadores toda su potencia y así los
condena a la inercia cotidiana.
Aunque me parece difícil que ése sea el destino general,
nada es imposible. Hasta la pequeña Mafalda, creada por

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