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1. Nemo
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Poesía | Rocío Porfirio
2. Infantia
No sé hablar, apenas dibujo. Garabateo lo que observo con un lápiz torpe que se
desliza entre mis pequeñas manos. Juro que intento unir los vacíos de hojas y hojas en
blanco. En el tierno silencio de mi soledad de infante, deshago crayones en pilas y pilas de
papel pintarrajeado. No me entienden.
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Poesía | Rocío Porfirio
3. MALUM.
Giaconda, pronuncia la vocal del asombro y déjame medir tu suspiro, para saber sí
sonrío porque me iré al infierno o porque la dulzura de tu fruta me empalaga. ¿Acaso
alguien me escucha? ¿O el calor en mis mejillas es un efecto del limbo?
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Poesía | Rocío Porfirio
4. Θεοτόκος (Theotokos)
Avemaría purísima, sin pecado concebida. Te encuentro dormida, con los cabellos
erizados y quebradizos, los labios entreabiertos, las mejillas regordetas; que pálidas y
mortecinas se hunden entre los huesos de tu rostro. Hoy más que nunca mi presencia busca
arrebatarte cada pedazo de vida. Te observo desde el umbral, aquel rincón oscuro de tu
habitación, y duermes sola. Estuve esperando a que te quedes así, porque busco abrazarte y
asfixiarte, enterrar tu cara en la almohada para después cubrirte de tierra, flores blancas y
esputo. Danzar sobre tu vientre vacío, pisotearlo, hundirlo hasta que tus entrañas giman de
dolor y sangren, porque no sos ninguna salvadora, y tampoco portadora de mi Dios.
“Bendita tu eres entre todas las mujeres” porque te honro con mi odio y mi
presencia. Porque he venido a quemar tu piel, tus sábanas, y tu sexo. Yo no te tengo
respeto, ni amor, tampoco te creo. De tus pechos brota inocencia, victimismo que alimenta
corderos, pero no sacia dragones. El hambre animal destroza con garras tus ovejas, que
liberan sangre llena de veneno y se resisten a morir en el fuego. Fuego en el que has de
arder, impostora.
Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores. Aunque considero que
mi pecado se escurre por mi lengua de serpiente, y el tuyo se esconde en las palabras que
no pronuncias. El pensamiento peca más que el acto, la imagen casta te arrastra hasta mis
pies descalzos. Sólo yo sé cómo te tocas, cómo suspiras y escondes el gesto en un sorbo de
vino caliente que se escurre por tu esófago para dormir los pedazos de manzana. A mí, la
pirámide de engaños, no me esquivas por no mirarme a la cara. Y yo te sigo, repto por tus
sombras, me enrosco en tus piernas, te hago tropezar cuando menos lo esperas. Porque me
invocaste, humilde pastora, golpeaste mis campanas al depositar copas y copas sobre mi
altar de goce.
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Poesía | Rocío Porfirio
de bestia decidiré el momento de tu sueño eterno. Tus pupilas agigantadas serán absorbidas
por las grietas de mis pupilas, te hundiré en la noche, porque vas a preferir morir antes que
mantenerme la mirada por segunda vez.
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Poesía | Rocío Porfirio
5. Garua
Garua triste Buenos Aires con el silencio de la noche de junio. Garua la quietud de
quién reposa en la desesperanza absoluta, del Dios que no escucha, la plegaria titubeante.
Garua triste Buenos Aires por el fin de la infancia, en cada rincón de la solitaria
espalda, de quien ha perdido a su padre. ¡Y valga el cielo lo que el cuerpo difuminado no
puede contar! Cubra la tempestad tu grito mudo, ese que empuja las cuentas de un rosario,
cuyas vueltas solo son rodeos a la verdad que pone fin a toda esperanza.
Garua triste Buenos Aires ante el adiós del león vencido y lava el rostro de los
huérfanos hermanos. Rebota en las baldosas como la voz de aquel teléfono. Explica la
tristeza de quien se ha perdido.
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Poesía | Rocío Porfirio
Voy a clavar esta lapicera en el corazón del texto. Voy a subrayar una y otra vez con
tinta, la mía, cada párrafo que él me dio. Doblaré páginas como lo hacen las campanas. Voy
a ensuciar con mis palabras la blancura del papel de imprenta. No, no hay deseo de
conservar. Como frasco abierto que alimenta, pero también se pudre, voy a digerirlo y
expulsar mierda; ya sea como regalo o como ofensa a aquel padre que supo darme de comer
tan bien. No, no puedo retener más, porque hacerlo es un trabajo que enferma. Y morir así
no es una opción.
Estoy viva y furiosa. Como león que nace del desierto anónimo: rujo, escupo,
desgarro. Camino como quijote entre molinos, como Quiroga en la selva, como Baudelaire
en Paris. Ya no pido permiso para encontrar mi placer. En el erotismo de lo discontinuo me
fundo con mi retrato, con mis palabras. Me hago el amor en el narcisismo de quien se
atreve a decir en voz alta: Yo soy.