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Poesía | Rocío Porfirio

1. Nemo

¿Puedo evitar nacer? Quedar suspendida en el orgasmo de la no-vida. Flotar etérea


entre la muerte que no se siente como muerte, porque las definiciones que conocemos las
conocemos por la negativa, esos pliegues sudados de sabanas deshechas.

¿Puedo quedarme nadando en el fracaso antinatura? Ahí donde nada es mi culpa


porque todavía no tengo nombre. Extasiada por esos minutos de desencuentro que impiden
que tome forma en sus vidas. Son más felices así.

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Poesía | Rocío Porfirio

2. Infantia

No sé hablar, apenas dibujo. Garabateo lo que observo con un lápiz torpe que se
desliza entre mis pequeñas manos. Juro que intento unir los vacíos de hojas y hojas en
blanco. En el tierno silencio de mi soledad de infante, deshago crayones en pilas y pilas de
papel pintarrajeado. No me entienden.

No sé hablar, apenas dibujo. Esbozo mi nombre, todo tembloroso como mi


identidad. “Puella, niña, hija, el lápiz se toma así y asá”. En el silencio de una soledad
guiada copio mi nombre. Sigo el papel que me prestaron de modelo. Me entienden.

No sé hablar, apenas dibujo. Calco palabras de pizarrones porque todas fueron


escritas por una mano grande. Deletreo oraciones simples y vacías que no entiendo porque
no son mías, son de Otro. Un otro que no soy yo. Me entienden.

No sé hablar, empecé a escribir. Desde un limitado y secreto espacio puse en código


y en fila los significantes que unen el vacío de la hoja en blanco. Mi mano, aun pequeña,
guarda todo en libretas con candado. Hay miedo de que una mano grande venga a cortar las
plumas que crecen en mi garganta. Ellos no lo entienden.

No sé hablar, solo sé escribir. Garabateando en la soledad piezas del rompecabezas


que observo. Divago, escribo, escondo. Mis manos ya no juntan migas ni pueden ser
tomadas para guiar un lápiz. Ya no hay gritos ni interés por lo que escribo, porque sin ellos
me faltan palabras. ¿Acaso tengo que buscar esas que no enseñan? ¿Qué es esto que siento?

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Poesía | Rocío Porfirio

3. MALUM.

Giaconda, pronuncia la vocal del asombro y déjame medir tu suspiro, para saber sí
sonrío porque me iré al infierno o porque la dulzura de tu fruta me empalaga. ¿Acaso
alguien me escucha? ¿O el calor en mis mejillas es un efecto del limbo?

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Poesía | Rocío Porfirio

4. Θεοτόκος (Theotokos)

Avemaría purísima, sin pecado concebida. Te encuentro dormida, con los cabellos
erizados y quebradizos, los labios entreabiertos, las mejillas regordetas; que pálidas y
mortecinas se hunden entre los huesos de tu rostro. Hoy más que nunca mi presencia busca
arrebatarte cada pedazo de vida. Te observo desde el umbral, aquel rincón oscuro de tu
habitación, y duermes sola. Estuve esperando a que te quedes así, porque busco abrazarte y
asfixiarte, enterrar tu cara en la almohada para después cubrirte de tierra, flores blancas y
esputo. Danzar sobre tu vientre vacío, pisotearlo, hundirlo hasta que tus entrañas giman de
dolor y sangren, porque no sos ninguna salvadora, y tampoco portadora de mi Dios.

“Bendita tu eres entre todas las mujeres” porque te honro con mi odio y mi
presencia. Porque he venido a quemar tu piel, tus sábanas, y tu sexo. Yo no te tengo
respeto, ni amor, tampoco te creo. De tus pechos brota inocencia, victimismo que alimenta
corderos, pero no sacia dragones. El hambre animal destroza con garras tus ovejas, que
liberan sangre llena de veneno y se resisten a morir en el fuego. Fuego en el que has de
arder, impostora.

Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores. Aunque considero que
mi pecado se escurre por mi lengua de serpiente, y el tuyo se esconde en las palabras que
no pronuncias. El pensamiento peca más que el acto, la imagen casta te arrastra hasta mis
pies descalzos. Sólo yo sé cómo te tocas, cómo suspiras y escondes el gesto en un sorbo de
vino caliente que se escurre por tu esófago para dormir los pedazos de manzana. A mí, la
pirámide de engaños, no me esquivas por no mirarme a la cara. Y yo te sigo, repto por tus
sombras, me enrosco en tus piernas, te hago tropezar cuando menos lo esperas. Porque me
invocaste, humilde pastora, golpeaste mis campanas al depositar copas y copas sobre mi
altar de goce.

Ahora y en la hora de nuestra muerte. Si me he de morir, será luego de verte


crucificada. Quiero clavos en tus manos impuras, esas que han acariciado el manto vivo y
sagrado. Voy a picar tu costilla, para que brote todo el espeso jugo de luna y estrellas,
porque no te llevarás nada más que tu cuerpo de titiritero. Me verás a la cara y con mis ojos

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Poesía | Rocío Porfirio

de bestia decidiré el momento de tu sueño eterno. Tus pupilas agigantadas serán absorbidas
por las grietas de mis pupilas, te hundiré en la noche, porque vas a preferir morir antes que
mantenerme la mirada por segunda vez.

Cantarás, rezarás, sucumbirás. Amén. Te estrangularé contra la almohada, mis


pulgares presionaran tu tráquea de ave, la quebraré. Porque detrás de las sombras, del
pecado, de la mentira, la única que sangra y sigue viva, atormentada por tus palabras y
balidos, por tu imagen seductora y embustera, soy yo: también MARÍA.

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Poesía | Rocío Porfirio

5. Garua

Garua triste Buenos Aires con el silencio de la noche de junio. Garua la quietud de
quién reposa en la desesperanza absoluta, del Dios que no escucha, la plegaria titubeante.

Garua triste Buenos Aires por el fin de la infancia, en cada rincón de la solitaria
espalda, de quien ha perdido a su padre. ¡Y valga el cielo lo que el cuerpo difuminado no
puede contar! Cubra la tempestad tu grito mudo, ese que empuja las cuentas de un rosario,
cuyas vueltas solo son rodeos a la verdad que pone fin a toda esperanza.

Garua triste Buenos Aires ante el adiós del león vencido y lava el rostro de los
huérfanos hermanos. Rebota en las baldosas como la voz de aquel teléfono. Explica la
tristeza de quien se ha perdido.

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Poesía | Rocío Porfirio

6. El artista debe matar a su padre.

Voy a clavar esta lapicera en el corazón del texto. Voy a subrayar una y otra vez con
tinta, la mía, cada párrafo que él me dio. Doblaré páginas como lo hacen las campanas. Voy
a ensuciar con mis palabras la blancura del papel de imprenta. No, no hay deseo de
conservar. Como frasco abierto que alimenta, pero también se pudre, voy a digerirlo y
expulsar mierda; ya sea como regalo o como ofensa a aquel padre que supo darme de comer
tan bien. No, no puedo retener más, porque hacerlo es un trabajo que enferma. Y morir así
no es una opción.

Estoy viva y furiosa. Como león que nace del desierto anónimo: rujo, escupo,
desgarro. Camino como quijote entre molinos, como Quiroga en la selva, como Baudelaire
en Paris. Ya no pido permiso para encontrar mi placer. En el erotismo de lo discontinuo me
fundo con mi retrato, con mis palabras. Me hago el amor en el narcisismo de quien se
atreve a decir en voz alta: Yo soy.

Me manifiesto. Aparezco como disrupción, como continuidad, como pésima hija,


dudosa heredera. Matando al padre y a las madres, múltiples, ahogadas. Quizá yo también
muera sin aire, en un grito, pariendo los escritos que llevo dentro.

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