Está en la página 1de 35

Universidad de Buenos Aires

Facultad de Filosofía y Letras


Departamento de Lenguas y Literaturas Clásicas

LENGUA Y CULTURA LATINAS I


CÁTEDRA PROF. MARIANA VENTURA

Marcela Nasta

De César a Augusto:
una síntesis del final de la
República

2do. cuatrimestre 2016


El asesinato de César, ocurrido en los Idus1 de marzo de 44 a.C., no hizo sino
enardecer una guerra civil que, a decir verdad, los romanos venían padeciendo, con mo-
mentos de mayor o menor tensión, desde el asesinato de Tiberio Graco, en 133 a.C.2 El
asesinato de César da inicio a la última etapa de esta guerra, abierta y descarnada, en la
cual se enfrentarán no sólo los ejércitos sino también, y fundamentalmente, las ambicio-
nes políticas y personales de sus protagonistas. El resultado, que tardará más de diez años
en llegar, será el paso de la República a un nuevo tipo de gobierno, el Principado, que se
extenderá hasta 14 d.C., y al cual sucederá el Imperio, que a su vez abarcará varios siglos
(hasta 476, en que el Imperio Romano de Occidente caerá en manos de los hérulos al
mando del rey Odoacro; hasta 1453, en que los otomanos conquistarán Constantinopla,
capital del Imperio Romano de Oriente, también llamado Imperio Bizantino).
Realizando un recorte muy limitado en este gigantesco devenir histórico, el obje-
tivo de este trabajo es muy puntual y acotado: nos proponemos exponer aquí los princi-
pales acontecimientos transcurridos desde el asesinato de César hasta la instauración del
Principado, para luego señalar algunos rasgos destacados de este nuevo régimen.

Primera Parte: de los Idus de Marzo al Segundo Triunvirato

Muerto César, quedan en Roma dos partidos3 enfrentados: por un lado, el partido
cesariano o popular4 cuyos líderes buscarán, evidentemente, conservar el poder político

1
En el antiguo calendario romano, Idus era el nombre que recibía el día 15 de los meses de marzo,
mayo, julio y octubre, y el día 13 de los meses restantes; el día 7 de los meses de marzo, mayo,
julio y octubre, así como el día 5 de los meses restantes, se denominaba Nonae; el día 1 de todos
los meses se denominaba Kalendae.
2
Cf. Nasta 2016: anexo 9.
3
Utilizamos el término “partido” no en el sentido contemporáneo de cierta entidad política orgá-
nica, estable e ideológicamente definida, que no existía en Roma, sino en un sentido más amplio
cercano al de “sector” o “grupo”, de carácter asistemático, al cual los individuos adscribían (o no)
no sólo en función de sus posturas políticas sino también, y a menudo, de acuerdo con la coyuntura
política del momento. Cf. Del Sastre-Maiorana-Rabaza-Schniebs 1999: 14.
4
Los populares, entre los cuales César, eran aquellos personajes políticos que “basaban su poder no en la
autoridad del senado sino en el favor del populus y que, para obtener ese favor recurrían a medidas que,
como las leyes agrarias, la distribución gratuita de granos, la condonación de deudas, atentaban contra el
estatus social y económico de las clases superiores” (ibid.: 15).

1
y militar que César había detentado, invocando su nombre y aprovechando el favor po-
pular de que él había gozado; por el otro lado, el partido senatorial o aristocrático,5 en
cuyo nombre había luchado Pompeyo contra César y que ahora espera recuperar el domi-
nio que éste le había arrebatado, reinstaurando así el viejo esplendor republicano. Ahora
bien, como hemos sugerido, no se trata aquí tanto de una contienda política o ideológica
en el sentido moderno de estos términos, cuanto de rivalidades individuales por el ejerci-
cio del poder. Por esta razón, es necesario identificar a los personajes involucrados, cuyas
ambiciones personales son determinantes en el curso de la guerra.
En este escenario se destacan, en el partido cesariano o popular, Marco Antonio,6
Publio Cornelio Dolabela y Marco Emilio Lépido.
- Marco Antonio: perteneciente a la gens Antonia, de origen plebeyo, había servido en
el ejército de César en la Galia y, siendo tribuno, había cruzado con él el Rubicón para
marchar contra Pompeyo (49 a.C.). Después de Farsalia (48 a.C.) había permanecido
en Italia como lugarteniente de César mientras éste libraba las batallas de Tapso (en
África, 46 a.C.) Alejandría (también en África y en 46 a.C.) y Munda (en España, 45
a.C.). Cuando César fue asesinado en 44 a.C., Antonio era su colega en el consulado.7
- Publio Cornelio Dolabela: miembro de una rama plebeya de la gens Cornelia, era
yerno de Cicerón. Individuo célebre por su disipación e irremediable insolvencia, en
la guerra civil se había inscripto inicialmente en las filas de Pompeyo pero, presionado
por sus acreedores, pronto se trasladó a las de César, buscando su apoyo. Combatió
junto a él en Farsalia, Tapso y Munda. En 44 a.C. César le había prometido su lugar
en el consulado cuando él marchara contra los partos.
- Marco Emilio Lépido: de cuna patricia, tras luchar junto a César en la guerra civil, fue
su magister equitum8 en 47 a.C. y 45 a.C., y su colega en el consulado en 46 a.C. En

5
Los boni (sector conservador de la dirigencia política), entre los cuales Cicerón y Pompeyo (en su último
período), velaban, apoyándose sobre todo en la autoridad del Senado, por la preservación del estado de
cosas existente tanto en el plano político como en el social y económico. A juicio de los boni, los métodos
de los populares corroían los fundamentos de la República. Cf. ibid.: 15.
6
Marco Antonio era nieto del gran orador homónimo (143-87 a.C.), partidario de Sila y asesinado por los
seguidores de Mario; Cicerón hace de este ancestro uno de los principales interlocutores de su diálogo De
Oratore. Asimismo, era sobrino de Cayo Antonio Híbrida, colega de Cicerón en el consulado (63 a.C.).
7
El consulado era la más alta magistratura de la República romana. Los cónsules, que siempre eran dos y
se elegían anualmente, tenían, en ejercicio de su imperium (un tipo de poder muy fuerte y amplio, el poder
supremo en materia militar, civil y judicial), la facultad de convocar al Senado y al pueblo, tratar con estados
extranjeros, elaborar leyes para su posterior aprobación, publicar edictos, ordenar la leva, comandar los
ejércitos, consultar la voluntad divina dentro y fuera de la ciudad, etc. Todo ex-cónsul era denominado
consularis vir (varón consular) y los consulares viri conformaban la jerarquía más alta del Senado. Cf.
Schniebs 2000: 13; 15.
8
El magister equitum (jefe o mariscal de la caballería) era el lugarteniente del dictator; en principio, tenía
a su cargo la dirección de la caballería del ejército, mientras que este último comandaba la infantería.

2
44 a.C., habiendo sido designado gobernador de la Galia Narbonense9 y de la Hispania
Citerior,10 permaneció sin embargo en Roma, ejerciendo su gobierno mediante lega-
dos. Así pues, se hallaba en la ciudad el día del asesinato.
Respecto del partido senatorial o aristocrático, hemos de mencionar a Cayo Casio
Longino, Marco Junio Bruto, Décimo Junio Bruto (jefes de la conspiración contra Cé-
sar11) y Marco Tulio Cicerón.
- Cayo Casio Longino: perteneciente a una familia de tradición consular, se inscribe en
las filas de Pompeyo durante la guerra civil, pero abandona la lucha después de Farsa-
lia y obtiene el perdón de César, quien lo designa praetor peregrinus.12 A pesar de ello
Casio, que nunca había depuesto sus simpatías republicanas, fue el principal promotor
de la conjuración.
- Marco Junio Bruto y Décimo Junio Bruto: parientes lejanos, ambos pertenecían a una
rama plebeya de la gens Junia, que se atribuía como ancestro a Lucio Junio Bruto,
líder de la revuelta que terminó con la expulsión de Tarquinio el Soberbio e integrante,
junto a Lucio Tarquinio Colatino, de la primera dupla consular de la República. Esta
lejana filiación (real o construida ad hoc) tal vez haya incidido en el hecho de que
Marco Bruto, pompeyano, aun habiendo recibido después de Farsalia el perdón y la
amistad de César y el nombramiento como propraetor,13 se haya dejado convencer

9
La Galia se dividía básicamente en Galia Cisalpina (también llamada Citerior, Itálica o Togata) y la Galia
Transalpina (también llamada Ulterior). La Galia Cisalpina era la región de la Galia aquende los Alpes
(desde el punto de vista romano), limitada al N por esa cadena montañosa y al S por los ríos Arno (Arnus)
y Rubicón (Rubico). El río Po (Padus) la atravesaba de E a OE constituyendo una línea divisoria natural
dentro de la propia región, distinguiendo la Galia Cispadana (al S del Po) y la Transpadana (al N del Po).
Por su parte, la Galia Transalpina era la región de la Galia allende los Alpes (también desde el punto de
vista romano). La Galia Narbonense era una región de la Galia Transalpina y comprendía el SE de la actual
Francia, entre los Pirineos y Marsella (Massalia). Se había transformado en provincia romana en 123 a.C.
El resto de la Galia Transalpina estaba formado por la Galia Comata (“melenuda”, por el hábito de sus
habitantes de llevar el cabello largo), que era la más extensa de todas ya que abarcaba el resto de la actual
Francia, más Bélgica y Holanda al S del río Rin. Esta es la Galia que conquista César.
10
Tras la conquista de Hispania en 197 a.C., este territorio fue dividido en dos provincias: Hispania Citerior,
que abarcaba la costa E de la península, desde los Pirineos hasta Cartagena, e Hispania Ulterior, que ini-
cialmente comprendía el valle del río Guadalquivir, aunque más tarde llegó a abarcar toda la parte occiden-
tal de la península.
11
Suet. Iul. 80.
12
El praetor peregrinus era el magistrado que entendía en los procesos judiciales que involucraban a ex-
tranjeros (no-ciudadanos romanos); su tarea específica consistía en interpretar las leyes, regular los proce-
dimientos judiciales y asignar las causas a los jurados, a quienes instruía respecto de la ley que correspondía
aplicar. El encargado de los procesos judiciales que involucraban a los ciudadanos romanos era el praetor
urbanus. Estos magistrados eran una suerte de “colegas menores” de los cónsules y, al igual que estos,
gozaban de imperium. Cf. Schniebs 2000: 16.
13
En principio y técnicamente, la propretura consistía en una delegación del imperium pretoriano. Dado
que el título de praetor se aplicaba originariamente a todo magistrado que, en virtud de su imperium, pu-
diera exigir obediencia militar, el título de propraetor se aplicaba al delegado militar designado por los
cónsules para comandar la reserva del ejército. Esta concepción de la propretura como una delegación del

3
fácilmente por Casio y haya asumido, junto con él, el liderazgo del complot.14 Décimo
Bruto, por su parte, había integrado las filas de César durante la guerra pero, bajo la
influencia de Marco Bruto, terminó sumándose a la conspiración.
- Marco Tulio Cicerón: la relación entre Cicerón y César siempre había sido tensa y
sinuosa, marcada por el disenso en cuanto a sus posturas políticas,15 por sus coinci-
dencias y discrepancias ante las distintas coyunturas y también, en el mismo grado,
por los vínculos que uno y otro mantenían con Pompeyo. Cuando, a pesar de sus in-
gentes esfuerzos por evitarla, la guerra estalla entre ambos líderes, Cicerón adhiere
finalmente al bando de Pompeyo, a quien lo unía una enorme gratitud.16 Así pues,
aunque no toma las armas, Cicerón se reúne con el general en su campamento de Dirra-
quio, donde permanece hasta después de Farsalia. Concluida la guerra, obtiene el per-
dón de César y entre 46 y 45 a.C. regresa a la arena política, mostrando cierto entu-
siasmo por, y confianza en, el futuro accionar político del vencedor, ahora devenido
dueño absoluto del poder. Sin embargo, este entusiasmo pronto se desvanece y aunque
no hay certezas respecto de la participación concreta de Cicerón en el complot,17 los
conjurados invocaron su nombre en el momento del asesinato,18 asesinato que poco

imperium militar siempre se mantuvo, de modo tal que, cuando era necesario conferirle el imperium militar
a un individuo que no había ejercido ninguna magistratura, o había ejercido solamente una magistratura
menor, generalmente tal asignación se concretaba mediante su designación como propraetor. Tal fue el
título conferido por César a Antonio cuando, siendo este todavía tribuno, lo dejó a cargo del mando militar
en Italia mientras él terminaba la campaña contra los pompeyanos (cf. p. 2). Cf. Smith-Wayte-Marindin
1890: s.v.
14
También por vía materna Marco Bruto habría tenido “antecedentes tiranicidas”. En efecto, su madre
pertenecía a la gens Servilia, a uno de cuyos ancestros (Cayo Servilio Ahala) se le atribuía la muerte de
Espurio Melio, un plebeyo adinerado que, ganándose el favor popular mediante repartos gratuitos de trigo,
se había hecho sospechoso de querer instaurar la tiranía (439 a.C.).
15
Cf. notas 4 y 5.
16
Cabe recordar que la intervención de Pompeyo había sido decisiva para levantar el exilio al que Cicerón
había sido condenado en 58 a.C. en virtud de la lex de capite civis Romani que el tribuno Publio Clodio
Pulcro, partidario de César, había propuesto y hecho aprobar. Esta ley decretaba el exilio a más de 400
millas y la confiscación de bienes para todo aquel que hubiera condenado a muerte a un ciudadano romano
sin juicio previo. Aunque la condena a muerte de los conjurados de 63 a.C. había sido dispuesta por el
Senado, y no por Cicerón, este se ve afectado por esta ley y abandona Roma antes de que se sancionara la
lex de exsilio Ciceronis, que aplicaba la pena exclusivamente a su persona. Cf. Del Sastre-Maiorana-
Rabaza-Schniebs 1999: 21-22.
17
El propio Cicerón (Phil. 2.25) y también Plutarco (Brut. 12.1-2) niegan tal participación, aunque es com-
plejo determinar cuál habrá sido la medida y la índole de la intervención del Arpinate, si es que la hubo, en
el asesinato.
18
Cic. Phil. 2.28: “Caesare interfecto”, inquit, “statim cruentum alte extollens Brutus pugionem Cicero-
nem nominatim exclamavit atque ei recuperatam libertatem est gratulatus”. [“Muerto César –dice [sc.
Marco Antonio]– al punto Bruto, levantando en alto el puñal ensangrentado, gritó el nombre de Cicerón y
le dio las gracias por la libertad recuperada”].

4
después él mismo celebrará amplia y abiertamente en sus Orationes Philippicae.19 y 20
Así entonces, después de los Idus de marzo, Cicerón, empeñado en la restauración
republicana y en recuperar su lugar en el partido aristocrático, pondrá todo su esfuerzo,
habilidad política y oratoria al servicio de esta causa.

19
Orationes Philippicae es el título bajo el cual se ha conservado una serie discursos elaborados por Cicerón
entre el 2 de septiembre de 44 a.C. y el 21 de abril de 43 a.C. Si bien el gramático Aurusiano Mesio (fines
del s. IV y principios del s. V) cita un pasaje de una supuesta Filípica 16 y otro de una supuesta Filípica 17
–lo cual supone la existencia de una Filípica 15–, son solamente 14 los discursos que han llegado hasta
nosotros. El tema central y común a todos es la encendida oposición de Cicerón a Marco Antonio, que se
perfilaba como sucesor de César, y cuyos intentos hegemónicos él intenta desenmascarar y desbaratar. De
estos discursos, 2 fueron pronunciados ante el pueblo (Filípicas 4 y 6) y las restantes ante el Senado, excepto
la Filípica 2, que nunca se pronunció sino que circuló por escrito probablemente en diciembre de 44 a.C. y
que, considerada una obra maestra de la invectiva política, es un ataque feroz contra Marco Antonio y su
vida pública y privada, que Cicerón construye como atravesadas por la lujuria, la rapiña y la violencia. Para
estos discursos, que testimonian tanto la última etapa de la vida del orador cuanto la agónica situación de
la República, no existió, evidentemente, un plan preconcebido, ya que era el acontecer diario lo que iba
marcando el desarrollo de las intervenciones de Cicerón así como sus actitudes, recursos y argumentos. Ese
acontecer diario y lo expresado por Cicerón en estos discursos también nos es conocido por otras fuentes
(Veleyo Patérculo, Plutarco –en sus biografías de Cicerón, Antonio y Bruto–, Apiano y Dión Casio), las
cuales iluminan y a veces contradicen lo dicho por aquél. Respecto del título, el de Orationes Philippicae
es el que tanto el propio Cicerón, según lo atestigua su correspondencia (ad Brut. 2.3.4 y 2.4.2), cuanto la
transmisión de los textos han preferido para la colección, en lugar de los esperables (y atestiguados en la
Antigüedad) Orationes in Marcum Antonium (Discursos contra Marco Antonio) u Orationes Antonianae,
cuya traducción, Antonianas, correspondería a otros títulos conocidos, como Verrinas o Catilinarias. La
preferencia por Orationes Philippicae, denominación que no guarda relación alguna ni con el destinatario
de los discursos ni con su contenido, suele explicarse, siguiendo el testimonio de Apiano (4.20), como un
homenaje, recuerdo e imitación ciceronianos de las Filípicas de Demóstenes, discursos pronunciados por
este célebre orador ateniense (s. IV a.C.) en contra del rey Filipo II de Macedonia y sus intentos expansio-
nistas sobre Grecia.
20
Cic. Phil. 2.29: Ecquis est igitur exceptis iis, qui illum regnare gaudebant, qui illud aut fieri noluerit aut
factum improbarit? Omnes ergo in culpa. Etenim omnes boni, quantum in ipsis fuit, Caesarem occiderunt;
aliis consilium, aliis animus, aliis occasio defuit, voluntas nemini. [¿Existe acaso alguien, exceptuados
aquellos que se complacían en que él reinara, que no haya querido que esto fuera hecho o que, una vez
hecho, lo haya reprobado? Por lo tanto, todos son culpables. En efecto, todos los hombres de bien, en cuanto
estuvo en ellos, mataron a César; a unos les faltó decisión, a otros, valor, a otros la ocasión; la voluntad, a
ninguno]; 2.32: Quae enim res umquam, pro sancte Iuppiter! non modo in hac urbe, sed in omnibus terris
est gesta maior, quae gloriosior, quae commendatior hominum memoriae sempiternae? [Pues ¿alguna vez,
¡por el sagrado Júpiter! se ha llevado a cabo no sólo en esta ciudad, sino en toda la tierra, alguna hazaña
más grande, alguna más gloriosa, alguna más merecedora del sempiterno recuerdo de los hombres?]; 2.114:
Quodsi se ipsos illi nostri liberatores e conspectu nostro abstulerunt, at exemplum facti reliquerunt. Illi,
quod nemo fecerat, fecerunt. Tarquinium Brutus bello est persecutus, qui tum rex fuit, cum esse Romae
licebat; Sp. Cassius, Sp. Maelius, M. Manlius propter suspicionem regni adpetendi sunt necati; hi primum
cum gladiis non in regnum adpetentem, sed in regnantem impetum fecerunt. Quod cum ipsum factum per
se praeclarum est atque divinum, tum eitum ad imitandum est, praesertim cum illi eam gloriam consecuti
sint, quae vix caelo capi posse videatur. [Pero si aquellos libertadores nuestros se han sustraído a nuestra
vista, al menos han dejado el ejemplo de su hazaña. Ellos hicieron lo que nadie había hecho. Bruto persiguió
con la guerra a Tarquinio, que fue rey cuando en Roma era lícito serlo; Espurio Casio, Espurio Melio,
Marco Manlio fueron muertos por la sospecha de que aspiraban al reino; estos, por primera vez atacaron
con la espada no al que aspiraba al reino sino al que estaba reinando. Y este hecho mismo, de por sí preclaro
y divino, es además un modelo a seguir, sobre todo porque aquellos han alcanzado una gloria que apenas
parece poder ser contenida en el cielo]; 2.117: Haec non cogitas, neque intellegis satis esse viris fortibus
didicisse, quam sit re pulchrum, beneficio gratum, fama gloriosum tyrannum occidere? [¿No piensas en
estas cosas ni comprendes que para los hombres valientes es suficiente haber aprendido cuán hermoso por
el hecho en sí, cuán gratificante por la recompensa y cuán glorioso por la fama es dar muerte a un tirano?].

5
Hasta aquí, pues, los protagonistas. Ahora bien: el partido aristocrático, que había
cometido el “error político”21 de no asesinar también a Antonio, carecía de un plan de
acción concreto para retomar inmediatamente el ejercicio del poder; y si bien los conju-
rados tenían de su parte a la mayoría del Senado, en este cuerpo tampoco había unanimi-
dad, ya que varios de sus miembros eran distinguidos e influyentes partidarios de los
cesarianos. Estos, por su parte, si bien no contaban con el apoyo del ejército en su totali-
dad, poseían una fuerza militar que les permitía suprimir cualquier movimiento amena-
zador del Senado y, además, contaban con el apoyo de las poblaciones itálicas y del pue-
blo de Roma, beneficiado por las medidas que César había tomado y por el legado que
este le había dejado en su testamento22 y que Antonio dio a conocer de inmediato. Sin
embargo, la situación entre los partidarios de César tampoco era demasiado estable, ya
que no resultaba claro quién debería sucederlo en el poder. En este contexto, Antonio
demostró, como señala Rostovtzeff,23 tener más energía y visión política que ningún otro
en Roma ya que, habiéndose adueñado del tesoro y las disposiciones que César había
dictado antes de su asesinato, ostentaba una importante cuota de poder que lo habilitaba
para llegar a un acuerdo favorable con el Senado. Según este acuerdo, respaldado por
Cicerón, el Senado ratificaría los actos de César y sus disposiciones para el futuro inme-
diato, incluyendo los beneficios para sus veteranos y la asignación del gobierno de las
provincias; Antonio, por su parte y manteniendo el ejercicio del consulado, estaría dis-
puesto a echar un manto de olvido sobre el asesinato de César, concediendo la amnistía a
los conjurados, y a reconocer a Dolabela, yerno de Cicerón, como colega en dicha magis-
tratura (a lo cual se había opuesto cuando César había prometido a Dolabela el ejercicio
de este cargo).
Como era de esperar, esta amnistía era sólo de compromiso, ya que en rigor lo que
ambas partes buscaban eran los medios para fortalecer su posición, es decir, el mando
completo del ejército. A tal efecto, el 28 de noviembre, ante una reunión del Senado,
Antonio hace votar la Lex de permutatione provinciarum, que establece una distribución
del gobierno de las provincias que contravenía las disposiciones de César. De acuerdo
con estas, correspondía:

21
Cic. Att. 10.10 y 14.
22
Suet. Iul. 83: César legó al pueblo de Roma sus jardines cercanos al Tíber y 300 sestercios por persona.
23
Rostovtzeff 1993: 123.

6
- el gobierno de Macedonia, a Marco Antonio (cf. p. 2);
- el gobierno de la Galia Narbonense y de la Hispania Citerior, a Lépido (cf. pp. 2-3);
- el gobierno de Siria, a Casio (a quien, después de Farsalia, César había perdonado y
designado praetor peregrinus: cf. p. 3);
- el gobierno de la Galia Cisalpina, a Décimo Bruto (cesariano durante la guerra, pero
convencido por Marco Bruto para participar del asesinato: cf. p. 4).
De acuerdo con la nueva distribución que Antonio hace votar, corresponden:
- el gobierno de Macedonia, a Cayo Antonio, hermano de Marco Antonio;
- el gobierno de la Hispania Citerior, a Lépido;
- el gobierno de la Galia Narbonense, a Lucio Munacio Planco (cesariano);
- el gobierno de Siria, a Dolabela (garantizando así su lealtad al partido cesariano);
- el gobierno de la Galia Cisalpina, a Antonio.
Décimo Bruto queda eventualmente sin provincia a cargo; a Marco Bruto y a Casio se les
asigna la organización del suministro de cereal en Italia y Sicilia.
Así pues, se abren tres frentes de conflicto: por el gobierno de Macedonia, por el
de Siria y por el de la Galia Cisalpina.
Conflicto por el gobierno de Macedonia y de Siria:
Marco Bruto y Casio consiguen dirigirse a Oriente, donde logran poner de su lado
buena parte del ejército destacado en Macedonia. A fines de 44 a.C., Marco Bruto derrota
a Cayo Antonio y se hace del control de las provincias de Macedonia, Grecia e Iliria,
mientras Casio vence a Dolabela en la batalla de Laodicea, adueñándose de Siria. Dola-
bela se suicida. Así, toda la parte oriental del territorio romano queda bajo el dominio de
los conjurados, que se consagran a reunir recursos para proseguir la guerra.
Conflicto por el gobierno de la Galia Cisalpina:
El conflicto entre Antonio y Décimo Bruto por el gobierno de la Cisalpina se torna
más complejo por la aparición en escena de un nuevo personaje. Se trata del joven Cayo
Octavio que, nacido bajo el consulado de Cicerón (63 a.C.), contaba a la sazón con tan
solo 19 años. Octavio era, por vía materna,24 nieto de Julia, hermana de Julio César, y por
lo tanto sobrino nieto de este último. En su testamento, César había hecho de él su hijo
adoptivo y le había legado las tres cuartas partes de su herencia, así como su nombre y su

24
Su madre, Atia, era hija de Julia y su esposo, Marco Atio Balbo; su padre, Cayo Octavio, era un acauda-
lado miembro del orden ecuestre. La gens Octavia, originariamente plebeya, había adquirido la nobilitas
en 205 a.C., cuando un ancestro de la familia fue designado como propretor. Más tarde, varios miembros
de esta familia alcanzaron el consulado.

7
familia.25 Enterado del asesinato de César, Octavio, que por entonces se hallaba en Apo-
lonia estudiando oratoria y arte militar, regresa inmediatamente a Roma. En abril de ese
mismo año 44 a.C. ya está en la ciudad donde, habiendo tomado el nombre de Cayo Julio
César Octaviano,26 se enfrenta con Antonio por la herencia monetaria y política de su
padre adoptivo. Entre octubre y noviembre de 44 a.C., invocando el nombre de César y
con el apoyo de gran número de veteranos suyos y de las legiones Cuarta y Marcia, que
Antonio había hecho regresar a Roma desde Macedonia y habían estado hasta entonces
bajo su mando, Octaviano reúne, como simple ciudadano (lo cual era absolutamente ile-
gal), un ejército propio y busca contra Antonio el respaldo de Cicerón quien, después de
algunas vacilaciones, no sólo se lo concede sino que se yergue en su defensor y valedor.
Acaso pensando que Octaviano sería un instrumento útil y fácil de manejar en la lucha
contra el partido popular, Cicerón confió en las insinuaciones de éste a su favor, sin ad-
vertir que ambos tenían el mismo enemigo (Antonio), pero no el mismo beneficiario: para
Cicerón, se trataba de apoyar (o utilizar) a Octaviano en contra de Antonio y a favor de
los conjurados y del partido senatorial (sin advertir el hecho de que Octaviano nunca se
reconciliaría con los asesinos de César ni estaba dispuesto, una vez eliminado Antonio de
la escena, a resignar en manos del Senado el poder que César le había legado); para Oc-
taviano, se trataba de apoyar (o utilizar) al Senado en contra de Antonio y a favor de sus
propias ambiciones políticas, que podrían concretarse una vez derrotado su rival.
Prueba de esta confianza equivocada de Cicerón es su tercera Filípica, pronun-
ciada el 20 de diciembre de 44 a.C. ante el Senado, mediante la cual logra el apoyo de
este cuerpo a favor de Octaviano en contra de Antonio, que por entonces combatía contra
Décimo Bruto por la Cisalpina y sitiaba Módena (Mutina), una próspera ciudad del S de
esa provincia. Concretamente, Cicerón no sólo no denuncia la ilegalidad de lo actuado
por Octaviano (la reunión de un ejército propio como simple particular) sino que, por el
contrario, lo legitima con los mayores elogios, hace de Octaviano un joven excepcional,

25
Suet. Iul. 83.
26
Los ciudadanos romanos gozaban del derecho de llevar los tria nomina, esto es, los tres nombres: el
praenomen (similar a nuestro nombre de pila: Marco, Cayo, Publio, etc.); el nomen (análogo a nuestro
apellido), que indicaba la gens a la que pertenecía el individuo (Tulio, Julio, Cornelio, etc.); el cognomen
(una suerte de sobrenombre), que indicaba alguna característica física, del carácter, de procedencia, etc. del
individuo (Cicerón, César, Tácito) y que ocasionalmente no se utilizaba (Marco Antonio, v.gr., no tiene
cognomen). El nomen de un individuo era, desde el luego, el mismo que el de su padre biológico, y ocasio-
nalmente también coincidía el praenomen. Así, el joven Cayo Octavio se llamaba igual que su padre. Ahora
bien, al ser adoptado, el individuo tomaba el nombre de su padre adoptivo, pero debía agregar, como cog-
nomen, la forma adjetivada del nomen de su padre biológico; por esta razón, una vez adoptado por César,
el joven Cayo Octavio pasa a llamarse Cayo Julio César Octaviano.

8
garante de la seguridad y pervivencia de Roma (Phil. 3.3-5), y exalta también a las men-
cionadas legiones Cuarta y Marcia (que, en concreto, habían desertado del bando de An-
tonio para sumarse al de Octaviano) (Phil. 3.6-7). Así, Cicerón logra que el Senado rati-
fique y legalice la iniciativa de Octaviano, le confiera cargo de propraetor27 y le enco-
miende oficialmente la defensa de la República. En consecuencia, el ejército de Octa-
viano, junto con las fuerzas senatoriales, al mando de Aulo Hircio y Cayo Vibio Pansa
(cónsules a partir del 1ro. de enero de 43 a.C.), marchan en contra de Antonio, quien es
derrotado en Módena en abril de ese año. Ahora bien, Hircio y Pansa mueren en batalla,
y la mayoría del ejército senatorial se suma a las filas de Octavio. No obstante ello, Dé-
cimo Bruto prosigue la lucha contra Antonio, a la espera del apoyo de las fuerzas de
Lépido y Planco, a quienes se les había ordenado dirigirse a la Cisalpina desde la Hispania
Citerior y la Galia Narbonense, respectivamente. Pero después de algunas vacilaciones,
Lépido, Planco y también Asinio Polión (gobernador de la Hispania Ulterior28) sumaron
sus fuerzas a las de Antonio y juntos diezmaron a las tropas de Décimo Bruto, quien
murió mientras intentaba dirigirse a Grecia para unirse a Marco Bruto y a Casio en contra
de los cesarianos. Mientras tanto Octaviano, en lugar de marchar con su ejército en contra
de Antonio, avanza sobre Roma donde, atribuyéndose la victoria de Módena y haciendo
valer su fuerza militar, se hace elegir cónsul junto con su primo Quinto Pedio.
El nuevo cónsul no confrontó, como esperaba el partido senatorial, con su rival
Antonio. Lejos de ello, exigió al Senado la rehabilitación tanto de Antonio como de Lé-
pido, a quienes se había declarado enemigos públicos, y en octubre de 43 a.C. los tres se
reunieron cerca de Bolonia, en el N de Italia, donde firmaron un acuerdo en virtud del
cual, desvaneciendo las ambiciones senatoriales, establecieron:
- la creación de un triunvirato constituyente, integrado por ellos tres, encargado de la
reorganización de la República (tresviri reipublicae constituendae); a tal efecto, se
atribuyeron el poder de:
 publicar edictos con fuerza de ley;
 designar magistrados;
 omitir la provocatio ad populum;
 asignar tierras;
- la venganza de la muerte de César;
- la repartición de los ejércitos y provincias de Occidente, atribuyendo:

27
Cf. nota 13.
28
Cf. nota 10.

9
 a Octaviano, África y Sicilia;
 a Antonio, la Galia Cisalpina;
 a Lépido, la Galia Narbonense y la península ibérica.
En lo inmediato, Lépido debía permanecer en Roma gobernando la península itálica,
que quedaba como territorio común, mientras Octaviano y Antonio se encargarían de
marchar contra Casio y Marco Bruto, establecidos en Oriente.
Este acuerdo, conocido como acuerdo de Bolonia, adquirió fuerza de ley por iniciativa
del tribuno Publio Ticio. De esta manera, la Lex Titia, sancionada en noviembre de 43
a.C., instituyó el Segundo Triunvirato, que debía conservar el poder durante cinco años,
esto es, hasta noviembre de 38 a.C.

Segunda Parte: del Segundo Triunvirato


a la instauración del Principado

La reorganización del Estado por parte del Segundo Triunvirato se inició con un
“reinado del terror” que, como señala Rostovtzeff,29 reeditó en peores términos los horro-
res que los romanos ya habían conocido bajo Mario y Sila. El objetivo de los triunviros
era doble: por un lado, eliminar a todos los opositores; por el otro, obtener medios para
solventar la campaña, aún pendiente, contra los conjurados Marco Bruto y Casio, que se
hallaban todavía en Oriente. Para conseguir el primer objetivo, los triunviros recurrieron
a feroces persecuciones y proscripciones, en virtud de las cuales fueron muertos 2000
caballeros y 300 senadores considerados enemigos políticos, entre los cuales Cicerón.30
A pesar de esta matanza, muchos adversarios pudieron huir de Roma y se sumaron a los
enemigos de los triunviros dirigiéndose ya a Oriente, para reunirse con Marco Bruto y
Casio, ya hacia Sicilia donde Sexto Pompeyo, hijo de Cneo Pompeyo el Grande (a quien

29
Rostovtzeff 1993: 125.
30
Pese a la resistencia inicial de Octaviano, Cicerón encabezó la lista de proscriptos de Marco Antonio y
fue asesinado el centurión Popilio Lena el 7 de diciembre de 43 a.C. De acuerdo con Plutarco (Cic. 48.6) y
Apiano (4.20), las Philippicae fueron la causa inmediata de esta decisión. Por orden de Antonio, la cabeza
y la mano derecha de Cicerón fueron amputadas y exhibidas en el Foro, en la tribuna de las arengas, donde
tantos discursos había pronunciado en contra del triunviro (Dion Casio 47.8.3-4).

10
César había derrotado en Farsalia en 48 a.C. y que había sido asesinado en Egipto poco
después), reunía una poderosa flota. En cuanto al segundo objetivo (la obtención de me-
dios económicos), los triunviros intentaron alcanzarlo mediante la confiscación de tierras,
aunque no lograron gran cosa dada la caída del valor de los terrenos expropiados.
Ahora bien, ni el engrosamiento de las filas enemigas ni esta relativa escasez de
recursos fueron óbice para el enfrentamiento con Marco Bruto y Casio, que no tardó en
llegar. En octubre de 42 a.C., el ejército al mando de Octaviano y Antonio se enfrentó al
que comandaban Marco Bruto y Casio en la llanura que se extendía al O de Filipos, ciudad
de la Macedonia oriental cercana a la costa del Mar Egeo. En la primera batalla (3 de
octubre) las tropas de Marco Bruto enfrentaron ventajosamente a las de Octaviano, que
debió retirarse a su campamento, mientras Casio era vencido por Antonio, que hizo pre-
valecer su pericia militar y el entusiasmo y la experiencia de los veteranos de César. Tras
la batalla, Casio se suicidó al escuchar el informe, falso, de que Marco Bruto también
había sido derrotado. Pocos días después (23 de octubre) tuvo lugar un segundo enfren-
tamiento, cuyo resultado fue la victoria de los triunviros y el suicidio de Marco Bruto.
La victoria de Octaviano y Antonio en Filipos reafirmó su imagen como venga-
dores y herederos políticos de César, al tiempo que marcó el final de su lucha contra el
partido senatorial. No obstante ello, la guerra civil todavía continuaba y la situación de
los triunviros era inestable. Por un lado, el gobierno tripartito de los dominios romanos,
sancionado por la Lex Titia, resultaba difícil de sostener, dadas las ambiciones personales
de los involucrados; más aún, la distribución de los ejércitos y las provincias, que ya era
incompleta porque había dejado Italia sometida al co-gobierno de los tres líderes, ahora
lo era todavía más, dado que Oriente, ahora conquistado por los triunviros pero a la sazón
en manos de los conjurados, no había entrado en el convenio. Por el otro lado, los triun-
viros no disponían ni del dinero y ni de la tierra necesarios para contener a los más de
100.000 soldados que habían combatido en Filipos. Por último, Sexto Pompeyo obstacu-
lizaba, desde Sicilia, el transporte de granos desde África hasta Italia, generando serios
problemas de abastecimiento en Roma y, además, se rumoreaba que Lépido, el tercer
triunviro, había entablado con él buenas relaciones. En este contexto, los triunviros acuer-
dan un nuevo reparto de los ejércitos y las provincias. Como hemos dicho, de acuerdo
con la Lex Titia, dicho reparto asignaba:

11
 a Octaviano, África y Sicilia;
 a Antonio, la Galia Cisalpina;
 a Lépido, la Galia Narbonense y la península ibérica.
Según este nuevo acuerdo, la distribución es:
 para Octaviano, la Galia, la península ibérica e Italia;
 para Antonio, la parte oriental del imperio;
 para Lépido, la provincia de África.
La misión inmediata de Antonio sería recaudar los fondos que necesitaban, mientras que
Octaviano se haría cargo de resolver la cuestión de las tierras.
La parte oriental del imperio había quedado devastado por los conjurados, de ma-
nera que solamente Egipto ofrecía a Antonio alguna posibilidad de conseguir recursos.
Hacia allí, en 41 a.C., marchó pues Antonio quien, seducido por las riquezas de ese país
y acaso también por los encantos de su reina Cleopatra VII (ex-amante de Julio César y
madre del hijo natural de este –según ella decía–, llamado Cesarión), se estableció en su
corte e hizo una alianza con ella, confiando en poder disponer de las riquezas de ese reino
sin recurrir a las armas y acaso también transformar a Egipto en su posesión personal, y
no en provincia romana.
Entretanto, de regreso en Italia, Octaviano se encontró en una situación difícil, ya
que debía hallar dónde establecer tanto a los miles de veteranos de la campaña de Filipos
cuanto a quienes habían combatido en las filas de los conjurados, los cuales también re-
clamaban contención y cuyo descontento era políticamente peligroso. Dado que, como
hemos sugerido, los triunviros ya no disponían de terrenos públicos para destinar a estos
fines, la disyuntiva era compleja: se trataba o bien de confiscar tierras a los ciudadanos
para entregarlas a los veteranos, o bien de no satisfacer las demandas de estos últimos,
incumpliendo las promesas hechas antes de la campaña: en ambos casos generaría el des-
contento y eventualmente la enemistad hacia su persona. Finalmente Octaviano opta por
la primera alternativa y confisca y entrega a los soldados grandes extensiones de tierra
pertenecientes a ciudadanos de diversas comunidades de Italia. Estos, arruinados, o bien
devinieron arrendatarios de los nuevos dueños, o bien debieron emigrar a las ciudades o
las provincias, esperando una nueva guerra que les permitiera recuperar sus tierras o apo-
derarse de las ajenas.
Este clima de tensión y resentimiento fue aprovechado por los simpatizantes de
Antonio en contra de Octaviano, cuyo poder en Italia, a pesar de esta difícil coyuntura, se

12
acrecentaba notablemente. En este contexto viene a insertarse un conflicto de índole per-
sonal pero que termina repercutiendo en el terreno político. En efecto, Octaviano, que era
esposo de Clodia Pulcra, hija de Fulvia y de su primer esposo, Publio Clodio Pulcro,31 se
divorcia de ella argumentando que el matrimonio no había llegado a consumarse, y la
devuelve a su madre, que por entonces era la esposa de Marco Antonio. Despechada,
Fulvia se alía con Lucio Antonio, hermano de Marco, que tenía a su favor la mayoría del
Senado y, aprovechando el resentimiento que las expropiaciones habían generado contra
Octaviano, convence a Lucio Antonio para reunir un ejército en Italia y aliarse con Marco
Antonio en contra de aquel. Sin embargo, ni Fulvia ni Lucio Antonio tuvieron en cuenta
el hecho de que el ejército romano aún obedecía a los triunviros, puesto que de ellos
dependía la paga de sus salarios. Así pues, desde fines de 41 a.C., Octaviano sitió a Lucio
Antonio y sus aliados en Perusa (Perusia, ciudad del centro de la península itálica, cer-
cana al Tíber), logrando su rendición a principios de 40 a.C. En atención a su parentesco
con Antonio, Lucio y su ejército obtuvieron el perdón de Octaviano, y Fulvia fue exiliada
a Sición, ciudad griega del N del Peloponeso. No obstante lo dicho y a modo de adver-
tencia, Octaviano saqueó e incendió Perusa y se mostró implacable con los aliados polí-
ticos de Lucio (unos 300, entre senadores y miembros del orden ecuestre), a quienes hizo
ejecutar en los Idus de marzo, aniversario del asesinato de César.
Mientras tanto, Antonio continuaba en Egipto donde, como hemos dicho, se había
establecido en 41 a.C. y había entablado una relación amorosa con Cleopatra. No obstante
ello, movido por su rivalidad con Octaviano y consciente del poder que este había conso-
lidado con la victoria de Perusa, en 40 a.C. Antonio decidió abandonar a Cleopatra y
regresó a Italia. Desembarcó en la ciudad de Brindis (Brundisium, en Apulia, sobre el
Mar Adriático), cuyo asedio desencadenó un nuevo enfrentamiento con Octaviano. Sin
embargo, la negativa de ambos ejércitos a combatir (el uno y el otro reivindicaban su
filiación cesariana), la repentina muerte de Fulvia (esposa de Marco Antonio y enemiga
de Octaviano: cf. supra el episodio de Perusa) y la intervención de amigos de uno y otro
lado facilitaron la reconciliación. Así pues, en el otoño de 40 a.C., los triunviros firmaron
la llamada Paz de Brindis, de acuerdo con la cual Lépido continuaría en África, Oriente
le correspondería a Antonio, y Occidente, a Octaviano; Italia se mantendría bajo el co-
gobierno y a disposición de los tres jefes para el reclutamiento de tropas (aunque esto

31
Se trata del mismo individuo que había logrado el exilio de Cicerón; murió asesinado en 52 a.C.

13
beneficiaba sobre todo a Octaviano, el único de los tres líderes que residía en la penín-
sula). Con el objeto de consolidar esta alianza, a fines de 40 a.C. Antonio contrajo matri-
monio con Octavia, hermana de su rival. De inmediato partió rumbo a Grecia con su
nueva esposa, que en 39 a.C. dio a luz a la primera hija de ambos, Julia Antonia la Mayor.
Entre tanto, Sexto Pompeyo, hijo de Cneo Pompeyo el Grande, que se había esta-
blecido en Sicilia, seguía amenazando con hambrear a Italia, interceptando el tránsito de
granos por el Mediterráneo (cf. supra, p. 11). Por esta razón, y para satisfacer las ambi-
ciones políticas de este personaje, en 39 a.C. se firmó la Paz de Miseno que sumaba, a lo
establecido por la Paz de Brindis, la adjudicación a Sexto Pompeyo del gobierno de Sici-
lia, Córcega, Cerdeña y Acaya (en el N del Peloponeso). Para fortalecer este pacto, Octa-
viano (que, como dijimos, se había divorciado de su primera esposa Clodia Pulcra) se
casó con Escribonia, sobrina de Sexto Pompeyo (y por ende nieta de Pompeyo el Grande),
con la cual concibió a su única hija, Julia. Sin embargo, este acuerdo habría de durar poco,
sometido como lo estaba a los vaivenes de la rivalidad entre Antonio y Octaviano, que se
disputaban tanto el favor de Sexto Pompeyo cuanto el rédito político de haber conjurado
la amenaza que éste suponía para Italia. Esta situación empeoró cuando, en enero de 38
a.C., el mismo día en que Escribonia daba a luz a Julia, Octaviano pidió el divorcio para
contraer matrimonio con Livia Drusila.32
A todas luces era evidente que la guerra contra Sexto Pompeyo habría de conti-
nuar. Pero Octaviano necesitaba del apoyo militar de Antonio para enfrentar a Sexto, y
Antonio, a su vez, esperaba la ayuda de Octaviano para la campaña, que estaba prepa-
rando, contra el imperio parto. Lo dicho se formalizó, en 38 a.C., en un acuerdo celebrado
en la ciudad de Tarento (Tarentum, en la zona costera de Apulia, sobre el golfo al que le
da nombre), a donde Antonio acudió desde Grecia con su esposa Octavia. El llamado
Tratado de Tarento restablecía la división territorial preexistente, prorrogaba por otros
cinco años los poderes de los triunviros (que expiraban ese mismo año) y pautaba el mu-
tuo auxilio militar de Antonio y Octaviano.

32
Livia era hija de Marco Livio Druso Claudiano, que se suicidó después de la derrota de los conjurados
en Filipos. Estaba casada con Tiberio Claudio Nerón, unión de la cual ya había nacido Tiberio Claudio
Nerón (homónimo de su padre), el futuro emperador. Tiberio Claudio fue obligado a divorciarse de Livia,
aun cuando por entonces ella estaba encinta del segundo hijo de ambos, el futuro Druso, quien nació des-
pués del divorcio y de las nupcias con Octaviano. Si bien es posible que con este tercer matrimonio Octa-
viano buscara las simpatías de la aristocracia, lo cierto es que esta unión se mantuvo durante los siguientes
cincuenta años, aunque no tuvieron hijos juntos.

14
Así las cosas, la guerra contra Sexto Pompeyo se reanudó. Octaviano, con la flota
que, en cumplimiento de lo pactado, le fue suministrada por Antonio, y en una operación
conjunta con su colega Lépido, marchó nuevamente contra Sexto Pompeyo, en Sicilia.
Tras algunos reveses de Octaviano (37 a.C.), su general Marco Vipsanio Agripa derrotó
definitivamente a Sexto Pompeyo en la batalla de Nauloco (Naulochus), en 36 a.C. Mien-
tras Pompeyo huía a Oriente (donde sería capturado y ejecutado en 35 a.C. en las cerca-
nías de Mileto, región bajo el poder de Antonio), los vencedores Octaviano y Lépido se
enfrentaban por el territorio de Sicilia. Seducidas por las promesas de Octaviano, las tro-
pas de Lépido cambiaron prontamente de bando, de modo que este enfrentamiento desem-
bocó en la derrota de Lépido quien, expulsado del triunvirato pero manteniendo su cargo
de Pontifex Maximus, terminó su carrera política desterrado en una ciudad itálica, donde
moriría en 12 a.C. Así, Octaviano era dueño de Occidente: sólo faltaba derrotar a Antonio.
Como quedó dicho, Antonio había acudido a Tarento junto con su esposa Octavia,
a la sazón encinta de la segunda hija de ambos, Julia Antonia la Menor. Pero tras la firma
del Tratado y acaso desconfiando de su cumplimiento por parte de Octaviano, Antonio
decidió dejar a su esposa en Roma y regresar a Egipto, en busca de su antigua amante
Cleopatra y del apoyo económico y estratégico que ella podía brindarle. Así pues, en 37
a.C., mientras Octaviano guerreaba contra Sexto Pompeyo, Antonio se reestablece en
Egipto y, sin haberse divorciado de Octavia, contrae matrimonio con Cleopatra, quien
tras su partida en 40 a.C. (cf. supra, p. 13), había dado a luz a los mellizos de ambos,
Cleopatra Celene II y Alejandro Helios. Cleopatra le suministra los recursos necesarios
para emprender la tan anhelada campaña contra los partos, cuyo valor simbólico (al mar-
gen de su importancia política y militar) se advierte claramente si se tiene en cuenta que
la masacre de Carras (53 a.C.) aún no había sido vengada y que las insignias entonces
arrebatas a las legiones romanas aún seguían en manos de los partos. Así, como señala
Rostovtzeff,33 la campaña contra los partos haría por Antonio lo que la conquista de la
Galia había hecho por César: brindarle el poder político, la fuerza militar y la gloria ne-
cesarios para eliminar a su rival.
Sin embargo, los partos ponen coto a las ambiciones del general. En 36 a.C. An-
tonio emprende finalmente la tan mentada campaña, pero esta resulta desastrosa y él debe
regresar a Egipto con un ejército diezmado. Entonces, y en virtud de lo establecido en el
Tratado de Tarento, solicita a Octaviano el envío de las legiones que estaban establecidas

33
Rostovtzeff 1993: 127.

15
en la Galia y que le eran necesarias para recomponer su ejército. Como era de esperarse,
Octaviano apenas cumple con lo pactado: le suministra solamente la mitad de la flota con
que había enfrentado a Sexto Pompeyo (flota que, por obvias razones geográficas, era
completamente inútil para una nueva campaña contra los partos) y no más de 2000 vete-
ranos. Junto a ellos, además, envía también a Octavia, legítima esposa de Antonio, cuya
presencia en Egipto no haría sino poner en evidencia la ilegalidad de su matrimonio con
la reina quien, por su parte, había dado a luz al tercer hijo de ambos, Ptolomeo Filadelfo.
Antonio se limita a aceptar los refuerzos recibidos y a enviar a Octavia de regreso a Roma.
En 34 a.C., Antonio conquista Armenia y, de regreso en Alejandría, complaciendo
las demandas de Cleopatra, transfiere a los hijos de ambos, nombrándolos monarcas, parte
de las provincias romanas del Oriente; también declara, a su consorte, Reina de Reyes y
Reina de Egipto y Chipre, y a Cesarión (supuesto hijo natural de César y Cleopatra), como
su legítimo heredero –lo cual, como es obvio, resultaba inadmisible para Octaviano, cuya
condición de hijo adoptivo, vengador y heredero de César era la piedra fundacional de su
poder político y militar.
El enfrentamiento entre ambos líderes, alimentado por todo tipo de acusaciones
cruzadas, fue agudizándose a lo largo de todo el año 33 a.C. Según lo establecido por el
Tratado de Tarento, el triunvirato expiró el 31 de diciembre de ese mismo año y, desde
luego, no fue renovado. En 32 a.C. la tensión fue en aumento: Antonio anunció desde
Egipto su divorcio de Octavia y acusó a Octaviano de usurpar el poder político y falsificar
el testamento de César. Octaviano, por su parte, utilizó de inmediato ese divorcio como
prueba de la inmoralidad y las preferencias orientales de Antonio, acusándolo también de
disponer a su arbitrio de los territorios romanos, de gobernar las provincias en contra de
los intereses de la República, de iniciar guerras extranjeras (contra el reino parto y contra
Armenia) sin el consentimiento del Senado y de haber violado la lex de capite civis Ro-
mani34 al haber permitido la ejecución de Sexto Pompeyo sin juicio previo. 35 Además,
Octaviano logró hacerse del testamento que, supuestamente,36 Antonio había hecho llegar
a las Vestales de Roma para su custodia, y cuyo contenido dio a conocer de inmediato.
Auténtico o no, este documento, entre otras cosas daba forma legal a las transferencias
territoriales antes mencionadas, anunciaba la intención de Antonio de trasladar la capital

34
Cf. nota 16.
35
Cf. pág. 15.
36
Rostovtzeff (1993: 128) sugiere la posibilidad de que este testamento haya sido una falsificación de
Octaviano. Como se verá inmediatamente, ello no menguó en nada su eficacia política en contra de Antonio.

16
del imperio desde Roma a Alejandría para fundar una nueva dinastía, y manifestaba su
deseo de ser enterrado en esa ciudad junto con Cleopatra, a cuyos efectos preveía la cons-
trucción de una magnífica tumba. Octaviano se sirvió de este documento para probar la
veracidad de las acusaciones que había venido acumulando contra su rival. De resultas de
todo esto, a fines de ese mismo año 32 a.C., el Senado despojó oficialmente a Antonio de
sus poderes consulares y declaró la guerra a Cleopatra. Octaviano hizo inmediatamente
un llamamiento a Italia y las provincias para que jurasen fidelidad a su persona como jefe
de Italia y del Estado romano en la guerra contra la reina, mientras Antonio hacía lo propio
con su ejército, los ciudadanos romanos residentes en el extranjero y las provincias bajo
su gobierno.
Antes de continuar, es preciso destacar el telón de fondo de este enfrentamiento,
a saber, la guerra de propaganda que Octaviano libra contra Antonio en la arena política
de Roma. El establecimiento de Antonio en Egipto y su convivencia con Cleopatra sirven
para construir su figura como la negación de la romanidad. En efecto, Antonio es repre-
sentado como un individuo corrompido por el lujo y los placeres orientales, inmerso en
el desenfreno y la sensualidad dionisíacos,37 es decir, la antítesis de las costumbres, las
tradiciones y el carácter romanos. Además, su convivencia con una mujer que ejercía la
monarquía era intolerable para los romanos, dados el rechazo que estos sentían por esa
forma de gobierno y la imposibilidad genérica de las mujeres para ejercer el poder en el
mundo antiguo. A esta demonización de lo oriental contribuía también un rasgo propio
del reino egipcio y particularmente escandaloso desde el punto de vista romano, a saber,
el hecho de que los egipcios adoraran a divinidades cuyo aspecto combinaba cuerpos
humanos con partes de animales; la divinidad más frecuentemente mencionada o repre-
sentada es Anubis, que tiene cabeza de perro, y de ahí que los egipcios fueran “el pueblo
del dios ladrador”. Todo esto confluía en el hecho de que Antonio, asociado con esta
cultura completamente anti-romana, fuera construido como un enemigo extranjero, capi-
taneado por una mujer incestuosa (en la dinastía de los Ptolomeos, a la que pertenece
Cleopatra, los hermanos se casan entre ellos), adorada, cuidada y atendida por numerosos
eunucos llenos de collares, pulseras, etc., etc., y que ejercía un poder que por definición,
desde el punto de vista romano, le estaba negado. Cleopatra, entonces, enemiga, extran-
jera, mujer y monarca es la suma de todo lo deleznable y corrompe cuanto hay a su alre-
dedor. De todo esto dan cuenta las representaciones discursivas y/o iconográficas de la

37
Dionisos era el dios del vino, y se lo asociaba con las orgías, la exuberancia vegetal y animal, la lubrici-
dad, la lujuria, el exceso, el desenfreno

17
época respecto de Antonio, corrompido por el lujo y la molicie orientales: aparece en un
carro, borracho, rodeado de eunucos que lo apantallan, protegido del sol con una sombri-
llita. Es fácil imaginar el contraste entre estas representaciones y las representaciones
típicas de los senadores y patriotas romanos, que aparecen como personificaciones de la
gravitas, la seriedad, la adustez, la solemnidad, la austeridad. Por contraposición a este
Antonio completamente carente de voluntad y de todo sentido del honor, Octaviano apa-
rece como el gran defensor, el paladín del mos maiorum y todo lo ancestralmente romano,
el orden, los antiguos valores, la romanidad. Y si a Antonio se lo asocia con Dionisos, a
Octaviano se lo asocia con Apolo, dios del equilibrio, la mesura, la luz, la armonía, la
racionalidad.
Ahora bien, es evidente que la presencia de Cleopatra junto a Antonio suministró
el atajo perfecto para presentar como una guerra extranjera lo que no era sino el punto
culminante de la guerra civil. En este sentido cabe subrayar enfáticamente que el Senado
declaró la guerra no a Marco Antonio sino a Cleopatra. Y esto era indispensable porque,
para que una guerra se justificara, debía ser un bellum pium et iustum (una guerra piadosa
y justa), es decir, no una guerra donde dos romanos se enfrentaran entre sí sino una guerra
en defensa de Roma contra un enemigo extranjero que amenazara el poder y la seguridad
de la Urbe. A su vez, esta construcción de “guerra extranjera” era absolutamente necesaria
para legitimar el triunfo de Octaviano, quien deviene así el gran protector de Roma, el
individuo que logró preservar a Roma para los romanos, poniéndola a salvo de un pueblo
extranjero y de su reina-diosa (el soberano es dios en las monarquía egipcia).
La guerra comenzó, pues, a fines del año 32 a.C. El 2 de septiembre de 31 a.C.
Octaviano, secundado por su general Marco Vipsanio Agripa, derrotó a Antonio y Cleo-
patra en la batalla naval de Accio (Actium), frente al promontorio homónimo y al Golfo
de Ambracia (en el Mar Jónico, al NO de Grecia). Con los restos de su flota, los vencidos
se refugiaron en Egipto donde, durante los meses siguientes, intentaron pero no lograron
reclutar un nuevo ejército. A fines de julio de 30 a.C. Octaviano, secundado por Agripa,
entró en Alejandría. Antonio lo enfrentó con las 11 legiones que le quedaban, pero estas
desertaron el 1ro. de agosto, tras un solo día de combate. Antonio se suicidó y Cleopatra,
al fracasar en su tentativa de ganarse el favor del vencedor, siguió el ejemplo de su
amante. Egipto se convirtió en provincia romana. La guerra civil había concluido. Octa-
viano era el nuevo dueño del poder.

18
Tercera Parte: el Principado

Derrotado Antonio en Accio, conquistadas Alejandría y luego Dalmacia, Octa-


viano regresa a Roma en 29 a.C. Celebra estas victorias con un triple triunfo y simula
restablecer el funcionamiento normal de la República.
En el año 27 a.C. hace realizar un nuevo censo de ciudadanos y reorganiza la lista
de los senadores, inscribiéndose en el primer lugar como princeps Senatus (la primera
cabeza, el primero del Senado), lo cual marca formalmente el inicio de su gobierno y
explica por qué el mismo se denomina “Principado”. El princeps Senatus era el primero
que hablaba en el Senado, donde el uso de la palabra se hacía de acuerdo con un orden
determinado por el grado de auctoritas (cf. infra) de cada senador. El que hablaba primero
en el Senado podía hacerlo porque tenía la auctoritas en grado sumo, esto es, la mayor
auctoritas de todo el espacio dominado por Roma.
A lo dicho se suma que Octaviano conserva el imperium proconsulare, que es el
mando de todos los ejércitos fuera de Roma. Conserva, además (lo cual es notable dado
que, siendo patricio, nunca podría haber sido tribuno de la plebe) la potestad tribunicia,
esto es, el poder propio del tribuno de la plebe, que consistía en el derecho de veto sobre
absolutamente cualquier decisión de cualquier magistrado, y en la inviolabilidad sacro-
santa, es decir, en el hecho de que cualquier daño infligido a su cuerpo o a sus bienes
materiales o simbólicos era considerado un sacrilegio. Conserva, asimismo, la cura an-
nonae, esto es, el cuidado o la administración de la distribución gratuita de granos, tarea
que, por razones obvias, podía proporcionar enorme popularidad al encargado de reali-
zarla. Finalmente, también, es pontifex maximus, el máximo pontífice, con lo cual es
dueño de la mayor autoridad religiosa en Roma.
Por otra parte, tras la batalla de Accio y por haber recuperado la paz, Octaviano
se considera como “segundo fundador” de Roma, como si hubiera vuelto a fundar la ciu-
dad haciéndola renacer de su propia ceniza. De acuerdo con esto, según narran sus bió-
grafos, Octaviano manifestó su deseo de que se le confiriera el nombre de Rómulo, fun-
dador legendario de la ciudad. Sin embargo, se le aconsejó abandonar la iniciativa, porque
por más que Rómulo hubiera fundado Roma, había sido un fratricida y un rey, de manera
que su figura estaba cargada de connotaciones negativas difíciles de soslayar. Fue enton-
ces cuando, por iniciativa del senador Lucio Munacio Planco, el Senado confirió a Octa-
viano el título honorífico de Augustus. La connotación de este título es importante. Como
19
adjetivo, augustus, -a, -um deriva del verbo augeo, -es, -ere, auxi, auctum, que significa
“agrandar, incrementar, enaltecer, fortalecer, proteger”. Ahora bien: con Roma como ob-
jeto, este verbo sólo podía tener como sujeto a los dioses; en otras palabras, los dioses
eran los únicos que podían agrandar, incrementar, enaltecer, etc. a Roma. De manera que,
al conferirle a Octaviano el título de Augusto, lo que se está haciendo es prácticamente
equipararlo a los dioses, ponerlo a su misma altura, colocarlo muy sutilmente a un paso
de la divinización.
Es notable cómo por entonces se utiliza el lenguaje para sugerir el inmenso poder
de Augusto, sin llegar a proclamarlo ni reconocerlo explícitamente. Ejemplo de ello es el
título mismo de Augusto, al que acabamos de referirnos. Otro ejemplo es el modo en que
el propio Augusto se refiere a sí mismo, ya en su vejez, cuando escribe su autobiografía
o testamento político, las Res Gestae Divi Augusti, donde da cuenta de su actividad polí-
tica desde el asesinato de César. En este texto, al referirse a su condición durante su go-
bierno, Augusto afirma no haberse destacado nunca por encima de los colegas que lo
acompañaron en las distintas magistraturas, sino el haber sido simplemente “primus inter
pares” (“el primero entre los pares”). Es evidente la falacia que esta expresión encierra,
ya que si todos son pares, no hay un primero, y si hay un primero, no son todos pares. Al
igual que hoy, en el mundo antiguo el lenguaje también se utilizaba, entre otra infinidad
de cosas, para disimular una realidad política que no convenía poner al descubierto.
El principado comienza, pues, en 27 a.C. El gobierno de Augusto se caracteriza,
en primer lugar, por mantener formalmente las instituciones republicanas, pero vaciándo-
las de poder político. Es decir, Augusto conservó el andamiaje institucional de la Repú-
blica, pero este se vio reducido a una mera fachada, toda vez que el Princeps se reservó
para sí el ejercicio autocrático del poder. En este sentido, es relevante el siguiente pasaje
de las Res Gestae (34.3):

Post id tempus auctoritate omnibus praestiti, potestatis autem nihilo amplius habui
quam ceteri qui mihi quoque in magistratu conlegae fuerunt.

A partir de ese momento [27 a.C.], sobrepasé a todos en auctoritas, aunque en


modo alguno tuve más poder oficial que los otros que fueron mis colegas en cada magis-
tratura.

Por auctoritas se entiende la superioridad del hombre de Estado que resulta del
reconocimiento social y público de sus cualidades personales, su prestigio, su superiori-
dad económica y social, y su posición en la vida pública. Esto significa que, en principio,

20
la auctoritas no es invariable sino que puede incrementarse o disminuir. Asimismo, la
auctoritas supone la aceptación y la adhesión voluntarias de aquellos sobre quienes se
ejerce o, a la inversa, que estos individuos tienen la facultad de elegir un auctor cuya
auctoritas es libremente aceptada. Por fuera del ejercicio de las magistraturas, la auctori-
tas constituye así la expresión más completa del poder político en el sentido de que la
influencia y el derecho a ejercerla constituyen efectivamente un poder.
Durante la república, la auctoritas era fundamentalmente patrimonio del Senado
y derivaba de la auctoritas personal de sus miembros, cuyas opiniones (consilia), aunque
no tenían fuerza de ley, difícilmente podían ser rechazadas o ignoradas. Como slogan
político, la auctoritas Senatus expresaba entonces esta doctrina de la supremacía senato-
rial que se encontraba en la base del control oligárquico y colectivo del poder. Por otra
parte, para la clase gobernante en su conjunto, la auctoritas era una cualidad fundamental,
ya que era uno de los factores decisivos en la competencia por la obtención y el ejercicio
del poder –competencia en la cual residía el ejercicio de su libertas, entendida esta en
términos de garantía y ejercicio de la libre y genuina competencia por los cargos públicos,
en el marco de un ordenamiento social tradicional y fuertemente jerarquizado. Como
afirma Wirszubski,38 para los senadores de la república, “esta libre actividad política entre
sus iguales era una regla considerada como la vocación y el mayor objetivo en su vida.
El despliegue de las propias habilidades y la libre competencia por el honor y la gloria
eran sentidos como la savia misma del republicanismo. Así, la res publica era al mismo
tiempo una forma de gobierno y un modo de vida”.
Lo dicho permite advertir hasta qué punto la afirmación de Augusto, “a partir de
ese momento sobrepasé a todos en auctoritas”, modifica el significado político de este
término. A diferencia de la auctoritas de cualquier magistrado, que puede aumentar o
disminuir, la de Augusto es una cualidad fija, definitiva e inigualable. La absoluta pre-
eminencia de esta auctoritas con relación a todas las demás implica, por un lado, que la
misma se impone por su propio peso, independientemente de su aceptación o no por parte
de la ciudadanía; por el otro, esa preeminencia hace prácticamente inútil la competencia
por la supremacía política, lo cual restringe sensiblemente el significado republicano de
la libertas. Finalmente, los senadores también se encuentran entre esos omnes cuya auc-

38
Wirszubski 1960: 88.

21
toritas fue superada por la de Augusto. “El Senado fue reducido a un papel de mero in-
terlocutor subalterno. [...] La actividad del Senado dependía de la auctoritas del Príncipe,
y no la actividad del Príncipe de la auctoritas del Senado”.39
En este mismo sentido conviene igualmente señalar que si bien Augusto revivió
los mecanismos comiciales, el derecho de commendatio que le fue reconocido por la lex
de imperio limitó severamente la libertad electoral. En efecto, la commendatio, una virtual
presentación del candidato respaldada por la auctoritas de Augusto, prácticamente eli-
minó el componente popular de la constitución romana, y restringió severamente la liber-
tas republicana, por cuanto, “el candidato [...] hacía bien en buscar la aprobación del
Príncipe. Éste no nominaba candidatos [...] pero el suyo prevalecía en virtud de la propia
auctoritas”.40
En síntesis, con la instauración del Principado la oligarquía senatorial perdió la
supremacía política y el control y el ejercicio colectivo del poder que había ostentado bajo
la República. Esto permite conjeturar que posiblemente este estamento estuviera discon-
forme con el nuevo sistema de gobierno y fuera conveniente persuadirlo acerca de las
virtudes del régimen.
Ahora bien, cabe preguntarse cómo logró Octaviano, que aparece en la escena
política romana recién después del asesinato de César y es co-responsable de las persecu-
ciones y las proscripciones de los años 40, transformarse en el individuo con mayor auc-
toritas de Roma.
Algunos de los factores que contribuyeron a incrementar su auctoritas fueron los
siguientes:
1) El apoyo inicial de Cicerón, al que ya se ha hecho referencia, y su nombramiento
como propretor.
2) La deificación de César. Como es sabido, César había sido asesinado en el Senado,
al pie de la estatua de Pompeyo. Sus funerales demoraron varios días. Cuando final-
mente ser realizaron, la aparición, en ese momento, de un cometa o una estrella fugaz
fue interpretada como un catasterismo, es decir, como la conversión del alma del
difunto en estrella, una deificación. A esta estrella se la denominó sidus Iulium, “la
estrella Julia”. Esta deificación de César fue oficialmente reconocida por el derecho
sacro de Roma en 42 a.C. El culto tributado a divus Iulius, al “divino Julio”, era
inusual en Roma, pero se basaba en la idea de que los hombres pueden divinizarse

39
Ibid.: 119.
40
Syme 1939: 370.

22
en razón de sus grandes hechos. Con esta deificación, entonces, Octaviano dejaba de
ser el hijo de un dictador para transformarse en divi filius, el “hijo de un dios”. La
condición de heredero de César contribuyó a la auctoritas de Octaviano, particular-
mente por el hecho de que este asumió vigorosamente su papel filial.
3) La conexión de la auctoritas cesareana de Octaviano con la auctoritas propia de los
generales victoriosos. Las victorias y las conquistas militares son parte de la aucto-
ritas, y en este ámbito Octaviano realizó su propia carrera, cuyo punto máximo fue
la batalla de Accio.
4) El triple triumphus por Dalmacia, Accio y Alejandría celebrado, como quedó dicho,
al regreso de Octaviano a Roma en 29 a.C.
5) El título, conferido a Augusto por el Senado, de pater patriae, “padre de la patria”.
Este título se había otorgado a muy pocos individuos a lo largo de la historia de
Roma. Para recibirlo el requisito era haber defendido Roma de un enemigo que la
acosara al punto de poner en riesgo la existencia misma de la Urbe, y en el caso de
Augusto, el tal enemigo parece haber sido Marco Antonio. Ahora bien, es necesario
notar que en virtud de este título, el princeps resultaba para Roma lo que un pater
para su familia, es decir, el principio de toda autoridad, la autoridad suprema e indis-
cutible que todos, incluso los adultos, debían acatar.
Estos, entre otros factores, contribuyeron a que en 29 a.C. Octaviano fuera el in-
dividuo con mayor auctoritas en Roma. En 27 a.C., la auctoritas de Octaviano se vio a
su vez reforzada por el conferimiento del título de Augusto, a cuyo significado ya hemos
hecho referencia, y por el llamado “clipeus virtutis”. Se denomina clipeus virtutis al es-
cudo de oro con el cual el Senado honró a Augusto en 27 a.C. y que fue colocado en el
nuevo edificio del Senado denominado Curia Iulia en honor a Julio César. El escudo tiene
una inscripción en la cual se enumeran cuatro virtudes asociadas con Augusto, y cuya
mención, en la parte final de las Res Gestae, conduce a la afirmación de Augusto de haber
sobrepasado a todos en auctoritas (34.1-3):

1. In consulatu sexto et septimo, postquam bella civilia extinxeram, per consen-


sum universorum potitus rerum omnium, rem publicam ex mea potestate in senatus po-
pulique Romani arbritrium transtuli. 2. Quo pro merito meo senatus consulto Augustus
appellatus sum et laureis postes aedium mearum vestiti publice coronaque civica super
ianuam meam fixa est et clipeus aureus in curia Iulia positus, quem mihi senatum popu-
lumque Romanum dare virtutis clementiaeque et iustitiae et pietatis causa testatum est
per eius clipei inscriptionem. 3. Post id tempus auctoritate omnibus praestiti, potestatis
autem nihilo amplius habui quam ceteri qui mihi quoque in magistratu conlegae fuerunt.

23
1. En mi consulado sexto y séptimo [28-27 a.C.], después de que hube extinguido
las guerras civiles, siendo dueño de todas las cosas por consentimiento de todos, transferí
la república de mi poder oficial al arbitrio del senado y el pueblo romano. 2. Por este
mérito mío, por decreto del Senado fui llamado Augusto y los dinteles de mi residencia
fueron revestidos públicamente con laureles y se adhirió sobre mi puerta una corona cí-
vica, y en la curia Julia fue colocado un escudo de oro, y se dejó constancia por la ins-
cripción del escudo de que el senado y el pueblo romano me lo otorgaban a causa de mi
virtus, clementia, iustitia y pietas. 3. A partir de ese momento, sobrepasé a todos en auc-
toritas, aunque en modo alguno tuve más poder oficial que los otros que fueron mis co-
legas en cada magistratura.

Otorgado en 27 a.C., cuando el desarrollo y el carácter del gobierno de Augusto


todavía estaban por verse, el escudo es un ejemplo de la reciprocidad entre el princeps y
el senado y el pueblo: él requiere el arbitrio y la participación de éstos, y éstos retribuyen
reconociendo la base de su liderazgo moral, que el escudo define en términos de virtudes
tradicionales.
Desde el principio, la virtus fue la virtud “competitiva” esencial. Una de las prin-
cipales connotaciones de virtus es fundamentalmente el valor en el campo de batalla. Así,
la virtus se vincula con la victoria, y con la distinción y el reconocimiento, el honos. En
un sentido más amplio, “derivada de la palabra vir, la virtus puede definirse como el con-
junto de los rasgos que tipifican al modelo de hombre romano. (...) Es esa virtus lo que
capacita y legitima al vir como agente de poder, esto es, de imperium”, entendiendo por
imperium “la capacidad y el acto de ejercer el poder, de controlar y controlarse”.41
La clementia es la virtud más específicamente conectada con Julio César. El con-
cepto existía desde mucho antes, revestido por términos como moderatio o lenitas, pero
su elaboración específica es obra de Cicerón en relación a César, en particular a su indul-
gencia para con los pompeyanos tras la capitulación de estos en Corfinio (Corfinium) en
49 a.C. La clementia es la indulgencia o aun la misericordia del gobernante o del con-
quistador respecto de sus inferiores o de los enemigos vencidos, a condición de que éstos
se sometan a la pax romana. Si bien el ejercicio de la clementia impedía, en el plano
retórico, la consideración del gobernante como un tirano, resulta evidente que esta es una
cualidad despótica toda vez que su ejercicio depende exclusivamente de la voluntad del
gobernante. La clementia se opone así a la iustitia, que presupone el imperio del ius –
como “derecho” y como “ley”– en el cual descansaba el sistema republicano.
La iustitia consiste en actuar con total independencia de espíritu y perfecta obje-
tividad. Esta cualidad es indispensable en un contexto donde, como hemos dicho, el ius

41
Schniebs 2001: 51.

24
ha desaparecido. Asimismo, esta virtud se vincula con la guerra y la política externa, por
cuanto existía un concepto tradicional romano, al que ya hemos hecho referencia, según
el cual la guerra sólo podía emprenderse si era piadosa y justa (bellum pium et iustum).
Respecto de la política interna, la iustitia era tanto el fundamento de las leyes cuyo auctor
era Augusto como un elemento moderador del poder de este último.
La pietas, finalmente, es la más alta y la más esencialmente romana de las virtudes
del escudo. Si la virtus es la “virtud competitiva”, la pietas es su contrapeso “coopera-
tivo”, por cuanto representa el ideal romano de la responsabilidad social, que implica el
respeto por, y el cumplimiento de, las obligaciones para con los dioses, el Estado y la
familia. En el contexto de 27 a.C., la pietas también debe entenderse retrospectivamente.
En efecto, en el discurso oficial, Octaviano la había ejercido en grado sumo al vengar el
asesinato de su padre adoptivo y al llevar adelante una guerra piadosa y justa contra Cleo-
patra, guerra que también representaba la lucha de los dioses de Roma contra los de
Egipto. Ahora bien, debe advertirse la falacia de este discurso oficial. Efectivamente Oc-
taviano enarboló el nombre de César y asumió la venganza de su muerte, pero esto no fue
sino la estrategia por él utilizada para ganar el favor popular, con el cual no contaba en
absoluto en los inicios de su carrera política: “Desde el principio de su carrera política,
Octavio se dio cuenta de que su futura posición dependía exclusivamente de su conexión
con Julio César. Adoptado póstumamente en el testamento de César, el joven no tenía ni
un grupo fuerte de partidarios ni una reputación atractiva. El nombre de César era lo único
que determinaba sus posibilidades de éxito e influencia entre los veteranos y la población
urbana. Sus primeras acciones militares aducían sus motivaciones y buscaban su justifi-
cación en la venganza”.42 Respecto de la guerra contra Cleopatra y los dioses de Egipto,
ya hemos señalado cómo la participación de la reina junto a Antonio fue el recurso per-
fecto para presentar como guerra extranjera (y por lo tanto piadosa y justa) lo que no era
sino el punto culminante de la guerra civil.

Hasta aquí, hemos visto cómo llega Augusto al poder, en qué consiste y cómo se
consolida su auctoritas, y en qué medida y cómo esta auctoritas determina un cambio
sustancial respecto del gobierno de la res publica.

42
Gurval 2001: 93.

25
Ahora bien: uno de los logros más destacables del principado es el establecimiento
de la llamada pax augusta, la paz augustal. Los dos pilares fundamentales de esta paz
fueron la política exterior y la política interior desarrolladas por Augusto.
La política exterior fue una política de conquista y expansión de los límites del
imperio. Esta política tenía tres grandes ventajas. En primer lugar, satisfacía el espíritu
belicista de los romanos, pero al mismo tiempo transfería hacia el exterior la violencia
interna, canalizaba esa violencia fuera del territorio romano. En segundo lugar, esa polí-
tica ayudaba a la cohesión interna, a la unión de los romanos frente al enemigo externo.
Por último, las guerras de conquista trajeron un considerable enriquecimiento del Estado,
tanto en divisas como en esclavos.
Para que estas guerras de conquista se justificaran y resultaran moralmente acep-
tables era necesario que aparecieran bajo otra óptica. Para ello, estas guerras fueron pre-
sentadas no como guerras de conquista y expansión, sino como el cumplimiento de una
misión civilizadora del mundo por parte de Roma. Evidentemente, el punto de partida de
esta estrategia es el supuesto no siempre verdadero de que los pueblos que Roma se dis-
ponía a conquistar eran pueblos “bárbaros”, “incivilizados”, carentes de toda cultura. Así,
Roma no sometía a estos pueblos, sino que los beneficiaba llevándoles la “civilización”,
la “cultura”, la “legalidad”, etc. A su vez, esto implica atribuirle a Roma una notable
superioridad respecto de dichos pueblos, una superioridad no sólo militar sino también, y
sobre todo, cultural y moral.
Esto se vincula estrechamente con la política interior de Augusto. En efecto, para
que Roma pudiera verse a sí misma como superior, era necesario su saneamiento moral,
es decir, recuperar la moral y las tradiciones romanas que, según se pensaba, se habían
corrompido y habían casi desaparecido durante, y a causa de, las guerras civiles. Para
ello, Augusto puso en marcha una política interna tendiente a reavivar los viejos ritos
religiosos, las antiguas tradiciones, el mos maiorum, la escala de valores sobre la cual se
había construido la vieja república. Se intentó promover el modelo tradicional del varón
romano, que era ante todo esforzado agricultor y soldado valiente, austero, padre riguroso,
respetuoso de la pietas, la fides (el respeto por, y el cumplimiento de, la palabra empe-
ñada, y a partir de ello, la confianza que se deposita en los demás y de la que se es depo-
sitario), la severitas (la severidad, la seriedad en todos los aspectos de la vida), etc. Análo-
gamente, el modelo femenino que se intentó reinstalar era el de la madre de familia severa
en la educación de los hijos, trabajadora, esposa abnegada y fiel, guardiana del hogar

26
cuando el marido se ausentaba para ir a la guerra, pudorosa en su cuerpo y sus sentimien-
tos, respetuosa de la autoridad del esposo, etc.
Estos modelos intentaron reinstalarse ya que los romanos consideraban la familia
como semilla y garante del orden social y moral. Tanto es así, que Augusto hizo sancionar
varias leyes tendientes a regular la conducta marital y doméstica de los romanos y roma-
nas. De esas leyes, mencionaremos dos, ambas sancionadas en 18 a.C.: la Lex Iulia de
maritandis ordinibus, y la Lex Iulia de adulteriis coercendis. El contenido de estas leyes
era sintéticamente el siguiente:

1) Lex Iulia de maritandis ordinibus (Ley Julia acerca del matrimonio de los órdenes):
 El matrimonio en primeras y segundas nupcias es obligatorio para los hombres
entre los 25 y 60 años y para las mujeres entre los 20 y los 50.
 Las mujeres divorciadas y las viudas deben volver a casarse en un plazo de seis
meses y un año respectivamente.
 Los padres no pueden obstruir el casamiento de los hijos, bajo pena de ser ob-
jeto de diversas restricciones.
 Los individuos solteros o sin hijos no pueden heredar ni testar a favor de nadie
salvo familiares de sangre hasta sexto grado; de no haberlos, el Estado es el
único beneficiario.
 Se autoriza el matrimonio con libertos, excepto a los miembros de la clase se-
natorial.
 Se exceptúa de impuestos a las mujeres con tres o más hijos y los hombres
padres de tales familias adquieren mayor estatus con vistas a las magistraturas.

2) Lex Iulia de adulteriis coercendis (Ley Julia acerca del castigo de los adúlteros):
 La jurisdicción tradicional de la familia en estas cuestiones es reemplazada por
una corte permanente con procedimientos definidos.
 Si el marido sorprende a su mujer en adulterio no puede perdonarlo, bajo pena
de ser considerado actor secundario y por ende pasible de sanción.
 Las penalidades para los actores primarios son severas y pueden llegar incluso
al destierro o a la pena capital.
 Se dificulta la posibilidad del divorcio por adulterio.
 Las mujeres casadas son protegidas del estupro violento, incluyendo la viola-
ción, al no considerárselas en este caso culpables de adulterio.

27
Respecto de estas leyes, notemos lo siguiente:
1) Ambas significan una flagrante intromisión del Estado en la vida privada, y por ende,
en la libertad, de los ciudadanos. En otras palabras, con estas leyes la vida privada de
los ciudadanos se transforma en un asunto público, en objeto de incumbencia y regu-
lación estatal, borrándose así la división elemental entre la esfera privada y la pública:
lo privado queda sometido a las necesidades políticas.
2) La primera ley concierne a los órdenes, esto es, a los estamentos superiores de la
sociedad (el patriciado y el orden ecuestre), poco proclives a la descendencia nume-
rosa pero cuya pervivencia interesaba a Augusto por obvias razones políticas. Dicho
en otros términos, lo que el pueblo romano hiciera o dejara de hacer respecto del
matrimonio y de la descendencia, a Augusto lo tenía sin cuidado; sí le interesaba, en
cambio, garantizar la perpetuación de las clases superiores.
3) En cuanto a la segunda ley, recordemos que en Roma sólo la mujer podía ser adúltera,
porque “en términos sexuales, la fidelidad es una conducta pasiva y, por lo tanto, es
exigida sólo a las mujeres nucleares [las pertenecientes a la elite sociopolítica ur-
bana], como lo prueba el hecho de que la infidelidad de la esposa es la única forma
de adulterio concebida en el derecho romano”.43 El vir [el varón romano adulto e
ingenuus de los estamentos superiores], en cambio, “en virtud del imperium que lo
caracteriza, tiene pleno derecho a la satisfacción de sus deseos sexuales dentro y fuera
de cualquier vínculo, incluido el conyugal”.44 Así, cuando se hace referencia a un
varón adúltero, esto significa que el varón en cuestión mantiene relaciones sexuales
con una mujer casada, pero no que él esté faltando a una supuesta fidelidad conyugal.
Con esta ley, Augusto intentó solucionar la cuestión la infidelidad femenina, la cual
se había extendido mucho en los últimos tiempos. Ello se debió, según los estudiosos,
al hecho de que las muchachas romanas, ni bien estaban en condiciones de procrear,
debían contraer matrimonio según la voluntad paterna pero generalmente no con sus
coetáneos (es decir, con romanos de su misma edad), ya que estos proseguían sus
estudios superiores y por lo mismo (y porque eran muy jóvenes) dejaban el casa-
miento para más tarde. Las muchachas romanas eran desposadas, la mayoría de las
veces, con individuos mucho mayores que ellas, incluso de la edad de su propio pa-
dre, a los que prácticamente no conocían y con los cuales difícilmente pudieran con-
geniar. Por esta razón era frecuente que, tras algunos pocos años de matrimonio, la

43
Schniebs 2001: 59.
44
Ibid.: 58-59

28
muchacha romana, transformada en mujer adulta, engañara a su marido con amantes
más jóvenes que él. Es evidente que esta conducta femenina debía condenarse seve-
ramente si lo que se quería era recuperar el viejo modelo de mujer que describimos
anteriormente.

La importancia que estas leyes tuvieron para Augusto se infiere del hecho de que
fueron sancionadas aun a riesgo de suscitar gran descontento en la nobleza senatorial y
en el orden ecuestre, con cuyo consenso Augusto necesitaba gobernar, y aun cuando las
mismas contradecían fuertes ideales tradicionales como el de la mujer univira (la mujer
casada con un único varón) y el de la patria potestas (la autoridad del pater sobre todos
los miembros de su familia). Tal importancia se explica por la necesidad de justificar la
política expansionista y por la necesidad de estabilizar la transmisión de la propiedad
privada.

1) Justificación de la política expansionista


Si bien ya hemos hecho referencia a esta necesidad, vale la pena detenernos un
momento en esta cuestión. La expansión imperial fue una marca distintiva del gobierno
augustal. En efecto, Augusto llevó adelante una política de conquistas durante 35 o 40
años, y sólo después de las revueltas de Iliria (6 d.C.) y Germania (9 d.C.) modificó su
posición respecto de la posibilidad de una mayor expansión del imperio. En el contexto
de la política exterior, el término pax debe entenderse en el sentido romano, como el
estado resultante de la conquista y el pacto posterior. Sin embargo, la expansión romana
fue ennoblecida en las manifestaciones artísticas y literarias en términos de una visión del
pueblo romano como civilizador del mundo. Esta “función civilizadora” debía justificarse
en virtud de la superioridad moral de las clases dirigentes de Roma e Italia. Las leyes de
Augusto apuntaban justamente al logro de esa superioridad: el conquistador debía ser
moral y espiritualmente superior al conquistado. En este sentido, la legislación era con-
dición necesaria de las ambiciones imperialistas de Augusto.
Ahora bien, por “clases dirigentes” debe entenderse los órdenes senatorial y ecues-
tre. Bajo Augusto el senado estaba compuesto (al menos a partir de 19 a.C.) por una mi-
noría de nobiles y una mayoría de homines novi, en gran parte oriundos de los municipios
italianos. La antítesis entre unos y otros no era sólo política sino también ideológica. Los
nobiles justificaban su superioridad con relación a los homines novi en función de su
genus, su nobilitas de sangre, y su habilidad y experiencia, que consideraban hereditarias.

29
Los homines novi rechazaban este último argumento y afirmaban su superioridad sobre
la base de fundamentos morales, contraponiendo su virtus al genus, y su labor e industria
a la nobilitas de sangre. Con el tiempo afirmaron poseer también nobilitas, que conside-
raban no una cualidad hereditaria sino una cualidad moral y espiritual, esto es, basa en la
virtus y la industria. Su virtus era la prisca virtus de sus predecesores morales y espiri-
tuales, que había sido el fundamento de la grandeza de Roma y luego descartada por la
nobilitas. Sólo en una segunda instancia esta virtus del novus homo se identificó con las
antiguas virtudes de las figuras emblemáticas de los pueblos de Italia central, como los
sabinos.
Estas afirmaciones, sin embargo, distaban mucho de la realidad. Es fácil advertir,
entonces, que les leyes julias no hicieron más que revertir sobre la aristocracia su propia
retórica, dando fuerza de ley a sus afirmaciones de innata superioridad moral. La aristo-
cracia se veía ahora obligada a hacerse cargo de su propio discurso, y a actuar en conse-
cuencia. Si bien el programa moral augustal no carecía de antecedentes, la novedad se
encontraba en el hecho de que utilizaba la conducta marital como la mayor manifestación
de la superioridad moral. A la inversa, la declinación de la moral matrimonial era el mayor
síntoma de la degradación moral, la misma degradación que había sido causa primera de
las guerras civiles.

2) Estabilización de la transmisión de la propiedad privada


La estabilización de la transmisión de la propiedad privada era indispensable para
mantener intacta la institución familiar. La caza de herencias, práctica muy frecuente en
la república tardía dada la falta de descendencia de muchas familias pudientes, no era
moralmente recomendable, y la consecuente disolución del patrimonio y la propiedad
familiar era una amenaza familiar importante. De ahí que las leyes augustales incluyeran
medidas específicas acerca de la elegibilidad de los herederos. Subyace en esto la convic-
ción romana de que era función esencial del Estado la protección de la propiedad privada.
En este sentido, debe notarse que a partir de 13 a.C. por un decreto de Augusto los solda-
dos retirados recibirían una suma de dinero en lugar de tierras expropiadas, lo cual fue
ampliamente celebrado por la clase terrateniente. Protegiendo la propiedad privada, el
régimen augustal consolidaba el sistema preexistente.

Señalemos, para terminar, una fecha importante en el gobierno de Augusto, esto


es, el año 17 a.C. En este año se celebran los Ludi Saeculares (los Juegos Seculares), unos

30
juegos (competencias atléticas, carreras de carros, certámenes poéticos) públicos que se
realizaron para festejar, en principio, un siglo más de vida de Roma (aunque las fechas
no coinciden exactamente), pero sobre todo, los primeros diez años de Principado y la
recuperación, en 20 a.C., de las insignias romanas del poder de los partos, logro cuya
relevancia huelga subrayar. Ahora bien, esa recuperación no fue el resultado de una vic-
toria militar, sino de una gestión diplomática realizada por Tiberio (hijo adoptivo de Au-
gusto y quien lo sucedería en el gobierno de Roma), lo cual no satisfacía el espíritu beli-
cista de los romanos ni reparaba la humillación militar sufrida hacía más de treinta años.
Por esta razón se intentó presentar públicamente la recuperación de las insignias como un
triunfo militar. Un ejemplo claro de esta estrategia es la estatua de Augusto de Prima
Porta (así llamada por el sitio donde se encontraba). En esta estatua, Augusto aparece
vestido con traje militar. En la coraza, está representado el propio Augusto, de pie, en
gesto al mismo tiempo marcial y magnánimo, recibiendo del enemigo parto las insignias
de Roma. Pero –y aquí es donde la estatua falsea la realidad–, el parto aparece de rodillas
y con la cabeza gacha frente a Augusto, es decir, en la posición que debían adoptar los
enemigos vencidos en combate.
Este ejemplo muestra cómo el gobierno y el poder de Augusto no sólo se constru-
yeron desde el terreno político, sino también desde el arte. Otro tanto puede decirse res-
pecto de la literatura, cuyos máximos representantes, con su talento y su producción, for-
jaron y garantizaron el poder del Princeps.

La sucesión de Augusto
La sucesión fue una cuestión verdaderamente problemática para Augusto, quien
termina eligiendo a Tiberio tras la muerte de varios jóvenes distinguidos de su familia.
Como ya se ha dicho, Augusto tenía una hermana, Octavia, con la cual Antonio
contrajo matrimonio en 40 a.C. pero que, en primeras nupcias, se había casado con Cayo
Claudio Marcelo. De esta unión nacieron tres hijos, dos mujeres y un varón, Marco Clau-
dio Marcelo.
Por otro lado, como también se dijo, de la unión de Augusto con su segunda mujer,
Escribonia, nació su única hija natural, Julia. Julia se casó en primeras nupcias con su
primo Marco Claudio Marcelo, el hijo de Octavia, pero este matrimonio no tuvo hijos.
Más tarde Julia se casó en segundas nupcias con Marco Vipsanio Agripa, quien ya ha
sido mencionado, mano derecha de Augusto en la guerra contra Sexto Pompeyo, en Accio

31
y durante su gobierno. De esta unión nacieron Gayo César, Julio César, Julia, Agripina
y Agripa Póstumo.
También se ha dicho que Augusto se casó en terceras nupcias con Livia, quien a
su vez había estado casada con Tiberio Claudio Nerón. De ese primer matrimonio de
Livia habían nacido Tiberio y Claudio Druso. El matrimonio de Augusto y Livia no tuvo
hijos.
Julia, la hija de Augusto y Escribonia, en el año 11 a.C. se casará en terceras nup-
cias con Tiberio, el hijo de Livia e hijastro de Augusto. De ese matrimonio no nacerán
hijos. Más aún, en el año 2 a.C. Augusto destierra a su hija, muchacha de costumbres
licenciosas que no estaba dispuesta a acatar la moralina paterna.
En este panorama, los elegidos por Augusto para la sucesión fueron:
- Marco Claudio Marcelo, su sobrino, hijo de su hermana Octavia; Augusto alentó con
fuerza la carrera de Marcelo, que llegó a ocupar altas magistraturas siendo muy joven,
pero que también falleció tempranamente.
- Marco Vipsanio Agripa, su yerno, esposo de Julia en segundas nupcias; Augusto lo
adoptó inmediatamente después del destierro de esta última en 2 a.C., pero Agripa fa-
lleció.
- Gayo César y Julio César, sus nietos, hijos mayores de Julia y Agripa; Augusto los
adoptó, pero murieron en el año 2 d.C. y 4 d.C. respectivamente.
- Tiberio, hijo del primer matrimonio de su esposa Livia, y Agripa Póstumo, su nieto
menor, hijo de Julia y Agripa; Augusto los adoptó en 4 d.C. Finalmente, se inclinó por
Tiberio como sucesor en el gobierno, dejando de lado a Agripa Póstumo por su carácter
y sus modales groseros. Agripa Póstumo fue asesinado por orden de Tiberio en14 d.C.,
poco después de la muerte de Augusto.
De acuerdo con algunos historiadores, fue Livia, la tercera esposa de Augusto
quien, buscando promover su hijo, se dedicó a eliminar sistemáticamente a cuanto perso-
naje se interpusiera entre Augusto y Tiberio. Pero más allá de esto, importa destacar que,
como señala el historiador Tácito (fuertemente crítico, escribe sus Annales bajo la dinastía
claudiana, en la primera mitad del s. I d.C.), el hecho mismo de nombrar un sucesor equi-
valía a tirar por tierra todas las instituciones republicanas –más allá de que formalmente
siguieran existiendo, como que siguieron hasta la caída de Roma–. Y como si ello fuera
poco, el elegido, Tiberio, no tenía ni por asomo las cualidades y el talento político de
Augusto. Tácito se refiere a la perversión de la gens Claudia, a la que pertenecen Tiberio,
Calígula, Claudio y Nerón, cuyos gobiernos no fueron precisamente beneficiosos para

32
Roma. De hecho, al finalizar el gobierno de Nerón, en el año 69 d.C., la crisis política fue
tal que en un año se sucedieron tres emperadores (Galba, Otón y Vitelio), antes de que
accediera al poder la dinastía Flavia.
Pero volviendo a Augusto y el final de su gobierno: lo que Tácito plantea es que
el poder acumulado y ejercido por Augusto era eventualmente justificable en la situación
política del momento, cuando Roma se hallaba bajo el peso de más de cien años de guerra
civil. Augusto es el gran pacificador. Esta paz, como hemos visto, tiene que ver con la
paz interior, puesto que se termina la guerra civil, y con la pacificación de las fronteras
del imperio. Desde luego, esta pacificación era muy particular. El mismo Tácito afirma
que “los romanos hacen un desierto y a eso lo llaman paz”, pero desde el punto de vista
romano, las fronteras, todo el territorio en realidad, habían sido pacificados (más allá de
cómo concibieran la paz) y la ciudadanía vivía con tranquilidad.
Ahora bien, el error de Augusto consistió en convertir algo coyuntural en una
cuestión hereditaria, y en propiciar la acumulación del poder en un sucesor (que además
no era no particularmente talentoso), cuando tal acumulación ya no era necesaria en modo
alguno.
Así las cosas, cuando Augusto muere, en 14 d.C., el Senado lo diviniza, y entonces
Tiberio hereda el título de “divino”. Es decir, Tiberio es todo lo que había sido Augusto
y además, “divino”. Con Tiberio empieza el imperio en sentido estricto.45

45
Todas las traducciones incluidas en este trabajo son nuestras.

33
BIBLIOGRAFÍA

- BRUNT, P.A. – MOORE, J.M. edd. (1984) Res Gestae Divi Augusti. Oxford, University
Press.

- DEL SASTRE, E. – MAIORANA, D. – RABAZA, B. – SCHNIEBS, A. (1999) Cicerón. Pro


Marcello. Texto latino, traducción, introducción y notas. Rosario, Facultad de Huma-
nidades y Artes, UNR.

- GALINSKY, K. (1996) Augustan culture. An interpretative introduction. Princeton,


University Press.

- GURVAL, R. (2001) Actium and Augustus. The politics and emotions of the civil war.
Michigan, University Press.

- HOWATSON, M.C. ed. (1993) The Oxford Companion to Classical Literature. Oxford,
University Press.

- MUÑOZ JIMENEZ, M.J. (2006) Cicerón. Filípicas. Introducción, traducción y notas.


Madrid, Gredos.

- NASTA, M. (2001) “Relaciones sociales y relaciones de poder en las Odas Romanas”.


En: CABALLERO DE DEL SASTRE, E. & SCHNIEBS, A. (comps.) La fides en Roma. Apro-
ximaciones. Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, UBA: 97-124.

- - - - - - - - - - (2016) De Rómulo a César. Una cronología comentada e ilustrada. Bue-


nos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, UBA; ficha de cátedra.

- QUETGLAS, P.J. (1994) Cicerón. Filípicas. Edición bilingüe, introducción y notas.


(Traducción de J.B. Bravo). Barcelona, Planeta.

- ROSTOVTZEFF, M. (1993) Roma. De los orígenes a la última crisis. Bs.As., EUDEBA.

- SCHNIEBS, A. (2000) La organización del poder en la República romana. Bs.As., Fa-


cultad de Filosofía y Letras, UBA.

- - - - - - - - - - - - (2001) “Pacto sexual y pacto social en el Ars Amatoria: de la exclusión


a la inclusión”. En: CABALLERO DE DEL SASTRE, E. & SCHNIEBS, A. (comps.) La fides
en Roma. Aproximaciones. Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, UBA: 49-76.

- SMITH, W. – WAYTE, W. – MARINDIN, G.E. edd. (1890) A dictionary of Greek and Ro-
man antiquities. London, John Murray.

- SYME, R. (1939) The Roman Revolution. Oxford, University Press.

- WIRSZUBSKI, C. (1960) Libertas as a political idea at Roma during the late Republic
and early Principate. Cambridge, University Press.

==============================================================

34

También podría gustarte