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LOS CINCO CICLOS DEL DESARROLLO SEXUAL

Gabrielle Roth

ROTH, Gabrielle. Mapas para el Éxtasis. Ed. Urano. España, 1990

La realización segura de nuestro desarrollo sexual requiere una reflexión


curativa acerca de nuestra propia historia sexual. La sexualidad madura a
través de los cinco ciclos de la vida. Empezamos nuestro crecimiento se-
xual al descubrir nuestro propio cuerpo (ciclo del nacimiento); extendemos
nuestra conciencia sexual mediante los juegos con amigos (ciclos de la in-
fancia); nos abrimos a la plena relación sexual con amantes (ciclo de la pu-
bertad); alcanzamos la cima al unirnos a un amante de por vida (ciclo de la
madurez), e internalizamos sabiduría y experiencia en la vejez (ciclo de la
muerte). Uno se toca a sí mismo, toca a otros, pasa la experiencia, se vincu-
la a alguien, y finalmente lo deja ir. Cada uno de los ciclos sexuales es vital,
cada uno es una preparación para el siguiente. Ninguno se puede omitir sin
que quede un profundo vacío en la psique. Por eso es una tarea esencial
hacer una evaluación de la propia historia sexual, de modo que esta dimen-
sión de nuestra vida se convierta en un aspecto crucial del trabajo de libe-
ración, no sólo del cuerpo, sino también del corazón, de la mente, el alma y
el espíritu.
En los cinco primeros años de nuestra vida (ciclo corporal o del naci-
miento) el empuje de la energía sexual es hacia adentro, a medida que des-
cubrimos el cuerpo maravilloso y cargado de electricidad que somos.
Aprendemos a ingerir alimento y a procesarlo, aprendemos a gatear, cami-
nar, hablar, jugar, todo esto al impulso de nuestra fuerza de vida primaria,
conectándonos al mundo físico por primera vez. Tocamos, pellizcamos,
palmoteamos, hurgamos, apretamos y sobamos nuestro cuerpo, a veces al
tuntún, a veces con intensidad, como si un imán nos atrajera hacia nosotros
mismos. Jugamos con nuestro cuerpo, con nuestros genitales, y el placer
que experimentamos al tocarnos promueve la autoexploración, una expe-
riencia esencial para nuestro desarrollo sexual. Estos momentos con noso-
tros mismos son los inicios precisos de todos nuestros encuentros sexua-
les. Aprendemos a contactar con nosotros mismos antes de tocar a otros.
Primero hacemos el amor con nosotros mismos.
Hay tantos niños a los que se castiga por jugar con sus cuerpos, y esta
represión del instinto natural está en la raíz de sus consiguientes neurosis
sexuales. Si usted fue uno de ellos, ¿cómo podía aprender a amar y a con-
fiar en su propio cuerpo si sus impulsos eran motivo de humillación y cas-
tigo? ¿Cómo podía comprender, con su mente inocente, que algo tan natu-
ral pudiera ser sucio y malo? Ser reprendido por tocar el propio cuerpo no
tiene sentido para una mente inocente.
¿Cómo esa prohibición no iba a establecer una conexión entre autoex-
ploración sensual y castigo? ¿No provocará que el niño tenga tendencia a
reprimir el placer para evitar el dolor? Aquí es donde nacen las personas
frígidas y embotadas, tan entregadas a no conectar, que se diría que la vida
misma se ha escurrido de sus cuerpos. ¿O tendrá tendencias a buscar el
dolor para encontrar el placer? Aquí es donde nacen la pornografía y la
perversión.
Se nos condiciona a no expresar nuestro amor hacia nosotros mismos;
nos creemos indignos. Y allí nos encontramos, en nuestros cuerpecitos de
cuatro o cinco años, obligados a oponernos a nosotros mismos, en contra
del mismísimo flujo de la naturaleza, primaria de la vida misma. Nuestro
cuerpo se convierte en nuestro enemigo, en una fuerza extraña de la que
hay que desconfiar y a la que hay que someter. Se convierte en bueno ne-
garnos a nosotros mismos, y en malo reconocer nuestros sentimientos. Se
convierte en bueno controlar, y en malo abandonarse.
En el momento del castigo por la autoexploración ocurre nuestra divi-
sión: bueno/malo, mente/cuerpo, correcto/equivocado. Atrapados entre lo
que sentimos y lo que <<deberíamos>> hacer, somos separados de nuestro
cuerpo, arrancados de la inmediatez de nuestra relación con nosotros
mismos. Empezamos a pensar en ello; la sexualidad se transforma en tema
de reflexión, de ponderación, dudas, temores, asunto de otras personas.
Nunca podemos dejar realmente un ciclo que no hemos completado. La
energía residual de la necesidad sexual viaja con nosotros, y nos fijamos a
ella de forma neurótica. El impulso hacia la autoexploración y autoestimu-
lación es real; estamos destinados a afrontar directa o indirectamente
nuestras necesidades naturales hasta que las incorporemos a nuestra for-
ma de ser con espontaneidad. Sin una base adecuada, nuestra vida adulta
no conseguirá el equilibro sexual, y nos encontraremos dominados por el
sexo, por su ausencia o su exceso. Puede que lo neguemos, los brazos iner-
tes colgando a los costados, la pelvis rígida, las rodillas apretadas, en lucha
contra el demonio del instinto en sus muchos disfraces, o puede que sea-
mos sexoadictos, teniendo relaciones sexuales carentes de sentimientos o
de comunicación, pensando en el sexo a toda hora, siempre en busca de
alguien o algo que nos excite, cuando en realidad tenemos miedo de que
suceda de verdad. La vida se transforma en una contradicción cuando nos
vemos condicionados a batallar contra su energía fundamental desde la
primera vez que despierta en nosotros.
Sin embargo, si, cuando somos bebés y durante los primeros años, se
nos permite amarnos y explorarnos tranquilamente y nuestra sexualidad
es implícitamente aceptada, afirmada e integrada en nuestros instintos de
estimación y valoración propias, entonces tendremos una base sólida des-
de la cual pasar a la siguiente fase de desarrollo sexual. La segunda etapa
de nuestra vida, la infancia, el ciclo del corazón, desde los 5 a los 10 años,
es la época en que nuestra sexualidad se expresa en la exploración y juegos
con amigos de nuestro mismo sexo. Este ciclo comienza cuando tomamos
conciencia de pertenecer a un sexo, femenino o masculino, y formamos
filas en él. Generalmente los chicos pasan su tiempo con chicos y las chicas
con chicas. Esta pauta podría deberse en parte a nuestro condicionamiento,
pero también es un impulso natural a comenzar a conocer lo que nos ro-
dea, mediante el contacto con nuestros iguales. Nuestra primera <<aventu-
ra amorosa>> sucede a menudo con nuestro/a mejor amigo/a. Normal-
mente, estas relaciones son inocentes, aunque en ocasiones conllevan con-
tactos más explícitamente sexuales, y hay culturas que aceptan de buena
gana la abierta exploración sexual entre chicos mayores o adolescentes del
mismo sexo. Por lo común, consiste en un deseo de estar con la otra perso-
na todo el tiempo, sentarse juntos, tomarse de las manos, pasar las noches
en la casa del otro. Nuestros corazones se abren al cálido vínculo de la
amistad.
Durante la infancia, la energía sexual se expresa principalmente en con-
tactos como hacerse cosquillas, abrazarse, apoyarse en el otro, agarrarse
mutuamente, en juegos de pillarse y al escondite. Están los juegos de curio-
sidad, con ojos muy abiertos, clandestinos, de jugar a la <<casa>> o al
<<doctor>>. Y la educación en todo eso es más relacional que física: así
aprendemos a relacionarnos como seres protosexuales, ensanchando nues-
tras fronteras, experimentando toda clase de contactos con los demás,
aprendiendo a tratarnos, a afirmarnos, a interactuar.
Esta fase de la vida procesa la energía sexual a través del corazón. Cuan-
do nuestros amigos son el medio para la expresión externa inicial de la
energía sexual, cuando la sexualidad va encauzada en la interrelación per-
sonal, nos beneficiamos de la amorosa conexión entre sexualidad y senti-
miento, energía vital y corazón. Nunca es apropiada la energía sexual que
no fluye a través del corazón; sin corazón el amor propio produce culpa, el
amor de la amistad se distorsiona, los amantes se convierten en meros ob-
jetos de lascivia. Cuando el sexo proviene del cuerpo, es una necesidad.
Cuando viene de la mente, es fantasía. Cuando viene del corazón, es amor,
es nuestra conexión al nivel más sagrado. Sin el corazón, el sexo es esen-
cialmente sin sentido.
Debido al temor a la homosexualidad o a un puritanismo residual, toda-
vía hay mucha rigidez con respecto a las amistades especiales e incluso con
los juegos de peleas amistosas de la niñez. Pero ¿cómo podremos hacer
verdaderamente el amor alguna vez si no confiamos en nosotros mismos
para hacer los más inocentes y lúdicos contactos con nuestros amigos? No
podemos ser verdaderos amantes si no aprendemos primero a ser amigos,
y no podemos ser amigos si estamos tensos y nerviosos por tocarnos mu-
tuamente.
Con la llegada de la pubertad nuestra sexualidad se hace fuertemente
consciente y se convierte en una preocupación central. Es entonces cuando
entramos al ciclo de la adolescencia, la época de hacernos amantes. Ac-
tualmente este ciclo puede durar hasta veinte años. Es un período de expe-
rimentación y exploración; nos vemos inmersos en poderosas mareas de
energía autocreadora que necesitamos canalizar de forma constructiva. Es
el período en que aprendemos el arte, la ciencia y la política de hacer el
amor.
Sean cuales fueren las normas de la sociedad, hacemos experimentos en
la expresión de nuestra floreciente energía sexual, ya sea de forma tímida u
osada, con temor o valentía, de forma restringida o extensa. Experimenta-
mos muchas formas de relacionarnos, desde primeras citas a pasar una
noche juntos o vivir juntos. El foco no está en las relaciones permanentes,
en el para siempre, sino en el ahora. La vida es caótica, imprevisible, exci-
tante. Y en medio de este torbellino descubrimos nuestra personalidad se-
xual.
En esta época del sida y de embarazos de adolescentes epidémicos, es
esencial que los adolescentes no sólo reciban educación en el sexo seguro
ino que se les dé otras salidas para la expresión y desarrollo de su sensua-
lidad. Es trágico acortar nuestros años de crecimiento emocional con em-
barazos o matrimonios de adolescentes, y con trabajos permanentes; aún
es demasiado pronto, no estamos preparados, corremos el riesgo de sem-
brar las semillas de la frustración para toda la vida. El ideal es ofrecer al
adolescente muchas maneras de explorar y desarrollar la expresividad y
flexibilidad sensual, y alentarlos a alargar el estímulo preliminar de la ado-
lescencia para que cuando realmente ocurra la relación sexual, la experien-
cia sea rica y profunda desde el comienzo.
También es importante reforzar lo que los adolescentes ya conocen en
el fondo del corazón: que las relaciones sexuales plenas deben estar en el
contexto de la amistad verdaderamente amorosa. En tales relaciones su
amante se convierte en su maestro sagrado. Usted y su pareja descubren
mutuamente cómo hacerse amantes, cómo tener encuentros que los lleven
a través de todos los ritmos con orgasmos plenos, en que las profundas,
explosivas y liberadoras olas de energía vibrante transformen la inercia
que genera enfermedad a todos los niveles de su ser.
La pubertad negada finalmente encontrará su momento: mejor que sea
en el momento adecuado y no negativamente tardía. Nuestra cultura está
llena de adolescentes reprimidos que pasan su pubertad a los treinta o
cuarenta años. La ignorancia y el miedo convierten la adolescencia en un
período no de experimentación sino de restricción, no de expansión sino
de limitación. El resultado es la impotencia, la frigidez, la eyaculación pre-
coz, el sexo mecánico, y todas las demás disfunciones sexuales de las cuales
cientos de miles de personas buscan mejoría más tarde. Y si usted no gasta
su energía adolescente aprendiendo a ser un verdadero amante, la gasta
conduciendo como un loco, en peleas, en ambición y depresión. Se la bebe,
se la fuma, la droga, la adormece, la acumula o la hace morir de inanición.
Con algo de suerte, alcanzamos la madurez preparados para la intimi-
dad, preparados para crear lazos y formar una familia. Si en los ciclos ante-
riores hemos aprendido lo que necesitamos aprender, el deseo de formar
pareja es natural. El compromiso es una fijación no forzada, un compartir
de una vez y para siempre, una inversión total en una empresa conjunta de
cuerpo, mente y corazón. Y el sexo se hace menos centrado en los ritmos
staccato y caótico, se hace más lírico, una conexión tántrica que toca toda la
octava de nuestro potencial corporal y no sólo una o dos notas repetitivas.
Pero somos tantos los que hemos sido heridos en el camino. La única vía
hacia la intimidad sexual comprometida, hacia la plenitud del éxtasis se-
xual con el amor de nuestra vida, es completar lo que quedó incompleto en
nuestras anteriores fases sexuales: aprender a amarse a uno mismo sin
sentimiento de culpa; forjar el vínculo vital entre amistad y sexualidad
permitiendo que las amistades sean sensuales y que la sexualidad sea
realmente dadora y receptora; permitiéndose la exploración, el abandono,
la búsqueda que la pubertad exige. De otra forma, las heridas sexuales, los
temores, las dudas, la ignorancia y la represión, de cuerpo, corazón o men-
te, socavan la mejor de las relaciones, aun cuando se las arreglen para que
dure.
A medida que avanzamos hacia la vejez y entramos en la última fase de
nuestra vida, nuestra energía sexual nuevamente se vuelve hacia adentro
en vibrante celibato. El celibato de la edad no quiere decir que ya no haga-
mos el amor, sino que nuestra relación sexual es mucho más que sexual, al
incorporar otras mil formas de cariño. Y nuestra energía erótica se difunde
a través de toda nuestra vida. En nuestro último vals, toda la vida se con-
vierte en nuestra pareja. Esta erotización total de la vida es la plenitud ha-
cia la cual se abre naturalmente nuestro, pero también esto únicamente es
posible si se han cumplido las etapas anteriores. Qué maravilla cuando po-
demos llegar a la vejez encarnando el desarrollo sexual total, libres para
ser tan completos en nuestro cuerpo como lo éramos de niños pequeños,
enriquecidos ahora con el conocimiento, la amistad, el autodominio, y rela-
cionados espiritualmente con todo lo que nos rodea.
Este capítulo se ha centrado en el cuerpo, el lugar donde, por lo que toca
a efectos prácticos, comenzamos y terminamos. Y si tenemos cuerpo, so-
mos bailarines. El poder de mover el cuerpo en el ritmo es nuestro, nos
pertenece por derecho propio. El poder de ser sensuales, de tener orgas-
mos totales, nos pertenece por derecho propio. El poder de armonizar con
el ritmo de la vida, con sus olas y ciclos, nos pertenece. Éste es el poder de
ser, la presencia y carisma que tanto deseamos.
A medida que liberamos el cuerpo para recibir el poder de ser, empiezan
a fluir todo tipo de sentimientos: viejos, nuevos, oscuros y luminosos. Estar
vivo es peligroso. Significa sentir, sentir cosas que tal vez preferiríamos no
sentir, o que pensábamos que jamás sentiríamos. Estar vivo significa tener
un corazón que se expresa. Al liberar el cuerpo, liberamos el corazón para
que experimente el poder del amor.

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