Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Dios, el ejemplo histórico de nuestro Libertador Simón Bolívar y el heroísmo y sacrificio de nuestros
antepasados aborígenes y de los precursores y forjadores de una patria libre y soberana; con el fin
supremo de refundar la República para establecer una sociedad democrática, participativa y
protagónica, multiétnica y pluricultural en un Estado de justicia, federal y descentralizado, que
consolide los valores de la libertad, la independencia, la paz, la solidaridad, el bien común, la
integridad territorial, la convivencia y el imperio de la ley para esta y las futuras generaciones;
asegure el derecho a la vida, al trabajo, a la cultura, a la educación, a la justicia social y a la
igualdad sin discriminación ni subordinación alguna; promueva la cooperación pacífica entre las
naciones e impulse y consolide la integración latinoamericana de acuerdo con el principio de no
intervención y autodeterminación de los pueblos, la garantía universal e indivisible de los derechos
humanos, la democratización de la sociedad internacional, el desarme nuclear, el equilibrio
ecológico y los bienes jurídicos ambientales como patrimonio común e irrenunciable de la
humanidad; en ejercicio de su poder originario representado por la Asamblea Nacional
Constituyente mediante el voto libre y en referendo democrático
Bibliografía
Mis exequias a Bolívar: colección de varios rasgos dedicados a la nación venezolana (1842)
Elementos de Ortología Castellana (1843)
Curso de Literatura Española (1852)
El baile en Caracas (1854)
Elementos de la Gramática Latina (traducción, 1855)
Biografía de José Manuel Alegría (1856)
Historia del Poder Civil en Colombia y Venezuela (1856-1870)
Biografía de José Cecilio Ávila (1858)
Biografía de Martín Tovar Ponce
Biografía de José Félix Ribas
Un Manual de Historia Universal (1861)
Eco de las bóvedas (1861)
Manual de Historia Universal, Segunda Parte (1863)
En el terreno político, la Revolución Francesa acabó con el sistema de monarquías absolutas que
había prevalecido durante siglos en muchos países europeos. Dicho sistema político se basaba en
el principio de que todos los poderes (el de promulgar las leyes -legislativo-, el de aplicarlas -
ejecutivo-, y el de determinar si las leyes habían sido o no cumplidas -judicial-) residían en el rey. El
monarca era fuente de todo poder por derecho divino; tal derecho era la base jurídica y filosófica
de su soberanía.
Pero no solamente campesinos, artesanos o siervos componían el tercer estamento; una nueva
clase social dinámica y próspera, enriquecida mediante los negocios, el comercio y la industria,
también pertenecía jurídicamente a aquel «tercer estado» carente de privilegios: la burguesía.
Esta clase emergente aspiraba a que su ascenso y su poderío económico se reflejase en el
ordenamiento político. De hecho, la Revolución Francesa y su más inmediato precedente, la
independencia de los Estados Unidos, constituyen los primeros ejemplos de lo que los
historiadores han llamado «revoluciones burguesas». En ambas, el triunfo de la burguesía sobre la
aristocracia anquilosada determinó una configuración social en concordancia con la mentalidad y
los valores burgueses.
Antonio Leocadio Guzmán cursó estudios en Madrid (1812-1823), donde se empapó del ideario
liberal surgido de la Revolución Francesa. Los años que siguieron a su regreso de España en 1823
significaron para Guzmán una rápida inserción en la esfera pública, gracias, en parte, a sus escritos
en El Constitucional. En apenas dos años logró el reconocimiento de los lectores caraqueños y del
mismísimo José Antonio Páez, quien después de haberle enjuiciado por sus artículos en contra del
militarismo imperante, le encomendó en 1825 una misión ante Simón Bolívar en Perú.
Tras la disolución en 1830 de la «Gran Colombia» de Bolívar, Venezuela recuperó una vez más su
condición de república independiente. Durante la década de 1830, los gobiernos de José Antonio
Páez y José María Vargas contaron con Antonio Leocadio Guzmán para desempeñar los cargos de
oficial mayor de la Secretaría del Interior, secretario de la misma y secretario del Estado.
Pero cuando en 1835 estalló la Revolución de las Reformas, de signo liberal y federalista, Guzmán
se mantuvo a la espera de los resultados en actitud pasiva desde el despacho del Interior, actitud
que le costó el cargo una vez depuesto el defenestrado Vargas. En la casa de Tomás José Sanabria,
Antonio Leocadio Guzmán, junto a Tomás Lander y Juan Bautista Calcaño, entre otros, participó de
la fundación de la Sociedad Liberal de Caracas (1840) y se hizo cargo de su órgano vocero El
Venezolano, cuyo primer ejemplar pudo leerse en Caracas el 28 de agosto.
Desde ese momento, el periodista Guzmán se convirtió en el más virulento de los escritores de su
época, lo que le acarrearía la incomodidad de dos juicios en 1844, pero también la fama y la
idolatría de muchos. De hecho, gracias a la pluma de Catilina del Cagatinta, como también lo
llamaron despectivamente, la doctrina liberal se extendió por toda la nación, creándose el
necesario equilibrio entre gobierno y oposición.
En 1846 Guzmán presentó su candidatura a las elecciones que habían de celebrarse al año
siguiente. La campaña electoral fue feroz, adelantada fundamentalmente a través de la prensa, y
en ella emergió su principal enemigo de pluma, Juan Vicente González, antiguo compañero de
partido y autor de los apodos de Guzmán. Acusado de conspiración, Antonio Leocadio Guzmán fue
condenado a muerte, pena que se le conmutó por la de destierro. De vuelta a Venezuela (1848), el
presidente José Tadeo Monagas le encomendó el Ministerio del Interior y la vicepresidencia de la
república.
Derrotado en las elecciones presidenciales de 1851 frente a José Gregorio Monagas, ejerció como
ministro plenipotenciario ante los gobiernos de Perú, Chile, Bolivia, Argentina (1853) y Estados
Unidos (1855), se incorporó al movimiento federalista de Nueva Granada y fundó El
Colombiano (Bogotá, 1855), desde donde respaldó la idea de la reconstitución de la Gran
Colombia. Concluida la Guerra Federal (1859-1863), fue senador y cumplió diversos destinos
diplomáticos. Llegó a presidir el senado durante el mandato de Juan Crisóstomo Falcón (1865), y
fue ministro del Interior y Justicia durante la presidencia de su hijo Antonio Guzmán Blanco (1870).
Guzmán, Antonio Leocadio (1801-1884).
Se formó políticamente en España, donde su padre lo había enviado en 1812, a raíz de los sucesos
de 1810. A su regreso a Caracas en 1823 se introdujo en los círculos liberales de la capital e inició
su labor periodística en El Constitucional, periódico desde el que se enfrentó a los poderes
militares del país. En 1825 fundó el Argos, con intención de continuar su labor crítica del sistema,
lo que le valió el ser enviado a Perú con Simón Bolívar. Un año después vuelve a Caracas y se
involucra de lleno en la vida política del país; así, es nombrado Secretario de "La Cosiata", una
conjuración que abogaba por la separación de Venezuela de la Gran Colombia, liderada
por Antonio Páez, que reconoce a éste como jefe supremo de la República y no a Bolívar. Cuando
Páez forma gobierno, Guzmán es llamado para formar parte de la Secretaría de Interior y presenta
un escrito, Memorias (1831), en el que da cuenta de la situación política, económica y social en
que se encuentra el país. En 1835, cuando Vargas llega a la presidencia es llamado de nuevo para
ser titular del mismo cargo, pero es expulsado del Gabinete tras la "Revolución de las Reformas"
por no haberse definido en sus posiciones. Sin embargo, Guzmán no renuncia a participar en la
vida pública y, así, organiza en su casa reuniones de intelectuales en las que se discuten los
acontecimientos.
En 1839, cuando Páez sube al poder por segunda vez, es llamado para ocuparse de las Relaciones
Exteriores, pero un año después es destituido del cargo. Queda entonces libre para llevar a cabo
su labor política y periodística; funda el Partido Liberal y asume la dirección de El Venezolano,
órgano del partido, desde el cual critica a las facciones conservadoras del gobierno, al propio Páez
y a otras destacadas personalidades públicas del país, como el gobernador del Banco de
Venezuela, lo que le hizo verse envuelto en un polémico juicio, en el que recibió el apoyo popular.
Elegido Concejar de Caracas en 1845, se vio envuelto en una agria polémica con el que hasta
entonces había sido colaborador suyo y miembro de su Partido, Juan Vicente González, que se
incorporó a las filas del Partido Conservador. Un año después se propuso que Guzmán y Páez se
entrevistaran en Macaray, con el fin de intentar conciliar las dos fuerzas políticas del país, pero el
citado careo entre ambos no llegó a producirse pues los enfrentamientos armados de Aragua y
Carabobo reclamaban con inminencia la la presencia liberal.
En 1847, Guzmán fue acusado de traición y condenado a muerte, pena que el reciente presidente
de la República, José Tadeo Monagas, le conmutó por el destierro perpetuo y que, un año, terminó
en indulto. En 1849 el propio Monagas le nombró Ministro del Interior, Vicepresidente de la
República y, finalmente Ministro Plenipotenciario, cargo en el que visitó Perú, Bolivia, Chile,
Argentina y Estados Unidos.
Una vez más, en 1858, fue obligado a exiliarse, debido a las duras críticas que hizo contra el nuevo
presidente Julián Castro desde las páginas de La Convención. Hasta 1863, año en que terminó la
Guerra Federal, no regresó a Venezuela; ese año fue elegido para representar al departamento de
Cauca en la Convención de Río Negro y viajó de nuevo a Perú como ministro plenipotenciario. Fue
presidente del Congreso Constituyente de la Federación en 1864 y, al año siguiente, marcha de
nuevo a Perú y a Inglaterra. Este viaje fue seguido de otro más a Europa, del que no regresó hasta
1868, en que triunfa la "Revolución Azul" y otra vez Monagas, con lo que es exiliado a Curaçao,
aunque por poco tiempo ya que estalla la "Revolución de Abril" y su hijo Antonio Guzmán
Blanco sube al poder y se convierte en el nuevo Jefe de Venezuela, con lo que Guzmán vuelve al
plano político hasta su muerte en 1884.
Juan Vicente González Delgado (Caracas, 28 de mayo de 1810 — Caracas, 1 de octubre de 1866),
fue institutor y pedagogo y se desempeñó como maestro de gramática en la “Sociedad Económica
de Amigos del País”, en el “Colegio de la Independencia” y en varios colegios que regentó,
especialmente en “El Salvador del Mundo”, en donde se formaron personalidades como los
hermanos Calcaño (Eduardo y Julio), Pedro Arismendi Brito, Rafael Villavicencio, Eduardo Blanco, y
su propio hijo y gramático, Jorge González Rodil.
Vehemente y mordaz periodista, escritor, historiador y político, fue fundador de medios impresos
y desde los mismos combatió en sus escritos a los gobiernos de fuerza, lo que le valió la cárcel en
varias oportunidades. En 1848 fue nombrado diputado por Caracas al Congreso, por lo que fue
testigo de los sucesos del atentado al congreso del 24 de enero de ese año y vivió las pugnas
conflictivas que arruinaban a su patria. Se caracterizaba por emplear los más elegantes insultos y
denuestos en respuesta a las procacidades espetadas por sus enemigos políticos.
Uno de sus más acerbos y duros enemigos lo fue Antonio Leocadio Guzmán, a quien fueron
dirigidos los más duros epítetos y vindictas por medio de sus Catilinarias, especie de incisivas
epístolas dirigidas a Guzmán, donde destapaba los hoscos propósitos de su enemigo para hacerse
del poder.
A cada escrito redactado por Juan Vicente González, le seguían una descarga de insultos a cual
más procaces y bestiales en diversos periódicos, redactados por seguidores de Guzmán. Le
endilgaban remoquetes o apodos como tragalibros, mole, tragafote, confuso montón de ropas, de
insoportable olor saturniano y pies elefancíacos, hipopótamo Malcín y otros más.
A Guzmán, en su ataque, Juan Vicente lo acusaba sin eufemismos de impostor, conspirador, sin
probidad, azote de la gente, expoliador de fondos públicos. Luego de una serie de acontecimientos
y la prédica demagógica de Guzmán, se sucedieron revueltas y desórdenes que González atribuía a
Guzmán.
Los enemigos políticos de Juan Vicente González no podían endilgarle los mismos denuestos,
porque molestos con las incriminaciones al líder Guzmán, no encontraron argumentos para
responderle por igual, dada la catadura honesta del escritor y periodista, que no tenía riquezas ni
vicios que estallarle en la cara.
Según se decía, el único lujo del que disfrutaba eran sus libros, de ahí el remoquete
de tragalibros conque se le conocía, además de su prosa corrosiva y al mismo tiempo elegante con
la que podía expresar los más exquisitos insultos en refinadas frases.
De modo que, al no tener motivos ni fundamentos para atacarlo por ese flanco, resolvieron
publicar en los periódicos ofensivas alusiones a su masculinidad y virilidad, calificándole
soterradamente de homosexual, con hirientes locuciones como el de Juan Vicente Gomorra.
González no podía quedar callado ante tal atentado que comprometía su honor, por lo que
resolvió publicar una respuesta, no a los redactores de tales infundios, sino al propio causante de
todos los males del país, Antonio Leocadio Guzmán.
La genial réplica apareció publicada en el periódico caraqueño llamado Diario de la Tarde en 1845
con el título de Reprobación, donde el autor, haciendo gala de su portentosa ironía, refiere un
imaginario suceso acontecido a Antonio Leocadio Guzmán:
El ultraje hecho anoche a la persona del señor Antonio Leocadio Guzmán nos ha entristecido al
extremo. Los hombres de orden, los amigos de la ley, se han apresurado a reprobarlo. Por fortuna,
no han sido enemigos políticos, sino personas extrañas o más bien adictas a sus opiniones, las que
por motivos domésticos han tomado una venganza tan extremada. El hecho es que, viniendo
anoche, después de las diez, el señor Guzmán, del Sur hacia Traposos, con José Requena y Dolores
Gómez, tres hombres se arrojaron sobre ellos y pusieron en fuga a los dos compañeros,
apoderándose de Guzmán que, en la sorpresa, no acertó a usar las armas que llevaba. En su
momento, con infinita destreza, estos hombres, que deben estar acostumbrados a hechos
semejantes, le doblaron con sus manos de hierro y, desnudándole y estrechando contra el suelo
uno de sus pies y levantando en alto el otro, con una vela que llevaban preparada le tocaron en
parte donde al momento se ocultó. No me parece esta una gracia digna de celebrarse. La dignidad
personal debiera respetarse siempre.
(Diario de la Tarde, Caracas, 1846)